Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías Capítulo 5 Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías Pablo Gentili Algún tiempo atrás tuve la oportunidad de coordinar el Seminario "La configuración del discurso neoconservador" en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Durante los primeros encuentros habíamos discutido algunas cuestiones relativas al desarrollo estructural de la sociedad de clases, señalando que, en el capitalismo histórico, la acumulación de capital ha supuesto siempre una tendencia generalizada y creciente a la mercantilización de todas las cosas. Semejante interpretación, derivada de los aportes formulados por Immanuel Wallerstein, implica reconocer que la expansión y generalización del universo mercantil impacta no sólo en la realidad de las "cosas materiales" sino también en la materialidad de la conciencia. Es así que los sujetos, en la medida en que introyectan el valor mercantil y las relaciones mercantiles como padrón dominante de interpretación de los mundos posibles, aceptan (y confían en) el mercado como aquel ámbito en el cual "naturalmente" los individuos pueden (y deben) desarrollarse como personas humanas. En el capitalismo histórico todo se mercantiliza, todo deviene valor mercantil. Discutir estas cuestiones en un curso de graduación suele plantear algunas dificultades de, tipo expositivo. y, en honor a la verdad, el día en que habíamos abordado estos asuntos, un alto grado de abstracción en la exposición me había impedido dedicar algún tiempo a la presentación de ciertas referencias empíricas que hicieran más comprensible la forma en que esta tendencia estructural se materializa en la vida cotidiana de nuestras sociedades. Al volver a reunimos una semana más tarde, Nora, participante del seminario, pidió contar una experiencia. Relató que había estado pensando en [a pertinencia de aquel proceso tendencia[ y progresivo a [a mercantilización de todas las cosas. Preocupada, llegó un día a[ aula (Nora trabajaba de maestra en una escuela pública) y preguntó. a sus alumnos de tercer grado: "¿qué es [o que ustedes no pueden comprar con dinero?" Los casi cuarenta niños [a miraron sorprendidos, quizá sospechando que se trataba de otra locura típica de su maestra políticamente inquieta. Nora, insistente, volvió a preguntar: "¿qué es lo que ustedes no pueden comprar con dinero?" Luego de interminables segundos de silencio uno de los chicos ensayó cierta respuesta de compromiso: "un transatlántico". Confiado, otro arriesgó: "jugar a la pelota con Maradona". Otro dijo: "una casa con cancha de fútbol y de tenis". Otra: "toda la colección de Barbies". "Ir al programa de Xuxa", soñó alguna... Las respuestas comenzaron a desparramarse por la sala de clase. Nora trataba en vano de ordenadas. Ninguno esperaba su hipotético turno para hablar. De repente, todos querían contar aquello con lo cual soñaban y probablemente nunca conseguirían tener. Para ellos lo que no se podía comprar con dinero eran esas cosas que nunca podrían comprar con el dinero que imaginaban tener algún día. Los participantes del seminario escuchaban atentos el relato de Nora. Ella concluyó categórica: "me parece que cuando es difícil reconocer algo que no sea comprable con dinero, o sea, cuando [a relación mercantil todo lo invade, nuestra propia tarea en defensa de la educación pública se hace cada vez más compleja. Creo que la gente -yeso se ve en los chicos- le está diciendo adiós a la escuela pública, quizá sin darse cuenta'. La experiencia de Nora me impactó profundamente Y creo que es apropiada para comenzar nuestro trabajo. En efecto, trataré de desarrollar aquí algunas reflexiones provisorias orientadas en una doble dirección. Voy a sostener que la ofensiva neo liberal contra la escuela pública se vehiculiza mediante un conjunto medianamente regular y estable de medidas políticas de carácter dualizante y, al mismo tiempo, mediante una serie de estrategias culturales orientadas a quebrar la lógica del sentido sobre el cual dicha escuela (o dicho proyecto de escuela) cobra legibilidad para las mayorías. Mi hipótesis es que los regímenes neoliberales asignan a esta última dimensión un énfasis mayor del que, en general, se reconoce en los análisis críticos. Esto es, el neoliberalismo sólo logra imponer sus políticas antidemocráticas en la medida en que logra desintegrar culturalmente la posibilidad misma del derecho a la educación (en tanto derecho social) y de un aparato institucional tendiente a garantizar la concretización de tal derecho: la escuela pública. No creo que debamos desconsiderar el valor y la importancia que desempeñan en la ofensiva neoliberal las estrategias políticas que permiten redefinir el o los escenarios objetivos sobre los cuales este proyecto actúa y lleva a cabo su funcionalidad histórica. Esta constituye una dimensión fundamental de todo abordaje crítico sobre las políticas neoliberales en educación. Sin embargo, lo que me interesa resaltar aquí es que la reestructuración del escenario jurídico, político y 1 Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías económico en el capitalismo de fin de siglo se garantiza (o tiene mayores posibilidades de ser garantizada) al mismo tiempo en que se produce una reconversión cualitativa de las formas culturales e ideológicas que petmiten nombrar lo social, la democracia Y el derecho y ésta también constituye una dimensión fundamental en la tentativa de disolver la posibilidad misma de pensar la escuela como esfera pública. El neoliberalismo para triunfar (y en muchos casos 10 está haciendo) debe quebrar la 16gica deL sentido común mediante la cual se "leen" estas nociones. Debe, en suma, crear un nuevo marco simbólico-cultural que excluya o redefina tales principios reduciéndolos a su mera formulación discursiva vacía de cualquier contenido de justicia e igualdad. EL DESORDEN NEOUBERAL Mucho se ha escrito acerca del neoliberalismo y no es mi intención exagerar en reiteraciones innecesarias. De cualquier forma, me interesa destacar aquí un aspecto de fundamental importancia para comprender la naturaleza y el sentido que este proyecto asume en el contexto más amplio del sistema mundial: el neoliberalismo expresa una particular salida política, económica, jurídica y cultural a la crisis hegemónica que comienza a atravesar la economía-mundo capitalista como producto del agotamiento del régimen de acumulación fordista iniciado hacia fines de los años 60 ya comienzos de los 70. El (o los) neoliberalismo(s) expresan la necesidad de restablecer la hegemonía burguesa en el marco de esta nueva configuración del