Subido por Daniel Marco

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Anuncio
Capítulo 1
Crónica de la involución
"El fútbol es un comercio de fervores sentimentales, y no una
industria de manufactura deshumanizada".
Dante Panzeri.
Nada volverá a ser igual en el fútbol argentino después del
mundial de Corea y Japón. Ni siquiera su más atractivo
producto de marketing, el seleccionado nacional, que había
quedado a salvo de convertirse en ruinas humeantes, como el
resto de la actividad. La prematura eliminación del equipo en
la primera ronda, significó la expectativa frustrada de
obtener la Copa y, por añadidura, que se recaudaran casi 7,5
millones de dólares en total, la suma que sí percibió Brasil
por salir campeón. En cambio, la Argentina apenas embolsó 2,5
millones porque sólo jugó tres encuentros, con Nigeria,
Inglaterra y Suecia. Las consecuencias del fracaso deportivo
ya se perciben hoy. Mientras los actuales campeones del mundo
anunciaron que cobrarán un canon de 500 mil dólares por
partido amistoso de aquí en adelante, en la Asociación del
Fútbol Argentino (AFA) estudian cómo harán para mantener
activos a los patrocinadores del seleccionado: Coca Cola,
Visa, Quilmes, Adidas y Carrefour. Y resulta impensable que,
el último superávit de 3.109.110,14 pesos que produjo el
equipo nacional durante la convertibilidad, pueda transformar
una tendencia al derrumbe que ya se vislumbró este año. Por
el contrario, el pasado 25 de octubre se aprobó el ejercicio
2001-2002 que arrojó para la AFA un déficit de 20.725.084,31
pesos, un resultado singular si se analizan las sucesivas
ganancias anuales durante la década del ’90.
“Se trata de un período inéditamente difícil para el país,
para los clubes y para nuestra propia Asociación”, sintetizó
en su informe al Comité Ejecutivo, Héctor Domínguez, el
tesorero de la AFA, en una de las 653 páginas del último
balance.
Mucho demorará en percibirse el renacimiento de esta
industria sin chimeneas, exportadora de talentos deportivos
cada vez más púberes y sumida en el quebranto, si su artículo
más seductor durante dos décadas, la selección, baja su
cotización. Aunque no es el único índice desalentador. Se
trata de otro dato negativo del actual fútbol argentino. Ese
territorio fértil para apenas un pequeño racimo: grupos
empresarios de origen difuso, con o sin patente para operar,
intermediarios
parasitarios,
propietarios
de
derechos
televisivos que poseen contratos leoninos y hasta ciertos
accionistas de experimentos bursátiles.
En contraste, los clubes deben cifras millonarias y sólo a la
AFA le adeudan créditos en conjunto por 102.247.714,68 pesos,
sin contar otros ítems como los préstamos destinados a
sistemas
de
seguridad
(cámaras
de
video,
centrales
operativas, audio) por 10.548.294,28 pesos. Los estadios
semejan anfiteatros donde se añora el eco de las multitudes
que, en 1954, alcanzaron su clímax con 15.056 entradas
vendidas de promedio por partido. Ahora, lejos de ese pasado
de esplendor recaudatorio, todo es muy diferente. Desde la
temporada 1996-1997 se aceleró una tendencia a la baja que,
en el período 2000-2001 registró apenas 5.828 boletos
colocados por encuentro en Primera División. La devaluación,
la aplicación del IVA, los altísimos costos en los operativos
de seguridad por cada partido, los distintos impuestos
provinciales y municipales y hasta la entrega de entradas de
favor, redondearon un diagnóstico desalentador: el fútbol
padece un estado de inanición. Ya no resulta suficiente como
alimento la transferencia de jugadores que, sin interrupción,
se van todos los años al exterior.
Pero, además, los pedidos de quiebra a ciertas instituciones
se han vuelto un rito cotidiano que, en ocasiones, convierte
a los jueces de los fueros civil y comercial en programadores
del espectáculo deportivo más cautivante. Por último, la
violencia irrefrenable se combate con sanciones que castigan
a las entidades futbolísticas pero, rara vez, a sus hombres.
Ya sostenía Dante Panzeri a mediados de los años '70: "Muchos
son los problemas de difícil solución por escasez de dineros.
El del fútbol es quizás el único en el que las soluciones son
difíciles por abundancia de dinero" (1). Su enfoque debería,
cuanto menos, provocar un debate.
Hay datos elocuentes: la FIFA vendió los derechos televisivos
del mundial 2002 a cambio de 1.300 millones de francos suizos
(unos 830 millones de dólares). Julio Grondona, el presidente
de su comisión de Finanzas, en un informe del 3 de mayo
pasado, sostenía: “La FIFA goza de una salud financiera única
en su historia”.
En efecto, más allá de las denuncias de corrupción que
recibió su presidente, el suizo Joseph Blatter y del derrumbe
de sus socios estratégicos, la compañía ISL y el grupo Kirch,
entre 2003 y 2006 la federación internacional espera recaudar
2.042 millones de francos suizos (algo más de 1.300 millones
de dólares).
Es en este contexto - donde el fútbol posee la mayor
convocatoria entre todos los espectáculos - que, en nuestro
país, cobró vigor en los últimos años la polémica sobre la
enajenación de ese patrimonio cultural y deportivo que han
sido siempre los clubes. Quilmes, el primero que delegó su
administración bajo la tutela reglamentaria de la AFA, vio
trunco su proyecto de culminar la relación contractual con el
grupo Exxel, que invirtió 11 de millones de pesos. Ese
conglomerado
de
capitales
volátiles
abandonó
el
gerenciamiento
de
la
institución
cuando
los
fracasos
deportivos se sucedieron. Las seis chances de ascender a
Primera División que dilapidó el equipo disuadieron al Exxel
de no continuar con su aventura deportiva.
El sociólogo Héctor Palomino, quien ha emprendido más de un
estudio referido al fútbol, señaló argumentos para tomar en
cuenta durante una conferencia desarrollada en la Facultad de
Filosofía y Letras el 14 de mayo de 1999. Citando al libro
"Las pasiones y los intereses", de Albert Hirschmann, sobre
los orígenes culturales del capitalismo, dijo que entre los
términos de ese título "parece haberse establecido una
tensión formidable" y que cualquiera los trocaría en la
antinomia "asociaciones civiles o sociedades anónimas".
Palomino interpreta que Hirschmann podría haber expresado:
"La pasión por ganar dinero se ha legitimado culturalmente:
estamos ya en pleno capitalismo, lo que equivale a decir que
las pasiones han dejado de estar divorciadas de los
intereses".
¿Se puede suscribir esta idea en una actividad tan expuesta a
los vaivenes afectivos de la gente?
Quienes tienen a su cargo la toma de decisiones en nuestra
sociedad, mantienen una discusión aún no saldada sobre qué
hacer con un fútbol jaqueado por continuas penurias
económicas pero que, al mismo tiempo, es capaz de mover un
volumen de dinero que lo convierte en uno de los sectores más
seductores para el capital.
El periodista Ezequiel Fernández Moores, en una extensa nota
de la revista Trespuntos publicada el 26 de agosto de 1999,
señaló: "Menem, para bien o para mal - según los gustos e
intereses de quien lo mire -, cambió al país. Privatizó hasta
el agua potable. Impuso la cultura del ajuste hasta en la
oposición. Transformó corporaciones de hierro en papel, desde
los militares a los sindicatos. Y en su cirugía mayor sin
anestesia su bisturí partió en dos el cuerpo social. Pero no
pudo con el fútbol..."
Lo que ni el ex Presidente de la Nación logró con su
empecinada política de obscenas privatizaciones, recobró
fuerzas durante el gobierno de la Alianza. Los clubes de
fútbol - un botín sin la dimensión estratégica de empresas
como YPF o Gas del Estado -, quedaron a merced de inmensas
corporaciones o fondos comunes de inversión alentados por
propuestas condescendientes de un grupo de legisladores
menemistas, del presidente de Boca devenido en candidato
político, Mauricio Macri, del propio Julio Grondona y hasta
de la ex Ministro de Acción Social y Medio Ambiente, Graciela
Fernández Meijide. En esa disputa dialéctica, quedaron
enfrentados con políticos parados en la otra vereda como
Alfredo Bravo y Néstor Vicente, con varios dirigentes y, por
sobre todo, con la gran mayoría de los socios e hinchas que
podría sintetizarse en ese espíritu indómito que muestran los
seguidores de Racing. Durante los últimos años se han
agrupado bajo consignas como "la pasión no quiebra".
Si entonces pretendemos discernir cuál es el paradigma del
fútbol nacional en lo que se refiere a la historia de sus
clubes, lo que estos representan como elemento constitutivo
de una cultura y por qué llegaron a la delicada situación en
que se encuentran, debemos escarbar entre sus propias raíces.
Esa es la tarea que, por ahora, nos proponemos, persuadidos
de que éste es tan sólo un aporte modesto para un debate
inconcluso.
La búsqueda de una respuesta estimula a encarar un viaje de
ida hacia el pasado.
