Raman Selden, Peter Widdowson y Peter Brooker La teoría literaria contemporánea Ariel Literaturay Crítica Raman Selden, Peter Widdowson, y Peter Brooker La teoría literaria contemporánea .1.a edición actualizada Ariel Titulo original: A Reader’s Guide to Contemporary Literary Theory. 4tli edition Traducción dc: I y 2.a cd. (co rre g id a ): J u a n G a b r i e l L ó p e z G u ix 3.a ed. actualizada: B l a n c a R i b e r a d e M a d a r i a g a 1.a edición: septiembre de 1987 2.·’ edición corregida: abril dc. 1989 3." edición actualizada: octubre de 2001 7." impresión: septiembre de 2010 © 1985: Raman Selden © 1997: Peter Widdowson/Pcter Brooker Esta traducción dc A Reader's Guide to Contemporary Literary Theory. Fourth edition, ha sido publicada con permiso de Pearson Education Lim ited Derechos exclusivos de edición en español reservados para todo el mundo y propiedad de la traducción: © 1987 y 2010: Editorial Plancia, S. A . Avda. Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona Editorial A riel es un sello editorial de Planeta S. A . ISBN: 978-84-344-2504-0 Depósito legal: B. 26.499 - 2010 Impreso en España por Book Print Digital Botánica, 176-178 08901 L ’ Hospitalet de Llobregat Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright. bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial dc esta obra por cualquier medio o procedí miento, comprendidos la reprograffa y el tratamiento informático, y la distribución dc ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. m em oria de R am an Selden, co m o siem pn PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN La teoría literaria contem poránea de R am an Selden (1 9 8 5 ) ve la luz en su cu a rta edición. P oco después de revi­ sa r la 2 .a edición, R am an falleció de form a p rem atura y trá­ gica de un tum or cerebral. Fue una persona querida y su­ m am en te respetada, no sólo por la notable hazaña de con seguir red actar una obra breve, clara e inform ativa y al m argen de toda polém ica sobre una m ateria tan variada y escollosa. E n 1993 ap areció la 3.a edición, una actualización que debem os a Peter W iddowson. Y ah o ra, producto de su éxito y popularidad ininterrum pidos, ha llegado la hora de p oner a punto una nueva revisión de La teoría literaria. Tres años es m ucho tiempggeji teoría literaria contem ­ p o rán ea y el p anoram a, qué duda cabe, ha sufrido cambios sustanciales. Por esta razón, la obra se ha reescrito de for­ m a exhaustiva y en su totalidad — esta vez de la m ano de P eter W iddowson y P eter Brooker— y se ha vuelto a poner al día la bibliografía. E n la 3.a edición ya señalam os que, com o es natural, el volum en em pezaba a tener dos funcio­ nes m ás claram ente diferenciadas que cuando Ram an Selden inició el proyecto tan sólo diez años atrás, a mediados de la década de 1980. Los primeros capítulos se ocupaban de la parte histórica, esbozando los m ovim ientos a partir de los cuales las nuevas tendencias habían cobrado impul­ so y habían sido desbancadas, m ientras que los últimos tra­ tab an de hacer poco caso precisam ente de esas nuevas ten­ dencias, a fin de p oner de m anifiesto las coordinadas en las que vivimos y p racticam o s la teoría y la crítica en la actu a­ lidad. E sta tendencia se ha acentuado en la actual versión — m aterializándose en una nueva reordenación y reestruc­ tu ración — de m anera que, prácticam ente la m itad del libro, 10 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA está form ad a ahora por los últim os cuatro capítulos. La In­ trod ucción incluye una serie de reflexiones sobre las razo­ nes que subyacen a estas revisiones. E n la 3 .a edición, Peter Widdowson recibió la decisiva ayuda de tres asesores: Peter Brooker (actual coautor), M aggie H um m (au tora de A R ea d er's G u id e to C o n te m p o ra ry F e m in is t C ritic is m , H arvester W heatsheaf, 1994) y Francis M ulhern. La deuda para con ellos aún perdura — sus con­ tribuciones están presentes en varios fragm entos de la obra— , co m o también de los autores ya m encionados en los prefacios anteriores. E n esta ocasión, los autores están en deuda con otros tres asesores m ás: Sonya A nderm ahr e lan M cCorm ick de Nene College, Northam pton, y Lynnette Tur­ n er de la Universidad de H ertfordshire. Los dos prim eros contribuyeron de modo inestim able a la redacción del nue­ vo capítulo sobre «Teorías gays, lesbianas y q u e e r » y la úl­ tim a a los capítulos sobre las teorías «feministas», «posm o­ dernistas» y «poscolonialistas» que han sido revisadas a fondo. Sin su profundo conocim iento y su percepción críti­ ca, esta nueva edición no sería m ás que una pálida som bra de lo que es. Nuestro m ás sincero agradecim iento. L a an terior edición co n ten ía num erosas referencias a la obra paralela de R am an Selden, P ra ctisin g T h e o ry a n d R e a d ­ in g L itera tu re (H arvester W heatsheaf, 1989), en un intento por a ce rc a r a los estudiantes a estos ejemplos co n cretos de la teoría en la p ráctica. E ste libro sigue siendo un instru­ m ento de gran utilidad p ara tales m enesteres y hem os con­ servado una bibliografía seleccionada de él (abreviada en las notas a pie de página en PT R L). Pero el volum en que de verdad com plem enta a esta 4 .a edición es el que los autores actuales publicaron recientem ente, A P ra ctica l R e a d e r in C o n te m p o ra ry L iterary T h e o ry (H arvester W heatsheaf, 1996), que es en m uchos sentidos un com pañero a la m edida para L a teoría litera ria c o n t e m p o r á n e a . Incluye ejem plos de criti­ ca de textos literarios específicos, realizados p o r m uchos de los teóricos que se discuten aquí y tiene rem isiones a lo lar­ go de toda la obra com o A P ra c tic a l R e a d e r (junto con los núm eros de los capítulos im portantes). INTRODUCCIÓN E s d esconcertante pensar cu án to han cam biado las c o ­ sas desde m ediados de la década de 1980 ■—tan sólo doce años a trás— , cuando Ram an Selden em prendió por vez pri­ m era la n ada fácil tarea de escribir una breve guía de introducción a la teoría literaria contem poránea. E n la In­ troducción a las ediciones previas de La teoría literaria co n ­ tem poránea todavía podía afirm ar que: Hasta hace muy poco, ni los lectores de literatura corrientes ni los críticos literarios profesionales tenían ningún motivo para preocuparse de los derroteros seguidos por la teoría literaria. Esta parecía constituir una especialización bastante poco co­ mún, de la que, en los departSfftí&ntos de literatura, se encarga­ ban contados individuos que, en realidad, eran filósofos disfra­ zados de críticos literarios... La mayoría de los críticos, como Samuel Johnson, daban por sentado que la gran literatura era universal y expresaba las grandes verdades de la vida humana... [y] se dedicaban a hablar de la experiencia personal del autor, del trasfondo histórico y social de la obra, de su interés huma­ no, del «genio» imaginativo y de la belleza poética de la verda­ dera literatura. Para bien o p ara mal, tales generalizaciones ace rca del cam po de la crítica literaria no podrían hacerse hoy día. De la m ism a form a, en 1985 R am an señalaría acertadam ente el final de la d écada de 1960 co m o el m om ento en el que em pezaron a cam b iar las co sas y com entó que durante los últimos veinte años, aproxim adam ente, los estudiantes de literatura han tenido que so p o rtar una aparentem ente in­ term inable serie de desafíos a ese consenso del sentido co ­ mún que provenían, en su m ayoría, de fuentes intelectuales europeas (y en especial francesas y rusas). Para la tradición 12 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA anglosajona, esto fue una sorpresa especialm ente desagra­ dable. Pero R am an presentó aún el «estructuralism o» corno «un nuevo intruso vergonzoso en el lecho del a lm a m a te r del d o cto r Leavis» (C am bridge), especialm ente un estructu­ ralism o con «un toque de m a r x i s m o » y subrayó el hecho aún m ás o u tré de que ya existía «una crítica p o s te s tru c tu ra ­ lista del estru cturalism o», una de las principales influencias en las que se en co n trab a el «estructuralism o p sico a n a lític o » del escritor francés Jacq u es Lacan. Todo lo cual, afirmó en aquel entonces, «no h acía sino confirm ar unos cuantos pre­ ju icios arraigados». No albergo la m enor intención de críti­ ca hacia R am an, p o r descontado — en efecto, que p u d ie ra d ecir esto para salirm e con la m ía— , sino que una coyun­ tu ra así en el seno de los estudios literarios o «ingleses» pa­ rece pertenecer ah o ra de form a irrevocable al pasado oscu­ ro y distante. Tal y co m o atestiguan las últim as páginas de esta introducción, d u ran te los últimos doce años ha tenido lugar un cam bio sísm ico que ha transform ado el mapa de la «teoría literaria contem poránea» y que, por consiguiente, ha requerido una reconfiguración pareja de La teoría, li­ tera ria c o n t e m p o r á n e a . No obstante, hem os conservado —ju n to con, todo hay que decirlo, una buena proporción de lo que R am an escri­ bió originalm ente en las prim eras ediciones de la obra— un com p rom iso co n m u ch as de sus ideas originales sobre la necesidad de una guía clara, concisa e introductoria del tem a. Hay que añad ir que las constantes fisuras y reform as de la teoría co n tem p o rán ea desde entonces parecen confir­ m a r la continua necesidad de algún tipo de m apa básico de este escolloso y com plejo terreno y la amplia adopción de esta o bra en todas las universidades de habla inglesa también p arece confirm arlo. E n un principio, R am an Selden decidió escribir La teo ­ ría litera ria c o n t e m p o r á n e a porque estaba firm em ente co n ­ vencido de qué las cuestiones planteadas p o r la crítica lite­ ra ria m o d e rn a . son lo bastante im portantes com o para justificar sem ejante esfuerzo de clarificación y porque en aquel entonces m u ch os lectores no estaban de acuerdo con el habitual rech azo desdeñoso de lo teórico. P o r lo m enos, deseaban sab er co n exactitud qué se les pedía que despre­ INTRODUCCIÓN 13 ciaran . Com o R am an, hem os dado por supuestos la curio­ sidad y el interés del lecto r en el tem a y, por lo tanto, tam ­ bién que precisa de un m apa descriptivo co m o guía preli­ m in ar para recorrer el difícil terreno de la teoría por sí m ism o. A propósito de esto, también creem os firmemente que las secciones de «Bibliografía seleccionada» al final de cad a capítulo, con sus listas de «Textos básicos» y «Lectu­ ras avanzadas», form an una parte integrante de nuestro proyecto para fam iliarizar al lector con el pensam iento que com pone el actual cam p o de estudio: la Teoría, al principio y al final, no es un sustituto de las teorías originales. Inevitablemente, cualquier intento por red actar un resu­ men breve de conceptos complejos y discutibles, al querer decir m ucho con pocas palabras, se incurre en simplifica­ ciones excesivas, com presiones, generalizaciones y omisio­ nes^ Por ejemplo, hem os tom ado la decisión de que los plan­ team ientos basados en prem isas de la lingüística om nipre­ sente y de las teorías psicoanalíticas están m ejor separados a lo largo de diversos capítulos que agrupados en secciones discretas dedicadas a ellos. «La crítica del m ito», que cuen­ ta con una larga y variada historia e incluye la obra de Gil­ bert Murray, Jam es Frazer, Jung, Maud Bodkin y N orthrop Frye, se ha om itido porque nos pareció que no ha­ bía penetrado en la corriente principal de la cultura acadé­ m ica ni popular y tam poco ha desafiado las ideas heredadas tan vigorosam ente com o las teorías que exam inam os. El ca­ pítulo sobre la «Nueva Crítica, el formalismo m oral y F. R. Leavis» está situado antes del formalismo ruso, cuando has­ ta una rápida ojeada indicará que cronológicam ente el últi­ m o precede al prim ero. E sto obedece a que aunque el for­ m alism o ruso se desarrolló principalmente en las dos segundas décadas del siglo xx, no tuvo un im pacto acusado hasta finales de las décadas de 1960 o 1970, cuando fue re­ descubierto de form a efectiva, traducido y puesto en circu­ lación p or los intelectuales occidentales que form aban par­ te de los nuevos m ovim ientos m arxistas y estructuralistas de la época. E n este sentido, los formalistas rusos «pertenecen» a la últim a época de su reproducción y fueron movilizados por los nuevos críticos de izquierdas precisam ente durante su asalto a la crítica literaria establecida, representada en las 14 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA culturas anglosajonas, de form a preem inente, p o r la Nueva Crítica y el leavisismo. Por esta razón, presentam os el últi­ m o co m o previo al form alism o en térm inos de ideología teó­ rica crítica porque ellos representan las tradiciones de la crí­ tica, desde un principio y de form a básica, con el que la teoría literaria contem poránea tuvo que conectan E n cual­ quier caso, aunque la obra no pretende ofrecer un panora­ m a com pleto de su cam p o y no puede ser sino selectiva y parcial (en am bos sentidos), lo que ofrece es una panorám i­ ca sucin ta de las tendencias m ás provocativas y sobresalien­ tes de los debates teóricos de los últimos treinta años. Pero de form a m ás general y dejando a un lado por el m om ento el hecho de que en .1996, si no en 1985, los efec­ tos de estos debates teóricos fueron objeto de estudios lite­ rarios tan señalados que es impensable ignorarlos, ¿por qué rom p ern os la cabeza co n la teoría literaria? ¿E n qué afecta todo esto a nuestra experiencia y nuestra com prensión de la literatura y la escritu ra? E n prim er lugar, el énfasis dado al asp ecto teórico tiende a so cav ar la concepción de la lec­ tura en tanto actividad inocente. Si nos preguntam os por la elaboración del significado en la ficción, p o r la presencia de la ideología en la poesía, o por la forma de determ in ar el va­ lor de u na obra literaria, no podem os al m ism o tiem po se­ guir aceptando de m odo ingenuo el «realism o» de una no­ vela o la «sinceridad» de un poem a. Quizás algunos lectores quieran conservar sus ilusiones y lam enten la pérdida de la inocencia pero, si son lectores serios, no pueden descono­ ce r los grandes avances realizados por los principales teóri­ cos en los últim os años. E n segundo lugar, lejos de tener un efecto esterilizante sobre nu estra lectura, las nuevas form as de entender la literatura vigorizan nuestro com prom iso con los textos. P o r supuesto, si uno no tiene la intención de re­ flexionar sobre lo que lee, p o co será lo que pueda ofrecerle cualquier tipo de crítica literaria. Por o tra p arte, algunos quizás objeten que las teorías y los conceptos teóricos m er­ m an la espontaneidad de su respuesta ante las obras litera­ rias. Olvidan que ese discurso «espontáneo» proviene de m odo inconsciente de la teorización de las generaciones an­ teriores y que su discurso sobre «sentim iento«, «im agina­ ción», «genio», «sinceridad» y «realidad» está lleno de teo­ INTRODUCCIÓN 15 ría m u erta que, santificada por el paso del tiempo, se ha convertido en parte del lenguaje del sentido com ún. Si pre­ tendem os ser aventureros y experim entadores en nuestras lecturas, debem os serlo tam bién en nuestra concepción de la literatura. Podem os considerar que las diferentes teorías literarias plantean diferentes cuestiones acerca de la literatura, desde el punto de vista del escritor, de la obra, del lector o de lo que norm alm ente llamamos «realidad». Ningún teórico, cla­ ro está, adm itirá ser parcial y, por lo general, tendrá en cuen­ ta los otros puntos de vista en el interior del m arco teórico elegido para su enfoque. El siguiente esquema, elaborado por Rom an Jakobson para representar la com unicación lin­ güística, es útil para distinguir los diversos puntos de vista: CONTEXTO E M ISO R ----- ► M EN SAJE ------► REC EPTO R CONTACTO CÓDIGO Un em isor dirige un m ensaje a un receptor, el m ensaje utiliza un código (norm alm eutegiin idiom a que am bos co ­ nocen), posee un contexto (o «referente») y se transm ite por medio de un con tacto (un m edio, com o puede serlo una charla, un teléfono o un escrito). P ara nuestros propósitos, podem os elim inar el «contacto»: en efecto, para los teóricos de la literatura no posee un interés especial ya que (excep­ to en el caso de las representaciones teatrales) éste siem pre se lleva a cabo por medio de la letra impresa. Así, el esque­ m a queda del siguiente modo: CONTEXTO ESC R IT O R OBRA ------LECTOR CÓDIGO Si ad optam os el punto de vista del emisor, dam os prio­ ridad al uso em otivo del lenguaje; si nos centram os en el contexto, aislam os su uso referencial, etc. De m odo similar, las teorías literarias tienden a d ar m ayor énfasis a alguna función en detrim ento de las obras. Si tom am os las princi­ 16 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA pales teorías objeto de nuestro estudio, podem os colocarlas en e! esquem a del m odo siguiente: MARXISTA ROMÁNTICA HUMANISTA ------► FORMALISTA ------► ESTRUCTURA LISTA TEORÍA DE LA RECEPCI(->N Las teorías ro m án ticas hacen hincapié en la m ente y la vida del escritor, las teorías orientadas a la recepción (críti­ c a fenom enológica) se centran en la experiencia del lector-, las form alistas con cen tran su atención en la obra en sí m ism a; la crítica m arxista considera fundam ental el co n ­ texto social e histórico; y la estru ctu ralista llam a la atención sobre los códigos utilizados en la elaboración del significa­ do. E n sus form ulaciones m ás brillantes, ninguno de estos planteam ientos h ace caso om iso de las dem ás dimensiones de la com un icación literaria: por ejemplo, la crítica m a r­ xista occidental no sostiene una perspectiva estrictam ente referencial del lenguaje y el escritor, el público y el texto se analizan en un m arco sociológico general. Sin em bargo, vale la pena señ alar respecto a lo que hem os esbozado an ­ teriorm ente que ninguno de los ejemplos se han tomado de los cam p os teóricos m ás recientes del feminism o, p ostestruc­ turalism o, posm odernism o, poscolonialism o y teorías gays, lesbianas u hom osexuales. E sto es porque todas estas co ­ rrientes, en sus diferentes formas, alteran y distorsionan las relaciones entre los térm inos en el diag ram a original y son estos m ovim ientos los que dan cu en ta de la escala despro­ p orcion ad a del intervalo de doce años existente en tre el m om ento en que R am an Selden em pezó el libro y el m o ­ m en to de su actu al revisión. Las tendencias en la teoría y la p rá ctica de la crítica se han diversificado en progresión g eo m étrica desde 1985 y la form a y la co m p o sició n de la actu al versión de La teo­ ría literaria contem poránea tra ta de exp licar esto y lo a te s­ tigua. Aunque no está dem asiado estru ctu rad a p ara indi­ c a r un cam b io así, la obra se divide ah o ra en dos partes diferenciadas. L as teorías que a b a rca b a n la totalidad de las prim eras ediciones (junto con la adición que se realizó en 1993 del cap . 1) se han reducido y com prim ido en los INTRODUCCIÓN 17 cap ítu los 1-6 o en m enos de la m itad del volum en entero. E s tá claro que ah o ra fo rm an parte de la historia de la «teo­ ría literaria co n tem p o rán ea», pero no se describen de for­ m a p recisa com o «teoría literaria co n tem p o rán ea» por sí m ism as. E sto no quiere d ecir que sean superfluas, estéri­ les o irrelevantes — sus prem isas, m etodologías y percepcio­ nes continúan ilustrando y pueden co n stitu ir aún la fuen­ te d e nuevos e innovadores puntos de p artid a a la hora de teo riz a r sobre literatu ra— , pero en la m edida en que fue­ ron los que han m a rcad o la pauta de los nuevos líderes en este cam p o y, con obvias excepciones (p. ej., las teorías m a rxistas), han ca d u cad o y están fuera de la carrera actu a l. Una decisión difícil en este co n texto fue cóm o tra­ ta r el capítulo de las teorías fem inistas. E n ediciones an­ terio res, aquí era donde concluía la o b ra — señalando que la a cció n se desarrollab a ah o ra aquí— ; pero la cronología del capítulo, que con frecu en cia discu rría paralela a otras teo rías de las décad as de 1960 y 1970, hizo que pareciera u na o cu rren cia tardía gestual: «y luego ap areció el femi­ n ism o». P o r lo tan to, en la presente edición, hemos de­ vuelto al capítulo que com prende este lapso tem poral, con su ep icen tro an g lo am erican o ^ ^ a n c é s m ayoritariam ente «b lan co», a un lugar m ás apropiado al final de la mitad «h istórica» del libro y relato s disem inados de los feminis­ m os m ás recientes, llevando la cu en ta especialm ente de sus energías fundam entales fuera de E u ro p a , en los últi­ m o s capítulos «con tem p orán eos». El largo capítulo sobre el postestru ctu ralism o contiene actu alm en te b astan te más in form ación sobre las teorías psicoanalíticas y un tra ta ­ m ien to actu alizad o del Nuevo H istoricism o y el m ateria­ lism o cultu ral. El capítulo de 1993 sobre el posm odernis­ m o y el poscolonialism o se ha dividido en dos capítulos d iferentes, con nuevas seccio n es que presen tan tanto a los nuevos teóricos que aca b a n de in iciar sus contribuciones im p o rtan tes en el cam p o com o el im p acto de las obras so­ b re género, sexualidad, raza y etnia. A dem ás, hay un ca-. pítulo entero nuevo sob re las teorías gays, lesbianas y ho­ m osexuales, lo cual h ace que la obra cu b ra las áreas más d in ám icas y actuales de la actividad. Finalm ente, las sec­ cion es de la «B ibliografía seleccionada» se han rehecho 18 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA p ara h a ce r que sean m ás ligeras, m ás accesib les y de nue­ vo, m ás actualizadas. En ton ces, ¿qué ha ocu rrid o de especial desde 1985 has­ ta hoy en el cam po de la «teoría literaria contem poránea»; cuál es el contexto que explica la radical revisión de La teo­ ría literaria contem poránea? P ara empezar, «teoría» e inclu­ so «teoría literaria» ya no se puede consid erar de forma p ráctica co m o un cuerpo de trabajo progresivam ente em er­ gente, desarrollándose a través de una serie de fases defini­ bles o «m ovimientos» — de producción, crítica, avances, re­ form ulaciones, etc. Esto era así a finales de los años de 1970 y a principios de los años de 1980, aunque, sin duda, nunca fue cierto del todo— cuando parecía haber llegado la «hora de la teoría» y reinaba un ansia, incluso entre los pro­ pios y entusiasm ados participantes, de que una nueva m a­ teria académ ica, peor, un nuevo escolasticism o — radical y subversivo, sí, pero tam bién potencialm ente exclusivo en su ab stracción — estaba cob ran d o forma. Los libros brotaban de las prensas, abundaban las conferencias, los cursos de «teoría» en los program as universitarios llegaron a ser de rigeur, proliferaron los M aster of Arts y cualquier concepto residual de «práctica» y de «lo em pírico» eran espantosa­ m ente problem áticos. E s a «hora de la teoría» y a no obtiene — bien porque paradójicam ente coincidió co n el auge del poder político de la nueva derecha, bien porque, por defi­ nición, en un m undo posm oderno no podía sobrevivir en un estado m ás o m enos unitario, o bien porque contenía, com o criatu ra posm oderna que era, los agentes catalizado­ res para su propia dispersión, están más allá de poder afir­ m arse con certeza. Pero ha tenido lugar un cam bio— un cam bio que ha originado una situación m uy diferente a la del cam po intelectual cad a vez m ás abstracto y obsesiona­ do con sí m ism o en el que la edición original de esta obra tan sólo alcanzaba a d escribir y contener. E n p rim er lugar, la «teoría» singular y capitalizada ha evolucionado con ra ­ pidez en una serie de «teorías» — a m enudo sobrepuestas y m utuam ente generativas, pero también en controversia pro­ ductiva— . En otras palabras, la «hora de la teoría» ha en­ gendrado una tribu en orm em ente diversa de praxes o p rác­ ticas teorizadas, al m ism o tiempo conscientes de sus pro- INTRODUCCIÓN 19 pios proyectos y que representan form as radicales de a c ­ ción política, al m enos en el dom inio cultural. É ste ha sido el caso concretam ente de las teorías y prácticas críticas que se centran en el género y la sexualidad y de aquellas que pre­ tenden d econ stru ir las que giran alrededor de E u ro p a y la cuestión étnica. En segundo lugar, dada la escisión teórica posm oderna que hemos sugerido antes, se ha producido un giro de varios grados hacia posiciones y prioridades osten­ siblemente m ás tradicionales. El veredicto es que «la teoría ha fracasad o»: lo cual, en un irónico guiño posm oderno, quiere d ecir que «el fin de la teoría» está a la vista. E sto no son de ningún m odo los espasm os de Lázaro de la vieja guardia que regresa de entre los m uertos, sino la perspecti­ va de jóvenes académ icos que las han pasado m oradas con la teoría y que pretenden desafiar el dominio del discurso teórico en los estudios literarios en nom bre de la propia li­ teratu ra — p ara en contrar un m odo de hablar de los textos literarios, a ce rc a de la experiencia de leerlos y evaluarlos— . Puede que la llam ada «nueva estética» sea una de las teo­ rías em ergentes que deba incluir una futura edición de la presente obra. Sin em bargo, volverem os brevem ente sobre la cuestión de la «práctica» eaaiispresente contexto teórico un poco m ás adelante. Otro de los efectos relacionados con los avatares de la teoría literaria contem poránea en el pasado reciente puede explicarse de la siguiente form a. Quizás el m ás notable haya sido la decon strucción de las ideas de un «canon» li­ terario determ inado — de una selección acordada de «gran­ des obras» que constituyen el punto de referencia p ara la discrim inación del «valor literario» y sin la denuncia de las cuales ño puede com pletarse una educación literaria— . El desafío teó rico de los criterios sobre los que se fundam en­ ta el canon, ju nto con la llegada a la orden del día de m u­ chos tipos «m arginales» de producciones literarias y de otra índole cultural hasta la fecha excluidos de ella, ha provoca­ do una explosión inm ediata de los viejos hechos incuestio­ nables y de los nuevos m ateriales aptos para un estudio se­ rio. M ientras que el can on conserva algunos defensores de prestigio (p o r ejemplo, H arold B loom y George Steiner), la tendencia que m ás hondo ha calado ha sido desplazar los 20 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA estudios literarios h acia form as de «estudios culturales», en los que son susceptibles de análisis una gam a m ucho m ás am plia y exenta de cánones de productos culturales. E fecti­ vam ente, se puede decir con m ayor exactitud que esta ten­ dencia representa una form a de retroalim entación, ya que fueron precisam en te las prim eras iniciativas de los E stu ­ dios Culturales propiam ente dichos los que estaban entre los agentes que ayudaron a subvertir las ideas naturalizadas de «literatura» y crítica literaria en un principio. Sin em ­ bargo, en el con texto de la «teoría literaria co n tem p o rá­ nea», el m ovim iento m ás contundente m ás reciente ha sido h acia la evolución de «teoría cultural» co m o el térm ino pa­ raguas para todo el cam po de investigación. Vale la pena se­ ñ alar que la m ayoría de los trabajos im portantes, co m en ta­ dos en los últim os capítulos de la presente La teoría literaria contem poránea — sobre el posm odernism o, el poscolonialis­ m o, las teorías gays, lesbianas y hom osexuales en p articu ­ lar— , es siem pre m ás que «literario». E stas teorías fom en­ tan una reinterp retación global y un cam bio de frente de todas las form as de discurso co m o parte de una política cultural radical, en la cual «lo literario» puede ser sim ple­ m ente una form a m ás o m enos im portante de rep resen ta­ ción. E sta o b ra reco n o ce esto, pero, a su vez, y dada su bre­ vedad, intenta co n serv ar un centro literario dentro de los am plios p rocesos y en constante cam bio de la historia cu l­ tural. Sin em bargo, pese a la com plejidad y a la diversidad del cam p o tal y co m o lo hemos presentado, hay varias leccio­ nes fundam entales planteadas por los debates teóricos so­ bre los últim os trein ta años — algunas aprendidas no sólo p or los radicales, sino tam bién p o r aquellos que quieren de­ fender posiciones y planteam ientos m ás convencionales o tradicionalm ente hum anísticos— . Son: que toda la activi­ dad crítico-literaria está siem pre sostenida por la teoría; que la teoría, sea la que sea, representa una postura ideo­ lógica, sí no expresam ente política; que es m ás efectivo, si no más honesto, tener una praxis que sea explícitamente teo ri­ zada que funcionar con suposiciones naturalizadas y sin revi­ sar; que una praxis así puede ser m ás táctica y estratégica que un absoluto aparentem ente filosófico; que la «teoría» INTRODUCCIÓN 21 ya no es claram en te m onolítica e im presionante (y aun así difícil); y que será puesta en uso y criticad a en vez de estu­ diada en abstracto y por sí m ism a. E sta desm itificación de la teoría, por tanto, que ha de­ sem bocado en la gran pluralidad de p rácticas teorizadas para intereses y propósitos específicos, debería perm itirnos cuestionarnos m ás y ser m ás críticos al respecto. Podría­ m os desear preguntar, por ejemplo, hasta dónde podemos forzar e! estudio au tó n o m o de la teoría crítica en los cursos universitarios de literatura; si la teoría puede, de hecho, es­ tudiarse com o si fuera un género filosófico independiente; si puede llegar a haber una teoría universalm ente aplicable; hasta qué punto necesitam os con ocer la historia filosófica que informa de cualquier postura crítica o práctica antes de adoptarla; si las teo rías particulares están ligadas, en efec­ to, a tipos determ inados de textos o a períodos determ ina­ dos (por ejemplo, ¿se puede aplicar igual la m ism a teoría al Renacim iento y a la literatura rom ántica, a un poema y a una novela?); ¿hasta qué punto y con qué justificación «reescribe» una posición teórica su objeto de estudio?; todos estos interrogantes son, en efecto, el reflejo de otras cues­ tiones tópicas acu cian tes, sus^iígclos sintom áticam ente con crecien te frecuencia en libros, artículos y conferencias; có m o enseñar y ap render «teoría»; có m o superar un co m ­ prom iso pasivo con ella; cuál es, de form a decisiva, su re­ lación con la p rá ctica crítica? E stas cuestiones están en el centro de una política pragm ática y estratégica en el terre­ no general de los estudios culturales de finales de la déca­ da de 1990 y dem andan respuestas urgentes sobre si la «teoría» no acab ará convirtiéndose en o tra «m ateria» a ca ­ dém ica relativista y alienante. Los estudiantes tienen que ser capaces de realizar e le c c io n e s m ás inform adas y com ­ prom etidas sobre las teorías que encuentran, realizar acer­ cam ientos críticos a ellas y desplegar las ideas resultantes en su propia p ráctica crítica. Como ayuda para este proce­ so, en la presente edición de La teoría litera ria c o n te m p o rá ­ n ea hemos hecho referencias regularm ente a su nuevo co m ­ pañero, A P ra ctica l R e a d e r in C o n tem p o ra ry L itera ry T h eo ry , en el que hemos dedicado una atención m ás directa a estos tem as en relación con teóricos específicos que trabajan so ­ 22 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA bre textos literarios específicos. De ningún m odo consti­ tuye esto un intento de dism inuir o negar la fuerza y la im ­ p o rtan cia del trabajo teó rico por sí m ism o, ni tam poco pre­ tendem os prom over un nuevo em pirism o. Sim plem ente querem os reconocer que toda la crítica literaria es una p rá ctica teórica y que estar en situación de com prender y m ovilizar la teoría — ser cap az de teorizar la propia prácti­ ca de ca d a uno— es em anciparse en el seno de la política cultural del período contem poráneo. B ib l io g r a f ía s e l e c c io n a d a Antologías de teoría literaria Brooker, P eter y W iddowson, P eter (eds.), A Practical R eader in Contempora>y Literary Theory, Prentice H all/H arvester W heat­ sheaf, Hemel, H em pstead, 1996. Davis, R ob ert y Schleifer, R onald (eds.), Contemporary Literary Cri­ ticism : Literary and Cultural Studies: 1900 to the Present, Long­ m an, Londres y Nueva York, 3.a éd., 1994. Lam bropoulos, V. y Miller, D. N. (eds.), K, Twen tieth-Century Literary Theory: An Introductoiy Anthology, S tate University of New York Press, Albany, Nueva York, 1987. Lodge, David (éd.), Twentieth-Century Literary Criticism , Longm an, Lon d res y Nueva York, 1972. — , M o d em Cristicism a nd Theory: A Reader, Longm an, Londres y N ueva York, 1988. N ewton, K. M. (ed.), Twentieth-Century Literary Theory, M acm illan, Basingstoke, 1988. R ice, Philip y Waugh, P atricia (eds.), M odem Literaiy Theory: A Reader, Arnold, L ondres, 2." éd., 1992. Rylance, R ick (ed.), Debating Texts: A Reader in Twentieth-Centwy Literary Theoiy and M ethod, Open University Press, Milton Keynes, 1987. Selden, R am an (ed.), The Theory o f Criticism fro m Plato to the Pre­ sent: A Reader, L on gm an ; L on d res y Nueva York, 1988. Tallack, Douglas (ed.), Critical Theory: A Reader, P ren tice Hall/ H arvester W heatsheaf, Hem el H em pstead, 1995. Walder, Dennis (ed.), Literature in the M odem World: Critical E s ­ says a n d D ocum ents, O xford University Press con la Open University, Oxford, 1990. INTRODUCCIÓN 23 Lecturas avanzadas y obras de referencia Bennett, Andrew y Royle, Nicholas, An introduction to Literature, Cristicism a nd Theory: Key Critical Concepts, Pren tice Hall/ H arvester W heatsheaf, Hemel H em pstead, 1995. Bergonzi, B ernard, Exploding English, Clarendon Press, Oxford, 1991. Bloom , H arold, The Western C anon, M acm illan, Londres, 1995. Cohen, Ralph (ed.). The Future o f Literaiy Theoiy, R outledge, Lon­ dres, 1989. Coyle, M artin, G arside, Peter, Kelsall, M alcom y Peck, Jo h n (eds.). Encyclopaedia o f Literature a nd Criticism, Routledge, Londres, 1990. «Critical Theory in the Classroom », Critical Siwvey, 4 , 3, 1992. Eagleton, Terry, Literaiy Theoiy: An introduction, Blackw ell, Ox­ ford, 1983. Earnshaw , Steven, The Direction o f Literary Theoiy, M acm illan, Basingstoke, 1996. Easthope, Antony, Literaiy into Cultural Studies, R outledge, Lon ­ dres, 1991. Green, M ichael (ed.), English and Cultural Studies: Broadening the Context, Jo h n Murray, Londres, 1987. H aw thorn, Jerem y, Unlocking The Text: Fundam ental Issues in Li­ terary Theory, Arnold, Londres, 1987. — (éd.), A Glossary o f Contemporm^s^iteraiy Theory, Arnold, L on ­ dres, 1992; A Concise Glossary o f Contem porary Literary Theo­ ry, edición de bolsillo. Jefferson, Ann y Robey, David (eds.). Modern Literary Theory: A Com parative Introduction, Bastford , Londres, 2 .3 ed., 1986. Newton, K. M. (ed.), Theoiy into Practice: A Reader in M odern Cri­ ticism , M acm illan, Basingstoke, 1992. Parrinder, Patrick, The Failure o f Theory: Essays on Criticism and Contem porary Fiction, H arvester W heatsheaf, Hem el H em p­ stead, 1987. Payne, M ichael (ed.), A Dictionary o f Cultural and Critical Theory, Blackw ell, O xford, 1996. Selden, R am an , Practising Theory a nd Reading Literature: An In ­ troduction, H arvester W heatsheaf, Hemel H em pstead, 1987. Sim, S tu art (ed.), The A-Z Guide to M odem Literary a nd Cultural Theorists, P ren tice H all/H arvester W heatsheaf, H em e! H em p­ stead, 1995. Tailack, Douglas (ed.), Literaiy Theory at Work: Three Texts, Batsford, Londres, 1987. W ashington, Peter, Fraud: Literary Theory and the E n d o f English, F o n tan a, Londres, 1989. C a p ít u l o 1 LA NUEVA CRÍTICA, EL FORMALISMO MORAL Y F. R. LEAVIS Los o r íg e n e s : E lio t , R ic h a r d s , E m p so n Los orígenes de la crítica en las tradiciones angloameri­ canas dominantes de mediados del siglo xx (aproxim ada­ m ente entre los años 1920 a los de 1970) son complejos y m uchas veces aparentem ente contradictorios — com o tam ­ bién lo son sus posiciones teórica y crítica y sus prácticas— . Pero, a grandes rasgos, podernos decir que la influencia del poeta y crítico literario y cultu^L,de nacionalidad británica M atthew Arnold es fuertem ente perceptible en ellos — sobre todo el Arnold que propuso que la filosofía y la religión se­ rían «reem plazadas p o r la poesía»— en la sociedad m oder­ n a y quien sostenía que la «Cultura» — representando «lo m ejor que se ha co n o cid o y pensado en el m undo»— podría m o n tar una defensa hum anística co n tra la «Anarquía» (tér­ m ino de Arnold) destructiva de lo que F. R. Leavis llam aría m ás tarde la civilización «tecnológico-bentham ita» de las sociedades urbanas e industrializadas. El principal media­ d o r del siglo x x de Arnold, en los nuevos movimientos crí­ ticos, y él m ismo la figura individual de m ayor influencia tras de ellos — británicos o am erican os— , fue el estadouni­ dense (y naturalizado inglés) el poeta, dram aturgo y crítico T. S. Eliot (véase m ás adelante). P o r sim plificarlo m ucho, lo esencial de las diferentes in­ flexiones de la tradición angloam ericana — que deriva de las dos fuentes m encionadas m ás atrás— es una considera­ ción profunda, casi reverencial, por las propias obras lite­ 26 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA rarias. E sto se m anifiesta ni más ni m enos en la form a de una preocupación obsesiva por «el texto en sí m ismo», «las palabras escritas sobre el papel»; con las obras literarias co m o iconos de valor hum ano desplegados contra el b ar­ barism o cultural del siglo x x ; o com o crítica «objetiva», «científica», «desinteresada» del texto (term inología de Ar­ nold) — pero en el fondo representa la m ism a idealización estético-hum anística de las obras de la L iteratu ra— . E sc ri­ bim os Literatura con m ayúscula porque uno de los efectos m ás influyentes — y después más decisivam ente deconstruidos— de esta tradición crítica fue el encum bram iento de al­ gunas obras literarias p o r encim a de o tras m ediante un análisis textual m inucioso y «desinteresado» («escrutinio» que conduce a la «discrim inación», am bos térm inos de Leavis). E n otras palabras, tan sólo algunas obras literarias eran Literatura (lo m ejor que se ha pensado y escrito) y po­ dían form ar parte de la «tradición» (térm ino clave de Eliot y posteriorm ente de Leavis, com o en The Great Tradition) o, co m o decim os actualm ente, del canon. Por su naturaleza, el can o n es exclusivo y jerárquico y se podría decir que está artificialm ente construido por las opciones y selecciones realizadas por los agentes hum anos (los críticos) de no ser por su tendencia endém ica a naturalizarlos precisam ente co m o natural: vienen dados de m anera obvia e indiscutible, y no creados por la «discrim inación» crítica, el gusto, la preferencia, la parcialidad, etc. É ste es el g ran peligro; y na­ turalm ente esto libra a enorm es cantidades de obras litera­ rias de ser objeto de un serio estudio. P o r esta razón, en la revolución crítica posterior a los años de 1960 el canon tuvo que ser desm itificado y desm antelado, y todas las obras que habían sido «ocultadas a la crítica» — p o r ejemplo, la fic­ ción «gótica» y «popular» o las obras de la clase trabajado­ ra y de las mujeres— pudieron devolverse a la orden del día en un medio relativam ente libre de evaluación con derecho preferente. T. S. Eliot fue esencial para m uchas de las tendencias que se han esbozado hasta ahora y su tem prano ensayo «Tradition and the Individual Talent» (1 9 1 9 ) ha sido quizás la obra individual m ás im portante en la crítica angloam eri­ can a. En él, Eliot hace hincapié en dos cosas: en que los es­ LA NUEVA CRÍTICA, EL FORMALISMO MORAL Y F. R. LEAVIS 27 critores deben tener «el sentido histórico» — es decir, un sentido de la tradición escrita en la que ellos m ism os deben situ arse— ; y que este pro ceso refuerza la n ecesaria «des­ personalización» del artista si pretende que sus obras al­ cancen la «im personalidad» que tienen que tener si quiere «ap roxim arse a la condición de ciencia». F am o sas son sus palabras: «La poesía no es un dar rienda suelta a la em o­ ción, sino un escape de la em oción; no es la expresión de la personalidad, sino un escape de la personalidad.» El poeta (y debem os señalar el privilegio de la poesía de Eliot com o género dom inante, ya que ésta iba a convertirse en el foco central de gran parte de la Nueva Crítica — y, p o r lo tanto, un ejem plo de cóm o las teorías particulares están relacio­ nadas de form a m ás estrech a con determ inados tipos de es­ critos: véase la Introducción— ) se convierte en una especie de «catalizador» im personal de la experiencia, un «mé­ dium » no de su consciencia o de su personalidad, sino de lo que, en últim a instancia, configura el «m édium » en sí m ism o — el poem a— y nuestro único objeto de interés. En o tra frase fam osa de otro ensayo diferente («H am let», 1919; véase A Practical Reader, cap. 1), Eliot describe la obra de arte co m o un «objeto correlativo» de la experiencia que po­ dría haberla engendrado: una recreación im personal que es el objeto autónom o de atención. (E stá estrech am en te rela­ cion ado a la noción de «im agen» que es capital en la poe­ sía de E z ra Pound, de Im agism y en la propia práctica p oética de E liot.) L o que se desprende de todo esto en el con texto de la evolución de la Nueva C rítica es la (aparen­ te) arrem etid a an tirro m án tica del pensam iento de Eliot (un nuevo «clasicism o»); el énfasis en la «ciencia», la «objetivi­ dad», la «im personalidad» y el «médium» co m o el objeto focal del análisis; y la idea de una «tradición» de obras que con m ayor éxito m antienen la «esencia» de la experiencia h um ana en su «médium» constitutivo. E n el periodo inm ediatam ente posterior a la Prim era G uerra Mundial, cuando Eliot desarrolló todas estas ideas, la «lengua inglesa» surgía (sobre todo en la Universidad de C am bridge) com o una (algunos dirían la) m ateria principal de los program as educativos universitarios de Artes y con ella una nueva y joven generación de acad ém icos decididos 28 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA a trascender la vieja tradición crítica belletrist que había do­ m inado el «inglés» hasta entonces. E n cierto sentido, se les puede considerar co m o los prim eros defensores de una crí­ tica «profesional» que trabajaban desde dentro de ia acad e­ mia y era a ellos a quienes los preceptos críticos de Eliot atraían con m ás fuerza. Vale la pena registrar — tan to en el presente con texto co m o en el posterior del asalto a la teoría crítica con tem p orán ea de la tradición anterior y de su co n ­ sonancia co n el posm odernism o— que esta nueva crítica tuvo una relación com pletam ente sim biótica con el m od er­ nismo literario, encontrando la confirm ación de sus prem i­ sas en estas ob ras y utilizándolas co m o sus modelos de tex­ to para el análisis. P ara resum irlo de form a simple, quizás; este nuevo m ovim iento crítico era la crítica «m odernista». I. A. Richards, William Em pson y poco después E R, Leavis (véase m ás adelante) fueron los principales defensores del nuevo Inglés en Cam bridge. R ichards, cuyo trabajo había discurrido en el cam p o de la filosofía (estética, psicología y sem ántica), escribió su influyente o b ra Principles o f Literary Criticism en 1924. En ella tratab a de form a innovadora de establecer una base teórica explícita para el estudio litera­ rio. A rgum entando que la crítica debía em ular la precisión de la ciencia, intentó articu lar el c a rá c te r especial del len­ guaje literario, diferenciando el lenguaje «emotivo» de la poesía del lenguaje «referencia!» del discurso no literario (en 1926 le seguiría su obra S cien ce a nd Poetry), en el cual Richards incluyó ejemplos de los intentos de sus estudian­ tes por an alizar poem as cortos y sin identificar, m o stró io descuidado que era su equipo de lectu ra y trató de estable­ ce r los principios básicos para una lectura poética m in u ­ ciosa. La C rítica P ráctica se convirtió, tanto en E stad o s Unidos co m o en Inglaterra, en 1a herram ienta pedagógica y crítica obligatoria de los program as de inglés de la ed u ca­ ción superior (y m ás tarde de la secundaria) — convirtién­ dose rápida y peligrosam ente en no teorizada y, p o r lo tan ­ to, en naturalizada— , com o la p ráctica crítica fundam ental. Sin em bargo, sus virtudes eran — aunque podem os llegar a lam en tar sus calum nia a la hora de desm itificar las in icia­ tivas teóricas de los últimos veinte años— lo que fom entó la lectu ra m inu ciosa y atenta de los textos y, en su ab strae- LA NUEVA CRÍTICA, EL FORMALISMO MORAL Y F. R. LEAVIS 29 ción intelectual e histórica, una especie de dem ocratización J_1 — 1: 4- --------__________ 1_________ ____________ i _ _ _______ UC1 C d lU lU U lJLt^.1 Ctl 1VJ 1 ■ _ l ________ rtUlCtt», CU icl£> L|LICLUUU do estaba en igual situación ante un texto «ciego» — un pun­ to sobre el que volverem os a poner el acento cuando hable­ m os de la Nueva C rítica Americana— . E n efecto, Richards dejó Cambridge en 1 9 2 9 para establecerse en la Universidad de Harvard y su influencia, sobre todo a través de Practical Criticism, apoyó sustancialm ente la evolución de los aconte­ cim ientos nativos en Estados Unidos que se movían en una dirección parecida. William Em pson, que cambió las m atem áticas por el in­ glés cuando aún era un estudiante y se convirtió en discípu­ lo de Richards, tiene una gran im portancia en este contexto por su prim era, fam osa y precoz obra, escrita asom brosa­ m ente rápida (cuando aún era alumno de Richards), Seven Types o f Ambiguity ( 1 9 3 0 ) . Sería poco preciso caracterizar a Em pson simplemente com o un Nuevo Crítico (su obra y su ca rrera posteriores rechazaron constantem ente el etiquetaje o el encasillamiento fáciles), pero esa prim era obra, con su énfasis en la «ambigüedad, com o la característica que define el lenguaje poético, su virtuosa proeza de «crítica práctica» creativa y m inuciosa y el despegue de los textos literarios de sus contextos durante el proceso de «lectura» de sus am bi­ güedades, fue especialm ente influyente en la Nueva Crítica. Los NUEVOS CRÍTICO S AMERICANOS L a Nueva C rítica Am ericana, que surgió en los años de 1920 y que dom inó sobre todo en los de 1940 y 1950, supo­ ne el establecim iento de la nueva crítica profesional en la em ergente disciplina del «inglés» en la educación universi­ taria británica durante el período de entreguerras. Como siem pre, los orígenes y las explicaciones de su surgimiento — en su auge hasta alcan zar proporciones casi hegemónica s— son com plejos y finalmente indefinidos, aunque se pueden señalar algunos puntos. En p rim er lugar, varias de las. figuras clave tam bién formaban parte de un grupo lla­ m ado los Agrarios del Sur o «Fugitivos», un movimiento tradicional, conservador y orientado al sur, hostil a la in- 30 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA dustrialización y al agudo m aterialism o estadounidense do­ m inado por «el N orte». Sin extendernos dem asiado, scjuï se vislum bra una consanguinidad con Arnold, Eliot y, m ás tar­ de, Leavis en su oposición a la m oderna civilización «inor­ gánica». En segundo lugar, el punto culm inante de la in­ fluencia de la Nueva C rítica fue durante la Segunda G uerra M undial y la guerra fría que la sucedió y vem os cóm o su privilegio de textos literarios (su «orden», «arm onía» y «trascendencia» de lo histórico e ideológicam ente determ i­ nado) y del análisis «im personal» de lo que las convierte en grandes obras de arte (su valor innato que reside en su su­ perioridad a la historia material: véase más adelante el ensayo de Cleanth Brooks sobre K eats en «Ode on a Grecian Urn») podría representar un refugio para los intelectuales aliena* dos y, desde luego, p ara todas las generaciones de estudian­ tes quietistas. E n tercer lugar, con la enorm e expansión de la población estudiantil en Estados Unidos en este período, abasteciendo de p roductos de segunda generación de la «am algam a» am erican a, la Nueva Crítica con su base de «crítica práctica» e ra a la vez pedagógicam ente económ ica (las copias de textos co rto s se podían distribuir a todo el m undo por igual) y tam bién una forma de tra ta r co n m asas de individuos que carecían de una «historia» en com ún. En otras palabras, su n aturaleza ahistórica, «neutral» — el es­ tudio sólo de «las palabras sobre el papel»— constituía a p rim era vista una actividad igualadora, dem ocrática, muy apropiada para la nueva experiencia am erican a. Pero fueran cuales fuesen las explicaciones socioculturales de su procedencia, la Nueva Crítica se caracteriza cla­ ram en te en las prem isas y en la práctica: no está relacio­ n ada co n el contexto — histórico, biográfico, intelectual, e tcétera— ; no está interesada en las «falacias» de la «inten­ ción» o el «afecto»; únicam ente se preocupa por «el texto en sí m ism o», co n su lenguaje y su organización; no busca el «significado» del texto, sino cóm o éste «habla por sí m is­ m o» (véase el poem a de Archibald M acLeish «Ars Poetica», en sí m ism o un d ocum ento sinóptico de la Nueva Crítica, que com ienza: «Un poem a no debe significar, sino ser»); se preocupa por averiguar cóm o se relacionan las partes del texto, cóm o éste alcan za su «orden» y «arm onía», cóm o LA NUEVA CRÍTICA, EL FORMALISMO MORAL Y F, R. LEAVIS 31 contiene y resuelve la «ironía», la «paradoja», la «tensión», la «am bivalencia» y la am bigüedad; y sobre todo se preo­ cupa por articu lar la poesía del propio poem a — la quin­ taesencia form al— (y norm alm ente es un poem a, pero véa­ se Mark S ch o rer ν Wayne Bcroth, más adelante). Un ensayo tem prano en la autoidentificación de la Nue­ va C rítica es «Criticism Inc.» de John Crowe Ransom (1937). (Su libro sobre Eliot, R ichards y otros, titulado The New Criticism, 1941, dio nom bre al m ovim iento.) Ransom , uno de los «Fugitivos» y editor del Kenyon Review 19391959, establece aquí las reglas básicas: «Criticism Inc.» es un «asunto» de profesionales ·— en particular, de los profe­ sores de literatura de las universidades— ; la crítica debería llegar a ser «m ás científica o precisa y sistem ática»; los es­ tudiantes deberían «estudiar literatura y no sim plemente sobre literatura»; Eliot estaba en lo cierto al denunciar la li­ teratu ra ro m án tica com o «im perfecta en la objetividad o "distancia estética”»; la crítica no está dentro de los estu­ dios éticos, lingüísticos o históricos, que son sim ples «ayu­ das»; la crítica debería ser cap az de exhibir no el «núcleo de prosa» al cual puede reducirse un poem a, sino «diferen­ cias, residuos o tejidos que m antienen al objeto poético o entero. El ca rá c te r del poem a reside, para el buen crítico, en su form a de exhibir la calidad residual». M uchos de estos preceptos encuentran su aplicación p ráctica en la obra de Cleanth Brooks, tam bién un «Fugiti­ vo», acad ém ico profesional, editor de Southern Review (jun­ to con R obert Penn W arren) 1 935-1942 y uno de los practi­ cantes m ás habilidosos y ejem plares de la Nueva Crítica. Las antologías suyas y de W arren, Understanding Poetry (1 9 3 8 ) y Understanding Fiction (1943), se consideran a m e­ nudo co m o las responsables de la extensión de la doctrina de la Nueva Crítica durante generaciones entre los estu­ diantes de literatura de las universidades am erican as, pero su libro m ás característico de lecturas es el que lleva el sig­ nificativo título de The Well-Wrought Urn: Studies in the Structure o f Poetry (1 9 4 7 ), en el cual el ensayo epónim o so­ bre la urna de la Oda de K eats, «K eats Sylvan Historian: H istoiy W ithout Footnotes» (1 9 4 2 ), es, a nuestro parecer, el m ejor ejem plo, explícito e im plícito, de la p ráctica de la 32 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Nueva Crítica que se podría encontrar. B rooks al mismo tiempo cita el inicio de la «Ars Poética» de MacT.ei.sl·> (véase m ás atrás); se refiere a E liot y a su concepto del «objetivo correlativo»; rechaza la im portancia de la biografía; reitera por toda la obra los térm inos de la «propiedad dram ática», la ironía, la paradoja (repetidam ente) y el con texto orgáni­ co; realiza una ejecución brillante leyendo del poem a que deja su dictam en final «sentencioso» com o un elem ento dra­ m áticam en te orgánico; ad m ira constantem ente la «historia» del poem a p or encim a de las historias «reales» de «guerra y paz», de «nuestras m entes gobernadas p o r el tiempo», de «acum ulaciones de hechos» «carentes de significado», de «generalizaciones científicas y filosóficas que dom inan nuestro m undo»; alaba de form a explícita el «hacerse una idea de la verdad esencial» del poem a; y nos confirm a el va­ lor del poem a (en 1942, en m itad de la pesadilla de la gue­ rra) precisam ente porque, co m o la urna de K eats, «todas respiran pasión hum ana m uy arriba» — enfatizando así «el hecho irónico de que todas las pasiones hum anas le dejan a uno saciado; de aquí la superioridad del arte» (la cursiva es nuestra). (P ara Brooks sobre la «Oda a la Inm ortalidad» de W ordsw orth, véase A Practical Reader.) Com o la Nueva Crítica es, por definición, una «praxis», gran parte de su teoría discurre a lo largo de ensayos m ás es­ pecíficam ente prácticos (co m o vimos con B rooks m ás atrás) y no co m o escritos teóricos (p ara el rechazo de Leavis a teo­ riz a r su postura o a en zarzarse en una extrapolación fi­ losófica, véase m ás adelante). Pero hay dos ensayos de la Nueva C rítica en p articu lar que son claram en te teóricos y que se han convertido en textos de gran influencia general en el discurso de la crítica m oderna: «The Intentional F al­ lacy» (1 9 4 6 ) y «The Affective Fallacy» (1 9 4 9 ) escritos por W. K. W im satt — un profesor de inglés de la U niversidad de Yale y au to r del libro sintom áticam ente titulado The Verbal Icon: Studies in the M eaning o f Poetry (1 9 5 4 )— en colabo­ ración con M onroe C. Beardsley, un filósofo de la estética. Am bos ensayos, influenciados por Eliot y R ichards, enlazan con el nexo «em isor» (escritor)-«m ensaje» (texto)-«receptor» (lector) esbozado en la Introducción, persiguiendo una crítica objetiva que abjure tanto de la ap o rtación personal LA NUEVA CRÍTICA. EL FORMALISMO MORAL Y F. R. LEAVIS 33 del escrito r («intención») co m o del efecto em ocional en el lector («afecto») con el fin de estu.diar puram ente las «pa­ labras sobre el papel» y có m o funciona el aparato. El pri­ m er ensayo argum enta que «el diseño o la intención del au­ tor ni está disponible ni es deseable com o un estándar para juzgar el éxito de una obra de arte literaria»; que un poem a «trata del m undo que está m ás allá del poder (del autor) pretender o controlarlo», «pertenece al público»; que debe­ ría entenderse en térm inos de «orador dram ático» del tex­ to, no del au to r; y ser juzgado sólo por si «funciona» o no. Desde entonces gran parte del debate crítico se ha d esarro­ llado en torno al lugar de la intención en la crítica y sigue así: la postu ra de W im satt y Beardsley da en el blanco, por ejemplo, co n las ideas postestructuralistas de la «m uerte del autor» y con la liberación de la deconstrucción del texto de la «presencia» y el «significado». Pero aquí term ina el pa­ recido, ya que los nuevos crítico s básicam ente insisten en que hay un «poema en sí mismo», ontológicamente estable, que es el árb itro últim o de su propia «afirm ación» y que es po­ sible una crítica objetiva. E sto se opone bastante a la idea de la decon strucción de la «iterabilidad» del texto en sus múltiples relectu ras «posicionadas». E sta diferencia llega a ser m ucho m ás clara en el se­ gundo ensayo, que argum enta que la «falacia afectiva» re­ presenta «una confusión entre el poem a y sus resultados»: «al intentar derivar el estándar de la crítica de los efectos psicológicos del poem a... se term in a en el im presionismo y el relativism o». Oponiendo la «objetividad clásica» de la Nueva C rítica a la «psicología del· lector rom ántico», afirm a que el desenlace de am bas falacias es que «el propio poe­ m a, com o un objeto' de juicio específicam ente crítico, tien­ de a d esaparecer». Y la im portancia de un poem a en tér­ minos de Nueva Crítica clásica es que al «fijar em ociones y hacerlas perceptibles de form a m ás perm anente», m edian­ te la «supérvivencia» de «sus significados claros y bien interrelacioñados, su term inación, equilibrio y tensión» re­ presentan, «el relato em otivo m ás preciso sobre las cos­ tum bres»: «En p ocas palabras, aunque las culturas han cam biado, los poem as perm anecen y explican.» Dicho de otro m odo, los poem as constituyen nuestra herencia cultu­ 34 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA ral, obras perm anentes y valiosas; y en eso reside la diferen­ cia decisiva de las posiciones teóricas más contem poráneas. Com o ya hem os señalado, la Nueva Crítica se centró principalm ente en la poesía, pero dos ensayos de Mark Schorer, «Techniques as Discovery» (1948) y «Fiction and the Analogical Matrix» (1 9 4 9 ), m arcan el intento p o r exten­ der la p ráctica de la Nueva C rítica a la ficción en prosa. E n el prim ero de éstos, Sch orer señala: «La crítica m oderna nos ha dem ostrado que hablar de contenido com o tal no es ha­ blar de arte en absoluto, sino de experiencia; y eso es sólo cuando hablam os del contenido alcanzado, la form a, la obra de arte co m o obra de arte, que hablamos com o críticos. La diferencia entre el contenido, o experiencia, y el contenido alcanzado, o arte, es la técnica.» Y añade que esto se ha lle­ vado a cabo respecto a la novela, cuya propia técn ica es el lenguaje y cuyo propio contenido alcanzado — o descubri­ m iento de lo que está diciendo— sólo puede, co m o con un poem a, ser analizado en térm inos de esa técnica. E n el se­ gundo ensayo, S chorer extiende su análisis del lenguaje de la ficción, revelando los patrones del inconsciente de las imágenes y el sim bolismo (m ás allá de la intención del au­ tor), presente en todas las form as de ficción y no sólo esas que con form an un discurso poético. Muestra có m o el signi­ ficado del autor, a menudo contradiciendo el sentido super­ ficial, está integrado en la m atriz de los análogos lingüís­ ticos que constituyen el texto. E n esto podem os atisbar conexiones con la preocupación de las teorías postestructura­ listas posteriores de los subtextos, los silencios, las rupturas, los em belesos y el entretenim iento inherentes a todos los textos, por m uy estables que parezcan — aunque el propio Schorer, co m o buen Nuevo Crítico, no deconstruye novelas m odernas, aunque reitera la coherencia de su técnica cu an ­ do busca cap tu rar «la conciencia m oderna en su totalidad... la com plejidad del espíritu m oderno»— . Quizás ocurre, m ás bien, que podam os percibir una afinidad entre el nuevo crí­ tico am erican o, Schorer, y el form alista moral inglés, F. R. Leavis (véase m ás adelante), algunas de cuyas críticas m ás famosas de ficción en los años de 1930 y posteriores pre­ sentan «la Novela com o un Poem a dram ático». Finalm ente, deberíam os señ alar otro m ovim iento am e- LA NUEVA CRÍTICA, EL FORMALISMO MORAL Y F. R. LEAVIS 35 rican o de m ediados del siglo X X que tuvo especial influencia en el estudio de la ficción: la llam ada «Escuela de C hica­ go» de neoaristotélicos. Teóricam ente constituían un reto para los nuevos críticos, pero de hecho a menudo se les co n ­ sidera tan sólo co m o herederos de la Nueva Crítica en su análisis de la estru ctu ra formal y en su opinión, con T. S. Eliot, de que la crítica debería estudiar «la poesía com o poe­ sía y no com o o tra cosa». Los neoaristotelianos se cen tra­ ron entre finales de los años de 1930 y durante la década de 1940 y 1950 en R. S. Crane de la Universidad de Chicago. Al establecer una base teórica, derivada principalm ente de la Retórica y de la Poética de Aristóteles, Crane y su grupo pre­ tendían em ular la lógica, la lucidez y la preocupación es­ crupulosa co n las pruebas que encontraron allí; estaban preocupados por las lim itaciones de la p ráctica de la Nueva Crítica (su rech azo del análisis histórico, su tendencia a pre­ sentar juicios subjetivos com o si fueran objetivos, su preo­ cupación prim era p or la poesía); y trataron , por tanto, de desarrollar una crítica m ás inclusiva y católica que cubrie­ se todos los géneros y aunara sus técnicas, sobre una base «plural e instrum entalista», de cualquier m étodo que resul­ tara adecuado para cad a caso en particular. La antología Critics and Criticism : Ancient and M odem (1952; edición abreviada co n p refacio de Crane, 1 957) contiene num erosos ejemplos de sus planteam ientos, incluyendo la lectura ejem ­ plar del propio Crane del Tom Jo n es de Fielding, «The Con­ cept of Plot and the Plot of Tom Jones». E n efecto, los neoaristotélicos tuvieron una gran in­ fluencia en el estudio de la estru ctu ra narrativa de la no­ vela y, sobre todo, m ediante la o b ra de un crítico algo pos­ terior, Wayne C. B oo th , quien sin em bargo reconoció que él era un aristotélico de Chicago. Su obra The Rhetoric o f Fiction (1 9 6 1 ) ha sido leída am pliam ente y muy bien co n ­ siderada, aunque en los últim os tiem pos la teoría crítica con tem porán ea ha puesto en evidencia sus lim itaciones e insuficiencias (para Fredric Jameson, véase más adelante, y en con creto p ara la teoría orientada al lector, véase el cap. 3). El proyecto de B oo th era exam in ar «el arte de co m u n icar­ se con los lectores — los recursos retó rico s al alcance del escritor de épica, novela o relatos co rto s— , com o decidie- 36 LA TEORIA LITERARIA CONTEMPORANEA ra, co n scien te o inconscientem ente, im poner su m undo de Fircïnn al lector». Aunque acep tab a en térm inos de la Nue­ va C rítica que una novela es un texto autónom o, B oo th s de­ sarrolla un concepto clave co n la noción de que, a p esar de todo, contiene una voz au to rial — «el au to r im plicado» (su «escriba oficial» o «segundo yo»)— que el lecto r inventa p or deducción de las actitu d es articuladas en la ficción. Una vez realizada esta distinción entre el a u to r y la «voz autorial», está abierto el cam in o para el análisis, en y por ellos m ism os, las num erosas y diferentes form as de n arra­ ción que construyen el texto. Un legado im p ortan te de B ooth es su división en n arrad o res «fiables» y «no fiables» — el primero, normalmente en la tercera persona, se aproxim a a los valores del «autor im plicado»; el segundo, a menudo un personaje dentro de la historia, es una desviación de ellos— . Lo que Booth hizo fue a la vez in crem en tar el equi­ p am iento form al disponible p ara el análisis de la «retórica de la ficción» y, p aradójicam ente quizás, p ara refo rzar la idea de que los autores pretenden realm ente im poner sus valores al lecto r y de que la «fiabilidad» es, p o r tanto, algo positivo. Aquí encontram os una coincidencia co n el form a­ lismo m oral de Leavis y la razó n por la que la narratología del postestructuralism o ha trascendido a B ooth. E l f o r m a l is m o m o ra l: F. R . L e a v is A p esar — o más bien a cau sa del hecho— de que F. R. Leavis y, de form a m ás general, la «crítica leavisiana» que m anab a del periódico Scrutiny (1 9 3 2 -1 9 5 3 ), se convirtiera en el objetivo principal de la nueva teoría crítica de los años de 1970 y m ás allá, en el co n texto británico al m enos, tan­ to R aym ond Williams en Politics and Letters (1 9 7 9 ) com o Terry Eagleton en Literary Theory: An Introduction (19 8 3 ) dan fe de su enorm e y ubicua influencia en los estudios in­ gleses a p artir de los años de 1930. A propósito de The Great Tradition (1948) de Leavis, Williams com entó que a principios de los años de 1970, en relación co n la novela in­ glesa, Leavis «había ganado completamente. Me reñero a que si hablabas con alguien de él, incluyendo a la gente que era LA NUEVA CRÍTICA, EL FORMALISMO MORAL Y F. R. LEAVIS 37 hostil a Leavis, de hecho reproducían su sentido de la for­ m a de la historia». De form a m ás general, Eagleton escribe: «Cualesquiera que fuese el "fracaso" o el “éxito" de S cru ­ tiny... E s un hecho que los estudiantes ingleses en Inglate­ rra hoy día (1 9 8 3 ) son "leavisistas" lo sepan o no, irrem e­ diablem ente alterados por esa intervención histórica.» Leavis, profundam ente influenciado por M atthew Ar­ nold y T. S. Eliot (la obra de Leavis New Bearings in English Poetry [1 9 3 2 ] en efecto enseñó por vez prim era a los ingle­ ses cóm o debían leer The Waste Land), fue, com o Richards y Em pson, uno de los nuevos académ icos en Cambridge a finales de los años de 1920 y principio de los de 1930 que alejó los program as de inglés del belletrismo de sir Arthur Quiller-Couch y otros y los colocó en el epicentro de la edu­ cación en las artes en la universidad. Su obra Education and the University (1 9 4 3 ) — formada en parte por ensayos publi­ cados anteriorm ente, incluía los m uy influyentes «A Sketch for an "English Shool”» y «Mass Civilization and Minority Culture»— da fe (igual que otras obras posteriores co m o E n ­ glish Literature in Our Tuneand the University, 1969, The Living Principle: English as a Discipline o f Thought, 1975, y Thought, Words and Creativity, 1976) al hecho de que Leavis era un ed ucad or tanto com o un critico y a la naturaleza práctica, em pírica, estratégicam ente antiteórica de su obra. E n un fam oso intercam bio con el crítico am ericano René Wellek, por ejemplo (véase el ensayo de Leavis «Literary Cri­ ticism and Philosophy», 1937, en The Com m on Pursuit, 1952), defiende su rechazo a teorizar su obra diciendo que la crítica y la filosofía son actividades bastante indepen­ dientes y que el objetivo de la crítica es «alcanzar una com pletitud de respuesta en especial [con el fin de] en trar en po­ sesión de un poem a determ inado... en su plenitud concreta». Además .de editar Scrutiny para enseñar a generaciones de estudiantes — m uchos de los cuales a su vez se convir­ tieron en profesores y escritores— y para ser la presencia inform adora'detrás, por ejemplo, del evidentemente leavisista Pelican G uide to English Literature ( 1954-1961), ostensi­ blem ente neutral y de amplia venta, editado por B oris Ford en siete volúm enes, Leavis escribió m uchas obras de co ­ m entarios críticos y culturales: todos los cuales están inde­ 38 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA leblemente im buidos de su «teoría», aunque desde luego no teorizados en térm inos abstractos — una teoría que ha de extrapolarse, p o r tanto, de su obra passim . Siguiendo a Richards, Leavis es una especie de «crítico práctico», pero tam bién, en su preocupación por la co n cre ­ ta especificidad del «texto en sí m ism o», las «palabras sobre el papel», una especie de nuevo crítico también: [el crítico ] está preocupado p or la obra que tiene ante sí [sic] com o algo que debería contener en sí m ism o «la razón de ser así y no de o tra m an era» («The Function of Criticism» en The Com m on Pursuit, 1952 — nótese la referencia oblicua tanto a Arnold com o a Eliot en el título del ensayo)— . Pero consi­ d erar a Leavis sim plem ente de esta form a, con su inheren­ te form alism o y ahistoricism o, es un erro r porque su tra ta ­ m iento cercan o al texto tan sólo sirve para establecer la vitalidad de la «vida sentida», su proxim idad a la «expe­ riencia», para d em ostrar su fuerza m oral y para dem ostrar (por un escrutinio m inucioso) su excelencia. E l pasaje de Eliot que dio a Leavis su título p ara The Com m on Pursuit habla de la ta rea del crítico inm erso en «la búsqueda habi­ tual del ju icio verdadero» y Revaluation (1936) constituye una selección de Eliot de la Tradición «verdadera» de la poe­ sía inglesa, del m ism o modo que la propia obra The GreatTradition (1 9 4 8 ) se inicia con la clásica «discrim inación» leavisiana de que «los grandes novelistas ingleses son» Jan e Austen, George Eliot, Henry Jam es y Joseph Conrad, una lista que inm ediatam ente puede sugerir lo tendencioso que es siempre el «juicio verdadero» de Leavis, de hecho: ¿Jam es y Conrad ingleses? E n otras palabras, un punto im portante en la plataform a de Leavis es identificar las «grandes obras» de la literatura, depurar la escoria (polr ejemplo, la ficción de m asas o popular) y establecer la tradición o el canon arnoldiano y eliotiano. E sto es necesario porque son las obras que deberían enseñarse en una asignatura de inglés de la universidad co m o parte dél proceso de filtración, refina­ m iento y revitalización cultúrales que tales asignaturas asu ­ m en en nom bre de la salud cultural de la nación. E n p arti­ cular, estas obras fom entarán los valores de la «Vida» (el térm ino leavisiano decisivo jam ás definido: «los principales novelistas,,, son im portantes en térm inos de la conciencia LA NUEVA CRÍTICA, EL FORMALISMO MORAL Y F. R. LEAVIS 39 hum an a que fom entan; conciencia de las posibilidades de la vida») contra las fuerzas del m aterialism o, la barbarie, el in­ dustrialism o, etc., en una sociedad «tecnológico-bentham ita»; dicho de otro m odo, representan una «cultura m inori­ taria» formada en orden de batalla con una «civilización de m asas». (Dos ejemplos del formalismo m oral de Leavis que se aprecia en The Great Tradition aparecen en A Practical Reader, caps. 4 y 6.) Del mismo m odo que el fervor m oral de Leavis le dis­ tingue del form alism o m ás abstracto o estético de los nue­ vos. críticos, tam bién lo hace su sentido em páticam ente so­ ciológico e histórico. L a literatura es un arm a en la batalla de la política cultural y gran parte de la «gran» literatura del pasado (en cu an to a Eliot — especialm ente, aunque no exclusivam ente— desde la pre«disociación de la sensibili­ dad» del siglo xvii ) da fe de la fuerza o rg án ica de las cultu­ ras' preindustriales. E l pasado y su literatura, en cuanto a Arnold y Eliot de nuevo, actú a com o una m edida de lo yer­ m a que resulta la ép oca actual — aunque la obra de los «grandes» m odernos (E lio t y D. H. Law rence, por ejemplo), en su necesaria dificultad, com plejidad y com prom iso con los valores culturales, tam bién se moviliza en nom bre de la «Vida» en el m undo hostil del siglo XX— . E n cuanto a los nuevos críticos tam bién, las grandes obras de la literatura son buques en los cuales sobreviven los valores hum anos; pero para Leavis tam bién tienen que ser desplegados acti­ vam ente en una política cultural ético-sociológica. Por tan­ to, paradójicam ente, y precisam ente a cau sa de esto, el pro­ yecto de Leavis es a la vez elitista y culturalm ente pesi­ m ista. Por esta razón, quizás no deba sorprendernos que en el siglo x x llegara a ser tan popular e influyente; en efecto, hasta hace bastante p oco llegó a naturalizarse com o «estu­ dios literarios». (E n este contexto, véase la crítica de Perry Anderson del leavis ism o en «Com ponents of the National Culture», 1968, en el cual afirm a que la crítica literaria leavisista, en Gran B re tañ a a mediados del siglo x x , llenó el va­ cío dejado por el fracaso de desarrollar un m arxism o o so­ ciología británicos.) É sta es la razón de la ausencia de teo­ ría: no siendo una teoría, sino sim plem ente un «juicio ver­ dadero» y el sentido com ú n basado en la experiencia vivida 40 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA («Esto — ¿verdad?— guarda tal relación con eso; este tipo de cosa — ¿no crees?— sienta m ejor que eso» [«Literary Cri­ ticism and Philosophy»]: véase m ás atrás), la crítica leavisiana no tenía ninguna necesidad de teoría — de hecho no podía teorizarse. Por paradójico que resulte, durante m u­ chos años ésta fue su baza m ás poderosa. B ib l io g r a f ía s e l e c c io n a d a Textos básicos Arnold, M atthew, Culture and Anarchy (¡8 6 9 ) , ed. J. D over W ilson, Cam bridge University Press, Cam bridge [1932], 1971, — , Essays in Criticism , Second Series, 1888. Booth, W ayne C., The Rhetoric o f Fiction, University o f Chicago Press, C hicago, 1961. Brooks. Cleanth, The Well-Wrought Urn: Studies in the S tructu re o f Poetry (1 9 4 7 ), M ethuen, Londres, 1968. Brooks, C leanth y W arren, R ob ert Penn (eds.), Understanding Poe­ try: An Anthology for College S tudents, Henry Holt, N ueva York, 1938. — , Understanding Fiction, Appleton-Century-Crofts, N ueva York, 1943. Crane, R. S. (ed.). Critics and Criticism: Ancient and M odem , Chicago University Press, Chicago, co n Prefacio de Crane, 1957. Eliot, T. S ., Notes Towards the Definition o f Culture, Faber, L on ­ dres, 1948. — , Selected Essays (1 9 3 2 ), Faber, L ondres, 1965. Em pson, W illiam , Seven Types o f Am biguity (1 9 3 0 ), Penguin, H arm ondsw orth, 1961. — , Som e Versions o f Pastoral (1935), Penguin, Harmondsworth, 1966. Leavis, F. R., New Bearings in English Poetry (1 9 3 2 ), Penguin, H ar­ m ondsw orth, 1963. — , Revaluation (1 9 3 6 ), Penguin, H arm ondsw orth, 1978. — , E ducation a nd the University (1 9 4 3 ), Cambridge University Press, C am bridge, 1962. — , The C o m m o n Pursuit (1 9 5 2 ), Penguin, H arm ondsw orth, 1978. —-, Law rence: Novelist (1 9 5 5 ), Penguin, H arm ondsw orth, 1964. R ansom , Jo h n Crow e, The New Criticism, New D irections, N or­ folk, CN, 1941. — , «C riticism , Inc.» (1 9 3 7 ), en T he World's Body (1 9 3 8 ), K ennikat Press, Nueva York, 1964. LA NUEVA CRÍTICA, EL FORMALISMO MORAL Y F. R. LEAVIS 41 R ichards, I. A., Practical Criticism (1 9 2 9 ), Ruotledge, Londres, 1964. — , Principles o f Literary Criticism (1 9 2 9 ), Routledge, Londres, 1970Schorer, Mark, «Technique as Discovery», The H udson Review, 1948. — , «Fiction and the Analogical M atrix», Kenyon Review, 1949. W illiams. R., Politics a nd Letters, Verso, Londres, 1979. W im satt, W. Κ., Jr. y Beardsley, M onroe C., «The Affective Fallacy» (1 9 49), reim presión en W im satt, The Verbal Icon: Studies in the M eaning o f Poetry (1 9 5 4 ), M ethuen, Londres, 1970. — , «The Intentional Fallacy» (1946), reim presión en W im satt, The Verbal Icon: Studies in the M eaning o f Poetry (1 9 5 4 ), M ethuen, Londres, 1970. Lecturas avanzadas Baldick, Chris, The Social Mission o f English Criticism, Oxford Uni­ versity Press, O xford, 1983. Doyle, Brian, E nglish a nd Englishness, Routledge, Londres, 1989. Eagleton, Terry, Literary Theoiy: An Introduction, Basil Blackwell, Oxford, 1983. Fekete, John, The Critical Twilight: Explorations in the Ideology o f Anglo-American Literary Theory from Eliot to M cLuhan, R out­ ledge, Londres, 1977. Graff, Gerald, Professing Literature: An Institutional History, Chica­ go University Press, 1987. Lentricchia, Frank, After the New Criticism (1 9 8 0 ), Methuen, Lon­ dres, 1983. MacCullum, Patricia, Literature and Method: Towards a Critique o f I. A. Richards, T. S . Eliot and F. R. Leavis, Gill & M acm illan, Dublin, 1983. M ulhern, Fran cis, The M om ent o f «S cru tin y », Verso, Londres, 1979. Newton, Κ. M., Interpreting the Text: A Critical Introduction to the Theory and Practice o f Literaiy Interpretation, Harvester W heat­ sheaf, Hemel H em pstead, 1990. N orris, Christopher, William E m pson a nd the Philosophy o f Literary Criticism, L ondres, 1978. Parrinder, Patrick, Authors and Authority: English and Am erican Criticism 1750-1990, M acm illan, B asinsstoke, 2.a éd., 1991. Rylance, Rick, «The New Criticism», en Encyclopaedia o f Literature and Criticism, M artin Coyle, Peter G arside, Malcolm Kelsall y John Peck (eds.), Routledge, Londres, 1990. Sam son, Anne, F. R. Leavis. H arvester W heatsheaf, Hemel H em ps­ tead, 1992. C a p ít u l o 2 EL FORMALISMO RUSO Los estudiantes de literatura que se han formado en la tradición de la Nueva C rítica angloam ericana (con su acen­ to puesto sobre la «crítica práctica» y sobre la unidad orgá­ n ica del texto) se sentirán a sus an ch as co n el formalism o ruso. Ambos tipos d e crítica intentan exp lo rar lo específi­ cam en te literario de los textos, am bos rech azan la lánguida espiritualidad de la últim a poética ro m án tica en beneficio de un planteam iento detallado y em pírico de la lectura. Una vez dicho esto, hay que adm itir que los form alistas rusos estaban m ucho m ás interesados en el «m étodo» y en esta­ b lecer las bases «científicas» para una teoría de la litera­ tura. L a Nueva C rítica com binaba la atención en el orden verbal específico de los textos con el acen to en la naturale­ za ño conceptual del significado literario (la complejidad de un poem a representaba una sutil respuesta a la vida que no podía ser red ucida a unas cu an tas paráfrasis b unos cuan tos enunciados lógicos): su planteam iento, a pesar de la insistencia en la lectura m eticulosa de los textos, se­ guía siendo fundam entalm ente humanista·. Por ejemplo, Clean Brooks insistió en que la «H oratian Ode» de Marvell no constituye una d eclaración política de su postura sobre la guerra civil, sino una dram atización de puntos de vista opuestos, unificados en un todo poético. B rooks concluye su com entario afirm ando que, coírió toda «poesía m ayor», el poem a expresa «la honestidad, la agudeza y la apertura de espítiru». P o r el co n trario ; los p rim eros form alistas ru ­ sos consideraban que el «contenido» hum ano (em ociones, ideas y «realidad» en general) carecía de significado litera­ 44 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA rio en sí m ism o y que se limitaba a proporcionar el co n ­ texto para el funcionam iento de l'is «recursos» literarios. Com o verem os, los últimos form alistas m odificaron esta cla ra distinción en tre form a y contenido, aunque siguieron rech azand o la ten d encia de la Nueva Crítica a otorgar un significado m oral y cultural a la form a estética: estaban in­ teresados en desarrollar (dentro de un espíritu científico) m odelos e hipótesis que perm itieran explicar cóm o los m e­ canism os literarios producen efectos estéticos y com o lo «li­ terario» se distingue y se relaciona con lo «extraliterario». M ientras la Nueva C rítica concebía la literatura com o una form a de entendim iento humano, los form alistas la consi­ deraban co m o un uso especial del lenguaje. Peter Steiner se ha m anifestado de form a convincente en co n tra de un a perspectiva m onolítica del form alism o ruso, distinguiendo entre formalism os a la hora de ilustrar las tres m etáforas que actú an com o m odelos generativos de las tres fases de su historia. El modelo de la «máquina» go­ b ierna la p rim era fase, que considera la crítica literaria co m o una especie de m ecán ica y el texto com o un m ontón de recursos. L a segunda es una fase «orgánica» que consi­ dera los textos literarios com o «organism os» de partes interrelacion adas que funcionan al com pleto. La tercera fase adopta la m etáfora del «sistema» y o p ta por entender los textos literarios co m o los productos de todo el sistem a lite­ ra rio e incluso del m etasistem a de sistem as interactivos li­ terarios y no literarios. S h k lo v sk y, M u k a ro v sk ÿ, J a k o bso n Los estudios form alistas se habían desarrollado m ucho an tes de la revolución de 1917, tanto en el Círculo Lin­ güístico de M oscú, fundado en 1915, com o en la Opojaz (S ocied ad p ara el E stu d io del Lenguaje P oético), creada en 1 916. L a s "principales figuras del p rim er grupo eran R om an Jak ob son y P etr B ogatyrev, que p osteriorm ente contribui­ rían a la cre a ció n del Círculo de P rag a en 1926. Viktor Shklovsky, Yury Tynyanov y Boris Eikhenbaum d estacaron en Opojaz. E l em puje inicial lo p roporcionaron los futuris- EL FORMALISM O RUSO 45 tas, cuyos esfuerzos artísticos anteriores a la P rim era Gue­ rra Mundial se dirigieron co n tra la «decadente» cultura burguesa y, en especial, co n tra la angustiosa búsqueda per­ sonal de los sim bolistas en el terreno de la poesía y las ar­ tes visuales. Se burlaron de las posturas m ísticas de poetas com o B riusov para quien el poeta era una suerte de «guar­ dián del m isterio». E n lugar de lo «absoluto», Mayakovsky, el extrovertido poeta futurista, ofrecía com o hogar de la poe­ sía el ruidoso m aterialism o de la era de la m áquina. Sin em ­ bargo, hay que hacer n o tar que los futuristas se opusieron al realism o tanto com o lo habían hecho los sim bolistas: su con cepto de la «palabra autosuficiente» insistía en la ima­ gen sonora contenida en las palabras com o algo diferente de su capacidad para referirse a las cosas. Apoyaron la Re­ volución y afirm aron el papel del artista en tanto productor (proletario) de objetos de arte. Dmitriev d eclaraba que «el artista es ahora sim plem ente un productor y un técnico, un cabecilla y un capataz». Los constructivistas llevaron estos argum entos a su lógica extrem a y se enrolaron en fábricas p ara poner en p ráctica sus teorías sobre «arte de serie». A p artir de allí, los form alistas em prendieron la elabo­ ración de una teoría de la literatura que tenía relación con la habilidad técnica del escrito r y las artes del oficio. Evita­ ron la retórica p roletaria de los poetas y los artistas, aun­ que m antuvieron un punto de vista algo m ecán ico del pro­ ceso literario. Shklovsky fue tan vigorosam ente m aterialista en sus actitudes com o Mayakovsky. La fam osa definición del prim ero de la literatura en tanto «sum a total de todos los recu rsos estilísticos em pleados en ella» resum e bastan­ te bien esta prim era etapa del formalismo. E n un principio, el trabajo de los form alistas pudo de­ sarrollarse sin ninguna trab a entre 1921 y 1925 cuando la estragad a URSS salía de la «guerra del com unism o». Du­ ran te este breve período de descanso se perm itió el surgi­ m iento de la econom ía y la literatura no proletarias y en 1925 el form alism o se había convertido en el m étodo do­ m inante de la erudición literaria. Las sofisticadas críticas de Trotsky al form alism o contenidas en Literatura y revolu­ ción (1 9 2 4 ) dieron lugar a una nueva etapa defensiva que culm inó en las tesis de Jakobson-Tynyanov (1 9 2 8 ). Algunos 46 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA consideran los últim os desarrollos com o signos de la de­ rro ta del form alism o puro y com o una capitulación ante las «exigencias sociales» com unistas. Pero antes de que, ha­ cia' 1930, la desaprobación oficial acab ara con el m ovi­ m iento, la necesidad de to m ar en cuenta la dim ensión so­ ciológica dio lugar a algunas de las mejores obras de este período, en especial, a los trabajos de la «escuela de B ak h ­ tin», que com binó la tradición form alista y la m arxista abriendo fructíferos cam inos que anticipaban desarrollos posteriores. El m ás estructuralista de los form alism os, ini­ ciado p o r Jak obson y Tynyanov, fue continuado por el forTTialisrjip ch eco [en particular, por el Círculo Lingüístico de P raga) hasta la irrupción de los n aiis. Algunos com p on en ­ tes de este grupo, com o René Wellek y Rom an Jakobson, em igraron a E stad os Unidos, donde ejercieron una gran in­ fluencia en el desarrollo de la Nueva Crítica en los años de 1940 y 1950. El enfoque técnico de los form alistas lós llevó a consi­ d erar la literatura com o un uso especial del lenguaje, cuya peculiaridad se derivaba de su alejam iento y de su distor­ sión del lenguaje «práctico», es decir, del lenguaje que se utiliza en los acto s de com unicación, en contraposición al lenguaje literario, que no tiene ninguna función p ráctica y únicam ente nos h ace ver las cosas de modo diferente. Todo esto se podría ap licar con facilidad a un escritor co m o Ge­ rard M anley Hopkins, cuyo lenguaje es «difícil» en un sen­ tido que obliga a concebirlo co m o «literario». Los prim eros form alistas tendían a identificar la «literariedad» con lo poé­ tico, pero es fácil dem ostrar que no existe un lenguaje in­ trínsecam ente literario. Al ab rir el U nder the G reenw ood Tree de Hardy al azar, m e encuentro con el siguiente diálogo: «¿Cuánto tiem po estarás?» «No m ucho. Esperá y háblam e.» ■No hay ninguna razón para considerar «literarias» estas pa­ labras. Las leem os de ese m odo en lugar de considerarlas .com o a cto de com unicación porque las encontram os en lo "que juzgam os que es una obra literaria. Como verem os, Tynyanov y otros autores desarrollaron una visión m ás di­ nám ica de la «literariedad» que evita este problem a. Lo que distingue la literatura del lenguaje «práctico» es su cualidad de objeto elaborado. Los formalistas vieron en E L FORMALISMO RUSO 47 la poesía la quintaesencia del uso literario del lenguaje: «pa­ labras organizadas en una estructura com pletam ente fóni­ ca», cuyo elem ento básico es el ritm o. Considerem os un verso de la segunda estrofa de «A N octurnal upon St Lucies Day» de Donne: For 1 arn every dead th in g1 Un análisis form alista subrayaría el impulso yám bico subyacente (conservado en el verso equivalente de la pri­ m era estrofa: «The S u n n e is spent, and now his f l a s k s en el verso de la segunda estrofa, la expectativa se ve frustra­ da por la om isión de una sílaba entre «dead;> y «thing»: en la desviación de la n o rm a reside el efecto estético. También podría señalar algunas diferencias m ás tenues en el ritm o, provocadas por las diferencias sintácticas entre lós dos ver­ sos (por ejemplo, el prim ero tiene una cesu ra acentuada, co sa que no o cu rre co n el segundo). L a poesía ejerce una violencia con trolada sobre el lenguaje p ráctico , deform án­ dolo con el fin de desviar nuestra atención hacia lo elabo­ rad o de su naturaleza. La primera etapa del formalismo estuvo dominada por Viktor Shklovsky, cuyas teorizaciones, con grandes influen­ cias de los futuristas, eran agudas e iconoclastas. Mientras los simbolistas consideraban la poesía com o expresión del infi­ nito o de alguna realidad invisible, Shklovsky adoptó un en­ foque m ás prosaico, en un intento de definir las técnicas uti­ lizadas por los escritores para producir efectos específicos, . Shklovsky dio a uno de sus conceptos m ás atractivos el nom bre de «extrañam iento» (ostranenie: h acer extraño). Sostenía que nunca podem os conservar la frescura de nues­ tra percepción de los objetos, ya que las exigencias de una existencia «norm al» hacen que se conviertan en su m ayoría en «autom atizadas» (éste es un concepto posterior). La ino­ cente visión de W ordsw orth, según la cual la naturaleza conserva «la gloria y la frescura de un sueño», no co rres­ ponde al estado norm al de la conciencia hum ana y es tarea especial del arte el devolvernos la im agen de las cosas que * Ya que soy todo lo muerto. (N. del i.) ** Se puso el sol y ahora su luz. (N. del t.) 48 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA se h an convertido en objetos habituales en n uestra concien­ cia cotidiana. Debe señalarse qlic los form alistas, a diferpncia de los poetas rom ánticos, no estaban tan interesados en las percepciones en sí m ism as com o en la naturaleza de los recu rsos utilizados p ara conseguir el efecto de «extraña­ m iento». El propósito de una obra de arte es cam b iar nues­ tro m odo de percepción de lo autom ático y p ráctico a lo ar­ tístico. E n «El arte co m o técnica» (1917), Shklovsky afirm a: El propósito del arte es comunicar la sensación de las cosas en el modo en que se perciben, no en el modo en que se conocen. La técnica del arte consiste en hacer «extraños» los objetos, crear formas complicadas, incrementar la dificultad y la exten­ sión de fe percepción, ya que, en estética, el proceso de percep­ ción es un fin en sí mismo y, por !o tanto, debe prolongarse. El arte es el modo de experimentar las propiedades artísticas de un objeto. El objeto en s í no tiene importancia. (La cursiva es de Shklovsky.) Los form alistas gustaban de citar a dos escritores ingle­ ses del siglo xvm : L au ren ce Sterne y Jo n ath an Swift. Tom ashevsky analizó có m o son utilizados los recu rsos de ex­ trañ am ien to en Los viajes de Gulliver: Con el fin de presentar un retrato satírico del sistema sociopo­ litico europeo, Gulliver... cuenta a su amo (un caballo) las cos­ tumbres de la clase gobernante de la sociedad humana. Obliga­ do a narrar hasta los m ás pequeños detalles, elimina la coraza de las frases eufemísticas y las tradiciones espurias que se uti­ lizan para justificar cosas com o la guerra, los conflictos de cla­ se, tas intrigas parlamentarias, etc. Apartados de su justifica­ ción verbal y, por lo tanto, desfamiliarizados, esos temas surgen con todo su horror. Así, la crítica del sistema político — un ma­ terial no literario— se encuentra artísticam ente motivada y ple­ namente imbricada en la narrativa. E n un principio, este resum en parece h acer hincapié en el contenido m ism o de la nueva percepción (el «horror» de la «guerra» y los «conflictos de clase»). Pero, en realidad, lo que interesa a Tom ashevsky es la tran sform ación artística de un «m aterial no literario». El extrañ am ien to m odifica n u estra respuesta ante el m undo, som etiendo nuestras per­ cepciones habituales a los recursos de la form a literaria. EL FORMALISMO RUSO 49 E n su m onografía sobre el Tristram Shandy de Sterne, Shklovsky d estaca los m odos en que las acciones familiares se «extrañan», haciéndose cad a vez m ás lentas, estirándose o interrum piéndose. La técnica de retrasar o prolongar las acciones h ace que nos fijemos en ellas, dejando de percibir au tom áticam en te esos espectáculos y movimientos tan fa­ m iliares. Se podía haber descrito de modo convencional al abrum ado señ or Shandy cayendo en su cam a después de oír la n oticia de que su hijo Shandy se había roto la nariz («se desplom ó afligido sobre la cam a»), pero Sterne prefi­ rió «extrañar» la postura del señor Shandy: La palma de su mano derecha, que le sujetó la frente cubrien­ do gran parte de sus ojos cuando cayó sobre la cam a, se desli­ zó suavemente (at doblársele el codo hacia atrás) hasta tocar con la nariz en la colcha; el brazo izquierdo colgaba inerme a un lado de la cam a, los nudillos reposando en el asa del_ orinal... E l ejem plo es interesante, porque m uestra cuán a m e­ nudo el extrañ am ien to afecta no a la percepción, sino sim­ plem ente a la presentación de la percepción. Al h acer más lenta la descripción de la posición del señor Shandy, Sterne no nos m u estra una nueva visión del dolor ni ninguna nue­ va percepción de una postura familiar, sólo nos ofrece una presentación verbal aum entada. Y es esta falta de com p ro­ m iso p or p arte de Sterne con la percepción en un sentido no literario lo que provoca la adm iración de Shklovsky. El subrayar el proceso real de presentación recibe el nombre, de «revelar» una técnica. M uchos lectores encuentran irri­ tante la novela de Sterne por las continuas referencias a su propia estru ctu ra, pero «revelar» los recursos utilizados es, desde el punto de vista de Shklovsky, lo más literario que una novela puede hacer. Los con ceptos de «extrañam iento» y de «revelación de los recursos» influyeron directam ente sobre la fam osa no­ ción de «distanciam iento» de B ertold B recht, quien, com o los form alistas, atacó frontalm ente la idea clásica según la cual el arte debía ocultar sus propios recursos (ars celare ar­ tem). P a ra la literatura, el presentarse a sí m ism a com o una unidad de discurso sin fisuras y co m o una representación 50 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA natural de la realidad sería fraudulento y, para B rech t, politicam ente reaccio n ario — esta es la razón por ía que re ­ chazó el realism o y abrazó el m odernism o— (p ara co n o cer el debate L u k ács/B rech t sobre este punto, véase m ás ade­ lante). P o r ejem plo, en una producción brechtiana, un per­ sonaje m asculino ' podría ser representado p o r una actriz con el fin de destruir la naturalidad y la fam iliaridad del p a­ pel; el extrañ am ien to del rol obligaría al público a fijarse en su m asculinidad específica. De todas form as, los form alis­ tas no p restaron atención a los posibles usos políticos del recurso, ya que sus intereses eran puram ente técnicos. L a distinción entre «narración» y «tram a» ocu p a un lu­ g ar im portante en la teoría de la n arrativa de los form alis­ tas rusos. Los trágicos griegos elaboraron narraciones trad icion a­ les que consistían en una serie de acontecim ientos. E n la sección sexta de la Poética, Aristóteles define «tram a» («m y­ thos») co m o «una com binación de acontecim ientos». La «tram a» se distingue con claridad de la n arración en la que se basa; es la disposición artística de los acon tecim ien tos que conform an la narración. Una tragedia griega suele c o ­ m enzar con un flash back, una recapitulación de los a co n te­ cim ientos de la historia anteriores a los seleccionados p ara configurar la tram a. Tanto en la E neida de Virgilio co m o en el Paraíso perdido de Milton, el lecto r es arrojad o in m edia res y, a continuación, los acontecim ientos de la n a rra ció n se introducen de m odo artístico en los diversos estadios de la tram a; E neas cuenta a Dido, en Cartago, la caíd a de Troya, y Rafael n a rra a Adán y Eva, en el Paraíso, la lu ch a en el Cielo. Sin em bargo, los form alistas rusos afirm ab an que sólo la «tram a» (sjuzet) era literaria, m ientras que la «n a rra ­ ción» (fabula) constituía la m ateria prim a que esp era la m ano organizadora del escritor. De todos m o d o s, tal co m o revela el ensayo de Shklovsky sobre S tem e, los form alistas tenían un con cep to de tram a m ás revolucionario que el de Aristóteles. L a tram a de Tristram Shandy no es ú n icam en te la disposición de los acontecim ientos de la n a rra ció n , sino tam bién todos los «recursos» utilizados p a ra in terru m p irla y prolongarla. L as digresiones, los juegos tip o g ráfico s, el 51 EL FORMALISMO RUSO desorden de las partes del libro (prólogo, dedicatoria, etc.) y ιαΰ C/VLUiï.cjtA.ii ^lv-ojv-i. »> 1^. — /]η{·ί'»·1« ί 'ΐ η η Λ ί ' w iiotuu jun uuuo /Îrtrti'ti f« i tr a n rtflT V C t1 o n í /Λ Ο , ----- T * P P 1 1 1^- sos para que nos fijemos en la form a de la novela. En cier­ to sentido, la «tram a» es en este caso la transgresión de la esperada disposición formal de los acontecim ientos. Al fru strar una disposición convencional, Sterne da importan­ cia a la tram a m ism a com o objeto literario. Y, en este as­ pecto, Shklovsky no es en ningún m odo aristotélico, porque una «tram a» aristotélica bien ordenada presentaría las ver­ dades esenciales y familiares de la vida hum ana, sería plau­ sible y contendría una dosis de inevitabilidad. Además, los form alistas unieron a menudo la teoría de la tram a con el concepto de extrañam iento: la tram a concebida com o m edio para im pedirnos considerar los acontecim ientos de m odo típico y familiar. E n cam bio, se nos recuerda cons­ tantem ente có m o el arte construye o forja (hace/falsifica) la «realidad» que se nos presenta. En su despliegue de poiesis («poeta» = «hacedor») m ás que m im esis («copiar» = realis­ m o), m ira anhelante, com o hace Sterne, hacia la autorreflexividad del posm odernism o. Un nuevo con cep to en la teoría de la narrativa del for­ m alism o ruso es el de «m otivación». Tomashevsky llamó «motivo» a la unidad de tram a m ás pequeña, que puede consistir en un sim ple enunciado o acción. Realizó la dis­ tinción entre m otivos «determ inados» y motivos «libres». Un motivo «determ inado» es exigido por la narración, m ientras que el m otivo «libre» no es esencial para !a m is­ m a. Desde el punto de vista literario, sin em bargo, son pre­ cisam ente los m otivos «libres» los que constituyen el foco en potencia del arte. El recurso, por ejem plo, de hacer que Rafael narre la lucha en el Cielo es un motivo «libre», pues­ to que no form a p arte de la propia n arración , pero formal­ m ente es m ás im portante que la n arración de la lucha m is­ m a porque perm ite a Milton insertarla de m odo artístico en la tram a global. E sté enfoque invierte la tradicional subordinación de los recursos form ales al «contenido». Los formalistas, no sin cierto grado de perversión, consideraron las ideas, los tem as y las referencias a la «realidad» de un poema com o u na m era excu sa externa del escritor a quien se pide ju sti­ 52 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA ficar el uso de recursos form ales. A esta dependencia de su­ puestos externos y no h iéran o s, la "a m a ro n «motivación^. Según Shklovsky, Tristram Shandy es notable porque carece p o r com pleto de «m otivación», la novela está construida m ediante recursos form ales al «descubierto». L a clase m ás fam iliar de «m otivación» es lo que gene­ ralm en te llam am os «realism o». No im porta lo elaborada que pueda estar form alm ente una obra, se suele esperar que proporcione la ilusión de lo «real», que la literatu ra sea co m o «la vida m ism a», y llegan a irritar los personajes o las descripciones que no satisfacen ciertas expectativas de­ rivad as de las nociones del sentido com ún sobre có m o es el m undo real. «Un h om b re enam orado no se co m p o rtaría de ese m odo» o «la gente de tal clase no habla así» son el tipo de com entarios que solem os h acer cu an d o creem os n o ta r algún fallo en la m otivación realista. E n cam bio, tal co m o señaló Tomashevsky, nos acostum bram os a toda una retah ila de absurdos e inverosim ilitudes cuand o aprende­ m os a acep tar una nueva serie de convenciones. N unca nos d am os cu en ta de lo inverosím il de la form a en que, en los relatos de aventuras, los héroes son siem pre rescatados cu an d o están a punto de perecer a m anos de los m alos. E fectivam en te, la estrategia central del realism o consiste en disfrazar su artificialidad, fingir que no existe ningún tipo de arte entre él y la realidad que nos m u estra; en este sentido, hace exactam en te lo contrario de «revelar sus re­ cu rsos». E l tem a de la «m otivación» ha llegado a ser im portante en una gran parte de la teoría literaria posterior. Jonathan Culler resum ió claram en te el tem a al escribir: «Asimilar o in terp retar algo es co lo carlo en el interior de las form as de orden que la cultura posibilita y, por lo general, esto se lle­ va a cabo hablando sobre ello en un discurso que la cultu­ ra tiene por natural.» Los seres hum anos poseen una in­ ventiva ilim itada a la h o ra de encontrar un sentido a las expresiones o inscripciones m ás caóticas y aleatorias. Nos negam os a perm itir que un texto se m antenga al m argen de nuestros m arcos de referencia, insistimos en «naturalizar­ lo» y en b orrar su textualidad. Ante una página llena de im ágenes desordenadas, preferim os naturalizarla, atribu­ EL FORMALISMO RUSO 53 yendo esas im ágenes a una m ente perturbada, o conside- rarls c! reñejo de un mundo desorganizad° antes ouc accDta r su desorden com o algo extraño e inexplicable. Los form alistas se anticiparon al pensam iento de los estru ctu ralistas y de los postestructuralistas al prestar atención a las características de textos que resisten el im placable proceso de naturalización. Shklovsky se negó a reducir el extraño desorden de Tristram Shandy a una simple expresión de la cap richosa m ente de su protagonista y, en lugar de ello, lla­ mó la atención sobre la insistente literariedad de la novela que resiste la naturalización. H em os visto la evolución del concepto de texto desde Shklovsky (un conjunto de recursos) hasta Tynyanov (un sistem a de funciones). El punto crítico de esta fase «es­ tructural» fue la serie de declaraciones conocidas co n el nom bre de tesis de Jakobson-Tynyanov (1928). Dichas tesis rechazan el form alism o m ecanicista e intentan su p erar una estrecha perspectiva literaria m ediante la definición de la relación entre las «series» literarias y otras «series históri­ cas». Según estos dos autores, no es posible entender el de­ sarrollo histórico del sistem a literario sin entender el modo en que otros sistem as colisionan con él y determ inan en parte su evolución. Además, para una co rrecta com prensión de la co rrelación de los sistem as, es necesario tener en cuenta las «leyes inm anentes» del sistem a literario si que­ rem os entender correctam ente la correlación de los siste­ mas. El Círculo Lingüístico de Praga, fundado en 1926, co n ­ tinuó y desarrolló el enfoque «estructural». Mukarovskÿ, por ejem plo, desarrolló el concepto form alista de «extraña­ miento» en el m ás sistem ático de foregrounding, que definió com o «la distorsión estéticam ente intencional de los co m ­ ponentes lingüísticos». También hizo hincapié en lo desca­ bellado de excluir los factores extraliterarios del análisis crítico. Partiendo de la dinám ica concepción de las estru c­ turas estéticas de Tynyanov, dio gran im portancia a la ten­ sión din ám ica que se establece en el producto artístico en­ tre literatu ra y sociedad. Su concepto m ás im portante se relaciona co n la «función estética», que resulta ser un lími­ te en con stan te m ovim iento y no una categoría herm ética. 