capitalismo en un sentido global. La crisis del fordismo ---escenario a partir del cual se difunde y consolida esta alternativa- puede ser definida y explicada en ciertos niveles específicos que la caracterizan (Hirsch, 1992: 27-35): l. la crisis de la organización taylorista del trabajo; 4. la crisis del estado benefactor corporativista; 5. la crisis del estado intervencionista; 6. la crisis ecológica; 7. la crisis del "fordismo global" y 6. la crisis del "sujeto fordista". El neoliberalismo surge como reacción y alternativa histórica a la crisis de estos niveles, cuyo tratamiento por extenso escapa a los límites del presente capítulo. Este tipo de resolución o salida al agotamiento del régimen de acumulación fordista definirá un particular proceso de reestructuración del capitalismo en un sentido global y la consecuente imposición de una nueva estructura hegemónica político-ideológica compatible al ciclo que se inicia (Hirsch, 1992: 18). Localizar al neoliberalismo en este contexto es importante en términos analíticos, y presupone el reconocimiento de algunas dimensiones teórico-metodológicas respecto de la noción de crisis y al carácter que ella posee en una comprensión crítica del desarrollo capitalista. En efecto, el capitalismo atraviesa a lo largo de toda su historia una serie de procesos de cambio y ruptura cualitativos y cuantitativos de tipo estructural. Estos procesos (también identificados como dinámicas de crisis) son permanentes y cíclicos, e involucran a todas las esferas de práctica social (Gentili, 1994a). Toda dinámica de crisis, al mismo tiempo que expresa la necesidad dominante por resolver las contradicciones inherentes a este tipo de sociedades, constituye una nueva instancia generadora de contradicciones ---en diverso grado- que definirán la idiosincrasia del período que se inicia luego de cada ruptura. Dicho proceso no cuestiona la naturaleza y el carácter del modo de producción sino que imprime a este último una renovada morfología de sentido transitorio y relativamente estable que se reproducirá hasta el surgimiento de una nueva crisis. Los períodos a que estamos haciendo referencia se definen por la reformulación histórica de la dinámica que caracteriza a la acumulación de capital y, en consecuencia, por el establecimiento de un nuevo modo de dominación articulado indisolublemente a ella: "El carácter de las diferentes formaciones que el capitalismo ha desarrollado en el curso de su desenvolvimiento histórico está definido por una estrategia de acumulación dada, un modelo de acumulación y una estructura hegemónica correspondiente. Dicho de modo un poco simple, las crisis estructurales del capitalismo históricamente ocurren cuando dentro del marco de un modelo de acumulación y una estructura hegemónica dados, ya. no es posible movilizar suficientes contratendencias a la caída de la tasa de ganancia y cuando la consiguiente valorización del capital requiere de una transformación capitalista. Las crisis seculares son entonces crisis de formaciones sociales integral, coherente y estructural mente establecidas, crisis de un 'bloque histórico' en el sentido gramsciano y su función consiste en 'revolucionar' dicha estructura de tal modo que el proceso de acumulación pueda de nuevo continuar sobre una base social" (Hirsch, 1992: 19). La crisis, en este sentido, es siempre crisis global que impacta no sólo en la vida económica, sino también en la política, en las relaciones jurídicas, la cultura, etc. Es en el contexto más amplio de la crisis del fordismo (y de la necesidad estructural de establecer y construir un nuevo modo de 2 Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías dominación) que las estrategias políticas y culturales del neoliberalismo cobran sentido. Lejos de resultar la opción "natural" a dicho proceso de recomposición, el neoliberalismo constituye su expresión histórica dominante cuya funcionalidad radicará, precisamente, en garantizar el restablecimiento de esta hegemonía. Nuestras referencias a las dinámicas de reforma estructural presuponen el reconocimiento de que los períodos poscrisis implican numerosos desafíos para la clase dominante o para las fracciones de ella que hegemonizan el proceso. Se trata no sólo de crear un nuevo orden económico y político (tal como defienden alternativamente las versiones economicistas o politicistas), sino también de la creación de un nuevo orden cultural. Los neoliberales atribuyen a esta dimensión un papel central. La creación y recreación de este nuevo orden cultural se sobreimprime en tres rasgos característicos del posfordismo. Ellos, al mismo tiempo que dan sentido y coherencia al período, cobran materialidad simbólica gracias a los parámetros interpretativo-ideológicos que el neoliberalismo trata de imponer. Siguiendo aquí también los aportes de Hirsch, aquellos factores que definen, al menos en parte, la idiosincrasia del posfordismo son: 8. la organización postaylorista del trabajo; 9. el carácter estructuralmente dualizado de la sociedad y 10. el nuevo estado autoritario poskeynesiano. En otros estudios hemos discutido más pormenorizadamente algunas dimensiones relativas al primer factor (Frigotto, 1993 y 1995; Gentili, 1994a y 1994b). Es importante señalar, aunque sea de manera breve, que la organización postaylorista del trabajo ha supuesto un cambio radical en la estructura de calificaciones de las empresas tanto como en aquellas calificaciones requeridas para el desempeño de los nuevos y viejos puestos de trabajo; una redefinición de las formas productivo-organizacionales vigentes; la modificación sustancial de los padrones de disciplinamiento de la fuerza de trabajo y de reordenamiento jerárquico en la propia empresa, etc. En nuestros estudios hemos indicado que tales cambios -aun cuando no cuestionan aquellos núcleos invariantes que caracterizan la organización del trabajo en las sociedades de clases (monopolio del conocimiento, división del trabajo manual e intelectual, polarización y segmentación de los colectivos laborales, etc.)