Justicia ¿Hacem os lo que debemos? M I CH AEL J. SAN D EL Traducción de Ju an Pedro Cam pos Gómez El papel u tilizad o para la im presión de esic libro ha sid o fabricado a de m adera proceden te de bosqu es y plan tacion es gestion adas con Íiartir os m ás altos están dares am bien tales, garan tizan do una explotación de los recu rsos sosten ible con el m edio am bien te y ben eficiosa para las per­ son as. P or este m otivo, Green peace acredita que este libro cum ple los requ isi­ tos am bien tales y sociales n ecesarios para ser con siderado un libro «am i­ go de los b osqu es». El pr oyecto «Lib r o s am igos de los b o squ es* p r o­ mueve la con servación y el u so sosten ible de los bosqu es, en especial de los Bosqu es Prim arios, los ú ltim os bosqu es vírgen es del plan eta. Tít u lo origin al: Justice Primera edición : febrero de 2011 © 20 0 9 , Mich ael J. San del © 2011, de la presen te edición en castellan o para todo el m un do: Ran dom H ou se M on dadori, S. A. Travessera de Gracia, 47-49. 08021 Barcelon a © 2 0 1 1, Ju an Pedro Cam p os Góm ez, por la traducción Printed in Spain - Im preso en Españ a ISBN : 978-84-8306-918-9 Dep ósit o legal: B-843-201 1 Com p u est o en Fotocom posición 2000, S. A. Im preso y en cuadern ado en Liberdú plex Crea. BV2241, km 7,4 08791 San t Lloren ^ d ’H ort on s C84 9 1 8 2 Para Kiktt, con amor 1. H acer lo qu e es d e b id o ............................................................... 11 2. El prin cipio de la m áxim a felicidad. El u t ilit ar ism o ............ 42 3. ¿Som os n uestros propios du eñ os? El lib e r t a r ism o ............. 71 4. Ayuda de pago. M ercad o y m o r al............................................. 90 5. Lo que cuen ta es el m otivo. Im m an uel K a n t ...................... 121 6. En defen sa de la igu ald ad .Joh n R a w l s .................................. 161 7. Ar gu m en tos sobre la acción afir m at iv a.................................. 190 8. ¿Q u é se m erece cada cual? A r ist ó t e le s.................................. 209 9. ¿Q u é n os debem os los un os a los otros? Los dilem as de la le a lt a d ............................................................................................... 236 10. La ju st icia y el bien com ú n ........................................................ 277 N o t a s ................................................................................................................... 305 A g r a d e c i m i e n t o s ........................................................................................................ 331 Í n d i c e a l f a b é t i c o ..................................................................................................... 333 Hacer lo que es debido En el veran o de 2004, el h uracán Ch arley salía con toda su violen cia del golfo de M éxico para acabar en el Atlán tico, y de paso asolaba Florida. M u r ier on vein tidós person as; los dañ os ascen dieron a 11.000 m illon es de d ólar es.1 Pero tras de sí d ejó tam bién un debate acerca de los «precios abusivos». En una gasolin era de O r lan d o ven dían a diez dólares las bolsas de h ielo qu e an tes costaban dos. C o m o n o h abía en ergía eléctrica para las n everas o el aire acon dicion ado, a m u ch os n o les qu edó otro r em edio qu e pagar. Los árboles derribados aum en taron la dem an da de m otosierras y reparacion es de tejados. P or retirar dos árboles del tejad o de un a casa se pidieron 23.000 dólares. Las tien das que ven ­ dían pequ eñ os gen eradores dom éstico? de electr icidad por 250 d ó ­ lares querían ah ora 2.000. A un a m u jer de seten ta y siete añ os que huía del h uracán con su an cian o m ar id o y un a hija discapacitada le cobraron 160 dólares por n och e por una h abitación de m otel, cu an ­ d o n or m alm en te solo cuesta 40.2 M u ch os m on taron en cólera en Florida p or esos pr ecios h in ­ ch ados. «Tras la torm en ta, los buitres», rezaba un titular del per iód ico USA Today. U n vecin o, cu an d o le dijeron qu e qu itar un árbol qu e h abía caíd o sobre su tejado le iba a costar 10.500 dólares, declaró qu e estaba m al qu e los haya qu e «quieran aprovech arse de las pen a­ lidades y desgracias de otros». Ch arlie Cr ist, el fiscal gen eral de ese estado, pen saba lo m ism o: «Estoy asom brado de hasta dón d e debe de llegar la codicia en el corazón de algu n os para qu e preten dan apro­ vech arse de qu ien es están su fr ien do p or un h u racán ».3 Flor id a tien e un a ley qu e pr oh íbe las su bidas especulativas de precios.Tras el h u racán ,la oficin a del fiscal gen eral recibió más de dos mil qu ejas. Algu n as llegaron a los tribun ales, y con éxito. Un estable­ cim ien to de la caden a h otelera Days In n, en W est Palm Beach , tuvo qu e abon ar 7 0.000 dólares en m ultas y en devolu cion es a clien tes a los qu e h abía cobr ado de m ás.4 Sin em bargo, a la vez qu e Cr ist im pon ía la ley con tra los precios abusivos, algu n os econ om istas sosten ían que esa ley, y la in dign ación ciu dadan a, estaban fuera de lugar. Los filósofos y teólogos m edievales creían qu e el in tercam bio de pr od u ct os debía estar r egido p or el «precio ju st o», determ in ado por la tradición o el valor in trín seco de las cosas. En cam bio, decían esos econ om istas, en una econ om ía de m er­ cado los precios vien en dados por la oferta y la dem an da. N o existe un «precio ju st o». Segú n T h o m as Sow ell, econ om ista defen sor del Ubre m ercado, «p recio abu sivo» es «un a expresión em ocion alm en te poten te pero caren te de sen tido desde el pu n t o de vista econ óm ico , de la que prescin den la m ayoría de los econ om istas porqu e les parece dem asia­ d o con fu sa para tenerla en cuen ta». Sow ell preten dió explicar en el Tam pa Tribune «qu e los “ precios abu sivos” le vien en bien a la gen te de Florida». Las acu sacion es de qu e los precios son abusivos se pr o­ du cen cu an d o «son claram en te m ayores de lo acostu m brado», escri­ bía. Pero «los pr ecios a los que se está acostum brado») n o son m oral­ m en te sacrosan tos. N o son más «especiales o “ equ itativos” qu e otros precios» q u e las circun stan cias del m er cado — in cluidas las creadas por un h u racán — pu edan propiciar.5 U n precio m ás alto del h ielo, el agua em botellada, las reparacio­ nes de los tejados, los gen eradores y las h abitacion es de los m oteles tien e la ven taja, sosten ía Sow ell, de que limita el uso por los con su ­ m idores e in cen tiva a proveedores de Jugares distan tes a sum in istrar los bien es y ser vicios m ás n ecesarios tras un h uracán . Si el h ielo se pon e a diez dólares la bolsa cu an do Florid a sufre cortes de electr ici­ dad du ran te los calores de agosto, los que lo fabrican verán qu e les m er ece la pen a el esfu erzo de pr od u cir y exped ir m ás. N o tien en n ada de in ju sto esos precios, explicaba Sow ell; solo reflejan el valor qu e com p r ad or es y ven d edor es deciden darles a las cosas qu e se in tercam bian .6 JefFJacoby, colum n ista qu e aboga por el m ercado.se basó en razo­ n es parecidas para atacar en el Boston Globe las leyes que proh íben las subidas especulativas de precios: «N o es abusivo cobrar tanto com o el m ercado pueda soportar. N o es codicioso o desaprensivo. Así es com o se asignan los bien es y servicios en una sociedad libre». Recon ocía que «las subidas bruscas y tran sitorias de precios despiertan la ira, sobre todo en aquellos a los que una torm en ta m ordiera ha su m ido en una vorágin e». Pero la cólera de la gen te n o justifica que se in terfiera en el libre m ercado. Al dar in cen tivos a los proveedores para qu e produzcan en m ayor can tidad los bien es qu e se requieren , los precios aparen te­ m en te exorbitan tes «h acen más bien qu e mal». Su con clu sión : «D em on izar a com ercian tes y proveedores n o acelerará la recuperación de Florida. Déjeseles qu e procedan según íu volun tad em presarial».7 El fiscal gen eral Cr ist (republican o, que lu ego sería elegid o go ­ b er n ad or de Florida) pu blicó un artículo de opin ión en el per iódico de Tam pa don d e defen día la ley que proh ibía las subidas especulati­ vas de precios: «Cu an d o hay una em ergen cia, el gob ier n o n o pu ede qu edarse a un lado m ien tras se les están cobr an do precios desafora­ dos a qu ien es h uyen para salvar la vida o qu ieren , tras el h uracán , cu b r ir las n ecesidades básicas de sus fam ilias».* Cr ist rech azaba qu e tales «precios desaforados» correspon diesen a un in tercam bio verda­ deram en te libre: No se trata de la situación normal de libre mercado, en la que los compradores deciden libremente, por su propia voluntad, acudir al mercado para encontrarse allí con quienes venden, por su propia vo­ luntad también, y acordar con ellos un precio basado en la oferta y la demanda. Un comprador sujeto a coerción por una emergencia no tiene libertad. Forzosamente ha de adquirir lo que necesita, por ejem­ plo un alojamiento seguro.*' El debate sobre los precios abusivos qu e se pr od u jo tras el h ura­ cán Ch arley suscita serias cuestion es con cern ien tes a la m oral y a la ley: ¿está mal qu e los ven dedores de bien es y ser vicios saqu en par­ tido de un desastre n atural cobr an d o tan to com o el m ercado pu eda soportar? Si está m al, ¿qué debería h acer la ley al respecto, si es que debe h acer algo? ¿D eb e proh ibir el Estado las subidas especulativas de precios in clu so si, con ello, in terfiere en la libertad de com p r ad o­ res y ven dedores de cerrar los tratos qu e deseen ? B ie n e s t a r , l ib e r t a d y v ir t u d Esas cuestion es n o se refieren solo a cóm o deberían tratarse los in di­ vidu os en tre sí, sin o a qué debería ser la ley y a cóm o debería or ga­ n izarse la sociedad. Se refieren a la ju st icia. Para respon derlas, h abre­ m os de in dagar el sign ificado de la ju st icia. La verdad es qu e ya h em os em pezad o a h acerlo. Si se presta suficien te aten ción al debate sobre los precios abusivos, se verá que los argum en tos a favor y en con ­ tra de las leyes qu e los proh íben giran alrededor de tres ideas: m axi­ m izar el bien estar, respetar la libertad y prom over la virtu d. Cada un a de ellas apun ta a una m an era diferen te de con cebir la ju st icia. El ar gu m en to com ú n en favor de los m ercados sin restriccion es descansa en dos aseveraciones, una sobre el bienestar, la otra sobre la li­ bertad. Segú n la prim era, los m ercados prom ueven el bien estar de la sociedad en su con ju n to al ofrecer a los in dividuos in centivos para que trabajen m u ch o y sum in istren a los dem ás lo que quieren . (Au n qu e a m en u d o equ iparam os in form alm en te el bien estar con la prosperidad econ óm ica, el con cep t o t écn ico de bien estar es m ás am plio; en él caben aspectos de la satisfacción social que no son econ óm icos.) La segu n da aseveración sostien e qu e los m ercados respetan la libertad in dividu al; en vez de im pon er un cier t o valor a los bien es y ser vi­ cios, dejan qu e las person as escojan por sí m ism as el qu e le dan a lo qu e se in tercam bian . N o sorpren de que los en em igos de las leyes con tra los precios abusivos recurran a estos dos bien con ocid os ar gu m en t os en favor de los m ercados libres. ¿Q u é respon den los partidarios de esas leyes? En p r im er lu gar, sostien en qu e el bien est ar de la socied ad en su con ju n t o n o gan a con qu e se cobren precios exorbitan tes en tiem ­ pos difíciles. Au n qu e los precios elevados in crem en ten el sum in istro de bien es, h ay qu e con trapesar tal b en eficio con la carga que im p o­ n en en qu ien es m en os pu edan pagarlos. Para el acom od ad o, pagar precios in flados por la gasolin a o un a h abitación de m otel será ir r i­ tan te; pero para qu ien es n o tien en t in t o su pon d r á un a verdadera carga, qu e podrá h acer qu e se qu ed en don de hay peligro en vez de pon er se a salvo. Los par tidar ios de las leyes con tra los precios abusi­ vos arguyen qu e t od o cálcu lo del bien estar gen eral ha de in cluir las pen alidades y el su fr im ien t o de qu ien es, p or cu lpa de los precios d em asiad o altos, n o pu edan cu b r ir sus n ecesidades básicas duran te un a em er gen cia. En segu n d o lugar, qu ien es defien den las leyes qu e proh íben los precios abusivos m an tien en que, en determ in adas circun stan cias, el libre m er cado n o es libre de verdad. C o m o señ ala Cr ist , «un co m ­ prador su jeto a coer ción n o tien e libertad. Forzosam en te ha de ad­ qu ir ir lo qu e n ecesita, por ejem p lo un alojam ien to seguro». Cu an d o se h uye con la fam ilia de un h uracán , el precio exor bitan te qu e se paga por la gasolin a o por un refu gio 110 es en realidad un in tercam ­ bio volu n tario. Está m ás cerca de un a extor sión . Por lo tan to, para establecer si las leyes con tra los pr ecios abu sivos están ju st ificad as h abrem os de evaluar estas form as en fren tadas de ver el bien estar y la libertad. Pero h abrem os tam bién de ten er en cuen ta un argu m en tó más. Buen a parte del apoyo del público a las leyes con tra los precios abusi­ vos proceden de algo m ás visceral qu e el bien estar o la libertad. La gen te se in dign a con los «buitres» que m edran con la desesperación de otros y quiere que se los castigue, n o que se los prem ie con ben eficios extraordin arios. A m en udo se tacha a estos sen tim ien tos de em ocion es atávicas y se cree qu e n o deberían in terferir en las políticas públicas o en el derech o. C o m o escribe Jacoby: «Dem on izar a com ercian tes y proveedores n o acelerará la recuperación de Florida».10 Pero la in dign ación con tra qu ien es cobran precios abusivos no es solo un a ira irreflexiva. R e m it e a un argu m en to m oral que debe tom ar se en serio. La in d ign ación es el tipo especial de ira que se sien te cu an d o alguien obtien e lo qu e n o se m erece.Tal in dign ación es ira con tra la in justicia. Cr ist llegaba al or igen m oral de la in dign ación cu an do se pre­ gun taba «h asta d ón d e debe de llegar la codicia en el corazón de al­ gu n os para qu e preten dan aprovech arse de qu ien es están su fr ien do p or un h u racán ». N o r elacion aba explícit am en te este com en t ar io con las leyes con tra los precios abusivos. Sin em bargo, en él va im plí­ cito un ar gu m en t o del estilo del qu e se expon e a con tin u ación , el qu e podríam os llam ar «argu m en to de la virtud». La codicia es un vicio, una mala m an era de ser, en especial cuan ­ d o lleva a qu e n o se ten gan en cuen ta los su frim ien tos de los dem ás. N o es ya qu e sea un vicio person a); es que ch oca con la virtud cívi­ ca. En tiem pos de tribu lación , un a buen a sociedad em pu ja un ida. En vez de em peñ arse en obten er el m áxim o provech o, los un os miran por los otros. Un a sociedad don d e se explota al p r ójim o para con se­ gu ir una gan an cia econ óm ica en tiem pos de crisis n o es una buen a sociedad. La codicia excesiva es, pues, un vicio que una buen a socie­ dad debe desalen tar, si pu ede. Las leyes con tra los precios abusivos no pu eden abolir la codicia, pero sí pu eden , al m en os, restrin gir sus ex­ presion es más desapren sivas y dem ostrar que la sociedad la desapru e­ ba. Al castigar el com por tam ien t o codicioso en vez de recom pen sarlo, la sociedad expresa su adh esión a la virtud cívica del sacrificio com ­ partido por el bien com ú n . R e co n o ce r la fuerza m oral del argu m en to de la virtu d n o equ i­ vale a in sistir en qu e prevalezca siem pre sobre otras con sideracion es qu e se le en fren ten . En ciertas circun stan cias podría con clu irse que un a región golpeada por un huracán debería h acer un pacto con el diablo: p er m it ir los pr ecios abusivos con la esperan za de atraer de bien lejos a un ejército de tech adores y albañ iles, au n qu e haya que in cu rrir en el coste m oral de dar el visto bu en o a la codicia. Ar ré­ glen se los tejados ah ora y la fibra de la sociedad después. Pero sobre t od o hay qu e percatarse de qu e el debate sobre las leyes con tra los precios abusivos n o se refiere solo al bien estar y la libertad, sin o tam ­ bién a la virtu d, al cultivo de actitu des y disposicion es, a las cualida­ des del carácter de las que depen de una buen a sociedad. A algu n os, en tre ellos m u ch os qu e son p ar t id ar ios de las leyes con tra los pr ecios abusivos, el ar gu m en t o de la virt u d les in co m o ­ da. La razón : par ece qu e d ep en d e de ju icio s de valor m ás qu e los ar gu m en t os qu e se fu n dam en tan en el bien estar y la libertad. P r e­ gu n tarse si un a política acelerará la r ecu per ación econ óm ica o es­ t im u lará el cr ecim ien t o e con óm ico n o en trañ a un ju ic io acerca de las preferen cias de las per son as. D a p or sen tado q u e n o h ay qu ien n o prefiera gan ar m ás a gan ar m en os, y n o ju zga có m o se gaste n adie lu ego su din ero. D e m od o parecido, pregu n tarse si las p er so­ n as son verd ad er am en t e libres de elegir cu an d o Jas circu n stan cias son coercitivas n o lleva a evaluar sus preferencias. El problem a está en si son libres o si están sujetas a coer ción , y si lo son , en qué m edida. El ar gu m en to de la virtud, p or el con trario, se basa en un ju icio, el de qu e la codicia es un vicio que el Estado debe desalen tar. Pero ¿quién ju zga qu é es un a virtu d y qu é un vicio? En tre los ciu dadan os de las socied ad es pluralistas, ¿n o hay acaso discrepan cias por tales cosas? ¿Y n o es p eligr oso im p on er ju icios relativos a la virtud por m ed io de leyes? M ovid os p or esta in qu ietu d, m u ch os sostien en que el Est ad o debe ser n eutral en lo qu e se refiere a virtu des y vicios; no d eb e p er segu ir el cultivo de las actitu des bu en as o desalen tar las m alas. Cu an d o ten tam os n uestras reaccion es an te los precios abusivos vem os, pues, qu e n os em pu jan h acia dos dir eccion es distincas. N os in dign am os cu an do hay qu ien es reciben lo qu e n o se m erecen ; h a­ bría qu e castigar, pen sam os, la codicia que se n utre de la m iseria h um an a, n o recom pen sarla.Y, sin em bargo, n os in qu ietam os cu an do ju icio s relativos a la virtud llegan a con vertirse en ley. Este dilem a apun ta a un a de las gran des cuestion es de la filosofía política: una sociedad ju st a, ¿h a de persegu ir el fom en to de la virtud de sus ciu dadan os? ¿O n o debería m ás bien la ley ser n eutral en tre con cepcion es con trapuestas de la virtud, de m od o qu e los ciu dada­ n os ten gan la libertad de escoger por >í m ism os la m ejor m an era de vivir? Se gú n cu en t an los m an u ales, esta cu est ión separa el p en sa­ m ien t o p olít ico an tigu o del m od er n o. En un asp ecto im por tan t e, los m an uales tien en razón . Ar istóteles en señ a que la ju st icia con sis­ te en dar a cada u n o lo qu e se m erece. Y para d et er m in ar qu ién m er ece qu é, h em os de d et er m in ar qué virtu des son dign as de r eci­ b ir h on ores y r ecom pen sas. Segú n Aristóteles, n o p od em os h acer ­ n os una idea de cóm o es una con st it u ción ju st a sin h aber r eflexio­ n ado an tes sobre la m an era m ás deseable de vivir. Para él, la ley n o p u ed e ser n eu tral en lo qu e se refiere a las características de un a vida bu en a. Por el con trario, los filósofos políticos m od er n os — desde Im m an uel Kan t en el siglo x v in a Joh n Raw ls en el x x — sostien en qu e los pr in cip ios de la ju st icia que defin en n uestros derech os no deberían fun dam en tarse en n in gun a con cepción particular de la vir­ tud o de cuál es la form a de vivir m ás deseable. M u y al con trario, una sociedad ju st a respeta la libertad de cada un o de escoger su pro­ pia con cepción de la vida buen a. Podría, pu es, decirse que las teorías an tiguas de la ju st icia parten de la virtud, m ien tras que las m odern as parten de la libertad.Y en los capít u los sigu ien tes explor ar em os los pu n tos fu ertes y débiles de am bas. Pero con vien e ten er bien presen te que esa op osición pu ede llevar a error. Pues si fijam os n uestra aten ción en las discusion es sobre la ju st i­ cia que an im an la política con tem por án ea — n o en tre los filósofos, sin o en tre los h om bres y m ujeres cor r ien tes— , verem os un cuadro más com plicado. Es verdad que la m ayor parte de esos debates trata, al m en os en aparien cia, de cóm o se fom en ta la prosperidad y se res­ peta la libertad in dividual. Pero bajo los argum en tos, y a veces com ­ pit ien d o con ellos, p od em os vislu m brar a m en u d o otro gr u p o de con viccion es, acerca de qu é virtu des son dign as de h on ores y re­ com pen sas, acerca de qué m an era de vivir debería pr om ocion arse en un a buen a sociedad. Som os devotos de la prosperidad y la libertad; sin em bargo, n o p od em os prescin dir sin más de la vena en ju iciadora de la ju sticia. Parece que pen sar en la ju sticia nos arrastra sin rem edio a pen sar en la m ejor m an era de vivir. ¿Q u é h e r i d a s d e g u e r r a m er ec en u n a c o n d e c o r a c ió n ? H ay asu n tos en los qu e las cuestion es con cern ien tes a la virtud y el h on or son dem asiado eviden tes para qu e se pu eda pasarlas p or alto. P en sem os en el recien te debate acerca de qu ién es deberían p od er op tar a u n Cor azón P ú r pu r a. D esd e 1932, las fuerzas arm adas de Estados U n id os con ceden esta m edalla a los soldados que han resul­ tado h eridos o qu e h an m u erto en com b at e com o con secu en cia de un a acción del en em igo. Aparte del h on or, la m edalla otorga a qu ie­ nes la reciben privilegios en los h ospitales de veteran os. D esd e el p r in cip io de las actuales gu erras de Irak y Afgan istán , se ha ido diagn ostican do estrés postrau m ático y aplican do el corres­ p on dien t e tratam ien to a un n ú m ero cada vez m ayor de veteran os. En tre los sín tom as se cuen tan las pesadillas recu rren tes, las depresio­ nes graves y el suicidio. Se ha in form ad o de que al m en os trescien tos m il veteran os sufren dé estrés post rau m át ico o depresión grave. Se ha propu esto qu e tam bién ellos pu edan optar a u n Cor azón P ú r p u ­ ra. C o m o las dolen cias psicológicas pu eden in capacitar tan to o más qu e las físicas, sostien en qu ien es lo propon en , los soldados que pad e­ cen ese tipo de h erida deberían recibir la m edalla.11 El P en tágon o an u n ció en 2009, después de que un com ité ase­ sor estudiase el problem a, qu e se reservaría el Cor azón P ú rpu ra para los soldados con lesion es físicas. Los que padezcan dolen cias m en ta­ les y trau m as p sico ló gicos n o podrán optar a la m edalla au n qu e cu m plan los requisitos para recibir tratam ien tos m édicos y pen sion es de in validez a cargo del Estado. El P en tágon o dio dos razon es por las qu e h abía d ecid ido esto: porqu e el estrés postrau m ático n o está cau ­ sado in ten cion alm en te por las accion es del en em igo y porqu e resul­ ta difícil diagn osticarlo con ob jet ivid ad .12 ¿Tom ó el P en tágon o la decisión correcta? En sí m ism as, sus ra­ zon es n o resultan con vin cen tes. En la guerra de Irak, un a de las le­ sion es qu e con m ayor frecuen cia ha con d u cid o a la con cesión de un Cor azón P ú rpu ra es la perforación del tím pan o causada por exp lo­ sion es cer can as.13 Pero a diferen cia de las balas y las b om bas, esas explosion es n o son una deliberada táctica del en em igo para h erir o m atar; son , com o el estrés postrau m ático. un dañ in o efecto secu n d a­ r io de lo qu e ocu r re en el cam po de batalla.Y si bien quizá resulte m ás difícil diagn osticar las dolen cias postrau m áticas qu e una piern a rota, la lesión qu e in fligen pu ede ser m ás grave y duradera. C o m o pu so de m an ifiesto el debate, ya m ás en gen eral, acerca del Cor azón P ú rpu ra, el m eollo de la cuestión estriba en el sign ifi­ cado de la m edalla y de las virtudes que h on ra. ¿Cu áles, pues, son las virtu des pertin en tes? Ai con t r ar io qu e otras m edallas m ilitares, el Co r azó n P ú r pu ra h on ra el sacrificio, n o el valor. N o requ iere un acto h eroico, solo un a lesión causada por el en em igo. El problem a está en el tipo de lesion es qu e deban tom arse en con sideración . U n gr u p o de veteran os, la O rden M ilitar del Cor azón Púrpura, se op u so a qu e se otorgase la m edalla por lesion es psicológicas por ­ que, si se h iciese, se «degradaría» el h on or qu e reporta. U n portavoz del gr u p o afirm ó que «h aber derram ado san gre» debería ser un requi­ sito esen cial.14 N o explicó p or qué n o debían con tar las lesion es sin san gre. PeroTyler E. Bou dr eau , an tigu o capitán de m arin es partidario de in cluir las lesion es psicológicas, ofrece un con vin cen te análisis de la disputa. Atribuye la oposición a una actitu d m uy arraigada en el ejército, la de con siderar que el estrés postraum ático es una especie de debilidad. «La m ism a cultura que im pon e el pragm atism o y la dureza de sen tim ien tos alien ta tam bién el escepticism o cu an do se in sin úa qu e la violen cia de la gu erra pu ede h erir a la más sana de las m en tes [...]. Por desgracia, m ien tras n uestra cultura m ilitar m an ten ga su des­ precio, al m en os tácito, por las h eridas de guerra psicológicas, es im ­ probable que esos veteran os vean algun a vez un Corazón P ú r pu ra.»15 Por lo tanto, el debate sobre el Cor azón Púrpura es más que una dispu ta m édica o clín ica sobre cóm o se d eter m in a qu e de verdad hay un a lesión . En la raíz del disen so se en cuen tran con cep cion es opu estas del carácter m oral y del valor m ilitar. Q u ien es in sisten en qu e solo deben ten erse en cuen ta las lesion es san grien tas creen que el estrés post rau m át ico refleja un a debilidad de carácter que n o es m erecedora de tal h on or. Q u ien es creen qu e las lesion es psicológicas deben dar op ción a recibir la m edalla arguyen qu e los veteran os que sufren traum as duraderos y depresion es graves se han sacrificado por su país tan in du dablem en te, y tan h on rosam en te, com o los que han per d id o un a piern a. La disputa sobre el Cor azón P ú rpu ra ilustra la lógica m oral de la teoría ar istotélica de la ju st icia. N o p od em os det er m in ar qu ién se m erece un a m edalla m ilitar sin pregu n tarn os qué virtudes debe h on ­ rar la m edalla. Y para respon d er esa pregu n ta h abrem os de sopesar con cepcion es con trapu estas del carácter y del sacrificio. P u ede decirse qu e las m edallas militares son u n caso especial, un retroceso a un a ética an tigua, del h on or y el sacrificio. H oy en día, la m ayor parte de n uestras discusion es en lo tocan te a la ju st icia se re­ fieren al reparto de los fr u t os de la prosperidad, o de las pen alidades de t iem pos difíciles, y a la defin ición de los derech os básicos de los ciu dadan os. En tales plan team ien tos predom in an las con sideracion es relativas al bien estar y a la libertad. Pero los debates acerca de lo bu e­ n o y lo m alo de la or den ación econ óm ica n os con d u cen con fre­ cu en cia al problem a ar ist ot élico de qu é se m erecen las person as y por qué. In d ig n a c ió n po r el r e sc a t e b a n c a r io La rabia pú blica p or la crisis fin an ciera de 2008- 2009 vien e aquí a cuen to. D u r an te añ os, los pr ecios de las accion es y de la propiedad in m obiliaria h abían estado su b ien d o m u ch o. El día del ju icio llegó cu an do reven tó la bu rbu ja in m obiliaria. Los ban cos e in stitucion es fin an cieras de W all Street h abían gan ado m iles de m illon es de dóla­ res gracias a com plejas in version es respaldadas por h ipotecas, pero su valor cayó en picado. Las an tes orgu llosas firm as de Wall Street se balan ceaban ah ora al borde del abism o. El m ercado bursátil se h un ­ dió, y arrastró con sigo n o solo a los gr an des in versores, sin o a los est ad ou n id en ses cor r ien t es, cu yos plan es de pen sion es per dier on bu en a parte de su valor. La r iqu eza total de las fam ilias estadou n i­ den ses d ism in u y ó en 2008 en on ce billon es de dólares, can tidad igual a la pr od u cción an ual de Alem an ia, Jap ó n y el R e in o U n id o ju n t o s.16 En oct u b r e de 2008, el pr esiden te G eor ge W. Bu sh pid ió al C o n gr e so 7 0 0 .000 m illon es de dólares para rescatar a los gran des b an cos y en tidades fin an cieras de la n ación . N o parecía equ itativo qu e Wall Street gozase de ben eficios en or m es en los bu en os tiem pos y qu e ah ora qu e las cosas iban m al pidiera a los con tribu yen tes qu e pagasen la factura. Pero n o parecía h aber otra salida. Los ban cos y dem ás en tidades fin an cieras h abían crecido tan to y h abían llegado a in fluir hasta tal pu n to en cada aspecto de la econ om ía que su h u n di­ m ien to h abría arrastrado con sigo al sistem a econ óm ico en tero. JEran «dem asiado gran des para caer». N ad ie defen dió qu e los ban cos y las en tidades de in versión se m ereciesen el din ero. Sus desen fren adas apuestas (posibles gracias a la in adecu ada regu lación gu bern am en tal) h abían creado la crisis. Pero sí cabía argu m en tar qu e la salud de la econ om ía en su con ju n to pa­ recía d ep en d er de que se pasase p or alto la equ idad . El Con gr eso con ced ió a regañ adien tes los fon dos para el rescate. En t on ces vin o lo de las prim as. P oco después de qu e el din ero del rescate em pezase a fluir, las n oticias h acían saber qu e algun as de las en tidades n utridas ah ora por la ubre pública estaban en tregan do a sus ejecu tivos m illon es de dólares en form a de prim as. El caso más escan daloso fue el del Am erican In tern ation al Grou p (AIG), gigan ­ tesca com pañ ía de seguros arruin ada por las in version es de r iesgo de su un idad de prod u ctos fin an cieros. Pese a h aber sido rescatada por m asivas in yeccion es de din er o pú b lico (en total, 173.000 m illon es de dólares), la com pañ ía pagó 165 m illon es de dólares en con cepto de prim as a los ejecutivos de esa m ism a división qu e h abía precipitado la crisis. Seten ta y tres em pleados recibieron prim as de un m illón de dólares o m ás.17 La n oticia de las prim as desen caden ó airadas protestas públicas por todas partes. Esta vez, la in dign ación n o era por bolsas de h ielo a diez dólares o p or h abitacion es de m ot el dem asiado caras. Era por un as recom pen sas m u y sustan ciosas, costeadas con el din ero de los con tribu yen tes y percibidas por los m iem bros de la m ism a división qu e h abía con tr ibu ido a que el sistem a fin an ciero casi se desin tegrara. Algo estaba mal en una situación así. Au n qu e el Estado poseía ah ora el 80 p or cien to de la em presa, el secretario del Tesoro rogó en van o al con sejero delegado de AIG, n om brado p or el pr op io gobiern o, que rescin diese las prim as. «N o pod em os atraer y reten er a los m ejores y m ás brillan tes talen tos — con testó el con sejero delegado— si los em ­ pleados creen qu e su rem u n eración está som etida a ajustes con tin uos y arbitrarios por parte del Tesoro de Estados U n id os.» Afirm aba que se n ecesitaban las aptitudes de los em pleados para desh acerse de los activos t óxicos en ben eficio de los con tribuyen tes, quien es, al fin y al cabo, eran los du eñ os de la m ayor parte de la com pañ ía.18 El pú blico reaccion ó con furia. U n titular a págin a com pleta de un p er ió d ico sen sacion alista, el N ew York Post, expresaba el sen ti­ m ien t o de m u ch os: «N o tan deprisa, bastardos cod iciosos».1<J La C á­ m ara de Repr esen tan tes in ten tó recuperar esos pagos aproban do una p r op osición de ley por la que se im pon dría un gravam en del 90 por cien to a las prim as en tregadas a em pleados de em presas que recibie­ sen fon dos de rescate su stan ciosos.20 P resion ados por el fiscal gen eral del estad o de N u eva York, An d rew C u o m o , qu in ce de los vein te pr in cipales perceptores de prim as de A IG aceptaron devolverlas; se r ecu per aron u n os 50 m illon es de d ólar es.21 Est e gest o t em pló en . cierta m ed id a la ira pú blica, y la m edida fiscal pun itiva no au n ó ya su ficien tes apoyos en el Sen ad o.22 El episodio, n o obstan te, h izo que la gen te fuese reacia a que se gastara m ás din ero en arreglar el desba­ rajuste creado p or las en tidades fin an cieras. La in d ign ación p or el rescate se t u n dam en t aba en una sen sa­ ción de in ju sticia. Aun an tes de qu e su r giese lo de las pr im as, el apoyo social al rescate estaba p lagad o de du das y con tr ad iccion es. Los estad ou n iden ses sen tían el desgarro de, p o r un a parte, ten er qu e evitar un colapso econ óm ico que p eiju d icar ía a todos, pero sin , por la otra, dejar de creer qu e destin ar sum as en or m es a u n os b an cos qu e h abían fracasado era m u y in justo. Para evitar el desastre e con ó­ m ico, el C on gr eso y el pú b lico accedieron . Pero, desde un pu n t o de vista m or al, se ten ía la im pr esión de h aber sid o víctim as de u n a for ­ m a de ext or sión . Tras la in d ign ación p or el rescate h abía un a creen cia sobre el m er ecim ien t o según el pu n to de vista de la m oral: los ejecutivos qu e recibieron las prim as n o se tas m erecían , com o t am poco el rescate las firm as a las qu e se salvó. Pero ¿por qu é n o? La razón podría ser m e­ n os eviden te de lo qu e parece. Pién sese en dos respuestas posibles, un a qu e se refiere a la codicia y la otra al fracaso. U n a de las causas de la in dign ación era que las prim as parecían r ecom p en sar la cod icia, tal y co m o el titular del t abloide in dicaba sin am bages. A la gen te le parecía in aceptable. N o solo las prim as, sin o el rescate en su con ju n t o parecían pr em iar per ver sam en te la con d u ct a cod iciosa en vez de castigarla. Los qu e n egociaban con derivados fin an cieros, con sus desen fren adas in version es en busca de b en eficios cada vez m ayores, h abían llevado a sus em presas, y al país, a una an gu stiosa situ ación de p eligr o fin an ciero.Tras em bolsarse los b en eficios en los b u en os t iem pos, n o veían n ada m alo en cobr ar pr im as de un m illón de dólares pese a que sus in version es h abían sido r u in osas.23 N o solo los acusaron de codicia los per iód icos sen sacion alistas, sin o tam bién , con m an eras m ás decorosas, algu n os represen tan tes políticos. El sen ador Sh errod Brow n (dem ócrata, por O h io) dijo que la con du cta de AIG «apesta a codicia, arrogan cia y cosas peores».24 El presiden te O b am a afirm ó qu e AIG «se ve en dificultades fin an cieras p or culpa de su im pru den cia y codicia».25 El problem a con la acu sación de codicia es qu e n o distin gu e en tre las recom pen sas pagadas por el rescate tras la crisis y las r ecom ­ pen sas otorgadas p or los m ercados en épocas boyan tes. La codicia es un vicio, un a mala actitud, un deseo excesivo, obsesivo, de gan an cias. Es com pr en sible qu e n o se qu iera recom pen sarla. Pero ¿h ay algun a razón para su pon er qu e los perceptores de prim as tras el rescate son m ás cod iciosos ah ora qu e h ace u n os añ os, cu an do estaban en la cres­ ta de la ola y se llevaban recom pen sas aún m ayores? Los corredores de Wall Street, los ban qu eros y los directores de los fon dos especu lativos n o se paran en barras. Se ganan la vida per­ sigu ien d o gan an cias fin an cieras. D et er ior e o n o esta vocación su ca­ rácter, n o es probable qu e sean m ás o m en os virtu osos porqu e suba o baje la Bolsa. Por lo tanto, si está m al r ecom pen sar la codicia con gran des prim as tras el rescate, ¿n o estará m al tam bién prem iarla con la gen erosidad del m ercado? La gen te se in dign ó en 2008 cu an do las en tidades de Wall Street (algun as de las cuales, si existían todavía, era solo gracias al respaldo e con óm ico de los con tribu yen tes) en trega­ ron 16.000 m illon es de dólares en prim as. Pero esta cifra n o era ni la m itad de las pagadas en 2006 (34.000 m illon es) y 2007 (33.000 m i­ llon es).26 Si la cod icia es la razón de qu e n o se m erezcan ah ora el din ero, ¿qu é razón p u ed e h aber para decir qu e se lo m erecían en ­ ton ces? Un a diferen cia obvia es que las prim as posteriores al rescate sa­ len de los con tribu yen tes, m ien tras qu e las pagadas en los b u en os tiem pos proceden de los ben eficios em presariales. Si la in dign ación se basa en la con vicción de qu e las prim as n o son m erecidas, sin em ­ bargo, de d ón d e proceda la rem u n eración n o será fun dam en tal m o ­ ralm en te. Pero sí dará un a pista: la razón de qu e las prim as salgan de los con tribu yen tes es que las en tidades fin an cieras han fallado. Esto n os lleva al or igen de las quejas. La verdadera ob jeción de los esta­ dou n iden ses a las prim as — y al rescate— n o es que r ecom pen sen la codicia, sin o qu e prem ian el fracaso. Los estad ou n iden ses son m ás duros con el fracaso qu e con la codicia. En las sociedades m ovidas p or el m ercado se espera qu e los am b iciosos persigan sus in tereses con vigor, y la distin ción en tre el pr opio in terés y la codicia a m en u d o se difu m in a. Pero la distin ción en tre el éxit o y el fracaso es m ás n ít id a.Y la idea de qu e quien tie­ n e éxit o se m erece la recom pen sa an eja es un pilar del su eñ o am e­ rican o. Pese a qu e m en cion ara de paso la codicia, el presiden te O bam a sabía qu e prem iar el fracaso era la raíz más h on da de la discordan cia y la in dign ación . Al an un ciar qu e se im pon drían lím ites a la rem u n e­ ración d e los ejecu tivos d e las em presas rescatadas con fon dos públi­ cos, señ aló de dón d e procedía de verdad la in dign ación por el rescate: Esa es América. N o hablamos con desprecio de la riqueza. N o estamos resentidos con quien ha logrado el éxito.Y, ciertamente, cree­ mos que el éxito debe ser recompensado. Pero lo que saca de sus casi­ llas a la gente — y es justo que sea así— es que se recompense a unos ejecutivos que han fracasado, especialmente cuando esas recompensas las pagan los contribuyentes de Estados Un idos.27 U n a de las aseveracion es m ás sin gulares acerca de la ética del rescate fue la del sen ador Ch arles Grassley (republican o, por lovva), un con ser vad or en m ateria fiscal de la Am ér ica profu n da. D ijo en un a en trevista de radio, en lovva, cu an do m ayor era el furor con tra las prim as, qu e lo que m ás le m olestaba era qu e los ejecu tivos se n e­ gasen a aceptar respon sabilidad algun a p or sus fallos. Harían qu e se «sin tiese un p o co m ejor con ellos si sigu iesen el ejem p lo jap o n é s, se presen tasen an te el pu eblo am erican o, se in clin asen profu n dam en ­ te com o h acen allí, dijeran “lo sien t o” , y en ton ces, una de dos: o que dim itiesen o qu e se su icidaran ».28 Grassley exp licó despu és qu e n o les estaba pidien do a los ejecu ­ tivos qu e se suicidasen . Pero sí quería que aceptasen la respon sabili­ dad p or su fracaso, m ostrasen ar r epen tim ien to y se disculparan p ú ­ blicam en te. «N o se lo he oíd o decir a n in gun o de ellos, y por eso a los con tribu yen tes de m i distrito les resulta m uy difícil seguir tiran ­ d o din ero a paletadas por la ven tan a.»2*"1 Los com en tarios de Grassley m e reafirm an en mi corazon ada de qu e la ira con tra el rescate n o se d ir ige sobre todo con tra la codicia; lo qu e más ofen de al sen tido de la ju st icia de los estadou n iden ses es qu e los dólares que pagan en sus im pu estos se usen para prem iar el fracaso. En caso de que sea com o digo, h abrá qu e pregun tarse si tal m a­ nera de ver los rescates fin an cieros estaba ju st ificad a. ¿Tuvieron los con sejeros y altos ejecutivos de los gran des ban cos y en tidades de in ­ versión realm en te la culpa de la crisis fin an ciera? M u ch os de ellos pien san qu e n o. En sus t estim on ios an te los com it és del Con gr eso qu e in vestigaron la crisis fin an ciera recalcaron que h abían h ech o t od o lo qu e pu dieron con la in form ación de qu e dispon ían . El an ti­ gu o con sejer o d elegad o de Bear Stearn s, ban co dé in version es de W all Street qu e se vin o ab ajo en 2008, dijo qu e h abía estado re­ flexion an do larga y profu n dam en te sobre si n o podría h aber h ech o algo de otra m an e o . Su con clu sión era qu e h abía h ech o cuan to h a­ bía p od id o: «Sen cillam en te, n o he sido capaz de dar con algo [...] qu e h u biera cam biado lo m ás m ín im o ia situ ación a qu e n os en fren ­ t ábam os».30 O tr os directores de com pañ ías qu e fallaron creen lo m ism o, e in sisten en qu e fueron víctim as de «un tsu n am i fin an ciero» que n o podían con trolar.3' Los corredores jóven es adoptan un a actitud pare­ cida, y les cuesta en ten der qu e sus prim as desaten la furia de la gen ­ te. «N ad ie sien te sim patía p or n osotros — le dijo u n cor r edor de W all Street a u n periodista de la revista Vamty Fair— . Pero n o es que no trabajásem os con todas n uestras fuerzas.»32 La m etáfora del tsun am i se con vir t ió en h abitual al h ablar del rescate, sobre t od o en los círculos fin an cieros. Si los ejecutivos tu vie­ sen razón en qu e el fracaso de sus em presas se debió a fuerzas e co ­ n óm icas a la m ayor escala, n o a sus propias decision es, ahí ten dríam os el m otivo de qu e n o expresasen rem ordim ien to, com o quería el se­ n ador Grassley. Pero se suscitaría tam bién un a cuestión de m uy am ­ plio alcan ce con cern ien te al fracaso, el éxito y la ju st icia. Si son gr an d es fuerzas econ óm icas, fuerzas sistém icas, las qu e explican las pérdidas desastrosas de 2008 y 2009, ¿n o se podría soste­ n er qu e explican tam bién las deslum bran tes gan an cias de añ os an te­ r iores? Si de los añ os m alos h ay qu e ech arle la cu lpa al tiem po, ¿cóm o es posible que el talen to, la sabiduría y el du ro trabajo de ban qu eros, corredores y ejecu tivos de W all Street sean los causan tes de las m agn íficas rentas qu e se obtien en cu an do brilla el sol? Los directivos de las en tidades fin an cieras, en fren tados a la in ­ d ign ación pública creada p or que se pagasen prim as por fallar, argu­ m en taron qu e los ben eficios fin an cieros n o son fruto suyo exclusiva­ m en te, sin o de fuerzas que escapan a su con trol. P u ed e que ten gan algo de razón . Pero si es así, hay buen as razon es para pon er en en tre­ dich o su preten sión de cobrar rem u n eracion es desm esuradas en los bu en os tiem pos. N o cabe du da de qu e el fin al de la gu erra fría, la globalización del com er cio y de los m ercados de capitales, y el auge de los orden adores person ales y de in tern et, en tre otros m u ch os fac­ tores, con tribu yen a explicar el éxito de las en tidades fin an cieras en sus boyan tes añ os n oven ta y en los prim eros añ os del siglo x x i . En 2007, la rem u n eración de los directores gen erales de las m a­ yores em presas de Estados U n id os fue 344 veces la de un trabajador m ed io.33 ¿Cu áles son las razon es, si es qu e hay algu n a, de qu e los ejecu t ivos se m erezcan gan ar m u ch ísim o m ás qu e sus em pleados? La m ayoría de esos directivos trabajan con ah ín co y aportan aptitu ­ des a lo q u e h acen . Pero tén gase en cu en ta lo sigu ien te: en 1980 gan aban solo 42 veces m ás que sus trabajadores.34 Los ejecu tivos de 1980, ¿ten ían m en os aptitudes y se esforzaban m en os que los de h oy? ¿O n o será qu e las d ifer en cias en la r et r ib u ción reflejan con t in ­ gen cias qu e n o tien en n ada qu e ver con la cap acid ad y la p r ep a­ r ación ? O com par em os la rem u n eración total de los ejecutivos en Est a­ d os U n id os y en otros países. Los directores gen erales de las prin ci­ pales em presas estadou n iden ses gan an , en pr om edio, 13,3 m illon es de dólares al añ o (según los datos de 2004- 2006), m ien tras que en Eu r op a gan an 6,6 m illon es y en Japón 1,5.3:> El m ér it o de los ejecu ­ tivos estadou n iden ses, ¿es el doble qu e el de sus an álogos eu r opeos y n ueve veces el de los japon eses? ¿O n o será qu e estas diferen cias re­ flejan factores qu e n o tien en n ada qu e ver con el esfuerzo y la b r i­ llan tez con qu e los ejecutivos efectúen su trabajo? La in dign ación con tra el rescate fin an ciero qu e cu n dió en Esta­ dos U n id os a pr in cipios de 2009 expresaba una opin ión com partida p o r m u ch os: qu e qu ien es arru in an sus em presas con in version es arriesgadas n o m erecen qu e se les recom pen se con m illon es de dóla­ res de b on ificación . Pero el debate acerca de las prim as suscita otras cu est ion es relativas a quién se m er ece qu é en los bu en os tiem pos. Q u ien e s tien en éxito, ¿se m erecen lo qu e les en tregan los m erca­ d os? Esos ben eficios, ¿n o depen d en de fact or es qu e n o con trolan ? ¿Y cuáles son las con secu en cias para las obligacion es m utuas en tre los ciu dadan os, en los t iem pos bu en os y en los m alos? Está por ver qu e !a crisis fin an ciera vaya a pon er en m arch a un debate pú blico sobre estas cu estion es m ás gen erales. Tr es ma n er a s d e en fo c a r l a ju s t i c i a Pregun tar si u n a sociedad es ju st a es pregu n tar por cóm o distribuye las cosas qu e apreciam os: in gresos y pat r im on ios, deberes y derech os, pod er es y op or t u n idades, oficios y h on ores. U n a sociedad ju st a dis­ tribuye esos bien es com o es debid o; da a cada u n o lo suyo. Lo difícil em pieza cu an do n os pr egu n tam os qu é es lo de cada un o, y por qué lo es. Ya h em os em pezad o a lidiar con estas cuestion es. Cu an d o p o n ­ derábam os lo b u en o y lo m alo de los pr ecios abusivos, las m an eras con trapu estas de en ten der los Cor azon es P ú r pu ra y los rescates fi­ n an cieros, h em os distin gu ido tres form as de abordar la distribu ción de bien es: segú n el bien estar, segú n la liber t ad y según la virtu d. Cad a u n o de estos ideales sugiere un a form a diferen te de con cebir la ju st icia. Algu n os de n uestros debates reflejan discrepan cias acerca de qué sign ifica, m axim izar el bien estar, respetar la libertad o cultivar la vir­ tud. En otros la discrepan cia se refiere a qu é debe h acerse cu an do esos ideales en tran en con flicto. La filosofía política n o pu ede resol­ ver estas discrepan cias de un a vez p or todas, pero sí pu ede m oldear n uestros ar gu m en t os y debates, y aportar claridad m oral a las alter­ nativas a qu e h em os de en fren tarn os co m o ciu dadan os d em ocr á­ ticos. Este libro exp lor a los pu n t os fu ertes y los débiles de estas tres form as de con cebir la ju sticia. Em pezar é p or la idea de m axim izar el bien est ar En socied ad es de m er cad o co m o la n uestra, ofrece un pu n to de partida n atural. Bu en a parte del debate político con tem po­ rán eo gira en tor n o a cóm o se podría au m en tar la prosperidad, m e­ jo r ar n uestro nivel de vida, estim ular el crecim ien to econ óm ico. ¿Por qu é n os pr eocu pam os p or estas cosas? La respuesta m ás eviden te es qu e pen sam os qu e la prosperidad n os vuelve m ejores de lo qu e se­ ríam os sin ella, en cu an to in dividu os y en cuan to sociedad. La pr os­ p er id ad n os im porta, en otras palabras, porqu e con tribu ye a n uestro bien estar. Para explorar esta idea prestarem os aten ción al utilitarism o, la más in fluyen te de las con stru ccion es teóricas qu e tratan de cóm o y por qu é d eb em os m axim izar el bien estar, o (com o dicen los utili­ taristas) de cóm o y por qué debem os buscar la m ayor felicidad para el m ayor n úm ero. Lu ego tom ar em os en con sideración diversas teorías qu e ligan la felicidad a la libertad. En su m ayor parte, estas teorías pon en en p r i­ m er lugar el respeto a los derech os in dividuales, au n qu e se diferen ­ cian en qué derech os con sideran m ás im portan tes. La idea de qu e la ju st icia con siste en respetar la libertad y los derech os in dividuales es tan con ocid a en la política con tem por án ea, al m en os, com o la idea utilitarista de m axim izar el bien estar. Por ejem plo, la Declaración de D er ech os estadou n iden se establece ciertas libertades — en tre ellas la de expr esión y la r eligiosa— qu e ni siqu iera las m ayorías pu eden violar.Y en el m u n do cada vez se extien de más la idea (en la teoría, au n qu e n o siem pre en la práctica) de qu e la ju st icia con siste en res­ petar ciertos derech os h u m an os universales. En la escuela qu e con cibe la ju st icia a partir de la libertad caben m u ch as posturas, hasta el pu n to de que algun as de las disputas polí­ ticas más en cen didas de n uestro t iem po tien en lu gar en tre dos cam ­ pos rivales in tegrados en ella: el cam po del laissez-fairc y el cam po de la equ idad. A la cabeza del cam po del laissez-faire están los libertarios pro libre m ercado, que creen qu e la ju st icia con siste en respetar y validar lo q u e los adu ltos elijan volu n tariam en te. Al cam po de la equ idad perten ecen t eór icos de una vena m ás igualitaria. M an tien en qu e los m ercados sin restriccion es ni son ju st os ni son libres. En su op in ión , la ju st icia requiere de políticas que rem edien las desven tajas sociales y econ óm icas y den a todos equitativam en te opor tu n idades de triun far. Por ú ltim o, llegam os a las teorías qu e ven a la ju st icia asociada a la virtu d y a un a vida buen a. En la política con tem por án ea, se suelen iden tificar las teorías de la virtu d con los con servadores culturales y la der ech a religiosa. Q u e se legisle sobre la m oralidad es an atem a para m u ch os ciu dadan os de las sociedades liberales, pues h acién dolo se cor r e el r iesgo de caer en la in toleran cia y la coacción . Pero la n oción de qu e una sociedad ju st a es la que se adh iere a ciertas virt u ­ des y ciertas form as de con cebir una vida buen a ha in spirado ar gu ­ m en tos y m ovim ien tos políticos a lo largo de t od o el espectro id eo­ lógico. N o solo los taliban es h an con for m ad o su visión de la ju sticia segú n ideales m orales y religiosos; tam bién los abolicion istas y M ar ­ tín Lu th er K in gjr . An tes de in ten tar un a evaluación de estas teorías de la ju st icia, m erece la pen a pregun tarse de qu é m od o p u ed e proceder un ar gu ­ m en to filosófico, especialm en te en disciplin as tan dadas a la polém ica com o la filosofía política y m oral. A m en u do se parte de una situa­ ción con creta. C o m o h em os visto con los precios abusivos, los Cor a­ zon es P úrpura y los rescates fin an cieros, la reflexión m oral y política en cuen tra su ocasión en las discrepan cias. Con frecuen cia, esas discre­ pan cias en fren tan en la esfera pública a partidarios de ten den cias di­ feren tes o a quien es abogan por posturas con trarias an te un det er m i­ n ado problem a. A veces, sin em bargo, las discrepan cias están den tro de n osotros com o in dividuos: cuan do un problem a m oral difícil nos desgarra o crea un con flicto en n uestra propia con cien cia. Pero ¿cóm o pod r em os ir con razon es desde los ju icio s qu e se h acen en situ acion es con cretas hasta Io í prin cipios de la ju st icia que, creem os, deben aplicarse en todas las situacion es? En pocas palabras, ¿en qué con siste un razon am ien to m oral? Para ver cóm o pu ede proceder un razon am ien to m oral, pen se­ m os en dos situ acion es: la prim era, una h istoria h ipotética, fan tasiosa, m u y estudiada por los filósofos; la otra, una h istoria real en la qu e se vivió un an gu stioso dilem a m oral. Con sid er em os pr im er o la situ ación h ipotética de los filósofos.30 C o m o todas las h istorias de esa especie:, prescin de de m uch as de las com plicacion es de la realidad, lo qu e perm itirá que n os cen trem os en un n ú m ero lim itado de problem as filosóficos. E l t r a n v ía sin fr en o s Im agin e qu e con d u ce un tranvía a cien kilóm etros p or h ora. An te u sted h ay cin co trabajadores en m ed io de la vía, h erram ien tas en m an o. In ten ta frenar, pero n o pu ede. Los fren os n o fu n cion an . Se desespera porqu e sabe que, si arrolla a esos cin co trabajadores, m o r i­ rán. (Su p on d r em os qu e lo sabe con toda segu ridad.) D e pron to, ve qu e hay una vía lateral, a la derech a.Tam bién hay un trabajador ah í, pero solo u n o.Ve tam bién qu e pu ede desviar el tran vía a ese apartadero, con lo qu e m ataría a un trabajador pero salvaría a cin co. ¿Q u é h aría u sted? La m ayoría diría: «¡D esviar m e! P or trágico qu e sea m atar a un in ocen te, p eor aún es m atar a cin co». Sacrificar un a vida para salvar cin co parece que es lo que hay que hacer. Pien se ah ora en otra versión de la h istoria del tranvía. Esta vez, usted n o es el con du ctor, sin o un espectador que se en cuen tra en un pu en te desde el que se ve la vía (ah ora n o hay apartaderos). Por la vía vien e un tranvía, y al final hay cin co t rabajador es.Tam poco ah o­ ra fu n cion an los fren os. El tranvía está a pu n t o de atropellar a los cin co trabajadores. U sted se sien te in capaz de im ped ir el acciden te, h asta qu e se da cuen ta de que, cerca, en el puen te, hay un h om bre m uy en trado en carn es. Usted podría em pu jarlo para qu e cayese del pu en te y se precipitase sobre la vía, con lo qu e in terceptaría al tran ­ vía qu e vien e. Ese h om bre m or ir ía, pero los cin co trabajadores se salvarían . (Se le ha pasado por la cabeza tirarse usted m ism o a la vía, pero es dem asiado pequ eñ o para deten er el tranvía.) Em pu jar al h om bre cor p u len t o a las vías, ¿es lo que debe h acer­ se? La m ayoría diría: «Claro qu e no. Estaría muy, pero que m uy mal em pu jar lo a las vías». Parece qu e tirar a alguien de un pu en te, con lo qu e sin la m en or duda m or ir á, es un acto terrible, in cluso si con ello se salvan vidas in ocen tes. Pero en ton ces se n os plan tea un problem a m oral: ¿por qu é el pr in cip io que parece valer en el pr im er caso — sacrificar una vida para salvar cin co— parece equ ivocado en el segu n do? Si, co m o da a en ten der n uestra reacción en el pr im er caso, el n úm ero cuen ta, ¿por qué no h em os de aplicar ese prin cipio en el se­ gu n d o caso y em pu jar al h om bre? Parece un a cru eldad tirar a un h om bre a las vías sabien do que con ello va a m orir, in clu so si es por un a buen a causa. Pero ¿es m en os cruel m atar a un h om bre atr ope­ llán dolo con un tranvía? Q u izá la razón de qu e esté m al arrojar a las vías al h om bre del pu en te es qu e así se le utiliza con tra su volun tad. Al fin y al cabo, n o eligió ten er qu e ver con lo qu e ocu rría. Estaba allí, n ada más. Pero se pu ede decir lo m ism o del trabajador del apartadero. Es­ taba trabajan do, n o ofrecién dose volu n tario para sacrificar su vida si pasaba por allí un tranvía sin fren os. Se podría argüir que los trabaja­ dores del tranvía se expon en volu n tariam en te a un riesgo, cosa que n o h ace cualquiera que an de por ah í.Aceptem os, n o obstante, que estar dispu esto a m or ir en una em ergen cia para salvar las vidas de otros no figura en las con d icion es laborales; aceptem os, pues, qu e el trabaja­ d or n o con sin tió en dar su vida m ás que el qu e m iraba desde el puen te. La diferen cia m oral, qu izá, n o estriba en las con secu en cias para las víctim as — am bas m ueren — , sin o en la in ten ción del qu e decide. Si u sted fuera el con d u ct o r del tran vía, para d efen der su decisión podría decir qu e n o tenía la intención de que el trabajador del aparta­ dero m u riese, p or previsible qu e fuera esa m u erte; usted h abría lo­ gr ad o tam bién su pr opósit o si, gracias a un golpe de suerte, los cin co trabajadores h ubiesen salido san os y salvos, y el sexto tam bién h u bie­ ra logr ad o sobrevivir de algun a manera, Pero lo m ism o pu ede decirse de tirar a las vías al h om b re del puen te. Su m u erte n o es esen cial para el propósito del qu e lo em pu ­ ja. Basta con qu e le cierre el paso al tranvía; si lo h ace y, sin em bargo, sobrevive, el qu e lo em pu ja se quedará tan feliz. O qu izá, reflexion an do un p o co m ás, parecerá qu e am bos casos deberían regirse por el m ism o prin cipio. En los dos se opta delibera­ dam en te por qu itarle la vida a un in ocen te para evitar una m ayor pérdida de vidas. Q u izá la ren uen cia a em pu jar al h om bre del p u en ­ te se debe solo a un rem ilgo, un a vacilación qu e deb em os superar. M atar a un a person a em pu ján dola con nuestras propias m an os pare­ ce más cru el qu e m over los m an dos de un tranvía. Pero h acer lo qu e es debid o n o siem pre es fácil. Se pu ede pon er a pru eba esta idea cam bian do un p oco la h isto­ ria. Su pon ga qu e usted, el espectador, puede h acer qu e ese h om bre tan gran de qu e tien e al lado caiga a las vías sin em pu jar lo; im agín ese qu e está sobre un a tram pilla qu e pu ede abrirse giran do un a rueda. N o le em pu ja, pero el resultado es el m ism o. Lo qu e hay que hacer, ¿va a ser, p or q u e n o hay qu e tocarle, abrir la tram pilla? ¿O sigu e sien d o m or alm en t e p eo r qu e cu an d o u sted era el con d u ct or del tranvía y se desviaba al apartadero? N o es fácil explicar la diferen cia m oral en tre estos casos, p or qué desviar el tranvía parece qu e está bien , m ien tras qu e em pu jar al del pu en te parece qu e está mal. Pero obsérvese la presión que im pele a nuestra razón a dar con una distin ción con vin cen te en tre u n o y otro caso; y si n o lo logr am os, a recon siderar nuestro ju icio acerca de qué se debe h acer en cada caso. En ocasion es vem os los razon am ien tos m orales co m o un a m an era de con ven cer a otros. Sin em bargo, son tam bién un a form a de p on er en claro nuestras propias con viccion es m orales, de descu brir en qu é creem os y por qué. Algu n os dilem as m orales dim an an de p r in cip ios m orales qu e en tran en con flicto. Por ejem plo, un pr in cipio que in tervien e en la h istoria del tranvía es el qu e dice que hay que salvar a tan tos com o sea posible; pero hay otro qu e dice que está m al m atar a un in ocen te aun p or una bu en a causa. En un a situ ación en la que salvar varias vidas depen d e de m atar a un in ocen te, topam os con un dilem a m o ­ ral. H em os de in ten tar establecer qu é prin cipio tien e m ayor peso o es el m ás apropiado h abida cuen ta de las circun stan cias. O tros dilemas morales dimanan de la in certidum bre acerca del d e­ sarrollo de los acon t ecim ien tos. Ejem plos h ipot ét icos com o el del tranvía elim in an la in certid u m bre qu e rodea las decision es qu e h e­ m os de tom ar en la vida real. Parten de que sabem os con toda segu ­ ridad cu án tos m orirán si n o n os desviam os o n o em p u jam os a un h om bre. P or ello, tales ejem plos solo pu eden ser guías im perfectas para n uestros actos; pero tam bién los con vierte en m edios útiles para el análisis m oral. Al dejar a un lado las con tin gen cias — «¿y si los tra­ bajadores ven ven ir el tranvía y se apartan a tiem po?»— , los ejem plos h ipot ét icos n os valen para distin gu ir los p r in cip ios m orales per t i­ n en tes y exam in ar su fuerza. L O S C A BR E R O S A F G A N O S Veam os ah ora un dilem a m oral qu e se presen tó realm en te y se pare­ ce en algu n os aspectos a la h istoria im agin aria del tranvía sin fren os, au n qu e con la com plicación adicion al de la in certidu m bre en cóm o acabarían las cosas. En ju n io de 2005, un com an d o, com p u est o por el su boficial M arcu s Luttrel] y otros tres m iem bros de las fuerzas de operacion es especiales de la M ar in a de Estados U n id os, em pr en dió una m isión secreta de r econ ocim ien t o en Afgan istán , cerca de la fron tera con Pakistán , en bu sca de un líder talibán m u y cercan o a O sam a bin Lad en .37 Segú n los in form es de in teligen cia, m an daba un con tin gen te de en tre 140 y 150 h om bres m uy bien arm ados y se en con traba en un pu eblo de la tem ible r egión m on tañ osa. P oco despu és de qu e la patrulla t om ase posicion es en los altos de un a m on tañ a qLie m iraba sobre el pu eblo, dos pastores afgan os qu e guardaban un rebañ o de unas cien baladoras cabras se dieron de bru ces con los soldad os estad ou n iden ses. C o n los cabreros iba un ch ico de u n os catorce añ os. N o llevaban arm as. Lo s soldad os les apu n taron con los rifles, les obligaron a sen tarse en el su elo y deb a­ tieron sobre qu é debían h acer con ello;. P or un a parte, los cabreros parecían civiles desarm ados. Por la otra, si les dejaban m arch ar co ­ rrían el r iesgo de qu e in form asen a los taliban es de la presen cia de soldados estadou n iden ses. Al sopesar las opcion es, los cuatro soldados cayeron en la cuen ta de qu e n o ten ían una CLierda, así que no podían dejar allí atados a los pastores m ien tras ellos buscaban otro escon dite. N o h abía más salida qu e m atarlos o dejar qu e se fueran . U n o de los cam aradas de Luttrell ab ogó p or m atarlos: «Estam os de ser vicio tras las lín eas en em igas, n os h an en viado n uestros jefes. Ten em os derech o a h acer lo qu e podarn os por salvar la vida. La d e­ cisión m ilitar es eviden te. Soltarlos sería un error».38 Luttrell n o sabía a qu é h acer caso. «Sen tía con t od a m i alm a qu e él tema razón — es­ cribiría m ás tarde— . N o pod íam os soltarlos. Pero m i problem a era qu e yo ten ía otra alma, m i alm a cristian a.Y se estaba apoderan do de m í. En el fon d o de mi con cien cia algo n o paraba de su su rrarm e qu e estaría m al ejecu tar a san gre fría a esos h om bres desar m ados.»3<J Lu ttrell n o explica qué en ten día por su alm a cristian a, pero al fin al su con cien cia n o le d ejó m atar a los cabreros. Su yo fue el voto decisivo a favor de liberarlos. (U n o de sus tres cam aradas se abstuvo.) D e ese voto, se iba a arrepen tir. Alr ededor de h ora y m edia después de qu e h ubiesen liberado a los cabreros, los cu atro sold ad os se vieron r od ead os p or cien t o och en ta com batien tes taliban es arm ados con A K- 47 y lan zacoh etes. En la feroz luch a, los tres com pañ er os de Luttrell m u rieron . Los tali­ ban es derribaron adem ás un h elicóptero estadou n iden se que in ten ­ taba rescatar a la un idad de las fuerzas especiales; m u rieron los d ieci­ séis soldados que iban en él. Luttrell, gravem en te h erido, sobr evivió deján d ose caer por la pen dien te de la m on tañ a y arrastrán dose on ce kilóm etros hasta una aldea pastún , cuyos h abitan tes le pr otegieron de los taliban es hasta qu e se le rescató. A toro pasado, Luttrell con den aría su propio voto a favor de n o m atar a los cabreros. «Fue la decisión más estúpida, m ás descerebrada, m ás de su reñ o cerril qu e haya t om ad o en mi vida — escribe en el libro don d e con tó lo su ced id o— . D eb ía de estar fuera de m is caba­ les. Realm en t e voté por algo que sabía qu e podía ser n uestra sen ten ­ cia de m u erte. [...] Al m en os, así es co m o veo ah ora aquellos m o ­ m en tos. [...] El voto decisivo fue el m ío, y m e persegu irá hasta que m e en tierren en un a tum ba del este de Texas.»40 Parte de la dificultad del dilem a de los soldados se debía a la in certidu m bre sobre qu é ocu rriría si liberaban a los afgan os. ¿Se Umitarían a segu ir su cam in o o avisarían a los taliban es? Pero su pon gam os qu e Luttrell h ubiese sabido qu e soltar a los cabreros acabaría en una batalla devastadora, qu e en ella m orirían sus tres cam aradas y dieciséis soldados estadoun iden ses más, y él m ism o quedaría gravem en te h eri­ do, y qu e la m isión fracasaría. ¿H abría sido otra su decisión ? Para Luttrell, m iran do hacia atrás, estaba claro: debería h aber m a­ tado a los cabreros. D ad o el desastre final, cuesta n o estar de acuerdo. Por lo qu e se refiere al n úm ero, la decisión de Luttrell se parece a las qu e h abía qu e t om ar en el caso del tranvía. Si h ubiese m atado a los tres afgan os, habría salvado las vidas de sus tres cam aradas y de los die­ ciséis soldados estadoun iden ses qu e in ten taron rescatarlos. Pero ¿a qué versión de la h istoria del tranvía se parece? M atar a los cabreros, ¿se parecería m ás a desviar el tranvía o a tirar al h om bre del puen te? Q u e Luttrell se viera ven ir el peligro y, pese a ello, n o pudiera con ven cerse de qu e h abía qu e m atar a san gre fría a civiles desarm ados lleva a pen ­ sar qu e se parece mas a la versión d e lem p u jón . Y, sin em bargo, da la im presión de qu e, en cierta form a, es m ás defen dible m atar a los cabreros que tirar al h om bre del puen te. Q u i­ zá sea p orqu e sospech am os que, d ad o el resultado, n o eran un os in o­ cen tes al m ar gen del con flict o, sin o sim patizan tes de los taliban es. Pien se en esta an alogía: si tu viésem os algun a razón para creer qu e el h om bre del pu en te h abía estropeado los fren os del tranvía esperan do qu e así m ataría a los trabajadores de las vías (digam os que eran en e­ m igos suyos), el ar gu m en to m oral a favor de em pu jarlo a las vías iría p ar ecien d o más fuerte. Ten dríam os todavía que saber qu ién es eran sus en em igos y p or qu é quería m atarlos. Si n os en terásem os de que los trabajadores de las vías eran m iem bros de la Resist en cia fran cesa y el h om bre cor pu len to del pu en te un nazi que quería m atarlos es­ tropean do el tran vía, defen der qu e se le em pu jase para salvarlos pa­ saría a ser m oralm en te con vin cen te. Es posible, claro está, qu e los cabreros afgan os n o fuesen sim pa­ tizan tes taliban es, sin o qu e per m an ecier an n eutrales en el con flicto o in clu so qu e estu viesen en con tra de los taliban es, pero qu e estos los h u biesen for zado a revelar la presen cia de los soldad os est ad ou n i­ den ses. Su p on gam os qu e Luttrell y sus cam aradas supiesen con cer­ teza qu e los cabreros n o les deseaban m al algu n o, pero que los tali­ ban es los iban a torturar para que les dijeran d ón d e se en con traban . Los estadou n iden ses podrían en tal caso h aber m atado a los pastores de cabras para pr oteger su m isión y protegerse a sí m ism os, pero tal decisión h abría sido m ás an gustiosa (y m ás discu tible m oralm en te) qu e si h u biesen sabido qu e eran espías de los taliban es. D il e m a s m o r a l es Pocos h abrem os de tom ar decision es que puedan tener con secuen cias tan graves com o las qu e h ubieron de tom ar los soldados en la m on ta­ ña o al qu e veía ven ir el tranvía sin frenos. Pero ejercitarse con dilem as de esa especie arroja luz sobre la m an era en qu e procede un argum en ­ to m oral, sea en nuestra vida privada, sea en la esfera pública. En las sociedades dem ocráticas la vida está llena de desacuerdos acerca de lo que está bien y de lo qu e está mal, de la ju sticia y la in jus­ ticia. Algu n os están a favor del derech o a abortar y otros con sideran qu e el aborto es un asesinato. Algun os creen qu e es equitativo cobrar im pu estos a los ricos para ayudar a los pobres, m ien tras que otros creen qu e es in justo obten er m edian te un im puesto din ero de quien es se lo han gan ado con su esfuerzo. Algun os defien den la «acción afirmariva» — la discrim in ación positiva a favor de alguna m in oría— en la adm isión a las un iversidades com o m od o de en m en dar errores del pasado, mien tras qu e otros creen que es una form a in justa de discrim i­ n ación inversa que peijudica a person as que se m erecen el in greso por sus propios m éritos. Algun os rechazan que se torture a los sospech osos de ser terroristas porqu e creen qu e se trata de un acto m oralm en te abom in able in dign o de una sociedad libre, mien tras qu e otros lo de­ fien den com o un a última defen sa con tra un ataque terrorista. Las eleccion es se gan an y pierden por esos desacuerdos. En las llam adas gu erras culturales se luch a p or ellos. C o n la pasión y la in ­ ten sidad con qu e debatim os las cuestion es m orales en la vida pú bli­ ca, podría ten tarn os el pen sar qu e nuestras con viccion es m orales es­ tán fijadas de una vez por todas, sea por n uestra crian za, sea por la fe, m ás allá del alcan ce de la razón . Pero si eso fuera cierto, la persuasión m oral resultaría in con cebi­ ble, y lo qu e con sideram os un debate pú blico sobre la ju st icia y los derech os n o sería m ás qu e un in tercam bio de asercion es dogm áticas, un a gu erra de tartas ideológica. N u estra política, en sus peores aspectos, se acerca a esa descr ip­ ción . Pero n o tien e por qu é ser así. A veces, un ar gu m en t o pu ede cam biar n uestras ideas. ¿C ó m o podrem os, pues, abrirn os paso m edian te razon am ien tos en el dispu tado ter r itor io de la ju st icia y la in justicia, la igualdad y la desigu aldad, los derech os in dividu ales y el bien com ú n ? Este libro in ten ta respon der tal pregun ta. U n a m an era de em pezar es percibir el m od o en qu e la reflexión m oral em er ge de for m a n atural al t oparse con un problem a m oral difícil. Al p r in cip io ten em os un a opin ión , o un a con vicción , acerca de lo qu e se debe h acer: «H ay que desviar el tranvía al apartadero». R efle xio n am o s en ton ces sobre la razón de ese con ven cim ien to y b u scam os el p r in cip io en qu e se basa: «Es m ejor sacrificar una vida qu e dejar qu e m ueran m u ch os». Al en con trarn os con un a situación don d e el p r in cip io en sí resulta con fu so, la con fu sión n os in vade a n osotros m ism os: «Pen saba qu e lo que h abía que h acer era siem pre salvar tan tas vidas com o se pu diese, y sin em b ar go parece qu e está mal tirar del pu en te al h om bre (o m atar a los cabreros desarm ados)». Sen tir la fu erza de esa con fu sión , y la pr esión p or despejarla, es el im pu lso qu e n os lleva a la filosofía. Som et id os a un a ten sión así, revisarem os n uestro ju icio sobre lo qu e debe h acerse o recon siderarem os el pr in cipio del qu e partim os. C u an d o n os en con tram os con n uevas situ acion es, vam os y ven im os en tre los ju icio s qu e adoptam os y los pr in cipios a qu e n os aten em os, y r evisam os ju ic io s y p r in cip ios un os a la luz de los otros. La re­ flexión m oral con siste en este ir cam b ian d o de pu n to de vista, del pr opio del in u n do de la acción al del rein o de las razon es, y de este, de n uevo a aquel. Esta for m a de con cebir los argu m en tos m orales, com o una dia­ léctica en tre n uestros ju icio s sobre las situ acion es particulares y los pr in cipios a los qu e n os adh erim os al reflexion ar, vien e de lejos. Se rem on ta a los diálogos de Sócrates y a la filosofía m oral de Ar ist ót e­ les. Pese a la an tigü edad de su lin aje, sin em bargo, está sujeta a la si­ gu ien te crítica: si la reflexión m oral con siste en per segu ir la con cor ­ dan cia en tre los ju ic io s qu e h acem os y los pr in cip ios a qu e n os adh er im os, ¿cóm o pu ed e una reflexión de esa n aturaleza con du cir ­ n os a la ju st icia o a la verdad m oral? Au n qu e logr ásem os, en el curso de un a vida, qu e n uestras in tu icion es m orales con cordasen con los pr in cip ios con los que n os com pr om etem os, ¿qu é con fian za podr ía­ m os ten er en qu e el resultado n o fuese más que una m adeja de pre­ ju icio s con gr u en tes? La respuesta es qu e la reflexión m oral n o es una em presa solita­ ria, sin o un em p eñ o pú blico. R e q u ie r e un in terlocu tor : un am igo, un vecin o, u n com pañ er o, otro ciu dadan o. A veces el in terlocu tor pu ed e n o ser real, pu ede ser im agin ario, com o cu an d o debatim os con n osotros m ism os. Pero n o pod r em os descu brir el sign ificado de la ju st icia o la m ejor m an era de vivir por m ed io solo de la in tros­ pección . En La república de P latón , Sócrates com para los ciu dadan os co ­ m un es a u n os prision eros en cerr ad os en una cueva. Solo ven som ­ bras cam bian tes en la pared, reflejos de objet os qu e n un ca les serán perceptibles. Solo el filósofo, según esta con cepción , pu ede ascen der desde la cueva hasta la brillan te luz del día, d on d e ve las cosas com o son en realidad. Segú n Sócrates, solam en te el filósofo, por h aber vis­ lu m br ado el sol, es el adecu ad o para gober n ar a los m oradores de la cueva, si es qu e se le pu ede con ven cer de que retorn e a la oscu r idad en qu e viven . Lo qu e Platón quiere expresar con esto es qu e, para captar el sign ificado de la ju st icia y la n aturaleza de la vida buen a, h em os de elevarn os sobre los preju icios y rutin as de la vida d iar ia.Tien e razón , creo, pero solo en parte. A la cueva debe recon océrsele lo suyo. Si la reflexión m oral es dialéctica — si va y vien e en tre los ju icio s qu e h acem os en sit u acion es con cr etas y los pr in cip ios qu e los in for ­ m an — , n ecesitará de op in ion es y con viccion es, por parciales que sean y p o co docu m en tadas, com o del aire qu e se respira. Un a filoso­ fía a la qu e n o rocen las som bras sobre la pared n o será sin o un a u topía estéril. Cu an d o la reflexión m oral se vuelve política, cuan do se pr egu n ­ ta qu é leyes deben gob er n ar n uestra vida colectiva, le es im prescin ­ dible en trem ezclarse en algun a m edida con el tu m u lto de la ciudad, con las disputas e in ciden tes que agitan el espíritu público. Los deba­ tes acerca de los rescates fin an cieros y de los precios abusivos, de la acción afirm ativa y de la desigu aldad en tre los in gresos de u n os y otros, del servicio m ilitar y del m at r im on io en tre person as del m is­ m o sexo, son los m ateriales de la filosofía política. N o s in citan a ex­ presar y ju st ificar n uestras con viccion es m orales y políticas, n o solo an te fam iliares y am igos, sin o tam bién en la exigen t e com pañ ía de los con ciudadan os. M ás exigen te aún es la com pañ ía de los filósofos políticos, an ti­ gu os y m od er n os, que escu driñ aron con su pen sam ien to, a veces de m od o radical y sorpren den te, las ideas que an im an la vida cívica: la ju st icia y los derech os, las obligacion es y el con sen tim ien to, el h on or y la virtu d, la m oral y la ley. Aristóteles, im m an u el Kan t ,Joh n Stuart Mili y Joh n Raw ls figuran en estas págin as, pero n o p or orden cro­ n ológico. Este libro n o es una h istoria de las ideas, sin o un viaje por la reflexión m oral y política. Su m eta n o con siste en m ostrar qu ién ha in flu ido en qu ién en la h istoria del pen sam ien to polít ico, sin o in vitar a los lectores a qu e som etan sus propios pun tos de vista sobre la ju st icia a exam en crítico, a qu e determ in en qué pien san y por qu é lo pien san . El prin cipio de la máxima felicidad. El utilitarismo En el veran o de 1884, cuatro m arin os in gleses qu edaron a la deriva en m ed io del mar, a m iles de m illas de tierra firm e, a bor do de un p equ eñ o bot e salvavidas. Su barco, el Mignonette, se h abía ido a pique en un a torm en ta. Se h abían pu esto a salvo en el bot e con solo dos latas de n abos en con serva y sin agua dulce. Th om as Du dley era el capitán , Ed w in Steph en s su p r im er oficial y Ed m u n d Br ook s un m arin ero, «t od os ellos h om bres de excelen t e carácter», segú n los p er ió d ico s.1 El cu art o h om bre del bote era el gr u m et e Rich ar d Parker, de diecisiete añ os de edad. Era h uérfan o, y ese era su pr im er viaje largo por el mar. Se h abía en rolado, pese a qu e sus am igos le acon sejaron qu e n o lo h iciese, «por las esperan zas qu e alberga la am bición de un joven », creyen do qu e el viaje haría de él un h om bre. P or desgracia, 110 fue así. D esd e el bote, los cuatro m arin os en apuros avizoraban el h or i­ zon t e con la esperan za de qu e pasase un barco y los rescatara. D u ­ ran te los tres prim eros días com ieron pequ eñ as racion es de n abos. Al cu art o día cogier on una tortuga. Du ran te un os cu an tos días su bsis­ tieron gracias a la tortuga y los n abos qu e les qu edaban . Pero luego, du ran te och o días, n o com ieron nada. Para en ton ces, Parker, el gru m ete, yacía en la proa del bote. H a­ bía b eb id o agua salada, pese a las adm on icion es de los otros, y en fer­ m ado. Parecía qu e se estaba m u rien do. En el d ecim on oven o día de tor m en to, el capitán D u d ley su gir ió qu e se ech ase a suertes quién ten ía qu e m or ir para que los otros viviesen . Pero Br ook s se n egó, y n o se ech ó a suertes. Pasó un día más, y segu ía sin h aber un barco a la vista. Du dJey le p id ió a Br ook s qu e m irase a otra parte y a Steph en s le in dicó por señ as qu e h abía qu e m atar a Parker. D u d ley ofreció una plegaria, le d ijo al ch ico qu e h abía llegado su h ora y lo m ató con una pequ eñ a navaja cortán d ole la yugular. Br ook s aban don ó su objeción de con ­ cien cia y par t icipó del sin iestro festín . Du ran te cu atro días, los tres h om bres se alim en taron con el cu er p o y la san gre del gr u m ete. Y en esas les llegó la salvación . D u d ley descr ibió el rescate en su d iario con un eu fem ism o que deja de una pieza: «En el vigésim ocu art o día, m ien tras desayu n ábam os», apareció por fin un barco, que r ecogió a los tres su per vivien t es. A su vu elta a In glaterra fueron arrestados y procesados. Br ook s se con virtió en testigo de la acu sa­ ción pú blica. D u d ley y Steph en s fueron ju zgad os. Con fesaron libre­ m en te qu e h abían m atado a Parker y se lo h abían com id o. Sost u vie­ ron qu e lo h abían h ech o por n ecesidad. Su pon ga qu e usted h ubiese sido el ju ez. ¿Q u é h abría sen ten cia­ d o? Para sim plificar las cosas, deje aparte las cu estion es ju r íd icas y su pon ga qu e h abría ten ido que dictam in ar acerca de si m atar al gr u ­ m ete era m oralm en te aceptable. El m ejor ar gu m en t o de qu e dispon dría la defen sa sería el de qu e, dado lo desesperado de las circun stan cias, n o qu edaba más re­ m ed io qu e m atar a u n o para salvar a tres. Si n o h u biesen m atado a u n o para com ér selo, es probable que h ubieran m u er t o los cuatro. Parker, d eb ilit ad o y en fer m o, era el can d idato lógico, pu est o qu e h abría m u er to pron to de todas for m as.Y al con tr ar io qu e D u d ley y St eph en s, n adie d epen día de él. Su m u er te n o dejaba a n adie sin susten to, n o dejaba a una esposa y u n os h ijos apen ados. Este ar gu m en t o está su jet o al m en os a dos ob jecion es. La p r i­ m era, qu e cabe pregun tarse si los b en eficios de m atar al gr u m et e, tom ad os en su con ju n to, realm en te superan a los costes. In cluso con ­ tan do el n ú m ero de vidas salvadas y la felicidad de los su pervivien tes y sus fam ilias, per m it ir que se m ate a alguien de esa for m a podría ten er malas con secu en cias para la sociedad en su con ju n t o: debilitar la n orm a qu e proh íbe el asesin ato, por ejem plo, o au m en tar la ten ­ den cia de la gen te a tom arse la ju st icia por su m an o, o h acer qu e a los capitan es les resulte m ás difícil reclutar gru m etes. En segu n d o lugar, au n qu e una vez ceñidos en cuen ta todos los aspectos los ben eficios su peren a los costes, ¿n o n os in vade acaso la acu cian te sen sación de que m atar a un gr u m ete in defen so y com ér ­ selo está m al por razon es qu e van más allá del cálculo de los costes y ben eficios sociales? ¿N o está m al utilizar a un ser h u m an o de eSe m od o, explot ar su vu ln erabilidad, quitarle la vida sin su con sen ti­ m ien to, aun cu an do ben eficie a otros? A qu ien es lo qu e h icieron D u d ley y Steph en s les resulte espan ­ toso les parecerá qu e la prim era objeción es dem asiado floja: acepta la prem isa utilitaria de que la m oral con siste en ver si los ben eficios superan a los costes, y se lim ita a desear qu e se ech e m ejor la cuen ta de las con secu en cias sociales. Si m atar al gr u m et e m erece qu e se despierte la in dign ación , la segu n da ob jeción resultará más pertin en te: rech aza qu e lo que debe h acerse con sista sim plem en te en calcular con secu en cias, los costes y los b en eficios. Apu n ta a qu e la m oral sign ifica algo m ás, algo que tien e qu e ver con la m an era en qu e los seres h u m an os deben tratar­ se en tre sí. Estas dos form as de abordar el caso del bote ilustran dos m od os con trapu estos de en focar la ju st icia. Segú n el prim ero, la m oralidad de un acto depen de solo de sus con secu en cias; deberá h acerse aqu e­ llo que produzca el m ejor estado de cosas, una vez con siderados to­ dos los factores. Segú n el segu n d o, n o solo debem os pr eocu par n os, en lo qu e se refiere a la m oral, por las con secu en cias; hay deberes y derech os qu e d eb em os respetar p or razon es in depen dien tes de las con secu en cias sociales. Para resolver el caso del bote, así com o m u ch os dilem as m en os extrem os con los qu e n os en con tram os a m en udo, h abrem os de ex­ plorar algun as de las gran des cuestion es de la filosofía m oral y, polí­ tica: ¿se redu ce la m oral a con tar vidas y ech ar el balan ce de costes y b en eficios, o hay deberes m orales y derech os h u m an os tan fu n da­ m en tales qu e sobrepujan tales cálculos? Y si hay derech os así de fu n ­ dam en tales — sean n aturales, sagrados, in alien ables o cat egóricos— , ¿cóm o sabrem os cuáles son y qu é les h ace ser fun dam en tales? E l u t il it a r ism o d e Jer emy Ben t h a m Je r e m y Ben t h am (1748- 1832) n o dejaba lu gar a du das acerca de dón d e se situaba él en esta cuestión . Se burlaba de la idea de los d e­ rech os n aturales; los llam aba «un sin sen tido con zan cos». La filosofía qu e p r om ovió ten dría un a gran in fluen cia a lo largo del t iem po.To­ davía h oy sigu e t en ien d o m u ch o p od er sobre el pen sam ien t o de econ om istas, ejecu tivos de em presas, gestores pú blicos y ciudadan os com u n es. Ben t h am , filósofo m oral y reform ista legal in glés, fu n dó la d o c­ trin a del u tilitarism o. Su idea prin cipal se for m u la fácilm en te y re­ sulta in tu itivam en te con vin cen t e: el pr in cip io m ayor de la m oral con siste en m axim izar la felicidad, en m axim izar la m edida en que, una vez su m ado todo, el placer sobrepu ja al dolor. Segú n Ben th am , debe h acerse aqu ello qu e m axim ice la utilidad. Por «utilidad» en ten ­ día cu alqu ier cosa qu e prod u jese placer o felicidad y cualquiera que evitase el d olor o sufrim ien to. Llegó a ese p r in cip io sigu ien do este razon am ien to: a todos n os gob ier n an Jas sen sacion es de d olor y placer; son n uestros «am os so ­ beran os»; n os gobiern an en t od o lo qu e h acem os y determ in an ade­ más qu é d eb em os h acer; el patrón de lo qu e está bien y de lo que está m al «se ata a su tron o».2 A todos n os gusta el placer y n os disgu sta el dolor. La filosofía utilitaria r econ oce este h ech o y lo con vierte en la base de la vida m oral y política. El de m axim izar la u tilidad es un pr in cipio válido n o solo para los in dividu os, sin o tam bién para los legisladores. C u an ­ d o decid e qu é leyes o políticas deben in staurarse, un Estado debería h acer cu an to m axim izase la utilidad de: la com u n idad en su con ju n ­ to. ¿Q u é es, al fin y al cabo, un a com u n id ad ? Segú n Ben t h am , «un cu er p o ficticio» com pu esto por la su m a de los in dividu os que co m ­ pren de. Los ciu dadan os y los legisladores, pues, deberían pregun tarse lo sigu ien te: si su m am os todos los ben eficios de esta política y resta­ m os los costes, ¿producirá m ás felicidad que la altern ativa? El ar gu m en t o con qu e Ben t h am defen día el p r in cip io de qu e d eb em os m axim izar la u tilidad tom a la for m a de un a aseveración osada: n o p u ed e h aber fu n dam en to algu n o para rech azarlo.Todo ar­ gu m en t o in ora], sostien e, ha de fun darse im plícitam en te en la idea de m axim izar la felicidad. P u ede que la gen te diga qu e cree en cier­ tos deberes o derech os absolu tos, cat egór icos. Pero n o ten drá base algu n a para defen der esos deberes o derech os a n o ser que crea que respetarlos m axim iza la felicidad h um an a, al m en os a largo plazo. «Cu an d o un h om bre in ten ta com b at ir el p r in cip io de utilidad — escr ibió Ben t h am — lo h ace con razon es, sin que sea con scien te de ello, qu e derivan de ese m ism o prin cipio.» Todas las disputas m o­ rales, bien en ten didas, son en realidad desacuerdos acerca de cóm o se aplica el pr in cip io u tilitario de la m axim ización del placer y la m in im ización del dolor, 110 acerca del p r in cip io en sí. «¿Le es posible a un h om b re m over la Tier ra? — se pregun ta Ben t h am — . Sí, pero an ­ tes ha de en con trar otra Tier r a que pisar.» Y la ún ica Tier r a, la ún ica prem isa de la argu m en tación m oral,-según Ben th am , es el prin cipio de u tilidad.3 Ben th am pen saba qu e su pr in cipio de utilidad ofrecía una cien ­ cia de la m oral que podría servir de fun dam en to a la reform a política. P ropu so una serie de proyectos en cam in ados a que la política pen al fuese m ás eficaz y h um an a. U n o era el P an óptico, un a prisión con un a torre cen tral de in spección que perm itía al vigilan te observar a los reclusos sin qu e ellos lo viesen a él. Su gir ió que del Pan óptico se en cargase un a con trata privada (lo ideal sería que se le en cargase al pr opio Ben th am ), que dirigiría la prisión a cam bio de los ben eficios qu e se extrajesen del trabajo de los reclusos, que cum plirían jor n ad as de dieciséis h oras. Au n qu e el plan de Ben th am fue rech azado, podría decirse qu e iba por delan te de su tiem po. En los últim os añ os se ha visto un resu rgim ien to, al m en os en Estados Un id os y Gran Bretañ a, de la idea de en cargar la gest ión de las cárceles a em presas privadas. Redadas de mendigos O tra de las propuestas de Ben t h am con sistía en un plan para m ejorar «la gestión de la m en dicidad» m edian te la apertura de workhouses, o casas de trabajo, qu e se autoñ n an ciasen . £1 plan , qu e persegu ia la re­ d u cción de la presen cia d e m en d igos en las calles, ofrece un vivo ejem p lo de la lógica utilitaria. Ben t h am em pezaba p or señ alar que toparse con m en d igos en las calles redu ce la felicidad de los vian ­ dan tes de dos form as. A los de corazón blan do, ver un m en d igo les p r od u ce d olor p or sim patía; a los m ás duros, les causa el d olor del desagrado. D e un a form a o de la otra, toparse con m en digos reduce la utilidad qu e le cor r espon d e al pú blico en gen eral. Ben t h am pro­ pu so por ello qu e se los retirase de la calle y se los en cerrase en las casas de trabajo.4 A algu n os esto les parecerá in justo para los m en digos. Pero Ben ­ th am n o desprecia la utilidad qu e les correspon de a los propios m en ­ digos. R e co n o ce qu e algu n os se sen tirían m ás felices m en d igan d o qu e en un asilo de pobres. Pero observa qu e p or cada pord iosero feliz y próspero hay m u ch os m iserables. Con clu ye qu e la su m a de las pen alidades sufridas por el pú blico en gen eral es m ayor qu e la in fe­ licidad qu e pu edan sen tir los m en d igos obligados a per m an ecer en la casa de trabajo.5 A algu n os podría in quietarles que los gastos de con stru cción y m an ten im ien to de esos asilos de pobres recayesen en los con tribuyen ­ tes, 1o que reduciría su felicidad y, por lo tanto, la utilidad que les co ­ rrespon diese. Pero Ben t h am propu so un a m an era de que su plan de gestión de la m en dicidad se autofin an ciara por com pleto. Cu alqu ier ciu dadan o qu e se en con trase con un m en digo estaría au tor izado a pren derlo y llevarlo a la casa de trabajo m ás cercan o. Un a vez en cerra­ do allí, el m en digo tendría que trabajar para pagar su m an uten ción , qu e se apun taría en una «cuen ta de au toliberación ». En la cuen ta se in cluirían la com ida, el vestido, la cam a, la aten ción m édica y una p ó­ liza de un seguro de vida, p or si el m en digo m oría an tes de qu e la cuen ta estuviese pagada. Para in cen tivar a los ciu dadan os a pren der m en digos y en tregarlos a la casa de trabajo, Ben th am propuso que se les recom pen sase con vein te ch elines por pren dim ien to, que se sum a­ rían, claro está, a la cuen ta pen dien te del m en digo.6 Ben t h am aplicó tam bién la lógica utilitaria al alojam ien to den ­ tro del asilo, con la in ten ción de m in im izar las in com od idad es que su friesen los in tern os por culpa de sus vecin os: «Al lado de cada cla­ se qu e pu eda causar algún in con ven ien te, in stálese una clase qu e no esté en con d icion es de percibir ese in con ven ien te». Asi, p or éjem plo, «ju n to a los lu n áticos fu riosos o las person as de con versación torren ­ cial se in stalará a los sordos y m u dos. [...] Ju n t o a las prostitutas y m u jeres de costu m bres licen ciosas, se in stalará a m ujeres en tradas en añ os». En cu an to a «qu ien es pad ezcan d efor m id ad es qu e h or r or i­ cen », pr opon ía qu e se los alojase con los ciegos.7 P or cruel qu e pu eda parecer la propuesta de Ben th am , su fin ali­ dad n o era pun itiva. Solo se persegu ía fom en tar el bien estar gen eral r esolvien d o un pr ob lem a qu e dism in u ía la u tilid ad social. N o se ad op t ó n un ca el plan de gest ión de la m en dicidad , pero el espíritu u tilitario qu e lo in form aba sigue vivo y bien activo hoy en día. An tes de exp on er algu n os ejem plos actuales de pen sam ien to utilitario, cabe pregun tarse si la filosofía de Ben t h am es criticable, y si lo es, basán ­ dose en qué. P r im e r a o b je c ió n : L o s d e r e c h o s in d iv id u a l e s El pu n t o débil m ás clam oroso del utilitarism o, sostien en m u ch os, es su falta de respéto a los d erech os in dividuales. C o m o solo le p r eo­ cupa la su m a de la satisfacción , pu ed e n o ten er m iram ien tos con los in dividu os. Para el utilitarista, los in dividu os son im portan tes, pero solo en el sen tido de que las preferen cias de cada u n o deben con tar ju n t o con las de todos los dem ás. Pero esto sign ifica que la lógica u tilitaria, si se aplica coh eren tem en te, refren da m an eras de tratar a las person as qu e violan n orm as de decen cia y respeto que creem os fun ­ dam en tales, com o ilustran los casos siguien tes. Echar cristianos a los Icones En la an tigua R o m a ech aban cristian os a los leon es en el C oliseo para divertir a la m u ch edu m bre. Im agin e el correspon dien te cálculo u t ilitar io: sí, los cristian os sien ten un d olor espan t oso cu an d o los leon es los m uerden y devoran ; pero ten ga en cuen ta el éxtasis colec­ tivo de los vociferan tes espectadores que abarrotan el Coliseo. Si hay su ficien tes rom an os qu e sacan su ficien te placer del violen t o espec­ tácu lo, ¿h ay algu n a razón p or la qu e un utilitarista pu eda con d e­ n arlo? Al utilitarista quizá le pr eocu pe qu e sem ejan tes ju e go s en du rez­ can las costum bres y alim en ten m ás violen cia en las calles de R o m a; o qu e creen pavor en tre qu ien es algun a vez pu dieran ser víctim as a qu e tam bién se los arroje a los leon es. Si estas con secu en cias fuesen lo bastan te m alas, sería con cebible que sobrepujasen el placer que proporcion an los ju e go s y le diesen al utilitarista una razón para pr o­ h ibirlos. Pero si esos cálculos son la ún ica razón para im pedir que se som et a a los cristian os a un a m u er te violen ta qu e sirva de esp ec­ táculo, ¿n o se pierde algo m oralm en te im portan te? ¿Está justificada la tortura en alguna ocasión? U n a cuestión parecida su rge en los debates actuales acerca de si la tortura está ju stificada en los in terrogatorios de presun tos terroristas. P ien se en una b om b a qu e va a estallar a cierta h ora. Im agin e qu e u sted es el je fe de la ram a local de la CIA . Capt u ra a un presu n to terrorista; u sted cree qu e tien e in form ación acerca de un dispositivo n uclear qu e estallará en M an h attan ese m ism o día. U st ed sospech a in clu so que es él quien ha pu esto la bom ba. El reloj corre, y se n iega a adm itir que es un terrorista o a decir dón de está la bom ba. ¿Estaría bien tortu rarlo h asta qu e diga d ón d e está la b om b a y cóm o se la desactiva? El ar gu m en to a favor de que se le torture parte de un cálcu lo u tilitario. La tortu ra causa d o lo r en el sospech oso, lo qu e r edu ce m u ch o su felicidad o la utilidad de que disfruta. Pero m iles de vidas in ocen tes se perderán si estalla la bom ba. P or lo tanto, con un fun da­ m en to utilitario, podría argu m en tarse qu e está m oralm en te ju st ifica­ do in fligir un d olor in ten so a una person a si con ello se evitan m u er­ tes y su frim ien tos de una m agn itu d gigan tesca. El ar gu m en to del ex vicepresiden te Rich ar d Ch en ey de que las severas técn icas de in te­ r r ogator io a qu e se som et ió a presun tos terroristas de al-Q aed a sir­ vieron para qu e n o h u biese otro ataque terrorista en Estados Un idos se basa en esa lógica utilitaria. N o quiere decir que los utilitaristas hayan de ser n ecesariam en ­ te partidarios de la tortura. Algu n os utilitaristas se op on en a la tortu ­ ra p or razon es prácticas. Sost ien en qu e rara vez fu n cion a, pues la in for m ación son sacad a coactivam en te n o suele ser de fiar. Por lo tan to, se causa dolor, pero la com u n idad n o está más segura por ello: n o au m en ta la utilidad colectiva de que disfruta. O les in quieta que, si el país practica la tortura, se trate peor a sus soldados cu an d o'cai­ gan pr ision eros. Esta con secu en cia podría r edu cir la utilidad total asociada a n uestro uso de la tortura, una vez ten idas en cuen ta todas las circun stan cias. Estas con sid eracion es prácticas pu eden estar o n o estar en lo cierto, pero com o razon es para opon er se a la tortura son del t odo com patibles con el pen sam ien to utilitario. N o aseveran que torturar a un ser h u m an o esté in trín secam en te m al, sin o solo qu e practicar la tortura ten drá con secu en cias in deseadas que, en con ju n to, harán más mal qu e bien . Algu n os rech azan la tortura por prin cipio. Cr een que viola los d er ech os h u m an os y n o respeta la dign idad in trín seca de los seres h u m an os. Su argu m en to en con tra de la tortura n o depen d e de con ­ sid er acion es u tilitarias. Sost ien en qu e el fu n dam en t o m oral de los derech os h u m an os y la dign idad h um an a va m ás allá de la utilidad. Si tien en razón , la filosofía de Ben t h am es errón ea. En aparien cia, la h istoria de la bom ba con t em porizador apoya la postura de Ben th am . El n úm ero parece m arcar un a diferen cia m o­ ral. U n a cosa es aceptar la m u er te de tres h om bres en un bot e por n o m atar a un in ocen te gr u m et e a san gre fría. Pero ¿y si están en peligr o m iles de vidas in ocen tes, com o en la h istoria de la bom ba con t em porizad or? ;Y si fuesen cien tos de m iles? El utilitarista ar gu ­ m en taría que, llegadas las cosas a cierto pun to, hasta al m ás ardien te defen sor de los derech os h u m an os le costaría m u ch o insistir en que es preferible m or alm en te dejar qu e m uera un gran n ú m ero de in o­ cen tes a torturar a un solo sospech oso de ser terrorista, au n qu e quizá sepa dón d e han pu esto la bom ba. Sin em bargo, com o pu esta a pru eba de la m an era utilitaria de razon ar m oralm en te, el caso de la b om b a con t em por izad or con d u ­ ce a error. Su in ten ción es m ostrar qu e el n ú m ero cu en ta: si el de vidas qu e está en peligro es su ficien tem en te gran de, deberíam os es­ tar d ispu est os a dejar a un lado n uestros escr ú pu los relativos a la d ign idad y a los d er ech os.Y si eso es verdad, la m oralidad con siste, despu és de todo, en calcular costes y ben eficios. Pero el ejem p lo de la t or t u r a n o m u estra q u e la per sp ect iva de salvar m u ch as vidas ju st ifiq u e in fligir un gran d o lo r a un solo in ocen te. R ecu ér d ese qu e la per son a a la qu e se tor t u r a para salvar todas esas vidas es un pr esu n t o t er ror ist a, in clu so el q u e cr eem os qu e h a p u est o la b om b a. La fu erza m or al del ar gu m en t o a favor de q u e se le t or t u r e d ep en d e en m u y bu en a m ed id a de qu e se su p o n ga qu e es, de u n a for m a u ot r a, respon sable de la sit u ación p eligr osa con la qu e qu er em os acabar. O si n o es respon sable de esa b om b a, su p on gam os qu e ha com et id o ot r os actos t er ribles por los q u e se m er ezca qu e se le trate con sever id ad . Las in t u icion es m or ales p er t in en t es en el caso de la b om b a con t em p or izad or n o so lo se refieren a los costes y b en eficios, sin o t am bién a la idea n o u tilitaria de qu e los t er ror ist as son m align os y m er ecen qu e se los cast igu e. Lo verem os más claram en te si m od ificam os el ejem p lo para eli­ m in ar toda traza de presun ta culpabilidad. Su p on gam os qu e Ja ún ica for m a de in du cir al terrorista a h ablar es torturar a un a h ija de corta edad, qu e n o sabe n ada de las fun estas actividades de su padre. ¿Sería m or alm en t e per m isible? Sospech o que ni siqu iera un en d u r ecid o u tilitarista per m an ecer ía im pasible an te un a idea así. Pero esta ver­ sión del ejem p lo de la tortura pon e a pru eba de form a más fidedign a el p r in cip io utilitario. D eja aparte la in tu ición de qu e el terrorista m er ece ser castigado en cu alqu ier caso (sea cual sea la valiosa in for­ m ación qu e esp er am os obten er) y n os fuerza a evaluar el cálcu lo u tilitario en sí m ism o. La dudad de lafelicidad La segu n da versión del ejem plo de la tortura (la qu e in cluye a la hija in ocen te) trae a la m en te un cu en t o de U r su la K. Le Guin , «Los que an dan do se m arch aban de O rn elas», que habla de una ciudad, O rn e­ las, don d e im peran la felicidad y las celebracion es públicas, un lugar sin reyes ni esclavos, sin pu blicidad ni Bolsa de Valores, sin bom bas atóm icas. Por si este lu gar n os parece dem asiado irreal para que si­ qu iera p od am os im agin arlo, la autora añ ade algo más: «En un sótan o de algu n o de los bellos edificios pú blicos de O rn elas, o quizá en los b ajos de u n a de sus espaciosas vivien das, h ay un a h abitación . La pu er ta está cerrada a cal y can to. N o tien e ven tan as».Y en esa h abi­ t ación h ay un n iñ o qu e pad ece un a d eficien cia m en tal, qu e está desn u trido, aban don ado.Vive sus días en la m iseria más pen osa. Todos saben que existe, todos en Ornelas lo saben. [...] Todos saben que tiene que existir. [...] Todos saben que su felicidad, la belle­ za de su ciudad, la ternura de sus amistades, la salud de sus hijos, [...] hasta la abundancia de sus cosechas y el amable clima de sus cielos, dependen por completo de la abominable miseria del niño. [...] Qué bueno sería, realmente, que se sacase al niño del abyecto lugar donde vive y se le llevase a la luz del día y se le lavase y alimentase y confor­ tase; pero si se hiciese, a esa misma hora de ese mismo día, toda la prosperidad y belleza y delicia de Ornelas se ajaría y destruiría. La condición es esa.