Cómo parió el fútbol argentino
Transcurrido el período de dominio británico sobre el juego
comprendido entre la introducción del fútbol en el país y la
primera década del siglo XX, se asistió a su definitiva y
acriollada fisonomía. Habían quedado atrás instituciones como
la Argentine Association Football League (1893-1903) o la
Argentine Footbal Association (1903-1912) - los primeros
antecedentes de la actual AFA- , nombres y apellidos como los
de Alejandro Watson Hutton, Isaac Newell's y Hugo Wilson y
clubes como Buenos Aires Railway, Flores Athletic Club y
Alumni, el emblemático equipo de los hermanos Brown.
Sólo perduró en el mundo del fútbol el lenguaje de los
ingleses, extendido a los términos más usuales: wing, centre
half, team, offside, foul, entre muchos otros.
"Para disputar el campeonato debíamos trasladarnos a todos
los barrios, y así conocimos bien la ciudad. Yo pertenecía a
un club que jugaba en la Tierra del Fuego, barrio del bajo de
Recoleta, en el cual el Nacional Oeste (hoy Mariano Moreno)
tenía su campo de deportes; allí jugamos hasta 1909, donde
últimamente lo hizo River. ¡Avenida Alvear y Tagle! ¡Cuántos
recuerdos gratos para tantos amantes del fútbol de todas las
épocas! Así, obreros y estudiantes nos pusimos en contacto y
aprendimos a respetarnos, no por lo que éramos, sino por
nuestra capacidad de jugadores y comportamiento en el field.
Así nos fuimos vinculando las distintas barriadas y
categorías sociales, animados por el mismo ideal: saber que
había guapos y flojos, buenos y malos jugadores, tanto entre
los "cajetillas" como entre los "compadritos". Así nació la
democracia del fútbol a difundirse, pero también la
aristocracia a reconocer y respetar la jerarquía del mejor y
más capaz. Así nos formamos en el fútbol de nuestra época,
aprendiendo a respetar y hacernos respetar". La evocación
pertenece al doctor Francisco Belgeri y está contenida en un
artículo que escribió para la revista El Gráfico bajo el
título "El fútbol como problema social", el 26 de agosto de
1938.
El texto constituye una acabada muestra de los cambios que se
vivían en aquella etapa y que se plasmaron en la denominación
española de Asociación Argentina de Football y su posterior
afiliación a la FIFA. Corría 1912 y Quilmes Athletic sería el
último club de origen inglés en obtener un campeonato
oficial. La hegemonía británica, tras el retiro del casi
imbatible
Alumni
en
1911,
sí
continuaba
en
rubros
fundamentales de la economía: el comercio de granos, carnes y
los ferrocarriles. El fútbol, en cambio, pasó a ser exclusivo
dominio de los argentinos nativos.
El desarrollo extraordinario del juego atrapaba cada vez más
adeptos y en casi todos los barrios afloraban nuevas
entidades bajo la denominación de club social y deportivo.
Osvaldo Bayer, en su libro "Fútbol Argentino" (Editorial
Sudamericana, 1990) sostiene: "Los anarquistas y socialistas
estaban alarmados. En vez de ir a las asambleas o a los
picnics ideológicos, los trabajadores concurrían a ver fútbol
los domingos a la tarde y a bailar tango los sábados a la
noche. El diario anarquista La Protesta escribía en 1917
contra la "perniciosa idiotización a través del pateo
reiterado de un objeto redondo". Comparaban, por sus
defectos, al fútbol con la religión, sintetizando su crítica
en el lema: "misa y pelota: la peor droga para los pueblos".
Pero los denuestos libertarios contra el fútbol no prendieron
y, en cambio, los anarquistas, socialistas y partidarios de
la joven Unión Cívica Radical se asimilaron a los clubes.
Argentinos Juniors, fundado el 15 de agosto de 1904, tuvo su
núcleo original en "Mártires de Chicago", nacido en La
Paternal y bautizado así en homenaje a los obreros ahorcados
en Estados Unidos que luchaban por una jornada laboral de
ocho horas. Independiente, surgido el 1° de enero de 1905,
debe su nombre a los cadetes y empleados argentinos de una
gran tienda inglesa que no les permitía integrar el equipo de
la empresa. Chacarita Juniors se constituyó el 1° de mayo de
1906 en una biblioteca libertaria.
En el libro "Fútbol: pasión de multitudes y de elites", de
Ariel Scher y Héctor Palomino (CISEA, 1988), se describe:
"Entre los fundadores de los clubes había numerosos
inmigrantes o hijos de inmigrantes, sobre todo italianos. Sin
embargo, el origen étnico no parece haber sido definitorio,
pues
en
todas
las
instituciones
convivían
italianos,
gallegos, franceses y criollos. Esa presencia multicultural
permitiría esbozar la hipótesis de que el fútbol contribuyó a
acelerar la integración de los inmigrantes al medio local y a
superar
las
diferencias
idiomáticas
y
de
costumbres
prevalencientes a principios de siglo".
Asimismo, la convivencia armónica de dos sectores sociales en
estas instituciones - las capas más populares y la clase
media emergente -, también le dio impulso a la expansión del
juego. Había quedado superada la concepción aristocrática de
un fútbol amateur y para pocos, imperante hasta la primera
década del siglo XX. La difusión del deporte y la voluntad
asociativa en torno a él provocaron con el tiempo una crisis
de crecimiento que se evidenció en las sucesivas divisiones
de las organizaciones directivas y en la entronización de una
práctica que, con los años, conduciría al más absoluto
profesionalismo: el denominado amateurismo marrón.
El 18 de noviembre de 1926, el Presidente de la Nación,
Marcelo Torcuato de Alvear, laudó en el conflicto que
separaba a la Asociación Argentina de Football de la
Asociación Amateurs de Football ante las dificultades que
planteaba esa conducción bicéfala: desde problemas de
afiliación con la FIFA hasta "el relajamiento en la
disciplina de los jugadores", según consta en la Memoria de
la Asociación Amateurs del '26.
"Era común que jugadores suspendidos en una de las
asociaciones se enrolaran en un club de la otra, y como
ejemplo de categoría, cabe recordar el caso de Manuel Seoane,
el gran insíder izquierdo de Independiente, que actuaba
indistintamente por este equipo y por El Porvenir, de la
Asociación Argentina" (2).
Por entonces, también se daban otras situaciones que hoy
resultarían tan curiosas como el caso de Seoane. Boca tenía
una cantidad de socios similar a la de Sportivo Barracas algo más de 3.000 - y ambos, apenas eran superados por River.
Ya se sabe lo que representan los dos clubes más grandes del
fútbol argentino, aunque se conoce mucho menos sobre la
entidad de Barracas que, en la actualidad, juega en el torneo
de la Primera "D" de la AFA. Otrora equipo poderoso, el
Sportivo cuyo estadio había sido escenario de partidos
memorables entre los seleccionados argentinos y uruguayos,
poseía algo más del doble del capital social que tenían River
y Boca juntos.
Aquella unidad de las dos asociaciones plasmada en 1926 duró
apenas cuatro temporadas. En 1930 se disputó el último torneo
unificado con 36 equipos en Primera División, una cantidad
excesiva para cualquier época. El 6 de septiembre de ese año,
el
general
José
Félix
Uriburu
derrocó
al
gobierno
constitucional de Hipólito Yrigoyen con lo que inauguró una
larga serie de dictaduras militares que se sucedieron a
intervalos hasta fines de 1983. Como ocurrió con la política
nacional, el fútbol iniciaba a comienzos de la década del '30
un nuevo período: el del profesionalismo.
El 18 de mayo de 1931 se firmó en Buenos Aires el acta
fundacional
de
la
Liga
Argentina
de
Football,
que
suscribieron
los
representantes
de
dieciocho
clubes:
Argentinos Juniors, Atlanta, Boca Juniors, Chacarita Juniors,
Estudiantes de La Plata, Ferro Carril Oeste, Gimnasia y
Esgrima La Plata, Huracán, Independiente, Lanús, Platense,
Quilmes, Racing, River Plate, San Lorenzo, Talleres, Tigre y
Vélez Sársfield. La secretaría provisoria de la entidad se
estableció en la calle Uruguay 627, 1° piso, D.
Las crónicas de la época detallan que Boca, Racing, Huracán y
San Lorenzo fueron los gestores de la idea que le dio al
fútbol nacional una organización profesional que precedió a
la de muchos países europeos. Esta determinación, antes de
consumarse, había recibido el estímulo de una huelga de
jugadores que luchaban por conseguir la libertad de pasar de
un club a otro sin el permiso de las dos entidades
involucradas. El castigo para aquel futbolista que osara
cambiar de camiseta sin el consentimiento del equipo de
origen se denominaba "cláusula candado o cerrojo" y consistía
en un pacto entre dirigentes que le impedía al afectado jugar
en la categoría a la que pertenecía durante dos temporadas.
Al iniciarse el paro, la selección argentina debía disputar
un partido en Asunción contra su similar paraguaya. Pero como
varios cracks de esa época se plegaron al conflicto fueron
sancionados con la suspensión de su fichaje, lo que derivó en
la agudización del enfrentamiento. De cualquier modo, los
jugadores
nunca
habían
pedido
la
instauración
del
profesionalismo.
