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El efecto de las estructuras huecas.docx

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08 06 2020
(versión original)
EL EFECTO DE LAS ESTRUCTURAS HUECAS
El Efecto de las Estructuras Huecas (EEH) es la generación de radiaciones mediante
objetos con cavidades, un fenómeno de origen desconocido para la ciencia académica. Es un caso
específico del efecto de forma dentro de la física alternativa.
Existe una variedad infinita de estructuras huecas. Además, este efecto también se observa en
medios continuos de estructura quebrada, por ejemplo, en agua burbujeante o en lugares de fractura
en la corteza terrestre, que son sitios energéticos. En la antigüedad, este efecto se conocía y se
utilizaba en edificios de culto, como megalitos, dólmenes, pirámides egipcias o de otros lugares.
A finales del siglo XIX en Europa, Oskar Korschelt, un químico de
Leipzig que trabajaba en la industria cervecera, utilizó el EEH con
fines terapéuticos. En 1884, al regresar a Europa tras su estancia en
Japón, donde estudió medicina, construyó un dispositivo con cadenas
de cobre que conformaban cavidades en una secuencia de patrones
repetitivos. Utilizaba el dispositivo para tratar trastornos digestivos y
nerviosos, insomnio y calmar dolores de cabeza. Durante las sesiones
de terapia, el paciente tenía que estar de espaldas al Sol.
El efecto fue redescubierto a principios de la década de 1990 por el
entomólogo ruso Viktor Stepanovich Grebennikov (Виктор Степанович Гребенников,
1927-2001), quien también sugirió el mismo nombre para este efecto (en ruso, эффект полостных
структур). Todos sus descubrimientos están relatados en su maravilloso libro ‘Mi mundo’[1]. El
libro fue retirado de todas las bibliotecas de Rusia poco después de su muerte.
A continuación se incluye un fragmento de su libro escrito en un lenguaje bello y pintoresco,
sobre todo para mostrar cómo se hacen los descubrimientos científicos. Cada descubrimiento tiene
su propia historia, y sus autores deben tener las cualidades necesarias de perspicacia, curiosidad y
sentido común.
‘Me preparé para pasar la noche en la estepa. El arado de las tierras y la deforestación habían
convertido el valle de Kamyshlovsky, donde antaño fluía un caudaloso afluente del Irtysh, en un
profundo y ancho barranco salpicado de lagunas saladas. No había viento, ni siquiera se movía una
brizna. Bandadas de patos sobrevolaban el lago al atardecer y se oía el cantar de los andarríos. El
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mundo de la estepa, cubierto por el firmamento de color perla, se estaba sumergiendo en el silencio.
¡Qué bien se está aquí en el campo abierto de la estepa!
Me instalé al borde del acantilado para pasar la noche,
extendí la gabardina en el suelo de la pradera y me coloqué
la mochila debajo de la cabeza. Antes de acostarme, recogí
unas cuantas boñigas secas de vaca, las amontoné y les
prendí fuego. Un fino humo azul recorrió lentamente la
silenciosa estepa impregnándola de un romántico olor
irrepetible. Me acomodé en mi austero lecho de viaje y
estiré mis piernas cansadas con gusto, disfrutando por
adelantado de otra maravillosa noche esteparia. El humo
azul me adormiló y transportó silenciosamente al país de
las hadas. Me reduje a una hormiga y me fundí con el
cielo.
Aunque ya tenía que haberme quedado dormido, aquella
noche las sensaciones eran inusitadas e intensas. Y pronto se les unió una más: ¡noté de repente
como si alguien hubiera arrancado el acantilado debajo de mí, y me sentí arrojado a un misterioso y
terrible abismo! De repente, unas pequeñas llamaradas emergieron en mi cabeza. Abrí los ojos, pero
no desaparecieron. Empezaron a bailar por el prado y el cielo plateado del atardecer. Sentí un fuerte
sabor metálico en la boca, como si hubiera lamido los contactos de una batería. Empezaron a
pitarme los oídos y oí claramente los latidos de mi corazón.
¡Aquí no hay quien duerma! Me incorporé, intentando en vano deshacerme de aquellas
sensaciones desagradables. Las llamaradas en mis ojos, al principio extensas y borrosas, se hicieron
más pequeñas y definidas, convirtiéndose en chispas y círculos que me dificultaban mirar alrededor.