- son de fundamental importancia para la comprensión de los cambios morfológicos por los que el capitalismo atraviesa en materia productiva durante el presente período. El posfordismo también se caracteriza por la cristalización de un modelo social fundado en la dualización y la marginalidad creciente de sectores cada vez más amplios de la población. Vale en este caso la misma observación que en el punto anterior: no es que el posfordismo origine un proceso inédito y desconocido en las sociedades capitalistas. Por el contrario, en él se potencia el carácter estructuralmente dualizado que define históricamente a este tipo de sociedades. Y lo hace con una peculiaridad nada despreciable en materia cultural: la transparencia. Las sociedades dualizadas -sociedades de "ganadores" y "perdedores", de insiders y outsiders, de "integrados" y "excluidos"- Iejos de presentarse como un desvío patológico del aparentemente necesario proceso de integración social que debería caracterizar a las sociedades modernas, constituye hoy una indisimulada evidencia de la "normalidad" que regula el desarrollo contemporáneo de las sociedades "competitivas". Si bien es cierro que en el tercer mundo este carácter dualizado (y dualizante) se expresa con inusitado salvajismo, el apartheid social atraviesa implacable la economía-mundo, más allá de las diferencias particulares con que se manifiesta en cada escenario regional. La sociedad posfordista es una sociedad dividida. En la perspectiva conservadora esta desigualdad no es necesariamente negativa, llegando a ser, incluso, un atributo deseable. Para ello cumplen aquí un papel central la ideología meritocrática y del ndividualismo competitivo, según las cuales aquello que justifica y legitima la división jerarquizante y dualizada de las modernas sociedades de mercado, es el así llamado principio del mérito: "este principio Sostiene que los viejos esquemas institucionales premiaban a los ineficientes mientras que los nuevos, al aumentar la dependencia de cada uno del valor de cambio en el mercado de su capacidad individual, hará que las retribuciones sean conforme a su mayor o menor eficiencia como participante en el sistema de trabajo social" (Lo Vuolo, 1993: 165). Aun cuando ideológicamente suele ser presentado como norma de igualdad (ya que, en apariencia, permite la movilidad social en función de cierro s atributos que el individuo juega y conquista "libremente" en el mercado), el principio del mérito es fundamental y básicamente una norma de desigualdad (Off e, 1976; Lo Vuolo, 1993). Como tal, consagra la división social dualizada, al mismo tiempo que la transforma en una meta a ser conquistada. Semejante esquema cuestiona la noción misma de ciudadanía (o, más bien, la resignifica vaciándola de su contenido democrático). Siendo así, también descarta la necesidad de existencia de los derechos sociales y políticos, los cuales, en la 3 Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías programática neoliberal y neoconservadora, sólo han servido para difundir un cierto clima social de facilismo y desconsideración por el esfuerzo y el mérito individual. La sociedad dualizada, característica del posfordismo, es una sociedad sin ciudadanos o, si vale la irónica expresión, con algunos miembros más "ciudadanizados" que otros; lo cual, en definitiva, niega el sentido mismo que la ciudadanía debería poseer en una sociedad democrática. De allí que, en sus discursos, neoconservadores y neo liberales tengan mayor predilección por las referencias a los "consumidores" que a los "ciudadanos". Simplemente porque "consumidor" remite, sin tanta retórica, a un universo naturalmente dualizado y segmentado: el mercado. Más adelante volveremos sobre esta cuestión. No menos evidente y conocida es la crisis por la que atraviesa el estado de bienestar, en tanto forma de regulación política ideosincrática del régimen fordista. Varios autores han destacado este proceso (otre, 1990; Picó, 1987; Lo Vuolo y Barbeito, 1993; Whitakec, 1992; P falle r, Gough y Therborn, 1993). C1aus Offe, al señalar que este tipo de Estado ha servido como "principal fórmula pacificadora de las democracias capitalistas avanzadas", identifica los dos componentes estructurales que lo caracterizan: "la obligación explícita que asume el aparato estatal de suministrar asistencia y apoyo (en dinero o en especie) a los ciudadanos que sufren necesidades y riesgos específicos de la sociedad mercantil [y también en] el reconocimiento del papel formal de los sindicatos tanto en la negociación colectiva como en la formación de los planes públicos" (Offe, 1990: 135). El neoliberalismo cuestiona con fuerza ambos componentes, en tanto "solución política a las contradicciones sociales" del período anterior. Es por eso que, como afirma nuevamente Offe, "la propia maquinaria del compromiso de clase se ha convertido en objeto de conflicto de clase" (1990; 137). En cierto sentido, resulta evidente que el proceso global de crisis y reestructuración generado como producto del agotamiento del régimen de acumulación fordista, impacta de forma específica en la propia estructura organizativo-institucional del estado y en la funcionalidad histórica atribuida al aparato estatal. Esto es inevitable. Lo que no tiene nada de inevitable es la salida que los neoliberales proponen a dicho proceso de reestructuración política del estado: "¿Qué forma de sistema político podemos esperar que siga e! estado keynesiano, el cual se basaba en e! pleno empleo, un bienestar material creciente, sindicatos fuertes, un sistema de seguridad social desarrollado, y que contaba con un modo de regulación política centralizado y corporativista mediado esencialmente por los partidos socialdemócratas? El estado posfordista deberá basarse en las estructuras sociales y económicas, así como en las divisiones y fragmentaciones sociales que se están desplegando como una reacción a la crisis de! fordismo, y deberá desarrollar formas de regulación política que posibiliten, e incluso que promuevan, el establecimiento de un nuevo modelo de acumulación y de sociedad" (Hirsch, 1992: 41). Es la lógica del mercado contra la del estado. La subordinación de la política a las reglas mercantiles como la única forma de regulación homeostática de la sociedad. Josep Picó sintetiza de forma elocuente la reacción conservadora frente al carácter "intervencionista" y presuntamente ineficiente del estado fordista: "el Welfare State ha acrecentado excesivamente la burocracia que se ha convertido en una presión para los gobiernos, los partidos se han convertido en ofertas electorales hacia el mercado de votos más que en gestores pragmáticos de la realidad, el estado se ha visto obligado a suplir necesidades y provisiones que están fuera de su alcance y esta asistencia tan generosa ha fomentado la pereza Y el ausentismo. Los grupos de presión, y en general el corporativismo, han crecido de tal manera que e! estado se encuentra sobrecargado con demandas imposibles de satisfacer. Se ha extendido el abanico de los derechos sociales y la población espera que los gobiernos se responsabilicen e intervengan en sectores cada vez más amplios de la sociedad, pero al mismo tiempo piden la