Así lo sostuvo mucho tiempo después Hugo Settis, uno de los
líderes de la huelga e integrante del plantel de Huracán:
"... el intendente Guerrico citó a los presidentes de clubes
el 27 de abril, y lo único que les dijo fue que la huelga de
nosotros y el profesionalismo constituían un solo problema y
que debía arreglarse. Y contrariamente a lo aconsejado
apareció, como sacado de la manga, el desarreglo. Se implantó
el profesionalismo que ningún jugador pidió" (3).
El profesor de historia Julio Frydenberg, en un trabajo de su
autoría que se puede leer en la revista digital Educación
Física y Deportes afirma que "para el cambio de las
estructuras orgánicas del fútbol federado, no se consultó ni
a los socios de los clubes, ni a los jugadores" (Cualquier
semejanza con la actualidad es pura coincidencia). Asimismo,
argumenta que "respecto del profesionalismo, los dirigentes
veían sus beneficios y sus perjuicios. Los primeros
implicaban el blanqueo de una situación administrativa
intolerable, en la cual, los clubes debían manejar varios
sistemas contables paralelos. Además, suponían que con el
cambio de sistema, podrían manejar los montos de los pagos a
los jugadores, es decir establecer topes para los pases,
primas y contratos: una ilusión". En el párrafo final de su
investigación,
Frydenberg
señala:
"La
novedad
del
profesionalismo, en el marco de la creación de una nueva
liga,
generó
una
especie
de
beneficio
económico
extraordinario para los clubes más ricos..." (¿Será otra
coincidencia antojadiza con el presente?).
Las cinco instituciones más convocantes (Boca, River, Racing,
San Lorenzo e Independiente, en ese orden) recaudaron el 47
por ciento del total bruto durante el primer año del
profesionalismo y ese porcentaje ascendió en 1934 al 61 por
ciento de los ingresos por venta de entradas. El 9 de
noviembre de ese año quedó constituida la Asociación del
Fútbol Argentino que absorbió a la Asociación Amateur
Argentina, cuyo declive a partir de 1931 se había tornado
inevitable. El 28 de agosto de 1935, el consejo directivo de
la AFA le encomendó a una comisión de dirigentes que
estudiara una nueva organización para el fútbol, en el afán
de superar una serie de problemas. Se analizaron los ingresos
por recaudaciones, cuotas de asociados y otros rubros, además
de los gastos administrativos, del fútbol y de los restantes
deportes que se practicaban en las entidades.
Las conclusiones a que arribó la comisión merecen citarse
porque ya se percibían algunas dificultades muy graves que,
aún hoy, continúan:
1° Si bien la mayoría de las instituciones han aumentado sus
ingresos, obteniendo un saldo excedente de importancia sobre
los egresos, aquellos han debido destinarse, en gran parte,
al pago de las obras que ha demandado la construcción
adecuada de sus instalaciones para hacer frente a las
exigencias de una concurrencia mayor de público.
2° Las erogaciones por concepto de gastos que origina el
fútbol
han
aumentado
considerablemente,
notándose
una
tendencia a continuar con un ritmo tal que, a corto plazo, no
existirá la adecuada relación entre tales erogaciones y los
ingresos.
3° Un falso concepto de ciertas instituciones que desarrollan
una política que nos atrevemos a calificar de excesivamente
optimista, en cuanto siguen el criterio de extender
determinadas
actividades
sociales
y
deportivas,
muy
interesantes por cierto, pero que no alcanzan a costearse por
sí mismas, debiendo hacerlo con recursos provenientes del
fútbol. Podríamos calificar esta política como loable por la
finalidad que persigue, pero carente de oportunidad (4).
El colosal crecimiento del fútbol, en tiempos del denominado
"fraude patriótico" y de la fuerte presencia del Imperio
Británico en nuestro país, demandaba escenarios acordes para
la práctica del espectáculo. La construcción de costosas
instalaciones era la consecuencia del aumento de las
recaudaciones, sobre todo, entre los seis clubes más
importantes de la época - Boca, River, Racing, Independiente,
San Lorenzo y Huracán - que, en conjunto, vendieron 686.783
pesos en entradas durante 1931, 832.640 en 1932 y 1.165.234
en 1933.
El estado canalizó esta situación y, mediante un decreto de
1936 firmado por el presidente Agustín P. Justo, dio vía
libre al levantamiento de los estadios gracias a préstamos
cedidos por el gobierno. En la Memoria de la AFA
correspondiente a ese año, se cita el texto completo:
"Autorízase al Poder Ejecutivo, con asesoramiento de la
comisión creada por el artículo 29 de esta ley, a conceder a
instituciones deportivas de toda la República préstamos en
títulos de deuda pública para la construcción de estadios y
campos de deporte en las siguientes condiciones:
1° Las construcciones deberán levantarse en terrenos de
propiedad de las instituciones.
2° El monto de los préstamos no podrá exceder del 50 por
ciento del valor total del terreno y de las obras a
ejecutarse.
3° El servicio financiero de los títulos estará a cargo de
las instituciones beneficiadas, quedando las propiedades
gravadas en hipoteca, mientras aquellos no se cancelen. El
importe de dicho servicio deberá ser depositado por las
instituciones en el Banco Central de la República Argentina a
la orden del Ministerio de Hacienda, con treinta días de
anticipación a la fecha de su vencimiento.
4° Los planos de las obras serán sometidos a la aprobación
del Poder Ejecutivo quien fijará, además, la franquicia que
las instituciones beneficiadas deberán conceder a los alumnos
de la enseñanza primaria y media del Estado para la práctica
de los deportes y la concurrencia a los espectáculos
deportivos por ellas organizadas.
A estos fines se autoriza la emisión de títulos de deuda
pública hasta la suma de $ 4.000.000 m/n, durante tres años".
Francisco Belgeri sostiene en su artículo de la revista El
Gráfico publicado en agosto de 1938: "El fútbol se ha
desarrollado a pasos gigantescos. Hoy los clubes son
verdaderas empresas comerciales; a pesar de que pretenden ser
amateurs
con
docenas
de
empleados,
gerentes,
administradores - manejan miles de pesos. Los intereses,
desgraciadamente, suelen primar más que los ideales. Así
vemos aquel fútbol que tanto queríamos transformado. No soy
un retrógrado, pero sí deseo que la evolución se haga con
justicia, que se piense siempre que es un deporte popular y a
la vez social; que es necesario educar al jugador y las
masas; que se paguen sueldos y primas, pero de acuerdo a lo
estipulado en el contrato, que se respete para que aprendan a
respetar, que al que no cumpla se lo castigue para que sienta
todo el rigor de la justicia. Que los dirigentes sepan que el
éxito inmediato no tiene mucha importancia, que tienen el
porvenir de mucha gente en sus manos, desde el punto de vista
material y moral y que, al informar en nombre de lo que
representan, deben hacerlo con la verdad y no con la
conveniencia".
Una razón de estado
La
expansión
de
ese
negocio
llamado
fútbol
y,
por
consiguiente, del capital social que fueron acumulando los
clubes, no dejó de estar matizada por crisis que se fueron
incubando a raíz de la demanda de mejores condiciones
laborales para los jugadores/trabajadores a las que debían
responder los dirigentes/patrones. Futbolistas Argentinos
Agremiados (FAA), fundado el 2 de noviembre de 1944,
reclamaba la libre contratación para sus afiliados, un sueldo
mínimo, la apertura del libro de pases y el reconocimiento
para la entidad sindical. Una primera manifestación del
conflicto de intereses se dio en 1944 con un pequeño éxodo de
jugadores a la Liga Mayor de México encabezado por el notable
José Manuel Moreno y, cuatro años más tarde, se desarrollaría
la primera gran huelga para conseguir las reivindicaciones
que levantaba FAA.
Nada volvería a ser igual después de 1948.
Hay estudiosos de este tema que atribuyen al extenso
conflicto entre Agremiados y la AFA el principio de una
decadencia que tendría varias manifestaciones hasta el
presente. Un día antes de iniciarse el campeonato de aquella
temporada se disipó el primer paro que, sin embargo, se
decretaría más adelante, entre el 28 de junio y el 10 de
julio. Volvió después el fútbol, pero herido de muerte.
Octubre fue un mes caliente: el sindicato de jugadores retomó
la medida de fuerza y la AFA, primero suspendió los partidos
del 5 y 6 de noviembre, aunque luego determinó que las
últimas fechas se jugaran con futbolistas aficionados de la
tercera división. Racing, un equipo poderoso que se había
reforzado con Salvini, Méndez y Simes - tres destacados
valores adquiridos a Huracán -, perdió el primer puesto y lo
superó Independiente, que se consagró campeón.
Pero la consecuencia más negativa de aquella huelga resultó
el éxodo que emprendieron hacia Colombia - fundamentalmente y Europa, grandes figuras como Alfredo Di Stéfano, Adolfo
Pedernera, Rinaldo Martino, Néstor Rossi, Natalio Pescia y
Mario Boyé, entre más de un centenar de futbolistas. Esta
sangría influyó para que la Argentina no concurriera al
Mundial
de
1950
disputado
en
Brasil.
Pese
a
estas
dificultades, la fuerte vinculación institucional entre el
gobierno de Juan Domingo Perón y el fútbol - en el marco de
una agresiva política destinada al deporte en general colocó
a
esta
disciplina
profesional
en
un
sitio
privilegiado.
