Subido por Valeria Chans Bentancor

análisis Continuidad de los parques.odt

Anuncio
El tema de esta obra se presenta ya en el título, dado que “continuidad de los parques” es precisamente el
planteo del punto de fuga. Existen, para Cortázar, mundos paralelos que no podemos verificar, pero como
también existen fisuras de esos mundo, a veces logramos ver algún aspecto de ellos. Esta continuidad de
los parques es el punto de fuga, el punto por el que se pasa de una ficción a otra. La comunicación de estas
ficciones son los parques, uno el del lector de la novela y el otro es un bosque donde está la cabaña en que
se reúnen los amantes. Ambas ficciones se juntan, porque estamos ante la literatura fantástica. Este
concepto implica la aparición de un ambiente cotidiano donde aparecen elementos raros, hasta que en esta
atmósfera irrumpe un elemento fantástico, inexplicable, sobrenatural, que amenaza a los personajes.
Para Cortázar, la literatura es un juego, en el que el lector debe ser partícipe, sino éste no tiene sentido, ni
el juego, ni la literatura, ni el hombre mismo, ya que él lo define como “homoludens”.
Este texto se podría dividir en dos partes, desde el aspecto formal y desde el contenido. Desde el punto de
vista formal vemos que hay dos párrafos, y si miramos atentamente el contenido de esos párrafos, veremos
que se corresponden con las dos ficciones y con su unión. El primer párrafo contiene la ficción del cuento y
la de la novela, que conocemos desde el punto de vista del lector, pero siempre desde un narrador
omnisciente y exterior. Y el segundo párrafo habla de la fusión de estas dos ficciones. En este juego
planteado por Cortázar, se reitera el número dos, y la matemáticas no juega con las reglas conocidas, ya
que uno más uno, no será dos, sino tres. Lo mismo pasa con estos mundos que tampoco juegan con las
reglas conocidas: hay una ficción que se mezcla con otra aunque eso sea imposible.
En la primera parte vemos la presentación del lector de la novela. Este es un lector hembra, es decir un
lector pasivo, que no se compromete con la lectura, que se deja llevar por ella, y que lee para evadirse. Este
es un lector que no sirve, para Cortázar. Este autor, adhiriéndose a la idea de Umberto Eco de “obra
abierta” espera que el lector sea activo, sea un co-autor, y que construya con él la historia. La lectura de
evasión no involucra al lector, y éste debe saber que se juega la vida en cada lectura, sino es así, el leer no
tiene sentido.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla
cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los
personajes.
Este es un lector de ocasión, lee cuando tiene tiempo, su vida no está en la lectura, sino en sus negocios,
que le importan mucho más. Por eso interrumpe la misma, son más urgentes sus negocios que se oponen
al vuelo de la literatura. Los negocios dan de comer, la literatura no, por lo menos en apariencias. El
problema es que el hombre no sólo es comida y trabajo, sino mucho más que eso. Él tiene la voluntad de ir
leyendo, de no abandonar la novela, pero lo que importa es la forma de leer, lee para escapar de los
negocios, para divertirse, y no hay entre la lectura y él una lucha, sino más bien un “dejarse interesar por la
trama”. Desde el principio, la lectura gana la partida que él ni siquiera se da cuenta que está jugando. La
trama son los acontecimientos de la historia, ordenados por el narrador. Ni si quiera hay de parte de él una
construcción de la historia, la consume digerida. La metáfora que apoya esta idea es “por el dibujo de los
personajes”: él no mira la profundidad de los personajes sino su parte exterior. Todo personaje, como toda
persona, es mucho más que sus apariencias, tiene sus contradicciones y sus propósitos, que no siempre
son claros, ni siquiera para él mismo. Si miramos el dibujo de los personajes y de las personas, sólo vemos
lo obvio y exterior, perdiéndonos de un riquísimo mundo que se esconde en el interior.
Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de
aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.
Complementando la visión de este lector hembra, vemos también que él es rico. Lo tiene todo. Una
mansión, un apoderado que se dedique a sus negocios, un mayordomo, un parque para él sólo, una
biblioteca. Todo esto no le sirve frente a lo que va a suceder, porque quien tiene todo, no necesita de la
literatura, porque no puede reconocer sus vacíos. Este hombre potentado lee para evadirse porque no tiene
vacíos, sino que quiere jugar a meterse en un mundo diferente, sólo que este mundo se meterá en el suyo y
lo amenazará.
