RAKESH KHURANA From Higher Aims to Hired Hands: the social transformation of American business schools and the unfilled promise of management as a profession’ - De grandes propósitos a asalariados: la transformación social de las escuelas de negocios americanas y la promesa incumplida de la gestión como profesión’ su autor Rakesh Khurana, profesor asociado de Comportamiento Organizacional en Harvard Business School y fundador del equipo tecnológico de Cambridge, entre otras cosas. El texto vio la luz el pasado 10 de septiembre 2007 y en él se encierra una feroz crítica al actual sistema educativo que siguen las escuelas de negocio y, sobre todo, al producto que sale de ellas, es decir, a los ‘graduados MBAs’. En opinión de Khurana hace tiempo que éstos no representan el ideal con el que surgieron este tipo de facultades: hacer de la dirección empresarial una profesión comparable en prestigio y rigor académico a las de derecho o medicina, por ejemplo. “La historia de las escuelas de negocio que surgieron en el ámbito universitario es, tal y como aparece en estas páginas, el comienzo, transformación y posterior abandono de un proyecto de profesionalización que comenzó con la fundación de Wharton School de la Universidad de Pensilvania en 1881” indica el autor en la introducción del libro. Así, estos centros han pasado de tratar de formar a alumnos “con unos conocimientos específicos y ciertos códigos de conducta formales e informales y, fundamentalmente, la idea de servicio” a crear directivos cuya exclusiva preocupación es dar beneficios a los accionistas. “En el curso de la historia el lógico profesionalismo que subyacía en la primera fase formativa se cambió primero por una lógica administrativa que enfatizaba el conocimiento profesional frente a los ideales y después por una lógica de mercado” escribe Khurana. Todo ello mientras las voces intelectuales del mundo empresarial comenzaban a situar a los dirigentes como mediadores entre la compañía y sus accionistas, dos mundos con intereses muy distantes a los que complacer. Finalmente, el libro relata como la liberalización económica creó un punto de encuentro para las ambiciones de los dos mundos en el corto plazo a costa de abandonar todo vestigio de profesionalismo. Y como, todo esto ha tenido una repercusión directa en unos programas MBA hasta tal punto que hoy en día gran parte del profesado de las escuelas de negocio está compuesto por expertos en economía, matemáticas y finanzas, pero “no intrínsecamente interesados en los negocios”. Así, las facultades terminan dirigiendo a sus estudiantes hacia empleos en las áreas de finanzas y consultoría, que además son los mejor pagados, cuando no son éstos los que deciden directamente acudir a compañías de capital riesgo y otras firmas de inversión para rentabilizar al máximo su inversión en el MBA. A fin de cuentas, la formación ejecutiva de postgrado se ha convertido, según Khurana, en un negocio donde las escuelas venden un producto, los MBAs, y los estudiantes no son más que consumidores. Y como en todo mercado, hay ‘marcas’ que gustan y triunfan más que otras. Esto ha convertido al proceso de selección, es decir, el entrar a un determinado centro, en el verdadero objetivo de muchos alumnos para poder acceder a sus redes de contactos y asegurarse un próspero futuro. Recuperar la inversión ‘From Higher Aims to Hired Hands’ denuncia la fuerza que han cobrado los aspectos puramente económicos en el ámbito educativo. Ya no se trata de contar con la mejor oferta formativa, sino de ver quien es capaz de rentabilizar en mayor medida y en menor tiempo la inversión monetaria que suponen los MBA. Además, las escuelas no están solas en esta tarea. Rankings como el de Forbes o el de Financial Times son de gran ayuda, ofreciendo datos sobre el coste completo del curso, el tiempo que el estudiante tardará en recuperar su inversión y otras cifras como el sueldo medio en un plazo que va de tres a cinco años. Todo un avance teniendo en cuenta que el primer motivo que esgrimen los estudiantes para cursar un MBA es el de dar un giro a su vida profesional o mejorar las perspectivas de las mismas. Y para empezar, esperan cobrar por lo menos 89.654 dólares anuales (cerca de 63.230 euros) nada más salir de la escuela y 169.849 dólares al año (aproximadamente 119.790 euros) en un lustro, según un estudio realizado por la revista Fortune. Las cifras son imponentes y, como es lógico no todos los sectores pueden permitirse desembolsar esas sumas y aunque así fuese el poder del dinero es tan fuerte que muchos estudiantes se decantan automáticamente por el ‘mejor postor’. En este sentido, las actividades más tradicionales se han quedado atrás. Las firmas de Capital riesgo, consultoría y las de inversión bancaria son ahora las elegidas por los licenciados. Su principal atractivo radica, en muchos casos, en la posibilidad de amasar una fortuna más rápidamente. El sueldo inicial que percibirá un MBA en las llamadas venture capital es de 107.919 dólares anuales (76.125 euros), 101.404 dólares o 71.520 euros en el caso de las consultoras, 100.986 dólares (71.225 euros) para las gestoras de inversión y 98.887 dólares (69.732 euros) y 95.231 