En el congelador de una nevera vivía con su familia una paleta llamada Paulina. A ella le costaba escuchar y llegar a acuerdos. No admitía que nadie la cuestionara y, tampoco ofrecía disculpas cuando cometía errores. Su testarudez estaba acompañada por un fuerte carácter y pensamientos rígidos. En el momento en que alguien se acercaba para expresarle otra manera de ver las cosas, se mostraba muy susceptibles e incluso irritada. Aunque reconocía sus limitaciones no le gustaba que nadie se las recordara, la hiciera sentir vulnerable y señalada. Ella iniciaba una discusión incluso antes de que su interlocutor pronunciara alguna palabra. La comunicación con Paulina se tornaba complicada, ya que siempre manifestaba tener la razón. En el momento en que discutía con alguien que no estaba de acuerdo con su posición, solicitaba razones de peso que la convencieran, aunque se trataba de una tarea casi imposible porque Paulina no estaba dispuesta a cambiar de opinión. Tras esa coraza de paleta fría e implacable se escondía alguien inseguro, que no sabía manejar sus miedos de otra forma que no fuera colocando barreras entre ella y los demás. Prefería pasar por altanera que mostrarse vulnerable, porque esos eran síntomas de debilidad. Cierto día tomó la determinación de salir al mundo para conquistarlo, sin tener las precauciones necesarias, a pesar de los consejos de sus padres y amigos. Así comienza este cuento que no es cuento y por eso lo cuento.