Es un hombre mezquino: discute con un subalterno una “cuestión de aparcerías”. Si a él le sobra, qué
necesidad hay de discutir sobre cosas tan mínimas. Esto nos muestra que él no puede separarse de la
plata, de lo material, de los negocios, por eso tampoco puede disfrutar de la literatura. Sólo después de
resolver lo de su mundo, y encontrar todo en orden, puede sentarse a leer frente al parque de robles. Y la
idea de parque no es casual, dado que un parque es un lugar inofensivo con árboles ordenados. Este lector
necesita orden y tranquilidad para poder leer. Un lector verdaderamente comprometido y apasionado por la
lectura, no necesita nada para comenzar esa lucha. Lo hace con placer, en cualquier lugar que se le
proponga y en cualquier forma que esta lucha aparezca: así es un lector macho.
Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante
posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se
puso a leer los últimos capítulos.
Necesita de toda la comodidad, un sillón favorito, que no lo interrumpan, porque eso lo “irrita”. Es
interesante ver que esta mención a la irrupción será como una especie de anticipo del final, ya que el lector
será interrumpido, por la misma ficción que está leyendo, y será ingenuo al no verlo. Otro dato importante
que anticipa el final y lo explica es la mención al terciopelo verde del sillón. Es este dato, entre otros, que
empieza a revelarnos lo que realmente está pasando. El lector acaricia el terciopelo como forma de disfrutar
de dónde está, y como para no dejarse llevar totalmente por la ficción.
Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo
ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo
rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que
los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer
bajo los robles.
Aquí se platea el juego entre el lector y la novela, este juego es agónico, y si el lector fuera otro, podría
manejarse de otra manera. Este lector no hace un esfuerzo para leer, porque retiene lo que necesita para
entender lo que pasa superficialmente: los nombres y las imágenes. Esto no quiere decir que realmente
entienda lo que lee. Ve y no ve. Los protagonistas de la novela están planeando su crimen, y él ve y no
entiende realmente qué pasa.
Entre la ilusión novelesca y él se produce un juego de seducción, la ilusión lo gana en seguida, él se deja
seducir, y eso implica perder el poder de manejar la situación. Esta relación lector/novela, empieza a
parecerse a la relación sexual, hombre/mujer. A través de las palabras “gozaba del placer casi perverso”,
podemos encontrar esta relación. Este juego erótico genera un placer, y la perversión está en ese irse
dejando llevar por la ficción de la novela y a su vez tocar el terciopelo verde para recordarse dónde está. Y
este recordatorio se refuerza con la confirmación de su entorno: los cigarrillos y el parque más allá de los
ventanales. La metáfora “irse desgajando línea a línea” nos adelanta también el final. El personaje se irá
perdiendo en cada línea que lee, va dejando parte de sí sin saberlo, ese es precisamente el peligro. Este
peligro también se ve en la personificación del viento: “danzaba el aire del atardecer bajo los robles”. El aire
tiene vida propia y le da vida al parque, por donde vendrá el peligro que el mismo lector ignora. La
referencia al atardecer será otro dato que nos explique la correspondencia entre el mundo de la novela y el
del cuento. Mientras en el cuento atardece, en la novela “empezaba a anochecer”.
Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que
se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte.
Éste es el final de la primera ficción. En este enunciado podemos ver cómo se da este juego. Cada
expresión pertenece a una de las ficciones: “palabra a palabra, absorbido” esta expresión pertenece a la
ficción del cuento, es el lector quien se encuentra absorbido; “por la sórdida disyuntiva de los héroes” se
refiere a la ficción de la novela. Este diálogo por el cual el lector se siente absorbido es sórdido, oscuro,
traicionero. Es interesante reparar en la palabra “disyuntiva” que sugiere otra vez el número dos. Estos
personajes de la novela tienen dos alternativas y están tomando una decisión. La expresión “dejándose ir
hacia las imágenes” vuelve a mezclarse en el enunciado y mira una vez más a la condición pasiva del lector
del cuento; “que se concertaban y adquirían color y movimiento” ahora vuelve a la novela que empieza a
tomar vida propia, así lo ve el lector, estos personajes empiezan a moverse por sí solos y el lector no ve el
anticipo de esta situación, sino que lo siente como algo divertido. Es el final de este enunciado que muestra
la sumisión absoluta del lector, que ahora es testigo del encuentro de estos amantes. Ser testigo implica no
involucrase, sino ver, pero este lector que se encuentra en peligro no ve cuánto está involucrado en él.
Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una
rama.
Vemos que entramos en la segunda parte porque cambia el ritmo de la historia, y cambia el punto de vista
del narrador. Ahora éste se mete en la cabeza del lector de la novela y desde ahí cuenta lo que está
leyendo. A su vez la narración se vuelve cinematográfica, porque predominan las imágenes. Se presentan a
los protagonistas de la novela: la mujer y el amante, y todo se hace vertiginoso. La mujer está “recelosa”, es
decir se siente temerosa, desconfiada. Se siente observada, y lo está. Pero quien lo hace no sabe qué está
viendo en realidad. Si fuera un lector macho, ambos estarían perdidos, porque el lector no sería un testigo,
sino o un cómplice o un estorbo para sus planes.
