Ministerio de Educación y Ciencias Col. Nac. EMD Santísima Trinidad Formas narrativas Nombre Alcides Rubén Armoa López Prof.: Dolly Méndez 3er curso Hoteleria Turno mañana Formas narrativas Relato La ley de los viajes en el tiempo Aquella vieja teoría sin resolver seguía trayendo de cabeza a todos los matemáticos y físicos del planeta. Habían pasado casi quinientos años desde que el genio del siglo XX, Albert Einstein, anunciase al mundo su intención de crear una teoría que unificase las leyes fundamentales de la física. La famosa Teoría de Campo Unificada. Sin embargo, a pesar de estar ya en el siglo XXIV, con los increíbles avances que ha hecho el ser humano en quinientos años, seguimos sin conseguir doblegarla. Muchos colegas siguen empeñados en que los documentos que Einstein legó a la Universidad Hebrea de Jerusalén en 1925 fueron más detallados que las copias que se hicieron públicas noventa años más tarde. Tienen razón. Junto con el manuscrito original Einstein agregó una carta en la que solicitaba al rector la protección y custodia de un documento concreto. Una carta que él tenía entre manos desde niño, siendo como era el único descendiente vivo de aquel hombre recto. […] y si hubiera un Dios que velase por la armonía del Universo yo no hubiera debido de existir nunca. […] la teoría adjunta no solo explica eso, sino también todas las posibles maneras en las que el ser humano puede jugar con las leyes de la física […] no son unificables porque son no unívocas: son moldeables. Estuve equivocado muchos años al asumir su carácter axiomático […] la clave está en utilizarlas como variables, como soluciones de una ecuación mucho mayor: La Ecuación Universal. […] perdida la fe en mis congéneres apelo a su innata bondad para custodiar y velar porque solo se desvele la existencia de esta teoría cuando la humanidad esté preparada para ello. Si es que alguna vez llega a estarlo. Oxford University, 19 Septiembre 2356 Me despierto dolorido. No sé por qué, pero estoy tirado en el suelo de la biblioteca. La luz de mi ordenador de muñeca indica que son las tres de la madrugada. Intento recordar qué es lo que me ha pasado. Me duelen las articulaciones, el cuello y noto que mi visión está borrosa. ¿He ingerido algo que no debía? No, llevo una estricta dieta para mantener mi mente lo más afilada posible. Llego a mi habitación después de unos minutos. He tenido un sueño demasiado vívido mientras estudiaba. Algo relacionado con los viajes en el tiempo que no soy capaz de concretar. Entro en el baño a lavarme la cara. —Oh Dios… —exclamo perdiendo el equilibrio—. ¿Qué me ha pasado? El hombre que me devuelve la mirada desde el espejo está ajado y debe de tener más de cincuenta años. Mansión Conroy, 23 Agosto 2388 «¿Cómo? ¿He atravesado el portal sin más?», pienso. No consigo explicarme qué ha pasado. He repetido los cálculos, analizado las mediciones y repetido el proceso tantas veces que no sabría decir cuántos agujeros he creado y cruzado desde entonces. Todos sin éxito. Me voy a acostar. Nada puede describir la desazón que me embarga. Al salir del laboratorio, en el sótano, me sobresalto. Un joven me devuelve la mirada desde el fondo del hall de entrada. ¡Soy yo! El que me devuelve la mirada…, ¡soy yo! El espejo de cuerpo completo es el culpable de mi sobresalto, aunque también es el responsable de que no pueda tener duda alguna sobre lo que veo. ¡Soy yo con treinta años menos! ¿Cómo es posible? Yo…, nunca llegué al pasado, ¿cómo es que vuelvo a tener veintiséis años? Y, ¿cómo diablos albergo todos mis conocimientos pasados y futuros? Dedico toda la noche a repasar las ecuaciones cuánticas. A mano. No quiero que intervenga ningún programa diseñado por algún patán estúpido que haya podido incluir cifras de redondeo inaceptables. Haciendo caso de mi