54 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA El mismo objeto puede tener varias funciones: una iglesia puede ser un lugar dc culto y una obra de arte; una piedra, el tope de una puerta, un proyectil, un m aterial de co n s­ trucción y un objeto de consideración artística. Las m odas son signos especialm ente com plejos y pueden poseer fun­ ciones estéticas, eróticas, políticas y sociales. La m ism a va­ riedad de funciones puede apreciarse en los productos lite­ rarios. Un discurso político, una biografía, una ca rta , un fragmento de propaganda pueden adquirir o no un valor es­ tético en sociedades y épocas diferentes. La circunferencia de la esfera del «arte» está en perpetuo cam bio y en rela­ ción dinám ica con la estructura de la sociedad. El concepto de Mukarovskÿ ha sido recientem ente reto ­ mado por la crítica m arxista p ara establecer los alcan ces so­ ciales del arte y la literatura. N unca podremos hablar de «li­ teratura» co m o si se tratara de un catálogo definitivo de obras, un conjunto específico de recursos o un cuerpo inal­ terable de form as y géneros. O torgar a un objeto la dignidad del valor estético es un acto social, inseparable, en últim a instancia, de las ideologías predom inantes. Los m odernos cambios sociales han dado lugar a que objetos que en un principio tenían funciones básicam ente no estéticas sean en la actualidad considerados ante todo com o obras de arte. La función religiosa de los iconos, la función dom éstica de los vasos griegos y la función m ilitar de los petos se han visto subordinadas en nuestra época a la función estética. Inclu­ sive lo que la gente decide considerar com o arte «serio» o cultura «elevada» está som etido a valores cam biantes. El jazz, por ejemplo, una m úsica en un principio propia de ba­ res y burdeles, se ha convertido en un arte serio, a p esar de que sus orígenes sociales «inferiores» todavía den lugar a evaluaciones conflictivas. Desde este punto de vista, a rte y literatura no son verdades eternas, sino que se encuen tran abiertas a nuevas definiciones — de aquí la creciente pre­ sencia, a m edida que se deconstruye el canon literario, de los escritos «populares» en los cursos de «Estudios C ultura­ les» (que no de Literatura)— . L a clase dom inante de cual­ quier época histórica tiene una im portante influencia sobre la definición del arte y, norm alm ente, intenta in corp o rar las nuevas tendencias a su universo ideológico. E L FORMALISMO RUSO 55 Con el tiem po se vio claro que los recu rsos no eran pie7.3.S sstcil^Icícíciss de s nt,cm?.no cj.u+c nwel\ctsvt ττ*ovsrss 3 vo- luntad en el juego literario. Este descubrim iento hizo que el concepto fundam ental de «recurso» cediera el paso al de «función», un cam b io que tuvo grandes repercusiones. El irresuelto rech azo del «contenido» dejó de atorm entar a los form alistas, que fueron capaces de asim ilar el principio cen tral del «extrañam ien to»; esto es, en lugar de hablar del extrañam iento de la realidad realizado por la literatura, pu­ dieron em pezar a referirse al extrañam iento de la literatu­ ra m ism a. Los elem entos en el seno de una obra podían convertirse en «autom atizados» o ten er una función estéti­ c a positiva. El m ism o recurso podía realizar distintas fun­ ciones estéticas en ob ras diferentes o convertirse en «auto­ m atizado». Los a rcaísm o s y las citas latinas, por ejemplo, pueden tener una función «culta» en un poem a épico, una función irónica en una sátira o convertirse en autom atiza­ dos en la dicción poética. En este último caso, el recurso no es «percibido» p o r el lecto r com o un elem ento funcional y d esaparece del m ism o m odo que las percepciones ordina­ rias, que se convierten en autom atizadas y se dan por sen­ tadas. Las obras literarias pasaron a considerarse com o sis­ temas dinám icos en los cuales los elem entos se estru c­ turab an según relacion es de fondo y prim er plano. Si un elem ento p articu lar se «borra» (el estilo arcaico, quizás), o tros elem entos p asarán a ocupar el lugar dom inante (qui­ zás, la tram a o el ritm o ) en el sistem a de la obra. En 1935, Jakobson estim ó que «el dom inante» era un im portante concepto del form alism o tardío y lo definió com o: «el co m ­ ponente central de una obra de arte que rige, determina y transform a todos los dem ás», subrayando correctam ente el aspecto no m ecán ico de esta visión de la estructura artísti­ ca. El dom inante p roporciona a la o b ra un centro de cris­ talización y facilita su unidad o gestalt (orden total). La m is­ m a noción de extrañ am ien to im plicaba cam bio y desarrollo histórico. E n lugar de b u scar verdades eternas que reducen toda la gran literatura a un m ismo patrón, los formalistas se inclinaron a co n sid erar la historia de la literatura com o una revolución perm anente en la que cad a nuevo d esarro­ llo era un intento de rech azar la m ano m uerta de la fam i- 56 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA liarídad y la respuesta habitual. El dinám ico concepto de dom inante tam bién p ro p orcio n ó a los form alistas un útil cam in o p ara explorar la historia literaria. L as form as poé­ ticas no cam bian y se desarrollan al azar, sino co m o resul­ tado de un «deslizam iento del dom inante»: existe un con­ tinuo deslizam iento en las relaciones m utuas entre los di­ versos elem entos de un sistem a poético. Jakobson añadió la interesante idea según la cual la poesía de períodos co n cre­ tos podía regirse por un «dom inante» derivado de un siste­ m a no literario. Así, el dom inante de la poesía del Renaci­ m iento derivaba de las artes visuales; la poesía rom ántica se orientó hacia la m ú sica; y el dom inante del realism o es el arte verbal. Pero, sea el que sea, el dom inante organiza todos los dem ás elem entos en la obra individual, relegando al fondo de la atención estética elem entos que en obras de períodos anteriores pudieron ser dom inantes y estar en pri­ m er plano. L o que cam b ia no son tanto los elem entos del sistem a (sintaxis, ritm o, tram a, estilo, etc.) co m o la función de los elem entos p articu lares o de los grupos de elementos. Cuando Pope escribió los siguientes versos satirizando a los arcaizantes, pudo apoyarse en la dom inancia de los valores de claridad de la p rosa p ara lograr su objetivo: But who is he, in closet close y-pent Of sober face, with learned dust besprent? Right well m ine eyes arede the myster wight, On parchment scraps y-fed, and Wormius hight* El lecto r identifica inm ediatam ente el estilo chauceriano y la a rca ica ord enación de las palabras co m o una cóm i­ ca pedantería. En una ép o ca anterior, sin em bargo, Spenser fue cap az de volver a utilizar el estilo de C h au cer sin pro­ ducir un efecto satírico. El deslizam iento del dom inante no sólo opera en textos co n creto s sino tam bién en períodos li­ terarios. * ¿Mas quién es él, en pequeño recinto agazapado, con sobria faz y huellas de saber almacenado? / Bien podrán mis ojos juzgar el misterio de (al ser / entre ajados pergaminos, básico alimento, y de Wormius el saber. (N. del t.) E L FORMALISMO RUSO 57 L a ESCUELA DE BAKH TIN E n la últim a etapa del form alism o, la llam ada escuela de Bakhtin llevó a cabo una fructífera com binación de for­ m alism o y m arxism o. La au to ría de varias palabras clave del grupo perm anece discutida y por ello me referiré a los nom bres que aparecen en los títulos originales: Mikhail Bakhtin, Pavel Medvedev y Valentin Voloshinov. E stas obras han sido interpretadas y utilizadas de form a diferente por la crítica liberal y de izquierdas. Medvedev inició su ca rre ­ ra co m o un m arxista ortodoxo cuyos prim eros ensayos eran antiform alistas y su obra The Form al Method in Literary Scholarship: A Critical Introduction to Social Poetics ( 1929) fue una crítica sistem ática del form alism o, aunque lo co n ­ sideraba un oponente válido. Sin em bargo, la escuela pue­ de considerarse formalista en lo que respecta a la estru ctu ­ ra lingüística de las obras literarias, aunque algunas obras de Voloshinov, en particular, sufrieron una poderosa in­ fluencia del m arxism o en lo referente a la imposibilidad de sep arar lenguaje e ideología. E sta conexión íntim a entre am bos, expuesta en Marxism and the Philosophy o f Lan­ guage (1973), de Voloshinov, atrajo de inmediato a la literatura hacia la esfera económ ica y social, la patria de la ideología. Dicho enfoque partía de los clásicos supuestos m arxistas sobre la ideología: rechazaba considerarla com o fenóm eno puram ente m ental, contem plándola com o el reflejo de una estru ctu ra socioeconóm ica m aterial (real). L a ideología no puede sep ararse de su medio, el lenguaje. Com o afirm ó Vo­ loshinov, «la conciencia sólo puede surgir y existir en una m aterialización de signos». El lenguaje, en tanto sistem a m a­ terial socialm ente elaborado, es él mismo una realidad m aterial. L a escuela de Bakhtin no se interesaba por la lingüísti­ ca ab stracta, del tipo de la que m ás tarde estaría en la base del estructuralism o, sino m ás bien por el lenguaje o el dis­ curso com o fenómeno social. El núcleo del pensam iento de Voloshinov era que las «palabras» eran signos sociales, di­ nám icos y activos, capaces de adquirir significados y con­ notaciones distintos para las diversas clases sociales, en si­ tuaciones sociales e históricas diferentes. A tacó a aquellos 58 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA lingüistas (incluyendo a Saussure) que consideraban el len­ guaje com o un objeto de investigación estático, neutral e inanim ado, y rech azó por com pleto la noción de «expresión m onológica aislada y acabada, separada de su con texto ver­ bal real, y ab ierta, no a cualquier clase de respuesta activa, sino a la com prensión pasiva». L a palabra rusa slovo puede traducirse p o r «palabra», pero la escuela de Bakhtin la uti­ lizó en un fuerte sentido social (cercan o a «expresión» o «discurso»). Los signos verbales son el escenario de una continua luch a de clases: la clase gobernante intentará siempre red u cir el significado de las palabras y convertir los signos sociales en «uniacentuales», pero en épocas de ten­ sión social, cuand o los intereses de las clases ch o can y se cruzan, se pone de m anifiesto en el terreno del lenguaje la vitalidad y la «m ultiacentualidad» b ásica de los signos lin­ güísticos. «H eteroglosia» es un con cep to fundam ental defi­ nido claram en te por Bakhtin en su «Discourse in the N o­ vel» (escrito en 1 934-1935). E l térm ino se refiere a la condición b ásica que gobierna la producción del significa­ do en el discurso. Afirma la m an era en la que el contexto define el significado de las p alab ras pronunciadas, que son heteroglotas en la medida que ponen en juego una m ulti­ plicidad de voces sociales y sus expresiones individuales. Una voz individual puede d ar la im presión de unidad y co ­ hesión, pero la palabra p ronunciad a produce co n stan te­ m ente (y en cierta medida inconscientem ente) una plenitud de significados, que derivan de la interacción social (diálo­ go). El «m onólogo» es, de hecho, una im posición forzosa sobre el lenguaje y, por tan to, una distorsión del m ism o. Mikhail Bakhtin desarrolló esta dinám ica visión del len­ guaje en el cam p o de la crítica literaria. Sin em bargo, co m o se hubiera podido esperar, no trató la literatura en tanto re­ flejo directo de las fuerzas sociales, sino que conservó un com prom iso form alista en relación con la estru ctu ra litera­ ria, m ostrando cóm o la activa y dinám ica n aturaleza del lenguaje co b ra cuerpo en ciertas tradiciones literarias. No hizo hincapié en el modo en que los textos reflejan los in­ tereses sociales o de clase, sino en el modo en que el len­ guaje desorganiza la autoridad y libera voces alternativas. Un lenguaje libertario es totalm ente apropiado p ara descri­ E L FORMALISMO RUSO 59 b ir su enfoque, que constituye una verdadera celebración de aquellos escritores cuyas obras perm iten el más libre juego de sistem as de valores diferentes y cuya autoridad no se impone p or en cim a de las alternativas: Bakhtin fue p ro ­ fundam ente antiestalinista. En su obra clásica Problemas de la poética de Dostoyevski (1929) estableció un m arcad o co n ­ traste entre las novelas de Tolstoi y las de Dostoyevski. En el prim ero, las diferentes voces se subordinan de m odo es­ tricto al propósito controlador del autor: sólo hay una ver­ dad, la suya. Sin em bargo, Dostoyevski, en contraste con este tipo «m onológico» de novela, desarrolla una nueva for­ m a «polifónica» (o dialógica) en la que no se intenta o r­ q uestar o unificar los diversos puntos de vista expresados p or los personajes. L a conciencia de éstos no se funde con la del autor ni se subordina a su punto de vista, sino que conserva su integridad e independencia: «no son sólo obje­ tos del universo del autor, sino sujetos de su propio mundo insignificante». E n este libro, y en el posterior sobre R abe­ lais, Bakhtin exploró el uso liberador y a m enudo subversi­ vo de varias form as de diálogo en la cu ltu ra clásica, m edie­ val y renacentista. Su teorización sobre el «carnaval» tiene im portantes aplicaciones, tanto en textos concretos co m o en la historia de los géneros literarios. Las fiestas aso ciad as con el ca rn a ­ val son populares y colectivas; en ellas, las jerarquías se in­ vierten (los locos se convierten en sabios, los reyes en m en­ digos), los opuestos se m ezclan (fantasía y realidad, cielo e infierno) y lo sagrado se profana: se p roclam a una «festiva relatividad» de todas las cosas. Cuanto es autoritario, rígi­ do o serio se subvierte, relaja o ridiculiza. E ste fenóm eno, popular y libertario en su esencia, ha tenido una influencia form ativa en la literatura de varios períodos, pero durante el Renacim iento se convirtió en especialm ente dom inante. «Carnavalización» es el térm ino utilizado p o r Bakhtin para describir el efecto m odelador del carnaval en los géneros li­ terarios. Las form as carnavalizadas m ás tem pranas son el diálogo socrático y las sátiras m enipeas. El prim ero se en­ cuen tra muy ce rca n o en sus orígenes a la inmediatez del diálogo oral, en el cual el descubrim iento de la verdad se concibe com o un intercam bio de puntos de vista m ás que 60 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORANEA com o un m onólogo au to ritario. Los diálogos so crático s nos han llegado en las elaboradas formas literarias u íilizadas p or Platón. Según B akhtin, algo de la «festiva relatividad» del carnaval persiste en las obras escritas, pero lo cierto es que en ellas se produce una disolución de esa característi­ ca colectiva de búsqueda en la cual diferentes puntos de vis­ ta se confrontan sin una estricta jerarquía de voces estable-' cida por el «autor». E n los últimos diálogos platónicos, añade Bakhtin, em erge una nueva im agen de Sócrates co m o «m aestro» que reem plaza la im agen carnavalística del grotesco calzonazos provocador del debate, com ad ron a de la verdad antes que su artífice. E n la sátira m enipea, los tres niveles — Paraíso (Olim­ po), Infierno y Tierra— se tratan con la lógica del carnaval. Por ejemplo, en el Infierno, las desigualdades terrenales se disuelven, los em peradores pierden sus co ro n as y se co n ­ vierten en m endigos. Dostoyevski une las diversas trad icio­ nes de la literatura carnavalizada. El cuento fantástico Bobok (1 8 7 3 ) es casi una sátira menipea. Un encuentro en el cem enterio culm ina co n una extraña relación de la co rta «vida fuera de la vida» de los m uertos una vez enterrados. Antes de perder p o r com pleto la con cien cia terrenal, los m uertos disfrutan de un período de unos cu an tos meses, durante los cuales se encuen tran exentos de todas las leyes y obligaciones de la existencia norm al, pudiendo gozar de una libertad ilim itada. E l barón Klinevich, «rey» de los m uertos, declara: «Q uiero que todo el m undo diga la ver­ dad... E n la Tierra es imposible vivir sin m entir, porque vida y m entira son sinónim os, pero ahora direm os la verdad sólo p ara divertim os.» He aquí la semilla de la novela «polifóni­ ca», en la que las voces están en libertad p ara hablar de m odo subversivo o ch o can te sin que el au to r se interponga entre el personaje y el lector. (P ara una lectu ra bakhtiniana de la novela polifónica de Toni M orrison Beloved, véase el ensayo de Lynne P earce en el cap. 9 de A Practical Reader.) Bakhtin plantea cierto núm ero de tem as que serán de­ sarrollados por teóricos posteriores. Tanto los rom ánticos com o los form alistas consideraban los textos com o unida­ des orgánicas, es decir, com o estructuras integradas en las que no existe ningún tipo de relajación y que el lecto r reú- EL FORM ALISM O RUSO 61 ne en la unidad estética. Bakhtin subraya que el carnaval rom pe este organicism o incuestionado y apoya la idea según la cual las grandes obras de la literatura pueden poseer diferentes niveles y resistirse a la unificación: un punto de vis­ ta que deja al au tor en una posición m ucho m enos do­ m inante en relación a sus escritos. En él, la noción de iden­ tidad personal perm anece problem ática: el personaje es escurridizo, insustancial y caprichoso. Ello anticipa un im­ portante tem a de la reciente crítica psicoanalítica, aunque no hay que exagerar sobre este punto, ni olvidar que Bakh­ tin aún conserva un firme sentido del escritor que controla lo que h ace: su obra no im plica la radical puesta en cues­ tión del papel del au tor que surgirá de los trabajos de Ro­ land B arth es y otros estructuralistas. Sin em bargo, Bakhtin se parece a B arth es en ese «privilegiar» la novela polifóni­ ca, am bos prefieren la libertad y el placer a la autoridad y el d ecoro. E x iste una tendencia entre los críticos actuales a tra ta r los textos polifónicos o de otros tipos de «pluralidad» com o norm ativos, en lugar de excéntricos; es decir, a co n ­ siderarlos m ás auténticam ente literarios que otros textos más unívocos (m onológicos). E sto puede ser del gusto de los lectores m odernos, educados en Joyce y B eckett, pero debem os re co n o cer tam bién que tanto Bakhtin co m o B ar­ thes indican preferencias que em anan de sus predisposicio­ nes sociales e ideológicas. Con todo, lo cierto es que, al sos­ tener la ap ertu ra y la inestabilidad de los textos literarios, Bakhtin inició una fructífera tendencia. Las teorías de Bakhtin, las tesis de Jakobson-Tynyanov y la obra de Mukarovskÿ superan el formalismo «puro» de Tomashevsky y Eichenbaum , y constituyen un excelente prólogo al capítulo sobre crítica m arxista que, en cualquier caso, influyó sobre sus intereses m ás sociológicos. El aisla­ m iento form alista del sistem a literario se encuentra en abierta con tradicción con la subordinación m arxista de la literatura a la sociedad, pero, co m o descubrirem os, no to­ dos los crítico s m arxistas siguieron la rígida' Imea antifor­ m alista de la tradición soviética. No obstante, antes exam inarem os otra escuela de teoría crítica que asigna prim ordialm ente la naturaleza diferencial de la «función estética» al «receptor» o «lector» de los tex­ 62 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA tos literarios (véase el diagram a de Jakobson en la In tro ­ ducción). B i b l io g r a f ía s e l e c c io n a d a Textos básicos Bakhtin, Mikhail, The Dialogic Im agination: F ou r Essays, ed. Mi­ chael Holquist, trad. C. E m erso n y M. Holquist, University of Texas Press, Austin, 1981. — , Problem s of Dostoevsky’s Poetics, trad, y ed. Caryl E m e rso n , in­ tro. W ayne C. B ooth, M anchester University Press, M anches­ ter, 1984. — , Rabelais a nd His World, trad. H elene Iswolsky, Indiana Univer­ sity Press, Bloom ington, 1984. Bakhtin·, Mikhail, y Medvedev, P. N., The Form al Method in Literary Scholarship: A Critical Introduction to Sociological Poetics, trad. A. J. Wehrle, H arvard University Press, C am bridge, MA, 1985. Garvin;· Paul L. (trad .), A Prague Sch oo l Reader, G eorgetow n Uni­ versity Press, W ashington DC, 1964. Lem on, L ee y Reis, M arion J. (eds.), R ussian Formalist Criticism : F o u r Essays, N ebraska University Press, Lincoln, 1965. In clu ­ ye el ensayo de Shlovsky sobre Sterne. Mukafovskÿ, Jan , Aesthetic Fun ction , Norm a nd Value as Social Facts, trad. Μ. E . Suino, M ichigan University Press, Ann Ar­ bor, 1979. Voloshinov, Valentin, M arxism a nd the Philosophy o f L an gua ge, trad. L. M atejka e I. R. Titunik, S em inar Press, N ueva York, 1973; reim presión H arvard University Press, C am bridge, MA, 1986. Lecturas avanzadas B en ett, Tony, Form alism a nd M arxism , Methuen, Londres, 1979. Clark, K aterin a y Holquist, M ichael, Mikhail Bakhtin, H arvard University Press, Cam bridge, MA y Londres, 1984, Dentith, Sim on, Bakhtinian Thought: An Introductory Reader, Routledge, Londres, 1995. Erlich, Victor, Russian Form alism : Histoiy Doctrine, Yale Univer­ sity Press, New Haven y Londres, 3.a éd., 1981. E L FORMALISMO RUSO 63 Gardiner, M ichael, The Dialogics of Critique: Μ. M. Bakhtin a nd the Theory1 o f ideology, Routledge, Londres, 1992. Hirschkop, Ken y Sheperd, David (eds.), Bakhtin and Cultural Theo­ ry, M an ch ester University Press, M anchester, 1991. H olquist, M ichael, Dialogism : Bakhtin a nd H is World, Routledge, Londres, 1990. Jam eson , Fred ric, The Prison-House o f Language: a Critical Ac­ count o f Structuralism and R ussian Form alism , Princeton University Press, Princeton, N J y L on d res, 1972. Jefferson, Ann, «R ussian Form alism » en M o d em Literacy Theory: A Comparative Introduction, Ann Jefferson y David Robey (eds.), B atsford , Londres, 2.a éd., 1986. Lodge, David, After Bakhtin: Essays on Fiction a nd Criticism, R ou t­ ledge, Londres, 1990. M orson, Gary Saul y E m erson , Caryl, M ikhail Bakhtin: Creation o f a Prosaics, S tanford University Press, Stan ford , 1990. P earce, Lynne, R eading Dialogics, Arnold, L ond res, 1994. Pike, C hristopher (ed.), The Futurists, the Form alists, a nd the Mar­ xist Critique, Ink Links, Londres, 1979. U na antología. Selden, R am an, Criticism and Objectivity, Allen & Unwin, Londres, B oston, Sydney, 1984; cap. 4, «Russian F orm alism , M arxism and "Relative A utonom y”». Thom pson, E . M., R ussian Form alism a n d Anglo-Am erican New Criticism: A Com parative Study, M outon, L a H aya, 1971. Trotsky, L., Literature a n d Revolution, M ichigan University Press, Ann Arbor, 1960. Young, Robert, «B ack to Bakhtin», Cultural Critique, vol. 2 (1 9 8 5 6 ), pp. 71-92. C a p ít u l o 3 TEORÍA DE LA RECEPCIÓN E l siglo X X ha llevado a cabo un im portante asalto a las certezas objetivas de la ciencia decim onónica. L a teoría de la relatividad de Einstein desplegó la duda sobre la creen ­ cia de que el conocim iento objetivo no era m ás que una progresiva y continuada acum ulación de hechos. E l filóso­ fo T. S. K uhn ha dem ostrado que, en ciencia, la aparición de un «hecho» depende del m arco de referencia en el que se mueve el observador científico. La filosofía de la Gestalt sostiene que la' mente hum ana no percibe los objetos del m undo co m o trozos y fragm entos sin relación entre sí, sino com o configuraciones de elem entos, tem as o todos organi­ zados y llenos de sentido. Los m ism os objetos parecen dis­ tintos en contextos diferentes y, aun dentro de un m ismo cam po de visión, son interpretados de distinto m odo según form en p arte de la «figura» o del «fondo». E stos y otros en­ foques han insistido en que el observador interviene activa­ m ente en el acto de la percepción. E n el caso del fam oso problem a del conejo-pato, sólo el lector puede decidir en qué sentido debe orientar la configuración de líneas. H acia la izquierda, es un pato, y hacia la derecha, un conejo. 66 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA ¿Cóm o afecta a la teoría literaria esta insistencia m o­ derna en el papel activo del observador? Veam os de nuevo el m odelo lingüístico de la co m u n ica­ ción elaborado por Jakobson: E M IS O R ----- + - CÓDIGO M EN SA JE -----* CONTACTO CO N TEXTO R EC EPT O R Jakobson creía que ei discurso literario era diferente de las otras clases de discurso porque estaba «orientado hacia el m ensaje»: un poem a trata de él m ism o (de su form a, sus im ágenes y su sentido literario) antes que el poeta, el lecto r o el m undo. P ero si rech azam o s el form alism o y adoptam os el punto de vista dei lecto r ó del público, toda la orienta­ ción del esquem a de Jakobson cam bia: podem os d ecir que un poem a no tiene existencia real hasta que es leído, y que su sentido sólo puede ser discutido por sus lectores. Si di­ ferimos en nuestras interpretaciones, se debe a que nues­ tras m an eras de leer tam bién son diferentes. E s el lector quien asigna el código en el cual el m ensaje está escrito y, así, realiza lo que de otro m odo sólo tendría sentido en po­ tencia. Considerem os los ejem plos m ás simples de inter­ pretación y verem os que el recep to r se halla a m enudo im ­ plicado de form a activa en la elaboración del sentido. Veamos, p o r ejemplo, el sistem a utilizado para representar los n úm eros en las pantallas electrón icas. La configuración básica se com pone de siete segm entos: '6, una figura que po­ dría considerarse un cu ad rad o im perfecto (o) co ro n ad o con tres lados de otro cuadrado sim ilar (r·). o viceversa. El ojo del observador es invitado a in terp retar esta form a co m o un elemento del conocido sistem a num érico y no tiene ningu­ na dificultad en «reconocerlo» co m o «ocho». Puede, ade­ m ás, co n stru ir sin dificultad todos los núm eros a p a rtir de las variaciones de esta configuración básica de segm entos, a pesar de que, en ocasiones, dichas form as sólo constitu­ yan pobres aproxim aciones: .? es 2, S es 5 (no una «S») y ■-i es 4 (no u na «H» m al h ech a). E l éxito de este fragm ento de com u n icación depende tanto del conocim iento del siste- TEORÍA DE LA RECEPCIÓ N 67 m a num érico p o r parte del observador com o de su habili­ dad para com p letar lo incom pleto, o seleccionar lo que es significante y d esp reciar lo que no lo es. Desde esta p ers­ pectiva, el recep to r no es el destinatario pasivo de un senti­ do enteram ente form ulado, sino un agente activo que p a r­ ticipa en su elaboración. De todos m odos, en este caso, su tarea era m uy sencilla porque el m ensaje estaba formulado en el interior de un sistem a cerrado. Analicemos el siguiente poem a de W ordsworth: Un sopor se apoderó de mi espíritu; No tuve miedos humanos; Ella parecía algo que no pudiera sentir El paso de los años terrenales. Yace ahora sin fuerza ni movimiento; Ni siquiera oye ni ve; Envuelta en el curso diurno de la tierra, : como las rocas, las piedras y los árboles Dejando de lado los diversos pasos preliminares, a m e­ nudo inconscientes, que el lector debe realizar para reco ­ n ocer que está leyendo un poem a lírico y acep tar que quien habla es la au tén tica voz del poeta, no un personaje d ra­ m ático, podem os d ecir que hay dos «afirm aciones», una en cad a estrofa: a) pensé que ella era inm ortal y b) está m u er­ ta. En tanto lectores, nos preguntam os qué relación pode­ m os establecer entre ellas. La interpretación de cad a frase dependerá de la respuesta a esta pregunta. ¿Cóm o debem os considerar la actitu d del hablante h acia sus prim eros pen­ sam ientos sobre la m ujer (niña, m u ch ach a o adulta)? ¿E s bueno y sensato no ten er «miedos hum anos», o por el co n ­ trario es ingenuo e insensato? ¿Es el «sopor» que se apode­ ró de su espíritu el sueño de una ilusión o un ensueño ins­ pirado? ¿Sugiere el «ella parecía» que tenía todo el asp ecto de un ser in m ortal, o se equivoca quizás el poeta? ¿Indica la segunda estrofa que «ella» no tiene existencia espiritual en la m uerte y que está reducida a pura m ateria in an im a­ da? Los prim eros versos de la estrofa invitan a este punto de vista, pero los dos últimos abren la posibilidad de o tra interpretación: que se haya convertido en parte del m undo 68 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA n atural y co m p arta en cierto sentido una existencia m ayor que la ingenua espiritualidad de la p rim era estrofa: su «m ovim iento» y su «fuerza» individuales se encuen tran a h o ra incluidos en el m ovim iento y en la fuerza de la n a ­ turaleza. Desde la óptica de la teoría de la recepción, las res­ puestas a estas preguntas no pueden derivarse únicam ente del texto: el lector debe a ctu a r sobre el m aterial textual para prod ucir el sentido. W olfgang Iser sostiene que los textos li­ terarios siem pre contienen «huecos» que sólo el lector pue­ de llenar. El «hueco» en tre las dos estrofas del poem a de W ordsw orth surge porque la relación en tre ellas no está fi­ jada. E l acto de la interpretación es necesario p ara rellenar este vacío. Un problem a para esta teoría deriva del hecho de si es el propio texto el que provoca el acto de interpre­ tación por parte del le cto r o si son las estrategias interpre­ tativas de los lectores las que imponen soluciones a los p ro ­ blem as planteados p o r el texto. Antes incluso del reciente desarrollo de la teoría de la recepción, los sem ióticos ela­ b o raron algunas respuestas sofisticadas. U m berto E co , en The Role o f the Reader (1 9 7 9 ; artículos que d atan de 1959), afirm a que algunos textos son «abiertos» (Finnegans Wake o la m úsica atonal) e invitan a la colaboración del lecto r en la producción del sentido, m ientras que otros son «cerra­ dos» (los tebeos o las novelas de detectives) y condicionan la respuesta del lector. También especula sobre el m odo en que los códigos disponibles para el lecto r determ inan lo que el texto significa cuand o es leído. Pero antes de e xam in ar las diversas teorizaciones sobre el papel del lecto r en la elaboración del sentido, debem os enfrentarnos a una cuestión: ¿quién es «el lector»? E l narra ta rio Gerald Prince plantea la siguiente pregunta: ¿p or qué cuando leem os novelas nos tom am os tan to trabajo en distinguir entre las distintas clases de n a rra d o r (om niscien­ te, poco fiable, a u to r im plícito, etc.), pero nunca nos p re­ guntam os por las diferentes clases de personas a quienes el n arrad o r dirige su discurso? Prince llam a a esta persona el narratario, térm ino que no hay que confundir con el de «lector». El n arrad o r puede especificar un n arratario en tér­ m inos de sexo («Q uerida señora...»), clase social («clase TEORÍA DE LA RECEPCIÓN 69 alta»), lugar (el «lector» en su butaca), raza («blanca») o edad («m adu ra»). E s evidente que los lectores reales pue­ den co in cid ir o no co n la persona a la que se dirige el au­ tor. Un lector real puede ser un joven m inero negro leyen­ do en su cam a. El riarratario se distingue tam bién del «lector virtual» (el tipo de lecto r que el au tor tiene en men­ te a la h o ra de escribir la n arración ) y del «lector ideal» (el lector com pletam ente p erspicaz que entiende cad a paso del escritor). ¿C óm o aprendem os a identificar los n arratario s? Cuan­ do el novelista Anthony Trollope escribe: «N uestro arce­ diano e ra m undano, ¿quién de nosotros no lo es?», enten­ dem os que aquí los n arratario s son gentes, que, co m o el narrador, recon ocen la falibilidad de los seres hum anos, in­ clusive de los m ás piadosos. H ay m uchas «señales», direc­ tas e indirectas, que contribuyen a nuestro conocim iento del n arra ta rio . Las presuposiciones sobre él pueden ser atacad as, apoyadas, puestas en duda, o pedidas p o r el na­ rra d o r que, con ello, su b rayará sus características. Cuando el n arra d o r se disculpa p o r alguna insuficiencia del dis­ cu rso («n o puedo e xp resar esta experiencia co n palabras»), nos está diciendo de m odo indirecto algo sobre las suscep­ tibilidades y los valores del n arratario . Incluso en una no­ vela que no contenga referencias directas a ninguno, en­ co n trarem o s débiles señales en la m ás simple de las figuras literarias. E l segundo térm ino de una co m p aración , por ejem plo, indica con frecuencia el tipo de m undo que es fa­ m iliar al n arratario (« L a can ció n era sin cera com o un anu n cio de televisión»). A veces, el n arratario es un perso­ naje im portante: en Las m il y una noches, la supervivencia de la n a rrad o ra, S cherezade, depende de la co n tin u a aten­ ción del n arratario , el califa, y si éste llegara a perder in­ terés en la n arración ella m oriría. El resultado de la ela­ borada teo ría de P rince es ilum inar una dim ensión de la n arración , com prendida de m odo intuitivo p o r los lectores, pero que ha p erm anecido en tre som bras e indefiniciones. Contribuye a la teoría de la recepción al resaltar los modos en que las n arracion es p roducen sus propios «lectores» u «oyentes», que pueden co in cid ir o no con los lectores rea­ les. M uchos de los escrito res exam inados en las páginas si­ 70 la TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA guientes h acen caso om iso de esta distinción entre le cto r y n arratario. F e n o m e n o l o g ía : H u sserl, H e id e g g e r , G a d a m er L a fenom enología es una corriente filosófica m oderna que hace especial hincapié en el papel central del recep to r a la hora de determ inar el sentido. Según Edm und H usserl, la m eta de la investigación filosófica es el contenido de nuestra conciencia, no los objetos del m undo. L a co n cien ­ cia lo es siem pre de algo, y ese «algo» que se nos aparece es lo verdaderam ente real p ara nosotros. Además, añade Husserl, en las cosas que se presentan a la co n cien cia (fe­ nóm enos, en griego: «cosas que aparecen») descubrim os cualidades universales o esenciales. La fenom enología pre­ tende m o strarn o s la naturaleza escondida tanto en la co n ­ ciencia hum ana com o en los «fenóm enos». Constituye un intento de resu citar la idea (abandonada desde los ro m án ­ ticos) de que la m ente hum ana es el centro y origen de todo sentido. E n lo referente a la teoría literaria, este p lantea­ m iento no prom ueve únicam ente un interés subjetivo p o r la estructura m ental del crítico, sino un tipo de crítica que in­ tenta p en etrar en el m undo de las obras del escrito r y lle­ gar a una com prensión de la n aturaleza oculta o esencia de los escritos, tal com o se ap arecen a la conciencia del críti­ co. Las prim eras obras del crítico am erican o J. Hillis Miller, m ás tard e deconstruccionista, estaban señaladas p o r la in­ fluencia de las teorías fenom enológicas de la llam ad a es­ cuela de Ginebra, que incluía a críticos com o G eorges Pou­ let y Jean Starobinski, Por ejemplo, el prim er estudio de Miller sobre Thom as Hardy, Thom as Hardy: D istance and Desire (1 9 7 0 ; posteriorm ente escribió m ás estudios «deconstructivos») descubre las estru ctu ras m entales om nipre­ sentes en sus novelas, principalm ente la «distancia» y el «deseo». E l a cto de interpretación es posible porque los tex­ tos perm iten al lector acced er a la conciencia del autor, que, com o dice Poulet, «se abre a mí, m e da la bienvenida, me deja m ira r en su interior y,,, m e perm ite... p en sar lo que piensa y sen tir lo que siente». Derrida (véase cap. 7) co n si­ TEO RÍA DE LA RECEPCIÓN 71 d eraría esta clase de pensam iento «logocéntrica», p o r su­ p o n er que un sentido está centrado en su «sujeto tra sce n ­ dental» (el a u to r) y puede volver a cen trarse en otro (el lector). El deslizam iento hacia la teoría de la recepción se en­ con trab a prefigurado en el rechazo del punto de vista «ob­ jetivo» de Husserl por parte de su discípulo Martin Heideg­ ger. É ste afirm ab a que lo distintivo de la existencia hum ana era su Dasein («existencia»): nuestra, conciencia proyecta las cosas del m undo y, al m ismo tiem po, se encuentra s u ­ bordinada al m undo debido a la propia naturaleza de su existencia en él. Nos encontram os «sueltos» en el m undo, en un tiempo y un lugar que no hem os escogido, y que al m ism o tiem po es nuestro mundo en la m edida en que nues­ tra con cien cia lo proyecta. N unca podrem os adoptar una postura de contem plación objetiva y m ira r el mundo com o si lo hiciéram os desde la cum bre de una m ontaña, puesto que estam os irrem ediablem ente inm ersos en el objeto m is­ m o de nuestra co n cien cia. Nuestro pensam iento siem pre se halla en algún lugar y, por lo tanto, siem pre es histórico, aunque esta historia no sea exterior y social, sino personal e interior. H ans-G eorg Gadamer, en Truth and M ethod (1 9 7 5 ), aplicó el enfoque situacional de Heidegger a la teo­ ría literaria. G adam er sostiene que una obra literaria no aparece en el m undo co m o un conjunto de sentido acab a­ do y claram en te parcelado. El sentido depende de la situa­ ción histórica del intérprete. G adam er influyó sobre la «es­ tética de la recepción» (véase Jauss, m ás adelante). H ans R obert J a u ss y W o lfg a n g Ise r Jauss es un im portante exponente de la estética de la re­ cepción (Rezeptionasthetik), que ha dado una dim ensión h istórica a la crítica de la recepción esforzándose p o r co n ­ seguir un co m p ro m iso entre él form alism o ruso (que no tie­ ne en cu enta la historia) y las teorías sociales (que hacen lo m ism o con el texto). Durante el período de agitación social de finales de los años de 1960, Jauss y otros quisieron cu es­ tio n a r el viejo m odelo de la literatura alem ana y d em ostrar 72 I .A TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA que el em peño era perfectam ente razonable. L a vieja co n ­ cepción crítica había dejado de tener sentido del m ism o m odo que la física new toniana dejó de p arecer adecuada a principios del siglo X X . Jau ss tom a del filósofo de la ciencia T. S. Kuhn la noción de «paradigm a», es decir, el m arco conceptual y las suposiciones vigentes en un período co n ­ creto. La «ciencia norm al» funciona en el interior del m un­ do m ental de un p aradigm a específico h asta que un nuevo paradigm a desplaza al viejo, planteando nuevos problem as y estableciendo nuevos presupuestos. Jau ss utiliza la expre­ sión «horizonte y expectativas» para describir los criterios utilizados por los lectores para juzgar textos literarios en cualquier período dado. Dichos criterios ayudan al lector a v alo rar desde un p oem a hasta, por ejemplo, una epopeya, una tragedia o u na o b ra bucólica, y lo orientan, asim ism o, respecto de lo que debe considerarse poético o literario, en oposición a los usos no poéticos o no literarios del lengua­ je. L a escritura y la lectu ra norm ales funcionan en el inte­ rio r de algo p arecido a un horizonte. Si consideram os, por ejemplo, el período neoclásico inglés, podem os afirm ar que la poesía de Pope se juzgaba a partir de criterios basados en los valores de claridad, naturalidad y co rrección estilís­ tica (las palabras debían ajustarse a la dignidad del tem a). Ello, sin em bargo, no establece de una vez para siempre el valor de la poesía de Pope; durante la segunda m itad del si­ glo xvm , los co m en taristas em pezaron a preguntarse si h a ­ bía sido realm ente un poeta y propusieron la posibilidad de que sólo hubiese sido un versificador inteligente, capaz de escribir prosa con form a de pareados, pero sin la fuerza im aginativa n ecesaria para la verdadera poesía. Haciendo caso om iso de los siglos venideros, podem os decir que las lectu ras m odernas de Pope operan en el interior de un ho­ rizonte de expectativas diferente: ah o ra valoram os sus poe­ m as por su agudeza, su complejidad, su perspicacia m oral y su renovación de la tradición literaria. E l horizonte de expectativas original sólo nos dice cóm o fue valorada e interpretada la obra en el m om ento de su aparición, pero no establece definitivamente su sentido. Se­ gún Jauss, sería tan errónéo decir que una obra es univer­ sal, co m o afirm ar que su significado está fijado para siem - TEORIA DE LA RECEPCIÓN 73 pre y que se encuentra abierto a los lectores de cualquier época: «Una obra literaria no es un objeto que se m anten­ ga p or sí solo y que o frezca siem pre la m ism a co sa a todos los lectores de todas las épocas. No es un m onum ento que revele co n un m onólogo su esencia eterna.» E sto significa, p or supuesto, que nunca serem os capaces de exam in ar los sucesivos horizontes desde el m om ento de la aparición de una o b ra hasta nuestros días, para luego, co n total despego y objetividad, llegar a su sentido o valor definitivos: sería no ten er en cuen ta nuestra propia situación histórica. ¿Qué autoridad debemos acep tar? ¿La de los prim eros lectores? ¿La resultante de todos los lectores de todos los tiempos? ¿O acaso el juicio estético del presente? Los prim eros lec­ tores pueden haber sido incapaces de percib ir el significa­ do revolucionario de un escrito r (el caso de W illiam Blake, por ejem plo), y la m ism a objeción puede aplicarse a los jui­ cios de los lectores posteriores — incluidos los nuestros. Las respuestas que Jau ss da a estas cuestiones provie­ nen de la «herm enéutica» filosófica de H ans-G eorg Gada­ mer, un discípulo de Heidegger (véase p. 71). G adam er sos­ tiene que todas las interpretaciones de la literatura del pasado surgen del diálogo entre pasado y presente. Nuestros intentos de com prender una obra dependerán de las pre­ guntas que nuestro con texto cultural nos perm ita plantear; y, al m ism o tiempo, tratam o s de descubrir aquellas a las que la o b ra ha intentado responder en su propio diálogo con la historia. Nuestra perspectiva presente siem pre implica una relación con el pasado, que sólo puede ser percibido desde esa lim itada posición. Concebida en tales térm inos, la tarea de estab lecer un conocim iento del pasado p arece un esfuer­ zo inútil. Pero la noción herm enéutica de «com prensión» no sep ara al observador del objeto com o lo hacía la ciencia em­ pírica, sino que lo considera com o una «fusión» del pasado y del presente: es imposible em prender un viaje por el pa­ sado sin llevar el presente. L a palabra «herm enéutica» se aplicaba a la interpretación de textos sagrados, y su equiva­ lente m oderno conserva la m ism a actitud seria y reverencial h acia los textos a los que intenta acceder. Jau ss reconoce que un au to r puede enfrentarse directa­ m ente co n las expectativas predom inantes de su tiempo. De 74 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA hecho, la estética de la recepción se desarrolló en Alemania durante los años de 1960, en un clim a de cam bio literario: escritores co m o Rolf H ochhuth, Hans Magnus Enzensber-ger y Peter Handke desafiaban el formalismo literario acep ­ tado, aum entando el com prom iso directo del lecto r o del público. Jau ss analiza el caso de Baudelaire, cuya obra Les fleurs du m al produjo un gran revuelo que tuvo repercusio­ nes legales. Ofendió las n orm as de la m oralidad burguesa y los cánones de la poesía ro m án tica. Con todo, dichos poe­ mas abrieron inm ediatam ente un nuevo horizonte de ex­ pectativas estéticas: la vanguardia literaria consideró el li­ bro co m o una obra pionera. A finales del siglo xix, los poem as fueron consagrados co m o expresión del culto esté­ tico del nihilism o. Jauss p asa revista a interpretaciones psi­ cológicas, lingüísticas y sociológicas de los poem as de B au ­ delaire, pero a menudo las desecha. Se experim enta cierta, insatisfacción ante un m étod o que reconoce sus propias li­ m itaciones históricas, pero que se siente con la fuerza sufi­ ciente p ara considerar que otras interpretaciones «presen­ tan cuestiones m al planteadas o ilógicas». L a «fusión de los horizontes» no es, según p arece, la unión total de todos los puntos de vista que puedan haber surgido, sino sólo la de aquellos que para el sentido herm enéutico del crítico apare­ cen com o parte de la gradualm ente em ergente totalidad de sentidos que conform a la verdadera unidad del texto. Un exponente puntero de la teoría de la recepción ale­ m ana y m iem bro de la llam ada «Escuela de C onstance» es W olfgang Iser, quien exam in a en profundidad al esteta fenom enológico R om an Ingarden y la obra de G adam er (véa­ se, m ás atrás). A diferencia de Jauss, Iser descontextualiza y deshistoriza texto y lector. Una obra clave es The Act o f Reading: A Theory o f Aesthetic Response (1 9 7 8 ), en la cual, com o siem pre, presenta el texto com o una estru ctu ra po­ tencial que es «concretada» p o r el lector en relación a sus norm as, valores y experiencia extraliterarios. Se establece una especie de oscilación en tre el poder del texto p ara co n ­ trolar la form a en que es leído y la «concreción» que hace el lecto r en térm inos de su propia experiencia — u n a expe­ riencia que se m odificará a su vez durante el a cto de la lec­ tura— . E n esta teoría, el «significado» reside en los ajustes TEORÍA DE LA RECEPCIÓN 75 y revisiones a las expectativas que se crean en la m ente del lector en el proceso de que su relación dialéctica con el tex­ to cobre sentido. El propio Iser no resuelve por com pleto el peso relativo de la determ inación del texto y de la expe­ riencia del lecto r en esta relación, aunque da la sensación que hace m ás énfasis en esta últim a. Según Iser, la ta rea del crítico no es explicar el texto en tanto objeto, sino exam inar sus efectos sobre el lector. E n la m ism a n atu raleza del texto está el perm itir todo un a s­ pecto de posibles lecturas. El térm ino «lector» puede subdividirse en «lector implícito» y «lector real». El prim ero es aquel que el texto crea para sí m ism o y equivale a «un sis­ tem a de estru ctu ras que invitan a u n a respuesta» que nos predispone a leer de ciertos m odos. E l «lector real» recibe imágenes m entales durante el proceso de la lectura, im áge­ nes que ineludiblem ente se hallarán m atizadas por su «can ­ tidad existente de experiencia». Si som os ateos, reaccio n a­ rem os de m odo diferente ante el poem a de W ordsworth que si somos cristian os. L a experiencia de la lectura v ariará se­ gún las experiencias vividas. Las palabras que leemos no representan objetos reales, son un enunciado hum ano bajo una apariencia de ficción. E l lenguaje de la ficción nos ayuda a construir en n uestra m ente objetos im agínanos. Iser pone un ejemplo de Tom Jones, donde Fielding presenta dos personajes, Allworthy (el hom bre perfecto) y el capitán Blifií (el hipócrita). El objeto del lector im aginario, «el hom bre perfecto», se halla sujeto a m odificación: cuando Allworthy es engañado por la fingi­ da piedad de Blifil, ajustam os el objeto im aginario de acuerdo con el e rro r de criterio del hom bre perfecto. E l via­ je del lector p o r el libro es un p roceso continuo de ajustes com o ése. C ream os en nuestras m entes ciertas expectativas basadas en nuestro recuerdo de los personajes y los a co n ­ tecim ientos, pero, continuam ente, a m edida que avanzam os en el texto, los recuerdos se transform an y las expectativas tienen que m odificarse. Lo que cap tam os al leer es sólo una serie de puntos de vista cam biantes, no algo fijado y lleno de sentido en ca d a m om ento. Una obra literaria no representa objetos, se refiere al mundo extraliterario seleccionando ciertas norm as, sistem as 76 LA TEO RIA LITERARIA CONTEMPORÁNEA de valores o «con cep cion es del m undo». D ichas norm as son con cep tos de realid ad que ayudan a los seres hum anos a e x tra e r algún sentido del caos de su experiencia. E l texto ad op ta un «rep ertorio» de tales n orm as y suspende su v a­ lidez dentro de su m undo ficticio. E n Tom Jones, diversos personajes representan diferentes norm as: Allworthy (bene­ volencia), el señor W estern (la pasión del m ando), Square (la eterna conveniencia de las cosas), Thw ackum (la m en­ te hum ana co m o pozo de iniquidad) y Sofía (la idealidad de las inclinaciones naturales). Cada n o rm a afirm a ciertos valores a expensas de los dem ás, y cad a una tiende a re­ d u cir la im agen de la n aturaleza h u m an a a un único prin­ cipio o perspectiva. E l lecto r se en cu en tra p o r lo tanto obli­ gado por la n atu raleza incom pleta del texto a relacion ar los valores del héroe co n los aco n tecim ien to s con cretos. Sólo el lector puede establecer el grado de rechazo o de pu esta en duda de las n orm as p articu lares, sólo el lector puede h acer com plejos juicios m orales sobre Tom y descu­ b rir que el que su «buen natural» altera las norm as res­ trictivas de los otro s personajes, se debe en p arte a que Tom ca re ce de «prudencia» y de «circu n sp ección ». Fielding no nos lo dice pero, en tanto lectores, lo incluim os en la in terpretación co n el fin de rellenar la «laguna» del texto. E n la vida real podem os en co n trar p erson as que represen­ tan ciertas co n cep cio n es del m undo («cin ism o», «hum anis­ m o», etc.) pero som os nosotros quienes les asignam os ta­ les descripciones en función de las ideas recibidas. E n ella en con tram os sistem as de valores al azar: ningún au to r los elige ni los p red eterm in a, ni tam p o co ap arece ningún hé­ roe para p ro b ar su validez. Por ello, aunque en el texto existan lagunas que rellenar, se en cu en tra m ucho m ás es­ tru ctu rad o que la vida real. Si aplicam os el m étodo de Iser al poem a de W ords­ w orth, co m p rob arem os que la actividad del lector consiste, en prim er lugar, en aju star su punto de vista [(a), (b), (c) y (d)] y, en segundo, en rellenar el «hueco» entre las dos es-, trofas (entre la trascendente espiritualidad y la inm anencia panteísta). E sta ap licación quizás p arezca un poco torpe, porque un poem a co rto no requiere que el lector realice la larga secuencia de ajustes necesaria a la hora de leer una TEORÍA DE LA RECEPCIÓN 77 novela. De todas m aneras, el concepto de «lagunas» sigue siendo válido. No queda claro si Iser desea garantizar el poder del lec­ to r p ara rellenar los huecos del texto o si considera a este últim o co m o árbitro final de las realizaciones del lector, ¿La laguna entre «el hom bre perfecto» y la «falta de juicio del hom bre perfecto» es rellenada por el libre criterio del lec­ tor o p o r un lector guiado por las instrucciones del texto? E n el fondo, el núcleo del enfoque de Iser es fenomenológico: la experiencia de lectu ra del lector se encuentra en el centro del proceso literario. Al resolver las contradicciones entre los diversos puntos de vista que surgen del texto, o al rellenar las lagunas entre puntos de vista, lps lectores in­ co rp o ran el texto a su con cien cia y lo convierten en su pro­ pia experiencia. Al parecer, aunque el texto establezca los térm inos en que el lecto r realiza los sentidos, su propia «cantidad de experiencia» tam bién tiene su parte en el pro­ ceso. L a conciencia existente del lector deberá realizar cier­ tos ajustes internos p ara recibir y analizar los puntos de vis­ ta extraños que el texto presenta. Esta situación perm ite la posibilidad de que la m ism a «concepción del mundo» del lecto r resulte m odificada co m o efecto de la interiorización, gestión y realización de los elementos parcialm ente inde­ term inados del texto. Siem pre podremos aprender algo le­ yendo. P a ra utilizar las palabras de Iser, la lectu ra «nos da la oportunidad de form u lar lo informulado». F is h , R if f a t e r r e , B l e ic h O tras inflexiones (diferentes) de la teoría de la recep­ ción están representadas por los tres críticos que exam ina­ m os a continuación (véase tam bién Jonathan Culler en el cap. 4, m ás adelante). Stanley Fish, el crítico norteam ericano especializado en literatura inglesa del siglo xvii, ha desa­ rrollado una concepción teó rica orientada a la recepción, llam ada «estilística afectiva». Como Iser, se concentra en los ajustes de expectativas que los lectores deben realizar a m edida que recorren el texto, pero los considera en el nivel local inm ediato de la frase. Con mucha timidez, distancia 78 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA su visión de todos los tipos de form alism o (incluida la N ue­ va C rítica norteam ericana) negando al lenguaje literario cualquier posición especial, es decir, afirm ando que utiliza­ m os las m ism as estrategias p a ra interpretar las frases lite­ rarias y las no literarias. Su atención se dirige a las res­ puestas que desarrolla el le cto r en relación con las palabras de las frases tal com o se suceden unas a otras en el tiem po. Al describir el estado de co n cien cia de los ángeles caídos después de haberse precipitado del cielo al infierno, M ilton escribió: «Ni tam poco dejaban de percibir la ap u rad a si­ tu ación del m al», frase que no puede ser considerada equi­ valente a «percibían la ap u rad a situación del m al». Debe­ m os p re sta r atención, sostiene Fish, a la secu en cia de palabras que crea un estado de suspensión en el lector, quien o scila entre dos visiones de la co n cien cia de los án­ geles caídos. E sta opinión se ve debilitada, aunque no refu­ tada, p o r el hecho de que M ilton estaba im itando la doble negación del estilo de la ép ica clásica. L a siguiente frase de W alter P a te r es analizada p o r Fish de m odo especialm ente delicado: «E n esto, com o m ínim o, a las llam as n uestras vi­ das se p arecen : no son sino la co n cu rren cia, renovada a cad a instante, de fuerzas que inician m ás tarde o m ás tem ­ prano su cam ino.» Señala que al interrum pir «co n cu rren cia de fuerzas» con «renovada a cad a instante», P a te r impide que el le cto r establezca u n a im agen m ental definida y esta­ ble, y le obliga en cada etap a de la frase a realizar un ajus­ te en la expectativa y en la interpretación. L a idea de «la con cu rren cia» está alterad a p o r «inician», pero, en seguida, «m ás tard e o m ás tem prano», deja el «inician» en una incertidum bre tem poral. De este m odo, la expectativa de sen­ tido del espectador se ve som etida a un ajuste con tin u o: el sentido es el m ovim iento total de la lectura. Jo n ath an Culler ha dado un apoyo general a los propó­ sitos de Fish, pero lo h a criticad o p o r no h ab er logrado p ro ­ p o rcio n ar una form ulación teó rica apropiada. F ish cree que sus lecturas de las frases siguen sencillam ente la p ráctica natural de los lectores inform ados. Desde su punto de vis­ ta, el lecto r es alguien que posee una «com p eten cia lingüís­ tica», que ha interiorizado el conocim iento sin táctico y se­ m án tico necesario p ara la lectura. Y, de m odo similar, el TEORÍA DE LA RECEPCIÓN 79 «lector inform ado» de textos literarios tiene una «com pe­ tencia literaria» específica (conocim iento de 3as convencio­ nes literarias). Culler hace dos críticas dem oledoras a la postura de Fish: en prim er lugar, lo acu sa de no teorizar so­ bre las convenciones de la lectura, es decir, de no contestar a la pregunta: «¿Qué convenciones siguen los lectores cu an ­ do leen?»; y, en segundo lugar, ata ca su exigencia de leer las frases palabra p or palabra porque es engañosa, ya que no hay ninguna razón para creer que los lectores asimilen las frases de ese m odo gradual. ¿Por qué razón, por ejemplo, da por supuesto que el lector del «Ni tam p oco dejaban de per­ cibir» m iltoniano deberá experim entar la sensación de estar suspendido entre dos puntos de vista? H ay algo artificial en su continua voluntad de ser sorprendido por la siguiente palabra de la frase. Además, tal co m o adm ite el propio Fish, su enfoque tiende a privilegiar aquellos textos que se so ca ­ van a sí m ism os (S elf Consum ing Artifacts [1 9 7 2 ] es el título de uno de sus libros). Elisabeth Freund señala que a fin de sostener su orientación al lecto r Fish tiene que suprim ir el hecho de que la experiencia real de leer no es lo m ism o que un relato verbal de esa experiencia. Al tratar su propia experiencia lecto ra com o un a cto de interpretación en sí m ism o Fish ignora el vacío entre la experiencia y la co m ­ prensión de una experiencia. P o r lo tanto, lo que Fish nos ofrece no es una explicación definitiva de la naturaleza de la lectura, sino lo que Fish entiende p o r su propia expe­ riencia de lectura. E n Is There a Text in This Class? (1 9 8 0 ), Fish reco n o ce que sus p rim eros libros consideraban co m o norm ativa su propia experiencia de lector, aunque prosigue la justifica­ ción de süs posiciones iniciales introduciendo la idea de «com unidades interpretativas». Fish intenta persuadir a los lectores p ara que adopten «una com unidad de supuestos, de modo que, cuan d o lean, hagan lo m ism o que yo hago». P o r supuesto, existirían diferentes grupos de lectores, adop­ tando tipos co n creto s de estrategias de lectura (las del pro­ pio Fish, p o r ejem plo). En esta últim a etapa, las estrategias de una com unidad interpretativa co n cre ta determ inan todo el proceso de lectu ra: tanto la realidad estilística de los tex­ tos com o la experiencia de leerlos. Si aceptam os la noción 80 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORANEA de com unidades interpretativas, ya no será necesario elegir entre h acer preguntas sobre el texto o sobre el lector: el pro­ blem a del objeto y el sujeto habrá desaparecido. Sin em ­ bargo, el precio que se paga por esta solución es elevado: al red ucir todo el p ro ceso de producción de significado a las convenciones ya existentes de la com unidad interpretativa, Fish parece ab an d o n ar toda posibilidad de desviar inter­ pretaciones o resistencias a las n orm as que gobiernan los actos de la interpretación. Tal y co m o señala Elisabeth Freund: «La llam ada al im perialism o del acu erd o puede ha­ ce r estrem ecer a los lectores cuya experiencia de com uni­ dad sea m enos benigna de lo que Fish supone.» E l sem iótico francés M ichael R iffaterre coincide co n los form alistas rusos al considerar la poesía co m o un uso es­ pecial del lenguaje. E l lenguaje norm al es práctico y se uti­ liza para referirse a cierto tipo de «realidad», m ientras que el lenguaje poético se cen tra en el m ensaje com o un fin en sí m ismo. Tom a esta visión form alista de Jakobson, aunque en un fam oso ensayo ataca la interpretación que éste y Lévi-Strauss hacen del soneto «Les chats» de Baudelaire. Riffaterre dem uestra que las propiedades lingüísticas que ven en el poem a n o pueden ser percibidas ni siquiera por un lector inform ado. E l enfoque estructuralista pone de m anifiesto todos los tipos de m odelos gram áticos y fonéti­ cos, pero no todas estas propiedades pueden form ar p arte de la estru ctu ra p o ética para el lector. E n un revelador ejemplo, objeta una afirm ación de estos autores según la cual al acab ar el verso con la palabra volupté (en lugar de plaisir, por ejem plo), B audelaire está utilizando un nom bre femenino (la volupté) para una rim a «m asculina», creando con ello una am bigüedad sexual en el poem a. Riffaterre se­ ñala con acierto que un lector razonablem ente experim en­ tado puede m uy bien no haber oído nunca hablar de los conceptos técn icos de rim a «m asculina» o «femenina». Sin em bargo, Riffaterre tiene alguna dificultad a la hora de ex­ plicar por qué algo percibido por Jakobson no cuenta co m o prueba de lo que los lectores perciben en el texto. Riffaterre desarrolla su teoría en Sem iotics o f Poetry (1 978), donde sostiene que los lectores com petentes van m ás allá del sentido superficial. Sí consideram os un poem a TEORIA DE LA RECEPCIÓN 81 co m o una sucesión de enunciados, estam os lim itando nues­ tra atención a su «sentido», que es sim plem ente lo que se puede d ecir representado en unidades de inform ación. Al p restar atención únicam ente al «sentido» del poem a, lo re­ ducim os (con toda seguridad de modo absurdo) a una ca­ dena de fragmentos sin relacionar. Una respuesta válida p arte de la constatación de que los elem entos (signos) de un p oem a se apartan con frecuencia de la g ram ática o de la re­ p resentación normales; el poem a parece estab lecer una sig­ nificación sólo de m odo indirecto y con ello «am enaza la re­ p resentación literaria de la realidad». P ara com prender su «sentido», sólo se necesita la com petencia lingüística nor­ m al; pero para hacer frente a las frecuentes «agram aticalidades» que se encuentran en la lectura de un poem a, el lec­ tor deberá poseer una «com petencia literaria» (p ara ampliar la información sobre este término, véase Culler, m ás adelante). E n fren tad o al escollo de la agram aticalidad durante el pro­ ceso de la lectura, el lector se ve obligado a d escubrir un se­ gundo (y m ás elevado) nivel de significación que explique los aspectos agram aticales del texto. Y lo que al final que­ d ará al descubierto será una «matriz» estru ctu ral que pue­ de reducirse a una simple frase o, incluso, a u n a simple pa­ labra. Dicha m atriz sólo se puede deducir de modo indirecto y no se halla realm ente presente co m o palabra o enunciado en el poem a, con el que se relacion a mediante versiones reales de la m atriz en form a de enunciados fami­ liares, tópicos, citas o asociaciones convencionales. Tales versiones reciben el nom bre de «hipogram as». L a m atriz p rop orcion a en últim a instancia la unidad del poem a. El p roceso de lectura puede resum irse así: 1. 2. 3. 4. Intentar leer el «sentido» normal. Destacar los elementos que parecen agram aticales y que obs­ taculizan una interpretación mimética normal. Descubrir los «hipogramas» (o lugares com unes) que tienen una expresión ampliada o poco familiar en el texto. Deducir la «matriz» de los «hipogramas»; esto es, hallar un simple enunciado o palabra capaz de generar los «Hipogra­ mas» y el texto. Si aplicam os esta teoría al poem a de W ordsw orth «Un so p o r selló mi espíritu» (véase p. 67), llegaríam os finalmen­ 82 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA te a la m atriz «espíritu y m ateria». Los «hipogram as» reelaborados en el texto son: 1) la m uerte es el fin dé ía vida, 2) el espíritu hum ano no puede morir, y 3) en la m uerte vol­ vemos a la tierra de la que vinimos. El poem a consigue su unidad reelaborando estos lugares com unes de un modo inesperado a partir de una m atriz básica. No cab e duda de que la teoría de Riffaterre parecería m ás poderosa si hubie­ ra expuesto aquí sus propios ejemplos de B audelaire o Gau­ tier. Su enfoque parece m u ch o m ás apropiado co m o m éto­ do para leer poesía difícil, a co ntracorriente de la g ram ática o sem ántica «norm ales». Com ó teoría general de la lectura, presenta m úchas dificultades, entre las cuales no es la m e­ nor su rechazo de varios tipos de lectura que podríam os considerar perfectam ente co rrecto s (por ejemplo, leer un poema por su m ensaje político). Un crítico am ericano que ha derivado planteam ientos de la teoría de la recepción de la psicología es David Bleich. Su obra Subjective Criticism (1 9 7 8 ) constituye un sofistica­ do razonam iento en favor del cam bio de un p aradigm a ob­ jetivo por uno subjetivo en teoría crítica. Sostiene que los filósofos de la ciencia m odernos (en especial T. S. Kuhn) han negado con toda razón la existencia de un m undo ob­ jetivo de hechos. Incluso en ciencia, las estru ctu ras m enta­ les de quien percibe deciden lo que cuenta co m o h ech o ob­ jetivo: «La gente hace el conocim iento, no lo encuentra, porque el objeto de observación se m odifica en el acto de observación.» Insiste adem ás en que los progresos del «co­ nocimiento» se encuentran determ inados por las necesida­ des de la com unidad. Cuando decim os que la «ciencia» ha sustituido a la «superstición», no estam os describiendo el paso de las tinieblas a la luz, sino simplem ente un cam bio de paradigm a que tiene lugar cuando algunas necesidades urgentes de la com unidad en tran en conflicto co n las viejas creencias y piden otras nuevas. La «crítica subjetiva» se basa en el supuesto de que «la motivación m ás urgente de cad a persona es com prenderse a sí m ism a». A partir de experiencias realizadas en clase, Bleich distinguió entre la «respuesta» espontánea del lector ante el texto y el «sentido» que aquél le atribuía. E sto últi­ mo es presentado norm alm ente com o una interpretación TEORÍA DE LA RECEPCIÓN 83 «objetiva» (algo que se plantea p ara discutir en una situ a­ ción pedagógica), aunque se deriva n ecesariam ente de la respuesta subjetiva del lector. Cualquiera que sea el sistem a de pensam iento em pleado (m oral, m an u sta, estructurales ta, psicoanalítico, e tc.), las interpretaciones de los textos parti­ culares reflejarán la individualidad subjetiva de una «res­ puesta» personal. Sin una base de «respuesta», la aplicación de sistem as de pensam ientos se verá rebajada a sim ple fór­ m ula vacía derivada de dogmas recibidos. Las in terp reta­ ciones particulares cobran m ayor sentido cuando los críti­ cos se tom an la m olestia de explicar el origen y desarrollo de sus concepciones. L a teoría de la recepción no tiene un punto de partida filosófico único o predom inante. L o s autores a los que he­ m os pasado revista pertenecen a diferentes tendencias. Los alem anes Iser y Jau ss parten de la fenom enología y de la herm enéutica en sus intentos de d escribir el p ro ceso de lec­ tu ra en térm inos de conciencia del lector. R iffaterre p resu ­ pone un lecto r co n una com petencia literaria específica, m ientras Stanley Fish cree que los lectores responden a la serie de palabras de las frases, sean o no literarias. B leich considera la lectu ra com o un p roceso que depende de la psicología subjetiva del lector, Y en el capítulo 7 verem os có m o Roland B arth es anuncia el fin del reinado del e stru c­ turalism o, al ad m itir el poder del lecto r p ara c re a r «senti­ dos» m ediante la «apertura» del texto al interm inable ju eg o de los «códigos». Cualquiera que sea nuestro ju icio h acia estas teorías orientadas a la recepción, no cab e duda de que constituyen un reto im portante p a ra la h egem on ía de las teorías orientadas al texto de la Nueva C rítica y del fo rm a ­ lism o. A p artir de ahora, no se podrá h ab lar del sen tid o de un texto sin con sid erar la contribución del lector. B ib lio g r a fía s e le c c io n a d a Textos básicos Bleich, David, Subjective Criticism, Jo h n H opkins U niversity P ress, Baltim ore y L ondres, 1978. 84 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA E c o , Um berto, The Role o f the Reader: Explorations in the S em io ­ tics o f Texts, Indiana University Press, Bloom ington, 1979. F ish , Stanley, Self-C on su m in g Artifacts: The E xperien ce o f Sevente­ enth-Century Literature, California University Press, B lo o ­ m ington, 1979. — , Is There a Text in This Class? The Authority o f Interpretive Com m unities, H arvard University Press, Cambridge, MA, 1980. — , Doing What Com es Naturally: Changes, Rhetoric, and the Prac­ tice o f Theory in Lirterary a nd Legal Studies, Clarendon Press, Oxford, 1990. Ingarden, R om an, The Literary Work o f Art, trad. George G. G rabow icz, N orthw estern University Press, Evanston II, 1 973. Iser, W olfgang, The Im plied Reader, Joh n H opkins University Press, B altim ore, 1974. — , The Act o f R eading: A Theory o f Aesthetic R esponse, John H op­ kins University P ress, B altim ore, 1978. — , Prospecting. F ro m R eader Response to Literary Anthropology, Jo h n Hopkins University, B altim ore, 1989. Ja u ss, Hans R., Toward an Aesthetic o f R eception, trad. T. B ah ti, H arvester W heatsheaf, Hemel H am pstead, 1982. Miller, J. Hillis, Thom as Hardy: Distance a nd Desire, Oxford Uni­ versity Press, O xford, 1970. — , Theory Now a nd T hen, H arvester W heatsheaf, Hem el H am p ­ stead, 1991. P rince, Gerald, «In trod u ction to the study of the narratee» en Thorrtpkins (m ás adelante). Riffaterre, M ichael, «D escribing Poetical S tructu res: Two Appro­ aches to Baudelaire's Les Chats», en Structuralism , J. E h rm an n (ed.), Doubleday, G arden City, Nueva York, 1970. — , Sem iotics o f Poetry, Indiana University Press, Bloom ington; M ethuen, L on d res, 1978. — , Text Production, C olum bia University Press, N ueva York, 1983. Suleim an, Susan y C rosm an , Inge (eds.). The Reader in the Text: Essays on A ud ience a nd Interpretation, Princeton University Press, Princeton, N J, 1980. Tompkins, Jan e P. (ed.), Reader-Response Criticism : F rom Form alism to Post-Structuralism , John Hopkins University Press, B altim ore y L on d res, 1980. Lecturas avanzadas Cf. «Introductions» a Suleim an y C rosm an, The R eader in the Text y Tompkins, R eader-R esponse Criticism (m ás atrás). TEORÍA DE LA RECEPCIÓN 85 E agleton , Terry, Literary Theory: An Introduction, BasilBlackwell, O xford, 1983, cap. 2. Freu nd , Elizabeth, The Return o f the Reader: Reader-Response Cri­ ticism , Methuen, Londres y Nueva York, 1987. Holub, R obert C., Reception Theoiy: Acritical Introduction, Me­ thuen, Londres y Nueva York, 1984. M cGregor, G raham y W hite, R. S. (eds.), Reception a nd Response: H earer Creativity a nd the Analysis o f Spoken a nd Written Texts, R outledge, Londres, 1990. Sutherland, John, «Production and Reception of the Literaiy Book», en Encyclopaedia o f Literature and Criticism, Martin Coyle, Peter Garsidc, Malcorn Kelsall y John Peck (eds.), Rout­ ledge, Londres, 1990. C a p ít u l o 4 TEORÍAS ESTRUCTURALISTAS L a aparición de ideas nuevas suele provocar reaccion es anliintelectuales y filisteas. Ello ha sido especialm ente cier­ to en el caso de la acogida otorgad a,a las teorías que han recibido el nom bre de «estructuralistas». L a visión que el estructuralism o tenía de la literatura desafiaba una de las creencias m ás queridas del lector corriente. Durante m ucho tiempo pensam os que la obra literaria era el producto de la vida creativa de un autor y que expresaba su yo esencial, que el texto era el lugar en el que entrábam os en com unión espiritual o hum anística con sus ideas y sentim ientos. Tam ­ bién estaba extendida la opinión según la cual un buen li­ bro decía la verdad acerca de la vida hum ana: que las no­ velas y las ob ras de teatro intentaban m ostram os las cosas tal com o eran. Los estructuralistas han intentado d em o strar que el a u to r h a «muerto» y que el discurso literario no tiene una función de verdad. En la reseña de un libro de Jonathan Culler, Joh n Bayley hablaba en nom bre de los antiestructuralistas al decir que «el pecado de los sem ióticos es su pretensión de destruir nuestro sentido de la verdad en la ficción... E n u na buena narración, la verdad precede a la ficción y p erm anece separada de ella». E n un ensayo de 1968, R oland B arth es exponía co n vigor el punto de vis­ ta estructuralista y afirmaba que los escritores sólo tienen el poder de m ezclar textos ya existentes, de volverlos a ju n ­ ta r y a desplegar, y que los escritores no pueden u sar sus textos para «expresarse», sino sólo inspirarse en ese in­ menso diccion ario del lenguaje y la cultura que «ya está es­ 88 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA crito» (para utilizar una expresión favorita de Barthes). No seria equivocado utilizar ei térm ino «antinum anisía» p ara describir el espíritu del estructuralism o. De hecho, los mism os estructuralistas han utilizado este adjetivo para poner de relieve su oposición a todas las form as de crítica litera­ ria en las que el sujeto hum ano sea la fuente y el origen de significado literario. E l t r a s f o n d o l in g ü ís t ic o L a obra del lingüista suizo Ferdinand de Saussure, re­ copilada y publicada tras su m uerte en un único volumen. Curso de Lingüística G eneral (1 9 1 5 ), ha tenido una profun­ da influencia en la form ación de la teo ría literaria co n tem ­ poránea. Los dos co n cep tos básicos de S aussure responden a las preguntas: «¿Cuál es el objeto de la investigación lin­ güística?» y «¿Cuál es la relación entre las palabras y las c o ­ sas?» Saussure hace una distinción fundam ental entre len­ g u a y habla, entre el lenguaje com o sistema, co n elem entos reales preexistentes, y los enunciados individuales. La len­ gua es el aspecto social del lenguaje: el sistem a com ún al que (de m odo inconsciente) recu rrim os en tanto hablantes. E l habla es la realización individual del sistem a en los c a ­ sos reales de lenguaje. E s ta distinción es esencial en todas las teorías estructu ralistas posteriores. E l verdadero objeto de la lingüística es el sistem a que subyace a toda p ráctica hum ana con significado, no los enunciados individuales. Así, si exam inam os poem as co n cretos, m itos o p rácticas económ icas, lo que harem os será in ten tar descubrir el sis­ tem a de reglas — la g ram ática— utilizado. Después de todo, los seres hum anos utilizan las palabras de m odo muy dife­ rente a los loros: a diferencia de ellos, poseen un dom inio de las reglas del sistem a que les p erm ite producir un nú­ m ero infinito de frases co rrectam en te construidas. Saussure rech azab a la idea del lenguaje co m o una a cu ­ m ulación creciente de palabras con la función básica de re­ ferirse a las cosas del m undo. Según él, las palabras no son sím bolos que se corresponden a referentes, sino «signos» form ados p or dos lados (com o las dos ca ra s de una hoja de TEORÍA S ESTRUCTURALISTAS 89 papel): una m arca, escrita u oral, llamada «significante» y un co n cep to (aquello en que se piensa cuando se produce la m a rca ) llamado «significado». El modelo que podría re­ presentarse del modo siguiente: SÍMBOLO = COSA Y su propio modelo: significante StGNO = — —----- -------;— significado L as «cosas» no tienen lugar en este m odelo, los ele­ m entos del lenguaje no adquieren sentido com o resultado de alguna conexión entre las palabras y las cosas, sino en tanto p artes de un sistem a de relaciones. Pensem os en el sistem a de signos de los sem áforos: rojo - ám b ar - verde significante («rojo») significado («parar») E l signo únicam ente tiene significado en el interior del sistem a «rojo = parar/verde - continuar/ám bar - cam bio al rojo o al verde». La relación entre significante y significado es arb itraria: no existe ningún lazo natural entre rojo y pa­ rar, independientemente de lo natural que pueda parecernos. A p artir de su unión al M ercado Com ún, los ingleses tuvieron que adoptar para el código de los cables eléctricos nuevos colores que debieron parecerles antinaturales (m a­ rrón, en lugar de rojo, para activo; azul, en lugar de negro, p ara n eutro). En el sistem a de las luces de tráfico, cad a co ­ lor to m a un sentido, no afirm ando un significado positivo e unívoco, sino m arcando una diferencia, una distinción en el in terior de un sistem a de oposiciones y con trastes: la luz «roja» equivale a la «no verde» y la «verde» a la «no roja». E l lenguaje es uno m ás entre los sistem as de signos (al­ gunos creen que es el fundam ental). L a ciencia que los es­ tudia se llama «semiótica» o «sem iología». Aunque norm al­ 90 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA m ente se considera que el estructuralism o y la sem iótica pertenecen al m ism o universo teórico, debe aclararse que εΐ prim ero se interesa a m enudo por sistem as que no utilizan «signos» propiam ente dichos (las relaciones de paren tesco, por ejem plo, indicando de esta m anera sus orígenes en la antropología, igualmente im portantes — véanse las referen ­ cias a Lévi-Strauss más adelante— ), pero que se pueden tratar de la m ism a form a co m o sistem as de signos. E l filósofo n orteam erican o C, S. Pierce h a realizado una útil distinción entre tres tipos de signos: el «icónico» (cuando el signo se parece a su referente: el dibujo de un barco o la señal de trá ­ fico p ara señalar desprendim ientos), el «indicador» (cu a n ­ do el signo está asociado, posiblem ente de m odo cau sal, con su referente: el hum o co m o indicio de fuego o las nu­ bes co m o indicio de lluvia) y el «simbólico» (cu an d o tiene una relación arbitraria con su referente: el lenguaje). E l sem iótico m oderno m ás destacado es Yury L o tm an de la antigua URSS. D esarrolló los tipos de estru ctu ralism o saussuriano y checo en obras tales com o The Analysis o f the Ppetic Text (1 9 7 6 ). Una de las principales diferencias en tre L otm an y los estructuralistas franceses es su reten ció n de la evaluación en sus análisis. Piensa que las obras literarias tienen m ás valor porque tienen una «m ayor ca rg a in fo rm a­ tiva» que los no literarios. Su planteam iento co m p o rta el r i­ gor de la lingüística estru ctu ralista y las técn icas de la le c­ tura m in uciosa de la N ueva C rítica. M aria Corti, C aesare Segre, U m berto E c o (p ara un breve debate sobre su figura co m o novelista posm odem o, véase más adelante) en Italia y M ichael Riffaterre (véase cap . 3) en Fran cia son los p rin ­ cipales exponentes europeos de la sem iótica literaria. Los prim eros desarrollos im portantes en el cam p o del estructuralism o se relacion aron con el estudio de los fone­ m as, la unidad m ás pequeña del sistem a de la lengua. E l fonem a es un sonido dotado de sentido que puede ser recon ocido o percibido p o r el hablante. N osotros no r e c o ­ nocem os los sonidos co m o si fueran trozos de ruido co n sentido, sino que los clasificam os com o diferentes en c ie r­ tos asp ectos a otros sonidos. Barthes insistió sobre este principio en el título de su libro m ás fam oso S/Z, que re ú ­ ne las dos sibilantes del título de la obra de B alzac Sarrasi- TEORÍAS ESTRUCTURALISTAS 91 ne (/saRazin/), que se diferencian foném icam ente al ser la prim era sorda /s/ y la segunda son ora /z/. P o r otro lado, existen diferencias de sonido en el nivel fonético (no foném ico) que no se reconocen en inglés: el sonido /p/ de p in es evidentem ente diferente del sonido /p/ de spin; sin em b ar­ go, los hablantes ingleses no p ercib irán la diferencia porque ésta no «distribuye» sentido en las palabras de la lengua. Si articulam os sbin, un inglés oirá probablem ente spin. Lo esencial de esta cuestión es que bajo nuestro uso del len­ guaje existe un sistema, un m odelo de pares opuestos: de oposiciones binarias. En el nivel de los fonem as, incluye: nasal-no nasal, vocálico-no vocálico, so n o ra-so rd a, tensa-floja. E n cierto m odo, los hablantes p arecen h ab er interiorizado un conjunto de reglas que se m anifiesta en evidente co m ­ petencia a la h o ra de utilizar el lenguaje. E sta clase d e «estructuralism o» se halla presente en la obra de la antropóloga Mary Douglas (el ejem plo es de J o ­ nathan Culler). Dicha autora pasa revista a las ab o m in acio ­ nes del Levítico, según las cuales, siguiendo un principio aparentem ente aleatorio, algunas cria tu ra s son p uras y otras im puras, y resuelve el problem a co n stru yen d o el equi­ valente de un análisis foném ico en el que intervienen dos reglas: 1. 