reducción de los impuestos Y la contención de los precios. "Esta situación se convierte en ingobernable Y la única vía de salida es un retorno paulatino a las premisas del laissez faire que contenga el gasto público o incite la inversión privada renunciando a formas de estado intervencionista" (Picó, 1987: 10). El cuestionamiento neoliberal a aquel estado que, a efectos puramente descriptivos, denominamos "intervencionista" (ya que, en definitiva, el estado siempre "interviene"), no debe llevar a la confusión de suponer que estos sectores niegan la necesidad de un estado que participe fuertemente en un sentido social amplio. Lo que los neoliberales y neoconservadores combaten es la forma histórica específica que asume la intervención estatal en e! período fordista, proponiendo, junto con ello, una nueva matriz de intervención de carácter más autoritario y antidemocrático. Claro que los discursos hegemónicos ocultan este proceso apelando al eufemismo de un gobierno y un estado mínimo. Sin embargo, para destruir e! modo de regulación política keynesiano y para deshacerse del "bienestar" que caracterizaba 4 Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías a aquel tipo de estado, los neoliberales precisan recrear un tipo de intervención estatal más violenta tanto en e! plano material como en el simbólico. Este ejercicio de fuerza (que reconoce antecedentes en el estado de vigilancia y seguridad también ideosincráticos del régimen de acumulación fordista) asume una nueva fisonomía orientada a garantizar una (también nueva) estabilidad política e ideológica. El estado neoliberal posfordista es un estado fuerte, así como son fuertes sus gobiernos "mínimos". Estos tres factores conforman la fisonomía de! todavía incipiente modo de regulación posfordista. En ellos se imprime la necesidad de construir un nuevo orden cultural orientado a generar nuevas formas de consenso que aseguren y posibiliten la reproducción material y simbólica de sociedades profundamente dualizadas. En rigor, e! neoliberalismo es la expresión histórica dominante de la lucha por construir este nuevo orden ... lo que no implica otra Cosa que la construcción de un nuevo desorden. LA VIOLENCIA DEL MERCADO En el capitalismo histórico, el mercado (y no sólo el estado) supone siempre diversos grados de violencia y coacción. No existe mercado sin la concomitante existencia de mecanismos históricamente variables de violencia, tanto de carácter material como simbólica. El desarrollo y ampliación creciente de estos mecanismos es uno de los atributos que trazan la dirección asumida por las políticas de la nueva derecha en este fin de siglo. Antes hemos señalado que, más allá de los reduccionismos interpretativos de presunción conspirativa, e! neoliberalismo expresa la necesidad de restablecer la hegemonía burguesa, presentándose como la salida histórica a la crisis de acumulación originada hacia comienzos de la década del 70. La dinámica abierta en este período ha sido caracterizada por algunos autores como un proceso de despolitización del capitalismo (Barros de Castro, 1991), cuyo eje fundamental es la reimposición de las reglas mercantiles sobre las de la política. Lo que neoconservadores y neoliberales cuestionan es, no sólo la aparente "ineficiencia" del estado para actuar en el terreno estrictamente económico (proponiendo de esta forma las conocidas fórmulas privatistas y desrregulacionistas), sino también la pertinencia misma de la política como campo y esfera de regulación del conflicto social. Nada de esto es posible, claro, sin violencia. Dicho de forma más apropiada, la nueva derecha, para restablecer el ritmo de la acumulación de capital (cuya caída evidente, tal como sostuvimos, se produce con la crisis del fordismo), debe priorizar la coacción sobre los mecanismos de legitimación que definían la idiosincrasia misma del Welfare State. "La redistribución en el sentido keynesiano y del estado de bienestar no sólo iba dirigida a las clases menos acomodadas (al menos en teoría) como un estímulo para la demanda, sino que era sobre todo un mecanismo político, llevado a la práctica por el estado y por el proceso político. La economía de la oferta neoconservadora le dio la vuelta a la lógica de la redistribución, e intentó incluso eliminada de su programa político al vender la nueva redistribución hacia arriba como un proceso económico 'natural' requerido por las demandas de eficiencia productiva de! mercado [. ] Para llevar a cabo este programa de redistribución dirigida a las clases más acomodadas es necesario despejar de 'política' e! ámbito de! mercado [ ... ] El agresivo mercado, liberado de la interferencia de! estado (que es simplemente la expresión, no lo olvidemos, de un ideal por e! cual los neoconservadores luchan, pero que nunca han alcanzado) es un campo en e! que los ricos pueden acrecentar sus fortunas mienlras los trabajadores están sujetos a la coacción de la necesidad sin la mediación de instituciones de pro~ección no mercantiles o de organismos públicos que cuidan, por imperfectamente que sea, de sus necesidades" (Whitaker, 1992: 36-37··42). Las observaciones formuladas en el parágrafo anterior nos previenen de ciertas imprecisiones analíticas respecto del carácter que asume la violencia del mercado en el capitalismo histórico. En efecto, el ejercicio de esta violencia (y su ampliación bajo el predominio de los programas de ajuste neoliberal) no se producen contra el estado en un sentido abstracto. Este último actúa como factor decisivo para garantizar la acumulación de capital bajo una modalidad de regulación política ya dominantemente mercantil; o sea: el estado actúa como un factor más en el proceso de despolitización. De allí que el neoliberalismo precisa de cualquier cosa, menos de un estado débil Precisa de un estado que actúe-él mismo- contra las funciones de legitimación, diseñando y operativizando nuevas formas de intervención. Nada más falso, entonces, que el discurso antintervencionista que fascina a neoconservadores y neoliberales de todas partes del mundo. El estado ejerce violencia para garantizar la violencia del mercado. Ahora bien, el estado de bienestar se fundaba (nuevamente: al menos en teoría) en un principio de carácter democratizador en términos potenciales: la igualdad y la necesidad de llevar a cabo acciones políticas destinadas a mitigar las desigualdades. Este constituye uno de los factores centrales que ha 5 Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías definido la reacción neoliberal y conservadora contra el Welfare State. Es aquí que la nueva derecha apela sin matiz alguno al mercado. En