maestro me enfoco en los puntos de fractura en busca de una paradoja que pudiera explicar el suceso. Me doy cuenta con horror de que ya sé cuál es la paradoja. Porque la única paradoja posible soy yo. La realidad no permite que yo mismo me encuentre dos veces en el mismo punto espaciotemporal. Sin embargo, ¡no soy el mismo! Somos dos yo diferentes. Aunque a simple vista mis huesos y mis órganos, puedan parecer los mismos, mis células se han regenerado un número elevado de veces, por lo que no son los mismos. Y mi intelecto y mi memoria también son diferentes. Mi yo es diferente. ¿Por qué no podemos coexistir? ¡El gato lo hizo! Espera… ¿la pata del gato se curó? ¿O acaso volvió el gato joven en vez del gato viejo y roto? Aunque, hace dos años no conocía a este gato. De hecho, me costó adiestrarlo, y el gato que volvió estaba totalmente adiestrado. No obstante, hay que asumir el hecho de que aquí estoy yo con un cuerpo treinta años más joven. Eso corrobora la existencia de una paradoja. No puede haber dos seres idénticos en el mismo punto del espaciotiempo. Pero… si eso fuera cierto… ¿por qué ha cruzado mi cuerpo y no mi intelecto? Está claro que se me escapa algo. He contemplado todas las ecuaciones de transferencia física y de gestión y control de la materia pero…, ¿y si lo que determinase la unicidad del ser que cruza el umbral no fuera algo meramente físico? ¿Y si las ecuaciones no están contemplando todas las características que componen la vida? Porque, ¿qué es la vida? ¿Acaso es solo un conjunto de moléculas que conforman unas células que respiran y realizan acciones de supervivencia vitales? ¿Y si la vida es algo más? ¿Y si no solo estamos formados por partículas físicas? La respuesta a esas preguntas parece estar en otra pregunta: ¿por qué mi mente se ha quedado anclada en el presente? Mi mente está formada por los impulsos que generan las células que la componen. Los impulsos eléctricos son cuantificables y extrapolables a las ecuaciones que he utilizado. ¿Por qué no han cruzado también? Encontrar la solución es tan sencillo como demoledor: no lo ha hecho porque no se rige por los mismos principios físicos. Mi mente no ha atravesado la singularidad porque la física no controla la mente. Puede que un impulso eléctrico sea algo físico, pero la generación de ese impulso concreto no lo es. Y contra eso no tengo ninguna teoría ni herramienta. Sea una consciencia externa a la física, un alma o un patrón aleatorio de generación de impulsos; no tengo control sobre ella. No sé qué es ni de qué se compone. Y lo peor de todo es que no puedo cuantificarla ni extrapolarla a ningún modelo conocido. Ni siquiera puedo inventarme un modelo para ella. Porque no sé qué es. Rompo a llorar. No por la magnitud del descubrimiento. Mi alma, si es que tengo, me importa tan poco como la vida del espécimen J47. No, lloro porque he dejado a mi yo universitario con un cuerpo que no le pertenece. Lloro porque me he robado la juventud a mí mismo. Albert tenía razón, la humanidad no está preparada. Yo no estoy preparado. El relato se caracteriza por su extensión corta en la que representa un suceso histórico, real o ficcional en torno a una historia. El concepto, que surge en el vocablo latino relātus, también permite hacer referencia a los cuentos y narraciones que no son demasiado extensas. Sigue la estructura narrativa de inicio, nudo y desenlace, sin embargo, en su narración oral se puede modificar el esquema para no hacerlo de manera estricta. Mito El mito de Pandora Este mito griego de tipo antropogónico no solo relata el origen la primera mujer si no que narra la introducción de la infelicidad en el “paraíso” de los primeros humanos. Esta historia sirve para dar una explicación a cómo los humanos dejaron de ser inmortales y las miserias se instalaron en