Una foca tenía la peligrosa adicción de decolorarse la piel y se aplicaba cuanto menjurje encontraba, quería ser blanca como una de su especie que había visto en la televisión. En las playas se desarrollaba un mercado negro para los productos de blanqueo de la piel, fenómeno que implicaba riesgos para la salud y problemas éticos. Como la foca se la pasaba en el salón de belleza, allí fue donde se enteró que otros animales se blanqueaban la piel, por lo que creyó que ella también podría hacer lo mismo. Llegó a tal extremo de aplicarse crema de esteroides mezclada con manteca, por lo que no tardaron en aparecer forúnculos que la hacía retorcer de dolor. Los médicos le advirtieron sobre los riesgos para su salud al utilizar ese tipo de productos no medicados y legalizados. Sus amigas estaban indignadas por no valorar el tono de su piel y la veían como una foca acomplejada, sin embargo, ella argumentaba que lo hacía como una forma de ganar estatus y lograr establecer más fácilmente una relación amorosa con alguien importante. El uso de productos para blanquearse la piel estaba en auge, en particular entre adolescentes. Con una población en pleno crecimiento, el mercado aumentaba cada día, aprovechando que había pocas regulaciones y cualquier compañía, artesanal podía fabricarlas. Cada vez más usuarias deseaban informarse sobre el aclaramiento de la piel. Si bien las consumidoras de mayor nivel económico compraban productos autorizados, las más pobres como la foca, adquirían cremas con niveles peligrosos de componentes que frenaban la síntesis de melanina. Ante tal situación las autoridades comenzaron a crear normas en materia de blanqueo y, no autorizaron el uso y comercialización de ningún producto de dudosa procedencia aduciendo que eran potencialmente peligrosos y podrían contener ingredientes desconocidos nocivos para la piel, sin embargo, la mayoría hacia caso omiso a esas prohibiciones y recomendaciones. Así comienza este cuento que no es cuento y por eso lo cuento.