Es interesante ver que ese parque que se continúa, ahora es el bosque que oculta la cabaña y lastima al
amante. Mientras el parque da tranquilidad al lector, por su orden y porque lo mira de lejos, en la novela, el
bosque tiene otro desorden, es agresivo con los amantes, pero también los oculta.
Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido
para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos
furtivos.
Entre ellos no sólo hay una relación de amantes, sino que también hay una relación vampiresca. Ella besa a
su amante y limpia con ellos la sangre de la herida. La unión de ellos es por la sangre, por lo tanto están
unidos por la pasión absorvente e inseparable, y a su vez están unidos por el proyecto de matar. Esta es
una unión mucho más profunda que la simple relación de amantes. La sangre es símbolo tanto de vida
como de muerte, y en los dos aspectos están unidos.
Pero este encuentro es diferente a todos los demás, por eso él rechaza las caricias. La relación entre ellos
tiene otra característica que es la de ritual. Su encuentro es una “ceremonia”, algo sagrado, pero que
siempre se repite de igual manera. Esta vez será diferente porque hay un proyecto que supone una
esperanza de libertad. Su encuentro es secreto, porque son amantes, sin embargo nada hace suponer que
sean amantes porque exista una relación de infidelidad. En ningún momento se dice que el lector de la
novela sea casado, y por lo tanto nada nos hace suponer que la mujer sea su mujer. Si explicáramos el
texto así, lo banalizaríamos y perdería su característica de fantástico.
Sin embargo, ellos están escondidos, y ese bosque que era agresivo para el amante, también es cómplice
de ellos... oculta la cabaña. La expresión “protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos” se
vuelve polisémica (muchos sentidos) en este contexto. Las hojas secas del bosque y los senderos ocultos,
protegen la cabaña, pero también podríamos pensar en las hojas secas de la novela. Secas porque el lector
es incapaz de darle vida, y menos aún de descubrir los senderos ocultos que lo llevan a su propia muerte.
El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada.
Esta expresión encierra el propósito de este encuentro que rompe con la ritualidad de los amantes. Hay
entre ellos un puñal que comienza a entibiarse, es decir, comienza a cobrar vida, porque la idea de matar
también cobra vida, como para el lector, estos amantes cobraron vida gracias a su imaginación (“dejándose
ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento”). Es el anhelo de los amantes, el
pecho de ellos que dan vida al puñal, sus pasiones, sus deseos, van alimentando la idea de matar. Ahora la
libertad está animalizada, late, al unísono con el corazón de los amantes. Esta libertad es como un animal,
esperando el momento para atacar. De la misma forma están los amantes. Así la libertad, el puñal y los
amantes se transforman en uno solo.
Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba
decidido desde siempre.
Otra vez aparecen las páginas como recuerdos de la presencia del lector, que se remite a ser testigo. El
diálogo “anhelante corría”, lo que nos muestras una personificación del diálogo. Éste cobra vida, y el
narrador, desde el punto de vista del lector, compara ese diálogo con un arroyo de serpientes. Esta
comparación, a su vez encierra una metáfora. El diálogo corre como un arroyo, rápido, profundo, imparable,
pero este arroyo no es de agua sino de serpientes, es decir hay referencia al mal, al veneno y a la traición.
Si todo estaba decidido desde siempre, entonces la muerte del lector es parte de un destino que debe
cumplirse, y del que no se puede evitar. Es esta expresión la que marca la necesidad de la muerte del
lector, porque no se puede matar al autor, quien los creó. Y a causa de la falta de acción del lector, los
personajes quedan atrapados por ese ritual que creó el autor, y que ya no quieren vivir más.
Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban
abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir.
El mismo narrador omnisciente, desde el punto de vista del lector de la novela afirma que “era necesario
destruir”, pero el lector no comprende esa expresión, no es lo suficientemente competente para darse
cuenta que es su vida la que es necesario destruir. Hay intentos de evitar lo que es inevitable en las caricia
de uno de los personajes, pero en cada intento se dibuja la figura del lector que él no ve. El peligro para
estos amantes es mucho, si el lector los descubriera, la libertad no podría concretarse.
Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su
empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano
acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Pero no existe la posibilidad de evitar el futuro, porque cada vez más se enredan en lo que se debe hacer. A
esto sigue una enumeración de planificaciones que denotan el crimen (“coartadas”). Todo está planeado
con absoluta perfección, este es un crimen motivado por la pasión, pero frío en su resolución. Es minucioso
y no hay pérdidas de tiempo, cada minuto estaba perfectamente asignado en el plan.
Es interesante ver que este es un “doble repaso”, no olvidemos que son dos mundos muy diferentes los que
se van a juntar. Y una pista de esa unión es la hora de la novela “empezaba a anochecer”, mientras que en
el cuento era el atardecer. Son la misma hora del día, pero dicho de manera diferente.