Algunos indicadores, como el promedio de entradas vendidas
durante los dos primeros mandatos justicialistas, son
elocuentes. Entre 1946-1950 se colocaron 12.755 localidades
por partido y, entre 1951-1955, 12.865 de promedio. Perón
sabía que las instituciones futbolísticas habían contribuido
a desarrollar el deporte en nuestro país en etapas anteriores
durante las que el estado no había jugado un rol tan
significativo.
"Los
viejos
clubes
de
Buenos
Aires,
beneméritos para el deporte argentino, a quienes reconozco
públicamente el extraordinario mérito de haber hecho por sí
todo cuanto el estado debió realizar por el deporte
argentino"
(5),
reflexionó
el
ex
presidente
en
una
oportunidad.
Desde las entrañas de la administración peronista surgieron
diversos padrinos que ayudaron al progreso de las entidades
futbolísticas. El ministro de Hacienda, Ramón Cereijo, en
Racing; el secretario de Asuntos Técnicos de la Presidencia,
Raúl Mendé, en Boca; Antonio Liberti, cónsul en Génova, en
River (donde llegaría a ser presidente); Aníbal Imbert, un
coronel del GOU, en Vélez (era cuñado de José Amalfitani);
Atilio Renzi, intendente de la residencia presidencial, en
Ferro y la lista podría seguir. Sin embargo, el padrinazgo
más emblemático tuvo como destinatario al modesto Sarmiento
de Junín. Eva Perón, ligada por razones afectivas a esa
ciudad, era su protectora.
De esa etapa, durante el gobierno justicialista, data la
inauguración de tres grandes estadios de cemento: Huracán (76-1947),
Racing
(3-9-1950)
y
Vélez
(22-4-1951).
Ese
fortalecimiento institucional, económico y de infraestructura
que se evidenciaba por entonces debido al fuerte respaldo de
Perón a los clubes, no tuvo semejanza con el desarrollo del
fútbol argentino a nivel internacional. Por el contrario, el
seleccionado nacional no participó de los mundiales de 1950 y
1954, ni de los sudamericanos de 1949 y 1953.
"Algunos protagonistas de la época sostienen que detrás de la
actitud reticente respecto de la confrontación fuera del país
existía una determinación política surgida en esferas de
decisión
no
futbolísticas,
mencionándose
incluso
al
Presidente de la Nación como responsable originario de
ciertas resoluciones. La razón parece haber radicado en
evitar la competencia con equipos de mayor nivel, con lo cual
se cerraba la posibilidad de sufrir derrotas que atentaran
contra la sensación de triunfo que se pretendía generase el
deporte"(6).
De cualquier modo, la competencia local era fuerte, aunque un
clásico entre Boca y River lejos estaba de poseer el
significado de los enfrentamientos actuales. Basta con
describir un ejemplo. Tras el derrocamiento de Perón por la
denominada Revolución Libertadora, los dos grandes del fútbol
nacional se enfrentaron el 8 de diciembre de 1955 en la
Bombonera. El equipo de Nuñez se había consagrado campeón dos
días antes sin jugar, gracias a un fallo del Tribunal de
Disciplina de la AFA, que le dio por ganado un partido contra
San Lorenzo en el Viejo Gasómetro. River también se impuso a
Boca por 2 a 1 y esa jornada quedó en el recuerdo por una
circunstancia curiosa.
La formación capitaneada por el veterano Angel Labruna no
quiso dar la tradicional vuelta olímpica en la Bombonera, ni
antes ni después del partido. River sí la dio una semana más
tarde en el estadio Monumental. El desaparecido diario
Crítica sintetizó el espíritu que reinaba tras aquel clásico
del '55: "Boca terminaba de perder - sin justicia - un
encuentro que le fue favorable, y olvidando todo, sus hombres
iban a compartir la alegría del vencedor. Los de River
contestaban. Gracias muchachos... ojalá la próxima les toque
a ustedes". Alberto J. Armando, por entonces presidente del
club xeneize, le diría con hidalguía a su par de River:
"Vengo completamente emocionado a brindarles en nombre de la
comisión directiva boquense la más cálida felicitación.
Ustedes son parientes nuestros..."(7).
Aquellos hechos serían inimaginables en el fútbol de hoy,
tanto como lo fue el decepcionante desempeño del seleccionado
nacional en el Mundial de 1958 para sus contemporáneos, ya
que se había consagrado una temporada antes, campeón de
manera estupenda en el Sudamericano de Lima, Perú. Calificado
como el "Desastre de Suecia" (Argentina cayó con Alemania
Occidental, batió a Irlanda del Norte y terminó humillada por
Checoslovaquia con un 6 a 1), el papelón deportivo marcó un
antes y un después.
La crisis que desencadenó generó un replanteo en la
conducción del fútbol argentino. Un indicio de lo que
ocasionó fue que, por primera vez en dieciséis años, el
promedio de boletos vendidos no superó los diez mil por
partido. Así como aquella huelga del '48 sentó un mojón en la
historia de la relación contractual entre dirigentes y
jugadores, el fracaso del '58 marcó un punto de inflexión en
el desarrollo de nuestro fútbol. Había que hacer algo para
revitalizarlo - en Suecia se derrumbó el mito de "somos los
mejores del mundo" - y, entonces, surgió el llamado "fútbolespectáculo".
La idea fue entronizada por los dos hombres más poderosos del
medio: Alberto José Armando y Antonio Vespucio Liberti, los
presidentes
de
Boca
y
River,
respectivamente.
Ambos
dirigentes no repararon en gastos cuando se plantearon
recuperar la capacidad de convocatoria perdida. Por esa
razón, contrataron a futbolistas extranjeros - la mayoría
eran brasileños - con quienes intentaron despertar a un
fútbol que había quedado conmocionado tras la estrepitosa
caída de 1958.
Armando y Liberti tenían en común su pasado peronista. Al
primero, esa filiación le valió más de un centenar de
investigaciones y otras tantas citaciones judiciales; al
segundo le costó la exoneración del servicio exterior de la
Nación. Ambas decisiones las adoptó el régimen militar de la
denominada Revolución Libertadora. Sin embargo, los dos
superaron estas dificultades y llegaron a conducir sus
instituciones durante mucho tiempo; sobre todo, el empresario
automotriz boquense. Armando y su colega riverplatense
estaban emparentados por un ideario común que excedía el
marco de la convivencia en el ambiente futbolístico. El
periodista Dante Panzeri le atribuyó a Liberti la frase:
"Creo en una sola pureza dentro de la vida: la de los
cigarros"; y al ex presidente xeneize una en la que afirmaba:
"Yo tengo derecho a cometer delitos".
Podría sostenerse que el concepto de fútbol-espectáculo o su
símil de fútbol-empresa encarnado mejor que nadie por ellos,
les otorgó un lugar más que influyente en el medio. Incluso,
por sobre la propia AFA que, presidida por Raúl H. Colombo un radical que seguía la línea política de Arturo Frondizi -
trataba
de
asimilar
los
traspiés
seleccionado argentino, la baja de
procuraba hacer buena letra con los
derrocado a Perón.
internacionales
del
las recaudaciones y
militares que habían
Interventores, negocios y negociados
Acaso muchos dirigentes jóvenes que en el presente recelan de
cualquier intento de injerencia gubernamental en la AFA,
desconozcan que esta entidad pasó por un largo período de
intervenciones entre las décadas del sesenta y el setenta.
Esas intromisiones formales del estado en el fútbol
coincidieron con gobiernos constitucionales como de facto y
generaron una crisis tras otra.
El
primer
interventor
fue
Arturo
Bullrich
(1955-'56)
designado por la dictadura militar que derrocó a Perón.
Representante de una familia oligárquica - era miembro de la
Sociedad Rural, integraba el directorio de varias empresas y
había sido tesorero de la Bolsa de Comercio -, ejerció el
cargo hasta la elección del presidente Colombo, quien a su
vez fue sucedido por otro radical, Francisco Perette, hermano
del vicepresidente de la Nación, Carlos Perette.
La caída del peronismo, el retroceso en las condiciones de
vida de la clase obrera, los cambios de consumo que generó la
irrupción de la televisión, el aumento del parque automotor
por la adquisición de más vehículos entre una clase media en
expansión
y
hasta
el
estímulo
de
otras
formas
de
esparcimiento, afectaron en buena medida la asistencia a los
partidos de fútbol. Desde entonces, las deudas de este
deporte con el estado crecieron considerablemente, a tal
punto, que según constancias de las intervenciones que se
sucedieron entre 1966 y 1970, la suma oscilaba en alrededor
de 2.000 millones de pesos.
Tras el derrocamiento del gobierno constitucional de Arturo
Illia, en el fútbol se abrió un período de cambios demandados
por la delicada situación económica que atravesaban los
clubes. Los dirigentes modificaron la estructura de los
campeonatos con el objetivo de expandir el mercado a plazas
inexploradas del interior, extendieron el juego hasta el
verano con los torneos de Mar del Plata y más partidos
amistosos internacionales, proyectaron la utilización de
recursos no convencionales hasta entonces, como el nuevo
Concurso de Pronósticos Deportivos (PRODE) y decidieron que
la televisión debía ser capitalizada en beneficio del fútbol
a través de un nuevo convenio con Canal 7.