2. «Los aním ales rum iantes y de p ezu ñ a hendida son el modelo apropiado de co m id a p a ra los p as­ tores», los animales que sólo cu m p len u n a de las condiciones (cerdo, liebre, e tc.) se co n sid eran im ­ puros. Una segunda regla se ap lica si la p rim e ra no es pertinente: toda criatu ra debe e s ta r en el elem en­ to al que se ha adaptado b io ló g icam en te: así, el p escado sin aletas es im puro. En un nivel m ás com plejo, la an tro p o lo g ía d e 'LéviStrauss lleva a ca b o un análisis «foném ico» de mitos;,' ritos y estructuras de parentesco. E n lu g ar de p reg u n tarse por los orígenes y las causas de las prohibiciones, los m ito s o los ritos, el investigador estructuralista b u sca el siste m a de di­ ferencias que se oculta bajo una p rá ctica h u m a n a co n creta. 92 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORANEA Como m uestran estos ejemplos tom ados de la an tro p o ­ logía, los estru ctu ralistas intentan descubrir ia «gram ática», la «sintaxis» o los esquem as «foném icos» de sistem as de significado hu m an os concretos, ya sean relaciones de pa­ rentesco, vestidos, alta cocina, discursos narrativos, m itos o tótems. Los ejem plos m ás claros de tales análisis se en­ cuentran en los prim eros escritos de Roland B arthes, espe­ cialmente, en Mythologies (1957) y en Système de la m ode (1967). L a téoría en la que se basan dichos análisis está ex­ puesta en Elem entos de semiología (1 9 6 7 ). E l principio según el cual los acto s hum anos presupo­ nen un sistem a recibido de relaciones diferenciales es apli­ cado por B arth es a todas las p rácticas sociales, que inter­ preta com o sistem as de signos que operan com o el m odelo del lenguaje. Cualquier «habla» (parole) presupone un sis­ tem a (langue). B a rth es reconoce que el sistem a de la lengua puede cam biar, y que los cam bios se inician en el «habla»; no obstante, en cualquier m om ento dado existe un sistem a en funcionam iento, un conjunto de reglas de las cuales se derivan todas las «hablas». Cuando B arthes exam ina, por ejemplo, la cuestión del vestido, no concibe la elección com o una cuestión de expresión personal o de estilo indivi­ dual, sino co m o un «sistem a del vestir» que funciona co m o un lenguaje que divide en «sistem a» y «habla» («sin­ tagm a»). Sistema Sintagm a «Conjunto de ' elem entos, par­ tes o detalles que n o pueden llevarse al m ism o tiem po en la «Yuxtaposición en el m is­ m o tipo de vestido de di­ ferentes elem entos: fal- d?.-bl!!S»'-chaqueí&.» variación corresp ond e a un cam bio en el significado del vestir: toca-som b rero-cap u ch a, etcétera.» Para que una prenda «hable», elegimos un conjunto (sintagm a) p articu lar de elementos, cad a uno de los cuales podría ser reem plazado por otros. Un conjunto (chaqueta de sporí/pantalones de franela grises/cam isa blanca) es el equivalente de una frase específica pronunciada por un ín- TEO RÍA S ESTRUCTURALISTAS 93 dividuo para un propósito concreto: los elem entos encajan entre sí para constituir un tipo de enunciado y para evocar un significado o estilo. E n realidad, nadie puede actuar el sistem a m ism o, pero la selección que cad a uno hace de ele­ m entos de los conjuntos de prendas que lo conform an, ex­ presa su competencia en la utilización del sistem a. Barthes tam bién ofrece un ejemplo culinario: Sistem a Sintagm a «Conjunto de alim entos con afinidades o diferencias en el in terio r del cual se elige un p lato co n vistas a cierto signifi­ cad o: tipos de entradas, asados o dulces.» «Secuencia real de los elegidos duran te una co ­ mida: m enú.» (E l m enú de un restaurante a la ca rta posee am bos ni­ veles: entrada y ejem plos.) N a R R ATO LO G ÍA ESTR U C TU RALISTA A plicar el m odelo lingüístico a la literatura puede pare­ ce r algo sem ejante a vendim iar y llevarse uvas de postre. Después de todo, si la literatura ya es lingüística ¿qué sen­ tido tiene entonces exam inarla a la luz de un modelo lingüístico? Por un lado sería un error identificar «literatu­ ra» y «lenguaje»: es cierto que la literatura utiliza el len­ guaje com o medio, pero eso no significa que la estructura de la literatura sea idéntica a la estructura del lenguaje: las unidades de la estru ctu ra literaria no coinciden con las del lenguaje. Así, cuando el narratologista búlgaro Tzvetan Todorov abogaba por una nueva poética que estableciera una «gram ática» general de la literatura, hablaba de las re­ glas im plícitas que rigen la práctica literaria. Y, por otro lado, los estructuralistas están de acuerdo en que la litera­ tu ra tiene una relación especial con el lenguaje: llama la atención sobre su naturaleza m ism a y sobre sus propieda­ des específicas. E n este sentido, la poética estructuralista se en cuen tra muy ce rca del formalismo. 94 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA L a teoría narrativa estructuralista se desarrolla a partir de ciertas analogías lingüísticas. La sintaxis (las regias de co n stru cció n de frases) constituye el m odelo b ásico de las reglas narrativas. Todorov y otros autores hablan de «sinta­ xis narrativa». L a división sin táctica m ás elem ental es la que se h ace entre sujeto y predicado: «El caballero (sujeto) m ató al dragón con la espada (predicado).» E sta frase po­ dría ser el núcleo de un episodio o de todo un cu en to: aun­ que pongam os un nom bre (Lancelot o Gawain) en lugar de «caballero» y cam biem os «espada» por «hacha», la estruc­ tu ra esencial será la m ism a. Desarrollando esta analogía en­ tre n a rra ció n y estructura de la frase, V ladim ir Propp ela­ boró su teoría de los cuentos folclóricos rusos. E l planteam iento de Propp puede entenderse si com pa­ ram o s el «sujeto» de una frase con los personajes típicos (héroe, villano, etc.) y el «predicado» con los acontecim ien­ tos típicos de tales narracion es. Aunque exista una enorm e profusión de detalles, todos los cuentos están construidos sobre el m ism o conjunto de trein ta y una «funciones». Una función es la unidad b ásica del lenguaje narrativo y hace re­ ferencia a las acciones significantes que form an la narra­ ción. Siguen una secuencia lógica y, aunque ningún cuento las incluye todas, en todos los cuentos las funciones con­ servan su orden. El últim o grupo de funciones es el si­ guiente: 25. 26. 2 7. 2 8. 2 9. 3 0. 3 1. El La El El El El El héroe debe enfrentarse a una em presa difícil. em presa se lleva a cabo. héroe es reconocido. falso héroe o .el villano quedan en evidencia. falso héroe recib e una nueva apariencia. villano es castigado. héroe Se ca sa y sube al trono. No es difícil, darse cu en ta de que estas funciones no sólo se presentan en los cu en tos folclóricos rusos y en los cuen­ tos folclóricos no rusos, sino tam bién en com edias, mitos, epopeyas, libros de caballerías y narraciones en general. De todos m odos, las funciones de Propp poseen cierta simpli­ cidad arquetípica que h ace necesaria cierta elaboración a la TEORÍA S ESTRUCTURALISTAS 95 hora de aplicarlas a textos m ás com plejos. E n el m ito de Edipo, p or ejem plo, Edipo se enfrenta ai problem a de re­ solver el enigm a de la esfinge, el problem a se resuelve, el héroe es recon ocid o, se casa y sube al trono. Sin em bargo, Edipo es al m ism o tiempo el falso héroe y el villano, queda en evidencia (m ató a su padre en el cam ino a Tebas y se casó con su m adre, la reina) y se castiga a sí m ismo. Propp añadió siete «ám bitos de acción» o roles a las treinta y una funciones: villano, donante (proveedor), colaborador, prin­ cesa (persona buscada) y su padre, ejecutor, héroe (b u sca­ dor o víctim a) y falso héroe. El m ito de Edipo requiere la sustitución de «princesa y su padre» por «m adre/reina y m arido». Un personaje puede rep resen tar varios roles o va­ rios personajes pueden representar el m ism o. Edipo es a la vez héroe, proveedor (libera Tebas de la plaga al solucionar el enigm a), falso héroe, e, inclusive, villano. Claude Lévi-Strauss, el antropólogo estructuralista, ha analizado el m ito de Edipo de un m odo verdaderam ente es­ tructuralista en su utilización del m odelo lingüístico. Llam a «mitemas» a las unidades del m ito (com párese con m orfe­ m as de la lingüística), que se organizan en oposiciones bi­ narias (véase p. 9 1 ), com o las unidades lingüísticas básicas. La oposición general que subyace en el mito de Edipo se produce entre dos concepciones sobre el origen de los seres hum anos: (a) que nacen de la tierra y (b) que nacen del co i­ to. Los diferentes m item as se agrupan a un lado o a otro de la antítesis entre (a) la sobrevaloración de los lazos de pa­ rentesco (E d ip o se casa con su m adre, Antigona entierra a su herm ano de m odo ilegal) y (b) la subvaloración de estos lazos (Edipo m ata a su padre, Eteo cles m ata a su h erm a­ no). Lévi-Strauss no se interesa p o r la secuencia narrativa, sino por el esquem a estructural que da sentido al m ito: bus­ ca su estru ctu ra «foném ica». Cree que el modelo lingüísti­ co que utiliza sirve p ara d esen m ascarar la estructura bási­ ca de la m ente hum ana, la estru ctu ra que rige el m odo en que los seres hum anos m odelan sus instituciones, creacio ­ nes y form as de saber. A. J. G reim as, en su Sém antique Structurale (1966), ofre­ ce una elegante versión actualizada de la teoría de Propp. M ientras P ropp se limitó a un género, Greimas intenta al­ LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA 96 canzar la «gram ática» universal de la n arrativ a m ediante la aplicación del análisis sem án tico de la estru ctu ra de la fra­ se. E n lugar de los siete «ám bitos de acció n », propone tres pares de oposiciones binarias que incluyen los seis roles (actantes) que necesita: Sujeto/Objeto Rem itente/D estinatario Colaborador/Oponente Estos pares describen los tres esquem as básicos a los que quizás recu rra tod a n arración : 1. 2. 3. Deseo, búsqueda o propósito (sujeto/objeto). C om unicación (rem itente/destinatario). Ayuda au xiliar u o bstaculización (colaborador/opo­ nente). Si los aplicam os al Edipo rey de Sófocles, obtenem os un análisis m ás penetrante que el que resu lta de la utilización de las categorías de Propp: 1. Edipo b u sca al asesino de Layo. Irónicam ente se busca a sí m ism o (es a la vez sujeto y objeto). 2. El orácu lo de Apolo p redice los pecados de Edipo. Tiresias, Y ocasta, el m ensajero y el pastor, de m odo consciente o inconsciente, co n firm an su veracidad. L a obra tra ta de la errón ea interpretación del m en ­ saje por p arte de Edipo. 3. Tiresias y Y o casta tratan de evitar que Edipo descu­ bra el asesino. De m odo involuntario, el m ensajero y el p astor lo ayudan en la búsqueda. E l propio Edipo obstaculiza la co rre cta interp retación del m ensaje. Como se puede observar, la reelab oración que h ace Greimas de Propp se sitúa en la m ism a dirección del esquem a «fonémico» de Lévi-Strauss. Aunque en este sentido, el pri­ mero es m ás auténticam ente «estructuralista» que el for­ malista ruso ya que piensa en térm inos de relaciones entre entidades m ás que en el ca rá c te r de las entidades m ism as. Al repasar las diferentes secuencias narrativas, reduce las TEORIA S 97 e s t r u c t u r a l is t a s trein ta y una funciones de Propp a veinte y las reúne en tres estru ctu ras (siniagm as): «contractual», «ejecutiva» y «dis­ yuntiva». L a prim era (y m ás interesante) se refiere al esta­ blecim iento o ruptura de contratos y reglas. Las narraciones pueden utilizar cualquiera de las estructuras siguientes: co n trato (o prohibición) ^ transgresión Í U , * j j \ falta de contrato(desorden) ► castigo establecim iento del , , contrato (orden) L a narración de Edipo posee la p rim era estructurá: transgrede la prohibición co n tra el parricidio y el incesto, y se castig a por ello. L a ob ra de Tzvetan Todorov es una recapitulación de la de Propp, Greimas y otros. E n ella, todas las reglas sintác­ ticas del lenguaje se vuelven a plantear en versión narrati­ va: reglas de m ediación, predicación, funciones verbales y adjetivales, modos y aspectos, etc. La unidad narrativa mí­ nim a es la «proposición», que puede ser un «agente» (una persona, p o r ejemplo) o un «predicado» (una acción ). La es­ tru ctu ra proposicional de una narración puede describirse del m odo m ás abstracto y universal. Utilizando el método de Todorov, obtendríam os las siguientes proposiciones: X es rey Y es la m adre de X Z es el padre de X X se casa con Y X m ata a Z É stas son algunas de las proposiciones que constituyen el m ito de Edipo: X es Edipo, Y, Yocasta y Z, Layo. Las tres p rim eras denom inan agentes, la prim era y las dos últimas contienen predicados (ser rey, casarse, m a ta r ). Los predica­ dos pueden funcionar co m o adjetivos y h acer referencia a estados estáticos (ser rey), o pueden o p erar de m odo diná­ m ico co m o verbos p ara in d icar transgresiones de la ley y son, p o r lo tanto, los tipos m ás dinám icos de proposición. Después de establecer la unidad m ás pequeña (proposi­ ción), Todorov describe dos niveles m ás elevados de orga­ nización: ía secuencia y el textrx Un grupo de proposiciones form a una secuencia. L a secuencia básica se com pone de 98 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA c in c o proposiciones que describen un estado que se ve al­ terado y es restablecido, aunque de modo diferente. E stas cin co proposiciones pueden designarse así: Equilibrio1 (paz, por ejem plo) Fuerza1 (invasión enem iga) Desequilibrio (guerra) Fuerza2 (derrota del enem igo) Equilibrio2 (paz sobre nuevos térm inos) Finalmente, la sucesión de secuencias form a el texto. Las secuencias pueden organizarse de m uchos m odos: por imbricación (una historia dentro de una historia, una disgresión , etc.), por enlazam iento (una cadena de secuen­ cias)» Por alternancia (entrelazam iento de secuencias) o por una com binación de estas posibilidades. Todorov o frece vi­ vidos ejemplos en el análisis del D ecam erón de B o cca ccio (Gramática del Decamerón, 1969; véase tam bién su poste­ rior [1978] análisis de E l corazón de las tinieblas de Conrad, en A Practical Reader, cap. 6). Su intento de establecer una sintaxis universal de la narrativa tiene todo el asp ecto de una teoría científica. Com o verem os, contra esta postura pretendidamente objetiva reaccio n arán los p o stestru ctu ra­ listas. Gérard Genette desarrolló su com pleja y p oderosa teo ­ ría del discurso en el m arco de un estudio de E n busca del tiempo perdido de Proust. D epuró la distinción de los for­ malistas rusos entre «tram a» y «narración» (véase cap. 2), dividiendo el texto en tres niveles: historia (histoire), dis­ cu rso (récit) y narración. P o r ejemplo, en Eneida, II, E n eas es el narrador que se dirige a un público (narración): pre­ senta un discurso y este discurso representa aco n tecim ien ­ tos en los que él aparece co m o personaje (historia). E stas dimensiones de la narración se relacionan en tres aspectos, que Genette deriva de las tres propiedades del verbo: tiem­ po, modo y voz. Para poner sólo un ejemplo, su distinción entre «modo» y «voz» clarífica los problem as que pueden surgir del familiar concepto de «punto de vista». A m enudo no distinguimos entre la voz del narrador y la perspectiva (modo) de un personaje. E n G randes esperanzas, Pip pre- TEO RÍA S ESTRUCTURALISTAS 99 senta la perspectiva de su yo m ás joven a través de la voz narrativa de su yo mayor. El ensayo de Genette «Frontiers of narrative» (1 9 6 6 ) ofrece un resum en general de los problem as de la narración que no ha sido superado. E xam in a el problem a de la teoría de la narración recurriendo a tres oposiciones binarias. L a prim era, «diégesis y mimesis» (narración y representación), se presenta en la Poética de Aristóteles y presupone la dis­ tinción entre la simple narración (lo que el autor dice co n su propia voz) y la im itación literal (cuando el au tor habla por boca de un personaje). Genette dem uestra que la distin­ ción no puede m antenerse, ya que, si se pudiera conseguir una imitación literal, la pura representación de lo que al­ guien ha dicho realm ente, ésta sería co m o una pintura con objetos reales contenidos en el lienzo. Concluye: «La rep re­ sentación literaria, la m im esis de los antiguos no es, p o r lo tanto, narración m ás conversaciones: es narración y sólo n a­ rración.» La segunda oposición, «narración y descripción», presupone la distinción entre un aspecto activo de la n arra­ ción y otro contem plativo. E l prim ero se relaciona co n las acciones y los acontecim ientos, el segundo, con objetos y personajes. L a «narración» aparece en un principio co m o esencial ya que los acontecim ientos y las acciones son el c o ­ ra z ó n del contenido tem poral y dram ático de la narración, m ientras la «descripción» aparece com o secundaria y o rn a­ m ental. «El hom bre fue hacia la m esa y cogió un cuchillo» e s ün ejemplo dinám ico y profundam ente narrativo. Sin em ­ b argo, una vez establecida esta distinción, Genette la disuel­ ve, señalando que los verbos ,y los nom bres de la frase tam ­ bién son descriptivos. En efecto, si sustituim os «hombre» p o r «niño», «m esa» por «escritorio» o «cogió» por «em pu­ ñó» la descripción queda alterada. P o r últim o, la oposición «n arración y discurso» distingue entre un simple relato en el que «nadie habla» y un relato en el que som os conscien­ tes de la persona que está hablando. Y, de nuevo, Genette eli­ m in a la oposición dém ostrando que no puede existir una na­ rra ció n pura desprovista de coloración «subjetiva». Por muy tran sp aren te y p oco m ediatizada que se presente una narració n , rara vez se hallan ausentes los rastro s de una m ente ju z g an te. Casi todas las narraciones son im puras en este 100 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA sentido; el elem ento del «discurso» penetra por vía de la voz del narrador (Fielding, Cervantes), de un personaje-narrador (Sterne) o de un discurso epistolar (Richardson). Genette cree que la narrativa alcanzó su grado m ás alto de pureza con Hemingway y H am m ett, y que con el nouveau rom an em pezó a ser devorada por el discurso del propio narrador. M ás adelante, en el capítulo sobre el postestructuralism o, verem os có m o la concepción teórica de Genette, con su es­ tablecim iento y disolución de oposiciones, abre la puerta a la filosofía «deconstructivista» de Jacques Derrida. Quizás el le cto r que haya llegado hasta aquí objete que la poética estru ctu ralista parece ten er p oco que ofrecer a la p rá ctica crítica. No deja de ser significativo que se citen tan a m enudo cuen tos de hadas; mitos e historias de detectives co m o ejemplos. Lo cierto es que estos análisis pretenden definir los principios generales de ia estru ctu ra literaria, no p rop orcion ar interpretaciones de textos concretos. Y es ob­ vio que un cuento de hadas ofrece ejem plos m ás claros de la g ram ática n arrativa básica que el Rey Lear o el Ulises. E l lúcido escrito de Tzvetan Todorov «The Typology of D etec­ tive Fiction» (1 9 6 6 ) distingue las estru ctu ras narrativas de las histon as de detectives en tres tipos que se desarrollan cronológicam ente; el «w hodunit» («quién-lo-hizo»), el «thril­ ler» y la «novela de suspense». Considera una virtud el he­ ch o de que las estru ctu ras narrativas de la literatura popu­ lar pueden se r estudiadas de form a m u ch o m ás sistem ática que las de la «gran» literatura porque se ajustan fácilm en ­ te a las reglas de los géneros populares. · M e t á f o r a y m e t o n im ia E n ocasiones, una teoría estructuralista p rop orcion a al crítico un terren o fértil para llevar a cabo aplicaciones in­ terpretativas. E s el caso del estudio de la afasia llevado a cab o por R om an Jakobson y sus im plicaciones en poética. P arte de la distinción fundam ental entre las dim ensiones vertical y horizontal del lenguaje, una distinción relacio n a­ d a con la de langue y parole. Si tom am os el sistem a de las prendas de vestir de B arthes, observarem os en la dim ensión TEO RÍA S ESTRUCTURALISTAS 101 vertical el inventario de los elem entos que pueden susti­ tuirse m utuam ente: toca-som b rero-capucha; y, en la dimen­ sión horizontal, la lista de las piezas que form an una se­ cuen cia real (falda-blusa-chaqueta). De m odo similar, una frase puede ser analizada vertical u horizontalm ente: 1. 2. Cada elem ento se elige dé un conjunto de posibles elem entos por los que podría ser sustituido. Los elem entos se com binan en una secuencia que constituye un acto de habla. E sta distinción se aplica a todos los niveles: fonema, m orfem a, palabra o frase. Jakobson descubrió que los niños afásicos parecían perder la capacidad de o p erar en una u o tra de dichas dim ensiones. Un tipo de afasia m ostraba un «desorden de contigüidad», una incapacidad p ara com binar los elem entos de m odo secuencial; otro, un «desorden de si­ m ilitud», una incapacidad p ara sustituir un elem ento por otro. E n un test de aso ciació n de palabras, al d ecir la pala­ bra «choza», el prim er tipo producía una serie de sinóni­ m os, antónim os y otros sustitutos', «cabaña», «casucha», «palacio», «guarida», «m adriguera», etc. Y el segundo ofre­ cía elem entos que com binan con «choza» form ando se­ cuencias potenciales: «calcinada», «es una ca sa pequeña y pobre», etc. Jakobson va m ás adelante y señala que estos dos desórdenes Corresponden a dos figuras retó ricas: la m e­ táfora y la m etonim ia. Tal com o m uestra el ejemplo ante­ rior, el «desorden de contigüidad» es resultado de la susti­ tución en la dim ensión vertical, com o en la m etáfora («guarida» por «choza»), m ientras el «desorden de simili­ tud» proviene de la producción de partes de secuencias en lugar de todos, com o en la m etonim ia («calcinada» por «choza»), Jakobson sugiere que el com p ortam ien to norm al del habla tiende tam bién h acia uno u o tro extrem o, y que el estilo literario se expresa co m o una tendencia hacia lo m etafórico o hacia lo m etoním ico. E n The M odes o f M odem Writing, David Lodge (1 9 7 7 ) aplicó esta teo ría a la literatu­ ra m oderna, añadiendo m ás etapas a un p ro ceso cíclico: el m odernism o y el sim bolism o son esencialm ente m etafóri­ cos, m ientras el antim odernism o es realista y m etoním ico. 102 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Así, en un sentido am plio, la m etonim ia atañe al des­ plazam iento de un elem ento de la secuencia hacia otro o de un elem ento de un con texto a otro: nos referim os a una copa de algo (queriendo d ecir su contenido), al tu rf (por el h ipódrom o) o a una flota de cien velas (por barcos). L a m e­ tonim ia necesita de m odo básico un contexto para su ope­ ración ; de ahí que Jakobson relacione co n ella el realism o. El realism o habla de su objeto ofreciendo al lector aspec­ tos, partes y detalles contextúales con el fin de evocar el todo. E n un pasaje del principio de G randes esperanzas de Dickens,* Pip em pieza p o r presentarse co m o una identidad en un paisaje. Al referir su condición de huérfano, nos cu en ta que sólo puede describir a sus padres a partir de unos únicos restos visuales: sus tumbas, «Com o nunca vi a m i p adre o a m i m ad re... mis prim eras im presiones en re­ lación con su asp ecto se derivaron de m odo irracional (la cursiva es m ía) de sus lápidas. L a form a de las letras de la de m i padre m e dio la extrañ a idea de que se tratab a de un hom bre honrado y corpulento...» E ste acto inicial de iden­ tificación es m etoním ico, ya que Pip une dos partes de un con texto: el padre y su lápida. De todos m odos, no se trata de un a m etonim ia «realista», sino de una derivación «no rea­ lista», una «extraña idea», aunque convenientem ente infan­ til (y, en este sentido, psicológicam ente realista). Al p ro ce­ d er a la descripción del escenario inm ediato en el an o ch e­ c e r de la aparición del convicto, el m om ento de la verdad en la vida de Pip, d a la siguiente descripción: La nuestra era una región pantanosa, río abajo, a menos de veinte millas del m ar en las que el río se deslizaba sin fuerzas. Creo que mi prim era impresión, vivida y honda de la identidad de las cosas (la cursiva es mía) me llegó en un memorable atar­ decer Erío y húmedo. E n aquel momento descubrí que, más allá de toda duda, aquel terreno desolado plagado de ortigas era un cementerio; y que Philip Pirrip, antiguo feligrés de esta parro­ quia, y también su esposa Georgina estaban muertos y enterra­ dos; y que... la oscu ra.y llana soledad al otro lado del cemen­ terio, cruzada por diques, terraplenes y puentes, con reses dise­ minadas que pastaban, formaba el pantano; y que la baja línea * Para mayor información sobre la metáfora y la metonimia ejem­ plificadas en esta novela, véase PTRL, pp. 67-68 y 70-72. TEORÍAS ESTRUCTURALISTAS 103 plomiza que se veía más allá era el río; y que la salvaje y lejana guarida desde la cual el viento se lanzaba sobre nosotros era el m ar; y que el pequeño manojo de nervios asustado de todo y a punto de llorar era Pip. El m odo de percibir la «identidad de las cosas» de Pip sigue siendo m etoním ico y no m etafórico: cem enterios, tum bas, pantanos, río, m ar y Pip son evocados, p ara decir­ lo de algún m odo, a partir de sus características contexuales. El todo (la persona o el escenario) se nos presenta por medio de aspectos seleccionados. E s evidente que Pip es algo m ás que un «pequeño m anojo de nervios» (tam bién lo es de carn e y huesos, de pensam ientos y sentim ientos o de fuerzas históricas y sociales), pero aquí su identidad es afir­ m ada p o r m edio de la m etonim ia — un detalle significante se ofrece com o el todo. E n una útil elaboración de la teoría de Jakobson, David Lodge señala co n acierto que «el contexto es básico». M ues­ tra có m o el cam bio de con texto puede cam b iar los perso­ najes. H e aquí un divertido ejemplo: Esas típicas metáforas fílmicas — los fuegos artificiales o las olas estrellándose contra la playa— utilizadas para aludir a una relación sexual en películas de épocas poco permisivas podrían disfrazarse de fondo metonímico si el acto tuviera lugar en una playa el día de la Independencia, pero se perciben com o clara­ mente metafóricas si éste tiene lugar en Nochebuena y en una buhardilla de la ciudad. E ste ejem plo nos previene co n tra un uso dem asiado in­ flexible de la teoría de Jakobson. P o ética est r u c t u r a lista Jo n ath an Culler realizó el p rim er intento de asim ilar el estructuralism o francés a la perspectiva de la crítica anglo­ am erican a en Structuralist Poetics (1975). Aunque acepta que la lingüística proporciona el m ejor m odelo de con oci­ miento para las ciencias hum anas y sociales, prefiere la dis- 104 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA tinción de Chom sky entre «actuación» y «competencia»· a la de Saussure entre «lengua» y «habla». E l concepto de «com petencia» tiene la ventaja de estar estrecham ente rela­ cionado con el hablante de una lengua. Chomsky dem ostró que el punto de p artid a para la com prensión de una lengua era la habilidad del hablante nativo p ara producir y co m ­ prender frases bien construidas a p artir de un conocim ien­ to, asim ilado de form a inconsciente, del sistem a de la len­ gua. Culler d estaca la im portancia de esta perspectiva para la teoría literaria: «El objeto real de la poética no es el tex­ to m ism o, sino su inteligibilidad. L a cuestión es explicar có m o estos textos llegan a entenderse; deben form ularse el conocim iento im plícito, las convenciones que perm iten que los lectores extraigan su sentido...» Su m eta m áxim a es traslad ar el cen tro de atención del texto al lector (véase cap . 3), Culler está convencido de que es posible d eterm i­ n a r las reglas que rigen la producción de textos. Si acep ta­ m os u na gam a de interpretaciones aceptables para los lec­ tores cualificados, entonces será posible establecer qué n orm as y procedim ientos han llevado h asta ellas. E n otras palabras, los lecto res entendidos, enfrentados a un texto, saben có m o e x tra e r el sentido: es decir, decidir qué inter­ p retación es posible y cuál no lo es. P arece com o si existie­ ra n reglas que rigen la clase de significado que se puede ob­ ten er del texto literario aparentem ente m ás extraño. Culler d escubre la estru ctu ra no en el sistem a implícito en el tex­ to, sino en el que subyace al acto de interpretación del lec­ tor. P ara poner un ejem plo estrafalario, he aquí un poem a de tres versos: E n general, suelo andar por la noche: Era la mejor hora, era la peor hora: E n lo que se refiere al año, no hace falta ser precisos. Cuando pedí a' cierto núm ero de colegas que lo leyeran, m e ofrecieron una gran variedad de interpretaciones. Uno en con tró en él un eslabón temático («noche», «hora», «año»); otro intentó descubrir una situación (psicológica o externa); o tro interpretó el poem a en térm inos de esquem as form ales (un tiem po verbal pasado rodeado por dos pre- TEO RIA S ESTRUCTURALISTAS 105 sentes); otro vio tres actitudes diferentes respecto del m o­ m ento: específica, co n trad icto ria y no específica. Un colega descubrió que el segundo verso provenía del principio de Historia de dos ciudades de Dickens, pero creyó que era una «cita» con una función dentro del poem a. Al final, tuve que reco n o ce r que los otro s dos versos tam bién provenían de principios de novelas de Dickens (El alm acén de antigüeda­ des y E l amigo co m ú n ). Lo significativo, desde punto de vis­ ta culleriano, no es el que los lectores no identificaran los versos, sino que siguieron procesos reconocibles para ha­ llarles un sentido. Todos sabem os que distintos lectores producen diferen­ tes interpretaciones, pero aunque esto ha llevado a algunos teóricos a desistir de desarrollar una teoría de la lectura, Culler argum enta posteriorm ente en The Pursuit o f Signs (1 9 8 1 ), que es esta variedad de interpretaciones Ιο que tie­ ne que explicar la teoría. Aunque los lectores difieran acer­ c a del significado, pueden m uy bien seguir el m ismo con­ junto de convenciones interpretativas, co m o ya hemos visto. Uno de estos ejem plos es la suposición básica de la Nueva Critica — la de la unidad; diferentes lectores pueden descubrir la unidad de diferentes form as en un poem a de­ term inado, pero las form as básicas de significado que bus­ can (form as de unidad) pueden ser las m ism as. Aunque qui­ zás no sentimos ningún impulso de percibir la unidad de nuestras experiencias en el mundo real, en el caso de los poem as a menudo esperam os encontrarlo. Sin em bargo, pueden suscitarse una gran variedad de interpretaciones porque hay varios m odelos de unidad que se pueden adm i­ tir y, dentro de un m odelo particular hay varias m aneras de aplicarlo a un poem a. Desde luego el planteam iento de Cu­ ller puede reivindicar que adm ite una perspectiva genuina de la ventaja teórica; por o tra parte, se puede objetar a su rech azo a exam inar el contenido de m ovim ientos interpre­ tativos determ inados. P o r ejemplo, exam ina dos lecturas políticas del «London» de Blakey y concluye: «Las explica­ ciones que los diferentes lectores ofrecen sobre lo que no funciona en el sistem a social diferirán, naturalm ente, pero las operaciones interpretativas formales que les dan una es­ tru ctu ra para rellenar parecen muy sim ilares.» Hay algo 106 la t e o r ía l it e r a r ia co n tem po rá n ea que lim ita en una teoría que trata los m ovim ientos inter­ pretativos com o sustanciales y el contenido de lo s'm o v i­ m ientos co m o inm aterial. Después de todo, puede háber una base histórica para co n sid erar una form a de aplicar un m odelo interpretativo co m o m ás válido o plausible que otro, m ientras que la lectu ra de los diferentes grados de plausibilidad puede muy bien com partir las m ism as co n ­ venciones interpretativas. Com o ya hem os señalado, Culler sostiene que no es po­ sible u na teoría de la estru ctu ra de los textos o géneros por­ que no hay ninguna form a subyacente de «com petencia» que las produzca: tan sólo podem os hablar de la com petencia de los lectores para que lo que leen tenga sentido. Los poe­ tas y novelistas escriben sobre la base de su com petencia: escriben lo que se puede leer. P a ra leer los textos co m o li­ te ratu ra tenem os que poseer u n a «com petencia literaria», del m ism o modo que n ecesitam os una «com petencia lin­ güística» m ás general p ara en co n trar sentido a las expre­ siones lingüísticas que encontram os. E sta «gram ática» de la literatura la adquirim os en las instituciones educativas. Culler recon oció que las convenciones que se aplican a un género no se aplicarán a o tro y que las convenciones de la interpretación diferirán de un período a otro, pero co m o estru cturalista creía que la teo ría está relacionada co n la es­ tadística, los sistem as sin crón icos de significado y no con los históricos diacrónicos. L a principal dificultad del planteam iento de Culler pro­ viene de lo sistem ático que se puede ser a la h o ra de anali­ zar las reglas interpretativas utilizadas por los lectores. Re7 co n o ce que los procedim ientos utilizados -por los lectores cualificados varían según el género y la época, pero no tie­ ne en cu en ta las profundas diferencias ideológicas entre lec­ tores, que pueden alterar las presiones institucionales ten­ dentes al conform ism o -en la p ráctica de la lectu ra. Resulta difícil con ceb ir una m atriz de reglas y convenciones que lle­ gue a explicar la diversidad de interpretaciones derivadas de los textos individuales de un período concreto. E n cualquier caso, no podem os asu m ir sin m ás la existencia de una enti­ dad llam ada lector cualificado, definida co m o el producto de las instituciones que llam am os «crítica literaria». Sin TEORÍA S ESTRU CTU RA U STA S 107 em bargo, en su últim a obra — On D econstruction: Theory a nd Criticism after Structuralism (1 9 8 3 ) y sobre todo Fram ­ ing the Sign (1 9 8 8 )— Culler se h a alejado de este estructuralism o purista en dirección a un cuestionam iento m ás radical de las bases ideológicas e institucionales de la co m ­ petencia literaria. -En la últim a obra, por ejemplo, explora y desafía la poderosa tendencia en la crítica angloam ericana de posguerra, sostenida por su institucionalización en la academ ia, p ara prom over las d octrin as y los valores criptoreligiosos por m edio de la autoridad de «textos especiales» en la tradición literaria. El estru cturalism o ha atraíd o a algunos críticos litera­ rios porque p rom etía introducir cierto rigor y objetividad en el delicado terreno de la literatu ra. Pero este rig o r ha te­ nido un precio: al subordinar el habla a la lengua, el es­ tructuralism o ha descuidado la especificidad de los textos reales y los ha tratad o co m o si fueran líneas de lim aduras de hierro provocad as por alguna fuerza invisible. De este modo, el estructuralism o, con el fin de aislar el verdadero objeto del análisis, el sistem a, no sólo elimina el texto y el autor, sino que tam bién pone en tre paréntesis la obra real y la persona que la escribió. E n el pensam iento rom ántico tradicional, el a u to r era el ser pensante y sufriente que pre­ cedía la ob ra y cuya experiencia la alim entaba, el au to r era el origen del texto, su cread o r y su antepasado. Según los estructuralistas, la escritura no tiene origen, cad a enuncia­ do individual viene precedido p o r el lenguaje: en este senti­ do, todo texto está elaborado co n lo «ya escrito». Al aislar el sistem a, los estructuralistas anulan tam bién la historia, puesto que las estru ctu ras que descubren son o bien universales (las estructuras universales de la m ente hu­ m ana) y, p o r lo tanto, eternas, o bien segm entos arbitrarios de un p ro ceso evolutivo. L as cuestiones históricas giran de modo característico en to m o del cam bio y de la innovación, por ello el estructuralism o, en su pretensión de aislar un sistem a, está obligado a negarles tod a consideración. Así, esta corriente no está interesada en el desarrollo de la no­ vela o en la transición de las fo rm as literarias feudales a las renacentistas, sino en la estru ctu ra de la n arración co m o tal y en el sistem a estético vigente en un período dado. E s un 108 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA enfoque necesariam ente estático y ahistórico. N o está inte­ resado ni en. c i m ornen ιυ uc ia ρι oduCCion del texto (ê! co n ­ texto histórico, los lazos form ales con escritos anteriores, etcétera) ni en el m om en to de su recepción (las interpreta­ ciones que genera co n posterioridad a su producción). No hay duda de que el estructuralism o ha representado un im portante reto p a ra la dom inante Nueva Crítica, los partidarios de Leavis y, en general, los críticos hum anistas. Todos presuponían que el lenguaje era algo capaz de atra­ p a r la realidad, un reflejo de la m ente del escritor ó del m undo visto por él. E n cierto sentido, el lenguaje de un es­ crito r difícilmente se puede separar de su personalidad, ex­ p resa su m ism o ser. Sin em bargo, com o hem os visto, la perspectiva saussuriana resalta la preexistencia del lengua­ je: en el principio era la palabra, y la palabra creó el texto. E n lugar de decir que el lenguaje de un au to r refleja la rea­ lidad, los estru cturalistas sostienen que la estructura del lenguaje produce la «realidad». E sto tiene com o resultado la «desm ítificación» total de la literatura: la fuente de conoci m iento ya no es la experiencia del escrito r o del lector, sino las operaciones y las oposiciones que regulan el len­ guaje. El sentido ya no viene determ inado p o r el individuo, sino por el sistem a que gobierna al individuo. E n el corazón de esta corriente se en cu en tra una am bi­ ción científica: descubrir los códigos, las reglas, los sistem as im plícitos en todas las p rácticas hum anas sociales y cultu­ rales. L a arqueología y la geología se citan a m enudo com o ejem plos de lo que es la disciplina estructuralista. Lo que vem os en la superficie son las huellas de una historia m ás profunda y sólo excavando la cap a superficial podrem os descub rir los estratos geológicos o las plantas de las edifi­ cacion es qué nos p roporcionarán las pistas p ara hallar ex­ plicaciones verdaderas de lo que vem os arrib a. Se podría ob jetar que, en este sentido, toda disciplina es estructuralista: vem os el sol cru z a r el cielo, pero la cien cia descubre el verdadero m ovim iento de los cuerpos celestes. Los lectores que ya posean algunos conocim ientos se habrán dado cuenta de que, por razones tácticas, sólo he presentado en este capítulo el estructuralism o clásico. Sus defensores sostienen que un conjunto definido de relacio- TEORÍAS ESTRUCTURALISTAS 109 nes (oposiciones, secuencias de funciones o proposiciones, reglas sin tácticas, etc.) se ocu lta bajo las prácticas con cre­ tas y que los actos individuales se derivan de estru ctu ras de la m ism a m an era que la form a del paisaje se deriva de los estratos geológicos sobre los que éste se extiende. Una es­ tructura es com o un centro o un punto de origen y sustituye a otros cen tros (el individuo o la historia). Sin em bargo, mi exposición de Genette ha m ostrado que la m ism a definición de una oposición en el interior del discurso narrativo da lu­ gar a un juego de significados que resisten una estructura­ ción fijada o establecida. La oposición entre «descripción» y «oposición», p or ejemplo, tiende a «privilegiar» el segun­ do térm ino (la «descripción» es secundaria respecto de la «n arración»; los narradores describen de m odo incidental, a m edida que narran). Pero, si nos preguntam os sobre la je­ ra rq u iz a ro n de esta pareja de conceptos, podríam os inver­ tirla con facilidad y d em ostrar que, después de todo, la «descripción» es dom inante porque toda n arración implica descripción — y, de este m odo, no hacem os o tra co sa que em p ezar a dem oler la estru ctu ra que hem os centrado en la «narración»— . Este proceso de «deconstrucción» que se puede p oner en funcionam iento en el corazón m ism o del estru cturalism o constituye una de las principales tenden­ cias de lo que llam am os postestructuralism o (véase cap. 7). B ib l io g r a f ía s e l e c c io n a d a Textos básicos B arth es, R oland, Elem ents o f Semiology (1967), trad. A. Lavers y C. Sm ith, Jo n ath an Cape, Londres, 1967. — , Writing Degree Zero, trad. A. Lavers y C. Sm ith, Jo n a th a n Cape, Londres, 1967, — , Critical Essays, trad. R. H ow ard, N orthw estern University .. ■-Press, Evanston II, 1972, — / Selected Writings, introd. Susan Sontag, Fontana, Londres, 1983. Blonsky, M arshall (ed.), On Signs: A Sem iotic Reader, Basil Blackwell, O xford, 1985. Culler, Jonathan, Structuralist Poetics: Structuralism, Linguistics and the Study o f Literature, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1975. 110 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA — , The Pursuit o f S ign s: Sem iotics, Literature, D econstruction, R outledge &l Kegan Pau], Lon d res y Henley. 1981. — , On D econstruction: Theory a nd Criticism After Structuralism , R outledge, Londres, 1 983. — , F ram in g the S ign, B asil Blackw ell, Oxford, 1988. De S au ssure, Ferdinand, C ourse in General Linguistics (1915), trad. W. Baskin, Fontana/C ollins, Londres, 1974. Genette, G érard, Narrative D iscourse, Basil Blackw ell, Oxford, 1980. — , F igures o f Literary D iscou rse, trad. A. Sheridan, Basil Blackwell, Oxford, 1982. G reim as, A. J ., S ém antique Structurale (1 9 6 6 ), trad, D. McDowell, R. Schleifer y A. Velie, U niversity of N ebraska P ress, Lincoln, 1983. Innes, R ob ert E . (ed.), S em io tics: An Introductory R eader, H ut­ chinson, Londres, 1986. Jakobson, R om an , «Linguistics and Poetics», en Style in Langua­ g e, T. Sebeok (éd.), M IT P ress, Cambridge, MA, 1 960, pp. 350377. Jak obson , R om an (con M, H alle), Fundam entals o f Language, M outon, L a H aya y P arís, 1975. L an e, M ichael (éd.), S tructuralism : A Reader, Jo n a th a n Cape, Lon­ dres, 1970. Lévi-Strauss, Claude, S tructu ral Anthropology, trad. C. Jaco b so n y B . G. Schoepf, Allen L an e, Londres, 1968. Lodge, David, The M odes o f M o d em Writing: Metaphor, Metonomy, a nd the Typology o f M o d em Literature, Arnold, L ondres, 1968. L otm an , Yury, The Analysis o f the Poetic Text, ed. y trad ., D. B a r­ ton Joh nson , Ardis Ann Arbor, 1976. Propp, Vladimir, The M orphology o f the Folktale, Texas University P ress, Austin y L ondres, 1968. Todorov, Tzvetan, The Fantastic: A Structural A pproach to a Lite­ rary G enre, trad. R. H ow ard, Cornell University Press, Ith aca, 1975. — , The Poetics o f Prose, trad . R. H ow ard, Cornell University Press, Ith aca, 1977, Incluye «The Typology of D etective Fiction». L ecturas avanzadas Connor, Steven, «S tructu ralism and P ost-structu ralism : From the C entre to the M argin», en Encyclopaedia of'Literature a nd Cri­ ticism , M artin Coyle, P e te r Garside, M alcom Kelsall y John Peck (eds.), Routledge, L on d res, 1990. Culler, Jo n ath an , S a u ssu re, F o n tan a, Londres, 1976. TEORÍA S ESTRUCTURALISTAS 111 H arland, R., Superstructuralism : The Philosophy o f Structuralism aiul Post structuralism , Routledge, Londres, 1987. Hawkes, Terence, Structuralism a nd Sem iotics, Methuen, Londres, 1977. Jackson, Leon ard , The Poverty o f Structuralism : Literature and Structuralist Theory, Longm an, Londres, 1991. Jam eson, Fred ric, The Prison-House o f Language: A Critical Ac­ count o f Structuralism and R ussian Form alism , Princeton University Press, Princeton N J y Londres, 1972. Lodge, David, Working with Structuralism , Routledge, Londres, '1986. R im m on-K enan, Shlom ith, Narrative Fiction: Contem porary Poe­ tics, M ethuen, Londres y Nueva York, 1983. Scholes, R obert, Structuralism in Literature: An Introduction, Yale University Press, New Haven y Londres, 1974. Sturrock, Jo h m , Structuralism , Paladin, Londres, 1986. C a p ít u l o 5 TEORÍAS MARXISTAS De todas las teorías críticas tratad as en este m anual, la crítica m arxista es la que tiene una historia m ás larga. Aun­ que el propio M arx expresó sus opiniones generales sobre cultura y sociedad en la década de 1840 -1 8 5 0 , la crítica m arxista constituye un fenómeno del siglo xx. Los principios básicos del m arxism o no son m ás fáciles de resum ir que las doctrinas esenciales del cristianism o. Con todo, estas dos célebres frases de M arx pueden consti­ tuir un buen punto de partida: No es la conciencia de los hombres lo que determina su comportamiento, sino el comportamiento social lo que deter­ mina su conciencia. Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas maneras; de lo que se trata ahora es de cambiarlo. Ambas declaracion es son intencionadam ente radicales. Al con trad ecir de m odo rotundo las doctrinas aceptadas, M arx intenta d o tar a la gente de o tra perspectiva. E n pri­ m er lugar, la filosofía no ha sido m ás que una m era co n ­ tem plación etérea, es tiem po de que se com prom eta co n el m undo real. E n segundo lugar, Hegel y sus seguidores ase­ guraron que el pensam iento rige el m undo, que el proceso histórico consiste en el desarrollo gradual y dialéctico de las leyes de la Razón y que la existencia m aterial es la expre­ sión de una esen cia espiritual inm aterial. L a gente creía que las ideas, la vida cultural, los sistem as legales y las religio­ nes eran los p rod u ctos de la razón h um ana y divina, que 114 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA debían considerarse co m o guías incuestionados de la vida hum ana. M arx invierte esta formulación y sostiene que todos los sistem as mentales (ideológicos) son productos de la exis­ tencia económ ica y social. Los intereses m ateriales de la clase social dom inante determ inan el m odo en que la gen­ te con cib e su existencia individual y colectiva. Los sistem as legales, p or ejemplo, no son puras m anifestaciones de la ra­ zón hum ana o divina, sino que, en el fondo, reflejan los in­ tereses de la clase dom inante en cada período histórico con creto. E n un pasaje de su obra, M arx describe esta concepción en térm inos de m etáfora arquitectónica: la «superestructu­ ra» (ideología, política, etc.) descansa sobre la «base» (rela­ ciones socioecon óm icas) — aunque decir «descansa sobre» no es lo m ism o que d ecir «es producto de»— . M arx afir•maba que lo que llam am os «cultura» no es una realidad independiente, sino que es inseparable de las condiciones históricas en las que los seres hum anos desarrollan su vida m aterial; las relaciones de dom inio y subordinación (explo­ tación) que rigen el orden económ ico y social en cad a eta­ p a co n cre ta de la historia hu m an a son las que en cierto sen­ tido «determ inan» (no «cau san ») toda la vida cultural de la sociedad. E s evidente que, en sus m anifestaciones m ás toscas, esta teoría cae en el m ecan icism o. En La ideología alemana (1 8 4 6 ), por ejemplo, M arx y Engels hablan de la filosofía, la religión y la m oral co m o «fantasm as form ados en las m en­ tes de los hom bres» que constituyen «reflejos y ecos» de los «procesos de la vida real». P o r otro lado, en una fam osa se­ rie de cartas escrita en los años de 1990, Engels insiste en que M arx y él siem pre consideraron el aspecto económ ico de la sociedad co m o el determ inante último de los dem ás aspectos, y que reco n o cían que el arte, la filosofía y las o tras form as de co n cien cia son «relativam ente autónom as» y que poseen una cap acid ad independiente p ara m odificar la existencia de los hom bres. Después de todo, ¿cóm o, si no a través del discurso político, esperan los m arxistas modifi­ c a r la con cien cia de la gente? Al exam inar las novelas del siglo XVIII o la filosofía del siglo x v ii europeos desde un pun­ to de vista m arxista, descubrim os que tales escritos surgie­ TEORÍAS MARXISTAS 115 ron en fases concretas del desarrollo inicial de la sociedad capitalista. El conflicto de las clases sociales establece la base sobre ía que surgen los conflictos ideológicos, pero, aunque el arte y la literatura pertenecen a la esfera ideoló­ gica, tienen co n ella una relación m enos directa que los sis­ tem as filosóficos, legales y religiosos. M arx adm ite la categoría especial de la literatura en un conocido pasaje de los G rundisse en el que discute el pro­ blema de la aparente discrepancia en tre el desarrollo eco ­ nóm ico y el artístico. Se con sid era que la tragedia griegá constituye una de las cum bres en la evolución literaria y, sin em bargo, coincide co n un sistem a social y una form a de ideología (los m itos griegos) que la sociedad m oderna ya no reconoce. E l problem a de M arx era explicar có m o el arte y la literatura producidos p o r una organización social cadu­ ca pueden seguir proporcionándonos placer estético y ser considerados «un modelo y un ideal inalcanzable». P arecía m ostrarse rem iso a acep tar cie rta «eternidad» y «universa­ lidad» en la literatura y el arte, puesto que eso hubiera sig­ nificado una im portante co n cesió n a las prem isas de la ideología burguesa. No obstante, ah o ra es posible ver que M arx recu rría a opiniones heredadas (de Hegel) a c e rc a de la literatu ra y el arte. E n nuestro com entario sobre Mukarovskÿ, en el capítulo 2, quedó establecido lo que puede considerarse com o un punto de vista m arxista: los cánones de la gran literatura se generan socialmente. La «grandeza» de la tragedia griega no es un hecho universal e invariable, es un valor que debe ser reproducido de generación en gene­ ración. Aun cu and o rechacem os una posición privilegiada para la literatura, sigue en el aire la cuestión de h asta qué pun­ to el desarrollo histórico de la literatura es independiente del desarrollo histórico general. E n su ataque al form alism o ruso, contenido en Literatura y revolución, Trotsky aceptó la idea de que la literatura tuviera sus propias reglas y princi­ pios. L a creació n artística, escribió, es «un cam bid. y una transform ación de la realidad de acu erd o con las peculiares leyes del arte». Insiste en el hecho de que el factor básico es la «realidad» y no los juegos form ales a los qüe se entre­ gan los escritores; sin em bargo, sus observaciones apuntan 1 16 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA h acia una con tin u ación del debate dentro de la crítica m ar­ xista sobre la im p o rtan cia relativa de la forma y el conteni­ do ideológico en las obras literarias. E l r e a l is m o s o c ia l is t a s o v ié t ic o Así com o la crítica m arxista escrita en Occidente ha sido a menudo audaz y estimulante, el realism o socialista, en tan to «m étodo artístico» com unista oficial, resulta a los es­ critores occidentales m onótono y estrecho de m iras. Las doctrinas expuestas p o r la Unión de Escritores Soviéticos (1 9 3 2 -1 9 3 4 ) no eran m ás que una codificación de la reinter­ pretación efectuad a en los años de 1920 de las ideas prerrevolucionarias de Lenin, que planteaban cierto núm ero de cuestiones im portantes sobre la evolución de la literatura, su reflejo de las relaciones de clase y su función en la sociedad. Com o h em os visto, cuando la revolución de 1917 anim ó a los form alistas a proseguir el desarrollo de una teoría re­ volucionaria del arte, surgió al m ism o tiempo una visión com u n ista o rto d o xa que frunció el ceño ante el form alism o y dirigió su vista hacia la tradición decim onónica de realis­ m o ruso a la que consideraron el único cim iento sobre el que edificar 1?. estética de I£i ntisvít soci edad com unista. Los crítico s soviéticos consideraron co m o productos decadentes de la sociedad cap italista avanzada las revoluciones que se produjeron alreded or de 1910 en el arte, la m úsica y la li­ teratu ra eu rop eos (Picasso, Stravinsky, Schoenberg, T. S. Eliot, etc.). Así, tra s el rechazo m oderno del realism o trad i­ cional, el realism o socialista se convirtió en principal g u ar­ dián de la e stética burguesa. E n Travesties, de Stoppard, el p oeta d ad aísta T zara se queja de que «lo curioso de la re­ volución es que cu an to m ás radical se es políticam ente, m ás burgués se prefiere el arte». E sta com binación de estética d ecim onónica y política revolucionaria ha seguido siendo el núcleo esencial de la teoría soviética. E l principio de la partinost (el com prom iso con la ca u ­ sa obrera del P artid o) se deriva de m odo casi exclusivo del artículo de Lenin «Organización del Partido y literatura del Partido» (1 9 0 5 ). P o r mi parte, tengo algunas dudas a ce rc a TEORÍAS MARXISTAS 117 de las intenciones de Lenin al argum entar que, si bien los escritores eran libres de escribir lo que quisieran, no po­ dían esp erar publicar en los periódicos del Partido a menos que se com prom etieran con su línea política. E sto , en las p recarias condiciones de 1905, constituía una petición ra­ zonable, pero tom ó un cariz autocrático después de la Re­ volución, cuando el Partido pasó a co n tro lar las publica- ■ ciones. L a categoría de narodnost («popularidad») es una c a ­ racterística central, tanto en estética com o en política. Una obra' de arte de cualquier período conquista su calidad ex­ presando un alto nivel de conciencia social, revelando un sentido de las condiciones y sentim ientos sociales verdade­ ros de una época co n creta. Asimismo, p oseerá una pers­ pectiva «progresista» si vislumbra el desarrollo futuro a p artir de las peculiaridades del presente y m u estra las posi­ bilidades ideales de desarrollo social desde el punto de vis­ ta de las m asas trabajadoras. E n los M anuscritos económ i­ co-filosóficos de 1844, M arx afirm a que la división capita­ lista del trabajo destruyó una tem prana fase de la historia h um an a en la que la vida artística y espiritual e ra insepa­ rable de los procesos de existencia m aterial, y el artesana­ do aún trabajaba co n un sentido de la belleza. L a separa­ ción entre trabajo m anual y trabajo intelectual 'disolvió la unidad orgán ica de las actividades espirituales y m ateriales, dando lugar a que las m asas se vieran obligadas a producir m ercan cías sin disfrutar de com prom iso creativo con su trabajo. Sólo el arte folclórico sobrevivió co m o arte popu­ lar. D om inada por la econom ía de m ercad o; la valoración del g ran arte se profesionalizó y se limitó a un privilegiado se cto r de la clase gobernante. El arte verdaderam ente «po­ pular» de las sociedades socialistas, declaran los críticos so­ viéticos, tiene que se r accesible a las m asas y restau rar la integridad perdida de su ser. L a teoría de la natu raleza de clase del arte es bastante com pleja. E n los escritos de M arx, Engels y los autores de la tradición soviética se pone el acento sobre dos cuestio­ nes: p o r un lado, el com prom iso del escrito r co n los intere­ ses de clase y, p o r o tro, el realism o social de su obra, aun­ que sólo las form as m ás descarnadas de realism o socialista 118 LA TEORÍA LIT E R A R IA CONTEMPORANEA tratan el c a rá c te r clasista del arte com o una simple cuestión de vasallaje explícito del escrito r a una clase. E n una carta a M argaret Harkness a p ro p ósito de su novela City Girl, E n ­ gels (1 8 8 8 ) le pide que n o escrib a una novela explícitam en­ te socialista. B alzac, a firm a , un reaccionario partidario de la dinastía de los B o rb o n es, realiza un análisis económ ico de la sociedad fran cesa m á s penetrante que el de «los m ás reputados historiadores, econom istas y estadistas del perío­ do juntos». Su visión de la caíd a de la nobleza y el auge de la burguesía le obligó a «ir en contra de sus sim patías de cla­ se y sus prejuicios políticos». El realism o supera las sim pa­ tías de clase: este arg u m en to tendría una poderosa influen­ cia no sólo en la teoría del realism o socialista, sino tam bién en la crítica m arxista posterior. Se considera que el realism o socialista es la continua­ ción y el desarrollo en un nivel m ás elevado del realism o burgués. L os escritores burgueses se juzgan, no según sus orígenes de clase, ni p o r su com prom iso político explícito, sino p o r la m edida en que sus obras penetran en los desa­ rrollos sociales de su é p o ca — y es en este con texto en el que hay que entender la hostilidad soviética h acia las novelas m odernas— . L a p o n en cia de Karl Radek en el Congreso de E scrito re s Soviéticos celeb rad o en 1934 p lan teaba la alter­ nativa: «¿Jam es Jo y ce o realism o socialista?» D urante el de­ b ate, Radek dirigió un vitriólico ataque co n tra Herzfelde, otro delegado com unista, que sostenía que Jo y ce era un gran escritor. Radek m etió en el m ismo saco la técnica ex­ perim ental de Joyce y el contenido «pequeño burgués» de su obra: la p reocu p ación p o r la sórdida vida interior de un individuo banal revelaba un profundo desconocim iento de las grandes fuerzas h istó ricas en acción en los tiempos m o­ dernos; el m undo de Jo y ce, afirm ó, estaba com prendido en­ tre «un a rm ario de libros medievales, un burdel y un ori­ nal». Y concluye: «Si fuera a escribir novelas, aprendería a h acerlo a p artir.de Tolstoi y B alzac, no de Jo yce.» E s ta adm iración p o r el realism o decim onónico era com ­ prensible: B alzac, D ickens, George Eliot, Stendhal, entre otro s, desarrollaron h asta sus límites una form a literaria que explora la im plicación del individuo co n toda la red de relacion es sociales. L o s escritores m odernos abandonaron TEORÍAS MARXISTAS 119 este proyecto y se dedicaron a reflejar una im agen m ás fragm entada del mundo, a m enudo pesimista e introverti­ da: nada m ás alejado del «rom anticism o revolucionario» de la escuela soviética, deseosa de proyectar una im agen he­ roica. Andrei Zhdanov, que pronunció el discurso inaugural en e! citado congreso, recordó a los escritores que Stalin los había llam ado «ingenieros del alm a hum ana». Así, las pre­ siones políticas sobre los escritores se m anifestaron con una cru d a insistencia. Zhdanov dejó de lado todas las du­ das de Engels a ce rca del valor de una obra abiertam ente com p rom etida: «En efecto, la literatura soviética es tenden­ ciosa, ya que en épocas de lucha de clases no hay ni puede haber una literatu ra que no sea clasista, tendenciosa y exen­ ta de com prom iso político.» L ukács y B rech t A continuación vamos a considerar a Georg Lukács, el prim ero de los grandes críticos m arxistas, ya que su obra es inseparable de la ortodoxia del realism o socialista y después las opiniones de su «oponente» en el debate sobre el realis­ mo, el dram aturgo/teórico, B ertolt B recht. Se puede soste­ ner que Lukács anticipó algunas de las doctrinas soviéticas pero, en todo caso, desarrolló el enfoque realista co n gran sutileza. Al considerar las obras literarias com o reflejos de un sistem a en evolución, se inclinó hacia la vertiente hegeliana del pensam iento m arxista. Según él, una o b ra realista debe revelar las contradicciones subyacentes del orden so­ cial. Su punto de vista es m arxista por la insistencia en la naturaleza m aterial e histórica de la estructura social. El uso que hace del concepto de «reflejo» es ca ra cte rís­ tico del conjunto de su obra; rech aza el «naturalism o» vul­ gar de la novelística europea contem poránea y vuelve al an­ tiguo punto de vista realista, según el cual la novela refleja la realidad, no reproduciendo su m era apariencia superfi­ cial, sino presentando «un reflejo más dinám ico, vivido, com pleto y verdadero de la realidad». «Reflejar» significa «expresar una estructura m ental» m ediante palabras. P o r lo general, la gente posee una con cien cia, un reflejo de la rea­ 120 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA lidad que tiene relación no ú nicam ente con ios objetos, sino también co n la naturaleza hum ana y las relaciones sociales. Para Lukács, un reflejo puede ser m ás o menos co n creto. Una novela puede conducir al lecto r «a una visión m ás co n ­ creta de ia realidad», que trasciende la simple com prensión de las cosas prod ucto del sentido com ún. Una obra litera­ ria no refleja fenóm enos individuales aislados, sino m ás bien «una form a especial de reflejar la realidad». Por lo tanto, según Lukács, un reflejo «correcto» de la realidad es algo m ás que la presentación de las simples apa­ riencias externas. E sta concepción es interesante, ya que se opone al m ism o tiempo al naturalism o y a la modernidad: no hay nada falso en afirm ar que una secuencia de imágenes presentadas al azar puede ser interpretada com o un reflejo objetivo e im parcial de la realidad (com o Zola y otros expo­ nentes del «naturalism o» dem ostraron) o com o una im pre­ sión puram ente subjetiva (com o Jo yce y Virginia Woolf pare­ cen m ostrar). L a aleatoriedad puede ser contemplada en tanto propiedad de la realidad o en tanto percepción. E n cualquier caso, Lukács rechazó este tipo de representación puramente «fotográfico»; en su lugar, describe la verdadera obra realista, que nos transm ite la sensación de «necesidad artística» de las imágenes que presenta, unas imágenes que poseen la «intensa totalidad» que corresponde a la «extensa totalidad» del m undo mismo. L a realidad no es sólo un flujo o un choque m ecánico de fragm entos; también tiene un «or­ den» que el novelista expresa en una form a «intensiva». E l es­ critor no im pone un orden abstracto al mundo, lo que hace es presentar al lector una im agen de la riqueza y la com ple­ jidad de la vida, de donde em erge la sensación de un orden en el interior de la complejidad y la sutileza de la experiencia vivida. Y ello se consigue si todas las contradicciones y ten­ siones de la existencia social se realizan en un todo formal. El principio del orden y la estru ctu ra subyacentes, sobre el que insiste Lukács, está tom ado p o r la tradición m arxista de la concepción «dialéctica» de la.historia de Hegel. L a evo­ lución histórica no se produce al a z a r ni de modo caótico, ni es una progresión clara y lineal. Se trata, m ás bien, de un desarrollo dialéctico. E n cad a organización social, el m odo de producción hegem ónico da lugar a contradicciones in- TEORÍAS MARXISTAS 121 ternas que se expresan en la lucha de clases. El modo de γ η Γ 'λ Ι λ λ Λ Λ Ι -ι γ »1 I·*"** i r J «'■S Î /r ti-f n r -n n n l^ t 7 1Γ ι » _ .C ip iia ilO L iA tA V ^ C tL f V J L · ! J _ U . U U <3.1 \ C t J . H _ C K r * » A C * * / J ¿w sustituyó por un m odo de producción no individual, «socia­ lizante», que posibilitó una mayor productividad (produc­ ción de m ercancías). Sin embargo, a m edida que el modo de producción se socializaba, la propiedad de los medios de pro­ ducción se privatizaba. Trabajadores que habían sido due­ ños de sus propios telares y herram ientas, no tuvieron fi­ nalm ente otra cosa que vender que su fuerza de trabajo. La contradicción inherente se expresa en el conflicto de intere­ ses entre capitalistas y obreros. No obstante, la acum ulación privada de capital fue el fundamento del trabajo en las fá­ bricas, de modo que la contradicción (privatización/sociali­ zación) es una unidad necesaria, que es el corazón mismo del m odo de producción capitalista. La resolución «dialécti­ ca» de la contradicción siempre está im plícita en la contra­ dicción m isma: si los trabajadores retom an el control sobre su fuerza de trabajo, la propiedad de los medios de produc­ ción debe socializarse. E ste breve resum en intenta demos­ tra r cóm o la concepción del realismo de Lukács está m ar­ cad a por la influencia del m arxism o del siglo xix. E n una brillante serie de trabajos, en especial en La no­ vela histórica (1 9 3 7 ) y Estudios sobre el realismo europeo (1 9 5 0 ), Lukács refina y prolonga las ortodoxas teorías del realism o socialista. S in em bargo, en E l significado del rea­ lism o contem poráneo (1 9 5 7 ), lleva el ataque com unista a las tendencias m odernas. No le niega a Jo y ce la categoría de verdadero artista, pero pide que se rech ace su visión de la h istoria y, en especial, el modo en que su visión «estática» de los acontecim ientos se refleja en una estructura épica esencialm ente estática en sí misma. E sta incapacidad para p ercib ir la existencia hum ana com o una parte de un con­ texto histórico dinám ico contam ina toda la modernidad con tem p orán ea y se refleja en las obras de escritores com o K afka, B eckett y Faulkner. E stos escritores, afirm a Lukács, se in teresán 'p or la experim entación form al: el montaje, los diálogos interiores, la técnica de la «corriente de concien­ cia», la utilización de reportajes, diarios, etc. Todo este vir­ tu o sism o form al no es m ás que el resultado de una es­ tre ch a preocupación por las im presiones subjetivas, una p i y U U ^ V -iv ii. 122 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA preocu p ación resultante del exacerbado individualismo del capitalism o avanzado. E n lugar de un realism o objetivo, nos hallam os ante una visión del mundo llena de angustia. L a riqueza de la historia y de sus procesos sociales se re­ duce a la triste historia in terior de unas existencias absur­ das. E s ta «atenuación de la realidad» co n trasta co n la vi­ sión de la sociedad dinám ica y evolutiva que se encuentra en los precursores decim onónicos del realism o socialista, que alcanzan lo que Lukács llam a «realism o crítico ». Al sep arar lo individual del m undo exterio r de la reali­ dad objetiva, el escrito r m oderno se ve obligado a co n tem ­ p lar la vida interior de los personajes com o «una corriente siniestra e inexplicable» que, en el fondo, tam bién adopta las características de un estatism o eterno. Lukács parece in­ cap az de acep tar que, al presen tar la existencia em pobreci­ da y alienada de las obras m odernas, algunos escritores a c­ ceden a algún tipo de realism o o d c""T^^Han hasta cierto punto nuevas técnicas y fo rm as literarias que se correspon­ den co n la realidad m oderna. Al insistir en la naturaleza reaccionaria de la ideología m oderna, se negó a recon ocer las posibilidades literarias de las obras m odernas. Al conside­ r a r reaccion ario su contenido, tachó de inaceptable la for­ m a m oderna. D urante su co rta estancia en B erlín, en los años de 1930 atacó el uso de las técnicas m odernas del m ontaje y la utilización del reportaje en las obras de au to­ res radicales, entre los que se contaba el brillante d ram a­ turgo B ertold B rech t. P ara co n o cer el co m en tario de Lu­ kács sobre B rech t — de su últim a obra, The M eaning o f Contemporary Realism — , véase el capítulo 8 sobre B rech t en A Practical Reader. E rich Auerbach, un exiliado de la Alem ania de H itler que m ás tarde llegaría a se r profesor de Lenguas R om áni­ cas en la Universidad de Yale, también prom ovió la co n ­ cepción lukacsiana del realism o en su influyente obra de variada tem ática, M im esis: la representación de la realidad en la literatura occidental (1 9 4 6 ). Como Lukács, A uerbach está interesado en có m o las fuerzas históricas m odelan el com portam iento y có m o el artista establece fuertes víncu­ los entre la actividad individual y su contexto histórico y so ­ cial particular. L a cap acid ad de la obra de a rte para com - TEORÍAS MARXISTAS 123 prender y rep resen tar una perspectiva «totalizadora» así le da im portancia y, por lo tanto, para Auerbach, co m o para Lukács, el realism o m oderno debería constituir a la vez una especie de depósito de historia cultural y una intervención en la vida m oral y polí^r-a dé los seres humanos. Las p rim eras obras de B rech t eran radicales, anarqui­ zantes y antiburguesas, pero no anticapitalistas. Después de leer a M arx, alrededor de 1926, su iconoclastia juvenil se convirtió en com prom iso político consciente, aunque siem pre siguió siendo un inconform ista y jam ás fue hom ­ bre de Partido. H acia 1930, em pezó a escribir las Lehrstücke, piezas didácticas destinadas a un público obrero, pero se vio obligado a abandonar A lem ania en 1933, cuand o los nazis llegaron al poder. Escrib ió sus principales obras en el exilio, principalm ente en los países escandinavos. M ás tar­ de, en E stad os Unidos, tuvo que d eclarar ante el Com ité de Actividades A ntinorteam ericanas de M cCarthy y acab ó por establecerse en Alemania oriental en 1949. Tam bién tuvo problem as con las autoridades estalinistas, quienes le co n ­ sideraban u na fuente de prestigio a la vez que inconve­ niente. Su oposición al realismo socialista ofendía a las autori­ dades germ ano-orientales. Su recurso teatral m ás conocido, el distanciam iento, proviene en parte del concepto de «ex­ trañam iento» de los formalistas rusos. El realismo socialista favorecía la ilusión realista, la unidad formal y los héroes «positivos». É l calificó su propia teoría del realism o de «an­ tiaristotélica», lo cual era un m odo de atacar a sus adver­ sarios. Aristóteles había hecho hincapié en la universalidad y unidad de la acción trágica y en una identificación del pú­ blico con el héroe que llevaba a là «catarsis». B rech t re ch a ­ za toda la tradición teatral aristotélica: para él, el d ram a­ turgo debe evitar una tram a pulida e interconectada y cualquier sensación de inevitabilidad o universalidad. Los casos de injusticia social deben presentarse co m o si fueran chocantes, no naturales, y com pletam ente sorprendentes. «E s dem asiado fácil contem plar el precio del pan, la falta de trabajo y la declaración de guerra com o si fueran fenó­ m enos naturales, com o terrem otos o inundaciones», en lu­ gar de co m o el resultado de la explotación hum ana. 124 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA P ara evitar que el público caiga en un estado de acep ta­ ción pasiva, es preciso hacer añicos la realidad utilizando el distanciam iento. Los actores no deben perderse en sus pa­ peles o intentar b u scar una simple identificación em pática con el público, deben presentar un rol al mismo tiem po re­ conocible y p oco familiar, de m odo que se ponga en acció n un proceso de valoración crítica. L a situación, las em o cio ­ nes y las alternativas de los personajes deben entenderse desde fuera y plantearse com o extrañ as y problem áticas. Esto no im plica que los actores deban evitar el uso de las em ociones, sólo el de la em patia. Ello se consigue co n la «revelación de los recursos», p ara utilizar un térm ino for­ m alista. El em pleo de los gestos es un medio im portante de exteriorizar las em ociones de un personaje. Gesto o acció n se estudian y se ensayan com o recurso para exp resar de m odo sorprendente el significado social específico del pa­ pel. E s grande el contraste con el m étodo de Stanislavsky, partidario de la identificación total entre el acto r y su papel y que, p ara lograr una sensación de «espontaneidad» e in­ dividualidad, da prioridad a la im provisación sobre el cálcu ­ lo. Este poner en prim er plano la vida interior del person a­ je hace que su significado social se evapore. Los gestos de Marlon B rand o o Jam es Dean son idiosincráticos, m ientras el a cto r brechtiano (Peter Lorre o Charles Laughton) actú a co m o si fuera un payaso o un m im o, utilizando gestos diagram áticos que indican antes que revelan. En cualquier caso, las obras de B rech t, cuyos «héroes» son tan a m enu­ do vulgares, duros y sin escrúpulos, no favorecen el culto a 'ia personalidad. M adre Coraje, Asdak y Schweyk destacan con fuerza sobre un lienzo «épico»: son seres sociales co n un notable dinam ism o, pero carecen de vida interior. B re ch t rech azó la clase de unidad form al adm irada por Lukács. E n p rim er lugar, el teatro «épico» de B rech t, al co n ­ trario del teatro trágico de Aristóteles, se com pone de epi­ sodios escasam en te ligados, co m o los que se podrían en­ co n trar en las obras históricas de Shakespeare o en las novelas p icarescas del siglo xvm . No se dan im perativos a r­ tificiales de tiem p o y lugar, ni tram as «bien construidas». L a inspiración contem poránea proviene del cine (Charlie Chaplin, B u ster Keaton, Eisenstein, etc.) y de la ficción m o- TEORÍAS MARXISTAS 125 dern a (Joyce y Dos Passos). E n segundo lugar, B recht no cre e que un m odelo de form a perm anezca vigente de modo indefinido; no existen «leyes estéticas eternas». Para captu­ ra r la fuerza viva de la realidad, el escrito r debe avenirse a utilizar cualquier recurso form al concebible, sea viejo o nuevo. Su actitud ante el realism o socialista es rotunda: «Debemos tener cuidado en no adscribir el realism o a una form a histórica p articu lar de novela, perteneciente a un pe­ ríodo histórico co n creto , el de Tolstoi o el de Balzac, por ejem plo, para establecer criterios de realism o puramente form ales y literarios.» Consideró que la.pretensión de Lu­ kács de conservar de m odo religioso una form a literaria de­ term inada com o único m odelo de realism o constituía una peligrosa clase de form alism o." De convertirse su «distanciam iento» en la fórmula, de todo realism o, B rech t habría sido el prim ero en adm itir que había dejado de ser efectiva. Si se copian otros m étodos realistas, se deja de-ser realista: «Los m étodos se gastan, los estímulos fallan, aparecen nue­ vos problem as que exigen nuevas técnicas. L a realidad cam ­ bia y, para representarla, también deben cam b iar los me­ dios de representación.» E stas observaciones expresan con toda claridad la con cepción poco dogm ática y experimental que B rech t tenía de la teoría. Sin em bargo, este rechazo de la ortodoxia no tiene nada de «liberal»: su ininterrumpida búsqueda de nuevos m odos de sacudir al público, sacándo­ lo de la pasividad com placiente, y de conseguir un com ­ prom iso activo estaba m otivada por un profundo propósito político de d esen m ascarar todo nuevo disfraz utilizado por el siem pre sinuoso sistem a capitalista. L a ESCUELA DE FRANKFURT: ADORNO Y BENJAMIN M ientras B rech t y Lukács discutían sobre sus concep­ ciones del realism o, la escuela m arxista de Frankfurt recha­ zaba el realismo en su conjunto. El Instituto de Invesliga* Para mayor información sobre su «debate» acerca del realismo, con ejemplos de sus implicaciones para la lectura del Ultses de Joyce, véa­ se PTRL, pp. 158-163. 126 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA ciones Sociales de Frankfurt practicaba lo que se ha llama­ do «teoría crítica»; una form a de análisis social de gran am ­ plitud, basada en el m arxism o hegeliano y que contenía tam bién elementos freudianos. Las principales figuras en fi­ losofía y estética eran M ax Horkheimer, T heódor Adorno y H erbert M arcuse. E n 1933, el Instituto tuvo que exiliarse y se instaló en Nueva York, pero finalmente volvió a Frankfurt en 1950 bajo la dirección de Adorno y Horkheimer. Al igual que Hegel consideraban el sistem a social co m o una totali­ dad en la cual todos los aspectos reflejan la m ism a esencia. Su análisis de la cultura m oderna está influido p o r la expe­ rien cia del fascism o, que, en Alemania, llegó a tener una com pleta hegemonía en todos los niveles de la existencia so­ cial. E n Estados Unidos, se encontraron co n una «unidím ensionalidad» sim ilar en la cultura de m asas y en la pe­ n etración de las relaciones m ercantiles en todos los aspectos de la vida. E l arte y la literatura ocu p aron un lugar privilegiado en el pensam iento de Frankfurt. E n una iniciativa tem prana de la Teoría Crítica, M arcuse propuso el co n cep to de «cultura afirm ativa» con la cual bu scab a registrar la naturaleza dia­ léctica de la cultura co m o conform ista (en su cultivo quietista de satisfacción interior), pero tam bién crítica (en la m edida en que sop ortaba en su propia fo rm a la im agen de u na existencia indem ne). Aunque M arcuse siem pre insistió en el poder negativo y trascendente de la «dim ensión esté­ tica», adaptó el com prom iso revolucionario de su juventud a las cam biantes circu n stan cias sociales y culturales. (Véa­ se su últim a lectura de B rech t, Λ Practical Reader, cap. 8.) P a ra el principal exponente de la Teoría C rítica, Adorno, el arte —junto con la filosofía— era el único teatro de resis­ ten cia al «universo adm inistrado» del siglo X X . Adorno cri­ ticó la concepción de realism o de Lukács, argum entando que la literatura, a diferencia de la m ente, no tiene un co n ­ ta cto directo con la realidad. Según Adorno, el arte está se­ p arad o de la realidad y esta separación es la que le otorga su significado y poder especiales. Las obras m odernas se en cuen tran bastante distanciadas de la realidad a la que aluden y este distanciam iento les otorga p od er para criti­ carla. E n tanto las form as populares de a rte están obligadas TEORÍAS MARXISTAS 127 a la connivencia con el sistema económ ico que las modela, las obras de vanguardia tienen el poder de «negar» la reali­ dad a la que hacen referencia. Lukács atacó los textos m o­ dernos porque, al reflejar la alienada vida interior de los indi­ viduos, constituían expresiones «decadentes» de la sociedad capitalista avanzada y probaban la incapacidad de los es­ critores p ara trascender los m undos atom izados y frag­ m entados en los que estaban obligados a vivir. Adorno pro­ clam a que el arte no puede lim itarse a reflejar sim plem ente el sistem a social, sino que debe a ctu a r en el in terior de esa realidad co m o un irritante que produce una especie de co ­ nocim iento indirecto: <ÆÎ arte es el conocim iento negativo del m undo real.» Y ello se puede conseguir escribiendo tex­ tos experim entales «difíciles» y no obras críticas o clara­ m ente polém icas. Las m asas, añade Horkheimer, rech azan lo vanguardista porque perturba la aquiescencia au to m áti­ ca e irreflexiva producida por la m anipulación de que son objeto p o r parte del sistem a social: «AI h acer conscientes de su desesperación a los seres hum anos oprim idos, la obra de arte an u n cia una libertad que los enfurece.» La form a literaria no es sim plem ente un reflejo unifica­ do y com prim ido de la form a social com o pensaba Lukács, sino un medio especial para distanciarse de la realidad y pre­ venir la fácil asim ilación de nuevas ideas en envoltorios fa­ miliares y consumibles. Los escritores m odernos intentan in­ terrum pir y fragm entar el cuadro de la vida m oderna en lugar de dom inar sus m ecanism os deshum anizadores. Lu­ kács sólo encontraba signos de decadencia en esta clase de arte y fue incapaz de recon ocer su poder de revelación. El uso por P roust del monologue intérieur no sólo refleja un in­ dividualismo alienado, sino que tam bién aferra una «verdad» acerca de la sociedad m oderna (la alienación del individuo) y perm ite, ai m ism o tiempo, percib ir que la alienación for­ m a parte de una realidad social objetiva. E n un com plejo ensayo sobre el Final de partida de B eckett, A dorno refle­ xiona sobre los m odos en que el a u to r utiliza la fo rm a p ara evocar la vacuidad de la cultura m oderna. A p esar de las c a ­ tástrofes y las degradaciones de la historia del siglo X X , in­ sistim os en co m p o rtam os co m o si nada hubiera cam b iad o, persistim os en nuestra insensata creen cia en las viejas ver­ 128 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA dades de la unidad y la realidad del individuo o de la signifícaíividad del lenguaje. L a o b ra presenta personajes que sólo tienen las cá sca ra s vacías de la individualidad y los tó ­ picos fragm en tarios de un lenguaje. Las absurdas disconti­ nuidades del discurso, la escasa caracterización y la ausen­ cia de tram a contribuyen al efecto estético de distanciarse de la realidad a la que la obra alude y, de ese modo, nos p re­ senta un conocim iento «negativo» de la existencia m oderna. M arx cre ía h ab er extraído el «núcleo racional» de la «concha m ística» de la dialéctica de Hegel. Lo que subsiste es el m étodo dialéctico de com prensión de los p rocesos rea­ les de la h istoria hum ana. La o b ra de la escuela de F ran k ­ furt conserva m u ch o de la sutileza del auténtico pensa­ m iento d ialéctico hegeliano. E l significado de la d ialéctica en la tradición hegéliana se puede resum ir com o «el desa­ rrollo que surge de la resolución de las contradicciones in­ ternas en un asp ecto co n creto de la realidad». E n el libro Philosophy o f M o d em M usic, A dorno expone una visión dia­ léctica de I3 o b ra del co m p o sitor Schoenberg. La revolución «atonal» n ace en un contexto h istórico en el que la extrem a com ercialización de la cu ltu ra destruye la capacidad del oyente p ara ap re cia r la unidad form al de la obra clásica. La explotación com ercial- de las técn icas artísticas en el cine, la publicidad, la m ú sica popular, etc,, ha obligado al co m p o ­ sitor a responder co n una m ú sica ro ta y fragm entada en la que se niega la g ram ática del lenguaje m usical (tonalidad) y donde ca d a n o ta individual está aislada y no puede inter­ pretarse recu rrien d o a su con texto. Adorno describe el co n ­ tenido de esta m úsica «atonal» utilizando el lenguaje del psicoanálisis: las lastimosas notas aisladas expresan claros impulsos del in­ consciente. La nueva forma se relaciona con Ja pérdida indivi­ dua! de control consciente en la sociedad moderna. Al permitir la expresión de violentos impulsos inconscientes, la m úsica de Schoenberg escapa al censor y a la razón. La dialéctica culmi­ na cuando este nuevo sistema se relaciona con la nueva' orga­ nización totalitaria del capitalismo imperialista, en la qué la au­ tonomía del individuo se diluye en un sistema de mercado monolítico y de masas. Es decir, que la música es al mismo tiempo síntoma de una ineludible pérdida de libertad y revuel­ ta contra la sociedad unidimensional. TEORÍAS MARXISTAS 129 W alter Benjam in — am igo de Adorno, pero también de B re ch t (con quien Adorno era antipático p o r tem peram en­ to y puntos de vísta) y de Gershom Sholem (el gran estu­ dioso del m isticism o judaico, que recela de la conversión de su viejo com p añ ero al pensam iento m aterialista)— fue el pensador m arxista m ás idiosincrático de su generación. Su prim era crítica «académ ica», dedicada a Goethe y al teatro barroco alem án, es legendariam ente oscu ra y gran p arte de su periodism o cultural es poco m ás que eso. Tra­ bajó durante años en su «Proyecto A rcades», una fascinan­ te exploración de la cu ltu ra com ercial surgida en París, la «capital del siglo xix». S e cuenta entre los primeiros y m e­ jo res intérpretes del teatro de B rech t y un teórico m ateria­ lista audaz e intransigente de los nuevos medios de pro­ du cción artística (p ara Benjam in sobre B rech t, véase A Practical Reader, cap. 8), aunque su últim o ensayo, las «Theses on the Philosophy of History», ofreció su vision m arxista en el idiom a de la teología m esiánica. El ensayo m ás conocido de Benjam in,--«La obra de arte en la era de la reproducción m ecán ica», contradice la visión de Adorno de la cultura m oderna. Las innovadoras técn icas m odernas (cine, radio, teléfono, gram ófono, etc.), afirm a Benjamin, han alterado profundam ente la posición de la «obra de arte». E n otro tiem po, cuando las obras artísticas tenían el «aura» derivada de su unicidad, eran terren o particular de u na privilegiada elite burguesa. Ello era especialm ente cier­ to en lo que resp ecta a las artes visuales, pero también en el caso de la literatura esta «aura» existía. L o s nuevos m e­ dios de com unicación han roto este sentim iento cuasi reli­ gioso y han alterado profundam ente la actitu d del artista ante la producción. E n una medida ca d a vez mayor, la re­ prod u cción de objetos artísticos (m ediante fotografía o r a ­ diotransm isión) significa que están diseñados en realidad p a ra la reproductibilidad; y en el surgim ien to del cine des­ cubrim os «copias» sin «original». B en jam in afirm aba que en este punto se encuen tra la base té cn ica de un nuevo ge­ nio de producción artística y de co n su m o , en la cual adm i­ ració n y deferencia darán paso a una p o stu ra analítica y a u n a experiencia relajada, en la cual el a rte , que ya no está im pregnado de «ritual», se abriría a la p olítica. De hecho, 130 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA p red ice m uchas de las características de las form as y a cti­ tudes culturales «posm odernas». E l com ponente ilusionan­ te en las tesis de B enjam in fue señalado p o r Adorno en su m om ento, aunque el ensayo continúa siendo ejem plar por su atención al roí histórico específico de las tecnologías a r­ tísticas. Benjam in hizo el m ism o hincapié en un ensayo pa­ ralelo sobre la política de la p ráctica artística, «The Author as a Producer». A pesar de que las nuevas tecnologías (cine, prensa, etc.) podían tener un efecto revolucionario, B enjam in era co n s­ ciente de que no había ninguna garantía de ello. Con el fin de liberarlas de las m an os de la burguesía, era necesario que los escritores y artistas socialistas se convirtieran en productores en su propio ám bito. Las opiniones de B enja­ m in sobre la naturaleza del arte estaban cercan as a las de B rech t y, de hecho, las m ás claras exposiciones de su pen­ sam iento las hizo teniendo en m ente las ob ras de éste. B en­ jam in rechaza la idea de que se logra a rte revolucionario tratan d o el tem a co rrecto . (E n este sentido, sus puntos de vista están en co n tra de la ortodoxia realista del m om ento.) E n lugar de interesarse p o r la posición de la obra de arte en las relaciones eco n ó m icas y sociales de su tiempo, se plantea la pregunta: ¿cuál es «la función de una obra en el in terior de las relaciones literarias de producción de su tiem po»? El artista n ecesita revolucionar las fuerzas artísti­ cas de producción de su época. Y ello es cuestión de técni­ ca. Sin em bargo, la técn ica co rrecta surgirá en respuesta a una com pleja co m b in ació n histórica de cam b ios sociales y técnicos. París, la populosa y anónim a ciudad del Segundo Im perio, inspiró a B au d elaire y a Poe; sus innovaciones té c­ nicas fueron una respuesta directa a las asociales y frag­ m entadas condiciones de existencia urbana: «El contenido social originario de la historia de detectives fue la desapa­ rición de las huellas individuales en la m uchedum bre de la gran ciudad.» Sobre un p oem a de Baudelaire, Benjam in es­ cribió: «La form a in terior de estos versos se revela por el hecho de que en ellos el propio am o r se reco n o ce com o es­ tigm atizado por la gran ciudad.» 