la humanidad. Como Eva en la Biblia, Pandora puede ser interpretada como la causante de las calamidades humanas debido a su curiosidad: Cuando Prometeo enseño el uso del fuego a los hombres, Júpiter quiso vengarse por ello. Para eso, mandó a los dioses que crearan una mujer dotada con todas las cualidades: la belleza, el don de la palabra, el talento, la curiosidad, la sabiduría. Esta sería Pandora, en cuyo corazón también se escondía el mal y el engaño. Pandora fue enviada como regalo de los dioses a Epimeteo, hermano de Prometeo, quien desoyó las advertencias de su hermano de no aceptar nada de los dioses. Epimeteo se casó con ella y, como regalo de boda, Júpiter les dio una caja que nunca debían abrir. Pandora no pudo resistirse y un día miró qué había dentro de aquel objeto. Entonces todos los males se escaparon, consiguiendo solo quedarse la esperanza dentro del cofre. Este es uno de los géneros narrativos que surge como una manera de dar explicación a varios de los fenómenos misteriosos del universo para las personas. El mito brinda explicaciones sobre el origen del mundo, el surgimiento de los dioses y sus relaciones con la tierra y la humanidad. Fábula El lobo con piel de cordero Para poder comerse a los corderos del rebaño, un lobo decidió meterse dentro de una piel de cordero y despistar al pastor. De esta manera, al atardecer, el granjero lo llevó junto al rebaño y cerró la puerta del corral para que no pudiera entrar ningún lobo. Sin embargo, a la noche el pastor entró al corral para tomar un cordero para la cena del día siguiente. Así, tomó al lobo creyendo que era un cordero y lo sacrificó al instante. Moraleja: Quien hace el engaño recibe el daño. Es un género narrativo en el que se le da importancia al contenido ficcional que proporciona un aprendizaje relacionado con la moral. Es una expresión que surge de la literatura oral y se caracteriza por la clase de personajes que usa, ya que en muchos casos estos corresponden a animales con características humanas. La fábula narra historias que son resultado de la imaginación y permite el conocimiento de las tradiciones de un pueblo. También, tiene un aspecto pedagógico por lo cual está enfocado principalmente a niños y niñas. Leyenda La leyenda de la yerba mate Esta leyenda mítica de Paraguay es sin dudas la más famosa, la que más circula por todas partes y es característica de este país. Recita algo similar a lo siguiente: “Cuenta la leyenda que, hace mucho tiempo, en medio de una gran selva cercana de los Saltos de Guairá, vivía tranquilamente una familia compuesta por un granjero, su esposa y una pequeña hija buena y hermosa. En dicha selva el granjero tenía como tareas cultivar maíz, zapallo y otras verduras para proveer el alimento diario de la familia. Si contaban con condiciones de buen clima, las cosechas eran buenas, pero cuando el clima no era el más favorable se alimentaban de frutas y miel del monte guaraní. Un día, al caer el sol, llegó a la granja una persona de aspecto agradable y gentil. Con pocas palabras le pidió al hombre que le permitiera pasar una noche con ellos, al día siguiente seguiría su camino. El granjero aceptó sin problemas, pues era un hombre de buen corazón. Al amanecer, el viajero agarró su bastón y su bolso para seguir su camino, pero antes le dijo al granjero: – Yo soy un enviado del cielo, he venido a enseñar y premiar a los buenos. Me llaman en estas tierras Pa’i Zume. Y como sabía que estabas viviendo en la soledad de la selva para salvar a tu querida hija de toda clase de peligros, he llegado hasta aquí donde encontré el más generoso hospedaje: me ofreciste la única gallina que tenía, y me diste tu cama. En premio a lo que he recibido de ti, haré que tu hija no muera jamás: la convertiré en planta. Los hombres cortarán sus ramas y le