La mayoría de estas variantes - que permitieron recuperar el
oxígeno económico que se había perdido -, fueron impulsadas
por Valentín Suárez, funcionario peronista primero y, de las
dictaduras de Juan Carlos Onganía (1969) y Reynaldo Bignone
(1983) después. Hombre clave en la historia institucional del
fútbol argentino, Suárez detentó varios cargos en su
prolongada trayectoria como directivo: integró la conducción
de Independiente entre 1948 y 1949, presidió Banfield en
varios períodos durante las décadas del '60 y el '70, fue
presidente e interventor de la AFA y hasta asesor rentado y
director técnico del club Loma Negra de Olavarría durante el
campeonato nacional de 1981, un efímero emprendimiento de la
empresaria cementera Amalia Lacroze de Fortabat.
A Suárez se le atribuyen algunas frases que denotan su
voluntad de impregnar al fútbol de la suficiente impunidad
para hacer negocios, incluso, a costilla del estado. Tres
definiciones son suficientes para pintar su discutible visión
ética:
• "A mí no me vengan con la ley jugando de cuco: nunca
ningún gobierno le bajará la cortina al fútbol".
• "El fútbol es algo que atrapa, es una maquinaria que hasta
que lo tritura a uno no para. Vivimos pendientes del
resultado, ganar o ganar, no hay otra".
• "En este mundo mecanizado, donde sólo se piden resultados,
la guerra del fútbol es natural. Ocurre en todas partes
del mundo. Si por cuatro patadas vamos a decir que se echó
a perder el fútbol, yo no entiendo nada".
A fines de la década del sesenta, y pese a las dificultades
que existían, había instituciones que emergían sobre el resto
tanto en el plano deportivo como económico y social. Vélez
Sarsfield acababa de consagrarse campeón nacional en 1968 y,
al año siguiente, desaparecía el directivo más importante que
había dado su historia: José Amalfitani. El 14 de mayo - la
fecha de su muerte - quedó instituido para siempre en su
homenaje como el día del dirigente. El club que había
presidido Amalfitani durante 28 años alcanzaba en 1969 un
superávit de 62.688.854 pesos, tenía 56.560 socios y había
inaugurado la iluminación de su estadio durante un encuentro
amistoso frente al Santos de Pelé.
"Vélez jugó con los viejos colores verde, blanco y rojo, en
medio de una concurrencia de notables: las reinas del fútbol,
seleccionadas por un canal de televisión; el remero Alberto
Demiddi, el cuarteto campeón mundial de polo; el equipo de
automovilismo que había participado en Nurbürgring; el
campeón sudamericano Carlos Cañete y un innumerable grupo de
altas personalidades. El partido terminó 2 a 2 con algunas
diabluras de Willington y Pelé" (8).
Cuando se inició la década del '70, la conducción del fútbol
argentino seguía intervenida por los regímenes militares que
gobernaban al país. Fernando Mitjans fue el último de los
representantes del estado ubicado al frente de la AFA y el
presidente que, tres meses después, normalizaría a esa
entidad bajo el influjo de José López Rega, el Ministro de
Bienestar Social de cuya cartera dependía directamente.
Mitjans era escribano y, de filiación peronista, había sido
uno
de
los
fundadores
de
la
Confederación
General
Universitaria (CGU), un grupo derechista diezmado por la
Revolución Libertadora. En el fútbol tenía el antecedente de
haber ocupado la vicepresidencia de Boca durante la gestión
de Armando.
"Entre los diversos sectores que se enfrentaban dentro del
peronismo en esa época, los que consiguieron apoderarse del
fútbol fueron los ubicados en la derecha política. López Rega
primero y Miguel después, siempre a través de hombres de su
confianza, lograron imponer su influencia en la AFA..."(9).
Corría 1974 y el presupuesto destinado a la participación del
seleccionado nacional en el Mundial de Alemania Federal
oscilaba entre 3.500 y 4.000 millones de pesos viejos (unos 4
millones de dólares); por su parte, Rosario Central le pagaba
el pase récord de la temporada a Instituto de Córdoba por
Mario Alberto Kempes: unos 130 mil dólares. El periodista
Panzeri, quien se encendía ante la demanda de los futbolistas
que pretendían cobrar premios que consideraba desmedidos,
atribuía a esos planteos una parte de la crisis que soportaba
el fútbol argentino en aquella época: "...el jugador pide una
fortuna, los espectadores bostezan o se adormecen, las
tribunas se vacían, los estadios son inútilmente grandes y
los clubes están cada vez más quebrados", sostenía.
El 1° de julio de 1974 falleció Perón durante el transcurso
del mundial que ganaría la selección germana. El país ya se
deshacía en enfrentamientos armados que tenían como telón de
fondo el antagonismo de una generación imbuida de ideales
revolucionarios que creía en la lucha armada y ciertos
personeros de un gobierno en descomposición que, tras la
muerte de su líder, consolidaban su giro a la derecha y
sentaban las bases para el terrorismo de estado posterior con
la creación de la Triple A. En ese marco, el fútbol se
convirtió en un botín de guerra que la dictadura militar
aprovechó de manera desembozada a partir del 24 de marzo de
1976, cuando derrocó a Isabel Martínez de Perón.
El comunicado número 23 del régimen informaba el mismo día
del golpe: "Se ha exceptuado de la transmisión de cadena
nacional de radio y televisión la propalación programada para
el día de la fecha del partido de fútbol que sostendrán las
selecciones nacionales de Argentina y Polonia".
Todo se prohibía en el país menos el fútbol. Por ende, un
mundial como el de 1978 serviría como instrumento de
distracción y control al mismo tiempo de una sociedad
anestesiada. La coincidencia en el tiempo de la dictadura y
del torneo de fútbol avalado por la FIFA, permitió que se
creara el Ente Autárquico Mundial '78. En el reparto de
influencias, el organismo quedó en manos del ejército. Sin
embargo, el general designado a su frente, Omar Actis,
resultó asesinado en agosto de 1976 en un atentado a balazos
que se atribuyó a la guerrilla, aunque ésta jamás lo
reivindicó como propio. Si bien otro general, Antonio Merlo,
quedó formalmente a cargo del EAM '78, el poder real sobre el
fútbol terminó en manos del contralmirante Carlos Alberto
Lacoste, quien dispuso medidas a su antojo gracias al decreto
1.261 de abril de 1977 que le permitía "reserva en la
difusión de sus actos".
"El
Mundial
fue
un
torneo
paralelo
de
desfalcos
y
sobrefacturaciones. El secretario de Hacienda, Juan Alemann,
había lamentado la decisión del Proceso de hacerse cargo del
XI Campeonato. "No debió haberse aceptado, pues es un factor
inflacionario". Su vara de medición era el control del
déficit fiscal", señalan Abel Gilbert y Miguel Vitagliano en
el libro “El terror y la gloria” (Grupo editorial Norma,
Buenos Aires, 1998). En el mismo trabajo se sostiene que
"Merlo y Lacoste, con el visto bueno de la Junta,
desestimaron esos razonamientos. El 21 de febrero de 1977, el
presidente del EAM sostuvo que "los ingresos del Mundial
superarán los gastos en un 30 por ciento". El 22 de mayo le
atribuyó otro valor: 200 millones de dólares. Cuatro meses
después, predecía ganancias por 23 millones y 35.000
turistas. No contento con las previsiones, asumiría más tarde
que los costos ascenderían hasta 450 millones".
En definitiva, el Mundial organizado por la dictadura le
habría salido al país 517 millones de dólares, 400 más que
los pagados por España en la siguiente edición de 1982. En
rigor, el saldo económico jamás se conoció con precisión ya
que nunca fue presentado un balance.
De la deuda total que contrajeron los militares, unos 67
millones
de
pesos
más
de
120
millones
con
las
actualizaciones - fueron reclamados mediante una demanda que
llegó hasta la Corte Suprema de Justicia por la familia
Petracca, propietaria de un grupo empresario que ganó cuatro
licitaciones para las obras del Mundial. Ricardo Petracca, ex
presidente de Vélez y uno de sus dueños, recordó en una
entrevista que le realizó el desaparecido diario Perfil el 25
de junio de 1998: "El contrato decía que el pago era en pesos
ley 18.888. Yo le fui a implorar a Lacoste que nos abonara,
pero nos dieron un adelanto con un certificado de cancelación
de deuda letra C. Estos papeles servían únicamente para pagar
impuestos y nos descontaban el siete por ciento". Los
Petracca quebraron y el holding que poseían quedó reducido a
la nada.
A Juan Alemann, el funcionario de la dictadura que se había
quejado por la desmesura de los gastos emprendidos por el EAM
le colocaron una bomba en su domicilio la misma noche en que
la selección argentina goleaba a Perú y conseguía su
clasificación para la final del Mundial. Años después, el
economista se preguntó: "¿Quién tenía entonces la suficiente
impunidad como para atreverse a poner una bomba a escasos
metros de una comisaría como la 33?"
