Hasta la selva había llegado la tecnología y estaba inundada de páginas web dirigidas hacía la apología de la delgadez enfermiza. La jirafa Lida vivió con la madre un año, porque desafortunadamente ella fue casada por varios leones hambrientos. Se quedó con su hermana gemela y su padre hasta que fue lo suficientemente grande para cuidarse por sí misma. Deambulaba por la selva unas veces solitaria, otras veces acompañada por sus amigos y, gracias a su largo cuello podía alcanzar las hojas más altas de los árboles. También se agachaba abriendo sus patas delanteras para consumir los pastos que se encontraban en el suelo y para beber agua de lagos y charcas. Su lengua prensil servía para agarrar los cogollos de los árboles y hierbas del suelo. De un día para otro Lida dejó de comer los setenta kilogramos de materia vegetal y entró en una peligrosa espiral que ponía en riesgo su existencia. Se dejó llevar por lo que se decía en las redes sociales, sobre belleza y delgadez, donde se incitaba a la juventud a realizar prácticas que conducían a la anorexia y la bulimia. Dejó de comer el almuerzo y poco a poco fue dejando de alimentarse el resto del día. Lida masticaba algunos forrajes y luego los escupía. Aprendió viendo videos y tutoriales sobre cómo adelgazar, y simulaba que estaba comiendo de algún árbol cercano para que su familia no se enterara y la amonestara. Lida se autolesionaba para desahogarse y evitar la sensación de comer. Con otras jirafas conocidas que trabajaban en modelaje lo mismo que ella, compartía trucos y participaba en competencias para enflaquecer, comiendo y regurgitando, y saber quién ganaba. La familia se enteró de su trastorno un día que se enfermó cuando la llevaron donde una jirafa curandera que vivía en las cercanías, quien después de escucharla, la trató con hierbas y entregó un documento con instrucciones, sugiriendo que, si Lida seguía enferma, lo mejor era llevarla a donde un galeno que ella conocía para que realizara un diagnóstico más profundo. Así comienza este cuento que no es cuento y por eso lo cuento.