En aquel momento recordé que había experimentado sensaciones similares hacía unos años en el
Bosque Encantado.
Decidí echar un vistazo a la orilla: ¿acaso pasa eso por aquí en todas partes? Aquí mismo,
justo al borde del acantilado, hay un claro efecto de ‘algo’, y a diez metros, entrando en la estepa,
ese ‘algo’ desaparece. Sentí desasosiego; estaba solo en la estepa, junto al ‘lago encantado’. Tenía
que haber recogido mis cosas y haberme largado. Pero esta vez la curiosidad pudo conmigo: ¿qué es
lo que está pasando aquí? ¿Sería el olor del agua y de las algas el que provocaba estas sensaciones?
Bajé por el acantilado, me senté junto al agua sobre un gran montículo de barro. Enseguida me vi
envuelto en el olor dulzón y espeso a sapropel -algas en descomposición- como si estuviera en unos
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baños termales de barro. Permanecí allí sentado cinco o diez minutos, pero no noté molestia alguna.
Podía incluso haberme tumbado, pero había mucha humedad junto al lago. Volví a subir el
acantilado, y ¡otra vez lo mismo! Me mareé, volví a sentir ese sabor ‘galvánico’ en la boca, mi peso
parecía cambiar de ligero a muy pesado, y las llamaradas multicolores volvieron a saltar de nuevo a
mis ojos. Increíble. Si realmente fuera un lugar malo, una anomalía nociva, el acantilado no estaría
cubierto de hierba abundante, ni se acercarían allí las grandes abejas que habían acribillado el
escarpado acantilado de barro con sus minúsculas madrigueras. Me había instalado para pasar la
noche justo encima de su ‘ciudad’ subterránea, que, naturalmente, estaba llena de madrigueras,
cámaras, larvas y pupas, vivas y coleando.
Aquella vez no entendí nada y por la mañana temprano, antes de que saliera el sol, sin dormir
y con la cabeza pesada, me dirigí hacia la autopista, donde me subí a un coche hasta Isilkul.
Aquel verano volví al Lago Encantado cuatro veces más, a distintas horas y con distintas
condiciones meteorológicas. Hacia el final del verano, mis abejas se habían multiplicado
considerablemente. Llevaban a sus madrigueras polen amarillo
brillante procedente de quién sabe dónde; en fin, estaban
prosperando. Algo que no podía decir de mí mismo. Encima de sus
nidos, a un metro del acantilado, notaba un cúmulo de sensaciones
fuertes y desagradables, y a cinco metros ninguna en absoluto. De
nuevo pensé que no tenía lógica: ¿por qué las plantas y las abejas se
sienten tan bien aquí? El acantilado entero de tanta madriguera se
había convertido en un queso gruyere, con zonas que parecían una
auténtica esponja.
Resolví este enigma sólo muchos años después, cuando al ararse el
terreno hasta el pié del acantilado, éste se derrumbó, y pereció la
‘ciudad’ de las abejas del valle Kamyshlovsky. Ahora no queda allí
ni una sola madriguera, ni una sola brizna. Un enorme y feo
vertedero ocupa su lugar. Todo lo que queda de la antigua ‘ciudad’ es
un puñado de grumos de arcilla – los restos de antiguos nidos con
una multitud de celdas. Las celdas se agrupaban unas junto a otras y
parecían unos pequeños dedales, o más bien unas jarras minúsculas
con cuellos uniformemente cónicos....
Tenía guardados algunos de estos grumos de arcilla acribillados en
un bol sobre mi escritorio, abarrotado de artilugios, de ‘viviendas’ de
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hormigas y saltamontes, de frascos con diversos reactivos y todo tipo de cosas. Un día alargué la
mano por encima del recipiente para coger algo. Y ocurrió un milagro: de repente sentí calor. Toqué
los grumos con la mano, y estaban fríos, pero había una clara sensación de calor al pasar la mano
por encima de ellos. También sentí sensaciones en los dedos que nunca antes había experimentado:
una especie de movimiento, hormigueo o cosquilleo. Al inclinar la cabeza sobre el recipiente, volví
a sentir lo mismo que en el Lago: notaba la cabeza ligera y muy grande, el cuerpo empezó a
hundirse hacía abajo, saltaron destellos de luz en mis ojos, noté el sabor a batería en la boca, y me
entraron unas ligeras náuseas... Tapé el recipiente con cartón pero las sensaciones no
desaparecieron. Probé con una tapa metálica de una olla y era como si nada. Ese ‘algo’ atravesaba
cualquier obstáculo.