* ¿Es m oralm en te aceptable tal con d ición ? La prim era objeción al u tilitarism o de Ben t h am , la que apela a los derech os h um an os fun ­ dam en tales, dice qu e n o, in clu so si gracias a ella existe una ciu dad feliz, Estaría m al violar los derech os del n iñ o in ocen te, au n qu e fuese p or la felicidad de la m ultitud. Seg u n d a o b je c ió n : U n a u n id a d c o m ú n d e va lo r El utilitarism o dice ofrecer un a cien cia de la m oral basada en m edir, agregar y calcu lar la felicidad. Sopesa las preferen cias sin ju zgarlas. Las preferen cias de todos cuen tan por igual. En este espíritu reacio a en ju iciar reside gran parte de su atractivo.Y su prom esa de h acer de la elección m oral una cien cia in form a en buen a m edida los razon a­ m ien tos econ óm icos de hoy. Pero para agregar preferen cias hay que m edirlas con una m ism a escala. La utilidad, tal y co m o la en u n ció Ben t h am , ofrece tal u n idad com ú n de valor. Sin em bargo, ¿es posible traducir todos los bien es m orales a una sola u n id ad de valor sin perder algo en la t radu cción ? La segu n da ob jeción al u tilitarism o duda de tal posibilidad. Segú n esta ob jeción , con una un idad com ú n de valor n o se captan todos los valores. Para explorarla pen sem os en cóm o se aplica la lógica utilitaria en el análisis de costes y ben eficios, un a form a de tom ar decision es a la qu e recurren a m en u d o los gob ier n os y las gran des em presas. El an álisis de costes y b en eficios in ten ta aportar r acion alidad y r igor cu an do hay qu e tom ar decision es sociales com plejas; para ello tradu ­ ce todos los costes y ben eficios a un valor m on etario, y en ton ces los com para. Los beneficios del cáncer de pulmón La tabaquera Ph ilip M or r is h ace un buen n egocio en la R ep ú b lica Ch eca, don d e fu m ar cigar r illos sigu e sien do popu lar y aún resulta socialm en te aceptable. P r eocu pad o por los crecien tes costes san ita­ rios del tabaqu ism o, el go b ier n o ch eco pen só n o h ace m u ch o en su bir los im pu estos a los cigarrillos. C o n la esperan za de librarse de la subida de im pu estos, Ph ilip M or r is en cargó un análisis de los cos­ tes y ben eficios de! tabaco en los presu pu estos del Estado ch eco. El estu dio con clu yó que el Estado in gresaba gracias al tabaquism o más de lo qu e gasta p or él. La razón : au n qu e el gasto m édico de los fu­ m adores a cargo del presu pu esto es m ayor m ien tras viven , se m ueren an tes, y así le ah orran al Est ad o una su m a con siderable en aten ción san itaria, pen sion es y residen cias de an cian os. Segú n el estudio, en cu an t o se ten ían en cu en ta los «efectos positivos» del tabaqu ism o, in clu idos los im pu estos sobre los cigarrillos y el ah orro gracias a las m u er tes prem atu ras de fu m ad or es, resultaba qu e el Tesoro gan aba 147 m illon es de dólares n etos al añ o.9 El an álisis de costes y ben eficios resultó ser un desastre para las relacion es pú blicas de Ph ilip M or r is. «Las tabaqueras n egaban an tes q u e los cigar r illos m atasen — escr ib ió un com en t arist a— . Ah ora alardean de qu e lo h acen .»KI U n gr u p o con tr ar io al tabaco pu blicó un an u n cio en los p er iód icos don d e se veía el pie de un cadáver en el d ep ósito de cadáveres con un a etiqu eta atada al dedo gor do que m arcaba un precio de 1.227 dólares, la can tidad que se ah orraba el Est ad o ch eco con cada m u er te relacion ada con el tabaco. An te la in dign ación despertada y el r idícu lo pú blico, el director ejecu tivo de Ph ilip M or r is se discu lpó dicien do qu e el estu dio exh ibía «un abso­ luto e in aceptable desprecio por los valores h u m an os básicos»." H abrá qu ien es digan qu e el estu dio de Ph ilip M or r is sobre el t abaqu ism o ilustra la in sen satez m oral del análisis de costes y ben efi­ cios y del m od o utilitarista de pen sar im plícito en él. Con sid er ar las m u ertes por cán cer de pu lm ón un ch ollo para la lín ea de resultados exh ibe un in sen sible desprecio por la vida h um an a. Cu alqu ier p olí­ tica relativa al tabaquism o que pu eda defen derse m oralm en te ha de ten er en cuen ta n o solo las repercu sion es fiscales, sin o tam bién las con secu en cias para la salud pública y el bien estar h um an o. Sin em bargo, un utilitarista n o n egaría la pertin en cia de con se­ cuen cias más am plias: el d olor y el sufrim ien to, la pen a de las fam i­ lias, la pérdida de vidas. Ben th am in ven tó la n oción de utilidad pre­ cisam en te para captar en un a sola escala la disparidad de las cosas qu e n os in teresan , en tre ellas el valor de la vida h um an a. A un b en th am ista n o le parecerá que el estu dio sobre el tabaquism o sirva para p on er en en tred ich o los pr in cipios utilitaristas; dirá solam en te que los aplicó m al. U n análisis más com plet o de costes y ben eficios añ a­ diría al cálcu lo m oral una can tidad qu e represen tase el coste de una m u erte prem atura para el fu m ad or y su fam ilia, y lo com pararía con el ah or r o qu e esa m u erte an tes de hor¿. su pon dría para el Estado. Est o n os devu elve a la cuestión de si todos los valores se pueden traducir a un valor m on etario. Algun as version es del análisis de cos­ tes y ben eficios in ten tan un a traducción así, hasta el pu n to de qu e le pon en un valor en dólares a la vida h u m an a.Veam os dos u sos del an álisis de costes y ben eficios qu e causaron in dign ación , n o porqu e n o calculasen el valor de la vida h um an a, sin o porqu e lo h icieron . Los depósitos de gasolina explosivos En los añ os seten ta, el Ford P in to fu e u n o de los coch es pequ eñ os m ás ven didos en Estados U n id os. Por desgracia, su depósito de gaso­ lina ten día a explot ar cu an d o otr o coch e ch ocaba con él por atrás. M u r ier on más de quin ien tas person as al estallar sus coch es en llam as, y m u ch os m ás sufrieron qu em adu ras graves. Cu an d o u n o de estos se qu er elló con tra la Ford M ot or Com p an y p or ese diseñ o deficien te, se su po qu e a los in gen ieros de la Ford n o se les h abía escapado qu e el d epósito de gasolin a su pon ía un peligro. Sin em bargo, los ejecu t i­ vos de la com pañ ía h abían realizado un análisis de costes y b en efi­ cios, y con él determ in aron qu e los b en eficios de arreglar el proble­ m a (en vidas salvadas y qu em adu ras evitadas) n o llegaba a los on ce dólares p o r coch e qu e costaba equ ipar los con un dispositivo qu e h acía qu e el d ep ósito fuese seguro. Para calcular los ben eficios qu e se obten drían de un depósito de gasolin a m ás seguro, Ford estim ó qu e habría 180 m u ertos y 180 qu e­ m ados si n o se h acían las m od ificacion es. P u so en ton ces u n valor m on et ar io a cada vida perdida y qu em adu ra sufrida: 200.000 dólares p or vida y 6 7.000 por las qu em adu ras. Su m ó a estas can tidades el n ú m ero y el valor de los Pin to qu e probablem en te arderían , y calculó qu e el b en eficio total de la m ejora de la segu ridad sería de 49,5 m i­ llon es de dólares. Pero el coste de instalar un aparato de on ce dólares a doce millon es y m edio de veh ículos ascendía a 137,5 millones de d ó ­ lares. El fabrican te, pues, llegó a la con clusión de qu e el coste de arre­ glar los d ep ósitos de gasolin a n o estaba com pen sad o por el ben eficio qu e reportaban un os coch es m ás segu r os.12 El ju r ad o se in dign ó cu an do su po del estudio. Con ced ió al q u e­ rellante dos m illon es y m ed io de dólares de in dem n ización com p en ­ satoria y 125 m illon es adicion ales por lo repren sible dé la in fracción (la can tidad se redu jo despu és a tres m illon es y m e d io).13 P u ede que el ju r ad o creyese qu e n o estaba bien que un a gran em presa asign a­ se un valor m o n e t ar io a la vida h u m an a, o qu izá pen só qu e los 200.000 dólares se quedaban muy, m u y cortos. Ford n o h abía llega­ do a esta cifra por sí m ism a. La h abía sacado de un organ ism o del Estado. A pr in cipios de los añ os seten ta, la Adm in istración N acion al de Segu ridad del Tráfico en Carretera de Estados U n id os había calcu ­ lado el coste de un a m u erte en acciden te de tráfico. Con t an d o las futuras pérdidas de pr od u ct ividad, los costes m édicos, el coste del en tierro y los su frim ien tos de la víctim a, llegó a esa cifra de 200.000 dólares p o r fallecim ien to. Si la ob jeción del ju r ad o h ubiera sido al m on t o de din ero pero n o al prin cipio, un utilitarista podría h aber coin cidid o con él. Pocos escoger ían m o r ir en un accid en te de tráfico p or 200.000 dólares. A la m ayoría le gu sta vivir. Para m edir el efecto com plet o que tiene en la u tilidad un a m u erte en acciden te de tráfico h abría qu e in cluir la pérdida de la felicidad futura de la víctim a, n o solo los in gresos qu e n o se percibirán y el coste del fun eral. ¿Cu ál, pues, sería un a valoración de un a vida h u m an a en dólares más fidedign a? Rebajas por vejez Cu an d o la Agen cia de P rotección M edioam bien tal de Estados U n i­ dos, la EP A, in ten tó r espon d er esa pregu n ta tam bién se su scitó la in dign ación , pero p or otro m otivo. En 2003 presen tó un análisis de costes y ben eficios de las n uevas n orm as con tra la con tam in ación del aire. Asign ó un valor m ás gen er oso a la vida h um an a que la Ford, pero con un m atiz relativo a la edad: 3,7 m illon es de dólares por vida salvada gracias a un aire m ás lim pio, salvo para los qu e tenían más de seten ta añ os, cuyas vidas se valoraban en 2,3 m illon es. Tras esas valo­ racion es diferen tes se escon día un a n oción utilitarista: salvar la vida de un a person a de edad produ ce m en os utilidad que salvar la de al­ gu ien m ás jov en (al joven le qu eda m ás por vivir y, por tanto, más felicidad que disfrutar). Q u ien es se pon ían de parte de los an cian os n o lo veían así. Cr it icaron el «descu en to que se h acía a los ciu dada­ n os m ayores» y sostuvieron qu e la Adm in istración n o debía asign ar m ás valor a las vidas de los jóven es qu e a las de los viejos. An te las protestas, la EPA r en u n ció en segu ida al d escu en t o y retiró el in ­ for m e.1'1 Los críticos del u tilitarism o presen tan estos casos com o prueba de qu e el an álisis de costes y ben eficios va mal en cam in ado y de que asign ar un valor m on et ar io a la vida h u m an a es obtuso. Los qu e de­ fien den el an álisis de costes y ben eficios discrepan . Arguyen qu e m u ­ ch as decision es sociales im plícitam en te in tercam bian algún n úm ero de vidas h um an as por otros bien es y ventajas. La vida h um an a tiene su precio, rem ach an , se quiera adm itirlo o no. Por ejem plo, el uso del au t om óvil se cobra un predecible t ribu ­ to en vidas h um an as, más de cuaren ta mil m uertes al añ o en Estados Un id os, pero ello n o h ace qu e prescin dam os, com o sociedad, de los coch es. En realidad, ni siquiera n os lleva a reducir el lím ite de velo­ cidad. D u ran te la crisis del petróleo de 1974, el Con gr eso de Estados U n id o s im pu so un lím ite n acion al de velocidad de 55 m illas por h ora, u n os 90 kilóm etros por h ora. Au n qu e el objetivo era ah orrar en ergía, una con secu en cia de esa redu cción de la velocidad m áxim a fue un n úm ero m en or de fallecidos en acciden tes de tráfico. En la década de 1980 el Con gr eso elim in ó la restricción ; la m a­ yoría de los estados su bió el lím ite hasta las 65 millas p or h ora. Los con du ctores gan aron tiem po, pero h u bo más fallecidos en acciden tes de tráfico. Por en ton ces n o se h izo un análisis de costes y ben eficios para determ in ar si los ben eficios de con du cir más deprisa com p en ­ saban el coste en vidas, pero añ os má:; carde dos econ om istas h icie­ ron los n ú m eros. Tom aron en cu en ta un b en eficio de un lím ite de velocid ad m ás alto, el traslado m ás rápido de casa al trabajo y del trabajo a casa, calcularon el ben eficio que su pon ía ese t iem po qu e se gan aba (valorado con for m e a un salario m edio de 20 dólares la hora) y lo dividieron p or el n úm ero adicion al de m uertes. D escu br ier on qu e, por el provech o de con d u cir m ás deprisa, los estadou n iden ses estaban valor an do de h ech o la vida h u m an a en 1,54 m illon es de dólares por vida. Eso era lo que se gan aba econ óm icam en t e, por fa­ llecido, al con d u cir diez millas p or h ora m ás d ep r isa.10 Los partidarios del análisis de costes y ben eficios señ alan qu e al con d u cir a 65 m illas por h ora en vez de a 55 valoram os im plícita­ m en te la vida h u m an a en 1,54 m illon es de dólares, m u ch o m en os qu e los seis m illon es por vida qu e los or gan ism os gu bern am en tales de Estados U n id os suelen usar cu an do dictan n orm as sobre la polu ­ ción y reglas san itarias o de seguridad. En t on ces, ¿por qu é n o se dice explícitam en te? Si prescin dir de ciertos n iveles de segu ridad a cam ­ bio de ciertos b en eficios y ven tajas es in evitable, m an tien en , d eb e­ ríam os h acerlo con los ojos bien abier tos y com par ar los costes y ben eficios de m an era tan sistem ática com o sea posible, in cluso si así se le pon e un precio a la vida h um an a. Los utilitaristas ven n uestra ren uen cia a darle un valor m on et a­ r io a la vida h u m an a com o un im pu lso qu e hay que ven cer, un tabú qu e n o deja pen sar con claridad y estorba la tom a racion al de d eci­ sion es en la esfera pública. Para qu ien es critican el utilitarism o, en cam bio, la ren u en cia in dica algo de m ayor im portan cia: qu e n o es posible m ed ir y com par ar todos los valores y bien es con un a sola escala. Pagar para que sufras N o salta a la vista cóm o pueda resolverse esta disputa, pero hay cien ­ tíficos sociales con m en talidad em pír ica qu e lo han in ten tado. Ed w ard Th or n d ik e, psicólogo social, in ten tó probar en los añ os treinta la prem isa utilitarista: que es posible traducir n uestros deseos y aver­ sion es, en aparien cia dispares, a una sola un idad de placer y dolor. Realizó una en cuesta con perceptores jóv en es de subsidios pú blicos en la qu e les pregun taba cu án to h abría qu e pagarles para qu e pasasen p or ciertas experien cias. Por ejem plo: «¿Cu án t o h abría qu e pagarle para que dejase que le extrajeran una de: las paletas de arriba?». «¿Y para que dejara qu e le cortasen el ded o pequ eñ o de un pie?» «¿Y para que se com iese una lom briz viva de quin ce cen tím etros de largo?» «¿Y pa­ ra qu e m atase con sus propias m an os a un gato callejero?» «¿Y para qu e viviese el resto de su vida en una gran ja de Kan sas, a diez millas de la población m ás cercan a?»,(> ¿Por cuál de estas experien cias cree que habría qu e pagar más y por cuál m en os? Esta es la lista de precios según la en cuesta (en d ó­ lares de 1937): El diente El dedo La lombriz El gato Kansas 4.500 dólares 57.000 dólares 100.000 dólares 10.000 dólares 300.000 dólares Th or n d ik e creía que estos resultados respaldaban la idea de qu e todos los bien es se pu eden m edir y com par ar con una sola escala. «Cu alqu ier caren cia o satisfacción que pu eda existir, existe en algun a can tidad y es, por lo tan to, m en su rable — escr ibió— . La vida de un perro, de un gato, de una gallina [...] en m u y buen a m edida con siste en , y vien e determ in ada por, apetitos, ansias y deseos, y su gratifica­ ción . [...] Lo m ism o ocu r re con la vida del h om bre, solo qu e sus apetitos y deseos son m ás n um erosos, sutiles y com plicad os.»17 Pero lo estrafalaria que resulta la lista de precios de Th or n d ik e da a en ten der qu e tales com par acion es son absurdas. ¿P odem os real­ m en te con clu ir qu e los en cu estados con sideraban la perspectiva de pasarse toda la vida en una gran ja de Kansas tres veces más desagra­ dable que com er se una lom briz, o difieren am bas exper ien cias de m od o tal qu e n o es posible una com par ación qu e ten ga sen tido? Th or n d ik e r econ ocía que un tercio de los en cu estados afir m ó qu e p or n in gun a sum a querrían vivir esas experien cias, lo qu e h acía p en ­ sar qu e las con sideraban «in m en surablem en te repu gn an tes».'8 Las chicas de St. A tine Q u izá n o haya un ar gu m en to que, de una vez por todas, establezca o refu te qu e t od os los bien es m orales se pu eden traducir, sin que se pierda n ada, a un a sola m edida de valor. Pero un n uevo ejem plo re­ du n da en lo du d oso de tal posibilidad. En los añ os seten ta, cu an do h acía mi doctorado en O xfor d , ha­ bía colegios m ayores para h om bres y colegios m ayores para m ujeres. Los de m u jeres ten ían reglas de con d u ct a in tern a que proh ibían que un h om bre pasase la n och e en las h abitacion es de ellas. R ar a vez se h acían cu m p lir estas reglas, qu e eran fáciles de saltar, o eso m e d e ­ cían . A la m ayor parte de los en cargados de los colegios n o les pare­ cía que fuera un a obligación suya h acer qu e se respetasen las ideas tradicion ales en lo con cern ien t e a la m oral sexu al. Cad a vez h abía m ás presion es para qu e se relajasen las n orm as. El asun to se debatió en el St. A n n e’s College, u n o de los colegios solo fem en in os. Algu n as de las m u jeres del claustro más en tradas en añ os eran tradicion alistas. Se opon ían a per m it ir in vitados m ascu lin os por las razones m orales que cabría esperar; era in moral, pen saban , que las jó ­ ven es solteras pasasen la n och e con h om bres. Pero los tiem pos h a­ bían cam biado, y a las tradicion alistas les daba reparo con fesar las verdaderas razon es de su op osición , así que las tradujeron a m otivos utilitarios. «Si los h om bres pasan la n och e en el colegio — argüían — , los costes crecerán para este.» ¿Por qu é?, se pregun tará. «Pues porqu e querrán bañ arse, así que se usará más agua calien te.» Adem ás, razon a­ ban , «ten drem os qu e cam biar los colch on es más a m en udo». Los reform istas con trarrestaron los argu m en tos de las tradicio­ nalistas con un com pr om iso: cada m u jer solo podía ten er por sem a­ na tres in vitados qu e pasasen allí la n och e, con tal, eso sí, de que cada u n o pagase cin cu en ta pen iqu es por n och e para cu b r ir el coste que ello su pon dría para el colegio. Al día siguien te, el Guardian titulaba: «Las ch icas de St. Arm e, por cin cuen ta, pen iqu es la n och e». El len ­ gu aje de la virtu d n o se h abía dejado traducir m uy bien que se diga al len gu aje de la utilidad. P oco después se suprim irían por com pleto las reglas de con d u ct a in tern a, y con ellas la tasa. J o h n St u a k t M il l H em os visto dos ob jecion es al pr in cip io de Ben th am de la «m ayor felicidad»: que n o da im portan cia su ficien te a la dign idad h um an a y a los derech os in dividu ales, y que se equ ivoca al redu cir cu alqu ier aspecto qu e ten ga im por tan cia m oral a un a sola escala de placer y dolor. ¿Son con vin cen tes? Jo h n Stu art Mili (1806- 1873) creía qu e ten ían réplica. D e una gen eración post er ior a la de Ben th am . in ten tó salvar el utilitarism o r efor m u lán d olo de m od o qu e resultara m ás h um an o, m en os calcula­ dor. Era h ijo de Jam es M ili, am igo y discípu lo de Ben t h am . jam es Mill ed u có en casa a su h ijo, qu e se con virtió en u n n iñ o prodigio. Est u d ió gr ie go a los tres añ os y latín a los och o. A los on ce escribió un a h istoria del derech o rom an o. A lo:; vein te su frió un a crisis n er­ viosa qu e le dejaría con depresión duran te añ os. P oco después con o ­ ció a H ar r iet Taylor; au n qu e por en ton ces era u n a m u jer casada y con dos h ijos, se h icieron am igos ín tim os. Cu an d o el m arido m u rió vein te añ os despu és, se casaron . M ill decía que, en la revisión de la d octrin a de Ben t h am , n o tuvo m ejor com pañ er o in telectual y cola­ b or ad or qu e ella. El argumento a favor de la libertad Cab e leer las obras de M ill com o un esforzado in ten to de recon ciliar los derech os in dividuales con la filosoíía utilitaria que h eredó de su padre y ad op t ó de Ben th am . Su libro Sobre la libertad (1859) ofrece la defen sa p o r excelen cia en el m u n do an glófon o de la libertad in divi­ dual. Su p r in cip io esen cial reza qu e las person as deberían ser libres de h acer lo qu e qu ieran con tal de qu e n o p eiju d iqu en a otros. El Est ad o n o debe in terferir en la libertad in dividu al para pr ot eger a un a person a de sí m ism a o para im pon er la qu e la m ayoría crea que es la m ejor m an era de vivir. Los ú n icos actos por los qu e una per so­ na ha de ren dir cuen tas a la sociedad, sostien e M ili, son los qu e afec­ tan a otros. M ien tras n o p eiju d iq u e a n adie más, m i «in depen den cia es, de derech o, absoluta. Sobre sí m ism o, sobre su cu er p o y su m en te, el in dividu o es sob er an o».19 Esta form u lación sin reserva alguna de los derech os in dividuales parece que requiere para su ju stificación algo más fuerte qu e la utili­ dad. Pién sese en lo que sigue: supon gam os qu e una gran m ayoría des­ precia a un a pequ eñ a religión y quiere que sea proh ibida. ¿N o es p o­ sible, probable in cluso, que proh ibir esa religión produzca la m ayor felicidad para el m ayor n úm ero de person as? Es cierto que la m in oría víctim a de la proh ibición caerá en la infelicidad y la frustración ; pero si la mayoría es suficien tem en te gran de y suficien tem en te apasion ada en su aversión a los h erejes, su felicidad colectiva sobrepujará el sufri­ m ien to de estos. Si puede darse una situación así, parecerá que la uti­ lidad es un fu n dam en to de la libertad religiosa m ovedizo y p oco de fiar. Da la im presión de que el prin cipio de libertad de Mili n ecesita una base m oral más recia que el prin cipio de utilidad de Ben th am . Mili n o lo creía. R ecalca qu e la defen sa de la libertad in dividual depen d e por com p let o de con sideracion es utilitarias: «Es apropiado qu e se diga qu e prescin do de toda ventaja para mi ar gu m en t o que pudiera derivarse de la idea de der ech o abstracto, con ceb id o com o in depen dien te de la utilidad. Con sid er o que la utilidad es la in stancia decisiva en todas las cu estion es éticas; pero ha de ser utilidad en el sen tido más vasto, fu n dam en t ado en los in tereses per m an en tes del h om bre en cu an to ser capaz de progresar».20 Mili pien sa qu e debem os m axim izar la utilidad, n o caso a caso, sin o a largo plazo.Y con el tiem po, sostien e, respetar la libertad in di­ vidual con du cirá a la m ayor felicidad h um an a. P erm itir qu e la m ayo­ ría acalle a los disiden tes o cen sure a los librepen sadores quizá m axim izaría la u tilidad hoy, pero h aría qu e la socied ad estu viese peor — fuese m en os feliz— a largo plazo. ¿Por qu é deb em os su pon er qu e respetar la libertad in dividual y el derech o a disen tir prom overán el bien estar de la sociedad a largo plazo? Mili da varias razon es: pu ede que resulte que el pu n to de vis­ ta disiden te cor r espon da a la verdad, o a m edia verdad, y qu e de ese m od o le sirva a la opin ión prevalecien te de correctivo.Y au n qu e n o sea así, som et er la opin ión prevalecien te a un en fren tam ien to vigo­ roso de ideas evitará qu e se pet r ifiqu e en dogm as y pr eju icios. Por ú ltim o, es probable qu e u n a sociedad que fuerza a sus m iem bros a abrazar costu m bres y con ven cion es caiga en un con for m ism o sofo­ can te y se prive de la en ergía y la vitalidad qu e in du cen la m ejora social. Las con jet u r as de M ili acerca de los saludables efectos sociales de la libertad son bastan te verosím iles, pero n o ofrecen un a base m oral con vin cen te a los derech os in dividuales p or al m en os dos ra­ zon es. La pr im er a es qu e respetar lo:; derech os in dividu ales con la finaÜdad de fom en tar el progreso social deja a los derech os sujetos a la con tin gen cia. Su p on gam os qu e en con t r am os un a socied ad qu e logra una especie de felicidad a largc plazo por m edios despóticos. ¿N o ten dría que con clu ir el utilitarista qu e en una sociedad tal n o se requieren m oralm en te derech os in dividuales? La segu n da es que ba­ sar los derech os en con sideracion es utilitarias pasa por alto el sen tido en qu e violar los derech os de u n in dividu o su pon e in fligirle un mal, sea cual sea el efecto en el bien estar gen eral. Si la m ayoría persigu e a los adeptos de un a fe im popu lar, ¿n o crómete una in justicia con ellos, en cu an to in dividu os, con in depen den cia de las malas con secu en cias que. tal in toleran cia pu diese ten er para la sociedad en su con ju n t o a lo largo del tiem po? M ili tien e un a respuesta para estas dificultades, pero le lleva más allá de los con fin es de la m oral utilitaria. Forzar a una person a a vivir según las costu m bres o las con ven cion es o la opin ión prevalecien te está m al, explica M ili, porqu e le im pid e alcan zar el m ás elevado fin de la vida h u m an a, el com p let o y libre desarrollo de sus facultades h um an as. La con for m id ad , según M ili, es en em iga de la m ejor m a­ nera de vivir. Las facultades humanas de percepción, juicio, capacidad de dis­ criminación y actividad mental, e incluso las preferencias morales, se ejercitan solo cuando se elige. Quien hace algo porque es costumbre no elige. N o gana práctica ni en discernir ni en desear lo mejor. Lo mental y moral, como la fuerza muscular, mejora solo con el uso. [...] Q uien deja que el mundo, o su parte de mundo, elija su plan de vida por él, no necesita de otra facultad que la simiesca de imitar. Quien elige su plan, emplea todas sus facultades.2' M ili r econ oce que aten erse a las con ven cion es pu ede con du cir a un a per son a a un a vida satisfactoria y a m an ten er se alejada de com p or tam ien t os perjudiciales. «Pero ¿cuál será su valor com par ati­ vo com o ser h u m an o?», pregun ta. «Realm en t e im porta, n o solo los qu e los h om bres h acen , sin o qué tipo de h om bres son para qu e h a­ gan lo qu e h acen .»22 Por lo tanto, a fin de cuen tas, los actos y sus con secu en cias n o son lo ú n ico qu e im por ta.Tam bién im porta el carácter. Para M ili, la in dividu alidad im por ta m en os por el placer qu e reporta que por el carácter qu e refleja. «Aqu el cuyos deseos e im pulsos n o son suyos no tien e carácter, n o m ás qu e una m áqu in a de vapor.»23 La con tu n d en te celebr ación de la in dividu alidad qu e h ace Mili es la co n t r ib u ción m ás caract er íst ica de Sobre la libertad. P ero es tam b ién u n a for m a de h erejía. P u est o qu e apela a ideales m orales qu e van m ás allá de la u tilidad — id eales relativos al car áct er y al flo r e cim ie n t o h u m an o— , n o es r ealm en t e u n a elab or ación del p r in cip io de Ben t h am , sin o un r en u n ciar a él, au n qu e M ili diga lo con t r ar io. Placeres m ás elevados La réplica de M ili a la segun da ob jeción con tra el u tilitarism o — que r ed u ce t od os los valores a una sola escala— t am bién descan sa en ideales m orales in depen dien tes de la utilidad. En El utilitarismo (1861), un largo en sayo que escribió p oco después de Sobre la libertad, in ten ­ ta m ostrar qu e los utilitaristas pu eden distin guir los placeres m ás ele­ vados de los qu e lo son m en os. Para Ben t h am , el placer es placer y el dolor, dolor. El ú n ico fun ­ d am en t o para ju zgar qu e una exper ien cia es m ejor o peor que otra es la in ten sidad y du ración del placer o el d olor qu e pr odu ce. Los llam ados placeres elevados, o las llam adas virtu des n obles, son , sim ­ plem en te, los qu e pr od u cen un placer m ás fuerte, más prolon gado. Ben t h am n o r econ oce una distin ción cualitativa en tre los placeres. «Si la can tidad de placer es igual — escribe— , el push -pin es tan b u e­ n o com o la poesía.»24 (El push -pin era un ju e go de n iñ os que se ju ­ gaba con agujas.) Parte del atractivo del u tilitarism o de Ben t h am es qu e n o en ­ ju icie. Tom a las preferen cias de las person as com o son , sin ju zgarlas p or su valor m oral. Todas las preferen cias cu en tan p or igual. Be n ­ th am pien sa qu e es pr esu n t u oso ju z gar qu e algu n os placeres son in trín secam en te m ejores qu e otros. A u n os les gusta M ozart , a otros M ad on n a. A u n os les gu sta el ballet, a otros los bolos. U n os leen a P latón , otros Penthouse. ¿Q u ién va a decir, podr ía pr egu n tar Be n ­ th am , qu é placeres son m ás elevados, o más valiosos, o m ás n obles, qu e otros? El n egarse a distin guir un os placeles su periores de otros in fer io­ res está ligado a la creen cia de Ben t h am de que t od os los valores se pu eden m ed ir y com par ar con un a sola escala. Si las exper ien cias difieren solo en la can tidad de placer o de d olor qu e produ cen , y no lo h acen cualitativam en te, ten drá sen cido com pararlas con una sola escala. Pero algu n os critican al utilitarism o pr ecisam en te por eso: creen qu e algu n os placeres son realm en te «m ás elevados» que otros. Si hay placeres dign os y placeres viles, dicen , ¿por qué ten dría la so­ ciedad qu e dar a todas las preferen cias el m ism o peso, y n o digam os ya con siderar la sum a de tales preferen cias el m ayor bien ? . P en sem os de n uevo en los rom an os ar r ojan d o cristian os a los leon es en el Coliseo. Con t r a el san grien to espectácu lo se pu ede ob ­ jet ar qu e viola los derech os de las víctim as. Pero cabe objet ar t am ­ bién qu e n o son placeres n obles los que alim en ta, sin o perversos. ¿N o sería m ejor cam biar esas preferen cias qu e satisfacerlas? Se dice qu e los pu ritan os proh ibieron las peleas de perros con tra osos n o por el d olor que causaban a los osos, sin o por el placer que daban a los espectadores. Ech arles perros a los osos ya n o es un pasa­ tiem po popu lar, pero las peleas de perros y las de gallos sigu en con ­ servan d o u n persisten te atractivo, y en algu n os sitios las proh íben . Un a ju stificación de esas proh ibicion es es que evitan qu e se sea cruel con los an im ales. Pero qu izá reflejen tam bién un ju ic io m oral: que obten er placer de las peleas de perros es repulsivo, así qu e un a socie­ dad civilizada debe desalen tarlo. N o h ace falta ser pu ritan o para sen ­ tir algun a sim patía por ese ju icio. Ben t h am ten dría en cu en t a todas las preferen cias, fuese cual fuese su valor, al det er m in ar cuál debería ser la ley. Pero si h ubiese más gen te que asistiese a las peleas de perros que a ver cuadros de R e m bran dt, ¿debería la sociedad costear recin tos para las peleas de perros en vez de m u seos? Si algu n os placeres son viles y degradan tes, ¿por qu é han de ten er el m en or peso al decidir qu é leyes deben ad op ­ tarse? M ili in ten ta p o n er el u t ilit ar ism o a salvo de tales ob jecion es. A diferen cia de Ben t h am , M ili sí cree qu e es posible distin guir en tre placeres m ás y m en os elevados; es decir, que es posible evaluar, n o ya la can tidad o in ten sidad, sin o la calidad de. n uestros deseos. Y cree qu e pu ede distin guirlos sin basarse en n in gun a otra idea m oral que la de utilidad m ism a. Mili em pieza por m an ifestar su adh esión al credo utilitario: «Un acto está bien en la m edida en qu e tien da a prom over la felicidad y está mal en la m ed id a en qu e tien da a produ cir lo con tr ar io de la felicidad. Por felicidad se en tien de placer y au sen cia de d olor ; por in felicidad, d olor y la privación de placen). Se reafirm a adem ás en «la teoría de la vida en que esta teoría de la m oral se fun dam en ta, a sa­ ber, qu e solo el placer y el estar libre de dolor son deseables en cu an ­ to fines; y qu e t od o lo que es deseable [...] es deseable, bien por el placer qu e le es in h eren te, bien por ser un m edio para la pr om oción del placer y la preven ción del d olor ».25 Au n qu e recalqu e que solo im portan el placer y el dolor, M ili r econ oce qu e «algu n os tipos de placer son m ás deseables y valiosos qu e otros». ¿C ó m o pod em os saber qu é placeres son cualitativam en te su periores? M ili pr opon e un criterio sim ple: «D e dos placeres, si hay u n o qu e es el preferido p or t od os o casi todos los qu e h an exp er i­ m en tado los dos, sin qu e m edie sen tim ien to algun o de qu e se tien e la obligación m oral de preferirlo, ese será el más deseable».26 Este criterio tien e una clara ven taja: n o se aparta de la idea u ti­ litaria de qu e la m oralidad descan sa por com plet o y sim plem en te en n uestros verdaderos deseos. «El ú n ico in dicio que pu ede h aber de qu e algo es deseable es qu e realm en te sea deseado por la gen te», es­ cribe M ili.27 Pero com o form a de distin guir cualitativam en te en tre los placeres, este cr iter io parece vu ln erable an te un a ob jeción evi­ den te: ¿acaso n o ocu r re a m en u d o qu e preferim os los placeres cu ali­ tativam en te in feriores a los su periores? ¿N o preferim os a veces t u m ­ b arn os en el sofá y ver series de televisión a leer a Platón o ir a la ópera? ¿Y n o es posible preferir esas experien cias p oco exigen tes sin ten er que con siderarlas particu larm en te valiosas? Shakespeare contra Los Sim pson C u an d o h ablo de las ideas de M ili sobre los placeres elevados con m is alum n os p on go a pru eba un a aplicación de su criterio. Les pre­ sen to tres ejem plos de form as populares de espectáculo: un com bate de luch a libre de los organ izados p or W orld W restlin g En tertain m en t (un estriden te espectácu lo en el qu e u n os su pu estos lu ch adores se atacan con sillas plegables), un soliloqu io de Ham let in terpretado por un actor sh akespearean o y un os fragm en tos de Los Simpson. H ago a con tin u ación dos pregun tas: ¿con cuál de estas represen tacion es os lo h abéis pasado m ejor (es decir, cuál os ha parecido más placen tera) y cuál creéis qu e es la m ás elevada o valiosa? Un a y otra vez, Los Sim pson son los que obt ien en m ás votos com o los qu e más h acen disfrutar, segu idos por Sh akespeare (pocos valien tes con fiesan qu e les gu ste la luch a libre). Pero a la pregun ta de cuál de esas exper ien cias les parece cualitativam en te su per ior, un a m ayoría abru m adora de los alum n os respon de qu e Sh akespeare. El resultado de este exper im en t o pon e en aprietos al criterio de M ili. Au n qu e m u ch os alu m n os prefieren ver Los Sim pson, n o dejan p or ello de pen sar qu e un soliloqu io de Ham let ofrece un placer más elevado. Es verdad que algu n os dicen que Sh akespeare es m ejor por ­ qu e están en un aula y n o qu ieren parecer u n os filisteos. Y otros sostien en qu e Los Sim pson, con su sutil m ezcla de iron ía, h u m or y com en t ar io social, rivalizan con el arte de Sh akespeare. Pero si la m ayoría de quien es h an exper im en t ad o a los un os y al otro prefieren Los Sim pson , a M ill le h abría cost ad o con clu ir qu e Sh akespeare es cualitativam en te su perior. Y, sin em bargo, M ill n o quiere aban don ar la idea de qu e algun as form as de vida son m ás n obles qu e otras au n qu e qu ien es las viven se satisfagan m en os fácilm en te. «U n ser con facultades su periores n ece­ sita m ás para ser feliz, es capaz probablem en te de un su frim ien to más agu d o [...] qu e algu ien de un tipo in ferior; pero pese a ese lastre, n un ca qu iere de verdad h un dirse en lo qu e para él es un gr ad o in fe­ r io r de existen cia.» ¿P or qu é n o estam os dispu estos a cam biar una vida qu e in volucra n uestras facultades su per iores por un a vida de con ten t o vulgar? Mili cree qu e la razón tien e que ver con «el am or a la libertad y la in depen den cia person al», y con clu ye qu e «el n om ­ bre m ás ap r op iad o qu e cabe darle es el de sen tido de la dign idad, qu e todos los seres h u m an os poseen de un a form a u otra».28 Mili r econ oce qu e «en ocasion es, bajo la in fluen cia de las ten ta­ cion es», hasta los m ejores pospon en placeres m ás elevados por otros qu e lo son m en os. Q u ién n o cede de vez en cu an do al im pu lso de apoltron arse en el sofá para ver la tele. Pero ello n o quiere decir que n o con ozcam os la diferen cia en tre R em b r an d t y la r eposición de un a serie de televisión . M ill expon e la idea en un pasaje m em orable: «Es m ejor ser un h u m an o in satisfech o que un cer do satisfech o, es m ejor ser Sócrates in satisfech o qu e un idiota satisfech o.Y si el idiota o el cerdo son de otra op in ión , es porqu e solo con ocen su propio lado de las cosas».29 Esta expr esión de fe en el atractivo de las facultades h um an as su periores resulta con vin cen te. Pero al basarse en ella, Mill se aparta de las prem isas utilitarias. El ú n ico fu n dam en to para ju zgar qu é es n oble y qué vil ya n o son los deseos de Jacto. El patrón deriva ah ora de un ideal de la dign idad h um an a in depen dien te de n uestras n ece­ sidades y deseos. Los placeres más elevados no lo son porque los pre­ firam os; los preferim os porqu e los r econ ocem os com o m ás elevados. Ju zgam os qu e Ham iet es una gran obra de arte n o porqu e n os guste m ás qu e diversion es m en ores, sin o porqu e activa n uestras facultades su periores y n os vuelve m ás plen am eiu e h um an os. Lo qu e h ace Mili con los derech os in dividuales, vuelve a h acer­ lo con los placeres más elevados: salva el u tilitarism o de la acusación de que lo redu ce t odo a un cru d o cálculo de placeres y dolores, pero solo a costa de ech ar m an o de un ideal m oral de la dign idad h um an a y de la person alidad que n o guarda relación con la utilidad m ism a. D e los dos gran des propu gn adores del utilitarism o, M ili fue el filó­ sofo m ás h u m an o; Ben th am , el m ás coh eren te. Ben t h am m u r ió en 1832, a los och en ta y cuatro añ os. Pero si viaja a Lon dres, podrá vi­ sitarle todavía. Est ipu ló en su testam en to que se con servase, em bal­ sam ase y exh ibiese su cuerpo.Y, en efec to, podrá verlo en el Un iver ­ sity College de Lon dres, pen sativam en te sen tado en un a urn a de cristal y vestido con un traje qu e realm en te usó en vida. P oco an tes de m orir, Ben th am se h izo una pregun ta acorde con su filosofía: ¿de qu é podría servirle un m u erto a los qu e aún viven ? Llegó a la con clu sión de que, si bien un uso útil sería en tregar el cadáver para qu e se estudiase con él an atom ía, en el caso de los gran ­ des filósofos todavía sería m ejor preservar la presencia física, para que in spirase a las gen eracion es futuras de pen sadores.30 Ben th am se in ­ clu yó en esta segu n da categoría. La verdad es que la m odestia n o era u n o de los rasgos del carác­ ter de Ben th am qu e más saltase a la vista. N o solo dejó in struccion es estrictas para la con ser vación y exh ibición de su cadáver; su gir ió adem ás a sus am igos y discípu los que se reun iesen t od os los añ os «con el p r op ósit o de con m em or ar al fu n dador del m ayor sistem a m oral y legislativo basado en la felicidad», y que, cu an do lo h iciesen , sacasen a Ben th am para la ocasión .31 Su s adm iradores cu m p lier on con sus deseos. El «au t oicon o» de Ben t h am , com o él m ism o lo llam ó, estuvo presen te en la fun dación de la So cied ad In tern acion al Ben t h am , allá p or la década de 1980. Y se dice qu e llevan al em balsam ado Ben th am sobre ru edas a las reu n ion es del con sejo de gob ier n o del colegio, en cuyas actas figura com o «presen te pero n o vota».32 Pese a la m et icu losa plan ificación de Ben t h am , la cabeza n o q u ed ó bien em balsam ada, así que ah ora m an tien e su vigilia con una cabeza de cera en lugar de la verdadera. Esta, guardada ah ora en un sótan o, se exh ib ió duran te un t iem po sobre una ban deja colocada en tre sus pies, pero u n os estu dian tes la robaron y la devolvieron al colegio a cam bio de un a don ación caritativa.33 Aun m u erto, Jerem y Ben t h am prom u eve el m ayor bien para el m ayor n úm ero. ¿Somos nuestros propios dueños? El libertarismo La revista Forbes publica todos los ot oñ os la lista de los cuatrocien tos estadou n iden ses m ás ricos. M ás de diez añ os ha en cabezado la lista el fu n d ad or de M icr osoft , Bill Gates III: así lo h izo en 2008, añ o en el qu e Forbes calcu ló su pat r im on io nei;o en 57.000 m illon es de d ó ­ lares. O tros m iem bros del club eran el in versor W árren Buffett (el se­ gu n do, con 50.Q00 m illon es), los propietarios de los alm acen es W alMart, los fun dadores de Google y Am azon , varios petroleros, directores de fon dos especu lativos, los reyes de los m edios de com u n icación y los m agn ates in m obiliarios, la presen tadora de televisión O prah W in frey (en el pu est o 155, con 2.700 m illon es) y G eor ge Stein bren n er, el du eñ o de los N e w York Yan kees, el equ ipo de béisbol (em patado en el ú ltim o lugar, con 1.300 m illon es).1 Es tanta la riqu eza en esas cum bres de la econ om ía estadou n i­ den se. in clu so debilitada, que ten er mil m illon es de dólares apen as si basta para m eterse en tre los cu atrocien tos de Forbes. El 1 por cien to m ás r ic o de los estadoun iden ses posee más de un tercio de la r iqu e­ za del país, m ás qu e toda la r iqu eza del 90 p or cien to m en os aco­ m od ad o de las fam ilias estadou n iden ses. El 10 por cien to m ás r ico de los h ogares de Estados Un idos se lleva un 42 por cien to del total de los in gresos y posee el 71 por cien to de la r iqu eza.2 La desigu aldad econ óm ica es m ayor en Estados Un idos qu e en otras dem ocracias. H ay qu ien es pien san que sem ejan te desigualdad es in justa y apoyan que se grave a los ricos para ayudar a los pobres. O tros discrepan . D icen qu e n o hay n ada de in justo en la desigualdad econ óm ica, con tal de qu e n o se cree por la fuerza o frau du len ta­ m en te, sin o p or las decision es qu e u n os y otros tom an en un a eco­ n om ía de m ercado. ¿Q u ién tien e razón ? Si se cree qu e la ju st icia sign ifica m axim i­ zar la felicidad, se optará p or la redistribu ción de la riqu eza, según el sigu ien te razon am ien to: su pón gase qu e tom am os un m illón de dóla­ res de Bill Gates y lo repartim os en tre cien n ecesitados, a cada u n o de los cuales se les darán diez m il dólares. Lo m ás probable es qu e la felicidad total aum en tase. Gates apen as si se en teraría, m ien tras qu e los receptores obten drían una gran felicidad con los diez mil dólares de paga extra. Su utilidad colectiva crecería m ás qu e dism in uiría la in dividual de Gates. Esta lógica utilitarista podría exten derse hasta ju st ificar una re­ distribu ción bien radical de la riqu eza. N os diría qu e tran sfiriéram os din ero del r ico al pobr e hasta qu e el últim o dólar qu e le qu itásem os a Gates le doliera tan to com o ayudase al receptor. Tal proceder, al estilo de R o b in H ood , está su jet o al m en os a dos ob jecion es, un a desde den tro del pen sam ien to utilitarista, la otra desde fuera. La pr im er a ob jeción tem e que un tipo im positivo alto, especialm en te sobre la ren ta, redu zca los in cen tivos para trabajar e in vertir y con du zca a un declive de la productividad. Si el pastel eco­ n óm ico se redu ce y hay m en os que redistribuir, el nivel gen eral de la utilidad qu izá dism in uya. Así qu e an tes de gravar dem asiado a Bill Gates y O pr ah W infrey, el utilitarista tendría qu e en terarse de si pr o­ ceder de esa m an era n o h aría qu e trabajasen m en os y, por ello, n o gan asen tan to, con lo qu e al final se reduciría la can tidad de din ero qu e se podría redistribuir en tre los n ecesitados. La segu n da ob jeción con sidera qu e esos cálculos están fuera de lugar. Sostien e qu e gravar a los r icos para ayudar a los pobres es in ­ ju st o p or qu e viola un d er ech o fun dam en tal. Segú n esta ob jeción , tom ar din ero de Gates y W in frey sin su con sen tim ien to, au n qu e sea p or un a b u en a cau sa, es coercitivo. Viola la libertad de qu e h agan con su din ero lo qu e les apetezca. A quien es se opon en a la redistri­ bu ción p or esta razón se les llam a a m en u d o en Estados U n id os «li­ bertarios». Los libertarios, en este sen tido de la. palabra, el qu e se em pleará en adelan te, son partidarios de qu e los m ercados estén libres de toda atadura, se op on en a qu e los regule el Jbstaao. Pero el m otivo de esta actitu d suya n o es la eficien cia econ óm ica, sin o la ÜbertadJin m an a. Su doctrin a cen tral afirm a qu e cada u n o tien e un d er ech o fu n da­ m en tal a la libertad: el der ech o a h acer lo que se quiera con las cosas qu e se posea con tal de qu e se respeten los derech os de otros a h acer lo m ism o. E l E st a d o m ín im o Si la teoría libertaria de los derech os es correcta, m uch as actividades del Estado m od er n o son ilegítim as y violan la libertad. Solo un Es­ tado m ín im o, u n o qu e ob ligu e a cu m plir los con tratos, proteja del robo a la propiedad privada y m an ten ga la paz, es com patible con la teoría libertaria de los der ech os. Cu alq u ier Est ad o qu e h aga más carecerá de ju st ificación m oral. El liber t ar io rech aza tres tipos de políticas y de leyes qu e los estados m od er n os ejecu tan de ordin ario: 1. ^ o al patern alism o. Los libertarios se opon en a las leyes que protegen a las person as del dañ o que pu edan h acerse a sí m ism as. Las n or m as con cern ien t es aJ cin tu rón de segu ridad son un buen ejem ­ plo, o las de los cascos de los m ot oristas. A u n qu e ir en m ot o sin casco sea in sen sato, y au n qu e las n orm as que im pon en su u so salven vidas y eviten lesion es gravísim as, el liber tar io argu m en ta qu e las leyes de ese estilo violan el derech o del in dividu o a decidir los ries­ gos qu e qu iere correr. M ien tras n o haya terceros qu e salgan per ju di­ cados y los m otoristas se h agan respon sables de sus propias facturas m éd icas, el Est ad o n o tien e d er ech o a dictar qu é r iesgos pu eden con fer con sus cu erpos y vidas. 2 N o a legislar sobre la m oral. Los libertarios se opon en a que se use la fuerza coercitiva de la ley para prom over algun a con cepción determ in ada de la virtu d o expresar las con viccion es m orales de la m ayoría. P u ed e qu e para m u ch os la pr ostitu ción sea m or alm en t e reproch able, pero eso n o ju st ifica las leyes qu e im piden qu e la prac­ tiqu en adultos qu e con sien tan en ello. En algun as sociedades las m a­ yorías qu izá d esapr u eben la h om osexu alidad , pero eso n o ju st ifica qu e haya leyes qu e priven a gays y lesbian as del d er ech o a escoger sus c©mpañ eros sexuales. 3. N o a la redistribu ción de la renta o del patrim on io. La teoría libertaria de los der ech os descarta toda ley qu e requ iera qu e un as person as ayuden a otras, in cluidas las leyes qu e im pon gan im pu estos para la redistribu ción de la riqu eza. Por deseable qu e pueda ser que los m ás acom od ad os ayuden a los m en os afortu n ados, su bsidian do su asisten cia san itaria, sus vivien das o su edu cación , tal ayuda debería dejarse en m an os de los in dividu os, n o orden arla el Estado. Segú n los libertarios, los im pu estos redistributivos son un a form a de coer ­ ción , in clu so de robo. El Est ad o n o tien e m ás derech o a forzar a los con tribu yen tes acom od ad os a cost ear program as sociales qu e favo­ rezcan a los pobres qu e un ladrón ben évolo io ten dría a robar a un rico para dar el botín a los qu e du erm en en la calle. La filosofía libertaria n o se proyecta in equ ívocam en t e sobre el espectro polít ico. Los con ser vad or es qu e apoyan el laissezf'aire en política econ óm ica se separan a m en u d o de los libertarios en cu es­ tion es culturales, com o la oración en las escuelas, el ab or t o y pon er restriccion es a la p or n ogr afía.Y m u ch os par tidar ios del Est ado del bien estar tien en pu n t os de vista libertarios en asun tos com o los d e­ rech os de los gays, los der ech os reproductivos, la libertad de exp r e­ sión y la separación de la Iglesia y el Estado. En la década de 1980, las ideas libertarias en con traron m uy p ú ­ blica expresión en la r etórica pro m ercado y an tigobier n o de R o n ald R eagan y M argar et Th at ch er . En cuan to doctrin a in telectual, el liber tar ism o n ació an tes, para opon er se al Est ad o del bien estar. En Los fundam entos de la libertad (1960), el econ om ista-filósofo Friedrich A. H ayek (1899- 1992), austríaco de n acim ien to, d efen d ió qu e todo in ten to de qu e haya m ayor igu aldad econ óm ica n o podrá ser sin o coercitivo y destru ctivo para un a sociedad libre.3 En Capitalism o y libertad (1962), el econ om ist a est ad ou n id en se M iit on Fried m an (1912- 2006) defen dió qu e m uch as actividades del Est ado qu e goza­ ban de un a gran aceptación iban ilegít im am en t e con tra la libertad in dividual. La Segu r id ad Social, o cu alqu ier program a de pen sion es ob ligat or io d ir igid o p or el Estado, es u n o de sus prin cipales ejem ­ plos: «Si u n h om bre prefiere con scien tem en te vivir al día y gastar lo qu e tien e para disfru tar ah ora, si escoge deliberadam en te un a vejez en la pen u ria, ¿qu é derech o ten em os a im pedirle qu e lo h aga?», se pregu n taba Fried m an . P odem os in sisdrle a una person a así en que ah orre para su ju b ilación , «pero ¿ten em os derech o a valern os de la coer ción para im ped ir qu e h aga lo qu e qu iere?».4 Friedm an criticaba las leyes del salario m ín im o p or razon es pa­ recidas. El Estado n o tien en n in gún derech o a im pedir a los em pr e­ sarios pagar el jor n al qu e quieran , p or bajo que sea, si los trabajado­ res están dispu estos a aceptarlo. El Est ad o viola tam bién la libertad in dividu al cu an d o pr om u lga leyes con tra la d iscr im in ación en el em pleo. Si los em presarios qu ieren discrim in ar por razon es de raza, de religión o de lo qu e sea, el Estado n o tien e derech o a im pedírse­ lo. Segú n Friedm an , «leyes así su pon en claram en te una in terferen cia en la libertad de los in dividu os de cerrar con tratos volu n tariam en te en tre sí».3 Q u e se requiera una licen cia para desem peñ ar ciertas profesio­ nes t am bién in terfiere con la libertad de elección . Si un pelu qu ero sin for m ación profesion al quiere ofrecer sus servicios, n o precisa­ m en te exper tos, al pú blico y en cuen tra clien tes dispu estos a ar r ies­ garse a un cor te de pelo barato, n o le correspon de al Est ado proh ibir tal tran sacción . Friedm an exten día esta lógica hasta los m éd icos. Si qu iero un a apen d icect om ía a precio de saldo, debería ten er la liber­ tad de pagar a quien m e parezca, con título o n o, para qu e la h aga. Es verdad qu e casi todo el m u n do quiere estar segu ro de que su m édico es com peten t e, pero el m ercado pu ede ofrecer esa in form ación . En vez de r ecu r r ir a qu e el Estado expid a títulos de m édico, sugería Friedm an , los pacien tes podrían valerse de servicios de calificación privados, com o los de pu blicacion es del estilo de Consum er Rcports y Cood Housekeeping.(> La f il o so f ía d el l ib r e m e r c a d o En A narquía, Estado y utopía (19 7 4 Li\ o b e r t N ozick ofrece un a d e­ fensa filosófica de los pr in cipios libertarios y ataca las ideas ordin a­ rias de la ju st icia distributiva. Parte de aseverar qu e los in dividu os tien en d er ech os «tan fuertes y de tan largo alcan ce» qu e «hay qu e pregun tarse qu é debe h acer el Estado, si es qu e debe h acer algo». Lle­ ga a la con clu sión d e qu e «solo se ju st ifica un Est ad o m ín im o, qu e se lim ite a h acer cum plir los con tratos y a pr oteger a las person as de la fuerza, el r obo y el fraude. Cu alqu ier Estado qu e vaya m ás allá viola­ rá el der ech o de las person as a qu e n o se les fu erce a h acer ciertas cosas, y n o estará ju st ificad o».7 En tre las cosas que n o se debería forzar a h acer destaca el ayudar a otr os. Cob r ar im pu est os a los ricos para ayudar a los pobr es es coercitivo para los ricos.Viola su der ech o a h acer lo qu e quieran con lo qu e poseen . Segú n N ozick , n o hay n ada de m alo en la desigu aldad e con ó ­ m ica en cu an to tal. El m ero h ech o de saber qu e los cuatrocien tos de Forbes tien en m iles de m illon es m ien tras los hay que n o tien en ni un duro n o perm ite con cluir nada acerca de que sea ju st o o in justo. N o ­ zick rech aza qu e una distribu ción justa haya de aten erse a un a cierta pau ta, se trate de un os in gr esosTgu ales, de un a utilidad igual o de un a pr ovisión igual de las n ecesidad es básicas. Lo qu e im por ta es cóm o se h a llegado a esa-distribu ción . N o zick rech aza las teorías de la ju st icia basadas en pautas y se in clin a por las qu e ben dicen lo qu e quiera qu e se elija en un m erca­ do libre. Sostien e que la justicia distributiva depen de de dos requisi­ tos: la ju st icia en lo qu e in icialm en t e se tien e y la ju st icia en Tas tran sferen cias.8 El p r im er requ isito quiere saber sí los recursos con los qu e ha h ech o din er o son legít im am en te suyos (si usted gan ó un a fortu n a ven d ien d o bien es robados, n o ten drá derech o a disfrutar de ella). El segu n d o qu iere saber si ha h ech o din ero gracias a libres in tercam bios en el m ercado o gracias a d on acion es qu e otros han con ced id o vo­ lu n tariam en t e. Si la respu esta a am bas pregun tas es qu e sí, ten drá der ech o a poseer lo qu e posee y el Est ad o n o podrá qu itárselo sin su con sen tim ien to. Con tal de qu e n o se em piece con gan an cias con se­ gu idas con malas artes, cu alqu ier distribu ción que resulte de un m er­ cad o libre será ju st a, por igual o desigual qu e sea. N o z ick r econ oce qu e n o es- fácil det er m in ar si las posesion es in iciales de las qu e derivan las posicion es econ óm icas actu ales se ob tu vieron con bu en as o m alas artes. ¿C ó m o pod r em os saber si la distribu ción actual de rentas y patr im on ios n o refleja apropiacion es ilegítim as de tierras o de otros activo.*; m edian te violen cia, r ob os o fraudes que se produjeron h ace gen eracion es? Si se p u ed e dem ostrar qu e qu ien es h oy se en cu en tran en lo m ás alto son los ben eficiarios de in justicias del pasado — com o la r edu cción de los afroam erican os a la esclavitud o la expr opiación de los am erican os n ativos— , habrá razon es, segú n N ozick , para rem ediar la in justicia por m ed io de los im pu estos, de reparacion es o de otras m an eras.'Pero hay qu e ten er en cuen ta qu e esas m edidas estarían en cam in adas_a en m en d ar er r o­ res del pasado, n o a qu e haya un a m ayor igualdad en sí. N o zick ilustra lo in sen sata qu e es la redistribu ción (según su p u n t o de vista) con un ejem p lo h ipot ét ico acerca del gran ju gad o r de balon cesto W ilt Ch am ber lain , cuyo salario llegó a pr in cip ios de los añ os seten ta a la fr ioler a de 2 0 0 .0 0 0 dólares p or tem porad a. C o m o M ich ael Jor d án es la estrella del balon cesto p or an ton om asia en tiem pos m ás recien tes, act u alicem os el ejem plo de N ozick con Jor d án , a quien los C h icago Bu lls pagaron 31 m illon es de dólares en su últim a t em porada: m ás por partido qu e a Ch am berlain por t em ­ porada. El d in e r o d e M ic h a e l Jo r d á n Para descartar cu alqu ier duda acerca de las posesion es in iciales, im a­ gin em os, p r op on e N ozick , qu e se establece la distribu ción in icial de ren tas y patr im on ios según la pauta qu e se con sidere ju st a, un a dis­ tribu ción perfectam en te igualitaria, si se quiere. Em pieza la t em p o­ rada de balon cesto. Q u ien es desean ver ju gar a M ich ael Jor dán d e ­ positan cin co dólares en un a caja cada vez qu e com pran una en trada. Lo qu e haya en la caja será para Jor dán . (En la vida real, claro está, el salario de Jor d án lo pagaban los propietarios del equ ipo y procedía de lo qu e in gresaba este. La prem isa sim plificadora de N ozick — que son los aficion ados los qu e le pagan directam en te— es un a m an era de cen trarse en la cuestión filosófica que se quiere abordar, el in ter­ cam b io volu n tario.) C o m o h ay m uch a gen t e an siosa p or ver ju gar a Jor d án , la asis­ ten cia es alta y la caja se llena. Al final de la tem po rada, Jor dán tien e 31 m illon es de dólares, m u ch o m ás qu e cu alqu ier otro. A resultas de ello, la distr ibu ción in icial — la qu e usted con siderase ju st a— ya n o está vigen te. Jor dán tien e m ás y otros m en os. Pero la n ueva distribu ­ ción la h an creado decision es totalm en te volun tarias. ¿Q u ién podría qu ejarse? N o los que pagaron por ver ju gar a Jor d án ; escogieron li­ brem en te com pr ar las en tradas. N o aquellos a los qu e n o les gusta el b alon cesto y se quedaron en casa; n o se gastaron ni un cén t im o en Jor d án , y n o están peor que an tes. Sin du da, t am poco Jor dán ; decid ió ju gar al balon cesto a cam bio de un a gen erosa paga.9 N ozick cree que el ejem plo ilustra dos problem as de las teorías de la ju st icia distributiva basadas en pautas. El prim ero, que la liber­ tad su bvierte las pautas. Q u ien crea que la desigu aldad econ óm ica es in justa ten drá que in terven ir repetida y con tin u am en te en el m erca­ d o libre para desh acer las con secu en cias de lo qu e la gen t e va eli­ gien do. El segu n do, que in terven ir de esa m an era — cobrar im puestos a Jor d án para costear program as qu e ayuden a los desfavorecidos— n o solo socava los resultados de las tran saccion es volun tarias; viola adem ás los derech os de Jor dán al quitarle lo que ha gan ado. Le fuer­ za, a todos los efectos, a h acer un a con tribu ción caritativa en con tra de su volun tad. ¿Y qu é hay de m alo en gravar las gan an cias de Jor d án ? Segú n N o zick , lo qu e m oralm en te está e n ju e go va más allá del din ero. Está e n ju e go n ada m ás y n ada m en os qu e la libertad h um an a. Su razon a­ m ien to es el siguien te: «Gravar las rentas del trabajo es equiparable a los trabajos for zad os».111 Si el Estado tien e der ech o a reclam ar una parte de lo qu e gan o, ten drá tam bién el der ech o de reclam ar parte de nii tiem po. En vez de tom ar, digam os, el 30 p or cien t o de m is in gresos, podría ob ligar m e a dedicar el 30 p or cien to de mi tiem po a trabajar para el Estado. Pero si el Est ado pu ede forzarm e a trabajar para él, está, en esen cia, afirm an do qu e tien e un derech o de pr opie­ dad sobre mí. Requisar el fruto del trabajo de alguien es equivalente a requisar­ le horas y obligarle a realizar actividades diversas. Si otros le fuerzan a usted a hacer cierto trabajo, o un trabajo no remunerado, durante cier­ to período de tiempo, serán ellos, aparte de las decisiones que usted pudiese tomar, quienes decidirán qué deberá hacer Histed y cuál será el propósito del trabajo que usted haga. Esto [...] los convierte, parcial­ mente, en sus amos; les da un derecho de propiedad sobre usted." Esta form a de razon ar n os con d u ce al m eollo m oral de la d o c­ trin a libertaria básica: qu e se es el d u eñ o de u n o m ism o. Si soy mi du eñ o, d eb o ser el du eñ o de m i trabajo (si otro pudiera or den ar m e qu e trabajase, ese sería mi am o, y yo, un esclavo). Pero si soy el du eñ o de mi trabajo, d eb o ten er der ech o a qu ed ar m e con los frutos de m i trabajo (si otro tuviese der ech o a qu edarse con lo qu e gan o, ese sería el d u eñ o de mi trabajo y, p or lo tan to, sería mi du eñ o). Esta es la ra­ zón , según N ozick , de qu e quitarle a Jor dán parte de sus 31 m illon es de dólares con un im pu est o para ayudar a los pobres viole sus dere­ ch os: establece, a t odos los efectos, qu e el Estado — o la sociedad— es, parcialm en te, su dueñ o. El libertario ve un a con tin u idad m oral en tre la im posición fiscaJ (qu e m e qu iten lo qu e gan o), los trabajos forzados (que se qu ed en con mi trabajo) y la esclavitud (n egar qu e yo sea m i p r op io du eñ o): Ser dueño de uno mismo Exacción de su propi a persona esclaviaid de su erabaj o trabajos f orzados de los f rutos de su trabajo impuestos Clar o está, ni el im pu est o de la renta m ás progresivo se qu eda con el cien por cien de los in gresos de n adie. El Estado, pues, no preten de poseer a sus con tribu yen tes p or com pleto. N ozick , sin em ­ bargo, m an tien e que sí pr eten de poseer parte de n osotros: la parte qu e cor r espon d a a la fracción de n uestros in gr esos qu e h em os de pagar para sosten er causas que exceden de las potestades de un Esta­ d o m ín im o. ¿So m o s n u e s t r o s p r o p io s d u e ñ o s ? C u an d o M ich ael Jor dán an un ció en 1993 que se retiraba del balon ­ cesto, los segu idores de los C h icago Bu ils se qu edaron desolados. Volvería a ju gar y llevaría a los Bu lls a gan ar tres cam peon atos más. Pero su p on gam os qu e en 1993 el ayu n tam ien to de Ch icago, o, ya pu estos, el Con gr eso, h ubiese qu er id o aliviar esa desolación y h u bie­ ra votado a favor de obligar a Jor d án a ju gar al balon cesto duran te un tercio de la t em porada siguien te. La m ayor parte de la gen te h abría con siderado que se trataba de una ley in justa, una violación de la li­ bertad de Jor d án . Pero si el C on gr eso n o pu ede obligar a Jor dán a qu e vuelva a las pistas de balon cesto (ni siquiera duran te un tercio de la tem porada), ¿cóm o pu ede ten er derech o a forzarle a que dé un tercio del din ero qu e gan a ju gan d o al balon cesto? Los par tidar ios de la r edistr ibu ción de la renta por m edio de im pu estos form ulan varias ob jecion es a la lógica libertaria. La m ayo­ ría de ellas, sin em bargo, tien e réplica. Primera objeción: Los impuestos no son tan malos como ios trabajos forzados Si le cobran un im puesto, siem pre podrá trabajar m en os y pagar m e­ n os im pu estos; pero si se le fuerza a trabajar, n o podrá elegir. Réplica libertaria: Es cierto, pero ¿por qué debería el Estado obli­ gar a ten er qu e elegir? H ay person as a las qu e les gusta ver las puestas de sol; otros prefieren actividades qu e cuestan din ero: ir al cine, salir a com er , n avegar en yate, etcétera. ¿Por qu é se cobran m en os im ­ pu estos a quien es prefieren h olgar qu e a qu ien es se dedican a activi­ dades qu e cuestan din ero? P ién sese en esta an alogía: un ladrón en tra en su casa y le da t iem po a llevarse, bien un televisor de pan talla plana qu e cuesta mil dólares, bien mil dólares en m etálico qu e usted guardaba debajo del colch ón . Q u izá preferiría qu e se llevase el televisor, porqu e en ton ces usted podría decid ir si gastarse o n o los m il dólares en com prar otro. Si el ladrón roba el din ero, a usted n o le qu eda esa posibilidad de elegir (su pon ien d o que n o se está ya a t iem po de devolver el televi­ sor y qu e le repon gan el din ero que pagó por él). Pero la cuestión n o es qu e se prefiera qu e roben el televisor (o trabajar m en os); el ladrón (o el Estado) h ace m al en am bos casos, ;ea cual sea el arreglo al que recurran las víctim as para m itigar la pérdida. Segunda objeción: Los pobres necesitan más eí dinero Réplica libertaria-. P u ede. Pero esa es una. razón para con ven cer a los adin erados de qu e, porqu e así lo decidan ellos, ayuden a los pobres. N o ju st ifica qu e se obligu e a Jordán y a Gates a h acer caridad. R o b ar al r ico para dárselo a los pobres sigu e sien do robar, lo h aga R o b in H oo d o el Estado. Pién sese en esta an alogía: que un pacien te en diálisis necesite un o de m is riñ on es m ás qu e yo (en el su pu esto de que yo ten ga dos r i­ ñ on es san os) n o sign ifica que ten ga derech o a qu edarse con él.Tam ­ p o co p u ed e el Est ado qu it arm e u n o de m is r iñ on es para ayudar al pacien te en diálisis, p or urgen te y acu cian te qu e sea su n ecesidad. ¿Por qu é n o? P orqu e es m ío. Las n ecesidades n o pu eden con m i d e­ rech o fu n dam en tal a h acer lo que quiera con lo m ío. Tercera objeción: Michael Jordán no juega solo. Está, pues, en deuda con aquellos que contribuyen a sus triunfos Réplica libertaria: Es verdad qu e los triun fos de Jor dán depen d en de otras person as. El balon cesto es un dep or t e de equ ipo. N ad ie pagaría 31 m illon es de dólares p or verle lan zar tiros libres a solas en una pis­ ta vacía. N u n ca habría gan ado tan to din ero sin com pañ eros de equ i­ po, en tren adores, preparadores físicos, árbitros, locutores, el person al de m an ten im ien to de los pabellon es, etcétera. Pero a todas esas person as ya se les paga el valor de m ercado de sus ser vicios. Au n qu e saquen m en os qu e Jor d án , son ellas las que aceptan volun tariam en te la com pen sación qu e reciben por los traba­ jo s qu e realizan . N o hay razón , pu es, para su p on er qu e Jor d án les deb e un a parte de lo qu e gan a. Y au n qu e Jor d án les debiese algo a sus com p añ er os de eq u ip o y en tren adores, cuesta en ten der cóm o podría ju st ificar esa deu da qu e se grave con un im pu esto sus gan an ­ cias para proporcion ar cu pon es de alim en tos a los h am brien tos o vi­ vien da pú blica a los que n o tien en tech o. Cuarta objeción : En realidad, a Jordán no se le están cobrando impuestos contra su voluntad. Como ciudadano de una democracia, tiene voz en la creación de las leyes fiscales a que está sujeto Réplica libertaria: N o basta con el con sen so dem ocrático. Su pón gase qu e Jor d án vot ó con tra las leyes fiscales, pero que estas se aprobaron de todas form as. ¿Iba H acien da a dejar de pedirle qu e pagase? Claro qu e no. Podría argüirse qu e Jor d án , al vivir en esta sociedad, da su con sen tim ien t o (al m en os im plícitam en te) a lo qu e la volun tad de la m ayoría qu iera y a obed ecer sus leyes. Pero ¿n o sign ificaría esto que p or el m ero h ech o de vivir en Estados U n id o s com o ciu dadan os le ext en d er íam os a la m ayoría un ch equ e en blan co y con sen tiríam os de an tem an o cualqu ier ley qu e se aprobase, por in justa qu e Riese? En tal caso, la m ayoría pu ede cobrar im pu estos a la m in oría, in ­ clu so con fiscar su r iqu eza y propiedad es, con tra su volu n tad. ¿Q u é qu eda en ton ces de los derech os in dividuales? Si el con sen so d em o­ crático ju st ifica qu e se con fisqu e la pr opiedad, ¿n o ju st ificar á tam ­ bién que se con fisqu e la libertad? ¿P u ed e la m ayoría privarm e de m i libertad de expresión y de culto dicien do qu e, com o soy un ciu d a­ dan o dem ocrático, ya h e dad o mi con sen tim ien to a lo qu e la m ayo­ ría decida? El liber t ar io tien e una respuesta a pu n t o para cada un a de las cuatro prim eras ob jecion es. Pero hay otra para la qu e n o se en cu en ­ tra tan fácilm en te una réplica. Quinta objeción:Jordán tiene suerte T ien e su erte de poseer las facultades n ecesarias para destacar tan to en el balon cesto y de vivir en un a socied ad qu e valora la capacidad de elevarse p or el aire y m eter una pelota p or un aro. Por m u ch o qu e haya trabajado para desarrollar su destreza, Jor dán n o pu ede re­ clam ar n in gú n m ér it o p or sus dotes n aturales o p or vivir en un a época en la qu e el balon cesto es popu lar y le llueve el din ero. N i lo u n o ni lo otro es obra suya. N o se pu ed e decir, pu es, qu e tien e algún d er ech o m oral a qu edarse con todo el din ero qu e gan a con sus fa­ cultades. La com u n idad n o es in justa con él si grava sus in gresos por el bien público. Réplica libertaria: Esta objeción p on e en tela de ju ic io qu e las aptitu des de Jor dán sean realm en te suyas. Pero esta m an era de razo­ n ar es poten cialm en t e peligrosa. Si Jor d án n o tien e d er ech o a los b en eficios qu e resultan del ejercicio de sus aptitu des, es qu e n o las posee realm en te. Y si n o posee sus aptitudes y destrezas, es qu e n o es su pr op io du eñ o. Pero si Jor dán no es su pr opio du eñ o, ¿qu ién lo es? ¿Estam os segu ros de que qu erem os atribuir a la com u n id ad política el derech o de propiedad de sus ciu dadan os? La idea de ser pr opietar io de u n o m ism o resulta atractiva, espe­ cialm en te para qu ien es buscan un fu n dam en to sólid o para los dere­ ch os in dividuales. La idea de qu e m e per t en ezco a mí m ism o, y n o al Est ad o o a la com u n id ad política, es un a m an era d e explicar por q u é está m al qu e se sacr ifiqu en m is der ech os p or el bien estar de otros. Recor d e m os lo reacios qu e éram os a tirar ai h om bre en trado en kilos para n o dejar pasar el tranvía. Si vacilam os an tes de em p u ­ jar le, ¿n o fue acaso por qu e ér am os con scien tes de qu e su vida le perten ecía? P ocos h abrían pu esto objecion es a qu e ese h om bre h u ­ biera saltado para salvar a los trabajadores de la vía y m u riese por ellos. Al fin y al cabo, era su vida. Pero n osotros n o pod em os tom ar y usar su vida ni siquiera p or una buen a causa. Lo m ism o cabe decir del in fortu n ad o gru m ete. Si Parker h ubiese decid ido qu e sacrificaba su vida para salvar a sus h am brien tos cam aradas de barco, p ocos h a­ brían d ich o qu e n o estaba en su derech o de h acerlo. Pero sus cam aradas n o ten ían derech o a ayudarse a sí m ism os a costa de un a vida qu e n o les perten ecía. M u ch os qu e se op on en a la econ om ía del íaissez-faire recurren en otros cam pos a la idea de ser el du eñ o de u n o m ism o. Q u izá e x­ p liqu e esto el persisten te atractivo de las ideas libertarias in cluso en ­ tre qu ien es sim patizan con el Estado del bien estar. Pién sese en cóm o figura el ser el du eñ o de u n o m ism o en los argu m en tos relativos a la libertad reproductiva, la m oralidad sexual y el derech o de privacidad. El Estado n o debe proh ibir los an ticon ceptivos o el abor to, se dice a m en u do, porqu e las m u jeres han de ser libres de decidir lo qu e h a­ cen con sus propios cu erpos. La ley n o debe castigar el adulterio, la p r ost it u ción o la h om osexu alid ad , sostien en m u ch os, p or qu e los adu ltos deben ser libres de escoger a sus com pañ eros sexu ales. Algu ­ n os son partidarios de los m ercados de riñ on es para trasplan tes ba­ sán dose en qu e cada u n o es el d u eñ o de su propio cu er p o y debería, p o r lo tanto, ten er la libertad de ven der sus órgan os. O tr os extien den el pr in cip io para defen der el derech o al su icidio asistido. Puesto qu e soy el d u eñ o de mi vida, debería ser libre de pon erle .fin cu an do lo desee y de qu e un m éd ico (o cu alqu ier otro) qu e se preste a ello m e ayude a h acerlo. El Est ad o n o tien e der ech o a im ped ir m e qu e use m i cu er p o o dispon ga de m i vida com o o cu an do m e apetezca. La idea de que som os n uestros propios du eñ os aparece en m u ­ ch os argu m en tos a favor de la libertad de elección . Si soy el du eñ o de mi cu erpo, de m i vida y de m i person a, debería ser libre de h acer lo qu e qu iera con ellos (con tal de que n o per ju diqu e a otros). Pese al atractivo de esta idea, cuesta abrazarla con todas sus con secuen cias. Si le tien tan los pr in cipios libertarios y quiere ver lo lejos que debería llevarlos, ten ga en cuen ta los casos qu e se expon en a con ti­ n uación . La venta de riñones La m ayor parte de los países proh íbe la com praven ta de órgan os para trasplan tes. En Estados U n id os hay don acion es de riñ on es, per o n o se ven den en el m er cado abierto. Sin em bargo, los hay qu e sostien en qu e h abría qu e cam biar esas leyes. Recu er d an qu e cada añ o m ueren m iles de person as m ien tras esperan un trasplan te de riñ ón ; el su m i­ n istro, argu m en tan , crecería si h ubiese un libre m ercado de riñ on es. Sostien en adem ás qu e los pobres qu e n ecesiten din ero deberían te­ n er la libertad de ven der un riñ ón si quisieran . Un ar gu m en to a favor de que se perm ita la com praven ta de r i­ ñ on es se basa en la n oción libertaria de ser el d u eñ o de u n o m ism o: si soy el d u eñ o de mi cu erp o, debería ten er la libertad de ven der m is ór gan os cu an d o m e apetezca. C o m o escr ib e N o zick : «El n ú cleo m ism o del con cep t o de ten er el der ech o de propiedad de X [...] es el der ech o de d eter m in ar qu é se h aga con X ».!2 Pero p ocos partida­ rios de la ven ta de ór gan os adoptan en realidad la lógica libertaria al com pleto. Esta es la razón : la m ayor parte de qu ien es abogan p or los m er­ cad os de ríñ on es resaltan la im portan cia m oral de salvar vidas y el h ech o de qu e la m ayoría de qu ien es don an u n o de sus riñ on es p u e ­ den apañ árselas con el otro. Pero si se cree qu e u n o es el pr opiet ar io de su cu er p o y de su vida, n in gun a de esas con sideracion es im porta en realidad. Si u n o es su pr opio du eñ o, el derech o qu e ten drá a usar su pr op io cu er p o com o le apetezca es razón su ficien te para qu e se le deje ven der sus órgan os. Las vidas qu e se salven así o el bien qu e se h aga n o vien en a cuen to. Para ver el porqu é, im agin e dos casos atípicos. Su p o n ga p r im er o qu e el posib le com p r ad or del riñ ón qu e le sobra está perfectam en te san o. Le ofrece a usted (o, m ás pr obable­ m en te, a un cam pesin o del m u n d o en desarrollo) 8.000 dólares p or un r iñ ón , n o porqu e n ecesite desesperadam en te un trasplan te, sin o p or q u e es un excén t r ico m arch an te de arte qu e ven de ór gan os h u ­ m an os a clien tes acom od ad os para qu e los pon gan en la m esilla de la sala de estar y sus in vitados h ablen de ello. ¿D eber ía perm itirse que se com prasen y ven diesen órgan os con ese pr opósito? Si usted cree que som os nuestros propios dueñ os, le será difícil decir que no. Lo qu e im por ta n o es el propósito, sin o el der ech o de dispon er de n uestra pr opiedad com o n os apetezca. Clar o está, a usted pu ede repu gn arle el u so frivolo de órgan os h u m an os y al m ism o tiem po estar a favor de las ven tas de ór gan os solo para salvar vidas. Pero si ese es su pu n to de vista, n o podrá defen der el m ercado de órgan os basán dose en las prem isas libertarias.Ten drá qu e r econ ocer qu e n o ten em os un dere­ ch o de propiedad ilim itado sobre n uestro cu erpo. P ien se en un segu n d o caso. Su p on ga qu e un cam pesin o qu e apen as si subsiste con su trabajo en un a aldea de la In dia quiere, por en cim a de cu alqu ier otra cosa, m an dar a su h ijo a la un iversidad. Para con segu ir el din ero, ven de un riñ ón a un estadou n iden se r ico qu e n ecesita un trasplan te. U n os añ os despu és, cu an d o el segu n d o h ijo del cam pesin o se acerca a la edad de ir a la un iversidad, otro com p r ad or acu de a la aldea y ofrece al cam pesin o una buen a sum a p o r su segu n d o riñ ón . ¿Deber ía ten er la libertad de ven der tam bién ese segu n d o riñ ón au n qu e, al qu edarse sin riñ on es, m orirá? Si el ar­ gu m en t o m oral a favor de la venta de órgan os se basa en qu e som os n uestros pr op ios du eñ os, la respuesta debería ser qu e sí. Resu lt ar ía raro pen sar qu e el cam pesin o posee u n o de sus riñ on es pero n o el otro. Algu n os objetarían qu e a n adie se le debería in du cir a dar la vida por din ero, pero si som os los d u eñ os de n uestro cu er p o y de n uestra vida, el cam pesin o tien e t od o el derech o del m u n d o a ven ­ der su segu n d o riñ ón au n qu e eso equivalga a ven der la propia vida. (Este ejem p lo n o es del t od o h ipotético. En los añ os n oven ta, un preso de un a cárcel de Califor n ia qu iso d on ar a su hija un segu n do riñ ón . El com it é de ética del h ospital n o lo aceptó.) Es posible, p or su pu esto, per m it ir >olo las ven tas de ór gan os que salven vidas y n o pon gan en peligr o la vida del ven dedor. Pero p r o­ ced er así n o se basaría en el p r in cip io de que som os n uestros propios du eñ os. Si de verdad poseyésem os n uestros cu er p os y vidas, a n oso­ tros n os tocaría d ecidir si ven dem os n uestros ór gan os, con qu é pr o­ p ósit o y con qu é riesgo. El suicidio asistido El d o ct o r Jack Kevorkian salió en 2007 de un a cárcel de M ich igan tras h aber pasado allí och o añ os p o r h aber adm in istrado sustan cias letales a pacien tes en fer m os qu e querían m or ir ; ten ía por en ton ces seten ta y n ueve añ os de edad. C o m o con dición de qu e se le con ce­ diese la libertad con dicion al, se com pr om etió a n o ayudar a n in gún pacien te m ás a m orir. Du ran te los año:; n oven ta, el d oct or Kevorkian (al qu e se llam aba «d oct or m u erte») ab ogó p or qu e se prom u lgasen leyes qu e perm itiesen el su icidio asistido y practicó lo qu e predicaba: ayu dó a cien to trein ta person as a m orir. Se le acu só, pr ocesó y con ­ d en ó p or asesin ato en segu n d o gr ad o solo despu és de qu e él m ism o en tr egase al p r ogr am a de t elevisión SO minutos de la caden a C BS un vídeo don de se le veía en acción , aplican do una in yección letal a un h om bre qu e sufría la en fer m ed ad de Lo u G e h r ig.13 El su icid io asistido es ilegal en M ich igan , el estad o del d oct or Kevorkian , y en cu alqu ier otro estad o salvo O r egón y W ash in gton . M u ch o s países proh íben el su icid io asistido, y solo u n os cu an t os (H olan d a es el caso m ás fam oso) lo perm iten expresam en te. A prim era vista, el ar gu m en t o a favor del su icidio asistido pare­ ce un ejem p lo de m an ual de la filosoaa libertaria. Para el libertario, las leyes qu e proh íben el su icidio asistido son in justas por lo sigu ien ­ te: si mi vida m e perten ece, debería ten er la libertad de aban don arla; y si cier r o volu n tariam en t e un acu er d o con algu ien para qu e m e ayude a m orir, el Estado n o tien e der ech o a in terferir. Pero la defen sa de qu e se perm ita el su icidio asistido n o d ep en ­ de n ecesariam en te de qu e seam os n uestros propios du eñ os o de que n uestras vidas n os perten ezcan . M u ch os partidarios del su icidio asis­ tido n o sacan a colación los d erech os de pr opiedad , sin o qu e r azo­ n an en n om b re de la dign id ad y la com pasión . D icen qu e los p a­ cien t es t er m in ales qu e están su fr ien d o m u ch o deb er ían p od er apresu rar su m u er te para n o segu ir pad ecien d o d olores in agu an ta­ bles. In cluso qu ien es creen qu e ten em os en gen eral el deber de pre­ servar la vida h um an a pu eden llegar a la con clu sión de qu e, llegado cier to pu n to, la com pasión pu ede m ás qu e el deber de aguan tar. C o n pacien tes term in ales cuesta desen redar la ju st ificación li­ bertaria del su icid io asistido de la basada en la com pasión . Para eva­ luar la fuerza m oral de la idea de ser el d u eñ o de u n o m ism o, pién ­ sese en un caso de su icidio asistido don d e n o participa un en fer m o term in al. Es, qu é du da cabe, un caso m u y sin gular, Pero su sin gu lari­ dad n os p er m it e aquilatar la lógica libertaria en sí m ism a, sin qu e la velen con sideracion es relativas a la dign idad y la com pasión . Canibalism o pactado En 2001 tu vo lugar una extrañ a cita en un pu eblo alem án , R o t e n burg. .Bern d-Jurgen Bran des, in gen iero in form ático de cuaren ta y tres añ os de edad, r espon d ió a un an u n cio de in tern et qu e b u scaba a algu ien d isp u est o a q u e lo m atasen y com ie sen . H ab ía p u est o el an u n cio Arm in M eiw es, de cuaren ta y dos, técn ico de orden adores. M eiw es n o ofrecía n in gun a com pen sación econ óm ica; solo la exp e­ rien cia en sí. Un as doscien tas person as con testaron al an un cio. Cu atro viajaron hasta la casa de cam po de M eiw es para una en trevista, pero decidieron qu e n o les interesaba. Bran des, en cam bio, tras reun irse con M eiw es y sopesar la propuesta m ien tras tom aban café, dio su con sen ­ tim ien to. M eiw es m ató al in vitado, troceó el cadáver y lo gu ardó en bolsas de plástico den tro de la nevera. Para cu an do lo arrestaron , el «can íbal de R ot en b u r g» se h abía com id o casi vein te kilos de su vícti­ m a, una parte de los cuales cocin ó con aceite y ajo.14 Cu an d o M eiw es fue llevado a ju icio, un caso tan llam ativo fas­ cin ó al pú blico y con fu n d ió al tribun al. Alem an ia n o tien e leyes con ­ tra el can ibalism o. El per pet r ador n o podía ser con d en ad o por asesi­ n ato, ar gü yó la defen sa, ya qu e ]a víctim a participó volu n tariam en te en su propia m u erte. El ab ogad o de M.eiwes sostu vo qu e su clien te solo podía ser culpable de h aber m atado a qu ien le pid ió qu e lo m a­ tase, un a for m a de su icidio asistido qu e se castiga com o m u ch o con cin co añ os de cárcel. El tribu n al in ten tó solven tar el en redo con d e­ n an d o a M eiw es p or h om icid io y sen t en cián d olo a och o añ os y m ed io de cár cel.15 Pero dos añ os despu és un tribun al de apelacion es con sid eró qu e esa sen ten cia era dem asiado leve y con d en ó a M eiw es a caden a p er p et u a.16 Esta sórdida h iston a tien e un desen lace tam bién pecu liar: se dice qu e el asesin o can íbal se ha con ver tido en la cárcel en vegetarian o p orqu e las gran jas in dustriales son in h u m an as.17 El can ibalism o en tre adu ltos q u e con sien ten en pr acticar lo y pad ecerlo som et e a la m ás rigurosa de Jas pruebas el pr in cipio liber­ tario de ser el d u eñ o de u n o m ism o y Ja idea de ju st icia qu e se d er i­ va de él. Es un a form a extrem a de su icidio asistido. P u est o qu e n o tien e n ada qu e ver con librar del d olor a un pacien te term in al, solo se p u ed e ju st ificar dicien do qu e som os d u eñ os de n uestros cu erpos y vidas y p od em os h acer con ellos lo qu e n os plazca. Si este pr in ci­ pio libertario es cor r ecto, proh ibir el can ibalism o pactado es in justo, un a violación del d er ech o a la libertad. El Est ad o n o ten dría m ás potestad de castigar a Arm in M eiw es qu e de cobrar im pu estos a Bill Gates y a M ich ael Jor d án para ayudar a los pobres. Ayuda de pago. M ercado y moral Bu en a parte de los debates m ás acalorados acerca de la ju st icia tie­ n en qu e ver con el papel de los m ercados: el libre m ercado, ¿es equ i­ tativo? ¿H ay bien es qu e el din ero n o pu eda, o n o deba, com prar? Si los hay, ¿cuáles son , y p or qu é está mal com pr ar los y ven derlos? La defen sa del libre m er cado suele basarse en dos aseveracion es, u n a relativa a la libertad, la otra sobre el bien estar. La prim era coin ­ cid e con la defen sa libertaria del m ercado. D ice qu e per m it ir a las person as qu e acuerden in tercam bios volu n tariam en te respeta su li­ bertad; las leyes que in terfieren con el libre m ercado violan la liber­ tad in dividual. La segu n da es el ar gu m en t o utilitarista a favor de los m ercados. D ice qu e el libre m ercado prom u eve el bien estar gen eral; cu an d o d os acuerdan un trato, am bos gan an . M ien tras el trato b en e­ ficie a los d os sin per ju d icar a n adie, in crem en tará la u tilidad ge­ n eral. Los escépticos en lo qu e se refiere a las bon dades del m ercado pon en en du da esas aseveracion es. Sostien en qu e las decision es qu e se tom an en un m er cado n o son siem pre tan libres co m o pudiera parecer.Y sostien en tam bién qu e ciertos bien es y prácticas sociales se cor r om p en o degradan si se los com pr a o ven de p or din ero. JEn este capítulo exam in ar em os la m oralidad de qu e se pagu e a person as para qu e efectúen dos tareas m uy diferen tes: ir a la guerra y ten er h ijos. R eflexio n ar sobre lo bu en o y lo m alo del m er cado en estos casos p olém icos n os servirá para aclarar las diferen cias en tre algun as de las teorías de la ju st icia más im portan tes. ¿Q u é e s j u s t o : e l a se r v ic io m il it a r o b l ig a t o r io o pa g a r s o l d a d o s p r o f e s io n a l e s ? En los pr im er os m eses de la gu er r a civil n or team er ican a, festivos m ítin es y el sen tim ien to p at r iót ico h icieron que decen as de m iles de h om bres se presen taran en los estados del n or te com o volu n tarios para el ejército de la U n ión . Pero con la derrota de la U n ió n en Bu ll R u n , segu ida en la prim avera sigu ien te del fracaso del gen eral G eor ge B. M cClellan en su in ten to de t om ar R ich m o n d , los n ordistas em p ezar on a ten er sus dudas de qu e el con flict o fuese a term in ar pron to. H abía qu e reclutar m ás soldados. En ju lio de 1862 Abrah am Lin coln fir m ó la pr im er a ley de reclin am ien to for zoso de la U n ión . La Con fed er ación ya lo estaba practican do. El ser vicio m ilitar ob ligat or io n o se com p ad ece con la esen cia m ism a del in dividu alism o am er ican o, así qu e la U n ió n h izo una lla­ mativa con cesión a esa tradición : u n recluta qu e n o quisiese servir en el ejército podía pagar a otro para qu e fuese en su lu gar .1 Los reclutas qu e bu scaban sustitutos pu blicaban an un cios en los p er ió d icos; pagab an h asta 1.500 dólares, un a su m a con siderable en aquella época. La ley del servicio m ilitar ob ligat or io de la Con fed e­ ración perm itía tam bién que se pagase a un sustituto, lo que dio lu ­ gar a la frase «la gu er r a de los r icos en la que pelean los pobres», qu eja qu e se repetiría en el N or t e. En m arzo de 1863 el Con gr eso ap r ob ó un a n ueva ley de r eclu tam ien to qu e respon día a esa qu eja. Au n qu e n o elim in aba el der ech o a pagar a un sustituto, establecía qu e los reclutas podían abon ar al Est ado 300 dólares en vez de in ­ gresar en fdas. Esa pen alización econ óm ica represen taba casi la paga de un añ o de un trabajador n o cu alificado; sin em bar go, lo qu e se preten día era qu e el precio de la exen ción estuviera al alcan ce de un trabajador com ú n . Algu n as ciu dades y con dados les subven cion aban la tasa de exen ción a sus r eclu tas.Y los seguros cobraban un a prim a m en su al p o r un a póliza qu e la cu bría en caso de qu e el su scr iptor fuese llam ado a filas.2 Au n qu e la in ten ción era ofrecer la exen ción a un precio asequ i­ ble, la tasa fu e políticam en te más im popu lar qu e la sustitución , quizá p or q u e parecía qu e pon ía pr ecio a la vida h u m an a (o al r iesgo de m or ir ) y qu e daba a ese pr ecio la san ción del Estado. Los titulares de los p er iód icos rezaban : «300 dólares p or tu vida». La ira p or la leva y p o r los 300 dólares de la exen ción provocaron actos violen tos con tra los en cargados de la recluta, sobre t od o los m otin es de N u eva York con tra la de ju lio de 1863, qu e duraron varios días y en los qu e perdieron la vida m ás de cien person as. Ai añ o siguien te, el C o n gr e ­ so apr obó un a n ueva ley del ser vicio m ilitar ob ligat or io qu e elim i­ n aba la tasa de exen ción . El d er ech o de pagar a un su stitu to, sin em b ar go, se m an tu vo en el N or t e (pero n o en el Sur) a lo largo de la gu er r a.3 Al final, n o serían m u ch os los reclutas forzosos en el ejército de la U n ió n . (In cluso una vez establecido el ser vicio m ilitar obligat orio, el gr u eso del ejército estaba for m ad o p or volun tarios, qu e se en rola­ ban p or los in cen tivos econ óm icos y la am en aza de qu e al final se les reclutase a la fuerza.) En tre qu ien es veían qu e su n úm ero salía en el sort eo, m u ch os h uyeron o qu edaron exim id os por in capacidad. D e los alred edor de 207.000 h om bres elegid os en el sorteo, 87.000 pa­ garon la tasa de exen ción , 74.000 pagaron a sustitutos y solo 46.000 in gresaron en filas.4 En tre los qu e pagaron a un su stitu to para qu e lu ch ase en su lu gar estuvieron An drew C ar n e gie y J.P. M or gan , los padres de T h eo d or e y Fran ldin Roosevelt , y los futuros presiden tes Ch ester A. Arth u r y Grover Clevelan d .3 ¿Era el sistem a de la gu erra civil un a form a ju st a de repartir el ser vicio m ilitar? Cu an d o h ago esta pregun ta a m is alu m n os, casi t o­ dos dicen qu e no. D icen qu e n o es equ itativo qu e la gen te de p osi­ bles pagu e a un su stitu to para qu e luch e en su lugar. C o m o m u ch os de los am er ican os qu e protestaron en aquella década de 1860, creen qu e el sistem a era una form a de discr im in ación clasista. Les p r egu n t o en t on ces si son par t idar ios del ser vicio m ilitar ob ligat or io o del ejército qu e ten em os hoy, exclu sivam en te for m ado p or person as qu e se en rolan volu n tariam en te. Casi t od os son parti­ d ar ios del segu n d o (com o la m ayoría de los estadou n iden ses). Pero esto suscita un ardu o problem a: si el sistem a de la gu erra civil n o era equ itativo porqu e dejaba qu e la gen te de posibles pagase a otros para qu e fuesen a la gu er r a en su lugar, ¿n o valdría la m ism a ob jeción referida al ejército de en rolam ien to volu n tario? La form a de pagar es diferen te, claro.An drew Car n egie tuvo que en con trar a su sustituto y pagarle directam en te; hoy, el ejército reclu­ ta a los soldados qu e luch an en Irak o Afgan istán , y n osotros, los con ­ tribuyen tes, les pagam os colectivam en te Pero sigue sien do cierto que qu ien es preferiríam os n o en rolarn os pagam os a otros para qu e luch en en n uestras guerras y arriesguen su vida. En ton ces, ¿cuál es la diferen ­ cia, m oralm en te h ablan do? Si el sistem a de la gu erra civil de pagar a sustitutos era in justo, ¿n o lo es tam bién el ejército profesion al? Para exam in ar el problem a, olvid ém on os del sistem a de la gu e­ rra civil y pen sem os en las dos form as cor r ien tes de reclutar solda­ dos: el ser vicio m ilitar obligat orio y el m ercado. En su form a m ás sim ple, el servicio m ilitar ob ligat or io cubre las n ecesidades de las fuerzas arm adas al obligar a t odos los ciu dadan os qu e cu m plan ciertas con dicion es a servir en ellas o, si n o h acen falta tan tos, a los elegid os p or un sorteo. Eí.e era el sistem a qu e em pleó Estados U n id os en las dos gu erras m un diales. Se em pleó tam bién en la gu erra de Vietn am , pero de m od o com plicado, plagado de pr ór r o­ gas para estudian tes y determ in adas profesion es, por lo qu e m u ch os se libraban de qu e se les llamase. El servicio m ilitar obligat orio alim en tó la op osición a la gu erra de Vietn am , sobre t od o en las un iversidades. Esa fue la razón , en par­ te, de qu e el presiden te Rich ard N ixon propu siese la abolición del servicio m ilitar ob ligat or io; en 1973, cu an do Estados U n id os se reti­ raba de Vietn am , el ejército de en rolam ien to volu n tario su stitu yó al de recluta forzosa. C o m o el ser vicio m ilitar ya n o era obligat orio, el ejército su bió la paga y m ejor ó otros b en eficios para atraer a los sol­ d ados qu e n ecesitaba. Un ejército de en rolam ien to volu n tario, tal y com o lo en ten de­ m os hoy, recluta a sus m iem bros p or m ed io del m ercado de trabajo, del m ism o m od o qu e los restauran tes, los ban cos, las tien das y dem ás n egocios. H ablar en este caso de volu n tarios n o es m u y apropiado. N o son volu n tarios com o en un ser vicio de b om b er os volu n tarios, d on d e sirven sin rem u n eración , o en un com ed or social, don d e d o ­ nan su tiem po. Es un ejército profesion al en el qu e los soldados tra­ bajan p or q u e les pagan . Los soldad os son «volu n tarios» solo en el n n sm o sen tido en que los asalariados de cualqu ier oficio lo son . N o h ay alistam ien to forzoso y el trabajo lo llevan a cabo person as qu e aceptan h acerlo a cam bio de din ero y otros ben eficios. El debate acerca de cóm o debería en rolar a los sold ad os un a socied ad dem ocrática es m ás in ten so cu an do hay un a gu erra, según dem u estran los m otin es con tra las levas en la gu erra civil y las pro­ testas con tra la gu erra d eV iet n am . Cu an d o Estados U n id o s adoptó el ejército estrictam en te profesion al, la cuestión de si era ju st a la m a­ nera en qu e se estaba efectu an d o la recluta per dió in terés para el pú blico. Pero las gu erras estadou n iden ses en Irak y Afgan istán han revivido la discusión pública sobre si está bien qu e una sociedad de­ m ocrática aliste a sus soldados p or m ed io del m ercado. La m ayoría de los estadou n iden ses están a favor del ejército pro­ fesion al; p o co s qu ieren volver al ser vicio m ilitar ob ligat or io. (En septiem bre de 2007, en m edio de la gu erra de Irak., un 80 por cien to de los estadou n iden ses se opon ía al ser vicio m ilitar obligat orio, p or un 18 p o r cien to a favor, segú n un a en cu esta de Gallu p.)6 Pero el ren ovado debate sobre el ejército de profesion ales y el servicio m ili­ tar ob ligat orio n os en fren ta a algun as de las gran des cuestion es de la filosofía política, las relativas a la libertad in dividual y las ob ligacio­ nes cívicas. Para explorarlas, com par em os las tres form as de asign ar el servi­ cio m ilitar q u e h em os visto; el ser vicio m ilitar ob ligat or io, el ser ­ vicio m ilitar ob ligat or io con la posibilidad de pagar a su stitu to* (el sistema de la guerra civil n orteam erican a) y el m ercado. ¿Cu al es éT m ás ju st o?; 1. el ser vicio militar obligatorio; 2. el ser vicio m ilitar ob ligat or io con la posibilidad de pagar a su stitu tos (el sistem a de la gu erra civil n orteam erican a); 3. el m ercado (el ejército profesion al). E l a r g u m e n t o a fa v o r d e l e jé r c i t o p r o f e s i o n a l Si u sted es libertario, su respuesta será eviden te. El ser vicio m ilitar ob ligat or io (la prim era opción ) es in justo porqu e es coercitivo, una form a de esclavitu d. Le es in h eren te la idea de qu e el Est ado es el d u eñ o de sus ciu dadan os y pu ede h acer con ellos lo qu e le apetezca, in cluso obligarles a ir a la gu erra y p on er en ella en peligr o su vida. R o n Paul, m iem b r o republican o del Con gr eso y destacad o liber t a* rio, dijo n o h ace m u ch o en con tra de qu ien es quieren rein staurar el servicio militar obligat orio: «Es una form a de esclavitud, pu ra y sim ­ plem en te. Y la D ecim ot er cera En m ien da, qu e proh íbe la ser vidu m ­ bre in volu n taria, la ¡legalizó. Es m u y posible qu e un recluta m uera, lo cual h ace del servicio m ilitar ob ligat or io una form a de esclavitud m uy peligrosa».7 Pero au n qu e n o crea qu e el servicio m ilitar ob ligat orio equivale a la esclavitud, u sted podría opon erse a su existen cia porqu e lim ita la posibilidad de elegir de los in dividuos y, por lo tanto, reduce la feli­ cidad gen eral. Este es un argu m en to utilitarista con tra el alistam ien ­ to forzoso. Sostien e que, en com paración con un sistem a qu e p er m i­ ta q u e se p agu e a su stitu tos, redu ce el bien estar de las per son as al im ped ir q u e acu erden en tre sí tratos m u tu am en te ben eficiosos. Si An drew Car n egie y su sustitu to qu erían h acer un trato, ¿por qu é h abía qu e im pedírselo? La libertad de participar en ese in tercam bio parece qu e in crem en ta la utilidad de las partes sin redu cir la de n adie m ás. Por lo tan to, p or razon es utilitarias, el sistem a de la gu erra civil (la segu n da política) es m ejor que el ser vicio m ilitar ob ligat or io (la prim era política). N o cuesta ver qu e las prem isas utilitaristas apun talan el razon a­ m ien t o de m ercado. Si se parte de qu e un in tercam bio volu n tario h ace qu e las dos partes estén m ejor sin perju dicar a otros, se ten drá un b u en ar gu m en t o utilitarista a favor de qu e im per en los m er ­ cados. P od em os verlo al com parar el sistem a de la gu er r a civil (la se­ gu n da política) con el ejército de en rolam ien to volu n tario (la terce­ ra política). La m ism a lógica que lleva a defen der qu e se pu eda pagar a su stitu tos lleva tam bién a defen der una solu ción com plet am en t e d e m ercado: si se deja qu e se pagu e a sustitutos, ¿por qu é se recluta forzosam en te a n adie, para em pezar? ¿Por qu é n o se reclutan las tro­ pas m edian te el m ercado de trabajo, sim plem en te? Pón gan se el sala­ rio y los ben eficios que se crean n ecesarios para atraer soldados en el n ú m ero y de la calidad qu e se requieran , y déjese qu e los in dividu os elijan si se en rolan o no. A n adie se le obligaría a servir con las arm as en con tra de su volun tad, y los qu e sí estén dispu estos a h acerlo p o ­ drán d ecid ir si el servicio m ilitar es preferible a las dem ás posibilida­ des un a vez se tien en en cuen ta todos los factores. Así pues, el ejército de en rolam ien to volu n tario parece la m ejor de las tres op cion es. D ejar qu e los in dividu os escojan librem en te alistarse p or la com pen sación qu e se les ofrece hará qu e solo se alis­ ten sí con ello m axim izan la utilidad de qu e disfrutan ; y qu ien es n o quieran servir n o sufrirán la pérdida en la utilidad qu e les cor r espon ­ de qu e se derivaría de qu e se les forzase a in gresar en las fuerzas ar­ m adas en con tra de su volun tad. Es con cebible que un utilitarista objetase qu e el ejército de en ­ r olam ien to volu n tario es m ás caro qu e el de recluta obligatoria. Para atraer a soldad os en el n ú m er o y de la calidad qu e se requieran , la paga y los ben eficios deberán ser m ayores qu e cu an do los soldados están obligad os a servir. A un utilitarista, pu es, quizá le pr eocu pe qu e la felicidad in crem en tada de u n os sold ad os m ejor ret ribu id os n o com pen se la in felicidad de un os con tribu yen tes qu e tien en qu e pa­ gar más p or el servicio militar. Pero esta ob jeción n o es m uy con vin cen te, especialm en te si la altern ativa es el ser vicio m ilitar ob ligat or io (con o sin su stitu tos). Resu ltar ía extrañ o qu e, por razon es utilitarias, se dijese qu e el coste qu e para los con tribu yen tes tien en otros ser vicios ofr ecidos por las adm in istracion es públicas, co m o la policía y los bom ber os, se redu ­ ciría for zan do a in dividu os elegid os al azar a realizar esas tareas p or un su eld o in ferior al de m ercado; o qu e el coste del m an ten im ien to de las au topistas se reduciría si se obligase a una parte de los con tr i­ buyen tes, elegida por sorteo, bien a en cargarse de ese trabajo, bien a pagar a otros para que se en cargasen . La in felicidad qu e se derivaría de m edidas tan coercitivas sobrepasaría, probablem en te, el ben eficio qu e los con tribu yen tes obten drían de u n os servicios más baratos. Así qu e, tan to según el razon am ien to liber t ar io com o según el utilitarista, el ejército profesion al par ece la m ejor solu ción , el sistem a h íbr id o de la gu erra civil n orteam erican a vien e en segu n do lugar y el ser vicio m ilitar ob ligat or io es la form a de asign ar el ser vicio m ili­ tar m en os deseable. Pero cabe h acer al m en os dos ob jecion es a esas m an eras de argu m en tar. Un a se refiere a la equ idad y la libertad; la otra, a las virtu des cívicas y el bien com ú n . Primera objeción: Equidad y libertad Segú n la pr im er a de esas ob jecion es, el libre m ercado, para qu ien es n o tien en m u ch o don d e elegir, n o es tan libre. Pién sese en este caso ext r em o: un a person a sin casa que d u er m e b ajo un pu en te quizá haya elegido, en cierto sen tido, h acerlo así; pero n o p or ello vam os a con siderar n ecesariam en te que su elección es libr e.Tam p oco estaría ju st ificad o qu e su pu siésem os qu e prefiere d or m ir bajo un pu en te a d or m ir en un piso. Para saber si su elección refleja una preferen cia por d or m ir al aire libre o la in capacidad de pagar un piso, h abrem os de saber algo acerca de sus circun stan cias. ¿H ace lo que está h acien ­ d o librem en te o p or n ecesidad? Cab e pregun tarse lo m ism o de cu alqu ier elección qu e se h aga en el m ercado, y en con creto de las qu e se h acen cu an do se adoptan ciertas profesion es. ¿C ó m o se aplica esto al ser vicio m ilitar? N o p o ­ d em os det er m in ar la ju st icia o in justicia del ejército profesion al sin saber más de las circun stan cias de fon do que prevalecen en la socie­ dad: ¿h ay u n gr ad o razon able de igu aldad de op or t u n id ad es o hay qu ien es tien en m uy pocas op cion es en la vida? ¿Tien e t od o el m u n ­ do la op or t u n id ad de cursar estu dios su per iores o hay qu ien es n o tien en otra form a de costeárselos qu e alistarse en el ejército? Desde el pu n to de vista de los razon am ien tos basados en el m er ­ cado, el ejér cit o pr ofesion al es atractivo p or q u e evita la coer ción del ser vicio m ilitar ob ligat or io; con él, solo se en rola a algu ien en el ser vicio m ilitar si ha d ad o su con sen tim ien t o. Pero en tre qu ien es acaban alistán dose en un ejército profesion al algun os habrá tan p oco afectos al servicio militar com o los qu e n o se alistan. Si la pobreza, si la desven taja econ óm ica son m u y com u n es, qu e algu ien se aliste qu izá solo refleje que carece de altern ativas. Segú n esta ob jeción , el ejército de en rolam ien to volu n tario n o lo es tan to com o parece. Podría in cluso ten er lo suyo de coercitivo. Si en la socied ad algun os n o cuen tan con otra bu en a salida, podrá ocu r r ir qu e qu ien es elijan alistarse hayan sido reclutados a la fuerza a t od os los efectos, por la n ecesidad econ óm ica. En tal caso, la dife­ ren cia en tre el servicio m ilitar ob ligat or io y el ejército profesion al n o es qu e aqu el obligu e a servir y este sea libre, sin o qu e cada u n o recurre a un a form a diferen te de obligación : la fuerza de la ley en el p r im er caso y la presión de la n ecesidad econ óm ica en el segu n do. So lo si los in dividu os dispon en de una serie de posibilidades labora­ les decen t es se podrá decir qu e cu an d o eligen servir en las fuerzas arm adas a cam b io de un salario es porqu e realm en te esa es su prefe­ ren cia y n o p or lo lim itado de las posibilidades a su alcan ce. La com posición p or clases sociales del actual ejército profesion al da la razón a esta objeción , al m en os hasta cierto pun to. Los jóven es de b ar r ios d o n d e los in gr esos fam iliares son bajos o m ed ios (ba­ r r ios d on d e la m edian a de in gresos de los h ogares oscila en tre los 30.850 dólares y los 57.836) están represen tados de m an era despro­ porcion ada en tre los reclutas del ejército en servicio activo.8 Está m e­ n os represen tado el 10 por cien to más pobre de la población (m uch os de los ah í in cluidos n o cum plen el grado de educación y de capaci­ dad qu e se requiere) y el 20 por cien to más rico (los de barrios con un a m edian a de in gresos por h ogar de 66.329 dólares o m ás).9 En los ú ltim os añ os, m ás del 25 por cien to de los reclutas del ejército carecía de un título oficial de en señ an za m ed ia.]yY m ien tras el 46 por cien ­ to de la población civil tien e algun a edu cación su perior, solo el 6,5 p or cien to de los alistados en el ejército con edades entre los diecioch o y los vein ticuatro años ha estudiado algun a vez en una un iversidad.11 En añ os recien tes, los jóven es m ás pr ivilegiados de la sociedad estad ou n iden se n o han op tad o por servir en las fuerzas arm adas. El títu lo de un libro recien te sobre la com posición por clases sociales de las fuerzas arm adas lo expresa bien : A W O L: The Unexcused A bsen­ té of A m erica^ Upper Closses frorn Agilitar}' Service.12 D e los 750 estu­ dian tes de la pr om oción de 1956 de P rin ceton , la m ayoría — 450— se in corporaron a las fuerzas arm adas tras la gr adu ación . D e los 1.108 m iem bros de la pr om oción de 2006, solo se alistaron 9 .13 U n a pauta sem ejan te se ve en otras un iversidades de élite, y .e n la capital de la n ación : solo el 2 por cien to de los m iem bros del C on gr eso tien en un h ijo o una h ija qu e sirvan en las fuerzas ar m ad as.14 El con gresista Ch arles R an gel, dem ócrata p or H arlem , con d e­ cor ad o en la gu erra de Cor ea, cree qu e n o es equitativo, y ha pedido q u e se rein staure el ser vicio m ilitar obligat orio. «M ien tras siga h a­ b ien d o am er ican os a los que se lleve a la guerra — escr ib ió— todos deberían ser su sceptibles de qu e se les lleve, n o solo los que, por cir­ cun stan cias econ óm icas, se ven atraídos por los in cen tivos educativos y por las lucrativas bon ificacion es que se dan para qu e se en rolen .» Señ ala qu e, en la ciu dad de N u eva York, «la d esp r op or ción en tre qu ien es pech an con el ser vicio m ilitar es trem en da. En 2004, el 70 p or cien to de los volu n tarios de la ciu dad eran n egros o h ispan os, y se los reclutaba en gr u p os sociales con in gresos b ajos».13 R an gel se op u so a la gu erra de Irak y cree qu e n un ca h abría em pezad o si los h ijos de los políticos h ubiesen ten ido que sufrir las pen alidades cor r esp on d ien t es. Sost ien e t am bién qu e, dada la d e ­ sigu aldad de opor t u n id ad es en la socied ad estadou n iden se, asign ar el ser vicio m ilitar p or m ed io del m er cado n o es equ itativo para qu ie­ nes cuen tan con m en os altern ativas: La gran mayoría de los que han luchado con las armas por este país en Irak pertenecen a zonas rurales pobres y a los barrios más m o­ destos de nuestras ciudades, lugares donde las primas por alistarse de hasta 40.000 dólares y los miles de dólares en ayudas a la educación son muy tentadores. Para aquellos que tienen la opción de ir a la uni­ versidad, estos incentivos — a cambio de arriesgar la propia vida— no significan nada.16 Así pues, la prim era ob jeción a qu e se ju st ifiq u e el ejército p r o­ fesion al m edian te razon es basadas en el m er cado tien e qu e ver con la equ id ad y la coer ción : la falta de equ id ad de la d iscr im in ación clasista y la coer ción qu e p u ed e darse si la desven taja econ óm ica im p ele a los jóv en es a pon er en p eligr o su vida a cam b io de una ed u cación su p er ior y de otros ben eficios. O b sér v ese qu e la o b jeció n relativa a la coer ción n o lo es al ejér cit o profesion al en cu an t o tal. So lo se dir ige con tra el ejér cito profesion al cu an d o este existe en un a socied ad con desigu aldades con sid erab les. En cu an to la d esigu ald ad se m od er ase, la ob jeción desaparecería. Im agín ese, p or ejem plo, un a sociedad perfectam en te igual, en la qu e todos tuviesen las m ism as opor t u n idades educativas. En un a socied ad así, n adie podría deplorar qu e la decisión de en ro­ larse en el ejército, a causa de la presión sin equ idad de la n ecesidad econ óm ica, n o sea libre del todo. Por su pu esto, no hay sociedades perfectam en te igualitarias. Por lo tan to, el peligr o de la coerción siem pre se ciern e sobre lo qu e los in dividu os eligen en el m ercado de trabajo. ¿Cu án ta igualdad habría qu e ten er para qu e se elija en el m ercado con libertad, para que n o se esté su jet o a coerción ? ¿A qu é pu n t o han de üegar las desigu alda­ des en las con dicion es sociales de fon d o para qu e socaven la equ idad de las in stitucion es sociales basadas en la elección in dividual (el ejér­ cit o profesion al, por ejem plo)? ¿En qu é con dicion es es el libre m er­ cad o r ealm en te libre? Para r espon d er estas cu est ion es, t en d rem os qu e exam in ar las filosofías m orales y políticas qu e pon en la libertad — en vez de la utilidad— en el cen tro m ism o de la ju st icia. P ospon ­ dré, pues, estas cu estion es hasta qu e aborde en capítulos posteriores el pen sam ien to de Im m an uel Kan t y de Joh n Raw is. Segunda objeción: Las virtudes cívicas y el bien común M ien tras, veam os una segu n da ob jeción a la asign ación del servicio m ilitar p o r m edio del m ercado, la objeción en n om bre de las virtu ­ des cívicas y del bien com ú n . Esta ob jeción d ice qu e el ser vicio m ilitar n o es un t rabajo m ás: es un a ob ligación cívica. Segú n este ar gu m en to, t od os los ciu dada­ n os tien en el d eb er de ser vir a su país. En tre qu ien es pr opon en este p u n t o de vista, algu n os creen q u e tal ob ligación solo se satisface cu m p lien d o el ser vicio m ilitar; otros, en cam bio, dicen qu e basta con otras for m as de ser v icio n acion al, com o el P eace C o r p s, el Am er iCor p s oTeach for Am erica. Pero si el servicio militar (o el ser ­ vicio n acion al) es un deber cívico, n o se debería pon er lo a la ven ta en el m ercado. Pién sese en otra respon sabilidad cívica: el d eber de for m ar parte de un ju rado. N adie m uere por ser m iem bro de un ju r ado, pero puede resultar on er oso, sobre t od o si in terfiere con el trabajo o con otros com p r om isos u rgen tes. Y, sin em bar go, n o se p er m it e a n adie qu e p agu e a otro para qu e le sustituya en el ju r ad o. Tam p oco se recurre al m ercado de trabajo para crear un sistem a de ju r ad os pagados, p r o­ fesion ales, «totalm en te volu n tario». ¿P or qué n o? D esd e el pu n t o de vista del razon am ien to de m ercado, cabría argu m en tar a favor de h a­ cerlo así. Los m ism os ar gu m en tos utilitaristas qu e se esgrim en con tra la recluta forzosa de soldados podrían aplicarse a la recluta forzosa de ju r ad o s: p er m it ir qu e algu ien m u y ocu p ad o p agu e a un su stitu to h aría qu e am bas partes m ejorasen su situ ación . Prescin dir del deber de form ar parte obligatoriam en te de un ju r ado sería todavía m ejor; d e­ ja r qu e el m ercado de trabajo reclutase al n ú m ero qu e se n ecesite de ju r ad os cu alificados perm itiría qu e qu ien es quisiesen ejercer ese tra­ bajo se pu dieran d ed icar a él y qu e aqu ellos a los qu e les desagrada se librasen de él. En ton ces, ¿por qu é pasam os p or alto el in cr em en to de la u tili­ dad social qu e produciría un m er cado de ju r ad os? Q u izá por qu e n os pr eocu pa qu e los ju r ad os pagados procediesen de m od o despr opor ­ cion ad o de en tor n os desfavorecidos y la calidad de la ju st icia se re­ sin tiese. Pero n o hay n in gun a razón para su pon er qu e los acom od a­ dos sean m ejores ju r ad os qu e las person as de en tor n os m odestos. En cu alqu ier caso, la paga y los b en eficios siem pre se podrían aju star (com o ha h ech o el ejército) para atraer a person as con la edu cación y la capacidad n ecesarias. La razón de que se r edu ce forzosam en te a los ju r ad os en vez de qu e se les con trate reside en qu e n os parece qu e h acer ju st icia en los tribu n ales es un a respon sabilidad de la qu e deben participar tod os los ciu dadan os. Los m iem bros del ju r ad o n o se limitan a votar: deli­ beran u n os con otros sobre las pru ebas y la ley.Y- las deliberacion es se basan en las dispares exper ien cias vitales de los ju r ad os, con sus distin tas trayectorias en la vida. El d eber de form ar parte de un ju r a­ d o n o solo es un a form a de resolver los ju icios. Es adem ás un a form a de ed u cación cívica y un a expresión de la ciu dadan ía dem ocrática. A u n q u e el d eb er de for m ar parte de un ju r ad o n o resulta siem pre edifican te, la idea de qu e t odos los ciu dadan os están obligados a h a­ cerlo preserva un n exo en tre los tribun ales y la gen te. Algo parecido podría decirse del servicio militar. El ar gu m en to cívico a favor del servicio m ilitar ob ligat or io sostien e qu e el servicio m ilitar, co m o el deber de for m ar parte de un ju r ad o, es un a respon ­ sabilidad cívica; expresa y ah on da la ciudadan ía dem ocrática. D esde este pu n t o de vista, con vertir el ser vicio m ilitar en un a m ercan cía — un a tarea para cuya r ealización se paga a otros— cor r om p e los ideales cívicos por los qu e debería regirse. Segú n esta ob jeción , pa­ gar a los soldados para qu e h agan n uestras gu erras está m al, n o por ­ qu e n o sea equitativo para los pobres, sin o porqu e de esa m an era n os qu it am os de en cim a un deber cívico. El h ist or iad or D avid M . Ken n ed y ha ofr ecid o una versión de este argu m en to. Sostien e qu e «las fuerzas arm adas de Estados Un id os tien en hoy m uch as de las características de un ejército m ercen ario», y p or este en tien de un ejército pagado, profesion al, qu e esté en bu e­ na m edida separado de la sociedad en cuyo n om bre lu ch a.17 N o es su in ten ción despreciar los m otivos de quien es se en rolan . Lo qu e le in ­ qu iet a es qu e pagar a un n ú m er o hasta cier t o pu n t o p eq u eñ o de n uestros con ciu dadan os para qu e luch en en nuestras guerras n os deja a los dem ás fuera de lo qu e está su cedien do. Cor t a el lazo en tre la m ayoría de los ciu dadan os d em ocr át icos y los soldad os qu e luch an en su n om bre. Ken n edy observa qu e, «en proporción a la población , el n ú m ero de m ilitares en servicio activo es h oy alrededor de un 4 por cien to del qu e gan ó la Segu n d a Gu err a M un dial». Est o h ace qu e a los p olí­ ticos n o les sea dem asiado difícil llevar el país a la gu er r a sin ten er qu e gan arse un con sen tim ien to gen eralizado y pr ofu n do de la socie­ dad en su con ju n to. «Se p u ed e ah ora m an dar a la batalla a la fuerza m ilitar m ás poderosa de la h istoria en n om bre de una sociedad que apen as si se in m uta cu an do así se h ace.»18 El ejército de en rolam ien ­ to volu n tario libra a la m ayoría de los estadou n iden ses de la respon ­ sabilidad de lu ch ar y m or ir por su país. Au n qu e algu n os ven en esto un a ven taja, esa exen ción del sacr ificio com par t id o tien e el precio de que se erosion e la n ecesidad de ren dir cuen tas políticam en te: Una mayoría en orme de los americanos, que no corre el menor riesgo de tener que servir militarmente, ha contratado, a todos los efectos, a algunos de sus conciudadanos más desfavorecidos para que hagan uno de los trabajos más peligrosos mientras la mayoría sigue con sus propios asuntos sin mancharse de sangre ni inquietarse.19 U n a de las for m u lacion es m ás fam osas de la defen sa cívica del ser vicio m ilitar ob ligat or io es la del gin eb r in o Jean - Jacqu es R o u s­ seau (1712- 1778), el t eór ico de la política ilustrado. En El contrato social (1762) m an tien e qu e con vertir un deber cívico en un bien de m ercado n o au m en ta la libertad, sin o que la socava: En cuanto el servicio público deja de ser el asunto principal de los ciudadanos y prefieren servir a su bolsa anees que a su persona, el Estado está ya cerca de su ruina. ¿Hay que marchar al combate? Pagan a unas tropas y se quedan en casa. [...] En un Estado verdaderamente libre, los ciudadanos lo hacen todo con sus propias manos y nada con el dinero. Lejos de pagar para quedar eximidos de sus deberes, paga­ rían por cumplirlos ellos mismos. Estoy bien lejos de las ideas com u­ nes; creo que las corveas son menos contrarias a la libertad que los impuestos.20 La robusta n oción de ciu dadan ía de Rou sseau y su descon fian za h acia los m ercados qu izá parezcan alejadas de las prem isas actuales. N o s in clin am os'a ver el Estado, con sus leyes y regu lacion es de ob li­ gad o cu m p lim ien t o, com o el rein o de la fuerza, y al m ercado, con sus in tercam bios volun tarios, com o el rein o de la libertad. Rou sseau diría qu e así se ve el m u n d o al revés, al m en os en lo qu e se refiere a los bien es cívicos. Los partidarios del m ercado podrían defen der el ejército profe­ sion al, bien rech azan do la ardua n oción de ciudadan ía de Rou sseau , bien n egan do qu e resulte pertin en te para el servicio militar. Pero los ideales cívicos a que se refería n o han perdido del t odo su reson an cia in clu so en un a sociedad m ovida p or el m ercado com o Estados U n i­ dos. La m ayoría de los partidarios del ejército profesion al n iegan con veh em en cia qu e equivalga a un ejér cito de m er cen ar ios. Señ alan , cor r ectam en t e, que a m u ch os de los qu e se en rolan les m u eve el p at r iot ism o, n o solo la paga y los ben eficios. Pero ¿por qu é creen qu e eso tien e im portan cia? Con tal de qu e los soldados h agan bien su trabajo, ¿por qu é ha de im por tar n os qu é íes m ueve? Hasta cu an do en cargam os de la recluta al m er cado n os cuesta separar el ser vicio m ilitar de las viejas ideas de pat r iot ism o y virtud cívica. P u es pien se en lo sigu ien te: ¿cuál es, en realidad, la diferen cia en tre el ejér cito profesion al de h oy y un ejército de m ercen arios? Am b os pagan a los soldados por luch ar. A m b os seducen a la gen te para qu e se aliste con la prom esa de un salario y de otros ben eficios. Si el m er cad o es la for m a apropiada de reclutar un ejército, ¿qu é tien en de m alo los m ercen arios? Cabr ía replicar qu e los m ercen arios son extran jeros que luch an solo por la paga, m ien tras qu e el ejército estadou n iden se de en rola­ m ien t o volu n tario solo recluta a estadou n iden ses. Pero si el m ercado de trabajo es una form a apropiada de en rolar tropas, n o está claro por qu é las fuerzas arm adas de Estados Un idos han de discrim in ar a algu ien p or su n acion alidad a la h ora de con tratarlo. ¿Por qu é n o recluta so ld ad ose n t r e los ciu dadan os de otros países qu e quieran el trabajo y posean la cu alificación pertin en te? ¿Por qu é n o se crea una legión extran jera con sold ad os del m u n d o en desarrollo, d on d e los jor n ales son bajos y los bu en os trabajos escasean ? A veces se arguye qu e los sold ad os extran jer os serían m en os leales qu e los estadoun iden ses. Pero ser n acion al n o garan tiza la leal­ tad en el cam po de batalla, y los reclu tadores podrían exam in ar a los solicitan tes extran jer os para d et er m in ar si son de fiar. U n a vez se acepta qu e el ejército debe valerse del m ercado de trabajo para n u­ trir sus filas, n o h ay n in gu n a razón en p r in cip io para restrin gir la elegibilidad a los ciu dadan os de Estados U n id os, n in gun a, es decir, a n o ser qu e se crea qu e el ser vicio m ilitar es, despu és de todo, un a respon sabilidad cívica, una expresión de ciu dadan ía. Pero si se cree eso, en ton ces cabe tam bién cuestion ar qu e se recurra al m ercado. Dos gen er acion es después de que se aboliese el ser vicio m ilitar ob ligat orio, los estadou n iden ses vacilan a la h ora de aplicar la lógica del m ercado en su plen itu d al ser vicio m ilitar. La legión extran jera fran cesa tien e un a larga tradición de reclu tar sold ad os extran jeros para qu e luch en por Fran cia. Au n qu e las leyes fran cesas proh íben a la legión qu e reclute fuera de Fran cia, in tern et ha h ech o qu e tal res­ t r icción resulte cadu ca. U n sistem a de en rolam ien t o en lín ea, en trece idiom as, atrae ah ora a reclutas de t od o el m u n do. Alrededor de un a cuarta parte de los m iem bros de la legión es de or igen latin o­ am er ican o y un a pr opor ción cada vez m ayor pr oced e de Ch in a y otros países asiáticos.21 Estados Un id os n o ha establecido una legión extran jera, pero ha dad o pasos en esa d ir ección . A m edida qu e las gu er r as de Irak y Afgan istán se han ido prolon gan do, cada vez resulta m ás difícil reclu­ tar el n ú m ero de efectivos qu e se desea; por eso, sus fuerzas arm adas están em pezan d o ya a en rolar a in m igr an tes extran jeros qu e viven act u alm en te en Est ados U n id os con visados t em porales. En tr e los in cen tivos se en cu en tra un buen su eldo y una vía rápida para con se­ gu ir la n acion alidad estadoun iden se. Alr ededor de treinta mil p er so­ nas qu e n o son ciu dadan os de Estados U n id os sirven en estos m o ­ m en tos en sus fuerzas arm adas. El n uevo program a ya n o otorgará la p osib ilid ad de en rolarse solo a qu ien es dispon gan de la taijeta verde, el p er m iso per m an en t e de residen cia; la ext ien de a los in m igran tes tem porales, los estudian tes extran jeros y los refu giados.22 Q u e se recluten tropas extran jeras n o es la ún ica con secu en cia de adoptar la lógica del m ercado. U n a vez se con sidera qu e el ser vi­ cio m ilitar es un trabajo com o cu alqu ier otro, n o hay razón para su p on er qu e la con tratación deba efectuarla solo el Estado. D e h e­ ch o, Estados U n id os en carga ah ora algun as fun cion es m ilitares a em ­ presas privadas, y lo h ace a gran escala. Las con tratas m ilitares priva­ das desem peñ an un papel cada vez m ayor en con flictos en distin tas partes del m u n do y form an un a parte sustan cial de la presen cia m i­ litar de Estados Un id os en Irak. En ju lio de 2007, el p er iód ico Los A ngeles Tim es in form aba de qu e el n ú m ero en Irak de em pleados de con tratas privadas pagados p or Estad os U n id os (180.000) era m ayor que el de m ilitares estacio­ n ados allí (160.000).23 M u ch os de esos em pleados privados realizan tareas d e apoyo logístico y n o en tran en com bate: con struyen bases, reparan veh ícu los, en tregan sum in istros y se en cargan de los ser vi­ cios alim en tarios. Pero alrededor de 50.000 son agen tes de segu ridad ar m ad os cu yo trabajo d e vigilar bases, con voyes y d ip lom át icos a m en u d o les lleva a en trar en com b at e.24 M ás de 1.200 em pleados de las con tratas privadas h an m u er t o en Irak, si bien n o vu elven en ataúdes cu biertos con la ban dera y el n úm ero de bajas que sufren no se in cluye en el cóm p u t o de las fuerzas arm adas estadou n iden ses.25 U n a de las m ayores em presas m ilitares privadas es Blackw ater W orldw ide. Er ik Prin ce, el director gen eral de la em presa, an tigu o m iem br o de las fuerzas de oper acion es especiales de la M arin a, tien e un a ardien te fe en el libre m ercado. Rech aza la in sin uación de que sus sold ad os son «m ercen arios», palabra que con sidera «d ifam at o­ ria».26 P rin ce se explica: «Estam os in ten tan do h acer por el aparato de segu rid ad n acion al lo que Federal Express h izo p or el ser vicio pos­ tal».27 Blackw ater, que ha recibido m ás de m il m illon es de dólares en con tratos del gob ier n o por sus servicios en Irak, a m en u d o ha dado lu gar a p o lém icas.28 Su s activid ades llam aron p or pr im er a vez la aten ción pú blica cuan do cuatro de sus em pleados su frieron en 2004 una em boscad a en Faluya y los m ataron ; se colgó a dos de los cadá­ veres de un pu en te. El in ciden te llevó al presiden te Geor geW . Bush a or den ar a los m arin es qu e encrasen en Faluya, don d e se libró una batalla costosa, a gran escala, con tra los in surgen tes. En 2007, seis guardas de Blackw ater abrieron fu ego con tra una m u ltitu d en una plaza de Bagd ad y m ataron a diecisiete civiles. Los guardas, qu e alegaron qu e les h abían disparado a ellos prim ero, n o p od ían ser pr ocesad os con for m e a la ley iraqu í; así lo establecían un as n orm as dictadas tras la in vasión por la au t or id ad gober n an t e est ad ou n id en se. Al fin al, el D ep ar t am en t o de Ju st icia de Est ad os U n id os los acusaría de h om icidio in volu n tario; el in ciden te llevó al go b ier n o iraquí a pedir la retirada de Blackw ater del país.29 M u ch os, en el C on gr eso y en tre el pú blico en gen eral, critica­ ron qu e el Est ad o descargase tareas bélicas en em presas con án im o de lu cro co m o Blackw at er . Bu en a parte de las críticas se dir igen con tra su in m u n idad y participación en excesos, Vari os añ os an tes de q u e los em p lead os de Black w at er disparasen a civiles en la plaza de Bagdad , em pleados de otras em presas h abían estado en tre los qu e abusaron de los presos de la cárcel de Abu Gh raib. Los soldados del ejército im plicados com parecieron an te un tribun al m arcial; los em ­ pleados privados n o fueron castigados.30 Pero su pon gam os qu e el Con gr eso crease un as regu lacion es más estrictas para las em presas m ilitares privadas de m od o qu e fuera m ás fácil pedirles cuen tas de sus actos y de m od o qu e sus em pleados es­ tuvieran som et id os a las m ism as n or m as de con du cta qu e los solda­ dos estadou n iden ses. ¿Dejaría de ser criticable el em pleo de em presas privadas para qu e luch en en n uestras guerras? ¿O es qu e hay algun a diferen cia m oral en tre pagar a Federal Expr ess para que reparta el cor r eo y con tratar a Blackw ater para que reparta una fuerza letal en el cam po de batalla? Para r espon d er esta pregun ta h em os de resolver u n a qu e le es previa: el ser vicio m ilitar (y quizá el ser vicio n acion al en gen eral), ¿es un a obligación cívica qu e todos los ciu d adan os tien en el deber de cum plir, o es un trabajo duro y ar r iesgado com o otros (trabajar en la m in a, por ejem plo, o la pesca de altura) que se rigen apropiada­ m en te p or el m er cad o de trabajo? Y para r espon d er esta pregun ta h em os de plan tearn os una m ás am plia: ¿qu é ob ligacion es se tien en los ciu d ad an os de un a socied ad d em ocrática en tre sí y de d ón d e n acen esas obligacion es? Diferen tes teorías de la ju st icia ofrecen d i­ feren tes respuestas a esa cuestión . Estarem os en m ejor disposición de decid ir qu é preferim os, el servicio m ilitar ob ligat or io o el pr ofesio­ n al, un a vez h ayam os explor ado, m ás adelan te, el fu n dam en t o y el alcan ce de las obligacion es cívicas. M ien tras, veam os otr o uso con ­ trovertido del m ercado laboral. E m ba r a zo s d e pa g o W illiam y Elizabeth Stern eran un a pareja de profesion ales qu e vivía en Tenafly, estado de N e w Jer sey; él era b ioqu ím ico, ella, pediatra. Q u er ían ten er un h ijo, pero por sí m ism os n o podían , al m en os no sin qu e la salud de Elizabeth cor r iese peligro: padecía de esclerosis m últiple. Por lo tanto, acu dieron a un cen tro de in fertilidad qu e «su­ brogaba» em barazos. El cen tro publicaba an un cios en busca de «m a­ dres su stitu ías», m u jeres dispuestas a qu edarse em barazadas y dar a luz en lu gar de otra m u jer a cam bio de un a retribu ción en din ero.31 U n a de las m ujeres qu e r espon d ió al an u n cio fue M ary Beth W h it eh ead , de vein tin ueve añ os, qu e tenía dos h ijos: era esposa de un trabajador de la recogida de basuras. En febrero de 1985, W illiam St er n y M ar y Beth W h it eh ead firm aron un con trato. M ary Beth aceptaba qu e se la in sem in ase artificialm en te con el esperm a de W i­ lliam , p r osegu ir el em barazo y en tregar el n iñ o a W illiam una vez h u biese n acido. Aceptaba adem ás ceder sus derech os m ater n os para qu e Elizabeth St er n pu diese adoptar el n iñ o. Por su parte, W illiam aceptaba pagar a M ary Beth 10.000 dólares en el m om en t o de la en trega del n iñ o y correr con los gastos m édicos (pagó adem ás 7.500 dólares al cen tro de in fertilidad p or h aber m ediado en el trato). Tras varias in sem in acion es artificiales, M ary Beth se qu ed ó em ­ barazada, y en m arzo de 1986 dio a luz a una n iña. Los Stern , an tici­ pán dose a la in m in en te adopción de la qu e iba a ser su hija, la llam a­ ron M elissa. Sin em bargo, M ary Beth W h iteh ead vio qu e era in capaz de separarse de la niña y qu iso quedársela. H u yó a Florida con ella, pero los St er n con sigu ieron qu e se em itiese una orden ju d icial qu e la ob ligaba a en tregar a la n iñ a. La policía de Florida en con t r ó a M ary Bet h , se dio la n iñ a a los Stern y la disputa por la custodia aca­ bó en los ju zgad o s de N ew Jersey. El ju e z tuvo que decidir si el con trato debía cumplirse. ¿Q u é cree usted que era lo debido? Para simplificar las cosas, cen trém on os en la cuestión m oral más que en la legal (N ew Jersey n o tenia una ley que perm itiese o proh ibiese los con tratos de subrogación de la maternidad). W illiam Stern y M ary Beth W h iteh ead h abían firm ad o un con trato. Desde el pun to de vista moraJ, ¿h abía qu e obligar a que se cum pliese? El ar gu m en t o m ás fuerte a favor de m an ten er en vigor el con ­ trato es el de qu e un trato es un trato. D o s adu ltos h abían firm ad o volu n tariam en te un acu erdo que ben eficiaba a am bas partes:W iJliam Stern ten dría un h ijo de su propia san gre y M ary Beth W h iteh ead gan aría 10.000 dólares p or n ueve m eses de trabajo. H ay qu e r econ ocer qu e n o se trataba de un trato com ercial c o ­ rrien te, así qu e p u ede qu e le en tren las dudas de su validez, por una u otra de estas dos razon es. La pr im er a es qu e pu ede qu e n o esté segu ro de qu e la m u jer qu e acuerda ten er un h ijo y en tregarlo por din ero esté plen am en te in form ada. ¿P u ede de verdad saber de an te­ m an o có m o se sen tirá cu an d o llegu e el m om en t o de en tregar el n iñ o? Si n o p u ed e saberlo de verdad, cabría sosten er qu e su con sen ­ t im ien to in icia] estu vo con d icion ad o p or la n ecesidad de din ero y una falta del con ocim ien t o adecu ado acerca de lo qu e exper im en t a­ ría cu an do se separase de su hijo. En segu n do lugar, pu ede qu e usted en cuen tre reproch able la com praven ta d e n iñ os, o alquilar la capaci­ dad reproductiva de una m ujer, in cluso si am bas partes acuerdan li­ brem en te h acerlo. Se podría argu m en tar qu e esta m an era de pr oce­ der con viert e a los n iñ os en m ercan cías y explora a las m u jeres al tratar el em barazo com o un n egocio lucrativo. A H ar vey R . Sorkow , el ju e z del «caso de Baby M », com o se vin o a llam arlo, n o le con ven cieron estas dos ob jecion es.32 D eclar ó válido el acu er d o basán dose en que los con tr atos son sagrados. Un trato era un trato, y la m adre biológica n o tenía derech o a r om per el con trato sim plem en te porqu e h ubiese cam biado de op in ión .33 El ju e z abor dó las dos objecion es. N e gó pr im er o qu e el acu erdo de M ary Beth n o h u biese sido volu n tario del todo, qu e su con sen ti­ m ien to h u biera estado en parte viciado: Nin guna parte se encuentra en una posición negociadora supe­ rior. Cada una obtuvo solo lo que la otra quiso. Se estableció un pre­ cio por los servicios que cada parte había de efectuar y se alcanzó un acuerdo. Un a parte no forzó a la otra. Nin gun a de las partes con ta­ ba con un conocimiento de experto que pusiese a la otra en una po­ sición desventajosa. Nin guna tenía un poder negociador despropor­ cionado.3* En segu n d o lugar, rech azó qu e la su brogación de la m atern idad, o m at er n id ad de su stitu ción , equ ivaliese a ven der un n iñ o. El ju e z sostu vo qu e W illiam Stern , el padre b iológico, n o le h abía com pr ado un n iñ o a M ar y Beth W h iteh ead; la h abía pagado por el ser vicio de gestar al n iñ o. «En el n acim ien to, el padre n o com p r ó el n iñ o. Es gen éticam en te su propio h ijo, su h ijo b iológico. N o pu ede com pr ar lo qu e ya es suyo.»33 C o m o el n iñ o se con cibió con el esperm a de W illiam , era su h ijo desde el prin cipio, razon ó el ju e z. Por lo tanto, n o se ven dió un niño. El pago de 10.000 dólares fue por un servicio (el em barazo), n o por un pr od u ct o (el n iñ o). En cu an to a la idea de qu e ofr ecer sem ejan te ser vicio explota a las m u jer es, el ju e z Sor k ow discrepaba. C o m p ar ó el em bar azo de p ago a la d on ación pagada de esperm a. P u esto qu e a los h om bres se les per m it e ven der su esperm a, a las m u jeres se les debería perm itir ven der su capacidad reproductiva: «Si un h om bre pu ede ofrecer los m ed ios para procrear, a un a m u jer debería igu alm en te perm itírsele h acer lo m ism o».36 Sost en er lo con tr ar io, afirm aba, sería n egar a las m u jeres la igual protección an te la ley. M ary Beth W h iteh ead presen tó una apelación an te el Tribun al Su p r e m o de N e w Jersey. El tribu n al, en vered ict o u n án im e, revo­ có la decisión del ju e z Sor k ow y sen ten ció que el con trato de su­ brogación era in válido.37 El tribun al con ced ió la custodia de Baby M a W illiam St er n porqu e era lo qu e m ás le con ven ía al bebé, D ejan ­ d o aparte el con trato, el tribun al creía qu e los Ster n educarían m ejor a Melissa. Sin ¡embargo, devolvió a M ar y Beth W h iteh ead la con di­ ción de m adre de la n iñ a y pidió al ju zgad o qu e det er m in ase los derech os de visita. El presiden te del Tribun al Su prem o, el ju e z R o b e r t W ilen tz, que redactó la sen ten cia en n om bre del tribun al, rech azó el con trato de su brogación de la m atern idad. Argüía que n o fue realm en te volu n ta­ rio y qu e su pon ía la venta de un n iño. En pr im er lugar, n o h u bo verdadero con sen tim ien to. M ary Beth n o aceptó gestar un n iñ o y en tregarlo tras el parto de m an era verda­ deram en te volu n taria, puesto que n o estaba plen am en te in form ada: Según el contrato, la madre natural se com promete irrevoca­ blemen te antes de que sepa la intensidad de sus lazos con el niño. No toma nunca una decisión totalmente voluntaria e informada, pues está del todo claro que cualquier decisión previa al n acim ien ­ to de la niña no es, en el sentido que más importa, una decisión in­ form ada.38 U n a vez qu e el n iñ o ha n acido, la m adre está en m ejor posición de elegir de m an era in form ada, pero para en ton ces su decisión n o es libre, sin o que está con dicion ad a por «la am en aza de una querella y la in du cción de los diez mil dólares», lo qu e h ace qu e «n o llegue a ser totalm en te v o lu n t a r ia ».A d e m á s, la n ecesidad de din ero h ace probable qu e m u jeres pobres «elijan » con vertirse en m adres de al­ qu iler para otras acom odadas, y n o al revés. El ju e z W ilen tz in dicaba qu e tam bién esto pon ía en en tr ed ich o el carácter volu n t ar io de acu er dos de esa especie: «Ten em os serias dudas de qu e las parejas in fértiles con p ocos in gresos en cuen tren m adres de alquiler qu e ten ­ gan in gresos altos».40 Por lo tan to, un a de las razon es para con siderar n ulo el con trato fue qu e el con sen t im ien t o estu viera con tam in ad o. Pero W ilen tz ofreció adem ás un a segun da razón , de ín dole más fun dam en tal: Dejando aparte la cuestión de hasca qué punto le acuciaba su necesidad de dinero y de en qué medida entendía las consecuencias, apuntamos que su consentimiento es irrelevante. En una sociedad ci­ vilizada hay cosas que el dinero no puede comprar.^ La su brogación com ercial de la m atern idad equivale a com prar un n iñ o, sosten ía W ilen tz, y com pr ar n iñ os está m al, por volun taria qu e sea la venta. Rech azaba el argu m en to de que se paga por el servi­ cio su brogado, n o por el n iño. Segú n el con trato, los diez m il dólares se pagaban solo cu an do se en tregaba la custodia y M ary Beth ren un ­ ciaba a sus derech os m atern ales. Eso es vender un niño, o, al menos, la venta del derecho de la madre a su hijo, y el único factor que lo minga es que uno de los compradores sea el padre. [...] Un intermediario, movido por el pro­ vecho econ ómico que saca de ello, promueve la venta. Sea cual sea el idealismo que pueda haber m ovido a algunos de los participantes, el motivo del provecho econ ómico predomina, impregna y en última instancia rige la transacción.42 LO S CONTRATOS DE SUBROGACIÓN DE LA MATERNIDAD Y LA JUSTICIA P or lo tan to, ¿qu ién ten ía razón en el caso de Baby M , el ju zgad o qu e dio validez al con trato o el tribun al su per ior qu e lo an u ló? Para r espon der esta pregun ta h abrem os de calibrar la fuerza m oral de los con tratos y las dos objecion es qu e se le h acían al de su brogación del em barazo. El ar gu m en to a favor de dar validez al con trato de su brogación de la m atern id ad se basa en las dos teorías de la ju st icia qu e h em os ten ido en cuen ta hasta ah ora: el libertarism o y el utilitarism o. El ar­ gu m en t o iib e r t ar io en defen sa de los con tr atos dice qu e reflejan la libertad de elegir: dar validez a un con trato en tre dos adultos acor ­ dado con el con sen tim ien to de am bos es respetar su libertad. El ar­ gu m en t o jjt ilit ar io en defen sa de los con tratos dice que prom ueven el bien estar gen eral; si am bas partes acuerdan un trato, es qu e am bas deben de sacar un ben eficio o algun a felicidad de ese acu erdo; si no, n o lo h abrían h ech o. Así qu e, a m en os qu e se pu eda dem ostrar que el trato redu ce la utilidad que le correspon de a alguien (y en m ayor gr ad o de lo qu e ben eficia a las partes), los in tercam bios m u tu am en te ven tajosos — in clu id os los con tr at os de su b r ogación — d eben ser con siderados válidos. ¿Y las ob jecion es? ¿Son con vin cen tes? Primera objeción: El consentimiento estaba viciado La prim era ob jeción , la qu e p on e en duda qu e el con sen tim ien to de M ary Beth W h iteh ead fuese realm en te volun tario, plan tea un a cu es­ tión acerca de las con dicion es en qu e se tom a una decisión . Arguye qu e solo p o d r em os HpfYr rr>n libertad si n o estam os in debidam en te presion ados (por la n ecesidad de din ero, p or ejem plo) y sí razon able­ m en te bien in form ad os sobre las dem ás posibilidades. Q u é hay que en ten der exactam en te p or presión in debida o por caren cia de con ­ sen tim ien to in form ad o está abierto a discusión . Pero el ob jet o de esa discu sión es d eter m in ar cu án do un acu erdo su pu estam en te volun ta­ r io lo es de verdad y cu án d o no. Esta cu estión p esó m u ch o en el caso de Baby M , tal y com o pesa m u ch o en los debates sobre el ejér­ cit o profesion al. Aparte de los ejem p los qu e se h an con siderado aqu í, m erece la pen a observar qu e este debate, sobre las con dicion es de fon d o n ece­ sarias para qu e j>u eda h aber un con sen tim ien to que ten ga au tén tico sign ificado1 es en realidad un a pelea de fam ilia den tro de un a de las tres m an eras-de en focar la ju st icia qu e exam in am os en este libro: la qu e d ice qu e la ju st icia con siste en respetar la libertad. C o m o ya h em os visto, esa es la fam ilia a la qu e per ten ece el libertan sm o. M an ­ tien e qu e la ju st icia requiere que se respete lo que quiera qu é elijan las person as siem pre qu e n o viole los derech os de n adie. O tras t eo­ rías qu e tam bién con sideran qu e la ju st icia con siste en respetar la li­ ber tad im pon en algun as restriccion es a las con d icion es en qu e se elige. Dicen — com o el ju e z W ilen tz en el caso de Bab y M — que cu an d o se elige b ajo presión , o cu an do falta un con sen tim ien to in ­ for m ado, n o se trata de un a elección verdaderam en te volu n taria, Es­ tarem os m ejor preparados para calibrar este debate cu an do exam in e­ m os la filosofía política de Joh n Raw ls, del cam po de la libertad pero qu e rech aza la visión libertaria de la ju st icia. Segunda objeción: La degradación y los bienes superiores ¿Y la segu n da objeción sobre los con tratos de su brogación de la m a­ tern id ad la qu e dice qu e hay cosas qu e el din ero n o debería com ­ prar, en tre las cuales están los n iñ os y la capacidad reproductiva de las m ujeres? Q u é hay de m alo, exactam en te, en com prarlos y ven der­ los? La respuesta más con vin cen te es la qu e dice qu e tratar a los n i­ ñ os y a los em barazos com o m ercan cías los degrada o n o los valora apropiadam en te. Bajo esta cuestión subyace un a idea de m uy vasto alcan ce: que, sen cillam en te, n o está en n uestra m an o determ in ar cuál es la m an era debida de valorar los bien es y las prácticas sociales. Cier t os m od os de valoración son apropiados para ciertos bien es y prácticas. En el caso de las m ercan cías, un coch e, d igam os, o una tostadora, la m an era apropiada de valorarlos con siste en usarlos o en fabricarlos y ven der­ los para sacar una gatt m cia. Pero estaría m al tratarlo t od o co m o si fuese un a m ercan cía Estaría m al, p o r ejem p lo, tratar a los seres h u ­ m an os com o m ercan cías, m eras cosas qu e se com pran y se ven den . La razón es qu e los seres h u m an os son person as dign as de respeto, no ob jet os qu e se usan. El respeto y el uso son dos m od os de valoración diferen tes. Elizabeth An derson , filósofa mora] de n uestros días, ha aplicado un a versión de este argu m en to al debate de la subrogación de la m a­ tern idad. Sostien e qu e los con tratos de subrogación de la m atern idad degradan a los n iñ os y a las m ujeres em barazadas porqu e los tratan com o si fuesen m ercan cías.43 Por d egr adación en tien de tratar a al­ gu ien «con form e a un m od o de valoración in ferior al que le es propio. Valoram os las cosas n o solo con form e a un “ m ás’' o un “m en os”, sin o de m an eras cualitativam en te superiores e in feriores. Am ar o respetar a alguien con siste en valorarla de una m an era su perior a la qu e se habría em pleado si solo se quisiese usarla. [...] La subrogación com ercial de­ grada a los n iñ os en la m edida en que los trata com o m ercan cías».44 Los usa com o in strum en tos para el ben eficio econ óm ico en vez de darles afecto com o a person as dign as de am or y aten cion es. La su brogación com ercial d egr ad a tam bién a las m ujeres, según An d er son , al tratar sus cu er p os com o si fuesen fábricas y pagarles para qu e n o sien tan ap ego por los n iñ os qu e gestan . En el lu gar de «las n orm as paren tales p or las qu e de or d in ar io se r ige la gest ación de un n iñ o [pon e] las n orm as econ óm icas qu e rigen la pr od u cción ordin aria». Al requ er ir a la m adre de alqu iler que «reprim a el am or m at er n o que pu eda ir sin tien do por el n iñ o — escribe An d er son — , el con trato de su brogación con vierte el em barazo en un a for m a de trabajo alien ado».43 En el contrato de subrogación, [la madre] acuerda que no creará, o que intentará que no se cree, una relación maternal con su cría. Su embarazo se aliena, ya que debe desviarlo del fin que las costumbres sociales del embarazo debidamente promueven: la vinculación em o­ cional con el niño.46 Para el ar gu m en to de An derson es básica la idea de qu e hay b ie­ n es de diferen te n aturaleza; es, pu es, er r ón eo valorar t od os los bien es de la m ism a form a, com o in stru m en tos del ben eficio econ óm ico o com o objetos de uso. Si esta idea es correcta, explicaría p or qu é hay cosas qu e el din ero n o debería com prar. Plan tea tam bién un a dificu ltad al utilitarism o. Si la ju st icia ñ o con siste m ás qu e en m axim izar el exceden te de placer con respecto al dolor, n ecesitarem os un a ún ica y u n ifor m e m an era de pesar y va­ lorar todos los bien es y el placer o el d olor qu e n os pr opor cion an . Ben t h am in ven tó el con cept o de utilidad precisam en te con ese p r o­ pósito. Pero An d erson sostien e qu e valorarlo todo segú n la u tilidad (o el din ero) degrada esos bien es o prácticas sociales — en tre ellas, los n iñ os, el em barazo y la m atern idad— qu e se valoran apropiadam en ­ te solo con form e a n orm as su periores. Pero ¿cuáles son esas n orm as su periores, y cóm o pod em os saber qu é m od os de valoración son los apropiados según los bien es y prác­ ticas sociales de qu e se trate? U n a form a de abordar la cuestión es la qu e p ar t e de la idea de liber t ad. C o m o los seres h u m an os tien en la capacidad de ser libres, n o se nos debería usar com o si Riésemos m e­ ros ob jet os, sin o dign a y respetu osam en te. Este en foqu e resalta la diferen cia entre las person as (dign as de respeto) y los m eros objetos o cosas (susceptibles de ser usados) y h ace de ella la distin ción fun ­ dam en tal de la m oral. Su m ayor defen sor es Im m an uel Kan t, a quien dedicaré el capítulo siguien te. O tr a m an era de abordar la cuestión de las n orm as su periores es la qu e tien e su pu n to de partida en la idea de que la m an era debida de valorar los bien es y las prácticas sociales depen de de los pr opósi­ tos y fin es de esas prácticas. Recu ér d ese que, al opon er se a la su bro­ gación de la m atern idad, An derson sosten ía que «las costum bres so­ ciales del em barazo debidam en te prom ueven » un cierto fin, a saber, q u e la m adre sien ta un vín cu lo em ocion al con su h ijo. Un con tr a­ to qu e requiera a la m adre que n o for m e ese vín cu lo es degradan te p orqu e la desvía de ese fin. Pon e en lugar de una «n or m a parental» un a «n orm a qu e rige la pr odu cción comercial)). La idea de que des­ cu b r im os las n orm as apropiadas para las distin tas prácticas sociales al in ten tar com pr en der el fin característico, o propósito, de esas prácti­ cas es el n ú cleo de la teoría de la ju st icia de Aristóteles. Exam in are­ m os su en foqu e en un capítulo posterior. H asta que n o exam in em os estas teorías de la m oral y de la ju st i­ cia n o podrem os determ in ar de verdad qué bien es y prácticas sociales deberían regirse por el m ercado. Pero en el debate sobre los em bara­ zos de alquiler, com o en el del ejér cito profesion al, vam os vislu m ­ b ran d o ya lo que está e n ju e go . G est a n t e s d e a l q u il e r en el Ter c er M u n d o M elissa Stern , an tes con ocida com o Baby M , se licen ció hace poco en la Un iversidad G eor ge W ash in gton , con la religión com o d isci­ plin a p r in cip al.47 H an pasado m ás de vein te añ os desde la fam osa batalla legal en N e w Jer sey por su custodia, pero el debate sobre la su b r ogación com er cial de la m at er n id ad n o ha acabado. M u ch os países eu r opeos la han proh ibido. En Est ad os U n id os, m ás de un a decen a de estados la ha legalizado, alrededor de una decen a los p r o­ h íbe y en otros n o está clara su situación legal.4* Las n uevas técn icas de reproducción h an cam biado la econ om ía de la gestación de su stitu ción de una form a qu e agu diza el dilem a ético qu e su pon e. Cu an d o M ary Beth W h it eh ead acept ó qu edarse em bar azad a a cam b io de din ero ap or t ó tan to el vien tre com o el óvu lo. Era, pu es, la m adre biológica del n iñ o qu e gestó. Pero con la apar ición de la fecu n d ación in vi tro p u ed e p r op or cion ar el óvu lo un a m u jer y gestarlo otra. D ebor ah Spar, profesora de adm in istra­ ción de em presas en la Facultad de Cien cias Em presariales de H ar ­ vard, ha an alizado las ven tajas com erciales de la n ueva form a de su ­ b r ogación .49 An tes, qu ien es con trataban la su brogación «n ecesitaban ad qu ir ir en un m ism o paqu ete el óvu lo y el sen o m atern o». Ah ora pu eden h acerse «p or una parte con el óvu lo (que, en m u ch os casos, es de la qu e ejercerá de m adre) y por otra con el sen o m at er n o».51' Q u e la caden a de sum in istro n o ven ga ya en un solo «paquete», explica Spar, ha im pu lsado el crecim ien to del m er cado de la su b r o­ gació n .:>l «C o m o elim in a el n exo tradicion al en tre el óvu lo, el sen o m at er n o y la m adre, la su brogación solo de la gestación [ha] r ed u ci­ do el r iesgo legal y em ocion al qu e r odeaba a la su b r ogación de la m at er n id ad t radicion al y ha p er m it id o qu e pr osper e un m er cado n uevo.» «Lib er ad os de las rest r iccion es qu e su p on ía el óvu lo y el sen o m at er n o en un solo paqu ete», los in t er m ed iar ios de la su bro­ gación ah ora «discrim in an m ejor» a la h ora de elegir a las don an tes y a las gestan tes de alquiler, y «buscan óvu los con u n os rasgos gen é­ t icos p ar t icu lar es y sen os m at er n os d e m u jer es con u n a p e r so n a­ lidad d et er m in ad a».52 Los qu e qu ier an ser padres n o ten drán ya qu e preocu parse por las características gen éticas de la m u jer a la qu e pagu en para q u e geste al n iñ o, «ya que las están ad qu ir ien d o en otra par t e».53 No les importa su aspecto, y les preocupa menos que reclamen el niño cuando nazca o que los tribunales se inclinen a su favor. Solo necesitan una mujer sana que esté dispuesta a sobrellevar un embarazo y a cumplir ciertas normas de conducta — no beber, no fumar, no tomar drogas— en su transcurso.54 Au n qu e la su b r ogación solo de la gestación ha au m en tad o el n ú m ero de las m u jeres qu e se ofrecen , la dem an da tam bién ha su bi­ do. Las gestan tes reciben ah ora en tre 20.000 y 25.000 dólares por su em barazo. El coste total del acu er do (in cluidas las facturas m édicas y los costes legales) vien e a ser de en tre 75.000 y 80.000 dólares. C o n precios tan elevados, n o sorpren de qu e qu ien es quieran ser padres por esta vía bu squ en salidas m ás baratas. C o m o pasa con otros pr od u ct os y ser vicios en un a econ om ía global, de alquilar el em b a­ razo se están en cargan d o ah ora proveedoras extran jeras qu e cobran poco. En 2002, la In dia legalizó la su brogación com ercial con la es­ peran za de atraer a clien tes extran jeros.55 An an d, ciu dad del oeste de la In dia, podría ser pron to al em b a­ razo de alqu iler lo qu e Ban galore es a los cen tros de llam adas telefó­ n icas. En 2008, m ás de cin cuen ta m ujeres de la ciu dad estaban em ­ barazadas para parejas de Est ados U n id os, Taiw an , Gran Bretañ a y otros países.36 H ay allí un a clín ica qu e ofrece alojam ien to com u n ita­ r io com pleto, con em pleadas de h ogar, cocin eros y m édicos, a qu in ­ ce em barazadas qu e sirven de gestan tes de alqu iler a clien tes del m u n d o en tero.’’7 El din ero qu e gan an las m ujeres, de 4.500 a 7.500 dólares, suele ser m ás de lo qu e gan arían en qu in ce añ os, y con él p u ed en com pr ar se una casa o costear la ed u cación de sus h ijos.58 Para los padres con tratan tes qu e van a An an d, es un ch ollo: les cu es­ ta u n os 25.000 dólares (in clu idos los gastos m éd icos, el pago a la gestan te, los vu elos de ida y vuelta y los gastos de h otel de dos estan ­ cias), alrededor de un a tercera parte de lo que les costaría en Estados U n id o s.59 A algu n os les parece qu e la su brogación com ercial que se pr ac­ tica h oy es m en os in qu ietan te m or alm en t e qu e el tipo de acu erdo del caso de Bab y M . C o m o la gestan te de alqu iler, se arguye, n o aporta el óvu lo, sin o solo su vien tre y el pech ar con las m olestias del em barazo, el n iñ o n o es gen ét icam en t e suyo. Segú n este pu n to de vista, n o se ven de un n iñ o y es m en os probable qu e la gestan te recla­ m e al recién n acido. Pero la su brogación solo de la gestación n o resuelve el dilem a m oral. Pu ede qu e sea cier t o qu e las gestan tes de alqu iler sien tan m e­ n os ap ego p or los n iñ os qu e gestan qu e las m adres de alqu iler qu e adem ás pon en el óvu lo. Pero dividir el papel de m adre en tres (la m adre adoptiva, la don an te del óvu lo y la gestan te) en vez de en dos n o zan ja la cu estión de qu ién tien e m ás derech o al n iñ o. D e h aber algu n a diferen cia, será la de qu e en cargar la gestación a proveedoras ext ran jer as, tal y com o ah ora se h ace gr acias, en par­ te, a la fecu n dación in vitro, lo qu e ha perfilado más n ítidam en te los problem as m orales pertin en tes. El con siderable ah or r o para los pa­ dres con tratan tes y los en or m es ben eficios econ óm icos, con respec­ to a los su eldos de su tierra, qu e las gestan tes de alqu iler in dias o b ­ tien en de esa m an era de pr oced er h acen qu e resulte in n egable qu e la su brogación com ercial de la gest ación pu ed e in crem en tar el b ie­ n estar gen eral. Por lo tan to, cuesta criticar desde un pu n t o de vista utilitarista la ir r u p ción , com o n egocio globalizado, del em bar azo de alquiler. Pero la pr ovisión glob alizad a de em bar azos d e alqu iler h ace tam bién qu e las du das m or ales adqu ieran un tin te m ás dr am ático. Su m an D od ía, in dia, de vein tiséis añ os de edad, fue gestan te de al­ qu iler para una pareja b r itán ica. An tes gan aba 25 d ólar es al m es com o em pleada dom éstica. Para ella, la perspectiva de gan ar 4.500 d ó ­ lares p o r n ueve m eses de trabajo tuvo q u e ser tan atractiva qu e difí­ cilm en te podría h aberse resistido a ella.60 Q u e h u biese par id o a sus tres h ijos en casa y n un ca h u biese visitado a un m éd ico en aqu ellos em bar azos h ace más con m oved or su papel de gestan te de alquiler. D ijo de su em b ar azo pagad o: «Estoy t en ien d o m ás cu id ad o ah ora qu e con mis pr op ios em bar azos».61 Au n qu e los ben eficios e co n ó m i­ cos de su decisión de ser un a gestan te de alqu iler están claros, n o lo es tan to que p od am os llam arla libre. Adem ás, la creación de un n e­ go cio de los em bar azos de alqu iler a escala m un dial — y n ada m ás y n ada m en os qu e p or un a política deliberada de algu n os países p o ­ bres— h ace m ás in ten sa la im presión d e qu e su brogar la gest ación d egr ad a a las m u jeres al in stru m en talizar sus cu er p os y su capacidad reproductiva. C u est a im agin ar dos actividades h u m an as m ás disím iles qu e ten er h ijos y guerrear. Pero las em barazadas de alqu iler in dias y el soldado al qu e An drew Car n e gie pagó para qu e fuese p or él a la gu erra civil n orteam erican a tien en algo en com ú n . R eflexio n ar sobr e lo bu en o y lo m alo de am bas situ acion es n os pon e cara a cara con dos de las pregu n tas qu e dividen a un as con cep cion es de la ju st icia de otras: ¿h asta qu é pun to som os libres cu an do elegim os en el libre m ercado?; ¿h ay ciertas virtu des y bien es su periores qu e los m ercados no h on ­ ran y el din ero n o pu ede com prar? Lo que cuenta es el motivo. Immanuel Kant Si cree qu e h ay derech os h u m an os universales, es qu e usted, segu ra­ m en te, no es utilitarista. Si t od os los seres son d ign os de respeto, sean qu ien es sean o vivan d on d e vivan , estará mal qu e se les trate com o m eros in strum en tos de la felicidad colectiva. (Recu ér d ese la h istoria del n iñ o desn u trido qu e lan gu idecía en el sótan o p or el bien de la «ciu dad de la felicidad».) Pu ede qu e usted defien da los derech os h u m an os porqu e respe­ tarlos m axim izará la utilidad a largo plazo. En tal caso, sin em bargo, .su razón para respetar los derech os n o es el respeto h acia la person a qu e los posee, sin o porqu e así les irá m ejor a todos. U n a cosa es que se con d en e esa situ ación en la qu e tien e qu e h aber un n iñ o que su ­ fra porqu e reduce la utilidad gen eral; otra, con den arla porqu e es m o ­ ralm en te m ala en sí, un a in justicia qu e se com ete con el n iño. Si los derech os no se fun dam en tan en la utilidad, ¿cuál es su fun da­ m en to moral? Los libertarios ofrecen una respuesta posible. Las perso­ nas n o deberían ser usadas com o un simple m edio para el bienestar de los demás, porque de ese m odo se viola el derech o fun damen tal de ser el du eñ o de un o m ismo. M i vida, mi trabajo y mi person a m e perten e­ cen a mí solo. N o están a la disposición de la sociedad en su con jun to. C o m o h em os visto, sin em bargo, la idea de ser el du eñ o de u n o m ism o aplicada de m od o coh er en t e tien e con secu en cias qu e solo pu eden gustarle a un libertario acér r im o: un m ercado sin r estr iccio­ nes y sin red de segu rid ad para el qu e carga; un Estado m ín im o que prescin de de la m ayor parte de las m edidas qu e palian la desigu aldad y pr om u even el bien com ú n ; y un respeto al con sen tim ien t o tan gr an d e que p er m it e afren tas a la dign idad h u m an a, por parte de las propias víctim as, del calibre del can ibalism o pactado o de ven derse a sí m ism o com o esclavo. N i siquiera Jo h n Lock e (1632- 1704), el gran t eór ico de los d e­ rech os de pr opiedad y del gob ier n o lim itado, proclam aba un dere­ ch o ilim itado a ser el d u eñ o de u n o m ism o. N egab a qu e pod am os d ispon er de n uestra vida y libertad cu an do n os apetezca. Pero la t eo­ ría de Lock e de los derech os in alien ables in voca a D ios, lo qu e plan ­ tea un problem a a qu ien es bu scan un fu n dam en to m oral de los d e­ rech os que n o descan se en prem isas religiosas. E l ARGUMENTO DE KA N T A FAVOR DE LOS DERECHOS Im m an u el Kan t (1724- 1804) ofrece un a con cepción altern ativa de los deberes y los d er ech os, un a de las m ás poder osas e in fluyen tes qu e filósofo algu n o haya produ cido. N o se basa en qu e seam os n ues­ tros propios d u eñ os o en qu e se diga qu e n uestras vidas y libertades son un don de D ios. Se basa en qu e som os seres racion ales, m erece­ dores de dign idad y respeto. Kan t n ació en Kón igsb er g, ciu d ad de la P r u sia O r ien t al, en 1724, y m u rió allí casi och en ta añ os después. Procedía de una familia m od esta. Su padre era gu ar n icion er o; era, com o la m adre, pietista, fe protestan te qu e resaltaba la im por tan cia de la vida religiosa in terior y de las buen as ob r as.5 D est acó en la u n iversidad de Kón igsb er g, don d e in gresó a los dieciséis añ os. D u r an te un t iem po trabajó com o t u tor privado, y a los treinta y un añ os con sigu ió su p r im er trabajo académ ico com o d ocen t e sin salario fijo; le pagaban según el n ú m ero de alum n os qu e acu día a sus clases. Fue un pr ofesor p op u lar y labor ioso; daba un as vein te clases a la sem an a, de m etafísica, lógica, édca, derech o, geogr a­ fía y an tropología. En 1781, a los cin cu en ta y siete añ os, pu blicó su pr im er gran libro, la Critica de la razón pura, qu e pon ía en en tredich o la teoría em pirista del con ocim ien t o qu e deriva de David H u m e y Joh n Locke. Cu at r o añ os más tarde pu blicó Fundam entadón de l<i metafísica de las costumbres, la prim era de las varias obras qu e ded icó a la filosofía m oral. Cin co añ os despu és de qu e apareciesen en 1780 los Principios de la moral y la legislación de Ben t h am , la Fundam entadón de Kan t pro­ cedía a un a devastadora crítica del u tilitarism o. Defen día qu e la m o ­ ral n o con siste en m axim izar la felicidad ni en persegu ir n in gún otro fin : con siste en respetar a las person as com o fines en sí m ism os. La Fundam entadón de Kan t apareció p o co después de la R e v o ­ lu ción am er ican a (1776) y ju st o an tes de la R e v olu ció n fran cesa (1789). En con son an cia con el espíritu y el ím petu m oral de esas revolu cion es, pon e fuertes cim ien tos a lo qu e los r evolu cion arios del siglo x v m llamaban derech os del h ombre, o lo que a prin cipios del si­ glo x x i llam am os derech os h u m an os un iversales. La filosofía de Kan t n o es pan com ido. Pero n o deje qu e eso le ech e para atrás. M erece la pen a; es en or m e la im portan cia de lo que con ella n os ju gam o s. La Fundam entadón aborda un a pregu n ta de gran calado: ¿cu ál es el pr in cip io su pr em o de la m oral? Y en la res­ puesta aborda otra cuestión capital: ¿qué es la libertad? D esde qu e las en u n ció, las respuestas de Kan t a am bas pregun tas se alzan , gigan tescas, sobre la filosofía m oral y política. Sin em bargo, su in fluen cia h istórica n o es la ún ica razón para prestarles aten ción . Por am edren tadora qu e pueda parecer la filosofía de Kan t a prim era vista, la verdad es qu e in form a bu en a parte del pen sam ien to m oral y p olítico con tem por án eo, au n qu e n o seam os con scien tes de ello. Por lo tan to, in ten tar en ten der a Kan t n o es solo un ejercicio filosófico; es adem ás un a form a de exam in ar algu n as de las prem isas fu n da­ m en tales im plícitas en n uestra vida pública. La im portan cia que le da Kan t a la dign idad h um an a in form a las ideas actuales acerca de los derech os h u m an os un iversales. M ás im ­ portan cia tien e aún el qu e su for m u lación de la libertad figure en m u ch os de n uestros debates de h oy sobre la ju sticia. En la in tr odu c­ ción de este libro h e diferen ciado tres m an eras de abordar la ju st icia. U n a de ellas, la de los utilitaristas, dice que para defin ir la ju st icia y determ in ar qu é debe h acerse hay qu e pregun tarse qué m axim izará el bien estar o la felicidad colectiva de la sociedad en su con jun to. U n segu n d o en foqu e liga la ju st icia a la libertad. Los libertarios pro libre m er cado ofrecen un ejem plo de tal en foqu e. D icen qu e la distribu­ ción ju st a de la renta y del pat r im on io será aquella, la qu e sea, qu e se derive del libre in tercam bio de bien es y servicios en un m ercado sin restriccion es. R e gu lar el m er cado es in justo, sostien en , porqu e viola la libertad de elección del in dividu o. U n tercer en foqu e dice qu e la ju st icia con siste en dar a las per son as lo qu e m or alm en t e se m er e­ cen : en asign ar los bien es para prem iar y pr om over la virtu d. C o m o verem os cu an d o exam in em os el pen sam ien t o de Aristóteles (en el cap ít u lo 8), el en foqu e basado en la virtu d liga la ju st icia a la vida bu en a. Kan t rech aza el p r im er en foqu e (m axim izar el bien estar) y el tercero (prom over la virtud). N in gu n o de los dos, pien sa, respeta la libertad h u m an a. Ab oga, pues, y lo h ace poder osam en te, por el segu n d o. el on e lipa iaJu st icia v la m oral a la libertad. Pero la idea de libertad qu e propon e es exigen te, más exigen te que !a libertad de ele­ gir qu e ejer cem os cu an d o com p r am os y ven d em os bien es en el m ercado. Lo qu e solem os en ten der p or libertad de m ercado o elec­ ción del con su m id or n o es verdadera libertad, sostien e Kan t, porqu e se lim ita a satisfacer deseos qu e, para em pezar, n o h em os elegid o n osotros. En un m om en t o volverem os a esa idea m ás elevada de libertad qu e ten ía Kan t. Pero an tes veam os por qu é pien sa qu e los utilitaristas se equ ivocan al creer qu e la ju st icia y la m oral con sisten en m axim i­ zar la felicidad, L a s pe g a s d e m a x im iz a r la f e l ic id a d Kan t rech aza el u tilitar ism o. Al fu n dam en t ar los der ech os en un cálcu lo de qué producirá m asl^ licid ad , sostien e, el utilitarism o vu el­ ve vu ln erables los derech os. H ay adem ás un problem a m ás h on d o: q u e se in ten te derivar los pr in cipios m orales de los deseos que dé la casu alid ad qu e t en gam os es u n a m an er a equ ivocad a d e con ce b ir la m oral. Q u e algo íes dé placer a m u ch os n o h ace qu e esté bien p l m ero h ech o de qu e la m ayoría, por gran de qu e sea, esté a favor, por con ven cidam en te qu e sea, de tal o cual ley n o la vuelve ju st a. Kan t sostien e qu e la m oral n o pu ede basarse en con sideracion es m eram en te em píricas, com o lo son los in tereses, n ecesidades, deseos y preferen cias qu e las person as puedan ten er en un m om en t o dado. Esos factores son variables y con tin gen tes, señ ala, así qu e difícilm en ­ te podrían basarse en elJos un os pr in cipios m orales un iversales. Pero la idea fun dam en tal de Kan t es otra: basar los pr in cipios m orales en preferen cias y d eseos — au n qu e sea el d eseo de ser feliz-— m alen tien de qu é es la m oral. El p r in cip io u tilitarista de la felicidad «n o con tr ibu ye en absolu to al fu n dam en t o de la m oral, pu es h acer qu e un h om bre sea feliz es com pletam en te diferen te a h acerle bu en o, y h acerle pr u den te o astuto en la per secu ción de lo qu e le es ven tajo­ so es com plet am en t e diferen te a h acerle vir t u oso».2 Basar la m oral en in tereses y preferen cias destru ye su dign id ad. N o n os en señ a a distin gu ir lo b u en o de lo m alo, sin o «solo a ech ar m ejor la cuen ta».3 Sí n uestras n ecesidades y deseos n o valen com o fu n dam en tos de la m oral, ¿qu é qu eda? U n a posibilidad es D ios. Pero rto es esa la res­ puesta de Kan t. Au n qu e era cristian o, Kan t n o basaba la m oral en la au t or id ad divin a. D efen d ía, p or el con trario, qu e pod em os llegar al p r in cip io su p r em o de la m oral p or m ed io del ejer cicio de lo que llam a «razón práctica pu ra». Para ver có m o p od em os, segú n Kan t, alcan zar la ley m oral m edian te el u so de la razón , in dagu em os ah ora la ín tim a con exión , tal y com o lo ve Kan t , en tre n uestra capacidad de razon ar y n uestra capacidad de ser libres. Kan t sostien e qu e todas las person as son dign as de respeto, n o por qu e seam os n uestros p r op ios d u eñ os, sin o por qu e som os seres r acion ales, capaces de razon ar; som os adem ás seres au t ón om os, capa­ ces de actuar y elegir librem en te. Kan t n o qu ier e d ecir qu e siem pre logr em os actu ar r acion al­ m en te o qu e siem pre escojam os au t ón om am en t e. A veces lo h ace­ m os y a veces no. Q u ier e decir solo qu e som os capaces de razon ar y de ser libres, y qu e esa capacidad es com ú n a t odos los seres h u m a­ n os co m o tales. Kan t n o du da en adm itir qu e la capacidad racion al n o es la ún i­ ca qu e poseem os^ Ten em os tam bién la de sen t ir j}lacer y dolor. Kanc r econ oce qu e, adem ás de racion ales, som os criatu ras sim ien tes. Por «sim ien tes» Kan t en tien d e qu e r espon d em os a n uestros sen tidos, a n uestras sen sacion es. Ben t h am , pu es, ten ía razón , pero solo a m edias. Ten ía razón al observar qu e n os gusta el placer y n os disgusta el d o ­ lor. Pero se equ ivocaba al recalcar qu e som os «n uestros d u eñ os sob e­ ran os». Kan t sostien e qu e la razón pu ede ser soberan a, al m en os par­ te del tiem po. Cu an d o la razón gobier n a n uestra volu n tad, n o n os m u eve el deseo de bu scar el placer y escapar del dolor. N u est r a capacidad de razon ar está ligada a n uestra capacidad de ser libres. Com b in ad as, estas capacidades n os diferen cian y pon en aparte de la m era existen cia an im al. H acen qu e n o seam os solo m e­ ras criatu ras con apetitos. ¿Q u é es l a lib e r t a d ? Para com pr en d er la filosofía m oral de Kan t h em os de saber qu é en ­ tien de p o r libertad. So lem o s pen sar qu e la libertad es qu e n o haya obstácu los para h acer lo qu e qu erem os. Kan t discrepa. Su n oción de la libertad es m ás estricta, m ás exigen te. Kan t razon a com o sigu e: cu an do bu scam os, com o los an im ales, el placer o la ausen cia de dolor, n o estam os actuan do en realidad li­ brem en te. Actu am os co m o esclavos de n uestros apetitos y deseos. ¿P or qu é? P orqu e cu an d o estam os p er sigu ien d o la satisfacción de n uestros deseos, t od o lo qu e h acem os lo h acem os p or un fin qu e n os vien e dad o de fuera de n osotros.Voy p or aquí para calm ar mi h am ­ bre, voy p or allá para tem plar mi sed. Su p on ga qu e in ten to decidir el sabor del h elado qu e voy a p e­ dir: ¿ch ocolate, vainilla o cafe con toffee crujien te? P u edo pen sar que estoy ejer cien d o la libertad de elegir, pero lo qu e en realidad estoy h acien do es in ten tar figu r arm e qu é sabor satisfará m ejor m is prefe­ ren cias, preferen cias qu e yo n o escogí. Kan t n o d ice qu e esté m al qu e satisfagam os n uestras preferen cias. Su idea es que, cu an do lo h a­ cem os, n o actu am os librem en te, sin o con for m e a un a determ in ación qu e n os ha sid o dada desde fuera. Al fin y al cabo, n o escogí m i d e­ seo por el cafe con toffee crujien te en vez dé p or la vainilla. Lo ten go, sim plem en te. H ace añ os, Sp n t e se an un ciaba con este lem a: «O b ed ece a tu sed». El an un cio de Sprite llevaba im plícita (sin qu e se percatasen de eilo, n o cabe duda) un a idea kan tian a. Cu an d o cojo una lata de Sprite (o de Pepsi, o de Coca- C o la), actú o por obedien cia, n o por m i liber­ tad. R e sp o n d o a un deseo qu e n o h e escogido. O b ed ezco a m i sed. Son frecuen tes las discu sion es p or el papel qu e la n aturaleza y la crian za desem peñ an en el m old eo de la con du cta. El d eseo p o r b e­ ber un Sp rit e (u otras bebidas azucaradas), ¿está in scrito en los gen es o lo in du ce la pu blicidad? Para Kan t, tal debate está fuera de lugar. Esté m i com p or t am ien t o d et er m in ado por la biología o p or lo so ­ cial, n o seré au tén ticam en te libre. Actu ar librem en te, segú n Kan t, es actuar au t ón om am en t e.Y actuar au t ón om am en t e es actuar con for ­ m e a un a ley qu e m e doy a m í m ism o, n o con for m e a los dictados de la n aturaleza o de la con ven ción social. U n a for m a de en ten der lo qu e Kan t qu ier e decir con «actuar au t ón om am en t e» es con tr astar la au t on om ía con lo con t r ar io de la au t on om ía, y para n om b r ar lo con t r ar io de la au t on om ía Kan t se in ven ta un a p alab r a:iiet er on om ía. Cu an d o act ú o h et er ón om am en te, act ú o con fo r m e a d et er n iin acion es dadas fu era de m í. U n ejem ­ plo: si d e jo caer un a bola de billar, se precipitará h acia el su elo. En su caída, la bola de billar n o actúa con libertad; su m ovim ien t o está go b er n ad o p o r las leyes de la n aturaleza, en este caso la d e la gr a­ vedad. Su p on gam os qu e m e caigo (o m e tiran) del Em pir e State Bu ildin g. A m edida qu e m e precipito hacia el suelo, n adie diría qu e estoy actu an do librem en te; mi m ovim ien t o está gob er n ad o por la ley de la gravedad, com o pasaba con la bola de billar. Su p on gam os ah ora qu e caigo sobre otra person a y la m ato. N o seré m or alm en t e respon sable de esa desafortu n ada m u erte, n o m ás de lo qu e lo sería la bola de billar si cayese desde un a gran altura y le diese a alguien en la cabeza. En n in gu n o de esos casos actúa el ob je­ to qu e cae -—yo o la bola de billar— con libertad. En am bos casos, el ob jet o qu e cae está gob er n ad o por la ley de la gravedad. C o m o n o h ay au t on om ía, n o hay respon sabilidad m oral. Ah í, pu es, está el n exo en tre la libertad com o au t on om ía y la idea de la m oral qu e pr op on e Kan t. Actu ar librem en te n o con siste en escoger los m ejores m edios para un fin d ad o; con siste en elegir el fin m ism o p or lo qu e es, elección qu e los seres h u m an os pu eden h acer, y las bolas de billar (y la m ayoría de los an im ales) no. P er so n a s y c o sa s Son las tres de la m adru gada, y tu com pañ er o de cu arto en el cole­ gio un iversitario te pregu n ta por qu é estas levan tado tan tarde dán ­ d ole vueltas a dilem as qu e tien en qu e ver con tranvías. — Para escribir un buen trabajo para prim ero de ética — contestas. — Pero ¿p or qu é qu ieres escr ibir un bu en trabajo? — pregun ta tu com pañ er o de cuarto. — Para sacar una bu en a n ot a final. — Pero ¿por qu é quieres ob t en er un a buen a n ota final? — Para con segu ir un trabajo en un ban co de in versión . — Pero ¿por qu é quieres un trabajo en un ban co de in versión ? — Para ser algún día el director de un fon do de in version es es­ peculativas. — Pero ¿p or qu é quieres ser director de un fon d o de in version es especulativas? — Para gan ar m u ch o din ero. — Pero ¿p or qu é qu ieres gan ar m u ch o din ero? — Para com er a m en u d o lan gosta, qu e m e gusta. Al fin y al cabo, soy un a criatura sin tien te. }Por eso estoy levan tado tan tarde pen san do en tranvías sin fren os! Est e es u n ejem p lo de lo qu e Kan t llam a determ in ación h eterón om a: h acer algo en pos de otra cosa, qu e a su vez se desea en pos de otra, y así su cesivam en te. Cu an d o act u am os h eterón om am en te, ac­ t u am os en pos de fin es dados fuera de n osotros. Som os in stru m en ­ tos, n o autores, de lo que per segu im os. La n oción de au t on om ía de Kan t con trasta radicalm en te con esa situ ación . Cu an d o actu am os au t ón om am en t e, según una ley qu e n os d am os a n osotros m ism os, si h acem os algo, será p or lo qu e es, com o un fin en sí m ism o. D ejam os de ser in stru m en tos de fin es da­ dos fuera de n osotros Esta capacidad de actuar au t ón om am en t e es lo qu e con fiere a la vida h u m an a su especial dign idad. Establece la diferen cia en tre las person as y las cosas. Para Kan t, respetar la dign idad h um an a sign ifica tratar a las per­ son as com o fin es en sí m ism as. Esta es la razón de qu e esté mal usar a las person as en pos del bien estar gen eral, com o hace el utilitarism o. Tirar al h om bre cor pu len t o a las vías para que no pase el tranvía lo usa com o a un m ed io; por lo tanto, n o lo respeta com o a un fin en sí m ism o. Un utilitarista esclarecido (com o M ili) qu izá ren u n cie a em pu jar al h om bre, pr eocu pad o por los efectos secu n darios qu e dis­ m in uirían la utilidad a largo plazo (a la gen te le en traría en segu ida m ied o a estar en un pu en te, etc.). Pero Kan t m an ten dría qu e esa es un a razón equ ivocada para desistir de tirar al h om bre. Sigu e tratan do a la víctim a poten cial co m o a un in stru m en to, un ob jet o, un m ero m ed io para la felicidad de los dem ás. Le deja vivir, n o por lo que es, sin o para que otros puedan cruzar un pu en te sin tem or. Se suscita así la cuestión de qu é le da valor m oral a una acción , y esa cuestión n os lleva de la idea especialm en te exigen te de libertad qu e pr opon e Kan t a su n o m en os exigen te idea de la m oral. ¿Q u é e s m o r a l ? B ú sq u e n siz l o s m o t iv o s Segú n Kan t, el valor m oral de una acción n o con siste en las con se­ cuen cias qu e se sigan de ella, sin o en la in ten ción con la que se haya realizado. Lo qu e im porta es el m otivo, y el m otivo debe ser de cier ­ to tipo. Lo qu e im porta es h acer lo qu e se debe porqu e es lo debido, n o por m otivos ulteriores. «U n a bu en a volu n tad n o es bu en a p or lo qu e efectú a o logra», escribe Kan t. Es bu en a en sí m ism a, prevalezca o no. «In cluso si [...] esa volu n tad carece de t od o p od er para llevar a cabo sus in ten cion es, si aun con el m ayor de los esfuerzos n o con sigu e n ada [...] in cluso en ton ces segu iría brillan d o com o un a gem a de por sí; com o algo qu e tien e codo su valor en sí m ism o.» Para qu e un a acción sea m oralm en te bu en a, «n o basta con qu e sea con for m e a la ley m oral, debe adem ás h aberse h ech o por la ley m or al».3 Y el m ot ivo qu e con fier e valor m or al a un a acción es el m ot ivo del debér, y Kan t en tien de p or ello qu e se h aga lo qu e es d eb id o por la razón debida, Al decir qu e solo el m ot ivo del d eb er con fier e valor m oral a un a acción , Kan t n o está dicien d o cuáles son los deberes con cretos qu e ten em os. N o n os está dicien d o todavía qu é n os pide él pr in ci­ p io su pr em o de la m oralidad. Se lim ita a observar que, cuan do esta­ b lecem os el valor m oral de un a acción , evalu am os los m otivos por los qu e ha sido h ech a, n o las con secu en cias qu e pr od u ce.6 Si el m otivo por el qu e h acem os algo n o es el deber, si es el in ­ terés propio, p or ejem p lo, n uestra acción carecerá de valor m oral. Est o es cierto, m an tien e Kan t , n o solo para el in terés propio, sin o para t od os y cada u n o de los in ten tos de satisfacer n uestras n ecesida­ des, deseos, preferen cias y apetitos. Kan t con trasta m otivos com o estos, a los qu e llam a «m otivos de in clin ación », con el m ot ivo del deber, y recalca qu e solo las accion es llevadas a cabo por el m otivo del d eb er tien en valor m oral. El tendero calculador y la Oficina del Mejor Negocio Kan t ofrece varios ejem plos qu e expresan la diferen cia en tre el d e­ ber y la in clin ación . El prim ero se refiere a un ten dero pruden te. Un clien te in experto, un n iñ o, d igam os, en tra en un colm ad o para co m ­ prar pan . El ten dero pod r ía cobrarle de m ás — cobrarle un precio m ás alto que el h abitual para el pan — y el n iñ o n o se en teraría. Pero el ten dero com pr en d e que, si otros descubren qu e se ha aprovech ado de) n iñ o de esa form a, correría la n oticia, lo qu e peiju dicaría al n e­ gocio. Por esta razón , decide n o cobrarle de m ás ai n iño. Le cobra lo usuaJ. Así, el ten dero h ace lo que se debe, pero por una razón in de­ bida. La ún ica razón por la qu e se ha portado h on radam en te con el n iñ o ha sido la de proteger su repu tación . El ten dero actúa h on rada­ m en te solo por in terés pr opio; la acción del ten dero carece de valor m oral.7 Se p u ed e ver un an álogo m od er n o del ten dero pr u d en te de Kan t en la cam pañ a de afiliación de la O ficin a del M e jor N e go cio de N u eva York. Para in cor por ar a n uevos m iem bros, la O ficin a p u ­ blica a veces un an u n cio de págin a com plet a en e) N ew York Tim es con este en cabezam ien to: «La h on radez es la m ejor política.Y la más provech osa». El t exto del an u n cio n o deja lu gar a dudas acerca de los m otivos a los qu e apela: La h on radez. Es tan im p or t an t e co m o cu alqu ier otr o activo. Por­ qu e un n egocio qu e p r oced e con la verdad p or delan te, con tran spa­ ren cia y asign an d o a las cosas el valor qu e realm en te tien en , n o p u ed e sin o ir bien . Esa es la m eta p or la qu e apoyam os a !a O ficin a del M ejor N e go cio . U n et e a n osot r os.Y ben eficíate con ello. Kan t no con den aría a la O ficin a del M ejor N egocio; prom over la h on radez en los n egocios es loable. Pero hay una im portan te diferen ­ cia m oral entre ser h on rado por m or de la h on radez en sí m ism a y ser h on rado por m or de la línea de resultados. La prim era es una postura basada en prin cipios, la segun da es un a postura pruden te. Kan t sostie­ ne qu e solo la postura basada en prin cipios con cuerda con el m otivo del deber, el ú n ico m otivo qu e con fiere valor m oral a una acción . O pien se en este ejem plo: h ace añ os, la Un iversidad de M arylan d in ten tó com batir la exten dida costu m bre de copiar en los exám en es pid ien d o a los alu m n os qu e firm asen un com pr om iso de n o h acerlo. C o m o in cen tivo, a los qu e h icieran esa prom esa se les ofrecía un a tarjeta de descu en to con la qu e se ah orraban en tre un 10 y un 25 por cien to en los establecim ien tos de la zon a.8 N o se sabe cu án tos estu dian tes pr om etieron qu e n o copiarían por el d escu en t o en la pizzería de la esquin a. Pero la m ayoría estarem os de acu er do en qu e com pr ar la h on radez carece de valor m oral. (El descu en to p u d o lo­ gr ar qu e se copiase m en os, o n o: la_ cuestión m oral, sin em bargo, es si laiio n r ad e z m otivada por las gan as de un descu en to o un a r ecom ­ pen sa m on etaria n en e valor m oral Kant- diría qu e no.'i Est os casos con ceden verósim ilitucTa la aseveración de Kan t de qu e solo el m otivo del deber — h acer algo porqu e está bien h acerlo, n o p or qu e sea útil o con ven ien te— con fiere valor m oral a un a ac­ ción . Sin em b ar go, dos n uevos ejem p los sacan a la luz un a com p li­ cación de la aseveración de Kan t. Seguir vivo El pr im er o se refiere al deber, así lo con sidera Kan t, d e preservar la propia vida. C o m o la m ayor parte de las person as tien en una fuerte in clin ación a segu ir vivien do, rara vez se alude a este deber. La m a­ yor parte de las m olestias qu e n os t om am os para preservar la vida carecen , pu es, de con t en id o m oral. Abroch ar n os el cin tu rón de se­ gu r id ad y m an ten er b ajo con trol el colesterol son actos pru den tes, n o m orales. Kan t r econ oce qu e a m en u d o cuesta saber cuáles son los m ot i­ vos p o r los qu e algu ien actúa co m o actúa. Y r econ oce qu e pu eden estar presen tes a la vez el m otivo del deber y el de la in clin ación . Su idea es qu e solo el m otivo del d eber — h acer algo porqu e está bien h acerlo, n o porqu e sea útil, placen tero o con ven ien te— con fiere va­ lor m oral a un a acción . Lo ilustra con el ejem p lo del suicidio. Las person as, en su m ayoría, sigu en vivas por qu e am an la vida, n o porqu e ten gan el deber de h acerlo. Kan t ofrece un ejem plo d on ­ de el m otivo del deber se h ace visible. Im agin a un a person a sin espe­ ran zas, m isérr im a, tan desalen tada qu e n o desea segu ir vivien do. Si ech a m an o de toda su volu n tad para segu ir vivien do, n o por in clin a­ ción sin o p or deber, su acción ten drá valor m or al.9 Kan t n o m an tien e qu e solo las person as h un didas en la m iseria pu eden cu m plir con el deber de segu ir vivas. Es posible am ar la vida y, sin em bargo, segu ir vivien do p or la razón debida, a saber, qu e se cieñe la obligación de segu ir vivien do. El d eseo de segu ir vivien do n o socava el valor m oral de preservar la propia vida, siem pre y cu an ­ d o la person a r econ ozca el deb er de preservarla y la preserve ten ién ­ d olo presen te. El misántropo moral Q u izá cu an d o m ás arduas resultan las for m u lacion es de Kan t es cu an d o hay qu e aplicarlas al deber, tal y com o él lo con cibe, de ayu­ dar a otros. Algu n as person as son altruistas. Sien ten com pasión por otros y les agrada ayudarles. Pero, según Kan t, h acer bu en as obras porqu e se disfruta al llevar el con ten t o a otros, «por con for m e al d e­ ber y am able qu e pu eda ser», carece de valor m oral. Parecerá qu e esta con clu sión desafía a la in tu ición . ¿N o es buen o, acaso, ser un a de esas person as qu e disfruta ayu dan do a los dem ás? Kan t diría qu e sí. Cier t am en t e, n o pien sa qu e haya n ada m alo en actu ar p or qu e se go ce llevan do el con ten t o a los dem ás. Pero distin gue en tre este m o­ tivo para ayudar a los dem ás — h acer buen as obras m e agrada— y el m otivo del deber.Y m an tien e qu