Las tecnologías cada vez más nos permiten avanzar un paso hacia el progreso, pero eso implica enormes inversiones de capital. Así pasó en la selva, cuando a un tigre emprendedor le dio por promover la idea de observar la selva desde lo alto en busca de nuevas sensaciones. Estaba tan entusiasmado que invirtió enormes sumas de dinero, sin tener en cuenta la precaria situación en la que vivian muchos animales del reino. Los pobladores más acaudalados estaban dispuestos a pagar lo que fuera por contemplar la selva desde los cielos. No les importaba gastar lo que fuera necesario para cumplir con ese capricho, olvidando las necesidades de los demás habitantes. Muchos animales no tenían acceso al agua por lo que hacían largas migraciones que terminaban en pérdidas de vidas. Diez minutos de felicidad para el tigre fue más que justificable, en lugar de hacer inversiones productivas que generaran empleo y estabilidad social. No se podía hacer nada para evitarlo, porque se trataba de capital privado, y el rey león, no tenía mecanismos para intervenir el libre mercado. El tigre realizó su invento y puso en venta la boletería para hacer ese viaje tan anhelado al que acudieron en masa los más acaudalados. El negocio fue un éxito total, y el felino se enriquecía mientras la selva colapsaba por falta de agua, ya que se secaban los ríos y abrevaderos causando una gran hambruna que cobró muchas vidas. En vista de eso se inició una cruzada por evitar el deterioro de la selva, en la que los más pudientes se vieron obligados a poner a disposición del soberano sus recursos y, de esa manera lograr rescatar lo poco que quedaba de la flora y la fauna. Se tardaría mucho la recuperación, aunque lo positivo de tal situación, fue que se abandonaron los intereses mezquinos y, se pensó más en el beneficio colectivo.