131 TEORÍAS MARXISTAS M a r x is m o M ach erey «e s t r u c t u r a l i s t a »: G oldm an n , Alth u sser, Durante los años de 1960, la vida intelectual europea se vio dom inada p or el estructuralism o. La crítica m arxista no podía p erm an ecer al m argen del entorno intelectual. Ambas tradiciones consideran que los individuos no pueden ser en­ tendidos fuera de su existencia social. Los m arxistas creen que los individuos no son agentes libres, sino «portadores» de posiciones en el sistem a social. Los estructuralistas co n ­ sideran que las acciones y d eclaraciones individuales no tie­ nen sentido separadas de los sistem as significantes que las generan. Los estructuralistas contem plan estas estru ctu ras subyacentes co m o sistem as autorregulados y al m argen del tiempo; los m arxistas, en cam bio, los conciben históricos, cam biantes y cargados de contradicciones. Lucien Goldm ann, el crítico rum ano, se negó a consi­ derar los textos com o creacion es de genios individuales argum entando que se basaban en «estructuras m entales trans individuales» pertenecientes a grupos (o clases) parti cu-, lares. E sta s «concepciones dei mundo» están en proceso continuo de elaboración y disolución por parte de los gru­ pos sociales a m edida que éstos adaptan su im agen m ental del m undo en respuesta a la realidad cam biante. Tales im á­ genes suelen p erm an ecer m al definidas y a medio a ca b a r en la con ciencia de los agentes sociales, pero los grandes es­ critores son cap aces de cristalizar estas concepciones del mundo de u na form a luçida y coherente. El aplaudido libro de G oldm ann Le Dieu Caché estable­ ce relaciones entre las tragedias de Racine, la filosofía de Pascal, un m ovim iento religioso francés (el jansenism o) y un grupo social (la noblesse de la robe). La visión jansenis­ ta del m undo es trágica: considera los individuos divididos entre un pecam inoso m undo sin esperanza y un dios au­ sente que, a p esar de haberlo abandonado, im pone aún su autoridad absoluta sobre el creyente, con lo cual, los indi­ viduos se ven abocados a una extrem ad a y trágica soledad. La estru ctu ra de relaciones subyacente a las tragedias de Racine exp resa la difícil situación jansenista, que, a su vez, puede relacion arse con la d ecaden cia de la noblesse de la 132 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA robe, una clase de funcionarios de co rte que iba siendo ais­ lada y despojada de su poder a m edida que la m onarquía absoluta le retirab a el apoyo financiero. E l contenido «m a­ nifiesto» de las tragedias no p arece tener relación co n el credo jansenista, pero, en un nivel estructural m ás profun­ do, com parten la m ism a forma: «el héroe trágico, equidis­ tante entre Dios y el mundo, se encuen tra radicalm ente solo». E n o tras palabras, la expresiva relación entre clase social y texto literario no fue registrada en el contenido «re­ flejado», sino en un paralelism o de form a u «hom ología». Mediante el co n cep to de hom ología, el pensam iento de Goldm ann logró trasp asar los confines de la d ogm ática tra ­ dición realista (aunque conservó su adm iración p o r las pri­ m eras obras de L u kács) y desarrolló una variedad distinüva de análisis literario y cultural m arxista que bautizó co m o «estructuralism o genético». Su última obra, P our une sociologie du roman (1 9 6 4 ) pa­ rece acercarse a la escuela de Frankfurt al centrarse en la «homología» entre la estructura de la novela m oderna y la es­ tructura de la econom ía de m ercado. H acia 1910, sostiene Goldmann, se estaba realizando la transición de la ép o ca heroica del cap italism o liberal a la fase im perialista y, co m o consecuencia, la im portancia del individuo en la vida e co ­ nóm ica se red u cía drásticam ente. Y, a partir de 1945, la re ­ gulación y la dirección de los sistem as económ icos p o r p a r­ te del E stad o y las com pañías m ultinacionales llevan a su m áxim o desarrollo la tendencia que los m arxistas llam an «cosificación» (h aciendo referencia a la reducción del valor al valor de cam b io y al dom inio del m undo hum ano p o r un mundo de objetos). E n la novela clásica, los objetos sólo te­ nían significado en relación co n los individuos, pero, en las novelas de S artre, Kafka y Robbe-Grillet, el m undo de los objetos com ien za a desplazar al individuo. E n esta etap a fi­ nal, la obra de Goldm ann se b asa en un m odelo algo to sco de «superestructura» y «base» según el cual las estru ctu ras literarias se corresponden sim plem ente con las e stru ctu ­ ras econ óm icas. Goldmann so rtea el depresivo p esim ism o de la escuela de Frankfurt, pero pierde sus ricas p ersp ecti­ vas dialécticas. Louis Althusser, el filósofo m arxista francés, ha tenido TEORÍAS MARXISTAS 133 una im p ortan cia cap ital en la teoría literaria m arxista, es­ pecialm ente en F ra n cia y Gran B retaña. Su obra se relacio­ n a claram en te con el estructuralism o y el postestructuralism o. R ech aza el re to m o a Hegel de la filosofía m arxista, resaltando que la verdadera contribución de M arx al cono­ cim iento fue su «ruptura» con Hegel, C ritica el concepto hegeliano de «totalidad», de acuerdo con el cual la esencia del todo se expresa en todas sus partes. También evita la utilización de térm inos com o «orden» y «sistem a social»,, porque pueden su gerir la idea de una estru ctu ra con un cen tro que d eterm in a la form a de todas sus em anaciones. E n lu gar de ello, habla de «form ación social», considerán­ dola com o u na estru ctu ra «descentrada». A diferencia de un organism o viviente, esta estructura no posee un principio que la rija, ni germ en original, ni unidad global. Las impli­ cacion es de este punto de vista son interesantes. Los diver­ sos elem en tos (o «niveles») en el in terior de la form ación social no se tra ta n co m o reflejos de un nivel esencial (el ni­ vel eco n ó m ico p ara los m arxistas): los niveles poseen una «autonom ía relativa» y sólo «en últim a instancia» vienen determ inados p o r el nivel económ ico (esta com pleja for­ m ulación proviene de Engels). L a form ación social es una estru ctu ra en la que los diferentes niveles existen en co m ­ plejas relacion es de con trad icción interna y conflicto m u­ tuo. E sta e stru ctu ra de contradicciones puede estar dom i­ n ad a en cu alq u ier etap a p o r uno u otro nivel, aunque dicho nivel e stará siem pre dom inado en el fondo p o r el nivel eco­ nóm ico. E n las form aciones sociales feudales, por ejemplo, la religión es estru ctu ralm en te dom inante, lo cual no quie­ re decir que la religión sea la esencia o el cen tro de la es­ tru ctu ra: au n q u e no de m odo directo, su papel está deter­ m inado p o r el nivel económ ico. A lthusser re ch a z a considerar el arte co m o una simple form a de ideología. E n «Una carta sobre el arte», lo sitúa en algún lu g a r entre la ideología y el conocim iento científi­ co. Una g ra n o b ra literaria no nos prop orcion a un con oci­ m iento co n ce p tu a l adecuad o de la realidad, pero tam poco exp resa sim p lem en te la ideología de una clase particular. Se apoya en las ob servaciones de Engels sobre B alzac (véase p. 118) y a firm a que el arte «nos hace ver», de un modo dis- 134 la t e o r ía l it e r a r ia c o n t e m p o r a n e a tanciado, «la ideología de la que ha nacido, en la que se baña, a la que alude y de la que se despega en tanto arte». Define la ideología co m o «una representación de la relación im a g in a r ia de los individuos co n sus condiciones reales de existencia». L a conciencia im aginaria nos ayuda a dar sentido al mundo, pero tam bién enm ascara o reprim e nuestra relación real con él. P o r ejemplo, la ideología de la «liber­ tad» propaga la creen cia en la libertad de todos los hom ­ bres, incluyendo los trabajadores, pero o cu lta la relación real de la econom ía capitalista de la época liberal. Las cla­ ses dominadas aceptan un sistem a ideológico dom inante com o si fuera el punto de vista del sentido com ún y, de este m odo, los intereses de la clase dom inante se ven protegidos. El arte, sin embargo, ejecuta «una retirada» (una distancia ficticia) de la m ism a ideología de la que se alim enta. Por esto, una gran obra literaria puede trascen d er la ideología de su autor. (Para una lectura de B rech t p o r Althusser en este contexto, véase A Practical Reader, cap. 8.) El libro Pour u n e théorie de la production littéraire (1 9 6 6 ) de Pierre M acherey influyó sobre la visión de Al­ thusser del arte y de la ideología. Dicho au to r adopta desde el principio el modelo m arxista y, en lugar de considerar el texto com o «creación» u obra autónom a, lo h ace en tanto «producto», en el cual cierto núm ero de m ateriales dispares es elaborado y transform ado durante el proceso. Estos m a­ teriales no son «instrum entos libres» que puedan utilizarse de modo consciente para cre a r una obra de arte controlada y unificada. El texto, al trab ajar los m ateriales dados con antelación, no es nunca «consciente de lo que está hacien­ do». Cuando ese estado de conciencia que llam am os ideo­ logía penetra en el texto, to m a una form a diferente. Por lo general, se percibe com o algo totalm ente natural, com o si su discurso fluido e im aginario prop orcion ara una explica­ ción de la realidad perfecta y unificada. U na vez elaborada com o texto, quedan expuestos todos sus fallos y contradic­ ciones. El escritor realista intenta unificar todos los ele­ mentos en el texto, pero, en el proceso textual, se producen de modo inevitable om isiones y errores provocados por la incoherencia misma del discurso ideológico: «para decir algo, hay cosas que deben no ser dichas». El crítico literario TEORÍAS ¡MARXISTAS 135 no se preocu pa por m o strar có m o encajan perfectam ente todas las partes de la obra ni p o r aclarar cualquier co n tra­ dicción aparente: al igual que un psicoanalista, se interesa por el inconsciente del texto, p o r lo que no se dice, lo que ineludiblemente se reprime. ¿C óm o actú a este enfoque? Tom em os, por ejemplo, la novela de Defoe Moll Flanders.* A principios del siglo χνιιι, la ideología burguesa se preocu p ab a por lim ar las aspere­ zas existentes entre la m oral y las necesidades económ icas: entre, p o r un lado, la visión providencialista de la vida hu­ m ana que exige el aplazam iento de la gratificación inm e­ diata en beneficio de otra a largo plazo y, por otro, el indi­ vidualismo económ ico que extrae todo el valor de las relaciones hum anas para convertirlo en m ercan cía. E n Moll Flanders esta ideología está representada de m odo tal que sus con tradicciones quedan al descubierto. L a aplicación de una forma literaria sobre la ideología produce este efecto de in­ coherencia. El uso literario de Moll com o n arrad o ra posi­ bilita una doble perspectiva. E lla cuenta su historia pros­ pectiva y retrospectivam ente; es la protagonista que disfru­ ta con su m ezquina vida de p rostituta y ladrona y, tam bién, la m oralista que cuenta su vida de pecados co m o adverten­ cia para los dem ás. Las dos perspectivas se funden sim bó­ licam ente en el episodio del afortunado negocio de especu­ lación en Virginia, donde Mol! funda una em presa con las ganancias ilícitas que m antuvo a buen recaudo durante su encarcelam ien to en Newgate. E l éxito económ ico es tam ­ bién la recom pensa por arrepentirse de su m ala vida. De este m odo, la form a literaria «fija» el fluido discurso de la ideología: al d ar su sustancia form al, el texto pone de m a­ nifiesto los fallos y las con trad iccion es que la ideología que lo sostiene. El escritor no pretende este efecto, que el texto genera de m odo «inconsciente». E n un estudio posterior, escrito por Etien n e Balibar, M acherey se separaba de fo rm a m ás radical de la concep­ ción tradicional de literatura que defendía la escuela de Frankfurt y que Althusser aún albergaba. L a cultura de «lo * Una discusión más completa sobre esta lectura «ideológica» —tam­ bién en relación con Moll Flanders— se encuentra en PTRL, pp. 153-157. 136 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA literario» fue repensada co m o p ráctica clave dentro del sis­ tema educativo, donde servía p ara reproducir la dom ina­ ción de clase en el lenguaje. M E a r x is m o d e ag leto n , J « N u e v a I z q u i e r d a »: W il l ia m s , a m eso n E n E stad o s Unidos, la teoría m arxista ha estado dom i­ nada por la h eren cia hegeliana de la escuela de Frankfurt. En el inhóspito clim a ideológico estadounidense, sólo los sutiles escritos filosóficos de A dorno y H orkheim er co n si­ guieron e ch a r raíces firm es (la revista Telos es el portavoz de esta tendencia). E n G ran B retañ a, el resurgim iento de la crítica m arxista (en decaden cia desde los años de 1 930) se vio favorecido p o r los «disturbios» de 1968 y p o r la consi­ guiente influencia de ideas continentales (la New Left Re­ view fue un im portante canal de difusión). E n am bos paí­ ses, respondiendo a las condiciones específicas, surgieron teóricos im portantes. Fred ric Jam eso n , en M arxism a nd Form (1 9 7 1 ) y La cárcel del lenguaje (1 9 7 2 ), ha desarrollado unos esquem as dialécticos dignos de un filósofo m arxista hegeliano. Terry Eagleton, en Criticism and Ideology (1 9 7 6 ), se b ir:., en cam b io, en el m arxism o antihegeliano de Al­ thusser y M acherey para llevar a cabo una reevaluación radical de la evolución de la novela inglesa. M ás recien te­ mente, Ja m e so n y E agleton han respondido con im agina­ ción al reto del postestructuralism o y posm odem ism o. (Véa­ se la sección «Posm odernism o y m arxism o», en el cap . 8. Para una discusión sobre o tras inflexiones de la teoría crí­ tica m arxista en los últim os veinte años, véase la secció n so­ bre el «Fem inism o m arxista» en el cap . 6 y el de «El nuevo historicism o y el m aterialism o cultural» en el cap. 7). N aturalm ente, ya había u n a notable presencia de trab a­ jo en este cam p o: Raym ond W illiam s. Se inició co n una nueva valoración c rític a . d e 'la trad ició n inglesa del pensa­ miento cu ltu ral crítico (Culture a nd Society 17 8 0 -1 9 5 0 , 1958). A continuación,. W illiam s se em barcó en u n a co n s­ trucción te ó rica rad ical de todo el dom inio del significado social — «cultura» com o «un m odo de vida total»— . E sta TEORIAS MARXISTAS 137 perspectiva genera! fue desarrollada en estudios particula­ res de teatro, novela, televisión y sem án tica histórica, y tam bién com o una obra teórica m ás com pleta. (Dos ejem ­ plos de la obra crítica de Williams sobre la novela se encuen tran en el cap. 4 [sobre M iddlemarch] y en el cap. 7 [so­ bre Ulises] de A Practical Reader.) El proyecto general de W illiam s — el estudio de todas las form as de significación en sus condiciones reales de producción— siem pre fue his­ tórico y m aterialista; el nom bre que le dio finalmente fue «m aterialism o cultural». Sin em bargo, no fue hasta 1977, con la publicación de una m anifestación elaborada de su p ostu ra teórica, que em pezó a caracterizar su obra com o «m arxista» (Marxism a nd Literature, 1977). H abía rechaza­ do hacía tiempo la ortodoxia com unista de sus tiempos de estudiante y continuaba convencido de que la perfilada teo­ ría de la cultura recibida de M arx estaba com prom etida, no p or su «m aterialism o» sino, bien al co n trario , p o r los re­ siduos idealistas sin liquidar. El aire de vacilación distante que im prim ió a sus prim eras obras fue interpretado a veces p o r una generación m ás jóven de m arxistas com o señal de insuficiencia teórica y política y esto explica, en parte, el hecho de que Eagleton lanzara su propia intervención teó ­ rica no sólo com o rech azo de la tradición leavisista dom i­ nante, sino tarribién',cortïG1crítica revolucionaria de su anti­ guo mentor, Williams. E n Criticism a n d Ideology, Eagleton, co m o Althusser, sostiene que la crítica debe rom per con su «prehistoria ideo­ lógica» y convertirse en «ciencia». E l problem a central, en­ tonces, es el de definir la relación entre literatura e ideolo­ gía, ya que desde esta nueva postura, los textos no reflejan la realidad histórica, sino que m odelan la ideología p ara prod ucir un efecto de «realidad». El texto puede parecer li­ bre con respecto a sus relaciones con la realidad (es capaz de inventar personajes y situaciones a voluntad), pero no lo es con respecto a la ideología. Aquí, el co n cep to de ideolo­ gía no se refiere a las doctrinas políticas conscientes, sino a todos los sistem as de representación (estéticos, religiosos, jurídicos, etc.) que dan form a a la im agen m ental que el in­ dividuo tiene de la experiencia vivida. Los significados y percepciones producidos por el texto son una tran sform a­ 138 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA ción de la elaboración que la ideología h ace de la realidad, co n lo cual el texto incide sobre ella en dos niveles. Eagleton profundiza aún m ás su análisis al exam in ar la com pleja és^ tratificación de la ideología desde sus form as pretextuales m ás generales h asta la m ism a ideología del texto. R echaza la concep ción de Althusser, según la cual la literatura pue­ de distanciarse de la ideología, com o una com pleja reela­ b o ració n de discursos ideológicos preexistentes. Sin em bar­ go, el resultado literario no es un simple reflejo de otros d iscursos ideológicos, es un producto ideológico especial. P o r esta razón, la crítica no se interesa sólo por las leyes de ■ la fo rm a literaria o p o r la teoría de la ideología, sino, m ás bien, p o r «las leyes de producción de discursos ideológicos tales co m o la literatura». E agleton exam ina u n a serie de novelas, desde George E lio t hasta D. H. Law rence, con el fin de d em o strar las interrelaciones existentes entre ideología y form a literaria (la secció n sobre el M iddlem arch de Eliot se reproduce en el cap . 4 de A Practical R eader). Según él, la ideología burgue­ sa decim onónica m ezcló un utilitarism o estéril co n una se­ rie de concepciones organ icistas de la sociedad (principal­ m ente derivadas de la tradición del hum anism o rom ántico). A m edida que el cap italism o Victoriano se fue haciendo m ás «corporativo», necesitó reforzarse con el am able orgánicism o estético y social de la tradición ro m án tica. Eagleton p asa revista a la situ ación ideológica de cad a au to r y anali­ za las contrad icciones de su pensam iento y los intentos de solución propuestos en sus obras. Law rence, p o r ejemplo, estab a m uy influido p o r el hum anism o ro m án tico en su creen cia de que la novela reflejaba la fluidez de la vida de m odo no dogm ático y de que la sociedad tam bién era ideal­ m ente un orden o rg án ico frente a la extrañ a sociedad c a ­ p italista de la G ran B re ta ñ a m oderna. Tras la destrucción del hum anism o liberal en la P rim era G ueira M undial, Law ­ ren ce desarrolló un m odelo dualista de principios «m ascu­ linos» y «fem eninos». D icha antítesis se halla presente en v arias de sus obras h asta que se resuelve de m odo definiti­ vo en el personaje de M ellors (El am ante de lady Chatterley), que com bina el im personal poder «m asculino» y la im per­ sonal ternu ra «fem enina». E s ta con trad ictoria com binación TEORÍAS MARXISTAS 139 — que to m a diversas form as en sus novelas— puede rela­ cionarse con una «profunda crisis ideológica» en el seno de la sociedad contem poránea. El im pacto del pensam iento postestructuralista ocasio­ nó un cam b io radical en la obra de Eagleton a finales de los años de 1970. Su atención se desplazó de la actitud «científica» de Althusser al pensam iento revolucionario de B rech t y Benjam ín. Este desplazam iento tuvo com o conse­ cuencia una vuelta a la teoría revolucionaria m arxista clá­ sica expuesta en las Tesis sobre F euerbach (1845): «La cues­ tión de si la verdad objetiva puede atribuirse a la razón hum ana no es una cuestión teó rica sino p ráctica... Los filó­ sofos no han hecho m ás que interpretar el mundo de di­ versas m aneras, de lo que se trata ah o ra es de cam biarlo.» Eagleton cree que las teorías «deconstructivistas», co m o las desarrolladas p o r Derrida y Paul, de M an entre otros (véase cap. 4), pueden utilizarse para m in ar toda certeza, toda for­ ma establecida y absoluta de conocim iento. P o r otro lado, critica la deconstrucción por su negación pequeño burgue­ sa de la «objetividad» y los «intereses» m ateriales (en espe­ cial, los intereses de clase). E sta visión con trad ictoria se ex­ plica si tenem os en cuenta que E agleton asum e ahora la concepción de la teoría de Lenin y no la de Althusser: la teo­ ría co rre cta «tom a una form a final únicam ente en estrecha relación con la actividad p ráctica de una m asa y un m o­ mento revolucionario verdaderos». L as tareas de la crítica m arxista se llevan a cabo por m edio de la política y no de la filosofía: el crítico debe desm antelar las nociones de «li­ teratura» asum idas y revelar su papel ideológico en la co n s­ titución de la subjetividad de los lectores. En tanto so cia­ lista, el crítico debe «exponer las estru ctu ras retó ricas por las cuales las obras no socialistas producen efectos políti­ cam ente indeseables» y tam bién «in terpretar en la m edida de lo posible dichas obras a contrapelo», de m odo que co n ­ tribuyan a la cau sa socialista. El principal libro de Eagleton en esta fase es Walter B en ­ jam in o r Toward a Revolutionary Criticism (1981). E n ella, el p articu lar m isticism o m aterialista de Benjam in es leído a contrapelo p ara elaborar una crítica revolucionaria. Su co n ­ cepción de la historia im plica una profunda com prensión 14 0 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA del sentido histór ico de un pasado que se en cu en tra siem ­ pre am enazad o y oscurecido por una m em oria reaccio n aria y represiva. Al llegar el m om ento (político) oportu n o, se puede to m a r u na voz del pasado p ara su «verdadero» p ro ­ pósito. Las obras de B rech t, tan adm iradas por B enjam in, a menudo reescrib en la historia a contrapelo, echand o ab a­ jo los despiadados acontecim ientos históricos y abriendo el pasado a una reescritura. E l Coriolano de Shakespeare o el Beggar's Opera de Gay, por ejem plo, son «reescritas» p ara exponer sus potencialidades socialistas. (B rech t insistía de m odo ca ra cte rístico en el hecho de su p erar la sim ple em ­ patia co n el digno «héroe» shakespeariano y ap reciar la tra ­ gedia no sólo de Coriolano, sino tam bién, «en especial, la de la plebe».) E agleton aplaude la concepción b rechtiana, rad ical y oportunista, del significado: «una o b ra puede ser realista en junio y an tirrealista en diciem bre». E ag leto n h ace frecu en ­ te alusión a la obra de Perry A nderson Considerations on Western M arxism (1 976), que m u estra cóm o el d esarrollo de la teoría m arxista siem pre ha reflejado el estadio de las lu­ chas de la clase obrera. Cree, p o r ejem plo, que la p rofun­ dam ente «negativa» crítica de la cu ltu ra m oderna realizad a por la escuela de Frankfurt con stitu yó prim ero una res­ puesta a la dom inación fascista de E u ro p a y, m ás tard e, a la penetrante dom inación cap italista en E stad o s Unidos, pero que tam bién fue el resultado del divorcio teó rico y p ráctico de la escuela respecto al m ovim iento o b rero. De to ­ das m an çras, lo que hace que la crítica revolu cion aria de Eagleton sea claram en te m oderna es el despliegue tá c tico de las teorías freudianas de L a ca n y la p od erosa filosofía deconstructivista de Jacques D errida (véase cap. 7 ); su o b ra The Rape o f Clarissa (1 9 8 2 ), una re le ctu ra de la novela de R ichardson inspirada políticam ente p o r el so cialism o y el fem inism o, ejem plifica la fuerza de esta estrategia c rítica revisada. L a obra de Eagleton con tin ú a desarrollan do este c a m ­ bio. The Ideology o f the Aesthetic (1:9 9 0 ) recu erd a an te ce ­ dentes frankfurtianos m ás que «parisinos»: la cu ltu ra de «lo estético» en la E u ro p a postilustrada se revisa de fo rm a dia­ léctica, considerándose tanto co m o un agente obligatorio TEORÍAS MARXISTAS 141 en la form ación de la subjetividad burguesa «normal» com o el vehículo del deseo irreprim ible y disruptivo. Su principal obra de estos últim os años es H eathcliff and the Great H u n ­ g er (1 9 9 5 ) que estudia la evolución de la literatura irlande­ sa desde el siglo x v i h h asta Joyce y Yeats en relación con la problem ática histórica política y social de la nación. E n tre otros temas, E agleton vuelve a las C um bres borrascosas de Em ily B rontë que sitúa ahora en el con texto de la escasez irlandesa y, recu perando una preocupación antigua, consi­ dera la situación de los exiliados irlandeses, a saber O scar Wilde y George B e rn ard Shaw (véanse extractos de este c a ­ pítulo sobre este p articu lar en Λ Practical Reader, cap. 5). H eathcliff and the Great H un ger podría describirse com o una obra de «m aterialism o cultural» y co m o tal está en co n ­ sonancia con la nueva' adm iración de Eagleton por la obra de Raym ond W illiam s, expresada en ocasión de la m uerte de este último en 1988. Además, confirm a su afiliación po­ lítica con la cau sa de la disensión anticolonialista irlande­ sa, una posición que tam bién expuso en la novela Saints and Scholars (1 9 8 7 ) y en las obras de radio y televisión St Oscar y The White, The Gold and the G angrene. Por sí m is­ m as, estas obras a rtísticas traen un nuevo aliento y destre­ za, a la vez que un h u m or m ordaz, al proyecto cultural de Eagleton en una ép oca en la que las obras académ icas y el arte estaban n orm alm ente divorciados y la sátira parecía haberse agotado. E n E stados Unidos, donde el m ovim iento obrero ha sido parcialm ente corrom p id o y totalm ente excluido del po­ d er político, la ap arició n de un gran teórico m arxiste es un acon tecim ien to im p ortante y, por otro lado, si no perdemos de vista la con cep ción de Eagleton ace rca de la escuela de Frankfurt y la sociedad norteam ericana, no carece de sig­ nificado el hecho que dicha escuela haya influido profun­ dam ente en la o b ra de Fred ric Jam eson. E n el libro Mar­ xism and Form (1 9 7 1 ), explora el aspecto dialéctico de las teorías m arxistas sobre literatura, y, después de una serie de análisis (Adorno, B enjam in, M arcuse, B loch, Lukács y S a rtre), presenta el esbozo de una «crítica dialéctica». Según Jam eson , en el m undo postindus trial del capita­ lism o m onopolista, el único tipo de m arxism o con cierta 142 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA base real es el m arxism o que explora los «grandes tem as de ia filosofía de Hegel: la relación de la p arte co n el todo, la oposición de lo co n creto y lo abstracto, el concepto de to­ talidad, la dialéctica entre apariencia y esencia, y la in­ teracción entre sujeto y objeto». Para un pensam iento dialéc­ tico no existen «objetos» fijos e inalterables; un «objeto» está estrecham ente ligado a un todo m ás am plio y, al m is­ m o tiem po, está relacionado con una m ente pensante que form a parte de una situación histórica. El crítico dialéctico no posee categorías prefabricadas que ap licar a la literatu­ ra y siem pre debe ser consciente de que las categorías, ele­ gidas (estilo, carácter, im agen, etc.) tienen que entenderse en el fondo com o un asp ecto de su propia situación histó­ rica. Jam eson dem uestra que R hetoúc o f Fiction (19 6 1 ) de' W ayne B ooth no tiene una autoconciencia dialéctica co ­ rre cta . Booth adopta el concepto de «punto de vista» en la novela, un concepto profundam ente m oderno en su relati­ vism o im plícito y en el rech azo de cualquier criterio de jui­ cio o punto de vista absolutos. Sin em bargo, al defender el específico punto de vista representado p o r el «autor implí­ cito», intenta restau rar las certezas de la novela del si­ glo X IX , un paso que pone de m anifiesto una nostalgia por u na época de m ayor estabilidad de la clase m edia en un or­ denado sistem a de clases. Una crítica d ialéctica m arxista debe reco n o cer siem pre los orígenes históricos de sus con­ ceptos y no perm itir n u n ca que se petrifiquen y se vuelvan insensibles a la presión de la realidad. N unca podem os sa­ lir de nuestra existencia subjetiva a tiem po, pero sí pode­ m os intentar rom per la endurecida cáscara de nuestras ideas «p ara conseguir una aprehensión m ás vivida de la realidad m ism a». Una crítica d ialéctica b u scará d esen m ascarar la form a in terior de un género o un conjunto de textos y operará des­ de la superficie h acia las profundidades, h acia el nivel en el que la form a literaria se encuentra en íntim a relación con lo co n creto. Tom ando a Hem ingway co m o ejemplo, Jam eson sostiene que la «categoría dom inante de experiencia» en las novelas es el p ro ceso m ism o de la escritura. He­ m ingway descubrió que podía producir un cierto tipo de frase desnuda que cum plía bien dos funciones: registrar el TEORÍAS MARXISTAS 143 m ovim iento de la naturaleza y sugerir la tensión de los re­ sentim ientos entre las personas. La habilidad en la escritu­ ra está conceptualm ente ligada a otras habilidades hum a­ nas, expresadas en relación co n el m undo natural (en especial, los deportes sangrientos). El culto de Hemingway al m achism o refleja el ideal n orteam ericano de habilidad técnica, pero rechaza las condiciones alienantes de la so­ ciedad industrial, que traslada la destreza al ám bito del ocio. L as desnudas frases de Hemingway no pueden pene­ trar en la com pleja estru ctu ra de la sociedad estadouniden­ se y, por ello, sus novelas se dirigen a la m ás sencilla reali­ dad de las culturas extran jeras, en las cuales los individuos destacan co n la «nitidez de objetos». Jam eson m uestra de este m odo có m o la form a literaria m antiene una estrecha relación co n la realidad co n creta. Su The Political U nconscious (19 8 1 ) conserva la prim iti­ va con cep ción dialéctica de la teoría, pero asim ila varias co ­ rrientes de pensam iento contrapuestas (estructu ralism o, postestructuralism o, Freud, Althusser y Adorno) en una im ­ presionante y sin em bargo reconocible síntesis m arxista. Afirma que la condición fragm en tada y alienada de la so­ ciedad hum ana im plica un estado original de com unism o prim itivo en el que tanto la vida com o la percepción eran «colectivas». Cuando la hum anidad sufrió una especie de «Caída blakeana», los sentidos acabaron p o r estab lecer di­ ferentes ám b itos de especialización. Un pintor tra ta la vis­ ta co m o un sentido especializado; él o sus p inturas son un síntom a de la alienación — aunque tam bién constituyen una com pen sación por la pérdida de la plenitud original: pro­ porcionan co lo r a un m undo que carece de él. Todas las ideologías son «estrategias de contención» que p ro cu ran a la sociedad una explicación de sí m ism a que su­ prim e las contradicciones subyacentes de la H istoria, y es la propia H istoria (la cru d a realidad de la N ecesidad eco­ nóm ica) quien im pone esta estrategia de represión. Los tex­ tos literarios actúan en el m ism o sentido: las soluciones que ofrecen son simples síntom as de la supresión de la Histo­ ria. Jam eso n utiliza de m an era inteligente el co n cep to de «rectángulo sem iótico» del estructuralista A. J. G reim as com o herram ien ta analítica para sus propósitos. L as estra­ 144 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA tegias textuales de contención se presentan com o m odelos form ales. El sistem a de G reim as proporciona un inventario com pleto de todas las posibles relaciones hum anas (sexu a­ les, legales, e tc.) que, cuando se aplican a las estrategias del texto, perm iten al teórico descubrir las posibilidades que perm anecen no dichas. E ste contenido «no dicho» es la H is­ toria reprim ida. Jam eson tam bién desarrolla una sólida argum entación sobre la n arració n y la interpretación. Asegura que la na­ rración no es únicam ente un m odo o una form a literarios, sino una «categoría epistem ológica»; la realidad se presenta ante la m ente hu m ana sólo en la form a de narraciones. In ­ clusive u na teoría científica es una form a de narración. Más aún, todas las narraciones requieren interpretación Y, SCJ'ui, Jam eson responde a la írecuente critica postestructuralista con tra la interpretación «profunda». Deleuze y G uattari (en E l antiedipo) atacan la interpretación «trascendental» en beneficio de la «inm anente», que evita la im posición de un «significado» profundo al texto. L a interpretación tras­ cendental intenta dom inar el texto y, al hacerlo, em pobrece su verdadera com plejidad. Muy hábilm ente, Jam eson to m a el caso de la Nueva Crítica (una concepción que se autoproclam a inm anentista) y dem uestra que, en realidad, con sti­ tuye un planteam iento trascendental basado en el «hum a­ nism o». De ello concluye que todas las interpretaciones son necesariam ente trascendentales e ideológicas. En el fondo, lo único que podem os hacer es utilizar los conceptos ideo­ lógicos co m o un m edio de ideología trascendente. El «inconsciente político» de Jam eso n tom a de Freud el concepto b ásico de «represión», pero lo eleva del nivel in­ dividual ál colectivo. La función de la ideología es reprim ir la «revolución». No sólo los opresores necesitan de este inconsciente político, sino que tam bién los oprim idos en­ con trarían insoportable su existencia si la «revolución» no fuese reprim ida. P ara analizar u n a novela es necesario esta' blecer u na cau sa ausente (la «no revolución»). Jam eso n propone un m étodo crítico que incluye tres «horizontes»: un nivel de análisis inm anente, utilizando a Greim as, por ejemplo; un nivel de análisis del discurso social; y un nivel de lectura h istórica por épocas. E l tercer horizonte de lee- TEORÍAS MARXISTAS 145 tu ra se basa en un com plejo replan team ien to de los m o ­ delos m arxistas de sociedad. A grandes rasgos, acepta la n o ció n de A lthusser de totalidad social concebida co m o u n a «estru ctu ra descentrada» en la cu al diferentes niveles co n una «au tonom ía relativa» actú an co n distintas escalas tem p orales (la co existen cia de escalas feudales y capitalis­ tas, p o r ejem plo). E sta com pleja e stru ctu ra de modos de p ro d u cción co n tra rio s y ajenos entre sí conform a la hete­ ro gén ea H istoria que se refleja en la heterogeneidad de textos. De este m odo, Jam eson responde a ios p ostestru c­ tu ralistas, que qu errían abolir la distinción entre texto y realid ad tratan d o la realidad com o un texto m ás; dem ues­ tr a que la heterogeneidad textual sólo puede entenderse en relació n con la heterogeneidad cu ltu ral y social exterior ai texto, con lo cual co n serv a un espacio- p a ra un análisis m a rx ista . Su lectura de Lord Jim de Joseph C onrad m uestra cóm o cad a uno de los diversos tipos de interpretación (im presio­ nista, freudiana, existencial, etc.) que se han aplicado al tex­ to expresa en realidad algo en el texto. Cada forma de in­ terpretación expresa, a su vez, un acontecim iento dentro de la sociedad m oderna que sirve a las necesidades del capital. P o r ejemplo, el im presionism o está tipificado en el perso­ naje dé Stein, el esteta capitalista, cuya pasión por el co ­ leccion ism o de m ariposas Jam eson lo considera com o una alegoría de la propia «apasionada elección por el im presio­ nism o» — la vocación de cap tu rar la m ateria prim a viviente de la vida y a rran carla de la situación histórica— para pre­ servarla más allá del tiem po en la im aginación», de Conrad. E sta respuesta n arrativa a la H istoria está ideológicam ente condicionada y es utópica; contiene a la H istoria e im agina un futuro ideal. (P ara Jam eson sobre la «historia» en rela­ ción co n un texto m odernista, véase su «Ulysses in History» en A Practical R eader, cap. 7.) L a fuerte com prensión «epistem ológica» de Jam eson de la narrativa ilustra la m otivación política de su obra m ás im portante hasta la fecha, Postmodernism, or the Cultural Logic o f Late Capitalism (1991). Sostiene que el posm oder­ nism o no es sim plem ente un estilo, sino m ás bien «el do­ m inante cultural» de nuestro tiempo; diseña de nuevo toda 146 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA nuestra actividad artística e intelectual, conlleva patrones de experiencia bastante distintivos, y por tan to condiciona, a los niveles m ás profundos, lo que podem os co n o cer acer­ ca del mundo contem poráneo (véase m ás adelante, especial­ m ente el cap. 8). L a atrevida sinopsis de Jam eso n de la his­ toria cultural co n tem p orán ea corrob ora su com prom iso con los «grandes tem as de la filosofía hegeliana»; y su preo­ cupación central a ce rc a de la crisis del «m apa cognitivo» en el capitalism o m ás reciente, co n el descubrim iento de for­ m as de narrativa y representación a través de las cuales su realidad puede colo carse en el punto de m ira, nos recuerda. — en los térm inos de política cultural específicam ente— el fam oso requerim iento m arxiano de ir m ás allá de la inter­ pretación del m undo p ara cam biarlo. E n el curso de este capitulo nos hem os referido al m ar­ xism o «estructuralista», considerando los escritos económ i­ co s de M arx com o básicam ente estructuralistas. Sin em ­ bargo, antes de e n tra r de lleno en el estructuralism o conviene resaltar que sus diferencias con el m arxism o son m ayores que las sim ilitudes. P ara el m arxism o, la base úl­ tim a de las ideas es la existencia histórica y m aterial de las sociedades hum anas; p ara los estructuralistas, en cambio* el fondo de la cuestión lo constituye la n aturaleza del len­ guaje. M ientras las teorías m arxistas tratan de los conflic­ tos y los cam bios h istóricos que surgen en la sociedad y que ap arecen reflejados de m odo indirecto en form as literarias, el estructuralism o estudia el funcionam iento interno de los sistem as separado de su contexto histórico. B ib l io g r a f ía s e l e c c io n a d a Textos básicos A dorno, Theodor W., Prisms, Neville S pearm an, Londres, 1967. A dorno, Theodor W. y H orkheim er, Max, Dialectic o f Enlightem ent, Allen Láne, Londres, 1972. A dorno, Theodor W., B en jam in, Walter, B loch , E rn st, B recht, B e r­ tolt y Lukács, G eorg, Aesthetics a nd Politics, New Left Books, L ondres, 1977. TEORÍA S MARXISTAS 147 Althusser, Louis, Lenin a n d Philosophy and Other essays, trad. Ben Brew ster, Verso, Londres, 1971, especialm ente «Ideology and Ideological state Apparatuses» y «A Letter on Art». Aderson, Perry, Considerations on Western M arxism , Verso, L on ­ dres, 1976. Auerbach, E rich , Min tesis: The Representations o f Reality in Wester Literature (1 9 4 6 ), trad. W. R. Trask, Princeton University Press, P rinceton, J, 1953. Baxandall, Lee y M orawski, S tefa, M arx and E ngels on Literature and Art, International general, Nueva York, 1973. Benjam in, Walter, Illum inations, Schoken, Nueva York; Cape, Lon­ dres, 1970. — , Charles Baudelaire: A Lyric Poet in the era o f high Capitalism, trad, H. Zohn, New York Left Books, Londres, 1 9 7 3 « . — . Understanding Brecht, trad. A. B ostock, New York Left Books, L ondres, Í973>b. . Eagleton, Terry, Criticism a n d Ideology, New Left Books, Londres, 1976. — , M arxism a n d Literary Criticism , Methuen, Londres, 1 976. — , Walter Benjam in o r Towards a Revolutionary Criticism , New Left Books, Londres, 1981. — , The rape o f Clarissa, Basil Blackw ell, Oxford, 1982. — , Literacy Theory: A In tro d u ctio n , Basil Blackw ell, O xford, 1983. — , Against the Grain: Essays, 19 7 5 -8 5 , Verse, Londres, 1986. — , The Ideology o f the Aesthetic, Basil Blackwell, O xford, 1990. — , Ideology: An Introduction, Verso, Londres, 1991. — ,■ H eathcliff a nd the great H unger, Verso, Londres, 1995. Eagleton, Terry, y Milne, Drew (eds.), Marxist Literary Theory: A Reader, Basil Blackwell, O xford, 1995. Goldmann, Lucien, The H idden God, Routledge & K eagan Paul, 'Londres, 1964, Jam eson, Fred ric, M arxism ad F o rm : Twentieth-Century Dialectical Theories o f Literature, P rinceton University Press, Princeton, N J, 1971. — , The Prison-House o f Language: A Critical A ccount o f Structura­ lism a nd Russian Form alism , Princeton University P ress, Prin­ ceton, J, y Londres, 1972. — , The Political U nconscious: Narrative as a Socially Sim bolic Act, Cornell University Press, Ith a ca , 1981. — , The Ideologies o f Theory, vol. 1. Situations o f Theory, vol. 2. The Syntax o f History, R outledge & K eagan Paul, Londres, 1988. — , Postmodernism, o r the Cultural Logic o f Late Capitalism, Verso, Londres, 1991. 148 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA — , The S eeds o f Time, Colum bia University Press, N ueva York, 1994. Lukács, G eorg, The Historical Novel (1 9 3 7 ), Merlin Press, Londres, 1962. — , Studies in E urop ea n Realism (1 9 5 0 ), Merlin Press, Londres, 1972. — , The M eaning o f Contemporary Realism (1 9 5 7 ), M erlin Press, Londres, 1963. M acherey, Pierre, A Theory o f Literary Production, trad . G. Wall, Routledge & K eagan Paul, Londres, Henley y B o sto n , 1978. M acherey, P ierre y Balibar, É tien n e, «On L iteratu re as an Id e­ ological F o rm » , en F ran cis M ulherii (ed.). C ontem porary M ar­ xist Literary Criticism , L on gm an . Lond res y N ueva York, 1992. M arcuse, H erbert, O ne-Dimensional M an, Beacon , B oston ; Sphere, L ondres, 1964. — , Negations, Allen Lan e, L ondres, 1968. — , The Aesthetic D im ension, M acm illan, Londres, 1 979. S artre, Jean -Pau l, What is Literature?, Philosophical Library, N ue­ va York, 1949. Willett, Jo h n (ed.), Brecht on Theatre, Methuen, L on d res, 1964. W illiams, R aym ond, Culture a nd Society 1780-1950, C hatto & W indus, L on d res,' 1958. — , The Long Revolution, Chatto & W indus, Londres, 1961. — , Television: Technology- a nd Cultural F orm , F on tana/C ollin s, Londres, 1974. — , M arxism a n d Literature, O xford University Press, O xford, 1977. — , Politics a n d Letters: Interviews wirh New Left Review , Verso, L ondres, 1979. — , Problem s in Materialism a nd Culture, New Left B o ok s, L o n ­ dres, 1980. — , Keywords: A Vocabulary o f Culture a nd Society, Fontana/Collins, L ondres, 1983. — , Towards 2 0 0 0 , Chatto & W indus, Londres, 1983. — , Writing in Society, Verso, Londres, 1984. — , R esou rces o f Hope, Verso, L on dres, 1988. — , The Politics o f M odernism : Against the New C onform ists, ed, Tony Pinkney, Verso, L ondres, 1989. Lecturas avanzadas Arvon, H enri, Marxist Aesthetics, trad . H. Lane, Cornell University Press, Ith aca y Londres, 1973. Belsey, C atherine, Critical Practice, M ethuen, Londres, 1 980. Bennett, Toni, Form alism a nd M arxism , Methuen, L on d res, 1979. TEO R ÍA S MARXISTAS 149 Brooker, Tony, Bertolt B rech t: Dialectics, Poetry, Politics, Croom H elm , Lon d res y N ueva York, 1988. Dowling, W illiam C., Ja m eso n , Althusser, M arx: An Introduction to the Political U n co n scio u s, Methuen, Londres; Cornell Univer­ sity Press, Ith a ca , 1 984. E agleton , Terry, ed ., R ay m o n d Williams: Critical Perspectives, Polity Press, O xford, 1 98 9. Frow , Jo h n , M arxism a n d Literary History, Basil Blackwell, Oxford, 1986. Jam es, C. Vaughan, Soviet Socialist realism : Origins and Theory, M acm illan, Londres y Basingstoke, 1973. Jay, M artin, The Dialectical Im agination: A History o f the Franckfu rt S ch oo l, H ein em an n , Londres, 1973. Laing, D ave, T he M arxist Theory o f Art: An Introductory Survey, H arvester W h eatsh eaf, Hem el H em pstead, 1978. Lunn, E u gen e, M arxism a n d M odernism , Verso, Londres, 1985. M ulhern, F ra n cis (ed.), Contemporary Marxist Literary Criticism, L on g m an , L on d res y Nueva York, 1992. N elson, C ary y G rossberg, Law rence (eds ), M arxism a nd the I n ­ terpretations o f C ulture, M acm illan, L ondres, 1988. W illiam s, R aym on d , What I Came to Say, H utchinson Radius, L on ­ dres, 1989. Wolff, Ja n e t, T he S o cia l Production o f Art, M acm illan, Londres y B asingstoke, 1981. W right, E lizab eth , P ostm odern Brecht: A Re-Presentation, R ou t­ ledge, L on d res, 1 9 8 8 . C a p ítu lo 6 TEORÍAS FEMINISTAS E scrito ra s y lectoras siempre lo han tenido difícil. Aris­ tóteles afirm ó que üjnjcr lo es debido a una falta de cu a­ lidades» y san to Tom ás de Aquino creía que la m u jer era un «hom bre im perfecto». Cuando Donne escribió Air a n d An­ gels aludía (pero sin refutarla) a la teoría aquiniana p o r la que la form a es m asculina y la sustancia fem enina: cual dios, el su p erior intelecto m asculino im prim e su form a so­ bre la m aleable e inerte sustancia fem enina. Antes de M en­ del, los hom bres creían que el esperm a eran las sem illas a c ­ tivas que daban form a al óvulo que, carente de identidad, esperaba h asta recibir la im pronta m asculina. En la trilogía de Esquilo, L d Grestiada, Atenea otorga la victoria al argu­ m ento m asculino, expuesto por Apolo, de acuerdo con el cual la m ad re no era progenitora de su hijo. L a victoria del principio m asculino del intelecto acab a con el reinado de las sensuales E rin ias y confirm a el p atriarcad o p o r encim a del m atriarcad o. A lo largo de su dilatada historia, el fem i­ nismo (aunque la palabra no llegó a ser de uso com ú n en inglés h asta la década de 1890, la lucha consciente de las m ujeres p ara resistir al patriarcado se rem on ta m ucho m ás atrás en el tiem po) ha pretendido alterar la seguridad co m ­ placiente de esta cultura patriarcal, afianzar su creen cia en la igualdad sexual y erradicar la dom inación sexista en una sociedad cam bian te. Mary Ellm an, p o r ejemplo, en su obra Thinking About Women (1968), a propósito del nexo esper­ m atozoide/óvulo com entado m ás atrás, «deconstruye» las form as m ach istas de considerarlo y sugiere que podem os considerar el óvulo atrevido, independiente e individualista 152 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA (en lugar de «apático») y el esperm atozoide conform ista y aborregado (en lugar de «entusiasta»). L a crítica feminista, en sus num erosas y variadas m anifestaciones, tam bién ha tratado de liberarse de los co n cep tos patriarcales naturali­ zados de lo literario y lo crítico-literario. Com o ya com en­ tam os de pasada en la Introducción, esto ha significado un rechazo a se r incorporadas a cualquier «planteam iento» p articular y perturbar y d erribar todas las p rácticas teóricas recibidas. E n este sentido, y de nuevo com o ya sugerim os en la Introducción, el fem inism o y la crítica fem inista pue­ den designarse m ejor com o una política cultural que com o una «teoría» o «teorías»i E n efecto, algunas fem inistas no desean ab razar ningu­ na teoría, precisam ente' porque en las instituciones acadé­ m icas, la «teoría» es con frecu en cia m asculina, incluso ma^ chista: es lo difícil, lo intelectual, lo vanguardista de la obra intelectual; y com o parte de su proyecto general, lás femi­ nistas han tenido serias dificultades p ara exponer la objeti­ vidad fraudulenta de la «ciencia» m asculina, co m o por ejemplo la teoría freudiana del desarrollo sexual m asculino. No obstante, una gran p arte de la crítica fem inista recien ­ te, en su deseo p or escap ar de las «fijaciones y determ in a­ ciones» de la teoría y desarrollar un discurso fem enino que no pueda vincularse eonceptuítlm ente a una tradición- teó­ rica recon ocid a (y por lo tan to producida por ha hallado apoyo teórico en el pensam iento p o stestru ctu ralista y posm odernista, quizás p o r su rech azo ante la noción de una autoridad o verdad (m asculin as). Com o co m en tare­ m os m ás adelante (cap, 7), las teorías psicoanalíticas han sido especialm ente valiosas p ara la crítica fem inista con el fin de a rticu lar la resistencia subversiva «am orfa» de las es­ critoras y críticas ante el d iscurso literario form u lado p o r el hom bre. Pero es aquí donde en co n tram o s una ca ra cte rística cen ­ tral y a la vez problem ática de la crítica fem inista co n tem ­ poránea: los m éritos que com piten (y el debate entre ellos) son p or una parte de un pluralism o de am plia religión, en el que proliferan diversas «teorías» y que puede m uy bien cul­ m in ar en lo prim ado de lo em pírico por en cim a de lo teó­ rico; y por la otra, de una praxis teórica sofisticada que co ­ TEORÍA S FEM IN ISTA S 153 rre el riesgo de ser incorporada p o r la teoría m asculina de la academ ia y p o r lo tanto, de perder co n tacto tanto con la m ayoría de las m ujeres com o co n su dinám ica política. Mary Eagleton, en la introducción a su obra crítica, Fem i­ nist Literary Criticism (1991), tam bién llam a la atención ha­ cia «la sospecha de la teoría... desde el principio hasta el fi­ nal del fem inism o» a causa de su tendencia a reforzar la oposición binaria jerárquica entre u n a teoría «impersonal», «desinteresada», «objetiva», «pública» y «masculina» y una experiencia «personal», «subjetiva», «privada» y «femeni­ na». Señala que a cau sa de esto hay un poderoso co m p o ­ nente en la crítica fem inista co n tem p orán ea que celebra lo «personal» («lo personal es político» h a sido un eslogan fe­ m inista clave desde que fuera acu ñ ad o en 1970 por Carol H anisch), lo «em pírico», la Madre, el Cuerpo, la jouissance (el gozo; véase el cap . 7, en «Teorías crítica s feministas fran­ cesas»). Sin em bargo, también señala que m uchas fem inis­ tas están enzarzadas en debates co n o tras teorías críticas — m arxism o, psicoanálisis, postestructuralism o, posm oderrvismo, poscolonialism o— porque sim plem ente no hay nin­ guna postura «libre» «fuera» de la teo ría y desocupar el do­ minio en el supuesto de que exista tal postura equivale a estar envuelto en el subjetivismo de u n a «política no teori­ zada de la experiencia personal», in cap acitarse uno m ism o p or ello y ad optar «inconscientem ente» posturas reaccio n a­ rias. En este con texto, Eagleton cita la crítica de Toril Moi a la resistencia de E laine Show alter a h acer explícita su es­ tru ctura teórica (véase m ás adelante). Estas perspectivas equivalen a u n a posición dentro del debate crítico fem inista y esto nos devuelve a la caracterís­ tica clave (y problem ática) de la crítica feminista, que co n s­ tituye también el recurso estru ctu rad o r de la obra de E agle­ ton. Durante los últim os veinticinco añ os o así, la teoría crítica feminista h a significado, p o r excelencia, contradic­ ción, intercam bio, debate; en efecto, se basa en una serie de oposiciones creativas, de críticas y co n tracríticas y está en un constante e innovador cam bio — desafiando, derribando y expandiendo no sólo otras teorías (m asculinas), sino sus propias posiciones y el orden del día— . De aquí que no exis­ ta una «gran narrativa», sino m uchos petits récits basados en 154 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA necesidades y cam p os político-culturales específicos — por ejemplo, de ciase, de género y raza— y m uchas veces, en cierta medida, en controversia unos co n otros. Esto repre­ senta a la vez la dinám ica «abierta» y creativa de las teorías críticas fem inistas m odernas y una cierta dificultad p ara ofrecer un breve relato sinóptico de un cam po tan diverso, vivíparo y que se problem atiza a sí m ism o acerca de lo que es, p or el m om ento, un período de tiem po considerable. Por tanto, lo que se intenta hacer en este capítulo — aunque es plenamente consciente del cargo de etnocentralism o— es un repaso general de las teorías fem inistas n orteam erican as y europeas predom inantem ente blancas que abarcaban des­ de la denom inada «prim era ola» de críticas de los prim e­ ros años de 1960 h asta los logros sustantivos de las teóri­ ca s de la «segunda ola» a p artir de m ediados-finales de I9 6 0 . Así se identifican algunos de los debates y de las d i­ ferencias capitales que se desarrollan en este período, sobre todo en tre los m ovim ientos angloam ericanos y fran­ ceses. Al plantearlo de este m odo, hem os aplazado estraté­ gicam ente el tratam ien to de las teó ricas críticas fem inistas del Tercer M undo / «tercera ola» de los últim os tres cap í­ tulos de la obra, donde participan adecuadam ente en el com plejo e interactivo dom inio en el que las teorías posm odernas contem p o rán eas deconstruyen las identidades sexuales, étnicas y nacionales. La p r im e r a o la d e c r ít ic a f e m in is t a : W o o lf y De B e a u v o ir N aturalm ente, el feminismo en general cuenta con una dilatada historia política, désarrollándose com o fuerza sus­ tancial al m enos en Estados Unidos y Gran B retaña a lo lar­ go del siglo X IX y principios del x x . Los movimientos de los Derechos de la M ujer y del Sufragio de la Mujer fueron de­ term inantes en la form ación de esta etapa, poniendo el acen ­ to en la reform a social, política y económ ica — en parcial contradicción co n el «nuevo» feminismo de los años de 1960 que, com o Maggie H um m ha sugerido en su libro Fem i­ nism s, hacía hincapié en la «materialidad» diferente de ser m ujer y ha engendrado (en dos sentidos) tanto de solidari- TEO R ÍA S FEMINISTAS 155 dades m orales creadas por posturas e identidades feminis­ tas, com o de un nuevo «conocim iento» sobre la personifica­ ción de las mujeres inspirándose en las teorías psicoanalíti­ cas, lingüísticas y sociales relativas a la construcción del género y la diferencia. L a crítica feminista del prim er perío­ do es m ás un reflejo de las preocupaciones de la «primera ola» que un discurso teórico. No obstante, entre todas las fe­ m inistas que trabajaron y escribieron en este período (por ejemplo, Olive Schreiner, Elizabeth Robins, Dorothy Ri­ chardson, Katherine Mansfield, Rebecca W est, Ray Strachey, Vera B rittain y Winifred Holtby) podemos señalar dos figu­ ras significativas: Virginia Woolf — en palabras de Mary Eagleton, «la m adre fundadora del debate contem porá­ neo»— que «anuncia» m uchos de los tem as en los que más tarde se centrarían las críticas feministas y que ella m isma se convirtió en el terreno en el cual se han desarrollado m u­ chos debates; y Sim one de Beauvoir con cuya obra E l se­ gu nd o sexo (1949), según sugiere Maggie H um ni, se puede decir que concluye la «prim era ola». L a fam a de Virginia W oolf reside en su propia obra crea­ tiva com o mujer, y algunas críticas fem inistas posteriores han analizado sus novélas extensivamente desde ópticas muy diferentes (véase m ás adelante). Pero también escribió dos textos clave que constituyen su principal contribución a la teoría feminista, Una habitación propia (1 9 2 9 ) y Tres gu i­ neas (1 9 3 8 ). Como otras feministas de «prim era ola», la principal preocupación de Woolf son las desventajas m ate­ riales de las mujeres en com paración con los hom bres — su prim er texto se centraba en el contexto social y la historia de la producción literaria femenina; y el segundo, en las re­ laciones entre el poder m asculino y las profesiones (leyes, educación, medicina, e tc.)— . Sin em bargo, aunque ella mis­ m a rech aza la etiqueta de «feminista» en Tres guineas, en am bas obras ofrece un amplio abanico de proyectos femi­ nistas, desde una petición de subsidios para las madres y una reform a de las leyes del divorcio hasta propuestas para una universidad femenina y un periódico de mujeres. En Una habitación propia tam bién argum enta que las obras escritas por mujeres deberían explorar la experiencia feme­ nina en su propio derecho y no realizar una valoración com - 156 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA parativa de la experiencia de las m ujeres en relación co n la de los nom bres. P o r tanto, el ensayo constituye una tem ­ prana d eclaración y exploración de la posibilidad de una tradición distintiva de las obras escritas por m ujeres. La con tribu ción general de W oolf al fem inism o, por tan­ to, es su reconocim iento de que la identidad de género se construye socialm ente y puede ser cuestionada y tran sfor­ m ada, pero en cuanto a la crítica feminista, estudió sin des­ canso los problem as a los que se enfrentaban las m ujeres escritoras. C reía que las m ujeres siem pre habían en co n tra­ do obstáculos sociales y eco n ó m ico s ante sus am biciones li­ terarias (véase el extracto sobre Ja n e Eyre en Una habita­ ción propia — A Practical Reader, cap. 3— en este co n texto) y ella m ism a era consciente de la restringida ed u cación re­ cibida (no sabía griego, por ejem plo, y sus h erm anos sí). R echazando una conciencia «fem inista» y queriendo que su fem ineidad fuera inconsciente para poder «escap ar de la confron tación con lo fem enino o lo m asculino» (U na habi­ tación propia), hizo suya la ética sexual bloom sburiana de la «androginia» y esperaba conseguir un equilibrio entre una au torrealización «m asculina» y una autoaniquilación «fem enina». E n este sentido, algunas personas han presen­ tado a Virginia W oolf (sobre todo Elaine Show alter) co m o una p ersona que aceptaba una retirad a pasiva del conflicto entre sexualidad femenina y m asculina, pero Toril Moi avanza u na interpretación bastante diferente de la estrate­ gia de Woolf. Adoptando el emparejamiento de Kristeva del fe­ minismo con las obras de vanguardia (véase m ás adelante). Moi afirm a que Woolf no está interesada en un «equilibrio» en­ tre tipos masculinos y femeninos, sino en un desplazamiento completo de las identidades de género establecidas y que des­ m antela las nociones esencialistas de género mediante una dis­ persión de puntos de vista en sus ficciones modernistas. Moi argum enta que Woolf rechazó sólo la clase de feminismo que era simplemente un chauvinismo masculino invertido y tam ­ bién m ostró una gran conscienciación respecto a la diferencia de las obras escritas por mujeres. Uno de los ensayos m ás interesantes de W oolf sobre es­ critoras es Professions fo r W om en, en el que consideraba que su p rop ia ca rrera estaba obstaculizada de dos m odos. TEO RÍA S FEM INISTAS 157 En prim er lugar, co m o m uchas escrito ras del siglo xix, se encontraba prisionera en la ideología de la condición fem e­ nina: el ideal de «el ángel de la casa» pedía que las mujeres fueran com prensivas, altruistas y puras; cre a r tiempo y lu­ gar para escrib ir le suponía a una m ujer utilizar lisonjas y ardides fem eninos. E n segundo lugar, el tabú de la expre­ sión de la pasión fem enina le impidió «co n tar la verdad so­ bre experiencias propias en tanto cuerpo». Nunca superó en su vida o en su p roducción esta negación de la sexualidad femenina y del inconsciente. E n realidad, no creía en el in­ consciente fem enino, sino que pensaba que las mujeres es­ cribían de m odo diferente porque su experiencia social era distinta, no porque fueran psicológicam ente distintas de los hom bres. Los intentos de escribir sobre las experiencias de las mujeres eran conscientes y estaban dirigidos al descu­ brim iento de m odos lingüísticos de describir la confinada vida de las m ujeres. E stab a convencida de que cuando las mujeres consiguieran por fin la igualdad económ ica y social co n los hom bres n ad a les impediría desarrollar libremente sus talentos artísticos. Sim one de Beauvoir, feminista fran cesa y com pañera de Jean-Paul S a rtre d urante toda su vida, activista proaborto y a favor de los derechos de las m ujeres, fundadora del pe­ riódico Nouvelles fém in ism e y de la publicación de la teoría feminista. Q uestions fém inistes, m a rca el m om ento en el que la «prim era ola» del feminismo em pieza a dejar paso a la «segunda ola». Aunque su muy ifluyente obra El segundo sexo (1949) denota una clara preocupación por el «m ate­ rialismo» de la p rim era ola, hace un guiño a la segunda ola en su reconocim ien to de las abism ales diferencias entre los intereses de am b os sexos y en su asalto a la discrim inación biológica, psicológica y tam bién econ óm ica, del hom bre ha­ cia la mujer. L a o b ra establece co n claridad m eridiana las cuestiones fundam entales del fem inism o m oderno. Cuando una m ujer in ten ta definirse, em pieza diciendo «soy una mujer». Ningún hom bre puede decir lo m ism o ..É ste hecho revela la asim etría b ásica entre los térm inos «m asculino» y «femenino». E l hom bre define lo hum ano; la mujer, no. Y este desequilibrio se rem onta al Antiguo Testamento. Dis­ persas entre los hom bres, las m ujeres no tienen una histo- 158 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA ría separada, no poseen una solidaridad natural; no se han unido com o otros grupos oprimido's. La m ujer está relega­ da a una relación descom pensada en relación al hom bre: él es el Uno, ella, el Otro. L a dom inación m asculina ha ase­ gurado un clim a ideológico de conform idad: Legisladores, sacerdotes, filósofos, escritores y científicos se han esforza­ do en' d em ostrar que la posición subordinada de la m ujer viene decidida por el cielo y es ventajosa en la tierra, y à la Virginia Wolf, la suposición de la m ujer co m o «Otro» se in­ ternaliza m ás por p arte de las propias m ujeres. L a obra de De B eau vo ir distingue claram en te entre sexo y género y ve una interacción entre las funciones sociales y naturales: «Uno no n ace myjer, sino que se convierte en ella; ... es la civilización entera la que produce esta criatu ­ ra... Tan sólo la intervención de alguien m ás puede estable­ ce r a un individuo co m o Otro.» Son los sistem as de inter­ pretación en relación con la biología, la psicología, la reproducción, la econom ía, etc., lo que constituye la pre­ sencia (m asculina) de ese «alguien m ás». Con la crucial dis­ tinción entre «ser fem enina» y estar construida com o «una m ujer», De Beauvoir propone la destrucción del p atriarca­ do sólo si las m ujeres escap an de su objetificación. E n co ­ m ún con otras fem inistas de «prim era ola», quiere la liber­ tad de la diferencia biológica y com p arte con ellas una desconfianza de la «feminidad» — escapando así de la cele­ bración de algunas fem inistas contem poráneas del cuerpo y el reconocim iento de la im portancia del subconsciente. L a SEGUNDA OLA DE CRÍTICA FEMINISTA Una form a quizás dem asiado sim plificadora de identifi­ c a r los com ienzos de la «segunda .ola» es consignar la publi­ cación de The Fem inine Mystique de B etty Friedan en 1963 que, en su revelación de las frustraciones de las mujeres am erican as, blancas heterosexuales de clase m edia, sin es­ tudios y atrapadas en la vida dom éstica, situó el feminismo en la prim era página nacional por, prim era vez. (Friedan tam bién fundó NOW, la National O rganisation for W omen, en 1966). El fem inism o y la «segunda ola» de crítica femi- TEO RÍA S FEM INISTAS 159 nista son en gran parte un producto de — es decir, estjin m o­ delados ñor ellos v a su vez contrihuveron a m odélarlos— i ν' » los m ovim ientos liberacionistas de mediados-finales de los años de 1960. Aunque la segunda ola de fem inism o aún com parte con el de la prim era ola la lucha por los derechos de la m ujer en todos los ám bitos, su preocupación princi­ pal se traslada hacia la política de la reproducción, a la «ex­ periencia» de la mujer, a la «diferencia» sexual y a la «se­ xualidad», a la vez com o form a de opresión y m otivo de celebración. En la m ayoría de las discusiones sobre la diferencia se­ xual aparecen cinco aspectos principales: biología experiencia discurso el inconsciente condiciones económ icas y sociales Los razonam ientos que consideran fundam ental la bio­ logía y m inim izan la socialización han sido utilizados prin­ cipalm ente por los hom bres para m antener a las m ujeres en su «lugar». El dicho Tota m u lier in utero («La m ujer no es m ás que un útero») resum e esta actitud. Si el cu erp o de la m ujer es su destino, todos los intentos por cu estio n ar roles sexuales atribuidos se esfum arán ante el orden natural. Por otro lado, algunas feministas radicales celebran los atribu­ tos biológicos de las m ujeres com o fuente de superioridad antes que de inferioridad, m ientras que otras reivindican la experiencia especial de la m ujer com o origen de valores fem eninos positivos en la vida y en el arte. Puesto que sólo las m ujeres, continúa este razonam iento, han pasado por esas experiencias vitales específicam ente fem eninas (ovula­ ción, m enstruación o p arto), sólo ellas pueden hab lar de la vida de una mujer. Más aún, la experiencia de u n a m u jer in­ cluye una vida perceptiva y em ocional diferente: las m uje­ res no ven las cosas del m ism o m odo que los hom bres y po­ seen diferentes ideas y sentim ientos acerca de lo que es im portante y lo que no lo es. Un ejemplo influyente de este planteam iento es la obra de E laine Show alter (véase m ás 160 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA adelante) que se centra en la representación literaria de las di­ ferencias sexuales en las obras escritas por mujeres. El te r­ ce r punto, el discurso, ha recibido m u ch a atención por p ar­ te de las fem inistas. E n Man-Made Language, Dale Spender considera, tal co m o sugiere el título, que un lenguaje do­ m inado p or el hom bre ha oprim ido fundam entalm ente a las m ujeres. Si acep tam os la afirm ación de Foucault según la cual la «verdad» depende de quien controle el discurso, resulta razonable creer que la dom inación m asculina de los discursos ha encerrado a las m ujeres dentro de una «ver­ dad» m asculina. Desde este punto de vista, tiene m ás senti­ do co n testar el co n tro l de los hom bres sobre el lenguaje que retirarse sim plem ente a un gueto de discurso femenino. E l punto de vista con trario es el m antenido por la sociolingüista Robin Lakoff, quien cree que el lenguaje fem enino es realm ente inferior ya que contiene m odelos de «debilidad» e « incerti dum bre», se centra en lo «trivial», lo frívolo y lo no serio, y hace hincapié en las respuestas em ocionales per­ sonales. El discurso, m asculino, sostiene esta autora, es «m ás fuerte» y debería ser adoptado por las mujeres si quie­ ren lograr un a igualdad social con los hombres. Las fem i­ nistas m ás radicales afirm an que las m ujeres han sido so ­ m etidas a un lavado de cerebro por este tipo de ideología patriarcal que produce los estereotipos del hom bre fuerte y la m ujer débil. Las teorías p sicoanalíticas de L acan y K rísteva han proporcionado un cu arto punto de atención: el proceso del inconsciente. Algunas escritoras feministas han roto p or com pleto con el biologism o y asocian lo «fem eni­ no» con aquellos procesos que tienden a socavar la au to ri­ dad del discurso «m asculino». Se considera «fem enino» aquello que an im a o adm ite un juego libre de significados y evita lo «cerrad o ». La sexualidad fem enina es revolucio­ n aria, subversiva, heterogénea y «abierta». E ste enfoque co rre un riesgo m en o r de m argin ación y de convertirse en un cliché, puesto que se niega a definir la sexualidad fem e­ nina; si existe un principio fem enino, éste es sencillam en­ te perm an ecer al m argen de la definición m asculina de la mujer. Virginia W oolf fue la p rim era crítica que incluyó u na dim ensión sociológica (el quinto punto) en su análisis de la literatu ra de m ujeres. Desde entonces, las fem inistas T EO R ÍA S FEMINISTAS 161 m arxistas, en especial, han intentado relacio n ar los cam ­ bios en las condiciones económ icas y sociales con los cambios en el equilibrio de poderes entre los sexos. Coinciden con otras fem inistas en el rechazo de la noción de una femini­ dad universal. P o r tanto, ciertos tem as dom inaron la segunda ola del fem inism o: la om nipresencia del patriarcad o ; la insuficien­ cia de organizaciones políticas existentes p ara las mujeres; y la celebración de la diferencia de la m ujer com o algo esencial para la política cultural de la liberación. Estos te­ m as pueden encontrarse en la m ayor p arte de las obras de la segunda ola, desde las intervenciones populares com o la de Germ aine Greer The Female E u n u c h (1 9 7 0 ), que exam i­ n a la neutralización destructiva de las m ujeres dentro del p atriarcado, a través de las reconsideraciones criticas del so­ cialism o (Sheila R ow botham ) y el psicoanálisis (Juliet Mit­ chell), hasta el feminismo radical (lésbico) de K ate Millet y Adrienne Rich (para Rich, véase cap. 10), E n la teoría lite­ raria feminista m ás concretam ente, esto con d u ce al surgi­ m iento de la llamada crítica angloam ericana, un plantea­ m iento empírico que hacía frente a la «ginocrítica» de Elaine Showalter, que se concentra en la especificidad de las obras escritas por m ujeres, en recu p erar la tradición de las autoras femeninas y en exam inar co n detalle la propia cultu ra de las m ujeres. Sin embargo, en debate con esto está la crítica algo posterior y de carácter m ás teó rico conducida p or las «francesas», que se inspira sobre todo en eí trabajo de Julia Kristeva, Hélène Cixous y L uce Irigaray y hace hin­ capié no en el género de la escritora («h em b ra»), sino en el «efecto de la escritura» del texto («fem enino») — de aquí l’é criture fém inine·— . Vale la pena n o tar aquí que esta dis­ tinción entre la crítica fem inista an g lo am erican a y france­ sa es una frontera crítica significativa en la evolución de la segunda ola y distingue dos m ovim ientos dom inantes y de gran influencia en la teoría crítica a p a rtir de finales de los años de 1960. Sin em bargo, es prob lem ática p o r cuatro r a ­ zones: la prim era, no resulta una catego rización nacional útil (p o r ejemplo, m uchas críticas inglesas y n o rteam erica­ nas podrían ser descritas co m o «francesas») y hay que en­ tender, por tanto, que identifica la tradición intelectual que 162 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA la inform a y no el país de origen; la segunda es que consti­ tuida com o lo está, p arece excluir el fa cto r de producción crítico feminista de los dem ás sitios y sobre todo del «Ter­ ce r M undo»; la tercera es que se co n creta en una oposición binaria dem asiado simple, suprim iendo a la vez la vasta di­ versidad de p rácticas dentro de los cu atro m ovimientos; la cu arta es que tam bién en m ascara sus similitudes. Ambas escuelas m antienen la idea de una «estética femenina» en el prim er plano del análisis y am bas corren el riesgo del determ inism o biológico: la crítica «angloam ericana» por su búsqueda de obras que, en palabras de Peggy Kam uf, sean «iiiuiáciáá por ncrriüic^ biológicam ente determ inadas de la especie» y el «fem inism o francés» por su privilegia de los cuerpos «literales» en lugar de los m etafóricos femeninos. Pero antes de profundizar en estos acontecim ientos m ás re­ cientes, tenem os que ver un texto fundam ental de finales de los años de 1960. I. Kate Millett: políticas sexuales L a segunda ola de fem inism o en E stad os Unidos obtu­ vo su ímpetu de los m ovim ientos de p ro testa en favor de los derechos civiles, la paz y otros, en los que se Inscribe el fe­ m inism o radical de K ate Millett. Publicado en 1969, un año después de Thinking About Women de M ary EUman y justo antes de The fem ale E u n u c h de G erm aine Greer, Patriarchal Attitudes de Eva Figes y The Dialectic o f S ex de Shulam ith Firestone (todas de 1970), Sexual Politics de K ate Millett m a rca el m om ento en el que la segunda ola de feminismo se convierte en un m ovim iento notablem ente visible, co n s­ ciente y activo y cuand o se transform a en el texto causecélèbre del m om ento. H a sido — ciertam en te en la herencia significativa de su título— quizás el libro m ás conocido e influyente de este período y continúa siendo (pese a sus de­ ficiencias, véase m ás adelante) un trabajo demoledor, co m ­ prensivo, ingenioso e irreverente sobre la cultura m asculi­ na; y por esto quizás sea un m onum ento a su m om ento. El argum ento de M illett — que a b a rca historia, literatu­ ra, psicoanálisis, sociología y otros ám bitos— es que la in- TEORÍA S FEM IN ISTAS 163 d octrin ación ideológica, en la m ism a m edida que la desi­ gualdad económ ica, es la causa de la opresión de la mujer, un razonam iento que inauguró el pensam iento de la se­ gunda ola sobre la reproducción, la sexualidad y la repre­ sentación (cspeciuLiicntc las «indigenes de la m ujer» verba­ les y visuales y sobre todo las pornográficas). El título de la obra de Millett, Sexual Politics, anuncia su visión del «pa­ triarcad o», que considera penetrante y que exige un «estu­ dio sistem ático, com o una institución política». El patriar­ cad o subordina las m ujeres a los hom bres y este poder se ejerce, d irecta o indirectam ente, en la vida civil y dom ésti­ ca para reprim ir a las m ujeres. Millet tom a de la sociología la im portante distinción en tre «sexo» y «género». E l sexo se determ ina de m odo biológico, pero el género es una noción psicológica que se refiere a la identidad sexual adquirida culturalm ente y junto con o tras fem inistas han atacad o a los sociólogos que tratan co m o «naturales» las características «fem eninas» culturalm ente aprendidas (pasividad, etc.). Re­ conoce que, en el m ism o grado que los hom bres, las pro­ pias m ujeres perpetúan sem ejantes actitudes y denom ina «política sexual» a la interpretación de los roles sexuales en las desiguales y represivas relaciones de dom inación y su­ bordinación. Sexual Politics fue un análisis pionero de las im ágenes históricas, sociales y literarias que tenían los hom bres de las m ujeres y en nuestro con texto constituye un texto form ativo de la crítica literaria fem inista. El privilegio de Mil­ lett de la literatura com o recu rso ayudó a establecer las obras, los estudios literarios y la crítica com o dom inios es­ pecialm ente adecuados p ara el feminism o. Un facto r cru ­ cial en la constru cción social de la feminidad es la form a en que los valores y las convenciones literarios han sido m o­ delados p o r los hom bres, y las mujeres co n frecuencia han luchado p ara expresar sus propias preocupaciones en lo que m uy bien podrían ser form as inadecuadas. E n narrati­ va, p o r ejem plo, las convenciones m oldeadoras de aventura y persecu ción ro m án tica tienen un estím ulo y una inten­ cionalidad «m asculinos». E n segundo lugar, un escrito r se dirige a sus lectores com o si siem pre fueran hom bres. La publicidad ofrece ejemplos paralelos obvios en la cultura de 164 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA m asas. E l anuncio televisivo de una ducha con calentador de agua eléctrico presenta a una m ujer que se tap a seductoram ente con una toalla justo lo bastante tarde co m o para que el espectador (m asculin o) pueda vislum brar su cuerpo desnudo, excluyendo de fo rm a descarada a la espectadora femenina. Sin em bargo, está claro que la esp ectad ora pue­ de actu a r com o cóm plice en esta exclusión y ver «com o un hom bre». Del m ism o m odo, la lectora puede encontrarse (de m odo inconsciente) co accio n ad a para que lea com o un, hom bre. Con el fin de resistir este adoctrinam iento de la lectora, Kate Millett, en S exu al Politics, expone las repre­ sentaciones opresoras de la sexualidad presentes en la fic­ ción m asculina. Al situ ar deliberadam ente en p rim er plano el punto de vista de una lecto ra, pone de m anifiesto la do­ m inación m asculina que im pregna las descripciones sexua­ les de las novelas de D. H. Law rence, Henry Miller, N orm an M ailer y Jean Genet. C ensura, por ejemplo, un pasaje de Se­ xu s de Miller («m e arrodillé y enterré mi cabeza en su m an­ guito», etc.) y afirm a que «tiene el tono... de un m ach o que, con vocabulario m asculino, le cuenta a o tro una h azaña se­ xual». Describe el acto cen tral de Un sueño am ericano de M ailer en el cual R ojack asesina a su esposa y sodom iza luego a la doncella R u ta co m o «una guerra em prendida» con tra las m ujeres «en térm inos de asesinato y sodom ía». E l libro de Millett realizó una poderosa crítica de la cul­ tura p atriarcal, pero algunas feministas creen que su selec­ ción de autores fue dem asiado poco representativa: otras opinan que no ha acab ad o de entender el poder subversivo de la im aginación en la ficción. Millett om ite, p o r ejemplo, la n aturaleza profundam ente desviada del Diario de u n la­ drón de Genet y, en el m undo hom osexual descrito, sólo vé supeditación y degradación im plícitas de la m ujer; concibe la dom inación y subordinación entre hom osexuales com o o tra versión m ás del opresivo m odelo heterosexual. Según Millett, los autores m asculinos, en razón de su sexo, se ha­ llan com pelidos a rep ro d u cir en sus ficciones la opresiva política sexual del m undo real. E ste enfoque no haría justi­ cia, p o r ejemplo, al tratam ien to que hace Jo y ce de la se­ xualidad fem enina. No sólo Mailer, sino tam bién algunas fe­ m inistas han considerado que Millett m antiene un punto de TEORÍAS FEM IN ISTAS 165 vista unidim ensional de la dom inación m asculina: trata la ideología sexista co m o un m anto de opresión que todos los escritores m asculinos fom entan ineludiblemente. C ora K a­ plan, en una crítica exhaustiva de Millett en su obra «Radi­ cal Fem inism and Literature: Rethinking Míllett's Sexual Politics» (1 9 7 9 ), ha sugerido que esta autora considera «la ideología [com o ] el club universal del pene que los hom bres de todas clases utilizan para som eter a las mujeres». Kaplan señala la cru deza y las contradicciones de gran parte del análisis de la ficción realizado por Millett, que considera com o «verdadero» y «representativo» del patriarcado en ge­ neral y a la vez «falso» en su representación de las mujeres. En su reflexionism o reductivo, no logra tener en cuenta la «retórica de la ficción» m ediadora. Π. Fem inism o marxista El fem inism o socialista m arxista fue una poderosa co ­ rriente de la segunda ola durante finales de los años de 1960 y los de 1970, sobre todo en Gran Bretaña. Pretendía extender el análisis m arxista de clase a una historia de las mujeres, de su opresión m aterial y económ ica y en especial de cóm o la fam ilia y el trabajo dom éstico de las m ujeres es­ tán construidos y reproducen la división sexual del trabajo. Como otras form as de historia «m asculina», el m arxism o ha ignorado en gran medida la experiencia y la actividad de las m ujeres (uno de los libros de m ayor ascendiente de Sheila Row botham es Hidden fro m History) y la tarea bási­ ca del fem inism o m arxista fue inaugurar las com plejas re­ laciones entre el género y la econom ía. El ensayo de Juliet Mitchell, «W om en: The Longest Revolution» (1966), con sti­ tuyó un intento pionero co n tra el trabajo ahistórico de las fem inistas rad icales com o Millett y Firestone de historicizar el con trol estructural que el p atriarcad o ejerce en rela­ ción con las funciones reproductoras de la mujer; y Sheila Rowbotham , en Women's Consciousness, Man's World (1973), reconocía que las mujeres de la clase trabajadora experi­ m entaban la doble opresión de la división sexual del traba­ jo en el ám bito laboral y en el dom éstico y que la historio­ Î6 6 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA grafía m arxista había ignorado durante largo tiem po el cam po de la experiencia personal y sobre todo el de la cul­ tura femenina. E n el contexto literario, la crítica d é C ora Kaplan a la feminista radical K ate Millett (m ás atrás), sobre todo en lo referente a la ideología, puede considerarse com o un ejem ­ plo de crítica fem inista socialista y M ichèle B arrett en Wo­ men's Opression Today: Problems in Marxist Feminist Analy­ sis (1 9 8 0 ) presenta un análisis fem inista m arxista de la representación del género. E n prim er lugar, aplaude el a r­ gum ento m aterialista de Virginia W oolf de que las condi­ ciones en los cuales hom bres y m ujeres p rod u cen literatura son m aterialm ente diferentes e influyen, la form a y en el contenido de lo que escriben: no podem os separar cu estio­ nes de estereotipo de géneros de sus condiciones m ateriales en la historia. E sto significa que la liberación no llegará sim plem ente por re alizar algunos cam bios en la cultura. E n segundo lugar, la ideología de género afecta a cóm o se leen las obras escritas p o r hom bres y m ujeres y a cóm o se esta­ blecen los cánones de excelencia. E n te rce r lugar, las críti­ cas feministas deben ten er en cuenta la naturaleza ficticia de los textos literarios y no ceder en un «m oralism o ra m ­ pante» condenando a todos los autores varones por el sexism o de sus libros (véase Millett) y aprobando a todas las autoras m ujeres p o r plan tear el tem a del género. Los textos carecen de significados establecidos: las interpretaciones dependen de la situ ación y de la ideología del lector. Sin em bargo, las m ujeres pueden y deben tra ta r de afirm ar su influencia sobre la fo rm a en que se define y se representa culturalm ente el género. E n la In tro d u cció n a Fem inist Criticism and Social Change (1 9 8 5 ) Ju d ith Newton y D eborah Rosenfelt abogan en favor de u na crítica fem inista m aterialista que escapa del esencialism o «trágico» de esas críticas fem inistas que proyectan una im agen de m ujeres universalm ente im poten­ tes y universalm ente buenas. C ritican lo que consideran el limitado c a rá c te r literario de la influyente obra de Gilbert y Gubar, The M adwoman in the Attic (1979, véase m ás adelante) y sobre todo que h agan caso om iso de las realidades so cia­ les y econ óm icas que juegan un im portante papel en la TEORÍA S FEM INISTAS 167 con stru cción de los roles de género. Penny Boum ehla, Cora Kaplan y otros m iem bros del M arxist-Fem inist Literature Collective (véase la interpretación que h ace este grupo de Ja ne Eyre en A Practical Reader, cap. 3) en lugar de esto han aplicado a los textos literarios el tipo de análisis ideológico desarrollado por Althusser y M acherey (véase cap. 5), con el fin de com prender la form ación histórica de las catego­ rías de género. No obstante, el feminismo m arxista actual carece de los más altos perfiles, sin duda a cau sa de ía «con­ dición» política de la posm odernidad, pero tam bién quizás p or el efecto agotador del «debate» entre los feminismos angloam ericano y francés. 