e solo el m otivo del deb er con fiere valor m oral a un a acción . La com pasión del altruista «m erece elogio y alien to, pero n o un a alta est im a».10 ¿Cu án do, pues, ten drá una bu en a obra valor m oral? Kan t ofrece un ejem plo. Im agin em os qu e n uestro altruista sufre un a desgracia qu e extin gu e su am or p or la h um an idad. Se con vierte en un m isán ­ tropo que n o sien te la m en or sim patía ni la m en or com pasión . Pero este corazón tan du ro se aparta de su in diferen cia y vien e en ayuda de los seres con los qu e com par t e la con d ición h um an a. D espr ovis­ to de la in clin ación a ayudar, lo h ace «solo por m or del deber». A h o­ ra, p or prim era vez, tien en sus actos valor m or al.11 En algu n os aspectos, parecerá un ju ic io extrañ o. ¿Q u ier e d ecir Kan t que deb e valorarse a los m isán tropos com o ejem plos m orales? N o, n o exactam en te. Sen tir placer al h acer lo qu e se debe n o socava n ecesariam en te su valor m oral. Lo qu e im porta, n os dice Kan t , es qu e las bu en as obras se h agan p or qu e deben h acerse, n os agrade o n o h acerlas. El héroe del certamen ortográfico Pién sese en un in ciden te qu e ocu r r ió h ace un os añ os en el certam en or t ogr áfico n acion al, celebrado en W ash in gton . A un ch ico de trece añ os se le pidió qu e deletrease «ecolalia», palabra qu e sign ifica «ten ­ den cia a repetir lo qu e se oye». N o la deletreó bien , pero los ju eces n o oyeron lo qu e en realidad dijo, dictam in aron qu e lo h abía h ech o bien y le dejaron segu ir adelan te. Cu an d o su po qu e h abía deletreado m al la palabra, se presen tó an te los ju eces y se lo con t ó.Y le elim in aron . Al día sigu ien te, los titulares proclam aban qu e ese joven tan h on rado era un «h éroe del certam en or t ogr áfico», y su foto salió en el New York Times. «Los ju eces m e dijeron qu e era m uy ín tegro», con tó a los p e­ riodistas. Les dijo tam bién que, en parte, el m otivo por el qu e había pr oced id o así era qu e «n o quería sen tirse com o un gu san o».12 Cu an d o leí esa declaración del h éroe del certam en or t ogr áfico m e pregu n té qu é h abría pen sad o Kan t. N o querer sen tirse com o un gu san o es un a in clin ación , claro está. Por lo tanto, si ese era el m ot i­ vo p or el qu e el ch ico dijo la verdad, cabe pen sar qu e el valor m oral de su acto- estaba socavado. Pero sem ejan te con clu sión parece d em a­ siado severa. Q u er r ía decir qu e solo las person as sin sen tim ien tos podrían realizar actos m oralm en te valiosos. N o creo qu e fuera esto lo qu e Kan t pen saba. Si el ch ico solam en te d ijo la verdad por n o sen tirse culpable o para q u e n o se pen sase m al de él si el error se descubría, qu e con tase la verdad carece de valor m oral. Pero si dijo la verdad p or qu e sabía qu e estaba bien h acerlo, su acto es m oral con in depen den cia del placer o satisfacción qu e le reportase. M ien tras h iciese lo qu e debía p o r la razón debida, qu e se sin tiese bien por h aberlo h ech o n o soca­ va el valor m oral de su acto. Lo m ism o vale para el altruista de Kan t. Si solo ayudaba a otros p o r el placer qu e le daba, sus actos carecían de valor m oral. Pero si r econ ocía com o d eb er ayudar a los qu e, co m o él m ism o, eran seres h u m an os y lo h acía p o r cu m plir ese deber, el placer qu e derivase de ello n o lo descalificaba m oralm en te. En la práctica, claro está, es frecuen te qu e el d eb er y la in clin a­ ción coexist an . Cu est a a m en u d o d et er m in ar los m ot ivos por los qu e u n o m ism o actúa, n o digam os ya los de otros. Kan t n o lo n iega. T am p oco pien sa qu e solo un m isán t ropo du ro de cor azón pu eda realizar actos m or alm en te valiosos. Lo qu e preten de con su ejem plo del m isán tropo es qu e qu ed e bien claro el m otivo del deber, qu e se m an ifieste sin qu e lo velen la sim patía o la com p asión .Y en cuan to vislu m bram os el m otivo del deber, iden tificam os el rasgo qu e Ies da a n uestras bu en as obras su valor m oral, a saber: el pr in cip io a qu e se atien en , n o las con secu en cias. ¿C u á l es el p r in c ip io su pr em o d e la m o r a l id a d ? Si la m oral con siste en actu ar co m o dicte el deber, qu eda por ver qu é exige el deber. Para saberlo, según Kan t, hay que saber cuál es el pr in cip io su prem o de la m oral. ¿Cu ál es el pr in cipio su pr em o de la m oral? El pr opósito de Kan t en la Fundamentación es respon der esta pregun ta. N o s acercará a la respuesta de Kan t el m od o en qu e con ecta tres gr an des ideas: la m oral, la libertad y la razón . Kan t las explica por m ed io de un a serie de con trastes o du alism os. Están expresados con un p o co de jer ga, pero si se percibe cuál es el paralelism o en tre los t ér m in os qu e se con trastan , se estará en el buen cam in o para en ten ­ der la filosofía m oral de Kan t. Estos son los con trastes qu e debem os ten er en cuen ta: Primer contraste (Ia moral): Segundo contraste (la libertad); Tercer contraste (la razón): deber / inclinación autonomía / heteronomía imperativo categórico / imperativo hipotético H em os exam in ado ya el pr im er o de estos con trastes, en tre el d eb er y la in clin ación . Solo el m otivo del deber con fiere valor m oral a un a acción .Veam os si p u ed o explicar los otros dos. El segu n do con traste describe dos form as diferen tes de determ i­ n ar m i volun tad: au tón om am en te y h eterón om am en te. Segú n Kan t, solo soy libre cuan do mi volun tad está determ in ada au t ón om am en t e,. gobern ad a por una lev Que m e dov a mí m ism o. Ah ora bien , pen sam os a m en u d o que la libertad con siste en poder h acer lo que queram os, en persegu ir n uestros deseos sin qu e n ada n os estorbe.. Pero Kan t le plan ­ tea un a gran dificultad a esta form a de con cebir la libertad: si, para em pezar, u n o n o ha elegid o sus propios deseos, ¿cóm o podrem os pen ­ sar qu e som os libres cuan do h acem os por satisfacerlos? Kan t expresa esa dificultad con el con traste en tre au ton om ía y h eteron om ía. Cu an d o mi volu n tad está determ in ada h eterón om am en te, está determ in ada extern am en te, desde fuera dé m í m ism o. Pero esto lleva a un ar du o problem a: si la libertad con siste en algo más qu e en se­ gu ir m is deseos e in clin acion es, ¿cóm o es posible la libertad? ¿N o estará tod o lo qu e h ago m otivado por deseos o in clin acion es deter­ m in ados por in fluen cias exteriores? La respuesta dista de ser obvia. Kan t observa qu e «n o hay n ada en la n aturaleza qu e n o actúe ob ed ecien d o a leyes», com o las de la n ecesid ad n atural, las de la física o la de causa y efect o .13 Eso n os in cluye. A] fin y al cabo, som os seres n aturales. Los seres h u m an os n o estam os exim id os de las leyes de la n aturaleza. Pero si t en em os la capacidad de ser libres, h abrem os de pod er actu ar con for m e a algún otro tipo de ley, una ley diferen te a las de la física. Kan t sostien e qu e toda acción está gober n ad a por leves de un tin o o de ot r o.Y si n uestras accion es estuviesen regidas solo p or las leyes de la tísica, n o seríam os diferen tes de una bola de billar. Por lo tan to, si t en em os la capacidad de ser libres, es qu e h em os de ser ca­ paces de actuar, n o con for m e a un a ley qu e n os es dada o qu e se n os im pon e, sin o con for m e a un a ley qu e n os dem os a n osotros m ism os. Pero ¿de d ón d e procedería un a ley así? La respuesta de Kan t eside.la razón . N o som os ún icam en te seres sin tien tes, gob er n ad os p or el placer y el d olor qu e proporcion an los sen tidos; som os adem ás seres racion ales, capaces de ejercitar la razón . Si la razón det er m in a m i volu n tad, la volu n tad se con vertirá en la facultad de escoger con in depen den cia de los dictados de la n atura­ leza o de la in clin ación . (O bsér vese qu e Kan t n o dice qu e la razón go b ier n e siem pre m i volu n tad; dice solo que, en la m edida en qu e soy capaz de actuar librem en te, con for m e a la ley qu e m e dé a mí m ism o, ten drá qu e o cu r r ir qu e la razón pu eda gob er n ar m i vo­ lun tad.) P or supuesto, Kan t n o fue el pr im er filósofo que afirm ó qu e los seres h u m an os son capaces de ejercitar la razón . Pero su n oción de razón , com o sus con cep cion es de la libertad y la m oral, resulta espe­ cialm en te exigen te. Para los filósofos em piristas, en tre ellos los utili­ taristas, la razón es com plet am en t e in stru m en tal. N o s capacita para d escu br ir los m ed ios para per segu ir cier t os fin es, fin es qu e la razón m ism a n o p r op or cion a.Th o m as H ob b es llam ó a la razón «explor a­ dora de los deseos». D avid H u m e la llam ó «esclava de las pasion es». Los utilitaristas con sideraban qu e los seres h u m an os eran capa­ ces de ejercer la razón , pero solo la in strum en tal. La tarea de la razón , para los utilitaristas, n o es determ in ar qu é fin es m erece la pen a per­ segu ir, sin o calcu lar cóm o se m axim iza la utilidad satisfacien do los deseos qu e resulte qu e ten gam os. Kan t n iega qu e la razón ten ga ese papel subordin ado. Para él, la razón n o es un a m era esclava de las pasion es. Si la razón n o fuese m ás qu e eso, dice Kan t, estaríam os m ejor con el in stin to.14 La idea de razón de Kan t — d e la razón práctica, el tipo qu e in tervien e en la moral-— n o es la de un a razón in strum en tal, sin o la de la «razón práctica pura, qu e legisla a priori, h acien do caso om iso de cu alqu ier fin em p ír ico».15 Im p e r a t i v o s c a t e g ó r i c o s e h ip o t é t ic o s Pero ¿cóm o pu ede h acer eso la razón ? Kan t distin gue dos m an eras qu e tien e la razón de m an dar a la volu n tad, dos tipos diferen tes de im perativo. Un tipo de im perativo, quizá el qu e resulta m ás familiar, es el im perativo h ipotético. Los im p erativos h ipotéticos se valen de la razón in strum en tal: si qu ieres X, haz Y. Si quieres ten er buen a re­ pu tación en los n egocios, pórtate h on radam en te con tus clien tes. Kan t con trasta los im perat ivos h ip ot ét icos, qu e siem pre son con d icion ales, con un tipo de im perativo qu e es in con d icion al: el im perativo cat egórico. «Si el acto es b u en o solam en te com o un m e­ d io para otra cosa — escribe Kant-—, el im perativo es h ipotético. Si se represen ta el acto com o bu en o en sí m ism o, y por lo tan to com o n ecesar io para ún a volu n tad qu e en sí con cu er da con la r azón , el im perativo es cat egó r ico .»16 La d en om in ación de categórico parecerá qu izá un tecn icism o, pero n o cae lejos del uso n orm al de la palabra. P or «cat egór ico» Kan t en tien de «in con dicion al». Así, por ejem plo, cu an d o un político desm ien te cat egóricam en t e un su pu esto escán ­ dalo, el d esm en tid o n o solo es en fático; es in con dicion al, sin resqui­ cios o salvedades. De m od o sim ilar, un deber o un derech o cat egó­ ricos son los qu e se aplican sean cuales sean las circun stan cias. Para Kan t, u n im perativo cat egór ico m an da, en efecto, cat egóricam en t e, h acien d o caso om iso de, con com plet a in depen den cia de, cu alqu ier ot r o p r op ósit o. «N o le con cier n e la m aterialidad del act o y de los r esu ltados qu e se presu m e ten drá, sin o su form a y el p r in cip io del q u e se sigu e. Y lo qu e es esen cialm en te b u en o en el acto es la dis­ p osición m en tal, sean cuales sean las con secu en cias.» So lo un im p e­ rativo cat e gó r ico , sost ien e Kan t , podr á con tar co m o im perat ivo m or al.17 La con exión en tre los tres con trastes paralelos resulta ah ora visi­ ble. Ser libre, en el sen tido de ser au t ón om o, requiere qu e se actúe, n o a partir de un im perativo h ipotético, sin o de un im perativo cate­ gór ico. Se plan tea así una pregun ta esen cial: ¿cuál es el im perativo cate­ gó r ico y qu é n os pide? Kan t dice que pod em os respon der esta pre­ gu n ta b asán d on os en la idea de «un a ley práctica qu e por sí sola m an de absolu tam en te y sin n ecesidad de otros m ot ivos».18 Podrem os r espon d er la pregu n ta b asán don os en la idea de un a ley qu e n os ob ligu e com o seres racion ales con in depen den cia de n uestros fines particulares. En t on ces, ¿cuál es esa ley? Kan t ofrece varias version es o form u lacion es del im perativo ca­ t egórico, que cree equivalen tes. Primera versión del imperativo categórico: Unlversaliza tu m áxim a A la prim era versión la llam a Kan t «fórm u la de la lev un iversal»: «Actú a solo con for m e a aqu ella m áxim a de la qu e a la vez puedas qu erer que se con vierta en una ley u n iversal»,19 Por «m áxim a» Kan t en tien de una regla o pr in cipio qu e da la razón de tus actos. Lo qu e está d icien d o es qu e deber íam os actuar basán don os solo en p r in ci­ pios qu e se pu edan u n iversalizar sin con tr ad iccion es. Para ver qu é qu iere decir Kan t con este cr iter io de n aturaleza r econ ocid am en t e abstracta, pen sem os en un a cu est ión m oral con creta: ¿pu ed e estar bien h acer un a prom esa qu e se sabe qu e n o se va a p od er cu m plir? Su p on gam os qu e n ecesito desesperadam en te din ero, así qu e le pid o qu e m e lo preste. Sé perfectam en te qu e n o podré devolvérselo pron to. ¿Sería m or alm en t e per m isible qu e con sigu iese el préstam o gracias a una falsa prom esa de devolver el din ero en seguida, prom esa qu e sé qu e n o p od r é cu m p lir ? ¿Ser ía com p at ib le un a falsa p r om e­ sa con el im perativo cat egór ico? Kan t dice qu e no, qu e es eviden te qu e no. Para ver qu e la falsa prom esa n o se com pad ece con el pr in ­ cipio cat egór ico, in tén tese u n iversalizar la m áxim a con for m e a la cual voy a actuar.20 ¿Cu ál es la m áxim a en este caso? Algo p or el estilo de lo siguien ­ te: «Cu an d o algu ien n ecesita desesperadam en te din ero, debe pedir qu e se lo presten y prom eter qu e lo devolverá au n qu e sepa que n o podrá h acerlo». Si se in ten ta un iversalizar esta m áxim a y al m ism o t iem p o actuar sigu ién dola, dice Kan t, se descu brirá un a con tr ad ic­ ción : si tod o el m u n d o h ace falsas prom esas cuan do n ecesita din ero, n adie creerá esas prom esas. D e h ech o, n o habría prom esas; un iversali­ zar las falsas prom esas socavaría la in stitución de m an ten er las pr om e­ sas. Pero en ton ces sería fútil, irracion al in clu so, in ten tar sacar din ero con un a prom esa. Esto en señ a qu e h acer falsas prom esas es m alo m oralm en te y n o se com pad ece con el im perativo categórico. N o a t od os les parece con vin cen te esta versión del im perativo cat egór ico. La fórm u la de la ley un iversal guarda cierta sem ejan za con el b rom u ro m oral qu e los adu ltos em plean para pon er en su si­ tio a los n iñ os qu e se cuelan en un a cola o h ablan cu an d o n o les toca: «¿Y si t od os h iciesen lo m ism o?». Si t od o el m u n d o m in tiese, n adie podría fiarse de la palabra de n adie y t odos estaríam os peor. Si esto es lo qu e dice Kan t, estará h acien do, al fin y al cabo, un ar gu ­ m en to basado en las con secu en cias: n o se rech azaría la falsa prom esa p o r pr in cipio, sin o por sus con secu en cias poten cialm en te dañ in as. Un pen sad or de la talla de Jo h n Stu art Mili d ir igió esa crítica a Kan t. Pero M ili n o en ten dió bien la idea de Kan t. Para Kan t, ver si podría un lversalizar la m áxim a que rige mi actuación y segu ir ob e­ d ecién d ola a la h ora de actu ar n o es un a form a de h acer cabalas acerca de las posibles con secu en cias. Es un a com p r ob ación de qu e mi m áxim a con cu er da con el im perativo cat egórico. Un a falsa pro­ m esa n o está m al m or alm en t e p or qu e si se r ecu r r iese a las falsas prom esas a gran escala se socavaría la con fian za social (au n qu e m uy bien podr ía ocu r r ir tal cosa). Está mal porqu e, al h acer la falsa pr o­ m esa, p r ivilegio m is n ecesidades y deseos (en este caso, de din ero) sobre las n ecesidades y deseos de los dem ás. Com p r ob ar qu e se p u e­ de un iversalizar la m áxim a guarda relación con una poten te exigen ­ cia m oral: es un a form a de com pr obar si el acto qu e voy a realizar p on e m is in tereses y circun stan cias especiales p or en cim a de los in ­ tereses y circun stan cias de los dem ás. )Segunda versión deí imperativo categórico: Tratar a las personas como fin es La fuerza m oral del im perativo cat egór ico qu eda m ás clara en la se­ gu n da for m u lación de Kan t: la fórm u la de la h u m an idad com o fin, Kan t presen ta la segu n da versión d eí Im per ativo cat egór ico com o sigu e: n o p od em os basar la lev m oral en n in gún in terés, pr opósit o o fin n articular, porqu e en ton ces sería relativa a la person a a cuyos fi­ n es se refiriese. «Pero su pon gam os qu e h ubiera algo cuya existen cia tu viese en sí un valor absolu to», com o un fin en sí m ism o. «En t on ­ ces, en ese algo, y solo en ese algo, estaría el fu n dam en to de un posi­ ble im perativo cat egór ico.»21 ¿Q u é pu ede h aber qu e ten ga un valor absoluto, com o un fm en sí m ism o? La respuesta de Kan t es: la h um sm idad. «D igo qu e el h om ­ bre, y en gen eral cu alqu ier ser racion al, existe co m o un fin en sí m ism o, n o m er am en te co m o un m ed io para el u so ar b it rar io p or esta o aquella volu n tad.»22 Esta es la diferen cia fun dam en tal, n os re­ cu erd a Kan t, en tre las person as y las cosas. Las per son as son seres racion ales. N o solo tien en un valor relativo, sin o qu e si algo hay qu e ten ga valor absolu to, in trín seco, las person as lo tien en . Es decir, los seres racion ales tien en dign idad. Esta form a de razon ar con d u ce a Kan t a la segu n da form ulación del im perativo cat egórico: «Actúa de m an era qu e trates a la h u m an i­ dad, sea en tu person a o en la de cu alqu ier otro, siem pre, al m ism o tiem po, com o un fin , n un ca solo com o un m ed io».23 Esta es la fór­ m ula de la h u m an idad com o fin. Pen sem os otra vez en las prom esas falsas. La segu n da for m u la­ ción del im perativo cat egór ico n os ayuda a ver, desde un án gu lo un p o co diferen te, p or qu é está m al h acerlas. Cu an d o p r om eto qu e le devolveré el din ero qu e espero qu e m e preste, sabien do de sobra que n o pod r é h acerlo, le estoy m an ipu lan do. Le estoy u san do com o un m ed io de m ejorar mi solven cia, n o le estoy tratan do co m o un fin, d ign o de respeto. P en sem os ah ora en el caso del su icid io. Lo in teresan te ahí es darse cuen ta de qu e tan to el asesin ato com o el su icidio n o se co m ­ pad ecen con el pr in cipio cat egórico, y por la m ism a razón . A m en u ­ d o pen sam os en el asesin ato y en el su icidio com o actos radicalm en ­ te diferen tes d esde el pu n t o de vista m oral. M atar a alguien le quita la vida con tra su volun tad, m ien tras qu e el su icidio lo elige quien lo com ete. Pero la idea de Kan t de tratar a la h um an idad com o un fin p on e al asesin ato y al su icid io a la par. Si com et o un asesin ato, le q u it o la vida a algu ien para satisfacer algún in terés m ío par ticu lar (robar un ban co, con solidar mi p od er político o dar salida a mi ira). U so a la víctim a com o un m edio y n o respeto su h u m an idad com o fin. Por eso viola el asesin ato el im perativo categórico. Para Kan t, el su icidio viola el im perativo cat egór ico de la m ism a form a. Si p o n go fin a mi vida para escapar de una situ ación pen osa, m e u so a m í m ism o com o m edio para aliviar mi propio su frim ien to. Pero, co m o n os recuerda Kan t, un a person a n o es un a cosa, «n o es algo qu e se pu eda usar sim plem en te com o un m edio». N o t en go m ás derech o a dispon er de la h u m an idad en m i propia person a qu e en otro. Para Kan t. el su icidio está m al por la m ism a razón qu e está mal el asesin ato. Am b os tratan a las person as com o cosas y n o respe­ tan a la h u m an idad com o un fin en sí m ism a.24 £1 ejem p lo del su icidio saca a relucir un rasgo característico del d eb er qu e Kan t cree qu e existe de respetar a n uestros con gén er es h u m an os. Para Kan t , el r espeto a u n o m ism o y el respeto a otros m an an del m ism o pr in cipio. El d eber de respetar es un d eb er qu e ten em os h acia las person as p or tratarse de seres racion ales, p or t ad o­ res de h u m an idad. N o tien e n ada qu e ver con qu ién sea cada u n o en particular. H ay un a diferen cia en tre el r espeto y otros lazos h u m an os. El am or, la sim patía, la solidaridad y el com p añ er ism o son sen tim ien tos m orales qu e n os acercan m ás a u n os qu e a otros. Pero la razón de qu e d eb am os respetar la dign idad de las person as n o tien e n ada que ver con lo qu e de particular pu edan tener. El respeto kan tian o n o es com o el am or. N o és com o la sim patía. N o es com o la solidaridad o el com pañ er ism o. Am am os a n uestro cón yu ge y a los m iem bros de n uestra fam ilia. Sen t im os sim patía p o r per son as con las qu e n os id en t ificam os. Sen t im os solid aridad h acia n uestros am igos y cam a­ radas. Pero el respeto kan tian o es un respeto a la h u m an idad en cuan ­ to tal, p or la capacidad racion al qu e reside, in diferen ciada, en todos. Est o explica p or qu é violarlo en mi p r op io caso es tan rech azable co m o violarlo en otros. Explica adem ás p or qu é el pr in cipio kan tia­ n o del respeto se acom od a a las doctrin as de los derech os h u m an os un iversales. Para Kan t, la ju st icia requ iere qu e respetem os los dere­ ch os h u m an os de cu alqu ier person a, viva d on d e viva o la con ozca­ m os p o co o m u ch o, sim plem en te por qu e es un ser h u m an o, capaz de servirse de la razón y, por lo tanto, dign a de respeto. M oral y l ib e r t a d P o d em os ah ora ver el n exo, tal y co m o Kan t lo con cib e, en tre la m oral y la libertad. Actu ar m or alm en t e sign ifica actu ar con for m e a un deber, p o r la ley m oral. La ley m oral con siste en un im perativo cat egó r ico , un p r in cip io qu e r equ ier e qu e t ratem os a las per son as con respeto, com o fin es en sí m ism as. So lo cu an d o act ú o en con ­ cor d an cia con el im p er at ivo cat e gó r ico act ú o lib r em en t e. P u es cu an d o act ú o co n fo r m e a un im perativo h ip ot ét ico act ú o para sa­ tisfacer algú n in terés o fin qu e m e es d ad o desde fuera de m í m is­ m o. Pero en ese caso n o soy r ealm en t e libre; m i volu n tad n o está d et er m in ad a p or m í, sin o p or fuerzas ext er n as: lo qu e m e im p o n ­ gan m is cir cu n stan cias o las n ecesidad es y d eseos qu e resulte qu e ten ga. P u edo escapar de los dictados de la n aturaleza y las circun stan ­ cias solo si actú o au tón om am en te, con for m e a un a ley qu e m e dé yo m ism o. Tal ley ha de ser in con dicion al con respecto a m is n ecesida­ des y deseos particulares. Por lo tan to, las exigen t es n ocion es pr o­ puestas p or Kan t de libertad y m oral están con ectadas. Actu ar libre­ m en te, es decir, au t ón om am en t e, y actu ar m oralm en te, con for m e al im perativo cat egórico, son una y la m ism a cosa. Esta m an era de pen sar acerca de la m oral y la libertad con du ce a Kan t a su devastadora crítica del u tilitarism o. El em p eñ o en basar la m oral en algún in terés o deseo particular (com o la felicidad o la u t ilidad) estaba con d en ad o a fallar. «P u es lo qu e así en con traban n un ca era el deber, sin o la n ecesidad de la acción co n fo r m e a un in terés determ in ado.» Pero t od o pr in cipio basado en el in terés «esta­ ba con d en ad o a estar siem pre con d icion ad o y n o podía servir com o ley m oral en absolu to».23 P r eg u n t a s pa r a Kant La filosofía de Kan t es poten te y m uy atractiva. Sin em bargo, pu ede resultar difícil en ten derla, sobre t od o al pr in cipio. Si ha segu id o el h ilo h asta aqu í, pu ed e qu e se le hayan o cu r r id o varias pregun tas. Veam os cuatro especialm en te im portan tes. P r im er a pregu n ta: El imperativo categórico de Kan t nos dice que tratemos a todos con respeto, como a fin es en si mismos. ¿N o es lo mismo que la regla de oro («pórtate con los demás como quieras que ellos se porten contigo»)? Resp u est a: N o . La regla de or o d ep en d e de h ech os con tin gen ­ tes, de có m o quiera la gen te qu e se la trate. El im perativo cat egór ico requ iere qu e n os abstraigam os de esas con tin gen cias y respetem os a las person as p or tratarse de seres racion ales, deseen lo qu e deseen en un a situ ación con creta. Su p o n ga qu e u sted se en tera de qu e su h er m an o ha m u er t o en un accid en t e de coch e. Su an cian a m adre, qu e t ien e una salud d e­ licada y vive en un a r esid en cia, le pid e qu e le dé n ot icias de ese h erm an o. U st ed n o sabe si decir le la verdad o ah orrarle la co n m o ­ ción y la an gu st ia qu é le cau saría. ¿Q u é d eb e h acer? La regla de o r o con d u ce a esta pr egu n t a: ¿có m o te gu staría qu e te tratasen en un a circu n stan cia par ecida? La respu esta, claro está, es m u y con t in ­ gen t e. A lgu n os preferirán q u e se les h u rten verdades dolorosas en m om e n t os en qu e se sien tan vu ln erables, otros qu er rán la verdad, p o r pen osa qu e sea. U st ed podría p er fect am en t e con clu ir qü e, si se en con t r ase en la situ ación de su m adre, preferiría qu e n o le con t a­ sen la verdad. Para Kan t, sin em bargo, esa n o es la pregun ta qu e hay qu é hacer. Lo im p or tan t e n o es có m o se sen tiría u sted (o su m adre) en esas circu n stan cias, sin o lo qü e sign ifica tratar a las person as com o seres racion ales, dign os de respeto. Este es un caso en el qu e la com pasión podría apu n tar h acia un lado y el respeto kan tian o hacia otro. D esde el p u n t o de vista del im perativo cat egórico, podría argü irse qu e si usted, p r eocu p ad o p or los sen tim ien tos de su m adre, le m ien te, esta­ ría u sán dola com o m edio para qu e ella m ism a perm an ezca en paz en vez de respetarla com o ser racion al. Segu n da pregun ta: Kant parece dar a entender que responder al deber y actuar autónomamente son una y la misma cosa. Pero ¿cómo es posible tal cosa? A ctuar conforme al deber significa tener que obedecer una ley. ¿Cóm o puede la obediencia a la ley ser compatible con la libertad? Resp u est a: El deber y la au ton om ía van de la m an o solo en un caso especial, a saber, cuan do soy el au tor de la ley que es m i deber respetar. M i dign idad en cu an to person a libre n o con siste en estar su jeto a la ley m or al,sin o en ser el au tor de «esa m ism ísim a ley [...] y estar su bor din ado a ella solo por esa razón ». C u an d o acatam os el im perativo cat egór ico acatam os una ley que h em os elegid o n osotros m ism os. «La dign idad del h om bre con siste precisam en te en esta ca­ pacidad legislativa gen eral, au n qu e con la con d ición de qu e él m is­ m o esté su jet o al m ism o t iem po a esa legislación .»20 Tercera pregun ta: Si la autonomía consiste en actuar conforme a una ley que me doy a m í mismo, ¿qué garan tiza que todo el mundo escogerá la mism a ley moral? Si el imperativo categórico es producto de mi mente, ¿no es probable que personas diferentes lleguen a diferentes imperativos categóricos? Kan t parece pensar que todos coincidiremos en la mism a ley moral. Pero ¿cómo puede estar seguro de que personas diferentes no razonarán diferente­ mente y llegarán a leyes morales diversas? Resp u est a: C u an d o est ab lecem os la ley m oral, n o escogem os com o usted y com o yo, person as particulares, sin o com o seres r acio­ n ales, par ticipes de lo que Kan t llam a «razón práctica pura». Por lo tanto, es er r ón eo pen sar que está en n uestra m an o deter m in ar la ley m oral en cu an to in dividu os. Por su pu esto, si razon am os con for m e a n uestros in tereses, deseos y fin es particulares es m u y posible qu e aca­ b em os qu ién sabe con cuán tos prin cipios distin tos. Pero esos n o se­ rian prin cipios de la m oral, sin o de la pru den cia. M ien tras ejerzam os la razón práctica pura, alcan zarem os las m ism as con clu sion es: llega­ rem os a un im perativo cat egór ico ú n ico (un iversal). «Por lo tan to, un a volun tad libre y una volun tad sujeta a las leyes m orales son un a y la m ism a cosa.»27 C u ar t a pr egu n t a: Kan i sostiene que, si la moral es algo m ás que calcular prudentemente, habrá de tomar la form a de un imperativo categóri­ co. Pero ¿cómo podremos saber que la moralidad existe aparte del juego del poder y de los intereses? ¿Podrem os tener alguna vez la seguridad de que contamos con la capacidad de actuar autónomamente, con libre albedrío? ¿Y si los científicos descubren (gracias a la toma de imágenes de la actividad cere­ bral, por ejemplo, o gracias a la neurociencia cognitiva) que, a fin de cuentas, no tenemos libre albedrío? ¿N o quedaría así refutada ¡a filosofía moral de Kan t? R esp u e st a: El libre albed río n o es de ese tipo de cosas qu e la cien cia p u ed a pr obar o refutar. Tam p oco lo es !a m or al. Es verdad qu e los seres h u m an os h abitam os en el rein o de la n atu r aleza.Todo lo qu e p od am os h acer se podr á d escr ib ir desde un pu n t o de vista físico o b iológico. Cu an d o levan to la m an o para votar, mi acción se p u ed e exp licar h ablan do de m ú scu los, n eu ron as, sin apsis y células. Pero se podrá explicar tam bién h ablan do de ideas y creen cias. Kan t d ice qu e n o p od em os evitar en ten d ern os a n osotros m ism os con ­ for m e a am bos pu n tos de vista, el del rein o de la física y la biología y el del «in teligible» rein o de la libre capacidad de actuar h um an a. Para respon der esta pregun ta de m od o más com plet o he de decir algo m ás acerca de esos dos pu n tos de vista. Son dos posibles form as de en ten der la n aturaleza de la capacidad de actuar h um an a y de lasleyes p or las que se rigen n uestros actos. Kan t los describe de la for­ m a sigu ien te: Un ser racional [...] nene dos puntos de vista desde los que pue­ de contemplarse a sí mismo y con ocer las leyes [...] de todas sus ac­ ciones. Puede verse primero a sí mismo, en cuanto pertenece al mundo sensible, sujeto a las leyes de la naturaleza (heceronomía); y en segundo lugar, en cuanto pertenece al mundo inteligible, sujeto a leyes que, al ser independientes de la naturaleza, no son empíricas, sino que se fun­ damentan solo en la razón.2H El con traste en tre estas dos perspectivas es h om ólogo a los tres con trastes de qu e he h ablado ya: Primer contraste (la moral): deber / inclinación Segundo contraste (la libertad): Tercer contraste (la razón): autonomía / hecerononiía imperativo categórico / imperativo hipotético reino de lo inteligible / reino de lo sensible Cuarto contraste (el punto de vista): En cu an to ser n atural, per t en ezco al m u n d o sen sible. M is actos están det er m in ad os por las leyes de la n aturaleza y las regularidades de la causa y el efecto. Este es el aspecto de la actuación h um an a que la física, la biología y la n eu rocien cia pu eden describir. En cuan to ser racion al, h abito en un m u n do in teligible. Ah í, al ser in depen dien te de las leyes de la n aturaleza, soy capaz de ser au t ón om o, de actuar con for m e a un a ley qu e m e doy a m í m ism o. Kan t sostiene que solo desde este segun do pun to de vista (el del reino de lo inteligible) puedo verm e a mí m ism o com o un ser libre, «pues ser in dependiente de la determ in ación de las causas del m un do sensible (y esto es lo que la razón debe atribuirse siempre a sí misma) es ser libre».29 Si n o fuese m ás qu e un ser em pír ico, n o podría ser libre; cada vez qu e se ejer ciese la volu n tad sería b ajo el con d icion am ien t o de algú n in terés o deseo.Toda elección sería h eterón om a, regida p or la per secu ción de algún fin. M i volu n tad n un ca podría ser un a causa prim era, sin o solo el efecto de algun a causa an terior, el in strum en to de u n o u otro im pu lso o in clin ación . En la m edida en qu e n os con cibam os a n osotros m ism os com o seres libres, n o pod r em os con cebirn os com o seres m eram en te em p í­ ricos. «Cu an d o pen sam os en n osotros com o seres libres, n os tran sfe­ r im os al m u n d o in teligible y n os in cor por am os a él com o m iem bros su yos, y r econ ocem os la au t on om ía de la volu n tad ju n t o con su con secu en cia, la m oral.»3Ü Así qu e — para volver a la pregu n ta— , ¿cóm o son posibles los im perativos cat egór icos? So lo lo son porqu e «la idea de la libertad m e h ace m iem br o de un m u n do in teligible».31 La idea de qu e p o d e­ m os actuar librem en te, ser m oralm en te respon sables de n uestros ac­ tos y con siderar a otros respon sables m or alm en t e de los su yos re­ qu iere qu e n os veam os en esa perspectiva, la del agen te, n o com o m eros ob jet os. Si usted quiere realm en te opon er se a esta idea y em ­ peñ arse en qu e la libertad h um an a y la respon sabilidad m oral son puras ilusion es, las explicacion es de Kan t n o dem ostrarán qu e usted está equ ivocado. Sin em bar go, resultaría difícil, si n o im posible, en ­ t en d er n os, dar sen tido a n uestra vida, sin algun a con cepción de la libertad y de la m or al.Y cu alqu ier con cepción así, pien sa Kan t, nos com p r o m et e a aceptar las dos for m as de vern os: com o agen tes y co m o o b je t o s.Y un a vez se haya capt ad o la fuerza de esta idea, se verá por qu é la cien cia n o podrá n un ca probar o refutar la posibili­ dad de la libertad. R ecu er d e qu e Kan t adm ite que n o som os solo seres racion ales. N o vivim os solo en el m u n do inteligible. Si fuésem os solo seres racio­ n ales, si n o estuviésem os som etidos a las leyes y n ecesidades de la na­ turaleza, todos n uestros actos «con cordarían in variablem en te con la au t on om ía de la volu n tad».32 C o m o vivim os, sim ultán eam en te, en am bas perspectivas — el rein o de la n ecesidad y el rein o de la liber­ tad— , siem pre podrá h aber una brech a entre lo qu e h acem os y lo que deberíam os h acer, entre cóm o son las cosas y cóm o deberían ser. O tra form a de plan tearlo es decir que la m oral n o es em pírica. Gu arda las distan cias con el m u n do. Al m u n do, lo ju zga. La cien cia n o pu ede, con t od o su pod er y pen etración , llegar a las cuestion es m orales porqu e opera den tro del rein o sen sible. «Tan im p osib le le es a la m ás sutil de las filosofías — escr ibe Kan t— co m o a la razón h u m an a m ás com ú n expu lsar a la libertad r azon an d o.»33 Tam bién le es im posible, podría h aber añ adido, a la n eu rocien cia cogn itiva, por refin ada qu e sea. La cien cia pu ede in ves­ tigar la n aturaleza e in qu ir ir acerca del m u n d o em pír ico, pero n o p u ed e respon der las cuestion es m orales o refutar el Ubre albedrío. La razón es qu e ni la m oral ni la libertad son con cept os em pír icos. N o p od em os probar que existan , pero t am poco pod em os dar sen tido a n uestra vida m oral sin presupon erlas. S e x o , m e n t ir a s y p o l ít ic a U n a form a de explor ar la filosofía m oral de Kan t con siste en ver cóm o la aplicaba a algun as cuestion es con cretas. Q u err ía con siderar tres aplicacion es: al sexo, a la m en tira y a la política. Los filósofos n o son siem pre las m ejores au toridades en lo qu e se refiere a la aplica­ ción práctica de sus teorías. Pero las aplicacion es que h izo Kan t de la suya son in teresan tes en sí m ism as y, adem ás, arrojan algo de luz so­ bre el con ju n t o de su fdosofía. Kan t contra las relaciones sexuales informales Las opin ion es de Kan t sobre la m oral sexual son tradicion ales y con ­ servadoras. Se op on e a todas las prácticas sexuales con cebibles, salvo las existen tes en tre m ar ido y esposa. Lo im portan te aquí n o es tan to si las opin ion es de Kan t sobre el sexo derivan realm en te de su filo­ sofía m oral com o la idea de fon do que reflejan : que n ó som os n ues­ tros du eñ os y n o estam os a n uestra propia disposición . Se op on e al sexo in form al (para él lo es toda relación sexu al fuera del m at r im o­ n io), p or con sen tida qu e sea p or am bas partes, ya qu e d egr ad a a qu ien es se en tregan a él y los con vierte en objetos. El sexo in form al es rech azable, pien sa, porqu e en él solo im pera el deseo sexual, n o el respeto a la h u m an idad del otro. El d eseo qu e un h om br e sien te p or un a m u jer n o se d ir ige h acia ella p or qu e sea un ser h u m an o, sin o por qu e es un a m u jer ; qu e sea un ser h u m an o n o le pr eocu pa al h om br e; solo su sexo es el o b jet o d e sus deseos.-M In cluso cu an do el sexo in form al pr od u ce m u tu a satisfacción a los qu e así se relacion an , «cada u n o desh on ra la n aturaleza h um an a del otro. H acen de la h u m an idad un in st ru m en t o para la sat isfac­ ción de su lu ju ria e in clin acion es».35 (Por razon es a las qu e volveré en un m om en t o, Kan t pien sa qu e el m at r im on io eleva el sexo al llevarlo m ás allá de la gratificación física y ligarlo a la dign idad h u­ m an a.) Al abordar la cuestión de si la prostitu ción es m oral o in m oral, Kan t se pregun ta por las con d icion es en las qu e el uso de n uestras facultades sexu ales resulta com patible con Ja m oral. Su respuesta, en esta co m o en otras situ acion es, es qu e n o debem os tratar a los dem ás — o a n osotros m ism os— m eram en te com o ob jet os. N o estam os a n uestra propia d isposición . En pu ro con traste con la idea libertaria de qu e so m os n uestros pr opios du eñ os, Kan t in siste en qu e n o lo som os. £1 requ isito m oral de qu e tratem os a las person as com o fines en vez dé com o sim ples m edios lim ita la m an era en qu e p od em os tratarn os a n osotros m ism os y a n uestros cu er p os. «El h om bre n o pu ed e d ispon er de sí m ism o porqu e n o es un a cosa; n o es propiedad de sí m ism o.»36 En los debates actuales sobre la m oral sexual, quien es se refieren al d er ech o a la au t on om ía sostien en qu e los in dividu os d eben ser libres de escoger por sí m ism os el u so qu e h agan de sus cu er p os. Pero p or au t on om ía Kan t n o en ten día eso. Paradójicam en te, el con ­ cept o de au t on om ía ele Kan t im pon e ciertos lím ites a la m an era en qu e n os tratem os a n osotros m ism os. Pues, recuerde, ser au t on om o es estar gob er n ad op ior un a ley qu e m e doy a mí m ism o, el im pera­ tivo cat egórico. Y el im perativo cat egór ico requiere qu e trate a todas las person as (in cluido vo m ism o) con respeto, com o un fin , n o com o un sim ple m edio. Así, para Kan t, actu ar au t ón om am en t e requ iere qu e n os tratem os a n osotros m ism os con respeto y qu e n o n os con vim m os á n osotros m ism os en objetos. N o p od em os usar el cu er p o co m o n os apetezca. En los días de Kan t n o h abía un m er cado de riñ on es, pero los ricos se pon ían dien tes qu e les com praban a los pobres. (En Ei tras­ plante de dientes, una viñ eta del caricatu rista in glés del siglo x v m T h o m as Row lan d son , se ve a un ciru jan o qu e le extrae dien tes en el gabin ete del den tista a un desh ollin ador m ien tras un as m u jeres adi­ n eradas esperan a qu e se los pon gan .) Kan t con sideraba qu e se trata­ ba de un a violación de la dign idad h um an a. Un a person a «n o tien e d er ech o a ven der un a piern a, ni siquiera un dien te».37 Al h acerlo se trata a sí m ism a com o a un objeto, un sim ple m edio, un in stru m en to para el provech o econ óm ico. A Kan t le parecía qu e la prostitución era rech azable por las m is­ m as razon es. «P erm itir qu e una person a saque un ben eficio econ ó­ m ico de qu e la use ot r o para satisfacer el deseo sexu al, h acer de sí m ism a un ob jet o de dem an da, es [...J h acer de sí m ism a una cosa con la qu e otro satisface su apetito, tal y com o calm a su h am bre con un filete.» Los seres h u m an os n o «tien en der ech o a ofrecerse a sí m ism os, p or un b en eficio econ óm ico, com o cosas para qu e otros los usen a fin de satisfacer sus pr op en sion es sexu ales». H acer lo así es tratar a la propia person a com o un a m era cosa, un ob jet o de uso. «El pr in cip io m oral qu e subyace en esto es el de qu e el h om bre n o es pr opiedad de sí m ism o y n o p u ed e h acer con su cu e r p o lo qu e le ven ga en gan a.»38 La op osición de Kan t a la prostitu ción y al sexo in form al saca a la luz el con traste existen te en tre la au ton om ía, tal y com o él la con ­ cibe — el libre albed río de un ser racion al— , y el con sen tim ien t o in dividual. La ley m oral a la qu e llegam os m edian te el ejer cicio de n uestra volu n tad requiere qu e n un ca tratem os a la h u m an idad — en n uestra person a y en la de los dem ás— com o un m edio, sin o com o un fin en sí m ism a. Au n qu e este requ isito m oral se basa en la au t o­ n om ía, descarta ciertos actos en tre adultos pese a qu e con sien tan en h acerlos, a saber, los qu e ch ocan con la dign idad h um an a y el respe­ to a un o m ism o. Kan t con clu ye qu e solo el sexo den tro del m at r im on io pu ed e librarse «de degr ad ar la h u m an idad». D o s person as pu eden librarse de qu e el sexo las con vierta en objet os solo cu an do se dan la una a la otra en su in t egr id ad y n o solo para el u so de sus capacidades sexu ales. So lo cu an d o am bas com par t en con la otra «la per son a, el cu er p o y el alm a, en lo b u en o y en lo m alo y en t odos los aspectos» p u ed e su sexu alid ad con du cir a «un a un ión de seres h u m an os».39 Kan t n o dice qu e t od os los m at r im on ios produzcan verdaderam en te un a u n ión de ese tipo. Y qu izá esté equ ivocad o al pen sar qu e n o p u ed e h aber u n ion es así fuera del m atr im on io o qu e en las r elacio­ n es sexuales fuera del m at r im on io n o hay n ada m ás qu e gratificación sexu al. Pero sus opin ion es sobre el sexo pon en de m an ifiesto la dife­ ren cia en tre d os ideas qu e se con fu n den a m en u d o en los debates de n uestros días: en tre un a ética del con sen tim ien t o sin lím ites y una ética del respeto a la au ton om ía y dign idad de las person as. ¿Está mol mentir a un asesino? Kan t adopta una lín ea dura con tra la m en tira. En la Fundamentación sirve de p r im er ejem plo de con du cta in m oral. Pero su pon ga qu e en su casa se ocu lta u n o de sus am igos y un asesin o llama a la puerta y pregu n ta p or él. ¿N o estaría bien m en tir al asesin o? Kan t dice qu e no. El d eb er de decir la verdad se m an tien e sean cuales sean las con ­ secu en cias. Ben jam ín Con stan t, un filósofo francés con tem por án eo de Kán t, se en fren tó a esta postura in flexible. El deb er de decir la verdad vale, sosten ía Con st an t, solo an te qu ien es se m erecen la verdad, y el asesi­ n o sin du da n o se la m erece. Kan t replicó qu e m en tir al asesin o está m al, n o porqu e dañ e al asesin o, sin o porqu e viola el pr in cip io de lo q u t es deb id o: «La veracidad de las declaracion es qu é n o se pueden elu d ir es el d eb er for m al del h om bre con cu alqu iera, p or gran des qu e sean las desven tajas qu e puedan derivarse de ello para él o para otros».40 Q u é du da cabe, ayudar a un asesin o a realizar su m alvado desig­ n io es un a «desven taja» n o precisam en te pequ eñ a. Pero recuerde que, para Kan t , la m oral n o tien e n ada qu e ver con las con secu en cias: tien e qu e ver con los p o n a m o s. N o se pu eden con trolar las con se­ cu en cias de una acción — en este caso, decir la verdad— porqu e es­ tán su jetas a la con tin gen cia. Por lo que a usted con ciern e, su am igo, tem eroso de que el asesin o vaya a por él, podría h aberse escabullido p or la pu erta de atrás. La razón p or la qu e usted debe decir la verdacL asevera Kan t.iiD_es a ue. e l asesin o t en sa d erech o a la verdad una m en tira p u eda dañ arle. La razón es aue_una m en tira — cualqu ier mentira-— «in utiliza la fh en te m im a del d erech o. f . ..] Es, pues, una ley sagrada de la razón , de cu m p lim ien t o in con dicion alm en te obli­ gado, qu e n o adm ite salvedades p or con ven ien cia algu n a, qu e hay qu e ser veraz (sin cero) en t odo lo qu e se exprese».41 Parecerá un a p osición extrañ a y ext r em a. Sin du da, n o t en e­ m os el d eber m oral de decir le a un gu ardia de asalto nazi qu e An a Fran k y su fam ilia se ocu ltan en el ático. Parecería qu e la in sisten ­ cia de Kan t en qu e hay qu e decir la verdad al asesin o en la pu er ta, o aplica mal el im perat ivo cat egór ico o dem u estra la in sen satez de este, Por in adm isible qu e pu eda parecer lo qu e Kan t asevera, m e gu s­ taría ofrecer un a cierta defen sa de su postu ra. Au n qu e mi defen sa difiere de la qu e da Kan t, con cu er da con el espíritu de su filosofía y, espero, arroja algo de lu z sobre ella. Im agín ese en el apu ro de ten er a un a am iga oculta en un cu arto y al asesin o en la pu erta. Clar o está, usted n o quiere ayudar al asesin o a ejecu tar su m align o plan . Eso se da p or sen tado. N o qu ier e decir n ada qu e lleve al asesin o hasta su am iga. La cuestión es: ¿qu é le digo? T ien e dos op cion es. P u ede decirle un a pura m en tira: «N o , n o está aquí». O pu ede decir algo cier to pero en gañ oso: «H ace un a h ora la vi p or la calle, por don d e la tien da de com estibles». D esde el pu n t o de vista de Kan t, la segu n da estrategia es m oral­ m en te perm isible, pero la prim era no. P u ede qu e le parezca rebusca­ do. ¿Cu ál es, m oralm en te h ablan do, la diferen cia en tre un a afirm a­ ción t écn icam en t e cier t a per o qu e in d u ce a er r or y un a pura m en tira? En am bos casos, usted espera en gañ ar al asesin o y h acerle creer qu e su am iga no se oculta en la casa. Kan t cree qu e hay m u ch o e n ju e go en esa distin ción . Pien se en las «m en tiras piadosas», las pequ eñ as falsedades que d ecim os a veces p or am abilidad, para n o h erir los sen tim ien tos de otro. Su p on ga qu e un am igo le h ace un regalo. Abre la caja y se en cuen tra con una cor ­ bata detestable qu e n o se pon drá n un ca. ¿Q u é le dice? Podría decir: «¡Q u é bon ita!». Esa sería una m en tira piadosa. O podría decir: «¡N o deberías h aberlo h ech o!». O : «N u n ca he visto una corbata com o esta. Gracias». C o m o en el caso de la m en tira piadosa, estas afirm acion es dan a su am igo la falsa im presión de qu e a usted le gusta la corbata. Pero deben ser, en tod o caso, verdaderas. Kan t rech azaría la m en tira piadosa porqu e aceptarla su pon dría un a excepción a la ley m oral, un a excepción qu e se querría ju stificar p or las con secu en cias. Es dign o de adm iración qu e n o se quiera h erir los sen tim ien tos de algu ien , pero hay qu e in ten tar h acerlo de un m od o qu e n o sea in com patible con el im perativo cat egór ico, que requiere qu e estem os dispu estos a unlversalizar el prin cipio que guíe lo qu e vayam os a h acer. Si se pu diesen establecer excepcion es en cu an to pen sásem os qu e los fines m erecen la pen a en gr ad o suficien te, la n aturaleza cat egórica de la ley m oral se disiparía. La afirm ación cierta pero en gañ osa, en cam bio, n o am en aza al im perativo cat egór i­ co de esa m ism a for m a. El pr opio Kan t r ecu r r ió a esa distin ción cu an do h u b o de en fren tarse a un dilem a qu e le afectaba a él mismo.. ¿Habría defendido Kan t a Clinton? U n os añ os an tes de su in tercam bio de pareceres con Con st an t, Kan t se h abía visto en apu ros con el rey Fed er ico G u iller m o II. El rey y sus cen sores con sideraron qu e los escritos de Kan t sobre la religión iban en desdoro de la cristian dad; le exigieron qu e prom etiera qu e se guardaría de pron un ciarse de n uevo sobre esos asun tos. Kan t respon ­ d ió con un a declaración m uy estudiada: «C o m o fiel sú b d it o de Su M ajestad, desistiré en adelan te p or com plet o de toda disertación pú ­ blica o escrito con cern ien tes a la r eligión ».42 Cu an d o h izo esta declaración , Kan t era con scien te de qu e n o era probable qu e el rey Riese a vivir m u ch o más. Cu an d o, en efecto, m u r ió u n os añ os despu és, Kan t se con sideró relevado de la prom esa, qu e le ataba solo «m ien tras fuese fiel sú bdito de Su M ajestad». Kan t explicaría m ás tarde qu e había escogid o esas palabras «con el m ayor de los cu idados, de m od o qu e n o se m e privase de mi libertad para siem pre, sin o solo m ien tras viviese Su M ajest ad ».43 C o n esta in teligen te m an iobra, el d ech ad o de la probidad prusian a logr ó en ­ gañ ar a los cen sores sin ten er qu e m en tirles. ¿Q u e es h ilar m uy fin o? Q u izá. Pero parece qu e algo qu e tien e verdadero sign ificad o m or al está en ju e g o en qu e se distin ga una m en tira descarada de una hábil artim añ a. Pién sese en el ex presiden ­ te Bill Clin ton . En tiem pos recien tes, n in gun a figura pública de Es­ tados U n id os h abrá escogid o sus palabras o per geñ ad o sus desm en ­ t id os con m ás cu id ad o. C u an d o se le p r egu n t ó, en su pr im er a cam pañ a por la presiden cia, si se h abía dr ogado algun a vez, con testó qu e n un ca h abía in fr in gid o las leyes con tra las drogas de su país o de su Estado. M ás tarde recon ocería qu e h abía probado la m arih uan a en sus días de estudian te en O xfor d , en In glaterra pues. El m ás m em orable de sus d esm en tid os fue el que h izo cu an do se decía qu e h abía ten ido relacion es sexu ales con una becaria de vein tidós añ os de edad, M on ica Lew in sky: «Q u ier o decirle una cosa al pu eblo am erican o. Q u ier o qu e m e escu ch en . [...] N o h e ten ido relacion es sexuales con esa m ujer, la señ ora Lew in sky». M ás tarde se su po qu e el presiden te tu vo en cu en tros sexu ales con M on ica Lew in sky. El escán dalo con d u jo a qu e se in iciase su impeachment, el pr oced im ien to que podría h aber llevado a su destitu ­ ción . Du ran te las com parecen cias, un con gresista repu blican o discu ­ tió con u n o de los ab ogados de Clin t on , Gregor y Cr aig, acerca de si el d esm en t id o del pr esid en te de qu e h u biese t en id o «relacion es sexu ales» fue una m en tira: R e p r e se n t a n t e B o b In clis (r e p u b lican o , por C a r o lin a d e l Su r ): Ahora bien, señor Craig, ;minrió [Clinton] al pueblo americano cuando dijo «nunca he tenido relaciones sexuales con esa mujer»? ¿Mintió? C r a i g : Ciertamente indujo a error y en gañ ó... I n g l i s : Oiga, espere un momento. ¿Min tió? C r a i g : Al p u eb lo am e r ican o ... le in d u jo a error y n o le d ijo la verdad en ese momento. lNGLis:Vale.así qu e n o va usted a basarse e n ... y el presiden te ha in sis­ tido p er son alm en te [...] en qu e n o se debería d ejar q u e cu est io­ n es legales o t ecn icism os oscu r ezcan la sim p le verdad m or al. ¿M in t ió al p u eb lo am er ican o cu an d o le d ijo «n u n ca h e t en id o un a relación sexual con esa m u jer »? In c l i s : Él n o cree qu e lo h iciese y p or la fo r m a... d éjem e q u e exp li­ qu e e st o ... qu e lo expliqu e, con gr esista. cree é l que mintiese? C r a ic : N o , 110 cree que mintiese, porque su idea del sexo es la que In glis: ¿N o define el diccionario. Puede que usted no esté de acuerdo con que sea eso, pero tal y como él lo ve, su definición no era... lNGLis:Vale, en tien d o el ar gu m en to. CRAic:Vale. I n g l i s : Esto es asombroso, que usted esté ahora ante nosotros y esté retractando todas... todas las justificaciones del presidente C r a ig : N o . I n g l i s : Usted las está retractando, ¿no? C r a i g : No, yo no estoy haciendo eso. Porque usted ahora está volviendo al argum en to... hay mu­ chos argumentos que usted podría emplear aquí. Un o de ellos es que no tuvo relaciones sexuales con ella. Fue sexo oral, no es sexo de verdad. Entonces, ¿usted está aquí hoy para decirnos eso, que no tuvo relaciones sexuales con Monica Lewinsky? In glis: C r a i g : Lo que él dijo, al pueblo americano, fue que no tuvo relaciones sexuales.Y entiendo que a usted no le guste eso, congresista, por­ qu e... a usted le parecerá una defensa técnica o una respuesta eva­ siva, demasiado sutil. Pero el sexo se define en codos los dicciona­ rios en una cierta forma, y él no tuvo ese tipo de contacto sexual con Monica Lewinsky. [...] Por lo tanto,¿engañó al pueblo ame­ ricano? Sí ¿Estuvo mal? Sí ¿Es reprochable? Sí.44 El ab ogad o del presiden te con cedió, com o ya h abía h ech o Clin ­ ton , qu e la relación con la becaria estuvo m al, qu e fue in apropiada y reproch able, y qu e las declaracion es del presiden te al respecto «in du ­ jer on a error y en gañ aron » al público. Lo ú n ico qu e se n egó a con ­ ced er fue qu e el presiden te h ubiera m en tido. ¿Q u é h abía e n ju e go en esa n egativa? La explicación n o pu ede ser sim plem en te legal, la de qu e m en tir bajo ju r am en t o al d ep on er an te un tribun al sirve de base para un a acu sación de per ju r io. La declaración en cuestión n o se h izo bajo ju r am en t o; fue una declara­ ción televisada h ech a al pu eblo am erican o. Y, sin em bar go, tan to el in terr ogad or repu blican o com o el d efen sor de Clin t on creían que algo im portan te estaba e n ju e go en qu e qu edase claro si Clin ton ha­ bía m en tido o si solo h abía in du cido a error y en gañ ado. Este vivo diálogo en t or n o a la m en tira — «¿m in tió?»— respalda lo qu e Kan t pen saba, qu e h ay una diferen cia m or alm en te relevan te en tre un a m en tira y un a verdad en gañ osa. Pero ¿en qu é pu ed e con sistir esa diferen cia? La in ten ción , cabe pen sar, es la m ism a en am b os casos. Le m ien ta al asesin o en la pu erta o le ofrezca un a evasiva in teligen te, m i in ten ción es llevarle a pen sar equ ivocad am en t e qu e m i am iga n o se ocu lt a en m i casa. Y segú n la teoría m oral de Kan t, lo qu e cuen ta es la in ten ción o el m otivo. La diferen cia, creo, es esta: un a evasiva bien con cebida rin de en cierta form a h om en aje al deber de decir la verdad, y la pura m en tira no. Q u e alguien se t om e la m olestia de urdir un a afirm ación en ga­ ñ osa pero t écn icam en te verdadera cu an do con un a sim ple m en tira le h abría bastado expresa, au n qu e sea oblicu am en te, un respeto a la ley m oral. Un a verdad en gañ osa respon d e a dos m otivos, n o a un o. Si le m ien to sin más al asesin o, actú o según un solo m otivo: evitar que mi am iga sufra dañ o algun o. Si le digo al asesin o qu e-la vi h ace p oco en la tien da de com estibles, actú o según dos m otivos: p r ot eger a mi am iga y. al m ism o tiem po, m an ten er el deber de decir la verdad. En am bos casos per sigo un fin adm irable, proteger a mi am iga. Pero solo en el segu n d o caso per sigo esa m eta de una m an era acor de con el m otivo del deber. Algu n os objetarán qu e, igual qu e un a m en tira, un a afirm ación técn icam en te verdadera pero en gañ osa n o se podría un lversalizar sin con tradiccion es. Pero pien se en la diferen cia: si t od o el m u n do m in ­ tiese cuan do se en con trara con un asesin o en la pu erta o tu viese que afron tar un em barazoso escán dalo sexu al, n adie creería afirm acion es de esa especie y n o cum plirían su objetivo. N o pu ede decirse lo m is­ m o de las verdades en gañ osas. Si t od o el qu e se en cu en tre en un a situ ación peligrosa o em barazosa sale del paso con un a evasiva bien pergeñ ada, n o p or ello dejarán por n ecesidad de ser creíbles las eva­ sivas. Lo qu e ocu rriría es qu e se apren dería a escuch ar com o lo haría un ab ogad o y a an alizar gr am at icalm en t e ese tipo de afirm acion es p r est an d o aten ción a su sen t ido literal. Exact am en t e eso es lo qu e pasó cu an d o la pren sa y el pú b lico se acostu m braron a los estudiados d esm en t id os de Clin t on . La idea de Kan t n o es qu e un a situ ación así, en la qu e la gen te an aliza gram aticalm en te los desm en tidos de los políticos en busca de su sen t id o literal, sea de algun a for m a m ejor qu e si n adie creyese a los políticos en absoluto. Ese sería un ar gu m en to basado en las con ­ clu sion es. La idea m ás b ien es qu e un a afirm ación qu e in du ce a er r or pero qu e, pese a ello, es verdadera n o fuerza o m an ipula al qu e la oye del m ism o m od o qu e un a pu r a m en tira. Si el qu e la escuch a está su ficien tem en te aten to, siem pre pod r á escanar del en gan o. P or lo tan to, hay un a razón para con clu ir que, según la teoría m ora] de Kan t, las afirm acion es verdaderas pero que in du cen a error — al asesin o de la pu er t a, a los cen sores pr u sian os o al fiscal espe­ cial— son , en cierta form a, m or alm en t e perm isibles, y las m en tiras descaradas, n o. Q u izá le parezca qu e m e h e esforzado dem asiado por salvar a Kan t de un a postura in adm isible. Lo qu e asevera Kan t, qu e está mal m en tir en la puerta al asesin o, quizá n o sea defen dible m o­ r alm en te en últim a in stan cia. Sin em bar go, la distin ción en tre una pu ra m en tira y una verdad en gañ osa sirve para esclarecer la teoría m oral de Kan t y n os descu bre un a sorp ren den te sem ejan za en tre Bill Clin t on y el austero m oralista de Kon igsber g. Kan t y la justicia Al con tr ar io qu e Aristóteles, Ben th am y M ili, Kan t n o escr ibió n in ­ gu n a obra de teoría política de gran m agn itu d, solo algu n os ensayos. Y, sin em bar go, la con cep ción de la libertad y la m oral qu e se des­ pren de de sus escritos de ética tien e profun das con secu en cias para la ju st icia. Au n qu e Kan t n o las elabora en detalle, la teoría política por la qu e se in clin a rech aza el u tilitarism o en favor de un a teoría de la ju st icia basada en un con trato social. En p r im er lugar, Kan t rech aza el u tilitarism o n o solo com o fun ­ d am en t o de la m oral person a], sin o tam bién de la ley. Segú n Kan t, un a con stitu ción ju st a aspira a ar m on izar la libertad de cada in divi­ d u o con la de los dem ás. N o tien e n ada qu e ver con m axim izar la utilidad, la cual «n o debe in terferir por n in gun a razón » en la deter­ m in ación de los der ech os básicos. C o m o las person as «tien en dife­ ren tes op in ion es sobre el fin em p ír ico de la felicidad y en qu é con ­ siste», la u tilidad n o p u ed e ser el fu n d am en t o de la ju st icia y los derech os. ¿Por qu é n o? Porque si los derech os se basasen en la utili­ dad, la socied ad ten dría qu e h acer suya, o pon er en cim a de las d e­ m ás, una con cep ción determ in ada de la felicidad. Basar la con stitu ­ ción en un a con cep ción particu lar de la felicidad (la de la m ayoría, p or ejem plo) im pon dría a algu n os los valores de los dem ás; n o respe­ taría el der ech o de cada u n o de per segu ir sus propios fines. «N ad ie p u ed e ob ligar m e a ser feliz a su m od o (según co m o con ciba él el bien estar de los dem ás) — escribe Kan t— , pu es cada u n o pu ede bus­ car la felicidad de la m an era qu e crea opor tu n a m ien tras n o in frin ja la libertad [...] de otros» de h acer lo m ism o.45 U n segu n d o rasgo distin tivo de la teoría política de Kan t es que 'der ive de la ju st icia y los derech os de un con tr ato social, pero u n o con un m atiz descon certan te. An teriores teór icos del con trato social, es el caso de Locke, sosten ían qu e el gob ier n o legít im o surge de un con tr at o social en tre h om b res y m u jeres qu e, en un m om en t o u otro, deciden en tre ellos los pr in cipios por los qu e se regirá su vida colectiva. Kan t ve el con trato de otra m an era. Au n qu e el gob ier n o legít im o deba basarse en un con tr ato or igin ar io, «n o es preciso, de n in gu n a m an era, qu e se pr esu pon ga qu e ese con tr at o es un hecho (pues co m o tal n o es posible en absolu to)». Kan t m an tien e qu e el con tr ato or igin ar io n o es real, sin o im agin ario.416 ¿P or qu é se deriva un a con stitución ju st a de un con trato im agi­ n ario y n o de un con tr at o real? U n a de las razon es es de ín dole práctica: cuesta pr obar h istóricam en te qu e en la h istoria lejan a de las n acion es haya h abido algú n con tr ato social. U n a segu n da razón es filosófica: los pr in cipios m orales n o se pu eden derivar solo de h e­ ch os em pír icos. Tal y com o la ley m oral n o p u ed e cim en tarse en los in tereses o deseos de in dividu os, los prin cipios de la ju st icia n o p u e­ den cim en tarse en los in tereses o deseos de una cierta colectividad. El m er o h ech o de qu e un gr u p o acordase en el pasado una con stitu ­ ción n o basta para que sea ju st a. ¿Q u é tipo de con tr ato im agin ar io podr ía eludir ese problem a? Kan t lo llam a sen cillam en te una «idea de la razón que, sin em bargo, tien e un a in du dable realidad (práctica), a saber, la de obligar a todos los legisladores a con for m ar sus leyes de m od o qu e pu dieran h aber sid o creadas p or la volu n tad un ida de un pu eb lo en tero» y com o si cada ciu dadan o «h ubiese prestado su con sen tim ien to». Kan t llega a la con clu sión de qu e ese im agin ario acto de con sen tim ien to colectivo «es la piedra d e t oqu e de la legitim idad de toda ley pú blica».47 Kan t n o n os dice có m o sería ese con tr at o im agin ar io o qu é pr in cip ios de ju st icia produciría. Casi dos siglos despu és, un filósofo p olít ico estadou n iden se, Jo h n Raw ls, in ten taría respon der esas pre­ gu n tas. En defensa de la igualdad. Joh n Raw ls La m ayoría de los est ad ou n id en ses n o h em os fir m ad o n un ca un con trato social. En realidad, los ún icos estadoun iden ses qu e han p r o­ m etido de verdad que respetarán la Con st it u ción (aparte de los car­ gos pú blicos) son los qu e h an ad optad o esa n acion alidad, los in m i­ gran tes qu e así lo han ju r ad o p or qu e se les exige para adqu ir ir la ciudadan ía. A los dem ás n o n os han exigid o, ni siquiera pedido, que diésem os n uestro con sen tim ien to. En ton ces, ¿por qu é estam os obli­ gados a ob ed ecer la ley? ¿Y cóm o pod em os decir qu e n uestro go ­ bier n o se cim ien ta en el con sen tim ien to de los gob er n ad os? Jo h n Lock e dice qu e h em os dado el con sen tim ien to tácitam en ­ te. Cu alqu ier a qu e disfrute de los ben eficios qu e reporta un gob ier ­ n o, au n qu e sea viajar por un cam in o pú blico, con sien te im plícit a­ m en te en la ley y está obligado a cu m p lir la.1 Pero el con sen tim ien to tácito es un a varian te m uy desvaída del au tén tico. Cu est a ver cuál pu eda ser la razón de que el m ero h ech o de pasar p or un lugar h abi­ tado sea equ ivalen te m oralm en te a ratificar la Con st it u ción . Im m an u el Kan t recurre al con sen tim ien t o h ipotético. U n a ley es ju st a si la socied ad en su con ju n t o, de h aber p od id o, la h u biese refren dado. Pero tam bién esta es una altern ativa pr oblem ática a un con trato social au tén tico. ¿C ó m o podría un acu er do h ipotético eje­ cutar la tarea m oral de u n o real? Jo h n Raw ls (1921- 2002), filósofo político estadoun iden se, ofre­ ce una respuesta esclarecedora a esta pregun ta. En Teoría de la justicia (1971) sost ien e qu e para pen sar en la ju st icia hay en pregu n tarse cu áles serían los p r in cip ios con los qu e estaríam os de acu er d o en un a situ ación in icial de igu aldad.2 R aw ls razon a com o sigue: su pon gam os qu e n os h em os reun ido, tal y com o som os, para escoger los pr in cipios qu e gobern arán n ues­ tra vida colectiva; es decir, para escr ibir un con tr at o social. ¿Q u é p r in cip ios escoger em os? P robablem en te, n os será difícil llegar a un acu erdo. Diferen tes person as estarán a favor de pr in cipios diferen tes, qu e reflejarán sus variados in tereses, sus diversas creen cias m orales y religiosas y su distin ta situ ación social. Algu n os son r icos; otros, p o ­ bres. Algu n os son poderosos y están m uy bien relacion ados; otros, n o tan to. A lgu n os per t en ecen a m in orías raciales, étn icas o religiosas; otros, no. P odríam os llegar a un com pr om iso. Pero in cluso ese co m ­ pr om iso reflejaría el su p er ior p od er n egociad or de u n os y otros. N o hay razón para su pon er qu e un con trato social al que se llegase por esa vía fuese un arreglo ju st o. P en sem os ah ora en un exp er im en t o m en tal: su pon gam os qu e cu an d o n os r eu n im os para d ecid ir esos pr in cip ios n o sabem os cuál será n uestro paradero en la sociedad. Im agin ém on os qu e escogem os tras el «velo de la ign oran cia», qu e n os im pide tem poralm en te saber n ada de qu ién es som os en con creto. Tras él n o sabem os n uestra clase o gén ero, n uestra raza o etn ia, n uestras opin ion es políticas o con vic­ cion es r eligiosas. T am p oco sab em os con qu é ven tajas con t am os o q u é desven tajas pad ecem os: n o sabem os si estam os san os o si t en e­ m os mala salud, si poseem os titulacion es su periores o si n o acabam os la en señ an za m edia, si n acim os en un a fam ilia qu e cuidaba de n oso­ tros o en un a familia descom pu esta. Si n adie sabe n ada de t od o esto, decid irem os, en efecto, en un a posición origin aria de igualdad. P u es­ to qu e n adie ten dría un p o d er n egociad or su per ior, los pr in cipios qu e acordaríam os serían ju st os. Esta es la idea de con trato social qu e propon e Raw ls: un acu er ­ d o h ip ot ét ico en un a situ ación or igin ar ia de igualdad. R aw ls n os in vita a pr egu n t arn os qu é pr in cipios escoger íam os, co m o person as racion ales y qu e cuidan d e su propios in tereses, si n os en con trásem os en tal situ ación . N o pr esu pon e qu e en la vida real n os m otive a to­ dos el in terés pr opio; solo pide qu e dejem os a un lado n uestras con ­ viccion es m orales y r eligiosas para los pr op ósit os del exp er im en t o m en tal. ¿Q u é pr in cipios escogeríam os? D e en trada, razon a, n o escogeríam os el u tilitarism o.Tras el velo de la ign oran cia, cada u n o pen saría: «Por lo qu e yo p u ed o saber, lo m ism o resulta qu e per t en ezco a una m in oría op r im id a».Y n adie se ar r iesgar ía a ser el cristian o ar r ojad o a los leon es para divertir a la m u lt it u d .Tam p oco escogeríam os el puro laissez-faire, el pr in cipio li­ ber tario de qu e se les dé a los in dividu os el der ech o a qu edarse con t od o el din ero qu e gan en en un a econ om ía de m ercado. «Lo m ism o resulta qu e seré Bill Gates — razon aría cada u n o— pero, de n uevo, podría tam bién acabar sien do un pordiosero. Así qu e será m ejor qu e evite un sistem a qu e m e podría dejar con un a m an o delan te y otra detrás, y sin n adie qu e m e ayudase.» Raw ls cree qu e del con tr ato h ipot ét ico saldrían dos pr in cipios de la ju st icia. El pr im er o ofrece iguales libertades básicas a todos los ciu dadan os, com o la libertad de expresión y de culto. Este pr in cip io ten dría p r io r id ad sobre otras con sid er acion es de u tilidad social y bien estar gen eral. El segu n d o p r in cip io se refiere a la igualdad social y econ óm ica. Au n qu e n o requiere un a distribu ción igual de las ren ­ tas y del patrim on io, solo perm ite las desigualdades sociales y econ ó­ m icas qu e sirvan para m ejorar la situ ación de los m iem br os m en os prósperos de la sociedad. Los filósofos discuten acerca de si las partes del con tr ato h ipot é­ tico de R aw ls escogerían los pr in cipios qu e él dice qu e escogerían . D en t r o de un m om en t o verem os p or qu é Raw ls cree qu e se escoge­ rían esos dos prin cipios. Pero an tes ab or d em os un a cuestión previa: el exper im en t o m en tal de Raw ls, ¿es la form a m ás in dicada de con ­ cebir la ju st icia? ¿C ó m o es posible qu e los pr in cipios de la ju st icia se deriven de un acu erdo qu e n un ca se p r od u jo en la realidad? LO S LÍMITES MORALES DE LOS CONTRATOS Para apreciar la fuerza m oral del con trato h ip otét ico de R aw ls vien e bien fijarse en los lím it es m orales de los con tr atos reales. A veces p r esu p on em os que, cu an do dos h acen un trato, debe con siderarse qu e los t ér m in os del acu er do son equ itativos. P r esu pon em os, en otras palabras, qu e los con tratos ju stifican las cláusulas a que dan lu ­ gar. Pero n o lo h acen , al m en os n o p or sí m ism os. Los con tr atos reales n o son in stru m en tos m orales au tosu ficien tes. El m ero h ech o de qu e usted y yo h agam os un trato n o basta para que sea equitativo. D e cu alqu ier con trato real se podrá pregun tar siem pre si es equ itati­ vo lo qu e en él se acuerda. Para respon der tal pregun ta n o podr em os señ alar sim plem en te al acu erdo m ism o; n ecesitarem os algún patrón in depen dien te de equ idad. ¿D e dón d e pu ede ven ir un patrón así? Q u izá, podría pen sar us­ ted, de un con trato an terior de m ayor fuste; de una con stitución , por ejem p lo. Pero las con st it u cion es están sujetas al m ism o cu est ion am ien t o qu e los dem ás acu erdos. Q u e el pu eblo ratifique un a con sti­ t u ción n o pr u eba qu e lo qu e pr om u lga sea ju st o. P ién sese en la Con st it u ción de Est ados U n id os de 1787. Pese a sus m uch as virtu ­ des, ten ía el defecto de aceptar la esclavitud, y así fue hasta después de la gu erra civil. Q u e a esa Con st it u ción se h ubiera llegado m e­ dian te un acu erdo, pr im er o de los delegados en Filadelfia y lu ego de los estados, n o bastaba para qu e fuese ju st a. Podría argu m en tarse qu e el d efect o procedía de un con sen ti­ m ien to deficien te. A los esclavos afroam erican os n o se les per m itió participar en la con ven ción con stituyen te, com o t am poco a las m u ­ jer es, qu e n o gan aron el derech o a votar hasta m ás de un siglo des­ pu és. Es ciertam en te posible qu e un a con ven ción m ás represen tativa h u biese p r od u cid o un a con st it u ción m ás ju st a. Pero se trata de una m era cábala. N o hay garan tía algun a de qu e n in gún con trato social o con ven ción con stituyen te, p or represen tativa qu e sea, produzca un os t ér m in os equ itativos para regir la coop er ación social. A qu ien es creen que la m oral em pieza y term in a con el con sen ­ tim ien to quizá les parezca esa una aseveración ch irrian te. Pero n o lo es tan to. A m en u d o p on em os en en tredich o la equ idad de los-tratos qu e se h acen .Y estam os acostu m brados a las con tin gen cias que pu e­ den con d u cir a m alos tratos: una de las partes pu ede n egociar m ejor, o ten er un a p osición n egociad or a m ás fuerte, o con ocer m ejor el valor de lo qu e se está in tercam bian do. Las fam osas palabras de Don C or leon e en El Padrino, «le voy a h acer una oferta qu e n o podrá reh usar», in sin úan (de m an era extrem a) las presion es qu e actúan , en m ayor o m en or m edida, en la m ayoría de las n egociacion es. R e co n o ce r qu e los con tratos n o con fieren equ id ad a sus p r o­ p ios t ér m in os n o sign ifica qu e d eb am os violar n uestros acu er dos cu an d o n os apetezca. Puede qu e estem os obligados a cu m plir in clu ­ so un acu erdo qu e n o es equitativo, al m en os hasta cier to pun to. El con sen tim ien to es im portan te, au n qu e la ju st icia n o con sista solo en el con sen tim ien to. C on frecuen cia con fu n d im os el papel m oral del con sen tim ien to con otras fuen tes de la obligación . Su p on gam os qu e h ago este trato: usted m e trae cien bogavan tes y yo le p ago m il dólares. Usted los pesca y m e los en trega, yo m e los co m o y disfru to, pero m e n iego a pagarle. Ust ed m e dice qu e le d eb o el din ero. ¿P or qu é?, le pr egu n t o. U sted m e podr ía recordar n uestro trato, per o tam bién podría señ alarm e el provech o qu e yo he sacado. M u y bien podría usted decir m e qu e t en go la obligación de pagar el provech o qu e, gracias a usted, he sacado. Su p on gam os ah ora qu e h acem os el m ism o trato, solo qu e esta vez, cu an do usted ya se ha ido a recoger los bogavan tes y m e los ha traído a casa, cam b io de op in ión . Ya n o los qu iero. U sted todavía qu iere cobrar. Le d igo qu e n o le d eb o n ada porqu e, esta vez, n o he sacado n in gún provech o. Llegad os a ese pu n to, usted podría recor ­ dar m e el trato, pero tam bién podría señ alarm e el du ro trabajo qu e ha h ech o para capturar los bogavan tes previen do qu e yo se los iba a com prar. U sted podría d ecir m e qu e estoy ob ligad o a pagar por los esfuerzos qu e ha h ech o p or mí. Veam os ah ora si p od em os im agin ar un caso en el qu e la ob liga­ ción se base solo en el con sen tim ien to, sin el peso m oral añ adido de ten er qu e pagar por un provech o qu e se ha r ecibido o para com p en ­ sar un trabajo qu e se ha h ech o en n uestro ben eficio. Acor d am os lo m ism o, pero esta vez. m om en t os despu és de h aber cer rad o el trato, an tes de qu e usted haya in vertido t iem po algu n o en pescar los b oga­ van tes, le llam o y le d igo qu e h e cam b iad o de opin ión y ya n o los quiero. ¿Le d eb o aún los m il dólares? ¿M e dirá usted qu e «un trato es un trato» y recalcará qu e mi con sen tim ien to crea una obligación aun sin provech o o con fian za depositada algu n os? Los pen sadores ju r íd icos llevan deb at ien do esta cuestión desde h ace m u ch o. El con sen tim ien to, ¿crea un a obligación por sí m ism o o se requ iere qu e haya algú n com p on en t e de provech o o de con ­ fian za depositada?3 Est e debate n os dice algo sobre la m oralidad de los con tratos qu e a m en u d o pasam os p or alto: qu e los con tratos rea­ les tien en p eso m oral en la m edida en qu e realicen dos ideales, la au t on om ía y la reciprocidad. En cu an t o act os volu n t ar ios, los con tr at os expresan n uestra au t on om ía; las ob ligacion es q u e crean tien en peso p or qu e n os las im p o n em o s a n osotros m ism os, p or qu e car gam os con ellas libre­ m en te, En cu an to in stru m en tos para el ben eficio m u tu o, los con tra­ tos beben del ideal de la r eciprocidad; la ob ligación de cu m plirlos pr oced e de la obligación de pagar a otros por los ben eficios qu e n os aportan . En la práctica, estos ideales — la au t on om ía y la reciprocidad— se realizan im perfectam en te. Algu n os acu erdos, au n qu e sean volu n ­ tarios, n o son m u tu am en te b en eficiosos.Y a veces n os p od em os ver obligad os a pagar p or un ben eficio au n qu e n o haya un con trato, por m or de la reciprocidad. In dica los lím ites m orales del con sen tim ien ­ to: h ay casos en qu e el con sen tim ien to quizá n o baste para crear una obligación qu e ate m oralm en te; en otros, quizá n o sea n ecesario. C uando el c o n s e n t im ie n t o n o b a s t a : C r o m o s d e b é is b o l Y UN RETRETE CON FUGAS P en sem os en dos casos qu e m uestran qu e el con sen tim ien to n o bas­ ta. D e n iñ os, mis dos h ijos coleccion aban crom os de béisbol y se los in tercam biaban en tre sí. El m ayor sabía m ás sobre los ju gad or es y el valor de los crom os. A veces le ofrecía a su h erm an o p equ eñ o in ter­ cam b ios n o m u y equ itativos: dos defen sas su plen tes, d igam os, por un a estrella com o Ken GrifFey Jr. Por eso establecí una regla: un in ­ t er cam b io n o se daría por cer r ad o m ien tras yo n o lo aprobase. Le parecerá quizá patern alista, y lo era. (Para eso es el patern alism o.) En circun stan cias com o esa, los in tercam bios volu n tarios pu eden faltar claram en te a la equ idad. H ace añ os leí un artícu lo de p er iód ico qu e h ablaba de un caso m ás extrem o. En el piso de una an cian a viuda de Ch icago un retrete dejaba escapar el agua. Llam ó a un fon tan ero para que lo arreglase. La factu ra: 50.000 dólares. Fir m ó un con trato por el qu e tenía qu e abon ar 25.000 dólares com o en trada y el resto a plazos. La artim añ a se descu b r ió cu an do fue al ban co a por los 25.000 dólares. El cajero le pregu n tó qu e para qué n ecesitaba sacar tan to din ero, y la m u jer le con testó qu e ten ía qu e pagar al fon tan ero. El cajero llam ó a la poli­ cía, que arrestó p or fraude al fon tan ero sin escr ú pu los.4 So lo los partidarios m ás acér r im os de la soberan ía del con trato n o con siderarían qu e pagar 50.000 dólares p or arreglar un retrete es m on st r u osam en t e despr oporcion ado au n qu e las dos partes lo acor ­ dasen por propia volun tad. Este caso ilustra dos aspectos relativos a los lim ites m orales de los con tratos: el prim ero, que h aber acordado algo n o garan tiza su equ idad ; el segu n do, qu e el con sen tim ien to no basta para crear un a obligación m oral. Lejos de ser un in stru m en to para el m u tu o ben eficio, ese con trato se burlaba del ideal de la reci­ procidad. P ien so que esto explica por qu é p ocos dirían qu e la an cia­ na estaba obligada a pagar una factura tan descabellada. Se podría replicar qu e en el tim o del arreglo del retrete n o m e­ dió un con trato realm en te volu n tario, qu e fue un tipo de explot a­ ción en el qu e un fon tan ero sin escr ú pu los se apr ovech ó de una an cian a desorien tada. N o con ozco los detalles del caso, pero su p on ­ gam os, en b en eficio del argu m en to, que el fon tan ero n o coaccion ó a la m u jer y que esta se en con traba en buen as con dicion es m en tales (au n qu e m u y mal in form ad a de lo qu e se paga a los fon tan eros) cu an do cer ró el trato. Q u e el acu erdo fuese volu n tario n o garan tiza en absolu to qu e su pu siese el in tercam bio de b en eficios de igual o com parable m on to. H e sosten ido hasta aquí que el con sen tim ien to n o es una co n ­ dición su ficien te de la ob ligación m oral; un trato d escom pen sad o pu ede qu edar tan lejos del m u tu o ben eficio qu e ni siquiera el qu e sea volu n tario lo redim a. Q u er r ía ah ora h acer una afirm ación m ás atrevida: el con sen tim ien t o n o es una con dición , n ecesaria para que haya obligación m oral. Si el ben eficio m u tu o resulta su ficien tem en te claro, podría h aber un a exigen cia m oral de reciprocidad in cluso sin qu e m edie con sen tim ien to algun o. C uando H ume el c o n se n t im ie n t o y l o s q u e l im p ia n n o e s e s e n c ia l : La p a r a b r isa s e n c a sa d e l o s se m á f o r o s C o n el tipo de caso qu e t en go en m en te tu vo qu e vérselas en un a ocasión David H u m e, el filósofo m oral escocés del siglo x v m . D e jov en , escr ibió un a despiadada crítica de la idea de con trato social de Lock e. La llam ó «ficción filosófica qu e n un ca tu vo y n un ca podría ten er la m en or realidad»,5 y «un a de las op er acion es m ás m isteriosas e in com pren sibles qu e sea posible im agin ar».6 Añ os despu és, H u m e vivió un a exper ien cia qu e p u so a pr u eba su rech azo del con sen ti­ m ien t o com o fu n dam en to de la ob ligación .7 H u m e ten ia un a casa en Ed im b u r go. Se la alqu iló a su am igo jam e s Bosw eli, quien a su vez la su barren dó. El su barren datario pen ­ só qu e la casa n ecesitaba algu n os ar r eglos. C on t r at ó a u n os albañ i­ les para h acer la obra sin con su ltar a H u m e. Le pasaron la factura a H u m e. Este se n egó a pagar por qu e n o h abía dado su con sen tim ien ­ to. N o era él quien h abía con tr atado a los albañ iles. El caso llegó a los tribu n ales. Los albañ iles r econ ocieron qu e H u m e n o h abía dado su con sen tim ien to, pero com o la casa n ecesitaba los arreglos, los h i­ cieron . H u m e pen saba qu e ese era un mal argu m en to. Los albañ iles se escu daban en qu e «la obra h acía falta», le d ijo H u m e al t r ib u n al Pero esa n o es «un a bu en a respu esta, ya qu e p or la m ism a regla de tres podrían ir p or todas las casas de Ed im b u r go y h acer lo qu e les pare­ ciese sin el con sen tim ien to de los du eñ os [...] y dar la m ism a razón de p or qu é lo h abían h ech o, qu e la obra era n ecesaria y que la casa h abía m ejor ad o con ello». Pero esa, argü yó H u m e, era «un a doctrin a p or com p let o n ueva y ... del t od o in defen dible».8 Cu an d o se trataba del arreglo de su casa, a H u m e n o le gustaba la teoría qu e basaba la obligación pu ram en te en el ben eficio. Pero su defen sa fracasó y el tribun al le or den ó qu e pagase. Q u e pu ede h aber un a obligación de retribuir un ben eficio aun sin qu e m edie un con sen tim ien to resulta m oralm en te verosím il en el caso de la vivien da de H u m e. Pero pu ede fácilm en te tran sform arse en un a táctica de ven tas m u y agresiva y en abusos de otro tipo. En la década de 1980 y a prin cipios de la siguien te, los qu e con una esco­ billa y un cu b o de agua se abalan zaban sobre un coch e parado an te un sem áforo en rojo, lim piaban el parabrisas (a m en u d o sin el per m i­ so del con du ctor) y pedían qu e se les diese algo se con virtieron en N u eva York en una in tim idan te presen cia. Pon ían en práctica la t eo­ ría qu e basa la obligación en el ben eficio recibido, la m ism a a la qu e recurrieron los albañ iles de H u m e. Pero a falta de con sen tim ien to, la lín ea qu e separa la realización de un servicio de la extorsión resulta m u ch as veces borrosa. El alcalde R u d o lp h Giulian i decid ió acabar con los de la escobilla y or den ó a la policía qu e los detuviese.9 ¿E l b e n e f i c i o o el c o n se iv t im ie n t o ? E l t a l l e r d e c o c h es MÓ VIL DE SAM Veam os otro ejem p lo de la con fu sión qu e pu ede produ cirse cu an do la cara de la obligación qu e se basa en el con sen tim ien t o y la cara basada en el b en eficio n o se distin guen claram en te. H ace m u ch os añ os, cu an d o h acía m is estu dios de doct orado, viajaba en coch e por el país con u n os am igos. Param os para h acer un descan so en H am m on d . In dian a, y en tr am os en un a tien da abierta las vein ticu atro h oras. Cu an d o volvim os al coch e, n o arran caba. N o sabíam os gran cosa de m ecán ica. M ien tras n os pregun tábam os qu é íbam os a h acer, un a fu rgon eta se n os pu so al lado. En el costado llevaba escrito «Ta­ ller m óvil de Sam », D e la fu rgon eta .bajó un h om bre, cabía presum ir qu e Sam . Se acer có y n os p r egu n t ó si pod ía ayu d arn os. «Yo trabajo así — explicó— : C o b r o cin cuen ta dólares por h ora de trabajo. Si arreglo el coch e en cin co m in utos, m e pagaréis cin cuen ta dólares. Si en una h ora n o h e p o d id o repararlo, segu iréis ten ien d o qu e pagar m e cin ­ cuen ta dólares.» «¿Q u é probabilidad hay de que pu eda reparar el coch e?», le pre­ gu n té. N o m e r espon dió directam en te, pero se pu so a h urgar b ajo la colu m n a del volan te. Yo n o estaba segu ro d e qu é ten ía qu e h acer. M iré a m is am igos para ver qu é pen saban . Pasado un rato, el h om bre salió de d eb ajo de la colu m n a del volan te y dijo: «P u es t od o está bien en el sistem a de ign ición , pero todavía qu edan cuaren ta y cin co m in u tos. ¿Q u ier e qu e m ire bajo el capó?». «Esp er e un m om en t o •— le dije— . N o le h e d ich o qu e h aga n ada. N o h em os h ech o n in gú n trato.» El h om bre se en fadó m u ch o y dijo: «¿Q u ier e decir qu e si h ubiese reparado el coch e cu an do esta­ ba m ir an do b ajo la colu m n a del volan te n o m e habría pagado?». Le dije qu e esa era otra cuestión . N o en tré en la diferen cia en tre las obligacion es que derivaban del con sen tim ien to y las que derivaban del ben eficio. M e da la im presión de qu e n o h abría servido de m u ch o. Pero el in ciden te con Sam el m ecán ico pon e de m an ifiesto uña con fusión com ú n en lo que se re­ fiere al con sen tim ien to. Sam creía qu e si h ubiese reparado mi coch e al h urgar d ebajo de la colum n a del volan te le habría ten ido qu e pagar cin cuen ta dólares.Y yo estoy de acuerdo. Pero la razón de que h ubiese ten ido que pagarle es qu e m e habría reportado un ben eficio, a saber, arreglarm e el coch e. D e qu e en ese caso yo debería h aberle pagado d ed u jo qu e yo había acordado (im plícitam en te) en cargarle la repara­ ción . Pero tal inferencia es errón ea. D a por sen tado equivocadam en te qu e d on d e hay una obligación tien e qu e h aber h abido un acuerdo, algun a form a de con sen tim ien to. Pasa p or alto la posibilidad de que pu eda h aber obligación sin con sen tim ien to. Si Sam h ubiese reparado m i coch e, h abría ten ido qu e pagarle en n om bre de la reciprocidad. Darle solo las gracias y m arch arse n o habría sido equitativo. Pero eso n o im plica que yo le h ubiese en cargado n ada. C u an d o les cu en t o esta h istoria a m is alu m n os, en su m ayor parte están de acu erdo, h abida cuen ta de las circun stan cias del caso, en qu e n o ten ía p or qu é pagarle cin cuen ta dólares a Sam . Pero m u ­ ch os m an tien en esa postura por razon es diferen tes a la m ía. A r gu ­ m en tan qu e, al n o h aber yo en cargado, explícit am en te el trabajo a Sam , n o ten ía p or qu é pagarle n ada, y t am poco h abría t en ido que pagarle au n qu e h u biese reparado el coch e. Si le h u biese dad o algo, h abría sido por gen erosidad: se lo h abría dado por qu e lo h abría qu e­ r id o yo, n o porqu e fuese m i deb er h acerlo. Así m e defien den , pero n o adopt an d o mi pu n t o de vista acerca de la obligación , qu e extien ­ de el alcan ce de esta, sin o con for m e a un pu n t o de vista restrictivo acerca del con sen tim ien to. Pese a n uestra ten d en cia a ver el con sen tim ien t o en todas las aseveracion es m orales, cuesta darle sen tido a n uestra vida m oral sin r econ ocer el peso que, con in depen den cia del con sen tim ien to, tien e la reciprocidad. P en sem os en un con trato m atrim on ial. Su p on gam os qu e descu bro, tras vein te an os de fidelidad por m i parte, qu e mi es­ posa h a estad o vien d o a otro. Ten dría dos razon es para sen tir un a in dign ación de orden m oral. U n a de ellas se refiere al con sen tim ien ­ to: «Pero si ten íam os un acu erdo. H iciste una prom esa. La rom piste». La segu n da se refiere a la reciprocidad; «Pero si yo h e sid o fiel. N o hay duda algun a de que m e m erecía algo m ejor. Esta n o es form a de pagar m i lealtad».Y así podría seguir. La segu n da qu eja n o h ace refe­ ren cia al con sen tim ien t o y n o lo n ecesita. Resu lt ar ía m or alm en t e verosím il au n qu e h u biésem os vivid o com o pareja t od os esos añ os sin h abern os h ech o prom esa m arital algun a. Im a g i n e m o s el co n t r a t o per f ec t o Todas estas desven turas, ¿qu é n os dicen de la m oralidad de los con ­ tratos? Los con tratos derivan su fuerza m oral de dos ideales diferen ­ tes, la au t on om ía y la r eciprocidad. Mn em bargo, la m ayor parte de ln £_con tratos reales qu eda lejos de esosJú eales. Si h e de tratar con algu ien qu e tien e un a p osición n egociad or a m ejor qu e la m ía, mí acu er d o qu izá n o sea del t odo volu n tario; estará som et id o a pr esio­ n es o, en el caso extrem o, coaccion ad o in cluso. Si n egocio con al­ gu ien qu e con oce m ejor qu e yo lo qu e vam os a in tercam biarn os, el trato quizá n o sea m u tu am en te ben eficioso. En el caso extrem o, qu i­ zá m e tim en , m e en gañ en . En la vida real, las person as se en cuen tran en posicion es diferen ­ tes. Sign ifica qu e siem pre es posible qu e haya diferen cias en p od er n egociad or y en con ocim ien t o. Y en la m edida en qu e sea así, qu e haya un acu erdo n o garan tiza por sí m ism o la equ idad del trato. Por eso, los con tratos reales n o son in stru m en tos m orales au tosu ficien tes. Siem pr e tien e sen tido pregun tarse si es equitativo el acu erdo al qu e h an llegado las partes. Pero im agin em os un con tr at o en tre partes iguales en p od er y con ocim ien to, en vez de desigu ales, en tre partes igualm en te situadas, en vez de diferen tem en te situadas. E im agin em os qu e el ob jet o de ese con trato n o es un trabajo de fon tan ería o cualqu ier trato ordin a­ rio, sin o los p r in cip ios qu e gobier n an n uestras vidas en com ú n , los que n os asign an n uestros derech os y deberes com o ciu dadan os. U n con trato de esa especie, en tre partes co m o esas, n o deja espacio para la coacción , el en gañ o y las ven tajas con trarias a la equ idad, Sus tér­ m in os serían ju st os, fuesen cuales fuesen , en virtu d solam en te de qu e esas partes h ubiesen llegado a un acuerdo. Si usted p u ede im agin ar un acu er do co m o ese, h abrá llegado a la idea de Raw ls de un acu er do h ipot ét ico en un a situ ación in icial de igualdad. El velo de la ign oran cia garan tiza la igualdad de p od er y con ocim ien t o qu e la p osición or igin al requiere. AJ garan tizar qu e n adie sabe su lugar en la sociedad, sus propias fortalezas o debilida­ des, sus valores o fin es, el velo de la ign oran cia garan tiza qu e n adie sacará provech o, ni siquiera sin saberlo, de una posición n egociadora favorable. Si se permite un conocimiento de las particularidades, el resulta­ do estará sesgado por contingencias arbitrarias. [...] Para que la situa­ ción origin aria genere acuerdos justos, las partes deberán encontrarse en posiciones iguales y ser tratadas por igual com o personas morales. Hay que corregir la arbitrariedad del mundo ajustando las circunstan­ cias de la situación inicial en que se crea el contrato.10 Lo p ar ad ójico es qu e un acu erdo h ipot ét ico tras el velo de la ign oran cia n o sea un a form a desvaída de un con tr ato real, y p or lo tan to m ás débil m or alm en t e qu e este, sin o un a form a pura de un con trato real, y p or lo tan to m ás poten te m oralm en te qu e él. Dos PRINCIPIOS DE LA JUSTICIA Su p o n gam os qu e R aw ls tien e razón : para con ceb ir la ju st icia hay qu e pregu n tarse qu é pr in cip ios escogeríam os en un a situ ación o r i­ gin ar ia de igu aldad , tras el velo de la ign oran cia. ¿Q u é p r in cip ios saldrían de ah í? Segú n Raw ls, n o escogeríam os el utilitarism o. Tras el velo de la ign oran cia, n o sabem os adon d e irem os a parar en la sociedad, pero sí qu e qu er r em os per segu ir n uestros fin es y qu e se n os trate con respe­ to. Si lu ego resulta qu e per ten ecem os a una m in oría étn ica o r eligio­ sa, n o qu er rem os qu e se n os oprim a, in cluso cu an do ello dé placer a la m ayoría. Cu an d o el velo de la ign oran cia se alce y em piece la vida real, n o qu er r em os ver qu e som os las víctim as de un a per secu ción religiosa o de la d iscr im in ación racial. Para pr ot eger n os de esos peli­ gros, rech azaríam os el utilitarism o y acordaríam os un p r in cip io que estableciese qu e t od os los ciudadan os tuviesen las m ism as libertades básicas, en tre ellas el der ech o a las libertades de con cien cia y de con sen t im ien to.Y recalcaríam os que ese pr in cip io ten dría pr ior id ad so­ bre el em p eñ o de m axim izar el bien estar gen eral. N o sacrificaríam os n uestros derech os y libertades fun dam en tales por ben eficios sociales v econ óm icos. ¿Q u é pr in cip io escoger íam os para qu e n uestras desigu aldades sociales y econ óm icas se rigiesen p or él? Para pr ot eger n os del peli­ gr o d e vern os en un a pobreza in soportable podr íam os, de en trada, ser partidarios de un a distribu ción p or igual de la ren ta y del pat r i­ m on io. Pero en ton ces se n os ocu rriría qu e podr íam os optar p or algo m ejor, m ejor in clu so para los que estuviesen m ás abajo. Su p on gam os qu e p er m it ien d o ciertas desigu aldades, p or ejem p lo qu e se pagara m ás a los m éd icos qu e a los con du ct ores de au tobú s, se m ejorase la situ ación de los qu e están abajo porqu e así estos accederían más fá­ cilm en te a la aten ción san itaria. Para n o cerrarn os a esta posibilidad, adoptaríam os el pr in cip io qu e Raw ls llama «de la diferen cia»: solo se perm itirán las desigu aldades sociales y econ óm icas qu e reporten al­ gún b en eficio a qu ien es estén en la sociedad en posición m ás desfa­ vorable. ¿H asta qu é pu n to es igualitario este pr in cipio? Cu esta decirlo: la diferen cia en las rem un eracion es ten drá con secu en cias qu e depen de­ rán de las circun stan cias sociales y econ óm icas. Su pon gam os qu e pa­ gar m ás a los m édicos con du zca a que haya una m ejor y más abu n ­ dan te aten ción san itaria en las zon as rurales m ás pobres. En ese caso, la diferen cia salarial sería com patible con el pr in cipio de Raw ls. Pero su pon gam os qu e pagar m ás a los m édicos n o tien e n in gún efecto en los servicios de salud de los Apalach es, sin o que solo h ace que haya m ás ciru jan os plásticos en Beverly Hills. En ese caso, según el pu n to de vista de Raw ls, resultaría difícil ju st ificar la diferen cia salarial. ¿Y los cu an tiosos in gresos de M ich ael Jor d án o la vasta fortun a d e Bill Gates? ¿P u ed en ser esas desigu aldades com pat ibles con el p r in cip io de la diferen cia? N i qu e decir tien e, la teoría de Raw ls n o está con cebid a para evaluar la equ id ad del salario de un a u otra per­ son a; se in teresa p or la estructura básica de la sociedad y el m od o en qu e reparte der ech os y deber es, ren tas y pat r im on ios, poder es y op or t u n id ad es. Para Raw ls, de lo qu e se trata es de si la riqu eza de Gates n ació com o parte de un sistem a qu e, t om ad o en su con ju n to, fu n cion a en b en eficio de los m en os pudien tes. Por ejem plo, ¿estuvo sujeta a un sistem a fiscal progresivo qu e grava a los ricos para subve­ n ir la salud, la edu cación y el bien estar de los pobres? Si es así, y si este sistem a h ace qu e los pobres estén m ejor qu e en una situ ación m ás estrictam en te igu al, tales desigu aldades serían com patibles con el pr in cip io de la diferen cia. Algu n os pon en en en tredich o qu e las partes fueran a escoger en un a situ ación or igin ar ia el p r in cip io de la diferen cia. ¿C ó m o sabe Raw ls qu e, tras el velo de la ign oran cia, n o h abría u n os ju gad or es dispu estos a ar riesgarse con un a socied ad m uy desigual, esperan za­ dos de qu e en ella les cor r espon da la cim a? Q u izá algu n os optasen p or un a socied ad feudal y se arriesgaran a ser siervos sin tierras en la esperan za de ser reyes. Raw ls n o cree qu e se Corriesen tales r iesgos en la tesitura de escoger u n os p r in cip ios cu an d o de estos fuera a d epen d er lo qu e cabría esperar, en líneas fun dam en tales, de la vida. A m en os que su ­ piesen de sí m ism os qu e eran am an tes del r iesgo (un a cualidad que el velo de la ign oran cia les im pediría percibir), las person as n o h arían apuestas arriesgadas con tan to e n ju e go . Pero el argu m en to de Raw ls a favor del pr in cip io de la diferen ­ cia n o descan sa por com plet o en la presu posición de qu e en la situ a­ ción or igin aria se sería reacio a correr riesgos. Bajo el artificio del velo de la ign oran cia se escon de un argu m en to m oral qu e se pu ede en u n ciar con in depen den cia del exper im en t o m en tal. La idea p r in ­ cipal es qu e la d istr ib u ción de la renta y de las op or t u n id ad es no debería basarse en factores que, desde un pu n to de vista m oral, resul­ ten arbitrarios. El a r g u men t o d e l a a r b it r a r ie d a d mo r a l ’R aw ls presen ta su ar gu m en t o m ed ian t e la com par ación de varias teorías de la ju st icia rivales. Em pieza por la aristocracia feudal. H oy en día, n adie d efien de la ju st icia de las aristocracias feudales o de los sistem as de castas. Est os sistem as n o son equitativos, observa Raw ls, p orqu e distribu yen la ren ta, el pat r im on io, las opor t u n idades y el p od er con for m e a un acciden te de n acim ien to. Si se n ace en la n o­ bleza, se ten drán d er ech os y p od er es n egad os a los n acidos en la servidu m bre. Pero las circun stan cias en qu e se n ace n o son obra de u n o m ism o. Por lo tanto, es in ju sto qu e las perspectivas que se ten ­ gan en la vida d epen dan de ese h ech o arbitrario. Las sociedades de m er cado rem edian esa arbitrariedad, al m en os en cierta m edida. Abren carreras a qu ien es ten gan las aptitudes re­ qu eridas y ofrecen igualdad an te la ley. A los ciu dadan os se les garan ­ tizan un as libertades básicas, y la distribu ción de la ren ta y del pat r i­ m on io está deter m in ada por el m ercado libre. Este sistem a — un m ercado libre con un a igualdad de op or t u n i­ dades form al— se cor r espon d e con la teoría libertaria de la ju sticia. Rep r esen t a un a m ejora con respecto a las sociedades feudales y de castas, pu est o qu e rech aza las jer ar qu ías fijadas por el n acim ien to. Legalm en te, p er m it e qu e t od os lu ch en y com pit an . En la práctica, sin em b ar go, las opor t u n id ad es pu eden distar m u ch o de ser iguales. Q u ien es tien en fam ilias qu e los respaldan y un a buen a ed u ca­ ción cu en tan con un a clára ven taja sobr e qu ien es carecen de ello. Pero si los corredores salen de diferen tes pu n tos de salida, la carrera difícilm en te será equitativa. P or eso, sostien e Raw ls, la distribu ción de la ren ta y del p at r im on io resultan te de un m er cad o libre con igu aldad for m al de op or t u n id ad es n o se p u ed e con siderar ju st a. La in justicia m ás clam orosa del sistem a libertario «es el que perm ita que las partes qu e correspon dan en la distribu ción estén im propiam en te in fluidas p or factores com o estos, can arbitrarios desde un pu n t o de vista m or al».11 Un a for m a de rem ediar esta falta de equ idad es cor r egir las des­ ven tajas sociales y econ óm icas. U n a m eritocraCia equitativa in ten ta h acerlo yen do m ás allá de la igualdad form al de op or tu n idades. Para retirar ob st ácu los qu e im pidan el logr o person al ofr ece las m ism as op or t u n id ad es educativas, de m od o qu e qu ien es vien en de fam ilias pobres pu edan com petir sin desven taja con qu ien es tien en un trasfon d o privilegiado. Cr ea program as H ead Start (de desarrollo de n i­ ñ os preescolares desfavorecidos), de n u trición in fan til, de asisten cia san itaria, edu cativos, de for m ación profesion al, lo qu e h aga falta para qu e todos, sea cual sea el or igen fam iliar o la clase social, partan del m ism o pu n t o de salida. Segú n la con cepción m eritocrática, la distri­ bu ción de la renta y del pat r im on io resultan te de un m er cado libre es ju st a, pero solo si todos tien en las m ism as opor t u n idades de desa­ rrollar sus aptitu des. So lo si t od os em piezan en la m ism a linea de salida se p od r á decir qu e los gan adores de la carrera se m erecen el pr em io qu e reciben . Raw ls cree qu e la con cepción m eritocrática cor r ige ciertas des­ ven tajas m oralm en te arbitrarias, pero sigu e sin llegar a ser ju st a. Pues, au n qu e se logre qu e t od os partan del m ism o pu n t o de salida, será más o m en os predecible quién es ganarán la carrera: los que corran m ás deprisa. Pero ser un cor r ed or veloz n o d epen d e del t od o de m í. Es m or alm en t e con tin gen t e de la m ism a form a en qu e ven ir de un a fam ilia acom od ad a lo es. «Au n qu e trabajase a la per fección en elim i­ n ar la in fluen cia de las con tin gen cias sociales», escr ibe Raw ls, el sis­ tem a m er it ocr át ico «seguiría per m it ien d o qu e la distribu ción de la renta y del pat r im on io esté determ in ada p or la distribu ción n atural de capacidades y aptitu des.»12 Si Raw ls tien e razón , ni siquiera un m ercado libre qu e actú e en un a sociedad con igualdad de oportun idades educativas producirá una distribu ción ju st a de la renta y del patrim on io. La razón : «Las partes qu e cor r espon d an en la distribu ción se deciden con for m e al resulta­ do de la lotería n atural; y ese resu ltado es arbitrario desde un a pers­ pectiva m oral. N o hay m ás razón para per m it ir qu e la distr ibu ción de la ren ta y del p at r im on io la establezca la d istr ibu ción de dotes n aturales qu e dejar qu e lo h aga la fortun a h istórica y social».13 Raw ls llega a la con clu sión de qu e la con cepción m er it ocr ádca de la ju st icia es deficien te por la m ism a razón (au n qu e en m en or gr ad o) qu e la libertaria; am bas basan las partes qu e cor r espon d an en la distribu ción de la renta y del pat r im on io en factores m oralm en te arbitrarios. «N os in quiete la in flu en cia de las con tin gen cias sociales en la d eter m in ación de las partes qu e cor r espon d en en la distr ibu ­ ción o n os in qu iete la del azar n atural, n os verem os ab ocad os, en cu an to reflexion em os, a qu e n os in quiete la in flu en cia del otro fac­ tor. D esd e un pu n to de vista m oral, las con tin gen cias sociales y el azar natural son igu alm en te arbitrarios.»14 En cu an t o per cibim os la arbitrariedad m oral qu e m an ch a tan to la teoría libertaria de la ju st icia co m o la m er it ocr át ica, sost ien e Raw ls, n o pod r em os qu ed ar n os satisfech os salvo con u n a con cep ­ ción m ás igualitaria. Pero ¿cuál sería? U n a cosa es rem ediar un as op or t u n id ad es educativas desiguales, otra com pletam en te distin ta re­ m ediar la desigu aldad de las dotes n aturales. Si n os in qu ieta qu e al­ gu n os cor r ed or es sean m ás veloces qu e otros, ¿n o ten dríam os qu e h acer qu e los corredores m ás d otad os llevasen zapatillas con plom os? Algu n os críticos del igu alitarism o creen qu e la ún ica altern ativa a la socied ad de m er cado m er itocr ática es un a igualdad n iveladora qu e im pon e lastres a los talen tosos. U na p e sa d il l a ig u a l it a r ia «H ar r ison Ber ger on », un cu en t o de Ku rt Von n egu t Jr ., expresa esa in qu ietu d m edian te una utopía n egativa de cien cia ficción . «El añ o era 2081 — em pieza el cu en t o— , y p or fin t od o el m u n do era igual. [...] N ad ie era m ás listo que otro. N ad ie era m ás gu ap o qu e otro. N ad ie era m ás fuerte o m ás rápido qu e otro.» Esta igualdad perfecta se ejecu taba por m edio de los agen tes del Lastrador Gen eral de Es­ t ad os U n id o s. A los ciu dadan os con una in teligen cia su p er ior a la m edia se les obligaba a llevar radios en los oídos, qu e h acían de lastre. Cad a vein te segu n d os o así, un tran sm isor gu ber n am en tal en viaba u n in ten so ru ido para im pedirles «qu e sacasen un partido de sus ce­ rebros qu e n o sería equ it at ivo».15 H ar rison Ber ger on , de catorce añ os de edad, era in usualm en te listo, gu ap o y bien d otado, así qu e se le h abían pu est o lastres m ás pesados qu e a la m ayoría. En vez de un a pequ eñ a radio en el oído, «llevaba un trem en do par de cascos y gafas con gru esas len tes on d u ­ ladas». Para qu e n o se le viese su buen aspecto, se le obligaba a llevar «un a bola roja de gom a en la n ariz, a afeitarse las cejas y a cubrirse los blan cos y regulares dien tes con fun das n egras espaciadas al azar co m o dien tes p o d r id o s».Y para com pen sar su fortaleza física teníaqu e an dar con un a pesada carga de lim aduras de m etal. «En la carre­ ra de la vida, H ar rison cargaba con cien kilos largos.»If> U n día, H arrison se despren de de sus lastres en un acto de h e­ r oico desafío con tra la tiranía igualitaria. N o qu iero reven tar la h is­ t oria con tan d o el final. C o n lo qu e ya he con tado debería estar claro qu e el relato de Von n egu t es una expresión vivaz de una crítica bien con ocid a con tra las teorías igualitarias de la ju st icia. La teoría de la ju st icia de R aw ls, sin em bargo, n o está sujeta a esa ob jeción . M u estra qu e un a igu aldad n iveladora n o es la ún ica altern ativa a un a sociedad de m er cado m eritocrática. La altern ativa de Raw ls, a la qu e llama pr in cipio de la diferen cia, cor r ige la distri­ bu ción desigu al de aptitudes y don es sin lastrar a qu ien es los poseen . ¿C ó m o ? Alen tan d o a los bien dotados a desarrollar y ejer cer su ta­ len to. pero com p r en d ien d o qu e la recom pen sa qu e su aptitu d cose­ ch a en el m ercado perten ece a la com u n idad en su con ju n to. N o se lastre a los m ejores cor r edores; déjeselos cor r er y qu e lo h agan lo m e jo r qu e pu edan . R e co n ó z case de an tem an o, sim plem en t e, que lo qu e gan an n o les per t en ece solo a ellos, qu e deberían com partirlo con qu ien es carecen de dotes similares. Au n qu e el p r in cip io de la diferen cia n o requiere una d istr ibu ­ ción igual de la renta y del patrim on io, la idea de fon d o expresa una poderosa visión , en alt eced or a in cluso, de la igualdad: El p r in cip io de la diferen cia represen ta, a t od os los efect os, un acu er d o p or el q u e se con sidera qu e la d istr ibu ción n atural de la ap t i­ tud es un bien com ú n y p or el qu e los b en eficios de esa distr ibu ción se reparten sean cuales sean . Q u ien es h an resu ltado favorecidos p or la n aturaleza, sean qu ien es sean , pu eden sacar pr ovech o de su bu en a for ­ tuna solo con la con d ición de qu e se m ejor e la sit u ación de qu ien es h an salid o p er d ien d o. Lo s aven tajad os p o r su n atu raleza n o h an de gan ar p or el m ero h ech o de qu e están m ejo r d ot ad os, sin o solo para cu b r ir el coste d e la for m ación y la ed u cación y para q u e usen sus d ot es d e m od o q u e ayu den tam bién a los m en os afor t u n ad os. N ad ie m er ece su m ayor capacid ad n atural, ni se m er ece un p u n to de partida m ás favorable en la sociedad. Pero de ah í n o se sigu e q u e deban elim i­ n arse esas distin cion es. H ay otra for m a de tratarlas. Se p u ed e d ispon er la estr u ctu r a básica de la socied ad de for m a qu e esas con t in gen cias obren p o r el bien de ios m en os afo r t u n ad os.17 P en sem os, pues, en cuatro teorías de la ju st icia distributiva con ­ trapuestas: 1. El sistem a feudal o el de castas: un a jer ar qu ía fija basada en el n acim ien to. 2. Libertarism o: el m ercado libre con igualdad form al de op or ­ tun idades. 