CASO DE LA EMPRESA JAPONESA OLYMPUS 1. Descripción breve de la empresa La Multinacional Japonesa Olympus fue fundada en 1919 como una empresa especializada en microscopios y termómetros, se trata de una de las firmas líderes en la fabricación de lentes para equipo médico y de laboratorio que posteriormente se involucró en el negocio de las cámaras fotográficas digitales. 2. Recuento de maniobras fraudulentas prácticas contables «creativas». El problema de Olympus comenzó a mediados de los años 80 cuando el yen se apreció significativamente con respecto al dólar disparando la burbuja financiera de Japón que colapso en el año 1991. Ello conllevó a que la rentabilidad de la compañía se redujera significativamente por lo que la empresa con el fin de contrarrestar este efecto negativo se movió hacia la especulación financiera. Esas operaciones financieras fueron negativas para la compañía que le generaron pérdidas de 100 billones de yenes (1.300 millones de dólares) que aún no habían sido reconocidas en el balance, pues se mantenían como inversiones al costo de compra (activos tóxicos). A partir del año 2000 las autoridades japonesas obligan a las empresas a valorar sus activos financieros a precios de mercado. Para no reconocer dichas pérdidas, Olympus creó fondos (entidades de propósito especial) en paraísos fiscales (Islas Cayman e Islas Británicas y en Singapur) pero fueron cuidadosos de no ser relacionados con Olympus; es decir como si se trataran de empresas independientes. Esos fondos adquirieron los activos tóxicos al costo en libros, pero financiados con créditos bancarios garantizados con depósitos y bonos no tóxicos de la compañía Olympus. Esta operación fue realizada en forma secreta y no se enteraron ni los auditores externos ni el principal prestamista (LGT Bank). De esta forma desaparecen los activos tóxicos del balance de Olympus y no se reconocen las pérdidas, las cuales quedan en cabeza de los fondos creados y que pudieran irse diluyendo en el tiempo sin que nadie se enterara. En el año 2008, la compañía decide comprar varias empresas argumentando que las requería dentro de su estrategia de negocios; sin embargo, algunas de ellas en realidad eran empresa de papel. Los precios pagados por la compra de esas empresas eran muy altos en relación con sus valores reales; es decir, era claro que se habían pagado nos precios inflados y ese mayor valor fue contabilizado como si fueran activos intangibles y formando parte del Good will comprado. Además se pagaron comisiones muy altas por US$ 687 millones a supuestos asesores de inversiones. Estos valores que fueron transferidos a los fondos en los paraísos fiscales permitieron cubrir las pérdidas en los activos tóxicos y liquidar los fondos pagando las deudas y liberando las garantías existentes. En otras palabras, las perdidas existentes en los activos tóxicos fueron trasladadas al mismo balance de la compañía Olympus como intangibles y Good will. El total del fraude alcanzó los US$ 1.700 millones. Un ejecutivo de primer nivel llamado Woodford, después de trabajar treinta años en el fabricante nipón de cámaras fotográficas y equipamiento médico, descubrió que la firma había desviado cantidades millonarias a través de adquisiciones artificiales para ocultar pérdidas a los ojos de inversores y reguladores. El directivo, tras pedir al consejo de Olympus que asumiera la responsabilidad del fraude, fue despedido y tuvo que acudir a la prensa y supervisores para denunciar el caso, huyendo de Tokio a la carrera. En noviembre de 2010 el entonces director general de Olympus, Tsuyoshi Kikukawa, ofrece su propio puesto a Woodford, que entonces vivía en Londres como responsable de la empresa en Europa. Woodford acepta y en abril de 2011 asume de forma oficial el cargo, con el objetivo principal de recortar costos en Olympus. Sin embargo, su poder estaba limitado dado que Kikukawa pasó a asumir los cargos de presidente y consejero delegado, lo que dificulto la labor de Woodford. En julio de 2011, durante un viaje de trabajo por Europa, Woodford recibe la traducción de un artículo publicado por una revista japonesa de negocios, Facta. En él, se alega que Olympus había realizado varias adquisiciones a precios desorbitados en los años precedentes, pagando grandes sumas por empresas casi sin negocio y elevadas comisiones a asesores cuasi desconocidos. Al regresar a Tokio, Kikukawa rehuye darle explicaciones sobre lo publicado. "Regresé a mi oficina preguntándome con qué había chocado. Algo siniestro había sucedido en el pasado y yo estaba ahora atrapado en su red", pensó Woodford. Según un segundo artículo en Facta, parte del dinero desviado por Olympus podía haber llegado a personas vinculadas con el crimen organizado. Después de