111. E laine Shov^alter: ginocritica L a obra Sexual/Textual Politics (1985) de Toril Moi se di­ vide en dos secciones principales: «la crítica fem inista an­ gloam ericana» y «la teoría feminista francesa». E sto no sólo dirige la atención hacia uno de los principales debates en la teoría crítica feminista contem poránea, sino que también constituye toda una declaración. El paso (consciente) de Moi de la «crítica» a la «teoría» indica tanto una caracteri­ zación descriptiva co m o un juicio de valor: p ara Moi, la crí­ tica angloam ericana es teóricam ente ingenua o bien se re­ siste a teorizar ella m ism a; p o r otro lado, la francesa, es teóricam en te tímida y sofisticada. De hecho, com o ya co ­ m entam os unas páginas atrás, hay mucho terreno en común entre estos dos «planteam ientos» y una gran interpenetra­ ción (y no m enos p o r el hecho de que am bos tienden a ig­ n o rar la clase, la etnicidad y la historia co m o determ inan­ tes) y am bos contribuyen a definir im portantes formas de discurso crítico fem inista. H ablarem os m ás detalladam ente de la francesa en la sección siguiente. L as principales angloam ericanas son, de hecho, am eri­ can as. A medida que la crítica de las «im ágenes de muje­ res» de principios de los años de 1970 (im pulsadas por los trab ajos de Ellm ann y M illett) com enzaron a p arecer sim­ plistas y uniformes, ap arecieron diversas obras que fomen­ taban tanto el estudio de las m ujeres escritoras com o del 168 LA TEORfA LITERARIA CONTEMPORANEA discurso crítico feminista con el fin de discutirlos. Literary Women (1 9 7 6 ) de Eiien M oers rue un esbozo o p ro yecto prelim inar de la tradición «alternativa» de las o b ras escri­ tas por m ujeres que hace so m b ra a la tradición m ascu lin a dom inante; pero la obra m ás im portante de este tipo, des­ pués de la de E laine Showalter, es la m onum ental The M ad­ woman in the Attic (1 9 7 9 ) de S an d ra Gilbert y S u sa n Gubar, en la que argum entan que las escrito ras clave desde Jan e Austen alzaron un a voz fem enina distintiva «deshonesta» al «am oldarse y subvertir sim ultáneam ente los están d ares li­ terarios p atriarcales». Los estereotipos fem eninos de «án­ gel» y «m onstruo» (loca) están sim ultáneam ente acep tad o s y deconstruidos (para la lectu ra de Ja n e Eyre que d a título al libro, véase A Practical R eader, cap. 3). Sin em b argo, com o señaló M ary Jacob u s, Gilbert y G ubar tienden a lim i­ tar la libertad de las escrito ras construyéndolas co m o «víc­ timas excepcionalm ente articu lad as de una tra m a p a tria r­ calm ente engendrada»; y Toril Moi añade que este co n tin u o relato de la «historia» de la represión fem enina p o r p arte del p atriarcad o bloquea a la crítica fem inista en u n a rela­ ción con strictiva y prob lem ática co n la m ism a c rític a p a ­ triarcal y au to ritaria que p retende superar. Sin em bargo, la crítica a m e rica n a m ás influyente de la segunda ola es Elain e Show alter y en especial su o b ra A Li­ terature o f Their Own (1 9 7 7 ). E n ella esboza u n a h isto ria li­ teraria de las m ujeres e scrito ras (m u ch as de las cu ales h a­ bían estado, en efecto, «ocultas a la historia»); escrib e una historia que m u estra la co n fig u ración de sus d eterm in an tes m ateriales, psicológicos e ideológicos; y fo m en ta ta n to una crítica fem inista (p reocu p ad a p o r las m u jeres lecto ras) com o una «ginocrítica» (p reo cu p ad a p o r las m u jeres escri­ toras). E l libro exam ina las novelistas inglesas desde las Brontë tom ando el punto de vista de la experiencia de las mu­ jeres. Según esta autora, aunque no exista u n a sexualidad o una im aginación fem eninas prefijadas o in n atas, existe sin em bargo una profunda diferencia en tre la literatu ra de las m ujeres y la de los h o m b res; afirm a, a d e m á s, la exis­ tencia de to d a una trad ició n literaria a b a n d o n a d a p o r la crítica m asculina; «el co n tin en te perdido de la tra d ició n fe­ m enina h a surgido co m o la A tlántida en el m a r de la lite- TEO RÍA S FEMINISTAS 169 ra tu ra inglesa». Divide esta tradición en tres fases. L a pri­ mera,. la «fase fem enina» (18 4 0 -1 8 8 0 ) incluye a Elizabeth Gaskell y George Eliot. Las escritoras im itan e interiorizan los m odelos estéticos m asculinos dom inantes, lo cual exige que las escritoras sigan siendo dam as. L a principal esfera de sus obras es el círcu lo social y dom éstico inm ediato. E s ­ tas au toras se sienten culpables a cau sa del «egoísta» co m ­ prom iso con la condición de escritoras y aceptan ciertas li­ m itacion es en la expresión, evitando las groserías y la sensualidad. No obstante, me atrevo a afirm ar que incluso la un tanto p u ritan a George Eliot se las arregló para plas­ m a r una gran can tidad de sensualidad im plícita en E l m o ­ lino junto al Floss. E n cualquier caso, las groserías y la sen­ sualidad tam p oco se aceptaban fácilm ente en la ficción de los hom bres: el polém ico Tess d'Urberville de Hardy tuvo que recu rrir al sobreentendido y a las imágenes poéticas p a ra expresar la sexualidad de la heroína. La «fase feminis­ ta» (1 8 8 0 -1 9 2 0 ) incluye a escritoras co m o Elizabeth Robins y Olive Schreiner. L as feministas radicales de este período abogaban por utopías separatistas al estilo de las am azonas y p o r herm andades sufragistas. L a tercera fase, la «de las am azonas» (a p a rtir de 1920), heredó características de las fases an teriores y desarrolló la idea de una escritura y una experiencia específicam ente de m ujeres. R ebecca West, K atherine Mansfield y Dorothy R ichardson son, según Showalter, las p rim eras novelistas im portantes de esta fase. E n la m ism a ép o ca en que Joyce y P roust están escribien­ do extensas novelas sobre la co n cien cia subjetiva, la exten­ sa novela de R ichardson Pilgrimage tiene com o tem a la co n ­ cien cia fem enina. Los puntos de vista de esta autora sobre el a cto de escrib ir anticipan las teorías fem inistas recientes: se inclina p o r una suerte de capacidad negativa, una «receptibilidad m últiple» que rechaza opiniones y puntos de vista definidos, a los que llam a «cosas m asculinas». S h o ­ w alter escribe que «tam bién racionalizó el problem a de sus "profusiones a m o rfas” con la eláboración de una teoría que consideraba la falta de form a co m o la expresión natural de la em patia de la m ujer y la existencia del modelo com o el signo de la unilateralidad de los hom bres». Intentó produ­ c ir voluntariam ente frases elípticas y fragm entadas co n el 17 0 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA fin de expresar lo que ella consideraba la form a y la es­ tru ctu ra de la m ente femenina. A p artir de Virginia Woolf y, en especial, con Jean Rhys, entra en la ficción de las m u­ jeres una nueva sinceridad en relación a la sexualidad (adulterio, lesbianism o, etc.). Se tra ta de una nueva gene­ ración de m ujeres universitarias, que ya no siente la nece­ sidad de m anifestar descontentos fem eninos y que incluye a A. S. B yatt, M argaret Drabble, Christine Brooke-Rose y Brigid Brophy. Sin em bargo, a principios de los años de 1970 se produce un desplazam iento h acia tonos más a ira ­ dos en las novelas de Penelope M ortim er, Muriel Soark y Doris Lessing. E l título de Show alter indica su deuda para con Virginia W oolf y tal y co m o señala Mary E ag leto n sus proyectos .es­ tán m arcados de fo rm a similar: «U na pasión por las obras escritas por m ujeres y p o r la investigación fem inista... une a am bas críticas. C onscientes de la invisibilidad de las vidas de las mujeres, son m uy activas en el esencial trabajo de re ­ cuperación, tratan d o de hallar las precursoras olvidadas.» Sin em bargo, Sh ow alter critica a W oolf p o r su «retirada» a la androginia (negando su femineidad) y por su estilo «eva­ sivo». De acuerdo co n Eagleton, es en este punto p recisa­ m ente en el que Toril Moi disiente de Show alter y donde el cen tro de la o posición entre los fem inism os críticos anglo­ am erican o y fran cés pueden percibirse co n toda agudeza. P a ra la «francesa» M oi, el rechazo y la subversión que W oolf hace de la personalidad unitaria y su «festiva» tex­ tual idad son sus p untos fuertes, m ientras que la ginocrítica angloam ericana d esea centrarse en el au to r y el personaje fem enino y en la experiencia fem enina com o indicativo de autenticidad — en nociones de «realidad» (en particular de un colectivo que com prende lo que significa ser una mujer) que pueden ser rep resentadas y relacion adas de form a ex­ perim ental, m ed iante la obra literaria— . E n efecto, otro p ro ­ blem a reside en las suposiciones etn océn tricas enclavadas en las ideas de «autenticidad» y «experiencia femenina» p er­ petuadas por la trad ició n angloam ericana en general; co m o ya ha señalado M ary Eagleton, se to m a co m o norm a la m u­ je r blanca heterosexu al de clase m edia y la historia literaria que se produce es «casi tan selectiva e ideológicam ente li­ TEORÍAS FEMINISTAS 171 m itada co m o la tradición m asculina». P ara Moi, la crítica fem inista de Showalter tam bién se caracteriza porque no e s tá teorizad a y tam bién p o r su debilidad, y por lo tanto, por su sostén teórico, sobre todo en las conexiones que estable­ ce entre literatura y realidad y entre evaluación literaria y política feminista. Un rasgo de la obra de Show alter es su reluctancia a com prom eterse y contener las iniciativas teó­ ricas francesas, pues, casi por definición, es deconstruida por ellas (no obstante, véase su desafío a la lectu ra de Lacan de Ofelia en Hamlet en A Practical Reader, cap. 1). P o r lo tan­ to, paradójicam ente, en el punto en que la ginocrítica con­ sideraba que hacía positivam ente visible y poderosa la cul­ tu ra y la experiencia de las mujeres, el fem inism o postestructuralista textualiza la sexualidad y considera todo el pro­ yecto de «las obras escritas por mujeres y las obras escritas sobre las mujeres» com o mal interpetado. A continuación, pasarem os a ver este análisis m ás radicalm ente teórico de la diferencia de las m ujeres, inaugurado por el psicoanálisis m oderno. IV. E l fem inism o francés: Kristeva, Cixous, lrigaray Sin perd er de vista que el florecim iento de la teoría crí­ tica fem inista «francesa» no está constreñido p o r ningún límite nacional, podem os d ecir que esta o tra corriente cla­ ve de la «segunda ola» se originó en F ra n cia . Derivada de la percepción de Sim one de B eauvoir de la m ujer co m o «el Otro» p ara el hom bre, la sexualidad (junto co n la clase y la raza) se identifica co m o oposición binaria (hombre/mujer, negro/blanco) que registra la «diferencia» en tre grupos de personas — diferencias que se manipulan social y cultural­ m ente de form a que uno de los grupos dom ina u oprim e a otro. L as teóricas del fem inism o francés en particular, en su búsqueda de la d estrucción de los estereotipos convencio­ nales de las diferencias sexuales construidos p o r los hom ­ bres, se h an centrado en el lenguaje com o, el ám bito en el que se estru ctu ran estos estereotipos y a la vez com o prue­ ba de la diferencia sexual liberadora que se puede describir en un «lenguaje de m ujer» específicam ente. L a literatura es 172 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA un discurso altam en te significativo en el que se puede per­ cibir y m ovilizar esto. (L as fem inistas negras y lesbianas de A m érica y de todas partes han desarrollado y/o criticad o es­ tas ideas en relación co n los posicionam ientos m u ch o más com plejos de aquellas cuyas «diferencias» están ad em ás de­ term inad as p o r la raza y/o las preferencias sexuales.) El psicoanálisis y, en especial, la reelaboración de Lacan de las teorías de Freud (véase cap. 7) han influido profun­ dam ente en el fem inismo francés. Al hacerse eco de las teorías de L acan , las fem inistas francesas han superado la hostilidad h acia Freud com partid a por la m ayoría de las fe­ m inistas. Con anterioridad a L acan , las teorías freudianas, en especial en Estados Unidos, habían sido reducidas a un crudo nivel biológico: la. niña, al ver el órgano m asculino, se reconoce a sí m ism a co m o hem bra porque ca re ce de pene. Se define negativam ente y sufre una inevitable «envidia del pene». Según Freud, la envidia del pene es universal en las mujeres y es la responsable del «complejo de castració n » que resulta de considerarse a sí m ism as h o m m e s m a n q u é s en lu­ gar de un sexo positivo p o r derecho propio. E rn est Jones fue el prim ero que definió co m o «falocéntrica» la teoría de Freud, un térm ino socialm ente adoptado por las feministas a la hora de discutir la dom inación del hombre en general. Juliet Mitchell, en P s ic o a n á lis is y fe m in is m o (1 9 7 5 ), de­ fiende a F reu d diciendo que «el psicoanálisis no es la reco­ m endación de una sociedad patriarcal, -sino el análisis de una sociedad de este tipo». Según ella, Freud describe la re­ p r e s e n t a c ió n m e n ta l de u n a realidad social, no la realidad m isma. Su defensa de Freud proporcionó las bases p ara el fem inism o psicoanalítico contem poráneo, junto co n la obra de influencia m ás lacaniana de Jacqueline Rose ( S e x u a lity in th e F ie ld o f V isio n , 1986) y Shoshana Felm an ( L ite ra tu re a n d P s y c o a n a ly s is , 1977). De m odo inevitable, las fem inistas han reaccion ad o cáusticam ente co n tra la visión de la m ujer co m o ser «pasivo, narcisista, m asoquista y con envidia del pene» (Eagleton), una im agen que no es propia, sino pro­ ducto de una com paración co n una norma m asculina. Sin em bargo, algunas fem inistas francesas han subrayado que el concepto freudiano de «pene» o «falo» es un concepto «sim­ bólico» y no una realidad biológica. La utilización que hace 173 TEORÍAS FEMINISTAS L a c a n del térm in o se acerca a la s antiguas connotaciones del falo en J°s cultos de fertilidad. L a palabra tam bién se e m p le a en la literatura teológica y antropológica haciendo re fe re n c ia al significado sim bólico del órgano: poder. L as fem inistas han encontrado m uy útil uno de los dia­ gram as de L a ca n p ara señalar la arbitrariedad de los roles sexuales: ÁRBOL SEÑORAS CABALLEROS a 0 O a r C I E l prim er signo es «icónico» y describe la correspon­ dencia «natural» entre palabra y co sa. El signo resum e la vieja noción presaussureana del lenguaje según la cual las palabras y las cosas aparecen unidas de m odo natural en un significado universal. El segundo d iagram a destruye la vie­ ja arm onía: los significantes «señoras» y «caballeros» están asignados a puertas idénticas. De la m ism a m anera, «m u­ jer» es un significante, no una hem b ra biológica. No existe una correspondencia simple entre un cuerpo específico y el significante «m ujer». Sin em bargo, esto no significa que si suprim im os la distorsionadora inscripción del significante, vaya a salir a la luz una m ujer «real» y «natural», tal com o lo habría sido antes del inicio de la sim bolización. No po­ dem os apartarnos del proceso de significación para pisar un terreno neutral. Cualquier resistencia fem inista al falocentrism o (el dom inio del falo co m o significante) debe pro­ venir del seno del proceso de significación. Com o veremos en el capítulo 7, el significante es m ás poderoso que el «su­ jeto», que se «m archita» y sufre «la castración». «Mujer» re­ presenta una posición de sujeto desterrada a la oscuridad exterior («el continente oscuro») por m edio del castrante po­ der del falocentrism o y, en realidad, puesto que sem ejante 174 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA dom inación se realiza a través del discurso, por medio del «falogocentrism o» (el térm ino que utiliza Derrida para de­ sign ar la dom inación que ejerce el discurso p atriarcal). No obstante, la crítica fem inista negra Kadiatu Kanneh ha se­ ñalado los peligros inherentes en cualquier reiteración fe­ m inista del tem a del «continente oscuro» para indicar el potencial subversivo de todas las m ujeres (presente en la obra de De B eauvoir y tipificada en los com entarios de Cixous en «The Laugh of the Medusa» de que «estás en Afri­ ca, eres negro. Tu continente es oscuro. Lo oscuro es peli­ groso»), Kanneh escribe: «[Cixous] trabaja para liberar a las m ujeres de una h istoria que ella etiqueta com o exclusiva­ m ente m asculina, que consigue en cerrar a todás las m u­ jeres en una h isto ria en la que flotan librem ente entre im ágenes de som etim iento negro y dom inación imperial.» («Love, M ourning and M etaphor: Term s of Identity», 1992.) P ara Lacan, la cuestión del falocentrism o es inseparable de la estru ctu ra del signo. El significante, el falo, ofrece la p rom esa de la p resen cia plena y el poder que, com o es inal­ canzable, am en aza a am bos sexos co n el «com plejo de ca s­ tración ». E l com plejo está estructurado exactam ente del m ism o m odo que el lenguaje y el inconsciente: la entrada del sujeto individual en el lenguaje produce una «división» co m o resultado de la sensación de pérdida del sujeto cu an ­ do los significantes no cum plen la pro m esa de una presen­ cia plena (cap. 7), De diferentes m odos, tanto hom bres co m o mujeres ca re ce n de la sexualidad integral sim boliza­ da en el falo. L o s factores sociales y culturales, tales co m o los estereotipos sexuales, pueden acen tu ar o dism inuir el im pacto de esta «caren cia» inconsciente, pero el falo, al ser un significante de presencia plena y no un órgano físico, si­ gue siendo la fuente universal del «com plejo de castración»: la caren cia que p rom ete suplir no p o d rá ser llenada nunca. L a ca n llam a alguna vez a este insistente significante el «N om bre-del-Padre» p a ra enfatizar así su m odo de existen­ cia no biológico. E l niño llega a tener un sentido de la iden­ tidad cuando en tra en el orden «sim bólico» del lenguaje, el cu al se com pone de relaciones de sim ilaridad y de diferen­ cia. Ú nicam ente aceptando las exclusiones (si esto, enton­ ces aquello) im puestas por la Ley del P ad re puede en trar el TEORÍAS FEMINtSTAS 175 niño en el espacio de género asignado a éste p o r el orden lingüístico. E s esencial reco n o cer la naturaleza metafórica del papel del padre. Se halla instalado en la posición de le­ gislador no sólo porque tiene una función p ro cread o ra su­ perior (aunque la gente haya creído esto en el pasado), sino sim plem ente com o un efecto del sistem a lingüístico. L a m a­ dre reconoce el discurso del padre porque tiene acceso al significante de la función paternal (el «Nom bre-del-Padre») que regula el deseo de una form a civilizada (esto es, repri­ m ida). Sólo m edíante la acep tació n de la necesidad de la di­ ferencia sexual o del deseo regulado puede un niño «socia­ lizarse» . Las feministas han objetado a veces que, aun cuando adoptem os un punto de vista estrictam ente «sim bólico» del falo, la posición privilegiada en la significación que se le otorga en las teorías de L a ca n es bastante desproporciona­ da. Según Jan e Gallop, la aplicación de las catego rías lacanianas a la diferencia sexual parece im plicar ineludible­ m ente una subordinación de la sexualidad fem enina. El hom bre resulta «castrado» al no conseguir la plenitud total prom etida por el falo, m ientras que la m ujer lo es por no ser un m acho. El paso de la hem bra por el com plejo de Edipo se encuen tra m enos perfilado. En p rim er lugar, debe transferir su afecto desde la m adre hasta el padre antes de que la Ley de este últim o pueda prohibir el incesto y. en se­ gundó lugar, com o ya está «castrada», es difícil ver qué es lo que reem plaza la castració n que, en el caso del hombre, constituye la am enaza al desarrollo. ¿Qué la obliga a la aceptación de la Ley? A p esar de todo, la ventaja del enfo­ que de L a ca n es el abandono del determ inism o biológico y la conexión (m ediante el lenguaje) del psicoanálisis freudiano con el sistem a social. Tal com o ha señalado Jan e Gallop, L acan tiende a prom ocion ar un discurso «fem inista» antilogocéntrico. Aunque no conscientem ente fem inista, es «coqueto», juguetón y «poético», se niega a afirm ar conclusiones o a establecer verdades. Cuando recuerda la no contestada pregunta de Freud: «¿Qué desea la m ujer?» (Was will das Weib?), con­ cluye que la pregunta debe perm anecer ab ierta ya que la m ujer es «fluida» y la fluidez es «inestable». «La m u jer nun­ 176 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA ca habla pareil (similar, igual, parecido). L o que em ite es fluido (fluent). Engañoso (flouant).» Aquí co rrem o s de nue­ vo el peligro de deslizam os hacia el sistem a falocéntrico que relega las mujeres a los m árgenes y las rech aza por inestables, im predecibles y tornadizas; pero el privilegiar positivam ente' esta franqueza impide sem ejante recu p era­ ción de la «franqueza» fem enina por parte del sistem a pa­ triarcal. L a sexualidad fem enina está d irectam en te asocia­ da co n la productividad poética, con los im pulsos psicosom áticos que desbaratan la tiran ía del significado unitario y el discurso logocéntrico (y, por lo tanto, falocéntrico). Los prin­ cipales teóricos de este punto de vista son Ju lia K risteva y Hélène Cixous. L a o b ra de Kristeva ha tom ado con frecu en cia com o co n cep to cen tral el de u n a polaridad entre los sistem as ra ­ cionales «cerrados» y los perturbadores sistem as irracio ­ nales «abiertos». E sta au to ra considera la p o esía co m o el «lugar privilegiado» del análisis, porque se en cu en tra sus­ pendida entre los dos sistem as; y porque en ciertas épocas la poesía se ha abierto a los impulsos básicos de deseo y m iedo que operan fuera de los sistem as «racionales». Ya co m en tarem os (cap. 7) su im portante distinción entre lo «sem iótico» y lo «sim bólico», fuente de m u ch as o tras pola­ ridades. E n ia liíeiütura de vanguardia, los p ro ceso s prim a­ rios (tal co m o se describen en la versión lacan ian a de la teoría de los sueños de F reu d ) invaden la o rd en ació n racio ­ nal del lenguaje y am en azan con trasto rn ar la unificada subjetividad del «hablante» y del lector. E l «sujeto» ya no es visto co m o productor de significado sino co m o lugar del significado y puede, por lo tan to, sufrir una «dispersión» ra­ dical de identidad y una pérdida de coh eren cia. L o s «im­ pulsos» experim entados p o r el niño en la fase preedípica son parecid os a un lenguaje pero todavía no están ordena­ dos co m o tal. P ara que este m aterial «sem iótico» se co n ­ v ierta en «sim bólico» debe se r estabilizado, lo cual conlle­ va la represión de los im pulsos rítm icos y fluyentes. La expresión hablada que m ás se aproxim a al d iscu rso sem ió­ tico es el «balbuceo» preedípico del niño. Sin em bargo, el m ism o lenguaje conserva algo de este flujo sem iótico y el p o eta se halla en condiciones especiales p ara utilizar TEORÍAS FEMINISTAS 177 dichas resonancias. Puesto que los impulsos psicosom áticos son preedípicos, están asociados co n el cuerpo de la m adre: el libre y flotante m a r del útero y la envolvente sensualidad del seno m aterno son los prim eros lugares de la experien­ cia preedípica. De este modo, lo «semiótico» se halla inevi­ tablem ente asociado al cuerpo de la mujer, mientras que lo simbólico está ligado a la Ley del Padre que censura y re­ prim e con el ñn de que el discurso pueda llegar a ser. La m ujer es el silencio del «inconsciente» que precede al dis­ curso. E s el «Otro», que perm anece fuera y am enaza con in­ terrum pir el orden consciente (racion al) del discurso. Por otro lado, al ser la fase preedípica sexualm ente indiferenciada, lo sem iótico no es inequívocamente femenino. Podría decirse que Kristeva reivindica en nombre de las mujeres este flujo no reprimido ni represor de energía libe­ rad ora. El poeta o la poetisa vanguardista penetra en el Cuerpo-de-la-M adre y resiste el Nombre-del-Padre. M allar­ mé, por ejem plo, cuando subvierte las leyes de la sintaxis, subvierte la Ley del Padre y se identifica con la m adre por medio de la recu peración del flujo sem iótico «m aternal». E n literatura, el encuentro de lo sem iótico y lo sim bólico, donde el prim ero es liberado en el segundo, resulta en un «juego» lingüístico. El gozo representa un «éxtasis» próxi­ m o a la «ruptura». Kristeva concibe esta revolución poética de un m odo íntim am ente ligado a la revolución política en general y a la revolución feminista en particular: el m ovi­ m iento fem inista debe inventar una «form a de anarquis­ mo» que se corresponda con el «discurso de vanguardia». El anarquism o es inevitablemente la posición política y fi­ losófica adoptada p o r un feminismo resuelto a destruir el dominio del falocentrism o. A diferencia de Cixous e Irigaray, Kristeva no tra ta la opresión de las mujeres com o algo diferente en principio de otros grupos m arginalizados o ex­ plotados, ya que el feminismo inicial form aba parte de una teoría m ás am plia y general de la subversión y la disiden­ cia1. Sin em bargo, Gayatri Spivak ha lanzado una crítica im ­ portante de esta producción intercultural de la m arginalidad com ún, señalando a la valoración «primitivista» de Kristeva del «O riente "clásico"» (véase también el cap. 9). Cierto núm ero de feministas francesas (entre las que se 178 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA cuentan Chantai Chawaf, Xavière G authier y Luce Irigaray) han sostenido que la sexualidad fem enina es una entidad subterránea y desconocida. E l ensayo de Hélène Cixous The laugh o f the M edusa es un célebre m anifiesto de la literatu­ ra de mujeres en el que hace un llam am iento para que las m ujeres pongan sus «cuerpos» en su literatura. Así, m ien­ tras Virginia W oolf abandonó la lucha de hablar del cuerpo femenino, Cixous escribe con éxtasis sobre el horm iguean­ te inconsciente fem enino: «Escribios a vosotras m ism as. Vuestro cuerpo tiene que oírse, sólo entonces b ro tarán los inm ensos recu rsos del inconsciente.» No existe una m ente femenina universal; por el contrario, la im aginación fem e­ nina es infinita y herm osa. L a escrito ra verdaderam ente li­ berada, cuando exista, dirá: Reboso, mis deseos han inventado nuevos deseos, mi cu er­ po conoce canciones desconocidas. Una y otra vez... me he sen­ tido tan llena de torrentes luminosos que habría podido estallar, estallar en formas mucho más hermosas que las que se enm ar­ can y venden por una enorme fortuna. Puesto que la literatu ra es el lugar en donde el pensa­ m iento subversivo puede germ inar, es especialm ente ver­ gonzoso que la trad ición falocéntrica haya, en la m ayor p a r­ te, conseguido im pedir que las m ujeres se expresen. L a m ujer debe no cen su rarse y recu p erar «sus bienes, sus ó r­ ganos, sus inm ensos territorios corporales que han sido m antenidos bajo siete sellos». Debe deshacerse de su culpa (p or ser dem asiado fogosa o dem asiado frígida, dem asiado m aternal o dem asiado poco m aternal, e tc.). El núcleo de la teoría de Cixous es el rechazo de la teoría: la literatura fe­ m inista «siem pre su p erará el discurso que regula el sistem a falocéntrico». E l «Otro» o negativo de cualquier jerarq u ía que la sociedad pueda construir, lecritu re fém inine subver­ tirá de inm ediato el lenguaje m asculino «simbólico» y cre a ­ rá nuevas identidades para las m ujeres, las cuales, a su vez, conducirán a nuevas instituciones sociales. Sin em bargo, su propio trabajo con tien e contradicciones teóricas, ya sean estratégicas o no. Su preocu p ación por el juego líbre del discurso re ch a z a el biologism o, pero su privilegio del cu e r­ po de la m ujer p a rece abrazarlo; rech aza la oposición bina­ TEORÍAS FEMINISTAS 179 ría m asculino/fem enino y abraza el principio de Derrida de la dtfférance (su trabajo sobre Jam es Joyce por ejemplo — una muestra del cual aparece en A Practical Reader, cap. 7— representa su intento de afirm ar la naturaleza desestabilizadora de escribir de form a no-biologística), pero relaciona «las obras escritas por feministas» co n la fase preedípica «Im aginary» de L acan en la cual la diferencia queda aboli­ da en una unidad prelingüística utópica del cuerpo de la m adre y e] niño. E ste reto m o liberador a la «B uena M adre» es la fuente de la visión poética de Cixous de las obras escritas por m u­ jeres y abre la posibilidad de un nuevo tipo de sexualidad. Cixous se opone a la especie de bisexualidad neutral abra­ zada por Virginia Woolf y aboga, en su lugar, por lo que llama <<la otra bisexualidad», la que se niega a «anular diferen­ cias y las fomenta». El trabajo de Barthes sobre Sarrasine (véase cap. 7) es un perfecto ejem plo de bisexualidad na­ rrativa. De hecho, la visión de C ixous de la sexualidad fem enina a menudo recuerda la descrip ción de B arth es del texto vanguardista. «El cuerpo de u n a mujer, con sus mil y un um brales de ardor... hará que la vieja y ru tin aria len­ gua m atern a reverbere en m ás de un lenguaje», escribe Cixous. E stá hablando de la jo u issa n ce que, en B arthes y K risteva, com bina connotaciones del o rg asm o sexual y del discurso polisémico; el p lacer del te x to , al abolir todas las represiones, alcanza una intensa crisis (la m u erte del signi­ ficado). E sta transgresión de las leyes del discurso falocéntrico es la tarea especia] de la m u je r escrito ra. C om o ha operado siem pre «desde el interior» del discurso dom inado por el hom bre, la m ujer necesita «inventarse un lenguaje en el que introducirse». El enfoque de Cixous es vision ario, im agina un lengua­ je posible en lugar de d escribir el existen te. C orre el riesgo que han corrido otros enfoques y a co m en tad o s, el de co n ­ ducir a las mujeres h asta un o scu ro refugio inconsciente donde el silencio reinante se vea in terru m p id o ú nicam ente p o r el «balbuceo» uterino, K risteva h a com p ren d id o bien este peligro ya que ve a las e scrito ra s, m ás bien al estilo de Virginia Woolf, atrap adas entre el p a d re y la m ad re. P o r un lado, en tanto escritoras, ch o ca n d e m a n e ra inevitable con 180 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA «el dom inio fálico, asociado a la privilegiada relación padre-hija, que produce la tendencia a la suprem acía, la cien­ cia, la filosofía, las cáted ras, etc...». P o r otro lado, «huimos de cualquier co sa considerada "fálica” para en co n trar refu­ gio en la valorización de un silencioso cuerpo subacuático y abd icam os de esta m an era a cualquier entrada en la his­ toria». S p écu lu m de l’autre fem m e (1 9 7 4 ) de Luce Irigaray de­ sarrolla, en térm inos filosóficos m ás rigurosos, ideas que recuerdan a las de Cixous. Considera que la opresión pa­ triarcal de las mujeres se basa en el tipo de construcciones negativas asociadas a la teoría de Freud sobre la sexualidad fem enina. E l concepto de «envidia del pene», p o r ejemplo, se basa en la consideración del hom bre respecto a la m ujer com o su «Otro» que carece del pene que él posee (p reca­ riam en te). No se la considera com o si existiera, salvo com o la im agen negativa de un hom bre del espejo. E n este senti­ do, las m ujeres son invisibles a las m iradas de los hom bres y sólo pueden alcanzar u n a especie de existen cia fantasm al en la histeria y el m isticism o. Com o m ística, la m ujer pue­ de perder todo sentido de ser subjetivo personal y, p o r lo tanto, es cap az de escap ar de la red p atriarcal. M ientras que los hom bres están orientados a la vista (son escopofílicos), las m ujeres encuentran p lacer en el tacto ; y p o r tanto, las obras escritas por m ujeres están relacionadas coi> la varia­ bilidad y el tacto, con el resultado de que «El “estilo” de ellas resiste y explota todas las formas, figuras, ideas y co n ­ ceptos firm em ente establecidos». E n otras palabras, Iriga­ ray fom enta la «otredad» del erotism o de las m ujeres y su representación disruptiva en el lenguaje. Tan sólo la cele­ b ración de la diferencia de las m ujeres — su variabilidad y m ultiplicidad— puede ro m p er las representaciones o cci­ dentales convencionales de ellas. E l desarrollo y la m ovilización de la teo ría fem inista de posiciones críticas que fluyen de sem ejante concepción «postestructuralista» son el objeto de los capítulos 8, 9, y 10. Pero vale la pena señ alar aquí que este tipo de críti­ cas tienden a reco n o cer que la «Mujer» n o es un ser físico, sino un «efecto en las obras», que «l’écriture fé m in in e», en palabras de Mary Jaco b u s, «no sólo afirm a la sexualidad del t e o r í a s fe m in is ta s 181 texto, sino la textualidad del sexo». No consideran las obras co m o algo co n un «género» específico, sino que pretenden alterar el significado fijado; fom entan el juego libre textual m ás allá del con trol autorial o crítico; son antihum anistas, antirrealistas y antiesencialistas; y en efecto, representan una poderosa form a de deconstrucción política, cultural y crítica. En térm inos específicos de los estudios literarios, revalorizan y rem odel an (cuando no explotan) los cánones literarios, rechazan un cuerpo teórico unitario o universal­ m ente aceptado y politizan abiertam ente todo el dom inio de la práctica discursiva. Son fluidos, múltiples, heteroglósicos y subversivos y com o tales están en el centro del asal­ to contem poráneo postestructuralista y posm odernista a las narrativas «dom inantes» que han gobernado las culturas occidentales — y p o r ende las coloniales— desde la Ilu stra­ ción. Es en la evolución originaria de estos m ovim ientos que nos fijarem os a continuación. B iblio g ra fía selec c io n a d a T extos b á sico s Abel, Elizabeth (éd.), Writing and Sexual Difference, University of Chicago P ress, Chicago, 1982; H arvester W heatsheaf, Hemel H em pstead, 1983. B arrett, Michèle, W o m en’s Oppression Today: Problems in M arxist Fem inist Analysis, Verso, Londres, 1980. Belsey, C atherine y M oore, Jane (eds.), The Fem inist R eader: E s ­ says in G ender a nd the Politics o f Literaiy Criticism, M ac­ millan, Basingstoke, 1989. Cixous, Hélène, «The Laugh of the M edusa» (1 9 7 6 ), reim p reso en Marks y de C ourtivron (m ás adelante). — , Writing Differences: Readings from the S em inar o f Hélène Cixous, Susan Seilers (ed.). Open University Press, Milton Keynes, 1988. Cornillon, S. K. (ed.), ¡m ages o f W omen in Fiction: Fem inist Pers­ pectives, Bow ling Green University P op u lar Press, Bow ling Green, OH, 1972. De Beauvoir, Sim one, The Second Sex (1 9 4 9 ), trad. H. M. Parshley, Bantam , N ueva York, 1961; Penguin, H am ondsw orth, 1974. Eagleton, Mary (ed.), Fem inist Literary Criticism, L on gm an , L o n ­ dres, 1991. 1 82 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA — , Feminist Literary Theory: A Reader, Basil Blackwell, Oxford, 1986. Elim an , Mary, Thinking About Women, H arco u rt B ra ce Jovan ovich, Nueva York, 1968. Felm an, Shoshana (ed.). Literature and Psychoanalysis, Joh ns H op­ kins University Press, B altim ore, 1977. Friedan, Betty, The F em in in e Mystique, Dell, Nueva York, 1 963. Gallop, Jan e, F em in ism a nd Psychoanalysis: The D aughter’s S ed u c­ tion, M acm illan, Basingstoke, 1982. Gilbert, Sandra y Gubar, Susan, The M adw om an in the Attic: The Woman Writer a nd the Nineteenth Century Literary Im agina­ tion, Yale University Press, New Haven, 1979. — , No Man's Land: The Place o f the W oman Writer in the Twentieth Century, Yale University Press, New Haven', 1988. H um m , M aggie, The Dictionary o f Fem inist Theory;· H arvester W heatsheaf, H em el H em pstead, 1989. — , (ed.), F em in ism s: A Reader, H arvester W heatsheaf, H em el H em pstead, 1992. jLii^áray, LUcc, This 5 . λ Which Is Nr>t One, Cornell University Press, Ith aca, 1985. Jacob u s, M ary (ed.), W omen Writing a nd Writing About W omen, C room H elm , Londres, 1979. — , Reading W om an: Essays in Fem inist Criticism, M ethuen, Lon ­ dres, 1986. Johson, B arb ara, A World o f Difference, Jo h n s Hopkins University Press, B altim ore, 1987. Kaplan, Cora, Sea Changes: Culture and Feminism, Verso, Londres, 1986. Kauffm an, Linda S., A m erican Fem inist Thought at Century’s E n d : A Reader, B asil Blackw ell, Oxford, 1993, Kolodny, Annette, «D ancing Through the Minifield: S om e O bser­ vations on the Theory, Practice and Politics of a F em in ist L iterary C riticism », Fem inist Studies, vol. 6 ’ (1 9 8 0 ), pp. 1-25. Kristeva, Ju lia, Desire in Language: A Sem iotic Approach to Litera­ ture and Art, C olum bia University Press, Nueva York, 1980. — , About Chinese Women, Marion Boyars, Nueva York y Londres, 1986. — , The Kristeva Reader, ed. Toril Moi, Basil Blackwell, Oxford, 1986. M arks, Elaine y de C ourtivron, Isabelle (eds.). New French F em i­ n ism s: An Anthology, H arvester W heatsheaf, Hemel H em p s­ tead, 1981. M arxist-Fem inist L iteratu re Collective, The, «W om ens w riting: Ja n e Eyre, Shirley, Villette, Aurora L eigh» Ideology a nd Cons­ ciousness, 3, Spring, 1978, 27-48; pp. 27-34. E stá n reim p resas en B ro o k er y W iddowson, eds., A Practical Reader, cap . 3. TEORÍAS FEMINISTAS 183 Milíet, K ate, Sexual Politics, Doubleday, Nueva York, 1970. M itchell, Juliet, Psychoanalysis a nd Fem inism , Penguin, H arm onsw orth, 1975. — , W om en: The Longest R evolution: Essays on Fem inism , Litera­ ture a nd Psychoanalysis, Virago, Londres, 1984. M oers, Ellen, Literary W omen, Anchor Press, G arden City, 1976. Moi, Toril (éd.), French F em inist Thought: A Reader, Basil Blackwell, Oxford, 1987. N ewton, Judith y Rosenfelt, D eborah (eds.). Fem inist Criticism and Social Change: Sex, Class, arid Race in Literature, M ethuen, L ondres, 1985. Showalter, Elaine, A Literature o f Their Own, P rin ceton University Press, Princeton, N J, 1977. — , (ed.), Speaking o f G end er, Routledge, Londres, 1989. Spender, Dale, Man M ade Language, Routledge, L on d res, 1980. Spivak, Gayatri C hakravorty — ver «Bibliografía seleccionada» p ara el cap. 9. Woolf, Virginia, A R oom o f One's Own, H ogarth Press, Londres, 1929. — , Three Guineas, H ogarth P ress, Londres, 1938. — , Women a nd Writing, intro. Michèle B arrett, The W om ens P ress, Londres, 1979. L e c t u r a s avanzadas Belsey, C atherine, «Critical Approaches» en Claire B uck, Bloom s­ bury G uide to W omen's Literature, Bloomsbury, L ondres, 1992. B ronfen, Elisabeth, Over H e r D ead Body: Death, Fem inity a nd the Aesthetic, M anch ester University Press, M anchester, 1992. Culler, Jo n ath an , «Reading as a W om an», en On D econstruction: Theory a nd Criticism after Structuralism , Routledge, Londres, 1983. De L auretis, Teresa (ed.), F em in ist Studies/Critical Studies, Indiana University Press, B loom in gton , 1986. Felski, R ita, Beyond F em inist Aesthetics: Fem inist Literature and Social Change, H utchinson R adius, Londres, 1 9 8 9 . Fuss, Diana, Essentially Speaking: Feminism, N ature a n d Differ­ en ce, Routledge, L ondres, 1989. Gallop, Jan e, A round 1 9 8 1 : A cadem ic Fem inist Literary Theory, R outledge, Londres, 1992, G ates, H enry Louis, Jr. (ed .), Reading Black: R eading Fem inist: A Critical Anthology, M eridian, Nueva York, 1990. Grosz, Elizabeth, Ja cq u es L acan : A Feminist Introduction, R out­ ledge, Londres, 1990. 184 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA Kam uf, Peggy, «Writing Like a W om an », en Sally M c-Connell et a i , (ed s.), W omen and Language in Literature and Society, P raeg er Publishers, Nueva York, 1980. Kanneh, K ad iatu , «Love, M ourning and M etaphor: Term s o f Iden­ tity», en Isobel Arm strong (éd.). New Fem inist D iscourses: Cri­ tical Essays on Theories a nd Texts, Routledge, L on d res, 1992. K aplan, C ora, «Fem inist L iterary C riticism : New Colours and S h a­ dow s», en Encyclopaedia o f Literature and Criticism , M artin Coyle, P eter Garside, M alcolm Kelsall y John Peck (eds.), R oui' ledge, Londres, 1990. — , «R adical Fem inism and L iteratu re: Rethinking M illetts Sexual Politics» (1 9 7 9 ), reim preso en E agleton , 1991 (ver Textos bási­ cos m ás atrás). Lacquer, T h o m as, M aking S ex : Body a nd G ender fro m the Greeks to Freud, H arvard University P ress, Cam bridge M ass. y Londres, 1990. Lakoff, R obin, Language a nd W oman's Place, H arp er & Row, Nue­ va York, 1975. Miller, N ancy (ed.), The Poetics o f Gender, Colum bia University Press, N ueva York, 1986. — , Getting Personal: Fem inist O ccasions and Other A utobiographi­ cal Acts, Routledge, Londres, 1991. Mills, S ara, Fem inist Stylistics, Routledge, L ondres, 1 995. Mills, S ara, P earce, Lynne, Spaull, Sue y Millard, Elaine, FeminL·! R eadings/Fem inists Reading, H arvester W heatsheaf, Hemel H em pstead, 1989. Modleski, Tania, Fem inism W ithout W om en: Culture a nd Criticism in a « Postfeminist» Age, R outledge, Londres, 1991. M oi, Toril, Sexual/Textual Politics: Fem inist Literary Theory, Me­ thuen, Londres, 1985. — , F em inist Literary Theory a n d S im o n e de Beauvoir, B asil Blackwell, O xford, 1990. R oe, Sues (ed.), W omen R eading Women's Writing, H arvester W ueatsheaf, Hemel H em pstead, 1987. R ose, Jacqueline, Sexuality in the Field o f Vision, Verso, Londres, 1 986. Sellers, Su san (ed.), Fem inist Criticism : Theory a nd Pm ctice, H ar­ vester W heatsheaf, H em el H em pstead, 1991. W augh, Patricia, Fem inine F ictions: Revisiting the M odern, R out­ ledge, Londres, 1989. ■■ \ W eedon, Chris, Fem inist Practice a nd Posteslruct.umlist Theory, B asil Blackw ell, O xford, 1987. W hitford, M argaret, L uce Irigaray: Philosophy in the Fem inine, Routledge, Londres, 1991. C a p ítu lo 7 TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS En algún m om ento, a finales de los años de I9 6 0 ; el estructuralism o dio paso al postestructuralism o. Algunos creen que estos desarrollos posteriores se encontraban pre­ figurados en los inicios del m ovim iento estructuralista y que el postestructuralista sólo constituye el pleno d esarro ­ llo de sus posibilidades. Pero esta formulación no es del todo satisfactoria, ya que es evidente que el postestructura­ lismo trata de desalentar las pretensiones científicas del estructuralism o. Si había algo de heroico en el deseo del es­ tructuralism o de dom inar el mundo de los signos hum anos, el postestructuralism o es cóm ico y antiheroico en su nega­ tiva a considerar co n seriedad tales objetivos. Sin em bargo, aunque el postestructuralism o se burle del estructuralism o, tam bién se burla de sí mismo: en efecto, los postestructu­ ralistas son estructuralistas que de pronto se dan cuenta de su error. Es posible ver en la misma teoría lingüística de Saüssúre los inicios de la reacción postestructuralista. Como hemos vis­ to, la lengua es el aspecto sistem ático del lenguaje, que fun­ ciona com o estru ctu ra apuntaladora del habla, el caso indi­ vidual de enunciado oral o escrito. Y también el signo tiene dos partes: significante y significado son com o las dos c a ­ ra s de una m oneda. A veces, una lengua tiene una sola palabra (significante) para dos conceptos (significados): en inglés, sheep se refiere a la «oveja» y mutton a su carn e pero, en francés, sólo hay una palabra, mouton, que asum e los dos significados. Parece com o si las lenguas cortasen el mundo de las cosas y las ideas en conceptos distintos 186 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA (significados), p o r un lado, y palabras diferentes (signifi­ can tes), por otro. C om o dijo Saussure: «Un sistem a lingüís­ tico es una serie de diferencias de sonidos com binadas con una serie de diferencias de ideas.» E l significante «cam a» puede funcionar co m o parte de un signo porque difiere de «ram a», «cim a», «cara», etc., y estas diferencias pueden ali­ n earse con diferentes significados. Saussure concluye con una fam osa observación: «En el lenguaje, sólo hay diferen­ cias, exentas de térm inos positivos. » Pero, antes de que lle­ guem os a una conclusión errónea, añade que ello sólo es cierto si tom am os significantes y significados por separado, puesto que existe una tendencia general de los significantes h acia los significados p ara form ar una unidad positiva. E sta concepción de una cierta estabilidad en lo relativo a la sig­ nificación, es propia de un pensador prefreudiaho: al ser la relación significante/significado arb itraria, los hablantes necesitan que los significantes co n creto s estén firm em ente unidos a los con cep tos con cretos y, p o r lo tanto, asum en que significante y significado conform an un todo unificado que m antiene una cierta unidad de sentido. Los postestructuralistas descubrieron la naturaleza esencialm ente inestable de la significación. Según ellos, el signo ya no es tan to una unidad co n dos lados, co m o u n a «fijación» m om entánea entre dos cap as en m ovim iento. Saussure reco n o cía que significante y significado form an dos sistem as separados, pero no se dio cuenta de lo in esta­ ble que pueden ser las unidades de sentido cuando los dos sistem as se juntan.' Después de establecer que el lenguaje es un sistem a total independiente de la realidad física, intentó conservar la co h eren cia del signo aunque su división en dos partes am en azara co n deshacerlo. Los postestructuralistas han unido de varias m aneras estas dos m itades. Sin duda, se podría objetar, la unidad del signo queda confirm ada cu and o utilizam os un diccionario p ara en co n ­ tra r el sentido (significado) de una palabra (significante).' De hecho, el d iccionario sólo confirm a el im placable ap la: ’ zam iento del sentido: no sólo en con tram os varios significar dos para cad a significante («vela» puede significar bujía, vi­ gilancia del centinela, rom ería, pieza de lona para im pulsar los barcos, toldo o voltereta), sino que se puede seguir la TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 187 pista de cada uno de los significantes, que está dotado de su propia serie de significados («bujía», adem ás de una vela, puede ser una unidad de intensidad de luz, un dispo­ sitivo utilizado en los m otores de explosión y un instru­ m ento de cirugía). E l proceso puede prolongarse de modo interm inable, a m edida que los significantes desarrollan su cam aleón ica existencia, cam biando de colores con cada nuevo contexto. El postestructuralism o ha dedicado buena p arte de sus energías a seguir la pista de la insistente acti­ vidad del significante al form ar cadenas y contracorrientes de sentido con otros significantes y desafiar los disciplina­ dos requisitos del significado. Com o ya hem os señalado en el capitulo 4, los estructuralisías atacan la idea de que el lenguaje es un instrum ento p ara reflejar una realidad preexistente o para expresar una intención hum ana. Creen que los «sujetos» son producidos p o r estru cturas lingüísticas que están «siem pre dispuestas» en su sitio. Las pronunciaciones de un sujeto pertenecen al reino del habla, que está gobernado por la lengua, el ver­ dadero objeto del análisis estructuralista. E sta visión siste­ m ática de la com u nicación excluye todos los p rocesos sub­ jetivos m ediante ios cuales los individuos interaccionan unos co n otros y con la sociedad. Los crítico s postestructu­ ralistas del estructuralism o introducen el co n cep to de «su­ jeto hablante» o de «sujeto en curso». E n lugar de conside­ r a r el lenguaje com o un sistem a im personal, lo consideran co m o articulado siem pre con otros sistem as y especialm en­ te co n procesos subjetivos. E sta concepción del Ienguaje-enuso se resum e en el term ino «discurso». Los m iem bros de la escuela de Bakhtin (véase el cap. 2) fueron probablem ente los prim eros teóricos literarios m o­ dernos en rech azar el concepto saussuriano de lenguaje. Insistieron en que todos los ejemplos de lenguaje tenían que ser considerados en un contexto social. Cada pronun­ ciació n es potencialm ente el escenario de una lucha: cada p alab ra que se lanza al espacio social im plica un diálogo y, p or tan to, una interpretación rebatida. Las relaciones entre significantes y significados siem pre están carg ad as de in­ terferen cia y conflicto. El lenguaje no puede se r disociado lim piam ente de la vida social; siempre está contam inado, 188 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA intercalado de páginas en blanco, coloreado p o r cap as de depósitos sem ánticos que resultan del inacabable proceso de la luch a y la in teracción hum anas. Posteriorm ente, tuvo lu gar en el pensam iento lingüísti­ co un m ovim iento paralelo. E n su celebrada distinción en­ tre histoire (narrativa) y discours (discurso), É m ile Benveniste trató de preservar la idea de una región no subjetivizada del lenguaje. R azon ab a que un uso puram ente narrativo del lenguaje (caracterizad o en la ficción francesa por el uso del «pasado histórico» o tiempo «aoristo») está bastante desprovisto de intervención por parte del hablan ­ te. E sto p arece negar la idea de Bakhtin de que el lenguajeen-uso es «dialógico». L a dim ensión «yo-tú» se excluye en la pura narrativa, la cual p arece narrarse a sí m ism a sin m ediación subjetiva. Los diálogos contenidos en una fic­ ción están situados y son m anejables p«r autoridad de la histoire'q u e en sí m ism a ca re ce de origen subjetivo aparen­ te. Tal y co m o lo expresa Catherine Belsey, «el realism o clá­ sico propone un m odelo en el que el au tor y el lecto r son sujetos que constituyen la fuente de significados com p arti­ dos, el origen del cual es m isteriosam ente extra discursivo» (C ritical Practice, 1980). C om o ha quedado dem ostrado por G érard Genette (véase el cap. 4 ) y otros m uchos, la distin­ ción histoire/discours ca re ce de fundnmento. Tom em os la p rim era frase del p rim er capítulo de M iddlem arch de G eorge Eliot: «Miss B rooke poseía ese tipo de belleza que p arece resaltar con ropajes pobres.» A nivel de la histoire, se nos dice que Miss B rook e poseía un cierto tipo de belle­ za y la im personal sintaxis de la frase p arece conferirle ob­ jetividad y verdad. Sin em bargo, la locución «ese tipo» in­ trod u ce inm ediatam ente un nivel «discursivo»: se refiere a algo que se espera que los lectores recon ozcan y confirm en. Roland B arthes habría dicho que aquí George E liot está uti­ lizando el «código cultural» (véase la sección sobre B arthes m ás adelante). Esto subraya el hecho de que el autor no sólo acep ta una determ inada suposición específica desde el pun­ to de vista cultural, sino que se invoca a la relación «yo-tú» entre el autor y el lector. Los postestructuralistas estarían de acu erd o en que la narrativa nunca puede e sca p a r del ni­ vel discursivo. El eslogan «sólo hay discurso» requiere una TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 189 explicación detallada, pero resum e de form a efectiva el ob­ jetivo de este capítulo. El pensam iento postestructuralista adopta con frecuen­ cia la form a de u na crítica del em pirism o (la form a filosó­ fica dom inante en Gran B retaña al m enos desde m ediados del siglo X V II en adelante). Consideraba al sujeto co m o la fuente de todo conocim iento: la m ente hum ana recibe las impresiones sin las cuales se m ueve y organiza en un co ­ nocim iento del m undo, que se expresa en el medio ap aren ­ tem ente transparente del lenguaje. El «sujeto» cap ta el «ob­ jeto» y lo expresa con palabras. E ste modelo ha sido cuestionado por una teoría de las «form aciones discursi­ vas» que rehúsa separar el sujeto y el objeto en dom inios separados,. Los conocim ientos siem pre se form an a p artir de los discursos que preexisten a la existencia del sujeto. In ­ cluso el propio sujeto no es una identidad autónom a o iden­ tificada, sino que está siempre «en curso» (véase m ás ade­ lante sobre K risteva y Lacan). H a habido un cam bio para­ lelo en la historia y la filosofía de la ciencia. T. S. K uhn (véase el cap. 3) y Paul Feyerabend han cuestionado esta opinión en la firm e progresión de conocim ien to de las cien­ cias y han dem ostrado que la cien cia «progresa» en una se­ rie de saltos e interrupciones, en un m ovim iento disconti­ nuo de una form ación discursiva (o «paradigm a») a otra. Los científicos no dependen de p ercib ir los objetos a través del espejo vacío de los sentidos (y sus extensiones técnicas). Conducen y escriben su investigación dentro de los límites conceptuales de los discursos científicos particulares, que están situados históricam ente en relación con su sociedad y cultura. L a obra de M ichel Foucault (véase m ás adelante) ha ido m ucho m ás lejos trazando un m ap a de las form aciones dis­ cursivas que a m enudo en nom bre de la ciencia han hecho posible que las instituciones ejerzan el poder y la d om ina­ ción definiendo y excluyendo a los locos, los enferm os, los crim inales, los pobres y los desviados. P a ra Foucault, el dis­ curso es siem pre inseparable del p od er porque el discurso es el medio que gobierna y ordena ca d a institución. El dis­ curso determ ina lo que es posible decir, cuáles son los cri­ terios de la «verdad», a quién se le perm ite hablar con au- 190 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA toridad y dónde puede em itirse un discurso sem ejante. P o r ejemplo, para graduarse en literatura inglesa hay que estu­ diar en una institución validada o en una que tenga co rre s­ pondencia. Tan sólo los profesores reconocidos de la insti­ tución tienen perm iso para determ in ar la form a de estudiar las m aterias. E n un determ inado período, únicam ente cier­ tos tipos de form as de hablar y escribir son recon ocid as com o válidas. L o s críticos m arxistas de Fou cau lt han co n ­ siderado esta teoría de las form aciones discursivas excesi­ vam ente pesim istas y han sugerido form as de teo rizar el discurso en térm inos de form aciones ideológicas que per­ m iten de m an era m ás rápida ia p ^ ib iiid ad de resisten cia y subversión de los discursos dom inantes (véase m ás adelan­ te, «El Nuevo H istoricism o y el m aterialism o cultural»). Louis Althusser (véase cap. 5) realizó una im portante contribución a* la teoría del discurso en su «Ideology and Ideological State Apparatuses» (1 9 6 9 ). Argum enta que todos som os «sujetos» de una ideología que funciona instándonos a ocu par nuestros sitios en la estru ctu ra social. E sta convo­ catoria (o «interpelación») opera a través de las fo rm acio ­ nes discursivas m aterialm ente ligadas con los «aparatos es­ tatales» (religioso, legal, educacional y así sucesivam ente). L a con scien cia «im aginaria» que induce la ideología nos da una representación de la form a en que los individuos se re­ lacionan co n sus «condiciones reales de existencia», pero siendo sim plem ente una «imagen» serena y arm ó n ica que en realidad reprim e las relaciones reales entre los indivi­ duos y la estru ctu ra social. Al trad u cir el «discurso» a una «ideología» Althusser lanza una acu sació n política a la teo­ ría al introducir el modelo de dom inación-subordinación. Adopta p ara sus propios propósitos la term inología psicoanalítica de Jacques L acan (véase m ás adelante), quien cues­ tiona la con cepción hum anista de una subjetividad sustan­ cial y unificada (una ilusión derivada de la fase preedípica «im aginaria» de la niñez). Sin em bargo, el m odelo de Alt­ husser de form ación del sujeto es m ás estático. L a ca n co n ­ cibe al sujeto co m o una entidad perm anentem ente inesta­ ble, escindida en la vida consciente del «ego» y la vida inconsciente del «deseo». Colin M acCabe ha sugerido que se puede im aginar un modelo de interpelación m ás lacaniano: TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 191 Una interpretación marxista de la división del sujeto en el lu­ gar del Otro teorizaría ta suposición individual del lugar pro­ ducido por él o ella por el complejo de formaciones discursivas e insistiría en que estos lugares estarían constantemente ame­ nazados e indeterminados por su inestabilidad constitutiva en el campo del lenguaje y del deseo. {«On Discourse», 1981.) L a ' obra de M ichel Pêcheux, que, de alguna m anera, ofrece una explicación m ás elaborada de la operación de los discursos ideológicos en relación con la subjetividad, se dis­ cu tirá en la sección sobre el «El Nuevo H istoricism o», en el que el pesim ism o de Foucault sobre la posibilidad de resis­ ten cia al poder discursivo de las ideologías es contestado por los argum entos del m aterialism o cultural. R oland B a rth es B arth es es sin duda el m ás am eno, agudo y atrevido de los teóricos franceses de los años de 1960 y 1970. Su tra­ yecto ria h a sufrido varios giros, pero siem pre ha m anteni­ do un tem a central: la convencionalidad de todas las formas de representación. E n uno de sus prim eros ensayos, define la literatura com o «un m ensaje de la significación de las co ­ sas, no su sentido (p o r «significación» entiendo el proceso que produce el sentido y no el sentido m ism o»). De este m odo, se hace eco de la definición Jakobson de la «poéti­ ca» co m o «orientación h acia el m ensaje», pero Barthes hace hincapié en el proceso de significación que aparece com o cad a vez m enos predecible a m edida que avanza. El m ay or pecado que puede com eter un escrito r es creer que el lenguaje es un m edio natural y transparente, gracias al cual el lecto r alcan za una sólida y unificada «verdad» o «realidad». El e scrito r virtuoso reconoce la artificialidad de toda escritura y ju ega co n este hecho. L a ideología burgue­ sa, la bestia negra de B arth es, prom ueve el escandaloso punto de vista según el cual la lectura es n atural y el len­ guaje transparente, insiste en con sid erar el significante com o el com p añ ero sensato del significado que constriñe de m odo au to ritario todo discurso a un sentido. Los escri­ tores vanguardistas dejan que el inconsciente del lenguaje 192 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA salga a la superficie: perm iten que los significantes generen significados a voluntad, socavando la cen su ra del signifi­ can te y su represiva insistencia en un solo sentido. (Dos en­ sayos co rto s ilustran las .prim eras obras estru ctu rálistas de B arth es — pero tam bién indican su posterior cam bio hacia el p ostestructuralism o— son los dedicados a B rech t, reim ­ preso en el cap. 8 de A Practical Reader). Si hay algo que señale u n a etapa postestructuralista en B arth es es, sin duda, el abandono de las aspiraciones .cien­ tíficas. E n Elem entos de Sem iología ( 1967), afirm aba que el m étodo estructuralista podía explicar todos los sistem as de signos de la cultura h u m an a y adm itía que el m ism o dis­ cu rso estru cturalista podía convertirse en tem a de estudio. E l investigador sem iótico considera su p ropio lenguaje co m o un discurso de «segundo orden» (llam ado metalenguaje), que opera con todos los- poderes sob ie el lenguajeobjeto de «prim er orden». Al darse cuenta de que cualquier m etalenguaje puede con vertirse en lenguaje de prim er or­ den, B a rth e s entrevé una regresión infinita (una «aporía») que destruye la autoridad de todos los m etalenguajes. Esto significa que, cuando leem os co m o críticos, n u n ca podem os salim o s del discurso y ad o p tar una posición invulnerable an te u n a lectu ra inquisitiva. Todos los discursos, incluyen­ do las interpretaciones críticas, son igualm ente ficticios, ninguno puede ocu p ar el lu gar de la Verdad. L o que se podría llam ar la etapa postestructuralista de B a rth e s queda bien reflejada en su pequeño ensayo «La m u erte del autor» (1 9 6 8 ). E n él, rechaza el tradicional pun­ to de vista del au to r co m o cread o r del texto, fuente de sen­ tido y ú n ica autoridad en; su interpretación.; ¡-iî principie, esto quizás suene co m o la restauración del fam iliar dogma de la N ueva Crítica sob re la independencia (autonom ía) de la o b ra literaria resp ecto de su fondo histórico y biográfico. L a N ueva C rítica creía que la unidad de un texto radicaba n o en la intención -del autor, sino en su estru ctu ra, aunque e sta unidad autosúficiente posea, según dicho punto de vis­ ta, con exion es sub terrán eas con el au to r porque constituye u n a com p leja p ro clam ación verbal (un «icono verbal») que se co rresp o n d e co n las intuiciones que éste tiene del m un­ do. L a form ulación de B arth es es totalm ente radical en su TEORÍA S POSTESTRUCTURALISTAS 193 rechazo de sem ejantes consideraciones hum anistas. Su au­ tor se en cuen tra desprovisto de toda posición m etafísica y reducido a un lugar (una encrucijada) por donde el lengua­ je, con su infinito inventario de citas, repeticiones, eco s y referencias, cru za y vuelve a cruzar. De este m odo, el lector es libre de en tra r en el texto desde cualquier dirección, no existe una ru ta co rrecta. La m uerte del au to r es algo casi in­ herente al estructuralism o, ya que considera los enunciados individuales (hablas) en tanto productos de sistem as im ­ personales (lenguas). Lo novedoso en B arthes es la idea de que los lectores son libres de ab rir y cerrar el proceso de significación del texto sin tener en cuenta el significado, com o lo son de disfrutar de él, de seguir a voluntad el re­ corrido del significante a medida que se desprende y esca­ pa del ab razo del significado. Los lectores son sedes del im ­ perio del lenguaje, pero tienen la libertad de co n ectar el texto con sistem as de sentido y no h a ce r caso de la «inten­ ción» del autor. El personaje central de Blackeyes (1 9 8 7 ) de Denis Potter es un modelo fotográfico que posee la fran­ queza de una señal que espera la m arca de la m irada del ob­ servador. Blackeyes expresa la «sensualidad de lo pasivo. El óvalo perfectam en te formado de su rostro era un vacío so­ bre el que pro yectar el deseo m asculino. Sus grandes, lum i­ nosos y llam eantes ojos no decían nada y por eso lo decían todo. Ella era flexible. Estaba allí para ser inventada, en cualquier postura, con cualesquiera palabras, una y o tra vez, en un anhelo eyaculatorio». Ella es un texto postestructura­ lista totalm ente a la merced del p lacer del lector. (O tros ejemplos anteriores de personajes «libres» a disposición de una inscripción del observador — nótese que son siem pre mujeres— podrían ser: la viuda W adm an de Tristan Shandy, en la que Sterne deja una página en blanco para que el lec­ tor la llene co n su descripción ideal de la m ujer m ás «con­ cupiscible» del m undo en lugar de la caracterización de Stem e; Tess, de la novela de Hardy, que m uchas veces se considera que está com puesta de im ágenes fijadas p o r la m i­ rada m asculina a la que constantem ente está som etida; y Sarak W oodruff en La m ujer del teniente francés de John Fowles, a la que el autor considera un «enigma» que no pue­ de llegar a conocer.) 194 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA E n Le plaisir d u texte (1 9 7 3 ), B arth es explora el tem era­ rio abandono dei lector. Distingue c a ire dos sentidos de «placer»: Placer «placer» «goce» Placer es aquí «goce» (jouissance) y.su form a atenuada, «placer». E l p lacer general de un texto es todo lo que exce­ de un simple sentido transparente. A m edida que leem os, percibim os una conexión, un eco, una referencia, y esta al­ teración del flujo inocente y lineal del texto proporciona un placer qué está relacionado co n la creación de una articu­ lación (grieta o falla) entre dos superficies. El lugar en que la carne desnuda encuen tra una prenda de vestir es un ce n ­ tro de placer erótico. E n los textos, el efecto se consigue con algo heterodoxo o perverso en relación con el lenguaje des­ nudo. Al leer la novela realista cream o s otro «placer», per­ m itiendo que nuestra atención vague o salte de un sitio a o tro: «es el propio ritm o de lo que se lee y de lo que no se lee lo que cre a el p lacer en las grandes narraciones». E sto es especialm ente cierto en los escritos eróticos (aunque B arthes opina que la pornografía no tiene textos de goce porque está dem asiado em peñada en ofrecer la verdad últi­ m a). L a m ás lim itada lectura de p lacer es una p ráctica que se ajusta a los usos culturales. E l texto de goce «desm onta los supuestos psicológicos, culturales, históricos del lec­ to r ..., produce u n a crisis en su relación con el lenguaje». E s evidente que esta clase de texto no satisface los requisitos de placer fácil solicitados por la econ om ía de m ercado. De hecho, B arth es considera que el «goce» se encuentra muy ce rca del aburrim iento: si los lectores se resisten el extático colapso de los presupuestos culturales, es inevitable que sólo encuentren aburrim iento en un texto moderno. ¿C uán­ tos lectores h an gozado plenam ente con el Finnegans Wake de Joyce? El libro S/Z es su m ás im presionante obra postestructu­ ralista. E m p ieza aludiendo a las vanas am biciones de los teóricos de la n arración estructuralistas que intentan «ver TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 195 todas las narraciones del m undo... en el interior de una oí¡τιp] estructura». E ste intento de descubrir ία estructuraes inútil, ya que cada texto posee una «diferencia», que no es una especie de unicidad, sino el resultado de la textualidad m ism a. Cada texto se refiere de m odo diferente al océano infinito de lo «ya escrito ». Algunos escritos intentan desanim ar al lector para que no realice conexiones libres entre el texto y lo «ya escrito», insistiendo en las referencias y sentidos específicos. Una novela realista ofrece un texto «cerrado» con un sentido limitado. Otros, en cam bio, ani­ m an al lector a que produzca sentidos diferentes. El «yo» que lee «es ya en sí m ism o una pluralidad de otros textos», y el texto de vanguardia le otorga la m ayor libertad de pro­ ducir sentidos poniendo lo que se lee en relación con esa pluralidad. El prim er tipo de texto (lisible) sólo perm ite al lector se r consu m id o r de un sentido establecido, el segundo (scriptible) convierte al lecto r en productor. Uno está hecho p ara ser leído (consum ido), otro para ser escrito (produci­ do). El texto «escribible» sólo existe teóricam ente, aunque la descripción que de él hace Barthes recuerda los textos m odernos: «este texto ideal es una galaxia de significantes, no una estructura de significados; no tiene principio... pe­ netram os en él por diferentes entradas, ninguna de las cu a­ les puede proclam arse la principal; los códigos que utiliza se extienden hasta donde el ojo alcanza». ¿Qué son los «códigos»?* Como queda claro en la cita, no son los sistem as de sentido estructuralistas que podría­ m os esperar. Cualquier sistem a (m arxista, formalista, estruc­ turalista, psicoanalítico, etc.) que decidam os ap licar al tex­ to activa una o m ás de sus virtualmenfe infinitas «voces». A m edida que el lecto r ad op ta diferentes puntos de vista, se p roduce el sentido del texto en una m ultitud de frag­ m entos que no tienen una unidad inherente. S/Z es un aná­ lisis del cuento de B alzac Sarrasine, al que divide en 561 lexias (unidades de lectu ra). Las lexias se leen sucesivam ente a través de una rejilla de cinco códigos: * Para mayor información —relativa a La caída de la casa Usher de Edgar Alian Poe— véase PTRL, pp. ] 18-119. 196 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA H erm enéutico Sém ico Sim bólico P roairético Cultural El código herm enéutico h ace referencia al enigm a que se plantea al com en zar el discurso. ¿De qué se tra ta ? ¿Qué está sucediendo? ¿Cuál es el problem a? ¿Quién h a com eti­ do el asesinato? ¿Cóm o conseguirá el héroe llevar a cabo su propósito? E n inglés, a las historias de detectives, se les llam a w hodunit («quiénlohizo»), con lo que se resalta la es­ pecial im portancia que tiene el enigma en este género. En Sarrasine, el enigm a tiene que ver con Zam binella. Antes de que se resuelva finalm ente la cuestión «¿Quién es ella?» (en realidad, es un eunuco disfrazado de m ujer), el relato se prolonga, retrasan do una y o tra vez la respuesta: es una «m ujer» (tram p a), «una cria tu ra extraordinaria» (am bigüe­ dad), «nadie lo sabe» (respuesta confusa). E l código de los «sem as» se refiere a las connotaciones que a m enudo se evocan en la caracterizació n o descripción. U na prim era descripción de Zam binella presenta los sem as «fem inidad», «riqueza» e «irrealidad». E l código sim bólico afecta a las polaridades y las antítesis que posibilitan là polivalencia y la «reversibilidad». Pone de relieve los esquem as de las re­ laciones psicológicas y sexuales que la-gei.te -puede estable­ cer. P o r ejem plo, al presentarse a Sarrasine, éste se nos m uestra en la relación sim b ólica de «padre e hijo» («era el ú nico hijo de un ab o gad o ...»). La ausencia de m adre (a quien no se m en ciona) es significante y, cuand o el hijo de­ cide h acerse artista, p asa de ser «favorecido» p o r el padre a ser «condenado» p o r él (antítesis sim bólica). E ste código sim bólico de la n arración se desarrolla m ás tard e, cuando leem os que el afectuoso escu lto r B ouchardon to m a el lugar de la m ad re y consigue la reconciliación entre padre e hijo. E l código proairético (o código de acciones) se aplica a la secuen cia lógica de accio n es y com portam ientos. Barthes m a rca u na secuen cia co m o ésa entre las lexias 95 y 101: la novia del narrad or to ca al viejo castrado y éste reaccio n a co n un sud or frío; cu an d o sus familiares se alarm an , esca- TEO R ÍA S POSTESTRUCTURA LI STAS 197 pa a una habitación lateral y se deja ca e r en un sofá, ate­ rrorizad o. Según B arthes, la secuencia está formada por las cin co etap as de la acción codificada de «tocar»: 1) tocar; 2) reacción; 3) reacción general; 4 )'huida, y 5) ocultación. Ju n ­ tas form an u na secuencia que el lector, al operar el código de m odo inconsciente, percibe co m o «natural» o «realista». P o r últim o, el código cultural ab arca todas las referencias del fondo co m ú n de «saber» (físico, m édico, psicológico, li­ terario, e tc .) producido por la sociedad. Sarrasine revela su genio «en una de esas obras en las que un futuro talento lu­ ch a co n la efervescencia de la juventud» (lexia 174). «Una de ésas» es una de las fórmulas fijadas p ara señalar este có ­ digo. Ingeniosam ente, Barthes destaca una doble referencia cultural: «código de edades y código de Arte (el talento co m o disciplina y la juventud co m o efervescencia)». ¿P o r qué B a rth es eligió estudiar un cuento realista en lugar de un texto de goce vanguardista? La fragm entación del d iscurso y la dispersión de sus sentidos a través de la p artitu ra m usical de los códigos parecen negar al texto su p osición clá sica de obra realista. El cuento se nos m uestra co m o «texto lím ite» dentro del realism o. Los elementos am ­ bivalentes destruyen la unidad de representación que espe­ ram o s e n co n tra r en un texto de esa clase. El tem a de la ca s­ tración , la confusión de roles sexuales y los m isterios que rod ean los orígenes de la riqueza capitalista son elem entos que invitan a u na lectu ra antifigurativa. Se tiene la im pre­ sión de que los principios del postestructuralism o se en­ cu en tran ya escrito s en este texto, considerado realista. T e o r ía s p sic o a n a lític a s L a relación en tre el psicoanálisis y la crítica literaria a b a rca gran p arte del siglo x x . Fundam entalm ente preocu ­ p ada p o r la articu lació n de la sexualidad en el lenguaje, ha hecho hin capié en tres cuestiónes principales en su bús­ queda del «inconsciente» literario: en el au to r (y su co ro la­ rio, el «personaje»), en el lector y en el texto. Com ienza co n el análisis de Sigm und Freud de la o b ra literaria com o sín­ tom a del artista, donde la relación en tre autor y texto es 198 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA análoga a los soñadores y su «texto» (literatura = «fanta­ sía»); está m odificado por los posfreudianos en una crítica psicoanalítica lector-respuesta en la que la relación tran ­ sactiva del lecto r al texto está en un p rim er térm ino (véase el cap. 3); y es rebatida por la crítica «arquetípica» de Cari Jung en la cual, al co n trarío de lo que afirm a Freud,· la obra literaria no es el epicentro de la psicología personal· del es­ crito r o el lector, sino una representación de la relación en­ tre el inconsciente personal y colectivo, las im ágenes, m i­ tos, símbolos, «arquetipos» de culturas pasadas. E n tiem pos m ás recientes, la crítica psicoanalítica ha sido rem odelada en el contexto del postestructuralism o p o r la obra de Jacq u es L acan y sus seguidores, en el cual el em parejam iento de una noción d in ám ica de «deseo» co n un modelo de lingüís­ tica estructu ral h a sido muy innovador e influyente. E s ei caso de la crítica fem inista psicoanalítica (véase m ás atrás, el cap. 6)j que, com o dijo Elizabeth W right, está p reocu p a­ da por: la interacción de la literatura, la cultura y la identidad sexual, enfatizando la forma en que se localizan en la historia las con­ figuraciones de género. La investigación psicoanalítica feminis­ ta quizás posee el potencial para convertirse en la forma más radical de crítica psicoanalítica, ya que tiene una crucial preo­ cupación por la propia construcción de la subjetividad. Para dos interpretaciones de Beloved de Toni M orrison que se inspiran en los conceptos freudianos en una investiga­ ción de la subjetividad, raza e historia, véase el ensayo de Mae G. Henderson y Peter Nicholls, A Practical Reader, cap. 9). I. Ja cqu es Lacan El pensam iento occidental ha dado por sentado d u ran ­ te m ucho tiem p o la necesidad de un «sujeto» unificado. C o­ n ocer algo presuponía una co n cien cia unificada que reali­ zara el conocim iento. Dicha con cien cia venía a ser co m o una lente graduada sin la cual ningún objeto podía verse con nitidez. E l m edio por el cual este sujeto unificado p e r­ cibía los objetos y la verdad era la sintaxis. Una sintaxis or- TEO RÍA S POSTESTRUCTURALISTAS 199 den ada sirve p ara cre a r una mente ordenada. Sin em bargo, la razó n nunca ha tenido ¡.odas ias cosas controladas; siem ­ pre se ha visto am enazada por los ruidos subversivos del p lacer (vino, sexo, m ú sica), la risa o la poesía.. Los racion a­ listas puritanos, com o Platón, siempre han vigilado esas pe­ ligrosas influencias, que pueden resum irse todas en un solo con cep to: «deseo». L a alteración puede ir desde el nivel sim plem ente literario h asta el social. El lenguaje poético m u estra cóm o los discursos sociales dom inantes pueden verse alterados p o r la creación de nuevas «posiciones del sujeto». E sto im plica que, lejos de constituir u na tabla rasa que espera su rol social o sexual, el sujeto se halla «en cu r­ so» y es capaz de ser o tro que el que es. Los escritos psicoanalíticos de Lacan han p rop orcion a­ do a los críticos una nueva teoría del «sujeto». Los críticos m arxistas, form alistas y estructuralistas habían m enospre­ ciado las críticas «subjetivas» por rom ánticas y reaccio n a­ rias, pero la crítica lacaniana ha desarrollado un análisis «m aterialista» del «sujeto hablante» que ha sido m uy acep ­ tada. De acuerdo co n el lingüista Ém ile B enveniste, «yo», «él», «ella», etc., no son m ás que posiciones del sujeto en las que el lenguaje se asienta. Cuando hablo, m e refiero a m í m ism o com o «yo», y a la persona a la que m e dirijo co m o «tú». Cuando el «tú» responde, las personas se in­ vierten: el «yo» se convierte en «tú», y así sucesivam ente. Sólo nos podrem os co m u n icar si aceptam os esta extrañ a re ­ versibilidad de las personas. P o r lo tanto, el ego que-utiliza la p alab ra «yo», no se identifica con este «yo». C uando digo «M añana yo m e licencio», el «yo» de la d eclaració n recibe el nom bre de «sujeto de lo enunciado» y el ego que la h ace es el «sujeto del enunciado». El pensamiento p o stestru ctu ­ ralista registra la diferencia entre los dos sujetos, el ro m án ­ tico la suprim ía. L a ca n considera que los sujetos hum anos penetran en un sistem a preexistente de significantes que sólo co b ran sentido en el interior de un sistem a de lenguaje. L a en trad a en el lenguaje nos perm ite encontrar la posición del sujeto en eí sistem a relacional (m asculino/femenino, pad re/m adre/hija, etc.). E ste p ro ceso y las etapas que lo preceden es­ tán regidos por el inconsciente. 200 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Según Freud, durante las prim eras etapas de la infan­ cia, los impulsos de la libido no tienen un objeto sexual de­ finido y giran en torno de varias zonas erógenas del cuerpo (sexualidad oral, anal, fálica). Con anterioridad al estable­ cim ien to del género o la identidad todo se rige por el «prin­ cipio del placer». El «principio de la realidad» sobreviene bajo la form a del padre que am enaza con el castigo de la «castración » el deseo edípico del hijo por la m adre. La re­ presión del deseo hace posible que el niño se identifique co n el p adre y con un ro l m asculino. El reco rrid o edípico de las m ujeres es m u ch o m enos claro. De hecho, algunas criticas fem inistas han atacad o el sexism o de Freud. E sta fase introduce la m oralidad, la ley y la religión, sim boliza­ das p o r la «ley patriarcal//, y se induce el desarrollo de un «superego» en el niño. Sin em bargo, los deseos reprim idos no desaparecen, sino que perm anecen en el inconsciente, dando lugar a un sujeto radicalm ente dividido. E n realidad, esta fuerza de deseo es el inconsciente. L a distinción de L a ca n entre lo «im aginario» y lo «sim­ bólico» se corresponde co n la de Kristeva entre lo «semiótico» y lo «sim bólico». E ste «imaginario» es un estadio en que no existe una clara distinción entre el sujeto y el obje­ to: no hay un yo central que separe uno de i otro. En la prelingüística «fase del espejo», el niño, desde este estadio «im aginario» del s e r co m ien za a proyectar cierta unidad en la fragm en tada im agen del espejo (que no nene por qué ser un espejo real), produce un «ego», un ideal «ficticio». E sta im agen especular todavía es parcialm ente im aginaria (no está claro si es el niño u otro), pero tam bién es parcial­ m ente diferenciada en tan to «otro». L a tendencia im agina­ ria continú a después de la form ación del ego, porque el m ito de una personalidad unificada depende de la habilidad p a ra identificarse con los objetos del m undo en tanto «otros». No obstante, el niño tam bién tiene que aprender a d iferenciarse de los otro s si quiere convertirse en sujeto de propio derecho. Con la prohibición del padre, el niño se ve lanzado de cabeza en el m undo «simbólico» de las diferen­ cias (m asculino/fem enino, padre/hijo, ausente/presente, etc.). E n realidad, en el sistem a de Lacan, el «falo» (no el pene, sino su sím bolo) constituye el significante privilegiado TEO R ÍA S POSTESTRUCTURALISTAS 201 que contribuye a que todos los significantes com pleten la unidad co n sus significados. E n el reino simbólico, el falo es el rey. Ni lo im agin ario ni lo sim bólico pueden com prender to ­ talm ente la Realidad, que perm anece fuera de su alcance. N uestras necesidades instintivas son moldeadas por el dis­ curso m ediante el cual se expresa nuestra dem anda de sa ­ tisfacción. Sin em bargo, este m oldeado por el discurso de las necesidades no deja satisfacción, sino deseo, que co n ti­ núa en la cad en a de significantes. Cuando «yo» expreso mi deseo en palabras, siem pre «me» encuentro subvertido por ese inconsciente que activa su propio juego o b l i c u o . " E ste inconsciente trab aja con sustituciones m etafóricas y m etoním icas, y co n cam bios que eluden la conciencia, aunque se revela a sí m ism o en los sueños, en los chistes y en el arte. L acan reform ula las teorías de Freud con el lenguaje de Saussure. E n lo esencial, los procesos inconscientes se iden­ tifican co n el inestable significante. Como hem os visto, Saussure intentó en vano unir los separados sistem as de los significantes y de los significados. P o r ejemplo, cuand o un sujeto pen etra en el orden sim bólico y acepta una posición com o «hijo» o «hija», se hace posible un cierto vínculo en­ tre significante y significado. Sin em bargo, el «yo» n u n ca está donde pienso, el «yo» está en el eje de significante y significado, es un ser dividido, incapaz de dar a mi posición una presencia plena. En la versión del signo de L acan , el significado se «desliza» bajo un significante que «flota». Freud con sideraba que los sueños eran el principal desagüe de los deseos reprim idos. L acan reinterpreta su teo ría de los sueños co m o si se tratara de una teoría textual.* E l in­ consciente escond e el sentido en im ágenes sim bólicas que necesitan se r descifradas. Las im ágenes de los sueños su­ fren «condensaciones» (com binación de varias im ágenes) y «desplazam ientos» (cam bios de significación de una im a­ gen a otra, contigua). Lacan llam a a los prim eros p ro ce so s * La sección 11, pp. 81-87 de PTRL ofrece un relato más completo de la cn'tica psicoanalítica —más específicamente freudiana—* en relación con Hamlet, incluyendo ei ensayo del propio Lacan sobre la obra: véase la referencia cruzada con A Practical Reader, más abajo. 202 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA «m etáforas» y a los segundos «m etonim ias» (véase Jakob­ son, cap. 5). E n o tras palabras, cree que eí falso y enigm á­ tico sueño sigue las leyes del significante y trata los «m eca­ nism os de defensa» freudianos com o figuras retóricas (ironía, elipsis, e tc.). Cualquier deform ación psíquica es vis­ ta co m o una rareza del significante, m ás que com o un m is­ terioso impulso prelingüístico. P ara L acan , nunca ha habi­ do significantes no distorsionados. Su psicoanálisis es una retó rica científica del inconsciente. Su freudism o h a anim ado a la crítica m oderna a aban­ d o n ar la fe en el poder del lenguaje p ara referirse a las c o ­ sas y expresar ideas o sentim ientos. La literatura m oderna se parece a m enudo a los sueños en su evitar una posición narrativa re cto ra y en su libre juego con el sentido. L acan escribió u n debatido análisis de «La c a rta robada» de Poe, un relato en dos episodios. En el prim ero, el ministro se da cuen ta de que la reina está nerviosa p o r una carta que ha dejado en su gabinete ante la entrada inesperada del rey, y la sustituye por otra. L a reina no puede intervenir por te­ m o r a que el rey se entere del contenido de la carta. E n el segundo episodio, el detective Dupin, incitado por el fra ca ­ so del prefecto de policía en su intento de encontrar la c a r ­ ta en casa del m inistro, la descubre en un tarjetero de su despacho. Vuelve al día siguiente, distrae al ministro y sus­ tituye la ca rta p o r o tra muy similar. L a ca n señala que el contenido de la c a rta no se revela nunca. E l desarrollo de la historia viene determ inado no p o r el ca rá cte r de los in­ dividuos o p o r el contenido de la ca rta , sino por la posición de la carta en relación al trío de personajes de cada episo­ dio. L acan define estas relaciones co n la carta según tres clases de «m irada»; la prim era no ve nada (el rey y el pre­ fecto), la segunda ve que la prim era no ve nada pero cree que el secreto está a salvo (la reina y, en el segundo episo­ dio, el m inistro), la tercera ve que las dos prim eras dejan expuesta la ca rta «escondida» (el m inistro y Dupin). La c a r­ ta actú a com o un significante que produce posiciones de sujeto para los personajes de la n arración . L acan considera que este cuento ilustra la teoría psicoanalítica según la cual el orden sim bólico es constitutivo para el sujeto», el sujeto recibe una «orien tación decisiva» del «itinerario de un sig­ TEORÍA S POSTESTRUCTURALISTAS 203 nificante». Trata la historia co m o una alegoría del psico­ análisis, pero tam bién considera a éste corno un modelo cíe ficción. L a repetición de la escena prim era en la segunda está regida por los efectos de un simple significante (la car­ ta); los personajes se m ueven impulsados p o r el incons­ ciente. P ara un análisis m ás com pleto de L acan y de la lectura crítica que Derrida hace de él, rem itim os al lecto r al exce­ lente estudio de B a rb ara Johnson (en R. Young, Untying the Text, véase bibliografía). E n una brillante dem ostración de pensam iento postestructuralista, introduce otro desplaza­ m iento de sentido en la secuencia potencialm ente interm i­ nable: Poe ----- >- L acan — Derrida — Johnson. C om o parte del ím petu del pensam iento p ostestnicturalista, las ideas psicoanalíticas de L acan (transm itidas tam ­ bién en la obra de Althusser — m ás atrás— ; K risteva, Deleuze y Guattari, secciones II y III — m ás adelante— ) han dis­ frutado de un estatus central en la reciente teoría literaria inglesa. Sin em bargo, aunque el «cam bio lingüístico» con­ tinúa im pregnando el estudio de las form as culturales en general, el psicoanálisis de la Escuela B ritán ica — cuya ge­ nealogía deriva directam ente de los años pasados en Lon­ dres p o r Freud e incluye nom bres tales co m o Melanie Klein, D. W. W innicott, Wilfred Bion y R. D. Laing— ha com plicado el escenario psicoanalítico freudiano en el cual L acan había «postestructuralizado» m ucho m ientras pudo. Se ha hecho hincapié en extender la investigación psicoanalítica p ráctica — en p articular el estudio de los fenómenos finalm ente inteorizables detectados en las negociaciones de tran sferen cia/con tratransferencia de todo tipo (incluyendo las terap ias de grupo), que se consideran com o el núcleo del m étodo freudiano— . E n G ood Society a nd the In n er World (1 9 9 1 ), p o r ejemplo, M ichael Rustin lam enta el «itinerario de todos los m ensajes vía París» y com enta la falta de inte­ rés de L a ca n por «la base propia del trabajo clínico» del psi­ coanálisis — un sentim iento que tam bién resum ió R. W. Connell de la siguiente form a: «los teóricos debaten la Ley del Padre o el significado de la sublim ación sin dos casos que ro cen »— . La opinión de la Escuela B ritán ica parece ser que incluso los «cam bios de paradigm a» teóricos re­ 204 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA quieren unos antecedentes de «ciencia norm al» atenta y que el psicoanálisis francés poslacaniano está m a s ü'ilCi do en la teorización cultural que en profundizar en el an á­ lisis de la dinám ica de los fenóm enos psíquicos reales. No obstante, el psicoanálisis de la Escu ela B ritán ica ca ­ rece de un puente sofisticado entre su trabajo clínico y el discurso en el que se expresa; y puede p arecer ingenuo y obsoleto en sus propuestas interdiscip linares hacia la teoría literaria (todavía en can tad a en su concepción de esto por F. R . Leavis y por una noción no problem atizada del canon). Pese a todo, podría ser m uy productivo p ara los estudios li­ terarios y culturales. De p articu lar interés es su énfasis posklem iano en la diada niño-m adre (concebida co m o m ás importante que las teorias' edípica y preedípica); la creatividad interpretativa de la m en te en desarrollo (indepcndiente.. ;íe de su estru ctu ración social); y la extensio ~iás allá ■■sujeto» psicoanalítico tanto para la terapb ;viduat o grupal. E l prim er tem a está ya im plícito ·... ;as ideas kristeva (véase m ás adelante y el cap. 6) y está tom ado en s p arte de la teoría fem inista; el segundo en las m edita­ rles de D errida sobre Arta . : ;rnlet, que ■ :u co ­ cim iento de la o b ra de ‘ n — pero aq,,, uene cabida m ayor co o p eració n — . .. lercer énfasis constituye un posible puente entre lo p ers; . y lo político ct : , algo pou n cia lm e n te fructífero, co m o el m atrim onio de convenien­ cia de Althusser entre lo inconsciente y la ideología. Desde el trabajo pionero .de B ion, el estudio psicoptta'.iiico de las interacciones de grupo — a un nivei m ás fundam ental que el discurso co m o tal desde el punto de vista existen­ cia 1— es muy áugestivo p a ra com prender có m o se produce la literatu ra en una em u lación y rivalidad intertextual; por qué los m ovim ientos crítico s y teóricos (incluyendo el post­ estructuralism o, el N uevo H istoricism o y el posm odernis­ m o) tienen una fuerte autoridad em otiva y tam bién inte­ lectual; y los térm inos psicoanalíticos en los cuales incluso la «cien cia dura» se d esarrolla realm ente. Q ueda, por tan ­ to, la posibilidad de una entente cordiale en la cual la teo­ ría literaria podría beneficiarse a la vez de los avances an a­ líticos de los teóricos parisinos y de la E scu ela B ritán ica p ara o frecer una explicación m ás com pleta de la com p ren ­ TEO RÍA S PO STESTR U C TURALISTAS 205 sión cultural en el período desde la «Revolución Coperni- II. Julia Kristeva La obra m ás im portante de Kristeva sobre el sentido li­ terario es La révolution du langage poétique (1974). A dife­ rencia de la de B arthes, su teoría se basa en un sistem a par­ ticular de ideas: el psicoanálisis. Él libro intenta explorar el proceso m ediante el cual aquello que está ordenado y r a ­ cionalm ente acep tado se ve continuam ente am enazado por ío «heterogéneo» y lp «irracional». Kristeva nos ofrece: un com plejo análisis psicológico de las relaciones entre la «normalidad» y la «poesía». Desde su nacim iento, los seres humanos son un espacio a través del cual fluyen de m odo rítm ico los impulsos físicos y psíquicos. Este flujo indefinido se ve gradualm ente regulado p o r las restricciones de la familia y la sociedad (hacer las necesi­ dades en el orinal, identificación de los sexos, separación de lo público y lo privado, etc.). Al principio, en la etapa preedípica, el flujo de impulsos se cen tra en la m adre y no permite la form ulación de una personalidad, sino sólo una som era d em arcación de las partes del cuerpo y de sus rela­ ciones. E ste desorganizado flujo prelingüístico de movi­ mientos, gestos, sonidos y ritm os constituye un basam ento de m aterial sem iótico que perm anece activo bajo la m adura actuación Lingüística del adulto. Kristeva llama «semiótico» a este m aterial porque funciona com o un desorganizado proceso de significación. Nos dam os cuenta de esta activi­ dad en los sueños, donde las im ágenes aparecen bajo formas «ilógicas» (para la teoría de Freud, véase Lacan, infra). E n la poesía de M allarmé y de Lautréam ont, estos pro­ cesos prim arios se encuentran liberados de lo inconsciente (según L acan , son 1o inconsciente), Kristeva relacion a la utilización del sonido en poesía con los impulsos sexuales prim arios. L a oposición m am á/papá enfrenta la nasal m y la oclusiva p. L a prim era transm ite la «oralidad» m aterna y la segunda se relaciona con la «analidad» m asculina. A m edida que lo sem iótico se regula, los cam inos trilla­ 206 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA dos se convierten en la sintaxis y la racionalidad co h eren ­ tes y lógicas ucl adulto, que ICristeva llama lo «simbclicO". Lo sim bólico trabaja con la su stan cia de lo sem iótico y co n ­ sigue cierto dom inio sobre él, pero no puede p roducir su propia sustancia significadora. Lo sim bólico co lo ca los su­ jetos en sus posiciones y h ace posible el que tengan una identidad. K risteva adopta el punto de vista de L a ca n en laexplicación del surgim iento de dicha fase. L a p alab ra «revolución» que aparece en el título de su obra no es una simple m etáfora. L a posibilidad de un ca m ­ bio social radical está, según ella, m uy relacionado con la m odificación de los discursos autoritarios. El lenguaje poé­ tico introduce la subversiva apertura de lo sem iótico «a tra­ vés» del «cerrado» orden sim bólico de la sociedad: «Lo que la teoría del inconsciente busca, el lenguaje poético lo re a ­ liza, dentro y en co n tra del orden social.» Algunas veces, considera que la poesía m o d ern a prefigura realm ente una revolución social que se p ro d u cirá en un futuro distante, cuando la sociedad haya adquirido una form a m ás com ple­ ja; sin em bargo, otras, tem e que la ideología burguesa lle­ gue a recu p erar esta revolución poética utilizándola co m o válvula de seguridad para los im pulsos sociales reprim idos. Igualm ente am bivalente es su opinión sobre el potencial re­ volucionario de las escritoras. III. D e le u z e y G u a tta ri Gilles Deleuze y Félix G uattari, en A n ti-O ed ip u s: C a p ita ­ lism a n d S c h iz o p h r e n ia (1 9 7 2 ) y K a fk a : P o u r u n e littéra tu re m in e u r e (1 9 7 5 ), ofrecen a la vez u n a crítica radical del psi­ coanálisis — inspirándose en L acan , aunque trascen d ién ­ dolo— y un m inucioso m étodo textual para la lectu ra de textos que denom inan «esquizoanálisis». Su ataque al psi­ coanálisis se dirige en p rim er lugar a su representación del deseo basado en la caren cia o la necesidad, que Deleuze y G uattari consideran com o un recu rso capitalista que defor­ m a el inconsciente: el com plejo de Edipo, considerado com o un conjunto internalizado de relaciones de poder, es el resultado de la represión del capitalism o en el seno de la TEO R ÍA S POSTESTRUCTURALÍSTAS 207 familia. El esquizoanálísis, a Ja inversa, construiría un incoïiscicïiLc en el que ei ueseo constituye un «tiujo» sin lí­ m ites, una energía que no contiene la «ansiedad» edípica, sino que es un recu rso positivo de nuevos com ienzos: «esquizoanálisis» significa la liberación del deseo. Allá donde el deseo inconsciente paranoico «territorializa» — en térm i­ nos dé nación, familia, iglesia, escuela, etc.— , un esquizo­ frénico «des terri tori al iza», ofreciendo una subversión de es­ tas totalidades (capitalistas). En este sentido, co m o dijo Elizabeth W right, «el "m aterial psiquiátrico" de Deleuze y G uattari se convierte en un factor político en sus intentos p o r liberar el flujo libidinoso de lo que consideran una opresión m ás que una represión». L a relación de la esquizofrenia con ía literatura es que esta últim a tam bién puede subvertir el sistem a y liberarse de él. Pero el au to r/texto también n ecesita un «lector libe­ rad o r del deseo», un «esquizoanalista», para activar sus discursos potencialm ente revolucionarios. El análisis de Deleuze y G uattari de Kafka, a quien encon trab an espe­ cialm ente adecuado para su proyecto (su trabajo, en un concepto favorito del de ellos, es un «rizom a», «un fértil tubérculo del que brotan plantas inesperadas de su ocultam iento» [W right]), es una ejecución brillante, m inuciosa, textual, enteram ente antiNueva Crítica, análisis de-deconstruir-Ia-deconstrucción de su obra, que expone los «vacíos» y tensiones del texto, las continuas com b in acion es de im á­ genes variopintas y la subversión de las nociones «norm a­ les» de representación, símbolo y texto den tro del discurso psicoanalítico y otro s discursos críticos literarios. Al co n si­ d erar la obra no co m o un «texto», sino co m o esencialm en­ te descodificada, la p ráctica de un lecto r/escrito r esquizoanalítico «revolucionario» que «desterritorializará» cual­ quier representación dada: en el caso de K afka, por tanto, dando cuenta de su fuerza «revolucionaria», exponiendo los discursos inconscientes del deseo com o algo m ás poderosos que los de fam ilia y estado. Sin em bargo, en cuanto a K ris­ teva, la paradoja de la prom oción que Deleuze y G uattari h acen del esquizoanálisis es que el dom inio de la literatura y de la crítica literaria sólo puede ser un desplazam iento de su potencial político revolucionario. 208 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA La d ec o n str u c c ió n I. Ja cqu es Derrida L a ponencia de D errida «Structure, Sign and Play in the D iscourse o f the H u m a n Sciences», presentada en un co n ­ greso celebrado en la Johns Hopkins University en 1966, en la que cuestionaba los presupuestos m etafísicos básicos de la filosofía occidental desde Platón, inauguró de hecho un nuevo m ovim iento crítico en E stad os Unidos. La noción de «estructura», sostiene, incluso en la teoría «estructuralista», siem pre ha dado por sentado un «centro» de sentido de alguna clase. D icho «centro» rige la estructura, pero él m ism o no es sujeto de análisis estru ctu ral (hallar la estru c­ tu ra del centro sería hallar otro centro). D eseam os un cen ­ tro porque nos g aran tiza ser en tanto presencia, creem os que n uestra vida física y m en tal está cen trad a en un «yo», y esta personalidad es el principio de unidad que se encuentra bajo la estru ctu ra de todo lo que hay en este espacio. L as teorías de Freud- destruyeron por com pleto esta certeza m e­ tafísica al descu brir la división entre con scien te e incons­ ciente. El pensam iento occidental ha desarrollado innum e­ rables conceptos que operan com o principios centrales: ser, esencia, sustancia, verdad, forrtia, principio, final, m eta, conciencia, hom bre. Dios, etc. E s im portante d estacar que D errida no afirm a la posibilidad de p en sar fuera de esos térm inos; cualquier intento de desm ontar un concepto co n ­ creto tropieza co n los térm inos de los que depende. Si in­ tentam os, p o r ejem plo, desm ontar el concepto central de «conciencia» afirm ando la desorganizadora cóntrafuerza del «inconsciente», correm os el peligro de introducir un nuevo centro, porque no tenem os o tra opción que en trar en el sistem a con ceptual (consciente/inconsciente) que quere­ m os derribar. Todo lo que podem os h a ce r es negarnos a que uno u otro polo de u n sistem a (cuerpo/alm a, bueno/m alo, serio/no serio, e tc.) se convierta en cen tro y garante de p re­ sencia. E n su libro clásico De la gramatología, Derrida llam a «logocentrism o» a este deseo de centro. «Logos» es un té r­ m ino que en el Nuevo Testam ento p rod u ce la m ayor co n ­ TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 209 cen tración posible de presencia: «Al principio era la Pala­ bra.» Al se r el origen de todas las cosas, la \<Palat>ra» ase­ gura la plena presencia del mundo, todo es efecto de esa cau sa única. Aunque la Biblia sea una obra escrita, la pala­ bra de Dios es esencialm ente hablada. Una palabra ha­ blada, em itida por un ser vivo, parece m ás próxim a a un pensam iento generador que una palabra escrita. Derrida sostiene que el privilegiar lo hablado sobre lo escrito (lo que llam a «fonocentrism o») es una propiedad clásica del logocentrism o. ¿Qué es lo que impide que el signo sea una presencia plena? D errida inventa el térm ino différance p ara expresar la n aturaleza dividida del signo. E n francés, la palabra se pronuncia igual que différence (diferencia) y, p o r lo tanto, la am bigüedad sólo se percibe por escrito. Différer, «diferir» puede ten er dos significados: «diferir» com o con cep to es­ pacial (diferenciarse), donde el signo em erge de un sistem a de diferencias distribuidas en el sistem a; y «diferir» com o concepto tem poral (aplazar), donde los significantes im po­ nen un aplazam iento sin fin de la «presencia» (com o en el ejemplo del diccionario, supra). El pensam iento fonocéntrico no tiene en cuenta la différance e insiste en la autopresencia de la palabra hablada. El fonocentrism o trata lo escrito com o una form a con­ tam inada de lo hablado, que está más próxim o del pensa­ m iento generador. Cuando oím os palabras, les atribuim os una «presencia» que no en con tram os en el escrito. Se con­ sidera que el discurso de un gran actor, o rad o r o político posee «presencia», que en carn a el alm a del hablante. Los escritos p arecen relativam ente im puros e im ponen su pro­ pio sistem a co n m arcas físicas que tienen una perm anencia relativa: lo escrito puede repetirse (se im prim e, reim prim e, etcétera) y esta repetición invita a la interpretación y a la reinterpretación. Inclusive cuando las palabras son motivo de interpretación, lo son norm alm ente en su fo rm a escrita. Los escritos no necesitan la presencia del escritor, pero las palabras im plican una presencia inm ediata. Los sonidos producidos p o r un hablante (a m enos que se graben) se des­ hacen en el aire y no dejan huella: por lo tanto, no parecen ensuciar el pensam iento generador com o lo escrito. Los fi­ 210 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA lósofos han expresado m u ch as veces su disgusto por lo es­ crito; tem en que destruya la autoridad de ia Verdad fliOSOfica. E s t á Verdad depende del pensam iento puro (lógica, ideas, proposiciones, e tc .) y co rre el riesgo de co n tam in ar­ se al ser escrita. F ran cis B aco n creía que uno de los prin­ cipales obstáculos del progreso científico era el am o r a la elocuencia: «los hom bres em pezaron a b u scar m ás las p a­ labras que el tem a; y m ás... los tropos y las figuras que la im p o rtan cia d el tem a... y la validez del argum ento». Sin em bargo, tal com o sugiere la palabra «elocuencia», las cu a­ lidades de lo escrito que a ta c a fueron las originalm ente de­ sarrollad as .por Jos o rad ores. Así, esos rasgos de elabora­ ción que en lo escrito am enazan con en tu rb iar la pureza del pensam iento se cultivaron en principio en el lenguaje háblado. E s ta conexión en tre lo escrito y lo hablado es un ejem ­ plo de lo que Derrida llam a «jerarquía violenta». L a palabra hablada tiene presencia plena, m ientras que lo escrito es se­ cu nd ario y am enaza co n contam inar el d iscurso co n su m a­ terialidad. L a filosofía occidental ha sostenido esta categorización con el fin de preservar la presencia. Pero, com o o cu rre en el ejemplo de B aco n , la jerarq u ía puede desha­ cerse e invertirse co n facilidad. D escubrim os que lo escrito y lo hablado com p arten propiedades de la escritu ra: am bos son p r o c e s o s de significación que carecen de presencia. Y, p a ra com pletar la inversión de la jerarq u ía, podríam os afirm ar qüeíó*'hablado es una clase de escrito . Sem ejante inversión constituye la prim era fase de la «de-construcción» de D errida. v f Derrida utiliza el térm ino «suplem ento» p ara expresar la inestable relación en tre parejas co m o hablado/escrito. P a ra Rousseau, lo escrito era sólo un suplem ento de lo hablado, que añade algo que no es esencial. E n francés, suppléer tam bién quiere decir «reem plazar» y D errida de­ m u estra que lo escrito no sólo com pleta, sino que adem ás to m a el lugar de lo hablado, porque lo hablado siem pre está escrito. Todas las actividades hum anas en trañ an esta suplem entariedad (adición-sustitución). Cuando decim os que la «naturaleza» precede a la «civilización», afirm am os o tra je­ rarqu ía violenta en la cual la pura p resencia se elogia a sí TEO R ÍA S POSTESTRUCTURA LISTAS 211 m ism a en detrim ento del m ero suplem ento. Sin em bargo, al observar m ás atentam ente, en con tram os que ia n aturale­ za siem pre h a estado contam inada p o r la civilización: no hay ninguna naturaleza «original», es sólo un m ito que de­ seam os propagar. Veam os otro ejemplo. El Paraíso perdido de M ilton pa­ rece d escan sar sobre la distinción entre el bien y el m al. El bien posee la plenitud original del ser, se creó con Dios. El m al es un segundón, un suplem ento que contam ina la original unidad del ser. Aunque, tam bién aquí, podríam os efectuar una inversión. Si buscam os un tiempo en que el bien existiera sin el m al, nos vem os inm ersos en una regre­ sión abisal. ¿F u e antes de la Caída? ¿Antes de Satanás? ¿Qué cau só la caíd a de Satanás? El orgullo. ¿Y quién creó el ο ^ μ ΐΐο ? Dios, que creó a los ángeles y a los seres h u m a­ nos con libertad p ara pecar. N unca llegaremos a un m o­ m ento original de pura bondad. Podem os, pues, invertir la jerarquía y a firm ar que no existieron actos «buenos» hasta después de la Caída. El prim er acto de sacrificio de Adán es una expresión de am o r por la caída de Eva. E sta «bondad» sólo llega después del mal. La m ism a prohibición de Dios presupone el mal. E n Areopagiíica, M ilton se opuso a la cen ­ sura de libros porque creía que sólo podíam os ser virtuosos si teníam os la oportunidad de lu ch ar con tra el mal: «lo que nos purifica es la prueba, y la prueba se realiza m ediante lo contrario». Así, el bien aparece después del mal. Existen m uchas estrategias críticas y teológicas para sacarn o s de este em brollo, pero siem pre queda la base p ara la decons­ trucción, un análisis que em pieza destacando la jerarquía, luego la invierte y, finalmente, resiste la reivindicación de una nueva jerarq u ía desplazando tam bién el segundo tér­ mino de su p osición de superioridad. Blake creía que Mil­ ton estaba del lado de Satanás en su gran poem a épico, y Shelley que S atan ás era m oralm ente superior a Dios. Lo que hicieron, sim plem ente, fue invertir la jerarquía y reem ­ plazar a Dios p o r Satanás. Un análisis deconstructivo iría más lejos,, afirm aría que no es posible establecer una je r a r ­ quía sin ejercer una violencia. El m al es tanto adición co m o suplemento. L a d econstrucción em pieza cuando localiza­ mos el m om ento en que un texto transgrede las leyes q u e es­ 212 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA tablece para él m ism o: es el m om ento en que, p o r decirlo de algún m odo, el texto se viene abajo. E n Signature Event Context, Derrida o to rga a lo escrito tres características: 1. 