3. M eritocracia: el m ercado libre con una igualdad de op or t u ­ n idades equitativa. 4. Igu alitarism o: el pr in cipio de la diferen cia de Raw ls. R aw ls sostien e qu e las tres prim eras teorías basan la parte que cor r espon d a a cada u n o en la distribu ción de la riqu eza en factores qu e, desde un pu n t o de vista m oral, son arbitrarios: en el acciden te de d ón d e se n ació, o en ven tajas sociales y econ óm icas, o en aptitu ­ des y cap acid ad es n atu rales. So lo el p r in cip io de la difer en cia evi­ ta basar la distribu ción de la renta y del p at r im on io en esas con tin ­ gen cias. A u n q u e el ar gu m en to de la arbitrariedad m oral n o se basa en el ar gu m en t o de la situación or igin aria, se parecen a este respecto: am ­ b os m an tien en qu e, al pen sar en la ju st icia, d eb em os abstraer, dejar aparte, los h ech os con tin gen tes relativos a las person as y a su posi­ ción social. Primera objeción: Los incentivos La defen sa qu e R aw ls h ace del pr in cip io de la diferen cia atrae, sobre todo, d os ob jecion es. La prim era se pregun ta por los in cen tivos. Si el qu e tien e talen to pu ed e ben eficiarse de él solam en te para ayudar a los m en os pu dien tes, ¿qu é ocu r riría si decidiese trabajar m en os o si, ya de en trada, prefiriese n o desarrollar su capacidad? Si los im pu estos son altos o las diferen cias de salario pequ eñ as, ¿n o decidirán las p er ­ son as con aptitu des para ser cir u jan os ded icar se a trabajos m en os exigen t es? ¿N o se esforzará M ich ael Jor d án m en os en m ejor ar su tiro en su spen sión o n o se retirará an tes? La réplica de Raw ls dice qu e el prin cipio de la diferen cia per m i­ te la desigu aldad de in gresos por m or de los in cen tivos con tal de qu e se n ecesiten tales in cen tivos para m ejorar la suerte de los m en os aven­ tajados. Pagar más a los con sejeros delegados de las gran des em presas o recortar los im pu estos de los r icos con la ún ica in ten ción de in cre­ m en tar el pr od u ct o in terior bru to n o se justificaría. Pero si los in cen ­ tivos gen erasen un crecim ien to econ óm ico qu e m ejorase las cosas para los de más abajo con respecto a com o estarían con una orden a­ ción m ás igualitaria, el pr in cipio de la diferen cia los perm itiría. D eb e observarse qu e per m it ir diferen cias salariales p or m or de los in cen tivos n o es lo m ism o qu e d ecir qu e qu ien es han logr ado el éxit o tien en el p r ivilegio m oral de p od er reclam ar los fru tos de su trabajo. Si Raw ls tuviese razón , las desigu aldades en los in gresos se­ rían ju st as solo en la m edida en qu e m otivasen esfuerzos qu e al final ayudasen a los desfavorecidos, y n o porqu e los con sejer os delegados o las estrellas del d eporte se m erezcan gan ar m ás qu e los obreros de un a fabrica. Segunda objeción: El esfuerzo Eso n os lleva a un a segu n d a ob jeción a la teoría de la ju st icia de Raw ls qu e le plan tea un a d ificu ltad m ayor: ¿y el esfu erzo? Raw ls rech aza la teoría m eritocrática de la ju st icia porqu e las aptitudes n a­ turales de los in dividu os n o son obra de estos. Pero ¿y el du ro traba­ jo qu e se dedica a cultivar la propia com peten cia? Bill Gates trabajó m u ch o y du ran te largo t iem po para desarrollar M icr osoft. M ich ael Jor d án d ed icó in con tables h oras a afin ar sus h abilidades de ju gad o r de balon cesto. Aun dejan do aparte su aptitud y sus dotes, ¿n o se m e­ recen la recom pen sa qu e sus esfu erzos les reportaron ? Raw ls replica qu e in clu so el esfuerzo p u ed e ser el pr od u ct o de h aberse cr iad o en circu n stan cias favorables. «H asta la disposición a h acer un esfuerzo, a in ten tar algo, y p or lo tan to el ten er m ér it o en el sen tido ordin ario, depen d e a su vez de las circun stan cias sociales y de h aber t en ido una fam ilia feliz.»18 C o m o en otros factores de los qu e d ep en d e qu e t en gam os éxit o, en el esfu erzo in fluyen con t in ­ gen cias qu e n o se n os pu eden atribuir. «Parece claro qu e en el es­ fu erzo qu e un a person a esté dispuesta a h acer in fluyen sus capacida­ des y destrezas n atu rales y las altern ativas qu e se le pr esen t en . Cu an t o m ejor d otad o se esté, más probable será, si t od o lo dem ás es igu al,e l esforzarse a c o n cie n c ia...»1<J C u an d o m is alu m n os con ocen el ar gu m en t o de Raw ls acerca del esfu erzo, m u ch os se op on en ardien tem en te. Sost ien en qu e sus pr op ios logr os, in cluida la adm isión en H arvard, reflejan el trabajo du ro qu e h icieron , n o factores m oralm en té arbitrarios qu e escapan a su con trol. M u ch os ven con suspicacia cu alqu ier teoría de la ju st icia de la qu e se siga qu e n o n os m er ecem os m oralm en te las r ecom pen ­ sas qu e n uestro esfuerzo se gan a. U n a vez h em os debatido sobre lo qu e Raw ls dice del esfuerzo, h ago una en cuesta p oco cien tífica. Les señ alo qu e hay psicólogos que dicen que el orden de n acim ien to influye en el esfuerzo y en el em pe­ ño, p or ejem plo en esfuerzos del tipo que los alum n os asocian a entrar en Harvard. Se dice que el prim ogén ito tien e una ética del trabajo más sólida, gan a m ás din ero y logra con m ayor frecuen cia el éxito, tal y cóm o se con vien e en con cebirlo, qu e sus h erm an os m en ores. Estos estu dios están sujetos a críticas, n o sé si sus con clusion es son ciertas. Pero, para divertirnos un poco, les pregun to a mis alum n os cuán tos son prim ogén itos. Alrededor del 75 o del 80 por cien to levanta la m an o. El resultado ha sido el m ism o cada vez que he h ech o la en cuesta. N ad ie p u ed e decir qu e ser el p r im ogén it o se deba a u n o m ism o. Si algo tan m oralm en te arbitrario co m o el orden de n acim ien to in ­ fluye en n uestra ten den cia a trabajar du ro y a n o cejar, en ton ces es qu e Raw ls qu izá ten ga algo de razón . N i siquiera el esfuerzo pu ede ser el fu n dam en to del m erecim ien to m oral. La aseveración de qu e la gen t e se m erece la recom pen sa a sus esfu erzos y a su duro trabajo es cuestion able p or otra razón : au n qu e los pr op on en t es d e la m er it ocr acia in vocan a m en u d o las virtu des del esfu erzo, n o creen realm en te qu e solo el esfu erzo sea el fu n da­ m en to de ren tas y pat r im on ios. P en sem os en dos trabajadores de la con st r u cción . U n o es fuerte, recio, p u ed e con stru ir cuatro paredes en un día sin despein arse. El otro es débil, en clen qu e, n o pu ed e lle­ var m ás de dos ladrillos a la vez. Au n qu e trabaja m u y duro, le lleva un a sem an a h acer lo qu e su m u scu loso com pañ er o h ace, sin dem a­ siado esfu erzo, en un día. N in gú n defen sor de la m er it ocr acia diría qu e el trabajador débil pero lab or ioso m erece qu e se le pagu e más, p or su esfu erzo su perior, qu e al fuerte. O pien se en M ich ael Jor d án . Es verdad, se en tren aba m uch o. Pero hay ju gad or es de balon cest o m en os im portan tes qu e en tren a­ ban aún más. N ad ie diría qu e se m erecen un con tr ato m ejor qu e el de Jor d án para r ecom pen sar todas las h oras que le h an ech ado. Así que, pese a tod o lo qu e se diga del esfuerzo, lo qu e de verdad cree la m eritocracia qu e m erece ser retribu ido es la con tr ibu ción o el logro. Sea n uestra ética de trabajo obra n uestra o no, la con t r ib u ción qu e h agam os depen derá, al m en os en parte, de aptitudes n aturales qu e n o p od em os arrogarn os. R ech a zo d e l m e r e c im ie n t o mo r a l D e ser cor r ecto, el ar gu m en t o de Raw ls acerca de la arbitrariedad m oral de la aptitud con d u ce a un a con clu sión sorpren den te: la ju st i­ cia distributiva n o tien e n ada qu e ver con recom pen sar el m er eci­ m ien to moral. R e co n o ce qu e esta m an era de pen sar ch oca con n uestra for m a ordin aria de con cebir la ju st icia: «El sen t ido com ú n tien e un a ten ­ den cia a su pon er qu e las rentas y el patrim on io, y las cosas buen as de la vida en gen eral, deberían distribu irse con for m e a lo qu e m oralm en te se m erezca. La ju st icia es la felicidad con for m e con la virtud. [...] Ah ora b ien , la ju st icia en ten dida com o equ id ad rech aza esa con cep ción ».20 Raw ls socava el pu n t o de vista m er it ocr át ico al p on er en cu es­ tión su prem isa básica, a saber, qu e u n a vez se h an elim in ado las ba­ rreras que pu edan im ped ir el éxito, se pu ede d ecir qu e las person as se m erecen la recom pen sa qu e sus aptitudes les reporten : N o n os m er ecem os n uestro lu gar en la d ist r ib u ción de doces in ­ n atas m ás de lo q u e n os m er ecem os n uestro p u n t o de partida in icial en la socied ad . Tam b ién es p r ob lem át ico qu e n os m er ezcam os el ca­ r ácter su p er io r gr acias al cu al r ealizam os el esfu er zo r eq u er id o para cultivar n uestras capacidades, pu es tal carácter d ep en d e en b u en a parte d e h aber t en id o fortu n a con la fam ilia y las circu n stan cias en los pr i- m eros añ os de vida, y n o n os p od em o s ar r ogar m ér it o algu n o p or eso. La n oción de m er ecim ien t o n o se aplica ah í .21 Si la ju st icia distributiva n o con siste en prem iar el m er ecim ien ­ t o m or al, ¿sign ifica qu e a qu ien es trabajan du ro y se atien en a las reglas n o les cor r espon d en en absolu to las recom pen sas qu e ob t ie­ n en p o r su esfu er zo? N o , n o exactam en t e. Aqu í R aw ls h ace un a distin ción , im por tan te per o sutil: en tre el m er ecim ien t o m oral y lo qu e él llam a «d er ech o a las expectativas legítim as». La diferen cia es esta: al con t r ar io qu e en la vin dicación d e un m ér it o, un der ech o ad q u ir id o solo se gen era cu an d o se han establecido ya ciertas reglas del ju e go , y, para em pezar, n o n os p u ed e d ecir có m o se establecen esas reglas. El con flict o en tre el m er ecim ien t o m oral y los der ech os ad q u i­ r id os está en el fon d o de m u ch os de los debates sobre la ju st icia m ás acalor ad os: algu n os dicen qu e su b ir los im pu est os a lo s.r ico s los priva de algo qu e se m erecen m or alm en t e; o qu e ten er en cuen ta la diversidad racial y étn ica en la adm isión a las u n iversidades priva a solicitan tes con n otas altas de un a preferen cia qu e se m erecen m o ­ ralm en te. O tr os dicen qu e n o, qu e la gen te n o se m erece, desde un pu n t o de vista m oral, esas ven tajas; pr im er o h em os de decidir cuáles deben ser las reglas del ju e go (los tipos fiscales, Ios-criterios de ad­ m isión ). So lo en t on ces se p od r á d ecir qu ién es tien en d er ech o a qu é. P en sem os en la diferen cia en tre un ju e go de azar y u n o de h a­ bilidad. Su p on gam os qu e ju e go a la lotería. Si sale m i n úm ero, ten go d er ech o a lo qu e se gan e por ello. Pero n o pu ed o decir qu e m e haya m er ecid o gan ar, ya qu e la lotería es un ju e go d e azar. Q u e gan e o pierda n o tien e n ada qu e ver con mis virtudes o con m i h abilidad de ju gad or . Im agin em os ah ora qu e los R e d Sox de Bost on gan an las W orld Series, la final de los cam peon atos estadou n iden ses de béisbol. C o m o h an ven cido, tien en der ech o al trofeo. Q u e se hayan m erecido gan ar o n o, es otra cuestión . La respuesta d epen d e de cóm o ju gasen el par­ tido. ¿Gan aron de ch iripa (un error del árbitro en el m om en t o deci­ sivo) o porqu e realm en te ju gar on m ejor qu e sus rivales y exh ibieron las excelen cias y virtu des (bu en os lan zam ien tos, b at eos acer tados, u n a defen sa vibran te, etc.) qu e defin en el m ejor béisbol? En un ju e go de h abilidad, al revés qu e en u n o de azar, se pu ede distin gu ir en tre qu ien tien e d er ech o al pr em io y qu ien se m ereció gan ar. La razón es qu e los ju e go s de h abilidad recom pen san qu e se ejerciten y exh iban ciertas virtudes. Raw ls sostien e qu e la ju st icia distributiva n o con siste en pre­ m iar la virtud o el m er ecim ien t o m oral. Por el con trario, con siste en que se satisfagan las expectativas legítimas que se producen una vez que se han in staurado las reglas del ju e go . Un a vez qu e los pr in cipios de la ju st icia han establecido los t ér m in os de la cooper ación social, se ten drá el derech o a percibir los ben eficios qu e se obten gan con fór ­ m e a las reglas. Pero si el sistem a fiscal obliga a los perceptores a en ­ tregar una parte de esos in gresos para ayudar a los desfavorecidos, no podrán qu ejarse de qu e eso les priva de algo qu e se m erecen m oral­ m en te. U n a or d en ación ju st a, pu es, respon d e a los d er ech os ad q u ir id o s de los h om br es; satisface sus expectativas segú n se fu n dam en tan en las in stitu cion es sociales. Pero eso a lo qu e tien en d er ech o n o es p r op or ­ cion al ni d ep e n d e del valor in tr ín seco q u e los h om br es posean . Los p r in cipios de la ju st icia qu e regulan la estru ctu ra básica de la socied ad [...] n o se refieren al m er ecim ien t o m oral y n o hay n in gu n a ten d en ­ cia a qu e las par tes qu e se recíban en la d istr ib u ción d e la r iqu eza se cor r espon dan con é l.~ P or dos razon es rech aza Raw ls qu e la ju sticia distributiva se base en el m erecim ien to m oral. La prim era, com o ya h em os visto, qu e las aptitu des gracias a las qu e p u ed o com petir con más éxit o n o son del t od o obra m ía. Pero una segu n da con tin gen cia es igualm en te decisi­ va: las cualidades qu e una sociedad valora m ás en un m om en t o dado son tam bién arbitrarias m or alm en te. Au n qu e yo p u d iese reclam ar fuera de toda du da qu e m i aptitud se m e debe ún icam en te a m í, se­ guiría sien do cier to qu e la r ecom pen sa qu e esa aptitud cosech e d e­ pen der á de las con tin gen cias de la oferta y de la dem an da. En la Toscan a m edieval, los pin tores de frescos estaban m uy valorados; en la Califor n ia del siglo x x i , los program adores de orden adores lo es­ tán, y así su cesivam en te. Q u e m is destrezas rin dan m u ch o o poco dep en d e de lo qu e la socied ad ten ga a bien querer; lo que con tará co m o con t r ib u ción d epen d erá de las cu alidades qu e una sociedad dada ten ga a bien apreciar. Pién sese en estas diferen cias salariales: • El m aestro m ed io gan a en Estados U n id os un os 43.000 dóla­ res al añ o. David Letterm an . el presen tador de program as n oc­ tu rn os, gan a 31 m illon es de dólares al año. • A Joh n R ob er t s, presiden te del Tribun al Su pr em o de Estados U n id os, se le pagan 217.400 dólares al año. La ju eza Judy, que tien e u n realiiy en televisión , gan a 25 m illon es al añ o. ¿R e sp on d en a la equ idad esas diferen cias en las r em u n er acio­ n es? La respu esta, segú n Raw ls, dep en d e de que se gen eren en un sistem a im positivo y re distributivo que actúe a favor de los m en os pu dien tes. Si es así, Letterm an y la ju e za Ju d y tendrán derech o a lo que gan an . Pero n o se pu ede decir qu e la ju eza Ju d y se m erece gan ar cien veces m ás qu e el presiden te del Tribu n al Su p r em o o qu e Let­ ter m an se m er ece gan ar setecien tas veces lo qu e un m aestro. Q u e vivan en un a sociedad qu e derram a sum as en orm es de din ero sobre las estrellas de televisión es una buen a suerte para ellos, n o algo que se m erezcan . Q u ien es tien en éxito a m en u d o pasan por alto este aspecto con ­ tin gen te de su éxito. M u ch os ten em os la fortun a de poseer, al m en os en cierta m edida, las cu alidades qu e n uestra socied ad tien e a bien apreciar. En un a sociedad capitalista, resulta provech oso ser ein pren ^ dedor. En un a sociedad burocrática, resulta provech oso saber tratar a los su periores y n o ten er roces con ellos. En una sociedad d em ocr á­ tica de masas, resulta provech oso qu edar bien en televisión y qu e de la b oca de u n o lo qu e salga sea cor t o y superficial. En una sociedad dada a los litigios resulta provech oso estu diar derech o y ten er un a destreza lógica y razon adora qu e h aga qu e se saque un a pu n tu ación alta en los LSAT, los exám en es estan darizados qu e deben pasarse para em pezar esos estudios. Q u e n uestra socied ad valore esas cosas n o es obra de u n o m is­ m o. Su p on gam os que, con las m ism as aptitu des que pod am os tener, viviésem os, n o en un a sociedad avanzada técn icam en te y dada a los litigios, sin o en un a socied ad de cazadores, o de gu er r er os, o que con fir iese sus m ayores prem ios y el m ás alto prestigio a qu ien es ex­ h ibiesen vigor físico o piedad religiosa. ¿Q u é sería de n uestras apti­ tudes allí? Está claro qu e n o iríam os m u y le jos.Y n o cabe du da de q u e algu n os desarrollaríam os otras. Pero ¿seríam os m en os dign os o virtu osos qu e ah ora? La respuesta de Raw ls es qu e n o. R ecib ir íam os m en os, y eso sería lo apropiado. Pero si bien ten dríam os derech o a m en os, n o se­ r íam os m en os d ign os, n o ten d ríam os m en os m er ecim ien t os qu e otros. Lo m ism o es cier to de qu ien es carecen en nuestra sociedad de pu est os p r est igiosos y poseen en m en or m ed ida las aptitu des qu e n uestra sociedad tien e a bien premiar. En ton ces, au n qu e t en em os derech o a los ben eficios qu e las re­ glas del ju e go n os pr om eten p or ejer cer n uestras aptitu des, es un error y una van agloria su p on er qu e n os m erecem os, ya para em p e­ zar, un a sociedad qu e valora las cualidades qu e ten gam os n osotros en abun dan cia. W oody Alien expresa algo sem ejan te en su película Stardust M a­ mones. A lten , qu e in terpreta un person aje qu e se parece a él m ism o, San dy, un cóm ico fam oso, se en cu en tra con Jerry, un am igo de su viejo b ar rio qu e se lam en ta de ser taxista. Sa n d y ; En t on ces, ¿qu é h aces? ¿A qu é ce dedicas? J e r r y : ¿Sabes en qu é trabajo? Soy taxista. S a n d y : B u en o, se te ve b i e n .T ú ... n o h ay n ad a de m alo en eso. Je r r y : Ya. Pero com pár am e c o n t igo ... Sa n d y : ¿Q u é qu ieres qu e te diga? Yo era el ch istoso del bar r io, ¿n o te acuerdas? jERRY:Ya. San d y : Pues, p u e s... ya sabes qu e vivim os en u n a ... sociedad qu e le da m u ch a im p or t an cia a los ch istes, ¿sabes, n o? Si lo ves de esa m an er a... (carraspea) , si yo h u biese sido un in dio apach e, esos tíos n o n ecesitaban cóm icos para n ada, ¿vale?, así q u e m e h abría q u e ­ dad o sin trabajo. Jb r r y :¿Y ? ¡Pero ven ga! Eso no h ace qu e m e sien ta m ejo r .23 Al taxista n o le im presion ó la fioritura del cóm ico acerca de la arbitrariedad m oral de la fam a y la fortu n a. Q u e su m agra tajada fuese cosa de m ala suerte n o en dulzaba la am argu ra, quizá porqu e en un a sociedad m eritocrática la m ayor parte de la gen te pien sa qu e el éxit o en el m u n d o refleja lo qu e n os m er ecem os. Cu est a desplazar esa idea. Q u e la ju st icia se pu eda separar o n o por com plet o del m e­ recim ien to m oral es una cuestión qu e estudiarem os en las próxim as págin as. L a v i d a , ¿e s i n j u s t a ? En 1980, cu an do R o n ald Reagan aspiraba a la presiden cia, el econ o­ m ista M ilt on Friedm an pu b licó, con la coau toría de su m ujer, R ose, un libro que tuvo m u ch o éxito, Libertad de elegir. Se trataba de una briosa defen sa,sin tapu jos, de la econ om ía de libre m ercado. Se con ­ virt ió en el libro de t exto — en el h im n o in clu so— de los añ os de R e agan . Al defen der los pr in cip ios del laissez-faire de las críticas igualitarias, Friedm an h acía una con cesión sorpren den te. Recon ocía qu e qu ien es se h abían cr iad o en fam ilias acom od ad as y estu diado en colegios de élite tenían una ventaja sobre quien es habían vivido en am bien tes m en os pr ivilegiados. Tam bién con cedía qu e quien es h e­ redaban aptitudes y dotes disfrutaban , pese a qu e esas cualidades n o eran obra suya, de ven tajas in justas sobre otros. Al con tr ar io qu e Raw ls, sin em bargo, Friedm an dejaba claro qu e n o se debería h acer n ada p or rem ediar esa falta de equ idad. D eb íam os, m uy al con trario, apren der a vivir con ella y disfrutar de los ben eficios qu e reporta: La vida no es ju st a. Se sien te la ten tación de creer qu e el Estado pu ede r ectificar lo qu e la n aturaleza ha en gen d r ad o. Pero tam bién es im por tan te r econ ocer cu án t o n os b en eficiam os de esa in ju st icia q u e tan to d eplor am os. N o hay n ada de ju st o [...] en qu e M u h am m ad Ali haya n acido con la h abilidad qu e h izo de él un gran p ú gil. (...] N o es ju st o, cier tam en te, qu e M u h am m ad Ali pu diese gan ar m illon es de d ó ­ lares en un a n och e. Pero ;n o h abría sido m ás in justo aún para la gen te qu e disfrutaba vién d ole sí, en p os de algu n a idea abstracta d e igu aldad, n o se le h u biese p er m it id o gan ar en un a velada de b oxe o m ás [...] de lo qu e el ú ltim o de los h om bres en la escala social pu eda gan ar en un día de trabajo n o cu alificado en los m u elles?24 En Teoría de la justicia, Raw ls rech aza el con sejo de ser com pla­ cien tes qu e se refleja en las op in ion es de Friedm an . En un pasaje em ocion an te, en u n cia un a verdad bien con ocida pero qu e a m en u ­ d o olvidam os: la m an era en qu e son las cosas n o deter m in a la m an e­ ra en qu e deberían ser. D eb er íam os rech azar el ar gu m en t o de qu e la or d en ación de las in stitu cion es siem pr e será defectu osa p or qu e la d istr ibu ción d e las ap­ titudes n aturales y el cap r ich o de las circu n stan cias sociales son in ju s­ tos, y esta in justicia d ebe trasladarse in evitablem en te a las d isposicion es h um an as. En ocasion es, esta reflexión se ofr ece com o excu sa para ig­ n orar la in ju sticia, com o si reh usarse a aceptar la in justicia fuese parejo a ser in capaz de aceptar la m u erte. La distribu ción natural ni es ju st a ni in justa; ni es in ju st o t am p oco qu e las per son as n azcan en la socied ad en algu n a p osición particular. Son , sim plem en te, h ech os n aturales. Lo q u e es ju st o e in justo es la m an era en qu e las in stitu cion es tratan esos h ech os.25 Raw ls propon e que los tratem os aceptan do «com partir los un os el destin o de los otros» y «sacar provech o de los acciden tes de la n atu­ raleza y de las circun stan cias sociales solo cuan do redun da en el ben e­ ficio com ú n ».26 Sea válida o n o en últim a in stancia esta teoría de la ju sticia, representa la defen sa m ás atractiva de una sociedad m ás igual qu e la filosofía política haya produ cido jam ás en Estados Un idos. Argum ent os sobre la acción afirmativa Ch er y l H o p w o o d n o procedía de una fam ilia acom od ad a. Se cr ió con un a m adre soltera, y logr ó salir adelan te en el in stituto y en el p r im er ciclo un iversitario, y lu ego ya en la Un iver sidad del Estado de Califor n ia en Sacram en to. Se trasladó en ton ces a Texas y solicitó la adm isión en la Facultad de D er ech o de la Un iver sidad de Texas, el m ejor cen tro u n iversitario de ese estado para la obten ción del título de d oct or en D er ech o y u n o de los m ás destacados de Estados U n i­ dos. Au n qu e ten ía un a n ota m edia de licen ciatura de 3,8 e h izo ra­ zon ablem en t e bien los exám en es de adm isión a la facultad (su pu n ­ tu ación cayó en el percen til 83), n o la adm itieron .1 H op w oo d , qu e es blan ca, pen só qu e n o era ju st o qu e la rech a­ zasen . Algu n os de los solicitan tes qu e sí fueron adm itidos eran estu­ dian tes afroam erican os o de or igen m exican o qu e se h abían licen ­ ciad o con n otas in feriores y h abían ob t en id o m en os pu n tos en el exam en de in greso. La facu ltad pr acticaba una polít ica d e acción afirm ativa que daba preferen cia a los aspiran tes perten ecien tes a m i­ n orías. En realidad, t od os los estu dian tes de m in orías con n otas de licen ciatu ra y pu n tu acion es en el exam en de in greso parecidas a las de H o p w o o d fu eron adm itidos. H o p w o o d llevó su caso a u n tribun al federal. Sosten ía qu e h a­ bía sid o víctim a de discr im in ación . La un iversidad replicó qu e par­ te de la m isión de la Facu ltad d e D e r e ch o era au m en tar la d iver ­ sid ad racial y étn ica de los profesion ales del d er ech o en Texas, n o solo en los bufetes, sin o tam bién en la Asam blea Legislativa del es­ tado y en los tribun ales. «En un a socied ad civil, la Ju st icia depen de ab r u m ad or am en t e de la d isp osición de la socied ad a acept ar sus veredictos — declaró M ich ael Sh arlot, d ecan o de la Facultad de D e ­ r ech o— . Resu ltar á m ás difícil con segu ir lo si n o vem os a los m iem ­ bros de todos los gr u p o s d esem peñ an d o papeles en la adm in istra­ ción de ju st icia.»2 En Texas, ios afroam erican os y los estadou n iden ses de or igen m exican o con stituyen el 40 p or cien to de la población ; la p r op or ción en tre los profesion ales del d er ech o es m u ch o m en or. Cu an d o H op w oo d h izo su solicit u d de in greso, la Facultad de D e ­ r ech o de la Un iver sidad de Texas aplicaba un a polít ica de «acción afirm ativa» para las adm ision es: per segu ía qu e el 15 p or cien t o de cada pr om oción estu viese com p u est o p or solicitan tes p er t en ecien ­ tes a las m in orías.3 Para con segu ir ese objetivo, la un iversidad estableció un as pautas de adm isión m en os exigen t es para los solicitan tes de las m in orías qu e para los solicitan tes qu e n o perten eciesen a n in gun a de ellas. Los respon sables de la un iversidad sosten ían , sin em bargo, qu e todos los estudian tes de las m in orías adm itidos estaban cualificados para cursar la carrera y casi t odos con segu ían acabarla y aprobaban el exam en qu e les facultaba para ejercer. Pero de p o co con su elo era t odo esto para H op w ood , qu e creía qu e n o la h abían tratado de m od o equ ita­ tivo y ten dría qu e h aber sido adm itida. El reto de H o p w o o d a la acción afirm ativa no fue el p r im er o en llegar a los tribun ales; t am poco sería el últim o. Duran te m ás de trein ­ ta añ os, los tribun ales han ten ido qu e afron tar las difíciles cuestion es m orales y legales qu e plan tea la acción afirm ativa. En 1978, en el caso Bakke, el Tribu n al Su p r em o de Estados Un idos acept ó, au n qu e por m u y poco, la acción afirm ativa en las adm ision es a la Facultad de M ed icin a de la Un iver sid ad de Califor n ia en Davis.4 En 2003, un Tribu n al Su p r em o dividido en dos partes casi iguales estableció que la raza se podía usar com o un factor a ten er en cuen ta en las ad m i­ sion es; fue al ver un caso qu e afectaba a la Facultad de D er ech o de la Un iver sid ad de M ich igan .5 M ien tr as, los votan tes de Califor n ia, W ash in gton y M ich igan han ap r ob ad o h ace p o co en referen dos con vocad os por in iciativa popu lar qu e se proh íban las preferen cias raciales en la edu cación pública y en el em pleo. El problem a que los tribun ales han de resolver es el de si la p o­ lítica de acción afirm ativa en con tratacion es y adm ision es viola o n o la garan tía qu e la Con st it u ción de Estados U n id os ofrece de que las leyes pr ot egen a todos por igual. Pero d ejem os aparte la cu est ión con stitu cion al y cen trém on os en la cuestión m oral: ¿es in justo ten er la raza y la etn ia en cuen ta en con tratacion es o en adm ision es u n i­ versitarias? Para r espon d er la pr egu n ta veam os tres razon es qu e qu ien es abogan por la acción afirm ativa ofrecen a favor de que se ten ga en cuen ta la raza o la etnia: cor r egir el sesgo de los exám en es estan dari­ zados, com pen sar in justicias del pasado y prom over la diversidad. C o r r e g ir la br ec h a en l o s exá m en es U n a de las razon es que se dan para ten er la raza y la etnia en cuen ta es qu e se debe cor r egir el posible sesgo de los exám en es estan dariza­ dos. Se vien e p on ien d o en en tredich o desde h ace m u ch o la capaci­ dad de los SAT (tests de aptitud escolar) y de otros tests de predecir el éxito académ ico y profesional. En 1951, un aspirante a in gresar en él program a de d oct orado de la Facultad de Teología de la Un iversidad de Bo st on presen tó un as pu n t u acion es m ediocr es en el G R E (un exam en estan darizado para la adm isión en estudios de tercer ciclo). El jov en M artin Lu th er Kin g Jr.-, qu e llegaría a ser u n o de los m ás gran des oradores de la h istoria de Estados U n id os, pu n tu ó por deba­ jo de la m edia en aptitud verbal.6 Por suerte, le adm itieron de todas form as. Algu n os estudios m uestran qu e los estudian tes n egros e h ispa­ n os, t om ad os en con ju n t o, pu n tú an m en os qu e los blan cos en los tests estan darizados in clu so cu an do se cor r ige el efecto de la clase social. Pero sea cual sea la causa de esa brech a, el uso de tests estan ­ darizados para predecir el éxit o acad ém ico requiere que se in terpre­ ten las pu n tu acion es a la luz del trasfon do fam iliar, social, cultural y educativo. Un a pu n tu ación de 700 en un SA T de un estudian te qu e asistió a malas escuelas públicas en el South Br on x sign ifica más que la m ism a pu n tu ación de algu ien qu e se gr ad u ó en un colegio privado para las élites del U p p e r East Sid e de M an h attan . Pero evaluar las pu n tu acion es de los tests a la lu z del trasfon do racial, étn ico y eco­ n óm ico n o pon e en en tredich o la idea de qu e las un iversidades, de un tipo o de otro, deberían adm itir solo a los estudian tes m ás pr o­ m etedores académ icam en te; n o es m ás qu e un in ten to de dar con la m an era m ás precisa de m edir hasta qu é pu n t o es p r om eted or cada in dividu o académ icam en te. El au tén tico debate sobre la acción afirm ativa versa sobre otras dos ju st ificacion es: el ar gu m en t o com p en sat or io y el ar gu m en t o de la diversidad. C o m pe n sa r in ju s t ic ia s d e l pa sa d o El ar gu m en t o com p en sat or io con sidera la acción afirm ativa com o un r em edio con tra las in justicias del pasado. D ice qu e debería darse preferen cia a los estu dian tes de las m in orías para com pen sar toda un a h istoria de discrim in acion es qu e los ha dejado en un a situación desven tajosa. Este ar gu m en t o trata la adm isión m ás qu e n ada com o un ben eficio para el qu e la recibe, y preten de distribuir ese ben eficio de un m od o qu e com pen se las an tiguas in justicias y sus persisten tes efectos. Pero el ar gu m en t o com p en sat or io tropieza con un a gr an d ifi­ cultad: los críticos señ alan qu e los qu e se ben efician n o son n ecesa­ riam en te qu ien es han sufrido, y los qu e pagan la com pen sación rara vez son respon sables de las in justicias qu e se rectifican . M u ch os b e­ n eficiar ios de la acción afirm ativa son estu dian tes de m in orías, sí, pero de clase m edia, qu e n o han su frido las pen urias que afligen a los jóven es afroam erican os e h ispan os de los barrios pobres de las ciu da­ des. ¿Por qu é se le debe dar un a ven taja a un estudian te afroam erica­ n o de un a urban ización de gen te pu dien te de H ou st on con respecto a Ch eryl H op w oo d , qu e quizá haya ten ido qu e afron tar circun stan ­ cias econ óm icas peores? Si la idea es ayudar a los qu e están en un a situ ación desven tajo­ sa, sostien en los críticos, la acción afirm ativa debería basarse en la clase, n o en la raza.Y si se preten de qu e las preferen cias raciales com ­ pen sen las in justicias h istór icas qu e la esclavitud y la segr egación fueron , ¿cóm o pu ede ser ju st o qu e corran con el coste de esa com ­ pen sación person as co m o H o p w o o d , qu e n o in tervin ier on en la p er petr ación de la in justicia? Q u e el ar gu m en to de la com pen sación a favor de la acción afir­ m ativa pu eda respon der a esa crítica depen derá de la espin osa idea de la respon sabilidad colectiva: ¿pu ede acaso in cu m b im os la respon ­ sabilidad m oral de en m en dar las in justicias com etidas por gen er acio­ nes an terior es? Para respon der esta pregu n ta ten drem os qu e saber m ás acerca de cóm o se or igin an las ob ligacion es m orales. ¿In cu r r i­ m os en obligacion es solo com o in dividu os o hay ob ligacion es qu e n os correspon d en por ser m iem bros de com u n idades con una id en ­ tidad h istórica?Volveré a esta cuestión m ás adelan te, así que dejém os­ la a un lado de m om en t o y cen t r ém on os en el ar gu m en to de la di­ versidad. Pr o mo v er la d iv e r s id a d El ar gu m en t o qu e apoya la acción afirm ativa por su efecto en la di­ versidad n o depen de de ideas con trovertidas acerca de la respon sabi­ lidad colectiva. N o depen de t am p oco de qu e se dem u estre qu e el estu dian te perten ecien te a un a m in oría al qu e se le ha dado prefe­ ren cia en la adm isión ha su frid o person alm en te la discrim in ación o la desven taja.Trata la adm isión m en os com o una recom pen sa a qu ien le es con cedida que com o un m edio de acercarse a un objetivo que m erece la pen a socialm en te. La ju st ificación por la vía de la diversidad es un ar gu m en t o en n om bre del bien com ú n , el de la un iversidad m ism a y el de la socie­ dad en gen eral. En pr im er lugar, m an tien e que un alu m n ado racialm en te m ixt o es deseable porqu e así los estu dian tes apren den más u n os de otros qu e si todos tuviesen orígen es sim ilares. Así com o un alu m n ad o qu e pr oced iese de un a m ism a parte del país lim itaría la variedad de perspectivas in telectuales y culturales, lo m ism o ocu rre con u n o h om ogén eo en la raza, la etn ia y la clase social. En segu n do lugar, el ar gu m en to de la diversidad m an tien e qu e preparar a las m i­ n orías desfavorecidas para que asum an pu estos destacados en cargos pú b licos y profesion ales clave con tribu ye al p r op ósit o cívico de la un iversidad y al bien com ú n . El ar gu m en to de la diversidad es u n o de los qu e m ás a m en u d o esgr im en las un iversidades. El decan o de la Facultad de D er ech o de la Un iversidad de Texas, al ten er qu e en fren tarse al problem a plan ­ teado p or H o p w o o d , se refirió al p r op ósit o cívico al qu e servía la polít ica de acción afirm ativa de su facu ltad . Parte d e la m isión de la Facultad de D er ech o con sistía en ayudar a qu e se in crem en tase la diversidad en tre los profesion ales del derech o de Texas y se capacita­ ra a los afroam erican os y a los h ispan os para asu m ir pu estos destaca­ dos en la adm in istración y en la ju st icia. C o n fo r m e a esa vara de m edir, decía, el program a de acción afirm ativa de la Facultad de D e ­ rech o ten ía éxit o: «Vem os qu e a los licen ciados en n uestra facultad per t en ecien t es a las m in orías se los elige para cargos pú blicos, qu e trabajan para destacados bufetes de abogados, que son m iem bros de la Asam blea Legislativa de Texas y de los tribun ales federales. En la m edida en qu e las m in or ías desem peñ an pu estos im p or tan t es en Texas, a m en u d o es por los licen ciados en n uestra facu ltad».7 Cu an d o el Tribu n al Su pr em o de Estados Un idos ju zgó el caso Bakke, el H arvard College (la parte de H arvard dedicada a los estu dios de licen ciatu ra) le r em itió un parecer — con for m e a la figura ju r íd ica del «am igo del tribun al»— en el qu e defen día la acción afirm ativa p or razon es edu cativas.8 Afirm aba que las n otas y las pu n t u acion es en los tests n un ca h abían sid o el ú n ico cr it er io de adm isión . «Si la excelen cia académ ica fuese el ú n ico criterio, o siqu iera el pr ed om i­ n an te, el H arvard College h abría perdido gran parce de su vitalidad y de su excelen cia in telectual. [...] La calidad de la experien cia ed u ­ cativa ofrecida a todos los estudian tes se resen tiría.» En el pasado, la diversidad con sistía en «estu dian tes de Califor n ia, N u eva York y M assach u setts,alu m n os de la ciu dad y de cam po, violin istas, pin tores y ju gad or es de fútbol am erican o, biólogos, h istoriadores y estudiosos de la An t igü ed ad , corredores de Bolsa, o profesores, o políticos, en poten cia». Ah or a, se in teresaban tam bién por la diversidad racial y étn ica. U n ch icó que vien e de un a gran ja de Idah o p u ed e traer algo al H ar var d Co lle ge qu e u n o de Bo st on n o pod r ía ofrecer. De m an era par ecid a, un estu dian te n egr o trae de or d in ar io algo qu e u n o blan co n o p od r á ofrecer. La calidad de la exp er ien cia edu cativa de t od os los estu dian tes del H arvard C o lle ge d epen d e en parte de esos trasfon dos y m en talidades diferen tes qu e los alu m n os traen con sigo.*' Q u ien es critican el ar gu m en t o de la diversidad ofrecen dos ti­ pos de ob jeción , una práctica, la otra de prin cipio. La objeción prác­ tica cu estion a la eficacia de las políticas de acción afirm ativa. Arguye qu e la aplicación de las preferen cias raciales n o llevará a una sociedad m ás pluralista o a reducir los preju icios y las desigualdades, sin o que dañ ará la au toestim a de los estudian tes perten ecien tes a las m in orías, au m en tará la con cien cia racial en todas las partes, in crem en tará las t en sion es raciales y provocará el resen tim ien to en tre los gr u pos étn i­ cos blan cos qu e sien ten qu e tam bién deberían ten er una op or t u n i­ dad. La ob jeción práctica n o dice que la acción afirm ativa sea in ju s­ ta. sin o qu e es poco probable qu e logr e su pr opósito y qu e podría h acer m ás mal qu e bien . L a s p r e f e r e n c i a s r a c i a l e s , ¿v i o l a n l o s d e r e c h o s? La ob jeción prin cipal dice qu e, p or m er it or io que sea el objetivo de qu e haya m ás diversidad en las aulas o un a sociedad más igual, y por m u ch o éxit o qu e pu eda ten er la política de la acción afirm ativa en lograrlo, h acer de la raza o de la etn ia un factor qu e cu en t e en las adm ision es n o es equ itativo. La razón : viola los der ech os de solici­ tan tes com o Ch eryl H op w ood , a los que, sin qu e ten gan culpa algu ­ na, se les p on e en un a situación de desven taja a la h ora de com petir. Para un utilitarista, esta objeción n o tien e m u ch o peso. Al vere­ d ict o sobre la acción afirm ativa se llegaría com par an d o los b en efi­ cios cívicos y edu cativos qu e se derivan de ella con la decepción qu e les causa a H op w ood y a otros solicitan tes blan cos qu e se en cuen tran en el lím ite y salen perdien do. Pero m u ch os defen sores de la acción afirm ativa n o son utilitaristas; son liberales k an tian os o raw lsian os qu e creen qu e ni siquiera un fin deseable pu ede pasar p or en cim a de los derech os in dividuales. Para ellos, h acer de la raza un factor en la adm isión , si viola los derech os de H op w ood , sera in justo. R o n ald D w or k in , filósofo del d er ech o cu yo pen sam ien t o se orien ta h acia los derech os de los in dividu os, en cara esa ob jeción ar­ gu m en t an d o qu e el u so de la raza en la acción afirm ativa n o viola los der ech os d e n ad ie.10 ¿Q u é d er ech o, p r egu n ta, se le d en egó a H op w ood ? Q u izá ella crea que las person as tien en un der ech o a que n o se las ju z gu e p or factores, com o la raza, qu e están fuera de su con trol- Pero la m ayor parte de los criterios tradicion ales para la ad­ m isión en un a u n iversidad in cluyen factores qu e están fuera del con ­ trol de un a per son a. N o es culpa m ía qu e sea de M assach u sett s y n o de Idah o, o qu e sea un mal ju gad or de fútbol am erican o, o qu e no sepa en ton ar un a m elodía. Tam p oco es culpa m ía qu e n o ten ga la aptitud de sacar buen as pu n tu acion es en los SA T Q u izá el der ech o qu e está en ju e go sea el d er ech o a qu e se le con sidere con for m e a criterios acad ém icos n ada m ás, qu e n o se ten ­ ga en cuen ta si ju e ga bien al fútbol am er ican o o si es de Idah o o si ha trabajado com o volu n tario en un com ed or de in digen tes. Segú n este pu n t o de vista, si mi n ota de gr ad u ación , m is pu n t u acion es en los tests y dem ás form as de m edir m is futuras posibilidades académ i­ cas m e sitú an en tre los m ejores solicitan tes, m e m er ezco qu e m e adm itan . M e m erezco, en otras palabras, qu e se m e con sid ere solo segú n m is m ér itos académ icos. Pero com o señ ala D \v o r k in ,n o existe tal derech o. Algu n as u n i­ versidades adm iten estudian tes basán dose solo en las calificacion es acad ém icas, pero la m ayor parte n o pr ocede así. D w or k in sostien e qu e n in gú n solicitan te tien e d er ech o a qu e las u n iversidades d efi­ nan su m isión y diseñ en su polít ica de adm isión de m an era qu e pr em ien sobre t od o un tipo particu lar de cu alidades, se trate de la capacidad académ ica, de la atlética o de cu alqu ier otra. Solo cu an do la u n iversidad ha defin ido su m isión y est ablecid o los cr it er ios de ad m isión , qu ien cum pla esos criterios m ejor qu e otros podrá ten er un a expectativa legítim a de qu e se le adm ita. Q u ien es resulten ser los m ejor es solicitan tes tras ten er en cuen ta n o solo lo qu e qu epa esperar acad ém icam en t e de ellos, sin o tam bién la diversidad étn ica y geográfica, el servicio a la com u n idad, etcétera, ten drán un derech'o ad qu ir id o a ser adm itidos. Pero, en pr im er lugar, n adie tien e el d er ech o a q u e solo se le con sid ere con fo r m e a un d et er m in ad o con ju n t o de cr it e r io s." Ah í se escon d e la aseveración , profu n da per o polém ica, qu e con st it u ye el m eollo m ism o de los ar gu m en t os qu e d efien d en la acción afirm ativa porque fom en ta la diversidad: la adm isión n o es un h on or qu e se con cede para prem iar m ér it os o virtu des su periores. N i la estudian te con altas pu n tu acion es ni la que procede de un gr u ­ po m in or it ar io desfavorecido se m erecen m or alm en te la adm isión . La adm isión se ju stifica en la m edida en qu e con tribuya al propósito social aí qu e la un iversidad sirva, n o porqu e prem ie el m ér it o o la virtu d de la estudian te, defin idos de m an era in depen dien te. La idea de D w ork in es qu e la ju st icia en las adm ision es n o estriba en pre­ m iar m éritos o virtudes; podr em os saber en qué con siste un reparto equ itativo de las plazas de pr im er añ o solo una vez la un iversidad haya defin id o su m isión . La m isión defin e los m ér it os pertin en tes, n o al revés. Cu an d o D w ork in explica la ju st icia en las adm ision es u n iversitarias llega a lo m ism o qu e Raw ls cu an do explica la ju st icia en la distr ibu ción de la renta: qu e n o tien e que ver con el m er eci­ m ien to m oral. La s e g r e g a c i ó n r a c i a l y l a c u o t a a n t i j u d í a ¿Q u ier e esto decir que las un iversidades, en sus program as de licen ­ ciatu ra o de d oct or ad o, tien en la libertad de defin ir sus m ision es com o les plazca y qu e cu alqu ier política de adm isión qu e en caje con la m isión declarada será equitativa? Si es así, ¿qué cabe decir de las u n iversidades segregadas r acialm en te del sur d e Est ados U n id os de n o h ace tan to? La pr opia Facu ltad de D er ech o de la U n iver sid ad de Texas fue el ob jet o de otra reclam ación con stitucion al. En 1946, cu an do estaba segregada, n egó el in gr eso a Hernán M ar ión Sw eatt: n o adm ida a los n egros. Su dem an da dio lu gar a un a sen ten cia del Tribu n al Su p r em o de Est ad os U n id os, «Sw eatt con tra Pain ter», de 1950, qu e m arcaría un h ito con tra la segr egación en la ed u cación su perior. Pero si el ú n ico criterio qu e ha de cu m plir un a política de ad­ m ision es para qu e se la con sidere ju st a es qu e en caje con la m isión de la facultad, ¿qu é h abía de m alo en el argum en to que la Facultad de D er ech o de Texas presen tó en su época? Su m isión era preparar ab o­ gados para los bu fetes de Texas. C o m o los bufetes de Texas n o con ­ trataban n egros, sosten ía la facu ltad, n o serviría a su m isión adm i­ tién dolos. Podría argiiirse qu e la Facu ltad de D er ech o de la Un iver sidad de Texas, al ser un a in stitución pú blica, tien e más restriccion es a la h ora de escoger su m isión que las un iversidades privadas. Es sin duda verdad qu e las dem an das con stitucion ales más n otables relativas a la acción afirm ativa en la edu cación su per ior afectan a u n iversidades públicas: la Un iver sidad de Califor n ia en Davis (el caso Bakk e), la Un iversidad de Texas (el caso H op w ood ) y la Un iversidad de M ich i­ gan (el caso Gru tter). Pero com o estam os in ten tan do deter m in ar la ju st icia o la in justicia, n o la legalidad, de usar la raza, la distin ción en tre u n iversidades públicas y privadas n o es decisiva. A las en tidades privadas se las pu ede criticar por sus in justicias com o a las públicas. Recu ér d en se las sen tadas en cafeterías para pro­ testar con tra la discrim in ación racial en el segr egad o sur de Estados Un id os. Las cafeterías eran de propiedad privada, pero la discrim in a­ ción racial que practicaban era in justa de todas form as. (D e h ech o, la Ley de Derech os Civiles de 1964 ilegalizó esa discrim in ación .) O pen sem os en las cuotas an tijudías qu e algun as de las un iversi­ dad es de la Ivy Leagu e (las och o gr an des u n iversidades privadas) aplicaron , form al o in form alm en te, en las décadas de 1920 y 1930. ¿Eran defen dibles m oralm en te solo porqu e esas un iversidades fuesen privadas? En 1922, el rector de H arvard, A. Law ren ce Low ell, pr opu ­ so qu e, para r edu cir el an tisem itism o, se lim itase al 12 por cien to el porcen t aje de ju d ío s ad m itid os. «Está au m en tan d o el sen tim ien to an tisem ita en tre los alu m n os — decía— y crece en pr opor ción al au m en to del n ú m ero d e ju d ío s.»’2 En los añ os treinta, el director de adm ision es de D art m ou t h le respon día lo siguien te a un alu m n o que se h abía qu ejad o del crecien te n úm ero de ju d ío s en la un iversidad: «M e sien to feliz de con tar con sus com en t ar ios sobre el problem a ju d ío. Si pasam os del 5 o del 6 por cien to en la pr om oción de 1938, m e sen tiré más apen ado de lo qu e p u ed o expresar con palabras». En 1945, el rector de D art m ou t h ju st ificó los lím ites a la adm isión de ju d ío s sacan do a relucir la m isión del cen tro: «Dar tm ou th es un cen ­ tro u n iver sit ar io cr ist ian o fu n dado para la crist ian ización de sus ajy m n os».13 Si las u n iversidades pu eden establecer criterios de adm isión que fom en ten la m isión qu e a sí m ism as se han con fer id o, com o presu ­ p on e la ju st ificación de la acción afirm ativa por la diversidad, ¿será posible con den ar la exclu sión racista y las restriccion es an tisem itas? ¿H ay una distin ción de pr in cip io en tre valerse de la raza para exclu ir a person as en el sur segr egad on ist a y valerse de la raza para in cluirlas con for m e a la acción afirm ativa de n uestros días? Un a respuesta pa­ rece eviden te: en sus días segregacion .istas, la Facultad de Derech o de Texas se valía de la raza com o sign o de in ferioridad, m ien tras que las preferen cias raciales de h oy n o in sultan o estigm atizan a nadie. H o p ­ w ood con sideraba in ju sto que la h ubiesen rech azado, pero n o pu ede d ecir qu e ello expresase od io o desprecio h acia ella. Esa es la respuesta de Dw orkin . La era segregacion ista de la ex­ clu sión racial se fu n daba en «la despreciable idea de qu e una raza pu eda ser in trín secam en te m ás dign a qu e otra», m ien tras qu e la ac­ ción afirm ativa n o im plica cal pr eju icio. So lo afirm a qu e, dada la im portan cia de prom over la diversidad en profesion es clave, ser n e­ gr o o h ispan o «pu ede ser un rasgo útil socialm en te».14 A los solicitan tes rech azados, com o H op w ood , quizá n o les pa­ rezca satisfactoria esa distin ción , pero tien e cierta fuerza m oral. La Facultad de D er ech o n o dice qu e H o p w o o d sea in fer ior o qu e los estudian tes perten ecien tes a m in orías adm itidos en su lugar se m e­ rezcan una ven taja más qu e eUa. D ice solo qu e la diversidad racial y étn ica en las aulas y en los tribun ales sirve a los propósitos educativos de la facultad. Y a m en os qu e la persecu ción de esos pr opósitos vio­ le de algun a form a los derech os de qu ien es salen perdien do, los soli­ citan tes decep cion ados n o pu eden aseverar legítim am en te qu e se les haya tratado sin equ idad. ¿A c c i ó n a f ir m a t iv a pa r a l o s bl a n c o s? H e aquí una form a de pon er a pru eba el argu m en to de la diversidad: ¿se pu ede ju st ificar en algún caso la preferen cia racial a favor de los blan cos? P en sem os en el caso de Starrett City. Estos bloqu es de vi­ vien das de Br ook lyn , Nu eva York, qu e alojan a vein te mil person as, son la m ayor barriada para la clase m edia qu e haya su bven cion ado el gob ier n o federal en Estados Un idos. Se in au gu ró a m ediados de los añ os seten ta con el p r op ósit o de qu e fuera un a com u n idad in tegrada racialm en te. Se logr ó ese objet ivo m edian te él uso de «con troles de ocu pación »; perseguían equilibrar la com posición étn ica y raciai de la com u n id ad de m od o qu e el porcen taje d e afroam er ican os e h ispa­ nos n o pasase de alrededor de un 40 por cien to. En pocas palabras, se im pu so un sistem a de cuotas. Las cuotas n o se basaban en preju icios o en el desprecio, sin o en una teoría de los «pun tos críticos» derivada de la experien cia urban a. Los geren tes del com plejo querían evitar el pu n to crítico qu e h abía d esen cad en ad o la «h uida de los blan cos» de otros b ar rios y socavado la in tegr ación . M an t en ien do el equ ilibr io racial y étn ico, esperaban m an ten er un a com u n idad estable y racial­ m en te diversa.15 Fu n cion ó. Se con virtió en un a barriada m u y apetecible, así que m u ch as fam ilias qu isieron trasladarse a ella. Starrett Cit y estableció un a lista de espera. C o m o con secu en cia, en parte, del sistem a de cu ot as, q u e asign aba m en os pisos a los afr oam er ican os qu e a los b lan cos, las fam ilias n egras ten ían qu e esperar m ás qu e las blan cas. A m ed iad os de los añ os och en ta, un a familia blan ca tenía que espe­ rar de tres a cuatro m eses para un piso, m ien tras qu e un a fam ilia n egra esperaba hasta dos añ os. Ah í, pues, h abía un sistem a de cuotas que favorecía a los solici­ tan tes blan cos, y n o por un pr eju icio racial, sin o con el fin de qu e su bsistiese un a com u n id ad in tegrada. A algu n os solicitan tes n egros les pareció que esa política qu e tenía en cuen ta la raza n o era equ i­ tativa y presen taron un a dem an da p or d iscrim in ación . La N A A CP (la Asociación N acion al para el Avan ce de las Person as de Color ), partidaria de la acción afirm ativa en otros con textos, los represen tó. Al fin al se alcan zó un acu erdo, por el qu e Starrett Cit y segu ía con su sistem a de cuotas pero se requería al gob ier n o que facilitase el acce­ so de las m in orías a otras vivien das públicas. La m an era de asign ar los pisos de Starrett City, qu e ten ía en cu en ta la raza, ¿era in justa? N o, si se acepta qu e la acción afirm ativa se ju st ifica por la diversidad. La diversidad racial y étn ica actúa de m an era diferen te en la vivien da pú blica y en las aulas un iversitarias, y lo qu e está en ju e go n o es lo m ism o. Pero por lo qu e se refiere a la eq u id ad , los dos casos se salvan o caen ju n t o s. Si la diversidad sirve al bien com ú n y n adie es d iscr im in ad o p or od io o desprecio, las preferen cias raciales n o violan los derech os de n adie. ¿Por qu é n o? P orqu e, segú n la idea de R aw ls acerca del m er ecim ien t o m oral, n o es por sus p r op ios m er ecim ien tos, defin idos de m an era in depen ­ dien te, p or lo qu e a algu ien se le pu ede preferir para un piso o para sen tarse en un aula en la un iversidad. Lo qu e cu en te com o m ér ito se pod r á d et er m in ar solo un a vez los respon sables de la vivien da pú blica o de la un iversidad hayan defin ido la m isión de aquella o de esta. ¿Se p u e d e d e s l ig a r l a ju s t ic ia d el m e r e c im ie n t o m o r a l ? Prescin dir del m erecim ien to m oral com o fu n dam en to de la ju sticia distributiva resulta m or alm en te atractivo, pero a la vez desasosiega. R esu lt a atractivo porqu e socava la com placien te prem isa, h abitual en las socied ad es m er itocr áticas, de qu e el éxit o coron a la virtu d, de qu e los r icos son r icos p orqu e se lo m erecen m ás que los pobres. C o m o n os recuerda Raw ls, «n adie se m erece la su per ior capacidad qu e por n aturaleza pueda ten er ni partir de una situación social más favorable»,Y n o es obra n uestra el qu e vivam os en una sociedad qu e tien e a bien r ecom pen sar n uestros pu n tos fuertes. Eso m ide n uestra bu en a suerte, n o n uestra virtud. Cu esta m ás describir por qué desasosiega el que se desliguen la ju st icia y el m er ecim ien to m oral. La creen cia de que los pu estos de trabajo y las op or t u n id ad es prem ian a qu ien es se lo m erecen está m uy arraigada, qu izá m ás en Estados U n id os qu e en otras socied a­ des. Los políticos n o paran de proclam ar que «los qu e trabajan con gan as y se atien en a las reglas» se m erecen prosperar, y an im an a qu ien es realizan el su eñ o am er ican o a qu e vean en su éxit o un refle­ jo de su propia virtu d. Esta con vicción es, en el m ejor de los casos, un arm a de dos filos. Su persisten cia obstaculiza la solidaridad social; cu an t o m ás con siderem os qu e el éxit o es obra n uestra, m en os res­ pon sables n os sen tirem os por aquellos que se queden atrás. P u ede qu e esta persisten te creen cia — qu e h ay qu e ver en el éxit o un a r ecom pen sa de la vir t u d — n o sea m ás qu e un error, un m ito cuya in flu en cia d eb er íam os in ten tar qu e se disipase. Lo qu e Raw ls dice acerca de la arbitrariedad m oral de la fortu n a es un a p o ­ derosa form a de pon er la persisten te creen cia en en tredich o. Y, sin em bargo, quizá n o sea posible, política o filosóficam en te, desligar los d ebates sobre la ju st icia de los debates sobre el m er ecim ien t o tan rotu n dam en te com o Raw ls y D w orkin piden . P erm ítasem e explicar el porqué. En prim er lugar, la ju st icia tien e a m en u d o un aspecto h on or í­ fico. Los debates sobre la ju st icia distributiva n o solo se refieren a lo qu e a cada u n o le toca, sin o tam bién a qué cualidades son dign as de q u e se las h on re y recom pen se. En segu n do lugar, la idea de que el m ér it o n ace solam en te un a vez que las in stitu cion es han defin id o su propia m isión se com plica por el sigu ien te m otivo: las in stitucion es sociales qu e m ás figu ran en los debates sobre la ju st icia — escuelas, un iversidades, pu estos de trabajo, profesion es, pu estos pú blicos— n o cu en tan con la libertad de defin ir su m isión com o les plazca. Esas in stitu cion es se defin en , al m en os en parte, p or los bien es caracterís­ t icos qu e defien den . Si bien qu eda un m argen para discu tir cuál debería ser, en un m om en t o dado, la m isión de un a Facultad de D e ­ r ech o o de u n ejér cit o o de un a or qu esta, n o es cier t o qu e t od o valga. Tales bien es, y n o otros, son los apr opiados para tales in stitu­ cion es sociales, y n o otras; ign orarlo al asign ar papeles en esas in sti­ tu cion es p u ed e ser un a form a de cor r u pción . Si volvem os al caso H op w oo d , podr em os ver el m od o en qu e la ju st icia se en trelaza con el h on or. Su p on gam os que D w or k in tien e razón y qu e el m erecim ien to m oral n o tien e que ver con qu ién haya de ser adm itido. Esta sería la carta qu e la Facultad de D er ech o ten ­ dría qu e h aberle rem itido a H op w oo d para explicarle qu e se rech a­ zase su solicit u d :10 Estimada señora Hopwood: Sentimos comunicarle que su solicitud de admisión ha sido re­ chazada. Le rogamos que comprenda que no pretendemos ofenderla con nuestra decisión. N o la despreciamos. En realidad, ni siquiera creemos que usted tenga menos merecimientos que los admitidos. N o es culpa nuestra que cuando se nos presentó diese la casuali­ dad de que la sociedad ya no necesitase las cualidades que usted podía ofrecer. Los admitidos en su lugar no se merecen la plaza ni que se los elogie por los factores que han llevado a que fuesen elegidos. Solo los estamos usando — y a usted también— com o instrumentos para un propósito social más vasto. Somos conscientes de que se sentirá decepcionada por esta noti­ cia. Pero no debería extremar su decepción pensando que la razón por la que usted ha sido rechazada guarda relación, de una u otra forma, con su valor moral intrínseco. Tiene usted nuestra simpatía porque es una auténtica lástima que carezca usted de los rasgos que la sociedad tenía a bien desear cuando presentó su solicitud. Le deseamos mejor suerte en la próxima ocasión. Sinceramente su yo... Y esta es la carta de acept ación , despojad a de con n ot acion es h on oríficas, qu e una facultad filosóficam en te sin cera debería en viar a los que adm ite: Estimado solicitante aceptado: Nos place comunicarle que su solicitud de ingresar en nuestra facultad ha sido aceptada. Da la casualidad de que usted tiene las ca­ racterísticas que la sociedad necesita en estos momentos, así que nos proponemos explotar sus dotes en beneficio de la sociedad admitién­ dole entre los que estudian derecho. Hay que felicitarle, no porque tenga usted algún mérito por po­ seer las cualidades que han llevado a que se le admita — no lo tiene— , sino solo com o se felicita a un ganador de la lotería. Tien e usted la suerte de habérsenos presentado con las características adecuadas en el momento adecuado. Si usted decide aceptar nuestra oferta, tendrá al final derecho a los beneficios que trae consigo el ser usado de esa ma­ nera. Por eso, es de ley que usted se alegre. Puede que usted, o más probablemente sus padres, tenga la tenta­ ción de regocijarse también por una razón más general, porque crea que su admisión habla favorablemente, si no de sus dotes innatas, sí al menos del concienzudo esfuerzo que tuvo que hacer para cultivar sus capacidades. Pero la idea de que usted se merece el carácter superior que se requiere para ese esfuerzo no es menos problemática, pues su carácter depende de circunstancias afortunadas de varios tipos y nin­ guna se le puede atribuir a usted. La noción de mérito no es aplicable ahí. En cualquier caso, esperamos verle este otoño. Sinceramente suyos... Cartas así qu izá aliviasen la am argura de los rech azados y am or ­ tiguasen el or gu llo de los acept ados. En t on ces, ¿por qué siguen las un iversidades en vian do (y los solicitan tes esperan do) cartas r ebosan ­ tes de retórica h on orífica y con gr at u lat or ia? Q u izá porqu e las u n i­ versidades n o pu eden despren derse del t od o de la idea de qu e su papel n o con siste solo en pr om over cier t os fin es, sin o tam bién en h on rar y prem iar ciertas virtudes. ¿P o r q u é n o se su b a st a n l a s a d m is io n e s u n iv e r s it a r ia s? Est o n os con d u ce a la segu n da cuestión , la de si los cen tros un iversi­ tarios p u ed en defin ir su m isión co m o les apetezca. D ejem os por ah ora a u n lado las preferen cias étn icas y raciales y pen sem os en otra polém ica de la acción afirm ativa: el debate sobre las «preferen cias de legad o». M u ch os cen tros u n iversitarios dan a los h ijos de an tigu os alu m n os un a ven taja a la h ora de la adm isión . Segú n un a de las ju s­ tificacion es de esta for m a de proceder, así se con struye a lo largo del t iem p o un a com u n id ad y se va for jan d o un espíritu un iversitario. O tra es la esperan za-de que los agrad ecidos padres qu e fueron alu m ­ n os con ced an a su alm a mater un apoyo econ óm ico gen eroso. Para separar de otros m otivos la ju st ificación econ óm ica, pen se­ m os en lo qu e las un iversidades llam an «adm ision es para el desarro­ llo»: solicitan tes qu e n o son h ijos de an tigu os alu m n os, pero qu e tien en padres adin erados qu e pu eden h acer un a con t r ib u ción eco­ n óm ica su stan ciosa. M u ch as un iversidades adm iten a estudian tes así au n qu e sus n otas de gr ad u ación y sus pu n tu acion es en los exám en es de in gr eso n o sean tan altas com o, si no, se les exigiría. Para llevar la idea a su extrem o im agin em os qu e un a un iversidad decide subastar el 10 p or cien to de las plazas de pr im er añ o y con cedérselas a qu ie­ n es pu jen m ás alto. ¿Sería equitativo este sistem a de adm isión ? Si se cree qu e el mé­ rito con siste solo en la capacidad de h acer una con tr ib u ción , de un tipo o otro, a la m isión de la un iversidad, la respuesta debería ser que sí. Sea cu al sea su m isión , todas las u n iversidades n ecesitan din ero para llevarla a cabo. Segú n la am plia defin ición de m ér it o que ofrece Dw ork in , una estu dian te adm itida a una un iversidad por la d on ación de diez m i- Nones de dólares para la con st r u cción de un á n ueva b ib lioteca del cen tro tien e m ér it o; su adm isión sirve a los buen os pr opósitos de la un iversidad en su con ju n to. Los estudian tes rech azados en favor de la h ija del filán tropo qu izá se qu ejen de qu e n o se h a sido equitativo con ellos. Pero la réplica de D w ork in a H op w ood valdría tam bién para ellos. Lo ú n ico que la equ idad exige es qu e n o se rech ace a n a­ die a causa de un preju icio o por desprecio, y que a los solicitan tes se les ju zgu e con for m e a criterios r elacion ados con la m isión qu e la un iversidad se im pon e a sí m ism a. En este caso, se cu m plen las con ­ dicion es. Los estudian tes qu e salen perdien do n o son víctim as de un preju icio, solo de la m ala suerte de n o ten er un os padres en con d i­ cion es de don ar un a biblioteca n ueva y que adem ás estén dispuestos a h acerlo. Pero este patrón es dem asiado débil. Sigu e parecien do qu e n o es equitativo qu e u n os padres adin erados puedan com prar el in greso de su h ija en la Ivy Leagu e. Pero ¿en qu é con siste la in justicia? N o en qu e los solicitan tes que proceden de fam ilias pobres o de clase m edia se en cu en tren por ello en una situ ación desven tajosa qu e escapa a su con trol. C o m o señ ala Dw ork in , hay m u ch os factores que escapan a n uestro con trol qu e legítim am en te se tom an en cuen ta en las adm i­ sion es. Q u izá lo qu e in quieta de la subasta n o ten ga tan to qu e ver con las opor t u n idades de los solicitan tes com o con la in tegr id ad de la u n iversidad.Ven der las plazas a qu ien es m ás pu jen es m ás apropiado para un con cier to de rock o un a com p et ición deportiva qu e para un a in stitu ción educativa. El m od o ju st o de asign ar el acceso a un bien pu ede qu e ten ga algo qu e ver con la n aturaleza de ese bien , con su p r op ósit o. El debat e de la acción afirm ativa refleja n ocion es opu estas de cuál es el ob jet o de las un iversidades: ¿en qué m edida deben persegu ir la excelen cia académ ica y en cuál el bien cívico, y cóm o se deben equ ilibrar esos pr opósit os? Au n qu e u n a ed u cación u n iversitaria sirve el bien de preparar a los estudian tes para qu e ten ­ gan éxito en sus carreras profesion ales, su pr opósit o prin cipal n o es com ercial.Ven der edu cación com o si fuese un m ero bien de con su ­ m o es un a form a de cor r u p ción . ¿Cu ál, pues, es el pr op ósit o de la un iversidad? H arvard no es un gran alm acén de W al-M art, ni siquiera de Bloom in gdales. Su p r op ó­ sito n o es m axim izar los in gresos, sin o servir al bien com ú n por m ed io de la en señ an za y la in vestigación . Es verdad qu e la en señ an za y la in vestigación son caras, y las un iversidades dedican m u ch os es­ fu erzos a con segu ir fon dos. Pero cu an do el objetivo de h acer din ero p r ed om in a h asta el pu n t o de qu e la política de adm ision es se rige por él, es que la un iversidad se ha apartado m u ch o de los bien es aca­ dém icos y cívicos qu e son su prin cipal razón de ser. La idea de que la ju st icia en la asign ación de las plazas un iversi­ tarias guarda relación con los bien es qu e a las u n iversidades les es p r op io per segu ir explica p or qu é ven der las adm ision es es in justo. Explica tam bién p or qu é cuesta separar las cu estion es relativas a la ju st icia y a los d er ech os de las cu est ion es relativas a los h on ores y a las virtu des. Las u n iversidades con ced en titu lacion es h on oríficas con las qu e h om en ajean a qu ien es exh iben las virtu des para cuyo fom en to existen las un iversidades. Pero, en cierto m od o, cada titula­ ción un iversitaria con fiere un título h on orífico. Ligar los debates sobre la ju st icia a las discu sion es sobre los h o­ n ores, las virtudes y el sign ificado de los bien es pu ede parecer solo el cam in o h acia desacuerdos irresolubles. Las person as tien en con cep­ cion es diferen tes del h on or y de la virtu d. La de cuál ha de ser la m isión de las in stitucion es sociales — se trate de las un iversidades, de las gran des em presas, de las fuerzas arm adas, de las profesion es libe­ rales o de la com u n idad política en gen eral— es un a cuestión qu e suscita em ocion es y disen sos. H ay la ten tación , pues, de buscarle un fu n dam en to a la ju st icia y a los derech os qu e m an ten ga las distancias con esas con troversias. Bu en a parte de la filosofía política m od er n a in ten ta h acer eso. C o m o h em os visto, las filosofías de Kan t y Raw ls son in ten tos auda­ ces de en con trarle un fu n d am en t o a la ju st icia qu e sea n eutral con respecto a las distintas form as con trapuestas de con cebir la vida b u e­ na. H a llegado el m om en t o de ver si su proyecto logra lo que per ­ sigue. ¿Qué se merece cada cual? Aristóteles Callie Sm ar t t era un a popu lar an im ad ora en su p r im er añ o en el In stitu to An drew s, en el oeste de Texas. Q u e pad eciese de parálisis cerebral y se m oviera en silla de ru edas n o sofocaba el en tu siasm o qu e su briosa presen cia en las ban das in spiraba en tre los ju gad or es y segu idores del equ ipo de fútbol am er ican o duran te los ju e go s esco­ lares. Sin em bar go, al fin al de la t em porad a, a Callie la ech aron del eq u ip o de an im ad oras.1 A in stan cias de otras an im adoras y de sus padres, la dirección del in stituto le d ijo a Callie qu e si quería for m ar parte del equ ipo al añ o sigu ien te ten dría qu e com petir com o las dem ás y realizar duros ejer ­ cicios de gim n asia en los qu e h abía qu e abr ir las piern as cien to och en ta gr ad os y h acer acrobacias. El padre de la je fa de an im adoras en cabezó la op osición a qu e se in cluyese a Callie en el equ ipo. D ecía qu e le preocu paba su segu ridad. La m adre de Callie, en cam bio, sos­ pech aba* qu e la op osición se debía al resen tim ien to creado por las aclam acion es qu e recibía Callie. La h istoria de Callie suscita dos pregun tas. U n a se refiere a la equ idad. ¿H abía qu e exigirle qu e realizase los ejercicios gim n ásticos para qu e fuese an im adora o tal requisito n o era ju st o, h abida cuen ta de su discapacidad? Un a form a de respon der la pregun ta se basaría en el p r in cip io de n o discr im in ación : con tal de qu e desem peñ ase bien su papel, a Callie n o se la debería h aber exclu ido del equ ipo de an im adoras solo porqu e carecía, y n o por culpa suya, de la capacidad física qu e per m ite realizar ejercicios gim n ásticos. Pero el p r in cip io de n o d iscr im in ación n o sirve de m u ch o, ya qu e elude el problem a en qu e se cen tra la con troversia: ¿en qué con ­ siste desem peñ ar bien el papel de an im adora? Q u ien es querían e x­ clu ir a Callie sosten ían qu e una buen a an im adora debe poder h acer acrobacias y abrir las piern as cien to och en ta grados. Al fin y al cabo, así es com o han exaltado siem pre las an im adoras a la m ultitud. Q u ie­ nes apoyaban a Callie sosten ían que esa actitud con fu n de el verdade­ ro pr opósit o de las an im adoras con un a form a con creta de lograrlo. El verdadero pr opósit o de qu e haya an im adoras es in spirar espíritu escolar y m otivar a los aficion ados. Cu an d o Callie jalea y recorre la ban da arriba y abajo en la silla de ruedas, agitan do los p om pon es, con un a son risa de oreja a oreja, h ace bien lo qu e las an im adoras se su p on e qu e han de h acer: en ardecer a la m ultitud. Así qu e para d eci­ dir las con d icion es qu e r equ iere el ser an im adora hay qu e h aber det er m in ad o an tes cuál es la razón esen cial de que haya an im adoras y qu é hay de m eram en te in ciden tal en sus actuacion es. La segu n da cuestión suscitada por la h istoria de Callie se refiere al resen tim ien to. ¿Q u é tipo de resen tim ien to d eb ió de m otivar al padre de la je fa de an im adoras? ¿Por qu é le m olestaba la presen cia de C allie en el e q u ip o ? N o p od ía ser p or m ied o a q u e la in clu sión de Callie dejase a su h ija fuera del equ ipo; ella ya estaba en él. N i t am p oco por m era en vidia hacia un a ch ica que h iciese som bra a su hija en los ejercicios gim n ásticos, ya qu e Callie, claro está, n o podía h acer tal cosa. Est o es lo q u e yo in tu yo: qu e su r esen t im ien to p r ob ab lem en ­ te reflejaba la sen sación de q u e a Callie se le estaban con ce d ien d o h o n o r es qu e n o se m er ecía, y de un m od o qu e h acía burla del or gu llo q u e sen tía p or la com p et en cia com o an im ad ora de su h ija. Si se p od ía ser un a gr an an im ad or a sen tada en un a silla de r u edas, el h on or qu e se con fier e a qu ien es capaz de abr ir las piern as cien ­ to och en t a gr ad os y efect u ar acr ob acias se d ep r eciab a en cierta m ed id a. Q u e Callie deba ser an im adora porqu e exh ibe, pese a su disca­ pacidad, las virtu des propias de ese com et id o su pon e una cierta am e­ n aza para los h on ores con fer id os a las otras an im adoras. Las h abilida­ des gim n ást icas qu e exh iben ya n o parecerían esen ciales para la excelen cia com o an im adoras, sin o solo una form a más de exaltar a la m ultitud. M u y p oco gen er oso fue sin duda el padre de la je fa de an im adoras, pero captó cor r ectam en te lo que estaba en ju e go . Un a práctica social cuyo pr opósit o hasta ese m om en t o se podía ten er por fijado, com o fijadas estaban las recom pen sas que con fería, ah ora, gr a­ cias a Callie, se redefm ía: h abía dem ost r ado qu e h abía m ás de una form a de ser an im adora. O bsérvese el n exo en tre la pr im er a cu est ión , la relativa a la equ id ad , y la segu n da, la relativa a los h on ores y el resen tim ien to. Para d et er m in ar una m an era equ itativa de repartir los pu estos de an im adora ten drem os qu e deter m in ar el propósito de qu e haya an i­ m adoras y la n aturaleza de sus actu acion es. En caso con tr ar io, no h abría m an era de que pu diésem os decir qué cualidades son esen cia­ les para ser an im adora. Pero la det er m in ación de la esen cia de ser an im adora pu ede dar lugar a la con troversia porqu e n os en redará en discu sion es sobre las cualidades qu e son dign as de qu e se las h on re. Q u é se ten ga com o pr opósit o de la existen cia de las an im adoras d e­ pen derá en parte de las virtu des qu e se pien se que m erecen r econ o­ cim ien to y recom pen sa. C o m o m uestra esta situ ación , las prácticas sociales, la actividad de las an im adoras por ejem plo, n o solo tien en un pr opósit o in stru ­ m en tal (an im ar a un equ ip o depor t ivo), sin o tam bién un pr opósito h on or ífico o ejem plar (celebrar ciertas excelen cias y virtu des). Ai escoger a sus an im adoras, el in stituto n o solo prom u eve el espíritu escolar, sin o qu e declara cuáles son las cu alidades qu e espera qu e qu ien es allí estudian adm iren y em u len . Esto explica el ardor de la dispu ta. Exp lica tam bién algo qu e, si n o, resultaría descon cer t an t e: p or qu é las qu e ya estaban en el equ ipo (y sus padres) sen tían qu e les iba algo person al en el debate sobre la eligibilidad de Callie. Esos padres querían qu e la existen cia de las an im adoras sirviese para h on ­ rar las virtu des tradicion ales de estas, qu e eran las qu e sus h ijas p o ­ seían . Ju s t i c i a , t e l o s y h o n o r Visto de esa for m a, el revu elo sobre las an im adoras en el oeste de Texas es un breve cu rso sobre la teoría de la ju sticia de Aristóteles. En el n ú cleo m ism o de esta hay dos ideas qu e aparecen en el debate sobre Callie: 1. La ju st icia es teleológica. Para defin ir los derech os h em os de determ in ar el telos (el propósito, fin o naturaleza esencial) de la práctica en cuestión . 