Lacoste, quien ejercía el control efectivo del fútbol, sólo
delegaba los aspectos formales de su conducción en Alfredo
Cantilo, un abogado que había asumido la presidencia de la
AFA en 1976 cuando sucedió al peronista David Bracutto. A
diferencia de otros gobiernos de facto como los de 1955 y
1966, la última dictadura no intervino la AFA y el origen de
esa medida habría que rastrearlo en la nominación del país
para el Mundial '78. La FIFA, en teoría, no acepta la
intromisión de los gobiernos en las asociaciones que mantiene
afiliadas. Se descuenta que ese requisito - en la práctica se
comprobó que resultó banal -, indujo al régimen a controlar
todo desde el EAM '78.
Cuando el doctor Cantilo abandonó su cargo, el dirigente que
asomó para sucederlo resultó Julio Grondona, quien por
entonces ejercía la presidencia de Independiente y tenía
experiencia como integrante del Comité Ejecutivo de la AFA al
frente de la secretaría de Finanzas y Hacienda. El 6 de abril
de 1979 asumió la conducción del fútbol nacional. Desde
entonces, el antiguo ferretero de Sarandí se transformó en un
próspero y versátil empresario que convivió con diez
presidentes de la Nación: los dictadores Videla, Viola,
Galtieri y Bignone y los mandatarios constitucionales
Alfonsín, Menem, De la Rúa, Puerta, Rodríguez Saá y Duhalde.
Todo un récord para un caudillo que el pasado 18 de
septiembre cumplió 71 años, tantos como tiene de vida el
fútbol profesional en la Argentina.
Capítulo 2
Todo pasa
“Jamás en ninguna época obtuve una prebenda o ventaja,
siempre actúe a favor de las entidades deportivas porque mi
vocación fue siempre el fútbol y nunca tuve fines de lucro”.
Julio Grondona
A Don Julio, como lo llaman con un ademán de reverencia
quienes le profesan adhesión o lo consideran un patriarca
inmune a las críticas, le encrespa el ánimo la prensa
deportiva que señala sus errores o recuerda su tortuoso
pasado. Acaso porque al hurgar en su trayectoria aparezcan
las huellas de su ubicuidad para relacionarse con el poder
durante más de dos décadas. Sin embargo, el hombre que
demarcó un antes y un después en la historia de una pasión
nacional que genera millones de pesos, también ha podido
bastarse solo. Del fútbol deviene su propio vigor político,
que no es poco.
Sobrevivió en la cresta de la ola a militares y autoridades
constitucionales,
a
dirigentes
experimentados
y
representantes de la última dictadura que pasaron por
diferentes áreas de la AFA, su casa desde el 6 de abril del
’79. Por eso, mal que le pese, los primeros tiempos de su
presidencia tuvieron el sosiego que le concedía la venia del
vicealmirante Carlos Alberto Lacoste, el hombre que ejercía
el verdadero poder.
A Julio Grondona lo había antecedido en el cargo el doctor
Alfredo Cantilo, un abogado y socio vitalicio del club Vélez
Sarsfield que todavía integra la comisión disciplinaria de la
FIFA. Quien fuera titular de la AFA durante el Mundial ’78,
se enerva igual que su sucesor cuando le recuerdan la
influencia que tenía en el fútbol el marino Lacoste. “Yo fui
elegido porque gozaba del respaldo de la dirigencia. No sé si
él tenía peso, pero en la AFA no se metió jamás. No se le
permitió hacerlo”, sostuvo hace tres años en uno de los
esporádicos reportajes que concedió desde que le entregó el
mando a Don Julio.
Más allá de esta refutable opinión de Cantilo o de los
denuestos de Grondona hacia los periodistas que lo vinculan
al vicealmirante en el pasado, hay testimonios que ratifican
el acatamiento a las órdenes del militar. Walter Clos, un
veterano periodista que conoce los vericuetos de la AFA como
nadie, escribió en marzo de 1984 para la revista Humor:
“...Cada asambleísta recibía un papelito con los nombres de
quienes tenía obligación de votar, y todos los copiaban de
puño y letra para no equivocarse y no quedar mal con Lacoste”
Una carta del marino a Constancio Vigil, el empresario que
controlaba la revista El Gráfico, prueba la confianza que se
dispensaban aquel y Cantilo. En una parte del texto que se
reproduce íntegramente en el libro “Fútbol: pasión de
multitudes y de elites”, de Héctor Palomino y Ariel Scher,
(CISEA, 1988), Lacoste relata: “El motivo de estas líneas es
para pedirte, abusando de nuestra amistad, me permitas hacer
por intermedio de tu revista, un personal y público
agradecimiento al trabajo de un amigo común, Alfredo Cantilo,
que da un paso al costado para seguir como espectador
vehemente y apasionado la marcha de un proceso que él
contribuyó a cimentar, dentro de la Asociación del Fútbol
Argentino, con su hombría de bien y su idoneidad...”
Se iba un presidente y llegaba otro, pero ciertas decisiones
no se tomaban en el ahora remodelado edificio de la calle
Viamonte al 1.600. Lo prueban el nombramiento de Grondona y
las simultáneas designaciones de militares en cargos clave de
la AFA. No sólo el dirigente ocupó el despacho del tercer
piso. También hizo lo propio el coronel Carlos Michel como
presidente del Colegio de Arbitros en el primer piso; el
comodoro Julio César Santuccione como secretario del Tribunal
de Disciplina en el cuarto piso; su colega, el brigadier
mayor Luis Fagés, como vocal del mismo órgano interno y un
personaje menor dentro de las fuerzas armadas: el suboficial
del ejército Próspero Cónsoli, quien era titular de
Argentinos Juniors y hombre de confianza del siniestro
general Carlos Suárez Mason, el poder real en el club de La
Paternal donde ya se destacaba Diego Armando Maradona.
El coronel Fernando De Baldrich, integrante del Comité
Ejecutivo entre 1976 y 1978 en representación de San Lorenzo,
había impulsado la continuidad del ejército en la AFA. Es
curioso, pero durante los años de su desempeño, fue el único
militar que ocupó un cargo de cierta relevancia en la
asociación. Y, por el contrario, una vez ungido Grondona, la
presencia uniformada aumentó. A De Baldrich y su prédica se
atribuye la presencia de un hombre de su mismo rango, Michel,
al frente del Colegio arbitral. Santuccione apenas estuvo en
la AFA entre el ’79 y 1980 e integró una comisión especial de
reformas al Reglamento de Transgresiones y Penas. Cuando cayó
la dictadura recibió durísimas acusaciones por violaciones a
los derechos humanos en la provincia de Mendoza, donde había
estado al frente de la Policía local. El otro aviador, Fagés,
integró el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.
Las evidencias, entonces, son irrebatibles. La primera etapa
de Grondona en la AFA estuvo marcada por una fuerte
influencia de los militares. El directivo y el comité
ejecutivo que encabeza desde 1979 avalaron a Lacoste para que
ocupara una de las vicepresidencias de la FIFA en 1980.
Grondona siempre ha repetido que la nominación del marino
provenía de la Confederación Sudamericana, con el aval del
propio titular de la FIFA, Joao Havelange. ¡Vaya novedad!
Esta forma de relacionarse con las fuerzas armadas en el
fútbol, no obstante, poco tenía que ver con ciertas actitudes
en el ámbito privado, allí donde el experimentado dirigente
asumía
un
papel
más
decoroso.
Carlos
Heller,
ex
vicepresidente de Boca y, asimismo, gerente general del Banco
Credicoop desde que se fundó esta entidad, el 19 de marzo de
1979, suele reivindicar a Grondona porque “se atrevió a
firmar una solicitada a favor de las cajas de crédito y
cooperativas cuando lo hacían muy pocos, en pleno apogeo de
Martínez de Hoz”. Pero esa anécdota se torna pequeña cuando
el propio presidente de la AFA recuerda en privado que “los
militares me pidieron que yo denunciara a José Epelboim (por
un ex directivo de Independiente) para meterlo preso y no lo
hice” o cuando afirma haber protegido a Jorge Fernández
Arzuaga, un ex vicepresidente del mismo club de Avellaneda
que militaba en el partido Comunista, “al que pese a las
cosas que pasaban, lo incluí en la comisión directiva”.
Con el advenimiento de la democracia, Grondona no tuvo que
coexistir más con dictadores como Videla, Viola, Galtieri y
Bignone – los cuatro militares que pasaron durante los
primeros años de su mandato –, aunque el nuevo período
político lo colocó en una situación de zozobra porque había
quienes sospechaban de su pasado reciente. Si hasta la
revista “Humor”, una de las que tenía mayor circulación en
esa época, consideró la alternativa de que un pariente
directo del presidente de la Nación, Raúl Alfonsín, se
hiciera cargo de la AFA. “¿Un Alfonsín presidente de la
AFA?”, tituló. Se refería a Fernando, hermano menor del líder
de Renovación y Cambio, el mismo sector de la Unión Cívica
Radical al que estaba afiliado Grondona. Sin embargo, nada de
eso ocurrió. El dirigente continuó en su puesto, más allá de
un pedido de intervención de los diputados peronistas, Héctor
Maya y Miguel Unamuno.