Comienza luego la tercera parte de este texto. Es en realidad el segundo párrafo, el primero se ocupaba de
la ficción del cuento y de la novela, presentaba ambas ficciones, ahora se presenta la mezcla, donde lo
imposible sucede.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña.
Esta última parte comienza con una separación, ya no necesitan estar unidos físicamente para estarlo, lo
están desde la sangre, desde la tarea en común, están unidos por la muerte para la vida de ellos mismos.
Por eso el narrador utiliza la metáfora “atados rígidamente”, junto con la antítesis “se separaron”. La unión
de ellos no es visible. Ella hablará con él a través de la sangre, aunque él no esté presente.
Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla
correr con el pelo suelto.
La imagen de ella corriendo con el pelo suelto es una aliciente para el amante que ve la libertad de ella y se
motiva a conseguirla definitivamente. Es una forma de tomar ánimos para la tarea que debe realizar, una
tarea en la que se encuentra en peligro de ser descubierto.
Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo
la alameda que llevaba a la casa.
Es en esta parte que empezamos a ver indicios que refieren a la primera ficción, sin embargo, a no ser que
nosotros seamos lectores muy atentos (como no lo es el lector de la novela) no nos daríamos cuenta de
ellos. Los árboles, los setos, la alameda de la casa son la casa del lector, pero presentados de una manera
confusa, envuelto en la “bruma malva del crepúsculo” que le da al paisaje una especie de atmósfera onírica,
o extraña, y que sirve para encubrir al asesino.
Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba.
El narrador utiliza en este caso un recurso literario que cobra sentido en este doble mundo. Este recurso es
un paralelismo sinonímico, esto es cuando se utiliza la misma estructura gramatical y sus contenidos son
casi sinónimos. Así el paralelismo muestra los dos mundos, en el de la novela y el del cuento, y se repite
dos veces, la primera oración responde al mundo de la novela que se coordina con la “y” con el del cuento.
Y esta fórmula se repite en el segundo enunciado. Así, dos enunciados, y cada uno dos oraciones, siempre
dos mundos, unidos, continuados.
Subió los tres peldaños del porche y entró.
Ahora son “tres peldaños”, dos mundos y el tercer mundo que es donde es posible que las realidades se
junten. Las referencias numéricas en este cuento se hacen cada vez más visibles, y empiezan a ser una
huella de lo fantástico que está ocurriendo. Una huella que sólo un lector prevenido puede ver.
Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer:
Ella no está presente pero lo está. Esta paradoja se da a través de la sangre que fluye ahora en él, y que le
habla de lo que encontrará. No olvidemos que están unidos por la sangre, con todas las connotaciones que
esa palabra conlleva. La mujer conoce la casa, esto ha servido a muchos para decir que ella es la esposa
del lector, pero recordemos que nunca se ha mencionado que él estuviera casado, y que eso rompería la
magia de lo fantástico.
Esa sangre “galopa” y esta metáfora sirve para sugerirnos la libertad esperada y la pasión desenfrenada
que mueve a estos amantes a buscarlas a través de la muerte. Pasión que no deja de ser controlada por lo
racional.
primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la
primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los
ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una
novela.
A partir de este momento, la narración se vuelve vertiginosa. Todo se sucede rápidamente en imágenes,
como si una cámara de cine entrara en la casa, desde los ojos del asesino, que va viendo cada cosa que
encontrará. Es presumible que al sentir esa rapidez en la narración, supongamos que existen muchos
verbos, ya que los verbos son los que mueven la acción. En este caso el narrador demuestra lo contrario.
No
utiliza
verbos.
La
acción
se
precipita
por
la
imágenes.
Una última apreciación que podríamos hacer es que el hombre no se encuentra ni en la primera, ni en la
segunda habitación, sino en la puerta del salón. Si recordamos las referencias numéricas del cuento, es
claro que no se encuentre en ninguna de las dos. Una podría presentar uno de los mundos y la otra el otro,
él se encuentra en esa zona peligrosa donde las ficciones se juntan.
Y es la referencia al sillón de terciopelo verde lo que nos da la pauta de lo que está pasando realmente. Es
allí donde comprendemos que se ha producido, hace rato, el hecho fantástico, pero como lectores, el cuento
cierra cuando vuelve al comienzo y vemos que quien muere es el lector que está “leyendo una novela”,
siendo “leyendo” una forma no personal del verbo, un gerundio que muestra la pasividad de la acción que
continúa plácidamente hasta ese presente en el que no conocemos un final acabado. El hecho de que el
final sea abierto invita a nosotros lectores a que reflexionemos sobre nuestra propia forma de leer. ¿Somos
lectores comprometidos? ¿Pudimos ver lo que sucedía? ¿Debemos entonces morir, por no haber podido
ser co-autores? ¿Qué significa leer para nosotros?
Descargar