EL TÚNEL Por CARLOS ENRIQUE CABRERA HOY no hay nadie en el mundo en quien podamos confiar. No podemos hacerlo en el Estado y sus instituciones, ni en los empresarios y banqueros, ni en aquéllos que ejercen el magisterio religioso en nombre de Cristo, Buda Yaveh o Alá, y tampoco en los artistas e intelectuales. En estas enfermas sociedades nuestras ya no hay líderes que puedan trazarnos camino alguno valedero y creíble, ni vendernos sueños y metas por los que merezca la pena luchar. La cerrada noche que nos rodea, emponzoñada de acechanzas y peligros, de perversidades sin cuento, nos obliga (al conjunto de los ciudadanos de a pie, a nosotros, el grueso de los mortales), a permanecer cautamente ojo avizor y a la defensiva en un aparente –solo aparente, claro está– inmovilismo de cosa inerte. ¿Brillará alguna vez la luz al final del túnel y, sobre todo, estaremos nosotros aquí para verla y, lo que es más relevante, en disposición de disfrutar del nuevo orden que necesariamente habrá de surgir del viejo? Todo dependerá, sin duda –pienso– del empeño, inteligencia, sensibilidad y sabiduría que pongamos en la transformación de nuestros respectivos espacios vitales, cargándolos de significación y sentido, de humanidad, y asimismo, de en qué medida logremos, a través de ese valiente y decidido esfuerzo individual y colectivo, crear un vasto movimiento regenerador que cubra la entera extensión del planeta como un portentoso magma nutricio que benéfico hunda bien a fondo sus raíces. Ese movimiento ecuménico será profundamente democrático, estará pertrechado de una luminosa racionalidad reflexiva y crítica conjuntamente con una honda y sabia espiritualidad laica que hará de lo ético el centro de su entero accionar. O no será.