Por entonces, el primero de los legisladores fundamentaba su
solicitud en que “el gobierno constitucional no puede tener
los mismos personeros que instrumentaron una política para el
deporte durante la dictadura”. Astuto, Grondona aceptó
sugerencias en algunos asuntos y se plantó en otros con la
convicción de quien se siente invulnerable. Asimiló una
iniciativa de la Secretaría de Deporte que planteaba la
apertura hacia el fútbol del interior – de ahí nació lo que
se denominaría Campeonato Nacional “B”, hoy llamado “B”
Nacional -, pero también resistió a quienes pretendían
desplazar de su cargo a Carlos Bilardo. El técnico era
cuestionado en vísperas del Mundial ’86 por la clasificación
angustiosa y los flojos desempeños del seleccionado en los
partidos amistosos.
Durante el decenio menemista, Grondona no pasó demasiados
sobresaltos por el accionar del gobierno. “Yo me entendí muy
bien con el presidente en lo que se refiere al fútbol. Nunca
fui perturbado durante sus diez años de mandato”, le confesó
en noviembre de 2001 al autor, respecto del ex mandatario.
Era bastante cierto. Incluso, el Banco Nación, por intermedio
de su titular Hugo Santilli – el ex presidente de River, de
filiación peronista – le había concedido un préstamo a los
clubes por 12 millones de dólares a comienzos de 1991 (3).
A Grondona ni siquiera lo conmovían las apetencias que
siempre despertó su cargo o las diferencias circunstanciales
con algunos cuestionados dirigentes justicialistas del
fútbol: Juan De Stéfano y Daniel Lalín, los ex presidentes de
Racing y el actual titular de Chacarita, Luis Barrionuevo.
Empero, el único hombre que osó enfrentarlo en una elección –
la de 1991 -durante los 23 años que lleva de mandato, fue un
ex árbitro: Teodoro Nitti. Su carrera política duró lo que un
suspiro ya que sacó un solo voto y cayó en el ostracismo
absoluto. Tiempo después, se conchabó en la AFA como veedor.
Los mayores peligros que acechaban al también vicepresidente
de la FIFA – sucedió en ese cargo a Lacoste cuando éste se
retiró – sobrevendrían de su frente interno, donde pese a
todo siempre resultó muy dúctil para sofocar cualquier
intento de revuelta u otorgar beneficios a los disconformes.
En efecto, basta mencionar la grave crisis que originó el
descenso del club Talleres de Córdoba en 1993 y que motivó un
pedido para que la AFA fuera intervenida por presuntas
violaciones estatutarias y de leyes tributarias. En agosto de
ese año, el abogado de aquella institución, Jorge Bertona,
encabezó una rebelión contra Grondona que sacó de quicio a
éste último. “Pueden venir a revisar todo. La AFA tiene todo
en orden. Esto ocurre porque Talleres se fue al descenso,
sino no estaríamos hablando del tema. Ellos (por los
directivos de la entidad cordobesa) creen que lo saben todo.
Ya hicieron un Cordobazo y ahora quieren un partidazo, pero
no lo van a conseguir”, sentenció el hombre fuerte del fútbol
argentino. Y así ocurrió. El descenso de Talleres se consumó
y no volvió a Primera División hasta mediados de 1998.
A comienzos de 1996, la AFA seguía acumulando denuncias,
aunque ya eran de otro tenor y no partían desde una de sus
entidades afiliadas. El Juzgado Criminal y Correccional N°
10, a cargo del doctor Gustavo Literas, investigaba el delito
de
presuntas
falsificaciones
en
los
montos
de
las
transferencias correspondientes a los siguientes jugadores:
Luis Carranza, de Racing a Boca; Alejandro Mancuso, de Vélez
a Boca; Juan José Borrelli, de River al Panathinaikos de
Grecia; Antonio Mohamed, de Huracán a Fiorentina de Italia;
Sergio Berti, de River al Parma de Italia; Raúl Peralta, de
Deportivo Español a Boca; Gabriel Batistuta, de Boca a
Fiorentina; Diego Cagna, de Argentinos a Independiente; Oscar
Ruggeri, de Vélez al Ancona de Italia y Alberto Márcico, del
Toulouse de Francia a Boca. La DGI sospechaba que los pases
habían sido registrados por montos menores a los reales. Por
eso, denunció los casos ante la justicia. “Para evitar una
condena, la AFA pagó un millón de dólares” (4).
Pese a que Grondona mantenía una relación cordial con el
gobierno, un día, hasta el propio presidente Menem le provocó
un disgusto. El dirigente tuvo que lidiar con uno de los
tantos decretos del Poder Ejecutivo que establecía la
televisación en directo de los partidos por las Eliminatorias
para el Mundial de Estados Unidos que disputaba el
seleccionado nacional. Un golpe duro para el negocio de la
AFA y su socia, la empresa Torneos y Competencias.
De todos modos, aún no había llegado lo peor para el máximo
directivo del fútbol argentino. Sus días más críticos como
personaje público se aproximaban. La intemperancia que lo
caracteriza le haría pagar un costo muy alto. El de ver
afectado su honor por una denuncia que todavía hoy lo
mantiene en vilo. Pocos días antes de cumplir veinte años en
la presidencia de la AFA y, después de difundir que para
muchos era el mejor dirigente del mundo, comentó: “Ahora
dicen que soy un mafioso...”
Jaque al poder
El martes 9 de mayo de 2000 resultó una jornada clave en la
vida de Grondona por las tribulaciones que le depararía. Ese
día se presentó en la Comisión de Deportes de la Cámara de
Diputados para responder sobre qué medidas había tomado la
AFA para contrarrestar la violencia en el fútbol. Ante un
auditorio hostil, el dirigente optó por una vieja táctica,
aquella que dice: la mejor defensa es un buen ataque.
Entonces, como quien no quiere la cosa, se preguntó en voz
alta: “¿Cuántos empleados de acá son barrabravas?”
La réplica a semejante interrogante no se hizo esperar.
Dos días después, la Cámara Baja le encargó a su presidente,
Rafael Pascual, que le pidiera por escrito al dirigente una
aclaración sobre su comentario referido a oscuros personajes
del fútbol conchabados en el Congreso. Cuando Grondona esbozó
una respuesta ya era demasiado tarde. “Mi intención no fue
perjudicar ni ofender a nadie y tampoco lo decía por alguien
en particular”, deslizó. Sin embargo, recibió una réplica
durísima de quien se convertiría, durante los meses
siguientes, en su enemigo público número uno. El diputado
nacional Mario Das Neves, un peronista chubutense que
acreditaba en su actividad legislativa una serie de denuncias
contra la aduana paralela y los intereses abusivos que cobran
las tarjetas de crédito. Hoy, es él, quien está al frente de
la Aduana en el gobierno de Eduardo Duhalde.
“Caradura” y “sinvergüenza” fueron algunos de sus denuestos
contra el presidente de la AFA, además de recordar que había
estado entre “los civiles que se pavonearon con los
militares”. Pero ese tipo de acusaciones no era precisamente
lo que más inquietaba al dirigente. Das Neves había ido más
lejos. Adujo que los “negocios inmobiliarios” de Grondona
debían investigarse y se preguntó: “¿Cómo hizo su fortuna a
partir de una humilde ferretería?”.
El legislador se preparaba para recorrer un largo camino.
Comprendió que, sí pedía una pesquisa, no podría quedar al
margen y entonces decidió presentarse el 15 de junio de 2000
ante el Juzgado N° 29 a cargo del doctor Juan José
Mahdjoubian. En su denuncia de siete carillas solicitaba que
se
investigue
la
posible
comisión
del
delito
de
Administración Fraudulenta por parte del Comité Ejecutivo de
la AFA y, en particular, de su presidente, “habida cuenta del
empinado y sostenido crecimiento económico de este último y
de familiares próximos, que por sus antecedentes laborales y
profesionales, en principio, resultarían de difícil o
imposible justificación”.
El magistrado no demoró demasiado en dictar medidas
procesales que culminaron el mediodía del 29 de junio en
dieciséis allanamientos simultáneos. El edificio de la AFA
ubicado en Viamonte 1366, las instalaciones de la productora
Torneos y Competencias en Balcarce 520, las oficinas de las
empresas operadoras de televisión por cable, Multicanal y
Cablevisión, la sede de TRISA en el barrio de Parque Chas firma vinculada a TyC – y la agencia de turismo Rotamund que
opera con la AFA, entre otros lugares, fueron visitados por
funcionarios
judiciales
y
de
la
Superintendencia
de
Investigaciones de la Policía Federal.
Julio Grondona se encontraba ese día en Colombia, a donde
había viajado para presenciar un partido de la selección
argentina por las eliminatorias del Mundial 2002. Desde
Bogotá, primero dijo que no sabía “nada sobre el tema”,
aunque luego, aclaró: “Me parece muy bien que revisen”. En
Buenos Aires, en cambio, hubo quejas. Javier Ordoñez, uno de
los altos ejecutivos de TyC sostuvo respecto al operativo
realizado en la empresa: “Podrían haberlo pedido a través de
un oficio y no hacer todo este escándalo. Hemos sido
invadidos por 50 personas, esto es desmedido y exagerado”.