Había que investigar este fenómeno de inmediato. Pero, ¿qué podía hacer yo en casa sin
ningún equipo? El personal de nuestros institutos VASHNIL (ВАСХНИЛ, Academia de Ciencias
Agrícolas de la Unión) en Novosibirsk me ayudó a examinar las celdas. Por desgracia, los aparatos
no respondían: ni los termómetros de precisión, ni los detectores ultrasónicos, ni electrómetros, ni
magnetómetros. Realizamos un análisis químico muy preciso de la arcilla, pero no encontramos
nada especial. El radiómetro tampoco arrojaba luz. Sin embargo, las manos, las simples manos
humanas, no sólo las mías, las de otros también, sentían claramente el calor, una brisa fría,
escalofríos, el pulso y un medio espeso y glutinoso. Algunos notaban que su mano pesaba más,
otros que parecía elevarse; a otros se les entumecían los dedos, notaban calambres en los
antebrazos, mareos, salivaban profusamente.’
Grebennikov siguió investigando y ‘la Naturaleza le fue revelando uno a uno sus misteriosos
secretos’. Resultó que todas esas sensaciones inusuales no estaban causadas por los materiales, sino
por sus cavidades, su interconexión y distribución, sus dimensiones, forma y cantidad. Identificó los
siguientes principios básicos de las propiedades del EEH [1]:
1. Al igual que la gravedad, el efecto de las estructuras huecas no se detiene ante un
obstáculo. Puede sentirse a través de paredes de ladrillo o gruesas láminas de metal.
2. Cuando la fuente de esas emisiones se traslada a un nuevo lugar, una persona no siente su
impacto de forma inmediata, sino al cabo de unos segundos o minutos. Es más, queda un ‘rastro’ o
espectro en el antiguo lugar que se puede percibir con la mano decenas de minutos, o incluso meses
más tarde.
3. Al alejarse de la fuente, el campo de energía EEH no disminuye uniformemente. Forma
todo un sistema de envolturas invisibles, pero a veces claramente perceptibles.
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4. Los animales (ratones blancos) y los seres humanos, expuestos a un campo de energía
EEH, incluso uno fuerte, después de un tiempo se acostumbran y se adaptan a él. Y es que no puede
ser de otro modo: estamos rodeados por todas partes de innumerables cavidades, grandes y
pequeñas, cámaras, cuevas, grutas, hoyos, cavernas subterráneas. La energía de una casa viene
determinada por su arquitectura, la forma y disposición de las habitaciones, los distintos materiales
de construcción, los electrodomésticos, el mobiliario, etc. La energía de una ciudad se determina
por la topografía del terreno, la arquitectura de los edificios, las calles. La de un bosque – por los
espacios entre los árboles, las ramas, las copas, etc.
5. La radiación EEH tiene un efecto más fuerte sobre los organismos vivos cuando actúa en
dirección opuesta al Sol, o hacia abajo, hacia el centro de la Tierra.
6. Cuando el campo EEH es fuerte, pueden fallar los relojes, especialmente los electrónicos.
Para que el EEH tenga un efecto positivo en el cuerpo humano, es esencial seleccionar los
materiales de una estructura particular, asegurarse de que sean compatibles, determinar su forma y
dimensiones adecuadas, incluidas las de las cavidades. La estructura interna del material también es
importante. De todos los objetos irradiadores que probó, Grebennikov destacó varios: panales de
abejas, manos cruzadas, un tamiz para harina. Cuentan que el tamiz se utilizaba en la antigüedad
para curar a la gente, para quitar los dolores de cabeza o eliminar los efectos de conmociones
cerebrales.
Inspirándose en las celdas de abejas, Grebennikov construyó un
dispositivo médico de varias docenas de ‘panales’ artificiales de
plástico, papel, metal y madera. Este ‘Anestesiador de panal’ se
expone en el Museo de Agroecología, cerca de Novosibirsk. Aquel
que se siente debajo del dispositivo formado por panales vacíos, al
cabo de unos minutos con toda seguridad sentirá algo, y quienes
padezcan dolores de cabeza se librarán de la jaqueca al menos por dos
horas.