2. 3. Un signo escrito es una m arca que puede repetirse en au­ sencia, no sólo del sujeto que lo emitió en un contexto de­ terminado, sino también de un receptor concreto. El signo.escrito puede romper su «contexto real» y leerse en un contexto diferente, independientemente de la inten­ ción del escritor — cualquier cadena de signos puede «en­ cargarse» en un discurso pronunciado en un contexto dife­ rente (com o una cita)·. El signo escrito está sujeto a un «espaciamiento» (espace­ ment) en dos sentidos: en primer lugar, se encuentra sepa­ rado de los otros signos en una cadena particular y, en se­ gundo lugar, está separado de una «referencia presente» (esto es, se puede referir «únicamente» a algo que no está presente en él). E stas características distinguen lo escrito de lo hablado. L o prim ero entrañ a cierta irresponsabilidad: si los signos pueden repetirse fuera de contexto, ¿qué autoridad pueden tener? Derrida procede a deconstruir la jerarq u ía señalan­ do, p o r ejemplo, que cu an d o interpretam os signos orales, tenem os que reco n o cer ciertas formas idénticas y estables (significantes), cualquiera que sea el acen to, el tono-o la de­ form ación que puedan sufrir en su form ulación. Tenemos que excluir la su stan cia fónica accidental (sonido) y re­ m ontarnos a la form a pura, que es el significante repetible, que vim os com o ca ra cte rística de lo escrito. Volvemos a en­ co n trarn o s con que lo hablado es una clase de escrito. L a teoría de J. L. Austin sobre los «actos de habla» se de­ sarrolló para sustituir la vieja concepción lógico-positivista del lengiiaje, que afirm aba que los únicos enunciados con sentido eran aquellos que describían un estado de los acontecim ientos del m undo. Todos los dem ás no eran enun­ ciados reales, sino «pseudoenunciados». Austin utiliza el tér­ m ino «constatativo» p ara referirse a los prim eros (enuncia­ dos referenciales) y el de «ejecutivo» p ara aquellos enun­ ciados que realizan las acciones que describen («Juro decir toda la verdad y nada m ás que la verdad» es la ejecución de TEORÍAS POSTESTRÜCTURALISTAS 213 un juram ento), Derrida recon oce que esto supone una rup­ tura con eí pensam iento iogoccntrico, al reco n o cer que lo hablado no tiene que representar algo para tener sentido. Además, Austin distingue varios grados de fuerza lingüísti­ ca. Realizar una simple declaración lingüística (d ecir una frase en un idiom a) constituye un acto locativo. Un acto de habla con fuerza ilocutiva im plica realizar el acto (prom e­ ter, jurar, sostener, afirmar, etc.). Un acto de habla tiene una fuerza perlocutiva si produce un efecto (te persuado al sos­ tener, te convenzo al jurar, etc.). Según Austin, los actos de habla deben tener contextos: un juram ento sólo puede lle­ varse a cab o en un tribunal, dentro del m arco judicial apro­ piado, o en cualquier otra situación en que los juram entos se lleven a cabo convencional m en te. Derrida cuestiona esto al sugerir que la repetibilidad («iterabilidad») del acto de habla es m ás im portante que su relación con un contexto. Austin señala que para ser ejecutivo un enunciado debe ser dicho «en serio», no com o brom a o en una obra de tea­ tro o un poem a. Un juram ento en un decorado de Holly­ wood que simule un tribunal es «parasitario» con respecto a un ju ram en to en la vida real. E n «Reiterating the differen­ ces», la réplica a Derrida, John Searle defiende la posición de Austin y sostiene que un discurso «serio» tiene lógica­ mente prioridad sobre las citas ficticias y «parasitarias» que se hagan de él. Derrida exam ina esta cuestión y dem uestra claram ente que un enunciado ejecutivo «serio» no puede te­ ner lugar a m enos que sea una secuencia de signos repetible (lo que B arth es llamó lo «ya escrito»). Un ju ram en to ju ­ dicial de verdad es sólo un caso p articular del juego que la gente realiza en las películas y los libros. Lo que tienen en com ún los enunciados ejecutivos puros de Austin y las ver­ siones p arasitarias e im puras es que implican cita y repeti­ ción, lo cu al es típico de lo «escrito». Desde su trabajo de 1966, D errida se convirtió en una celebridad acad ém ica en Estados Unidos. La deconstruc­ ción se extendió am pliam ente por los departam entos de hum anidades y Derrida obtuvo una plaza de profesor en la Universidad de Yale. Prueba la fuerza del m ovim iento deconstructivista el que haya obligado a una reestru cturación de las posiciones 214 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA de otras im portantes escuelas intelectuales. Michael Ryan, p o r ejemplo, ha llevado a cabo un acercam ien to entre la fi­ losofía deconstructiva y el m arxism o m oderno en M a rx ism a n d D e c o n s tru c tio n , obra en la que propugna la «plurali­ dad» en lugar de la «unidad autoritaria», la crítica en lugar de la obediencia, la «diferencia» en lugar de la «identidad» y un escepticism o general en relación co n los sistem as ab­ solutos o totalizantes. II. La d e c o n s t r u c c ió n n o rte a m e r ic a n a L o s críticos norteam ericanos han coqueteado con un buen núm ero de presencias extrañas en sus intentos de ex­ p ulsar el durante m ucho tiempo dom inante form alism o de la Nueva Crítica. L a «crítica de m itos» científica de Nor­ throp Frye, el m arxism o hegeliano de Lukács, la fenom eno­ logía de Poulet y el rig o r del estructuralism o francés, todas estas tendencias han tenido su m om ento de gloría. E s en cierto m odo sorprendente que el enfoque de Derrida haya convencido a tantos críticos estadounidenses im portantes, entre los cuales varios especialistas en el R om anticism o. Los poetas rom án tico s están muy relacionados con las ex­ periencias de las ilum inaciones atem porales («epifanías») ocurridas en algún m om ento privilegiado de sus vidas. E n su poesía, intentan volver a cap tu rar esos «puntos de vida» y satu ra r sus palabras con esa. presencia absoluta. Tam bién lam entan la pérdida de «presenciad: «ha desaparecido una gloria de la tierra». P o r lo tanto, se explica que Paul de M an y otros hayan encontrado en la poesía ro m án tica una invi­ tación abierta a la deconstrucción. De hecho, De M an a fir­ m a que los rom án tico s deconstruyeron en realidad sus p ro ­ pios escritos al m o strar que la presencia que d eseab an estab a siem pre ausente, que siempre se en con trab a en el pasado o en el futuro. Los libros de De Man B lin d n e s s a n d I n s ig h t (1 9 7 9 ) y A lleg o ries o f R e a d in g (1 9 7 9 ) constituyen notables e im p o r­ tantes trabajos de deconstrucción. La deuda con D errida es notoria, aunque De Man elabora su propia term inología. E l p rim er libro trata del hecho paradójico de que algunos c r í­ TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 215 ticos sólo logren ver a través de cierta ceguera. A doptan un m étodo o una teoría que se con trad ice con las percepciones a las que llegan: «Todos estos críticos (Lukács, B lanchot, Poulet) p arecen curiosam ente condenados a d ecir algo di­ ferente de lo que quieren decir.» P o r otro lado, sólo llegan a una percepción porque se encuentran en «las g arras de esa ceguera particular». L a Nueva Crítica n o rteam erican a, por ejem plo, basó su p ráctica en la concepción de Coler­ idge de la form a orgánica, según la cual un p oem a poseía una unidad form al análoga a la de la form a natural. Sin em bargo, en lugar de descubrir en la poesía la unidad y la coherencia del mundo natural, descubrieron sentidos am ­ biguos y co n m uchas facetas: «E sta crítica u n itaria se co n ­ vierte al final en una crítica de la am bigüedad.» E l am biguo lenguaje poético contradice la idea de un objeto parecido a ia totalidad. De M an cre e que esta percepción-eri-1 a-cegu era se ve fa­ cilitada p o r un deslizam iento inconsciente de una clase de unidad a otra. L a unidad que la Nueva C rítica cree descu­ brir con ta n ta frecuencia no se halla en el texto, sino en la interpretación. Su deseo de com prensión total inicia el «ci­ clo herm enéutico» de la interpretación. Cada elem ento del texto se entiende en relación con el todo, y el todo se co n ­ cibe com o una totalidad hecha con todos los elem entos. Este m ovim iento inteipretativo es parte de un com plejo proceso que produce la «form a» literaria. E n te n d e r de modo erróneo este «círculo» de interpretación p ara la uni­ dad del texto, Ies ayuda a m an ten er la ceguera que produ­ ce la p ercepción del sentido dividido y m últiple de la poe­ sía (en la cual los elem entos no form an una unidad). La crítica debe ignorar la percepción que produce. El cuestionam iento por Derrida de la dicotom ía entre lo hablado y lo escrito es paralela a la que realiza de la distin­ ción entre «filosofía» y «literatura» y entre «literal» y «figu­ rativo». L a filosofía sólo puede ser filosófica si ignora o nie­ ga su propia textualidad: si cree m antenerse a un paso de dicha contam inación. La filosofía considera la «literatura» com o m era ficción, com o un discurso en m anos de «figuras retóricas». AI invertir la jerarquía filosofía/literatura, Derrida coloca la filosofía «bajo una tachadura»: la propia filosofía 216 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA está regida p o r la retórica y preservada com o una form a de­ term inada de «escritura». Leer ia filosofía corno si fuera li­ teratu ra no nos impide leer la literatura com o si fuera filo­ sofía. Derrida se niega a establecer una nueva jerarquía (literatura/filosofía), aunque algunos de sus seguidores sean culpables de sem ejante deconstrucción parcial. De m odo si­ milar, descubrim os que el lenguaje «literal» es en realidad un lenguaje «figurativo», cuya figuración ha sido olvidada. Sin em bargo, el concepto de «literal» no es por ello eliminado, sólo deconstruido: perm anece, pero «bajo una tachadura». E n Allegories o f Reading, De Man desarrolla un modo «retórico» de deconstrucción que ya había iniciado en Blindness a nd Insight. «R etórica» es el térm ino clásico para h acer referencia al arte de la persuasión. De M an se refiere a la teoría de los «tropos» que acom paña los tratad os retó ­ ricos. Las «figuras retóricas» (tropos) perm iten a los escri­ tores d ecir una cosa queriendo d ecir otra: sustituir un sig­ no por otro (m etáfora), d esplazar el sentido de un signo de una cad en a a otro (m etonim ia), etc. Los tropos se extienden por el lenguaje, ejerciendo una fuerza que desestabiliza la lógica y, p o r lo tanto, niega la posibilidad de un uso franco, literal o referencial, del lenguaje. A la pregunta: «¿Té o café?», respondo: «¿Cuál es la diferencia?» Mi pregunta re­ tórica (que significa: «Me da lo m ism o») co n trad ice el sen­ tido «literal» de la pregunta («¿Q ué diferencia hay entre el café y el té?»). De M an d em uestra que, del m ism o m odo en que las percepciones críticas resultan de la ceg u era crítica, pasajes de reflexión crítica explícita o d eclaraciones tem áti­ cas en los textos literarios p arecen depender de la supresión de las im plicaciones de la retó rica utilizada en tales p asa­ jes. De M an basa su teoría en detalladas lectu ras de textos co n cretos y considera que son los efectos del lenguaje y la retórica lo que impide la representación d irecta de lo real. Sigue a N ietzsche al afirm ar que el lenguaje es esencial­ m ente figurativo y no referencial o expresivo: no existe un lenguaje original no retó rico . E sto significa que la «refe­ rencia» siem pre se halla contam inada por la figuralidad. Añade (aunque éste no sea el lugar para extenderse sobre ello) que la «gram ática» es el te rce r térm ino que ap rieta el sentido referencial en la fo rm a figurativa. TEO R ÍA S POSTESTRUCTURALISTAS 217 De Man aplica estos argum entos a la propia crítica. La lectura siem pre es necesariam ente una «m ala lectura», por­ que los «tropos» se interponen inevitablemente entre los textos literarios y los críticos. La obra crítica se ajusta de m anera esencial a la figura literaria que llamam os «alego­ ría», es una secuencia de signos que está a cierta distancia de otra secuencia de signos y que intenta colocarse en su lugar. De este m odo, la crítica, co m o la filosofía, es devuel­ ta, a la textualidad com ún de la «literatura». ¿Qué es lo im ­ portante de esta «m ala lectura»? De Man piensa que algu­ nas m alas lectu ras son correctas y otras no. Una m ala lec­ tura co rrecta intenta contener y no reprim ir las m alas lecturas inevitables que todos los lenguajes producen. E n el corazón de este razonam iento se halla la creencia de que to ­ dos los lenguajes son autodeconstructivos: «un texto litera­ rio afirm a y niega al m ism o tiempo la autoridad de su pro­ pio m odo retórico». El teórico deconstructivista tiene poco que hacer, excepto a cep tar los propios procesos del texto. Si lo consigue, podrá llevar a cabo una m ala lectura co rrecta. El sofisticado procedim iento crítico de De Man no im ­ plica una negación real de la función referencial del lengua­ je (la referencia simplemente se sitúa «bajo una tachadu­ ra»), Sin em bargo, com o los textos nunca parecen em erger de su textualidad, quizás haya algo de cierto en la opinión de Tcrry Eagleton de que la deconstrucción norteam ericana (y, en especial, De M an) perpetúa por otros medios la diso­ lución de la historia de la Nueva Crítica. Así; m ientras la Nueva Crítica m etía el texto en la «forma» para protegerlo, de la historia, la deconstrucción engulle la historia en el di­ latado im perio de la literatura, «considerando ham brunas, revoluciones, partidos de fútbol y bizcochos borrachos co m o un "texto” todavía más irresoluble». L a deconstruc­ ción no puede en teoría establecer una jerarquía texto/his­ to ria pero, en la p ráctica, sólo alcanza a ver el texto. L a versión re tó rica del postestructuralism o ha adoptado varias form as. E n el terreno de la historiografía, Hayden W hite ha intentado llevar a cabo una deconstrucción radi­ cal de escritos bien conocidos por los historiadores. E n Tropics o f D iscourse (1 9 7 8 ) sostiene que los historiadores creen que sus n arracion es son objetivas, pero no pueden es- 218 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA capar a la textualidad, ya que im plican una estructura: «Nuestro discurso siem pre tiende a resb alar sobre ios dalos hacia las estructuras de la conciencia co n las que intenta­ mos cogerlos.» Cuando surge una nueva disciplina, debe es­ tablecer la exactitud de su propio lenguaje h acia los objetos de su campo de estudio. Sin em bargo, esto se realiza, no si­ guiendo un razonam iento lógico, sino p o r m edio de un «acto prefigurativo m ás trópico que lógico». Cuando un his­ toriador ordena su m aterial, lo hace m anejable con la si­ lenciosa aplicación de lo que Kenneth Burke llamó «los Cuatro Tropos B ásicos»; la m etáfora, la m etonim ia, la si­ nécdoque y la ironía. El pensam iento histórico no es posi­ ble sino en térm inos de tropos. W hite está de acuerdo con Piaget en que esta conciencia figurativa puede form ar parte de un desarrollo psicológico norm al. E xam in a los escritos de los grandes pensadores (Freu d , M arx, E . P. Thompson, entre otros) y dem uestra que el «conocim iento objetivo» o la «realidad histórica con creta» se encuentran siempre determinados p o r los tropos básicos. En el campo de la crítica literaria, H arold B loom ha lleva­ do a cabo una utilización espectacular de los tropos. A pe­ sar de ser profesor en Yale, es m enos radicalm ente «tex­ tual» que De Man o que H artm an, y co n tin ú a tratando la literatura com o un terreno de estudio especial. Su com bi­ nación de teoría de los tropos, psicología, freudiana y m is­ ticismo cabalístico es bastante atrevida. Afirm a que desde Milton, el primer poeta verdaderamente «subjetivo», los poe­ tas han sufrido la conciencia de su «atraso»: al haber llega­ do tarde a la historia de la poesía, tem en que sus padres po­ éticos ya hayan utilizado toda la inspiración disponible. Experimentan hacia ellos un odio edípico, sienten un de­ sesperado ídeseo de negar la paternidad. L a supresión de sus sen tirillentos agresivos da lugar a varias estrategias de defensa. Ningún poem a se m antiene p o r sí solo, siempre está en relación con otro. Para escribir a p esar del atraso, los poetas deben iniciar una lucha psíquica p ara crear un espacio imaginario. Ello im plica realizar «m alas lecturas» de sus padres con el fin de llevar a cab o una nueva inter- TEORÍA S POSTESTRUCTURALISTAS 219 pretación. E ste «encubrim iento poético» produce el espacio necesario éh c! que pueden coiYmrncar su auténtica inspi­ ración. Sin esta agresiva desvirtuación de! sentido de sus predecesores, la tradición ahogaría toda creatividad. Las ob ras cabalísticas (escritos rabínicos que revelaban los sentidos ocultos de los libros sagrados) constituyen ejemplos clásicos de textos rev isio n ista s. Bloom cree que el m isticism o cabalístico de Isaac Luria (siglo xvi) es un m o­ delo ejem plar del modo en que el poeta revisa a sus ante­ cesores en la poesía posterior al Renacimiento. D esarrolla ias tres etap as de la revisión de Luria: lim ita c ió n (exam i­ nando de nuevo el texto), s u s t itu c ió n (reem plazando una form a p o r o tra ) y r e p re s e n ta c ió n (restaurando un sentido). Cuando un poeta «fuerte» escribe, pasa repetidam ente por las tres etapas de modo dialéctico, a la vez que lucha cu er­ po a cuerpo co n los poetas fuertes del pasado (he m anteni­ do de m odo intencionado el estilo de Bloom). E n A M a p o f M is re a d in g (1 9 7 5 ), traza la form a en que se produce el sentido en «las im ágenes posteriores a la Ilus­ tración, p o r m edio del lenguaje con el que los poetas fuer­ tes se defienden del de los poetas fuertes anteriores y lo atacan ». L o s «tropos» y «defensas» constituyen foim as intercam biables de «relaciones revisionistas». Los poetas fuertes se las arreglan con su «ansia de influencia» utili­ zando separad a o sucesivam ente seis defensas psíquicas que ap arecen en su poesía com o tropos que le perm itirán «esquivar» los poem as del padre. Estos seis tropos son la ironía, la sinécdoque, la m etonim ia, la hipérbole/litote y la m etáfora. B loom utiliza seis palabras clásicas para descri­ bir las seis clases de relación entre los textos de los padres y los de los hijos: c lin a m e n , tessera , kenosis, d a e m o n is a t io n , a sk esis y a p o p h ra d e s . El c lin a m e n es el «regate» que el poe­ ta hace p ara ju stificar una nueva dirección poética (una di­ rección, se sobreentiende, que el maestro hubiera cogido o hubiera tenido que coger). E sto implica una m ala interpre­ tación deliberada de un poeta anterior. Tessera quiere d ecir «fragm ento»: un poeta trata los materiales de un poem a p recu rsor co m o si estuviera a trozos y necesitara del a ca ­ bado del sucesor. EI c lin a m e n tom a la forma retó rica de la «ironía» y es la defensa psíquica llamada «reacción-form a­ 220 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORANEA ción». L a iron ía dice algo y quiere d ecir algo diferente (a ve­ ces, lo co n trario ). L as otras relaciones se expresan de m odo similar, co m o tropo y defensa psíquica (tessera = sinécdo­ que - «volverse co n tra el yo», etc.). A diferencia de W hite y de De Man, B loom no privilegia la retó rica en sus análisis y sería m ás apropiado calificar su m étodo de «psicocrítico». ■ Bloom pone especial aten ción en los «poem as de crisis» · rom ánticos de W ordsw orth, Shelley, K eats y Tennyson. Cada poeta luch a p ara leer m al de m odo creativo a sus pre­ decesores, ca d a poem a pasa por las etapas de revisión y cad a etap a pen etra poco a p oco bajo las parejas de relacio­ nes revisionistas. L a Ode to the West Wind de Shelley, por ejemplo, lu ch a co n la oda Immortality de W ordsw orth del m odo siguiente: estrofas I-II, clinam en/tessera; TV, kenosis/daem onisation; V, askesis/apophrades. E s necesario estu­ diar la te rce ra parte de A Map o f Misreading p ara co m p ren ­ der el alcan ce del m étodo de Bloom . Geofrey H artm an surgió de la Nueva Crítica p ara lan­ zarse con alegre desenfado a la deconstrucción, dejando tras de sí un interm itente y tem erario rastro de textos frag­ m entarios (reunidos en Beyond Form alism , 1970; The Fate o f Reading, 1975; y Criticism in the Wildmess, 1980). Como De Man, con sid era la crítica desde el interior de la literatu ­ ra, pero h a utilizado esta libertad p ara justificar un pillaje aparentem ente aleatorio de otro s textos (literarios, filosófi­ cos, populares, etc.) y tejer su propio discurso. E n un lugar, p or ejemplo, escribe sobre lo discordante y extrañ o de las parábolas de Cristo, suavizadas por la «herm enéutica anti­ gua» que «tendía a incorporar o reconciliar, com o "el am o r de la arañ a que lo transubstancia todo” de Donne». L a frase de Donne aparece por asociación. «Transubstanciación» se utiliza en ese poem a de modo m etafórico, pero H artm an activa las connotaciones religiosas, su «incorpo­ rar» recoge las connotaciones de «transubstancíación» rela­ tivas a la en cam ació n . Y, de m odo aleatorio, suprim e o hace caso om iso de las ponzoñosas im plicaciones de «araña» en la época de Donne. Sus escritos críticos se ven a m enudo in­ terrum pidos y com plicados por sem ejantes referencias m al digeridas. E s ta im perfección refleja la concepción de H art­ m an según la cual el análisis crítico no debe p rod u cir un TEO R ÍA S POSTESTRUCTURALISTAS 2 21 sentido consciente, sino revelar «las con trad iccion es y equi­ vocaciones» con el fin de h acer la ficción «interpretable ha­ ciéndola menos legible». Desde que la crítica form a parte de la literatura, debe ser igual de ilegible. H artm an se revela co n tra la crítica erudita del sentido com ún: de la trad ició n de M atthew Arnold («dulzura y luz»). De m odo m ás general, adopta el rech azo postestructuralista de la científica «am bición p o r d o m in ar el objeto de estudio (texto, psique, etc.) p o r m edio de fórm ulas tecn o cráticas, prospectivas y au toritarias». Sin em bargo, tam ­ bién cuestiona la «divagación» especulativa y abstracta, del filósofo crítico que vuela dem asiado alto sin relación con los textos reales. Su propio tipo de crítica , ligeram ente es­ peculativa y d en sam ente textual, constituye un intento de reconciliación. Tem e y ad m ira al m ism o tiem po la teoría radical de Derrida. Da la bienvenida a la recién en con tra­ da creatividad de la crítica, pero duda ante el bostezante abism o de la indeterm inación, que la am en aza co n el caos. Tal co m o ha escrito V incent Leitch, «surge co m o un voyeur en la orilla, que m ira o im agina el vado y advierte de los peligros». No obstante, no se puede dejar de pensar que las dudas filosóficas de H artm an se ven acallad as por el se­ ñuelo del placer textual. Veam os este pasaje de su análisis de Glas, de Derrida, que incorpora fragm en tos del Diario del ladrón de Genet: Glas es, por lo tanto, el Diario del ladrón del propio Derrida y revela la vol-un-teología del escribir. Escribir es siempre robo o bricolaje del logos. El robo redistribuye el logos según un nuevo principio de equidad... como si se tratara de la volátil se­ milla de las flores. La propiedad, incluso bajo la forma de nom propre, es non-propre y escribir es un acto de tachar la línea del texto, de hacerla indeterminada o de descubrir el midi en tanto mi-dií. Durante la d écada de 1960, J. Hillis M iller recibió una profunda influencia de la crítica «fenom enológica» de la es­ cuela de Ginebra (véase cap . 3 ). Desde 1 9 7 0 , su obra se ha centrado en la d econ stru cción de la ficción (especialm ente en Fiction and Repetition: Seven English Novels, 1982). E sta etapa se inició con una estupenda ponencia sobre Dickens 222 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA' leída en 1970, en la que retom aba la teoría de la m etáfora y la m etonim ia de Jakobson (véase cap. 4 ) y m ostraba que el realism o de Cuentos de Boz no es un efecto m im ético, sino figurativo. M irando hacia M onm outh Street, B o z ve «cosas, artilugios hum anos, calles, edificios, vehículos, ropa vieja en las tiendas». E sto s objetos significan m etoním icam ente algo que está ausente: de ellos deduce «la vida que se vive entre ellos». E l estudio de Miller no concluye, sin em bargo, con este análisis relativam ente estructuralista del realism o: señala có m o las m etoním icas ropas de los m uer­ tos surgen en la m ente de B oz, a m edida que im agina a sus antiguos propietarios ausentes: «los chalecos casi revientan de ansiedad por ser puestos». E sta «reciprocidad» m etoním ica entre una p ersona y lo que le rodea (casa, bienes, etc.) «es la base de las sustituciones m etafóricas tan frecuentes en la "ficción” de Dickens». La m etonim ia proclam a una asociación entre las rop as y quien las lleva, m ientras que la m etáfora sugiere u na sim ilitud entre ellos. Prim ero, las r o ­ pas y el propietario se unen por el co n texto y, segundo, cuand o el contexto se desvanece, las ropas sustituyen al propietario. Miller percibe o tra ficcionalidad m ás tím ida en la afición de Dickens p o r las m etáforas teatrales. Con fre­ cu en cia describe el com portam iento de los individuos com o una im itación de estilos teatrales o de ob ras de arte (un per­ sonaje ejecuta «un adm irable fragm ento de pantom im a se­ ria», habla con un «susurro de escenario» y aparece m ás tarde «com o el fan tasm a de la reina Ana en la escena de la tienda de R icardo III»). H ay un aplazam iento sin fin de la presencia: todo el m undo im ita o repite el com p o rta­ m iento de otro, ya sea real o ficticio. E l proceso m etoním ico anim a una lectu ra literal (esto es L ondres), m ientras re­ co n o ce al m ism o tiem po su figuratividad. D escubrim os que la m etonim ia tiene m ás de ficción que la m etáfora. Miller deconstruye la oposición original de Jakobson entre m eto ­ nim ia «realista» y m etáfo ra «poética». U na «interpretación co rrecta» de ellas m u estra lo «figurativo co m o figurativo». Ambas «invitan a una m ala interpretación que tom a co m o verdadero lo que sólo son ficciones lingüísticas». La poesía, aunque sea m e ta fó rica /p u e d e ser «leída literalm ente» y la obra realista, aunque sea m etoním ica, está abierta a «una TEORÍAS POSTESTR UCTURALISTAS 223 lectura figurativa co rre cta que la m uestre com o ficción más que co m o m im esis». Se puede objetar que Miller cae en ei erro r de una inversión incom pleta de la jerarquía metafísi­ ca (literal/figurativo). Λ1 hab lar de una «interpretación co­ rrecta» y de una «m ala interpretación», se expone a los ar­ gum entos antideconstructivos de Gerald Graff (Literature •Against Itself, 1979) quien objeta que Miller «excluye la po­ sibilidad de que el lenguaje se refiera al mundo» y por lo tanto supone que todo texto (no sólo Dickens) pone sus pro­ pios supuestos en tela de juicio. La obra The Critical D ifference (1 9 8 0 ) de B arb ara John­ son contiene unos lúcidos y sutiles análisis deconstructivos sobre crítica y literatura. D em uestra que tanto los textos li­ terarios co m o los críticos establecen «un sistem a de dife­ rencias que a trae al lecto r co n la prom esa de la com pren­ sión». E n S/Z, por ejem plo, B arth es identifica y desm onta la «diferencia» m asculino/fem enino del Sarrasine de B alzac (véase supra). A] desm enuzar en Iexias el cuento, Barthes parece resistirse a cualquier análisis total del sentido del texto en térm inos de sexualidad. Johnson m uestra que el análisis de B arth es privilegia sin em bargo la «castración» y, aún m ás, que su distinción entre el texto «legible» y el «escribible» corresponde a la distinción de B alzac entre la mu­ je r ideal (Zam binella tal co m o la concibe Sarrasine) y el castrado (Zam binella en realidad). De este m odo, Zambi­ nella se p arece a la perfecta unidad del texto legible y al fragm entado e indeterm inable texto escribible. El m étodo de B arth es favorece de m odo claro la «castración» (el desm e­ nuzam iento). L a im agen de Zam binella que tiene Sarrasine está basada en el narcisism o: su perfección (es la m ujer per­ fecta) es la contrap artida sim étrica de la m asculina imagen que S arrasin e tiene de sí m ism o. E sto es, Sarrasine am a «la im agen de la pérdida de lo que él m ism o cree que posee». Por extrañ o que parezca, el castrad o se encuentra «al m ar­ gen de la diferencia entre los sexos, al tiem po que repre­ senta sim ultáneam ente el reflejo literal de su ilusoria sim e­ tría». Así, Zam binella destruye la tranquilizadora m asculinidad de Sarrasine al p o n er de m anifiesto que se basa en la ca stració n . L a m ás im p o rtan te conclusión de Joh n son so­ bre el análisis que B arthes h ace de B alzac es que el prim e­ 224 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA ro m u estra claram en te la castració n , m ientras el segundo la deja no dicha, co n lo cual B arth es reduce ¡a «diferencia» a una «identidad». Johnson h ace esta observación, no com o crítica h acia B arth es, sino com o ilustración de la inevitable cegu era de la percepción crítica (com o diría De M an). M ic h e l F o ucau lt E xiste o tra corriente de pensam iento postestructuralista que cre e que el mundo es algo m ás que una galaxia de textos y que algunas teorías sobre la textualidad h acen caso om iso del h ech o de que el discurso está en relación co n el poder, co n lo que reducen las fuerzas políticas y eco n ó m i­ cas, el co n tro l ideológico y social a aspectos de los p rocesos de significación. Cuando H itler o Stalin dirigen todo un país m anejando únicam ente el poder del discurso, es ab­ surdo tra ta r el resultado co m o algo que ocurre sim plem en­ te en el in terior del discurso. E s evidente que el poder real se ejerce p o r m edio del discurso, y que este poder tiene efectos reales. E l pad re de esta línea de pensam ientos es el filósofo ale­ m án F ried rich Nietzsche, quien dijo que la gente decide pri­ m ero lo que quiere y luego dirige sus actos p ara conseguir su objetivo: «E n el fondo, el hom bre encuentra en las cosas aquello que les ha otorgado.» Todo conocim iento es expre­ sión de u n a «voluntad de poder». E sto significa que no po­ dem os hab lar de verdades absolutas ni de conocim ientos objetivos. L a gente reco n o ce que una filosofía o una teoría cien tífica son «verdaderas» sólo si encajan con las descrip­ ciones de verdad establecidas p o r las autoridades intelec­ tuales o políticas del m om ento, p o r los m iem bros de la eli­ te gobernante o p o r los ideólogos dom inantes. C om o otros postestructuralistas, Fou cau lt con sid era el d iscu rso-.com o la actividad hu m an a central, aunque no com o un «texto general» universal, un vasto o céan o de sig­ nificación. E s tá interesado en la dim ensión h istó rica del cam bió discursivo. Lo que se puede decir cam b ia de una ép oca a o tra. E n ciencia, una teoría no se ve reco n o cid a en su ép oca si no se adapta al p o d er consensual de las institu­ TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 225 ciones y los órganos científicos oficiales. L as teorías genéti­ cas de Mendel no obtuvieron ningún eco en I8 6 0 , se pro­ m ulgaron en el vacío y tuvieron que esperar hasta el si­ glo XX para ser acep tad as. No basta con d ecir la verdad, hay que «estar en la verdad». E n su prim er libro sobre la «locu ra», Foucault encuen­ tra difícil localizar ejem plos de d iscurso «loco» (excepto en la literatura: S ade o Artaud). De ello deduce que los pro­ cesos y reglas que determ inan lo que se considera norm al o racional logran silen ciar con éxito aquello que excluyen. Los individuos que trabajan en el in terior de p rácticas dis­ cursivas co n cretas no pueden pensar o hablar sin obedecer el archivo «no hablado» de reglas y restriccion es; de o tro m odo, corren el riesgo de ser condenados al silencio o a la locura. E ste dom inio discursivo no a ctú a sólo por exclu­ sión, sino tam bién p o r «Tarificación» (cad a p ráctica red u ­ ce su contenido y su sentido al pensar sólo en térm inos de «autor» y «disciplina»). Por últim o, tam bién existen las restricciones sociales, especialm ente el poder form ativo del sistem a pedagógico, que define lo que es racion al y erudito. Las obras de Fou cau lt, en p articular Historia de la locu­ ra en la época clásica (1961), E l nacim iento de la clínica (1 9 6 3 ), Las palabras y las cosas (1 9 6 6 ), Vigilar y castigar (1 9 7 5 ) e Historia de la sexualidad (1 9 7 6 ), ponen de m ani­ fiesto el m odo en que han surgido y han sido sustituidas diferentes form as de «saber». H ace hincapié en los despla­ zam ientos que o cu rren entre dos épocas; no ofrece periodizaciones, pero tra z a las series superpuestas de cam pos discontinuos. L a historia es esta g am a desconectada de prácticas discursivas. Cada una tiene un conjunto de reglas y procedim ientos que rigen, m ediante la exclusión y la re­ glam entación, el pensam iento y la escritu ra en un cam po determ inado. Tom ados en conjunto, estos cam pos form an un «archivo» de cu ltura, su «Inconsciente positivo». Aunque la supervisión del saber se vea a menudo aso­ ciada a nom bres individuales (Aristóteles, Platón, Aquino, Locke, etc.), el conjunto de las reglas estructurales que ins­ piran los diferentes cam p os del saber se encuentra m ás allá de cualquier co n cien cia individual. L a reglam entación de 226 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA disciplinas específicas im plica reglas m uy sofisticadas para el funcionam iento de instituciones, ei entrenam iento de ios iniciados y la transm isión del saber. L a voluntad de poder que se exhibe en esta reglam entación constituye una fuerza im personal. N unca podem os co n o cer el archivo de nuestra propia época porque es el Inconsciente desde el que habla­ m os. Podem os co m p ren d er un archivo an terior porque so ­ m os lo bastante diferentes y estam os alejados de él. Cuan­ do leem os, p o r ejem plo, la literatura del Renacim iento, percibim os a m enudo la riqueza y la exuberancia de su jue­ go verbal. Eri Las palabras y las cosas, Foucault m uestra que, en esa época, la sem ejanza jugaba un papel central en las estru ctu ras de todos los saberes. Todo repetía otra cosa, nada p erm anecía aislado. E sto se ve claram en te en la poe­ sía de John Donne, cuya m ente nunca descansa sobre un objeto, sino que se m ueve hacia delante y hacia atrás, de lo espiritual a lo físico, de lo hum ano a lo divino y de lo uni­ versal a lo individual. E n Devotions, describe en térm inos cósm icos los síntom as de las fiebres que casi lo m atan, uniendo el m icro co sm o s (el hom bre) co n el m acrocosm os (el universo): sus tem blores son «terrem otos»; sus desvane­ cim ientos, «eclipses»; y su aliento febril, «estrellas ardien­ tes». Desde nuestro punto de vista m oderno, podem os ver las diversas clases de correspondencia que dan form a a los discursos renacentistas, pero los escritores de la época vie­ ron y pensaron a través de ellas y no pudieron percibirlas co m o nosotros lo h acem os. Siguiendo a N ietzsche, Foucault afirm a que nunca ten­ drem os un con ocim ien to objetivo de la historia. Los escri­ tores históricos siem pre estarán enm arañados en tropos, nunca podrá ser una ciencia. En Revolution and Repetition (1 9 7 9 ), Jeffrey M ehlm an recuerda có m o M arx, en E l 18 de brum arío de Luis Napoleón, presenta la «revolución» de Luis Napoleón co m o u n a «repetición caricatu resca» de la de su tío. El análisis histórico de M arx, según M ehlman, re­ co n o ce la im posibilidad dé saber; sólo existe el absurdo tro ­ po de la «repetición». Sin em bargo, F ou cau lt no trata las es­ trategias em pleadas p o r los escritores p a ra d a r sentido a la historia com o sim ple juego textual. Tales discursos tienen lugar en un m undo real de lucha por el poder. E n la políti­ TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 227 ca, el arte o la ciencia, el poder se consigue p o r m edio del discurso: el discurso es «una violencia que ejercem os sobre las cosas». Las exigencias de objetividad realizada en nom ­ bre de discursos concretos siem pre son espurias: no existen discursos absolutam ente «verdaderos», sólo discursos más o m enos poderosos, (Una descripción de la obra del discí­ pulo n orteam erican o m ás significativo de F ou cau lt, Edw ard Said, se en cuen tra en la sección sobre el «Poscolonialism o», cap. 9.) E l N u e v o H is t o r ic ïs m o y e l m a t e r ia l is m o c u l t u r a l D urante los años de 1980 el dom inio de la d eco n stru c­ ción en E stad o s Unidos fue cuestionado por una nueva teo ría y p rá ctica de historia literaria. Aunque la m ayoría de postestructuralistas son escépticos en cuanto a los intentos por re cu p e ra r la «verdad» histórica, ios Nuevos H istoricistas creen que el trabajo de Foucault abre la p u erta a una nueva form a del estudio historicista de los textos no orien­ tada a la verdad. E n Gran B retañ a tuvo lugar un aco n teci­ m iento paralelo, pero allí la influencia de Foucault, se vio enriquecida por los acentos m arxista y fem inista. A lo largo del siglo xix, dos concepciones de la historia literaria han discurrido una junto a otra. Una la presentaba cqm o u na serie de m onum entos aislados, logros de genios individuales. L a otra era «historicista» y consideraba la his­ toria de la literatura com o una parte de una h istoria cultu­ ral m ás am plia. El his'toricismo fue el resultado del idealis­ mo hegeliano y, m ás tarde, del naturalism o evolutivo de H erbert Spencer. Varios «historicistas» de ren om b re estu­ diaron la literatura en el con texto de la historia social, po­ lítica y cultural. Vieron la historia literaria de u n a nación com o la expresión de su «espíritu» en evolución. Thom as Carlyle resu m ió su opinión cuand o escribió: «La historia de la poesía de una nación es la esencia de su historia, políti­ ca, cie n cia y religión» (E d in bu rgh Review, 53, η.α 105, 1831). E n 1 9 4 3 , E . M. W. Tillyard publicó un relato historicista de en orm e influencia en la cultura en la época de Shakes- 228 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA p e a r e — The Elizabethan World Picture— . E n él razo n ab a, a la m anera hegeliana, que la literatu ra de ese período ex­ presaba el espíritu de la época, que se centraba en ideas sobre el orden divino, la cad en a del ser y las co rresp o n ­ dencias entre las existencias terrenales y celestiales. P ara Tillyard, la cu ltu ra isabelina era un sistem a sin fisuras, uni­ ficado en los significados, que no podía ser alterado por vo­ ces poco o rtod oxas o disidentes. Creía que los isabelinos consideraban el «desorden» co m o algo com pletam ente aje­ no a la n o rm a ordenada de m an era divina y las figuras des­ viadas, com o la de C hristopher M arlowe, nunca llegaron a desafiar seriam en te la visión del m undo establecida de esta época. Los Nuevos H istorteístas, co m o Tillyard, trataro n de es­ tablecer las interconexiones en tre la literatura y la cu ltu ra general de un período. Sin em bargo, en todos los dem ás sentidos se sep araron del planteam iento de Tillyard. L a re­ volución intelectual postestructuralista de los años de 1960 y 1970 cuestiona el viejo historicism o en diversos ám bitos y establece un nuevo conjunto de supuestos: L a palabra «historia» tiene dos significados: a) «los aconte­ cimientos del pasado», y b) «explicar una historia sobre los acontecimientos del pasado». E l pensamiento postestructu­ ralista deja claro que la historia siempre es «narrada» y que, por tanto, la primera acepción es insostenible. El pasado nunca puede estar disponible en forma pura, sino siempre en forma de «representaciones»; después del postestructuralismo, la historia se convierte en algo textualizado. 2. Los períodos históricos no son entidades unificadas. No hay una única «historia», tan sólo «historias» discontinuas y contradictorias. No había una única visión isabelina del mundo. La idea de una cultura uniforme y arm oniosa es un mito impuesto por la historia y propagado por las clases do­ minantes en sus propios intereses. 3. Los historiadores ya no pueden reivindicar que su estudio del pasado es independiente y objetivo. No podemos tras­ cender nuestra propia situación histórica. El pasado no es algo que nos confronte com o si fuéramos un objeto físico, sino algo que construimos a partir de textos escritos de todo tipo que interpretamos de acuerdo con nuestras preocupa­ ciones históricas particulares. 4. Las relaciones entre la literatura y la historia tienen que ser 1. TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 229 repensadas. No hay una «historia» estable y fija que se pue­ rta tratar com o «los antecedentes» contre. los que puede enmarcar la literatura. Toda la historia (historias) es «el marco». La «historia» es siempre una cuestión de explicar una historia sobre el pasado, utilizando otros textos como nuestros intertextos. Los textos «no literarios» producidos por abogados, escritores populares, teólogos, científicos e historiadores no deberían ser tratados com o si pertenecie­ ran a un orden de textualidad diferente. Las obras literarias no deberían ser consideradas corno expresiones sublimes y trascendentes del «espíritu humano», sino como textos en­ tre otros textos. No podemos aceptar que un mundo «inte­ rior» privilegiado de grandes autores se compare con el marco del mundo «exterior» de la historia ordinaria. Los Nuevos H istoricistas norteam ericanos y sus igua­ les en Gran B retañ a, los «m aterialistas culturales» (el tér­ m ino lo tom ó prestado Jon ath an Dollim ore de Raymond W illiam s), han producido un corpus sustancial de obras so­ bre la sociedad y la literatu ra del R enacim iento, sobre el ro ­ m anticism o y — m odulados de form a diferente— sobre la sexualidad y ía estética «transgresoras» (véase m ás adelan­ te y en el cap. 10). Las dos influencias clave en su obra son Michel Foucau lt y Louis Althusser, de acuerdo con los cu a­ les la «experiencia» h um ana está form ada p o r instituciones sociales y co n cretam en te p o r discursos ideológicos. Ambos consideran que la ideología está constituida de form a acti­ va a través de la lucha social y am bos m uestran cóm o a otro nivel las ideologías dom inantes sostienen y mantienen las divisiones sociales en su sitio. L a teoría de Althusser aban­ dona la interpretación o rto d oxa de la ideología com o «fal­ sa conciencia» en favor de una teoría que sitúa claram ente la ideología dentro de instituciones m ateriales (políticas, ju­ rídicas, educacionales, religiosas, etc.) y concibe la ideolo­ gía com o un cuerpo de p rácticas discursivas 'que, cuando son dom inantes, sostienen a los individuos en sus sitios co m o «sujetos» (los sujeta). Cada individuo es «interpela­ do» (o «aclam ado») có m o sujeto por diversos discursos ideo­ lógicos, que juntos sirven a los intereses de las clases go­ bernantes. Foucault (véase la sección anterior) también hace hincapié en que los discursos siem pre tienen sus raí­ ces en instituciones sociales. M uestra có m o el poder políti­ 230 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA co y social opera a través del discurso. P o r ejemplo, ciertas dicotom ías son im puestas co m o definitivas de la existencia hu m an a y funcionan de form as que tienen un efecto direc­ to en la organización social. Se producen unos discursos en los que los conceptos de locura, crim inalidad, anorm alidad sexual, etc., se definen en relación a los conceptos de sen ­ satez, justicia y norm alidad sexual. Sem ejantes form aciones discursivas determ inan y limitan m asivam ente las form as de conocim iento, los tipos de norm alidad y la naturaleza de la «subjetividad» que prevalece en determ inados períodos. P o r ejemplo, ios foucauldianos hablan del surgim iento del «alm a» o de la «privatización del cuerpo» com o «eventos» producidos por la cultura burguesa que surgió durante el si­ glo X V II. Las p rácticas discursivas carecen de validez u n i­ versal, pero son form as históricam ente dom inantes de co n ­ tro lar y preservar las relaciones sociales de explotación. E sta s ideas han revolucionado el estudio de la literatu ­ ra rom án tica y, en especial, de la renacentista. Los N uevos H istoricistas Stephen Greenblatt, Louis M ontrose, J o n a ­ than Goldberg, Stephen Orgel y Leonard Tennenhouse e x ­ ploran las form as en las que los textos literarios isabelinos (sobre todo, el teatro, la m ascarada y la literatura pastoril) representaban las preocupaciones de la m onarquía Tudor, reproduciendo y renovando los poderosos discursos que sostenían el sistem a. Consideran la m onarquía co m o el eje central que gobierna la estru ctu ra de poder. Aunque alg u ­ nos am erican os han disentido de esta versión algo « ra cio ­ nalista» de Foucau lt, en general se ha asociad o a los N u e ­ vos H istoricistas n orteam ericanos co n una co m p ren sión pesim ista del poder discursivo en las representaciones lite ­ rarias del orden social isabelino y jacob ian o. Aunque m u ­ ch as de las obras de Shakespeare expresan ideas subversi­ vas, piensan que sem ejantes cuestionam ientos del o rd e n social dom inante siem pre están «contenidas» dentro de lo s térm inos de los d iscursos que m antienen ese orden s o c ia l en su lugar. L a resisten cia de Falstaff al orden m o n árq u ico , p o r ejemplo, es en últim o térm ino un valioso m odelo n e g a ­ tivo p ara Hal, quien de esta form a logra rech azar e fic a z ­ m ente el desafío desordenado de Falstaff a la n orm alidad y a asum ir el poder real. Con frecuencia G reenblatt co n sid e- TEORIAS POSTESTRUCTURALISTAS 231 ra la subversión com o una expresión de una necesidad inti nia: siem pre definimos nuestras iue¡iuu<±des en relación con lo que no som os y por tanto lo que no som os (nuestros Falstaffs) tiene que ser dem onizado y objetificado co m o «otros». Los locos, los desenfrenados y los extraños son «otros» in­ ternalizados que nos ayudan a consolidar nuestra identidad: su existencia sólo se perm ite en tanto que evidencia de la ju sticia del poder establecido. Greenblatt concluye de forma pesim ista en su «Epílogo» a R enaissance Self-Fashioning (1 9 8 0 ): «En todos mis textos y docum entos, que yo sepa, no había m om entos de subjetividad pura y liberada; en efecto, el propio sujeto hum ano em pezó a p arecer a todas luces cautivo, el producto ideológico de las relaciones de poder en una sociedad determ inada.» Sem ejante opinión, en el con­ texto de la sociedad norteam erican a contem poránea, cons­ tituye una expresión de la «política» de desesperación cul­ tural. M ás recientem ente, h a h ech o su aparición o tra inflexión del Nuevo H istoricism o, cen trad a fundam entalm ente en el terreno de ca z a favorito de la D econstrucción n o rteam eri­ can a, el rom anticism o — y por tanto señalando su desafío estratégico al trabajo «idealizador» de B loom , De Man, H artm an et al.— . Los críticos de am bos lados del Atlántico están asociad os con su p royecto general, incluyendo a John B arrell, David Sim pson, Je ro m e M cGann, M arilyn Butler, Paul H am ilton y M arjorie Levinson. Influenciado en parte p o r la o b ra de Althusser, M acherey, Jam eson y Eagleton, este Nuevo H istoricism o — de acu erd o con Levinson, «a la vez m aterialista y deconstructivo»— despliega la «im agina­ ción h istórica» para restau rar a una obra literaria esos sig­ nificados contem poráneos que inscriben la m atriz en los que están m odelados, pero que no están escritos conscien­ tem ente «en» la obra. E stos «significados» serán desde el punto de vista ideológico «puntos conflictivos» m ás allá de la p ercep ción del escritor; pero al adoptar una p ostu ra den­ tro del m a rco de referencia ideológico del escritor, la críti­ ca que realiza el Nuevo H istoricism o adquiere «la cap aci­ dad de co n o ce r una obra, co m o si ni ella ni sus lectores originales ni su au to r pudieran conocerla» (W ordsworth’s Great Period Poems: F o u r Essays, 1986). R esituar los textos 232 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA en el com plejo m arco discursivo del período en el que se originaron UicdiáriLc üna iccíu ra slusivs detallada de los m ism os en sus relaciones intertextuales con otros discursos contem poráneos políticos, culturales y «populares» lleva al Nuevo H istoricism o m ucho m ás allá de la antigua yuxtapo­ sición h istoricista de «texto y contexto». Pero ha recibido duras críticas p o r despolitizar efectivam ente la literatura guardándola bajo llave en su «propio» pasado — incapaz, com o era, de «hablar» al presente— y para b o rrar la postu­ ra y el rol interpretativo (ideológico) del crítico que está le­ yendo el presente. . I.os «m aterialistas culturales» británicos, bajo la in­ fluencia de Althusser y Mikhail Bakhtin (véanse los caps. 5 y 2 respectivam ente), han desarrollado un tipo de h istori­ cism o m ás radical desde el punto de vista político y han cuestionado el «funcionalism o» de Greenblatt (sobre esta diferencia, véase el ensayo de L isa Jardine sobre Ham let en A Practical R eader, cap. 1). Consideran que Fou cau lt presu­ pone u na estru ctu ra de poder m ás precaria e inestable y con frecu encia pretenden derivar de su trabajo una historia de «resistencias» a las ideologías dom inantes. Jo n ath an Dollimore, Alan Sinfield, Catherine Belsey, Francis B ark er y o tros han adoptado algunos de los refinam ientos que se pueden e n co n tra r en M arxism a n d Literature (1 9 7 7 ) de R ay­ m ond W illiam s, en especial su distinción entre los aspectos «residual», «dom inante» y «em ergente» de la cultura. Al sustituir el concep to de Tillyard de un único espíritu de la época por el m odelo de cu ltu ra m ás dinám ico de W illiams han liberado un espacio para la exploración de la com pleja totalidad de la sociedad ren acen tista incluyendo sus ele­ m entos subversivos y m arginalizados. Afirman que cad a historia del som etim iento tam bién contiene una historia de la resistencia y que esta resistencia no es sólo un sín tom a de y una justificación para el som etim iento, sino la verda­ dera m a rca de una «diferencia» inerradicable (véase D erri­ da m ás a trás) que siempre evita que el poder cierre la puer­ ta al cam bio. O tra im portante preocupación de Dollim ore y otros se refiere à las «asignaciones» de las representaciones culturales del R enacim iento que tuvieron lugar en esa épo­ ca y en añ os posteriores. Los significados de los textos lite- TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 233 rai'ios nunca están totalm ente fijados por algún criterio uni­ versal, sirvo cstuii sisruprc en juego y sujclos a asigna­ ciones específicas (a m enudo políticas radicales), incluyen­ do a las de los propios m aterialistas culturales. Catherine Belsey ha utilizado el térm ino m ás neutral de «historia cul­ tural» para d escrib ir su perspectiva aguda y política de la tarea que queda pendiente. Insta a la nueva historia a adop­ ta r la perspectiva del «cam bio, la diferencia cultural y la r e ­ latividad de la verdad» y a dar prioridad a la «producción de conocim ientos alternativos» y de «posiciones alternati­ vas som etidas», algo que ella pretende h acer en obras m ás recientes co m o The Subject o f Tragedy (1 9 8 5 ), y Desire: Love Stories in Western Culture (1994). Algunas de las herram ientas teóricas que requiere el p rogram a de B elsey han sido desarrolladas en la n gua ge, Se­ m antics and Ideology (1 9 7 5 ) de Michel Pêcheux. Com bina el m arxism o althu sseríano, la lingüística m oderna y el psico­ análisis en un intento p o r desarrollar una nueva teoría del discurso y la ideología. Althusser describió el proceso de la «interpelación» p o r el cual los sujetos identifican con los discursos de determ in ados aparatos ideológicos estatales. Pêcheux re co n o ce la necesidad de desarrollar la teoría de m odo que p erm ita la posible resistencia del sujeto a las for­ m aciones discursivas que transm iten posiciones ideológi­ cas. Puede se r cie rto que la ideología religiosa funciona in­ terpelando a los individuos com o sujetos de Dios. Sin em bargo, tam bién necesitam os térm inos para describir la respuesta negativa o subversiva de los ateos y las nuevas re­ ligiones. Péch eu z resuelve este problem a proponiendo tres tipos de sujeto: 1. .2. 3. El «sujeto bueno», que acepta «libremente» la imagen de sí mismo que es proyectada por el discurso en cuestión en un acto de «identificación» total («Al fin me he encontrado a mí mismo»). El «sujeto malo» que rechaza la identidad ofrecida por el discurso en un acto de «contra-identificación» («Lo siento, no m e creo nada de eso»). El sujeto, que adopta una «tercera modalidad» transfor­ mando la posición del sujeto que se le ofrece en un acto de «desidentificación» («No creo en esa clase de dios»). 234 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA Los Nuevos H isloricistas norteam ericanos tienden a con siderar las estru ctu ras de poder co m o si sólo perm itie­ ran la identificación y la contra-identificación. Los expo­ nentes británicos pertenecen a una tradición m ás radical políticam ente y están m ucho m ás interesados en la posibi­ lidad de sujetos que no sólo rehúsen las posiciones de suje­ tos ofrecidas, sino que en realidad produzcan otras nuevas. L a obra de Mikhail Bakhtin (véase el cap. 2) ha sido uti­ lizada p or algunos Nuevos H istoricistas com o forma de es­ ca p a r de la aparente clausura estructural de la teoría histó­ rica de Foucault. L a obra de Michael B ristol, Carnival and Theater: Plebian Culture a n d the Structure o f Authority in Re­ naissance E ngland (1 9 8 5 ), utiliza el co n cep to de Bakhtin de «carnaval» con el fin de introducir un m odelo m ás abierto de producción cultural. Afirma que G reenblatt y Dollimore no lograron reco n o cer la vitalidad y el poder de la cultura popular en el período isabelino. Bakhtin considera el «car­ naval» com o una «segunda cultura» que se oponía a la cul­ tu ra oficial y que era desarrollada por el pueblo durante la E d ad Media y ya en trad a la É p o ca M oderna. La idea de Bakhtin de que el Carnaval introduzca en las estructuras oficiales «una indeterm inación, una cierta apertura sem án­ tica» podría m uy bien ofrecer una form a para describir có m o deben responder los sujetos a los discursos dom inan­ tes a través de las m odalidades de «contra-identificación» o incluso de «desidentificación»: Bristol resum e el modo po­ tencialm ente subversivo del carnaval co m o sigue: «Al llevar los símbolos privilegiados y los conceptos oficialm ente au ­ torizados a una relación fam iliar co n la experiencia co ti­ diana, el carnaval alcan za la transform ación descendente o "sin co ro n ar” de las relaciones de jure de dependencia, ex­ propiación y disciplina social.» N aturalm ente algunos foucauldianos rep licarían que el carnaval tam bién es una ex­ presión oficialm ente perm itida y cuidadosam ente co n tro ­ lada de subversión que, p o r su form a ritualizada, sólo co n ­ firm a el poder de la autoridad de la que se burla. Com o hem os visto, los térm inos «Nuevo H istoricism o» y «m aterialism o cultural» cubren un am plio abanico de planteam ientos del estudio de la literatu ra y la historia. Com o cabría esperar, estos nuevos planteam ientos han TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 235 cuestionado el canon recibido de obras literarias en las his­ torias literarias ortodoxas, a m enudo conjuntam ente con la crítica fem inista, poscolonialista y gay lesbiana (véase el cap. 10 p ara la última; y p ara ver ejemplos de la reinflexión del m aterialism o cultural con la teoría y la crítica queer, véanse los ensayos de Jonathan Dollimore y Alan Sinfield so­ bre O scar Wilde en el cap. 5 de A Practical Reader). Recien­ tem ente este desafío ha sido lanzado en el ám bito de los E s­ tudios A m ericanos en obras de Sacvan B ercovitch, Myra Jehlen, Philip Fisher y Henry Louis Gates Jr. (véase el capí­ tulo 9 p ara un esbozo de la obra de Gates). Al discutir el ca­ non de la literatura n orteam erican a del siglo xix, algunos Nuevos Historicistas, co m o Jan e Tomkins y Cathy Davidson, han llamado la atención h acia el género popular y el de fic­ ción. L a novela sentimental, p o r ejemplo, al decir de Tomkins, «ofrece una crítica de la sociedad norteam ericana m ucho m ás devastadora que cualquiera de las que hayan podido em itir crítico s m ás conocidos co m o H aw thorne y Melville». Sin em bargo, al m ism o tiem po, se ha argum entado que en gran p arte de la crítica del Nuevo H isíoricism o, los desa­ fíos al ca n o n han supuesto «m enos la detección de sus "otros”... que un cuestionarniento repetido de los textos pri­ vilegiados fam iliares que, aunque los lanza a una nueva perspectiva, deja al propio can on bastante m ás intacto». Una vez m ás, se cree que el m aterialism o cultural británico supone un desafío m ás decisivo, abriendo la cultura popu­ la r b ritánica de posguerra y la sociedad a un análisis poli­ tizado en ám bitos en los que las técnicas de los Nuevos His­ toricistas son utilizadas p o r los Estudios Culturales. La tradición británica ha intentado diferenciarse de lo que considera una lectura norteam erican a lim itada de Foucault. Sin em bargo, hay una rica fusión de corrientes radicales de pensam iento historicista que sugiere la posibilidad de co­ rrientes angloam ericanas convergentes. El desarrollo de la nueva historia literaria tam bién ha significado que el anti­ guo dom inio de la d econ stru cción en Estados Unidos ha concluido y una gran p arte de nuevas obras interesantes (p or ejem plo, com o ya hem os visto, de los Nuevos Histori­ cistas y de los teóricos postestructuralistas co m o Jonathan Culler y Christopher N orris) reco n o ce que la deconstruc- 236 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA ción tiene que responder al desafío de los tipos foucauldiano y a ú n u sse n a n o cíe nueva lu sío n s. L a c rítica esfructuralista se proponía dom inar el texto y desvelar sus secretos. Los postestructuralistas piensan que este p ropósito es vano porque existen fuerzas inconscientes, o históricas, o lingüísticas, que no pueden ser dom inadas. El significante se aleja del significado, la jouissance disuel­ ve el sentido, lo sem iótico altera lo sim bólico, la différance establece u n a b rech a entre él significante y el significado, y el poder desorganiza el saber establecido. Los p o stestru ctu ­ ralistas plantean cuestiones; m ás que dar respuestas, se ate­ rran a las diferencias que existen entre lo que el texto dice y lo que· creen que dice. Ven el texto luchando co n tra sí m is­ m o y se niegan a forzarlo p ara que signifique algo. Niegan la p articu larid ad de la «literatura» y llevan a cab o u n a de­ con stru cción de los discursos no literarios, leyéndolos co m o si fueran literatura. Quizás nos irrite esta incapacidad p ara llegar a u n a conclusión, pero so n coherentes co n su inten­ to de evitar el logocentrism o. Sin em bargo, com o adm iten a m enudo, su deseo de resistirse a las afirm aciones está en sí m ism o condenado al fracaso porque sólo no diciendo nada pod rán evitar que pensem os que quisieron d ecir algo. E ste resum en de sus puntos de vista lleva im plícito su fra­ caso. No obstante. F ou cau lt y los Nuevos H istoricistas ini­ cian un nuevo tipo de teoría histórica intertextual que es inevitablem ente intervencionista ya que participa en el p ro ­ ceso de re h a ce r el pasado. E n el m aterialim o cultural se hace m á s explícito un com p rom iso con las voces transgresoras y de oposición. Com o tal, aunque se inspira en el p ostestructuralism o, cuestiona las reivindicaciones de algu­ nas de sus versiones para liberar un inocente juego libre de significados. B ib l io g r a f ía s e l e c c io n a d a Textos básicos Barthes, Roland, 'S/Z (1970), trad. R. Miller, Hill & Wang, Nueva York; Jonathan Cape, Londres, 1975α. TEORÍAS POSTESTRUCTURALISTAS 237 — , The Pleasure o f the Text, trad. R. Miller, Hill & Wang, Nueva York; Nueva York, 1975h. — , «The Death of the Author», en Image-Music-Text, trad. S. Heath, Hill & Wang, N ueva York; Fontana, Londres, 1977. B lo om , H arold, The Anxiety o f Influence: A Theory o f Poetry, Ox­ ford University Press, Nueva York y Londres, 1973. — , A Map o f M isreading, Oxford University Press, Nueva York, To­ ronto, M elbourne, 1975. — , The Western C anon, M acm illan, Londres, 1995. Deleuze, Gilles y G uattari, Félix, Kafka: P o u r u n e littérature m i­ neu re, Les Éditions de Minuit, Paris, 1975. — , Anti-Oedipus: Capitalism and Schizophrenia (1972), Viking Press, Nueva York, 1977. De Man, Paul, Blindness and Insight: Essays in the Rhetoric o f Con­ temporary Criticism, Oxford University Press, Nueva York, 1971. — . Allegories o f R eading: Figurai Language in Rousseau, Nietzsche, Rilke, and Proust, Yale University Press, New Haven, 1979. — , The Resistance to Theory (1986), M anch ester University Press, M anchester, 1987. D errida, Jacques, Positions, University of C hicago Press, Chicago, 1981), y K am uf, m ás adelante. Dollimore, Jon ath an , R adical Tragedy: Religion, Ideology and Power m the Drama o f Shakespeare and his Contemporaries, H arvester W heatsheaf, H em el H em pstead, 1984; 2 .a éd., 1989. — , Sexual D issidence: Augustine to Wilde, F reu d to Foucault, O x­ ford University Press, Oxford, 1991. D ollim ore, Jo n ath an y Sinfield, Alan (eds.), Political Shakespeare: N ew Essays in Cultural Materialism, M anchester University Press, M anchester, 1985. F o u cau lt, Michel, Language, Counter-Memory, Practice, Selected E s ­ says and Interview s, ed. D. F. B ou ch ard , Basil Blackwell, Ox­ ford; Cornell University Press, Ith aca, 1977. — , The Foucault R eader, ed. Paul Rabinov, Penguin, H arm ondsw orth, 1986. G reenblatt, Stephen, R enaissance S e l f Fashioning: from More to Shakespeare, University of Chicago Press, Chicago, 1980. — , Representing the E nglish R enaissance, California University Press, Berkeley, 1991a. — , Shakespearean Negotiations: The Circulation o f Social Energy in R enaissance E n gla n d , California University Press, Berkeley, 1991¿>. H a ra ri, Josué V. (éd.), Textual Strategies: Perspectives in Post-Struc­ turalist Criticism, Cornell University Press, Ilhaca, 1979. H artm an , Geoffrey H., Criticism in the W ilderness, Johns Hopkins University Press, B altim ore y Londres, 1980. 238 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA H artm an, Geoffrey, S aving the Text: Literature/Derrida/Phiiosophy, Jo h n s Hopkins University Press, B altim ore, 1981. — , Easy Pieces, C olum bia University Press, N ueva York, 1985. Joh n son , B arb ara, The Critical Difference: Essays in the Contem po­ rary Rhetoric o f R eading, Johns H opkins University Press, B al­ tim ore y Londres, 1980. K am uf, Peggy (ed.), A Derrida Reader: Betw een the Blinds, P ren ­ tice H all/H arvester W heatsheaf, Hem el H em pstead, 1991. K risteva, Julia, The Kristeva Reader, ed. Toril Moi, Basil Blackw ell, Oxford, 1986. L a ca n , Jacques, E crits: A Selection, trad. A. S h eridan, Tavistock, Londres, 1977. Laplanche, Jean y P ontalis, Jean -B ap tiste, The Language o f PsychoAnalysis, trad. D. N icholson-Sm ith, H ogarth Press, Londres, 1973. Levinson, M arjorie, W ordsw orth’s Great Period P oem s: F o u r Essays, Cam bridge U niversity Press, Cam bridge, 1 9 8 ó. Levinson, M arjorie; Butler, Marilyn; M cG ann, Jero m e y H am ilton, Paul (eds.), R ethinking Historicism , Blackw ell, Oxford, 1989. M cG rann, Jero m e, R om antic Ideology: A Critical Investigation, C hicago University P ress, Chicago, 1 980. Miller, J. Hillis, Fiction a n d Repetition: Seven E nglish Novels, H a r­ vard University Press, Cambridge, MA, 1982. — , The Ethics o f R eading: Kant, De Man, Eliot, Trollope, Ja m es a nd B enjam in, Colum bia University Press, N ueva York, 1987). — , Tropes, Parables a n d Performatives: Essays o n Twentieth Century Literature, H arv ester W heatsheaf, H em el H em pstead, 1 990. P êcheux, Michel, Language, Sem antics a n d Ideology, 1975; tra d u c­ to r H arbans N agpal, M acm illan, Basingstoke, 1982. Ryan, K iem an (ed.), New Historicism a nd Cultural M aterialism: A R eader, Arnold, L on d res, 1996. Ryan, M ichael, M arxism a n d D econstruction: A Critical Articula­ tion, Joh ns H opkins University Press, B altim o re y L ondres, 1982. Sim pson, David, W ordsworth's Historical Im agination, M ethuen, L ondres, 1987. Sinfield, Alan (ver tam b ién con Dollimore, atrá s), Faultiness: Cul­ tural Materialism a n d the Politics o f Dissident R eading, C la­ rendon Press, O xford, 1992. — , Cultural Politics - Q u eer Reading, Routledge, Londres, 1994. W hite, Hayden, Tropics o f D iscourse: Essays in Cultural Criticism , Jo h n s Hopkins U niversity Press, B altim ore, 1978. Young, R obert (ed .). Untying the Text: A Post-Structuralist Reader, R outledge & K egan Paul, B oston, L on d res y Henley, 1 981. TEORÍAS POSTESTRUCTURA LISTAS 239 Lecturas avanzadas A c t s , Lesley y W heale, Nigel, Shakespeare and the Changing Curti- cilu m , R outledge, L ondres, 1991. Belsey, C atherine, Critical Practice, Routledge, Londres, 1980, — , The Subject o f Tragedy: Identity a nd Difference in Renaissance D ram a, M ethuen, Londres, 1985. — , Desire: Love Stories in Western Culture, Blackwell, Oxford, 1994. Berçovitch, S acvan (ed.), R econstructing Am erican Literary History, H arvard University Press, Cam bridge, MA, 1986. Bogue, Ronald, Deleuze a nd Guattari, Routledge, Londres, 1989. Bristol, M ichael, Carnival a n d Theatre: Plebeian Culture and the. Structu re o f Authority in R enaissance England, M ethuen, Lon­ dres y N ueva York, 1985. Brow n, Dennis, Intertextual D ynam ics within the Literary Group Joyce, Lewis, P ound a n d Eliot: The Men o f 1 9 1 4 , Routledge & K egan Paul, Londres, 1990. Coward, Rosalind y Ellis, Jo h n , Language and Materialism: Devel­ opm ents in Semiology a nd the Theory of the Subject. R out­ ledge & K egan Paul, Londres, 1977, Culler, Jo n ath an , On D econstruction: Theory and Criticism after Structuralism , Routledge & K egan Paul, Londres, 1983. Dews, Peter, Logics o f Disintegration: Post-Structuralist Thought a nd the Claims o f Critical Theory, New Left Books, Londres, 1987. Drakakis, Jo h n (ed.), Shakespearean Tragedy, Longm an, Londres, 1991. During, Sim on, Foucault a nd Literature: Towards a Genealogy o f Writing, Routledge, Londres, 1992. E asth op e, Antony, British Post-Structuralism : S in ce 1 968, R out­ ledge, L ondres, 1991. Felm an , S h osh ana (ed.), Literature a n d Psychoanalysis: The Ques­ tion o f R eading - Otherwise, Jo h n s Hopkins University Press, B altim ore, 1982. Fisher, Philip (ed.), The New A m erican Studies, California Univer­ sity Press, Berkeley, 1991. Healy, T h om as, New Latitudes: Theory and English R enaissance Li­ terature, Arnold, Londres, 1992. H ow ard; Jean E . y O'Connor, M arion F. (eds.), Shakespeare Repro­ d u ced : The Text in History a n d Ideology, M ethuen, Nueva York, 1 987. Lechte, Jo h n , Julia Kristeva, Routledge, Londres, 1990. M acCabe, Colin, Ja m es Joyce a n d the Revolution o f the Word, M ac­ m illan, Basingstoke, 1979. 240 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA — , The Talking C ure: Essays in Psychoanalysis and Language, M ac­ m illan, Londres y BDsingsioks, 1 9 3 Ï. M acdonell, Diane, Theories o f D iscourse: An Introduction, Basil Blackw ell, O xford, 1986. M app, N igel, «D econstruction», en Encyclopaedia o f Literature a nd Criticism , M artin Coyle et al. (eds.), R outledge, Londres, 1990. M ichaels, W alter Benn y P ease, Donald (eds.), The A m erican Re­ naissance R econsidered, Jo h n s H opkins University Press, B al­ tim ore, 1985. M itchell, Ju liet y Rose, Jacqu eline (eds. y trad.), Feminity- a nd S e­ xuality: Ja cq u es Lacan, the E cole F reudienne, M acm illan, Lon­ dres, 1982, N orris, Christopher, Derrida, F o n tan a, Londres, 1987. — , D econstruction: Theory a n d Practice, R outledge, Londres, 2." éd., 1991. R.ustin, M ichael, The Good Society a nd the In n er World: Psycho­ analysis, Politics and Culture, Verso, Londres, 1991. . Rylance, Rick, Roland Barthes, H arvester W heatsheaf, Hemel H em pstead, 1993. Salusinsky, Im re, Criticism in Society, M ethuen, N ueva York y L ond res, 1987).· E n trevistas co n D errida, H a rtm a n , Said y otros. Sarup, M adan, An Introductory G uide to Post-Structuralism and Post-M odernism , H arvester W heatsheaf, Hem el H em pstead, 1988. — , Ja cq u es Lacan, H arvester W heatsheaf, H em el H em pstead, 1992. S tu rrock , J . (ed.), Structuralism a nd S in ce: F rom Levi-Straitss to Derrida, O xford University Press, O xford, 1979. Textual Practice, vol. 3 (1 9 8 9 ), pp. 159-172 y vol. 4 (1 9 9 0 ), pp. 91100, hech os a debate sob re M aterialism o Cultural entre Ca­ therine Belsey, Alan Sinfield y Jo n ath an Dollim ore. Tompkins, Jan e, Sensational D esigns: The Cultural Work o f A m eri­ can Fiction , 1 790-1S60, O xford University Press, Londres y N ueva York, 1985. Veeser, H. A ram (ed,). The New Historicism , R outledge, Londres, 1989. W ayne, Don E ., «New H istoricism », εη Encyclopaedia o f Literature a nd Criticism , M artin Coyle et al. (eds,), R outledge, Londres, 1990. Wilson, R ich ard y Sutton, R ich ard (eds.), New H istoricism a n d Re­ n aissance Dram a, Longm an, Londres, 1991. TE O R ÍA S POSTESTRUCTURALISTAS 241 W ilson, S cott, Cultural Materialism in Theory and in Practice, Blackw ell, O xford, 1995. W right, Elizabeth, Psychoanalytic Criticism : Theory in Practice, M ethuen, Londres y Nueva York, 1984. — , «Psychoanalytic Criticism » en Encyclopaedia o f Literature and Criticism. M artin Coyle et al. (eds.), R outledge, Londres, 1990. C a p ítu lo 8 TEORÍAS POSMODERNISTAS D u rante los últim os veinte años ap ro xim ad am en te, los crítico s y los historiadores de la cultura han discutido so­ bre el térm in o «posm odernism o». Algunos lo consideran sim plem ente com o la co n tin u ació n y el desarrollo de las ideas m odernistas, otros han visto en el arte posm oder­ nista un a ruptura radical co n el m odernism o clásico, m ien tras que unos tercero s contem plan la literatu ra y la cu ltu ra del pasado retrospectivam ente a través de ojos posm od ern os, identificando los textos y los au to res (De Sade, B org es, el E z ra Pound de «Los C antos») co m o ya «posm odernos». Sin em bargo, otra discusión, asociad a p rincipalm ente al filósofo y teórico social Jü rg en H aberm as, a firm a que el p royecto de m odernidad — que aquí de­ signa ios valores filosóficos, sociales y políticos de la ra­ zón, la igualdad y la ju sticia derivados de la Ilu stració n — no e stá todavía cum plido y no se debería re n u n cia r a él. E sta p o stu ra tam bién está relacion ad a co n el debate a ce r­ ca de la co n tin u a im p o rtan cia (o redundancia) del m arxis­ m o, así co m o de la de las o b ras de arte m odernistas. Cuan­ do se defiende el m ovim iento de la m odernidad (con o sin defensa paralela del m od ern ism o artístico), se h a ce a pe­ sa r de las principales con troversias del m odernism o: en p rim er lugar, las «grandes narrativas» del p ro greso social e in telectu al iniciadas p o r la Ilustración están en cuestión; y en segundo lugar, cualquier fundam ento político de estas ideas en la «historia» o en la «realidad» ya no es posible, puesto que am bas se han «textualizado» en el m undo de las im ágenes y sim ulaciones que ca ra cte riz a la era co n ­ 244 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA tem p orán ea del consum o de m asas y las tecnologías avan­ zadas. E sta s últim as posturas incluyen las dos «narrativas» principales de lo que constituye el posm odernism o y con las que otro s com entaristas están de acuerdo o las rech azan en diversos grados. H an suscitado num erosas cuestiones filo­ sóficas, estéticas e ideológicas de interés para una am plia gam a de disciplinas acad ém icas (filosofía, teoría social y política, sociología, historia del arte, arquitectura, urbanis­ m o y estudios m ediáticos y culturales) y form as de prod u ccción cultural (arquitectu ra, cine y vídeo, m úsica pop y rock), así co m o la teoría y la crítica literarias, y tam bién co ­ nectan con lo dicho m ás a trás (véase el cap. 7) a ce rc a de las relacion es entre el estructuralism o y el p o stestru ctu ra­ lism o. Pese a la diversidad de tendencias en el seno de cad a m ovim iento, no cabe duda de que el pensam iento postestru ctu ralista es, en cierta medida, un corpus de reflexiones sobre los m ism os tem as que preocupan a los com en taristas de la literatu ra y la cultura p osm od em a. Más adelante pro­ fundizarem os en algunos de estos com entarios. Sin em bargo, existe un problem a añadido en la utiliza­ ción del térm in o «posm odernism o», de ca rá cte r tanto des­ criptivo co m o evaluador. Los tres térm inos, «posm odem o», «posm odem idad» y «posm odem ism o», son, de hecho, utili­ zados a m enudo de form a intercam biable; co m o fo rm a de p eriodizar los acontecim ientos de la posguerra en las so ­ ciedades de m edios avanzados y en las econom ías cap ita­ listas; p a ra describir los acontecim ientos en el seno de un arte o en todas las artes — lo que frecuentem ente no está sincronizado con el prim er grupo de acontecim ientos o con cad a uno— ; y tam bién p ara señ alar una actitud o postura a ce rca de estos acontecim ientos. P a ra m uchos, la m ejor so ­ lución a este problem a es utilizar el térm ino «posm odem o» o «posm odem idad» p ara los acontecim ientos generales de este período y reservar el térm in o «posm odem ism o» para los acon tecim ien tos en la cu ltu ra y en las artes, aunque esto tam bién se puede h acer p ara indicar una distinción muy simple entre loS reinos eco n ó m ico y cultural. Sin em bargo, se plantea un nuevo p roblem a de definición porque el pos­ m odernism o es un térm ino de relación que se considera TEO R ÍA S POSMODERNISTAS 245 que denota una continuación de o bien una ruptura radical co n los rasgos dom inantes en un m odernism o tem prano o los movimientos de vanguardia. No es de extrañ ar que haya un gran debate en torno a la identidad y los límites de es­ tos tem pranos m ovim ientos y de aquí la im portancia de que se incluye o se reem plaza. Para algunos el posm odernism o indica una m ercantilización deplorable de toda la cultura y la pérdida de la tradición y los valores, encarnados en este siglo de form a decisiva por las obras m odernistas; para otros ha com p ortad o una liberación de la ortodoxia co n ­ servadora de la alta cultura y una dispersión muy bien a co ­ gida de la creatividad en todas las artes y los nuevos medios de com unicación, abiertos ahora a los nuevos grupos so­ ciales. Varios teóricos llam aron la aten ción h acia la form a en que los críticos posm odernos rech azab an el elitismo, la ex­ perim entación form al sofisticada y el sentido trágico de la alienación, característico de los autores m odernistas. Ihab Hassan, por ejem plo, contrasta la «deshum anización del arte» m odernista con el sentido posm odernista de la «des­ hum anización del planeta y ‘el fin de la hum anidad». Mien­ tras que Joyce es «omnipotente» en su dom inio impersonal de] arte, B eckett es «impotente» en sus representaciones minimalistas de los finales. Los m odernistas siguen siendo trágicam ente heroicos, m ientras que los posm odem istas ex­ presan agotam iento y «despliegan los recursos del vacío». H assan, en Paracriticisms (1975), proporciona sugerentes listas de notas posm odem istas a pie de página relativas al m odernism o. Incluyen la siguiente: «An ti elitismo, antiauto­ ritarism o. Difusión del ego. Participación . El arte se co n ­ vierte en com unitario, opcional, anárquico. La acep tació n ... Al m ism o tiem po, la ironía se tran sform a en radical, un juego que se ag ota a sí mismo, la entropía del significado.» E n oposición a la experim entación m odernista, los posm o­ dernistas producen «Estructuras abiertas, discontinuas, im ­ provisadas, indeterm inadas o aleatorias». También rech a­ zan la estética tradicional de la «belleza» y la «unicidad». Haciéndose eco de un fam oso ensayo de Susan Sontag, H assan añade que están «contra la interpretación». (Todas estas posturas, com o ya hemos visto en el cap. 7, se en- 246 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA cuen tran en los diversos teóricos postestructuralistas.) Si hay una idea que lo resum e todo es el tem a del centro au ­ sente. La experiencia posm oderna está am pliam ente soste­ nida para fren ar un profundo sentido de incertidum bre ontológica, una con cep ción explorada sobre todo por B rian M cH ale en su prim era Postmodernist Fiction (1 9 8 7 ). La conm oción h um an a ante lo inim aginable (polución, holo­ causto, la m uerte del individuo) desem boca en una pérdida de puntos de referencia fijos. Ni el m undo ni uno m ism o posee ya unidad, coherencia, significado. E stán rad ical­ m ente «descentrados». E sto no significa que la ficción posm oderna sea tan lú­ gubre com o la pinta B eckett. Tal y com o han visto,algunos teóricos, el deseen tram iento del propio lenguaje ha produ­ cido un volum en im portante de ficción alegre, autorreflexiva y autoparódica. Jo rge Luis Borges es el m aestro de este estilo y sus obras son paralelas a la exuberancia verbal postestructuralista de Roland B arthes o J. Hilis Miller. Los autores estadounidenses John B arth , T hom as Pynchon e Ishm ael Reed, p o r ejemplo, y los europeos Italo Calvino, U m berto E co , Salm an Rusdie y Jo h n Fow les tam bién son invariablem ente discutidos com o posm odernistas. En algu­ nos de estos casos, y especialm ente en el de E co , hay una conexión explícita en tre la teoría crítica y la ficción. P ara E c o (sem iótico, novelista y periodista), el posm odernism o se define por su intertextualidad y conocim iento y p o r su relación co n el pasado — que el posm odernism o visita de nuevo en cu alq uier m om ento histórico con ironía— . Su «novela» best-seller, E l nom bre de la rosa (1 9 8 0 ), es a un tiem po un ejem plo de la interpretación de las categorías de ficción y de no-ficción previam ente separadas y vertigino­ sam ente histórica: un thriller de detectives que m ezcla el suspense gótico con la cró n ica y la erudición, cru za lo m e­ dieval con lo m od erno y tiene una estru ctu ra narrativa de caja china, para p ro d u cir un m isterio có m ico autorreflexivo sobre la supresión y la recuperación del «poder» ca rn a ­ valesco del propio có m ic. Otros ejem plos dé m etaficción posm odem ista autorreflexiva, en la que convergen la ficción y los supuestos de la teoría postestructuralista, incluyen La m u jer del teniente fra n cés de John Fow les y Waterland de TEO RÍA S POSMODERNISTAS 247 G raham Swift, la Trilogía de Nueva York de Paul Auster' o gran parte de la obra de E . L. Dociorow. Del m ism o modo que la crítica postestructuralista distingue entre los órdenes trad icionales del discurso (crítica, literatura, filosofía, polí­ tica) en el nom bre de una textualidad general, los autores posm odernistas rom pen las fronteras convencionales del discurso, entre la ficción y la historia, o la autobiografía, el realism o y la fantasía en un bricolage de form as y géneros. L a obra de Linda H utcheon sobre ficción contem porá­ nea, p o r ejemplo, ha buscado el modo paródico y aun así crítico que la literatura posm odernista puede adoptar en este an ch o universo textual o narrativo, a la vez cóm plice y subversivo. La personalidad y la historia, argum enta ella, no están perdidos en una ficción posm odernista (o lo que ella denom ina «m etaficción historiográfica»); pero de nue­ vo surgen problem as. La problem atización de có m o se hizo la ficción y la historia es una característica prim ordial de lo posm oderno; una intertextualidad productiva que ni siquie­ ra repudia el pasado, ni lo reproduce con nostalgia. La iro­ nía posm odem ista y la paradoja, desde este punto de vista, indican una distancia crítica dentro del m undo de las re­ presentaciones, planteando interrogantes sobre la construc­ ción ideológica y discursiva del pasado y m enos sobre la verdad de quién está en juego en estas construcciones na­ rrativas. H utcheon puede conservar una función política p ara este tipo de ficción (contra m uchos com entaristas cul­ turales que consideran el posm odem ism o co m o inaltera­ blem ente com prom etido o encerrado en un m undo de m o­ vim ientos apolíticos) en la m edida que se inscribe y a la vez interviene en un orden discursivo e ideológico. (Un ejemplo de estos aspectos de la obra de Hutcheon — en relación con Niños de m edianoche de Salm an Rusdie — aparece en el cap. 10 de A Practical R eader.) Patricia W augh, en Metafic­ tion (1 9 8 4 ) y en Fem inine Fictions: Revisiting the Postmodern (1 9 8 9 ), tam bién explora estos tres tem as — en el últim o caso de form a explícita con referencia al feminismo y al poten­ cial p ara la representación de una nueva m ateria de género social en la ficción contem poránea— . E n una obra poste­ rior Practising Postm odem ism /Reading M odernism (1992), Waugh plantea el propio posm odernism o com o una cate­ 248 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA goría estética y filosófica de la cual podem os aprender y que puede se r objeto de crítica. Com o otros m uchos, aquí busca redefinir m ás que deshacerse de las obras modernis­ tas y las suposiciones en la elaboración de lo que ella de­ nom ina un «nuevo hum anism o». Sin em bargo, estos y otro s crítico s han seguido respon­ diendo de form a invariable a las dos teorías m ás influyen­ tes del p osm od em ism o que hem os com entado m ás atrás: el dom inio del signo o la im agen y la consiguiente pérdida de lo real y un escepticism o h acia las grandes narrativas del progreso hum ano. Éstos se asocian respectivam ente con los filósofos franceses Jean B audrillard y Jean -Fran çois Lyotard. J e a n B a u d r il l a r d L as p rim eras obras de Baudrillard cuestionaban los pre­ ceptos tanto del m arxism o co m o del estructuralism o. H a­ biendo defendido el dom inio del consum o en las m odernas sociedades capitalistas sobre la producción y del significan­ te sobre el significado, Baudrillard dirigió su atención a una crítica de la tecnología en la era de la reproducción de los m edios de com un icación y llegó a repudiar todos los m o ­ delos que h acen distinción en tre la superficie y la profun­ didad o lo aparente y lo real. L a reelab oración de Baudrillard de los tem as del postestructuralism o y de los situacionistas franceses a finales de los años de 1970 y 1980 m a rcó una «retirada de la políti­ ca» p o r p arte de los intelectuales de izquierdas y com p ortó el estatus de culto de B audrillard. Sus escritos apocalípticos y de una provocación crecien te de este período anunciaban el reinado de los «sim ulacros» (la copia sin original) y el m undo de la «hiperrealidad» (un concepto que co m p arte con U m berto E co ; véase Viajes p o r la hiperrealidad de E co (1 9 8 7 ) en la cual las im itaciones o «falsificaciones» adquie­ ren preem inencia y usurpan lo real. La p rim era obra influyente de Baudrillard Sim ulacra et Sim ulation (1 9 8 1 , traducida en 1983 y 1994) exp lora este m undo sin fondo de im ágenes sin reflejo. Según Baudril- TEO R ÍA S POSM ODERNÍSTAS 249 lard, los signos ya no corresponden o en m ascaran su refe­ rente de la «vida real», sino que lo reem plazan en un m un­ do de «significantes flotantes» autónom os; ha tenido lugar «una im plosión de im agen y realidad». E sta implosión, com o com entó Neville Wakefield, con d u ce «al no-espacio sim ulado de la hiperrealidad. Lo "real” se define ah o ra en térm inos de los m edios en los que se mueve». Se tra ta de las tecnologías de la com unicación posm o d em as creadoras de imágenes — sobre todo la televisión— que para B audrillard estim ulan esta proliferación de im ágenes autogeneradas p or toda la superficie posm oderna. La experiencia es ahora en todas partes derivada y-literalm ente superficial y ha alcanzado su fo rm a «utópica» final en la abundancia instantánea y la banalidad de la sociedad «inculta» de E s ­ tados Unidos, quintaesencialm ente en Disneylandia. Las obras de Baudrillard de finales de los años de 1980 y de 1990 (incluyendo America, Fatal Strategies, The Illusion o f the E n d ) han sido cad a vez m ás nihilistas. Considera la posm odem idad repetidam ente en térm inos de desapari­ ción del significado, de inercia, de agotam iento y de finales, ya sea de historia o de subjetividad. (O tras m uchas obras contem poráneas soportan de form a sim ilar el tem a del « fin de la historia», especialm ente las reflexiones de Francis Fukuyam a sobre las im plicaciones de la caíd a del com unis­ m o.) P ara B audrillard, todo está desplegado «de form a obscena», m oviéndose sin fin y de form a transparente por una superficie en la que no hay control, ni referencia estabilizadora, ni ninguna perspectiva de transform ación. Qui­ zás su afirm ación m ás provocativa en estas líneas fuera que la guerra del Golfo de 1991 no fue real, sino una guerra televisiva, un evento o espectáculo m ediático: «es irreal», escribió, «una gu erra sin los síntom as de la guerra». É l vio en este episodio la planificación de u n a «lógica de disua­ sión», de la gu erra caliente a la guerra fría, y eso p ara lu­ ch a r co n tra «el cad áv er de la guerra». L a guerra no puede escap ar de la red de sim ulación posm oderna ya que «la TV es nuestro em plazam iento estratégico, un sim ulador gigan­ te» que cre a la g u erra com o una realidad virtual. E sta opi­ nión recibió los· ataques por su sofisticación irresponsable de Christopher N orris, uno de los críticos m ás serios de 250 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Baudrillard. Su respuesta apareció com o el prim er capítulo de Uncritical Theory: Postmodernism, Intellectuals a nd the G u lf War (1 9 9 2 ). Aquí com o en todas partes, Norris aboga, a través de. la tradición filosófica de Frege, Donald David­ son y H aberm as, en favor de una alternativa al paradigm a estructuralista y al consiguiente escepticism o del postes­ tructuralism o y el posm odem ism o. Aparte de una refuta­ ción del m undo de signos exclusivo de B audrillard, a través de una llam ada a la garantía del sentido com ún de que la desigualdad, la opresión, el desem pleo, la decadencia urba­ na, la destrucción y la m uerte en la guerra son formas m ani­ fiestam ente reales de la experiencia social, N orris propone que las presuposiciones de la verdad y de la razón co rrecta están presentes en el discurso y en la co n d u cta hum anos a todos los niveles y que ofrecen las bases para la m oralidad y el ju icio político. O tros com entaristas interpretaron la obra m ás tardía de B audrillard co m o sim plem ente frívola o, lo que es peor, insensible y ofensiva; al m enos, com o la­ m entable y m anifiestam ente desesperada. Las obras de B audrillard han llegado a evitar las c a ra c ­ terísticas específicas de determ inadas form as sociales, cul­ turales o artísticas, m ientras se pronunciab a sobre ellas de una form a que puede com b in ar el aperçu elegante con la hi­ pérbole infundada; pero lo que aparece, para la sociedad, la teoría y el arte, es la opción de recom binar, repetir, relan ­ zar las piezas disem inadas de un pasado (perdido). Su es­ tética im plícita es, p o r lo tanto, la de un pastiche (B audril­ lard parece a m enudo dedicarse al autopastiche), una idea desarrollada por Friedric Jam eson (véase m ás adelante), aun­ que esto lo explicó Linda H utcheon en los térm inos esbo­ zados anteriorm ente. E n literatura hay estrechas co rrela­ ciones e incluso anticipaciones del pensam iento de B a u ­ drillard en la novela de principios de los años de 1960 Crash o b ra del novelista d e cien cia ficción J . G. Ballard — sobre el cual Baudrillard escribió un posterior ensayo de ad m ira­ ción (véase Sim ulacra a n d Sim ulation, 1994)— y la ciencia ficción de Philip K. Dick. Más recientem ente, las im plica­ ciones de la hiperreaiidad y los sim ulacros han sido explo­ rados en la ficción ciberpunk de W illiam Gibson, B ru ce Sterling y otros — p ara Jam eson «la suprem a expresión li­ TEO RÍA S POSMODERNISTAS 251 teraria» del posm odernism o o del capitalism o tardío— , así com o en una generación de películas principales, desde Blade R u n n er hasta Terminator y el Toy Story de W alt Dis­ ney (véase B rooker y Brooker, 1997). E n estos primeros ejem plos, en un paralelo a là perspectiva de B audrillard de que la hum anidad debería rendirse a un triunfante mundo de im ágenes, los sujetos hum anos están inm ersos en nue­ vas relacion es con las invasivas teorías posm odernas: un tem a de gran interés y no siem pre visto de form a pesim is­ ta, en carn ad os tanto en la teoría com o en la ficción en la fi­ gura del cyborg (véase Haraway, 1985, y W olm ark, 1993). E n efecto, tal y com o sugirió B est y Kellner, quizás la m e­ jo r m an era de interpretar la obra de Baudrillard sea com o un ejem plo en sí m ism a de «ficción especulativa». Sus pro­ pios pensam ientos en estas líneas (en Fatal Strategies, 1983 y The Illusion o f the E n d , 1994) ofrecen un extrem o m elan­ cólico respecto al cual ju zg ar estas otras especulaciones contem poráneas, en literatura y en todo, sobre el fin del m i­ lenio y el destino del ser hum ano. J e a n - F r a n ç o ïs L yo ta r d D urante quince años m iem bro del grupo m arxista revo­ lucionario, el «socialism o de la barbarie», Jean -F ran ço is Lyotard llegó a cu estionar el m arxism o y a b u scar otros tér­ m inos p a ra la investigación de la filosofía y de las artes. En D iscourse, figure (1 9 7 1 ) distinguía entre lo visto, lo visual y lo tridim ensional (lo «figurativo») y lo leído, lo textual y lo bi-dim ensional (lo «discursivo»), Lyotard identifica, de este m odo, dos regím enes y conjuntos de leyes que los paradig­ m as estructuralistas y sem ióticos habían ignorado, inter­ pretando el reino espacial y visual de las co sas de form a dem asiado au tom ática o inm ediata en la m o n oton ía del tex­ to. E n E co n om ie libidinale (1 9 7 4 ) Lyotard hizo extensiva esta crítica al m arxism o, abogando por una filosofía alter­ nativa del deseo, intensidades y energética debidas a Nietzs­ che. E n su suposición de que la historia está a disposición de la con cien cia, se considera el m arxism o co m o si despo­ ja ra a la historia de su m aterialidad, llenando el vacío que 252 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA se ha cre a d o con una narrativa totalizadora. Se considera que la co n cien cia discursiva inunda el mundo figurativo y su nexo asociad o del deseo (en teoría próxim o a la de De­ leuze y G uattari, véase cap . 