la perspectiva de estos sectores la intervención política orientada a garantizar mayores niveles de igualdad (sea donde fuere) pone en peligro la propia libertad individual y, con ello, potencia, más que modera, las condiciones de desigualdad que pueden existir en cualquier sistema social. Para la nueva derecha sólo la libertad del mercado puede contrarrestar estos efectos. La pretensión igualadora del estado de bienestar presupone una concepción de los derechos sociales y de la ciudadanía que, para conservadores y liberales, expresa apenas una simple ilusión cuyos efectos perversos "están a la vista". Desde esta perspectiva: "las políticas de bienestar social tienen por objetivo lidiar con problemas que eran tratados por estructuras tradicionales como la familia, la iglesia o la comunidad local. Cuando tales estructuras se desmoronan, el estado interviene para asumir sus funciones. En este proceso, el estado debilita todavía más lo que resta de las estructuras tradicionales. Surge de allí una necesidad mayor de asistencia pública de la que había sido prevista, y la situación empeora, en vez de mejorar" (Hirschman, 1992: 35). La observación anterior unifica dos tradiciones filosóficas que, independientemente de sus conexiones históricas, poseen especitlcidad propia: el conservadurismo y el liberalismo neutralizado y anticomunitarista (Bellamy, 1994). Esto posee no pocos efectos concretos en las políticas llevadas a cabo por la nueva derecha. En efecto, mientras que en la concepción feudal-corporativa del conservadurismo cualquier forma de intervención política sobre las estructuras de autoridad tradicional supone cuestionar el carácter mismo del orden social vigente (Nisbet, 1987), para los liberales de viejo y nuevo cuño estas entidades son la expresión más "pura" de los intereses individuales que deben jugarse libremente en el mercado sin el siempre latente peligro de una intromisión (política) externa que desvirtúe la naturaleza de aquellas instituciones y la función que las mismas desempeñan a nivel social. Refiriéndose a la dogmática conservadora, Nisbet sostiene que "si alguna cosa [ella] ha destacado [desde sus orígenes] es la necesidad imperiosa de que el estado político evite tanto cuanto sea posible entrometerse en los asuntos económicos, sociales y morales; y, por el contrario, hacer todo lo posible para extender las funciones de la familia, los vecinos y las asociaciones cooperativas voluntarias" (Nisbet, 1987: 71). Pero volvamos a nuestro argumento original: el neoliberalismo, para imponer su implacable lógica, precisa construir un nuevo orden cultural. La violencia del mercado cobra en este contexto brutal materialidad. Desde una perspectiva radicalmente democrática, el mercado es el espacio del no-derecho. "Consumir", "intercambiar", "comprar", "vender" son acciones que, aun amparadas en ciertos derechos, identifican o apelan a los sujetos en su exclusiva condición de "consumidores". En la retórica conservadora, ser "consumidor" presupone un derecho (en sentido limitado) y una posibilidad de acción de amplitud variable. En el primer caso nos referimos al derecho de propiedad; en el segundo, ala posibilidad de comprar y vender. Si bien, como señala C. B. Macpherson, e! concepto de propiedad (y, en consecuencia, su derecho) ha cambiado a lo largo de! tiempo (particularmente dentro de las coordenadas históricas de! capitalismo), en las sociedades modernas de mercado él remite al estrecho criterio de un "derecho individual exclusivo a usar y disponer de cosas materiales" (Macpherson, 1991: 102). Semejante reduccionismo ha implicado cuatro modos de estrechamiento que definen e! sentido que este concepto posee en el capitalismo contemporáneo: 1. la propiedad reducida a la idea de propiedad material; 2. la propiedad como derecho a excluir a otros del uso o disfrute de alguna cosa; 3. la propiedad como derecho exclusivo de usar y disponer de una cosa, e! derecho a venderla o a alienarla y 4. la propiedad como derecho a cosas (incluso aquellas que generan un ingreso). Siguiendo la interpretación de Macpherson, resulta evidente que tales estrechamientos conducen, en la sociedad de mercado, a producir y profundizar las desigualdades de riqueza y poder. "Esta es la inevitable consecuencia de convertido todo en propiedad exclusiva y de arrojarIo todo al mercado. Esto es claramente incoherente con uno de los principios de una sociedad democrática, que a mi juicio es e! de! mantenimiento de la igualdad de oportunidades para usar, desarrollar y disfrutar de las capacidades que cada persona tiene. Los que deben pagar e! acceso a los medios para usar sus capacidades ejercer sus energías, y pagan transfiriendo a otros tanto e! control de sus capacidades como parte del producto, esas personas, digo, ven denegada la igualdad en e! uso, desarrollo y disfrute de sus propias capacidades. Y, en una moderna sociedad de mercado, a esa categoría pertenecen la mayor parte de las personas. 6 Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías "[Considerado] en su estrecho sentido moderno, el derecho de propiedad contradice los derechos humanos democráticos" (Macpherson, 1991: 102-104). Ahora bien, la posibilidad de "comprar y vender libremente en el mercado" supone el ejercicio de! derecho de propiedad en e! sentido anteriormente expuesto. Aun cuando parezca muy obvio, esto quiere decir, en síntesis, que toda posibilidad de compra-venta parte de un supuesto subyacente basado en la desigualdad En la retórica neoliberal esto no tiene ninguna connotación negativa. Por el contrario, es dicha desigualdad la que supuestamente lleva a los individuos a mejorar, esforzarse y a competir; en suma, es la precondición para el ejercicio del principio del mérito al que nos hemos referido en el apartado anterior. Los conceptos de igualdad y justicia social (así como las políticas orientadas a tal fin) contradicen aquellos principios que, en la perspectiva neoliberal y conservadora, deben regular toda sociedad democrática: la libre elección de los consumidores en el mercado y el derecho de propiedad. De allí que el estado ("democrático") deba preocuparse fundamentalmente, más que en garantizar condiciones de igualdad y justicia social, en conservar y defender las condiciones que permiten el ejercicio de la libertad de elegir, así como la protección de la propiedad privada. En materia educativa (y no sólo en ella) esto es por demás interesante. La desigualdad y la discriminación educacional forman parte de una esfera de acción que la sociedad (esto es, el mercado) debe asumir sin la interferencia externa del gobierno, cuya