2. La ju st icia es h on orífica. R azon ar sobre el telos de una prác­ tica — o discutir sobre él— es, al m en os en parte, razon ar o discutir sobre qu é virtu des debe h on rar y recom pen sar. La clave para en ten der la ética y la política de Aristóteles está en ver la fuerza de estas dos con sideracion es y la relación qu e hay entre ellas. Las teorías m od er n as de la ju st icia in ten tan separar las cu est io­ nes relativas a la equ idad y los derech os, por una parte, de las discu ­ sion es relativas al h on or, la virtu d y el m er ecim ien to m oral, por la otra. Bu scan u n os pr in cipios de la ju st icia qu e sean n eutrales en lo qu e se refiere a los fin es, y au torizan a las person as a escoger y per­ segu ir sus propios fin es. Aristóteles (384- 322 a.C.) n o pien sa qu e la ju st icia sea n eu tral en esos t ér m in o s. C r e e qu e los d eb at es sobr e la ju st icia son , in evitablem en t e, debates acerca del h on or, la virtu d y la n aturaleza de la vida buen a. Ver por qué Aristóteles con sidera que debe h aber un n exo en tre la ju st icia y la vida buen a n os servirá para ver qu é hay e n ju e go en el em peñ o por disociarlas. Para Aristóteles, la justicia significa dar a las personas lo que se m e­ recen , dar a cada una lo que le correspon de. Pero ¿qué le correspon de a una person a? ¿En qué razones se fúnda el m érito? Depen de de lo que se esté distribuyen do. La justicia com pren de dos factores: «las cosas y las person as a las que se asignan las cosas».Y, en gen eral, decim os qu e «a las person as qu e son iguales se les deben asignar cosas iguales».2 Pero aqu í su rge un problem a difícil: iguales ¿en qu é sen tido? Depen d e de lo qu e se esté distribu yen do y de las virtu des qu e resul­ ten pertin en tes h abida cuen ta de lo que se distribuye. Su p on gam os qu e r epartim os flautas. ¿A qu ién es debem os darles las m ejores? La respuesta de Aristóteles: a los m ejores flautistas. La ju st icia discrim in a según el m érito, según la excelen cia qu e resulte pertin en te.Y en el caso de tocar la flauta, el m ér it o per tin en ­ te es la capacidad de tocar bien . Sería in justo discrim in ar p or cu al­ qu ier otra razón , com o la riqu eza o la n obleza de cun a o la belleza física o In suerte (una lotería). La cuna y la belleza pueden ser bienes mayores que la competen­ cia en tocar la flauta, y quienes los poseen, si echáramos cuentas, quizá sobrepasen al flautista en esas cualidades más que el flautista les sobre­ pasa a ellos en su competencia al tocar la flauta; pero no por ello deja de ser él quien debe recibir las mejores flautas.3 T ien e algo de d iver t id o el com p ar ar excelen cias en d im e n sio­ n es m uy dispares. P u ed e qu e n i siqu ier a ten ga sen t id o un a pr e­ gu n ta com o esta: ¿soy m ás gu ap o qu e ella bu en a ju gad o r a de lacrosse? O co m o esta: ¿fu e Bab e R u t h m ejo r ju ga d o r de b éisb ol qu e Sh ak espeare d r am at u r go? P regu n tas así solo t ien en sen t id o en los ju e go s de salón . La idea de Ar ist ót eles es qu e, si r epar tim os las flautas, n o d eb er íam os b u scar al m ás r ico o al m ás apu esto, ni si­ qu iera al q u e en con ju n t o sea m ejor. D eb er em os bu scar al m ejor flautista. Esa idea resulta perfectam en te familiar. M u ch as orquestas reali­ zan au dicion es tras un a pan talla para qu e se pu eda ju zgar la calidad de la m úsica sin qu e m edien sesgos o distraccion es. La razón de Aris­ tóteles no resulta tan familiar. La razón m ás eviden te para darle las m ejor es flautas al m ejor flautista es qu e así se pr od u cir á la m ejor m ú sica, con lo qu e los oyen tes saldrem os gan an do. Pero esa n o es la razón de Aristóteles. El pien sa qu e las m ejores flautas deben en tre­ garse a los m ejores flautistas porqu e para eso se h acen las flautas: para qu e se toqu e bien con ellas. El pr op ósit o de las flautas es pr odu cir m úsica excelen te. Q u ie ­ nes son capaces de realizar ese pr opósit o deben ten er las m ejores flautas. Ah ora bien , n o es m en os cierto qu e dar los m ejores in stru m en ­ tos a los m ejores m ú sicos ten drá el efecto, qu e será bien recibido, de qu e se produ zca la m ejor m ú sica, de la qu e todos disfrutarán : se pr o­ du cirá la m ayor felicidad para el m ayor n úm ero. Pero es im portan te qu e se en tien da qu e la razón de Aristóteles va m ás allá de esta con si­ deración utilitaria. Su m an era de razon ar, qu e va del pr op ósit o de un bien a las asign acion es apropiadas a ese bien , es un ejem p lo de razon am ien to teleológico. («Teleológico» vien e de la palabra gr iega telos, que sign i­ fica «propósito», «fin» o «m eta».) Segú n Aristóteles, para determ in ar la distr ibu ción ju st a de un bien h em os de in dagar cuál es el telos, o propósito, del bien qu e se va a distribuir. P e n sa m ie n t o t e l e o l ó g i c o : L a s p ist a s d e t e n i s y W i n n i e - T H E-PO O H El r azon am ien t o t eleológico qu izá parezca un a extrañ a m an era de pen sar en la ju st icia, pero tien e cierta verosim ilitu d. Su p on gam os qu e se tien e qu e decid ir de qué m an era se reparte el u so de las m e­ jo r e s pistas de ten is de un a ciu dad un iversitaria. Se podr ía dar p r io ­ ridad a los qu e pu edan pagar más por ju gar en ellas; se pon dría en ­ ton ces un a tarifa m u y alta. O se podr ía dar p r ior id ad a los peces go r d os de la u n iversidad: el rector, d igam os, o los cien tíficos qu e han gan ad o el P r em io N ob el. Pero su pon gam os qu e dos p r est igio­ sos cien tíficos están ju gan d o un par t ido de ten is bastan te m alo; a du ras pen as logr an que la bola sobr epase la red. M ien tras, aparece p or allí el eq u ip o de ten is qu e represen ta a la u n iversidad en un os cam p eon at os; qu ieren usar la pista. ¿N o diría usted qu e los cien tífi­ cos deberían trasladarse a un a pista peor para qu e el equ ip o ju e gu e en la bu en a? Y la razón p or la que llegaría u sted a esa con clu sión , ¿n o sería la de qu e esos excelen tes ten istas aprovech arían m ejor las m ejor es pistas, qu e se d esper dician cu an d o las usan ju gad or es m e­ diocres? O su pon gam os qu e se ven de un violín de Stradivarius y qu e un coleccion ista r ico pu ja por él m ás qu e Itzh ak Perl m an . El coleccio­ nista qu iere exh ibir el violín en su sala de estar. ¿N o n os parecerá un a especie de pérdida, quizá hasta una in justicia, y n o porqu e pen ­ sem os que la subasta n o fue equitativa, sin o porque su resultado fue in apropiado? Tras esa reacción quizá se escon da el pen sam ien to (teleológico) de qu e un Stradivarius está con cebid o para que lo toqu en , n o para que lo exh iban . En el m u n d o an tigu o, el pen sam ien to t eleológico con taba más qu e hoy. Platón y Aristóteles pen saban que el fu ego se alza porqu e h ace por dirigirse al cielo, su h ogar por naturaleza, y qu e las piedras caen porqu e ansian acercarse a la tierra, adon de perten ecen . Se veía en la n aturaleza un orden cargado de sign ificado. En t en d er la n atu­ raleza, y n uestro lugar en ella, equivalía a captar su propósito, su sig­ n ificado esen cial. C o n el adven im ien to de la cien cia m odern a, d ejó de verse en la n aturaleza un orden cargado de sign ificado. Se vin o a en ten derla de un m od o m ecan icista, a verla regida por las leyes de la física. Explicar los fen óm en os n aturales m ed ian t e pr op ósit os, sign ificados y fines pasó a ser con siderado una in gen u idad y un an tr opom orfism o. Pese a tal m u tación , la ten tación de con cebir el m u n do com o si estuviese t eleológicam en t e orden ado, com o un todo con un propósito, n o ha desaparecido por com pleto. Persiste especialm en te en los n iñ os, a los qu e hay qu e edu car para qu e déjen de ver el m u n d o de esa form a. M e percaté de ello cu an do m is h ijos eran todavía m u y p equ eñ os y les leí el libro W iíviie-ihe-Pooh, de A. A. M iln e, con su visión in fan til del m u n d o co m o un lu gar en can tado, an im ado p or sign ificados y propósitos. H acia el pr in cipio del libr o,W in n ie-t h e-P ooh an da por un b os­ qu e y ve un gran roble. D e la copa «ven ía un son oro zu m bido». W innie-the-Pooh se sentó al pie del árbol, y con la cabeza entre las manazas se puso a pensar. Primero se dijo: «El zumbido significa algo. No hay un zumbido com o ese, zumba que te zumba, sin que signifique algo. Si hay un zumbido, es que alguien lo está haciendo, y la única razón para hacer un zumbido, que yo sepa, es que se sea una abeja». Entonces pensó otro largo rato, y dijo: «Y la única razón para ser una abeja, que yo sepa, es hacer miel». Y entonces se levantó y dijo: «Y la única razón para hacer miel es que yo me la coma». Así que se puso a trepar por el árbol.4 El in fan til ar gu m en to de P ooh sobre las abejas es un buen ejem ­ p lo de razon am ien to t eleológico. Para cuan do ya som os adultos, casi t od os h em os dejado atrás esa for m a de en ten der el m u n d o n atural, y n os parece, au n qu e en can tadora, estrafalaria.Y com o h em os prescin ­ d ido de los r azon am ien tos t eleológicos en las cien cias, estam os tam ­ bién in clin ados a rech azarlos en la política y en la m oral. Pero n o es fácil prescin dir de ellos cu an d o se pien sa sobre las in stitu cion es so­ ciales y el pr oced er político. Hoy, n in gún cien tífico lee las obras de Aristóteles de biología o de física y se las tom a en serio. Sin em bar ­ go, qu ien es estudian la ética y la política sigu en leyen do y pon deran ­ d o la filosofía m oral y política d e Aristóteles. ¿C u á l e s e l t e l o s d e u n a u n iv e r s id a d ? El debate acerca de la acción afirm ativa se pu ede reform ular de un m od o qu e recuerda al caso de las flautas de Aristóteles. Em pezam os por buscar criterios ju st os para la distribu ción ; ¿quién tien e derech o a ser ad m itid o? Al abordar esa cu estión , n os vim os abocados a pre­ gu n tarn os (al m en os im plícitam en te) cuál era el propósito, o el telos, de un a un iversidad. C o m o su ele ocu r rir, el telos n o es eviden te, sin o discutible. A l­ gu n os dicen qu e las un iversidades existen para fom en tar la excelen ­ cia académ ica, así qu e el ú n ico criterio de adm isión deberían ser las perspectivas académ icas. O tr os dicen qu e las un iversidades tam bién existen para servir ciertos pr opósitos cívicos y qu e la capacidad de llegar a ser un líder en un a sociedad d on d e im pera la diversidad, por ejem plo, debería con tar en tre los cr iter ios de adm isión . Est ablecer cuál es el telos de un a un iversidad parece esen cial para determ in ar el criterio apropiado de adm isión . Q u ed a así claro el aspecto t eleológi­ co de la ju st icia en la adm isión a un a un iversidad. M u y ligada al debate sobre el pr opósit o de la un iversidad está una cuestión relativa al h on or : ¿qu é virtu des o excelen cias es apro­ piad o que h on ren y r ecom pen sen las un iversidades? Es probable que qu ien es creen qu e las u n iversidades existen solo para celebrar y re­ com pen sar la excelen cia académ ica r ech acen la acción afirm ativa, m ien tras qu e qu ien es creen qu e las u n iversidades existen adem ás para fom en tar ciertos ideales cívicos es m uy posible qu e la acepten . Q u e las discu sion es sobre las un iversidades — y sobre las an im a­ doras y las flautas— procedan así de form a natural con fir m a la idea de Aristóteles: las discu sion es sobre la ju st icia y los derech os son a m en u d o discu sion es sobre el pr opósit o, o telos, de u n a in stitu ción social, que a su vez refleja n ocion es con trapuestas de las virtudes que la in stitución debería h on rar y recom pen sar. ¿Q u é p o d em o s h acer si se discrepa sobre el telos, o pr opósito, de la actividad en cuestión ? ¿Resu lta posible razon ar acerca del telos de un a in stitución social, o el pr opósit o de una un iversidad es sen cilla­ m en te, digam os, el qu e la au t or id ad fu n dadora o el con sejo de go ­ b ier n o declarasen en su m om en t o? Aristóteles creía qu e es posible razon ar sobre el pr opósit o de las in stitucion es sociales. Su esen cia n atural n o queda fijada de una vez por todas, pero t am p oco es un a m era cu estión de opin ion es. (Si el propósito del H arvard College quedase deter m in ado sin más por la in ten ción de sus fu n dadores, su pr opósit o pr im ar io segu iría sien do la for m ación del clero con gregacion ista.) ;C ó m o p od r em os, en ton ces, razon ar acerca del p r op ósit o de un a práctica social t en ien do en cuenca qu e hay desacu erdos al res­ pect o? ¿Y cóm o in tervien en las n ocion es de h on or y virtu d? Ar ist ó­ teles ofrece su respuesta m ás fu n dam en tada a estas pregun tas en su an álisis de la política. ¿C u á l e s e l p r o p ó s it o d e l a p o l ít ic a ? C u an d o en estos días h ablam os de la ju st icia distributiva n os pr eo­ cu pa pr in cipalm en te la distr ibu ción de la renta, el pat r im on io y las op or t u n id ad es. Para Ar ist ót eles, la ju st icia distributiva n o se refería sobre t od o al din ero, sin o a los cargos y a los h on ores. ¿Q u ién tien e d er ech o a m an dar? ¿C ó m o se debe repartir la au t or idad política? A pr im er a vista, la respuesta parece eviden te: por igual, claro está. U n a person a, un voto. Cu alqu ier otra form a sería discrim in ato­ ria. Pero Aristóteles n os recuerda qu e todas las teorías de la ju st icia distributiva discrim in an . ¿Q u é discrim in acion es son ju stas? Y la res­ puesta depen d e del propósito de la actividad en cuestión . Por lo tan to, an tes de qu e pod am os decir cóm o hay qu e distri­ bu ir los d erech os y la au t or id ad p olít icos h abrem os de in dagar el propósito, o telos, de la política.Ten drem os qu e pregun tarn os para qué es una asociación política. Q u izá parezca un a pregun ta sin respuesta. A com u n idades polí­ ticas diferen tes les preocu parán asun tos diferen tes. Un a cosa es pre­ gu n tarse p or el pr opósit o de una flauta o de una un iversidad. Au n ­ qu e h ay cier t o m argen para discrepar, sus pr opósit os están m ás o m en os circu n scritos. El pr op ósit o de un a flauta tien e qu e ver con la m ú sica; el de un a u n iversidad, con la ed u cación . Pero ¿podr em os realm en te determ in ar el pr op ósit o o m eta de un a actividad política en cu an to tal? En estos días, n o pen sam os que la política ten ga un fin particular, sustan tivo; creem os que está abierta a los diversos fines qu e los ciu da­ dan os pu edan abrazar. ¿N o ten em os acaso eleccion es por esa razón , para qu e pu edan elegir, en cualqu ier m om en to, los propósitos y fines qu e qu ieren persegu ir colectivam en te? Atribu ir de an tem an o algún pr op ósit o o fin a la com u n idad política parece que coartaría el dere­ ch o de los ciu dadan os a decidir por sí m ism os. Cor r er ía adem ás el riesgo de im pon er valores qu e n o todos com parten . Nu estra ren uen ­ cia a im bu ir la política de un telos, o fin, determ in ado refleja una in­ qu ietu d por la libertad in dividual. Con sid er am os qu e la política es un p roced im ien to qu e per m ite a las person as escoger sus propios fmes. Aristóteles n o la con cebra de ese m od o. Para él, el pr opósit o de la política n o es establecer un m arco de derech os que sea n eutral en tre u n os fm es y otros, sin o for m ar bu en os ciu dadan os y cultivar un bu en carácter. Toda polis digna de ese nombre, que no sea una polis solo de nombre, debe dedicarse al fin de fomentar lo bueno. Si no, una aso­ ciación política degenera en una mera alianza. [...] Si no, además, la ley se convierte en un mero pacto [...] «en la garante de los derechos de los h ombres ante Jos demás», en vez de ser, com o debería, una norma de vida tal que haga que los miembros de la polis sean buenos y ju stos.3 Aristóteles critica a los que, con sidera él, son los dos prin cipales gr u p os qu e pu eden reclam ar la au t or idad política: los oligarcas y los dem ócratas. Cad a u n o tien e su razón , pero solo parcial. Los oligarcas m an tien en qu e ellos, los ricos, deben gobern ar. Los dem ócratas m an ­ tien en qu e h aber n acido libre debe ser el Cínico criterio para acceder a la ciudadan ía y a la au toridad política. Pero am bos gr u p os exageran su razón , pu es am bos distorsion an el pr opósit o de la com u n id ad p o ­ lítica. Los oligarcas se equ ivocan , p or q u e la com u n id ad polít ica n o existe solo para pr ot eger la pr opiedad o pr om over la pr osper idad econ óm ica. Si soló h ubiese esas dos cosas, los pr op iet ar ios se m er e­ cerían la m ayor tajada de la au t or id ad política. P or su parte, los d e­ m ócratas se equ ivocan , porqu e la com u n id ad econ óm ica n o existe solo para darle a la m ayoría lo qu e quiera. Por «dem ócratas» en ten día Aristóteles lo qu e n osotros llam aríam os «m ayoritaristas». N iega qu e el p r op ósit o de la política sea satisfacer las preferen cias de la m a­ yoría. Am b os lados pasan por alto el fin su pr em o de la asociación p o ­ lítica, qu e, segú n Aristóteles, es cultivar la virtu d de los ciu dadan os. El fin del Est ad o n o es «ofrecer una alian za para la m u tu a defen sa [...] o facilitar el in tercam bio econ óm ico y pr om over los lazos e co ­ n óm icos».6 Para Aristóteles, la política existe para algo superior. Exis­ te para apren der a llevar una vida buen a. El propósito de la política es n ada m ás y n ada m en os que posibilitar que las person as desarro­ llen sus capacidad es y virt u d es distin tivam en te h um an as: deliberar sobre el bien com ú n , adqu irir un buen ju icio práctico, participar en el au t ogob ier n o, cu idar del destin o de la com u n id ad en su con ­ ju n t o. Aristóteles r econ oce la utilidad de otras form as m en ores de aso­ ciación , com o los pactos defen sivos y los acu erdos de libre com ercio. Pero in siste en qu e a las asociacion es de ese tipo n o se las puede te­ n er por verdaderas com u n idades políticas. ¿Por qué n o? Porque sus fin es son lim itados. O rgan izacion es com o el T LC (el Tratado de Li­ bre Com er cio), la O T A N y la O M C se ocu pan solo de la segu ridad o del in tercam bio econ óm ico; n o con stituyen una form a com par t i­ da de vida qu e m old ee el carácter de los que participan de ella.Y lo m ism o se pu ede decir de un a ciu dad o de un Estado qu e se ocu pe solo de la segu ridad y del com er cio, y sea in diferen te a la edu cación m oral y cívica de los in dividu os que lo com pon en . «Si el espíritu de su in terrelación sigu iese sien do tras su u n ión el m ism o qu e cu an do vivían separados», escr ib e Ar ist ót eles, su asociación n o pu ed e ser con siderada realm en te una polis, o com u n idad política.7 «Un a polis n o es una asociación para residir en un m ism o lugar o para preven ir las in justicias m u tu as y facilitar los in tercam bios.» Si bien esas con sideracion es son n ecesarias para un a polis, n o son sufi­ cien tes. «El fin y el pr op ósit o de un a polis es la vida buen a, y las in s­ titucion es de la vida social son un m ed io para ese fin ».8 Si la com u n id ad política existe para pr om over la vida buen a, ¿cu áles son los efectos en la d istr ibu ción de cargos y h on ores? Lo qu e ocu r re con las flautas, pasa t am bién con la política: el r azon a­ m ien to de Aristóteles va del propósito del bien en cuestión a la m a­ n era apropiada de distribuirlo. «Q u ien es más con tribu yen a un a aso­ ciación de ese ten or» son los qu e sobresalen en la virtu d cívica, los m ejores a la h ora de deliberar sobre el bien com ú n . Los m ás gran des p or su excelen cia cívica — n o los m ás ricos, los m ás n um erosos o los m ás atractivos— son los qu e se m erecen la parte m ayor del r econ o­ cim ien to político y de la in flu en cia.9 Puesto qu e el fin de la política es la vida buen a, los cargos y h on o­ res m ás elevados deben de correspon der a quien es, com o Pericles, eran m ás gran des por su virtu d cívica y los m ejores en descubrir el bien com ú n . Los propietarios deberían tener voz. Las con sideracion es m ayoritarías deberían contar. Pero la m ayor in fluen cia debería correspon ­ der a quien es posean las cualidades de carácter y ju icio requeridas para decidir si hay qu e ir a la guerra con tra Esparta, y cuán do y cóm o. La razón de qu e person as com o Pericles (y Abrah am Lin coln ) deban ocu p ar los pu estos más elevados n o es, sim plem en te, qu e va­ yan a ejecu tar las políticas m ás sabias, con las qu e saldrán gan an do t odos. Es tam bién qu e la com u n id ad política existe, al m en os en parte, para h on rar y r ecom pen sar las virtu des cívicas. Acordar el re­ con ocim ien t o p ú b lico a qu ien es exh iban excelen cia cívica sirve al papel edu cativo qu e le cor r esp on d e a un a ciu dad bu en a. Aqu í, de n uevo, vem os qu e los aspectos t eleológicos y h on or íficos de la ju st i­ cia van ju n t os. ¿Se p u e d e s e r u n a pe r so n a bu en a si n o s e p a r t ic ip a EN LA PO LÍTICA? Si Aristóteles tien e razón en qu e el fin de la política es la vida buen a, sería fácil con clu ir qu e qu ien es exh iben las m ayores virtu des cívicas m erecen los m ayores cargos y h on ores. Pero ¿es cier t o qu e el objeto de la política es la vida buen a? C o m o poco, se trata de un a asevera­ ción con trovertida. H oy en día vem os la p olít ica, p o r lo gen eral, com o un m al n ecesario, n o com o un rasgo esen cial de la vida buen a. Cu an d o pen sam os en la política pen sam os en com pr om isos, act u a­ cion es de cara a la galería, in tereses especiales, cor r u p ción . In cluso el u so idealista de la política — com o in stru m en to de la ju st icia social, com o for m a de h acer del m u n d o un lu gar m ejor — con vierte a la política en un m ed io para un fin , un a vocación entre otras, n o en un aspecto esen cial del bien h um an o. ¿Por qu é, en ton ces, pen saba Aristóteles qu e participar en la p o ­ lítica era en cierta for m a esen cial para llevar un a vida buen a? ¿Por qu é n o p od em os llevar vidas perfectam en te buen as y virtuosas sin la política? La respuesta se en cu en tra en n uestra n aturaleza. Solo vivien do en una polis y par t icipan d o en la política realizam os p or com plet o n uestra n aturaleza de seres h u m an os. Aristóteles n os ve com o seres «con ceb id os para la asociación política en un gr ad o su p er ior a las abejas y dem ás an im ales gregarios». La razón qu e da es esta: la n atu­ raleza n o h ace n ada en van o, y los seres h u m an os, al con tr ar io qu e los dem ás an im ales, están dotados de la facultad del len guaje. O tros an im ales pu eden em itir son idos, y los son idos pu eden in dicar placer y dolor. Pero el ob jet o del len gu aje, capacidad distin tivam en te h u ­ m an a, n o es solo registrar el placer y el dolor. O b jet o suyo es decla­ rar qu é es ju st o y qu é n o, y distin guir lo qu e es d ebid o de lo qu e n o lo es. N o apreh en dem os las cosas en silen cio y lu ego las pon em os en palabras; el len gu aje es el m edio p or el que discern im os y delibera­ m os sobre el b ien .10 So lo en la asociación política, proclam a Aristóteles, p od em os ejercer n uestra capacidad distin tivam en te h um an a del len guaje, pues solo en la polis deliberam os con otros acerca de la ju st icia y la in jus­ ticia y la n aturaleza de la vida buen a. «Vem os, pues, qu e la polis exis­ te por n aturaleza y es an terior al in dividu o», escribe en el libro I de la Política.11 Por «an terior» en ten día an terior en cuan to a su fun ción o propósito, n o cron ológicam en t e an terior. Los in dividu os, las fam i­ lias y los clan es existían an tes que las ciu dades; pero solo en la polis p od em os realizar nuestra n aturaleza. N o som os autosuficien tes cuan ­ do estam os aislados, pues n o pod em os desarrollar n uestra capacidad de len gu aje y de practicar la deliberación m oral. El hombre aislado — incapaz de participar de los beneficios de la asociación política o que no necesita esa participación porque ya es autosuficiente— no forma parte de la polis y, por lo tanto, o es una bestia o es un dios.12 Así pu es, solo llevam os n uestra n aturaleza a su cu m p lim ien t o cu an d o ejer cem os la facultad del len gu aje, lo qu e a su vez requiere qu e deliberem os con otros acerca de lo qu e es debid o y de lo que n o lo es, de lo bu en o y de lo m alo, de la ju st icia y de la in justicia. Pero ¿por qu é, se pregun tará usted qu izá, solo en la política p o ­ dem os ejercer esa capacidad de len gu aje y de deliberar m oral m en te? ¿Por qu é n o pod em os h acerlo en la fam ilia, en los clan es o en una asociación privada? Para respon d er, h abr em os de ten er en cuen ta cóm o form ula Aristóteles la virtud y la vida buen a en la Etica a N i­ cómaco. A u n q u e esta obr a trata esen cialm en t e de filosofía m oral, m uestra qu e adqu ir ir la virtud está ligado a ser un ciudadan o. La vida m oral tien e com o m eta la felicidad, pero p or felicidad Aristóteles n o en tien de lo m ism o qu e los utilitaristas, es decir, m axim izar el exceden te de placer con respecto al dolor. La person a vir­ tuosa es alguien qu e disfruta y sufre con las cosas debidas. Si alguien disfruta vien d o un a pelea de perros, p or ejem plo, con siderar em os qu e se trata de un vicio que debe superar, n o de una verdadera fuen ­ te de felicidad. La excelen cia m oral n o con siste en sum ar placeres y pen as, sin o en d ispon er esos afectos de m od o qu e n os deleitem os con cosas n obles y sufram os con las despreciables. La felicidad n o es un estado de la m en te, sin o una form a de ser, «una actividad del alma qu e con cu erda con la vir t u d ».13' Pero ¿por qu é hay qu e vivir en un a polis para llevar un a vida virtu osa? ¿P or qu é n o p od em o s apren der u n os p r in cip ios m orales cor r ectos en casa o en un a clase de filosofía o leyen do un libro de ética, y aplicarlos lu ego cu an d o h aga taita? Aristóteles dice qu e 110 n os con ver t im os en vir t u osos p or esa vía. «La vir t u d m or al surge com o resu ltado de un h ábito.» Es un a de esas cosas que se apren den h acién dolas. «Ad qu ir im os virtu des practicán dolas, tal y com o ocu rre con las ar t es.»14 Apr en d er h a c ie n d o A ese respecto, adqu irir un a virtu d es com o apren der a tocar la flauta. N ad ie apren de a tocar un in stru m en to m usical por leer un libro o asistir a una clase. H ay que practicar.Y vien e bien escuch ar a m úsicos com peten t es y oír cóm o tocan . N ad ie se con vierte en violin ista sin h aberse ejercitado con el arco. Lo m ism o pasa con la virtu d m oral: «N o s volvem os ju st o s h acien do actos ju st os, t em per ados h acien do actos tem perados, valien tes h acien do actos valien tes».15 Se parece a otras actividades prácticas y destrezas, cocin ar por ejem plo. Se pu blican m u ch os libros de cocin a, pero n adie se co n ­ vierte en un gran cocin er o solo porqu e los haya leído. H ay qu e h a­ ber cocin ad o m uch o. Con t ar ch istes es otro ejem plo. N o se con vier­ te u n o en cóm ico leyen do libros de ch istes y recopilan do an écdotas divertidas. T am p oco basta con apren der los p r in cip ios del h um or. H ay qu e practicar — el ritm o, los tiem pos, los gestos, el t on o— y fijarse m u ch o en Jack Ben n y, e n jo h n n y Car son , en Ed d y M u r ph y o en R o b in W illiam s. Si la virtu d m oral se apren de con la práctica, en pr im er lugar t en d rem os qu e adqu ir ir de algún m od o los h ábitos debidos. Segú n Aristóteles, ese es el propósito pr im ar io de la ley: cultivar los h ábitos qu e llevan a un carácter buen o. «Los legisladores h acen qu e los ciu ­ dadan os sean bu en os for m an d o en ellos h ábitos, y ese es el deseo de t od o legislador, y qu ien es n o lo llevan a cabo n o dan la talla, y es en esto en lo qu e difiere una buen a con stitu ción de una m ala.» La ed u ­ cación m oral n o tien e por ob jet o tan to el prom u lgar reglas com o el for m ar h ábitos y m oldear el carácter. «N o su pon e una pequ eñ a dife­ ren cia [...] qu e n os for m em os un os h ábitos u otros desde m uy jó v e ­ n es; su p on e una m uy gran de o, m ejor dich o, (oda la diferen cia.»16 Q u e Aristóteles resalte el h ábito n o sign ifica qu e pen sase que la virtu d m oral es un a form a de con du cta in culcada m edian te la rutin a. El h ábito es el pr im er paso de la edu cación m oral. Pero si t od o va bien , el h ábito acaba por pren der y es en ton ces cuan do le vem os el por qu é, ju d it h M artin , con ocid a com o «la señ ora M an eras», qu e es­ cribe sobre cuestion es de etiqu eta, se lam en tó en una ocasión de que se h u biera perdido el h ábito de en viar n otas de agradecim ien to. H oy en día d am os p o r sen t ado qu e los sen t im ien tos son an tes qu e las m an eras; m ien tras sien tas agrad ecim ien to, n o hará falta qu e te m o­ lestes con for m alid ad es. La señ ora M an er as n o está de acu er d o: «P ien so, por el con trario, qu e es más segu ro esperar qu e la práctica de un a con d u ct a apropiada acabe p or alen tar los sen tim ien tos vir­ t u osos; si escribes un buen n úm ero de n otas de agrad ecim ien to, al final sen tirás agrad ecim ien to aun que sea p or un m om e n t o».17 P recisam en te así es com o con cibe Ar ist ót eles la vir t u d m oral. In cu lcar un a con d u ct a virtuosa ayuda a adqu ir ir la d isposición de actuar virtu osam en te. Es h abitu al qu e se pien se que actuar m or alm en te sign ifica ac­ tuar segú n u n pr ecepto o regla. Pero Ar istóteles cree que con esa m an era de pen sar se pierde un rasgo distin tivo de la virt u d m oral. Se p u ed e con ocer la regla correcta y, sin em bar go, n o saber cóm o o cu án do hay qu e aplicarla. El ob jet o de la edu cación m oral es que se apren da a discern ir las características peculiares de una situ ación que requ ieren qu e se aplique tal regla en vez de tal otra. «Lo relativo a la con d u ct a y a qu é es bu en o para n osotros carece de fijeza, com o lo relativo a la salud. [...J Q u ien es actú an han de con siderar en cada caso qu é es lo m ás apropiado para la ocasión , tal y com o ocu rre tam ­ bién en la m edicin a y en la n avegación .»18 Solo se p u ed e decir una cosa de ín dole gen eral acerca de la vir­ tud m oral, n os explica Aristóteles: que con siste en un pu n t o m edio en tre los extrem os. Pero en seguida con ced e qu e esta gen eralidad n o n os lleva m uy lejos, ya qu e discern ir el pu n t o m edio en un a situa­ ción dada n o es fácil. El problem a estriba en h acer lo debid o «a la person a debida, en la m edida debida, a la h ora debida, por la razón debida y de la m an era d eb id a».19 Est o sign ifica qu e el h ábito, por esen cial qu e sea, n o lo es t odo en la virtu d m oral. Siem pre aparecen situ acion es n uevas y h em os de saber qu é h ábito es el apropiado dadas las circun stan cias. La virtud m oral, pu es, r equ iere del ju icio , un tipo de con ocim ien t o al qu e Ar ist ót eles llam a «sabiduría práctica». Al con tr ar io qu e el con o ci­ m ien t o cien tífico, qu e se refiere a «lo un iversal y n ecesar io»,20 el ob jet o de la sabiduría práctica es saber cóm o hay que actuar. D eb e «r econ ocer los particulares, pues es p r áct ica,y la práctica se refiere a los particu lares».21 Aristóteles defin e la sabiduría práctica com o «un estado, r azon ad o y cierto, en el qu e se tien e la capacidad de actuar con vistas al bien h u m an o».22 La sabiduría práctica es un a virtu d m oral con im plicacion es p o ­ líticas. Q u ien es tien en sabiduría práctica pu eden deliberar cor r ecta­ m en te sobre lo qu e es un bien , n o solo para sí m ism os, sin o para sus con ciu d adan os y para los seres h u m an os en gen eral. Deliberar n o es filosofar, pu es atien de a lo cam bian te y particular. Se or ien t a a la acción en el aqu í y el ah ora. Pero es más que calcular. Q u ier e descu ­ brir cuál es el m ayor bien h u m an o qu e se pu ede con segu ir dadas las circu n stan cias.23 La p o l ít ic a y l a v id a bu en a P od em os ver ah ora con m ás claridad por qu é, segú n Aristóteles, la p olítica n o es u n a vocación m ás, por qu é es esen cial para la vida bu en a. En p r im er lugar, las leyes de la polis in culcan bu en os h ábitos, form an un b u en carácter y n os pon en en el cam in o de la virtu d cí­ vica. En segu n d o lugar, la vida de ciu dadan o posibilita que ejer za­ m os la capacidad de deliberar y de alcan zar la sabiduría práctica, una capacidad qu e, si n o, per m an ecer ía dor m ida. N o es este el tipo de cosas qu e pod am os h acer en casa. P odem os sen tarn os a un lado del cam in o y pregu n tarn os por las políticas que escoger íam os si t u viése­ m os que decidir. Pero eso n o es lo m ism o qu e participar en un a ac­ tu ación qu e realm en te im por te y cargar con la respon sabilidad del destin o de la com u n idad en tera. Solo llegarem os a ser bu en os deli­ beradores si b ajam os a la palestra, sopesam os las distin tas posibilida­ des, defen dem os n uestra postura, m an dam os y som os m an dados. En pocas palabras: si som os ciudadan os. La n oción de ciudadan ía de Aristóteles es m as elevada y exigen ­ te qu e la n uestra. Para él, la política n o es la econ om ía p or otros m ed ios. Su p r op ósit o es m ás elevado qu e m axim ízar la utilidad o p r op or cion ar reglas ju st as para per segu ir los in tereses in dividuales. Con sist e en un a expr esión de n uestra n atu raleza, en un a ocasión para el desen volvim ien t o de n uestras capacidades h um an as, en un aspecto esen cial de la vida buen a. La defensa de la esclavitud por Aristóteles N o codos estaban in cluidos en la ciudadan ía qu e Aristóteles celebra­ ba. Las m u jeres n o podían per ten ecer a ella; t am p oco los esclavos. Segú n Aristóteles, las naturalezas de aquellas y de estos n o los h acían aptos para ser ciu dadan os. Vem os ah ora tal exclu sión com o una in ­ ju st icia m an ifiesta. D eb e recordarse qu e esas in justicias persistieron du ran te m ás de dos m il añ os después de que Ar istóteles escribiese sus obras. La esclavitud n o se abolió en Estados U n id os hasta 1865 y las m u jeres obtu vieron el derech o de vot o solo en 1920. Sin em bar­ go, la persisten cia h istórica de tales in justicias n o exon era a Ar ist ót e­ les de h aberlas aceptado. En el caso de la esclavitud, n o solo la aceptó, sin o qu e ofreció unA ju st ificación filosófica. M erece la pen a exam in ar su defen sa de la esclavitud para ver qu é luz arroja sobre el con ju n t o de su teoría p o ­ lítica. Algu n os ven en el argu m en to qu e Aristóteles ofrece a favor de la esclavitud un defecto de su pen sam ien to teleológico en sí; otros, un a aplicación desen cam in ada de ese pen sam ien to en la qu e le o b ­ n ubilaron los preju icios de su época. N o creo qu e la defen sa de la esclavitud qu e h ace Aristóteles re­ vele un fallo qu e con d en e al con ju n t o de su teoría política, pero con vien e ver la fuerza de esta tajan te aseveración . Para Aristóteles, la ju sticia con siste en una con cordan cia. Asign ar los derech os equivale a buscar el t.eios de las in stitucion es y h acer que las person as desem peñ en los papeles sociales con los que con cuerden m ejor, los qu e posibiliten qu e lleguen a realizar su n aturaleza. Dar a las person as lo que se les debe significa darles los cargos y h on ores qu e se m erecen y los papeles sociales que sean acordes a su naturaleza. Las teorías políticas m odern as se sien ten in cóm odas con la idea de con cor d an cia. A las m odern as teorías liberales de la ju st icia, de Kan t a Raw ls, les in quieta que las ideas teleológicas ch oq u en con la libertad. Para ellas, el ob jet o de la ju st icia n o es la con cordan cia, sin o la elección . Asign ar derech os no es h acer que las person as desem pe­ ñen los papeles qu e Ies con vien en por n aturaleza; es dejar qu e elijan sus papeles por sí m ism as. D esd e este pu n to de vista, las n ocion es de telos y con cordan cia son sospech osas, peligrosas in cluso. ¿Q u ién va a d ecir m e el papel con el qu e estoy en con cordan cia o qu e es m ás apropiado a m i n a­ turaleza? Si n o ten go libertad para escoger m i pr opio papel social, bien p u ed e ocu r rir qu e se m e fuerce a desem peñ ar un papel en con ­ tra de m i volu n tad. Por lo tan to, el p r in cip io de la con cor dan cia pu ede deslizarse con facilidad h acia la esclavitud si los qu e ocu pan el pod er deciden que un cierto gr u p o con cu erda, por una razón u otra, con un papel su bordin ado. M otivada por esa in quietu d, la teoría política liberal sostien e que n o hay qu e asign ar los papeles sociales segú n la con cordan cia, sin o con for m e a lo qu e se escoja. En vez de h acer que las person as desem ­ peñ en los papeles que cream os qu e con ven gan a su naturaleza, debe­ m os perm itir qu e los escojan ellas. La esclavitud es m ala, según este pu n t o de vista, porque obliga a los in dividuos a desem peñ ar papeles qu e n o han elegido. La solu ción con siste en prescin dir de una ética del telos en favor de un a ética de la elección y del con sen tim ien to. Pero esta con clu sión es apresurada. La defen sa qu e h izo Ar ist ó­ teles de la esclavitud n o es una pru eba con tra el pen sam ien to t eleológico. M u y al con trario, la teoría de la ju st icia del pr opio Aristóteles ofrece abu n dan tes recu rsos para criticar las opin ion es qu e él ten ía sobre la esclavitud. En realidad, su for m a de con ceb ir la ju st icia, co m o con cordan cia, es m ás exigen te n ioraím en te, y poten cialm en te m ás crítica de las asign acion es de trabajo existen tes, qu e las teorías basadas en la elección y el con sen tim ien to. Para ver qu e es así, exa­ m in em os el argu m en to de Aristóteles. Para qu e la esclavitud sea ju st a, según Aristóteles, se deben cu m ­ plir dos con dicion es: qu e sea n ecesaria y qu e sea n atural. La esclavi­ tud es n ecesaria, arguye Aristóteles, porqu e alguien ten drá qu e o cu ­ parse de las tareas dom ést icas si los ciu dadan os tien en qu e pasar m u ch o t iem po en la asam blea deliberan do sobre el bien com ú n . La polis requ iere un a división del trabajo. A n o ser qu e se in ven ten m á­ quin as qu e se en carguen de las tareas serviles, algun as person as debe­ rán en cargarse de las n ecesidades de la vida para qu e otros ten gan las m an os libres para participar en la política. Aristóteles, pu es, con clu ye qu e la esclavitud es n ecesaria. Pero la n ecesidad n o basta. Para qu e la esclavitud sea ju st a, tien e tam bién qu e ocu r rir qu e ciertas person as con cu erden por n aturaleza con el papel de esclavos.2-1Así qu e Aristóteles se pregun ta si hay «person as para las que la esclavitud es una con dición m ejor y ju st a, o si es cier ­ to lo con trario y toda esclavitud se op on e a la n aturaleza».25 Aristóteles llega a la con clu sión de qu e tales person as existen . H ay person as qu e h an n acido para esclavas. Difieren de las person as com u n es com o el cu er p o difiere del alm a.Tales person as «son escla­ vas p or n aturaleza, y lo m ejor para ellas [...] es qu e estén som etidas a un am o»."6 «Un h om bre es, pu es, por n aturaleza esclavo si es susceptible de con vertirse (y esta es la razón de qu e realm en te se con vierta) en la propiedad de otro, y si participa de la razón en la medida en que la apre­ h en de de otro pero está desprovista de ella por sí m ism o.»27 «Tal y com o algu n os son libres por n aturaleza, otros por n atura­ leza son esclavos, y para estos últim os la con dición de la esclavitud es a la vez ben éfica y ju st a.»28 Aristóteles parece percibir qu e algo es cuestion able en lo que está d icien d o, pu es r áp id am en t e lo descalifica: «P ero es fácil ver qu e qu ien es m an tien en un pu n to de vista con trario tien en tam bién en parte razón ».29 Aristóteles, al observar la esclavitud tal y com o era en la Aten as de su tiem po, ten ía qu e adm itir qu e los críticos n o an ­ daban del t od o desen cam in ados. M u ch os esclavos se hallaban en esa con dición por un a razón pu ram en te con tin gen te: an tes eran in divi­ du os libres, pero los h abían captu rado en un a gu erra. Su con dición de esclavos n o ten ía n ada qu e ver con qu e con cordaran con ese pa­ pel. Para ellos, la esclavitud n o era n atural, sin o el resu ltado de la mala suerte. Segú n las pautas del pr opio Aristóteles, su esclavitud era in justa: «N o todos los qu e son en la realidad esclavos u h om bres li­ bres son por n aturaleza esclavos u h om bres libres».30 ¿C ó m o se pu ede decir quién con cu erda con ser esclavo?, se pre­ gu n ta Aristóteles. En pr in cip io, h abría qu e ver quién florece com o esclavo, si es qu e h ay algu ien , y quién se irrita o in ten ta huir. La n e­ cesidad de la fuerza es una bu en a in dicación de qu e el esclavo en cuestión n o con cuerda con el papel.3' Para Aristóteles, la coacción es sign o de in justicia, n o porqu e el con sen tim ien t o legitim e t od o pa­ pel, sin o porqu e la n ecesidad de usar la fuerza da a en ten der qu e n o hay un a con cordan cia n atural. A aquellos a quien es les toca un papel con gr u en t e con su n aturaleza ñ o h ace falta forzarlos. Para la teoría política liberal, la esclavitu d es in justa porqu e es coactiva. Para las teorías t eleológicas, es in justa porqu e ch oca con n uestra n aturaleza; la coacción es un sín tom a de la in justicia, n o su fuen te. Es perfectam en te posible explicar, den tro de la ética del telos y de la con cordan cia, la in justicia de la esclavitud, y Aristóteles r eco­ rre parte del cam in o (pero n o todo) en esa dirección . La ética del reíos y de la con cor dan cia establece en realidad un patrón m oral m ás exigen te para la ju st icia en el lugar de trabajo que la ética liberal de la elección y el con sen tim ien to.32 P en sem os en un trabajo repetitivo, peligroso, por ejem plo el de qu ien es se pasan lar­ gas h oras en la pr odu cción en caden a en una plan ta procesadora de pollos. Esa form a de trabajo, ¿es ju st a o in justa? Para el libertario, la respuesta depen d e de qu e los trabajadores hayan in tercam biado librem en te su trabajo por un salario: si lo han h ech o, el trabajo es ju st o. Para Raw ls, el acu erdo sería ju st o solo si el libre in tercam bio de trabajo tuvo lu gar con el trasfon do de un as con d icion es equitativas. Para Aristóteles, ni siquiera basta con el con ­ sen tim ien to con un trasfon do de con d icion es equitativas, pues para qu e el trabajo sea ju st o tien e qu e con cor d ar con la n aturaleza del trabajador qu e lo realice. H ay trabajos qu e n o pasan esa prueba. Son tan p eligr osos y repetitivos, aturden tan to, qu e n o con cu erdan con un ser h u m an o. En esos casos, la ju st icia requ iere que el trabajo se reorgan ice segú n n uestra n aturaleza. Si n o, el trabajo será in justo de la m ism a form a que la esclavitud lo es. E l c o c h e c it o de g o l f d e C a se y M a r t in Casey M artin era un ju gad o r profesion al de go lf qu e ten ía un a pier­ na m al. A causa de un problem a de circu lación , an dar por el cam po d e go lf h acía qu e sufriese bastante d olor y corriese un grave riesgo de su frir h em orragias y fracturas. Pese a su discapacidad, M artin siem pre h abía sido m uy bu en o en ese deporte. For m ó parte del equ ipo u n i­ versitario de go lf de Stan ford en sus días de estudian te y después se h izo profesion al. M art in pid ió a la P G A (la Asociación P rofesion al de Golfistas) per m iso para desplazarse en los torn eos con un coch ecit o de golf. La PGA se lo n egó; dio com o razón un a de sus reglas, qu e proh ibía esos veh ícu los en los torn eos profesion ales. M artin llevó el caso a los tri­ bun ales. Argu m en taba qu e la Ley de Estadou n id en ses con D iscapa­ cidades, de 1990, exigía qu e se acom odasen las cosas en gr ad o razo­ n able para los discapacitados siem pre qu e ese cam bio «n o alterase en lo esen cia] la n aturaleza» de la actividad de qu e se tratase.33 Testificaron algun as gran des figuras del golf. Ar n old Palm er, Jack Nick lau s y Ken Ven turi defen dieron la proh ibición de esos coch eci­ tos. Sosten ían qu e la fatiga es u n factor im portan te en un tor n eo de go lf y qu e m on tar en un veh ícu lo en vez de an dar le daría a M artin una ven taja in justa. El caso fue al Tribu n al Su pr em o de Est ad os U n id os, d on d e los ju e ce s h u bieron de vérselas con lo qu e parecía una ton tería, in ferior a su d ign idad y al m ism o t iem po ajen a a sus con ocim ien t os: «Al­ gu ien qu e va de h oyo en h oyo p or el cam po de go lf con un ve­ h ículo, ¿es de verdad un golfista?».34 Sin em bar go, lo cier t o era que el caso suscitaba un problem a relativo a la ju st icia con cebida de un m od o pu r am en te ar istotélico: para decidir si M artin tenía derech o a un coch ecit o de golf, el tribu ­ nal ten ía qu e d et er m in ar la n aturaleza esen cial de la actividad en cu est ión . R e co r r e r an dan do el cam po, ¿perten ecía a la esen cia del go lf o solo le era in ciden tal? Si, com o aseveraba la P GA, cam in ar era un aspecto esen cial de ese deporte, dejarle a M artin que m on tase en un veh ícu lo «alteraría fu n dam en talm en te la n aturaleza» del ju e go . Para resolver un problem a de derech os el tribun al ten ía qu e d et er ­ m in ar el telas, o n aturaleza esen cial, del ju ego . El tribu n al sen t en ció p or siete vot os con tr a dos qu e M artin ten ía d er ech o a usar un coch ecit o de golf. El ju e z Jo h n Paul St e- ven s, qu e redactó el voto m ayoritario, an alizaba la h istoria del go lf y llegaba a la con clu sión de que el uso de veh ícu los n o era in com p a­ tible con el carácter fu n dam en tal del ju e go . «D esd e sus p r im er os t iem p os, la esen cia del ju e go h an sido los lan zam ien tos, valerse de un palo para qu e una bola vaya del tee a un h oyo qu e está a cierta distan cia p or m edio del m en or n ú m er o de golp es qu e sea p osi­ ble.»35 En cu an to a la afirm ación de qu e cam in ar p on e a pr u eba la resisten cia física de los ju gad or es, Steven s citó el t est im on io de un p r ofesor de fisiología, que h abía calcu lado qu e solo se gastaban unas qu in ien t as k ilocalor ías en r ecor r er an d an do los d iecioch o h oyos, «n u tricion alm en te, m en os qu e las qu e hay en un a Big M ac».3* C o m o el go lf es «un a actividad de baja in ten sidad, la fatiga es sobre todo un fen óm en o p sico ló gico en el qu e el estrés y la m otivación son los elem en t os clave».'7 El tribun al llegó a la con clu sión de qu e ten er con la discapacidad de M artin la con sideración de dejarle qu e m on ­ tase en un coch ecit o de go lf n o alteraría en lo fu n dam en tal el ju e go ni le daría un a ven taja in justa. El ju e z An ton in Scalia discrepó. En un b r ioso voto particular, n egó qu e el Tribu n al Su p r em o pu d iese d et er m in ar la n atu raleza esen cial del golf. N o defen día sim plem en te que los ju eces careciesen de la au t or id ad o com peten cia para dirim ir esa cu est ión , sin o que pon ía en en tredich o la prem isa aristotélica qu e se escon día bajo la opin ión del tribun al, a saber, qu e es posible razon ar sobre el telos o n aturaleza esen cial de un ju e go : De ordinario, decir de algo que es «esencial» equivale a decir que es necesario para la consecución de un cierto objetivo. Pero como está en la naturaleza misma de un ju ego que no tiene otro objetivo que el entretenimiento (eso es lo que distingue a los ju egos de la actividad productiva), es completamente imposible decir de cualquiera de las arbitrarias reglas de un ju ego que es «esencial».38 C o m o las reglas del go lf «son (com o en todos los ju egos) en te­ ram en te arbitrarias», escribía Scalia, n o hay fu n dam en to algun o para evaluar críticam en te las reglas establecidas por la P GA. Si a los afi­ cion ad os n o les gustan , «pueden retirar su in terés». Pero n adie pu ede decir qu e tal o cual regla carece de im por tan cia en lo que se refiere a las h abilidades que se su pon e que el go lf pon e a prueba. El ar gu m en t o de Scalia es cuestion able p or varias razon es. En p r im er lugar, h ace de m en os a los depor tes. N in gú n aficion ado de verdad h ablaría de los deportes de esa for m a, com o si se rigiesen por reglas com p let am en t e arbitrarias y n o tu viesen n in gú n verdadero ob jet o o razón de ser. Si la gen te creyese realm en te que las reglas de su depor te favorito son arbitrarias, en el sen tido de qu e n o h an sido con cebidas para qu e se luzcan y celebren ciertas h abilidades y ciertos tipos de talen to qu e m erece la pen a adm irab le sería difícil in teresar­ se p or el resultado del ju e go . £1 deporte se rebajaría hasta con vertirse en un m ero espectácu lo, un a form a de en tr et en im ien t o en vez de algo qu e se aprecia. En segu n d o lugar, es per fectam en te posible discu t ir sobre el m érito de las diferen tes reglas y pregun tarse si m ejoran o corrom pen el ju ego . Esas discu sion es tien en lugar todo el tiem po, sea en tre qu ie­ n es llam an a los program as de radio o en tre qu ien es d ir igen el d e­ porte en cuestión . Fijém on os en el debate sobre un a regla del béis­ bol, la del «batead or design ado». H ay qu ien es dicen que m ejora el ju e go porqu e gracias a ella son los m ejores bateadores los qu e batean y a los qu e n o lo son tan to se les evita qu e pasen p or un calvario. O tr os dicen qu e perju dica, ya qu e exagera el papel del bateo y eli­ m in a com plejas con sideracion es estratégicas. Cad a una de esas pos­ turas se basa en un a cierta con cepción del ob jet o del m ejor béisbol: ¿qu é h abilidades pon e a pru eba y qu é aptitu des y virtu des celebra y prem ia? El debate sobre la regla del bateador design ado es, en últim a in stan cia, un debate sobre el telos del béisbol, tal y com o el debate sobre la acción afirm ativa es un debate sobre el pr opósit o de las u n i­ versidades. Por ú ltim o. Scalia, al n egar qu e el go lf ten ga un telos, pasa por alto por com p let o el aspecto h on or ífico de la disputa. ¿Cu ál fue el ob jet o, al fin y al cabo, de los cuatro añ os qu e du r ó el caso del c o ­ ch ecit o de golf? Su perficialm en te, se discu tió sobre la equ idad . La P GA y los gran des del go lf aseveraban qu e dejar qu e M artin se des- p lazase en un veh ículo le con feriría una ventaja y n o sería equitativo; M artin replicaba que, dada su discapacidad, el veh ícu lo solam en te igualaría las con dicion es. Si la equ idad h ubiera sido lo ú n ico en ju ego, sin em bargo, habría h abido un a solu ción eviden te: qu e todos los golfistas pudiesen des­ plazarse por el cam po con un veh ículo. Si codos pudiesen h acerlo, la acu sación de in equidad desaparecería. Pero esa solución era un an ate­ m a para el go lf profesion al, m ás in con cebible aún que h acer una e x­ cepción con Casey M artin . ¿Por qu é? Porque la disputa n o era tanto por la equ id ad com o por el h on or y el recon ocim ien t o, en con cr e­ to por el deseo de la P GA y de los ju gad or es m ás im portan tes de que su deporte fuese recon ocido y respecado com o una actividad atlécica. D éjesem e que lo diga de la m an era m ás delicada posible: los golfiscas son un tan to susceptibles en lo qu e se refiere a la n aturaleza de su d eporte. En él n o hay qu e cor r er o saltar, y la bola se queda qu ieta. N ad ie du da de qu e el go lf requiere de m uch a h abilidad. Pero el h on or y el r econ ocim ien t o qu e se les con ced e a los ju gad or es de go lf m ás gran des depen den de qu e se pu ed a con siderar qu e su d e­ port e es una com petición físicam en te exigen te. Si ese depor t e en el qu e destacan se pudiese ju gar m ovién dose con un veh ículo, se p on ­ dría en en tr ed ich o o dism in u iría su r econ ocim ien t o com o atletas. Est o explica quizá la veh em en cia con qu e algun os golfistas profesio­ n ales se opu sieron a la petición de Casey M artin de recorrer el cam ­ p o m on t ad o en un veh ícu lo. Tom Kite, qu e llevaba par ticipan do vein t icin co añ os en las com p et icion es de la P GA, escr ib ió lo si­ gu ien t e en un artículo pu blicado por el N ew York Tim es: Me parece que quienes apoyan el derecho de Casey Martin a usar un vehículo ignoran que estamos hablando de un deporte de com petición . (...] Estamos hablando de acon tecim ien tos atléticos. Y quien piense que el golf profesional no es un deporte atlético es que no lo ha visto nunca o no se ha dedicado a él.39 Sea cierto lo que sea en cuan to a la n aturaleza esen cial del golf, el pr oceso federal por el veh ículo de Casey M artin ilustra vivam en te la teoría d e la ju st icia en u n ciada por Aristóteles. Los debates sobre la ju st icia y los derech os son a m en u do, es in evitable, debates sobre el p r op ósit o de algu n a in stitu ción social, los bien es qu e asign a y las virtu des qu e h on ra y celebra. Por m u ch o que in ten tem os qu e la ley sea n eutral en esas cu estion es, qu izá n o resulte posible decir qué es ju st o sin som eter a discu sión la n aturaleza de la vida buen a. ¿Q ué nos debemos los unos a los otros? Los dilemas de la lealtad D ecir «lo sien to» siem pre cuesta. Pero decirlo en público, en n om bre de la propia n ación , pu ede ser especialm en te difícil. En los ú ltim os d ecen ios han abu n dado los debates at or m en tad os sobre si se debe ped ir perdón pú blicam en te por las in justicias h istóricas. D is c u l p a s y r e p a r a c io n e s Bu en a parte de la tensa política del perdón guarda relación con los h orrores com etidos durante la Segun da Guerra Mun dial. Alem an ia ha pagado miles de millon es de dólares en reparaciones por el H olocausto en form a de in dem n izacion es a los supervivien tes y al Estado de Israel.' A lo largo de los añ os, los dirigen tes políticos alemanes han expresado sus disculpas y aceptado la respon sabilidad por el pasado nazi en varios grados. En un discurso ante el Bun destag, el canciller alem án Kon rad Aden au er afirm aba en 1951 que «la abrum adora mayoría del pueblo alem án abom in aba de los crím en es com etidos con tra los ju d íos y no participó en ellos». Pero recon ocía que «en n om bre del pueblo alemán se han com etido crím en es inexpresables, que exigen una in dem n iza­ ción m oral y m aterial».2 En 2000, el presidente de Alem an ia, Joh an n es R au , se disculpó por el H olocau sto en un discurso ante la Kn esset is­ raelí, y pidió «perdón por lo qu e los alemanes hicieron».3 Jap ón ha sido m ás reacio a ped ir disculpas por sus atrocidades du ran te la gu erra. En los añ os treinta y cuaren ta, decen as de m iles de corean as y de otras m u jeres y jóv en es asiáticas fu eron llevadas a la fuerza a bu rdeles don d e, con vertidas en esclavas sexu ales, los solda­ dos jap on eses abusaban de ellas.4 D esd e los añ os n oven ta, Jap ón está su jet o a un a crecien te presión in tern acion al para qu e exprese for­ m alm en te sus discu lpas a las llam adas «m u jeres de con su elo» y las resarza. En esa década, un fon d o pr ivad o ofr eció com pen sacion es econ óm icas a las víctim as y algu n os dirigen tes jap on eses expresaron un as disculpas lim itadas.5 Pero h ace m uy poco, en 2007, el pr im er m in istro jap o n és Sh in zo Abe aseveraba qu e el ejército de su n ación n o era respon sable de h aber im pu esto a aquellas m ujeres la esclavi­ tu d sexu al. El C o n gr e so de Est ados U n id os r eaccion ó apr oban do un a resolu ción qu e in staba al gob ier n o jap on és a r econ ocer for m al­ m en te el papel del ejército de Jap ón en la esclavización de las m u je­ res de con su elo y a que se disculpase p or ello.6 O tras polém icas relacion adas con peticion es de perdón son las referidas a las in justicias h istóricas com etidas con tra los pu eblos in ­ dígen as. En Australia h a h abido en los últim os añ os un en cen dido debate sobre las obligacion es que el Est ado tien e con los aborígen es. D esd e la década de 1910 hasta pr in cipios de los añ os seten ta, a los n iñ os aborígen es racialm en te m ixtos se los separaba a la fuerza de sus m adres y se los en tregaba a fam ilias de acogida blan cas o se los lleva­ ba a cam pam en tos (en la m ayor parte de los casos, las m adres eran aborígen es, y los padres, blan cos). Esa política per segu ía qu e los n i­ ñ os se asim ilasen a la socied ad blan ca y se acelerase la desapar ición de la cultura ab or igen .7 Tales secuestros, avalados p or el gobier n o, se describen en la pelícu la Generación robada, de 2002, qu e cu en ta la h istoria de tres niñas qu e se escaparon en 1931 de un cam pam en to y em pren dieron un viaje de dos m il kilóm etros para volver con sus m adres. En 1997, un a com isión australian a de derech os h u m an os d o cu ­ m en tó las cru eldades sufridas por la «gen eración robada» de ab or íge­ nes, y r ecom en dó que todos los añ os se celebrase un día de petición n acion al de per d ón .8Joh n H ow ard, el pr im er m in istro por en ton ces, se opu so a qu e se expresasen oficialm en te disculpas. La petición de perdón se con vir t ió en una cuestión can den te de la polid ca austra­ lian a. En 2008, Kevin R u d d , recién elegid o pr im er m in istro, h izo pú blica un a disculpa oficial an te los aborígen es. Au n qu e n o les ofr e­ ció com pen sacion es person ales, pr om etió qu e se tom arían m edidas para su perar la postración social y econ óm ica de la población in dí­ gen a australian a.9 Tam bién en Estados U n id os han gan ado im portan cia en los úl­ t im os añ os los debates sobre el ofrecim ien to pú blico de disculpas y reparacion es, En 1988, el presiden te R o n ald R e agan ofreció discul­ pas en form a de ley a los estadoun iden ses de or igen jap on és por su con fin am ien t o du ran te la Segu n d a Gu err a M u n dial en cam pos de in tern am ien t o de la Cost a O est e."1 Adem ás de las disculpas, esa ley con ced ía un a in dem n ización de 20.000 dólares a los in tern ados que todavía vivían y fon d os para la pr om oción de la cultura jap o n e saam er ican a y el con ocim ien t o de la h istoria de los estadou n iden ses de or igen jap on és. En 1993, el Con gr eso pedía perdón p or una in ­ ju st icia h ist ór ica m ás lejan a: el der r ocam ien t o, un siglo an tes, del rein o in depen dien te de H aw ai.11 Q u izá la m ás acu cian te de las pet icion es de perdón aún pen ­ dien tes en Estados U n id os es la qu e se refiere a la h eren cia de la es­ clavitud. La prom esa de la gu erra civil, «cuaren ta acres y un a m uía» para los ex esclavos, n un ca se con virtió en realidad. En la década de 1990, el m ovim ien t o en favor de las reparacion es a los n egros con ci­ tó un in terés ren ovado.12 D esd e 1989, el con gresista Joh n Con yers vien e p r op on ien d o todos los añ os in iciativas legislativas para crear u n a com isión qu e estu die las reparacion es a los afr oam er ican os.13 A u n q u e son m uch as las organ izacion es afroam erican as y los gr u pos de d er ech os civiles qu e apoyan la idea de las reparacion es, n o ha p ren dido en el pú blico en gen er al.14 Las en cuestas m uestran qu e una m ayoría de los afr oam er ican os están a favor de las reparacion es, m ien tras qu e solo un 4 p o r cien to de los blan cos opin a lo m ism o.15 Au n qu e el m ovim ien t o a favor de las reparacion es quizá se haya estan cado, en los últim os añ os ha h abido un a oleada de peticion es oficiales de perdón . En 2007,Virgin ia, qu e fue el m ayor estado escla­ vista, se con vir t ió en el pr im er o en discu lparse p or la esclavit u d.Ir* Algu n os otros estados — Alabam a, M arylan d, Car olin a del N or t e, N e w Jersey, Flor id a— lo h icieron a con t in u ación .17Y en 2008, la Cám ar a de Rep r esen t an tes apr obó un a resolu ción en la que pedía perdón a los afroam erican os por la esclavitud y por la era de segr e­ gación racial llam ada de Jim Crow , que se ext en d ió hasta m ediados del siglo x x . ,B ¿Deben discu lparse las n acion es p or sus in justicias h istóricas? Para respon d er esta pr egu n ta h em os de pen sar en algu n as arduas cuestion es relativas a la respon sabilidad colectiva y las exigen cias co ­ m un itarias. Las prin cipales ju st ificacion es del ofrecim ien to pú blico de dis­ culpas son : h on rar el recuerdo de qu ien es sufrieron in justicias a m a­ n os (o en el n om bre) de la com u n idad política, r econ ocer los efectos persisten tes de la in justicia en las víctim as y sus descen dien tes, y ex­ piar el mal qu e h icieron los que in fligían las in justicias o n o las im ­ pid ieron . Al ser gestos pú blicos, las pet icion es de perdón oficiales pu eden servir para restañ ar las h eridas del pasado y crear los cim ien ­ tos de la r econ ciliación m oral y política. Las reparacion es y otras form as de restitución econ óm ica se pu eden ju st ificar de m od o pare­ cido, com o expresion es tan gibles de en m ien da y del perdón pedido. P u eden aliviar tam bién los efectos de la in justicia en las víctim as o en sus descen dien tes. Q u e estas con sideracion es ten gan fuerza su ficien te para ju st ifi­ car un a petición de perdón d ep en d e de las circun stan cias. En algu ­ n os casos, qu e se in ten te pedir perdón pú blicam en te o reparar el mal in fligid o p u ed e h acer m ás dañ o qu e otra cosa: in flam a viejas an i­ m adversion es, con solida las en em istades h istóricas, en raíza el victim ism o o gen era resen tim ien tos. Q u ien es se op on en a las peticion es públicas de perdón suelen expresar este tipo de in quietu des. Para el ju ic io político, su pon e un com p lejo problem a determ in ar la pr oba­ bilid ad de qu e un a petición de perdón o de qu e un a restitución va­ yan a resultar ben éficas para la com u n idad política, un a vez tom ados en con sideración todos los factores. La respuesta variará de un os ca­ sos a otros. ¿D e b e m o s e x p ía * l o s p e c a d o s d e n u e s t r o s p r e d e c e s o r e s ? N o obstan te, m e gustaría cen trarm e en otro argu m en to, al qu e su e­ len recu r r ir quien es se op on en a qu e se pidan pú blicam en te discul­ pas por las in justicias h istóricas, un ar gu m en to de pr in cipio qu e n o d epen d e de las con tin gen cias de la situación : que los in dividuos de la gen er ación presen te n o tien en por qu é — en realidad, ni siqu iera p u ed en — ped ir perdón por lo qu e h icieron gen eracion es an t er io­ r es.19 Pedir per dón por un a in justicia es, al fin y al cabo, aceptar cier­ ta respon sabilidad al respecto. N o pu ede u n o pedir perdón por algo que n o ha hech o. En ton ces, ¿cóm o podría un o disculparse por algo que se h izo an tes de que n aciese? Jo h n H ow ard, el p r im er m in istro australian o, dio la sigu ien te razón para n egarse a qu e se ofreciera una disculpa oficial a los aborí­ gen es: «N o creo que la actual gen eración de australian os deba pedir perdón form alm en te y aceptar una respon sabilidad p or lo qu e h izo un a gen eración an terior».20 En el debate estadou n iden se sobre las reparacion es por la escla­ vitu d se presen tó un ar gu m en to parecido. H en ry H yde, con gresista repu blican o, criticó así la idea de pagar reparacion es: «Yo n un ca he ten ido un esclavo. N u n ca h e op r im id o a n adie. N o sé por qu é ten ­ dría qu e pagar p or alguien qu e los tuvo varias gen eracion es an tes de qu e yo n aciese».21 W alter E.W illiam s, econ om ista afroam erican o que se op on e a las reparacion es, expresó una opin ión sim ilar: «Si el Est a­ d o recibiese el din ero del raton cito Pérez o de San ta Clau s, m e pa­ recería de perlas. Pero el Est ad o ha de sacar el din ero de los ciu d a­ d an os, y n o vive h oy n in gu n o qu e haya sid o r espon sable de la esclavitu d».22 Cob r ar im pu estos a los ciu dadan os de h oy para pagar la repara­ ción de un a in justicia del pasado parece suscitar un problem a espe­ cial. Pero la m ism a dificu ltad su rge en los debates sobre peticion es de perdón qu e n o im plican com pen sacion es econ óm icas. En la pet ición de perdón , es el pen sam ien to lo qu e cu en ta, en con cr et o el del r econ ocim ien t o de la respon sabilidad. Todos p o d e­ m os deplorar una in justicia. Pero solo alguien que de algun a form a haya participado en la in justicia pide perdón por ella. Los críticos de las peticion es de perdón perciben correctam en te lo qu e está e n ju e ­ go m or alm en t e.Y n iegan qu e la gen eración actual pu eda ser m oralm en te respon sable de los pecados de sus an tepasados. Cu an d o la Asam blea Legislativa del estado de N ew Jersey d eba­ tió el asu n to de la pet ición de perdón en 2008, un m iem b r o de la asam blea repu blican o pregun tó: «¿Q u ién que viva h oy es culpable de h aber ten ido esclavos y, p or lo tan to, está en con d icion es de pedir per dón p or la ofen sa?». La repuesta obvia, pen saba, era qu e n adie: «Los actuales h abitan tes de N e w Jersey, in cluso los qu e pu eden re­ m on tar su progen ie hasta [...] poseedor es de esclavos, n o tien en una culpa o respon sabilidad colectiva por h ech os in justos en los que no tuvieron n ada qu e ver per son alm en te».23 Cu an d o la Cám ara de Repr esen tan tes de Estados U n id os se dis­ pon ía a votar un a petición de perdón por la esclavitud y la segr ega­ ción , un r epu blican o qu e criticaba esa m edida la com p ar ó a pedir perdón por lo qu e h icieron n uestros «tataratatarabuelos».24 In d i v i d u a l i s m o mo r a l N o es fácil desech ar la ob jeción de pr in cip io a las peticion es oficia­ les de perdón . Se basa en la idea de qu e som os respon sables solo de lo que n osotros m ism os h agam os, n o de las accion es de otros o de h e­ ch os qu e escapen de n uestro con trol. N o h em os de respon der por los pecad os de n uestros padres o abu elos o, tan to vale, de n uestros com patriotas. Pero el asu n to se for m u la así de m an era n egativa. La prin cipal ob jeció n a las p et icion es oficiales de discu lpas tien e p eso porqu e beb e de un a idea m oral atractiva y poten te. La podr íam os llam ar la idea del «in dividu alism o m oral». La doctrin a del in dividualism o m o­ ral n o es un dar por sen tado el egoísm o de los in dividu os, sin o una form u lación de lo que sign ifica ser libre. Para el in dividualista m ora], ser libre es estar su jet o solo a las obligacion es que volu n tariam en te h ago m ías; lo qu e les deba a otros, se lo debo solo en virtu d de algún acto de con sen tim ien t o: h aber op t ad o p or algo, una prom esa o un acu erdo qu e h e h ech o, tácita o explícitam en te. La idea de qu e m is respon sabilidades se lim itan a las qu e yo m is­ m o m e im p on go es liberadora. P resu pon e la libertad e in d epen d en ­ cia, en cu an to agen te m oral, de lo qu e cada u n o es en sí m ism o, su caren cia de lazos m orales previos, su capacidad de escoger sus p r o­ pios fin es. N i la costu m bre ni la tradición ni la con dición social que se h ereda: la fuen te de las ún icas obligacion es m orales qu e n os ligan es la Ubre elección de cada in dividu o. P u ede verse qu e esta m an era de con cebir la libertad deja p oco espacio para la respon sabilidad colectiva o para un deber de cargar m or alm en t e con las in justicias h istóricas per petr adas p or n uestros an tecesores. Si le prom etí a m i abu elo qu e pagaría sus deudas o que pediría perdón por sus pecados, sería otra cosa. M i deber de pech ar con la reparación sería una obligación fun dada en el con sen tim ien to, n o un a ob ligación que su ija de una iden tidad colectiva qu e se ex­ tien da a lo largo de las gen eracion es. A falta de una prom esa tal, el in dividualista m oral n o en cuen tra sen tido algun o en qu e se ten ga la m en or obligación de pagar p or los pecados de los an tecesores. Los pecad os, al fin y al cabo, eran suyos, n o m íos. Si la m an era que tien en los in dividualistas m orales de con cebir la libertad es correcta, qu ien es critican las peticion es oficiales de dis­ cu lpas n o an dan desen cam in ados: n o t en em os p or qu é cargar con las culpas de n uestros predecesores. Pero de lo qu e se trata es de m u ­ ch o m ás q u e discu lpas y r espon sabilidades colectivas. El pu n t o de vista in dividualista de la libertad aparece en las teorías de la ju st icia qu e m ás recon ocibles son en la política con tem porán ea. Si esa con ­ cepción de la libertad es deficien te, y yo creo qu e lo es, h abrem os de r epen sar algu n os de los rasgos fu n dam en tales de n uestra vida p ú ­ blica. C o m o h em os visto, las n ocion es de con sen tim ien t o y de libre elección pesan m u ch o, n o solo en la política con tem por án ea, sin o tam bién en las teorías m od ern as de la ju st icia. M irem os h acia atrás y veam os cóm o han acabado varias con cepcion es de la elección y el con sen tim ien to por in form ar n uestras prem isas actuales. U n a versión tem pran a de la idea de que cada u n o es en sí m is­ m o u n ser qu e elige se debe a Jo h n Lock e. Sosten ía qu e el gob ier n o legítim o debe basarse en el con sen tim ien to. ¿Por qué? P orqu e som os seres libres e in depen dien tes, qu e n o están sujetos a la au t or idad pa­ tern a o al derech o divin o de los reyes. C o m o som os «por n aturaleza tod os libres, iguales e in depen dien tes, n adie pu ede ser expu lsado de tal estado y qu edar som et ido al poder polít ico de otro sin su propio con sen tim ien to».25 Un siglo después, ’lm m an u el Kan t ofreció una versión m ás p o ­ derosa. Con t ra los filósofos utilitaristas y em piristas, Kan t sosten ía qu e debem os con ceb ir n os a n osotros m ism os com o algo m ás qu e un h az de preferen cias y deseos. Ser libre es ser au t ón om o, y ser au t ón om o es estar gob er n ad o por un a ley qu e m e doy a m í m ism o. La au t on om ía kan tian a es m ás exigen t e qu e el con sen tim ien t o. Cu an d o me doy la ley m oral, n o m e lim ito a escoger según mis d e­ seos o adh esion es con tin gen tes, sin o qu e m e aparto de m is in tereses y apegos particulares y pr om u lgo com o partícipe de la razón prácti­ ca pura. En el siglo x x ,Jo h n Raw ls adaptó la con cepción kan tian a de la au ton om ía de lo qu e u n o es en sí m ism o, y su teoría de la ju st icia b eb ió de ella. C o m o Kan t, Raw ls observaba qu e lo qu e escogem os refleja a m en u d o con tin gen cias m oralm en te arbitrarias. Q u e alguien op te p or trabajar en un taller de con fección , digam os, del Tercer M u n d o, con pésim as con d icion es laborales, reflejará segu ram en t e un a n ecesidad econ óm ica asfixian te, n o un a libre decisión en algún sen tido de la expresión d ign o de ser ceñido en cuen ta. Por lo tanto, si qu er em os qu e la socied ad con sista en un a orden ación volu n taria, n o podrem os basarla en el con sen tim ien to real; deberem os pr egu n ­ tarn os, en cam bio, qu é pr in cipios de la ju st icia acordaríam os si d ejá­ sem os a un lado n uestros in tereses y ven tajas particulares, si escogié­ sem os tras el velo de la ign oran cia. La idea de Kan t de un a volu n tad au t ón om a y la de Raw ls de un acu erdo h ipotético tras el velo de la ign oran cia tien en esto en c o ­ m ún : am bas con ciben el agen te m oral de m od o qu e sea in d ep en ­ dien te de sus fin es y ap egos particulares. Cu an d o pr om u lgam os la ley m oral (Kan t) o escogem os los pr in cipios de la ju st icia (Raw ls), lo h acem os sin referen cia algu n a a los papeles e iden tidades qu e n os sitú an en el m u n d o y h acen de n osotr os qu ien es en par t icu lar som os. Si al pen sar en la ju st icia h em os de ab st r aem os de n uestras iden tidades particu lares, costará defen der qu e los alem an es de h oy tien en algu n a obligación especial de pagar reparacion es p or el H o ­ locau sto o qu e los estad ou n iden ses de esta gen eración la tien en de en m en d ar la in ju sticia de la esclavitud y la segr egación . ¿P or qu é? P orqu e un a vez qu e he d ejad o aparte m i iden tidad de alem án o de est ad ou n id en se y con cib o qu e en m í m ism o soy libre e in d ep en ­ dien te, n o h ay base algu n a para qu e se diga qu e m i ob ligación de r em ed iar esas in ju sticias h ist ór icas es m ayor qu e la de cu alqu ier otro. C o n ceb ir a una person a com o un ser que en sí m ism o es libre e in depen dien te n o solo h ace qu e se vea de m an era distinta la respon ­ sabilidad colectiva entre las gen eracion es. T ien e adem ás una deriva­ ción de m ayor alcan ce: con cebir a los agen tes m orales de esa m an era afecta al m od o en que con cebim os la ju st icia m ás en gen eral. La idea de qu e de cada u n o es in depen dien t e en sí m ism o y en sí m ism o elige librem en te respalda otra, la de qu e los prin cipios de la ju sticia qu e defin en n uestros derech os n o deben descan sar en n in gun a con ­ cepción m oral o religiosa particular; por el con trario, se debe in ten ­ tar qu e sean n eutrales en tre las diferen tes vision es de cuál pu eda ser la vida bu en a. ¿D e b e se r el E st a d o n eu t r a l m o r a l m en t e? La idea de qu e el Est ad o debe aspirar a la n eu tralidad en lo qu e se refiere al sign ificado de la vida buen a se aparta de las an tiguas con ­ cep cion es de la política. Para Aristóteles, el pr opósit o de la política n o con siste solo en facilitar el in tercam bio econ óm ico y cu idar de la defen sa com ú n , sin o tam bién en cultivar el buen carácter y for m ar bu en os ciu d ad an os. Las discu sion es y ar gu m en t os sobre la ju st icia son , pu es, in evitablem en te discu sion es y ar gu m en t os sobre la vida bu en a. «An tes de que p od am os [in vestigar] la n atu raleza de un a con stitu ción ideal — escribía Aristóteles— , n os es n ecesar io d et er ­ m in ar la n aturaleza del m od o de vida m ás deseable. M ien tras p er m a­ n ezca en la oscu ridad, la n aturaleza de la con stitu ción ideal tam bién seguirá sien do oscu ra.»26 En n uestros días, la idea de qu e el ob jet o de la política es el cu l­ tivo de la virt u d les resulta a m u ch os ch ocan t e, h asta peligr osa. ¿Q u ién es n adie para decir en qu é con siste la virtu d? ¿Y si la gen te discrepa? Si la ley buscase la pr om oción de ciertos ideales m orales y r eligiosos, ¿n o abriría el cam in o a la in toleran cia y la coacción ? Si pen sam os en estados qu e in ten tan p r om o d o n ar la virtu d, n o se nos ven drá pr im er o a la cabeza la polis aten ien se; pen sar em os m ás bien en los fu n dam en talism os religiosos, del pasado y del presen te: ape­ d ream ien tos de adúlteras, burkas obligat orios, el ju ic io de las brujas de Salem , etcétera. Para Kan t y R aw ls, las teorías de la ju st icia qu e se basan en una con cep ción d eter m in ada de la vida bu en a, sea religiosa o secular, n o se com p ad ecen con la liber tad. Al im p on er a u n os los valores de otros, estas teorías n o respetan a la person a com o a un ser qu e en sí m ism o es libre e in d epen d ien t e, capaz de escoger sus propósit os y fin es. P or lo tan to, el ser qu e elige libr em en te p or lo qu e en sí m is­ m o es y el Est ad o n eu tral van de la m an o: pr ecisam en t e por qu e cada u n o de n osotros es un ser en sí m ism o libre e in d epen d ien t e n ecesitam os un m arco legal qu e sea n eutral en lo qu e se refiere a los fin es, qu e ren u n cie a tom ar partido, en las con troversias m or ales y religiosas, qu e deje a los ciu dadan os en libertad de escoger sus valo­ res p or sí solos. Algu n os podrían objet ar que n in gun a teoría de la ju st icia y de los derech os p u ede ser m oralm en te n eutral. H ay un nivel en el que esta afirm ación es m an ifiestam en te cierta. Kan t y Raw ls n o son re­ lativistas m orales. La idea m ism a de qu e las person as deben ser libres de escoger sus fin es por sí solas es una poderosa idea m oral. Pero n o le dice a usted cóm o debe vivir su vida. Solo requ iere que, sean cu a­ les sean los fin es que usted persiga, lo h aga de m od o qu e respete el d er ech o de los dem ás a h acer lo m ism o.-El atractivo de un m arco n eutral reside precisam en te en que ren un cia a establecer una form a preferida de vida o de con cepción de qué se ten ga por un bien . Kan t y Raw ls n o n iegan qu e estén p r opon ien d o ciertos ideales de orden m oral. Su luch a es con tra las teorías de la ju st icia que der i­ van los derech os de algun a con cepción de qué haya de ten erse por un bien . El u tilitarism o es una de esas teorías. Con sidera qu e el bien con siste en m axim izar el placer o el bien estar, y se pregun ta cuál es el sistem a de derech os qu e más probable es que lo con siga. Ar ist ót e­ les ofrece un a teoría m uy diferen te de qu é haya de ten erse por un bien . N o es un bien m axim izar el placer, sin o realizar n uestra n atu­ raleza y desarrollar n uestras capacidades h um an as distintivas. El razo­ n am ien to de Aristóteles es t eleológico en el sen tido de qu e parte de un a con cep ción determ in ada del bien h um an o. Ese es el m od o de razon ar qu e Kan t y Raw ls rech azan . Sost ie­ n en qu e lo qu e es d ebid o precede a qu é se ten ga por un bien . Los p r in cip ios qu e especifican n uestros deber es y d er ech os n o deben basarse en n in gun a con cepción de la vida buen a. Kan t escribe acerca de «la con fu sión de los filósofos en lo qu e con cier n e al pr in cip io su prem o de la m oral». Los filósofos an tiguos com etieron el error de «dedicar sus in vestigacion es éticas por com p let o a la defin ición del con cep t o de bien su prem o», y lu ego in ten taron h acer de ese bien «el fu n d am en t o d et er m in an t e de la ley m or al».27 Sin em bar go, segú n Kan t, así se invertía el orden de las cosas. Adem ás, n o se com pad ece con la libertad. Para qu e n os con cib am os com o seres au t ón om os, p r im er o t en em os qu e pr om u lgar la ley m oral. Solo en ton ces, un a vez h ayam os llegado al pr in cipio que defin e n uestros deberes y d e­ rech os, p od r em os pregu n tarn os qu é con cepcion es de qué se ha de ten er por un bien son com patibles con tal prin cipio. R aw ls expresa algo par ecido con respecto al pr in cipio de la ju s­ ticia: «Las libertades de la ciu dadan ía igual para todos n o están segu ­ ras cu an do se fun dam en tan en prin cipios t eleológicos».28 Es fácil ver por qu é cim en tar los derech os en cálcu los u tilitarios h ace qu e los derech os sean vuln erables. Si la ún ica razón para respetar mi derech o a la libertad religiosa es la pr om oción de la felicidad gen eral, ¿qu é su cede si un día una gran m ayoría desprecia m i r eligión y qu iere proh ibirla? Pero las teorías utilitaristas de la ju st icia 110 son los ú n icos blan ­ cos d e Raw ls y Kan t. Si lo qu e es d ebid o precede a qu é se ten ga por un bien , tam bién será errón ea la form a de Aristóteles de con cebir la ju st icia. Para Aristóteles, razon ar sobre la ju st icia es razon ar a partir del telos, o n aturaleza, del bien en cuestión . Para con cebir un orden político ju st o h em os de razon ar a partir de la n aturaleza de la vida buen a. N o pod r em os en con trar las directrices para una con stitu ción ju st a m ien tras n o sepam os cuál es la m ejor m an era de vivir. Raw ls discrepa: «La estructura de las doctrin as teleológicas está radicalm en ­ te m al con cebida: desde el pr in cipio, relacion an lo qu e es d eb id o y qu é se ten ga p or un bien de m an era equ ivocada. N o d eb em os in ­ ten tar dar form a a n uestra vida fiján don os pr im er o en lo que, según una defin ición in depen dien te, sea un bien ».2l> J u st ic ia y l ib e r t a d En este debate está en ju e go algo m ás que el problem a abstracto de cóm o d eber íam os razon ar sobre la ju st icia. El debate sobre la pr ior i­ dad de lo qu e es d eb id o sobre qu é se ten ga por un bien es en últim a in stan cia un debate sobre el sign ificado de la libertad h um an a. Kan t y Raw ls rech azan la teleología de Aristóteles porqu e n o parece dejar sitio para qu e escojam os n uestro bien . Es fácil ver qu e la teoría de Aristóteles en gen dra esa in quietu d. Para él, la ju st icia con siste en que haya un a con cordan cia en tre lo qu e se asign a a las person as y los fi­ nes o bien es apropiados a su n aturaleza. Pero n os in clin am os a con ­ siderar qu e la ju st icia tien e que ver con la elección , n o con la con ­ cordan cia. La defen sa de Raw ls de la p r ior id ad de lo qu e es debido sobre qu é se ten ga por un bien refleja la con vicción de qu e «un a person a m oral es un su jeto con fin es qu e él m ism o ha escogid o».30 En cu an ­ to agen tes m orales, estam os defin idos n o p or n uestros fin es, sin o por n uestra capacidad de escoger. «N o son n uestras m etas las que, an tes qu e n ada, revelan n uestra n aturaleza», sin o el arm azón qu e escoge­ ríam os para los derech os si pu diésem os abstr aem os de n uestras m e­ tas. «Pues lo qu e u n o es en sí m ism o vien e an tes qu e los fines a que se adh iere; hasta un fin dom in an te habrá de ser escogid o en tre n u­ m erosas posibilidades. [...] Por lo tanto, deberíam os in vertir la rela­ ción en tre lo qu e es d ebid o y qu é se tien e por un bien propuesta por las d oct r in as t eleológicas y con siderar que lo qu e es d eb id o vien e an tes.»31 La idea de qu e la ju st icia debe ser n eutral con respecto a las dis­ tintas con cep cion es de la vida buen a correspon de a una con cepción de la person a com o un ser qu e en sí m ism o carece de ataduras m o­ rales previas y escoge con libertad. Estas ideas, tom adas en su con ­ ju n t o , caracterizan el pen sam ien to político liberal m odern o. En Es­ tados U n id os, en el debate político, liberal sign ifica lo con tr ar io de con servador. N o em pleo de ese m od o la palabra cu an d o h ablo del «pen sam ien to político liberal». En realidad, u n o de los rasgos distin ­ tivos del debate p olít ico en Est ad os U n id os es qu e los ideales del Estado n eutral y de quien en sí m ism o tien e la libertad de elegir se pu eden en con trar a lo largo de todo el espectro político. Bu en a par­ te de la discu sión por el papel del Estado y de los m ercados trata de cuál es la m ejor m an era de capacitar a los in dividuos para qu e persi­ gan sus fin es por sí m isin os. Los liberales igualitarios están a favor de las libertades civiles y de los derech os sociales y econ óm icos básicos: el derech o a la aten ción san itaria, a la edu cación , a un puesto de trabajo, a u n os in gresos ga­ ran tizados, y así otros m u ch os. Sostien en qu e los in dividu os estarán en con dicion es de persegu ir sus propios fines solo si el Estado garan ­ tiza las circun stan cias m ateriales que perm itan 'u n a elección verdade­ ram en te libre. Desde los tiem pos del N e w Deal, los defen sores del Estado del bien estar en Estados Un id os basan sus argu m en tos m en os en la solid arid ad social y las obligacion es com u n itarias qu e en los derech os in dividuales y la libertad de elección . Cu an d o Franldin D. Ro osev elt pu so en march a la Segu r id ad Social en 1935, n o la an un ­ ció dicien do qu e expresaba las obligacion es m utuas que hay en tre los ciu dadan os, sin o qu e la diseñ ó de form a que se pareciese a un plan privado de pen sion es, fin an ciado por «con tribu cion es» de la n óm in a y n o por los in gresos fiscales gen erales.32Y cuan do, en 1944, presen tó las líneas gen erales del Est ado del bien estar estadou n iden se, lo h izo bajo la den om in ación de «declaración de derech os econ óm icos». N o ofreció un a ju stificación com un itaria; argüyó qu e esos derech os eran esen ciales para la «verdadera libertad econ óm ica», añ adien do que «un h om bre n ecesitado n o es un h om bre libre».33 P or su parte, los libertarios pro libre m ercado (a los qu e se suele llam ar con servad ores en la política estadou n iden se con tem por án ea, al m en os en cuestion es econ óm icas) defien den tam bién un Estado n eutral qu e respete lo qu e lo s in dividu os elijan . (El filósofo liberta­ r io pro libre m ercado Ko b e r t N ozick escribe qu e el Estado debe ser «escr u pu losam en t e [...] n eutral en tre sus ciu d adan os».)3*5 Pero dis­ crepan de los liberales igu alit ar ios acerca de las políticas qu e esos ideales requieren . Los libertarios, partidarios del íaissez-faire y con tra­ rios al Estado del bien estar, defien den los m ercados libres y sostien en qu e los in dividu os tien en derech o a qu edarse con el din ero qu e ga­ n en. «¿C ó m o p u ede un h om bre ser realm en te libre — se pregun taba Barr y Goldw ater, con ser vad or libertario y can didato repu blican o a la presiden cia en 1964— si n o pu ed e con tar con los fru tos de su trabajo para d ispon er de ellos com o quiera, si.se los trata co m o si fuesen parte de un fon do com ú n de riqu eza pú blica?»35 Para los li­ bertarios, un Estado n eutral requiere libertades civiles y un régim en estricto de derech os de la propiedad privada. El Estado del bien estar, sostien en , n o per m ite a los in dividu os escoger sus pr opios fin es, sin o que fuerza a «algunos por el bien de otros. Las teorías de la ju st icia que aspiran a la n eutralidad, sean iguali­ tarias o libertarias pro libre m ercado, tien en un gran atractivo. O fr e­ cen la esperan za de qu e la política y la Ju st icia se libren de qu edar em pan tan adas en las con troversias m orales y religiosas que abun dan en las sociedades pluralistas. Y expresan un a em br iagador a con cep ­ ción de la libertad h u m an a, qu e n os presen ta com o los autores de la ún ica obligación m oral que n os con striñ e. Pese a su atractivo, sin em bargo, esta visión de la libertad es d e­ ficien te, co m o lo es la aspiración a en con trar pr in cipios de ju st icia qu e sean n eutrales en tre las con cepcion es de la vida buen a que riva­ lizan en tre sí. Esta es al m en os la con clu sión a la qu e m e veo arrastrado.Tras lidiar con los argu m en tos filosóficos qu e h e expu esto y h abien do observa­ do cóm o resultan en la vida pública, n o creo qu e la libertad de elegir — ni siquiera la libertad de elegir en con d icion es equitativas— sea un fu n dam en to adecu ado para una sociedad ju st a. M ás aún , el in ten ­ to de dar con pr in cipios n eutrales de la ju sticia m e parece desen ca­ m in ado. N o siem pre es posible defin ir n uestros derech os y deberes sin abordar cuestion es m orales sustan tivas; y cu an do es posible, n o es deseable. Ah ora in ten taré explicar por qué. L a s e x ig e n c ia s d e la c o m u n id a d La debilidad de la con cepción liberal de la libertad está un ida a su atractivo. Si en ten dem os que cada u n o es en sí m ism o libre e in de­ pen dien te y n o está su jet o a ataduras m orales que n o haya escogido, n o pod r em os dar sen tido a una variedad de obligacion es m orales y políticas qu e por lo com ú n r econ ocem os e in cluso apreciam os. En ­ tre ellas están las obligacion es qu e dim an an de la solidaridad y de la lealtad, de la m em or ia h istórica y de la fe religiosa, esas exigen cias m orales qu e surgen de las com u n idades y t radicion es qu e m oldean n uestra iden tidad. A n o ser qu e pen sem os que, aun en sí m ism o, cada u n o tien e sus ataduras y está abierto a exigen cias m orales qu e n o ha pr om u lgad o él m ism o, resulta difícil dar sen tido a esos aspectos de n uestra m oral y de n uestra exper ien cia política. En los añ os och en ta, un a década después de que Teoría de la ju s­ ticia de Raw ls diese al liberalism o igualitario estadou n iden se su plena expresión filosófica, fueron varios — entre ellos yo m ism o— qu ien es pu sieron en en tredich o el ideal del qu e está libre en sí m ism o de ataduras y elige librem en te, y lo h icieron sigu ien do la pauta que aca­ bo de esbozar. Rech azab an qu e lo qu e es d eb id o preceda a qu é se ten ga por un bien , y sosten ían qu e n o p o d em os razon ar sobre la ju st icia h acien do abstracción de n uestras m etas y apegos. A estos crí­ ticos del liberalism o con tem por án eo se les llam ó «com un itaristas». La m ayoría de ellos n o se sen tía a gu st o con esa etiqu eta, pues parecía in sin uar una con cep ción relativista de la ju st icia, com o si fuese sen cillam en te lo que una com u n idad con creta defin iera que es. Pero esa in qu ietu d suscita una cuestión de peso: las ataduras com u ­ n itarias pu eden ser opresivas. La libertad liberal n ació com o an tídoto a las teorías políticas qu e con sign aban a las person as a destin os fija­ dos por la casta o la clase, el lugar en la vida o el ran go, la costum bre, la tradición o la categoría social h eredada. En t on ces, ¿cóm o es posi­ ble qu e se r econ ozca el peso m oral de la com u n id ad sin coartar la libertad h um an a? Si la con cepción volun tarista de la person a es d e­ m asiado parca — si n o todas n uestras ob ligacion es son el pr od u ct o de n uestra volu n tad— , ¿cóm o pod r em os vern os a n osotros m ism os con una situ ación y a la vez. sin em bargo, libres? Ser es q u e c u en t a n h is t o r ia s Alasdair M acln tyre ofrece un a poderosa respuesta a esa pregun ta. En su libro Tras la virtud (1981) expon e cóm o h acem os nuestros, en cuan ­ to agen tes m orales, propósitos y fines. C o m o alternativa a la con cep­ ción volun tarista de la person a, M ein tyre presen ta un a con cepción n arrativa. Los seres h um an os som os seres que cuen tan h istorias. Vivi­ m os nuestras vidas com o andanzas en un relato. «Solo pu edo respon ­ der la pregun ta “¿qué voy a h acer?” si pu edo respon der una pregun ta previa, “ ¿de qu é h istoria o h istorias resulta que form o parte?” .»36 Todas las n arr acion es vividas, observa M acln t yr e, tien en algo de t eleológicas. N o qu iere decir qu e ten gan un fin o p r op ósit o fijo establecid o p or un a au t or id ad extern a. La t eleología y la im pr ed ecibilid ad coexist en . «C o m o los per son ajes d e un a n arración ficticia, n o sab em os qu é pasará a co n t in u ació n , p er o n o p or ello dejan n uestras vidas de ten er un a cierta for m a qu e se proyecta h acia n ues­ tro futu ro.»J/ Vivir un a vida es pr osegu ir un a an dan za n arrable qu e aspira a un a cierta u n idad o coh eren cia. Cu an d o me en cu en tro con cam in os divergen tes in ten to saber cuál dará m ás sen tido a m i vida com o un t od o y a aqu ello p or lo qu e m e preocu po. La deliber ación m oral con siste m ás en in terpretar la h istoria de m i vida qu e en ejercer mi volun tad. Lleva a elegir, pero la elección deriva de la in terpretación ; n o es un acto soberan o de la volun tad. En cu alqu ier m om en to, pu e­ de que otros vean con m ayor claridad qu e yo qué cam in o de los qu e hay an te m í con cu erda m ejor con la trayectoria de m i vida; tras re­ flexion ar, pu ede qu e ten ga qu e decir qu e m i am igo m e con oce m e­ jo r que yo m ism o. La con cepción narrativa de la capacidad de actuar en el orden m oral tien e la virtu d de perm itir esta posibilidad. M uestra adem ás qu e la deliberación m oral su pon e una reflexión qu e tien e lu gar den tro de esas h istorias más vastas de las que m i vida form a parte, h istorias que son adem ás el o b jet o de esa m ism a re­ flexión . C o m o escr ibe M acln tyre, «n un ca podr é buscar el bien o ejercer las virtu des qua in d ivid u o».38 P u ed o dar sen tido a la n arra­ ción de mi vida solo si llego a saldar las cuen tas con las h istorias en qu e m e en cu en tro in m erso. Para M acln tyre (com o para Aristóteles), el aspecto n arrativo, o teleológico, de la reflexión m oral está ligado a la adscr ipción y al ser parte de algo. Todos nos acercamos a nuestras propias circunstancias siendo por­ tadores de una identidad social particular. Soy el hijo o la hija de al­ guien, el primo o el tío; soy un ciudadano de esta ciudad o de tal otra, estoy adscrito a tal o cual gremio o profesión; pertenezco a este clan, a esta tribu, a esta nación. Por tanto, bueno para mí tendrá que ser lo que lo sea para quien desempeñe esos papeles. Com o tal, heredo del pasado de mi familia, de mi ciudad, de mi tribu, de mi nación, una variedad de deudas, herencias, expectativas justificadas y obligaciones. Constituyen lo que le ha sido dado a mi vida, mi punto de partida moral. Esto es lo que, en parte, le da a mi propia vida su particularidad moral.39 M acln t yr e r econ oce sin tapu jos qu e la con cep ción n arrativa ch oca con el in dividu alism o m od er n o. «Desde el pu n to de vista del in dividu alism o, soy lo qu e yo m ism o elijo ser.» Segú n el pu n to de vista in dividualista, la reflexión m oral requiere que deje aparte o que abstraiga m is iden tidades y ataduras: «N o se m e pu ede ten er por res­ pon sable de lo qu e mi país h ace o ha h ech o a m en os qu e yo haya escogid o im plícita o explícit am en te asu m ir tal respon sabilidad. Tal in dividu alism o es el qu e expresan esos estadou n iden ses de h oy que n iegan cu alqu ier respon sabilidad p or las con secu en cias de la esclavi­ tu d para los am er ican os n egros porqu e, dicen , “yo n un ca he ten ido esclavos” ».40 (D eb e señ alarse que M acln tyr e escr ibió estas lín eas casi vein te añ os an tes de que el con gresista H en ry H yd e dijese precisa­ m en te eso m ism o al opon er se a las reparacion es.) M acln t yr e ofrece otro ejem plo, el del «joven alem án que. por h aber n acido después de 1945, cree qu e lo qu e los n azis les h icieron a los ju d ío s n o tien e relevan cia m oral en su relación con sus con ­ tem porán eos ju d íos». M acln tyr e ve en esta postura una su perficiali­ dad m oral. P resu pon e er r ón eam en te qu e «lo qu e cada u n o es en sí m ism o resulta separable de sus papeles y situ acion es sociales e h istó­ ricas».41 El contraste con la concepción narrativa de lo que cada uno es en sí mismo está claro, ya que la historia de mi vida está siempre in­ mersa en la historia de las comunidades de las que derivo mi identi­ dad. Nací con un pasado, e intentar desligarme de ese pasado, al modo individualista, es deformar mis relaciones presentes.42 La con cepción de la person a de M acln tyre, la con cepción n arra­ tiva, ofrece un claro con traste con la con cepción volun tarista; esta en tien de qu e, en sí m ism a, en su m eollo, un a person a es un ser sin ataduras qu e elige librem en te. ¿C ó m o decidirem os entre am bas? P o­ dríam os pregu n tarn os cuál capta m ejor la exper ien cia de la delibera­ ción m oral, pero esa es un a pregun ta qu e resulta difícil de con testar en abstracto. O tr a form a de evaluar las dos perspectivas con siste en pregun tarse cuál ofrece un a explicación m ás con vin cen te de la obli­ gación m oral y política. ¿N o s ata algú n lazo m oral qu e n o h em os escogid o y del qu e n o cabe pen sar qu e derive de un con trato social? O b l ig a c io n e s m á s a l l á d el c o n se n t im ie n t o R aw ls respon dería qu e no. Segú n la con cep ción liberal, solo pu ede su r gir un a ob ligación de dos m an eras: com o un deber n atural an te los seres h u m an os en cu an to tales y com o obligacion es volun tarias qu e con t r aem os p or con sen t im ien t o.43 Los deber es n aturales son un iversales. Los ten em os an te las person as porqu e son person as, por ­ qu e son racion ales. En tre ellos están los deberes de tratar a las per so­ nas con respeto, de h acer ju st icia, de evitar la crueldad, y otros de ese tipo. C o m o su rgen de una volun tad au t ón om a (Kan t) o de un h ipo­ t ético con tr at o social (Raw ls), n o se requiere un acto de con sen ti­ m ien to. N ad ie diría qu e t en go el deber de n o m atarte solo porqu e h e pr om etid o qu e n o lo haría. Al con trario qu e los deberes n aturales, las obligacion es volu n ta­ rias son particulares, n o un iversales, y surgen del con sen tim ien to. Si acu er d o qu e le pin taré la casa (a cam b io de un jo r n al, digam os, o para pagar un favor), ten dré la obligación de h acerlo. Pero n o ten dré la obligación de pin tarle la casa a t od o el m un do. Segú n la con cep ­ ción liberal, d ebem os respetar la dign idad de las person as, pero más allá de eso, h abrem os de cum plir solo lo qu e h ayam os acordado cu m ­ plir. La ju st icia liberal requ iere qu e respetem os los derech os de las person as (tal y com o los defin a el m arco n eutral), n o qu e fom en te­ m os lo qu e para ellas sea un bien . Q u e debam os ocu par n os del bien de otros d epen derá de qu e h ayam os acor dado h acerlo así y de con qu ién lo h ayam os acordado. U n a con secu en cia llam ativa de este pu n to de vista es la idea de qu e «para los ciu dadan os en gen eral, n o hay obligacion es políticas, estr ictam en te h ablan do». Au n qu e qu ien es se presen tan volu n taria­ m en te para desem peñ ar un car go con traen un a ob ligación política (es decir, servir a su país si se les elige), los ciu dadan os corrien tes 110 la con traen . C o m o escribe Raw ls: «N o está claro cuál es el acto re­ q u er id o para fu n dar esa ligazón ni qu ién lo ha r ealizado».44 Si la con cep ción liberal de las obligacion es es correcta, el ciu dadan o m e­ d io n o ten drá obÜgacion es especiales para con sus con ciu d ad an os m ás allá del deber universal y n atural de n o com et er in justicias. Desde el pu n to de vista de la con cepción narrativa de la per so­ na, la for m u lación liberal de las obligacion es es dem asiado su perfi­ cial. N o pu ede explicar las respon sabilidades especiales que un os te­ n em os con los otros en cuan to con ciu dadan os. M ás aún , ni siquiera abarca esas lealtades y respon sabilidades a las que la fuerza m oral les vien e, en parte, d e qu e aten erse a ellas en la vida es in separable de qu e nos con cibam os com o las person as que en particular som os, com o m iem bros de esta familia o de esta n ación o de este pueblo, com o por ­ tadores de esta h istoria, com o ciu dadan os de esta república. Segú n la con cepción n arrativa, esas iden tidades n o son con tin gen cias qu e de­ b am os dejar aparte cu an d o deliberem os sobre la m oral y la ju st icia; son parte de lo qu e som os, y deben , pues, con for m ar n uestras res­ pon sabilidades m orales. Por lo tan to, un a m an era de decidir en tre la con cepción volun tarista y la con cepción narrativa de la person a con siste en pregun tar­ se si hay una tercera categoría de obligacion es — llam ém oslas obliga­ cion es de la solid aridad o de la ad scr ip ción — qu e n o se pu eden explicar refirién dose a un con trato. Al con tr ar io qu e los deberes n a­ turales, las obligacion es de la solidaridad son particulares, n o un iver­ sales; com pr en d en respon sabilidades m orales que ten em os, n o ante los seres racion ales en cu an to tales, sin o an te aqu ellos con qu ien es com p ar t im os cierta h istoria. Pero al con tr ar io qu e las ob ligacion es volu n tarias, n o depen d en de qu e se preste un con sen tim ien t o. Su peso m oral deriva, en cam bio, de los aspectos de la reflexión m oral qu e respon den a la situ ación , de qu e se r econ ozca qu e la h istoria de mi vida se en trelaza con la vida de otros. Tres categorías de la responsabilidad moral X. D eb eres m orales: un iversales; n o requieren con sen tim ien to. 2. O b ligacion es volu n tarias: particu lares; r equ ieren con sen t i­ m ien to. 3. O b ligacio n e s de la solid ar id ad : particu lares; n o requ ier en con sen tim ien to. La so lid a r id a d y e l se n t im ie n t o d e se r p ar t e DE UNA COMUNIDAD A con tin u ación se van a exp on er algu n os ejem plos elem en tales de obligacion es de la solidaridad o de la adscripción .Vea usted si le pa­ rece qu e tien en peso m oral y si, en caso de qu e lo ten gan , esa fuerza m oral se p u ed e explicar refirién dose a un con trato. Las obligaciones fam iliares El ejem p lo m ás elem en tal es la obligación especial que los m iem bros de un a fam ilia tien en los un os con los otros. Su pon ga qu e dos n iñ os se están ah ogan do y qu e a usted solo le da t iem po a salvar a un o. U n o de ellos es h ijo suyo, el otro es h ijo de un extrañ o. ¿Estaría mal qu e rescatase a su h ijo? ¿Sería m ejor ech ar un a m on eda al aire? La m ayoría dirá qu e n o h abría n ada de m alo en que rescatase a su h ijo; les parecería extrañ o qu e se pen sase qu e la equ idad exige qu e se arrojase un a m on eda al aire. Tras esa reacción se escon de la idea de qu e los padres tien en respon sabilidades especiales respecto al bien es­ tar de sus h ijos. Algu n os arguyen qu e esa respon sabilidad n ace del con sen tim ien to; cu an do eligen ten er h ijos, acuerdan volu n tariam en ­ te qu e velarán p or ellos con especial aten ción . Para dejar aparte el con sen tim ien to, pen sem os en la respon sabi­ lidad de los h ijos para con sus padres. Su p on gam os que unas progen itoras an cian as n ecesitan cuidados. Se trata de dos m adres, una es la m ía, la otra es la m adre de otro. La m ayoría estará de acu erdo en que, si bien sería adm irable qu e pu diese aten der a am bas, ten go una res­ pon sabilidad especia] de cuidar de m i m adre. En este caso, n o está claro qu e el con sen tim ien t o pu eda explicar la razón de qu e sea así: n o escogí a m is padres. Se p u ed e argüir que la respon sabilidad m oral de aten der a mi m adre deriva de qu e ella m e cu id ó cu an d o yo era pequ eñ o. C o m o m e crió y m e aten dió, t en go la obligación de devolverle lo qu e h izo p or m í. Al aceptar los ben eficios qu e m e r eport ó, con sen tí im plícita­ m en te en devolvérselos cu an d o tu viese n ecesidad de ello. H abrá a qu ien es este cálcu lo de con sen tim ien tos y ben eficios m u tu os les pa­ rezca una form a dem asiado fría de ver las ob ligacion es fam iliares. Pero su pon gam os qu e usted la acepta. ¿Q u é diría usted de una per ­ son a cuyos padres fueron n egligen tes o in diferen tes? ¿Diría qu e la calidad de la crian za determ in a en qu é grado son los h ijos respon sa­ bles de ayudar a los padres cu an do estos lo n ecesiten ? En la m edida en qu e los h ijos estén obligados a ayudar in cluso a un os m alos pa­ dres, la exigen cia m oral sobrepasará segu ram en te lo que pide la ética liberal de la reciprocidad y el con sen tim ien to. La Resistencia francesa Pasem os de las obligacion es familiares a las com u n itarias. Du ran te la Segu n d a Gu erra M u n dial, m iem bros de la Resisten cia fran cesa pilo­ taron bom barderos sobre la Fran cia ocu pada p or los n azis. Au n qu e descargaban las b om bas sobre fabricas y otros blan cos m ilitares, n o podían evitar qu e h ubiese bajas civiles. U n día, el piloto de un b om ­ bardero ve, al recibir las órden es, qu e el blan co era su pu eblo natal. (Esta h istoria quizá sea apócrifa, pero suscita in teresan tes cuestion es m orales.) Pide qu e se le retire de esa m isión . Está de acu erdo en que bom bardear su pu eblo es tan n ecesario para el objetivo de liberar a Fran cia com o la m isión qu e llevó a cabo ayer, y sabe qu e si él n o lo h ace, lo h ará ot r o. Pero se r esiste p o r q u e él n o p u ed e ser el qu e lo b om bardee y m ate qu izá a algu n os de sus con vecin os, a su gen te. Au n qu e sea p or una causa ju st a, pien sa qu e estaría mal qu e fuera él quien efectu ase el b om b ar d eo, con for m e a un m od o especial y n o universal de estar mal. ¿Q u é le parece la postura del piloto? ¿La adm ira o cree m ás bien qu e fue un a form a de debilidad? D eje aparte la cuestión más am plia de cuán tas bajas civiles ju st ificab a la causa de liberar Fran cia. El pilo­ to n o cu estion aba la n ecesidad de la m isión o el n ú m er o de vidas qu e se perderían . El problem a lo veía en que n o podía ser él quien acabara con esas vidas en con creto. La ren uen cia del piloto, ¿n o era m ás qu e u n m ero escrú pu lo o, por el con trario, refleja algo qu e tien e im por tan cia m oral? Si adm iram os al piloto, será porqu e veam os en su postura un r econ ocim ien t o de las ataduras que su propia iden ti­ dad ten ía p or ser m iem br o de su pu eblo y adm irem os en ton ces el carácter qu e su ren uen cia refleja. El rescate de los judíos etíopes A prin cipios de los añ os och en ta, una h am brun a en Etiopía h izo que un as cuatrocien tas m il person as h uyeran al vecin o Sudán , don de m al­ vivían en cam pos de refugiados. En 1984, el gob ier n o de Israel llevó a cabo una oper ación aérea en cu bierta, la oper ación M oisés, para rescatar a los ju d íos etíopes, llam ados falashas, y traérselos a Israel.45 An tes de qu e el plan se suspen diese — los gobier n os árabes presion a­ ron a Su dán para que n o cooperase con Israel en la evacuación — , se h abía rescatado a un os siete mil ju d íos etíopes. Sh im on Peres, el en ­ ton ces prim er m in istro israelí, dijo: «N o descan sarem os hasta qu e t o­ dos n uestros h erm an os y h erm an as de Et iop ía hayan vu elto san os y salvos a casa».46 En 1991, cuan do la guerra civil y el h am bre am en a­ zaron a los dem ás ju d íos etíopes, Israel organ izó un puen te aéreo de m ayor m agn itu d aún , qu e llevó a catorce m il falashas a Israel.47 ¿H izo bien Israel rescatan do a los ju d íos etíopes? Cu esta n o ver en la op er ación una acción h eroica. Los falashas estaban en circu n s­ tan cias desesperadas y qu erían ir a Israel. E Israel, Estado ju d ío fun ­ d ad o tras el H olocau st o, se creó para darles a los ju d ío s un a tierra qu e fuese su tierra. Pero su pon gam os qu e alguien pusiera la sigu ien ­ te pega: cien tos de m iles de refu giados etíopes pasaban h am bre. Si, h abida cu en ta de sus recursos lim itados, Israel solo podía rescatar a un a pequ eñ a parte de ellos, ¿por qu é n o eligió m edian te un sor t eo a los siete mil etíopes a los qu e iba a salvar? ¿Por qu é n o se con side­ ra el rescate de los ju d ío s etíopes, en vez de los etíopes en gen eral, un acto de in justa discrim in ación ? Si aceptam os las obligacion es de la solidaridad y del ser parte de algo, la repuesta está clara: Israel tien e un a respon sabilidad especial de rescatar a los ju d íos etíopes que va m ás allá de su deber (y el d e­ ber de las dem ás n acion es) de ayudar a los r efu giados en gen eral. Todas las n acion es tien en el deber de respetar los derech os h u m an os, lo qu e requiere qu e ayuden , según su capacidad, a los seres h u m an os allá d on d e estén su fr ien d o h am bre o per secu ción o hayan ten ido qu e desplazarse de sus casas. Es un deber universal que se pu ede ju s­ tificar con razon es kan tian as, com o un deber que ten em os hacia las person as en cu an to person as, en cu an to seres h u m an os com o n oso­ tros (categoría 1). Lo qu e estam os in ten tan do d et er m in ar es si las n acion es tien en un a respon sabilidad adicion al de ayudar a su gen te. Al llam ar a los ju d ío s etíopes «n uestros h erm an os y h erm an as», el pr im er m in istro israelí recu rrió a un a m etáfora fam iliar para expresar la solidaridad. A m en os qu e acept em os una n oción de ese tipo, n os costará exp licar p or qu é Israel n o realizó un sor t eo en su rescate aéreo. Costará tam bién defen der el patriotism o. E l p a t r i o t i s m o , ¿e s u n a v i r t u d ? El patriotism o es un sen tim ien to m oral m uy criticado. H ay quien es creen qu e el am or al propio país es un a virtud más allá de toda duda, m ien tras qu e otros con sideran que lleva a la obedien cia ciega, al ch o­ vin ism o y a la guerra. Nu estro problem a es más con creto: los ciu da­ dan os, ¿tien en obligacion es los un os con los otros que van más allá de los deberes que tienen con las demás person as del m u n d o?Y si es así, ¿pu eden basarse esas obligacion es solo en el con sen tim ien to? Jean - jacqu es Rou sseau , ardien te defen sor del patriotism o, sostie­ n e qu e el ap ego y las iden tidades com u n itarias son com plem en tos n ecesarios de n uestra h um an idad universal. «Parece que el sen tim ien ­ to de h u m an idad se evapora y debilita en cuan to se extien de al m u n ­ do en tero, y qu e n o n os afectarían las calam idades de Tartaria o Japón com o las de un pu eblo de Eu ropa. H ay que acotar y com pr im ir en cierta m an era el in terés y la con m iseración para que sean activos.» El patriotism o, propon e, es un prin cipio lim itador que in tensifica el sen ­ tim ien to de co m p añ er ism o :«... es bu en o qu e la h um an idad con cen ­ trada en los con ciu dadan os t om e en ellos n uevas fuerzas gracias al h ábito de verse y al in terés com ú n qu e les un e».4* Pero si los con ciu ­ dadan os están ligados por lazos de lealtad y com u n idad, querrá decir qu e se deben más Ios-un os a los otros qu e a los de fuera. ¿Queremos que los pueblos sean virtuosos? Empecemos por ha­ cer que amen a la patria. Pero ¿cómo van a amarla, si la patria no es para ellos más de lo que es para los extranjeros y si ella solo les reco­ noce lo que no puede negar a nadie?