arrancarán las hojas, pero ella volverá a brotar más sin problema alguno. El enviado del cielo se despidió y siguió su camino. Se fue hacia el lado del alba, a otros remotos lugares, quién sabe a dónde, llevado por la mano de Dios. La hermosa joven se convirtió en la planta del Ka’a. Desde entonces, las ramas y las hojas cortadas de la yerba mate son tostadas y molidas para que después de cebadas, ya sea con agua caliente o fría, sirvan al hombre de bebida reparadora y estimulante.” Es una forma de narración que surge de la tradición oral principalmente, mediante la cual se cuentan hechos de seres humanos o sobrenaturales. Por dicho aspecto, narra una historia real o ficticia que incluye una serie de aspectos maravillosos que se transforman en el reflejo del folclor de la zona de la que procede. En este sentido, es definida como una narración de carácter popular que se transmite de manera oral y escrita. Cuento Perrito Sus grandes ojos dorados miraban a través de los barrotes de la jaula con desconcertada tristeza. Perrito no comprendía, no podía comprender aquello. La rudeza del hombre de la cuerda que casi lo ahoga, a él, que se sabía pequeñito y bueno. La jaula rodante y la baraúnda de perros cautivos. Nunca Perrito había visto tantos perros juntos. Perros furiosos que mordían, perros tristes que gemían dulcemente asomando el hocico entre los barrotes, como si el único aire respirable fuera el aire viejo y amigo de la calle. Y ahora, esto, la jaula de alambre bajo los árboles y más perros que llegaban en la jaula rodante, y otros que eran metidos a la fuerza en aquel obscuro cajón del fondo, cuyas puertas, cuando se abrían, dejaban escapar un aliento agrio, y tras el aliento, una mansa procesión de perros dormidos, tan dormidos, que no despertaban ni con el traqueteo de la carretilla que los llevaba lejos, más allá del barranco. Definitivamente, Perrito no comprendía aquello. Sólo existía la presencia de una gran tristeza. ¿Dónde estaría el «Amo Chico»? Los «Amos Grandes» podían haberlo olvidado, pero el «Amo Chico» no. No tenía hambre, ni sed, pero quería sol, espacios abiertos, pasto húmedo y vientos viejos, cosas compartidas con el «Amo Chico». ¿Dónde estaría el «Amo Chico»?... -Papá... ¡míralo! ¡Lo encontré en la calle! En los brazos del niño palpitaba una pelotita de lana blanca y suave. La tenía apretada contra su corazón, tan apretada que la lana blanca soltó un gemido. -¿Lo ves, papá...? ¡Es un perrito...! ¡Es mi perrito...! El niño esperaba, tembloroso de miedo y de felicidad. Miraba a su padre, y la felicidad se apagaba y el miedo crecía. Papá se estaba volviendo alto, cada vez más alto, como cuando se preparaba a hacer algo que él intuía desagradable. -No. No podemos tener un perro. La casa es pequeña. La pelotita blanca era suave y caliente sobre la piel de su pecho. El perrito era suyo. Él lo había encontrado en la calle, había corrido con él hasta caerse de cansancio, mirando atrás, mirando atrás, huyendo de la calle, de la gente, de una voz que reclamara su perrito. -¡Papá...! -lloriqueó. -No. Nunca su padre había sido tan alto, tan invencible. Nunca el «no» tan rotundo. Venía rodando desde una montaña como una piedra redonda que lo aplastaba y exprimía de su cuerpo toda la lágrima que cabía adentro. -¡Es inútil que llores, hijo! ¡Hay que ser hombre! Él no quería ser hombre. Quería ser un niño y tener un tesoro de vida blanca y tibia sobre su pecho. La piedra redonda pesaba sobre su garganta, y el arroyito de lágrimas fluía y fluía. -¿Por qué llora el nene...? A través de las lágrimas vio la imagen borrosa de su madre que se acercaba. Una esperanza. La montaña ya no era tan árida. Había sobre ella la presencia de un viento fresco y un sonido como de agua que corre suavizando piedras. -Ha traído un sucio perrito de la calle