vocación planificadora y su carácter centralizado contradicen el sentido mismo de las acciones orientadas a paliar las diferencias "naturales" de todo sistema social: la esfera de la caridad Para eso existen las iglesias, las organizaciones comunales, las asociaciones de vecinos y todo un conjunto de instituciones descentralizadas (algunas de ellas de carácter específicamente educativo) que deben funcionar sin la injerencia perniciosa de los gobiernos. La caridad cuando es llevada a cabo por el estado se denomina asistencia social. Y, en la perspectiva neoconservadora y neoliberal, ese tipo de acción genera mayor desigualdad. "Existen grupos, comenzando por la familia e incluyendo los vecinos y la Iglesia, que están debidamente constituidos para prestar asistencia en forma de ayuda mutua, y no como caridad de alto vuelo proveniente de una burocracia. Tales grupos son cuerpos mediadores por naturaleza: están más cerca del individuo y, en su propia fuerza comunal, son aliados naturales del individuo. El objetivo del gobierno es mirar primero a las condiciones de fuerza de estos grupos, en la medida en que, por la fuerza de siglos de desarrollo histórico, ellos son los más aptos para tratar con la mayoría de los problemas de los individuos. Sin embargo, pasar por encima de estos grupos por medio del auxilio social dirigido directamente a una determinada especie de individuos es -argumenta el conservadurismo- una invitación inmediata a la discriminación ya la in eficiencia, es una manera implacable de destruir el significado de esos grupos" (Nisbet, 1987: 105-106). Por otro lado, aquellos que poseen educación (o tienen posibilidades de poseerla) tampoco deben sentir la presión del estado sobre sus espaldas ya que esto cuestiona el sentido mismo que la propiedad adquiere en las sociedades de mercado. En ellas, la educación se transforma (sólo para las minorías) en un tipo específico de propiedad; lo que supone: derecho a poseeda materialmente, derecho a usada y disfrutada, derecho a excluir a otros de su uso y disfrute, derecho a venderla o alienarla en el mercado y derecho a poseerla en tanto factor generador de ingresos. En último término, la opción por el mercado que formula la nueva derecha encubre, además, un brutal desprecio por la democracia y las conquistas democráticas de las mayorías. Para algunos autores, esto se refleja en nuevas formas de articulación política orientadas por un proceso de "des-democratización de la democracia" o, en otras palabras, de constitución de democracias delegativas que encierran, en sí mismas, la negación de cualquier principio democrático-participativo de carácter igualizante (O'Donnell, 1991; Weffort, 1992). Esta ofensiva antidemocrática revela el alto grado de despotismo y autoritarismo político que caracteriza a los regímenes neoconservadores y neoliberales. "Libertad para la iniciativa privada; opresión para el manejo de la cosa pública. El supuesto 'antiestatismo' de los modernos cruzados del neoliberalismo es, en realidad. un frontal ataque a la democracia que las clases y capas populares supieron construir a pesar de la oposición ye! sabotaje de los intereses capitalistas. Lo que en verdad les preocupa de! moderno estado capitalista no es su excesivo tamaño ni e! déficit fiscal sino la intolerable 'presencia de las masas' saturando todos sus intersticios. [ ... ] "La restauración de! 'darwinismo social' y la declarada intención de desmantelar e! estado keynesiano -agudizando e! sufrimiento de las víctimas de! mercado y produciendo, además, e! 'vaciamiento' práctico de sus instituciones democráticas- expresan estridentemente la vocación autoritaria que se anida en sus aparentemente inocuas ideas económicas" (Barón, 1991: 139-140). 7 Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías El desorden neoliberal hace de la violencia del mercado una de sus armas más certeras contra el bienestar de las mayorías. Esto impone las reglas de un implacable proceso de "selección natural" que, desde su macrovisión reaccionaria, expresa el grado más perfecto de desenvolvimiento de la especie humana. EL DESTINO DE LA EDUCACIÓN DE LAS MAYORÍAS En el campo específicamente educativo, los regímenes neoliberales y neoconservadores defienden un conjunto de estrategias políticas que, más allá de los matices ideosincráticos que las caracterizan, poseen escasas diferencias interregionales. El análisis de estas propuestas ya ha sido abordado en numerosos trabajos (Apple, 1993; Dale, 1994; da Silva, 1996; da Silva y Gentili, 1996; Frigotto, 1993 y 1995; Gentili, 1994a; Gentili y da Silva, 1994; Paviglianiti, 1991 y 1994; Puiggrós, 1995; Torres, 1994). Independientemente del sentido particular que asume la concretización de tales políticas, mi interés aquí es remarcar que ellas van siempre acompañadas de un consecuente cambio cultural. O sea, el neoliberalismo ataca la escuela pública mediante una serie de estrategias privatizantes, a través de la aplicación de una política de descentralización autoritaria y, al mismo tiempo, llevando a cabo una poderosa política de reforma cultural que pretende borrar del horizonte ideológico de nuestras sociedades la posibilidad misma de una educación democrática, pública y de calidad para las mayorías. Una política de reforma cultural que, en suma, pretende negar y disolver la existencia misma del derecho a la educación. Podríamos incluso ir más lejos, aventurando la hipótesis de que esta ruptura del sentido atribuido al derecho a la educación constituye una precondición que garantiza (o, al menos, posibilita) el éxito de aquellas políticas de corre claramente antidemocrático y dualizante. En la medida en que el neoliberalismo lleva a cabo con éxito su misión cultural, puede también llevar a cabo con éxito la implementación de sus propuestas políticas. Dicho en otros términos: el neoliberalismo precisa -en primer lugar, aunque no únicamente- despolitizar la educación resignificándola como mercancía para garantizar así el triunfo de sus estrategias mercantilizantes yel necesario consenso alrededor de ellas. Tomaz Tadeu da Silva explicita este problema de forma sugerente: "La presente ofensiva neoliberal precisa ser vista no sólo como una lucha en torno a la distribución de recursos materiales y económicos (que lo es), ni como una lucha entre visiones alternativas de sociedad (que también lo es), sino sobre todo como una lucha para crear las propias categorías, nociones y términos a través de los cuales se puede nombrar a la sociedad y al mundo. En esta perspectiva, no se trata apenas de denunciar las distorsiones y falsedades de! pensamiento neoliberal, tarea