dólares (67.165 euros) de los bancos de inversión y las empresas de servicios financieros respectivamente. Del sector industrial tan sólo la metalurgia puede competir en esos niveles con una primera paga de 102.000 dólares o 71.995 euros al año. La rentabilidad de estos negocios no sólo mayor nada más salir de la escuela, sino que también deparan mejores sueldos al cabo de cinco años. De nuevo, la industria del metal es la única que se salva (de hecho es la que más paga en ese periodo de tiempo). Quienes hagan carrera en una firma de capital riesgo cobrarán 251.128 dólares (177.131 euros) en un lustro de media y teniendo en cuenta que no encuentren socios para abrir su propia firma, algo muy habitual también entre los gestores de inversión. Son las profesiones ‘más productivas’ desde un punto de vista económico, pero en las que menos necesarios son otros conocimientos y habilidades relacionadas con el mundo de la dirección. Pese a todo, las escuelas de negocio han seguido y siguen formando a sus estudiantes para ocupar este tipo de puestos de trabajo, tanto en firmas de estos sectores como en otras compañías. Las cifras no engañan y por ejemplo si un gran número de los estudiantes de Wharton se decantaban por la industria de la automoción, ahora el porcentaje se ha reducido al 1,5%. Por el contrario, el 66% de sus graduados acude al sector servicios, especialmente a consultorías y firmas de finanzas. No se trata de un caso aislado sino de una tendencia que se repite en todos los centros estadounidenses. Tuck School of Businessenvía al 34% de sus alumnos a formas relacionadas con servicios financieros y al 32% a consultoras. Curiosamente los sectores donde mayor retribución salarial logran. Lo mismo ocurre en otras facultades de renombre como Standford Graduate School of Business o la propia Harvard de la que forma parte Khurana. En la primera, el 39% de sus graduados se decantan por puestos financieros y de contabilidad y un 31% de consultoría, donde su sueldo base supera en más de 7.000 euros anuales al del resto de cargos. La diferencia salarial es similar en Harvard, donde sin embargo aumenta el número de financieros y contables hasta el 41% con un 22% de consultores. Estados Unidos tampoco está solo en este camino hacia. Sirva como ejemplo las preferencias de los alumnos de Insead: un 23% se decantan por las finanzas y un 36% por la consultoría, mientras que sólo un 11% son directores generales y un 10% responsables del desarrollo de negocio. London Business School corrobora esta tendencia. El 42% de sus alumnos termina trabajando en el sector financiero y el 25% en el de consultoría de gestión. La preferencia de los ‘mbas’ deja al descubierto uno de los principales males del mundo empresarial y por lo tanto de las escuelas de negocio. Los estudiantes ya no quieren ser directores ejecutivos o consejeros de delegados (sólo un 8% de media entre las tres escuelas anteriormente mencionadas lo es). Ahora sus ambiciones son incluso mayores (económicamente hablando) y están mas relacionados con la consultoría y la inversión de capital para, a fin de cuentas, ser los que deciden sobre el futuro de la empresa y sus dirigentes. En su libro, Khuraha identifica la falta de ética como otro de los problemas de los directivos actuales y lo relaciona con los recientes escándalos financieros como los de WorldCom o Enron. El profesor precisa al respecto que las escuelas de negocios ya han comenzado a tomar medidas en estos asuntos introduciendo un componente deontológico en sus programas. A esto hay que unir el aumento de los temas relacionados con la Responsabilidad Social Corporativa, tan de moda ahora, y que, hasta cierto punto es un reflejo de la pretensión primigenia de lo que debería ser un ejecutivo. Lejos de apuntar si esta es o no la dirección correcta, Khurhala indica que no es su intención ofrecer ningún tipo de solución a los retos que afrontan las escuelas de negocio. Sin embargo, sí que apunta la necesidad de “volver a alcanzar un equilibrio en su relación con los estudiantes, facultades, negocios y la sociedad” con los ideales de profesionalismo y de un liderazgo profesionalizado como guía. No es la única voz discordante en este sentido. Muchas empresas ya han mostrado su desencanto con los estudiantes que reciben de las escuelas de negocio por el escaso desarrollo de sus habilidades interpersonales. La queja más generalizada entre los reclutadores es que reciben candidatos muy bien preparados en todo lo relacionado con los números (contabilidad, finanzas, auditorias, balances…) pero con escasa capacidad de comunicación y liderazgo. Es decir, no tienen suficientes habilidades directivas. Esto ha hecho proliferar en los últimos tiempos todo tipo de programas de desarrollo del liderazgo (Leadership Development Programme en inglés), además de introducir otros elementos como el coaching y potenciar las tutorías personales en sus MBA. En el fondo, es una especie de vuelta al pasado para, como indica el profesor Kurhala, recuperar la esencia de lo que debe de ser un buen dirigente: no sólo un gran estadista, sino una persona con capacidad para dirigir una empresa y a la vez contribuir también a mejorar su entorno.