y... -¿Un perrito? Déjame verlo... Tendió el animalito a su madre. Ella lo tomó en sus brazos. En su pecho, allí donde estaba apretado el perrito, se enfriaba un sudor cálido. -Pero si es tan bonito... querido. -No. -No debemos lastimar al nene. -¡Ni siquiera es de raza! ¿Raza...? ¡Pero si era un perrito completo! ¿No bastaba eso? Un hocico rosado para husmear alegremente su rastro entre las basuras del baldío, mientras él se escondía en lo alto del naranjo. Y unos ojos dorados, y una colita peluda que se agita en frenética bienvenida cuando él regresa de la escuela. ¿No bastaba todo eso...? -Tómalo, querido. Anda al jardín y espera. La esperanza crecía. Cuando lo mandaban afuera para discutir algo, el regreso era para saber que mamá tenía razón. No sabía cómo. Pero mamá siempre tenía razón cuando él regresaba. Salió al jardín con el perrito, que se había puesto a chuparle la camisa abierta, en los brazos. La puerta se cerró tras él, y oyó el canto de grillo del cerrojo al correrse. De adentro llegaba un apagado rumor de voces. Voces sin palabras. La voz cálida de la madre. El eco macizo de la voz del padre, en rápida sucesión de marea. Se sentó en el césped y miró su tesoro vivo con infinito amor. Una pulga veloz cruzaba la sedosa pelusa de la panza rosada. Trató de atraparla, pero no pudo. Sintió que las voces de adentro ya no se enfrentaban, se unían, se volvían una sola, arrulladora e íntima. Cerró los ojos y tras la obscuridad roja que el sol fingía en sus párpados, empezó a ver la imagen de la montaña vencida, el agua clara que fluía y roía la piedra redonda del «no» invencible, volviéndola pequeñita, inofensiva, pura mentira. Siguió esperando por mucho tiempo. A sus espaldas, la puerta se abrió. Se volvió, y vio a su padre que lo contemplaba desde el umbral. -Entra, hijo. Se levantó y se encaminó al encuentro de la puerta y de su padre. Detrás de ambos estaba la felicidad. Su padre le quitó el cachorro de los brazos, y colgándolo de la piel del pescuezo, lo miró arrugando la nariz. -¿Qué nombre le pondremos...? -¡Perrito! -¡Pues anda a bañar a Perrito! ¡Está asqueroso...! Perrito fue creciendo poquito a poco, mientras el niño asistía con paciencia a ese lento proceso que se operaba en el cachorro, que pronto no sería cachorro, sino un poderoso mastín que hasta serviría de caballo, tanta fuerza tendría. Pero Perrito se detuvo muy pronto. Prefería ser un chiche blanco y peludo. Un cachorro regalón para toda la vida, un perro de juguete, que ladraba también de juguete. Y el niño se conformó. Después de todo, era más que un perro. Era su perro. Pequeño, sí. Pero reventaba de vida y alegría. -¡Perritoooo! ¡Mírame...! ¡Soy el más valiente vaquero de las praderas...! El caballito de palo giraba y giraba en la calesita, perseguido y perseguidor en su eterno galope circular... Y Perrito se volvía loco. Loco. Siguiendo con alegría desesperada el galope sin saltos del caballito de palo, temeroso de que el «Amo Chico» se fuera lejos, más lejos que el pan con manteca que le alcanzaba por debajo de la mesa a la hora del té. El «Amo Chico» no debía irse, porque el «Amo Chico» era el mundo, la frazada tibia de su lecho, el agua fresca que llovía sobre la bañadera y la gran toalla suave que envolvía su cuerpo deliciosamente helado. Pero el caballito de palo no se detenía. Y Perrito ladraba locamente en torno a su itinerario de rueda... -¡Amo Chico! ¡Amo Chico...! Hasta que el galope sin saltos se detenía, el «Amo Chico» se apeaba, y tendía sus brazos para que Perrito saltara y se arrebujara como un pedazo de sol contento y gimiente contra el cuerpo del «Amo Chico» rescatado de aquel galope hasta más lejos del mundo querido por los dos. -¡A casa... Perrito...! Las calles abrían sus bocazas anchas, para que los dos corrieran a lo largo de la sonrisa