de una crítica tradicional de la ideología (aunque válida y necesaria), sino de identificar y tornar visible el proceso por e! cual e! discurso neoliberal produce y crea una "realidad" que acaba por tornar imposible la posibilidad de pensar otra" (da Silva, 1994: 9). Ahora bien, ¿cómo se lleva a cabo este proceso de recreación de un consenso basado en la aceptación explícita y cínicamente transparente de! ineludible carácter mercantil de la educación? ¿Cómo e! neoliberalismo garantiza la desintegración de! carácter de derecho que la educación poseía (repetimos: al menos, en teoría) imponiendo una nueva matriz interpretativa que reduce a ésta a la mera condición de mercancía? En suma, ¿cómo triunfan culturalmente, en el plano educativo, los regímenes neoliberales? Sin pretender agotar aquí las varias respuestas posibles a esos interrogantes, digamos que el uso y abuso de dos estrategias discursivas ha permitido a estos sectores avanzar y extender considerablemente la "modernización conservadora" en la esfera educacional. En primer lugar, el discurso de la calidad y el particular contenido atribuido a la misma cuando se la remite al análisis de las políticas educativas y de los procesos pedagógicos. En segundo, el discurso dominante orientado a legitimar una articulación subordinada de! sistema educativo con respecto al mundo productivo-laboral, estrategia discursiva que, siendo defendida en el plano teórico por quienes postulan un neoenfoque del capital humano, se ha expandido como la única matriz a partir de la cual se pueden (y se deben) evaluar los efectos "prácticos" de la educación en e! mundo contemporáneo (Frigotto, 1995; Gentili, 1995). a. La calidad como propiedad En un trabajo anterior, he desarrollado el argumento de que el renovado discurso de la nueva derecha sobre la calidad educativa surgió como reacción y respuesta al ya devaluado discurso de la democratización, generalizado en América latina luego de los períodos dictatoriales. También he tratado de enfatizar que tal discurso se ha caracterizado por asumir e! contenido que define los debates sobre calidad en el mundo productivo-laboral. Identificamos a éste como un doble proceso de transposición, mostrando cómo su aplicación, en algunos casos concretos (por ejemplo, Chile, Brasil y Argentina), conduce a profundizar las diferencias sociales instituidas en las sociedades de clases, al mismo tiempo que intensifica el privilegio y las acciones políticas dualizantes (Gentili, 1994a). 8 Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías En los discursos dominantes, la calidad educativa posee, de esta forma, el status de una propiedad con atributos específicos. En efecto, para neoconservadores y neoliberales la calidad no es algo que -inalienablemente- debe cualificar el derecho a la educación, sino un atributo potencialmente adquirible en el mercado de los bienes educativos. La calidad como propiedad supone, en consecuencia, diferenciación interna en e! universo de los consumidores de educación, tanto como la legitimidad de excluir a "otros" de su uso y disfrute. La calidad, como la propiedad en general, no es algo universalizable. En la perspectiva conservadora es bueno que así sea, ya que criterios diferenciales de asignación (y formas también diferenciales de aprovechamiento del bien educación) estimulan la competencia, principio fundamental en la regulación de cualquier mercado. Llevado a un extremo (y algunos tecnócratas neoliberales lo llevan) este argumento reconoce que el estado poco y nada puede hacer para mejorar la calidad educativa sin producir un efecto perverso de sentido contrario: "nivelar para abajo". De tal forma, así como la intervención político-estatal sobre el derecho de propiedad cuestiona el sentido que éste posee en el ideario de la nueva derecha, toda intervención externa que pretenda -en un sentido igualitario- "democratizar la calidad" atentará inevitablemente contra un atributo que define la propiedad (educativa) de los individuos. Que estos individuos sean pocos, o, en términos más precisos, que sean sólo los integrados al mercado es -ya lo sabemos- apenas un detalle. La falta de calidad (como la no disponibilidad de cualquier propiedad) no es un asunto del estado y sí de los mecanismos correctivos que funcionan "naturalmente" en todo mercado; simplemente porque el mercado es -él mismo- un mecanismo autocorrectivo (Ashford y Davies, 1992). La calidad educativa como propiedad está sujeta a dichas reglas y -sólo ella, en tanto "propiedad"- puede constituirse en algo deseable y conquistable por los individuos emprendedores. Ella se conquista en el mercado y se define por su condición de no-derecho. b. La educación para el (des)empleo. La obsesión de la nueva derecha por garantizar una plena integración entre el mundo laboral y el educativo se deriva de algunos principios asociados a la interpretación anterior. En la moderna sociedad de mercado, el empleo (como la educación de calidad) no es un derecho, ni debe serlo. Esta reducción de la relación educación-trabajo a la fórmula "educación para el empleo" se deriva casi lógicamente tanto de una serie de formulaciones apologéticas acerca del funcionamiento autocorrectivo de los mercados (en términos generales), como de una particular interpretación acerca de la dinámica que caracteriza a las nuevas formas de competencia e intercambio comercial en las sociedades posfordistas. El tema es mucho más complejo y merece un tratamiento detallado que aquí no podemos desarrollar. Sin embargo, señalemos dos cuestiones fundamentales: b.1. La educación como derecho social remite ineludiblemente a un tipo de acción asociada a un conjunto de derechos políticos y económicos sin los cuales la categoría de ciudadanía queda reducida a una mera formulación retórica sin referencia material alguna. Desde una perspectiva democrática, la educación es un derecho sólo cuando existe un conjunto de instituciones públicas que garantizan la concretización y la materialización de tal derecho. Defender "derechos" olvidándose de defender y ampliar las condiciones materiales que los garantizan es poco menos que un ejercicio de cinismo. Cuando un "derecho" es apenas un atributo del cual goza una minoría de privilegiados (tal el caso, en nuestros países latinoamericanos, de la educación, la salud, la seguridad, la vida, etc.), la palabra más correcta para designarlo es "privilegio". Ahora bien, la educación de calidad como propiedad de (algunos) consumidores remite, por el contrario, al ejercicio de un derecho específico (el derecho de propiedad) que sólo puede efectivizarse en un escenario