Los objetos emisores de EEH pueden fabricarse a partir de materiales
caseros como los cartones de huevos, el papel corrugado, un gabejo o
película fotográfica desechada. Un libro grueso con páginas
desplegadas o un ramo de flores con forma de campanilla también
son una fuente de EEH.
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En el pasado, la gente de campo cubría el techo de sus casas con haces de juncos o fajos de
centeno. Techos así son los más ecológicos.
Un cazador le contó a Grebennikov que en invierno se calentaba las manos con los políporos de los
árboles. Estos hongos en repisa están formados por una multitud de tubos que sueltan esporas en
verano. Al parecer, la nieve esponjosa también es una fuente de calor.
El EEH mejora también las propiedades de aislamiento térmico del poliestireno o las
propiedades terapéuticas del carbón activado.
Se puede sentir el calor del EEH cerca de una ducha de agua fría o de una cascada.
Igualmente, se sabe que el agua de un arroyo de montaña es ‘buena’ y que la de una masa de agua
estancada ‘no es tan buena’.
Este efecto también está presente en el poliuretano. Si sustituye un
colchón de guata por uno de espuma, puede que no duerma bien la
primera noche, pero en breve el cuerpo se acostumbrará a la nueva
cama.
El ser humano es un aparato registrador subjetivo, y por tanto, es poco
fiable. Las sensaciones varían mucho de persona en persona. Por ello,
en estos casos, la ciencia prefiere confiar en indicadores y aparatos de
medición convencionales. V. Grebennikov logró construir un aparato
indicador de EEH que se detalla a continuación. Se cuelga una pajita
de un hilo fino dentro de un recipiente hermético. En el fondo del
recipiente se deja un poco de agua para prevenir la electrostática. Se
apunta con un viejo avispero, un panal de abejas, una paja o un
matojo de espigas hacía un extremo de la pajita y el indicador gira
lentamente unas decenas de grados. La prueba demuestra que las
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propiedades del campo energético de EEH no se deben a ondas estacionarias que no transportan
energía, sino a un flujo continuo de energía. Este dispositivo se exhibe en el Museo de
Agroecología, cerca de Novosibirsk, junto con el ‘Anestesiador’.
¿Cómo se explica el efecto de estructuras huecas? La ciencia académica ignora tales
fenómenos porque en principio no puede explicarlos. Sin embargo, sí han habido intentos de
interpretarlo utilizando los métodos y conceptos de la física oficial: que se trata de ‘un vacío físico
al que se han atribuido las propiedades del helio superfluido’[2]. Una explicación confusa, artificial y
nada clara. Mientras tanto, la verdad suele ser sencilla y no hay nada que un ser humano no pueda
comprender, incluso sin tener la formación adecuada.
Para explicarlo, utilicemos un postulado fundamental de nuestra realidad acogido por
algunas ramas alternativas de la ciencia: que toda nuestra realidad es una unidad. El concepto en sí
es bastante amplio, por lo que aquí examinaremos sólo uno de sus aspectos: el hecho de que no hay
objetos y sujetos, formados en el proceso evolutivo, que existan en el mundo de forma autónoma.
Jonas Gervė recalcaba esta idea en sus conferencias. No existen objetos en la Naturaleza que no
sean sostenidos por ella, desde los más diminutos hasta los más grandes de escala del Universo o
mayores. La Naturaleza los sustenta con su energía, y los objetos a su vez la reciben, la transforman
y la irradian. Así, hay un intercambio constante de energía entre ellos y el entorno, un movimiento
constante de la materia, dentro y fuera de los objetos. Los objetos sólo son estables gracias a este
movimiento de energía. Si el sustento de la Naturaleza se interrumpiera, el objeto se desintegraría.
A finales del siglo XIX y principios del XX, la ciencia de la física adoptó el concepto lógico
y fructífero del éter. El éter es el medio energético global que llena todo el espacio, mientras que el
mundo entero en evolución con sus cualidades es el resultado del movimiento del éter. Como
podemos observar, este concepto encaja perfectamente con el principio del mundo como una
unidad. (Después de que la teoría de la relatividad especial de Einstein se impusiera en la física
oficial, el éter fue abandonado). La dinámica del éter, una rama de la ciencia física alternativa
plantea la cuestión de la estabilidad de las partículas elementales (PE) que forman todo nuestro
mundo visible
[3]
. Las PE evolucionaron mediante la concentración de éter. Sin embargo, al
aumentar la concentración del éter, igual que pasa con los gases, aumenta también su presión, que
nivela la concentración creciente. Así, en teoría sólo son posibles fluctuaciones transitorias de la
densidad del éter. Sin embargo, las PE, y en particular el protón, son entidades muy estables. Por
ello, los desarrolladores de la dinámica del éter han supuesto que, por analogía con los gases, las
partículas elementales son vórtices toroidales microscópicos (toros).