del mundo. Hasta la casa donde esperaba el té y el pan con manteca. Hasta la casa, pasando por el prado de la plaza para mordisquear la hierba y para hundir el hocico sediento en el agua de la fuente. Corriendo, siempre corriendo, sintiendo que la brisa ponía en las orejas flotantes campanitas de rumores apagados. ¡Corre...! ¡Perrito...! ¡Eh... eso no se hace...! Perrito lo sabía. Pero no podía evitarlo. El olor estaba allí, en el tronco, mezclado con jugos, con savia, y con vida. Mezclado, pero solo, invitante. Y la patita se alzaba, saludando a la delicia que era más grande porque se iba cantando a través de su cuerpo, y quedaba en el tronco con su nuevo olor, como el testimonio de su paso, dejado allí para que otros perros testimoniaran el suyo. -¡Vamos, Perrito...! A seguir corriendo. Corriendo. Reconociendo de paso los viejos perfumes del mundo. El aliento hiriente de la farmacia de la esquina, el tufo caliente y grato de la panadería, el regusto delicioso que fluía arrollador en el bostezo rojo de la carnicería. Corriendo, siempre corriendo, hasta la casa, hasta el pan con manteca y el baño frío y la toalla suave. -¡Cuidado... Perrito...! Y había en la voz asustada del niño un temblor de miedo. Perrito se empequeñecía ante el peligro mientras el perrazo miraba a aquel congénere enano con ojos curiosos. Perrito temblaba de miedo, mientras el enorme hocico frío le olisqueaba concienzudamente el trasero, y las patas musculosas se alzaba en torno a él como columna de una catedral viva y terrorífica. Perrito y el niño quedaban quietos, temblorosos, conscientes de aquel bravo manojo de músculos, nervios y colmillos. Y después el suspiro de alivio, cuando el perrazo, satisfecho de su examen, daba paso, y Perrito se alejaba lentamente, con la colita peluda entre las patas, y rengueando lastimosamente, por lo que pudiera suceder. Y otra vez a correr, lejos del perro aquel que después de todo era un buen perro, viendo los dos la sonrisa ancha del mundo, saltando en las aceras sobre la sucesión de sombra y sol, sobre la sucesión de la frescura y la tibieza, sobre la sucesión urgente de los latidos de la vida, allá dentro de las venas del perro y el niño. Hasta irrumpir en la casa, con la divina suciedad del ancho mundo en las patas y en el calzado, aterrorizando la virginidad de pisos y alfombras, para cruzar hasta la cocina, santuario cálido donde el perfume vivo de los alimentos simulaba un incienso grato. El tintineo de la vajilla, leche, té, pan blando nimbado de oro, y caricia cuidadosa del cuchillo pulido que va dejando una costra de manteca sobre las migas de nieve. La lengua golosa resbalaba sobre la manteca. La miga blanca se deshacía bajo los colmillos de juguete. El crujido delicioso de la costra tostada, entregando su jugo salado, mientras la panza se enfriaba dulcemente sobre las baldosas del piso. Y cuando ya no quedaba más, la lengua avarienta de sensaciones arrancaba de su escondite entre los pelitos del hocico hasta el último resto de sabor travieso. Modorra. Paz. Allá en el patio, donde la piedra loza guardaba un poco de sol que se había ido, el sueño tranquilo. El sueño despierto de los perritos buenos, mientras los gorriones, desde el otro lado del sueño, derramaban su trino líquido, y el aire se poblaba de olores amigos, de voces que se hacen música para arrullar. -¡Perrito...! ¡Perrito...! Pero él prefería dormir. Estaba cansado. -¡Perrito! ¡Perrito! Perrito dormía en el centro de un mundo grande y feliz. Aquel día, cuando el rayo de sol de todas las mañanas entró por la ventana a dar los buenos días a los dos, sólo le respondió Perrito, arrebujado al pie de su amo, sobre la cama ancha y blanda. Perrito saltó al suelo y bajó velozmente a la cocina. Pero esperó en vano. La rutina se había roto, y empezó otra rutina