7). E s ta represión representa la m arca de lo «m oderno», coh eren te con los procedim ientos de la racionalidad y aso ciad a co n los modelos de justicia y civilización que caracterizan la m odernidad. Tal y co m o lo resum ió T hom as Docherty: El capital, la masculinidad, etc. —todas las formas de un pensamiento ideológico dominante que caracteriza el mundo moderno— , dependen de la supresión de la figurálidad y su transliteración prematura en la forma de discursividad. La pro­ pia modernidad está basada en la exclusión de la figura, de la profundidad de una realidad, de la materialidad de una histori­ cidad que es resistente a las categorias de nuestro entendi­ miento, pero a las cuales obligamos a forjarse en las formas de nuestro mundo mental discursivo. Com o añade Docherty, lo que en la m odernidad pasa p or entendim iento (el p articu lar m odo discursivo del pen­ sam iento racional) es, desde este punto de vista, «en sí m ism o u n a m aestría de la dom inación, y desde luego no un entendim iento». Lyotard cree por tan to que hay un nivel — el figurativo, ..m arcado p o r el flujo y Jas intensidades del deseo y sus efec­ tos libidinales— que es plural, heterogéneo e introducido a la fuerza en el significado u nitario por la razón totalizado­ ra. D esem boca en una valoración de la diferencia, de im­ pulsos co n trario s reprim idos, abierto a lo múltiple y a lo in­ conm ensurable. A continuación desarrolla esto m ás allá de una filosofía del vitalism o a una filosofía del lenguaje y la justicia en los textos de los años de 1980 (Just G am ing, 1985 y The Differenti, 1983). E l a rte que participa en esta co n ­ cien cia posm oderna de la diferencia y la heterogeneidad crítica, p o r tanto, y desestabiliza las conclusiones de la m o ­ d ern id ad ,'E xp lo ra lo «indecible» y lo «invisible». Sin em bargo, es la o b ra de Lyotard The Postm odern Con­ dition (1 9 7 9 ) la que ha dem ostrado ser el centro principal de los debates sobre el posm odem ism o cultural. Inspirán­ dose en p rim er lugar en la crítica de Nietzsche sobre las de­ TEO RÍA S POSM ODERNISTAS 253 m andas totalizadoras de la razón co m o si carecieran de base moral o filosófica (o «legitim ación») y en segundo lu­ gar, en W ittgestein, Lyotard argum enta que los criterios que regulan las «dem andas de verdad» del conocim iento deri­ van de «juegos lingüísticos» discretos y dependientes del contexto, no de reglas o estándares absolutos. En su fase «moderna», por ejemplo, la ciencia buscaba la legitim ación de uno de dos tipos de narrativas: la de la liberación hu­ m ana asociada a la Ilustración y la tradición revoluciona­ ria, o la de la unidad futura de todo conocim iento asociado al hegelianismo. De acuerdo con Lyotard, ninguna de estas m etanarrativas legitim adoras o grands récits tiene credibilidad en la a c ­ tualidad. E n esta crítica, haciéndose eco del pesimismo de la escuela de F ran ck fu rt aunque la atención de Lyotard se centra m ás estrecham ente en form as de conocim iento m o ­ derno y posm oderno, se considera que el proyecto de la Ilustración ha producido una gam a de desastres sociales y políticos: desde la guerra m oderna, Auschwitz y el Gulag a la am enaza n u clear y la grave crisis ecológica. Los resulta­ dos de la m odernización han sido la burocracia, la opresión y la miseria, al tiem po que la n arrativa de la liberación y de la igualdad ilustrada han dado los frutos contrarios. Jürgen H aberm as, com o se ha señalado, ha rechazado este punto de vista y m antiene que un com prom iso co n la operación de una «razón com unicativa» intersubjetiva hará que los obje­ tivos de la ju sticia y la dem ocracia sean realizables. E n opi­ nión de Lyotard, las «dem andas de verdad» y el consenso asumido de una universalización así de la historia son re­ presentativos e insostenibles. Privados de estos fundam en­ tos, la ciencia «posm oderna» persigue m etas técnicas y c o ­ m erciales óptim as: un cam bio reforzado por las nuevas tecnologías com puterizadas que convierten la inform ación en una cantidad política. Sin em bargo, este orden tecn ocrático está peleado con una trayectoria experim ental interna que cuestiona los paradigmas de la «ciencia normal». Lo que Lyotard denom ina la actividad del «paralogism o» — ejercida en el razonam iento ilógico o con trad ictorio— produce un avance en lo desconocido del nuevo conocim iento. Aquí sur­ ge una nueva fuente de legitimación, envuelta en petits ré- 254 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA cits m ás m odestos y en deuda con la vanguardia radical im ­ perativa de experim entar y «hacerlo nuevo». P o r consiguiente, la estética p o sm o d em a que surge de la obra de Lyotard (exam inada de m odo m ás conveniente en el apéndice de The Postmodern Condition: «Answering the Question: W h at is Postm odernism ?») puede considerarse co m o una estética investigadora de lo sublime. Aún m ás, habría que señ alar que esto no sigue secuencialm ente al m odernism o tanto co m o contiene sus condiciones funda­ mentales.. Aquí Lyotard se separa de B audrillard, Jam eso n y otros com en taristas posm odernos que ven una ruptura decisiva entre los períodos m oderno y posm oderno. Para Lyotard, lo p osm oderno no es una ép oca y menos un co n ­ cepto periodizador que un estilo. «Lo posm oderno es indu­ dablem ente una parte de lo m oderno», com o lo expresó Lyotard, «sería lo que, en lo m oderno, presenta lo im pre­ sentable en la propia presentación.» De la m ism a form a, lo «figurativo» y lo «discursivo» no deben considerarse co m o secuenciales o co m o exclusivam ente identificados co n lo posm oderno y lo m oderno; lo posm oderno y lo figurativo pueden a p a recer dentro de lo m oderno y discursivo. P o r lo tanto, esto presenta una form a de identificar a los escrito ­ res p osm odem os y las tendencias en el período estricta­ m ente «m oderno» (el Jo y ce de Finnegans Wake, p o r ejem ­ plo) y para re cu p erar las distinciones entre form as de m odernism o m ás cercan o y terrorista y m ás abierto y ex­ perim ental (entre el alto m odernism o y el de vanguardia radical, por ejem plo, o entre T. S. Elliot, William Carlos W illiams y G ertrude Stein). P o r añadidura, el estilo posm oderno procede sin crite­ rios o reglas predeterm inados) ya que éstos son descubier­ tos m ás que asum idos. P o r analogía, esto tam bién se apli­ ca rá en la a ren a política y a una lenta penetración de conceptos de ju sticia «posm oderna». Sin em bargo, es en este punto, en la consideración de los entresijos sociales y políticos, que algunos 'piensan que el pensam iento de Lyo­ tard alcanza su punto m ás débil o am biguo. Porque aunque para au to rizar una m icropolítica «posm oderna» conscien­ tem ente descentrada, en com ún con la deconstrucción en general, por u na p arte se puede prevenir co n tra la hetero­ TEO RÍA S POSMODERNISTAS 25 5 geneidad, lo local, lo provisional y lo p ragm ático en los jui­ cios éticos y la con d u cta, por la otra se puede interpretar com o garantía de un relativism o sin conexiones, alto en re­ tó rica y bajo en propuestas de acción social con creta (véa­ se el prólogo de Jam eso n a The Postmodern Condition, en­ sayos de Nicholson, 1990 y Lecturas, 1990). Al m ismo tiem po, este tem a no se lim ita a interpretaciones de Lyotard y se podría decir que com prende el tema m ás acuciante y vivo de los debates posm odernos. POSMODERNISMO Y MARXISMO Dos artículos significativos del posm odernism o p roce­ dentes de la tradición angloam ericana, que respondían a las p osturas representadas p o r Baudrillard y Lyotard y a los de­ safíos que el posm odernism o ofrece al m arxism o en con­ creto, fueron publicados en N ew Left Review por Fredric Jam eson en 1984 y Terry Eagleton en 1985 (para profundizar en el tratam iento de am b os críticos véase el cap. 5). Jam eson ha explorado con g ran coherencia los interrogantes de los cam b ios sociales, económ icos y culturales planteados p or el posm odernism o y tam bién su relación con la natu­ raleza cam biante del capitalism o y al lugar que ocupa en él el m arxism o. El título de su ensayo de 1984, que actual­ m ente constituye un docum ento clave en los debates sobre el posm odernism o, reproducido en su versión m ás com ple­ ta co m o el título-ensayo de su últim a obra, Postmodernism, or the Cultural Logic o f Late Capitalism (1 9 9 1 ), arroja algu­ n a luz sobre la relación sim biótica entre el posm odem ism o y lo que Jam eson considera co m o la expansión y la conso­ lidación de la hegem onía capitalista. Él ve una profunda co ­ nexión entre la tecnología «electrónica y de energía nu­ clear» de la econom ía m undial m ultinacional y las im áge­ nes sin fondo, fragm entadas y aleatoriam ente heterogéneas de la cu ltu ra posm odernista. E sta cultura ha borrado la frontera (fuertem ente defendida por el arte m odernista) en­ tre la alta cultura y la cu ltu ra de m asas. Jam eso n señala la fascinación «posm oderna» con el «panoram a totalm ente "degradado" de schlock y kitsch, los seriales televisivos y el 256 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Reader’s Digest, la publicidad, los moteles, los pro gram as pi­ cantes de m adrugada, las películas serie-B y los pulp-fiction de Hollywood». E sta cultura com ercial ya no se m antiene a raya ni se parodia a la manera m odernista o de la form a con dobles sentidos descrita por H utcheon (véase m ás atrás), sino que, a juicio de Jam eson, se incorpora d irecta­ m ente al a rte posm odernista. La obra de Andy W arhol, por ejemplo, revela la total interpenetración de la producción estética y m ercantil. La form a característica de esta cu ltu ­ ra, dice Jam eson , es el «pastiche» o la «parodia vacía»: la «desaparición del sujeto» priva al artista de un estilo indi­ vidual del m ism o modo que la «pérdida de la historia» pri­ va al arte de su originalidad. E l artista tan sólo puede re­ currir a la im itación de estilos pasados sin intención, ironía ni sátira. Jam eson resum e su visión del «estilo nostálgico» resultante de la siguiente m anera: «La aproxim ación al pre­ sente, m ediante el lenguaje artístico del sim ulacro o de la im itación del pasado estereotipado, dota a la realidad a c ­ tual y a la ap ertura a la historia actual de la distancia de un espejismo brillante:» El arte posm odem ista ya no puede re­ presentar un pasado real, sino sólo nuestras ideas y estereo ­ tipos del pasado en la form a de historia «popular». E l problem a central de la postura de Jam eso n reside en adaptar su aceptación del posm odernism o co m o nu estra si­ tuación cultural y su co m p ro m iso con el m arxism o hegeliano. Porque aunque acep taría la perspectiva de B au d ril­ lard de la sociedad actual co m o una sociedad de «im agen im plosionada» o sim ulacro, separada de referencia, reali­ dad e historia auténtica, desea co n serv ar una distinción en­ tre la superficie y la profundidad dentro del m aterialism o dialéctico que, por m uy fortificado que esté, b u sca ca p ta r la «totalidad» de la sociedad fragm en tad a privada de «grandes narrativas» y llevar a cabo u n a tran sform ación social y cul­ tural. E n este artículo, E ag leto n desarrolla la idea de la co n ­ vergencia del arte y la p ro d u cció n en el capitalism o tardío. E l análisis de M arx del d in ero y el valor de cam b io incluía el con cepto de «fetichism o m ercan til». E sto se refiere al d esconcertan te proceso p o r el cu al el trabajo h u m an o está traspuesto a sus productos: el v alo r que el tiem po de trab a­ TEO R ÍA S POSMODERNISTAS 257 jo concede a los productos se considera com o una propie­ dad independiente y objetiva de los propios productos. E sta incapacidad p ara con sid erar los productos por lo que son se encuentra en la raíz de la alienación y la explotación so­ cial. Eagleton tra ta el «Fetichismo» co m o una categoría es­ tética: el p roceso del fetichismo m ercantil es un proceso im aginario que insiste en la realidad independiente del pro­ ducto concebido im aginativam ente y la m ente humana alie­ nada acepta la independencia objetiva de su propia crea­ ción im aginaria. A la vista de esta profunda «irrealidad» tan to del arte co m o del producto, Eagleton afirm a la «ver­ dad histórica de que la m ism a au tonom ía y la propia iden­ tidad bruta del artefacto posm odem ista es el efecto de su integración d irecta en un sistem a económ ico en el que tal autonom ía, en la foim a de fetiche m ercantil, está en el o r­ den del día». Linda H utcheon debate la im plicación que encuentra en Jam eso n y E ag leto n de que la intertextualídad posm oder­ nista reproduce sim plem ente el pasado en la form a de una nostalgia llana y com prom etida m ás que revelar su con s­ tru cción en el discurso y la ideología. En The Politics o f Postm odernism (1 9 8 9 ) responde a Eagleton — «un crítico m arxista que ha acu sad o a la ficción posm oderna de ser ahistórica»— m ediante un análisis de su propia novela his­ tórica, Saints and Scholars (1987). Ella argum enta que esta novela «se m ueve h acia un retorno crítico a la historia y a la política a través, y no a pesar de, la timidez m etaficticia y la intertextualídad paródica». Aquí reside la paradoja del «"uso y abuso" posm odernista de la historia». Otros críticos m arxistas que entienden el posm odernis­ m o com o u na intensificación del capitalism o, una exten­ sión de privilegio y desventaja a escala mundial y que abo­ gan, por tanto, en favor de la im portancia continuada de los políticos de clase, siguen a Eagleton en su antagonism o, o, en el m ejor de los casos, en su profunda cautela, hacia las teorías del posm odernism o. Al m ism o tiempo, m uchos m iem bros de la izquierda han pretendido revisar su política cultural y los ideáles de la Ilustración o de la modernidad de la cual derivan co n el fin de dar respuesta a las condiciones alteradas de los m edios de com unicación globalizados y la 258 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA sociedad de la inform ación que describe el posm odernism o. E ste debate se ha desarrollado con frecuencia, com o taipbién un intento de fundam entar una nueva ética o política posm oderna, en el m arco de la filosofía, la teoría social o los estudios culturales, en lugar de en la teoría o la crítica literarias. (Véase B au m an , 1993, Squires, 1993, N icholson y Seidm an, 1995 y Hall, 1996.) Y así es, ésta discusión criti­ c a los modelos m ás textualistas del posm odem ism o que m uchas veces hallam os en los estudios literarios. Sin em ­ bargo, tam bién se ha movilizado un posm odernism o «m un­ dial» com prom etido, alineado co n las tendencias en el pensam iento y la deconstrucción postestructuralista, p ara critica r los m odelos esencialistas y exclusivos del sujeto y las ideas elitistas de literatura y cultura. Sus principales a r ­ gum entos van dirigidos a «descentrar» las concepciones unitarias y norm ativas de la identidad sexual, étnica, racial o cultural, y, de este m odo, el posm odernism o radical o so­ cial conecta con algunas de las ideas contem poráneas m ás provocativas del fem inism o, el poscolonialism o, las teorías y obras afroam erican as, gays, lesbianas y hom osexuales (véase más adelante). Los FEMINISMOS POSMODERNOS Tal y co m o ha señalado Linda N icholson, la crítica p o s­ m odernista de la neutralidad supuestam ente acad ém ica y las dem andas de racionalidad parecerían convertirla en u n a «aliada natural» de la oposición fem inista a una m asculinidad norm ativa que opera asociada con los ideales del p ro ­ yecto de la Ilu stración {Fem inism /P ostm odernism , 1990). Aunque algunos querrían defender los universales de la Ilustración de p rogreso, justicia e igualdad social co m o de una im portancia inagotable p ara el fem inism o (Lovibond, 1990), muy pocos los aceptarían sin revisar o negarían el reto de los argum entos posm odernos, tanto a las suposicio­ nes culturales e intelectuales engendradas p o r la m oderni­ dad, com o a las propias posiciones unlversalizantes o esen ­ cialistas del fem inism o. El posm odem ism o, dice N icholson, puede contribuir a evitar «la tendencia a construir la teoría TEO RÍA S POSMODERNISTAS 259 que se generaliza a p artir de las experiencias de las muje­ res blancas occidentales de clase media». E n la m ism a línea, P atricia Waugh (F em in in e Fictions, 1989) considera que el fem inism o «ha atravesado una eta­ pa necesaria de b u scar la unidad», pero que m ás reciente­ m ente h a generado concepciones alternativas del sujeto y de la subjetividad que «enfatizan la provisionalidad y la posicionalidad de la identidad, la construcción histórica y so­ cial del género y la producción discursiva de conocim iento y poder». E n un ejem plo particularm ente influyente de la teoría no-esencializante, tam bién de finales de los años de 1980, Alice Jardine acu ñ ó el térm ino «ginesis» por opo­ sición a «ginocrítica» o crítica cen trad a en el hom bre, aso­ ciad a especialm ente a la obra de Elaine Show alter (véase cap . 6 ), L a ginesis d escribe la m ovilización de un análisis postestru ctu ralista de la catego ría «m ujer». Jard in e observa que las crisis experim entadas por las principales narrativas occidentales no son neutrales en cuanto al género. Al exa­ m in ar las relaciones de géneros originales de la filosofía griega. Jard in e argum enta que las «oposiciones duales [fun­ dam entales] que determ inan nuestra form a de pensar» se encu en tran entre el techne o tiempo (hom bre) y la physis o espacio (m ujer). P o r tanto, un aspecto clave del cuestionam iento posm odernista de las principales n arrativas de Oc­ cidente es «un intento p o r cre a r un nuevo espacio o espaciam ien to entre ellas m ism as para sobrevivir (de diferentes clases)». P a ra Jardine, la condición de posm odernidad (o la «crisis-en-la-narrativa que es la m odernidad», co m o prefiere ex­ presarlo) está m arcad a por la «valoración de lo femenino, de la m ujer» com o algo «intrínseco a Unos m odos nuevos y necesarios de pensar, de escribir, de hablar». R especto a la «falta de conocim iento» o al «espacio» fem enino que las na­ rrativas principales siem pre tienen aunque no pueden con­ trolarlo, la ginesis es el p roceso de in trod u cir en el discur­ so a ese «otro»: la «mujer»'.' El objeto producido mediante este pro ceso es un gin em á: una m ujer no co m o persona, sino un «efecto de lectura», una «m ujer-en-efecto» que «nu n ca es estable y ca re ce de identidad» (y podría ser pro­ d u cid a en los textos p o r escritores varones). 260 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA Com o co n otras versiones de Vescriture fém in in e, afirm a la ginesis, en la fase de M ary Jacobus «no la sexualidad del texto, sino la textualidad del sexo». É sta es, por tanto, una clase de escritu ra que no tiene género determ inado, pero que altera el significado fijado y fom enta el juego libre tex­ tual m ás allá del control de la autoridad o de la crítica. La oposición de Jardine a la teo ría feminista gin océn trica su­ pone un impor tante cuestionam iento de los con cep tos fun­ dam entales que el genocentrism o da por obviam ente signi­ ficativos. L a ginesis tam bién se opone a la incapacidad de la crítica angloam ericana p ara teorizar adecuadam ente la im portancia y las significaciones de los textos literarios de vanguardia y m odernistas. Aunque el modelo de Jardine es antihum anista, antirealista y antiesencialista, ella desea agarrarse a un modelo de política feminista válido. Como sugiere Catherine Belsey (Critical Approaches, 1992), para Jardine, el posm odernism o es «incom patible co n el feminis­ mo hasta el punto que el fem inism o es la historia individual de la Mujer». L a ginesis es una potente form a de decons­ trucción política, cultural y crítica. Revaloriza y da nueva forma (si no explota) los cánones literarios, rech aza los sig­ nificados unitarios o universalm ente aceptados y politiza m anifiestam ente todo el dom inio de la p ráctica discursiva. La ginesis no considera a la m ujer com o em píricam ente de­ m ostrable, sino que, m ás bien, la «mujer» es un vacío o una ausencia que trastorna y desestabiliza las narrativas dom i­ nantes. Las diferentes dem andas de las tradiciones em pírica y postestructuralista en la crítica feminista son un asunto de debate continuo, pero ha tom ado una dirección posm oder­ nista m ás pronunciada en el relato de Judith B u tler del gé­ nero (sobre B u tler véase tam bién el cap. 10). B u tler re­ conoce que las ram as del fem inism o inform adas p o r el postestructuralism o han sido atacadas por perder de vista un concepto estable de identidad, pero afirm a que «los de­ bates fem inistas contem poráneos sobre los significados del género conducen una y o tra vez a un sentim iento de co n ­ flicto, com o si la indeterm inación del género pudiese cul­ m inar finalmente en el fracaso del feminismo». P a ra Butler, el «nosotras» fem inista es una «construcción fantasm ática» TEO RÍA S POSM ODERNISTAS 261 que «niega la com plejidad y la indeterm inación internas» y «sólo se constituye m ediante la exclusión de una p arte de los constituyentes que, al propio tiem po, pretende rep re­ sentar». Butler con sid era que el fem inism o basado en la identi­ dad es restrictivo y lim itador porque tiene una tendencia, por mínima que sea, a producir identidades con género ■como «reales» o «naturales». L a tesis de Butler es que «no hay identidad de género tras las expresiones de identidad», «la identidad está constituida por las m ism as expresiones 'que se dice constituyen sus resultados». E l com portam ien­ to con género no es la consecuencia de una identidad pre­ via: «no hace falta que haya un "au to r tras el acto", m ás bien, el "au to r” se construye invariablem ente en y a través del acto». E n este sentido, B utler difiere de las teorías esen ­ ciales de la personalidad (com o las de Beauvoir), que m an ­ tienen una «estru ctu ra prediscursiva tanto de uno m ism o com o de sus actos» y de Cixous que sostiene el punto de vista de que las m ujeres ocupan un m undo precultural o precivilizacional, m ás próxim o a los ritm os de ía natu rale­ za. En su lugar, B u tler nos insta a considerar la identidad com o la práctica significativa: el género es algo que «h ace­ mos» y, com o todas las p rácticas significativas, depende de la repetición — la repetición de palabras y actos que h acen al sujeto culturalm ente inteligible— . E l resultado es que no sólo son catego rías de identidad co m o la feminidad re co ­ nocidas co m o diversas y con testad as (m ás que fijadas), sino que tam bién se hace posible una subversión de la identidad. Por lo tanto, el m odelo privilegiado de B utler de sub­ versión en la acció n es la p ráctica de la parodia en la cual el género es producido com o una «copia defectuosa», co m o algo esencialm ente agrietado y dividido. Su argum ento dis­ curre próxim o en este punto a la versión de Linda H utcheon de la parodia posm oderna y al relato de Homi B h ab h a de la im itación colonial en el cual los im itadores, que están obligados a internacionalizar las leyes de las naciones co lo ­ nizadoras, sólo lo consiguen de form a im perfecta: «casi lo m ism o, pero no del todo»; una repetición o im itación im ­ perfecta x}ue significa las grietas y fisuras del proyecto co ­ 262 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORANEA lonial. P ara Butler, la repetición paródica del género expo­ ne la «ilusión de la identidad de género com o una profun­ didad intratable y una sustancia interior». La «pérdida de las norm as de género» tendría el efecto de proliferar las configuraciones de género, desestabilizando la identidad sustantiva y privando a las narrativas naturalizadoras de la sexualidad coercitiva de sus protagonistas centrales: el «hombre» y la «m ujer». El ensayo de Donna Haraway, «A M anifesto for Cy­ borgs» (1 9 8 5 , en Nicholson, éd., 1990), es im portante en este punto y ha sido de interés continuo. El punto de vista de H araw ay del «cyborg » com o «criatu ra en un m undo de postgénero» m a rca o tra crítica rad ical de las dualidades y las polaridades (com o por ejemplo naturaleza/cultura, pú­ blico/privado, orgánico/tecnológico) que son con stan tem en ­ te rearticulados co m o estructuras organizativas fundam en­ tales de subjetividad en Occidente. L a apertura de H araw ay a la tecnología le perm ite cuestionar la fuerza de los m itos de origen y cum plim iento. Los «potentes m itos gem elos» del desarrollo individual y de la historia «inscritos co n m a­ yor fuerza p ara nosotros en el psicoanálisis y el m arxism o» dependen del «argum ento de unidad original fuera de la cual la diferencia debe ser producida y obtenida en un d ra ­ m a de dom inación intensificada de m ujer/naturaleza». El radicalism o del cyborg es que «se salta el paso de la unidad original, de identificación con la naturaleza en el sentido occidental»; es opositivo, utópico y «carece de trato co n la bisexualidad, la simbiosis preedípica, el trabajo inalienado u otras seducciones a la integridad orgánica». El argum ento de Haraway to m a de las perspectivas fe­ m inista y poscolonial contem poráneas que la lucha p o r los significados de la escritura/los escritos es una im portante form a de lucha política. Para Haraway, escribir es «preem i­ nentem ente la tecnología de los cyborgs» y la política de los cyborgs es la «lucha por el lenguaje y la lucha co n tra la c o ­ m unicación perfecta, contra el código único que trad u ce/ transcribe de form a perfecta todos los significados, el dog­ m a central del faloegocentrism o». H araw ay encuentra equi­ valentes de identidades de los cyborgs en las historias de «extraños»: definidos com o esos grupos (com o «las m ujeres T EO R ÍA S POSM ODERNISTAS 26 3 de color» en Estados Unidos, véase m ás adelante «Raza y et­ nicidad») sin ningún sueño original disponible de un len­ guaje com ún (una idea asociada con Adrienne Rich, sobre la cual véase el cap. 10). A la hora de volver a relatar historias del origen o explorar tem as de identidad cuando jam ás se ha poseído el lenguaje original o jam ás se ha «residido en la ar­ m onía de la heterosexualidad legítima en el jardín de la cul­ tura», los autores cyborgs celebran su ilegitimidad y trabajan para subvertir los m itos centrales de !a cultura occidental. B ib l io g r a f ía s e l e c c io n a d a Textos básicos Baudrillard, Jean , The M irror o f Production (1 9 7 3 ), trad. M ark Pos­ ter, Telos Press, St. Louis, 1975. — , F o r a Critique o f the Political E conom y o f the Sign (1 9 7 6 ), tra­ d ucción Charles Levin, Telos Press, St. Louis, 1975. — , «The E cstasy of C om m unication», en Foster, ed. (1 9 8 5 ), m ás adelante. — , Am erica (1 9 8 6 ), trad. Chris Turner, Verso, L ondres, 1988. — , S im ulacra a nd Sim ulation (1 9 8 1 ), trad. Sheila F aria Glaser, University of M ichigan P ress, Ann Arbor, 1994. Benjam in, Andrew (ed.), The Lyotard Reader, Basil Blackw ell, Lon­ dres y Cam bridge, MA, 1989. Brooker, P eter (ed.), M odernism /Postm odernism , Longm an, Lon­ dres, 1992. Butler, Judith, G ender Trouble: Fem inism and the Subversion c f Identity, Routledge, Lond res y Nueva York, 1992. — , Bodies that Matter: On the Discursive Lim its o f «S e x », R out­ ledge, Londres y N ueva York, 1993. Connor, Steven, Posm odem ist Culture: An Introduction to Theories o f the Contemporary, Basil Blackwell, Oxford, 1989. Docherty, Thom as (ed.). Postmodernism A Reader, H arvester W heat­ sheaf, Hemel H em pstead, 1992. E agleton , Terry, «Capitalism , M odernism and Postm odernism » (1 9 8 5 ), en Against the G rain: Selected Essays, 1 9 7 5 -8 5 , Verso, Londres, 1986. E co , U m berto, Travels in Hyperreality, trad. W. W eaver, Picador, Londres, 1987. Foster, Hal (ed.), Postmodern Culture, Pluto, L ondres, 1985. H araw ay, D onna, «A M anifesto for Cyborgs1. S cien ce, Technology 264 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA and Socialist Fem inism in the 80s», Socialist Review , 15, 18 (1 9 8 5 ), en Nicholson, ed. (1 9 9 0 ), m ás adelante. Hassan, Ihab, «POSTm odem ISM », en Paracriticisms: Seves Specula­ tions on Outr Time, Illinois University Press, U rbana, 1975. — , The Postmodern Turn: Essays in Postmodern Theory a n d Cultu­ re, Illinois University P ress, U rbana, 1975. H utcheon, Linda, A Poetics o f P ostm odernism : History, Theory, Fic­ tion, Routledge, Londres, 1988. — , The Politics o f Postm odernism , Routledge, L ondres, 1989. Huyssen, Andreas, After the Great Divide: M odernism , M ass Cul­ ture, Postm odernism , M acm illan , B asingstoke, 1 9 8 8 . Jam eson, F red ric, «Postm odernism o r the Cultural L og ic o f L ate Capitalism », New Left Review , 146, 1984. — , «Postm odernism and C on su m er Society», en Foster, ed., 1985, véase m ás atrás. — , Postm odernism o r the Cultural Logic o f Late Capitalism, Verso, Londres, 1991. Jardine, Alice, Gynesis: Configurations o f W omen in Modernity, Cornell University Press, Ith a ca , 1985. Lovibond, Sarah, «Fem inism an d Postm odernism », en R oy Boyne y Ali R attansi (eds.). Postm odernism a nd Society, M acm illan, Basingstoke, 1990. Lyotard, Jean -Fran çois, D iscours, figure, Klincksieck, P aris, 1971. — , The Postmodern Condition: A Report on K now ledge (1 9 7 9 ), trad. G. Bennington y B . M assum i, M an ch ester University Press, Manchester, 1984. Nicholson, Linda (ed.), Fem inism /P ostm odernism , R outledge, Lon­ dres y N ueva York, 1990. Poster, Mark (ed.), Jea n Baudrillard: Selected Writings, Polity Press, Cam bridge, 1988. Readings, Bill, Introducing Lyotard. Art a n d Politics, Routledge, Londres y Nueva York, 1 990. Waugh, Patricia (ed.), Postmodernism: A Reader, Arnold, Londres, 1992. Lecturas avanzadas Alexander, M arguerite, Fights fro m Realism : T hem es a n d Strategies in Posm odem ist British a n d Am erican Fiction, Arnold, L on ­ dres, 1990. Baudrillard, Jean , Sym bolic E xch a n ge a nd Death (1 9 7 6 ), trad. Iain H am ilton Grant, Sage, L on d res, 1993. — , Fatal Strategies (1 9 8 3 ), trad. P. B eitch m an y W. G. J . Nieluchowski, J. Flem ing (ed.), Pluto, Londres, 1990. — , The Illusion o f the E n d (1 9 9 2 ), trad. Chris Turner, Polity Press, Oxford, 1994. TEORÍA S POSMODERNISTAS 265 Baum an, Zygm unt, Postmodern Ethics, Blackwell, Oxford, 1993. Bertens. H ans, The Idea o f the Postmodern. A History, Routledge, Londres, 1995. Belsey, C atherine, «Critical Approaches», en Claire B u ck (ed.), Bloom sbury Guide to W om ens Literature, Bloomsbury, Lon ­ dres, 1992. Best, Steven y Kellner, Douglas, Postmodern Theory: Critical In ­ terrogations, M acm illan, Basingstoke, 1991. Brooker, Peter y Brooker, Will (eds,), Postmodern After-Images. A Reader in Film, TV and Video, en preparación, Arnold, L o n ­ dres, 1997. Callinicos. Alex, Against Postm odernism , Polity / Basil Blackwell, Cambridge, 1989. Docherty, Thom as, After Theory: Postm odernism / Postmarxism, Routledge, Londres, 1990. Hall, S tu art, Critical Dialogues in Cultural Studies, David Morley y Kuan-Hsing Chen, eds., Routledge, Londres y Nueva York, 1996. Kaplan, E . Ann (ed.), Postmodernism a nd its Discontents: Theories, Practices, Verso, Londres, 1988. Kellner, Douglas, Jea n Baudrillard: From M arxism to Postm oder­ nism a nd Beyond, Polity/Basil Blackw ell, Cambridge, 1988. — , Postm odernism /Jam eson/Critique, M aisonneuve Press, W ash­ ington, DC, 1990. Lee, Alison, Realism a nd Power: Postm odern British Fiction, R out­ ledge, Londres, 1990. M cHale, Brian , Postmodernist Fiction, Routledge, Londres, 1987, — , Constructing Postm odernism , Routledge, Londres, 1993, Nicholson, Linda y Seidm an, Steven (eds,), Social Postmodernism . Beyond Identity Politics, Cam bridge University Press, Cam ­ bridge, 1995. Norris, Christopher, What's Wrong with Postm odernism : ■Critical Theory a n d the E n d s o f Philosophy, H arvester W heatsheaf, H e­ mel H em pstead, 1991. — , Uncritical theory: Postmodernism, Intellectuals a nd the G u lf War, Law rence & Wishart, Londres, 1992. Readings, Bill, Introducing Lyotard: Art a nd Politics, Routledge, Londres, 1990. S am p , M adan, An Introductory gu id e to Post-Structuralism a nd Post-m odernism , H arvester W heatsheaf, Hemel H em pstead, 1988; 2 .Λ éd., 1993. Silverman, Hugh J, (ed.), Postmodernism, Philosophy a nd the Arts, Routledge, Londres, 1990. Squires, Ju d ith :(ed .). Principled Positions. Postmodernism a n d the rediscovery o f Value, Law rence & W ishart, Londres, 1993. Wakefield, Neville, P ostm odernism : The Twighlinght o f the Real, Pluot, Londres, 1990. W augh, Patricia, M etafiction: The Theory a nd Practice o f Self-Cons­ cious Fiction, R outledge, Londres, 1984. — , Fem inine F iction: Revisiting the Postm odern, Routledge, Lon ­ dres, 1989. — , Practising Postm odernism / reading M odernism , Arnold, L o n ­ dres, 1992. W olmark, Jenny, Aliens a nd Others. S cien ce Fiction, fem in ism a nd Postm odernism , Prentice Hall / H arvester W heatsheaf, Hemel H em pstead, 1993. C a p ítu lo 9 TEORÍAS POSCOLONIALISTAS Otro movimiento que recu rre a las im plicaciones m ás radicales del postestructuralism o es el estudio del discurso colonial o lo que com únm ente se denom ina «crítica poscolonial» — aunque deberíam os h acer una advertencia respec­ to a aferrarse dem asiado a un nom bre para este grupo in­ ternacional y variopinto de escritores y o b ras— . E l análisis de la dimensión cultural del colonialism o/im perialism o es tan viejo com o la lucha co n tra él; esta tarea ha sido un ele­ m ento básico de los m ovim ientos anticoloniales de todas partes. E n tró en el orden del día de los intelectuales y aca­ d ém icos m etropolitanos co m o reflejo de una nueva con­ cien cia a raíz de la independencia de la India (1 9 4 7 ) y com o p arte de una reorientación izquierdista general de las lu­ chas del Tercer Mundo (sobre todo en Argelia) a partir de los años de 1950. L a o b ra de F ran tz Fanon The Wretched, o f the Earth (1 9 6 1 ) fue y sigue siendo un texto clave inspira­ d o r (tuvo un im portante prefacio obra del «converso» m e­ tropolitano Jean-Paul S artre). M ás tarde, los «estudios poscoloniales» asum ieron la problem ática categoría ideológi­ c a de «literatura de la Com m onwealth» p ara surgir en los añ o s de 1980 com o un conjunto de preocupaciones m arca­ das p o r el descentramiento asociado filosóficamente con el postestructuralismo y sobre todo con la deconstrucción (véase el. cap. 7). L a aparición de la crítica poscolonial se ha solapado, p o r tan to, con los debates sobre el posm odernism o, aunque conlleva tam bién una co n cien cia de las relaciones de poder e n tre las culturas de O ccidente y las del T ercer Mundo, que 268 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA el m ás festivo, paródico y esteticizante posm odernism o ha ignorado o ha tardado en desarrollar. Desde una perspecti­ va poscolonial, los valores y las tradiciones occidentales del pensam iento y la literatura, incluyendo versiones del posm odernism o, son culpables de un etnocentrism o represivo. Los m odelos del pensam iento occidental (derivados, por ejemplo, de Aristóteles, D escartes, Kant, M arx, N ietzsche ÿ Freud ) o de la literatura (H om ero, Dante, Flaubert, T. S. E liot) han dom inado el m undo de la cultura, m arginalizando o excluyendo las tradiciones y las form as de vida y ex­ presión culturales no-occidentales. Jacq u es Derrida ha descrito la m etafísica occidental co m o «la m itología blanca que reúne y refleja la cultura de O ccidente: el hom bre blanco escoge su propia m itología, la m itología indoeuropea, su propio logos, es decir, el mythos de su idiom a, para la form a universal de eso que todavía quiere llam ar Razón» y los m étodos de la deconstrucción han dem ostrado con stitu ir una im portante fuente de inspi­ ració n p ara los críticos poscoloniales. Algunos de los res­ tantes argum entos teóricos discutidos en la presente obra — derivados, por ejemplo, de la dialógica de Bakhtin, del con cep to de G ram scí de hegem onía y de los escritos de F ou cau lt sobre el poder y el conocim iento— han sido tam ­ bién relevantes para las form as de pensam iento y lectura pos o anticoloniales y la crítica posm oderna de Lyotard de las narrativas y estrategias históricas universalizadoras de la racionalidad occidental tam bién han influido notablem en­ te. No obstante; el hech o de que estos m odelos tengan su fuente en las tradiciones intelectuales occidentales las co n ­ vierte en cierto m odo en problem áticas. E n el caso de Lyo­ tard, p o r ejemplo, hay irónicam en te un em puje totalizador a su «guerra a la totalidad» y a su «incredulidad hacia las narrativas dom inantes» y, p a ra algunos, una arro g an cia de­ m asiado característica de la ceguera de los paradigm as o c­ cidentales vanguardistas. L inda H utcheon (1 9 8 9 , y véase m ás atrás) trata de acla­ ra r algunas de estas cuestiones trazando una distinción entre los respectivos objetivos y las agendas políticas. Por esta razón, el posm odernism o y el postestructuralism o diri­ gen su crítica al sujeto hum anista unificado, m ientras que TEORÍA S POSCOLONIALISTAS 269 el poscolonialism o busca socavar al sujeto im perialista. Hutcheon afirm a que el prim ero debe «ser sometido» con el fin de que los discursos poscolonial y feminista puedan ser «los prim eros en afirm ar una subjetividad negada o en a­ jenada». Pero esto es com prom eter a las culturas no-occidentales (del m ism o m odo que com prom ete a las m ujeres) a una form a de subjetividad y a una narrativa (reprim ida) del individuo y de la autolegitim ación nacional característi­ cas del hum anism o liberal occidental. Evidentem ente, el peligro es que los «sujetos coloniales» se confirm an en su som etim iento a las form as ideológicas occidentales, que a su vez se confirm an a sí m ism as en su centralización co n ­ troladora. É sta es la perspectiva del «orientalismo» explo­ rado y expuesto por Edw ard Said (Orientalism, 1978), una influencia im p ortan te en la crítica poscolonial, cuyo trab a­ jo está m otivado p o r su com prom iso político con la causa palestina. E l discípulo am erican o m ás distinguido de F o u ­ cault, Said, se ve atraíd o por la versión nietzscheana de su m entor del postestructuralism o porque le permite ligar la teoría del discurso con las luchas sociales y políticas reales. Al desafiar al discurso occidental, Said sigue la lógica de las teorías de Foucau lt: ningún discurso está fijado para siem ­ pre; es tanto cau sa co m o efecto. No sólo ejerce poder, sino que tam bién estim ula la oposición. E dw ard S aid El orientalism o, señala Said, ocupa tres dominios en ex­ pansión. E n prim er lugar, designa la historia de 4 .0 0 0 años de las relaciones culturales entre E u ro p a y Asia; en segun­ do lugar, la disciplina científica que producen los especia­ listas en lenguas y culturas orientales desde principios del siglo XIX ; y en te rce r lugar, las im ágenes a largo plazo, los estereotipos y la ideología general sobre Oriente com o el «Otro», elaborado por generaciones de eruditos occidenta­ les que han originado mitos sobre la pereza, el engaño y la irracionalidad de los orientales, co m o también su repro­ ducción y refutación en los debates habituales sobre el mundo árabe-islám ico y sus intercam bios, sobre todo co n 270 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA E stados Unidos. El orientalism o depende, en todos estos as­ pectos, de la distinción construida desde una óp tica cu ltu ­ ral entre «el O riente» y «el Occidente» (un hecho m ás de «geografía im aginativa» que de naturaleza, tal y co m o lo ex­ presa Said) y es ineludiblemente político, com o tam bién lo es su estudio. P o r lo tanto, esto plantea el tem a decisivo para el poscolonialism o de la posición del crítico; Said lo expresa en Orientalism R econsidered (1986) del siguiente m odo: «cóm o el conocim iento que no es dom inante ni coer­ citivo puede generarse en un escenario que está profunda­ m ente dedicado a la política, las consideraciones, las posi­ ciones y las estrategias de poder». Said rech aza cualquier suposición de un punto «libre» fuera del objeto de análisis y rech aza tam bién las suposiciones del historicism o o c c i­ dental que h a hom ogeneizado la historia mundial de una eurocentricidad privilegiada y supuestam ente culm inante. L a obra de Said se acerca al m arxism o (G ram sci), la «dia­ léctica negativa» de Adorno y, m ás notablem ente, co m o ya hem os señalado, en el análisis del discurso com o p od er de Foucault, p ara dilucidar la función de las representaciones culturales en la con strucción y el m antenim iento de las re­ laciones «Prim er/T ercer Mundo». Dice que el análisis tiene que entenderse «en su sentido m ás pleno siendo a co n tra ­ corriente, deconstructivo y utópico». Reclam a u n a «co n ­ ciencia crítica descentrada» y un trabajo interdisciplinario com prom etido co n el objetivo libertario colectivo de des­ m an telar los sistem as de dom inación. Al m ism o tiem po, ad­ vierte co n tra el obstáculo "de esta m eta de «exclusivism o posesivo»; el peligro de que las críticas antidom inantes dem arquen áreas separatistas de resistencia y lucha. Las credenciales del crítico no residen en la supuesta au ten tici­ dad de identidad étnica o sexual, ni en la experiencia, ni en ninguna pureza de m étodo, sino en o tra cosa. Qué es y dón­ de está esta o tra co sa es el problem a principal de la crítica poscolonial y de o tras formas de «crítica ideológica» dirigi­ das de form a diferente. La propia obra Orientalism de Said ha sido criticad a en este aspecto por su llam ada no teo ri­ zada y no problem ática a los valores hum anistas; pero au n ­ que los ecos m ás fuertes de la deconstrucción en las últim as obras de Said ayudan a responder a esta acusación, la de­ TE O R ÍA S POSCOLONIALISTAS 271 co n stru cción en sí m ism a no fundam enta el tipo de prácti­ ca política y de cam bio que Said desea contem plar. E n el ensayo que da título a T h e W orld, th e Text a n d th e C ritic (1 9 8 3 ), Said explora la «m undanidad» de los textos. R ech aza la opinión de que el discurso está en el mundo y los textos han sido elim inados del m undo, teniendo única­ m ente una nebulosa existencia en la m ente de los críticos. Cree que la crítica m ás reciente exagera la «ilim itación» de la interpretación porque rom pe los lazos en tre texto y rea­ lidad. El caso de O scar Wilde indica que todos los intentos por divorciar el texto de la realidad están condenados al fra­ caso. Wilde trató de c r e a r un mundo estilístico ideal en el que p od er resum ir toda existencia en un epigram a, pero, al final, lo escrito le condujo a un conflicto co n el mundo «norm al». Una ca rta firm ada por él se convirtió en docu­ m ento incrim inatorio clave en el caso de Crown co n tra él. Los textos son profundam ente «m undanos»: sus usos y efectos están m uy relacion ados con la «propiedad, la au to ­ ridad, el poder y la im posición de la fuerza». ¿Y qué hay del p od er del crítico? Said sostiene que cuando se escribe un ensayo crítico se establecen una o m ás de las diversas relaciones co n el texto y el público. El ensa­ yo puede p erm an ecer en tre el texto literario y el lecto r o es­ tar a uno de los dos lados. (Para ver un ejem plo de los pro­ pios escritos críticos de Said en este co n texto, véase su ensayo sobre E l c o r a z ó n d e la s tin ieb la s de Jo sep h Conrad en el cap. 6 de A P ra c tic a l R ea d e r.) Said p lantea una intere­ sante cuestión en relación co n el contexto histórico real del ensayo: «¿Cuál es la catego ría del discurso del ensayo en re ­ lación con la rea lid a d , f u e r a d e ella y en ella, la re a lid a d , el terreno de la presencia y la vitalidad h istó rica no textual que tiene lugar de m odo simultáneo al ensayo m ism o?» Como el pensam iento postestructuralista excluye lo «no tex­ tual», las palabras de Said (realidad, no textual, presencia) constituyen una afrenta. A continuación dirige esta pregun­ ta del contexto hacia el significado m onolítico m ás habitual de un texto del pasado, pero siempre tiene que escribirlo dentro del «archivo» del presente. Said, p o r ejem plo, sólo puede hablar de Wilde en térm inos aceptados p o r el dis­ curso vigente que, a su vez, es producido de m odo im per­ 211 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA sonal desde el archivo del presente. No reclam a autoridad p ara lo que dice, pero sin em bargo trata de p rod u cir un dis­ cu rso poderoso. G a ya tri C h a k r a v o r t y S piv a k U na crítica poscolonial im portante, que sigue atenta­ m ente las lecciones de la deconstrucción y cu y a obra plan­ tea una vez m ás la difícil política de esta em presa, es Gayatri Chakravorty Spivak, tam bién trad u cto ra y au to ra del im p ortan te prefacio del trad u cto r a la o b ra de Derrida Gram matology (1 9 7 6 ). Adem ás de una «ética» de la decons­ tru cció n no asim ilada y desafiante, Spivak se aproxim a tam b ién al m arxism o y al fem inism o, y este riguroso eclec­ ticism o híbrido «antifundacionalista» es en sí m ism o signi­ ficativo, ya que ella no pretende sintetizar estas fuentes, sino preservar sus discontinuidades — las form as en que se inducen unas a otras a e n tra r en crisis— . Se p ercata de que ap arece co m o «una an o m alía»: a veces se la considera co m o una «m ujer del T ercer Mundo» y p o r ende com o una m arg in ad a conveniente o una extraña invitada especial, el em inente profesor am e rica n o , pero que sólo está de visita; o tras veces, com o una exiliada bengali de clase m edia; y otras, u na historia de éxito en el sistem a estelar de prim e­ ras figuras de la vida a ca d é m ica am erican a. N o se la puede etiq uetar sim plem ente, individualm ente, biográficam ente, profesionalm ente o teó ricam en te com o «cen trad a»; y sin em b argo, ella está, y g ran p arte de su pensam iento y obra atiende escru pu losam ente a este proceso, a las condiciones y a la lógica de las fo rm as co m o los dem ás la denom inan a ella, co m o el «otro» o c o m o el m ism o. E sto da origen a un p acien te proceso de cu estio n am ien to y afirm ación que a ve­ ces p a rece retro ced er o q u ed ar en suspenso, que provocar el d a r p o r supuesto en el posicjpnam iento del sujeto y la de­ n om in ación o «verbalización» en su term inología, del «Ter­ c e r M undo» según esa m is m a descripción. E n otras pala­ b ras, los m étodos de Spivak están por en cim a de cualquier deconstructivism o. C om o D errida, está interesada en «cómo se con struye la verdad m á s que en exponer el error» y con­ TE O R ÍA S POSCOLONIALISTAS 273 firma que: «la d eco n stru cción sólo puede hablar en el len­ guaje de la co sa que critica... Las únicas cosas que real­ mente deconstruye son las cosas co n las que uno está ínti­ m am ente ligado». E s to lo convierte en algo muy diferente de la crítica ideológica; com o lo expresó en otra ocasión, la investigación deconstructiva te perm ite m irar «las form as en las que eres có m p lice de aquello a lo que co n tanto cu i­ dado y celo te opones». La crítica poscolonial en general llama la atención hacia cuestiones de identidad en relación con historias y destinos nacionales m ás am plios; y la obra de Spivak es de especial interés porque ella ha convertido los desincronizados y co n ­ tradictorios factores de la etnicidad, la clase y el género que com ponen esas identidades en su propia «m ateria». Señala esta «difícil situ ación del intelectual poscolonial» en un mundo neocolonizado en su propio caso y tam bién en los textos de las trad icion es occidentales e indios que exam ina. Lo que parece a u n a r estos aspectos de su obra es la estra­ tegia de «negociar co n las estructuras de violencia» im ­ puestas por el liberalism o occidental: intervenir, cuestionar y cam biar el sistem a desde dentro. E sto significa m o strar la forma en que una etiqueta com o la de «Tercer M undo» o «mujer del T ercer M undo» expresa el deseo de los pueblos del «Prim er M undo» de otro m undo manejable y có m o un texto principal de la literatura inglesa necesita de «otro» para construirse a sí m ism o, pero desconoce o no recon oce esta necesidad. Un ejemplo claro de este últim o análisis aparece en la discusión.de Spivak de las novelas Ja n e Eyre, E l m ar de los Sargazos y Frankenstein en el ensayo «Three W om ens Texts an d a Critique of Imperialism» (las partes del ensayo que tra ta n de los dos prim eros textos están re­ producidas en A Practical Reader, cap. 3, sobre Ja n e Eyre). Spivak ve en Ja n e E y re — por o tra parte, un texto clásico del feminismo angloam ericano— «una alegoría de la violencia epistém ica general del im perialism o»; y en su observación central lee la últim a sección de E l m a r de los Sargazos de Jean Rhys, donde la novia criolla de Rochester, Antoinette, es conducida a Inglaterra y h ech a prisionera con el nuevo nom bre de B erth a, com o una prom ulgación de la narrativa no escrita de Ja n e Eyre. «Rhys hace que Antoinette se vea a 274 LA TEO RÍA LITERARIA CONTEMPORANEA sí m ism a co m o la O tra, la B erth a de B rontë... E n su Ingla­ terra de ficción tiene que representar hasta el final su papel, escenificar la tran sform ación de su “personalidad” en esa Otra de ficción, prender fuego' a la casa y quitarse la vida, de form a que Jan e Eyre pueda llegar a ser la heroína indi­ vidualista fem inista de la ficción británica.» Un problem a que plantea esto es la figura del «subal­ terno» (una catego ría para la no elite colonizada, to m ad a de G ram sci y representada en la ficción por Antoinette/ Bertha) m udo en las obras de Spivak. E sto es, los oprim i­ dos y los silenciados no pueden, por definición, hab lar ni alcanzar lá autolegitim idad sin d ejar de ser ese sujeto nom ­ brado bajo el neocolonialismo. Pero si los subalternos opri­ midos no pueden hablar por obra de los intelectuales o cci­ dentales — porque esto no alteraría el hecho más im portante de su posición— , ni hablar p o r sí m ism os, aparentem ente no puede existir un discurso no colonial o anticolonial. El poscoloníalism o deconstructivo llega a un callejón sin sali­ da habiendo alcanzado su lím ite político, cóm plice final­ m ente con los sistem as a los que se opone, pero que está «interiorm ente m anchado». E sto podría considerarse co m o una co n secu en cia de acep tar el con cep to de la d eco n stru c­ ción de la «textualidad», aunque Spivak insiste en que, se­ gún Derrida, esto significa m ás un en tram ado de indicios y condiciones constitutivos que sim plem ente una textualidad verbal sin fin. Aun así, el crítico poscolonial se m antiene dentro de la textualidad, com prom etido con la «problem atización deconstru ctiva de la posicionalidad del sujeto de investigación». Sin em bargo, en un m om ento determ inado al m enos, en u na discusión del «New H istoricism » (véase cap. 7), Spivak p arece acep tar que hay «algo m ás» qüe iden­ tifica la realidad m ás allá de la producción de signos. E sto guarda relación con la «narrativa de la producción» del c a ­ pitalismo sobre la cual el m arxism o ofrece una explicación global. Sin em bargo, Spivak reclam a una. .m oratoria para las soluciones globales e instructivam ente describe el m a r­ xism o co m o un a «filosofía crítica» sin una política positiva. «El m odo de prod ucción narrativo de M arx», afirm a, «no es una n arrativa dom inante y la idea de clase no es una idea inflexible». E s decir, que los textos de M arx se pueden leer TEO RÍA S POSCOLONIALISTAS 275 de form as diferentes de las interpretaciones fundam entalistas de la tradición m árxista. E sto equivale a leer a M arx a través de Derrida, quizás, pero junto con su oposición al fem inism o liberal individual y a su decidido antisexism o, ofrece una serie de interrogantes sobre el poder y el pa­ triarcad o capitalista que extiende la d eco n stru cción de po­ siciones intelectuales occidentales sojuzgadas. (Para un ejem plo m ás reciente del com plejo entretejido de Spivak sobre tales corrientes discursivas, véase su lectu ra de Los versos satánicos de Salm an Rusdie en A Practical Reader, cap. 10.) H o mi Κ. B h a b h a L a modalidad de crítica poscolgnialista de Hom i B ha­ bha tam bién despliega un repertorio específicam ente postestructu ralista (Fou cau lt, Derrida, psicoanálisis lacaniano y kleiniano) para sus exploraciones del discurso colonial. El principal interés de B habha está en la «experiencia de la m arginalidad social» tal y co m o se deriva de las form as cul­ turales no canónicas o se produce y legitim iza dentro de las form as culturales can ón icas. Las obras recopiladas bajo el título The Location o f Culture (1994) se caracterizan por su fom ento de las ideas de la «ambivalencia colonial» y el «ca­ rá cte r híbrido» y por su utilización de térm inos y categorías estéticos (mimesis, ironía, parodia, trompe l'oeil) para movi­ lizar un análisis de los térm inos de com prom iso (inter)cultural dentro del con texto del imperio. (Véase A Practical R eader, cap. 9, p ara su discusión en la Introducción a esta recop ilación , del Beloved de Toni M orrison.) P ara Bhabha, el «texto rico» de la m isión civilizadora está notablem ente escindido, físurado y agrietado. El proyecto de d om esticar y civilizar a las poblaciones indígenas se basa en las ideas de repetición, im itación y similitud y en el ensayo «Of Mi­ m icry and Man: The Ambivalence of Colonial D iscourse» (1 9 8 4 , en 1994). B h ab h a dem uestra los m ecanism os (psí­ q u icos) de este p ro ceso de «re-presentación» para probar la «am bivalencia» de un proyecto que prod u ce súbditos co ­ loniales que son «casi lo m ismo, pero no del todo»: del 276 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORANEA «en cu en tro colonial en tre la presencia b lan ca y su apa­ rien cia negra, surge la cu estión de la am bivalencia de la im itació n com o la p ro b lem ática de la d om in ación colo­ nial». L a obligación p o r p arte de los colonizados de refleja r u n a im agen del co lo n izad o r no da origen a identidad, ni a diferencia, sólo a una versión de una «presencia» que el súbdito colonizado sólo puede asu m ir «parcialm ente». De aquí que el «im itador» que ocupa el esp acio imposible entre cu ltu ras (u n a figura que puede «ser lo calizad a a tra­ vés de las obras de Kipling, Forster, Orwell, N aipaul») es el «efecto de una m im esis colonial con fisuras en la cual es­ ta r anglicizado equivale enfáticam ente a no se r inglés». O cupando tam bién la p re ca ria «área entre la im itació n y el rem ed o», el im itador es p o r lo tanto icónico tan to p ara la ap licación de la au toridad colonial com o p a ra su «estraté­ gico fracaso». E l interés de B h abha en estas figuras o representaciones del «interm edio» del d iscurso colonial es evidente también en su invocación y tran sform ación del co n cep to bakhtiniano del «ca rá cte r híbrido». E n Bakhtin, la hibridación de­ sestabiliza las form as unívocas de autoridad. B h ab h a co n ­ sidera el ca rá cte r híbrido co m o una «problem ática de la rep resentación colonial» que «invierte los efectos de la ne­ gación colonialista [de la diferencia], co n el fin de que otros conocim ientos "negados" se incorporen al d iscurso dom i­ n ante y h acer perder a la ficción las bases de su autoridad». N uevam ente, la «producción de la hibridación» no sólo ex­ presa la condición de la proclam ación colonial, sino que tam bién m arca la posibilidad de la resistencia anticolonial: el ca rá c te r híbrido «m arca esos m om entos de desobedien­ cia civil dentro de la disciplina de la civilidad: señales de re­ sistencia espectacular». E sta teoría de la resisten cia se ex­ tendió m ás en su teo rización de «The T hird Space of enunciation» com o la afirm ación de la diferencia en el dis­ curso: el «valor tran sform acion al del cam bio reside en la rearticu lación , o traslación, de elem entos que n o son ni el Uno (la clase trabajadora u nitaria) ni el Otro (los políticos del género), sino algo m ás adem ás que rebate los térm inos y territorios de am bos». E l radicalism o de la o b ra de Bhabha reside en su desa­ TEORÍAS POSCOLO NIA LISTAS 277 rrollo de la idea de d iffé r a ñ c e (disonancia interna) en el seno de un análisis del colonialism o com o «texto cultural o sistema de significado» y su énfasis en la dimensión reali­ zable de la articu lación cultural; porque, tal ÿ com o afirm a «la representación de la diferencia no debe leerse a la lige­ ra com o el reflejo de rasgos étnicos o culturales predeter­ minados». U na p reocu p ación que le ha guiado a lo largo de su pensam iento es el desarrollo de una práctica crítica poscolonial que re co n o zca que «el problem a de la interacción cultural surge sólo en los lím ites significativos de las cultu­ ras, donde los significados y los valores son (mal)ïnterpretados o se h a ce m al uso de los signos». La afirmación m ás clara de Bha'oha de la «perspectiva poscolonia]» queda re­ cogida en el ensayo «The Postcolonial and the Postm odernThe Question o f Agency» (1 9 9 2 , en 1994), que constituye también una defensa de su interés p o r la «indeterminación» contra las acu sacio n es de la orientación formalista de su obra (véase T hom as, Parry y M acClintock más adelante) En la actual denom inación de todas estas críticas bajo la etiqueta de «poscolonial» persiste un problema clave ya que el prefijo p os(t)- plantea cuestiones similares a las que se suscitan a raíz de su acoplam iento al término modernis­ mo. ¿Es que «pos(t)-» indica una ruptura en una fase y una conciencia de una independencia y autonomía construidas de nuevo «m ás allá» o «después» del colonialismo o bien implica una contin uación e intensificación del sistema en­ tendido m ejor co m o neocolonialism o? L a segunda forma de entenderlo au to riza las estrategias de la crítica «poscolo­ nial» (dentro, pero crítico h acia el neocolonialismo) adop­ tadas por Gayatri Spivak. Sin em bargo, esto no constituye una crítica antiim perialista o anticolonialista del tipo de la que se puede atrib uir a F ran tz Fan on o al autor y crítico Chinua Achebe, el cual opina, p o r ejemplo, que el relato de Joseph C onrad «El corazón de las tinieblas» es «racista» y por tanto, inaceptable (m ientras que otros, defienden su va­ lor porque historiza su com plicidad combinada en el colo­ nialismo y, a la vez, crítico h acia él. (E l ensayo de Achebe [ 1988] se ha reproducido en el cap. 6 de A Practical R ea d er ) E n efecto, el ejem plo de Achebe señala que la «crítica poscolonial» se utiliza a m enudo co m o término paraguas para 278 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA identificar una variedad de disciplinas diversas y diferentes com o el análisis del discurso colonial, los estudios subalter­ nos, la política cultural británica, la teoría tercerm undista, los estudios culturales afroam ericanos. A partir de estas fuentes que rebaten las estrategias analíticas de la «teoría» poscolonial «canónica» (Said, Spivak, B habha) se está d esa­ rrollando una rica variedad de obras que argum entan co n ­ tra las explicaciones del discurso colonial y lo presentan com o una «lógica de la denigración ahistórica y global», in­ sensible a la voz y a la presencia de los colonizados. B enita Parry («Problems in Current Theories of Colonial Discourse», 1987), N icholas Thom as ( C o lo n is lism C u ltu re , 1994), Anne M cLintock ( Im p e r ia l L ea th er: R a c e , G e n d e ra n d S e x u a lity in th e C o lo n ia l C o n te x t, 1995) han argum entado que la «teoría» poscolonial encaja tanto los aspectos hist óticam en te co n ­ tingentes de la significación y los «nativos com o sujeto ‘his­ tórico y agente de un discurso de oposición». Otro m ovim iento sugerido en estos debates es la adop­ ción de la idea de una literatura m undial com parativa de reciente fundación o el uso de térm inos tales com o «multiculturalism o» o «cosm opolítanism o» com o un avance res­ pecto a las am bigüedades y lim itaciones del «poscolonial ism o». Sin em bargo, cualquier térm ino singular, esencialista o totalizador, se rá en estos m om entos problem ático. Todos estos térm inos nuevos que se han sugerido, co m o tam bién ocurre co n los térm inos «postestructuralism o», «posm oder­ nismo» y «poscolonialism o», dan fe de una crisis co n tem ­ poránea de relaciones de significación y de poder, al m enos dentro de la crítica literaria y cultural. E stos debates pue­ den parecer herm éticos y dilatorios, para suspender m ás que para prom over un cam bio, pero al m ism o tiem po m u es­ tran una predisposición a cuestionar y a trabajar a través de tem as de lenguaje y significado hacia un nuevo discurso de relaciones literarias y culturales mundiales. R aza y etn icid a d «La exp erien cia de los pueblos inm igrantes o en la diáspora», escrib e M arie Gillespie (1 9 9 5 ), «es esencial en t e o r ía s p o s c o lo n ia lis ta s 279 las sociedades con tem p o rán eas.» R espondiendo a este acon tecim ien to, los estudios sobre raza y etnicidad han es~ tado en el p rim er plano de las discusiones recientes que pretenden articu la r la experiencia vivida de la posm oder­ nidad. La teoría y la crítica literarias han tom ado la de­ lan tera en este pu nto a los estudios culturales, aunque los lím ites entre estas á reas están sin to m áticam en te difuminàdos. E sta o b ra p retende, en prim er lugar, distinguir en­ tre los conceptos de ra z a y etnicidad y d eco n stru ir las su­ p osiciones en el uso de am bos térm inos de una identidad n acional fijada, d ad a n aturalm ente o unificada. Con esta finalidad ha desarrollad o conceptos que tam bién se exhi­ ben en la teoría p oscoíonial: uno de ellos es el concepto de hibridación utilizado p o r el sociólogo cu ltu ral británico S lu art Hall. L a h ib rid ación es una m etáfo ra que hace po­ sible la teorización de la «experiencia negra» com o una «experiencia de d iáspora» (tan to en G ran B retañ a com o en ei Caribe) y o cu p a un lugar preem inente en las estructuras d e doble vertiente o de doble voz que él considera con sti­ tutivas de esta exp erien cia. El análisis de Hall de las prácticas culturales y estéticas en diáspora negraTutiliza el concepto-m etáfora de «hibri­ dación» tanto p ara referirse a la com plejidad de la «pre­ sencia/ausencia de África» («no se en cu en tra por ninguna p arte en su estado puro, prístino», sino «ya fusionado, sincretizado, con otro s elem entos culturales») y para ilum inar el «diálogo de p od er y resistencia, de rech azo y reconoci­ m iento», a favor y en co n tra de la dom inación de las cultu­ ra s europeas. Hall no utiliza el térm ino «diáspora» en el sentido «im perializador», «hegem onizador» de «tribus dis­ persas cuya identidad sólo puede garan tizarse en relación co n alguna p atria sag rad a a la que tienen que regresar a cualquier precio, aunque ello signifique em pujar a otra gen­ te al m ar». E n lugar de eso, la experiencia de la diáspora se define «no por esen cia o pureza, sino p o r el reconocim ien­ to de una heterogeneidad y diversidad necesarias';' por una concepción de la “identidad” que vive co n y en, y no a pe­ sa r de, la diferencia; p o r hibridación». Hall siem pre ha co n ­ siderado los estudios culturales co m o una p ráctica inter­ vencionista y los im portantes ensayos «Minimal Selves» 280 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA (1 9 8 8 ) y «New Ethnicities» (1 9 9 6 ) introducen el concepto de identidad étnica provisional y politizada (c o m p a ra b le al con cep to de Spivak de «esencialisrno estratégico») para co m b a tir al m ism o tiem po las im plicaciones políticam ente quietistas y que flota libre de concepciones m ás textualistas de la diferencia, y las asociacion es nacionalistas reaccio n a­ rias y convencionales del co n cep to de etnicidad. L a redefinición de Hall de la identidad étnica y su ex­ plicación de la «estética de la diáspora» y de los «intelec­ tuales en la diáspora» han ido acom pañadas p o r obras re­ lacionadas co n otras áreas de los estudios culturales (Bell Hooks, 1991; Gilroy, 1993; M ercer, 1994) las cuales a veces incluyen, aunque no priorizan, la literatura junto con una am plia gam a de representaciones culturales, a saber pelí­ culas y m úsica. L os análisis de Paul Gilroy de la «m oderna cu ltu ra po­ lítica negra» se centran en el ca rá cte r doble o «doble con­ cien cia» de la subjetividad negra, haciendo hincapié en que la experiencia constitutiva de las m odernas identidades en la diáspora es la de estar «en Occidente, pero no ser de él». Gilroy, co m o Hall, señala que «el inglés negro contem porá­ neo» se en cuen tra «entre (al m enos dos) grandes com plejos culturales, que han m utado en el curso del m undo m oder­ no que los com pone y han asum ido nuevas configuracio­ nes». Gilroy es coherentem ente antiesencialista, pero, igual que Hall, p arece evitar un postestructuralism o de m oda no historici/.ado: «europeo» y «negro» son «identidades incon­ clusas» p ara las cuales los pueblos negros m odernos de Oc­ cidente no son «m utuam ente exclusivas». P ara Gilroy, las cultu ras «no siem pre d iscu rren dentro de patrones con­ gruentes co n las fronteras de los estados nación esencial­ m en te hom ogéneos», pero su p ráctica crítica cuestiona la popularidad de las teorizaciones del «espacio interm edio» o de ,1a «criollización, el m estizaje, la hibridación», no sólo poique estos térm inos no pierden de vista ideas de lim ita­ ción cultural y de condiciones culturales com unes, sino tam bién porque son «form as bastante insatisfactorias de aludir a los procesos de m u tación cultural y de (d is c o n ti­ nuidad incansable que excede el discurso racial y soslaya la ca p tu ra p o r parte de sus agentes». El «ca rá cte r doble» y TEORÍAS POSCOLON lALISTAS 281 la «m ezcolanza cultural» distinguen la «experiencia de los bretones negros en la Europa contem poránea» y Gilroy considera la expresión artística negra com o «si hubiera des­ bordado de los contenedores que eí m oderno estado nación les proporciona». (P ara co n o cer la opinión de Gilroy sobre la novela B e lo v e d de Toni M orrison, p o r ejemplo, véase A P ra ctica l re a d e r, cap. 9.) L a idea de «ca rácter doble» (derivada de las teorizacio­ nes del pionero historiador afroam ericano W. E . B. DuBois) es tam bién un concepto fundam ental en la obra del influ­ yente crítico afroam ericano Henry Louis Gates Jr. L a reco ­ pilación de ensayos de Gates, B la c k L itera tu re a n d L itera tu re T h eo ry (1 9 8 4 ) fue rom pedora desde el punto de vista crítico y gran parte de su obra de los años de 1980 (com o T h e S ig ­ n ify in g M o n k e y : a T h eo ry o f A fro -A m e ric a n L iterary c r it i c i s m , 1988) ofreció un análisis innovador influenciado por la de-, construcción de la literatura afroam ericana. E n estos estu­ dios, Gates llam a la atención sobre los «antecedentes for­ males dobles com plejos, los occidentales y los negros» de las literaturas afroam ericanas y reclam a el reconocim iento de la continuidad entre las tradiciones vernácula negra y li­ teraria. E n la d écada de 1980, Gates desarrolló en su obra un planteam iento crítico que consideraba la literatura negra com o «palimpsesto» y la cual liberaba la «voz negra» para que hablara p o r sí m ism a, retornando a la «literalidad» del texto negro. Gates defendía la lectu ra atenta de la literatu ­ ra negra en una época en la que «los teóricos de la litera­ tura europea y angloam ericana ofrecían críticas del fo rm a­ lismo angloam ericano», porque las m etodologías críticas habían «esbozado prácticam ente la "literalidad" del texto negro». Com o expresa Gates en su Introducción a la im ­ portante com pilación de ensayos « R a c e» , W riting a n d D if­ fe r e n c e (1 9 8 5 ), «en una ocasión pensé que era nuestro gesto m ás im portante p ara dom inar el canon de la crítica, para iniciarla y aplicarla, pero ahora creo que debemos m irar h acia la prop ia tradición negra para desarrollar las teorías de la crítica indígena en nuestras culturas». Sin em bargo, posteriorm ente Gates ha puesto el acento en la intertextuajidad dialógica tanto de las obras negras «que significan» por sí mismas en la elaboración de una geo­ 282 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA grafía sim bólica com ún (una idea que com parte co n H ous­ ton A. B aker Jr. y Toni M orrison) y en la corriente principal de la literatu ra blanca. E sto está ligado a una concepción deconstructiva de las identidades, m ás allá de las binarias puras de negro y blanco. «Ya no hay que considerar los co n ­ ceptos de "negro" y "blanco” co m o preconstituidos», escri­ be; «m ás bien son m utuam ente constitutivos y socialm ente producidos» (1 9 9 0 c ). «Todos som os étnicos», concluye en un ensayo posterior, «él desafío de trascender el chauvinis­ m o étnico es uno al que todos nos enfrentam os» (1 9 9 1 ). Por lo tanto, ser am erican o es poseer una identidad étnica y con guiones, fo rm ar parte de «un com plejo cultural de cu ltu ra viajera», pero esto no quiere decir que esté libre de efectos reguladores de poder y privilegio. Porque si la cu ltu ra am e­ rican a se co n sid era principalm ente com o «una con versa­ ción entre diferentes voces», dice Gates, «algunos de noso­ tros no hem os podido p articipar en ella hasta h ace poco». L a p roblem ática de la identidad también ha sido asu ­ m ida por Cornel W est. W est es un teórico clave de la for­ m ación de sujetos culturales posm odernos (m inoritarios) (un «sujeto fragm entado, que extrae del pasado y del pre­ sente, que p ro d u ce un p roducto heterogéneo de fo rm a in­ novadora») y W est com parte co n Stuart Hall y Paul Gilroy el deseo de cre a r un discurso de la diferencia cultural que luche co n tra la fijeza étnica y representa un discurso m i­ noritario m ás am plio que in corp ora tem as de sexualidad, religión y clase. L a contribución clave de West a los debates actuales es su con strucción de una «tradición prag m ática profética» (citad a en The Future o f the Race, 1996, DuBois, M artin L u th er King, Jam es Baldw in, Toni M orrison), argu­ m entando que «es posible ser un pragm ático profeta y per­ ten ecer a m ovim ientos políticos diferentes, por ejem plo, fe­ m inista, negro, chicano, socialista o de izquierdas» (The Am erican Evasion o f Philosophy, 1990). E n la tradición negra am erican a feminista y erudita, el acon tecim ien to crítico decisivo incluye la pionera recopila­ ción de ensayos de B arb ara Sm ith, Towards a Black F em i­ nist Criticism (1 9 7 7 ), que esboza los contornos y las dife­ rencias de las obras de las m ujeres negras. Al proponer una estética fem inista negra, tam bién expone y critica de form a TEORÍAS POSCOLONIALÏSTAS 2 83 notable el silenciam iento de la escrito ra lesbiana negra tan ­ to en la crítica negra m asculina co m o en la crítica blanca fem enina. Alice W alker en I n S e a r c h o f O u r M o t h e r ’s G a r­ d e n s (1 9 8 3 ) está com prom etida de form a parecid a con una crítica literaria fem inista negra, pero rech aza la frase racial y relacional de «fem inism o negro» en favor del concepto de « m u j e r i s m o ». También a principios de los años de 1980, Bell Hooks ( Ain't I A W o m a n , 1 981) se contaba entre las diversas escri­ toras y críticas fem inistas negras que pusieron de manifies­ to la «doble invisibiiidad» sufrida por las m ujeres negras: «Ningún otro grupo de A m érica ha sufrido el problem a de socializar su identidad fuera de la existencia co m o las m u­ jeres negras... Cuando se habla de los negros, el centro su e ­ le se r sólo los hom bres negros; y cuando se habla de las m u­ jeres, el centro suele ser las mujeres blancas.» En T alking B a c k : T h in k in g fe m in is t, T h in k in g B la c k (1 9 8 9 ), Hooks cues­ tiona el eslogan fem inista «lo personal es político» y sugie­ re que fijarse en lo personal a expensas de lo político es pe­ ligroso. En su lugar, defiende la necesidad de coaliciones, de trabajar juntos en co n tra de las diferencias. H asta este punto su visión política (y su visión de la política de escri­ bir) es parecida a la que avanzó Cornel W est. Ambos abo­ gan tam bién, en este sentido, por form as politizadas de posm odem ism o (W est, 1 9 8 8 ; Hooks «Postm odern Blackness» 1991). L a obra de H azel Carby R e c o n s t r u c t in g W o m a n h o o d : T h e E m e r g e n c e o f th e A fro -A m e ric a n W o m a n N o v elist (1987) está en desacuerdo co n cualquier intento sim ple de recons­ tru ir una tradición literaria afroam erican a que articule la «experiencia com p artid a» y señala la necesidad de m irar las diferencias h istó ricas y que sitúan las ob ras de las m u­ jeres afroam erican as. También d estaca aquí la obra de Toni M orrison. Su ensayo: «Rootedness: The A ncestor as Fou n ­ dation» (1 9 8 4 ) tra ta de las exclusiones de las m ujeres de la escritura, pero tam bién exam ina la relación del artista de la com unidad «por la que habla». M orrison explora estos tem as, incluyendo la relación de la escritu ra negra con la tradición (o canon) b lan ca hegem ónica, tan to en sus obras de ficción com o en ensayos posteriores. A saber, en P la ying 284 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA in th e D a rk (1 9 9 2 ) expone la doble exclusion o m arginali- zación de la cultura negra de la sensibilidad literaria blan­ c a dom inante p ara la cu al la negritud h a sido una «pre­ sencia» negada, aunque definidora. P o r tanto, igual que G ates y otros, su o b ra explora el «ca rá cte r doble» o «ca­ rá c te r híbrido» de lá identidad afro am erican a, en un pro­ y ecto com prom etido ' co n la recuperación de las historias suprim idas y una política cultural co m p ro m etid a (p ara una discusión crítica de B e lo v e d de M orrison, véase A P ra ctica l R e a d e r ). L a recopilación de ensayos de June Jo rd an C ivil W ars (1 9 8 1 ) había ilustrado los peligros de «apropiarse» y re­ co n stru ir las voces de esas mujeres que no pueden hablar por sí m ism as. D urante los años de 1980, la visibilidad y la crecien te confianza política de los escritores y críticos nati­ vos latinos am erican os y de los asiáticos am erican os de­ sem b o caro n en afirm aciones y estudios del ca rá c te r distin­ tivo de estas literaturas, en especial co m o obras que alen­ taban una supresión de los límites y una m ezcla de géneros (véase Asunción Horno-Delgado, B re a k in g B o u n d a r ie s : L a tin a W ritin gs a n d C ritica l R e a d in g , 1989; Paula Gunn Allen, T h e S a c r e d H o o p ; R e c o v e r in g th e F e m in in e in A m e r ic a n I n d ia n T ra d itio n s, 1986, y Shirley Geok-lin Lim y Amy Ling [eds.], R e a d in g th e L ite ra tu re s o f A sia n A m e ric a , 1992). G ran parte de las ob ras feministas carib eñ as escritas en inglés y francés están igualm ente preocupadas por resta­ b lecer la presencia de las m ujeres escrito ras que han sido sum ergidas y elim inadas por el privilegio crítico de sus iguales m asculinos. E l tem a de la «doble colonización» de las m ujeres (expresado de form a tan elocuente p o r Gayatri Spivak en su ensayo «Can the Subaltern Speak?») repasa y une diversas tradiciones de crítica fem inista poscolonial y tra ta de desarrollar identidades nacionales y culturales de «nueva ética». L as crítica s feministas irlandesas han señ a­ lado que las escrito ras irlandesas se ven obligadas a nego­ c ia r las m ediaciones y violaciones tanto del p atriarcad o co m o del colonialism o sobre la subjetividad y la sexualidad. E n Canadá, algunas críticas feministas han expresado la opinión de que la designación convencional «escrito ra étni­ ca» (dada a las escrito ras cuya prim era lengua no es ni in- TEORÍAS POSCOLONIALISTAS 285 glés ni francés) refuerza una doble marginalización: en base al género y a la etnia. La tarea de negociar la form a de desprenderse de este «doble lastre» inform a los proyectos fe­ m inistas de las m ujeres indígenas de Australia, Nueva Ze­ landa, la región del Pacífico, África oriental y occidental y de los m ovim ientos fem inistas de Sudáfrica, confrontados adem ás a cau sa del perjuicio inflingido a las identidades y afiliaciones políticas herencia del apartheid. E n ca d a uno de estos casos puede parecer que la iden­ tidad n acional o cultural de determ inados escritores y críti­ cos se está afirm ando com o una posición preestablecida o una identidad fundam ental p ara la exclusión de los dem ás rasgos constitutivos. Pero las cuestiones de identidad y po­ sición están consecuentem ente problem atizadas en el fem i­ nismo internacional com o en las restantes áreas considera­ das m ás a trá s y muy pocas veces hay una llam ada a las identidades esencialistas que sea poco atrevida o no se co m ­ prom eta. É sto s son tem as cruciales a todas luces p ara las feministas negras culturales y poscoloniales com o Trinh T. Minh-ha (W om en Native Other, 1989), las cuales están preo­ cupadas porque la categoría genérica «mujer» no sólo «tiende a eclipsar la diferencia dentro de sí m ism a», sino que con frecu encia garantiza el privilegio blanco. Chandra Talpade M ohanty («U nder W estern Eyes», 1991) ha señala­ do que el discurso fem inista no tiene las m anos limpias cuando se tra ta del poder y la construcción del fem inism o occidental de la «diferencia del Tercer Mundo» y que con frecuencia se apropia y «coloniza» la «complejidad consti­ tutiva que caracterizan las vidas de las mujeres de estos paí­ ses». La reivindicación de que el feminismo co n fro n ta sus propias hegem onías sexista y racista y reconoce que las identidades constituidas cultural y políticam ente son co m ­ plejas y m últiples ha sido durante m ucho tiempo una fuer­ za im pulsora de la crítica fem inista negra y anticolonial. Contra las fem inistas blancas, la raza (y por supuesto la edad, clasér religión y nación) no es un problem a «añadido» donde las articu laciones racial y cultural se han «proyecta­ do en» la diferencia sexual. Se co lo ca el énfasis en las «interarticulaciones» de ;raza, clase y sexualidad y las «identi­ dades m últiples» form an un vínculo com ún entre m uchas 286 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA «mujeres de color» y escritoras de la ciase trabajadora asiá­ ticas, afroam ericanas, negras británicas y aborígenes au s­ tralianas. Una estrategia básica ha sido establecer tradiciones dis­ cursivas identificables y separadas a fin de dar voz a la e x ­ periencia particular de las m ujeres negras y otras (co m o en In Search o f O ur Mothers' G ardens, 1983, de Alice W alker). Para las mujeres que han estado «ocultas de la historia», simplemente h acer con star y v alo rar tal experiencia es una iniciativa política im portante. Igualm ente, inspirar «otras» tradiciones culturales (cuentos, canciones, costum bres do­ mésticas), una «poética» de la diferencia (com o la poesía de Sonia Sánchez y las novelas de B h a ra ti Mukherjee) cu es­ tiona a la vez las nociones occidentales de la au ton om ía de la estética y establece y celebra un discurso de las m ujeres no incorporadas. La proposición de Donna H araw ay (véase m ás atrás, cap. 8) de que «las «mujeres de color» deberían entenderse como una «identidad cyborg» es una contribución m ás a una poética y una política de la diferencia. El m odelo de Haraway del cyborg com o una «subjetividad potente sinte­ tizada a partir de las fusiones de identidades externas» se aproxima, en ciertos aspectos, a la idea de Gloria Anzaldúa de la m estiza (Borderlands/La Frontera: The New Mestiza, 1987), una ñgura ilim itada y flexible de la feminidad que es a la vez «culta» e «inculta». P ara Anzaldúa, una escrito ra y maestra ch ican a e identificada a sí m ism a com o «m ujer de la frontera», la nueva m estiza tolera las contradicciones, ambigüedades y «aprende a falsear culturas»; ella tiene una «personalidad plural» y «opera de un m odo pluralista». La obra de la con cien cia m estiza es trascender las dualidades: la «respuesta al problem a entre la ra z a blanca y la de color, entre hom bres y m ujeres, reside en la escisión que se origi­ na en el propio fundam ento de nuestras vidas, nu estra cul­ tura, nuestras lenguas, nuestros pensam ientos». L a resis­ tencia de Anzaldúa a teorizar sobre el sujeto co m o algo fijado y culturalm ente lim itado es poner en p ráctica a tra ­ vés de su alusión al fam oso m odelo de Virginia W oolf de la hermandad internacional: «Com o m estiza no tengo país... y sin em bargo todos los países so n míos porque soy la her- TEORÍAS POSCOLONIALISTAS 287 m an a de todas las m ujeres o su am ante potencial.» (Véase tam bién el cap. 10, sobre las teorías lesbianas y hom ose­ xuales.) L a idea de la unidad transcultural de las mujeres ha sido significante e insistentem ente cuestionada p o r las feminis­ tas que no se consideran a sí m ismas co m o parte de las tra­ diciones eu rocén tricas culturales y políticas. El im portante posicionam iento de G ayatri Spivak en el fem inism o francés dentro de un «m arco internacional» le perm ite articular una profunda crítica no sólo de la crítica fem inista angloam eri­ ca n a (blanca, de la «P rim era Guerra M undial»), en su etnocentricidad, sino tam bién de la teoría francesa (sobre todo de About Chinese W om en, 1977, de K risteva) en su predis­ posición a exp o rtar su análisis a diferentes contextos políti­ co s sin investigar ni su propia relación con otros feminis­ m os, ni su tendencia a ab razar una creen cia en el potencial revolucionario de la vanguardia m etropolitana. Al pregun­ tarse las cuestiones vitales «no sólo ¿quién soy?, sino ¿quién es esa otra m ujer? ¿C óm o la estoy llam ando? ¿Cóm o me lla­ m a ella a mí? ¿E s esto parte de la problem ática que estoy discutiendo?», Spivak lanza un debate ace rca del posicio­ nam iento que Cora K'aplan considera («Fem inist Literary Criticism », 1990) co m o el resultado en la crítica feminista occidental que se tran sform a en «m ás consciente que nun­ ca de que tanto la crítica co m o el texto necesitan entender­ se en relación a su posición dentro de la cultura — cualquier p rá ctica nueva de le c tu ra ... tiene que ubicarse prim ero a sí m ism a y al hacerlo tiene que reflexionar sobre sus limita­ ciones y posibilidades p ara el lector». A esta n ecesaria autoconciencia se une la idea de Spi­ vak del «esencialism o estratégico» («Subaltern Studies», 1988, y véase S tu art Hall sobre la identidad, m ás atrás). Aunque una a u to crítica implacable podría parecer un im ­ pedim ento, este co n cep to perm ite un reconocim iento de las identidades p olíticam ente constituidas co m o un «uso estra­ tégico del esencialism o positivista en un interés político es­ crupulosam ente visible». Tal y com o Diana Fuss ha argu­ m entado de form a p arecid a (Essentially Speaking, 1989), existe una «distinción im portante» entre «"desplegar" y "a c­ tivar" el esencialism o y "ca e r en" o "in cu rrir en" el esencia- 288 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA lismo": "desplegar" im plica que el esencialism o puede tener algún valor estratégico o intervencionista». Quizás el rasgo característico de la teoría fem inista contem poránea en este «m arco internacional» posm odem o es análogo u n a vez m ás a la «conciencia m estiza» de Gloria Anzaldúa: el «movi­ miento creativo continuo que sigue destruyendo el aspecto unitario de cada nuevo paradigm a». De ser así, ésta es una estrategia que ya apunta el fin de la universalización no sólo del concepto de «m ujer», sino también de «feminismo». B iblio g r a fía selec c io n a d a Textos básicos Anzaldúa, Gloria, Borderlands/La Frontera: mT he New Mestiza, Spinsters/Aunt Lute, San F ran cisco, 1987. Bhabha, Homi Κ., «The O ther Question: Difference, D iscrimination and the D iscourse o f C olonialism », en B ark e r et al. (eds.), 1986, Further Reading, m ás adelante. — (éd.), Nation and N arration, Routledge, Londres, 1990. — , The Location o f Culture, Routledge, Londres y N ueva York, 1994. D errida, Jacques, «W hite M ythology» (1 9 7 1 ), en M argins o f Philo­ sophy, trad. Alan Ball, C hicago University P ress, Chicago, 1982. — , «Racism 's L ast W ord», en H enry Louis G ates, Jr. (ed.) «Race» Writing a nd Difference, C hicago University P ress, Chicago y Londres, 1985. F an on , F ran tz, The W retched o f the Earth, trad. C. Farrin g to n , Pen­ guin, H ardm ondsw orth, 1961. — , Black Skin, White Masks, trad. C, L. M arkm ann con un Prólo­ go de H om i Bhabha, «R em em bering Fanon : Self, Psyche and the Colonial Condition», Pluto, Londres, 1986. G ates, H enry Louis, Jr., (ed .), Black Literature a nd Literary Theory, R outledge, Londres, 1984. — (éd.), «Race», Writing a nd Difference, C hicago University Press, C hicago y Londres, 1985. Contiene ensayos de Bhab h a, Spivak y D errida. —·, Figures in Black: Words, Signs and the «R acial» S elf (1 9 8 7 ), Ox­ ford University Press, O xford, 1990a. — , The Signifying M onkey: A Theory o f Afro-Am erican Literary Cri­ ticism (1 9 8 8 ), Oxford University Press, O xford 1990έ>. TEORÍAS POSCOLONIALISTAS 289 — , «Introduction: Tell m e, Sir, ... W h at is "Black" literature?», PMLA, 105, en ero 1990c. — , «Goodbye Columbus? Notes on the Culture of C riticism », A m erican Literary History, 4 , invierno 1991. Gilroy, Paul, There A in ’t No Black in the Union Ja ck : The Cultural Politics o f R ace a nd Nation, H utchinson, Londres, 1987. — , The Black Atlantic: Modernity a nd D ouble Consciousness, Ver­ so, Londres, 1993. — , Sm all Acts: Thoughts on the Politics o f Black Cultures, S erp en ts Tail, Lon d res y Nueva York, 1993. Hall, S tu art, «M inim al Selves», en The Real Me. Postm odernism and the Q uestion o f Identity, ICA D ocum ents, Londres, 1988. — , «Cultural Identity and D iaspora», en Jo n ath an R utherford (ed.), Identity: Community, Culture, Difference, L aw rence & W ishart, Londres, 1990. — , Critical Dialogues in Cultural Studies, David M orley y K uanHsing Chen, eds., Routledge, Londres y Nueva York, 1996. Hooks, Bell, Ain't I A W oman: Black W om en and Fem in ism , Pluto, Londres, 1981. — , Talking Back. Thinking Fem inist, Thinking Black, Pluto, L on ­ dres, 1989. — , Yearning. Race, G ender and Cultural Politics, South E n d Press, Boston; T urnaround Press, L ondres, 1991. Mercer, K ob ena, Welcome to the Ju ngle. New Positions in Black Cultural Stud ies, Routledge, L on d res y Nueva York, 1994. M orrison, Toni, «Rootedness: The A ncestor as Fou n d ation », en M ari E van s (ed.), Black W omen Writers 19 5 0 -1 9 8 0 : A Critical E valuation, Pluto, Londres, 1984. — , Playing in the Dark. Whiteness a n d the Literary Im agination, H arvard University Press, Cam bridge, MA, y Londres, 1978. Said, E dw ard , O rientalism, Routledge, Londres, 1978. — , The World, the Text and the Critic, H arvard University Press, Cam bridge, MA, 1983. — , «O rientalism R econsidered», en B ark er et al. (eds.) (1 9 8 6 ), F urth er reading, m ás adelante. Sm ith, B a rb a ra , Toward A Black Fem inist Criticism, Out and Out Press, N ueva York, 1977. — (ed.). H o m e Girls: A Black Fem inist Anthology, K itchen Table W om en o f C olor Press, Nueva York, 1983. Spivak, G ayatri Chakravorty, «Three W om en's Texts and a Critique of Im perialism » en «R ace», Writing a nd Difference, Henry Louis G ates, Jr. (ed.). (Chicago University Press, C hicago y Londres, 1 985. — , In O ther Worlds: Essays in Cultural Politics, Routledge, L o n ­ dres, 1 987. 