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Se conoce que los toros son la única forma de movimiento que mantiene la concentración de
la estructura de gas. Efectivamente, los tornados que se forman en la naturaleza son relativamente
longevos, y pueden arrasar durante horas hasta que se desintegran debido a factores externos. Su
estabilidad, y la estabilidad de las partículas elementales, se debe al flujo entrante del entorno que
los sustenta y compensa la pérdida de energía en las interacciones con otros objetos. El flujo
saliente de las PE está compuesto por la energía concentrada de éter, que ya es distinta a la del flujo
entrante.
Para simplificar, analicemos como ejemplo un objeto macroscópico con simetría perfecta –
una esfera (figura A). Por dentro y por fuera de la esfera se forma una región de presión elevada del
éter. Se podría decir que cada objeto concentra la energía del ambiente, formando un aura a su
alrededor. Cuanto más macizo es el objeto, mayor es la presión P(x) en la región áurica y más
amplia es el aura. Lejos del objeto, la presión puede considerarse nula. Las personas más sensibles
también sienten el aura, cada una de forma diferente, aunque de manera menos intensa que el efecto
de estructuras huecas. La transferencia de energía de un objeto de este tipo en el campo áurico no
equivale a cero, y debido a la simetría esférica es igual en todas las direcciones.
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Imaginemos ahora que nuestra esfera tiene un agujero o una abolladura (figura B). La presión
del éter en estas cavidades es elevada, y nada impide a la sustancia de éter desplazarse a una región
de menor presión. Sin embargo, en este caso la irradiación superficial del objeto será más intensa
debido a la superficie interior adicional. Cuanto mayor es la superficie interior, más energía se
irradiará. La energía seguirá irradiándose desde el interior hacia el exterior mientras exista el objeto.
El flujo de energía resultante puede realizar un trabajo. Básicamente, estamos ante el móvil
perpetuo.
Este modelo concreto puede explicar el efecto de las estructuras huecas. Sin embargo, la
esencia de este fenómeno es más profunda. El EEH y el fenómeno más general, el efecto de forma,
pueden explicarse en términos de las leyes de simetría. Observemos que la bola no dañada (A) es
una esfera - una figura geométrica con todos sus elementos de simetría, mientras que la bola dañada
(B) es una figura disimétrica con un número menor de elementos de simetría. Pierre Curie
(1859-1906) ya había observado que los elementos de simetría de un cuerpo material fijan lo que ya
existe, y parecen de alguna manera constreñir la libertad del cuerpo material para cambiar o
transformarse. Los fenómenos físicos surgen precisamente a causa de esos elementos de simetría
ausentes, y su ausencia favorece el movimiento de la materia. La simetría y su contrario, la
disimetría, son precisamente esa totalidad que la convierte en una herramienta cognitiva para
estudiar nuestro mundo material.
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___________________________________________________________
[1]
Виктор Гребенников. Мой мир. Новосибирск, 1997. (Viktor Grebennikov, Mi Mundo.
Novosibirsk, 1997)
* Extractos del libro "Mi Mundo" en español
[2]
Болдырева Л. Б. Механизм действия полостных структур на биологические объекты в
рамках модели сверхтекучего физического вакуума / Труды VII Международного форума
«Интегративная медицина». Российская
профессиональная ассоциация специалистов
традиционной и народной медицины. М., 2012. С.19. (Boldyreva L. B., Mecanismo de acción de
las estructuras huecas sobre los objetos biológicos dentro del modelo del vacío físico superfluido /
Actas del VII Foro Internacional "Medicina Integrativa". Asociación profesional rusa de
especialistas de la medicina tradicional y popular, 2012)
[3]
В. А. Ацюковский. Общая эфиродинамика. Москва, Энергоатомиздат, 2003. (V. A.
Atsyukovsky. Dinámica general del éter. Moscú, Energoatomizdat, 2003.)
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