nueva y extraña. El «Amo Grande» no fue al trabajo, con su portafolios oloroso de cuero y sudor bajo el brazo. Hablaba por teléfono, discutía en voz baja, y miraba arriba, donde el «Amo Chico» seguía durmiendo su sueño extraño de la noche, su sueño inquieto, su sueño enfermo. Cerraron la puerta para Perrito. Y pasaron noches y más noches. Noches solas, y días olvidados, con hombres grandes que subían y bajaban las escaleras, mientras el «Ama Grande» y el «Amo Grande», en un juego extraño, se escondían una de otro para llorar. Después, el «Amo Chico» se fue. Se fue dormido en aquella caja blanca y llena de flores, en aquellos automóviles negros. Los «Amos Grandes» volvieron pero el «Amo Chico» no. Los «Amos Grandes» traían de la mano una gran tristeza, que se quedó en la casa. Perrito no pudo soportar la presencia de aquella tristeza intrusa en la casa. Y salió a buscar al niño. Olisqueando rastros por calles y plazas, y a lo largo del galope circular de los caballitos de palo, donde descubrió el olor del «Amo Chico» pero no al chico. Perrito siguió buscando y buscando por las calles, hasta que lo atrapó el hombre de la cuerda. Perrito sintió que la gran tristeza de la casa había venido tras él, prendida a su cola. Por eso estaba triste, en su jaula de alambres. Hombres enormes venían y se llevaban a los otros perros hacia el cajón de olor agrio del fondo. La jaula quedaba vacía, sólo quedaba él, y un perro viejo que dormía dulcemente. Volvieron los hombres enormes y uno de ellos se llevó a tirones al perro viejo. El otro miró a Perrito. Lo alzó en sus brazos robustos, y teniéndolo contra su pecho ancho, con ternura infinita y agradable, se lo llevó también hacia el feo cajón del fondo. Perrito despertó. Ya no quedaba pegado a su hocico aquel insoportable olor agrio que fluía de las paredes como un humo burlón. Estaba en una pradera verde, donde había hierba mojada y fuentes de agua fresca. -¡Perrito...! ¡Aquí...! ¡El Amo Chico...! Perrito salió disparado, hasta encontrarlo. Y lo encontró. Y le humedeció toda la cara con su lengua cariñosa. Después, los dos, amo y perro, se fueron corriendo juntos, a través de aquel prado verde y grande, tan grande como el cielo. El cuento es uno de los géneros narrativos más relevantes y transmitidos que narra un hecho que es capaz de generar un tipo de emoción en el lector. Puede contar sucesos imaginarios o reales, su argumento es sencillo para que el lector lo entienda fácilmente e incluye pocos personajes. También, cuenta con diversos formatos según su temática y extensión. Novela El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry El Principito es hoy por hoy una referencia fundamental de la literatura universal. Cuenta la historia de un aviador que debe arreglar su nave en medio del desierto del Sahara, donde se encuentra con un pequeño príncipe de un reino muy lejano, situado en el asteroide B 612. El pequeño príncipe le pide que, por favor, le dibuje un cordero. A partir de allí, comienza un proceso que revelará las singularidades de un modo distinto de percibir la vida, que confronta el orden establecido en el mundo terrestre. Aquí un pequeño fragmento: “Las personas grandes aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: ‘¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?’. En cambio, os preguntan: ‘¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?’. Sólo entonces creen conocerle”. Es un texto literario que está escrito en prosa y puede narrar hechos reales y hechos ficticios. Se caracteriza porque tiene una trama más difícil que el cuento y mucho más extensa. Su trama casi siempre está relacionada a la extensión temporal, donde los hechos que pasan se sujetan según a cómo se prolongan en el tiempo de la historia. El escritor puede enfocar su obra según sus intenciones.