290 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Spivak, G ayatri Chakravorty, en S arah H arasyn (ed.), T he PostColonial Critic: Interviews, Strategies, Dialogues, Routledge, Londres, 1990. TVinh, T. M inh-ha, Woman, Native, Other: Writing, Postcoloniality and F em in ism , Indiana University Press, Bloom ington, 1989. Walker, Alice, In Search o f O ur M others' Gardens: W omanist Prose, H arco u rt B ra ce Jovanovich, N ueva York, 1983. ■ — , Living By the Word: Selected Writings, 1973-1987, H arco u rt B ra ce Jovanovich, Nueva York, 1988. W est, Cornel, «Interview with Cornel West» en A. Ross (ed.), Uni­ versal A bandon, Edim burgh University Press, E d in b u rgo, 1988. Lecturas avanzadas Ansell-Pearson, K eith, Parry, B en ita y Squires, Judith (eds.), The Gravity o f History. Reflections on the Work o f Edw ard Said, L aw rence & W ishart, L ondres, 1996. Ashcroft, Bill, Griffiths, Gareth y Tiffin, Helen (eds.), The E m p ire Writes B ack: Theory and Practice in Post-Colonial Literature, Routledge, Londres, 1985. — (eds.), The Post-Colonial Studies R eader, Routledge, Londres y Nueva York, 1995. Baker, H ouston A., Jr., M odernism a n d The Harlem R enaissance, C hicago University Press, C hicago, 1987. — , Afro-American Poetics. Revisions o f Harlem and the Black Aesth­ etic, University of W isconsin P ress, M adison, 1988. Baker, F ran cis, H ulm e, Peter, Loxley, D iana e Iverson, M argaret (eds.), Literature, Politics, Theory: Papers from the E ss ex C on­ ference. 1 9 7 4 -7 6 , Routledge, L on d res, 1986. Bell, R. P., Perker, B. J. y G uy-Sheftall, B. (eds.). Sturdy Black Bridges: Visions o f Black W omen in Literature, A nchor Press, Garden City, NY, 1979. Carby, H azel V., R econstructing W om anhood: The E m ergence o f the Afro-Am erican Woman Novelist, O xford University P ress, Ox­ ford, 1987. Christian, B a rb a ra , Black Fem inist Criticism : Perspectives on Black W omen Writers, Pergam on, N ueva York, 1985. Clifford, Jam es, The Predicam ent o f C ulture: Twentieth-Century E th ­ nography, Literature and Art, H arvard University Press, C am ­ bridge, MA, 1988. Gates, H enry Louis, Jr. y W est, C orn el, The Future o f the R a ce, Al­ fred A. Knopf, Nueva York, 1 996. Gillespie, M arie, Television, E thnicity and Cultural Change, R out­ ledge, Lond res y Nueva York, 1995. TEORÍAS POSCOLONIALISTAS 291 Hodge, Bob y M ishra, Vijay, The Dark Side o f the D ream : Austra­ lian Literature a nd the Postcolonial M ind, Allen & Unwin, Syd­ ney, 1991. Hull, Gloria y cols, (eds.), All the Woman Are White, All the Blacks Are Men, But S o m e o f Us Are Brave: Black Women's Studies. The Fem inist Press, N ueva York, 1982. H ulm e, Peter, Colonial E n co u n ters: E u ro p e a nd the Native Carib­ bean 1 4 9 2-1797, R outledge, Londres, 1992. ' H utcheon, Linda, «Circling the Downspout o f E m p ire: Post-colo­ nialism and Postm odernism », Ariel, vol. 2 0 :4 (1 9 8 9 ), 149-175. Rpt en Ian Adam y Helen Tiffin (eds.), Past the Last Post: T he­ orizing Post-colonialism and Post-m odernism , H arvester W heatsheaf, Hem el H em p stead , 1991. Ju m p , H arriet Devine (ed.), Diverse Voices: Twentieth-Century Wo­ m en's Writing fro m A rou n d the World, H arv ester W heatsheaf, Hem el H em pstead, 1991. McDowell, D eborah E . y R am persand, Arnold (ed s.). Slavery a nd the Literary Im agination, Johns Hopkins University Press, B al­ tim ore, 1989M ohan ty, Chandra Talpade, «Under W estern E yes: Fem inist S chol­ arship and Colonial D iscourses», en M ohanty y cols, (eds.) Third World W omen a n d the Politics o f F em in ism , Indiana Uni­ versity Press, Bloom ington, 1991. Pryse, M. y Spillers, H orten se (eds.). C onjuring: Black W om en’s F ic­ tion and the Literary Tradition, Indiana University Press, Bloom ­ ington, 1985. Wall, C. A. (ed.), C hanging O ur Own Words: Essays on Criticism, Theory and Writing by Black Women, R u tg ers University Press, New Brunsw ick, 1989. W est, Cornel, The A m erican Evasion o f Philosophy, M acm illan, B a ­ singstoke, 1990. W illiams, Patrick y C hrism an , L aura (eds.), Colonial D iscourse and Postcolonial Theory: A Reader, Pren tice H all/H arvester W h eat­ sheaf, Hemel H em pstead, 1993. Willis, Susan, Specifying: Black Women Writing the Am erican E x ­ perience, Routledge, Londres, 1990. Young, Robert, White Mythologies: Writing, H istory a nd The West, Routledge, Londres, 1990. — , Colonial D esire: Hybridity in Theory, C ulture a n d Race, R out­ ledge, Londres y N ueva York, 1995. C a p ít u l o 1 0 TEORÍAS GAYS, LESBIANAS Y QUEER* Las teorías gays y lesbianas no se originaron, co m o la crítica fem inista y negra, en las instituciones académ icas, sino en los m ovim ientos radicales de los años de 1960. El nacim iento del M ovim iento de Liberación Gay puede rese­ guirse h asta los disturbios de Stonewall en Nueva York en 1969, cuan d o los ocupantes de un bar gay se resistieron a una redada policial. E ste acontecim iento tuvo un efecto radicalizador sob re los grupos de lucha por los D erechos de los H om osexuales en Estados Unidos y en toda Europa. En los añ os de 1960, la Liberación Gay tenía dos objetivos principales: resistir la persecución y la discrim inación contra u n a m in o ría sexual y an im ar a los propios gays a de­ sarrollar un orgullo por su identidad sexual. El m ovim ien­ to utilizaba dos estrategias fundamentales: el «despertar de la con cien cia», que había tom ado de los movimientos ne­ gros y fem inistas, y el «salir del arm ario» — afirm ar públi­ cam ente la identidad gay— , que es única a las com unida­ des gays cu ya opresión reside en parte en su invisibilidad social. Los activistas de la Liberación Gay se consideraban a sí m ism os co m o parte de un movimiento general que se movía h acia la liberalización de las actitudes sexuales c a ­ racterística de los años de 1960, pero en particular desafia­ * El término queer (literalmente, «extraño, anómalo»; coloquialmen­ te, «maricón, bollera») se aplica a todos aquellos que se escapan de los pa­ rámetros normales de comportamiento y, más concretamente, a homose­ xuales y lesbianas. El movimiento gay se ha apropiado de este término y le ha dado un significado positivo y de resistencia. (N. del t.) 294 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA ba los prejuicios hom ofóbicos y el ca rá c te r represivo de la sociedad hom osexual principal. Más recientem ente, los activistas gays y lesbianas han utilizado el térm ino «heterosexism o» para referirse a la o r­ ganización social prevaleciente que privilegia y ord en a la heteroSexualidad co n el fin de invalidar y suprim ir las rela­ ciones hom osexuales. Considerando que «hom ofobia» — el tem or u odio irracional al am o r entre personas del m ism o sexo— im plica una condición individualizada y patológica, «heterosexism o» designa una relación de poder social y p o­ lítico desigual y h a dem ostrado razonablem ente se r el tér­ m ino teórico m ás útil en las teo rías gays y lesbianas. E ste concepto está en deuda a todas luces co n el con cep to fem i­ nista de sexism o: la desigual organización social de género y, en este sentido, ha sido de m ás im portancia p ara la teo ­ ría fem inista lesbiana que p ara la teoría gay que se desa­ rrolló de form as solapadas pero distintas en los años de 1970 y 1980. T e o r ía y c r ític a gay La diversidad en la investigación gay y bisexual desde los años de 1 9 7 0 refleja los esfuerzos por reivindicar los tex­ tos literarios, los fenóm enos culturales y las narrativas his­ tóricas que h an perm anecido ocultas a la atención de la crí­ tica. Al m ism o tiem po (en gran m edida com o p roducto del psicoanálisis y el fem inismo), ha tenido lugar una explosión de estrategias para explotar estos m ateriales. Aunque han habido varios intentos de ofrecer m odelos explicativos que definen diversas etapas en la historia de la sexualidad (Bray, 1988; Cohén, 1989), en general, estos estudios concluyen que las pasadas construcciones de la sexualidad no pueden com prenderse de form a exhaustiva ni en sus propios tér­ minos, ni en los nuestros. P a ra m uchos críticos, el pasad o ofrece construcciones extrañas de la sexualidad, en una re­ lación que co n tra sta con el presente, m ás que posibles iden­ tificaciones o m om entos de celebración. Jo n ath an K atz (1 9 9 4 ) extrae la siguiente lección de su historia de la pena sodom ítica: TEORÍAS GAYS, LESBIANAS Y QUEER 295 nuestra organización social contemporánea del sexo es tan his­ tóricamente específica com o las formas socicsexuales del pa­ sado. Estudiando el pasado, observando las diferencias esen­ ciales entre las form as de sexo social pasadas y presentes, podemos adquirir una perspectiva fresca de nuestro propio sexo como algo elaborado socialmente, no com o algo natural­ mente recibido. Un interés com partid o por los recientes estudios gays e histpricistas (Cohen, K atz, Trum bach) ha sido la construc­ ción de la sexualidad en una red de relaciones de poder ejercido a través de las p rácticas reguladoras de la Iglesia y el E stad o, y de las form as m enos evidentes pero num erosas en que la cultura occidental ha circunscrito las relaciones personales. L as dos influencias principales sobre la teoría gay han sido las de Freud y M ichael Foucault. Ya en el siglo XIX y principios del XX, ap arecieron casos detallados de estudio psicológico p ara co m p licar y expandir infinitam ente la g am a de la sexualidad. K arl Heinrich Ulrichs publicó doce volúm enes sobre la hom osexualidad entre 1864 y 1879 (el térm ino fue utilizado p o r prim era vez p o rB en k ert en 1869); la ob ra Psychopathia Sexualis de K rafft-Ebing (en su edi­ ción de 1903) incluía 2 3 8 historias de casos (véase Weeks, 1985). Tales obras eran de gran im portancia para Freud para estudiar la idea de que la heterosexualidad estaba, con total seguridad, fundam entada en la naturaleza. E n Three Essays on the Theory o f Sexuality, por ejemplo, señaló que no estaba tan claro el h ech o de que los hom bres tuvieran un interés sexual en las mujeres. Por esta razón, la teoría psicoanalítica p arecía prom eter una nueva pluralidad de clasificaciones posibles. Sin embargo, en ciertos aspectos, la o b ra de Freud d em ostró tener un efecto estrictam ente norm ativo en el trab ajo de sus seguidores, cuyo objetivo pa­ re cía ser devolver al paciente a un saludable estado de in­ tegridad, purgado del desorientador «mal» de la hom ose­ xualidad. La crítica que Jeffrey Weeks hace de Freud se cen tra en la idea de que el deseo «no puede reducirse a las necesidades biológicas prim itivas que escapan del control hum ano, ni tam p o co se puede considerar co m o un produc­ to de la voluntad y la planificación conscientes. E stá en al­ 296 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA guna p arte de form a am bigua, evasiva, interm edia, om ni­ potente, pero intangible, poderosa, pero caren te de objeti­ vo» (1 9 8 5 ). E n la m edida en que el deseo es intrínseca­ m ente inestable, el objetivo procread or del individuo (o, m ás con cretam en te, de sexo genital) se en cu en tra am ena­ zado p o r fuerzas perversas y transgresoras. Freud señaló en Outline o f Psychoanalysis que la vida sexual estab a relacio­ nada básicam ente con la obtención de p lacer por parte del cuerpo, co n frecuencia m ás allá de las necesidades repro­ du ctoras. Si éste es el caso , la heterosexualidad apoya la ideología de la burguesía hasta el punto de que la procrea­ ción refleja la producción. P o r el con trario, el sexo gay es el deseo privado de este objetivo; es la negación m ism a del trabajo productivo. L a segunda influencia fundam ental sobre la teoría gay, que ha llevado a m uchos críticos a una nueva lectura de Freud, ha sido M ichel F ou cau lt (véase cap. 7), que ha ins­ p irado el estudio de num erosas operaciones de poder y h a establecido la prob lem ática de definir la hom osexuali­ dad en el m arco del discurso y de la historia. E n History o f Sexuality (1 9 7 6 ) F ou cau lt considera que la hom osexualidad de finales del siglo XIX se caracteriza «por cierta calidad de sensibilidad sexual, u n a cierta form a de invertir lo m as­ culino y lo fem enino en uno m ism o». L a hom osexualidad a p arecía co m o una de las form as de sexualidad cuando se trasp on ía de las p rácticas de la sodom ía a una especie de androginia interior, un herm afrodism o del alm a, «El sod om ita —^concluye—1, había sido una ab erración tem po­ ral; el hom osexual e ra ah o ra una especie.» F ou cau lt estudió la form a en que la so d o m ía estaba determ in ada en gran p arte p o r códigos civiles o canónicos co m o «una categoría de acto s prohibidos» que, por consiguiente, definían a quien los perpetraba co m o p oco m ás que su sujeto judicial. Sin em b argo, afirm a F ou cau lt, el siglo x ix fue testigo del surgim iento del hom osexual com o «un personaje, un pasa­ do, un caso h istórico y una niñez... Nada de lo que intervi­ no en su com posición total quedaba libre de su sexualidad». E ste m odelo ha sido am pliam ente aceptado, aunque poste­ riorm en te elaborado y, a veces, discutido en sus detalles (Cohén, 1989). Sin em bargo, la form a de F o u cau lt de teori­ t e o r í a s gay s, le s b ia n a s y q u eer 297 zar sobre la transición de un estilo a otro plantea un p ro ­ blem a de ca rá c te r general. Com o señaló Eve Kosofsky Sedgwick (1 9 8 5 ), en el perfil discontinuo de F ou cau lt «un modelo de relaciones entre el m ism o sexo es reem plazado por otro, el cual, a su vez, volverá a ser reem plazado por otro. En cad a caso , el supuesto m odelo desaparece después del m arco del análisis». No obstante, los historiadores de la sexualidad han reunido m odelos de categorías sexuales que variaban co n el tiempo influenciados por Foucault, pero m ás eruditos y m enos rígidos o polém icos que el propio de Foucault. E i historiador Randolph Trumbach, por ejemplo, ha sido m u ch o m ás abierto que F ou cau lt al surgim iento del lesbianism o en el siglo xvm, m ientras que Weeks, Greenberg y Bray, pese a aceptar la construcción de la sexuali­ dad, han resistido la postura extrem a de fechar la catego ­ ría de la hom osexualidad, característica de la o b ra de Foucault. No o b stan te, la influencia de F ou cau lt sobre los estu ­ dios gays se extiende m ás allá de los debates m en cio n a­ dos m ás a trá s a obras realizadas dentro de áreas del N ue­ vo H isto ricism o y el m aterialism o cultural (véase cap . 7). E n la obra de Jo n a th an D ollim ore y Alan Sinfield, m ás c o ­ nocida en G ran B retañ a, la teo ría gay form a parte de una poética cu ltu ra l m ás am plia y de una política cu ltu ral ce n ­ trad a en los estudios literarios, y co m o tal tiene afinida­ des co n la o b ra de otros au to res (Stallybrass y W hite, 1986, p o r ejem plo), que persiguen un proyecto general si­ milar. En esta crítica se han m ovilizado varias categorías para tra ta r sobre la inscripción de la homosexualidad en los tex­ tos y para reivindicar aspectos de la vida gay: «afem ina­ ción», drag y «am anerado», p o r ejemplo, o las categorías de «homoerótico»... «unión entre hom bres» u «hom osocialidad» que se han utilizado en la lectu ra de textos no gays o antigays. E n esta conexión, la teoría de la «hom ofobia» tam bién h a dado origen a los conceptos de «pánico» y de «hom ofobia internalizada». P o r ejemplo, Alan Sinfield ( 1989) ha dem ostrado cóm o operaba la antiafem inación en el escrito «The Movement» de Jo h n W ain-y Kingsley Amis (entre otros) y cóm o se utilizaba la afem inación con el sig- 298 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA niñeado de perversión. Sin em bargo, tam bién dem uestra que la escritu ra m uscular y p ro saica de «The M ovem ent» fue destruida en la poesía de Thom Gunn, que construía personajes de jóvenes rudos que se movían en dirección a la identificación hom oerótica. L a construcción de la m asculinidad ha sido objeto de un estudio m ás exhaustivo en el ensayo de Sinfield y Dollimore recogido en H enry V (Drakakis, ed., 1985) y en la obra de Gregory Woods sobre He­ mingway. E n ella Woods d em uestra que los escrito res que funcionan co m o em blem as del m achism o tienen que ser es­ tablecidos. Afirma que lo que «la lucha contra la elocuen­ cia afem inada» expresa en este escrito «es la co n stan te an­ siedad que constituye la verdadera condición (en am bos sentidos) de la m asculinidad». L a voz de la m asculinidad heterosexual tiene que «ser com p arad a con ía de los gays no declarados, hasta el extrem o de vivir atem orizado p o r la indiscreción. H ablar dem asiado puede equivaler a so n ar q u eer» (Still y W orton, 1993, p. 171). E n un estudio rela­ cionado con éste, Articulate Flesh (1987), W oods explora la expresión del hom oerotism o en D. H. Law rence, H art Crane, W. H. Auden, Allen Ginsberg y Thom Gunn. L a crítica gay de este tipo to m a prestadas las técn icas de la poética cultural y estudia las relaciones entre cultura, historia y texto en una versión cad a vez m ás politizada de los estudios literarios. N icholas F. Radel, en su ensayo «Self as Other: The Politics of Identity in the Works o f Edm und W hite», p o r ejemplo (en Ringer, éd., 1994), ha afirm ad o que las novelas de W hite contribuyen a revelar «un sujeto gay ya que responde a la presión política de la cu ltu ra en gene­ ral. Lejos de ser m eros productos estéticos, estas novelas so­ bre la vida gay confirm an y a la vez cuestionan su entorno histórico y su construcción de la orientación sexual en tan­ to que diferencia de género». E l análisis de David B ergm an del Giovanni's Room de Baldw in sirve para ilustrar su exhi­ bición de «hom ofobia internalizada». Pretende p o sicio n ar a Baldwin «en u na línea que él no reconoce en ninguna par­ te — una línea de escritores gays y afroam ericanos» (en Bristow, éd., 1992)— . Y tam bién cad a vez m ás, los críticos han explorado la relación entre nacionalism o, antiim perialismo y sexualidad — en Park er et al., Nationalities a n d Se- TEO R ÍA S GAYS, LESBIANAS Y QUEER 299 x u a litie s (1 9 9 2 ) p o r ejemplo, y Rudi C. Bleys, T h e G eo g ra p h y o f P e rv ers io n (1 9 9 6 ). E n la obra de Fou cau lt, las configuraciones multiplicadoras de poder resultan ser esenciales p ara la producción y el control de la sexualidad. Al desarrollar esta perspectiva Jonath an Dollim ore, en particular, ha investigado la co m ­ pleja im plicación del poder con el placer: «Placer y poder no se anulan ni se vuelven uno co n tra o tro », escribe en S e ­ x u a l D is s id e n c e (1 9 9 1 ), «persiguen sobreponerse y reforzar­ se m utuam ente. E stá n unidos por com plejos m ecanism os y recursos de excitació n e incitación». De esta m anera, Dollim ore ha devuelto de form a efectiva la teo ría gay al co n cep ­ to de Freud de «perversidad polim orfa» — la teoría de que el niño disfruta de m últiples sexualidades antes de culm i­ n a r en la p rim acía del sexo g enital—. Pero Dollimore va m ás allá que Freu d y desde luego m ás allá que Foucault, y vuelve a trazar un p ro gram a políticam ente subversivo para la perversidad. A rgum enta que deberíam os pensar en tér­ m inos de lo «paradójico perverso o la dinám ica perversa» la cual es, según él, «una dinám ica in trín seca del proceso social». Tanto Sinfield co m o Dollimore y otro s que trabajan dentro de la tradición de la crítica m aterialista cultural gay han llamado nuevam ente la atención sobre el ejemplo de O scar Wilde (véase A P ra ctica l R e a d e r, cap. 5). En Wilde, Dollimore descubre una estética tran sgresora: La experiencia de Wilde del deseo desviado... no le conduce a escapar deí represivo ordenamiento de la sociedad, sino a una nueva adscripción en ella y a una inversión en los binarios de los cuales depende ese ordenamiento; el deseo y la estética transgresora que le da forma, reacciona contra ella, la altera y la desplaza desde dentro. Un cam bio así, m ás allá de las oposiciones binarías, m a rca la transición de la teoría gay a la q u e e r . LA TEORÍA Y I.A CRÍTICA FEMINISTA LESBIANA L a teoría fem inista lesbiana surgió co m o respuesta al heterosexism o de la cu ltu ra dom inante y de las subculturas 300 LA TEORÍA l it e r a r ia CONTEMPORANEA rad icales y tam bién al sexism o del M ovim iento de Libera­ ción Gay dom inado p o r los hombres. Su epicentro son las estru ctu ras entrelazadas de género y opresión sexual. Con­ cretam en te, la teoría fem inista lesbiana ha problem atizado la heterosexual!dad co m o una institución central para el m antenim iento del p atriarcad o y de la opresión de la m u­ je r dentro de éste. L a teo ría feminista lesbiana, com o el fe­ m inism o lésbico, es un cam p o variado que se inspira en u na am plia gam a de otras teorías y m étodos. Aunque no puede reducirse a un único modelo, en ella d estacan varios rasgos: una crítica de la «heterosexualidad obligatoria», un énfasis en la «identificación de la m ujer» y la creación de u n a com unidad fem enina alternativa. Ya sea centrándose en el fem inism o negro, en un feminismo radical o en una ap roxim ación psicoanalítica, la teoría .fem inista lesbiana pone en prim er plano uno o todos estos elem entos. , E l con cepto de «heterosexualidad obligatoria» fue arti­ culado p o r p rim era vez p o r Gayle Rubin (1 9 7 5 ) y poste­ riorm en te puesto en circu lación de m odo generalizado por A drienne Rich en su ensayo «Compulsory H eterosexuality and Lesbian Existence» (1 9 8 0 ). El concepto desafía la pers­ p ectiva del sentido co m ú n de la heterosexualidad com o algo natural y que, p o r tan to, no requiere u n a explicación, a diferencia de la sexualidad gay y lesbiana. Rich afirm a que la heterosexualidad es una institución social que cuen­ ta co n el apoyo de un am plio rango de sanciones de peso. Pese a tales sanciones, el hecho de la existencia del lesbianism o constituye una prueba de una p oderosa corriente de uniones entre m ujeres que no puede silenciarse. Rich sitúa la fuente del lesbianism o en el hecho de que las niñas na­ cen «m ujeres» y tienen un vínculo original del m ismo sexo co n sus m adres. E l concepto análogo de Monique W ittig de «mente re c ­ ta» (1 9 8 0 , reim presión 1,992) considera la heterosexualidad co m o u na con stru cción ideológica que se d a prácticam ente p o r supuesto, aunque instituye una relación social obliga­ to ria entre hom bres y m ujeres: «com o principio obvio, pre­ vio a cualquier cien cia, la m ente recta desarrolla una inter­ p retación totalizad ora de la historia, la realidad social, la cu ltu ra, la lengua y todos los fenóm enos subjetivos al m is- TEORÍA S GAYS, LESBIANAS Y QUEER 301 mo tiem po». Los discursos de heterosexualidad trabajan para oprim ir a todos aquellos que tratan de concebirse a sí mismos de o tra m anera, sobre todo las lesbianas. E n co n ­ traste con Rich, Wittig rech aza el concepto de «identifica­ ción com o m ujer», argum entando que continúa ligado al concepto dual de género que las lesbianas desafían. Ella afirm a que en un sentido m uy im portante las lesbianas no son m ujeres, «ya que lo que h ace a una m ujer es una rela­ ción social determ inada co n un hombre» y así «mujer» ad­ quiere «significado tan sólo en los sistemas heterosexua­ les de pensam iento y en los sistem as económ icos heterose­ xuales». Judith B u tler (1 990), inspirándose en el trabajo de Wit­ tig y Rich, utiliza el térm ino «m atriz heterosexual», «para designar esa red de inteligibilidad cultural a través de la cual se naturalizan cuerpos, géneros y deseos». B u tler deja de utilizar el término en su útlim a obra (véase m ás adelante), pero con tinú a abogando por la subversión de la identidad sexual y p o r una distinción entre sexo, sexualidad y género en las «interpretaciones» que los constituyen. Los conceptos de «identificación de la mujer» y «com u­ nidad fem inista lesbiana» fueron introducidos por las radicalesbianas en su influyente ensayo «The W oman-Identified W oman» (1 9 7 3 ) y nuevam ente desarrollado por Adrienne Rich. R ich (1 9 8 0 ) pinta la unión entre m ujeres co m o un acto de resistencia al poder p atriarcal y avanza el concepto de «continuum lésbico» p ara describir «una gam a — a lo largo de la vida de cad a m ujer y a lo largo de la historia— de experiencia identificada de m ujer». Su definición ab arca no sólo u n a simple experiencia sexual, sino todas las for­ mas de «intensidad prim aria» entre dos o más m ujeres, in­ cluyendo las relaciones de familia, la am istad y la política. El propio ensayo de R ich de 1976 «The Tem ptations of a Motherless Girl» ilustra perfectam ente el concepto de «con­ tinuum lésbico» y el revisionism o crítico lésbico relacion a­ do. Ofrece u na lectura lésbica de Ja n e Eyre que cam b ia por completo el epicentro de una tram a rom ántica heterosexual a una n arració n de pedagogía fem enina am orosa fen la cual Jane es criad a y educada por una sucesión de m entoras fe­ meninas. Rich dem uestra y desnáturaliza con éxito la he­ 302 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA gem onía Ideológica de la heterosexualidad en nuestras lec­ turas y estrategias interpretativas. E l ensayo de B arb ara Sm ith «Towards a B lack Fem inist Criticism » (reim preso en Showalter, 1986) adopta un m o ­ delo crítico sim ilar al de Rich, p ara razo n ar que el Sula de Toni M orrison puede m uy bien ser releído com o novela lésbica, «no porque las mujeres sean "am antes”, sino porque... tienen relacion es esenciales entre ellas... Ya sea consciente o inconscientem ente», añade, «la o b ra de M orrison plantea cuestiones tan to lésbicas y fem inistas com o referentes a la autonom ía de Jas m ujeres negras y su im pacto en las vidas de las dem ás». L a fem inista fran cesa L uce lrig aray explora un con cepto análogo de sexualidad fem enina au tó n o m a en This S ex W hich Is Not One (1 9 8 5 ). Redefine la sexualidad de la m ujer basándose en ia diferencia m ás que en la sim i­ litud, argum entando que es m últiple: «La m ujer no tiene sexo, lle n e p o r lo m enos dos... E n efecto, tiene m ás que eso. Su sexualidad, que siem pre es al m enos doble, es de he­ ch o plural.» lrigaray tra ta de ir m ás allá y com binar una ap ro xim a­ ción psicoanalítica y política al lesbianism o. E n «W hen the Goods Get Together» avanza el concepto de «hom (m )osexualidad» — haciendo juegos de palabras con los significa­ dos tanto de m asculino co m o de similitud— para cap tu rar la naturaleza dual de la cultura heteropatriarcal. E l discu r­ so «hom (m )osexual» privilegia las relaciones m asculinas hom osociales y la sexualidad m asculina entre iguales (ya sea hetero u hom osexual). Su o b ra aúna las críticas de am ­ bos géneros y las relaciones de poder sexual y en su antiesencialism o co n cu erd a con los objetivos políticos del fem i­ nism o lésbico. El co n cep to de «identificación de la m ujer» ha sido cuestionado p o r algunas fem inistas lesbianas, especialm en­ te críticas negras y del T ercer M undo. Gloria A nzaldúa y Cherrie M oraga (1 9 8 1 ), por ejem plo, llaman la aten ció n so ­ bre la form a en que se ha utilizado este.co n cep to p ara en­ m a sca ra r las relaciones de poder entré, m ujeres. R ech azan ­ do un m odelo universal de identidad, crean con cep tos m ás flexibles de identidad lesbiana — co m o el con cep to de An­ zaldúa (1 9 8 7 ) de la nueva mestiza— capaz de a b a rc a r las TEORÍA S GAYS, LESBIANAS Y QUEER 303 conexiones entre m ujeres de diferentes culturas y etnias (véase m ás atrás). L a representación — tanto en sentido político com o lite­ ra rio — es un concepto clave para la crítica lesbiana. E n 1982, M argaret Cruikshank identificó el papel decisivo que la literatura había desem peñado en el desarrollo de la crítica lesbiana. E n los veinticinco años desde su surgi­ m iento, la crítica literaria lésbica ha pasado de ser una for­ m a de crítica am pliam ente polémica que reivindicaba el re ­ conocim iento de las escritoras, las obras y los textos lésbicos — y su definición— a un cuerpo sofisticado y va­ riopinto de obras teó ricas políticam ente inform adas que tienen por objeto exp lorar las múltiples articulaciones del signo «lesbiana». E l orden del día de la crítica lesbiana fue establecido p o r el análisis de Virginia W oolf de la relación entre m uje­ res y obras en Una habitación propia (1 9 2 9 ), que m ostraba có m o las relaciones de poder literario culm inan en un borram iento textual de las relaciones entre m ujeres. Sin em ­ bargo, no fue hasta la publicación de Lesbian Im ages (1 9 7 5 ) de Jan e Rule que un texto crítico pretendió reco g er la tra­ dición literaria lésbica. Aquí el análisis de Rule de la vida y la obra de un grupo de escritoras lesbianas del siglo x x , in­ cluyendo a Gertrude Stein, Ivy C om pton-B um ett, M aureen Duffy y Mary Sarton. A pesar de centrarse en escritoras in­ dividuales, el texto de Rule trasciende el m ero plantea­ m iento biográfico y anticipa el estilo m ultigenérico e inter­ textual de la posterior crítica literaria lesbiana. L a crítica literaria lesbiana de los años de 1960 y prin­ cipios de 1980 se preocupaba por identificar una tradición y una estética literarias de signo lésbico, ya fuera basadas en el contenido textual, los personajes, los tem as o la iden­ tificación de la au to ra com o lesbiana. A esto contribuyeron diversas obras referenciadas en la bibliografía (Grier, 1981; Cruikshank, 1982; M onique Wittig y Sandi Zeig, 1979) que continúan proporcionando fuentes m ateriales de valor in­ calculable para las profesoras, las estudiantes e investiga­ doras lesbianas. Obras de este tipo tam bién representaron el valioso «(re)descubrim iento» de escritoras que se supo­ nían heterosexuales (el ensayo de Judith Fetterley sobre Willa 304 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA C ath er [1 9 9 0 ] es uno de los ejemplos m ás recien tes) o en el ensayo de Alison Hennigan de 1984 «W hat is a Lesbian N o­ vel?», que identificaba una «sensibilidad» lésbica en una «visión del m undo n ecesariam en te oblicua» de un texto. E n relación con esto está el planteam iento de la «codificación» avanzado p o r Catherine Stim pson (1 9 8 8 ), que analiza las estrategias de ocultam iento (el uso de un idiom a, un géne­ ro y una am bigüedad pronom inal oscuros o con seudónim o m asculino) o de una cen su ra y un silencio internos necesa­ riam en te utilizados por las m ujeres identificadas com o ta­ les que escribían en una cu ltu ra hom ofóbica y m isógina. Un ejem plo de este planteam iento es el análisis de Stim pson de los códigos sexuales, el uso del silencio y la experim enta­ ción co n la sintaxis en las obras de G ertrude Stein. Otros crítico s han utilizado el planteam iento p ara interpretar la obra de Angelina Weld Grim ke, Em ily Dickinson, H. D. y Will a Carter. Sin em bargo, dada la dificultad h istórica de escribir co m o lesbianas, co m o tam bién el cam bio de definiciones de signo lésbico, las críticas lesbianas se han alejado progresi­ vam ente de esta búsqueda de una única identidad o discur­ so lésbicos. Mandy M erck (1 9 8 5 ), por ejem plo, está en de­ sacu erd o con la opinión de Hennegan de que las lesbianas co m p arten una perspectiva com ún. L o que H ennegan de­ n om ina «sensibilidad» lesbiana, dice M erck, se puede en­ co n tra r en obras de o tras escritoras que no se identifican co m o lesbianas. También cuestiona el énfasis, co m o el que en co n tram o s en «On B eco m in g a Lesbian R eader» de H en­ negan, en la im portancia de las representaciones textuales en la form ación de la identidad lésbica de las lectoras. Un p lanteam iento m ás rad ical, afirm a M erck, reside en la apli­ ca ció n de lecturas perversas que no confían ni en el oculta­ m iento del autor, ni en el del texto, ni en la revelación de la identidad sexual, sino en la perspectiva q u eer del lecto r que d erriba las estru ctu ras interpretativas dom inantes. También B on n ie Z im m erm an (1 9 8 6 ), en su ensayo «W hat has Never B een : An Overview of Lesbian Literary C riticism », ofrece un m odelo m ás sofisticado de textualidad lésbica. Z im m er­ m an lanza una advertencia co n tra lo? m odelos reductivos y esencialistas del texto lésbico y propone el co n cep to de «do­ TEORÍA S GAYS, LESBIA N A S Y QUEER 305 ble visión» lésbica inspirado en las perspectivas duales de las lesbianas com o m iem bros de la cultura de la corriente principal y de la m inoritaria sim ultáneam ente. E n un estu­ dio posterior, The Safe Sea O f W omen (1991), Z im m erm an avanza una definición de base h istó rica de la ficción lésbi­ ca, basando esta categoría en los contextos cultural e histó­ rico en los cuales se produce y se lee. P o r lo tanto, en lugar de b u scar una tradición au tón o­ m a lésbica, estética distintiva, de au to ra o lectora lesbiana, la crítica lesbiana m ás reciente ha tratado la cuestión de cóm o los textos internalizan el heterosexism o y có m o las estrategias literarias lesbianas pueden derribar estas nor­ mas. Una estrategia así es la intertextualidad. E n uno d e sus prim eros ensayos, E laine M arks (1 9 7 9 ) argum entaba que las obras de lesbianas son fundam entalm ente intertextuales y se han inspirado en figuras h istóricas com o Safo en la cla­ sificación de su historia discursiva y en la producción de «contraim ágenes desafiantes»: textos lésbicos «escritos ex­ clusivam ente por mujeres p a ra m ujeres, indiferentes a la aprobación m asculina». Más recientem ente, algunas de las críticas lesbianas m ás excitantes proceden de escritoras les­ bianas bilingües y poscoloniales/tercerm undistas que ponen en prim er plano los aspectos intertextuales dialógicos de sus textos. L a escritora quebequesa Nicole B rossard y la chicana Cherrie M oraga escribieron textos líricos polém icos que entrem ezclaban teoría, política y poesía. E n Amantes (1 980), B rossard p ractica la «escritura en femenino» que, igual que la écriture fém inine, deconstruye la oposición del cuerpo/texto. De la m ism a form a, el concepto de M oraga y Anzaldúa de «teoría en la carn e» (1 9 8 1 ) suprim e el vacío entre el cuerpo y el texto lésbico chicano. Teresa de L auretis (19 9 3 ) en su artículo «Sexual Indif­ ference and Lesbian Representation» también se inspira en la teoría francesa, utilizando el concepto de lrig aray de «hom (m )osexualidad» para discutir sobre la invisibilización del cuerpo/texto lésbico. Su ensayo derriba las interpreta­ ciones dom inantes de la fam osa novela lésbica de Radclyffe Hall, The Well o f Loneliness, interpretando a contrapelo la sexología y haciendo hablar al «otro» leshñanismo del tex­ to. En com ún có n la teoría lesbiana y queer, De Lauretis 306 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA explota la distinción entre sexo/género y sexualidad, cele­ brando la diversidad de escritos lésbicos, tanto críticos com o creativos, y las form as en las que las escrito ras les­ bianas «han buscado de m uchas m aneras huir del género, negarlo, trascen derlo, o representarlo en exceso e inscribir lo erótico en lo críptico, alegórico, realista, afem inado u otros m odelos de representación». E stas estrategias y la intersección resultante de los dis­ cursos posm odernos y la crítica lesbiana han desem bocado en la textualización de la identidad lésbica por la que el iesbianismo se considera co m o una posición desde la cual ha­ blar «de o tra m anera» y de ahí el discurso q u eer heterosexista. T e o ría y c r í t i c a q ueer Durante los años de 1980 el térm ino qu eer fue reivindi­ cado por una nueva generación de activistas políticos im ­ plicados en la Nación Q ueer y grupos de protesta tales com o ActLíp y Outrage, aunque algunos críticos y activistas culturales gays y lesbianas que adoptaron el térm ino en los años de 1950 y 1960 continuaron usándolo para describir su p articu lar sentido de la m arginalidad tanto de la cu ltu ra dom inante co m o de las m inoritarias. E n los años de 1990 la «Teoría queer·» designa un replanteam iento radical de la relación en tre subjetividad, sexualidad y representación. Su aparición en esta década debe m ucho a las prim eras obras de los críticos q u eer com o Ann Snitow (1983), Carol Vance (1 984) y Jo a n Nestle (1 9 8 8 ), pero tam bién al reto aliado de la diversidad iniciado por los crítico s negros y del T ercer Mundo. A dem ás, adquirió un im pulso de las teorías posm odernas co n las que se solapa de form a muy significativa. Teresa de Lauretis en la Introducción al tem a de la «Teo­ ría queer» de las diferencias (1 9 9 1 ) sitúa la aparición del tér­ mino «q u e e r » y describe el im p acto del posm odernism o so­ bre la teoría gay y lesbiana. M ás ejemplos que estudien esta intersección y la form a en que am bos discursos operan para d escen trar las narrativas fundacionalistas basadas en el «sexo» o la «razón» incluyen A lure o f knowledge (1 9 9 0 ) TEO R ÍA S GAYS, LESBIANAS Y QUEER 307 de Judith R oof y The lesbian Postm odern (1 9 9 4 ) de Laura Doan, así com o varios ensayos publicados en Sexy Bodies (1 9 9 5 ). El énfasis que ha puesto la teor ía q u eer en una po­ lítica de la diferencia y la m arginaíidad ha ayudado a las críticas de gays y lesbianas a la hegem onía y el patriarcado heterosexuales, m ientras que el desarrollo de una estética posm oderna ha contribuido a inspirar la expresión de la pluralidad sexual y la am bivalencia de género en el área de la producción cu ltural: un diálogo dinám ico que ha ayuda­ do a co lo car las teorías gays y lesbianas en la vanguardia de las obras en el ám bito cad a vez m ás interdisciplinar de la teoría crítica. Indicios de e sta evolución han ap arecid o en el surgi­ m iento acad ém ico de los Estudios sobre el Género y los diá­ logos en los E stud ios Gays con la nueva disciplina de los Estudios sobre los H om bres, que pretenden construir la teo­ ría feminista y gay p a ra prop orcion ar una crítica y una re­ construcción de la sexualidad y la form a dé vida m asculi ­ nas. Ha habido cie rta ansiedad al resp ecto y tam bién opo­ sición a am bas tendencias. Y todavía hay en algunos lares una relación desequilibrada e incluso an tag ó n ica entre la teoría gay y el fem inism o. Según Joseph Bristow, «la críti­ c a gay y lesbiana no a b a rca un cam p o coh eren te», aunque él cree que «en esto reside su fuerza» (1 9 9 2 ). L a exploración de Bristow de lo que significa lesbiana y gay im plica un sentido de sus sim ilitudes y diferencias; «designan entera­ m ente deseos, p laceres físicos, opresiones y visibilidades diferentes... Pero am bos grupos subordinados com parten historias paralelas dentro de una cu ltu ra dom inante sexualm ente prohibitiva.,.», A medida que surgen nuevas áreas de investigación teórica, resulta menos evidente la fonna de m antener los límites académ icos. Por ejem plo, ¿el travestism o o el vestirse co m o el sexo opuesto son tem as de los estudios lesbianos, gays o bisexuales, o de los Estudios so­ bre los H om bres, o sobre las Mujeres, o sobre el Género, o p a ra Shakespeare, estudios de teatro o de representación? L o s estudios q u eer «fastidian» a las ortod oxias y prom ueven o provocan estas incertidum bres, m oviéndose m ás allá de la sexualidad lesbiana y gay para incluir una nueva gam a de sexualidades que alteran esta catego rización prefijada. 308- LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Algunas de las figuras y argum entos que influyen en la transición de la teoría gay a la queer se han expuesto ya. Jef­ frey Weeks, por ejem plo, aunque argum enta que las sexua­ lidades se construyen históricam ente, las ve com o algo que rehúsan ofrecer un núcleo cognitivo estable, sino «tan sólo m odelos cam biantes en la organización del deseo» (1985). Sin em bargo, si esto es cierto acerca de la hom osexualidad, con toda seguridad la heterosexualidad tam bién es una co n stru cción reciente y no una identidad fundam entada de form a natural. C om o ya hem os visto, la idea de que el de­ seo sexual co m p o rta de form a natural y necesaria una g ra­ vitación hacia una person a del sexo biológico opuesto ya había sido cuestionada por Freud (véase tam bién Thom as Laqueur, 1990). E n un m undo posm odem o poscolonial en el que el objeto de con ocim ien to se ha convertido él m ismo en un espacio p roblem ático, la teoría q u eer pretende hacer algo m ás que cu estio n ar todas estas tendencias esencializad oras y el pensam iento binario. Una sexualidad evasiva, fragm entada en p articularidad es locales y perversas, es ce ­ lebrada en todas sus versiones desviadas. Tales «perversio­ nes» se han m ovilizado p ara resistirse a la construcción burguesa de la personalidad m odelada sobre una heterosexualidad rígida y p atriarcal que ha ejercido su hegem onía durante dos siglos. P a ra repolitizar la teo ría gay en esta dirección, la teoría q u eer se ha inspirado en Foucault, co m o hem os discutido m ás atrás, y en su inflexión, sobre todo en Gran B retaña, h acia el m aterialism o cultural, en la obra de Althusser y R aym ond W illiams. E n este punto ha surgido cierta tensión entre las posiciones q u eer y los planteam ientos m arxistas m ás tradicionales. Desde el punto de vista de Jeffrey Weeks, p o r ejemplo, las relacion es sociales capitalistas tienen un •efecto sobre la sexualidad (com o en tantos otros tem as), «pero una historia del capitalism o no es una historia de la .sexualidad» (1 9 8 5 ). Su propia obra dem uestra que el poder ho se debe tra ta r de fo rm a individual y unitaria, sino com o algo diverso, cam b ian te e inestable y p o r ende abierto a la resistencia de innum erables formas. E ste argum ento hace posible la form ación, en térm inos de Fou cau lt, de un «dis­ cu rso "opuesto"» en el cual «la hom osexualidad com enzó a TEORÍAS GAYS, LESBIANAS Y QUEER 309 hablar en su propio nom bre para exigir que se reconociera su legitim idad o «naturalidad», a menudo en el m ism o vo­ cabulario, utilizando las m ism as categorías por las cuales fue m édicam ente descalificada» (1976). Los teóricos y críticos que seguían la tradición m arxista o p osm arxista tienen que negociar la situación resum ida por R aym ond Williams en M arxism and. Literature (1977) com o una en la que «todas o casi todas las iniciativas y co n ­ tribuciones, incluso cuando adoptan abiertam ente form as alternativas o de oposición, están en la p ráctica ligadas a las hegem ónicas». L a 'teo ría q u eer cuestionaría la im plicación, aparente aquí y en la obra de Foucault, de que los signifi­ cados alternativos o de oposición son totalm ente apropia­ dos. Com o escribe Dollimore (1991), «pensar la historia en térm inos de la dinám ica perversa empieza a so cav ar esa oposición binaria entre los esencialistas y los antiesencialistas». Com o descubre en las múltiples resistencias a las ideologías renacentistas, la m arginalidad no es sim plem en­ te m arginal. La obra de Dollimore y Sinfield, en un tándem teórico co n otros ejemplos del materialism o cultural y del nuevo historicism o (Stallybrass y White, 1986; Bredbeck, 1991; Goldberg, 1992, 1994, avanzando de nuevo, especial­ m ente en el área de los estudios renacentistas, m ás allá de Fou cau lt), dem uestra que las oposiciones binarias se tam ­ balean y pasan a ser inestables en el m om ento subversivo de escri bir co m o q u eer. De nuevo, un ejempío clave es O scar Wilde. Identifican­ do una serie de oposiciones entre Wilde (X ) y su cultura (Y) tales co m o «superficie/fondo», «mentira/verdad», «anorm al/ norm al», «narcisism o/m adurez», Dollimore concluye: «lo que la sociedad prohíbe, Wilde lo restituye a través y dentro de algunas de sus categorías culturales principales y m ás queridas — el arte, la estética, la crítica artística, el indivi­ dualismo— ». Afirma que Wilde se apropia de las categorías dom inantes en el m ismo gesto que «las transvaloriza a tra­ vés de la perversión y la inversión», dem ostrando que la «anorm alidad no es justo lo opuesto, sino la antítesis de la norm alidad que necesariam ente siempre está presente». O tras dos figuras de especia.1 im portancia en el surgi­ m iento de la teoría q u eer son Judith Butler y E v e Kosofsky 310 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Sedgwick. B u tier utiliza la (n o)categoría de q u eer p ara alte­ ra r no sólo la autoridad de la econom ía hora(m )osexual, sino tam bién la atribución de la identidad p er se. E n «Im i­ tation and G ender Insubordination» (1991), reclam a el re­ chazo del esencialism o de la oposición binaría hetero/hom osexual y hace una llamada p ara fastidiar a las n arrativas dom inantes heterosexistas. A diferencia de las fem inistas lesbianas co m o W ittig, rehúsa identificar lesbiana com o térm ino de oposición positivo, argum entando que es la au­ sencia de una contraidentidad lesbiana definida la que hace posible que las lesbianas posm odernas estropeen ei discur­ so dom inante: «Me gustaría tener siem pre confuso p recisa­ m ente lo que ese signo significa» (1 9 9 2 ). De esta m an era, la teoría q u eer propone una alteración de identidad que pro­ m ulgar en la interpretación de convertirse en lesbiana. E n el contexto de la identidad gay, M oe Meyer (1 9 9 4 ) ha arg u ­ m entado de form a sim ilar que la teoría q u eer constituye «un desafío ontológico que desplaza las nociones burguesas de la Personalidad com o única, lineal y continua, y en su lugar lo sustituye por un concepto de la Personalidad co m o interpresentativo, de im provisación, discontinuo y procesualm ente constituido por acto s repetitivos y estilizados». A la m an era postestructuralista, el cam bio en el poder es re­ presentado cuidadosam ente h asta el final por la oposición entre diversidad e individualidad. Liz G rosz (1 9 9 6 ) coincide con B utler en que es la inde­ term inación del signo «lesbiana» lo que le confiere su p o ­ tencial radical, pero tam bién ofrece una crítica de la elisión de la teoría q u eer de estructuras de poder sistem áticas y su celebración de p rácticas sexuales desviadas de la índole que sean. Otras fem inistás lesbianas son críticas respecto a la tendencia de la teoría q u eer de m inim izar la significación de la diferencia de género. M uchas argum entarían que au n ­ que distintos, género y sexualidad no se pueden d esarticu ­ lar por com pleto. No tiene sentido exigir que la opresión so ­ bre las lesbianas, aun siendo específica, no está relacion ada con su opresión co m o m ujeres. L a tendencia de la existen­ cia lésbica a ser marginalizada en los nuevos discursos q u eer no es, sin duda, indicativa de las continuas relaciones de poder entre los sexos. Sin em bargo, hay una tensión pro- TE O R ÍA S CAYS, LESBIANAS Y QUEER 311 ductiva entre las lesbianas, los gays y la teoría feminista en el desarrollo de las estrategias textuales e intertextuales que socavan tanto las n orm as literarias co m o los estereotipos sexuales cotidianos (H um m , 1994). Com o Judith Butler, Eve Kosofsky Sedgwick se inspira en la teoría posm oderna deconstructivista, aunque con una intención o im plicación política m ás evidente, que a m enu­ do ha sido exam in ada en otros estudios. L a supuesta op o­ sición entre sexo y género, afirm a, parece «delinear tan sólo un espacio problem ático en lugar de una distinción preci­ sa» (1 9 9 1 ). L a sexualidad se ha confundido a menudo con el sexo, dice, añ adiend o que otras catego rías com o la raza o la clase podrían ser im portantes por sí m ism as en la co n s­ tru cción de la sexualidad. Del m ism o m odo que no hay una sola sexualidad, no existe ninguna n arrativ a nacional privi­ legiada. Por consiguiente, la sexualidad, co m o las n acion a­ lidades, están m odeladas sim plem ente p o r sus diferencias, no p or algo en que se fundamenten de form a innata. Los límites sexuales no están m ejor establecidos que los n acio ­ nales, aunque d urante una época pueden servir para deli­ m itar un espacio discursivo particular. L o s últim os trabajos en este ám bito han dem ostrado que la sexología y la an tro ­ pología colonia] estaban relacionadas, pero las clasificacio­ nes sexuales de una nación no eran del todo iguales a las de otra. E sto h a coincidido con un alejam iento de la de­ nuncia negra de la hom osexualidad co m o algo ajeno a la cu ltu ra negra. Al m ism o tiempo, aunque la existencia en o tras culturas de individuos que se visten co m o los del sexo opuesto y del rito hom osexual del paso a la edad viril han sido a veces exorcizad os y m alinterpretados, una lectura crítica de las literatu ras etnográficas (co m o la de Rudi C. Bleys, 1996) puede o frecer un sentido de las narrativas m ás am plias im plicadas en la construcción de la identidad gay. Eve Kosofsky Sedgwick también ha desplegado el co n ­ cepto de «hom osocialidad» com o una herram ienta interpre­ tativa p ara d em o strar la «utilidad de ciertas categorías his­ tó ricas m arxista-fem inistas para la crítica literaria». En su o b ra Between M en: English Literature and Male Hom osocial Desires (1 9 8 5 ), co m ien za a distanciarse de determ inados conceptos p atriarcales; a pesar de todo, la hom osocialidad 312 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA masculina y femenina tienen diferentes form as históricas y continúan siendo «articulaciones y m ecanism os de la sem ­ piterna desigualdad de poder entre hom bres y mujeres». Reconoce una deuda con el fem inism o, p ero cad a vez m ás, en un gesto típico de las tendencias d econstructivas de la teoría queer, se ocilpa de la con stru cción m últiple de sexo, género y sexualidad. Su estudio de los Sonetos de Shakes­ peare, la obra The Country Wife de Wicherley, Tennyson, George Eliot y Dickens ilustran las tendencias parad ójica­ mente historicizantes y deshistoricizantes de este tipo de obras. Ei libro destaca también por su discusión de lo gótico como «Terrorismo y Pánico Homosexual». E n particular (ba­ sándose en Freud) explora la teoría de que «la paranoia es la psicosis que hace gráficos los m ecanism os de la homofobia». La teoría queer considera que el m odelo de sexualidad . tradicional prescriptivo y esencialista no h a logrado realizar el trabajo conceptual que conlleva una ad ecu ad a descrip­ ción de los m ecanism os de funcionam iento del deseo y de la forma en que se construye la sexualidad. L a gam a de ter­ minologías, modelos y estrategias críticas apuntadas an te­ riormente confirm a que ya no es viable pen sar en térm inos de una única «sexualidad» coherente y que esto ha tenido consecuencias sobre la transición del individuo hom osexual «natural», a quien se le podían reco n o cer unos derechos, a la concepción desorientadora de que todas las sexualidades son perversas y pueden reco n o cerse y celebrarse com o ta­ les. Si la teoría gay o lesbiana con frecuencia se han basa­ do en los derechos liberales, la teoría q u eer constituye un reto filosófico más profundo para el statu q u o , el cual a su vez tiene como objetivo ofrecer interpretaciones que des­ truyan la diferencia y celebren la diferencia a un tiempo. En consecuencia, la teoría q u eer es m óvil y variada en su asalto a los «orígenes» heterosexuales estables y privile­ giados. Mientras que algunos con h u m or festivo buscan ce ­ lebrar el carnaval del estilo, el artificio y la representación y juegan al descubierto a sexualidades perversas, otros bus­ can una posición m ás politizada trascendiendo a Foucault o en una respuesta m aterialista al textualism o postestructuralista. Week busca el «flujo del deseo» co m o algo dem a­ siado excesivo por sí m ism o para que la sociedad capitalis- TEO RÍA S GAYS, LESBIANAS Y QUEER 31 3 ta lo tolere, ya que sim ultáneam ente alienta y ab o rrece este caos y no puede vivir con la infinita variedad de intercone­ xiones e interrelaciones potenciales. De form a parecida, Eve Kosofsky Sedgwick ha atacad o la opinión de que la hom osexualidad hoy en día «com prende un cam p o de de­ finición coh erente en lugar de un espacio de fuerzas definitorias en conflicto, contradictorias y sobrepuestas». Al cu estion ar las clasificaciones de sexualidad estables y no problem áticas, p arece elim inarse la posibilidad de cual­ quier tipo de plataform a co m ú n para la acción. Sin em bar­ go, Eve Kosofsky Sedgwick insta un planteam iento menos sistem ático: co n toda seguridad, argum enta, seria sensato trab ajar desde «la relación posibilitada por la coexistencia irracional izada de diferentes m odelos durante los períodos en que existen». P o r consiguiente, el punto de partida de la «teoría queer» es, en p alabras de Moe Meyer, «un desafío ontológico a las filosofías etiquetadoras dom inantes». E sta estrategia estu­ dia el «torbellino de la deconstrucción» de Week al rebatir la oposición binaria (entre o tras cosas) entre la hom ose­ xualidad y la heterosexual! dad y recientem ente ha tenido un im portante efecto en las com unidades acad ém icas y gays. E n los años de 1980, se tem ió que el espectro del sida d esataría la represión hom ofóbica; que los gays serían m ar­ ginados y el derecho a una diversidad de placeres sexuales se lim itaría de form a estricta. Sin em bargo, el m ensaje de que el sexo debía ser sim plem ente seguro y no m enos va­ riado ha con du cido a la recu p eració n y a la reinvención de posibilidades eróticas. Los grupos gays trabajan codo con codo con los trabajadores sexuales (hom bres y m ujeres), haciendo que la 'sexualidad reto rn e a cuestiones de clase, econ om ía y desigualdad. La ap arición del sida y el vih han cam biado las nociones de identidad y han com portado nuevos retos, discursos y form as de representación. E n una d irección m ás teórica, Lee Edelm an, exam inando las aso­ ciacion es - de sid a y plagas indicadas por Susan Sontag (1989),. ab oga en su «The Plague of Discourse: Politics, L iterary Theory, and Aids» (en B utters, a i d s a nd its Meta­ p hors, 1 9 8 9 ), en favor de la ubicación de ,1a literatura entre la «política» y el « sid a » , ya que «am bas categorías produ­ 314 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA cen y son producidas co m o discursos históricos suscepti­ bles de análisis por las m etodologías críticas aso ciad as con la teoría literaria». Su ensayo cuestiona la oposición ideo­ lógica entre lo biológico, lo literal y lo real, por un lado, y por el otro, lo literario, lo figurativo y lo ficticio, y co n clu ­ ye que una teoría queer d econ stru ctiva tiene que realizar su defensa del sida a través de un discurso n ecesariam en te «enfermo». Además, los críticos q u eer continúan fom entando el «sa­ lir del arm ario» de la teoría en el mundo acad ém ico . E l si­ lencio a este respecto ya es una form a de estar en el arm a­ rio. En un escrito de 1990, E v e Kosofsky Sedgwick recordó que «en una clase que im partí en Am herst College, la m itad de los estudiantes dijeron h ab er estudiado el D orian Grey previamente, pero ninguno había discutido ja m á s el libro en términos de ningún contenido hom osexual» (A Practical Reader, pp. 192-193). E n éste y otros textos, co m o se reco ­ ge en Queer Words, Q ueer Im ages (19 9 4 ) de Ringer, queda mucho por h acer a la hora de aprender a hablar y escribir sobre la construcción sexual de la literatura y sobre la pro­ pia de cada uno. B ibliografía selec c io n a d a Textos b á sico s Abelove, Henry et al. (eds.), The Lesbian and Gay S tudies Reader, Routledge, Londres, 1993. Anzaldúa, Gloria, Borderlands/La Frontera: The New Mestiza, Aunt Lute Books, San F ran cisco , 1987. Buller, J., G ender Trouble: F em in ism a nd the Subversion o f Identity, Routledge Londres y N ueva York, 1992. — , Bodies That Matter. On the D iscursive Limits o f «S e x », R out­ ledge, Londres y N ueva York, 1993. Cohen, Ed., «Legislating the N orm : F ro m Sodom y to G ross Inde­ cency», South Atlantic Quaterly, 8 8 (1 9 8 9 ), pp. 1 8 1 -2 1 7 . Cruikshank, M argaret (ed.), Lesbian Studies: Present a n d Futu re, The Fem inist Press, N ueva York, 1982. De Lauretis, Teresa, «Introd uction », differences «Q ueer Theory Issue», 3:2, Summer, 1991. TEO R ÍA S GAYS, LESBIANAS Y QUEER 315 — , «Sexual Indifference and Lesbian R epresentation» en H. Abelove et al. (eds.), 1993. D oan, L aura (ed.), The Lesbian Postmodern, Colum bia University Press, Nueva York, 1993. Fetterley, Judith, «My Antpnia! Jim Blunden and the Dilemma of the Lesbian W riter», en K arla Jay, Jo an n e Glasgow y C ath a­ rine R. Stim pson (eds.), Lesbian Texts a nd Contexts: Radical Revisions, Nueva York University Press, Nueva York, J9 9 0 . Grier, B arbara, The Lesbian in Literature: A Bibliography, The N aiad Press, Tallahassee, 1981. H ennegen, Aleson, «W hat is a Lesbian N ovel?», Woman's Review, n.° 1, 1984. — , «On becom ing a Lesbian Reader», en S. R adstone (ed.). Sweet Dream s: Sexuality, G ender and Popular Fiction, Law rence and W ishart, Londres, 1988. Jay, Karla y Glasgow, Jo an n e (eds.), Lesbian Texts and Contexts: Radical R evisions, New York University Press, Nueva York, 1990. M arks, Elaine, «Lesbian Intertextualîty», en George Stam boulian y Elaine M arks (eds.). Hom osexualities a n d French Literature. Cornell University Press, Ith aca, 1979. M erck, Mandy, Revisión de Girls Next Door, W om en’s Review, 1, noviembre 1985, p. 40. — , Perversions: Deviant Readings, Virago, Londres, 1993. Munt, Sally (ed.). New lesb ia n Criticism , H arverter, W heatsheaf, Hemel H em pstead, 1992. Radicalesbians, «The W om an-Identified W om an», The Ladder, vol. 14, 11/12, 1970. Rich, Adrienne, «Com pulsory H eterosexuality and Lesbian E xis­ tence», Signs, 5, 4 , Su m m er 1980, pp. 6 3 1 -6 6 0 . — , «The Tem ptations o f a M otherless G irU . en On Lies, Secrets a nd Silence, Virago, Londres, 1980. R oof, Judith, A L u re o f Knowledge: L esbian Sexuality a nd Tlteory, Columbia University Press, Nueva York, 1990. Rule, Jane, Lesbian Im ages, Crossing P ress, TVumansberg, NY, 1975. Sedgwick, Eve Kosofsky, Epistem ology o f the Closet, H arverter W heatsheaf, H em el H em pstead, 1991. Showalter, E lain e (ed.), The New Fem inist Criticism : Essays on Wo­ men, Literature .an d Theory, Virago, L on dres, 1986. Sm ith, B arbara, «Tow ards a Black F em inist Criticism » en E. S h o ­ w alter (ed.), N ew Fem inist Criticism , Virago, Londres, 1986. W ittig, Monique y Zeig, Sandi, Lesbian Peoples: Materials f o r a D ic­ tionary, Avon, N ueva York, 1979. W ittig, Monique, «The Straight Mind» (1 9 8 0 ), reeditado en The 316 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Straight Mind a nd Other Essays, H arverter W heatsheaf, Hemel Hempstead, 1992. Zimmerman, Bonnie, «W hat H as Never Been: An Overview of L es­ bian Feminist L iterary Criticism », en E , Show alter (ed.). New Feminist Criticism, Virago, Londres, 1986. — , The Safe Sea o f W om en: Lesbian Fiction ¡9 6 9 -1 9 8 9 , B eacon Press, Boston, 1991. Lecturas avanzadas Burston, Paul y R ich ard son , Colin (eds.), A Q ueer R om ance: Les­ bians, Gay Men a nd Popular Culture, R outledge: Londres, 1995. Daly, Mary, Gyn/Ecology The Mataethics o f Radical Fem inism , B e a ­ con Press, Boston, 1978. De Jean, Joan, Fictions o f Sappho 156β -1937, University of C h ica­ go Press, Chicago y Londres, 1989. Donoghue, E., Passions Between Women: British Lesbian Culture J668-1801, Scarlet Press, Londres, 1993. Fuss, Diana (ed.), Inside/O utside: Lesbian Theories, Gay Theories, Routledge, Londres, 1991. Gever, Martha, Parm ar, Pratibha y Greyson, Joh n, Q ueer Looks, Routledge, Londres, 1993. Grosz, Elizabeth, Space, Time, Perversion, R outledge, Londres, 1996. Grosz, Elizabeth y Probyn, Elsbeth (eds.), Sexy Bodies The Strange Cannalities of F em in ism , Routledge, L ondres, 1995. Hamer, Diane y Budge, Belinda (eds.). The Good, The Bad a nd The Gorgeous: Popular Culture's R om ance with Lesbianism , P an ­ dora, Londres, 1994. Humm, Maggie, A Reader's Guide to Contem porary Fem inist Theo­ ry, Harvester W heatsheaf, Hemel H em pstead, 1994. Irigaray, Luce, This S ex W hich is Not O ne, Cornell University Press, Ithaca, 1985. Johnstone, Jill, Lesbian Nation, Sim on and Schuster, Nueva York, 1973. Leeds Revolutionary F em inist Group, «Political Lesbianism : The Case against H eterosexuality», en Onlywomen Press (ed.), Love Your Enem y? The Debate Between H eterosexual F em inism and Political Lesbianism , Onlywomen Press, Londres, 1981. Lewis, Reina, «The Death of the Autor and the R esurrection of the Dyke», en S. Mun¡t (ed.), New·, Lesbian Criticism, H arvester Wheatsheaf, Hemel Hempstead, 1992. TEORÍAS GAYS. LESBIANAS Y QUEER 317 Lorde, Audre, Sister/Outsider, Crossing Press, Nueva York, 1984. M oraga, C herrie y Anzaldúa, G loria, This Bridge Called My Back: Writings by Radical W omen o f Color, Kitchen Table Press, Nue­ va York, 1981. Nestle, Jo a n , A Restricted Country, Essays and Short Stories, Sheba, Londres, 1988. Palmer, Paulina, Contem porary Lesbian Writing, Oxford University Press, O xford, 1993. Rubin, Gayle, «The Traffic in W om en», en Rayna R. Reiter (ed.), Toward an Anthropology o f W omen, Monthly Review Press, Nueva York, 1975. Sedgwick, E ve Kosofsky, Tendencies, Routledge, Londres, 1994. Snitow, Ann et al. (eds.), Powers o f Desire. The Politics o f Sexuality, New Fem inist Library, N ueva York, 1983. Stim pson, C atharine, Where the M eanings Are: Fem inism and Cul, tural Spaces, Routledge, Londres, 1988. Todd, Jan et, W om ens Friendship in Literature, Columbia Univer­ sity P ress, Nueva York, 1980. Vance, Carole, S. (ed.), Pleasure a nd Danger: Exploring Female Se­ xuality, Routledge, Londres, 1984. W ittig, M onique, «One Is N ot B o rn a W oman», Fem inist issues (1 9 8 1 ), pp. 47-54. Teoría gay y queer Textos básicos Bleys, Rudi C., The Geography o f Perversion: Male-to-Male Sexual B ehaviour Outside the West a n d the Ethnographic Imagination 1 7 5 0 -1 9 1 8 , Cassell, Londres, 1996. B ouce, P.-G. (ed,), Sexuality in Eighteenth-Centuiy Britain, Man­ chester, M anchester University Press, 1982. Bray, Alan, Homosexuality in R enaissance England, Gay Men's Press, Londres, 1988. B redbeck, Gregory, W., Sodom y a nd Interpretation: Marlowe to Mil­ ton, Cornell University Press, Ithaca, 1991. Bristow, Josep h (ed.). S exu al Sam eness. Textual Difference in Les­ bian a nd Gay Writing, R outledge, Londres, 1992. — , Effem inate England: H om oerotic Writing after 1885, Open Uni­ versity Press, Milton Keynes, 1995. Bristow, Joseph y Wilson, Angela R, (eds.), Activating Theory. Les­ bian, Gay and Bisexual Politics, Law rence y W ishart, Londres, 1996. .. Bu tters, Ronald R.’ et al. (eds.). Displacing Homophobia: Gay Male 318 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA Perspectives in Literature a nd Culture, Duke University Press, Durham y Londres, 1989. Dollimore, Jonathan, Sexual D issidence: Augustine to Wilde, F reu d to Foucault, The Clarendon P ress, Oxford, 1991. Edetman, Lee, Homographesis. Essays in Gay Literary a n d Cultural Theory, Routledge, Londres, 1994. Foucault, Michel, The History o f Sexuality: Volume L An In tro du c­ tion (1976), Penguin, H arm ondsw orth, 1990. Goldberg, Jonathan, Sodom etries: R enaissance Texts: M o d em S e­ xualities, University of California Press, Stanford, CA, 1992. — (ed.), Reclaiming Sodom , Routledge, Londres y N ueva York, 1994. — (éd.), Queering the Renaissance, Duke University Press, Durham y I.ondres, 1994. Greenberg, David F., The Construction o f Hom osexuality, Univer­ sity of Chicago Press, Chicago, 1988. Hocquenghem, Guy, H om osexual Desire, Allison & Busby, L on ­ dres, 1978. Katz, J. N-, «The Age of Sodom itical Sin, 1 6 07-1740» , en Goldberg, J. (ed.), Reclaiming Sodom , Routledge, Nueva York y Londres, 1994. Kopelson, Kevin, Love's Litany: The Writing o f M o d em H om oero­ tics, University of California Press, Stanford, CA-, 1994. Laqueur, Thomas, Making S ex : Body and Gender from the Greeks to Freud, Harvard University Press, Cam bridge, MA, 1990. Meyer, Moe (ed.), The Politics a nd Poetics o f Cam p, Routledge, Nueva York y Londres, 1994. Ringer, R. Jeffrey (ed.). Q ueer Words, Q ueer Im ages: C o m m u n ica ­ tion and the Construction o f Homosexuality, New York Uni­ versity Press, Londres y Nueva York, 1994. Rousseau, G. S. y Porter, Roy (eds.). Sexual Underworlds o f the E n ­ lightenment, M anchester University Press, M anchester, 1992. Sedgwick, Eve Kosofsky, Between M en: English Literature a nd Male Homosocial Desire, Columbia University Press, N ueva York, 1985. — , Epistemology o f the Closet, University of California P ress, B e r­ keley y Los Angeles, 1990. Sinfield, Alan, Literature, Politics a n d Culture in Postwar Britain, Basil Blackwell, Oxford, 1989. — , The Wilde Century, Cassell, L ondres, 1994. — , Cultural Politics - Q ueer R eading, Routledge, L ondres, 1994. Smith, Bruce, R., H om osexual Desire in Shakespeare’s England: Cultural Poetics, University o f Chicago Press, C hicago y L on ­ dres, 1991. Trumbach, Randolph, «Sodom itical Subcultures, Sodom itical TEO R ÍA S GAYS, LESBIANAS Y QUEER 319 Roles, and the G ender Revolutions of the Eighteenth Century·. The R ecent H istoriography», Eighteenth-Century Life, 9, 1985, pp. 109-121. Trum bach, Randolph, «London's Sapphists: from Three Sexes to F ou r Genders in the Making of M odern Culture» en Ju lia E p ­ stein y K ristina S traub (eds.), Bodyguards, 1991. Weeks, Jeffrey, Sexuality a nd its Discontent's: Meanings, Myths and Modern H om osexualities, Routledge, N ueva York y Londres, 1985. W oods, Gregory, Articulate Flesh: Male H om e-E roiicism in M odem Poetry, Yale University Press, New H aven y Londres, 1987. Lecturas avanzadas Bingham , C., «Seventeenth-Century ■Attitudes Toward Deviant Sex», Jo u rn a l o f Interdisciplinaiy History, 1, 1971, pp. 4 4 7 -4 6 8 . Brem m er, Jeni, F rom Sappho to de Sade: M om ents in the History o f Sexuality, R outledge, Londres, 1989. Davenport-Hines, R., Sex, Death and P unishm ent: Attitudes to Sex and Sexuality in Britain Since the R enaissance, Collins, L on ­ dres, 1990. Drakakis, J. (ed.), Alternative Shakespeares, M ethuen, Londres, 1985. Dynes, Wayne, H om olexis: A Historical a nd Cultural Lexicon o f H o­ m osexuality, Gai S ab er M onograph, N ueva York, 1985. Epstein, Julia y S trau b , Kristina (eds.), Body G uards: the Cultural Politics o f G ender Am biguity, Routledge, Londres, 1991. F erris, Lesley (ed .), C rossing the Stage: Controversies on CrossDressing, Routledge, Nueva York y Londres, 1993. Garber, M arjorie, Vested Interests: Cross-Dressing a nd Cultural A n ­ xiety, Routledge, N ueva York y Londres, 1992. G errard, Kent y H ekm a, Gert (eds.), The Pursuit o f Sodom y in Early M odern E u ro p e, H aw orth, Nueva York, 1987. Lilly, M ark (ed.), L esbian and Gay Writing: An Anthology o f Critical Essays, M acm illan, Besingstoke, 1990. M accubin, R ob ert P., Tis N ature’s Fault: U nauthorised Sexuality d uring the E nlightenm ent, Cambridge University Press, C am ­ bridge, 1985. N orton, Rictor, M other Claps Molly H ouse: The Gay S u b cu ltu re in E ngland 1 7 0 0 -1 8 3 0 , The Gay Men’s Press, Londres, 1992. Parker, Andrew et al. (eds,), Nationalisms a n d Sexualities, R out­ ledge, Londres y N ueva York, 1992. S as low, Jam es M., G anym ade in the R enaissance: Hom osexuality in Art a nd Society, Yale University Press, New Haven y Londres, 1986. 320 LA TEORÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA Senelick, Laurence, «M ollies o r Men o f M ode? Sodom y and the Eighteenth-Century London Stage», Jo u rn a l of the History o f Sexuality, ), 1990, pp. 33 -6 7 . Stallybrass, Peter y W hite, Allon, The Politics a n d Poetics o f Trans­ gression, Methuen, L ondres, 1986. Stilt, Judith y W orton, M ichael, Textuality a nd Sexuality: Reading Theories and Practices, M anchester University Press, M an­ chester, 1993. INDICE ALFABÉTICO Adorno, T., 126-130 afasia, estudio de Jakobson, 1001° I afirmaciones preformalivas. 212213 Agrarios del Sur: véase Fugitivos alegoría, 217 Althusser, L-, 132-134, 190, 203, 229, 231, 308 Amis, K„ 297 Anderson, P., 39, 140 Anzaldúa, G., 286, 302 Aristóteles, 35, 50, 99, 151 Arnold, Μ-, 25, 30, 39 arte folclórico, 117 arte popular, 117 Auden, W. H„ 298 Auerbach, E., 122-123 Austen, Jane, 38 Auster, P., 247 Austin, J. L., 212-213 Bacon, F., 210 Bakhtin, Μ., 57-62, 232, 234 Baldwin, J. A-, 298 Balibar, E., 135 Ballard, J. G., 250 Balzac, H., 90, 118, 195-198, 223 Barker, F., 232 Barrell, Κ., 231 Barrett, M., 166 Barth, J., 246 Barthes, R., 61, 83, 87, 90, 92-93, 179, 188, 191-197, 223 Baudelaire, C., 74, 80, 130 Baudriliard, J., 248-251 Bayley, J., 87 Beardsley, M. C., 32-34 Beauvoir, S. de, 157-158, 171 Beckett, S., 121, 127 Belsey, C„ 188, 232-233, 260 Benjamín, W., 129-130, 140 Benveniste, E., 188, 199 Bercovitch, S., 235 Bergman, D., 298 Best, S. y Kellner, D., 251 Bhabha. Η. K„ 261, 275-277 Bion, W„ 203 bisexuatidad narrativa, 179 Blake, W„ 211 Bleich, D., 82-83 Bley, R. C„ 299 Bloom, H„ 218-220 Bobok, 60 Bogatyrev, P., 44 Booth, W. C., 35-36, 142 Borges, J. L., 246 Brecht, B., 122-125, 140 efecto alineación, 49-50, 123 125 Bristol, M., 234 Bristow, J., 307 Brontë, C., 274 Brontë, E., 141 Brooks, C., 31-32, 43 Brooks, C., y Warren, R. P., 31 32 Brophy, B., 170 Brossard, N., 305 Burke, Κ., 218 Butler, J., 260-262, 301, 309-310 Butler, M., 231 Byatt, A. S., 170 324 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA Calvino, I., 246 carácter híbrido, 279 Carby, H., 283 Carlyle, T., 227 Carnaval, 59, 234 Chomsky, N., 104 ciencia ficción, 250 Círculo Lingüístico de Moscú, 44 Círculo Lingüístico de Praga, 44, 46, 53 Cixous, H.r 161, 178-180, 26 i Colectivo de Literatura MarxistaFeminista, '.67 competencia literaria, 103-108 complejo de castración, 172 comunidad feminista lesbiana, 301 Congreso de Escritores Soviéticos, 118 Conrad, J.,.38, 145, 271. 277 consciencia, 69-72, 77 constructivistas, 45 Corti, M., 90 cosificación, 132 Crane, H., 298 Crane, R, S., 35 crítica angloamericana, orígenes, 25-30 crítica dialéctica, 142-143 crítica literaria lesbiana de los años 1970 y 1980, 303-306 critica psicoanalística feminista, 198 Cruikshank, M., 303 cuentos de' hadas rusos, 94, 96-97 Culler, J„ 52, 78-79, 103-108, 235 cultura comercial, opiniones de F. Jameson, 256 cultura isabelina, 228, 234 cultura patriarcal, crítica en Se­ xual Politics de K. Millett, 162165 Davidson, C., 235 deconstrucción, 208-224 véase también teorías post-estructuralistas deconstrucción americana, 214-224 Defoe, D., 135 Deleuze, G. y Guattari, F., 144, 206-207 Derrida, J., 70, 179, 203, 204, 208214, 221, 268, 272-275 deseo, 200, 201 diálogo socrático, 60 Dick, P. Κ., 250 Dickens, C., 102, 222 Dimitríev, 45 discurso, 209-210 distinto de escrito, J. Derrida, 212 discurso científico, 189 distinción narrativa/discurso, pers­ pectivas sobre, 188 Doan, L., 307 Docherty, T., 252-254 Doctorow, E. L., 247 Dollimore, J., 232, 234, 297, 299 Doliimore, J. y Sinfield. A., 235, 298, 299, 309 Donne, J., 47, 151, 220, 226 Dostoyevsky, F. Μ., 59-60 Douglas, Μ-, 91 Drabble, Μ., 170 Eagleton, Μ., 153, 170 Eagleton, T., 36, 136-141, 172, 217, 255-258 Eco, U„ 68, 90, 246, 248 Edeiman, L., 313 Efecto alineación, 123-126 Eikhenbaum, 44, 61 Eliot, G., 38, 169, 188 Eliot, T. S., 25, 26-27, 30, 32, 35, 37, 38 Ell man, M., 151, 162 Empson, W., 28-29 Eneida II, 98 Engels, F., 117, 119 Engels, F. y Marx, Κ., 1 14 Enzenberger, H. M.,~74 escritos cabalísticos, 219 escritos, distintos del discurso, J. Derrida, 213 Escuela crítica de Ginebra, 70 escuela de Bakhtin, 46, 57-62, 187 Escuela de Chicago de Neo-aristo­ télicos. 34-36 véase también Nueva Crítica In d i c e a l fa b é t ic o escuela de Frankfurt, 125-130 véase también T. Adorno; W. Ben­ jamín Esquilo, 151 esquizoanálisis. 206 esquizofrenia y literatura, 207 estilística afectiva, 77 estudios del género, 307 estudios gays, 305 estudios sobre el hombre, 307 etnicidad, 278-288 experiencia de la diáspora, 278. 279 experiencia preedíptica, 177, 180 extrañamiento, formalismo ruso, 47-49, 53-56 falocentrismo, 172-176 Fanon, F., 277 fase imaginaria preedíptica, 190 Faulkner, W., 12) Felman, S., 172 feminismo francés, 171-181 feminismo: caribeño, 284 en las colonias. 284-287 larga historia política, 154-155 feminismo rnanusta. 165-167 feminismo negro, 283 fenomenología, 70-71 Feuerbach, L. A,, 139 ficción ctberpunk, 250 ficción detectivesca, 100 Fielding, H„ 35, 75 Figes, E., 162 Firestone, S., 162 Fish, S., 77-80, 83 Fisher, P., 235 fonemas, 90-91 fonocentrismo, 209 formalismo, 46-47 véase también formalismo ruso formalismo checo, 45-46 formalismo moral, 36-40 véase también Leavis, F. R. formalismo ruso, 13-14,43-62, 116 ataque de Trotsky, 115 concepto de dominante, 55-56 desarrollo, 44-45 325 distinción entre historia y tra­ ma, 50-51 escuela de Bakhtin, 57-62 extrañamiento, 48, 53, 55, 56 tesis de Jakobson-Tynyanov, 4546, 53, 61 motivación, 52 percepción, 48-49 Foucault, M„ 160, 189-190, 224232, 269-270, 295-299, 308-309 Fowles, J„ 193, 246 Freud, E„ 79 Freud, S., 172, 180, 197-198, 200, 201-202, 295-296, 308 Friedan, B.. 158 fuerza lingüística, 213 Fugitivos, 29-30 véase también C. Brookes', J. C. Ransom Fuss, D., 287 futuristas, 44-45 Gadamer, H.-G., 71,73 Gallop, J., 175 Gaskell, E., 135 Gates Jr., H. L„ 235, 281-282 Gay, J., J40 Genette, G., 98-100, 188 Gibson, W„ 250 Gillespie, Μ.. 278-279 Gilroy, P., 280 ginesis, 259-260 ginocritica, 161 véase también E. Showalter Ginsberg, A., 298 Goldberg, J., 230 Goldmann, L., 131-132 Graff, G„ 223 Greenblatt, S., 230-231, 234 Greer, G-, 161, 162 Greimas, A. J., 95-96, 144 Grosz, E., 310 guerra del Golfo (1991), 249-250 Gulbert, S. y Gubar, S., 166, 168 Gunn, T., 298 Habermas, J., 243, 253 Habla, 88 326 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORANEA Hall, R., 305 Hall, S., .279-280 Hamilton, P., 231 Handke, P., 74 Haraway, D., 262-263, 286 Hardy, T., 46. 70, 193 Harkness, M., 118 Hartman, G., 220-221, 231 Hassan, I., 245 Hegel, G„ 113 Heidegger, M., 71 Hemingway, E., 142, 298 Honderson, M. G., 198 Hennigan, A., 304 hermenéutica, 73 heteroglosia, 58 hiperrealidad, 248 historiografía, 217 Hochhuth, R.,74 homosexualidad, primerai utiliza­ ción del término, 295 hooks, b., 283 Hopkins, G. M., 46 Horkheimer, M., 12.6, 127 hostilidad soviética hacie la nove­ la modernista, 118 Humm, Μ., 154 Husserl. E., 70-71 Hutcheon, L., 247, 250, 257, 261, 268 identificación como mujer, 301302 ideología, 57, 133-134 Ilustración, 243, 258 imaginario y simbólico, distinción según Lacan, 200-201 imaginería, 34 imaginismo, 27 inconsciente, 200, 201, 202 Ingarden, R., 74 Institut For Social Research de Frankfurt, 125-126 interpretaciones de diferentes lec­ tores, 103-106 intersexualidad, obras lésbicas, 305 lrigaray, L., 161, 180, 302 Irlanda, escritoras, 284 Iser, W„ 68, 74-77, 83 Jacobus, M., 168, 180, 260 Jakobson, R., 44, 46 concepto del dominante, 55-56 estudio de la afasia, 101 modelo de comunicación lin­ güística, 14-17, 66 teoría de la metáfora y la meto­ nimia, 222 James, H., 38 Jameson, F., 136, 141-146, 231, 250, 255-256, 257 jansenismo, 132 Jardine, A., 259-260 Jauss, H. R„ 71-72, 83 Jehlen, M., 235 jerarquía filosófica / literaria, 215216 jerarquía literatura / filosofía, 215216 Jones, E., 172 Jonson, B., 203. 223 Jordan, J., 284 jouissance, 179 Joyce. J., 68, 120, 121, 194 Jung, C., 198 Kafka, F., 121, 132, 206. 207 Kamuf, P., 162 Kanneh, Κ., 174 Kaplan, C„ 165, 166, 287 Katz, J., 294-295 Keats, J„ 30, 31, 220 Klein, M., 203 Kraft-ebing, 295 Kristeva, J., 161, 176-178, 204, 205, 287 Kuhn, T. S., 65, 72, 189 179, Lacan, J., 172-176, 190, 198-205 Laing, R. D., 203 Lakoff, R., 160 Lauretis, T., 305, 306 Lautréamont, Comte de, 205 Lawrence, D. H., 138, 164, 298 Leavis, F. R., 13, 25, 28, 31, 34-40 véase también formalismo moral lector, como algo distinto del narratario, 68-69 ÍNDICE ALFABÉTICO lectura ideológica, 134-135 Leitch, V.r 221 lengua, 88 lenguaje / discurso como fenóme­ no social. 58 lenguaje libertario, 58-59 lenguaje literario, distinto del len­ guaje práctico, 46 lenguaje, dimensiones horizontal y vertical, 100-101 Lenin, V. I., 116-117 Lessing, D„ 170 Lévi-Strauss, C., 91-95 Levinson, M., 231 literatura afroamericana, 281-284 literatura carnavalesca, 60 literatura del Renacimiento, 226 Lodge, D„ 101, 103 logocentrismo, 71, 208 Lotman, Y,, 90 Lukács, G., 119-124, 127 Lyotard, J.-F., 251-255, 268 Macherey, P., 134-136, 231 MacLeish, A., 30-32 Mallarmé, S., 205 Man, P. de, 214-217, 231 Manr:, T., 122 Mansfield, Κ., 169 Marcuse, Η., 126 Marks, E., 305 Marlowe, C., 228 Marvell, A., 43 Marx, Κ., 115, 226-235 Marx, K. y Engel, F., 114, 117 marxismo, conexiones entre lenguaje e ideo­ logía, 57 principios básicos, 113 y posmodernismo, 255-258 materialismo cultural / materialis­ tas, 232, 234-236 influencia de M. Foucault y L. Althusser, 229 Mayakovsky, V., 45 McCabe, C , 190 McGann, J.. 231 McHale, B., 246 McUntock, A.. 278 327 Medvedev, P., 57 Mehlman, .T., 226-235 Merck, M., 204 metáforas, 100-103, 107, 222 metonimias, ¡00-103, 222 Meyer, Μ., 310, 313 Miller, J, Hillis, 70, 221-223 Millett, Κ., 161, 162-165, 166 Milton, J., 50, 78, 221 Minh-ha, T. T., 285 Mitchell, J., 165, 172 ■ mito de Edipo, 95-96, 97 mito, estructura fonémica, 95 modernismo, ataques de G. Lukács, 121-122 Mohantv, C. T., 285 Moi, T., 156, 167, 168, 170, 171 Montrose. L,, 230 Moraga, C.. 302, 305 Mores, E „ 168 Morrison, T., 198, 283-284 Mortimer, P., 170 motivación, formalismo ruso, SI52 Movimiento de Liberación Gay, nacimiento, 293 Mukarovskÿ, J., 53-54, 61 música, explicación dialéctica de Schoenberg por Adorno, 128 Nestle, J„ 306 New Left Review, 255 Newton, K. y Rosenfelt, D., 166 Nicholls, P., 198 Nicholson, L., 258 Nietzsche, F., 224 Norris, C., 235, 249-250 Nouvelles Féminisme, 157 novela polifónica. 61 Nueva Crítica, 13-14, 29-36. 90, 192-193, 215, 217 véase también Escuela de Chica­ go de Neoaristotélicos Nueva Critica americana, 29-36 Nuevo Historicismo, 227-236 Opojaz, 44 Orgel, S., 230 328 LA TEO RÍA LITERA RIA CONTEMPORÁNEA palabras como signos, 88-89 véase también significante y sig­ nificado paradigma, definición, 72 Parker, A., 298-299 Parry, B., 278 Pater, W„ 78 Pêcheux, M., 191, 233 Pelican Guide to English Literature, 37 pensamiento dialéctico, 128 percepción, formalismo ruso, 48-49 Piaget, J , 218 Pierce, C. S., 90 Platón, 60 Poe, E. A., 202-204 poetas románticos, 214 Pope, A., 56, 72 pornografía, 194 posmodernismo, usos del término, 244 posmodemista, teorías, 243-266 véase también J. Baudrillard; J.-E Lyótard Potter, D., 193 Poulet, G., 70-71 Pound, E., 27 Prince, G., 68-69 proceso de significación, 193 Propp, V., 94-95, 95-97 Proust, M., 98, 127 psicoanálisis de la Escuela Britá­ nica, 203-204 Psicoanálisis, relación con !a críti­ ca literaria, 197-198 psicología de la Gestalt, 65-66 Pynchron, T„ 246 Questions féministes, 157 Radek, Κ., 118 Radel, Ν. E, 298 radicalesbianas, 301 Ransom, J. C., 31 raza, 278-288 realismo socialista, 116-119 realismo socialista soviético, 116119 Reed, I.. 246 reflejo, uso del término por ' G. Lukács, 120 relación yo-tú entre autor y lector, 188 Rhys, J„ 170, 273-274 Rich. A., 161, 301, 302 Richards, I. A., 28-29 Richardson, D-, 169 Riffaterre, M., 80-82, 83, 90 .Ringer, R. J., 314 Robbe-Grillet, A., 132 Robins. E., 169 Romanticismo, 231 Roof, J., 307 Rose, J., 172 Rousseau, J.-J., 210 Rowbotham, S., 165 Rubin, G., 300 Ruie, J„ 303 Rushdie, S., 246, 247 Rustin, Μ., 203-204 Ryan, Μ., 214 Said, E., 269-272 Sartre, J.-P., 132 sátira menipea, 60 Saussure, F. de, 88-90, 185-186, 187, 201 Schoenberg, A., 128 Schorer, M., 34 Schreiner, O., 169 Scrutiny, 36, 37 Searle, J., 213 Sedgwick, E. Κ., 297, 310, 311, 313 Segre, C„ 90 Semiótica, 89-90 Shakespeare, W., 140, 230 Shelley, P. B„ 211, 220 Shlovsky, V., 44, 45, 47, 49, 50-51, 53, 61 Sholem, G., 129 Showalter, E., 156, 159-160, 161, 167-171, 259 s i d a , 313 significante y significado, 89, 191, 201-202, 203, 236 teorías postestructuralistas, 185187 ÍNDICE ALFABÉTICO signos, irónico, 90, 173 indicador, 90 simbólico, 90 palabras como, 90 simbolismo, 34 Simpson, D., 231 Sinfield, A. y Dollimoie, J., 235, 297-298, 299, 309 Sinfield, A., 232-233, 297 sintaxis, 94 sintaxis narrativa, 94 Smith, B„ 282, 302 Snitow, A., 306 Sófocles, 96 Sontag, S., 313 Spark, Μ., 170 Spencer, Η., 227 Spender, D., 160 Spivak, G. C., 177, 272-275, 278, 287 Starobinski, J., 70 Stein, G., 304 SLeiner, P., 44 Sterling, B., 250 Sterne, L.. 49, 50-51, 193 Stimpson, C., 304 Stoppard, T., 1 16 sueños, 201-202, 205 Swift, G., 246-247 Swift, J., 48 televisión, 249 Tennenhouse, L.,.230 Tennyson, Alfred, Lord. 220 teoría de la recepción, 71, 74 véase también D. Bleich; S. Fish; H.-G. Gadamer; M. Heideg­ ger; E. Husserl; W. Iser; H. R. Jauss; M, Rjffaterre teoría del discurso, 188-189 teoría feminista ginocéntrica, 260 teoría feminista lesbiana, 172, 294, 299-306 teoría gay, 293, 294-299 teoría y crítica queer, 306-314 teorías de la recepción, 65-84 véase también D. Bleich; S. Fish; H.-G. Gadamer; M. Heidegger 329 teorías del género, 260-261 teorías estructuralistas, 87-110 véase tambiéi J, Culler; M. Douglas; G. Genette; A. J. Greimas; C. Lévi-Strauss; D. Lodge; Y. Lotman; V. Propp; F.; de Saussure; T. Todorov; teorías marxistas teorías feministas, 151-184 crítica de primera ola, 154-158 véase también S. de Beauvoir; V. Wolf crítica de segunda oia, 158-181 angloamericanas, 161, 167-171 feminismo francés, 161, 171-181 feminismo marxista, 165-167 ginocrítica, 161 temas dominantes, 161 uso de los significantes, 173 véase también H. Cixous; L, Irigaray; J. Kristeva; K. Millet; E. Showalter faiocentrismo, 172-176 lesbiana, véase teoría feminista lesbiana negras, 172, 174 principales temas de discusión, 159 teorías psicoanalíticas, 152-153, 160 teorías marxistas, 113-149 teorías poscolonialistas, 267-290 véase también H. K. Bhabha; E. Said; G. C. Spivak; etnicidad; raza teorías postestructuralistas, 185241 teorías psicoanalíticas Postestructuralistas véase en teo­ rías posestructuralistas tesis de Jakobson, R. - Tynyanov, Y., 45-46, 53, 61 textos literarios isabelinos, 230 véase también W. Shakespeare Thomas, N., 278 Tillyard, E. M. W., 227-230 Todorov, T., 93, 97, 100 Tolstoy, L., 59 Tomás de Aquino, santo, 151 Tomashevsky, B., 48, 51, 52, 61 Tomkins,1J., 235 330 LA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA tragedia griega, 50 Trollope, A., 69 tropos, 216-221 Trotsky, L„ 45, 115 Trumbach, R., 297 Tynyanov, Y„ 44 Ulrichs, Κ. H., 295 Unión de Escritores Soviéticos, 1 !6 valores estéticos, 53 Vanee, C., 306 Virgilio, 50 Voloshinov, V., 57, 58 Wain, J., 297 Wakefield, N., 249 Walker, A,, 283, 286 Warhol, A., 256 Waugh, P., 247, 259 Weeks, J., 295 Wellek, R., 37, 46 West, C., 282 West, R. 169 White, E., 298 White. H., 217-218 Wilde, O., 235, 271, 299, 309 Williams, R„ 36, 136-137, 141, 232-233, 308, 309 Wimsatt, W, Κ., 32-35 Winnicott, D. W., 203 Wittig, M., 300-301 Woods, G„ 298 Wooif, V., 120, i 54-157, 160, 170, 178, 179, 303 Wordsworth, W„ 76-77, 220 Wright, E-, 198, 207 Zhdanov, A., 119 Zimmerman, B., 304-305 Zola, E., 120 INDICE Prefacio a !a cuarta edición ................................................................. 9 ............................................................................................... 11 !. La Nueva Crítica, el formalismo m oral y F. R. Leavis . Los orígenes: Eliot, Richards, Empson ................................ Los nuevos críticos americanos .............................................. El formalismo moral: E R. Leavis ......................................... 25 25 29 36 2. E l form alism o j u so ..................................................................... Shklovsky, Mukarovskÿ, Jakobson ......................................... La escuela de Bakhtin .................................................................. 43 44 57 3. Teoría de la re cep ció n .............................................................. Fenomenología: Husserl, Heidegger, Gadam er ................. Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser ....................................... Fish, Riffaterre, Bleich ............................................................... 65 70 71 77 4. Teorías estructu'ralistas ............................................................ El trasfondo lingüístico ............................................................... Narratologia estructuralista ..................................................... Metáfora y metonimia ................................................................. Poética estructuralista ................................................................. 87 88 93 100 103 5. Teorías m arx ista s ......................................................... ................ El realismo socialista soviético .............................................. Lukács y Brecht .............................................................................. La escuela de Frankfurt: Adorno y Benjamin ................... Marxismo «estructuralista»: Goldmann, Althusser, Macherey ............................................................................................... El Marxismo de «Nueva izquierda»: Williams, Eagleton, Jameson ........................................................................................ 113 116 119 125 introducción 131 136 332 LA TEO R ÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA ó. Teorías fem in istas ...................................................................... La primera oía de crítica feminista: Woolf y De Beauvoir . La segunda ola de crítica feminista ....................................... I. Kate Millet: políticas sexuales .............................. II- Feminismo marxista .................................................. III. Elaine Showalter: ginocrítica ................................. IV. Eí feminismo francés: Kristeva, Cixous, Irigaray . 151 Ï54 158 162 165 167 171 7. Teorías p ostestru ctu ralistas ................................................... Roland Barthes .............................................................................. Teorías psicoanalítícas ............................................................... I. Jacques Lacan .............................................................. II. Julia Kristeva ................................................................. III. Deleuze y Guattari ..................................................... La deconstrucción ......................................................................... I. Jacques Derrida ................ ........................................... II. La deconstrucción norteamericana ..................... Michel Foucault ......................................................................... . . El Nuevo Historicïsmo y el materialismo cultural .......... 185 191 197 198 205 206 208 208 214 224 227 8. Teorías p o sm o d em istas ...................................... .............. Jean Baudrillard ........................................................................... Jean-François Lyotard .................................................................. Posmodernismo y marxismo ................................................... Los feminismos posmodernos .'.............................................. 243 248 251 255 258 9. Teorías poscolonialistas ......................................................... Edward Said ................................................................................... Gayatri Chakravorty Spivak ...................................................... Homi K. Bhabha ........................................................................... Raza y etnicidad ........................................................................... 267 269 272 275 278 10. Teorías gays, lesb ianas y q u eer ....................... ................... Teoría y crítica gay ...................................................................... La teoría y la crítica feminista lesbiana ............................. Teoría y crítica queer .................................................................... 293 294 299 306 Indice alfabético ....................................................................................... 321