unas vacaciones, Woodford lanza una campaña interna para aclarar las posibles irregularidades: al final de septiembre, comienza a enviar cartas al consejo pidiendo información. Tras cinco misivas, y ante las respuestas insatisfactorias de Kikukawa y sus colaboradores, Woodford reclama el 29 de septiembre el puesto de consejero delegado para investigar el caso a fondo. Ante su amenaza de dimitir, Kikukawa acepta cederle ese cargo y seguir sólo como presidente no ejecutivo. En el consejo del día siguiente, Kikukawa propone el nombramiento de Woodford como consejero delegado. Pero nada más ser ratificado, éste comprueba que las decisiones seguían siendo tomadas por la vieja guardia. La reacción de Woodford a esa humillación es contundente, provocando el clímax del drama. Pide un informe a una firma consultora, que confirma la posible existencia de contabilidad falsa en Olympus. Con este documento, el 12 de octubre, el directivo envía una sexta carta al consejo pidiendo la dimisión de Kikukawa. La respuesta de éste no fue menos decisiva. Convocó un consejo dos días después en el que se aprobó en quince minutos el despido de Woodford por actuar de forma "arbitraria" y por no entender el "estilo japonés de gestión". A partir de ahí, la historia salta al dominio público. Woodford llama al corresponsal de Financial Times en Tokio, le cuenta toda la historia y huye hacia Londres al temer por su vida. El ejecutivo se lanza a contar el fraude a periodistas, reguladores y accionistas institucionales de Olympus. Su batalla surtió efecto en dos frentes. En el de la opinión pública, incluso la prensa japonesa acaba tomando partido por Woodford. En el ámbito regulatorio, logró que el caso se investigara a fondo, provocando en noviembre la dimisión de Kikukawa, quien acaba de ser condenado a cárcel. Pero la pelea por los accionistas no funcionó. Las instituciones locales, como Sumitomo Bank, rechazaron de plano la posibilidad de que Woodford volviera a dirigir Olympus. Sobre el gobierno corporativo en Japón, Woodford reserva algunas de las palabras más críticas "Japón tiene un sistema único de cruces accionariales, y además hay una relación incestuosa entre compañías, proveedores y bancos. Muchas empresas japonesas tienen consejos que son mediocres o algo peor, y siguen en esa posición hasta que se retiran. Con una deuda pública por encima del 200% del PIB, Japón necesita un vibrante sector corporativo, pero lo único que consigue son poco edificantes juegos de poder, disputados a puerta cerrada por una pequeña elite". En enero de 2012, ante la imposibilidad de romper esa estructura, Woodford renunció a volver a Olympus como gestor. Como él mismo dice: "Había ganado por argumentos, pero estaba perdiendo la guerra. Mi actuación exponiendo el fraude había al menos permitido purgar a sus líderes más manchados y la empresa sobreviviría, pero su continuada existencia sería sin mí" 3. Grupos de interés afectados y los impactos sobre estos. Una vez se conoció el fraude el valor en bolsa de la compañía bajo un 50% equivalentes a US$ 4.600 millones de dólares. Además, la compañía fue multada por la bolsa de tokio y estuvo a punto de ser expulsada de allí. El presidente KIkukawa renuncia en 2012 y se declara culpable. La bolsa de Tokio (TSE) permitió que la acción de Olympus siguiera cotizando pese a estas operaciones, tras imponer una multa simbólica de 10 millones de yenes (100.000 euros), alegando que "la confianza de los inversionistas en el TSE había sido dañada". Posteriormente, se hizo oficial una compra de acciones por parte de Sony con una inversión de 642 millones de dólares que transforma a esta compañía competidora en la dueña del 11.46% de la cartera de Olympus. El principal interés de Sony es adquirir más peso en el rubro del instrumental óptico para medicina, donde Olympus sigue liderando el mercado. Ante la controversia generada, el Gobierno ha anunciado que revisará la ley para asegurarse de que este tipo de escándalos no se vuelve a repetir. 4. Consecuencias para los implicados Los principales responsables del desfalco serían, el exvicepresidente ejecutivo Hisashi Mori y el exauditor Hideo Yamada, aunque también habrían estado al corriente de las operaciones los ya expresidentes Toshiro Shimoyama, Masatoshi Kishimoto y Tsuyoshi Kikukawa, y uno de los directores de contabilidad, así como tres miembros de un fondo de inversión implicados en el fraude. Todos ellos fueron condenados a diez años de prisión y multas de casi US$ 100.000 cada uno. En total fueron 19 miembros, actuales o pasados, del Consejo de Administración de Olympus implicados en el maquillaje de las cuentas. Por ello, Olympus los demandó reclamando un total de US$ 40 millones en daños e intereses para la compañía.