-'9 Los países dan más a su pu eblo qu e a los extran jeros. Los ciu da­ dan os de Estados U n id os, por ejem plo, pu eden optar a m uch as pres­ tacion es públicas — la edu cación pública, el segu ro de desem pleo, la form ación profesion al, las pen sion es de la Segu r id ad Social, M ed ica­ re (la san idad para ju b ilad os), cu pon es de alim en tos, etc.— y los e x­ tran jeros no. A quien es se opon en a una política de in m igr ación más gen erosa les pr eocu pa qu e los recién llegados se ben eficien de los pr ogr am as sociales qu e pagan los con tr ibu yen tes estadou n iden ses. Pero esto lleva a pregun tarse p or qu é los con tribu yen tes estadou n i­ den ses son m ás respon sables de sus con ciu d adan os n ecesitados que de qu ien es viven en otras partes. A algu n os les desagrada toda form a de asistencia pública y qu e­ rrían reducir el Estado del bien estar. O tros creen qu e deberíam os ser m ás gen erosos a la h ora de prestar ayuda a los países en vías de desa­ rrollo. Pero casi todo el m u n d o distin gue entre el Estado del bien estar y la ayuda exterior.Y la mayoría acepta que ten em os una respon sabi­ lidad especial de satisfacer las n ecesidades de n uestros con ciudadan os qu e n o se extien de a t odo el que viva en el m un do. Esta distin ción , ¿es m oralm en te defen dible o es un m ero favoritism o, un preju icio a favor de los qu e son de la m ism a cepa? ¿Cu ál es, realm en te, el sign ifi­ cado m oral de las fron teras n acion ales? En lo que se refiere a la pura n ecesidad, los m il m illon es de person as qu e viven en el m u n do con m en os de un dólar al día están peor que n uestros pobres. Laredo, de Texas, y Ju ár ez, de M éxico, son dos ciu dades con t i­ gu as, separadas por el R io Gran de. U n n iñ o qu e n azca en Laredo pod r á disfru tar de t od os los b en eficios sociales y econ óm icos del Estado del bien estar estadou n iden se y ten drá derech o a bu scar en su día un pu esto de trabajo en cu alqu ier parte de Estados U n id os. Un n iñ o qu e n azca al otro lado del río n o tendrá derech o a n ada de eso. Tam p oco ten drá derech o a cruzar el río. Au n qu e n o será por razon es atribuibles al u n o o al otro, lo que les esperará en la vida a los dos n iñ os será m u y diferen te por el m ero h ech o de h aber n acido don de han n acido. La desigu aldad de las n acion es com plica la defen sa de la pr im a­ cía de la com u n idad n acion al. Si todos los países tuviesen una r iqu e­ za com parable y si todas las person as fuesen ciu dadan as de un país o de otro, la ob ligación de aten der en especial a la propia gen te n o plan tearía problem as, al m en os n o desde el pu n to de vista de la ju s­ ticia. Pero en un m u n do con vastas disparidades en tre los países r icos y los pobres, lo qu e la com u n idad dem an da pu ede en trar en ten sión con lo qu e dem an da la igualdad. La explosiva cu estión de la in m i­ gración refleja esa ten sión . Patrullas fronterizas La reform a de la in m igración es un cam po de m in as político. Solo hay, casi, un aspecto de la política de in m igración qu e con cite un apoyo político am plio: fortalecer la frontera de Estados Un idos para limitar el flujo ilegal de in m igran tes. Los sheriffs de Texas in ven taron h ace poco un n uevo uso de in tern et que les sirve para vigilar la frontera. Instala­ ron cám aras de vídeo en lugares por los que se sabe que se cruza ile­ galm en te la frontera e h icieron que sus im ágen es se pudiesen ver en directo en un sitio de la red. Los ciudadan os que quieran ayudar a vi­ gilar la frontera pueden entrar en esa págin a y h acer de «ayudan tes de policía virtuales de Texas». Cu an d o ven que alguien cruza la frontera, envían un in form e a la oficin a del sh eriff, qu e actúa en con secuen cia, a veces con la ayuda de la policía de fronteras de Estados Un idos. Cu an d o oí en la R ad io Pública N acion al h ablar de ese sitio de la red, m e pregun té qué podía m over a alguien a sen tarse an te la pan ­ talla de su or d en ad or y qu ed ar se m irán dola. D eb e de ser una tarea bastan te tediosa, con largos per íodos de in actividad y sin rem u n era­ ción algun a. El periodista en trevistó a un can iion ero del sur de Texas, un a de las decen as de m iles de person as que se han in scrito.Tras un largo día de trabajo, el cam ion er o «llega a casa, sien ta su m etro n o ­ ven ta y cin co y sus cien kilos an te el orden ador, abre un R e d Bu il [...] y se pon e a proteger a su país». «¿Por qu é lo h ace?», le pregun tó el per iod ist a. «M e h ace sen tir algo den tro — con test ó el cam ion e­ ro— , com o qu e estoy h acien do algo por que se cum pla la ley y por n uestro país.»30 Q u izá sea un a expresión de pat r iot ism o un tan to extrañ a, pero rem ite a un a pregu n ta de im por tan cia básica en el debate sobre la in m igr ación : ¿qu é ju st ificación p u ed e ten er que las n acion es im pi­ dan a los extran jeros in cor por ar se a ellas? El m ejor ar gu m en t o en favor de lim itar la in m igr ación es co ­ m u n itario. C o m o escribe M ich ael W alzer, la potestad de regular las con d icion es de la adscripción , de establecer las cláusulas de adm isión y exclu sión , «está en la raíz de la in depen den cia com u n itaria». Si no, «n o podría h aber comunidades de carácter, estables h istóricam en te, aso­ ciacion es qu e se prolon gan en el t iem po de h om bres y m ujeres con cier t o com p r om iso especial en tre sí y cierta sen sación especial de un a vida en com ú n ».51 Sin em bar go, en las n acion es ricas las políticas de in m igración restrictivas sirven tam bién para pr ot eger pr ivilegios. M u ch os esta­ d ou n id en ses se tem en qu e si se per m itiese qu e in m igrara a Estados U n id o s un n ú m er o m ayor de m exican os, los ser vicios sociales se sobrecargarían y se reduciría el bien estar econ óm ico de qu ien es hoy son ciu dadan os. N o está claro qu e ese t em or esté ju st ificad o. Pero su p on gam os, por m or del argu m en to, que la in m igración Ubre redu ­ je se el n ivel d e vida estadoun iden se. ¿Sería un a razón suficien te para r estrin girla? So lo si usted cree qu e los n acidos en el lado r ico del R ío Gran d e tien en derech o a su bu en a suerte. Pero com o el acci­ den te de d ón d e se haya n acido n o es fu n dam en to para un derech o, cuesta ver cóm o se podrían ju st ificar las r estriccion es a la in m igr a­ ción p or la razón de qu e preservan la prosperidad. Un argu m en to m ás p od er oso para Limitar la in m igr ación es el de qu e así se protegen los pu estos de trabajo y n iveles salariales de los trabajadores estadoun iden ses p oco cualificados, los m ás vu ln era­ bles cu an do en tra un flu jo de in m igran tes dispu estos a trabajar por m en os. Pero este argu m en to n os devu elve al problem a qu e in ten ta­ m os resolver: ¿por qu é debem os proteger a n uestros trabajadores más vuln erables si ello sign ifica n egar opor t u n idades de trabajo a gen tes qu e vien en de M éxico y están todavía peor ? D esd e el pu n to de vista de la ayuda a los m ás desfavorecidos, cabe argu m en tar en favor de la in m igración libre.Y, sin em bargo, in ­ cluso quien es sim patizan con el igualitarism o vacilan an tes de acep­ tarla.32 Esta ren uen cia, ¿tien e algún fu n dam en to m oral? Sí, pero solo si se adm ite qu e ten em os una obligación especial hacia el bien estar de n uestros con ciu d adan os en virtud de la vida en com ú n y de la h istoria qu e com par tim os. Y eso a su vez depen de de qu e se acepte una con cep ción narrativa de en qu é con siste ser person a, segiin la cual n uestra iden tidad com o agen tes m orales está ligada a las com u ­ n idades en que vivim os. C o m o escribe W alzer: «Solo si el sen tim ien ­ to patr iótico tien e algún fu n dam en to m oral, solo si la coh esión co ­ m un itaria con du ce a obligacion es y sign ificados com partidos, solo si hay m iem bros y hay extrañ os, ten drán algun a razón las au toridades del Estado para ocuparse en especial del bien estar de su propio pu e­ blo f . ..] y del éxito de su propia cultura y su propia política».1,3 ¿Es injusto «comprar am ericano»? La in m igr ación n o es la ú n ica form a en qu e los pu estos de trabajo de los estadou n iden ses pu ed en ir a parar a gen te de fuera. En estos días, el capital y las m ercan cías cruzan las fron teras n acion ales con m ayor facilidad qu e las person as. Esa cir cu lación tam bién suscita cuestion es acerca de la con dición m oral del patriotism o. Pién sese en el con ocid o lem a «com pra am erican o». ¿Es patr iótico com prarse un Ford en vez de un Toyota? C o m o los coch es y otros bien es fabrica­ dos se produ cen cada vez m ás por m edio de caden as de sum in istros globales, cada día resulta m ás difícil saber qu é qu iere decir qu e un coch e está fabricado en Estados U n id os. Pero su pon gam os que p o­ dem os saber qué produ ctos crean pu estos de trabajo para estadou n i­ den ses. ¿Es un a buen a razón para com prarlos? ¿Por qu é debe in tere­ sar n os m ás la creación de pu estos de trabajo para los trabajadores estadou n iden ses que para los japon eses, los in dios o los ch in os? A pr in cipios de 2009, el Con gr eso de Estados U n id o s apr obó y el presiden te O b am a fir m ó u n plan de estím u lo e con óm ico por 7 8 7 .0 0 0 m illon es de dólares. La ley con ten ía un requ isito: que las obras públicas costeadas por el plan — carreteras, puen tes, escuelas y ed ificios p ú b licos— usasen h ier ro y acero fabr icad os en Est ados U n id o s. «Es n atural qu e, cu an d o sea posible, in ten t em os estim ular n uestra econ om ía en vez de la de otros países», exp licó el sen ador By r on D or gan , d em ócrata de D ak ot a del N o r t e y d efen sor de la cláusula de «com prar am er ican o».54 Los qu e se opon ían a la cláusula tem ían qu e desen caden ase represalias con tra los produ ctos am er ica­ n os p or parte de otros países, lo qu e em peoraría la crisis econ óm ica y acabaría cost an d o pu estos de trabajo en Est ados U n id o s.35 Pero n adie p u so en en tr ed ich o la prem isa de qu e el pr op ósit o del es­ tím u lo era crear puestos de trabajo en Estados U n id os y n o en ultra­ mar. Esta prem isa en con tr aba viva expr esión en la palabra qu e los econ om istas em pezaron a usar para describir el r iesgo de que el gas­ to federal estad ou n iden se pagase puestos de trabajo afuera:/«gfl. U n artícu lo de portada de Business W eek se cen traba en ese problem a de la fu ga: «¿Q u é parte del m ast od ón tico estím u lo fiscal de O bam a se “ fu gar á” y creará pu estos de trabajo en Ch in a, Alem an ia o M éxico en vez de en Estados U n id os?».36 En un a época en qu e los trabajadores se qu edan en todas partes en paro, es com pr en sible qu e los políticos estad ou n iden ses ten gan co m o p r ior id ad la pr ot ección de los pu estos de trabajo en Estados Un id os. Pero que se h able de fugas n os devuelve a la con dición m o­ ral del pat r iot ism o. C u an d o se adopt a exclu sivam en te el pu n to de vista de la n ecesidad, cuesta defen der qu e se ayude a los d esem plea­ dos de Est ad os U n id os an tes qu e a los trabajadores ch in os. Y, sin em bar go, pocos le pon drán un pero a la idea de qu e los estadou n i­ den ses tien en un a obligación especial de ayudar a sus con ciu dadan os a qu e salgan adelan te en tiem pos difíciles. Es difícil explicar esa obligación r em itién dose al con sen tim ien ­ to. Yo n o h e acor dado n un ca qu e se ayude a los trabajadores del m etal d e In dian a o a los trabajadores agrícolas de Californ ia. Algu n os dirían qu e lo h e acordado im plícitam en te; ya qu e m e ben eficio del com p lejo en tram ado de in terdepen den cias de una econ om ía n acio­ nal. t en go un a ob ligación de r eciprocidad con los dem ás qu e parti­ cipan de esa econ om ía, au n qu e n o los con ozca de n ada, au n qu e n un ca haya in tercam biado realm en te n in gún bien o ser vicio con la m ayor parte de ellos. Si in ten tásem os segu ir la larga m adeja de in ter­ cam bios econ óm icos del m u n d o con tem por án eo, segu ram en te nos en con t r ar íam os con qu e n o d ep en d em os m en os de qu ien es viven en el otro lado del m u n do qu e de qu ien es viven en In dian a. Por lo tan to, si usted cree qu e el p at r iot ism o tien e un fu n d a­ m en t o m or al, si usted cree que tien e r espon sabilidades especiales con el bien estar de sus con ciu d adan os, deberá aceptar la tercera ca­ tegoría de obligacion es: las ob ligacion es de la solid aridad, o de ser parte de algo, qu e n o se pu eden reducir a un con sen tim ien to. L a SOLIDARIDAD CON LOS CO NGENERES, ¿ES UN P REJUICIO ? Clar o está, n o t od o el m u n do acepta qu e ten gam os obligacion es es­ peciales con n uestra familia, n uestros cam aradas o n uestros con ciu ­ dadan os. Algu n os sostien en qu e las llam adas obligacion es de la soli­ d ar id ad son en realidad m eros ejem p los de egoísm o colectivo, un pr eju icio a favor de los con gén eres. Q u ien es h acen esta crítica r eco­ n ocen qu e de or d in ar io n os p r eocu p am os más p or la fam ilia, los am igos y los com pañ eros que por los dem ás. Pero, se pregun tan , ¿n o es ese preocu parse con creces por la propia gen t e una actitu d loca­ lista, una in troversión que deberíam os superar en vez de valorarla en el n om bre del patriotism o y de la fratern idad? N o, n o n ecesariam en te. Las obligacion es de la solidaridad y de ser parte de algo apun tan tan to hacia fuera com o h acia den tro. Algu - ñ as de las respon sabilidades especiales que dim an an de las com u n i­ dades d on d e en particular h abito pu ede qu e las ten ga an te qu ien es son m iem br os de ellas com o yo. Pero otras las t en go an te aqu ellos con los qu e la h istoria de m i com u n idad ha sido m oralm en te in su ­ frible, com o ocu rre con la relación de los alem an es con los ju d ío s y de los estadou n iden ses blan cos con los afroam erican os. Las pet icio­ n es de perdón y las reparacion es colectivas p or las in justicias h istóri­ cas son bu en os ejem p los del m od o en qu e la solidaridad pu ede crear respon sabilidades m orales hacia com u n idades qu e n o son la mía. En ­ m en dar las m alas accion es qu e m i país com et ió en el pasado es una m an era de reafirm ar mi vin cu lación con él. A veces la solidaridad pu ede darn os razon es especiales para cr i­ ticar a n uestra propia gen te o las accion es de n uestro gob ier n o. El p at r iot ism o p u ede con du cir al disen so. Con sid er em os, por ejem plo, d os razon es distintas qu e llevaban a opon er se a la guerra d eV iet n am y a protestar con tra ella. U n a era la creen cia en qu e la gu erra era in justa; la otra, la creen cia en qu e era in dign a de n osotros y con tra­ d ict or ia con lo qu e som os com o pueblo. La prim era razón podrán com partirla qu ien es se op on gan a la gu erra, sean qu ien es sean y vi­ van d on d e vivan . La segu n da, en cam bio, solo la pu eden sen tir y expresar los ciu dadan os del país respon sable de la gu erra. Un su eco p u d o op on er se a la gu erra de Vietn am y con siderarla in justa, pero solo a un estadou n iden se pu d o avergon zarle. El or gu llo y la vergüen za son sen tim ien tos m orales qu e presu­ pon en una iden tidad com partida. A los estadoun iden ses que viajan al extran jero p u ed e resultarles em barazoso el com por tam ien t o grosero de u n os turistas am er ican os au n qu e n o los con ozcan person alm en te. A qu ien es n o sean estadou n iden ses qu izá les parezca tam bién poco d ecor oso ese m ism o com por tam ien t o, pero n o podrá resultarles em ­ barazoso. La facu ltad de sen tir or gu llo y vergü en za p or los actos de los parien tes y de los con ciu d adan os guarda relación con la facultad de sen tir un a respon sabilidad colectiva. Am bas requieren que se vea que lo qu e u n o m ism o es tien e un a sit u ación , que está som et id o a las exigen cias de lazos m orales qu e n o ha escogid o, que form a parte de las n arr acion es qu e m oldean n uestra iden tidad en cu an t o agen tes m orales. D ad a la estrech a con exión en tre una ética del or gu llo y la ver­ gü en za y una ética de la respon sabilidad colectiva, es descon certan te qu e los polít icam en t e con ser vador es rech acen por razon es in divi­ dualistas las pet icion es colectivas de perdón (com o h icieron H en ry H y d e ,Jo h n H ow ard y otros m en cion ados an terior m en t e). Cu an d o se in siste en qu e, com o in d ivid u os, som os respon sables solo de lo qu e n osotros m ism os h ayam os elegid o y h ech o, resulta difícil qu e se pu eda sen tir orgu llo por la h istoria y las tradicion es del pr opio país. Cu alqu ier a, en cualqu ier parte, podrá adm irar la D eclar ación de In­ depen d en cia, la Con st it u ción , el discu rso de Lin coln en Gettysburg, los caídos a los qu e se h on ra en el Cem en t er io N acion al de Arlin gton , etcétera. Pero el orgu llo pat r iót ico requ iere qu e se sien ta que se per ten ece a un a com u n idad que se extien de en el tiem po. C o n el sen tim ien to de ser parte de la com u n id ad vien e la res­ pon sabilidad. N o podrá sen tirse realm en te or gu lloso de su país y de su pasado si n o está dispu esto a r econ ocer respon sabilidad algun a en proyectar su h istoria hasta el presen te y descargar el fardo m oral que pu eda arrastrar con sigo. L a l e a l t a d , ¿p u e d e i m p o n e r s e a l o s p r i n c i p i o s m o r a l e s UNIVERSALES? En la m ayor parte de los casos que h em os con siderad o, lo qu e la solidaridad dem an da parece qu e com plem en ta los derech os n atura­ les o los derech os h u m an os; n o rivaliza con ellos. Podría sosten erse, pu es, qu e estos casos pon en de m an ifiesto algo que los filósofos libe­ rales r econ ocen gu stosam en te: m ien tras n o violem os los derech os de n adie, pod r em os cu m plir con el deb er gen eral de ayudar a los dem ás ayudan do a quien es ten em os m ás a m an o, los parien tes o los con ciu ­ dadan os. N o hay n ada de m alo en que un padre rescate a su h ijo en vez de al h ijo de otro, con tal de que n o atropelle al h ijo de un des­ con ocid o de cam in o a rescatar al suyo. D e m od o sem ejan te, n o hay n ada de m alo en que un país r ico cree un Estado del bien estar gen e­ roso con sus ciu dadan os con tal de qu e respete los derech os h u m a­ n os de las person as de otras partes. Las obligacion es de ia solidaridad son criticables solo si n os con du cen a violar un derech o n atural. Pero si la con cep ción n arrativa de la person a es cor r ecta, las obligacion es de la solidaridad pu eden ser más exigen tes de lo que se despren d e de la liberal, tan to qu e hasta rivalicen con los derech os n aturales. Robert E. Lee Pen sem os en R o b e r t E. Lee, com an dan te en je fe del ejército con fe­ derado. An tes de la gu er r a civil, Lee era oficial del ejér cito de la U n ió n . Se op u so a la secesión ; m ás aún : la con sideró un a traición . C u an d o la gu er r a se avecin aba, el presiden te Lin coln le pid ió que dirigiese las fuerzas de la Un ión . Lee reh usó. H abía llegado a la con ­ clu sión de qu e sus ob ligacion es con Virgin ia pesaban m ás qu e sus obligacion es con la U n ión y qu e la postura qu e m an ten ía con tra la esclavitud. Exp licó su decisión en una carta a sus h ijos: Pese a toda mi devoción por la Un ión , no he sido capaz de ha­ cerme a la idea de levantar la mano contra mis parientes, mis hijos, mi casa. [...] Si la Un ión se disuelve y el gobierno se desmorona, volveré a mi estado natal y compartiré las miserias de los míos. Salvo en su defensa, no empuñaré más la espada.5" C o m o el piloto de la Resist en cia fran cesa, Lee n o podía con ce­ bir qu e tu viese qu e h acer dañ o a sus parien tes, a sus h ijos, a su casa. Pero su lealtad fue aú n m ás lejos, hasta el pu n to de dir igir a su gen te en un a causa a la que se opon ía. C o m o la causa de la Con fed er ación n o solo in cluía la secesión , sin o la esclavitu d, cu esta d efen der la decisión de Lee. C o n todo, cuesta tam bién n o adm irar la lealtad qu e dio lugar a ese dilem a. Pero ¿por qu é d eb em os adm irar la lealtad a un a causa in justa? Es m uy posible qu e usted se pregun te si a la lealtad, en sem ejan tes circun s­ tan cias, se le debe dar peso m oral algu n o. ¿P or qu é, se pregun tará usted qu izá, es la lealtad un a virtu d y n o un m ero sen tim ien to, una sen sación , un a atracción em ocion al qu e nubla n uestro ju icio mora] y estorba el h acer lo qu e se debe? Esta es la razón : a m en os que n os tom em os la lealtad en serio, com o un a exigen cia con relevan cia m oral, n o podr em os en ten der el dilem a de Lee com o un dilem a m oral en absoluto. Si la lealtad es un sen t im ien t o sin au t én t ico p eso m or al, el d ilem a de Lee será solo u n con flicto en tre la m oralidad y un m ero sen tim ien to o prejuicio. Pero si lo con ceb im os de esa m an era, m alin ter pr etar em os lo qu e m oralm en te está en ju e go .58 La lectu ra exclu sivam en te p sicológica del dilem a de Lee deja escapar el h ech o de que n o solo sim patizam os con person as com o él, sin o qu e las adm iram os, n o n ecesariam en te p or lo qu e deciden h acer, sin o p or la calidad de su carácter, reflejada en lo con scien te qu e es su actuación . Lo qu e adm iram os es la disposición a ver y pa­ decer las circun stan cias de la propia vida com o un ser qu e reflexiva­ m en te tien e una situación , un ser al qu e reclam a una h istoria qu e le im plica en un a vida particular, pero qu e es con scien te de esa par­ ticularidad de su con dición y, por ello, está abier to a otros llam ados y h or izon t es m ás am plios. Ten er carácter es vivir r econ ocien d o las propias ataduras, a veces con tradictorias. Los que velan por sus hermanos I: Los hermanos Bulger Un a piedra de t oqu e m ás recien te del peso m oral de la lealtad la ofrecen dos h istorias de h erm an os: la pr im er a es la de W illiam y Ja ­ m es «W h itey» Bu lger . Bill y W h itey se criaron en un a fam ilia de n ueve h erm an os en un com plejo de vivien das sociales del sur de Bo s­ ton . Bill era un estudian te con cien zu d o; se leyó los clásicos y se li­ cen ció en D er ech o en el Bost on College. Su h erm an o m ayor ,W h i­ tey, ab an d on ó los estudios sin h aber acabado el bach illerato y se pa­ saba el t iem po en las calles com et ien d o h urtos y otros delitos. Am b os llegaron al pod er en sus respectivos m u n d os. W illiam Bu lger se ded icó a la política, llegó a presidir el Sen ad o del estado de M assach u setts (1978- 1996) y fu e lu ego el rector de la Un iversidad de M assach u setts du ran te siete añ os. W h itey pasó t iem po en una prisión federal por r obo a ban cos y lu ego se con vertiría en el jefe de la despiadada ban da de W in ter Hi.ll, un gr u p o crim in al or gan izado qu e con trolaba en Bost on la ext or sión , el tráfico de drogas y otras actividades ilegales. Acusado de h aber com et id o diecin u eve asesin a­ tos, se escapó en 1995 para que n o lo arrestasen .Todavía sigu e desa­ parecido y es u n o de los «diez m ás buscados» del FBI.59 Au n qu e W illiam Bu lger h ablaba con su h erm an o fu gitivo por teléfon o, decía que n o sabía cuál era su paradero y se n egó a colab o­ rar con las au t or id ad es para qu e lo en con trasen . Cu an d o testificó an te un gran ju r ad o en 2001., un fiscal federal le con m in ó sin éxito a qu e aportase in form ación sobre su h erm an o: «Así que, para ser cla­ ros, ¿u sted sien te m ás lealtad h acia su h erm an o qu e h acia el pu eblo del estado de Massach usetts?». «N u n ca lo he vist o de ese m od o — con t est ó Bu lge r — . Pero soy fr an cam en t e leal a mi h e r m an o y m e p r e o cu p o p o r él. [...] Ten go la esperan za de qu e n un ca ayu daré a n adie en con tra suya. [...] N o t en go ob ligación algu n a de ayudar a n adie a qu e lo cap ­ t u re.»60 En los bares del sur de Bost on , los clien tes expresaban su adm i­ ración por la lealtad de Bu lger. «N o le cu lpo por n o decir nada de su h er m an o — le decía un vecin o de allí al p er iód ico Boston Clobe— . Los h erm an os son los h erm an os. ¿Va u n o a can tar sobre su propia fam ilia?»61 Editorialistas e in form adores eran m ás críticos. «En vez de segu ir el buen cam in o — escribía un colum n ista— , prefirió la ley de la calle.»62 Bu lger, an te la presión pública que se ejercía sobre él por h a­ berse n egad o a ayudar en la bú squ eda de su h erm an o, dim itió com o rector de la Un iver sid ad de M assach u setts en 2003, si bien n o se le acu só de obstru ir la in vestigación .63 En la m ayor parte de las circun stan cias, se debe ayudar a qu e se lleve a u n sospech oso an te la ju sticia. La lealtad familiar, ¿pu ede im ­ p on er se a este deber? W illiam Bu lger parece qu e pen saba qu e sí. Pero u n os añ os an tes, otro per son aje con un h er m an o desviado t om ó un a decisión diferen te. Los que velan por sus hermanos II: Unabomber Du ran te más de diecisiete añ os, las au tor idades estadoun iden ses in ­ ten taron dar con el terrorista n acion al qu e en vió varios paqu etes b om b a y m ató a tres person as e h irió a vein titrés. C o m o se los m an ­ daba a cien tíficos y otros un iversitarios, se le llam ó Un abom ber . Para explicar la razón de qu e actuase de esa m an era, colgó un m an ifiesto an titecn ológico de treinta y cin co m il palabras en in tern et y p r om e­ tió qu e dejaría de m an dar bom bas si el N ew York Tim es y el W ash­ ington Post lo pu blicaban , cosa qu e h icieron /'4 Cu an d o D avid Kaczyn sk i, un asisten te social de Sch en ectady, N u eva York, qu e por en ton ces tenía cuaren ta y seis añ os, leyó el m a­ n ifiesto, le resultó m isteriosam en te familiar. H abía frases y opin ion es qu e le recordaban m u ch o a las de su h erm an o mayor, Ted, de cin ­ cuen ta y cuatro añ os, m atem ático form ado en H arvard qu e se había con ver t id o en erm itañ o. Ted despreciaba la civilización in du strial m od er n a y vivía en un a cabañ a en M on tan a. H acía diez añ os qu e David n o lo veía.63 Tras una gran agon ía, David in for m ó en 1996 al FBI de su sos­ pech a de que U n ab om b er era su h erm an o. Agen tes federales vigila­ ron la cabañ a de Ted Kaczyn ski y lo arrestaron . Au n qu e a D avid se le dio a en ten der qu e los fiscales n o pedirían la pen a de m uerte, lo h i­ cieron . La idea de qu e qu izá h abía llevado a su h erm an o a la m u erte le atorm en taba. Al final, los fiscales per m it ier on que Ted Kaczyn ski se declarase cu lpable a cam b io de la caden a per pet u a sin libertad con dicion al.66 Ted Kaczyn ski se n egó a r econ ocer a su h erm an o en el ju icio y en el m an u scrito de u n libro qu e escribió en prisión le llam aba «otro Ju d as Iscariote».67 D avid Kaczyn ski in ten tó recon struir su vida, in de­ leblem en te m arcada por lo su cedid o. Tras esforzarse en librar a su h erm an o de la pen a de m uerte, se con virtió en portavoz de un gr u ­ po op u est o a la pen a de m uerte. «Se su pon e que los h erm an os han de protegerse en tre sí — dijo an te un pú blico al qu e describía su di­ lem a— , y h ete aqu í qu e io m ism o estaba m an dan do ai m ío a la m u erte.»68 Aceptó la recom pen sa de un m illón de dólares qu e ofre­ cía el D epar t am en t o de Ju sticia a quien ayudase a pren der a Un abom ber, pero d on ó la m ayor parte a las fam ilias de los asesin ados y h eridos p or su h erm an o. Y en n om bre de la suya, pid ió perdón por los crím en es de su h erm an o.Í><J ¿Q u é cabe pen sar de cóm o actu aron W illiam Bu lger y D avid Kaczyn ski con sus h erm an os? Para Bu lger , la lealtad fam iliar podía más qu e el deber de llevar un crim in al an te la ju st icia; para Kaczyn ski, fue al revés. Q u izá haya una diferen cia m oral en qu e el h erm an o al que n o se en cuen tra siga su p on ien d o una am en aza. Parece qu e eso con t ó m u ch o para D avid Kaczyn ski. «Su p on go que cabe decir qu e m e sen tía obligad o. Q u e m u riera otra person a cu an d o yo tenía la posibilidad de im p e d ir lo... n o podía vivir con esa idea.»70 ju zgu e com o ju z gu e las decision es qu e tom aron estos h erm a­ n os, cuesta leer am bas h istorias sin llegar a la sigu ien te con clu sión : los dilem as que tuvieron que en carar solo pu eden en ten derse com o dilem as m orales si se acepta qu e las exigen cias de la lealtad y la soli­ daridad pu eden con trapesar otras exigen cias m orales, in clu ido el d e­ ber de llevar los crim in ales an te la ju st icia. Si todas n uestras obliga­ cion es se fu n d am en t asen en el con sen t im ien t o o en deb er es un iversales an te las person as en cu an to tales, costaría explicar estas en cru cijadas fraternas. La ju s t ic i a y l a v id a b u e n a H em os estado vien d o una variedad de ejem plos con los qu e se pre­ ten día pon er en en tred ich o la idea, ligada a la de con trato, de qu e som os n osotros m ism os los autores de las ún icas obligacion es m or a­ les qu e n os atan: las peticion es de perdón y las reparacion es públicas; la respon sabilidad colectiva por las in justicias h istóricas; las respon sa­ bilidades especiales de los m iem bros de una familia y de los con ciu ­ dadan os en tre sí; la solidaridad con los com pañ er os; la vin cu lación con la localidad, la com u n id ad o el país de u n o; el p at r iot ism o; el or gu llo y la vergü en za p or la propia n ación o la pr opia gen te; las lealtades fratern as y filiales. Las exigen cias de la solidaridad que h e­ m os visto en los ejem plos preceden tes son rasgos de n uestra expe­ rien cia m oral y política qu e n os resultan familiares. Sería difícil vivir, o dar sen tido a n uestra vida, sin ellas. Pero n o es m en os difícil dar razón de ellas en el len gu aje del in dividu alism o m oral. U n a ética del con sen tim ien t o n o las capta. De ah í les vien e a esas exigen cias, al m en os en parte, su fuerza m oral. Se alim en tan de n uestras ataduras. Reflejan n uestra n aturaleza de seres qu e cuen tan h istorias, de seres qu e hasta en sí m ism os tien en una situ ación específica. ¿Q u é tien e t od o esto qu e ver. se pregun tará, con la ju st icia? Para respon der, recordem os las cuestion es que n os llevaron por este cam i­ no. H em os in ten tado determ in ar si todos n uestros deberes y obliga­ cion es se rem on tan a un acto de la volun tad o a un a elección . H e sosten ido que n o p u ede ser así; las obligacion es de la solidaridad o la adscr ipción n os plan tean exigen cias qu e n o están relacion adas con un a elección , sin o qu e dim an an de razon es ligadas a las n arracion es con las qu e in terpretam os n uestras vidas y las com u n idades en qu e vivim os. ¿Q u é está de verdad e n ju e go en este debate en tre la for m u la­ ción n arrativa de la capacidad de actuar en el orden m oral y la que p on e en prim er plan o el papel de la volun tad y del con sen tim ien to? Un a cuestión en ju e go es la de cóm o se con cibe la libertad h um an a. Al pon derar los ejem plos que preten dían ilustrar las obligacion es de la solidaridad y de la adscripción , qu izá usted se haya resistido a ellos. Si u sted es co m o m u ch os de m is alu m n os, segu ram en t e le h abrá disgu stado la idea, o habrá descon fiado de ella, de qu e estam os ata­ dos por lazos m orales qu e n o h em os escogid o. Ese desagrado quizá le con du zca a rech azar las preten sion es del patriotism o, de la solid a­ ridad, de la respon sabilidad colectiva y dem ás respon sabilidades por el estilo; o las h abrá r efor m u lado de m od o qu e surjan de algun a for­ m a de con sen tim ien to. Tien t a rech azar o reform ular esas exigen cias para qu e así n o estorben a una idea de la libertad qu e n os es familiar, la idea de qu e n o n os ata lazo m oral algu n o qu e n o h ayam os esco­ gid o, de qu e ser libre es ser el au tor de las ún icas obligacion es que n os con striñ en . Estoy in ten tan do dar a en ten der, con esos ejem plos y otros que h em os visto a lo largo del libro, qu e esa con cepción de la libertad es deficien te. Pero la libertad n o es lo ú n ico qu e está en ju e go aquí. Tam bién lo está la m an era en qu e h ayam os de con cebir la ju sticia. . Recu er d e las dos form as de con cebir la ju st icia que h em os ten i­ do en cuen ta. Para Kan t y Raw ls, lo que es debido precede a qué se ten ga p or un bien . Los pr in cipios de la ju st icia que defin en n uestros deberes y derech os han de ser n eutrales con respecto a las diversas y con trapu estas m an eras de con cebir la vida bu en a. Para llegar a la ley m or al, sostien e Kan t , d eb em os ab st r aem os de n uestros in tereses y fin es con tin gen tes. Para deliberar sobre la ju st icia, m an tien e Raw ls, d eb em os dejar aparte n uestras m etas, apegos y m an eras particulares de con cebir qu é cuen ta com o un bien . Ese es el m otivo de que se con ciba la ju st icia tras el velo de la ign oran cia. Esta m an era de con cebir la ju st icia ch oca con la de Aristóteles, qu ien n o creía qu e los pr in cipios de la ju st icia pu edan o deban ser n eutrales con respecto a la vida buen a. M u y al con trario, m an tien e qu e u n o de los propósitos de una con stitu ción ju st a es form ar b u e­ n os ciu dadan os y cultivar un carácter buen o. N o cree qu e sea posible d elib er ar sobre la ju st icia sin deliberar sobre el sign ificado de los bien es — cargos, h on ores, derech os y opor tu n idades— que la socie­ dad asigna. Un a de las razon es por las que Kan t y Raw ls rech azan la m an e­ ra de pen sar en la ju st icia propu esta p or Aristóteles es qu e n o les parece que deje lugar para la libertad. Un a con stitu ción que in ten te cultivar el carácter bu en o o que h aga suya una con cepción particular de qu é cuen ta com o un bien corre el r iesgo de im pon er a algun os los valores de otros. N o respeta a la person a en cuan to ser que en sí m ism o es libre e in depen dien te, capaz de escoger sus fines. Si Kan t y Raw ls tien en razón en con cebir la libertad de esa for­ m a, tam bién la ten drán en lo qu e se refiere a la ju st icia. Si cada u n o es en sí m ism o in depen dien te y capaz de elegir librem en te, sin ata­ duras m orales qu e precedan a lo qu e elija, n ecesitarem os un m arco de derech os qu e sea neutral con respecto a los fines. Si lo qu e u n o es en sí m ism o precede a sus fin es, lo qu e es d ebid o ten drá qu e prece­ der a lo qu e se ten ga por un bien . Si, en cam bio, resulta más persuasiva la con cepción n arrativa de la capacidad de actuar en el orden m oral, m erecerá segu ram en t e la pen a recon siderar la m an era de con cebir la ju st icia pr opu esta por Aristóteles. Si deliberar sobre lo qu e es un bien para m í im plica re­ flexion ar sobre lo qu e es un bien para las com u n idades a las que mi iden tidad está ligada, la aspiración a la n eutralidad quizá sea un error. Q u izá n o sea posible, ni siquiera deseable, deliberar sobre la ju st icia sin deliberar sobre la vida buen a. La perspectiva de in trodu cir for m as con cretas de con cebir la vida buen a en el discurso pú blico sobre la ju st icia y los derech os qu i­ zá le resulte m uy p oco atractiva, tem ible in cluso. AI fin y al cabo, en las sociedades pluralistas las person as discrepan acerca de cuál es la m ejor m an era de vivir. La teoría política liberal n ació de un in ten to de ah orrarles a la política y el derech o los em brollos de las con trover­ sias m orales y religiosas. Las filosofías de Kant. y Raw ls represen tan la expresión m ás plen a y clara de esa am bición . Pero tal am bición n o pu ed e llegar a realizarse. N o se pu ede d e­ batir sobre m u ch os de los problem as de ju st icia y de derech os por los qu e m ás ardien tem en te se discute sin abordar cuestion es m orales y religiosas sujetas a polém ica. Para decidir cóm o se defin en los d e­ rech os y los deberes de los ciu dadan os, n o siem pre es posible dejar aparte las m an eras con trapuestas de con cebir la vida buen a. Y cuan ­ d o es posible, quizá n o sea deseable. Pu ede que parezca qu e pedir a los ciu dadan os dem ocráticos qu e dejen sus con viccion es m orales y religiosas a un lado cuan do en tran en la esfera pública es un a form a de garan tizar la toleran cia y el res­ peto m utuo. En la práctica, sin em bargo, lo cierto pu ede ser lo con ­ trario. D ecid ir sobre im por tan tes cu estion es pú blicas pr et en dien do un a n eutralidad in asequible es una receta para el resen tim ien to y las reaccion es viscerales en sen tido con trario. U n a política vaciada de un com pr om iso m oral sustan tivo con d u ce a una vida civil em pobre­ cida. Adem ás, brin da un a in vitación a los m oralism os estrech os de m iras e in toleran tes. Los fun dam en talistas vuelan don d e los liberales n o osan ni pisar. Si al deb at ir sobre la ju st icia h em os de en redarn os in evitable­ m en te en cu est ion es m orales sustan tivas, h abrá aú n qu e ver cóm o procederían los debates así con form ados. ¿Es posible razon ar en p ú ­ blico sobre qu é debe ten erse por un bien sin caer en las gu erras de r eligión ? ¿C ó m o sería un a con versación pública más com pr om etida m or alm en t e y en qué se diferen ciaría del tipo de ar gu m en t ación política al qu e n os h em os acostu m brado? N o se trata de cuestion es m er am en te filosóficas. Se en cu en tran en la raíz m ism a de t od o in ­ ten to de dar n uevo vigor al d iscu rso polít ico y de ren ovar n uestra vida civil. La justicia y el bien común El 12 de septiem bre de 1960, Jo h n E Ken n edy, el can didato d em ó­ crata a la pr esiden cia, d io un discu rso en H ou st on , Texas, sobre el papel de la religión en la política. La «cu estión religiosa» h abía esta­ d o asedian do su cam pañ a. Ken n edy era católico, y n un ca se h abía elegid o presid en te a un católico. Algu n os votan tes albergaban un callado pr eju icio; otros expresaban el m ied o de qu e Ken n edy se so­ m etiese al Vatican o en el desem peñ o d e su cargo o qu e im pusiese la doct r in a católica en las decision es p ú b licas.1 Con la esperan za de calm ar esos m iedos, acept ó h ablar an te un a reu n ión de pastores pr o­ testan tes sobre el papel qu e la religión en qu e creía represen taría en su presiden cia en caso de qu e fuera elegid o. Su respuesta era bien sim ple: n in gu n o. La fe religiosa era un asun to privado y n o ten dría n in gún peso en sus respon sabilidades públicas. «Cr eo en un presiden te cuyas opin ion es religiosas sean un asun ­ to privado — afir m ó— . Sean cuales sean las cu estion es qu e puedan llegar an te m í com o presiden te (el con trol de la n atalidad, el divor­ cio, la cen sura, el ju e go o cualqu ier otro problem a), tom aré m i deci­ sión [...] de acu er d o con lo qu e m i con cien cia m e diga qu e es el in terés n acion al y sin prestar con sid eración a presion es o dictados exter n os de ín dole religiosa.»2 Ken n edy n o dijo si su con cien cia n o podía acaso estar m oldeada p or sus con viccion es religiosas y, si lo estaba, de qué form a. Pero pa­ recía dar a en ten d er qu e sus creen cias acerca del in terés n acion al ten ían p o co o n ada qu e ver con la r eligión , qu e él asociaba a «pre­ sion es o dictados extern os». Q u iso dejarles claro a los pastores pr o­ testan tes, y al pu eblo am erican o, qu e podían estar seguros de qu e no im pon d ría sus creen cias religiosas, cuaJesquiera que fuesen . P or lo com ú n , se con sideró qu e el discurso fue un éxit o políti­ co. Ken n ed y acabó gan an do la p r esid en cia.Th eod or e H .W h it e, el gran cron ista de las cam pañ as presiden ciales, alabó el discu rso por ­ qu e defin ía «la d oct r in a person al de un cat ólico m od er n o en una socied ad d em ocrática».3 Cu ar en t a y seis añ os despu és, el 28 de ju n io de 2006, Bar ack O b am a, qu e pron to se con vertiría en can didato a la n om in ación a la presiden cia por su partido, dio un discu rso m u y diferen te sobre el papel de la religión en la política. P rim ero recordó cóm o h abía abor­ dad o la cuestión religiosa en su cam pañ a al Sen ado de Estados Un idos dos añ os an tes. El con trin can te de O b am a, un con servador religioso bastan te estriden te, h abía atacado el apoyo de O bam a a los derech os de los gays y al derech o a abortar afirm an do que O bam a n o era un bu en cristian o y qu e Jesu cr ist o n o habría votado por él. «Le respon dí con la qu e ha ven ido a ser la respuesta liberal típi­ ca en debates así — r ecordó O bam a— . Le dije que vivíam os en una socied ad pluralista y qu e yo n o podía im pon er m is opin ion es reli­ giosas a otros, que estaba h acien do cam pañ a para ser el sen ador de Illin ois y n o el pastor de Illin ois.»4 Au n qu e gan ó fácilm en te la elección al Sen ado, O bam a pen saba ah ora qu e su respuesta fue in adecu ada, qu e «n o recogía adecu ad a­ m en te el papel qu e la fe ha ten ido de guía de m is valores y m is creen cias».3 A con tin u ación describió su fe cristian a y defen dió la relevan cia de la r eligión en el debate p o lít ic a Era un error, pen saba, qu e los progresistas aban don asen «el terren o del discurso religioso» en la p o ­ lítica. «La in com od id ad qu e sien ten algu n os progresistas an te el m e­ n or atisbo de religión n os ha im pedido a m en u d o abordar con efi­ cien cia los problem as en t ér m in os m orales.» Si los progresistas, al expresarse políticam en te, prescin den de t od o con ten id o religioso, «ren un ciarán a las im ágen es y la t erm in ología por m edio de las cu a­ les m illon es de am erican os en tien den tan to su m oral person al com o la ju st icia social».6 La r eligión n o era solo una fuen te de son ora r etórica política. La solu ción a cier t os problem as sociales r equ ería un a tran sfor m ación m oral. «El m ied o a qu e parezca qu e “ h ablam os com o un cu ra” pu e­ de [...] llevarn os a olvidar el papel qu e los valores y la cultura d e­ sem peñ an en algu n os de n uestros problem as sociales m ás urgen tes», d ijo O b am a. En car ar problem as com o «la pobr eza y el racism o, o qu e haya qu ien es n o tien en segu ro m éd ico o un trabajo», requerirá «qu e cam b iem os en n uestro corazón y en n uestra cabeza».7 Fue un error, pues, h aberse em peñ ado en que a las con viccion es m orales y religiosas n o les toca n in gú n papel en la política y el derech o. Los laicistas se equivocan cuando les piden a los creyentes que dejen su religión en la puerta antes de entrar en la plaza pública. A Frederick Douglass, Abraham Lincoln, W illiam Jennings Bryan, Dorothy Day, Martin Luth er Kin g — en realidad, a la mayoría de los grandes reformadores de la. historia americana— no solo les movía la fe, sino que repetidamente usaban el lenguaje religioso para defender su cau­ sa. Asi pues, decir que hombres y mujeres no deberían insertar su «moral personal» en los debates sobre asuntos públicos es absurdo en la práctica. Nuestras leyes son, por definición, una codificación de la moral, buena parte de la cual se fundamenta en la tradición judeocristiana.8 M u ch os h an señ alado las sem ejan zas en tre Jo h n F. Ken n edy y Barack O b am a. A m b os eran políticos jóv en es, elocu en tes, in spirado­ res, cuya elección su pu so el adven im ien to de un a n ueva gen eración de líd er es.Y am bos per segu ían m ovilizar a los estadou n iden ses en un a n ueva era de com p r om iso cívico. Pero sus opin ion es sobre el papel de la religión en la política n o podían ser m ás diferen tes. La a sp ir a c ió n a l a n e u t r a lid a d La m an era en qu e Ken n ed y veía la r eligión , n o com o un asu n to p ú b lico, sin o co m o u n o pr ivado, cor r esp on d ía a algo m ás qu e la n ecesid ad de desarm ar el pr eju icio an ticatólico. Reflejab a una filo­ sofía pública qu e llegaría a su plen a expr esión en los añ os sesen ta y seten ta, un a filosofía qu e m an ten ía que el Est ado ten ía qu e ser n eu ­ tral en las cu est ion es m orales y religiosas para qu e así los in dividu os pu dieran ser libres de escoger su pr op ia m an era de con cebir la vida bu en a. Los dos gran des partidos políticos de Estados U n id os apelaban a la n eutralidad, pero de m od o distin to. Los repu blican os, en térm in os gen erales, lo h acían en la política econ óm ica, m ien tras qu e los d e­ m ócratas la aplicaban a las cuestion es sociales y culturales.<J Los repu­ blican os argü ían en con tra de la in terven ción del Est ado en los m er­ cad os libres basán dose en qu e los in dividu os deben ser libres de elegir econ óm icam en t e lo qu e quieran y de gastar su din ero com o les apetezca; que el gob ier n o gaste el din ero de los con tribu yen tes o regu le la actividad econ óm ica para fines pú blicos equivalía a im p o­ n er, con el sello del Estado, un a idea del bien com ú n qu e n o todos aceptaban . Las r edu ccion es de im pu estos eran preferibles al gasto del Estado, ya qu e daban a Jos in dividu os la libertad de decidir los fin es qu e querían per segu ir y cóm o gastarse su din ero. Los dem ócratas rech azaban la idea de que los m ercados libres eran n eutrales con respecto a los fines y defen dían un a in terven ción m ayor del Est ado en la econ om ía. Pero cu an do se trataba de cu est io­ nes sociales y culturales, tam bién ellos sacaban a colación la n eutra­ lidad. El Estado n o debía «legislar sobre la m oral» en lo qu e se refería al com p or tam ien t o sexual o las decision es reproductivas, m an ten ían , ya qu e cu an do lo h ace im pon e a algu n os las con viccion es m orales y religiosas de otros. En vez de restrin gir el ab or t o o las relacion es h om osexu ales, el Estado debía ser n eutral en esas cuestion es m orales qu e su scitaban fuertes em ocion es. D ebía dejar a los in dividu os qu e escogiesen . En 1971, Joh n Raw ls ofrecía con Teoría de la justicia una defen sa filosófica de esa con cepción liberal de la n eutralidad qu e se trasluce en el discu rso de Ken n edy.10 En los añ os och en ta, los críticos com u n itaristas de la n eu tralidad liberal cu est ion ar on la prem isa en qu e parecía basarse la teoría de Raw ls: qu e lo qu e u n o es en sí m ism o carece de ataduras y tien e la capacidad de elegir librem en te. D efen ­ dían n o solo un as n ocion es de com u n idad y solidaridad m ás fuertes, sin o tam bién un a im plicación pú blica m ás firm e en las cuestion es m orales y r eligiosas.11 En 1993, Raw ls pu blicó un libro titulado Liberalismo político que rem odelaba su teoría en algu n os aspectos. R e con o cía qu e las per so­ nas, en sus vidas privadas, a m en u d o ten ían «afectos, devocion es y lealtades qu e, creen , n o dejarían aparte, m ás aún , qu e n o podrían y n o deberían dejar aparte. [...] Q u izá les parezca sen cillam en te im ­ pen sable la posibilidad de dejar aparte ciertas con viccion es religiosas, filosóficas y m orales, o ciertos apegos y lealtades du r ader os».12 Hasta ah í, Raw ls aceptaba la p osib ilid ad de qu e ten ga un espesor, de que ten ga ataduras m orales lo qu e cada u n o es en sí m ism o. Pero seguía in sistien do en qu e esas lealtades y apegos n o debían con tar en n ues­ tra iden tidad en cu an to ciu dadan os. Al debatir sobre la ju st icia y los derech os, d eb em os dejar aparte n uestras con viccion es m orales y re­ ligiosas, y h em os de ar gu m en t ar desde el pu n t o de vista de «un a con cep ción política de la person a», in depen dien t e de las lealtades, apegos o m an eras de con cebir la vida buen a que se ten gan person al­ m en te.13 ¿P or qu é n o d eb em os llevar n uestras con viccion es m or ales y religiosas a la con versación pú blica sobre la ju st icia y los derech os? ¿Por qué h em os de separar n uestra iden tidad en cu an to ciu dadan os de n uestra iden tidad en cu an to person as m orales (en un sen tido más am plio)? Raw ls sostien e que deb em os proceder así para respetar «el h ech o de qu e existe [en el m u n d o m od er n o] un pluralism o razon a­ ble» en lo qu e se refiere a la vida buen a. En las sociedades d em ocr á­ ticas m od er n as se discrepa p or cuestion es m orales y religiosas; ade­ m ás, esas discrepan cias son razon ables. «N o cabe esperar que person as con scien tes, con plen o uso de su razón , aun tras una discusión libre, lleguen a la m ism a con clu sión .»14 Segú n este ar gu m en t o, la n eu tralidad liberal debe d efen der se por la n ecesidad de la toleran cia an te el desacuerdo m oral y r eligio­ so. «Q u é ju icio s m orales son verdaderos, una vez con siderados t odos los aspectos, n o es asu n to del qu e se ocu pe el liberalism o polít ico», escribe Raw ls. Para m an ten er la im parcialidad en tre doctrin as m or a­ les y religiosas con trapu estas, el liberalism o polít ico n o «en cara las cu estion es m orales qu e dividen a esas doct r in as».13 La exigen cia de qu e separem os n uestra iden tidad de ciu dadan os de n uestras con viccion es m orales y religiosas sign ifica que, al im pli­ car n os en la con ver sación pú blica sobre la ju st icia y los derech os, h em os de aten ern os a los lím ites de la razón pública liberal. N o solo n o debe el Est ad o h acer suya n in gu n a con cepción particu lar de lo b u en o; ni siquiera los ciu dadan os deben in troducir sus con viccion es religiosas y m orales en el debate público sobre la libertad y los dere­ c h o s/ 0 pu es si lo h acen , y sus argu m en tos prevalecen , estarán im p o­ n ien d o a todos los efectos a sus con ciu d adan os una ley qu e se basa en un a doctrin a m oral o religiosa particular. ¿C ó m o podrem os saber que la argu m en tación en n uestros deba­ tes pú blicos está a la altura de lo qu e la razón pública requiere, ade­ cu adam en te despojada de toda depen den cia de pu n tos de vista m o ­ rales o religiosos? Raw ls sugiere un n uevo criterio para determ in arlo. «Para com pr obar qu e n os aten em os a la razón pública — escribe— , pod r íam os pregun tarn os: ¿qu é im presión n os causarían n uestros ar­ gu m en t os si se presentasen en la form a de una sen ten cia de un Tribu ­ nal Su p r em o?»17 C o m o explica Raw ls, esta com probación es una m a­ n era de garan tizar qu e n uestros ar gu m en t os son n eu trales en el sen tido qu e la razón pública liberal exige: «Los ju e ce s del Tribun al Su p r em o n o pu eden , claro está, referirse a sus propios criterios m or a­ les, ni a los ideales y virtu des m orales en gen eral. Deberán ten erlos por irrelevan tes. Igualm en te, n o pu eden referirse a sus propios pun tos de vista religiosos o filosóficos, o a los de otr os».18 Cu an d o participe­ m os com o ciu dadan os en un debate pú blico, d eber íam os observar un a con ten ción sem ejan te. C o m o los ju eces del Tribun al Su prem o, deberíam os dejar aparte n uestras con viccion es m orales o religiosas, y lim itarn os a esgr im ir argu m en tos de los que quepa esperar razon a­ blem en te qu e puedan ser aceptados por todos los ciudadan os. Este es el ideal de n eutralidad liberal que Joh n Ken n edy in vocó y qu e Bar ack O b am a r ech azó. D esd e los añ os sesen ta hasta los och en ta, los dem ócratas fueron derivan do hacia el ideal de la n eu tra­ lidad; en m uy buen a m edida su pr im ier on los argu m en tos m orales y religiosos de su d iscu rso político. H u b o algun as excep cion es n ot a­ bles: M artin Lu th er Kin g Jr . r ecu r r ió a ar gu m en t os m orales y reli­ giosos para pr om over la causa de los d er ech os civiles, el discu rso m oral y r eligioso d io im p u lso al m ovim ien t o con tr a la gu erra de V ie t n am ,y R o b e r t F. Ken n edy, en pos de la n om in ación presiden cial en 1968, in ten tó con vocar a la n ación para qu e adoptase ideales m o ­ rales y cívicos m ás exigen tes. Pero para los añ os seten ta el cen troizquierda h abía h ech o suyo el len gu aje de la n eu tralidad y la elección , y ced ió el discurso m oral y religioso a la em ergen te derech a cristiana. C o n la elección de R e agan en 1980, los con servadores cristia­ n os se con virtieron en un a voz pr om in en te de la política repu blica­ n a. La M ayoría M oral de Je r r y Falw ell y la Coalición Cristian a de Pat R o b er t so n persegu ían vestir «la desn u da plaza p ú b lica»19 y co m ­ batir la per m isivid ad m oral que le veían a la vida estadou n iden se. Apoyaban la or ación en las escu elas, las exh ib icion es de sím bolos religiosos en lugares pú blicos y las restriccion es legales a la p o r n o­ grafía, el ab or t o y la h om osexu alidad. Por su parte, los progresistas se opon ían a esas m edidas, pero n o critican do los correspon dien tes ju i­ cios m orales caso a caso, sin o con el ar gu m en t o de qu e los ju icio s m orales y r eligiosos n o tien en lugar en la política. Esta m an era de ar gu m en t ar les vin o bien a los cristian os co n ­ servadores y d espr est igió a los progresistas. En los añ os n oven ta y a p r in cip ios de la décad a sigu ien te, los progresistas sost u vier on , un tan to defen sivam en te, qu e tam bién ellos estaban a favor de los «va­ lores», y con esa palabra se referían p or lo com ú n a los valores de t oler an cia, eq u id ad y lib er t ad de elección . (En un t o r p e in t en t o de resultar m ás solem n e, Jo h n Kerry, el can d idat o presiden cial por el par t id o d em ócrata en 2004, se valió de las palabras valor y valores treinta y dos veces en su d iscu rso de acept ación an te la Con ven ción D em ócr at a.) Pero se trataba de los valores asociados a la n eutralidad liberal y a las r estr iccion es qu e la razón pú blica liberal im pon e. N o con ect ab an con los an h elos m or ales y espiritu ales com u n es en la calle ni respon dían a la aspiración a un a vida pú blica m ás preñ ada de sign ificad o.20 Ai con tr ar io qu e otros dem ócratas, Barack O b am a com pr en dió esos an h elos y les dio voz política. Así, su política se apartaba del pr ogr esism o de sus días. La clave de su elocu en cia n o estribaba solo en qu e fuese h ábil con las palabras, sin o tam bién en que su len guaje p olít ico estaba im pregn ado de una dim en sión m oral y espiritual qu e apu n taba m ás allá de la n eutralidad liberal. Cada día, parece, miles de americanos salen a su trasiego diario — dejar a los niños en el colegio, ir a la oficina, volar a una reunión de n egocios, comprar en un centro comercial, seguir la dieta o intentar­ lo— , y a la vuelta comprenden que falta algo.Van llegando a la con ­ clusión de que su trabajo, sus bienes, sus diversiones, su mero estar ocupados, no bastan. Quieren sentir que hay un propósito, que su vida sigue el hilo de una narración. [...] Si de verdad esperamos hablar a la gente allí donde se encuentra, comunicarles nuestras esperanzas y nuestros valores de m odo que les resulten afines, no podremos, como progresistas, abandonar el terreno del discurso religioso.21 Q u e O b am a dijese que los progresistas deben abrazar una form a de razón pú blica m ás abarcadora y m ás am istosa con la fe refleja un in stin to políticam en te sen sato.Tam bién es una buen a filosofía polít i­ ca. El in ten to de desligar los ar gu m en tos sobre la ju st icia y los dere­ ch os de los argu m en tos sobre la vida buen a es un error por dos ra­ zon es: en p r im er lugar, 110 siem pre se pu eden zan jar las cu estion es referen tes a la ju st icia y a los derech os sin resolver cuestion es m or a­ les sustan tivas; y en segu n do lugar, in cluso cu an do es posible, pu ede qu e n o sea deseable. El d e b ate d e l a b o r t o y e l d e la s c é lu la s m ad re Fijém on os en dos problem as de política fam iliar qu e n o se pu eden resolver sin tom ar par tido sobre una con troversia m oral y religiosa d e fon d o: el abor t o y la in vestigación con células m adre em b r ion a­ rias. Algu n os creen qu e habría qu e proh ibir el abor to porqu e su pon e elim in ar un a vida h u m an a in ocen te. O tr os discrepan ; sostien en que la ley n o d eb e tom ar partido en una con troversia m oral y t eológica sobre el m om en t o en que em pieza la vida h um an a; com o la con d i­ ción del feto en desar rollo desde un p u n t o de vista m oral es un problem a m oral y religioso que despierta fuertes em ocion es, sostie­ n en , el Estado debe ser n eutral al respecto y dejar a las m u jeres que decidan si van a abortar. La segu n da posición se correspon de con el bien con ocid o ar gu ­ m en to liberal acerca del derech o a abortar. D ice qu e resuelve el pro­ blem a del ab or t o basán dose en la n eu tralidad y la libertad de elec­ ción , sin en trar en la con tr over sia m oral y r eligiosa. Pero n o lo resuelve. P u es, si es cier t o qu e el feto en desarrollo es m oralm en te equ ivalen te a un n iño, el abor to será m or alm en te equivalen te al in ­ fan ticidio. Y p o co s sosten drán qu e el Est ad o tien e qu e dejar a los padres qu e decidan si van a m atar o n o a sus h ijos. Así, la postura «a favor de la libertad de elección » en el debate del ab or t o n o es en realidad n eutral en lo tocan te a la cu estión m oral y teológica de fon ­ d o; im plícitam en te, descan sa en la prem isa de qu e la en señ an za de la Iglesia católica sobre la con dición del feto desde el pu n to de vista m oral — qu e es una person a desde el p r im er m om en t o de la con ­ cepción — es falsa. R e c o n o c e r esa prem isa no equivale a d efen der la pr oh ibición del aborto. Es, sen cillam en te, r econ ocer que la n eutralidad y la liber­ tad de elección n o son razon es suficien tes para aceptar el derech o a abortar. Q u ien es defien den el derech o de las m u jeres a decidir el fin de su em barazo deben en zarzarse con el ar gu m en t o de qu e el feto en desarrollo es equ ivalen te a una person a e in ten tar refutarlo. N o basta con decir qu e la ley debe ser n eutral en lo que se refiere a las cu estion es m orales y religiosas. El ar gu m en to a favor de per m itir el ab or t o n o es m ás n eutral qu e el ar gu m en t o a favor de proh ibirlo. Am bas posicion es presu pon en una respuesta u otra a la con troversia m oral y religiosa de fon do. Lo m ism o vale para el debate sobre la in vestigación con células m adre. Q u ien es qu ieren proh ibir la in vestigación con células m adre em brion arias sostien en que, sean cuales sean las expectativas clín icas, un a in vestigación que ha de destruir em br ion es h u m an os n o es m o­ ralm en t e per m isible. M u ch o s de los qu e m an tien en esta postu ra creen qu e la person a em pieza en la con cepción , de m od o qu e des­ tru ir u n em b r ión , p or p o co desarrollado qu e esté, es m oral m en te equ iparable a m atar a un n iño. La réplica de los partidarios de la in vestigación con células m a­ dre em b r ion ar ias con siste en señ alar los ben eficios m édicos qu e esa in vestigación podría reportar, en tre los qu e se con tarían posibles tra­ tam ien tos y curas de la diabetes, la en fer m edad de Parkin son y las lesion es de la m édu la espin al.Y argu m en tan que la cien cia n o d eb e­ ría verse estorbada p or in terferen cias religiosas o ideológicas; a qu ie­ n es plan tean objecion es religiosas n o se les debería per m itir que im ­ p u siesen sus pu n tos de vista p o r m ed io de leyes qu e proh íban in vestigacion es cien tíficas prom etedoras. Sin em bargo, com o ocu r re con el debate del aborto, n o se pu e­ de defen der qu e se per m it a la in vestigación con células m adre em ­ b r ion ar ias sin t om ar par tido en la con troversia m oral y religiosa acerca de cu án do em pieza la person a. Si el em br ión , por p oco desa­ rrollado qu e esté, es equ ivalen te m oralm en te a una person a, los que se op on en a la in vestigación con células m adre em brion arias tien en d on d e susten tar su postura: ni siquiera una in vestigación m édica m uy pr om eted or a puede ju st ificar qu e se desm iem bre a una person a. P o­ cos dirán qu e ten dría que ser legal extraer órgan os de n iños de cin co añ os para que se prosiga con in vestigacion es qu e podrían salvar vi­ das. Por lo tan to, el ar gu m en to a favor de que se perm ita la in vesti­ gación con células m adre em br ion ar ias n o es n eutral en lo tocan te a la con troversia m oral y religiosa acerca de cu án d o em pieza la per­ son a. P r esu p on e una respu esta a esa con troversia, a saber, qu e el em b r ión aún n o im plan tado que se destruye en el curso de la inves­ tigación con células m adre em b r ion ar ias n o es todavía un ser h u ­ m an o.22 En lo qu e se refiere al abor t o y a la in vestigación con células m adre em brion arias, n o es posible resolver la cuestión legal sin abor­ dar la cuestión m oral y religiosa de fon do. En am bos casos, la n eutra­ lidad es im posible p orqu e el problem a estriba en si el acto en cu es­ tión su pon e quitarle la vida a un ser h um an o. Clar o está, la mayoría de las con troversias m orales y políticas n o tien en que ver con cu es­ tion es de vida y m u erte. Por lo tanto, los partidarios de la n eu trali­ dad liberal podrían replicar qué los debates del ab or t o y de las células m adre son casos especiales; salvo cu an do está en ju e go la defin ición de la person a h u m an a, pod r em os resolver las discu sion es sobre la ju st icia y los derech os sin ten er qu e tom ar partido en las con trover­ sias m orales y religiosas. El m a t r im o n io e n t r e pe r so n a s d e l m is m o se x o Pero t am p oco eso es verdad. Pen sem os en el debate sobre el m atr i­ m on io en tre person as del m ism o sexo. ¿Se pu ede decidir si el Estado debe o n o recon ocer el m at r im on io en tre person as del m ism o sexo sin en trar en las con troversias m orales y religiosas sobre el pr opósito del m at r im on io y sobre la con dición m oral de la h om osexu alidad ? Algu n os dicen qu e sí, y argu m en tan a favor del m at r im on io en tre person as del m ism o sexo basán dose en razon es liberales, sin en ju i­ ciar: apru ebe u n o o n o person alm en te las relacion es de gays y lesbia­ nas, los in d ivid u os deben ten er libertad para escoger a sus parejas m aritales. Q u e solo puedan casarse las parejas h eterosexu ales y se les im pida h acerlo a las h om osexu ales discrim in a in debidam en te a gays y lesbian as y les n iega la igualdad an te la ley. Si este ar gu m en to ofreciese fu n dam en to suficien te para acordar qu e el Estado r econ ozca el m at r im on io en tre person as del m ism o sexo, la cuestión se podría resolver den tro de los lím ites de la razón pú blica liberal, sin ten er qu e recu r r ir a ideas con trovertidas acerca del pr op ósit o del m at r im on io y de los bien es qu e h on ra. Pero el m at r im on io en tre in dividu os del m ism o sexo n o pu ed e defen derse p or razon es qu e n o en ju icien . Su defen sa depen d e de cierta co n ­ ce p ció n del telos del m at r im on io, de su p r op ósit o o r azón de ser. Y, com o n os recuerda Aristóteles, discutir sobre el pr opósit o de una in stitución social equivale a discutir sobre las virtu des qu e h on ra y recom pen sa. El debate sobre el m at r im on io en tre person as del m is­ m o sexo es, fu n dam en talm en te, un debate sobre si las u n ion es en tre gays o en tre lesbian as son dign as del h on or y el r econ ocim ien t o que en n uestra sociedad con fiere el m at r im on io san cion ado por el Esta­ do. La cu estión m oral de fon do es in eludible, pues. Para ver p or qué, debe ten erse presen te que un Est ad o pu ed e adoptar tres políticas distintas en lo qu e se refiere al m atr im on io, n o solo dos. P u ede adoptar la política tradicion al y r econ ocer solo los m at r im on ios en tre un h om bre y un a m u jer ; o p u ed e h acer lo qu e h an h ech o varios estados y r econ ocer el m at r im on io en tre person as del m ism o sexo tal y com o r econ oce el m at r im on io en tre un h om ­ bre y un a m u jer; o pu ede ren un ciar a r econ ocer el m atrim on io, del tipo qu e sea, y dejar ese papel a asociacion es privadas. Estas tres políticas se pu eden resum ir com o sigue: 1. R e c o n o c e r solo los m at r im on ios en tre un h om bre y un a m ujer. 2. R e c o n o c e r los m at r im on ios en tre person as del m ism o y de distin to sexo. 3. N o recon ocer el m at r im on io de n in gún tipo, y dejar esa fun ­ ción a asociacion es privadas. Aparte de las leyes del m atrim on io, los estados pu eden adoptar leyes para las un ion es civiles, por las que con cedan protección legal, el derech o a h eredar, derech os de visita en h ospitales y la custodia in ­ fantil a parejas que n o se hayan casado pero qu e vivan ju n t as y ad op­ ten un arreglo legal. Diversos estados h an puesto en Estados Un idos esos arreglos a disposición de las parejas de gays y lesbianas. En 2003, M assach usetts, con form e a una sen ten cia de su Tribun al Su prem o, se con virtió en el prim er estado de Estados Un idos que con cedía reco­ n ocim ien to legal al m atrim on io en tre person as del m ism o sexo (po­ lítica 2). En 2 0 0 8 ,6 1 ^ ^ 1 1 1 ^ Su pr em o de Californ ia tam bién sen ten ­ ció a favor del derech o al m atrim on io en tre person as del m ism o sexo, pero u n os m eses despu és un a m ayoría del electorado californ ian o revocó la decisión en un referén dum con vocado por in iciativa p op u ­ lar en ese estado. En 2009, Verm on t se con virtió en el pr im er estado de Estados U n id os que legalizaba el m atrim on io gay por m edio de la legislación en vez de m edian te un a decisión ju d icial.23 La política 3 es pu ram en te h ipotética, al m en os en Estados U n i­ dos; n in gu n o de sus estados ha d ejad o p or ah ora de r econ ocer que oficiar m at r im on ios sea una de sus fu n cion es. Pero m erece, n o obs­ tan te, qu e se la exam in e, ya que arroja lu z sobre los ar gu m en t os a favor y en con tra del m at r im on io en tre person as del m ism o sexo. La política 3 es la solu ción libertaria ideal al debate del m atri­ m on io. N o pid e la abolición del m at r im on io, pero sí del m at r im o­ n io en cu an to in stitución san cion ada p or el Estado. La m ejor form a de defin irla sería d icien d o qu e «desoficializa» el m at r im on io.24 Así com o desoficializar la religión sign ifica prescin dir de una Iglesia ofi­ cial del Estado (m ien tras se deja qu e haya Iglesias in depen dien tes del Estado), desoficializar el m at r im on io sign ificaría prescin dir del m a­ t rim on io com o fu n ción oficial del Estado. El per iodista M ich ael Kin sley defien de esta política com o for­ m a de salir de lo que a él le parece un con flict o sobre el m atr im on io del qu e n o cabe esperar qu e se zan je. Los qu e abogan p or el m atri­ m on io gay alegan qu e restrin gir el m at r im on io a los h eterosexuales es una for m a de discrim in ación . Los que se opon en aseveran que si el Estado avala el m at r im on io gay, de tolerar la h om osexu alidad pa­ sará a apoyarla y a darle «un m arch am o de aprobación por el Estado». La solu ción , escr ibe Kin sley, con siste en «acabar con la in stitución del m at r im on io san cion ado por el Estado» y «privatizar el m at r im o­ n io».25 Q u e la gen te se case com o le apetezca, sin qu e el Estado haya de san cion arlo o de in terferir. Q ue las Iglesias y otras instituciones religiosas sigan celebrando ceremonias matrimoniales. Que los grandes almacenes y los casinos lo hagan también si quieren. [...] Q ue las parejas celebren su unión com o les parezca y se consideren casadas cuando quieran. [...] Y sí, que tres quieren casarse, o uno quiere casarse consigo mismo, y hay alguien que quiere oficiar una ceremonia y declarar que se han casado, pues déjeseles.2*1 «Si el m atrim on io fuese un asun to en teram en te privado — razo­ na Kin sley— , todas las disputas sobre el m at r im on io gay serían irre­ levan tes. El m at r im on io gay n o ten dría la san ción oficial del Estado, pero t am p oco la tendría el m at r im on io de h eterosexuales.» Kin sley su gier e qu e las leyes de u n ion es civiles podr ían en cargarse de los problem as econ óm icos, de seguros, de h eren cias y de m an ten im ien ­ to de los h ijos qu e se p r od u cen cu an d o las per son as coh abitan y crían n iñ os ju n t as. Propon e, pues, que se sustituyan todos los m atri­ m on ios san cion ados por el Estado, de gays o de h eterosexuales, por u n ion es civiles.27 D esd e el pu n to de vista de la n eutralidad liberal, la propuesta de Kin sley tien e un a clara ven taja sobre las otras dos posibilid ades (las políticas 1 y 2) m ás com u n es: n o requiere qu e los ju eces o los ciu da­ dan os se en reden en la polém ica religiosa y m oral acerca del pr op ó­ sito del m at r im on io y de la m oralidad de la h om osexu alidad. C o m o el Est ad o ya n o con feriría a n in gún tipo de un idad fam iliar el título h on or ífico de m atr im on io, los ciu dadan os se librarían de participar en los debates sobre el telas del m at r im on io y sobre si gays y lesbia­ nas pu eden llevarlo a su cum plim ien to. N o son m u ch os qu ien es, a un lado o al otro del debate sobre los m at r im on ios en tre person as del m ism o sexo, han abrazado la idea de la desoficialización .P er o arroja luz sobre lo qu e se ju e ga en tal d eb a­ te; n os ayuda a com pr en der que tan to qu ien es abogan por los m atr i­ m on ios en tre person as del m ism o sexo com o qu ien es se op on en a ellos tien en qu e vérselas con la con troversia sustan tiva, m oral y reli­ giosa, acerca del pr opósit o del m at r im on io y de los bien es qu e lo defin en . N in gu n a de las dos posturas más com u n es se pu ede defen ­ der den tro de los límites de la razón pública liberal. Clar o está, qu ien es rech azan el m at r im on io en tre person as del m ism o sexo porqu e avala el pecado y desh on ra el verdadero sign ifi­ cad o del m at r im on io n o es que sean precisam en te reacios a r econ o­ cer qu e están defen dien do un a postura m oral o religiosa. Pero qu ie­ n es defien den el derech o de dos person as del m ism o sexo a casarse en tre sí a m en u d o se basan en razon es n eutrales y evitan ju zgar el sign ificado m oral del m atr im on io. El in ten to de en con trar una d e­ fensa del m at r im on io en tre person as del m ism o sexo que n o lo ju z ­ gu e recurre sobre t odo a las ideas de n o discr im in ación y de libertad de elección . Pero esas ideas n o pu eden ju st ificar p o r sí m ism as el m at r im on io en tre person as del m ism o sexo. Para ver por qu é, fijé­ m on os en la reflexiva y m atizada sen ten cia escrita por M ar gar et M arsh all, presiden ta del Tribu n al Su p r em o de M assach u setts, en el caso Goodridge contra el Departam ento de Salud Pública, de 2003, el caso del m at r im on io en tre person as del m ism o sexo.28 M arsh all em pieza por r econ ocer el pr ofu n do d esacu erd o m oral y r eligioso qu e el asun to provoca, e in dica que el tribun al n o pu ede t om ar partido en el debate: Much os poseen con viccion es religiosas, morales y éticas muy arraigadas por las cuales consideran que el matrimonio debería limi­ tarse a la unión de un hombre y una mujer, y que !a conducta h om o­ sexual es inmoral. Much os poseen convicciones religiosas, morales y éticas igualmente arraigadas por las cuales consideran que las parejas de personas del mismo sexo tienen derecho a casarse y que a los h o­ mosexuales no se les debe tratar de m odo diferente que a sus vecinos heterosexuales. Ninguna de estas formas de ver las cosas responde la cuestión a que nos enfrentamos. «Nuestra obligación es definir la li­ bertad de todos, no imponer nuestro código moral.»29 C o m o si n o quisiera en trar eri la con troversia m oral y religiosa sobre la h om osexu alid ad , M arsh all descr ibe a la m an era liberal el problem a m oral presen tado an te el tribun al: com o una cu estión de au t on om ía y libertad de elección . Exclu ir del m at r im on io a las pare­ jas de person as del m ism o sexo es in com patible con «el respeto a la au t on om ía in dividual y la igualdad an te la ley», escribe.30 La libertad de «escoger con qu ién y cuán do casarse n o valdría n ada» si el Estado pu d iese «im pedir le a un a person a escoger con liber t ad la person a con qu ien com p ar t ir á un com p r om iso exclu sivo».31 El pr oblem a, m an tien e M arsh all, n o es el valor m oral de la elección , sin o el dere­ ch o del in dividu o a elegir, es decir, el derech o de los dem an dan tes a «casarse con qu ien ellos han elegid o».32 Pero la au ton om ía y la libertad de elección n o bastan para ju st i­ ficar el derech o a casarse con algu ien del m ism o sexo. Si el Est ad o fuese n eutral de verdad en lo qu e se refiere al valor m oral de toda relación ín tim a volun taria, n o h abría razón algun a para qu e lim itase el m at r im on io a dos person as; las u n ion es polígam as con libre con ­ sen tim ien to de los con trayen tes valdrían tam bién . M ás aún , si el Es­ tado de verdad quisiera ser n eutral y respetar cu alqu ier elección que los in dividu os h iciesen , ten dría que adoptar la propuesta de M ich ael Kin sley y dejar de con fer ir r econ ocim ien t o a los m atr im on ios, sean co m o sean . El verdadero m eollo del debate del m at r im on io gay n o es la li­ bertad de elección , sin o la cu estión de si las u n ion es en tre person as del m ism o sexo m erecen qu e la com u n idad las h on re y recon ozca; es decir, si cu m plen el pr op ósit o de la in stitución social del m atr i­ m on io. Tal y com o diría Aristóteles, de lo qu e se trata es de la ju st a d istr ib u ción d e cargos y h on ores. D e lo qu e se trata es del r econ oci­ m ien t o social. Pese a qu e pusiera en p r im er plan o la libertad de elección , el tribun al de M assach usetts dejó claro que n o preten día abrir la pu er ­ ta al m at r im on io polígam o. N o pon ía en duda qu e el Estado pu ede con fer ir r econ ocim ien to social a ciertas un ion es ín tim as y a otras no. Tam p oco pedía la abolición , o la desoficialización , del m atrim on io. M u y al con trario, la opin ión de la ju eza M arsh all elogia el m a­ t r im on io por ser «una de las in stitucion es sociales de n uestra com u ­ n idad m ás qu eridas y satisfactorias».31 Sostien e que elim in ar la valida­ ción estatal del m at r im on io «desm an telaría un pr in cipio organ izador de n uestra sociedad que es vital».34 En vez de abolir la validación del m at r im on io p or el Estado, M arsh all d efien de que se extien da su defin ición tradicion al para que in cluya a con trayen tes del m ism o sexo. D e ese m od o, aban don a la n eu tralidad liberal, afirm a qu e las u n ion es de person as del m ism o sexo tien en valor m oral y ofrece un a visión del pr opósit o del m at r i­ m on io, pr opiam en te con cebid o. M ás qu e un arreglo privado en tre d os adu ltos qu e dan su con sen tim ien t o, observa, el m at r im on io es u n a for m a de r econ ocim ien t o y apr obación pú blicos. «En verdad, hay tres con trayen tes en t od o m at r im on io civil: los cón yu ges que actúan con for m e a su volu n tad y el Est ad o que lo apr u eb a.»35 D e este m od o, el m at r im on io adqu iere un aspecto h on or ífico: «El m a­ t rim on io civil es, a la vez, un com pr om iso h on dam en te person al con otro ser h u m an o y un a celebración m u y pú blica de los ideales de reciprocidad, com pañ er ism o, in tim idad, fidelidad y fam ilia».36 Si el m at r im on io es un a in stitución h on or ífica, ¿qu é virtu des h on ra? Pregu n tar esto es pregun tar p or el propósito, o telos, del m a­ t r im on io en cu an to in stitución social. M u ch os de los qu e se opon en al m atr im on io en tre person as del m ism o sexo alegan qu e el p r op ó­ sito pr im ar io del m atrim on io es la procreación . Segú n este argu m en ­ to, com o las parejas de person as del m ism o sexo n o pu eden procrear por sí m ism as, n o tien en derech o a casarse. Les falta, por así decirlo, la virtu d pertin en te. Esta lín ea teleológica de razon am ien to está en la raíz m ism a del ar gu m en to en con tra de los m at r im on ios en tre person as del m ism o sexo. MarshaU lo aborda directam en te. N o preten de ser n eutral en lo qu e se refiere al pr opósit o del m atrim on io: ofrece una in terpretación opu esta. La esen cia del m atrim on io, m an tien e, n o es la procreación , sin o el com p r om iso, exclusivo, am oroso, en tre los dos con trayen tes, sean h eterosexu ales o gays. Ah ora bien , ¿cóm o, cabría pregun tarse, es posible dirim ir la p u g­ na en tre distin tas descr ipcion es del p r op ósit o, o esen cia, del m at r i­ m on io? ¿O es, sim plem en te, un ch oqu e frontal de m eras asercion es — un os dicen qu e con siste en la r epr od u cción , los otros en el com ­ p r om iso am or oso— y n o hay for m a de dem ost r ar qu e un a es m ás aceptable qu e la otra? La sen ten cia de MarshaU ilustra bien el m od o en qu e pu eden discu rrir los argu m en tos al respecto. En pr im er lugar, p on e en en tre­ d ich o qu e la pr ocr eación sea el p r op ósit o pr im ar io. Lo h ace m os­ tran do qu e el m at r im on io, tal y co m o h oy se realiza b ajo la regu la­ ción del Est ad o, n o requ iere qu e se pu eda procrear. A las parejas h eterosexu ales qu e piden una licen cia m atrim on ial n o se les pr egu n ­ ta si «pu eden con cebir h ijos, o si pien san con cebirlos, por m edio del coito. La fertilidad n o es un a con d ición del m at r im on io ni m ot ivo de divorcio. Se pu ede estar casado sin h aber con su m ado el m at r im o­ n io y segu ir están dolo aun sin ten er la in ten ción de h acerlo. Puede casarse hasta alguien que n o pu ede m overse de su lech o de m uerte». Au n qu e «m uch as, quizá la m ayoría, de las parejas casadas tien en h ijos (con ayuda clín ica o n o) — con clu ye Marsh all— , el sitie qua non del m at r im on io n o es el en gen drar h ijos, sin o el com pr om iso exclus'ivo y per m an en t e de cada con trayen te con el otro».37 Parte del ar gu m en to de M arsh all, pu es, con siste en un a in ter­ pretación del pr op ósit o o esen cia del m at r im on io tal y com o hoy existe. An te las in terpretacion es con trapuestas de esta práctica social — el m at r im on io para la pr ocr eación fren te al m at r im on io com o com p r om iso exclu sivo y per m an en t e— , ¿de qu é form a p od r em os deter m in ar cuál es más aceptable? Un m od o de h acerlo es pr egu n ­ tarse a la luz de cuál de ellas tien en más sen tido las actuales leyes del m at r im on io com o un todo. O tra es pregun tarse cuál celebra virtu ­ des dign as de qu e se las h on re. El pr opósito qu e se en tien da qu e tien e el m at r im on io depen derá en parte de las cualidades qu e crea­ m os qu e el m at r im on io debería celebrar y h acer suyas. Por eso es in elu dible la con troversia m oral y religiosa de fon do: ¿cuál es la con ­ dición m oral de las relacion es de gays y lesbian as? M arsh all n o es neutral en esa cuestión . Sostien e qu e las relacio­ n es en tre person as del m ism o sexo son tan dign as de respeto com o las h eterosexu ales. R e st r in gir el m at r im on io a los h eterosexu ales «con fier e un sello oficial de apr obación al destru ctivo t óp ico qu e dice qu e las relacion es en tre person as del m ism o sexo son in estables en sí m ism as e in feriores a las relacion es en tre sexos opu estos, y no son dign as de respeto».38 Así qu e, cu an do ob servam os de cerca el ar gu m en to a favor del m at r im on io en tre person as del m ism o sexo, vem os qu e n o descan sa en las ideas d e n o discrim in ación y libertad de elección . Para decidir qu ién es deben poder optar al m at r im on io, h em os de pen sar en el pr op ósit o del m at r im on io y las virtu des que h on r a.Y esto n os lleva a un terren o m oral dispu tado, d on d e n o p od em os per m an ecer n eu ­ trales en tre con cepcion es con trapu estas de la vida buen a. En el cu rso de este viaje h em os explor ad o tres m an eras de en focar la ju st icia. U n a dice qu e In ju sticia con siste en m axim izar la utilidad o el bien estar (la m ayor felicidad para el m ayor n ú m ero). La segu n da dice qu e la ju st icia con siste en respetar la libertad de elegir, se trate de lo qu e realm en te se elige en un m ercado libre (el pu n to de vista libertario) o de las eleccion es h ipotéticas que se h arían en un a situa­ ción de partida caracterizada por la igu aldad (el pu n to de vista igu a­ litario liberal). La tercera dice que la ju st icia su pon e cultivar la virtud y razon ar acerca del bien com ú n . C o m o ya habrá im agin ad o llega­ d os a este pu n t o, m e in clin o p or un a versión del tercer en foqu e. D éjem e qu e in ten te explicar por qué. El en foqu e utilitarista tien e dos defectos: en pr im er lugar, h ace de la ju st icia y de los derech os cosa de cálcu los, n o de prin cipios; en segu n do, al in ten tar tradu cir todos los bien es h u m an os a un a m edida sim ple y u n ifor m e de valor los allan a sin ten er en cuen ta las diferen ­ cias cualitativas qu e hay en tre ellos. Las teorías basadas en la libertad resuelven el pr im er problem a pero n o el segun do. Se tom an los derech os en serio e in sisten en que la justicia es más que un mero cálculo.Aun que discrepan entre sí sobre qué derech os deben pesar más que las con sideracion es utilitaristas, coin ci­ den en que ciertos derech os son fun dam en tales y deben ser respetados. Pero más allá de sin gularizar ciertos derech os com o dign os de respeto, aceptan las preferencias, tal y com o son , de las personas. N o n os exigen que cuestion em os las preferencias y deseos con los que participam os en la vida pública o que les plan tem os cara. Segú n estas teorías, la dign idad moral de los fin es que perseguim os, el sign ificado y la im portan cia de nuestras vidas, y la calidad y carácter de la vida en com ú n qu e todos com partim os caen más allá de lo que a la justicia le correspon de. M e parece un error. N o se llega a un a socied ad ju st a solo con m axim izar la utilidad o garan tizar la libertad de elección . Para llegar a un a sociedad ju st a h em os de razon ar ju n t os sobre el sign ificado de la vida buen a y crear una cultura pública qu e acoja las discrepan cias qu e in evitablem en te surgirán . Tien t a buscar un pr in cipio o pr oced im ien to qu e pu eda ju st ifi­ car, de un a vez p or todas, cu alqu ier distr ibu ción de la ren ta, o del poder, o de las oportu n idades, que resulte de su aplicación . Con un pr in cip io de esa ín dole, si p u d iésem os en con trarlo, n os evitaríam os el tu m u lto y las disputas qu e el in tercam bio de argu m en tos sobre la vida buen a in evitablem en te crea. Pero tales discu sion es n o se pu eden evitar. La ju st icia, n o hay m ás rem edio, en juicia. En n uestras discu sion es — traten de los resca­ tes fin an cieros o los Cor azon es P ú rpu ra, los vien tres de alqu iler o el m at r im on io en tre person as del m ism o sexo, la acción afirm ativa o el ser vicio m ilitar, los in gresos de los con sejeros delegados o el dere­ ch o a usar un coch ecito de go lf— , las cu estion es relativas a la ju st icia se ligan a ideas con trapuestas sobre el h on or y la virtu d, el or gu llo y el r econ ocim ien t o. La ju st icia n o solo trata de la m an era debida de distribu ir las cosas. Trata tam bién de la m an era debida de valorarlas. U na p o l ít ic a d el b ie n c o m ú n Si una sociedad ju sta im plica que se razon e sobre la vida buen a, q u e­ dará p or pregu n tarse qu é tipo de discu r so polít ico n os orien taría h acia esa dirección . N o t en go una respuesta com plet am en t e elabo­ rada, pero p u ed o ofrecer un as cuan tas sugeren cias. En pr im er lugar, un a con statación : en su m ayor parte, la discu sión política gira hoy alred ed or del bien estar y de la libertad, de au m en tar la pr od u cción e con óm ica y de respetar los d er ech os de las person as. A m u ch os, h ablar de virtu d en política les recuerda a los con servadores r eligio­ sos qu e le d icen a la gen te cóm o debe vivir. Pero ese n o es el ú n ico m od o en qu e un a con cepción de la virtu d y el bien com ú n pueden in for m ar la política. El problem a estriba en im agin ar un a política qu e se t om e las cuestion es m orales y espiritu ales en serio, pero las apliqu e a las dificultades econ óm icas y cívicas en gen eral, n o solo al sexo y el aborto. En m i vida, la voz m ás pr om eted or a en esa dirección fue la de R o b e r t F. Ken n ed y cu an d o per segu ía la n om in ación presiden cial p or los dem ócratas en 1968. Para él, la ju st icia su pon ía m ás qu e el volu m en y la d istr ibu ción del pr od u ct o n acion al; t ocaba tam bién propósitos m orales su periores. En un discu rso qu e dio en la Un iver ­ sidad de Kan sas el 18 de m arzo de 1968 h abló de la gu erra d eV iet n am , de los m ot in es en las ciu dades de Est ados U n id os, de la d e­ sigu ald ad racial y d e la pobr eza ab r u m ad or a qu e h abía visto en M ississippi y los Apalach es. A con tin u ación , pasó de esas explícitas cu estion es de ju st icia a argu m en tar q u e los estadou n iden ses h abían acabado valoran do lo qu e n o debían . «Au n qu e act u em os para borrar la pobreza m aterial — d ijo— , hay otra gran tarea: en fren tarn os a la pobreza de satisfacción [...] que n os aflige a t odos.» Los estadou n i­ den ses se h abían d ad o a «la m era acu m u lación de cosas».39 Nuestro producto nacional bruto es ahora de más de 800.000 millones de dólares al año.'Pero el producto nacional bruto cuenta la contaminación del aire, la publicidad de cigarrillos y las ambulancias que limpian la carnicería de las carreteras. Cuenta las cerraduras de seguridad de nuestras puertas y las cárceles para quienes las descerra­ jan . Cuenta la destrucción de las secuoyas y la pérdida de las maravillas de nuestra naturaleza por la caótica dispersión urbana. Cuenta el na­ palm y las cabezas nucleares, y los vehículos blindados de la policía que combate los motines de nuestras ciudades. Cuenta [...] los pro­ gramas de televisión que glorifican la violencia para vender juguetes a nuestros hijos. Sin embargo, el producto nacional bruto no tiene sitio para la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación o la alegría de sus juegos. No incluye la belleza de nuestra poesía o la solidez de nuestros matrimonios, la inteligencia de nuestros debates públicos o la integridad de nuestros cargos públicos. No mide ni nuestro ingenio ni nuestro valor, ni nuestra sabiduría ni nuestra cultura, ni nuestra com ­ pasión ni la devoción que sentimos por nuestro país. Lo mide todo, en pocas palabras, menos lo que hace que la vida merezca ser vivida. Y puede decirnos todo sobre América salvo por qué estamos orgullo­ sos de ser american os.