caracterizado por la existencia de mecanismos ("libres") de regulación mercantil. La propiedad educativa se adquiere (se compra y se vende) en el mercado de los bienes educativos y "sirve", en tanto propiedad "poseída", para competir en el mercado de los puestos de trabajo (que definen el ingreso de las personas también en carácter de derecho de propiedad). Si esto no fuese lógicamente así, neoconservadores y neoliberales se verían obligados a aceptar que la educación es algo más que una propiedad y, en consecuencia, que podrían (o deberían) aceptarse mecanismos de intervención externos al propio mercado para garantizar el acceso a la misma. Si bien esta es la posición dominante, existen algunos matices. Por ejemplo, cierras producciones académicas recientes reconocen el valor de la educación como propiedad para competir en los mercados flexibles de trabajo, pero, al mismo tiempo, defienden enfáticamente que ella también sirve para competir en los mercados políticos. Estas posiciones comparten con las anteriores la restricción del derecho a la educación a un simple derecho de propiedad, pero lo extienden al ejercicio del juego político que caracteriza las normas regulatorias del funcionamiento de las democracias delegativas. Se trata aquí de la necesidad de "poseer" (ser propietario de) educación para ejercitar una "ciudadanía responsable" que contribuya a modernizar la economía y oriente con eficiencia la elección (o "compra") 9 Pablo Gentili Adiós a la escuela pública. El desorden neoliberal, la violencia del mercado y el destino de la educación de las mayorías de aquellas mejores ofertas electorales que, en el mercado político, prometan llevar a cabo tal modernización (ejemplo de esta posición se encuentra en: CEPAL, 1992; Namo de Mello, 1993). Ambas posiciones, a pesar de sus diferencias, tienden a aceptar (y, consecuentemente, a intensificar) los privilegios y los mecanismos de diferenciación social que reproducen un modelo que sólo beneficia a los integrados, marginando a los excluidos. b.2. Si el empleo se regula por la "leyes" del mercado es lógicamente aceptable que exista una esfera de no-empleo. Por otro lado, si el derecho de propiedad actúa (en sus diferentes formulaciones) como uno de los factores fundamentales que regulan tal mercado, una conclusión -también lógica- se deriva de esta presunción: los propietarios de educación de calidad tendrán mayores opciones en e! mercado de los puestos de trabajo para acceder a la propiedad de un ingreso; los no-propietarios, menos. Ahora bien, también cabe la posibilidad (no tanto por la eficacia lógica de! argumento y sí por las evidentes condiciones de exclusión que sufren las mayorías) de que existan quienes "posean" educación de calidad y, sin embargo, no accedan a los puestos de trabajo, dada su escasa disponibilidad u oferta. Neoconservadores, neoliberales y tecnócratas reconvertidos no se alarman frente a este hecho. Para ellos, sólo la competencia puede corregir esas deficiencias derivadas mucho más de una desmesurada expansión de la oferta de bienes educativos, que de las condiciones estructurales de! propio mercado de trabajo. En suma, el desempleo es producto del exceso de profesionales y trabajadores cualificados en cierras áreas y, concomitantemente, de la falta de los mismos en otras. Educación y desempleo se articulan en la medida en que, o bien la gente está "educada" para puestos de trabajo cuya demanda ya ha superado la capacidad de oferta que puede soportar e! mercado (por ejemplo: médicos, ingenieros, abogados, psicólogos, educadores, etc.), o bien los postulantes a los empleos realmente ofrecidos no poseen las cualificaciones necesarias para desempeñarse con idoneidad en ellos. El problema está en la educación, no en e! mercado de trabajo. Tal como ha sido ampliamente demostrado, la brecha entre quienes acceden y quienes son excluidos de los puestos de trabajo tiende a ampliarse y profundizarse, siendo esto la causa de graves y complejos conflictos sociales (Therbor, 1989; 1993). Sin embargo, la educación para e! empleo pregonada por los profetas neoliberales, cuando se aplica al conjunto de las mayorías excluidas, no es otra cosa que la educación para e! desempleo y la marginalidad. Reducir y confinar cínicamente la educación a una propiedad que sólo potencia e! acceso a los puestos de trabajo es resignamos a sufrir una nueva forma de violencia en nuestras sociedades no-democráticas. La restauración conservadora sentencia la educación de las mayorías al más perverso destino: transformarse en la mueca de un pasado que no llegó nunca a efectivizar realmente sus prome sas democratizadoras, dentro de un modelo social marcado por la desigualdad y la dualización. Nuestra lucha es, como hemos enfatizado en varias oportunidades, cada vez más compleja. Las observaciones aquí realizadas han tratado de dar cuenta, no de las políticas concretas que lleva a cabo la ofensiva reaccionaria de la nueva derecha, sino de su estrategia cultural tendiente a transformar el sentido común sobre el cual se funda la potencial democratización de la educación pública y la existencia de un modelo institucional orientado a garantizar la efectivización de tal derecho: la escuela pública de las mayorías. Nuestro desafío debe (no sólo, aunque fundamentalmente) situarse también en el terreno de la disputa cultural. Debemos diseñar y tratar de llevar a la práctica propuestas políticas coherentes que defiendan y amplíen el derecho a una educación pública de calidad. Pero también debemos crear nuevas condiciones culturales sobre las cuales tales propuestas cobren materialidad y sentido para los excluidos. Ambos elementos constituyen dos factores indisolublemente unidos en nuestra lucha por la reconstrucción de una sociedad fundada en los derechos democráticos, en la igualdad y en la justicia. Estaba comenzando a bosquejar este ensayo cuando me reuní con Daniel Suárez, amigo e implacable crítico. Le comenté que pensaba iniciar el texto haciendo alusión a la experiencia de aquel seminario en Buenos Aires. Mientras le relataba la historia de Nora, su hijo Manuel, de cinco años, dibujaba a nuestro lado fantásticos y heroicos jugadores de fútbol. Al concluir mi relato Daniel se mantuvo algunos segundos en silencio. Luego, se dirigió a su hijo y preguntó: "Manu, ¿hay algo que no se pueda comprar con dinero?" Manuel dejó sus marcadores, lo miró, y sin dudar un instante dijo: "las personas, papi". Creo que su respuesta es una buena forma de concluir estas reflexiones provisorias. BIBLIOGRAFÍA Apple, M., Official Knowledge. 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