*' Al escu ch ar a Ken n edy, o al leer este pasaje, quizá cabría decir qu e la crítica m oral qu e dirigía con tra la au tosatisfacción y las pr eo­ cu p acion es m ateriales de su t iem p o era in depen dien t e de lo qu e afirm aba sobre las in justicias de la pobreza, de la guerra d eV iet n am y de la d iscr im in ación racial. Pero, para él, lo u n o iba con lo otro. Para acabar con esas in justicias, Ken n edy pen saba qu e era n ecesario p on er en en tredich o el com placien t e m od o de vida qu e veía a su alrededor. N o dudaba en en juiciar.Y, sin em bargo, al in vocar el or gu ­ llo d e los am er ican os p or su país, apelaba al m ism o t iem po a un sen tim ien to com u n itario. Le asesin aron m en os de tres m eses después. Solo pod em os h acer cabalas sobre esa política con reson an cias m orales que daba a en ten ­ der qu e h abría llevado a cabo si h u biese vivido. Cu ar en t a añ os d espu és, en la cam pañ a pr esid en cial de 2008, tam bién Bar ack O bam a explot ó el h am bre d e los estadou n iden ses por una vida pública gu iada por propósitos de m ayor calado, y pro­ pu so un a política de aspiracion es m orales y espirituales. Está por ver si la n ecesidad de atajar una crisis fin an ciera y una profun da recesión n o le im pedirá con vertir el ím petu m oral y cívico de su cam pañ a en un a n ueva política del bien com ú n . ¿C ó m o sería una n ueva política del bien com ú n ? Veam os algu ­ n os de sus posibles pun tos. 1. Ciudadan ía, sacrificio y servicio Si un a socied ad ju st a requ iere un in ten so sen tim ien to com u n itar io, ten drá qu e en con trar un a for m a de cultivar en los ciu dadan os un a p r eocu p ación p or el con ju n t o, un a d ed icación al bien com ú n . N o p u ed e ser in diferen te a las actitudes y disposicion es, a los «h ábitos del corazón », qu e los ciu dadan os llevan con sigo a la vida pública. D eb e en con trar un a form a de apartarse de las n ocion es pu ram en te privatizadas de la vida buen a y cultivar la virtu d cívica. Tr ad icion alm en t e, la escu ela pú b lica ha sid o u n lu gar para la ed u cación cívica. En algu n as gen er acion es otr o fu e el ejército. N o m e refiero pr in cip alm en t e a la en señ an za explícita de la virt u d cí­ vica, sin o a la ed u cación cívica práctica, a m en u d o in advertida, qu e se p r od u ce cu an d o jó v e n e s de difer en tes clases econ óm icas, co n ­ t ext os r eligiosos y com u n id ad es étn icas se ju n t an en in st it u cion es com u n es. Cu an d o tantos colegios públicos están en pen osas con d icion es y cu an d o solo un a pequ eñ a parte de los estadou n iden ses sirve en las fuerzas arm adas, es un problem a grave el de cóm o va un a sociedad d em ocrática tan vasta y dispar com o la n uestra a ten er la esperan za de cultivar la solidaridad y el sen tim ien to de m u tu a respon sabilidad qu e una socied ad ju st a requiere. Esta cuestión ha r eaparecido hace p o co en n uestro discu rso político, al m en os en cierta m edida. D u r an te la cam pañ a de 2008, Bar ack O b am a afir m ó qu e los acon tecim ien tos del 11 de septiem bre de 2001 excitaron en los am e­ r ican os un sen tim ien to patriótico, un orgullo, un a n ueva disposición a servir a su país.Y criticó al presiden te G e o r ge W Bu sh por n o con ­ vocarlos a algun a form a de sacrificio com par t ido. «En vez de qu e se n os llamara a prestar un servicio — dijo O bam a— , se nos pidió que n os fu ésem os de com pras. En vez de que se n os llam ase a un sacr ificio com par tido, se n os dio p or prim erísim a vez en n uestra h istoria una r ed u cción de im pu est os en t iem po de gu er r a para los am er ican os m ás r icos.»4' O b am a propu so que se alen tase el ser vicio n acion al ofr ecien do a los estudian tes un a ayuda para pagar la u n iversidad a cam b io de cien h oras de ser vicio público. «In viertes en Am ér ica y Am érica in ­ vierte en ti», les decía a los jóven es m ien tras h acía cam pañ a por el país. Esta sería un a de sus propuestas m ás populares, y en abril de 2009 firm aba un a ley qu e exten día A m er iCor p s, un ser vicio civil volu n ­ tario, y su bven cion aba la carrera a los estu dian tes qu e se ofreciesen com o volu n tarios en sus m u n icipios. Pese a la reson an cia de la lla­ m ada de O b am a al ser vicio n acion al, sin em bar go, n o se h an abierto paso políticam en te propuestas más am biciosas de establecer un ser­ vicio n acion al obligatorio. 2. Los límites morales de los mercados Un a de las ten den cias m ás llam ativas de n uestro t iem po es la expan ­ sión de los m ercados y del razon am ien to or ien t ado p or el m ercado en esferas de la vida qu e tradicion alm en te se gob er n ab an p or n or ­ m as qu e n o ten ían que ver con ellos. En capítulos an teriores h em os r eflexion ad o sobre las cu estion es m orales qu e su rgen , p or ejem plo, cu an d o los países en cargan el ser vicio m ilitar y el in terr ogat or io de los p r ision eros a m ercen arios o al person al de con tratas privadas; o cu an d o los padres dejan el em bar azo y el parto a trabajadoras del m u n d o en desarrollo a las qu e pagan por ello; o cu an do se com pran y ven den r iñ on es en un m er cad o abierto. Abu n dan los ejem plos: a los alu m n os de un cen tro de en señ an za que tien e resultados in fer io­ res a la m edia, ¿se les p u ed e dar din ero si sacan un a n ota buen a en un exam en estan darizado? ¿Y prim as a los m aestros qu e m ejoren los resu ltados de sus alum n os en esos exám en es? Los estados de Estados U n id os, ¿deben recurrir a em presas para en carcelar a sus presos? Es­ tados U n id os, ¿debe sim plificar su política de in m igración aplican do la propu esta de un econ om ist a de la U n iver sid ad de C h icago de ven d er la ciu dadan ía estadou n iden se por cien m il dólares?-12 Estas pregun tas n o plan tean solo problem as relativos a la utilidad y el con sen tim ien to. Tam bién se refieren al m od o debido de valorar prácticas sociales clave: el servicio militar, ten er h ijos, en señ ar y apren ­ der, el castigo de los crím en es, la adm isión de n uevos ciudadan os, et­ cétera. C o m o llevar una actividad social al m ercado pu ede cor r om per o degradar las n orm as qu e la defin en , ten em os qu e pregun tarn os qu é n or m as ajen as al m ercado qu er em os pr oteger de la in trom isión de este. Est a es un a cu est ión qu e r equ ier e un d eb at e p ú b lico acer ca de las m an eras con trapuestas de con cebir el m od o debido de valorar los bien es. Los m ercados son in stru m en tos útiles para organ izar la actividad productiva. Pero a n o ser qu e qu er am os que el m ercado reescriba las n orm as qu e gobiern an las in stitucion es sociales, n ecesi­ tarem os un debate pú blico sobre los lím ites m orales del m ercado. 3. Desigualdad, solidaridad y virtudes chicas En Estados Un id os, la brech a entre r icos y pobres ha crecido en los ú ltim os d ecen ios y alcan zado n iveles d escon ocid os desde los añ os trein ta. Sin em bargo, la desigu aldad n o ha ten ido m u ch o peso com o problem a político. Hasta la m odesta propu esta de Bar ack O bam a de devolver los tipos del im pu est o de la renta ad on d e estaban en los añ os n oven ta h izo qu e sus con tr in can t es r epu blican os de 2008 le llam asen socialista que quiere repartir la riqueza. La p oca aten ción qu e la política con t em por án ea le presta a la desigu ald ad n o refleja un desin terés al r especto en tre Jos filósofos polít icos. La ju st a distr ibu ción de la renta y del pat r im on io es un o de los aspectos prin cipales del debate en la filosofía política desde los añ os seten ta hasta hoy. Pero la ten den cia de los filósofos a abordar la cuestión desde el pu n t o de vista de la utilidad o del con sen tim ien to les lleva a pasar p or alto el ar gu m en to con tra la desigu aldad al que m ás probable es qu e se h aga caso políticam en te, un ar gu m en to que se en cu en tra en el n ú cleo m ism o del proyecto de un a ren ovación m oral y cívica. Algu n os filósofos cobrarían im pu est os a los ricos para ayudar a los pobres en aras de la m ayor utilidad; t om ar cien dólares de un rico y dárselos a un pobr e apen as dism in uirá la felicidad del rico, con je­ turan , pero au m en tará m u ch o la felicidad del pobre. Jo h n Raw ls tam bién d efien de la redistribu ción , pero basán dose en un con sen ti­ m ien to h ipotético. Ar gu m en ta que, a la h ora de crear u n h ipotético con tr at o social en un a im agin ada situ ación or igin ar ia de igualdad, t od os acordarían un pr in cipio qu e respaldase algun a form a de redis­ tribu ción . Pero h ay un a tercera razón , y m ás im portan te, para pr eocu parse p or la crecien te desigu aldad de la vida en Estados U n id os: un a b r e­ cha excesiva en tre r icos y pobres socava la solidaridad qu e la ciu d a­ dan ía dem ocrática requiere. Por lo sigu ien te: a m edida qu e aum en ta la d esigu aldad, r icos y pobr es viven vidas cada vez m ás separadas. Q u ien es tien en din ero m an dan a sus h ijos a colegios privados (o a los colegios pú b licos de las urban izacion es de gen te pu dien te) y dejan las escu elas públicas de los b ar r ios a los n iñ os de las fam ilias a las que n o les qu eda otro r em edio qu e llevarlos a ellas. Un a ten den cia sim i­ lar con d u ce a la secesión de los pr ivilegiados de los dem ás cen tros e in stitu cion es públicas.'13 Los clubes privados sustituyen a los polideportivos y las piscin as m u n icipales. Las zon as residen ciales de alto n ivel econ óm ico con tratan guardas de segu ridad y depen den m en os de la protección de la policía. Un segu n do o tercer coch e elim in a la n ecesidad del tran sporte pú blico.Y así sucesivam en te. Los que tien en din ero se apartan de los lugares y servicios pú blicos, que qu edan solo para los qu e n o pueden pagar otra cosa. Est o tien e dos efectos n ocivos, u n o fiscal y otro cívico. En pr i­ m er lugar, los servicios pú blicos se deterioran , ya qu e qu ien es ya no los usan están m en os dispu estos a costearlos con sus im pu estos. En segu n d o lugar, las in stalacion es públicas — escuelas, parques, áreas de ju e go s in fan tiles, cen tros cívicos— dejan de ser lu gares d on d e se en cu en tran ciu dadan os qu e sigu en cam in os diferen tes en la vida. Los cen tros pú blicos que anees reu n ían a la gen te y h acían las veces de escu ela in form al de virt u d es cívicas ah ora abun dan m en os y están m ás lejos los u n os de los otros. El vaciado de la esfera pú blica difi­ culta qu e se cultiven la solidaridad y el sen tim ien to com u n itar io de los qu e depen d e la ciudadan ía dem ocrática. Así pu es, aparte de sus efectos en la u tilidad o en el con sen so pú blico, la desigu aldad pu ede cor r oer las virtu des cívicas. Los co n ­ servadores en am or ados de los m er cados y los liberales igu alitar ios partidarios de la redistribu ción pasan por alto esa pérdida. Si la erosión de la esfera pública es el problem a, ¿cuál es la solu ­ ción ? Un a política del bien com ú n tom aría com o un a de sus p r im e­ ras m etas la recon stru cción de la in fraestructura de la vida cívica. En vez de cen trarse en la redistribu ción con la in ten ción de am pliar el acceso al con su m o privado, gravaría a las person as de posibles para r econ st r u ir los ser vicios e in st it u cion es pú blicos, a fin de que, así, ricos y pobres disfruten de ellas p or igual. U n a gen eración an terior h izo in version es m asivas en el pr ogr a­ m a federal de carreteras qu e, si bien dio a los estadou n iden ses un a m ovilidad y libertad in dividu ales sin preceden tes, con tr ib u yó tam - bien a qu e se dep en d iese del au t om óvil privado, a la dispersión de las u rban izacion es alrededor de las ciudades, a la d egr adación m ed io­ am bien tal y a un as pautas de vida qu e cor r oen la com u n idad. La gen er ación presen te podría com prom eterse a invertir, las con secu en ­ cias n o serían m en ores, en in fraestructuras para la ren ovación cívica: escuelas públicas a las que tan to ricos com o pobres quieran en viar a sus h ijos, sistem as de tran sporte pú b lico lo su ficien t em en te fiables para atraer a qu ien es, para ir a trabajar, h an de desplazarse desde las afueras acom od ad as al cen tro, y h ospitales, áreas de ju e go s in fan tiles, parqu es, polid epor t ivos, bibliotecas y m u seos qu e, al m en os ideal­ m en te, saqu en a la gen te de sus u rban izacion es cerradas y la lleven a los espacios com u n es de un a ciu dadan ía dem ocrática com partida. Cen tr ar se en las con secu en cias cívicas de la desigu aldad, y en las for m as de desh acerlas, podr ía gen erar un ím petu polít ico qu e los argu m en tos sobre la distribu ción de la riqu eza en cuan to tal n o son capaces de crear. Serviría adem ás para resaltar el n exo en tre la ju sticia distributiva y el bien com ú n . 4. Una política del compromiso moral Algu n os pien san que la im plicación pú blica en los problem as de la vida buen a es una tran sgresión cívica, un viaje m ás allá de los límites de la razón pública liberal. La política y el derech o n o deberían en ­ redarse en disputas m orales y religiosas, solem os pen sar, pu es si lo h iciesen se abriría el cam in o hacia la coer ción y la in toleran cia. Es una pr eocu pación legítim a. Los ciu dadan os de las sociedades plura­ listas discrepan sobre la m oralidad y la r eligión . Pero si, co m o he defen dido, n o es posible que el Estado sea n eutral en esas discrepan ­ cias, ¿será posible, n o obstan te, gu iar n uestra política p or la vía del respeto m u tu o? La respuesta, creo, es afirm ativa. Pero n ecesitam os un a vida cívi­ ca m ás robusta y com pr om etid a qu e esta a la qu e n os h em os acos­ tum brado. En los ú ltim os decen ios h em os llegado a dar p or sen tado qu e respetar las con viccion es m orales y religiosas de n uestros con ­ ciu dadan os sign ifica ign orarlas (al m en os para fines políticos), dejar­ las en paz y llevar n uestra vida pública sin referirn os —:en la m edida de lo posible— a ellas. Pero eludirlas de esta m an era n o con siste sin o en un respeto espu rio. A m en u d o, con siste m ás en su pr im ir la dis­ crepan cia m oral que en eludirla. Ello p u ed e provocar un a reacción en con tra y m u ch o resen tim ien to. P u ede t am bién con d u cir a un discu rso pú blico em pobrecido, qu e se precipita de las n oticias del día a las del sigu ien te aten to a lo escan daloso, lo sen sacion alista y lo trivial. Un a m ás decidida im plicación pública en n uestras discrepan cias m orales proporcion aría un fu n dam en to m ás sólido, n o m ás débil, al respeto m u tu o. En vez de h acer caso om iso de las con viccion es m o­ rales y religiosas que n uestros con ciu d adan os llevan con sigo a la vida pú blica, deberíam os tratarlas m ás directam en te, a veces pon ién dolas en en tr edich o y plan tán doles cara, a veces escu ch án dolas y apren ­ d ien d o de ellas. N o hay garan tía algun a de qu e la deliberación pú bli­ ca sobre arduas cuestion es m orales con du zca en toda situ ación a un acu erdo, o siqu iera a qu e se aprecien los pu n tos de vista m orales y r eligiosos de los otros. Siem pre es posible qu e con ocer m ejor un a doct r in a m oral o religiosa h aga qu e n os gu ste m en os. Pero n o lo sabrem os si n o lo in ten tam os. U n a política basada en el com pr om iso m oral n o solo es un ideal qu e en tu siasm a más qu e un a política de la elusión . Es tam bién un fu n dam en to m ás pr om etedor de una socied ad ju sta. Notas 1. H a c e r l o q u e e s d e b id o 1. Michael McCarthy, «After Storm Com e theVultures», USA Today, 20 de agosto de 2004, p. 6B. 2. Joseph B.Treaster, «Wich Storm Gone, Floridians Are Hit with Prw ce Gougin g», New York Times, 18 de agosto de 2004, p. A l; McCarthy, «A f­ ter Storm Com e tlie Vultures». 3. McCarthy, «After Storm Com e the Vultures»;Treaster, «With Storm Gone, Floridians Are Hit with Price Gouging»; Crist citado por JefFJacoby, «Brin g on the “ Price Gou gers”», Boston Clobe, 22 de agosto de 2004, p. F11. 4. McCarthy, «After Storm Com e the Vultures»; Allison North Jones, «West Palm Days Inn Settles Storm Gougin g Suit», Tampa Tribune, 6 de octubre de 2004, p. 3. 5. Thomas Sowell, «How “Price Gou gin g” Helps Floridians», Tampa Tribune, 15 de septiembre de 2004; publicado también com o «“ Price Gou gin g” in Florida», Capitalism Magazine, 14 de septiembre de 2004, en www.capmag.com/article.asp?ID= 3918. 6. ib idem. 7. Jacoby, «Bring on the “ Price Gougers’Y 8. Charlie Crist, «Storm Victims Need Protection», Tampa Tribune, 17 de septiembre de 2004, p. 17. 9. Ibidem. 10. jacoby, «Bring on the “Price Gougers”». 11. Lizette Alvarez y Erik Eckh olm. «Purple Heart Is Ruled Out for Traumatic Stress», NewYork Times, 8 de enero de 2009. 12. Ibidem. 13. Tyler E. Boudreau, «Troubled Minds and Purple Hearts», New York Times, 26 de enero de 2009, p.A21. 14. Alvarez y Eckholm, «Purple Heart Is Ruled Out». 15. Boudreau, «Troubled Minds and Purple Hearts». 16. S. Mitra Kalita, «Americans See 18% ofW ealth Vanish», Wall Street Journal, 13 de marzo de 2009, p.Al. 17. Jackie Calmes y Louise Story, «418 Got AIG Bonuses; Outcry Grovvs in Capital», Netw York Tintes, 18 de mareo de 2009, p .A l; BlU Saporito, «How AIG Becam eToo Big to Fail», Time, 30 de marzo de 2009, p. 16. 18. La cita de) consejero delegado de AIG, Edward M. Liddy, procede de Edmund L. Andrews y Peter Baker, «Bonus Money at Troubled AIG Draws Heavy Criticismo. NeivYork Times, 16 de marzo de 2009; véase tam­ bién Liam Pleven, Serena Ng y Sudeep Reddy, «AIG Faces Growing Wrath Over Payments», Wall Street Journal, 16 de marzo de 2009. 19. NcwYork Post, 18 de marzo de 2009,p. 1. 20. Shailagh Murray y Paul Kane, «Senate WiU Delay Acrion on Puni ti ve Tax on Bonuses». Washington Post, 24 de marzo de 2009, p.A7. 21. Mary Williams Walsh y Cari Hulse,«AIG Bonuses of$50 Million to Be Repaid», Neu/York Times, 24 de marzo de 2009, p.Al. 22. Greg Hitt, «Drive to Tax AIG Bonuses Slows», Wall Street Journal, 25 de marzo de 2009. 23. No todos los que recibieron las criticadas primas de AIG eran responsables de las inversiones arriesgadas que causaron el desastre. Algunos se habían incorporado a la división de productos financieros tras el hundi­ miento, para poner orden en el desbarajuste. Un o de esos ejecutivos publi­ có en la prensa un artículo en el que se quejaba de que la indignación pública no distinguiese entre los responsables de las inversiones impruden­ tes y quienes no habían participado en ellas. Véase Jake DeSantis, «Dear AIG, I Quit!», NewYorkTimes, 24 de marzo de 2009. Al contrario que De­ Santis,Joseph Cassano, que fue presidente de productos financieros de AIG durante trece años, ganó 280 millones de dólares antes de abandonar la compañía en mareo de 2008, poco antes de que las permutas de incumpli­ mientos de créditos, tan de su gusto, arruinasen la compañía. 24. Citan al senador Sherrod Brown Jonathan Weisman, Naftali Bendavid y Deborah Solomon , «Congress Looks to a Tax to Recou p Bonus Money», Wall Street Journal, 18 de marzo de 2009, p. A2. 25. Presidente Barack Obama, comen tarios del presidente, la Casa Blanca, 16 de marzo de 2009, en www.whitehouse.gov/the_press_ofFi ce/ Remarks-by-the-President -to-small-business-owners. 26. Michael Shnayerson, «Wall Street s $16 Billion Bonus», Vamty Fair, marzo de 2009. 27. Presidente Barack Obama, comentarios del presidente sobre la remuneración de los ejecutivos, Casa Blanca, 4 de febrero de 2009, en www.wh iteh ouse.gov/blog_post/ new_rules. 28. El senador Grassley hizo esos comentarios en la radio W M T de lowa. Se puede leerlos en The Caucus, un blog del sitio en la red del New York Times.Véase Kate Phillips, «Grassley: AIG MustTake Its Medicin e (Not Hem lock)», 17 de marzo de 2009, en w w w .th ecaucus.blogs.n ytim es. co m /2009/03/17/grassley-aig-should-take -its-medicine-not-hemlock. 29. Ibidem. Véase también Kate Phillips, «Senator Wants Som e Remorse from C.E.O.s», New York Times, 18 de marzo de 2009, p.A15. 30. Alan Schwartz, ex consejero delegado de Bear Stearns, según lo cita W illiam D. Coh én , «A Tsunami o f Excuses», New Vórfc Times, 12 de marzo de 2009. 31. Ibidem. 32. Shnayerson, «Wall Street’s $16 Billion Bonus». 33. David R . Francis, «Should CEO Pay Restriction s Spread to All Corporations?», Christian Science Monitor, 9 de marzo de 2009. 34. Ibidem. 35. Las remuneraciones de los directores generales se han sacado del análisis de los datos de los años 2004-2006 realizado porTowers Perrin y citado por Kenji Hall, «No Outcry About CEO Pay in Japan», BusinessWeek, 10 de febrero de 2009. 36. Los enunciados clásicos del caso del tranvía son los de Philippa Foot, «Th e Problem o f Abortion and the Doctrine o f Double Effect», en Virtues and Vices and Other Essays iti Moral Philosophy, Basil Black well, Oxford, Rein o Unido, 1978, p. 19, y Judith Jarvis Th omson , «The Trolley Problem», Yaie Law Journal 94 (mayo de 1985), pp. 1.395-1.415. 37. La exposición que sigue está tomada de la obra de Marcus Luttrell, con Patrick Robin son , Lone Survivor: The Eyewitness Account of Opera¡ion Redwmg and the Lost Heroes oJSEA LTeam 10, Litde, Brown and Com pany, Nueva York, 2007. 38. Ibid.; p. 205. 39. ¡bidetn. 40. Ibid., pp. 206-207. 2. E l p r i n c i p i o d e l a m á x im a f e l ic id a d . E l u t il it a r ism o 1. Quceti v. Dudfey and Stephens, 14 Queens Bench División 273,9 de diciembre de 1884. Citas de «The Story oft h e Mignonette», The Illustrated London News, 20 de septiembre de 1884.Véase también A.W. Brian Simpson, Cannibalism and the Common Law, Universicy o f Ch icago Press, Ch ica­ go, 1984. 2. Jeremy Bentham, Introduction to the Principies of Moráis and Legisladon (1789),J. H .Burn s y H. L.A. Hart, eds., Oxford Universicy Press, 1996, cap. 1. 3. Ibidcm. 4. Jeremy Bentham, «Tracts on Poor Laws and Pauper Management», 1797, en The Works of Jeremy Benthatn, vol. 8, Russell & Russell, Nueva York, 1962, pp. 369-439, edición a cargo de Joh n Bowring. 5. Ibid., p. 401. 6. Ibid., pp. 401-402. 7. Ibid., p. 373. 8. Ursula K. Le Guin, «The Ones W h o Walked Away from Ornelas», en Norton A nthoiogy of Shori Fiction, edición de Richard Bausch,W . W. Nor­ ton, Nueva York, 2000 (hay traducción al castellano de Elena Rius: Doce moradas del viento, Edhasa, Barcelona, 2004). 9. Gordon Fairclough, «Philip Morris Notes Cigarettes’ Benefits for Nation ’s Finances», Wall Street Journal, 16 de ju lio de 2001, p. A2. El texto del informe, «Public Finance Balance o f Smokin g in the Czech Republic», 28 de noviembre de 2000, elaborado para Philip Morris por Arthur D. Little International, Inc., está disponible en www.mindfully.org/Industry/ Ph ilip-Morris-Czech -Study.htm y en www.tobaccofreekids.org/reports/ p hi li p mor ris/pmcze chstudy.pdf. 10. Ellen Goodman, «Thanks, but N o Thanks», Boston Globe, 22 de julio de 2001, p. D7. 11. Gordon Fairclough, «Philip Morris Says Its Sorry for Death Report», Wall Street Journal, 26 de julio de 2001, p. Bl. 12. Se trata del caso judicial Grimshaw v. Ford Motor Co., 174 Cal. Re- porrer 348 (Cal. Ct. App. 1981). Informó del análisis de costes y beneficios Mark Dowie, «Pinto Madness», MotherJones, septiembre-octubre de 1977. Para un caso similar que afectó a la General Motors, véase Elsa Walsh y Benjamín Weiser, «Court Secrecy Masks Safety Issues», Washington Post, 23 de octubre de 1988, pp. A1, A22. 13. W. Kip Kiscusi, «Corporate Risk Analysis: A Reckiess Act?». Stanjord Law Review 52 (febrero de 2000), p. 569. 14. Katharine Q. Seelve y Joh n Tierney. «E.P.A. Drops Age-Based Cost Studies». NewYork Times, 8 de mayo de 2003, p. A26; Cin dy Skrzycki, «Under Fire, E.P.A. Drops the “Sénior Death Discoun t”»), Washington Post, 13 de mayo de 2003, p. E l; Roben Hahn y ScottW allsten, «W hose Life Is Worth More? (And W hy Is It Horrible to Ask?)», Washington Post, 1 de ju n io de 2003. 15. Orley Ashenfelter y Michael Greenstone, «Using Mandated Speed Limits to Measure the Valué o f a Statistical Lifiz»,Journal ojPolítica! Economy 112, suplemento (febrero de 2004), pp. S227-267, 16. Edward L.Th orn dike, Human Nature and the Social Ordcr, Macmillan. Nueva York, 1940. Versión resumida a cargo de Geraldin e Jon cich Clifford, M1T Press, Boston. 1969.pp. 78-83. 17. Ibid., p.43. 18. Ibidem. 19. Joh n Stuart Mili, On Liberty (1859), edición de Stefan Collini, Cam bridge University^ Press, 1989, cap. 1 (hay traducción al castellano de Pablo de Azcárate: Softrt’ la libertad, Alianza, Madrid, 2009, yTecnos, Madrid, 2008). 20. Ibidem. 21. íbid., cap. 3. 22. Ibidem. 23. Ibidem. 24. La cita procede de una oscura obra de Bentham, The Rationale of Reward, publicada en la década de 1820. Esta aseveración de Bentham se hizo con ocida gracias a Joh n Stuart Mili. Véase Ross Harrison, Bentham, Routledge. Londres, 1983, p. 5. 25. Joh n Stuart Mili, Utiiirariatiism (1861), edición de George Sher. Hackett Publishing, 1979, cap. 2 (hay traducción al castellano de Esperanza Guisan: El militarismo, Alianza. Madrid, 2007). 26. Ibidem. 27. Ibid., cap. 4. 28. Ibid., cap. 2. 29. ibidem. 30. Me baso aquí y en los párrafos siguientes en la excelente descrip­ ción dejoseph Lelyveld, «English Thinker (1748-1832) Preserves His Poise», New York Times, 18 de ju n io de 1986. 31. «Extract from Jerem y Ben th am ’s Lase W ill and Testament», 30 de mayo de 1832, en el sicio en la red del Proyecto Bencham, University College de Londres, en w w w .u el.ac.uk/Ben th am -Project/in fo/w ill.h tm . 32. Estas y otras anécdotas se cuentan en el sitio en la red del Proyec­ to Bentham, University College de Londres, en www.ucl.ac.uk/BenthamProj e ct/i n fo/jb.h tm. 33. Ibidem. 3. ¿So m o s n u e s t r o s p r o p i o s d u e ñ o s ? E l l i b e r t a r i s m o 1. Matthew Miller y Duncan Greenberg, «The Forbes 400», Forbes, 17 de septiembre de 2008, en w w w .forbes.com /2008/09/16/forbes-400-billionaires-lists -4001ist08_cx_mn_0917richamericans_land.html. 2. Lawrence M ich eljar ed Bernstein y Sylvia Allegretto, The State of Working America 2 0 0 6 /2 0 0 7 :An Econ oni ic Policy Institute Book, Ithaca, 1LR Press, Nueva York, sello editorial de Corn ell University Press, 2007. Se valen de datos de Edward N.W olff (2006), en wvvw. state o fwork inga m erica.org/tabfig/05/SW A06_05_W ealth .pdf. Véase también Arth ur B. Kennickell, «Currents and Undercurrents: Ch anges in the Distribution o f Wealth, 1989-2004», Con sejo de la Reserva Federal, W ash ington, D.C., 30 de enero de 2006, en w w w .fcderalreserve.gov/pubs/oss/oss2/papers/ concentra tion .2004.5. pdf. 3. Friedrich A. Hayek, The Constitution of Liberty, University o f Ch i­ cago Press, Nueva York, 1960 (hay traducción al castellano de José Vicente Torrente: Los fundamentos de ¡a libertad, Un ión Editorial, Madrid, 2008). 4. Milton Friedman, Capitalism and Freedom, University o f Ch icago Press, Ch icago, 1962, p. 188 (hay traducción al castellano: Capitalismo y li­ bertad, Rialp, Madrid, 1966). 5. Ibid., p. 111. 6. Ibid., pp. 137-160. 7. Ro b en Nozick. Anarchy, State, and Utopia, Basic Books, Nueva York, 1974, p. ix (hay traducción al castellano de R.Tam ayo: Anarquía, Estado y utopía. Fondo de Cultura Económica. México, 1988). 8. /¿»'rf.,pp. 149-160. 9. I b i d pp. 160-164. 10. Ibid., p. 169. 11. Ibid., p. 172. 12. i&irf.,p.l71. 13. Mon ica Davey, «Kevorkian Speaks After His Release From Pri— son». New York Times, 4 de ju n io de 2007. 14. Mark Landler, «Eatin g People Is W rong! But Is It H om icide? Court to Rule», NewYbrk Times, 26 de diciembre de 2003, p. A4. 15. Mark Landler, «Germán Court Con victs Internet Cannibal o f Manslaughter», Neu: York Times, 31 de enero de 2004, p. A3;Tony Paterson, «Cannibal o f Roten burg Gets 8 Years for Eating a W illingVictim». The In­ dependen t, Londres, 31 de enero de 2004, p. 30. 16. Luke Harding, «Germán Court Finds Cannibal Guilty o f Murder», The Guardian, Londres, 10 de mayo de 2006, p. 16. 17. Karen Bale, «Killer Cannibal Becom es Veggie», Scottish Daily Re­ cord, 21 de noviembre de 2007, p. 20. 4. A y u d a d e pa g o . M er c a d o y m o r a l 1. James W. Geary. We Need Metí: The Union Draft in the Civil War, North ern Illinois Universicy Press, DeKalb, 1991, pp. 3-48; Jam es M. McPh erson , Battle Cry of Freedom: The Civil War Era, O xford Universicy Press, Nueva York, 1988, pp. 490-494. 2. McPh erson, Battle Cry, pp. 600-611. 3. Ibidem; Geary, We Need Me», pp. 103-150. 4. McPh erson, Battle Cry, p. 601; Geary, We Need Metí, p. 83. 5. Geary, We Need Men, p. 150, y The Civil War: A Film by Ken Bu rus, episodio 5, «Th e Universo o f Battle», cap. 8. 6. Jeífrey M. Jon es, «Vast Majority o f Americans Opposed to Rein stating Military Draft», servicio de noticias de Gallup, 7 de septiembre de 2007, en w w w .gallup.com /poll/ 28642/Vast-Majority-Am erican s-Opposed-Rein stitutin g-Military-Draft .aspx. 7. Hon . Ron Paul (republicano, por Texas), «3000 American Deaths in Iraq», Cámara de Representantes de Estados Unidos, 5 de enero de 2007; en www.ronpaullibrary.org/document ,ph p?id=532. 8. «Army Recruitm en t in FY 2008: A Look at Age, Race, Income, and Education ofN e w Soldiers», Proyecto de las Prioridades Nacionales; datos tomados del gráfico 6: Accive-duty Army: Recruits by Neigh borh ood Income, 2005, 2007, 2008; en www.nationalpriorities.org/militaryrecruitin g2008/active_duty_army/recruits _by_neighborhood_income. 9. Ibidem. Un estudio de la Heritage Foundation pone en duda este hallazgo, en parte al mostrar que los códigos postales de los lugares de don­ de proceden los oficiales corresponden desproporcionadamen te a zonas acomodadas. Véase Shanea J.W atkins y Jam es Sherk, «W ho Serves in the U.S. Military? Demograph ic Characteristics o f Enlisted Troops and Officers<>, Cen tro Heritage de Análisis de Datos, 21 de agosto de 2008, en ww w.h eritage.org/Research /Nation al Security/cda08-05.cfm . 10. «Military Recruitm en t 2008: Significant Gap in Arm y’s Quality and Quantity Goals», Proyecto de las Prioridades Nacionales; datos toma­ dos de la tabla 1: Educational Attainment, F.Y. 2008, en www.nationalpriorities.org/militaryrecruiting2008/army2008 edattainment. 11. David M. Kennedy, «The Wages of a Mercenary Army: Issues of CivilMilitary Relations», Bulletin of the American Academy (primavera de 2006), pp. 1216. Kennedy cita a Andrew Bacevich, The Netv American Militarista: HowAntericansAre Seduced by War, Oxford University Press, Nueva York, 2005, p. 28. 12. Kathy Roth -Douquet y Frank SchaefFer, A W OL: The Unexcused Absence ofAmeriea’s Upper Classesfrom Military Service, HarperCollin s, Nu e­ va York, 2006. 13. Arielle Gorin , «Princeton, in the Nation ’s Service?», The Daily Princctonian, 22 de enero de 2007. Las cifras de Princeton proceden de Charles Moskos. sociólogo que estudia las fuerzas armadas. Se cita a Moskos en Julián E. Barnes y Peter Spiegel, «Expanding the Military,W ithout a Draft», Los Angeles Times, 24 de diciembre de 2006. 14. U5/4 Today cuenta que, según la biblioteca del Senado de Estados Un idos, al menos 9 de los 535 miembros del Con greso tienen hijos o hijas que han servido en Irak. Kathy Kiely, «Lawmakers Have Loved Ones in Com bat Zon e». USA Today, 23 de enero de 2007. 15. Charles Rangel, «Why I Want the Draft», New York Daily News, 22 de noviembre de 2006, p. 15. 16. Ibidem. 17. Kennedy, «The Wages ot a Mercenary Army»; y véase también de David M. Kennedy, «The Best Army'We Can Buy», New York Times, 25 de julio de 2005, p. A19. 18. Ibid.,p.]3. 19. Ibid.7p. 16. 20. Jean-Jacques Rousseau, T7ie Social Contract (1762), libro III, cap. 15, traducción de G. D. H. Cole.J. M. Dent and Sons, Londres, 1973. (Entre otras traducciones al castellano de Du contrat social, la de Fernando de los R íos-. Contrato social, Espasa-Calpe, Madrid, 2007).. 21. Doreen Carvajal, «Foreign Legión Turns to Internet in Drive for Recruits», Boston Sunday Globe, 12 de noviembre de 2006; Molly Moore, «Legendary Forcé Updates Its Image: Online Recruitin g, Anti-Terrorist Activities Routin e in Today’s French Foreign Legión », Washington Post, 13 de mayo de 2007, p. A.14. 22. Julia Preston, «U.S. Military Will Offer Path to Citizenship», New York Times, 15 de febrero de 2009, p. 1; Bryan Bender, «Military Considers Recruitin g Foreigners». Boston Globe, 26 de diciembre de 2006, p. 1. 23. T. Christian Miller, «Contractors Outn um berTroops in Iraq», Los Angeles Times. 4 de julio de 2007. 24. PeterW . Singer, «Can ’t Win with ’Ern, Can ’t Go to War W ithout ’Em : Private Military Con tractors and Coun terin surgen cy», Brookings Institution, Foreign Policy Paper Series, septiembre de 2007, p. 3. 25. Según las solicitudes de subsidios al Departamento de Trabajo de Estados Unidos, 1.292 empleados de las contratas habían muerto para abril de 2008. Cita la cifra Peter W. Singer, «Outsourcing the Fight)>, Forbes, 5 de jun io de 2008. Sobre que el ejército de Estados Un idos no cuenta las muertes de los empleados de las contratas, véase Steve Fainaru, «Soldier of Misfortune: Fighting a ParallelW ar in Iraq, Private Contractors Are Officially Invisible-Even in Death», Washington Post, 1 de diciembre de 2008, p .C l. 26. Evan Th om as y March Hosenball,«Th e Man Behind Blackwater», Newsweek, 22 de octubre de 2007, p. 36. 27. La cita de Prince procede de Mark Hemingway, «Warriors for Hire: Blackwater USA and the Rise o f Private Military Contractors», The Weekly Standard, 18 de diciembre de 2006. 28. La cifra de 1.000 millones de dólares para Blackwater en Irak es de Steve Fainaru, Big Boy Rutes: America's Me reatar¡es Fighting in Iraq, Da Capo, Nueva York, 2008, y la cita de Ralph Peters, «Hired Guns», Wash­ ington Post, 21 de diciembre de 2008. 29. Ginger Th ompson y James Risen, «Five Guards Face U.S. Charges in Iraq Deaths», New York Times, 6 de diciembre de 2008. 30. Singer, «Can ’t W in with ’Em», p. 7. 31. Los hechos del caso expuestos en este y en los párrafos siguientes se han tomado de sentencias judiciales: ln re Baby M, 217 New Jersey Su ­ perior Cou rt, 313 (1987). y Matter of Baby M, Supreme Court o f New Jersey, 537 Atlantic Repórter, 2d Series, 1227 (1988). 32. In re Baby M, 217 New Jersey Superior Court, 313 (1987). 33. Ibid.,pp. 374-375. 34. Ibid.,p. 376. 35. Ibid., p. 372. 36. Ibid., p. 388. 37. Matter of Baby M, Supreme Court of New Jersey, 537 Atlantic Re­ pórter. 2d Series, 1227 (1988). 38. Ibid., p. 1.248. 39. Ibidem. 40. Ibid., p. 1.249. 41. Ibidem. 42. Ibid.,pp. 1.248-1.249. 43. Elizabeth S. Anderson, «Is W omen’s Labor a Commodity?», Philosophy and Public Affairs 19 (invierno de 1990), pp. 71-92. 4 4 . Ibid., p. 7 7 . 45. Ibid., pp. 80-81. 46. Ibid., p. 82. 47. Susannah Cahalan, «Tug O ’ Love Baby M AU Grown Up», NewYork Post, 13 de abril de 2008. 48. Lorraine Ali y Raina Kelley, «The Curious Lives o f Surrogates», Newsweek, 7 de abril de 2008; Deborah L. Spar, The Baby Business, Harvard Business School Press, Cambridge, Mass., 2006, pp. 83-84. 49. Spar, The Baby Business. Después, Spar fue nombrada presidenta del Barnard College. 5 0 . Ibid., p. 7 9 . 51. Ibidem. 52. Ibid., p. 8 0 . 53. ibid., p. 81. 54. Ibidem. 55. Saín Dolnick, «World Outsources Pregnancies to India», Associa­ ted Press Online, 30 de diciembre de 2007. 56. Ibidem .Véase también Amelia Gentleman. «India Nurtures Business o f Surrogate Motherbood», New York Times, 10 de marzo de 2008. p. 9. 57. Dolnick, «World Outsources Pregnancies to India». 58. Ibidem. 59. Gentleman, «India Nurtures Business o f Surrogate Motherhood». 60. Doln ick habla de la mujer y de su situación económica, «World Outsources Pregnancies to India». 61. Ibidem. 5. Lo Q U E C U EN T A ES EL M O TIV O . ÍM M A N U EL K A N T 1. Véase Christine M. Korsgaard, «Introduction», en Immanuel Kant, Gromidwork of the Mctaphysics of Moráis, Cambridge University Press, Cam ­ bridge. 1997), pp. vii-viii. 2. Immanuel Kant, Groundwork for the Metaphysics of Moráis (1785), traducido por H .J. Patón, Harper Torchbooks. Nueva York, 1964, p. 442 (hay traducción al castellano de Grundlegmig zur Metaphysik der Sitien de Manuel García Morente: Fundamentación de ¡a metafísica de las costumbres, Espasa-Calpe, Madrid, 2008, y Tecnos, 2009). Com o los lectores usarán ediciones distintas de la obra de Kant, citaré los números de página de la edición de la Grundtegung publicada por la Real Academia Prusiana, de Berlín. La mayor parte de las ediciones actuales de la Fundamentación inclu­ yen referencias a esas páginas. 3. Ibidem. 4. Ibid., 394. 5. Ibid. ; 390. 6. Estoy en deuda con Lucas Stanczyk por esta formulación del pun­ to de vista de Kant. 7. M .,3 9 7 . 8. Hubert B. Herring, «Discounts for Honescy», New York Times, 9 de marzo de 1997. 9. Kant, Fundamentación, p. 398. 10. Ibidem. 11. Ibidem. 12. «Misspeller Is a Spelling Bee Hero» (UPI), New York Times, 9 de jun io de 1983. 13. Kant, Fundamentación, p. 412. 14. Ibid.,2>95. 15. Kant usa esta frase en un ensayo que escribió varios años después de la Fundamentación: Immanuel Kant, «On the Com m on Saying: “Th is May Be True in Theory, But lt Does Not Apply in Practice» (1793), en Kan l’s Política} Writings, edición de Hans Reiss, traducido por H. B. Nisbet, Cam bridge University Press, Cambridge, Rein o Unido, 1970, p. 73 (hay traducción al castellano de «Uber den Gemeinspruch : Das mag in der Th eorie richtig sein, taugt aber nicht für die Praxis»: «En torno al tópico “tal vez sea correcto en la teoría, pero no sirve en la práctica”», en Teoría y práctica, traducciones de Juan Miguel Palacios, Francisco Pérez y Roberto Rodríguez,Tecn os, Madrid, 2006). 16. Kant, Fundametítación, p. 414. 17. Ibid., 416. 18. Ibid., 425.Véanse también las pp. 419-420. 19. lbid.,42\. 20. Ibid., 422. 21. Ibid.,428. 22. Ibidem. 23. Ibid., 429. 24. Ibidem. 25. Ibid., 433. 26. Ibid., 440. 27. Ibid., 447. 28. Ibid., 452. 29. Ibidem. 30. Ibid., 453. 31. Ibid., 454. 32. Ibid., 454. 33. Ibid., 456. 34. Immanuel Kant, «Dudes Toward the Body in Respect o f Sexual Impulse» (1784-1785), traducido por Louis Infield y publicado en las Leetures on Ethics, Hackettt Publishing, Cambridge, Mass., 1981, de Immanuel Kant, p. 164. Ese texto se basa en notas tomadas por alumnos que asistían a las clases de Kant (hay traducción al castellano de Roberto Rodríguez y Conch a Roldan : Lecciones de ética. Crítica, Barcelona. 2002). 3 5 . Ibidem. Ibid., p. 1 6 5 . 3 7 . Ibidem. 38. Ibid., pp. 165-166. 39. Ibid., p. 167. 40. Immanuel Kant, «On a Supposed Righ t to Lie Because o f Philan- 36. thropic Con cern s» (1799), traducido por James W. Ellington y publicado como suplemento a Immanuel Kant, Groundingfor the Metaphysics of Moráis, Hackett Publishing, Cambridge, Mass., 1993, p. 64 (hay traducción al cas­ tellano de «Uber ein vermeintes Rech t aus Mensch enliebe zu Liigen»: «Sobre un presunto derecho de mentir por filantropía», en Teoría y práctica, traducciones de Juan Miguel Palacios, Francisco Pérez y Roberto Rodrí­ guez,Tecnos. Madrid, 2006). 41. Ibid., p. 65. 42. Kant citado por Alasdair Maclntyre, «Truthíulness and Lies:W hat Can We Learn from Kant?», en Alasdair Maclntyre, Ethics and Politics: Selected Essays, vol. 2, Cam bridge University Press, Cambridge, Rein o Unido, 2006, p. 123. (hay traducción al castellano de Sebastián Montiel: Etica y política: ensayos escogidos II, Nuevo Inicio, Granada, 2008). 43. Ibidem. 44. Com ité Judicial de la Cámara de Representantes, 8 de diciembre de 1998. Diálogo transcrito de la emisión de la CN N . Se puede encontrar una tran scripción parcial en w w w .cn n .com /ALLP O LITICS/stories/ 1998/12/08/as.it.h appen ed. 45. Immanuel Kant, «On the Com m on Sayin g:“This May BeTrue in Theory, but It Does Not Apply in Practice”», pp. 73-74. 4 6 . Ibid., p. 79. 47. Ibidem. 6. E n d e f e n s a d e l a i g u a l d a d .J o h n R awls 1. Joh n Locke, Second Treatise of Government (1690). en Locke’s Tu/o Treatises of Government, 2.3 ed., edición de Peter Laslett, Cambridge Univer- sity Press, Cambridge, Rein o Unido, 1967, sección 119 (hay traducción al castellano de Carlos Mellizo: Segundo tratado sobre el gobierno civil, Alianza, Madrid, 2008, yTecnos, Madrid, 2006). 2. Joh n Rawls, A 'Ilieory ofjusticc,Th e Belknap Press of Harvard Un iversity Press, Cambridge, Mass., 1971 (hay traducción al castellano de Ma­ ría Dolores González: Teoría de la justicia. Fondo de Cultura Econ ómica de España, 1997). 3. Véase la excelente historia de la legislación sobre contratos de P. S. Atiyah, 'The Rise and Fall of Freedom of Con tract , Oxford University Press, Nueva York, 1979; véase también Charles Fried, Contraci as Prontise, Har­ vard University Press, Cambridge, Mass., 1981. 4. Associated Press, «Bill for Clogged Toilet: $50,000», Boston Globe, 13 de septiembre de L984, p. 20. 5. David Hume, Treaiise of H m j m í w Natu re (1739-1740), libro III. parte II, sección 2, Oxford University Press, Nueva York, 2.a ed., 1978 (hay tra­ ducción al castellano de Félix Duque: Tratado de la naturaleza humana, Tecnos, Madrid, 2008). 6. Ibid., libro III, parte III. sección 5. 7. Lo cuenta Atiyah, The Rise and Fall of Freedomof Con tract, pp. 487488; Atiyah cita a E. C. Mossner, Lije of David Hume, Kelson, Edimburgo, 1954, p. 564. 8. Hume, citado por Atiyah, Rise and Fall, p. 487. 9. Steve Lee Myers, «“Squ eegees” Ran k High on Next Pólice Com m ission er’s Priority List», New York Times, 4 de diciembre de 1993, pp. 23-24. 10. Rawls, A Thcory of Justice, sección 24. 11. Ibid., sección 12. 12. Ibidem. 13. Ibidem. 14. Ibidem. 15. KurtVonnegutJr., «Harrison Bergeron» (1961), enVonnegut, Welconie to the Monkey House, Dell Publishing, Nueva York, 1998, p. 7 (hay traducción al castellano en Ciencia ficción: selección 27, Bruguera, Barcelo­ na, 1977). 16. Ibid.,pp. 10-11. 17. Rawls, A Theor)' of Justice, sección 17. 18. Ibid., sección 12. 19. Ibid., sección 48. 20. Ibidem. 21. Rawls, A Thcory ofJustice (2.a ed., 1999), sección 17. 22. Ibid., sección 48. 23. W oody Alien, Stardust Memories, United Arrises, 1980. 24. Mil ton y Rose Friedman, Free to Clwose, Hough ton Mifíin Harcourt, Nueva York, 1980, pp. 136-137 (hay traducción al castellano de Car­ los Roch a: Libertad de elegir, Gota a Gota, Madrid, 2008). 25. Rawls, A Theory of Justice, sección 17. 26. Ibidem. En la edición revisada de A Theory of Justice (1999), Rawls eliminó la frase que habla de compartir los unos el destino de los otros. 7. A r g u m e n t o s s o b r e l a a c c ió n a f ir m a t iv a 1. Las circunstancias del caso de H opw ood se exponen en CherylJ. Hopwood v. State of Texas, United States Court o f Appeals for the Fifth Cir­ cuit, 78 F.3d 932 (1996), y en Rich ard Bernstein, «Racial Discrimination or Righ tin g Past W rongs?», NewY orkTimes, 13 de ju lio de 1994, p. B8. La sentencia del tribunal de distrito señalaba, en una nota a pie de página, que la puntuación en el examen LSAT de Hopw ood, en el percentil 83, estaba «bien por debajo de la mediana de puntuaciones en el LSAT de los aspi­ rantes no pertenecientes a minorías que ingresaron en 1992».Véase C/iery/ J. Hopwood v. State of Texas, Un ited States District Court for the Western District o f Texas, 861 F. Supp. 551 (1994), en 43. 2. Michael Sharlot, citado por SamW alker, «Texas hlunts for Ways to Foster Diversity», Christian Science Monitor, 12 de jun io de 1997,p. 4. 3. Bernstein, «Racial Discrimination or Righ tin g Past Wrongs?». 4. Regen ts of University of California v. Bakke, 438 U.S. 265 (1978). 5. Cruíter v. Bollinger, 539 U.S. 306 (2003). 6. Ethan Bronner, «Colleges Look for Answers to Racial Gaps in Testing», New York Times, 8 de noviembre de 1997, pp. Al y A 12. 7. Michael Sharlot, por entonces decano en funciones de la Facultad de Derecho de la Universidad de Texas, citado por Bernstein , «Racial Dis­ crimination or Righ tin g Past W rongs?». 8. Regents of University of California v. Bakke, 438 U.S. 265 (1978), apéndice al voto particular del ju ez Powell, pp. 321-324. 9. ibid., 323. 10. Ron ald Dvvorkin, «Why Bakke Has No Case», Ncu>York Review of Books, vol. 24,10 de noviembre de 1977. 11. Ibidem. 12. La cita de Lowell procede de «Lowell Te lis Jews Limit at Colleges Migh t H elpTh em », New York Times, 17 de jun io de 1922, p. 3. 13. Las citas de Dartmouth proceden de William A. Honan, «Dartmouth Reveáis Anti-Semicic Past», New York Times, 11 de noviembre de 1997, p. Aló. 14. Dworkin, «Why Bakke Has No Case». 15. Una excelente descripción de las cuotas de Starrett City es la de Jefferson Morley, «Double Reverse Discrimina don», The New Republic, 9 de ju lio de 1984, pp. 14-18; véase también Frank J. Prial, «Starrett City: 20,000 Tenants, Few Complaints», New York Times, 10 de diciembre de 1984. 16. Estas cartas hipotéticas están adaptadas de Michael J. Sandel, Liberalism and the Limits of Justice, Cam bridge University Press, Cam bridge, Rein o Unido, 2.a ed., 1998. 8. ¿QUÉ SE M ER EC E CADA C U A L? A R I ST Ó T E LE S 1. La historia de Callie Smartt la cuenta Sue Anne Pressley, «A “Safety” Blitz», Washington Post, 12 de noviembre de 1996, pp.Al y A8. El análi­ sis que presento aquí se basa en Michael J. Sandel, «Hon or and Resen tment», The New Republic, 23 de diciembre de 1996, p. 27, reimpreso en Public Philosophy: Essays on Morality in Politics, Harvard University Press, Cambridge. Mass., 2005, pp. 97-100, de Michael J. Sandel (hay traducción al castellano de Albino Santos: Filosofía pública: ensayos sobre moral en política, Marbot Ediciones SCP, Barcelona, 2008). 2. Aristóteles, Tl¡e Politics, edición y traducción de Ernest Barker, O x­ ford University Press, Nueva York, 1946, libro MI, cap. xn [1282b] (hay traducciones al castellano, por ejemplo la de Manuela García Valdés: Política, Credos, Madrid, 2000). 3. Ibidem. 4. A. A. Milne, W innie-the-Pooh, (1926), Dutton Ch ildren s Books, Nueva York, 1988, pp. 5-6 (hay traducción al castellano de Isabel Gortázar y Juan Ram ón Azaloa: Winny de Puh; seguido de El rincón de Pw/í,Valdemar, Madrid, 2009). 5. Aristóteles, Política. libro III, cap. ix [1280b]. 6. Ibid. [1280a]. 7. Ibid. [1280b], 8. Ibidem. 9. Ibid. [1281a]; libro III, cap. xn [1282b], 10. Ibid., libro I, cap. n [1253a]. 11. Ibidem. 12. Ibidem. 13. Aristóteles, Nicomachean Ethics, traducida por David Ross, Oxford University Press, Nueva York, 1925, libro II, cap. 3 [1104b] (hay traducción al castellano d ejóse Luis Calvo Martínez: Ética a Nicómaco,Alianza, Madrid, 2010). 14. Ibid., libro II, cap. 1 [1103a], 15. Ibid. [1103a- 1103b], 16. Ibid. [1003b], 17. Judith Martin, «The Pursuit o f Politeness», The New Republic, 6 de agosto de 1984, p. 29. 18. Aristóteles, Etica a Nicómaco, libro II, cap. 2 [1104a]. 19. Ibid., libro II, cap. 9 [1109a], 20. Ibid., libro VI, cap. 6 [1.140b], 21. Ibid., libro VI, cap. 7 [1141b], 22. Ibid., libro VI. cap. 5 [1140b]. 23. Ibid., libro VI, cap. 7 [1141b], 24. Estoy en deuda aquí con el esclarecedor análisis de Bern ard Williams, Shamc and Necessity, University o f California Press, Berkeley, 1993, pp. 103-129. 25. Aristóteles. Política, libro I, cap. v [1254a]. 26. Ibid. [1254b]. 27. Ibid. [1254b], 28. Ibid. [1255a]. 29. Ibid., libro I, cap. vi [1254b]. 30. Ibid. [1255b]. 31. Ibid., libro I, c a p . I I I [1253b], 32. Para un análisis esclarecedor de este punto, véase Russell Muirhead,Just Work, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 2004. 33. PGA Toitr v. Martin, 532 U S. 661 (2001). 34. Ibid., voto particular del ju ez Scalia, en 700. 35. Ibid., sentencia del juez Stevens, en 682. 36. Ibid., en 687. 37. Ibidem. 38. Ibid., voto particular del juez Scalia, en 701. 39. Tom Kite, «Keep the PGA on Foot», New York Times, 2 de febrero de 1998. 9. ¿QUÉ N O S D EBEM O S LO S U N O S A LO S O T R O S? L O S D ILEM A S D E LA LEALTAD 1. Elazar Barkan, The Guilt of Nations, W. W. Norton , Nueva York, 2000, ofrece un buen repaso de las reparaciones y peticiones de perdón de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial. Sobre las reparaciones a Israel y a los judíos, véanse las pp. 3-29.Véase también Howard M. Sachar, A History of Israel, Basil Blackwell, Londres, 1976, pp. 464-470. 2. El discurso de Konrad Adenauer en el Bundestag se cita en «His­ tory o f the Claims Conference», en el sitio oficial en la red de la Conferen­ cia de las Reclamaciones Materiales Judías a Alemania, en www.claimscon. org/?url=h istory. 3. Joh an n es Rau es citado por Karin Laub, «Germany Asks Israel’s Forgiveness over Holocaust», Associated Press, en The Iridcpendent, 16 de febrero de 2000. 4. Barkan, Tlte Guilt of Nations, pp. 46-64. Hiroko Tabuchi, «Historians Find New Proof on Sex Slaves», Associated Press, 17 de abril de 2007. 5. Barkan, The Guilt of Nations. 6. Norim itsu Onishi, «Cali by U.S. House for Sex Slavery Apology An gersJapan ’s Leader», NewY orkTimes, 1 de agosto de 2007. 7. Barkan, The Guilt of Nations, pp. 245-248; «Australia Apologizes “W ithout Qualification”», entrevista con la profesora Patty O ’Brien, Cen ­ tro de Estudios Australianos y de Nueva Zelanda, Universidad de Georgetovvn, en la Radio Pública Nacional, 14 de febrero de 2008. 8. Barkan, The Guilt of Nations. 9. Tim Joh n ston , «Australia Says “ Sorry” to Aborigin es for Mis- treatment», New York Times, 13 de febrero de 2008; Misha Schubert y Sarah Smiles, «Australia Says Sorry», The Age (Melbourne, Australia), 13 de febre­ ro de 2008. 10. Barkan, The Guilt of Nations, pp. 30-45. 11. /Wrf.,pp. 216-231. 12. Ibid., pp. 283- 293;Tamar Lewin, «Calis for Slavery Resdtudon Gettin g Louder», New York Times, 4 de jun io de 2001. 13. Sobre la proposión del congresista Joh n Con yers de que se es­ tudien las reparaciones, véase www.conyers.house ,gov/in dex.cfm ?Fuse Action = lssu es.H om e&Issu e_id=06007167-19b9-b4b1 - 125c-df3de5ec97f8. 14. Walter Olson. «So Long, Slavery Reparadon s», Los Angeles Times, 31 de octubre de 2008, A19. 15. Encuesta de Michael Dawson, tal y como lo cuenta Harbour Fraser Hodder, «Th e Price of Slavery», Harvard Magazine, mayo-junio de 2003, pp. 12-13; véase también Alfred L. Brophy, «The Cultural War over Reparations for Slavery», DePaitl Law Review 53 (primavera de 2004), pp. 1.201 — 1. 211. 16. Wendy Koch, «Virginia First State to Express “Regret” over Sla­ very», US/1 Today, 26 de febrero de 2007, p. 5A. Sobre la población que poseía esclavos en Virginia y otros estados, véase Christine Vestal, «States Lead Slavery Apology Movement», Stateline.org, 4 de abril de 2008, en www.stateline.org/live/details/storyPcontentId =298236. 17. Vestal, «States Lead Slavery Apology Movement». Véase también «Apologies for Slavery», State Legislatures, jun io de 2008, p. 6. 18. Darryl Fears, «House Issues an Apology for Slavery», Washington Post, 30 de julio de 2008. p.A3; Resolución de la Cámara de Representan­ tes 194: «Apologizing for the Enslavement and Racial Segregation o f African-Americans», Congressional Record House 154, n .° 127 (29 de ju lio de 2008), pp. 7.224-7.227. 19. Para un penetrante análisis de esta cuestión, véase David Miller, National Responsihüity and Global Justice, Oxford University Press, Nueva York, 2008, pp. 135-162. 20. Gay Alcorn, «The Business o f Saying Sorry», Sydney Morning Herald, 20 de jun io de 2001, p. 17. 21. Henry Hyde es citado por Kevin Merida, «Did Freedom Alone Pay a Nation ’s Debt?», Washington Post, 23 de noviembre de 1999. 22. Williams es citado por Lewin, «Calis for Slavery Resritution Getting Louder». 23. Tom Hester Jr., «New Jersey Weighs Apology for Slavery», Boston Globe, 2 de énero de 2008. 24. Darryl Fears, «Slavery Apology: A Sincere Step or Mere Politics?», Washington Post, 2 de agosto de 2008. 25. Joh n Locke, Second Treatise oj Government (1690), sección 95, enTwo Treatises of Coverment, edición de Peter Laslett, Cam bridge University Press, Cambridge, 3.a ed., 1988 (hay traducción al castellano de Carlos Me­ llizo: Segundo tratado sobre el gobierno civil, Alianza, Madrid, 2008, y Tecnos, Madrid, 2006). 26. Aristóteles, The Politics, libroVII, 1323a, traducido por Ernest Barker, Oxford University Press, Nueva York, 1946. 27. Immanuel Kant, Critique of Practica¡ Reason (1788),'traducido por Lewis W hite Beck, Library o f Liberal Arts, Indianápolis, 1956, pp. 66-67 (hay traducción al castellano de Kritik der Praktischen Vernunft, de Roberto Rodríguez: Crítica de la razón práctica, Alianza, Madrid, 2009). 28. Joh n Rawls, A Theory of Justice, Harvard University Press, Cam ­ bridge, Mass., 1971, sección 33, p. 211. 29. Ibid., sec. 84, p. 560. 30. Ibid., sec. 85, p. 561. 31. Ibid., sec. 84, p. 560. 32. Elabora este punto Mich ael J. Sandel, Democracy’s Discontent, Harvard Un iversity Press, Cam bridge, Mass., 1996, pp. 280-284; véase ambién Jam es Holt, «Th e New Deal and the American Anti-Statist Tradition v e n Joh n Braeman, Robert H. Bremner y David Brody, eds., The Neiv Deal: The National Leve!, O h io State University Press, Colum bus, 1975, pp. 27-49. 33. Franklin D. Roosevelt, «Message to Congress on the State o f the Union», 11 de enero de 1944, en Public Papers and Addresses, vol. 13, pp. 40-42. 34. Robert Nozick, Anarchy, State, and Utopia, Basic Books, Nueva York, 1974, p. 33. 35. Barry Goldwater, The Conscience of a Conservative (1960), Regnery, Gateway edi ti on, Washington, D.C., 1990. pp. 52-53 y 66-68. 36. AJasdair Maclntyre, After Vinuc, University o f Notre Dame Press, Notre Dame, Ind., 1981, p. 201 (hay traducción al castellano de Amelia Valcárcel: Tras la virtud, Crítica, Barcelona, 2004). 37. Ibidem. 38. Ibid., p.204. 39. Ibid.; pp. 204-205. 40. Ibid., p. 205. 41. Ibidan. 42. Ibidem. 43. Joh n Rawls, A Theory o/Justice, pp. 108-117. 44. Ibid.,p. 114. 45. «Airlift to Israel Is Reported Taking Th ousan ds o fje w s froni Ethiopia», New York Times, 11 de diciembre de 1984; Hunter R . Clark, «Is­ rael an Airlift to the Promised Land»: Time, 14 de enero de 1985. 46. Peres es citado por Anastasia Toufexis, «Israel Stormy Ski es for a Refugee Airlift», Time, 21 de enero de 1985. 47. Stephen Spector, Operarían Solon¡on:llic Daring Rescue of the Ethiopian ]cws, Oxford University Press. Nueva York, 2005.Véase también el sitio en la red de la Asociación Israelí de Judíos Etíopes: www.iaej.org.il/pages/ hist.ory.htm. 48. Jean-Jacques Rousseau. «Discourse on Political Economy» (1755), traducido por Donald A. Cress, Hackett Publishing, Cambridge, Mass.. p. 173 (hay traducción al castellano del «Discours sur Téconomie politi­ quea, de José E. Candela: Discurso sobre la economía política,Tecnos, Madrid, 2001). 49. Ibid.,p. 174. 50. Joh n Burnett, «A NewW ay to Patrol the Texas Border: Virtually», AHThings Con sidered. Radio Pública Nacional, 23 de febrero de 2009. Véa­ se www.npr.org/ templates/story/story.ph p?storyId—101050132. 51. Michael Walzer, Spheres oj justice, Basic Books, Nueva York, 1983, p. 62. 52. Para un reflexivo argumento a favor de las fronteras abiertas, véase Joseph H. Caren.s, oAliens and Citizen s:Th e Case for Open Borders», The Review of Poli ties 49 (primavera de 1987). 53. //mí/., pp. 37-38. 54. Byron Dorgan, «Spend Money on U.S. Goods», USA Today, 2 de lebrero de 2009, p. 14A. 55. Douglas A. Irwin, «IfW e Buy American, N o One ElseW ill», New York Times, 1 de febrero de 2009; Anthony Faiola, «“Buy American” Rider SparksTrade Debate», Washington Post, 29 de enero de 2009. 56. Michael Man del,«Can Obama Keep New Jobs at Home?», BitsinesslVeek, 25 de noviembre de 2008. 57. Lee es citado por Douglas SouthaU Freeman, R. E. Lee, Charles Scribn er’s Sons, Nueva York, 1934, pp. 443, 421. Véase también Morton Grodzins, The Loyal and the Disloyal, University o f Ch icago Press, Chicago, 1965, pp. 142-143. 58. En este y en el siguiente párrafo me baso en Sandel, Democraq>'s Discantan, pp. 15-16. 59. Dick Lehr, «Bulger Brothers FindTh eirW orlds Colliding», Boston Gfobc, 4 de diciembre de 2002, p.B l; Eileen McNamara, «Disloyalty to che Dead», Boston Clobe, 4 de diciembre de 2002; w w .fbi.gov/wan ted/topten / fugitives/bulger.hcm. 60. Scot Lehigh, «Bulger Ch ose the Code o f the Street», Bo íío » Globe, 4 de diciembre de 2002, p.A19, 61. Nicolás Zaniiska, «In South Boston , Belief and Sympathy», Boston Clobe, 20 de ju n io de 2003, p. A22. 62. Lehigh, «Bulger Ch ose the Code o f the Street». 63. Shelley Murphy, «No U.S. Charges Against Bulger», Boston Globe. 4 de abril de 2007,p.A l. 64. David joh n ston y Janny Scott, «Prisoner o f Rage: Th e Tortured Genius ofTh eodore Kaczynski», New York Times, 26 de mayo de 1996. 65. Ibidem. 66. David Joh n ston , «Judge Sentences Confessed Bom ber to Four LifeTerms», New York Tintes, 5 de mayo de 1998. 67. W illiam Glaberson, «In Book, Unabornber Pleads His Case», New York Times. 1 de marzo de 1999. 68. William Glaberson, «The Death Penalty as a Personal Thing», New York Tintes, 18 de octubre de 2004. 69. Matthew Purdy, «Crime, Punishment and the Broth ers K.», New York Tintes, 5 de agosto de. 2001. 70. Joh n ston y Scott, «Prisoner o f Rage». 10. L a j u s t i c i a y e l b ie n c o m ú n 1. Th eodore H.W h ite, The Making of the Presidetu 1960, Atheneum Publishers, Nueva York, 1961, pp. 295-298. 2. Discurso del sen ador Joh n F. Ken n edy ante la Asociación de Pastores del Gran H ouston , H ouston ,Texas, 12 de septiembre de 1960, en w w w .jfklibrary.org/ H istórica] + R eso u r ces/A r ch ives/Refer en ce +D esk /Sp ee ch es/JFK/JFK+P r e -P res/1960/Address+oH *Sen ator+Joh n + F. +Ken n ed y +co+t h e+ Gr eater+H ou ston +M in ist er ial+Associat ion . htm. 3. W hite, The Mnking of the Presiden t ¡960, p. 298. 4. Barack Obama, «Cali to Ren ewal Keynoce Address», W ashington, D.C.. 28 de jun io de 2006, en w w w .barackobam a.com /2006/06/28/call_ to_ren ewal_key no te_address.php. 5. Ibidem. 6. ibidem. I . Ibidem. 8. Ibidem. 9. Elabora este tema Michael J. Sandel, Democracy’s Discontent:America in Search of a Public Philosophy, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1996, pp. 278-285. 10. Joh n Rawls, A Theory of Justice, Harvard University Press. Cam ­ bridge, Mass., 1971. I I . Alasdair Maclntyre, After Virtue, University o f Notre Dame Press, Notre Dame, Ind., 1981; Michael J. Sandel, Liberalism and the Limits of Justice. Cam bridge University Press, Cambridge, Rein o Unido, 1982; Michael Walzer, Spheres of justice, Basic Books, Nueva York, 1983; Charles Taylor, «The Nature and Scope of Distributive Justice». en Charles Taylor. Philosophy and the Human Sciences, Philosophical Papers, vol. 2, Cambridge Universi­ ty Press. Cambridge, Rein o Unido, p. 289, 12. Joh n Rawls, Políticai Liberalism, Colum bia University Press, Nueva York. 1993, p. 31 (hay traducción al castellano de Antoni Dom én ech : El liberalismo político, Crítica, Barcelona, 2004). 13. Ibid., pp. 29-31. 14. Ibid., p. 58. 15. Ibid., p p . x x , x x v i i i . 16. Ibid., p. 215. 17. Ibid., p. 254. 18. / Í íi'r f.,p .2 3 6 . 19. La frase es de Rich ard Joh n Neuhaus, The Naked Public Square, William B. Eerdmans, Grand Rapids. Michigan, 1984. 20. Véase Michael J. Sandel, Public Philosophy: Essays on Morality in Politics, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 2005, pp. 2-3. 21. Obama, «Cali to Renewal Keynote Address». 22. Abordo la cuestión de la condición del embrión desde un punto de vista moral en Michael J. Sandel, The Case Against Perfection, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 2007, pp. 102-128 (hay traducción al castellano de Ram ón Vilá: Contra la perfección, Marbot Ediciones SCP, Bar­ celona, 2007). 23. Con n ecticut (2008) e lowa (2009) legalizaron los matrimonios entre personas del mismo sexo por medio de decisiones de sus tribunales supremos. 24. Véase Tamara Metz, «Why We Should Disestablish Marriage», en Mary Lyndon Shanley,Just Marriage, Oxford University Press, Nueva York, 2004, pp. 99-108. 25. Michael Kinsley, «Abolish Marriage», Washington Post, 3 de julio de 2003, p. A23. 26. Ibidem. 27. Ibidem. 28. Hillary Goodridge vs. Department of Public Health,Tribum\ Supremo de Justicia de Massachusetts, 440 Mass. 309 (2003). 29. Ibid., p. 312. El apotegma citado en la sentencia («Nuestra obliga­ ción es definir la libertad de todos, no hacer que nuestro código moral sea de obligado cumplimiento») procede de Lawrence v. Texas, 539 U.S. 558 (2003), sentencia del Tribunal Supremo de Estados Un idos que abro­ gó una ley de Texas que prohibía las prácticas h omosexuales y que a su vez lo tomaba de otra sentencia más, Planncd Parenthood v. Casey, 505 U.S. 833 (1992), del Tribunal Supremo de Estados Un idos, sobre el derecho a abortar. 30. Ibidem. 31. Ibid., p. 329. 32. Ibid., p. 320. 33. Ibid., p. 313. 34. Ibid., p. 342. 35. Ibid., p. 321. 36. Ibid.. p. 322. 37. Ibid., p. 331. 38. Ibid., p. 333. 39. Robert F. Kennedy, «Remarks at the University o f Kansas», 18 de marzo de 1968, en w w w .jfldibrary.org/H istorical+Resources/Arch ives/ Referen ce+Desk/ Speech es/RFK/RFKSpeech 68M arl 8UKansas.htm. 40. Ibidem. 41. Barack Obama, «A New Era o f Service», Universidad de Colora­ do, Colorado Sprin gs. 2 de ju lio de 2008, en Rocky Adountain News, 2 de julio de 2008. 42. Gary Becker, «Sell the Righ t to Immigrate», El blog de Becker y Posner, 21 de febrero de 2005, en ww w.becker-posn er-blog.com/arch ives/2005/02/sell_th e _right.html. 43. Véase Robert B. Reich , The Work of Nations, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1991, pp. 249-315 (hay traducción al castellano de Federi­ co Lezama: Bussiness class. El trabajo de ¡as unaones,JavierVergara, Barcelo­ na, 1993). Agradecimientos Este libro nació de unas clases en la universidad. Durante casi treinta años he tenido el privilegio de enseñar en Harvard filosofía política a estudian­ tes de licenciatura.Y en muchos de esos años he impartido una asignatura llamada «Justicia», que presenta a los alumnos algunas de las obras más gran­ des que se hayan escrito sobre la justicia y donde se abordan polémicas actuales que, pese a su índole legal y política, llevan a plantearse cuestiones filosóficas. La filosofía política se presta a la discusión, y buena parte de la gracia de la asignatura estriba en los contraargumentos de los alumnos, que deba­ ten con los filósofos, entre sí y conmigo. Por lo tanto, me gustaría, antes que nada, dejar constancia de mi aprecio por los miles de estudiantes de licenciatura que me han acompañado en este viaje a lo largo de los años. Su vivo interés por las cuestiones relativas a la justicia se refleja, esa es mi esperanza, en el espíritu de este libro. Estoy también agradecido a los cien­ tos de estudiantes de doctorado y de derecho que me han ayudado a dar las clases. Sus incisivas preguntas en las reuniones preparatorias que celebrába­ mos cada semana no solo impedían que bajase la guardia, sino que ahonda­ ban mi comprensión de los temas filosóficos que ellos y yo exponíamos a nuestros alumnos. Escribir un libro es muy diferente a dar clase, por parecido que sea el tema. Por eso, este libro ha supuesto, en muchos aspectos, empezar de cero. Agradezco al seminario de verano para docentes de la Facultad de Dere­ cho de Harvard el apoyo que me ha prestado durante la redacción del libro. También estoy en deuda con el Programa Carnegie de Eruditos, de la Carnegie Corporation de Nueva York, que ha respaldado mi trabajo sobre los límites morales del mercado. Tengo que darles especialmente las gracias a Vartan Gregorian, Patricia Rosen ñ eld y Heather McKay por su amabili­ dad, paciencia y apoyo. Las partes de este libro que hablan de los mercados y la moral representan el principio de un proyecto que todavía les debo. He tenido la suerte de contar con un equipo espléndido en Farrar, Straus and Giroux. Ha sido un placer trabajar con Jonathan Galassi, Paul Elie,JefFSeroy y Laurel Cook, desde el principio hasta el final, con ellos y con mi agente literaria, Esther Newberg. El amor a los libros, y a la crea­ ción de nuevos libros, informa codo lo que hacen y nos facilita la vida a los autores. Les estoy profundamente agradecido por su ayuda. Mis hijos, Adam y Aaron, han tenido que soportar a la hora de comer discusiones sobre la justicia desde que tienen edad de coger una cuchara. Da gusto contemplar su seriedad moral, su brillantez y su pasión, con las que no han dejado de ponerme a prueba y de enriquecerme. En caso de duda, los tres nos volvemos hacia Kiku, nuestra piedra de toque moral y espiritual, mi compañera del alma. Le dedico este libro con amor. índice alfabético Abe, Shinzo. 237 aborto, debate del, 284-287 A bu Ghraib, cárcel de, 107 acción afirmativa, 190-208 argumento compensatorio, 193194 argumentos sobre el propósito, 217, 218 caso Hopwood, 190-191 corregir la brecha en los exámenes, 192-193 cuestión del propósito de una edu­ cación universitaria, 207 para los blancos, 201-202 promover la diversidad, 194-196 razones para tener en cuenta la raza y la etnia, 192-196 acuerdos voluntarios, 109, I 13 falta de equidad en los. 167 véase también contratos Adenauer, Konrad, 236 Administración Nacional de Seguri­ dad del Tráfico en Carretera de EE.UU., 56 Afganistán, 19, 35, 93, 94,105 Agencia de Protección Medioam­ biental de EE.UU. (EPA) 56, 57 Alemania, 21, 236, 264 Ali, Muhammad, 189 Alien, Woody, 187 Stardusi Memories, 187-188 ai-Qaeda, 50 Amazon.com, 71 América, 299 American International Group (AIG), 22-23, 24 AmeriCorps, 299 Anderson,Elizabeth, 114-116 Angeles Times, Los, periódico, 106 animadoras, ejemplo de las, 209-210 antijudías, cuotas, 200 apologías, para las injusticias histó­ ricas argumentos contra, 240-241 cuestión de la responsabilidad polí­ tica, 239, 240-241, 244 horrores de la Segunda Guerra Mun­ dial, 236 obligaciones de solidaridad, 265267 y el individualismo moral, 241244 aprender haciendo, según Aristóteles, 223-226 aristocracias feudales, 175,180 Aristóteles, 209-235 defensa de la esclavitud, 227-230 sobre el aprender haciendo, 223226 sobre la justicia distributiva, 218- 221 sobre la política, 218, 219-221, 222-223, 225, 226 sobre la vida buena, 18, 219-220, 221-223,226,244,246,274-275 sobre la virtud, 224-226 teoría de la justicia, 18. 21, 116. 212-214,227-229, 247, 274 teoría del bien, 246 Arthur, A., 92 Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP), 202 Asociación Profesional de Golfistas (PGA), 231,232, 233-234 Australia, 237 autonomía como ideal en la fuerza moral de los contratos, 166,171-173 comparación con la heteronomía, 127,128-129,136,147 cuestión de la prostitución, 150151 deber y, 145 libertad de elección de matrimonio y, 291 relación con la moralidad, 143 visión de Kant, 127,129, 136, 243 A W OL: The Unexcused Absetue of America’s Upper Clanesfrom Military Service, 99 Baby M, caso de, 108-114,116-118 Bakke, caso, 191, 195,199 bancos y entidades financieras pagos de las primas, 22-23 rescate bancario, 21-28 bateador designado, regla del béisbol, 233 Be'nny,Jack, 224 Bentham, Jeremy biografía, 45 comparación con Immanuel Kant, 126 comparación con John Stuart Mili, 61,63,65,66,69 conservación de su cadáver, 69-70 gestión de la mendicidad, 47-48 proyecto del Panóptico, 46 utilitarismo y, 46 bien común, 277-304 como diversidad racional, 195 cuestiones morales, 304 cultivo de la virtud y el razona­ miento, 294,296-304 debate de las células madre, 286 desigualdad, solidaridad y virtudes cívicas como tema, 301-303 justicia y, 295-304 límites morales de los mercados, 300 sacrificio y servicio como tema, 298-299 y el debate del aborto, 285, 287 y el matrimonio entre personas del mismo sexo, 287-294 y el papel de la religión en la polí­ tica, 277-284 bienestar maximizar el, 14, 29-30 prosperidad contribuye al, 29 y los mercados. 14-15 Bin Laden, Osama, 35 Black water Worldwide, 106-107 Bloomingdales, almacén. 208 Boston Globe. periódico, 13, 270 Boswdl, James, 168 bote salvavidas, caso del, 42-44 Boudreau,Tyler E., 20 Brooks, Edmund, 42-43 Brown. Sherrod, 24 Br ya n, Will iam Jen n in gs, 279 Bufíett,Warren,71 Bulger, James «Whicey», 269-270 Bulger, WilJiam, 269-270, 272 Bundestag, 236 Bush, George W , 22, 106, 299 Business Weeh, publicación, 264 cabreros afganos, 35-37 cáncer de pulmón, tabaquera Philip Morris y. 53-55 canibalismo caso del bote, 42-44 pactado. 88-89 Carnegie, Andrew, 92, 93. 95, 120 Carson, Jolinny, 224 casas de trabajo, propuesta de Bentham, 47-48 castas, sistema de, 175, 179 células madre, debate sobre la investi­ gación de, 285-287 Chamberlain, Wilt, 77 Charley, huracán. 11-12. 13 Checa. República, 53-54 Cheney, Richard, 50 Chicago Bulls. 77, 80 China, 105, 264 CIA, 49 ciudadanía, 100-106, 161, 219, 298299, 302 noción de Aristóteles, 226 Cleveland, Grover, 92 Clinton, Bill, 155-157,158 Coalición Cristiana, 283 codicia precios abusivos y, 16 rescate bancario y, 24 colegios públicos, 299 colegios y universidades argumentos sobre los propósitos, 217 cuestión de las misiones, 198 cuestión del propósito, 207 promover la diversidad. 194-196 subasta de admisiones universita­ rias, 206-208 véase también acción afirmativa compensatorio, argumento, en el de­ bate de acción afirmativa, 194 «compra americano», lema, 263-265 comunidad, 45-52, 83, 179, 201-202, 206-208,219-221,250-251,298299 comunitaristas, 251 concordancia, 227-228, 230 consentimiento como aspecto de las obligaciones, 165,166, 168-171 Constitución como contrato social, 161,164 contratos y, 164,165,166,171 ejemplo del contrato matrimonial, 171 hipotético, 161 innecesario, 168 límites morales, 166 obligaciones más allá del, 254-255 viciado, 109-110, 113 visión de Hume. 168 Constant, Benjamín, 152.154 Constitución de 1787, véase Estados Unidos Consumcr R.eports, publicación, 75 contaminación del aire, costes y be­ neficios de las nuevas normas contra, 56-57 contrato social hipotético de Rawls, 162-163 incompatibilidad con el libertarismo, 163-164 incompatibilidad con el militaris­ mo, 162-163 limites morales del, 163-166 visión de Hume, 168 visión de Kant de la justicia, 158159 contratos consentimiento y, 164. 165. 166. 171 ideales y la moralidad de los, 171173 imparcialidad de los, 164-166, 172 límites morales de los, 163-166, 167 y el velo de la ignorancia de Rawls, 172-173 véase también contrato social; emba­ razos subrogados contratos matrimoniales. 171 Convención Demócrata, 283 Conyers.John, 238 Corazón Púrpura, Orden Militar del, 20 Corea, guerra de, 99 Corleone. Don, 165 costes y beneficios, análisis de los definición, 53 del cáncer de pulmón, 53-55 depósitos de gasolina explosivos, 55-56 normas contra la contaminación del aire, 56-57 Craig, Gregory, 155-156 Crist. Charlie, 11-12, 13,15-16 cristianos, echarles a los leones, 49 Crow jim , 239 Cuomo, Andrew, 23 Day, Dorothy, 279 Days Inn, 12 deber comparación con la inclinación, 130-135,137, 147 imperativo categórico y el, 145 relación con la autonomía, 145 respeto como, 142 véase también obligaciones deberes cívicos según Rousseau, 103 servicio militar versus deber de for­ mar parte de un jurado, 102 demócratas, Aristóteles sobre, 219 deportes, reglas en, 232-233 depósitos de gasolina explosivos, 5556 derechos, 76-80, 83-84, 151, 184187,198,249,262 derechos humanos argumento de Kant a favor de los, 122-124,142 obras de Mili, 61-64 relación con el respeto, 142 utilitarismo y, 48-61,121 visión libertaria, 121-122 derechos individuales, 30, 39, 48-52, 61-63,82-84,248 desigualdad crecimiento en Estados Unidos, 300-303 económica y libertarismo, 72-73, 76-77 ingresos de, 180 y el principio de la diferencia, 173175 desigualdad económica, 71-73, 76 diferencia, principio de la caso Rawls para, 173-175, 179 definición, 173-174 desigualdades y, 173-175 objeción de los incentivos, 180181 objeción del esfuerzo, 181-183 objeciones a, 180-183 visión de la igualdad en, 179 y el velo de la ignorancia, 174-175 dilemas morales, 34 caso del bote salvavidas, 42-44 contratos de subrogación, 115 de los cabreros afganos, 35-37 en el cuento de Ursula Le Guin, 52 encontrar el camino a través de, 38-41 escenario del tranvía sin frenos, 3134 justificación de la tortura en alguna ocasión, 49-52 véase también lealtad, dilemas de la discriminación, 38, 75, 100,173-175, 193-194,199, 209, 213,218,289 diversidad, promover la, como argu­ mento de la acción afirmativa, 194-196,198,200-201 Dodia, Suman, 119 Dorgan. Byron. 264 Douglass, Frederick, 279 Dudley,Thomas, 42-44 Dworkin, Ronald, 197-198,200,203, 204,206-207 ejecutivos, remuneración de los, 28, 180-181,186 ejército profesional, 92-94 argumento libertario, 95,97 argumento utilitarista, 96 composición por clases sociales del, 98 objeción de las virtudes cívicas y el bien común, 100-104 objeciones de equidad y libentad, 97-100 reclutamiento a través del mercado de trabajo, 93-94 elección, libre, 242, 245, 247 embarazos de pago, 108-120 embarazos subrogados caso de Baby M, 108-114, 116117 consentimiento viciado, 113-114 consideraciones de la justicia, 112116,119 crecimiento en el mercado, 117119 gestación, 117— 119 objeción de la degradación, 114116 empíricas, creencias, 148 engaños, comparación con la menti­ ra, 153,154-158 equidad Constitución de 1787,164 en contratos, 164-166,172 en las admisiones en la educación, 199,202,206-207 en los acuerdos voluntarios, 167 preferencias raciales, 197-198 y el ejército profesional, 100 esclavitud debate estadounidense sobre las re­ paraciones por, 238, 240 defensa de Aristóteles de, 227-230 servicio militar obligatorio, 4 visión teleológica, 230 esfuerzo, como objeción al principio de la diferencia, 181-183 Estado mínimo, 73-75 Estados Unidos, 19, 23, 26, 28, 46, 50, 55, 57-58, 71, 82, 85, 93-94, 104-105, 118, 155, 189, 192, 199, 201, 203, 227, 238, 248, 260,261-262,263,288-289, £97, 301 Cámara de Representantes, 239, 241 Congreso, 22, 23,26, 57,80, 92,95, 99,107,237,238,264 Constitución de 1787, 161, 164, 192,267 Declaración de Derechos, 30 Departamento de Justicia, 107 Departamento de Salud Pública, 291 Estado del bienestar, 248, 249, 260, 268 Marina, 35, 106 Medicare, 260 New Deal, 248 Seguridad Social, 248, 260 Sen ado,278 Tesoro, 23 Tribunal Supremo, 186, 191, 195, 199,231-232,282,288 estímulo económico, 264 estrés postraumático, desorden, 19, 20 Etiopía, 258 Europa, 259 Falwelljerry, 283 familiares, obligaciones, 256-257 FBI, 270, 271 fecundación in vitro, 117 Federal Express, comparación con Blackwater, 106,107 Federico Guillermo II, rey, 154 felicidad, según Aristóteles, 223 flauta, tocar la, 213 Forbes, revista, 71, 76 Ford Motor Company, 55-56, 57, 263 Francia, 105, 237 Frank, Ana, 153 Friedman, Milton, 75, 188-189 Capitalismo y libertad, 74-75 Libertad de elegir, 188 Friedman, Rose, 188 Libertad de elegir, 188 fuerza moral, en los contratos. 112, 163-166, 167 Gates, Bill, 71, 72, 81, 89, 163, 174, 181 Gchrig, Lou, 87 Generación robada, película, 237 Giuliani, Rudolf, 169 Goldwater, Barry, 249 golf, caso de Martin y el determinación de la esencia del juego, 232 en el Tribunal Supremo, 231-233 historia, 230-231 oposición al cochecito de golf, 234235 visión aristotélica de la justicia, 231 Good Housckccping, publicación, 75 Goodbridge, caso, 291 Google, 71 Gran Bretaña, 46,118 Grassley, Charles, 26, 27 GRE. examen, 192 Griffey, Ken.Jr., 166 Grutter. caso, 199 Guardian, periódico. 60 guerra civil, reclutamiento de solda­ dos, 91-92 i/case también Lee, Robert E. hábitos, según Aristóteles, 224, 225 «Harrison Bergeron», cuento. 178 Hayek, Friedrich A.: fundamentos de la libertad, 74 Head Start, 176 héroe del certamen ortográfico, 134135 heteronomía, comparación con la auto­ nomía, 127,128-129; 136.147 Holocausto, 258 reparaciones por el, 236 honor, 210, 211, 212, 217, 218, 220, 221,234 Hoobes,Thomas, 137 Hopwood. Cheryl, 190-191,194-195, 197, 199,200-201,204,207 Howard. John, 237, 240, 267 Hume, David. 123, 137,168-169 Hyde, Henry, 240, 253, 267 Iglesia, 289 igualitarismo como teoría de la justicia distribu­ tiva, 180 en un cuento deVonnegut, 178 y el principio de la diferencia de Rawls, 179-180 y los liberales, 248 imperativo categórico comparación con el imperativo hi­ potético, 135,137-142,147 definición. 138,139 falsas promesas y, 139,141 fórmula de la ley universal, 139140,154, 157 relación con la moralidad, 146-148 suicidio y, 141-142 tratar a las personas como fines, 140-142 y la regla de oro, 144 y la voluntad libre, 143, 145 imperativo hipotético comparación con el imperativo ca­ tegórico, 135-136, 137-142,147 definición, 138 y libertad, 143 impuestos comparación con la fuerza de tra­ bajo, 79 mayoría frente a los derechos indi­ viduales, 82-83 objeciones a los, 80-83 y el ejército profesional, 96 incentivos, como objeción del prin­ cipio de la diferencia, 180-181 inclinación, comparación de Kant con el deber, 130-135,137,147 individualismo moral, 241-244, 273 Inglaterra, 155 Inglis, Bob, 155-156 injusticia, como base del rescate fi­ nanciero, 23 inmigración argumentos para limitar la, 262263 y la desigualdad entre naciones, 261 inteligible, reino de lo, comparado con el reino de lo sensible, 147148 Irak, 19,93,94,105-106 Irak, guerra de debate sobre la condecoración del Corazón Púrpura, 19-21 ejército reclutado para, 93, 94 papel de las empresas militares pri­ vadas, 106-107 Israel, 236, 258 Knesset israelí, 236 JacobyJeíF, 13,15 Japón .21, 28,236-237,259 Jordán, Michael ejemplo de justicia distributiva, 7780 meritocracia y, 183 y la propiedad de uno mismo, 78, 80,83-84 judíos, véase .antijudías, cuotas judíos etiopes, 258 Judy, jueza, 186 justicia aproximación a la libertad, 14, 18, 29-30,123, 247-250. 295 aspecto honorífico, 203-205, 211, 221 comparación de las visiones anti­ gua y moderna, 18 leyes contra los precios abusivos, 14-17 prescindir del merecimiento moral, 203-206 promoción de la virtud, 14, 18, 29, 30. 123,295 según Aristóteles, 18, 21,116, 212214,227,228-229,247,274 subrogación de la maternidad y la, 112-116,119 teoría meritocrática, 177, 180,183 teorías utilitaristas de la, 29, 123, 246-247,295 velo de la ignorancia y, 173-175 vida buena y, 247-248, 250, 272276,295 visión de Kant, 18, 158-160, 246, 247.274.275 visión de Rawls, 18.175-177,246247.274.275 y el bien común, 277-304 justicia distributiva ejemplo de Michael Jordán, 7780 en transferencias, 76,78 merecimiento moral, 183-188 posesiones iniciales, 76-77 rechazo de Nozick, 76 según Aristóteles, 218-221 según Rawls, 175 teorías contrapuestas, 179-180 Kaczynski, David, 271 -272 Kaczynski.Ted, 271 -272 Kant, Immanuel, 121-160 biografía, 122-123 comparación con Bentham, 126 comparación entre heteronomía y autonomía, 127,128-129,136 contra las relaciones sexuales infor­ males, 149-152 derechos humanos y, 122-124, 142 fórmula de la humanidad como fin, 140-142 fórmula de la ley universal, 139140,154,157 principio supremo de la moralidad. 135-137 sobre el suicidio, 141-142 sobre el utilitarismo, 123, 124-125, 143,159 sobre el valor moral de una acción, 129-135 sobre la autonomía, 127,129,136, 243 sobre la justicia, 18, 158-160, 246, 247, 274,275 sobre la libertad, 18, 124,126-127, 143.148.274 sobre la mentira, 152-158 sobre la razón, 125-126. 136-137, 138-143 visión de la vida buena. 18, 245, 247.274 y el debate de subrogación, 116 Kennedy, David M., 102 Kennedy, John F., 277-278, 279, 280, 282 Kennedy, Robert F., 283, 296-298 Kerry,John, 283 Kevorkian, Jack, 87 King, Martin Luther,Jr., 31, 192,279. 283 Kinsley, Michael, 289-290; 292 Kite,Tom, 234 Le Gum, Ursula K.,52 lealtad, dilemas de la, 236-276 Lee, Robert E., 268-269 legión extranjera francesa, 105 Letterman, David, 186 Lewinsky, Monica, 155-156 Ley de Estadounidenses con Disca­ pacidades de 1990, 231 ley moral distinción de Kant entre mentira y engaño. 157 relación con el imperativo categó­ rico, 143,146 visión de Kant, 129-137,154,159160,243,246 ley universal. 139-140, 154 libertad anuncio de Sprite y, 127 autonomía versus heteronomía, 127, 128-129,136,147 como aproximación a la justicia, 14,18, 29-30,123,247-250, 295 comparada con la virtud, 18, 21 imperativo categórico versus impe­ rativo hipotético, 144 individualismo moral y, 241 Kant sobre la, 18, 124, 126-127, 143,148,274 Rawls sobre la, 18, 274 relación con la comunidad, 250251 relación con la moral, 143,148 relación con la vida buena, 245,246 relación con un mundo inteligible, 147 libertad de elección como base de una sociedad justa, 75, 84, 112, 124, 126-127, 249, 250 debate sobre el aborto y, 285,286 matrimonio entre personas del mismo sexo y, 290,292, 296 libertarismo, 71 -89 argumento a favor del ejército pro­ fesional, 95,97 argumento contra el servicio mili­ tar obligatorio, 94 argumento para los contratos, 112 como teoría de la justicia distribu­ tiva, 180 comparación con la meritocracia, 177 cuestión de la prostitución y, 150 cuestión de ser el propio dueño, 79, 80,83-84,86,87 debate del matrimonio entre per­ sonas del mismo sexo, 289-290 defensa de Nozick, 76-77 desacuerdos con, 80-85 desigualdad económica y, 72-73, 76 ejemplo de canibalismo pactado, 88-89 ejemplo de la venta de riñones, 8587 ejemplo de suicidio asistido, 87-88, 89 visión de los derechos humanos, 121-122 visión de Rawls, 176-177 visión sobre las leyes del Estado moderno, 73-75 libre albedrío, 146,148,151 véase también autonomía libre mercado con igualdad de oportunidades for­ mal, 176 defensa de Nozick, 76-77 precios abusivos, 13,14-15 visión de Friedman, 188 véase también libertarismo; merca­ dos límites morales, 163-166 de los mercados, 300 limpiadores de parabrisas, hombres, 169 Lincoln, Abraham, 91, 221, 268, 279 Declaración de Independencia, 267 Lockejoh n , 122,123,161, 168,243 Lowell, A. Lawrence, 200 Luttrell, Marcus, 35-37 MacIntyre, Alasdair, 251-253 Tras la virtud, 251 Madonna, 65 madres de alquiler, 116-119 MarshaU, Margaret, 291-294 Martin, Casey, 230-234 matrimonio como una institución honorífica, 292-293 desoficialización del, 289-290 visión de Kant sobre, 149-150 matrimonios entre personas del mis­ mo sexo, 287-294 máxima, universalización de la, 139140,154,157 Mayoría Moral, 283 McCIellan, George B., 91 Meiwes,Armin, 88-89 mendicidad, gestión según Bentham de la, 47-48 mendigos, redadas de, propuesta de Bentham, 47-48 mentira comparación con el engaño, 153, 154-158 Kant sobre la, 152-158 piadosa, 153-154 mercados, 90-120 como remedio de equidad del lu­ gar de nacimiento, 175-176 ética del rescate en Wall Street y, 24-26, 28 libertarismo y, 90 libres de ataduras, 14, 30, 73, 121, 124 límites morales de los. 300 servicio militar y, 104-108 utilitarismo y, 90 véase también libre mercado mercenarios, ejércitos de, 102, 104105,106 merecimiento moral desligar la justicia del, 203-206 justicia distributiva y, 183-188 rechazo del, 183-1488 y el rescate financiero, 23-24 meritocracia, teoría de la justicia, 177, 180,183 México, 263, 264 Microsoft, 71,181 Mignonette, barco, 42 Mili, James, 61 Mili,John Stuart argumento a favor de la libertad, 61-64 biografía, 61 comparación con jeremy Bentham, 61,63,65,66,69 placeres más elevados según, 64-69 revisiones a la doctrina de Ben ­ tham del utilitarismo, 61-69 sobre la visión de Kant de la ley universal, 140 Milne, A. A.: Winnie-the-Pooh, 215216 moralidad conexión de Kant con la libertad, 143,149 deber versus inclinación, 130-135, 137.147 principio supremo de la, 135-137 relación con el imperativo categó­ rico, 146-148 Morgan, J. P., 92 motivos de la inclinación, 130-135, 137.147 motivos del deber, 128-136, 157 Mozart,Wolfgang Amadeus, 65 Murphy, Eddy, 224 nacimiento, orden de, 182 narraciones vividas, 251-253 narrativa, 274 seres que cuentan historias, 251 253 New York Post, periódico, 23 New York Times, periódico, 131, 134, 234,271 NewYorkYankees, 71 Nicklaus, Jack, 231 Nixon, Richard, 93 Nozick, Robert, 76-80,85, 249 Anarquía, Estado y utopía. ! 6 Nueva York, limpiadores de parabri­ sas en ,169 Obama, Barack alenta el servicio nacional, 299 plan de estímulo económico, 264 política del bien común, 298 sobre el papel de la religión en po­ lítica, 278-279,282,284 sobre el rescate financiero, 24,25 obligación basada en el consenti­ miento, 165-166,168-170 obligaciones acción afirmativa y, 194 basadas en el consentimiento com­ paradas con las basadas en el be­ neficio, 166-171 cívicas o comunes, 100-103, 255 de solidaridad, 256-259, 265-273 familiares, 256-257 naturales comparadas con las vo­ luntarias, 254 Rawls sobre, 254 Oficina del Mejor Negocio, 131 oligarcas, Aristóteles sobre, 219 OMC, 220 Ornelas, 52 Orden Militar del Corazón Púrpura, 20 Organización del Tratado del Atlánti­ co Norte (OTAN), 220 órganos humanos, compraventa de, 85-87 Oxford, Universidad de,St.Anne College, 60-61 Padrino, El, 165 Palmer, Arnold, 231 Parker, Richard, 42-43, 84 Parkinson, enfermedad de, 286 paternalismo, objeciones libertarias al, 73-74 patriotismo, como virtud, 259-265 Paul, Ron , 95 Pentágono, 19-21 Pendíanse, revista, 65 Peres, Shimon, 258 Pericles, 221 Perlman, Itzhak, 215 perspectiva del agente, comparación con la perspectiva de un punto, 148 PGA (Asociación Profesional de Golfistas), 231 Philip Morris, tabaquera, 53-54 placeres, más elevados versus más ba­ jos, 64-69 Platón, 40, 65, 67, 215 La república, 40 política defensa de Aristóteles de la esclavi­ tud, 227-230 propósito de telos, 218-221 según Aristóteles, 218, 219-221, 222-223, 225,26 visión moderna de la, 218-219 precios abusivos consideraciones de la justicia, 14-18 después del huracán Charlie en Florida, 11-13 pros y contras de las leyes contra, 12-17 procreación, 292, 293 promesas falsas, 139-140,141 prostitución, Kant sobre la, 150-151 Prusia Orienta], 122 racial, discriminación, 199, 201 raciales, preferencias, cuestión de equidad, 197-198 Radio Pública Nacional, 261 Rangel, Charles, 99 Raujoh an n es, 236 Rawls, John, 114. 160,161-189 biografía, 161 contrato hipotético social, 162-163 principio de la diferencia y, 173175, 179 rechazo de la complacencia, 189 rechazo de que la justicia distribu­ tiva se base en el merecimiento moral, 185-188 sobre el libertarismo, 176-177 sobre el papel de la religión en po­ lítica, 280-282 sobre la justicia, 18, 175-177, 246247,274,275 sobre la libertad, 18, 274 sobre la meritocracia, 176-177, 183 sobre la vida buena, 18, 245, 246, 274,281 sobre la voluntad autónoma. 243 razón imperativo categórico rmiís hipo­ tético, 135,137-142, I47 visión de Hobbes, 137 visión de Kant, 125-126, 136-137, 138-143 razonamiento moral, 31,34. 51 Reagan, Ronald, 74.188, 238, 283 reciprocidad como ideal en los contratos, 166. 171-173 ejemplo de contrato matrimonial, 171 reclutamiento militar, 91-92, 93-94, 95,97,98, 102-103 Red Sox, 184 redistribución de la renca o del patri­ monio, 74 reflexión moral, 39-41 regla de oro, comparación con el res­ peto, 144 reino sensible, comparación con el reino inteligible, 147-148 Reino Unido, 21 relaciones sexuales informales, Kant contra, 149-152 religión, papel en política de la aspiración a la neutralidad, 279284 Kennedy y, 277-278, 279, 280 Obama y, 278, 279, 282,284 Rawls sobre, 280-282 Rembrandt, 66, 68 remuneraciones a los trabajadores, 180,186 reproducción, técnicas de, 117-119 rescate bancario, 21-28 Resistencia francesa, en la Segunda Guerra Mundial, 37, 257, 268 respeto comparación con la regla de oro, 144 relación con la doctrina de dere­ chos humanos universales, 142 visión de kant, 142 responsabilidad colectiva argumento compensatorio para la acción afirmativa, 194 comparación con el individualismo moral, 241-244 cuestión de la apología pública, 238-241,244 obligación de solidaridad, 265-266 retribuciones, diferencia de, 28, 1SO­ IS!, 186 riñones, venta de, 85-87 Roberts,Joh n, 186 Robertson, Pat, 283 Roosevelt, Franklin D., 92.248 Roosevelt,Theodore, 92 Rousseau,Jean-Jacques, 103-104, 259 El contrato social, 103 Rowlandson,Thomas: El trasplante de dientes, 150 Rudd, Kevin, 238 Ruth. Babe, 213 salarios, diferencias de, 28, 180,186 Scalia, Antonin, 232-233 Segunda Guerra Mundial, 103, 236, 238,257 servicio militar obligatorio versus sol­ dados profesionales. 91-108 servicio nacional, 101,299 60 minutos programa de la CBS, 87 sexo informal, Kant contra, 149-152 Shakespeare, 67-68, 213 comparado con Los Simpson, 6769 Hamlet, 67-69 Sharlot, Michael, 191 Simpson, Los, 67-68 Smartt, Calie, 209-212 Sociedad Internacional Bentham, 70 sociedad justa, definición de, 29 Sócrates, 39,40, 68 soldados debate sobre la concesión del Co­ razón Púrpura, 19-21 dilema de los cabreros afganos, 3537 servicio militar obligatorio o sol­ dados profesionales, 91-108 solidaridad, 301-303 con los congéneres, 265-272 obligaciones y, 256-259 Sorkow, Harvey R., 109-110 So\vell,Thomas, 12 Spar, Deborah, 117 Se. Annes College, 60-61 Stearns, Bear, 26 Steinbrenner, George, 71 Stephens, Edwin, 42-44 Stern, Elizabeth, 108 Stern, Melissa, I3aby M, 116 Stern, William, 108-110 Steven sjoh n Paul, 231-232 subrogación comercial, 118-119 subrogación de la gestación, 117, 118-119 Sudán, 258 suicidio asistido, 87-88, 89 imperativo categórico y, 141-142 Sweatt, Hermán Marión, 199 Taiwan, 118 talibanes, 35, 36,37 «Taller móvil de Sam», 169-171 Tampa Tribuue, periódico, 12,13 Tartaria, 259 Taylor, Harriet, 61 teleológico, pensamiento, 214-216, 251,252,293 como aspecto de la justicia, 212, 217,221,246,247 esclavitud y, 227, 228, 230 telos, definición de, 212, 214 Tercer Mundo, 243 terroristas, tortura de, 49-52 Thatcher, Margaret, 74 Thorndike, Edward, 58-59 TLC (Tratado de Libre Comercio), 220 tortura de terroristas, 49-52 Toyota, 263 trabajo justo, 230 trabajo, mercado de, enrolamiento voluntario en el ejército a través del, 93 tranvía sin frenos, escenario del, 3135 visión kantiana, 129 visión utilitarista, 129 Unabomber, terrorista, 271-272 unidad común de valor chicas de St. Anne, 60 como objeción al utilitarismo, 5261 escritos de Mili, 65-67 Thorndike y, 59 universitarias, subasta de admisiones, 206-208 University College de Londres, 69 utilitarismo, 42-70 acción afirmativa y, 197 aproximación a la justicia, 29, 123, 246-247, 295 argumento contra el servicio mili­ tar, 95 argumento en favor del ejército profesional, 96-97 caso para contratos. 112 cuestión de la justificación de la tortura, 49-52 cuestión del lanzamiento de cris­ tianos a los leones, 49 de Jeremy Bentham, 45-46 desigualdad económica v. 71-72 distinción entre placeres más y me­ nos elevados, 64-69 objeción de la unidad común de valor, 53-61 objeción de los derechos indivi­ duales, 48-52 obras de Mili, 64-67 rechazo como opción del contrato social, 162-163 Shakespeare contra Los Simpson, 67-69 tras el velo de la ignorancia. 173 utilidad versus normas superiores, 115 visión de Kantf 123,124-125, 143, 159 visión de los derechos humanos, 121 y el tranvía. 129 valor moral, 65, 129-135, 136, 291, 292 Vanity Fair, revista, 27 velo de la ignorancia definición, 162 garantía de la igualdad de poder, 172 principio de la diferencia y, 175 Venturi, Ken, 231 vida buena Aristóteles y la, 18, 219-220, 221223,226,244,246,274-275 justicia y, 247-248, 250, 272-276, 295 visión de Kant, 18,245, 247, 274 visión de Platón, 40 visión de Rawls, 18, 245, 246, 274, 281 visión moderna de la, 18, 30, 221. 235,244-245,248,250,284,299, 304 Vietnam, guerra de, 93-94, 266, 283, 297,298 virtud aprender haciendo, 223-226 Aristóteles sobre, 18, 224-226 cívica, 303 comparada con la libertad, 18,21 debate sobre el Corazón Púrpura, 20-21 en el pensamiento político antiguo y moderno, 18 patriotismo como, 259-265 promoción de la, y la justicia, 14, 18,29,30, 123,295 y el debate sobre los precios abusi­ vos, 15-16 véase también vida buena virtudes cívicas, 100-103, 299, 302303 según Aristóteles, 219-226 voluntad libre, 145 Vonnegut, Kurt,Jr., 178 «Harrison Bergeron», 178 Wall Street, 21-22, 24-25, 26-27 Wal-Mart, almacenes, 71, 208 Walzer, Michael, 262, 263 Washington Post, periódico, 271 W hite,Theodore H.,278 W hitehead, Mary Beth, 108-113, 117 Wilentz, Robert, 111-113 Williams, Robin, 224 Williams, Walter E., 240 Winfrey, Oprah, 71, 72 Winter Hill, banda criminal, 270 workhouses, casas de trabajo, propuesta de Bentham, 47-48 World Wrestling Entertainmenc, 67