César Francis, el único periodista que cubrió varios de los
allanamientos determinados por el juez, recuerda lo que
sucedió en uno de esos operativos: “Yo estaba cubriendo la
información para los programas radiales de Víctor Hugo y
Adrián Paenza en la calle Independencia de Sarandí, donde
Grondona tiene la ferretería. Recuerdo que el único altercado
aconteció cuando una persona de unos 60 años ingresó al
negocio e insultó a los agentes de la AFIP y a los policías
que se retiraban. Daba la sensación que era de la familia de
Grondona. Decía que ya eran las ocho y media de la tarde y
que el local abría a las ocho de la mañana. Que cómo se les
ocurría hacer un allanamiento a las cinco, que el comercio
tenía que cerrar, que mamá andaba mal y había que cuidarla.
En fin, a los gritos insultaba a todos en general. Otra cosa
que recuerdo es que un policía se me acercó en buenos
términos para decirme que adentro se encontraba Héctor, el
hermano de Grondona, que estaba colaborando y no lo querían
poner nervioso. Decía que, como me veía caminando por la
vereda, se podía inquietar. Me pidieron que me corriera un
poco y que moviera el auto diez metros... Así seguí el
allanamiento. Estaba yo solo, era la desolación total”.
Das Neves, con las inspecciones en pleno desarrollo, ya había
cumplido uno de sus objetivos. Pero por su premura al
presentar el escrito en Tribunales, había perdido de vista
que Grondona asumió el máximo cargo de la AFA en 1979 y no en
1983, como constaba en su denuncia. No obstante, este detalle
mal enunciado no opacaba el contenido de su petición al juez
que, entre otras cosas, describía “la omisión dolosa de
depositar las retenciones correspondientes a salarios de
árbitros de fútbol y empleados en general de la AFA,
evadiendo ingresar al Sistema Unico de la Seguridad Social y,
consecuentemente al fisco, los tributos mensuales por los
salarios oportunamente abonados...”
El diputado agregó que había recibido llamados anónimos en su
despacho relativos a la supuesta evasión en los millonarios
contratos entre la AFA y la productora TyC. A comienzos de
septiembre del 2000, el político chubutense contó que le
habían arrojado un papelito anónimo por debajo de la puerta.
“Era bien puntual. Decía: en la financiera... en tal
dirección, en tal piso, van obligados los clubes con los
documentos para que les paguen un tres por ciento de interés
mensual”. ¿Se refería a una empresa que funciona en 25 de
mayo 316, de origen uruguayo, como describió en un reportaje
que le realizó el diario Página 12? ¿O a una compañía llamada
Quadrum, ubicada en la misma calle, pero en el número 512 y
que pertenece a un tal Carlos Gismondi?
Das Neves, además de la información de este tipo que
recolectaba por su cuenta, contaba con un copioso respaldo
documental a su favor, difundido un año y nueve meses antes
de su denuncia ante el juez Mahdjoubian. Se trataba de una
investigación publicada por la revista Noticias el 5 de
septiembre de 1998 y en la que, bajo el título “El jefe de
una gran familia”, se describía con lujo de detalles el
desmesurado incremento patrimonial de Julio Grondona y una
red de parientes y amigos que se habían convertido en
prósperos comerciantes.
En efecto, el diputado transcribió en su presentación ante el
magistrado una buena porción del artículo redactado por los
periodistas Marcelo Larraquy y Juan Alonso. Basta comparar
que la denuncia tiene siete páginas y la nota del semanario
en que se apoyó Das Neves, una más.
El legislador se preguntaba a sí mismo en su escrito:
“Curioso incluso resulta, que dicho informe periodístico –
que se tenga conocimiento por parte del suscripto – jamás
fuera refutado o cuestionado con la contundencia concreta que
permitiera desvirtuar a ciencia cierta tales afirmaciones,
hecho que a todas luces da cuenta de la veracidad de las
afirmaciones en él contenidas”.
La
investigación
de
Noticias
contribuyó
a
poner
al
descubierto aquello que la justicia analiza hasta hoy, sin
resultados inmediatos a la vista. El entramado de empresas y
socios cuyo núcleo es el presidente de la AFA y que, a
septiembre de 1998, según el semanario, podía subdividirse
así:
Julio Humberto Grondona: director de Lombardi y Grondona,
presidente de Crucesita S.A y Julio Grondona S.A, socio de
Batco S.A.
Julio Ricardo Grondona: hijo y socio de su padre en Crucesita
S.A (15%), Julio Grondona S.A (20%), Baprisud S.A (15%),
Laminadora del Sur (4%), Conenar S.A (3%), cocherías Hiram
Peruilh S.A (4%) y accionista de Praners S.A.
Genaro Aversa: yerno y socio en Crucesita S.A (15%), Hiram
Peruilh S.A (47%), presidente de Genaversa S.A, accionista de
Baprisud S.A, Nuevos Surcos S.A, Conenar S.A y Laminadora del
Sur S.A.
Hasta aquí, la nómina de parientes que, como demostrarían los
periodistas de Editorial Perfil estaban vinculados entre sí
comercialmente y, aún hoy, con ligeras alteraciones continúan
siendo socios. Pero la composición de estas empresas tan
variadas (constructoras, estaciones de servicio, funerarias,
inmobiliarias, ganaderas y hasta un hotel alojamiento), tiene
otras piezas cuyo punto de contacto con el titular de la AFA
es el fútbol.
Eduardo Deluca: secretario general de la Confederación
Sudamericana de Fútbol (CSF), miembro de la Comisión de
Asuntos Estratégicos de la FIFA y socio de Julio Humberto
Grondona en Crucesita S.A (30%), de Julio Ricardo Grondona en
Baprisud (10%) y de Aversa en Cuatro Ramas S.A (50%).
Atilio Rubén Di Pace: ex dirigente del club Independiente,
miembro de la Secretaría de Selecciones Nacionales de la AFA,
escribano de profesión y, además, socio de Julio Humberto
Grondona en Crucesita S.A (9%) y Julio Grondona S.A (20%); y
del hijo de aquel en Baprisud (7,5%).
Salvador D’Antonio: ex coordinador de Selecciones Nacionales,
ex presidente del club Sportivo Italiano y socio de los dos
Grondona, Aversa y Deluca en Crucesita S.A.
Resta aún colocar en este rompecabezas a dos socios que no
tienen relaciones de parentesco con Grondona ni un vínculo
preexistente por el fútbol. Son los hermanos Fernández
Prieto. Alberto es arquitecto y Jorge, licenciado en
administración de empresas, fue presidente de la Unión
Industrial de Avellaneda hasta su trágica muerte, ocurrida el
6 de agosto pasado (fue asesinado cuando intentaba ingresar a
la cochera de su departamento en un automóvil importado).
Ambos se asociaron al caracterizado vecino de Sarandí en
Baprisud S.A y Batco S.A y, en Nuevos Surcos S.A, con el hijo
mayor y el yerno de Grondona.
El presidente de la AFA les entregó la llave de pingues
negocios en materia edilicia, empezando por las instalaciones
destinadas al hospedaje del seleccionado nacional y juveniles
en el predio deportivo de Ezeiza, sin necesidad de licitación
alguna. Un negocio se concatenó con el otro y, así, la firma
Baprisud (la misma de los Fernández Prieto, Julito Grondona,
Aversa,
Di
Pace
y
Deluca),
accedió
a
otro
negocio
inmobiliario que, con el tiempo, se tornaría más que
redituable:
la
construcción
de
varios
edificios
de
departamentos sobre los terrenos en que se había levantado la
vieja cancha del club Quilmes.
Ese predio de 11.000 metros cuadrados le permitió a la
institución
cobrar
2.065.000
dólares
que,
según
su
vicepresidente y secretario general de la AFA, el abogado
José Luis Meiszner, habían sido abonados por “un grupo
empresario de Avellaneda. Creo que la empresa es Baprisud”
(5).
Los hermanos Fernández Prieto y sus socios también llevarían
adelante nuevas obras como un dock en Puerto Madero y
edificios en Avellaneda, Barracas, la avenida Libertador y
Callao e inclusive, la propiedad horizontal donde habitan
casi todos los Grondona. Algunos de estos emprendimientos
contaron con el respaldo financiero del Banco Credicoop, cuyo
gerente general, Carlos Heller, conocía al máximo dirigente
del fútbol nacional desde antes que éste ocupara la
presidencia de la AFA.
Sobre este mosaico de sociedades simultáneas, Das Neves
resultó la polea de transmisión de información muy sensible
para el juez Mahdjoubian que, en una considerable medida, ya
habían aportado los dos periodistas de Noticias. El diputado
advertía en uno de los tramos de su escrito que solicitaba la
extensión de la investigación judicial sobre Grondona, a las
empresas propias y de sus socios, pero también a otras “tales
como la firma “Torneos y Competencias” a la que a diario se
le endilga y se le imputa responsabilidades por un aparente
manejo doloso y monopólico en claro uso de una posición
dominante del mercado...”
Al político chubutense le preocupaba la escasa repercusión
que había tenido su denuncia en la prensa – sobre todo en la
televisión y, en menor medida, las radios y los diarios – por
lo que pedía “que este caso no se caiga de los medios”.
Sin embargo, el legislador no estaba tan solo.
“Me reuní con Javier Castrilli, Víctor Hugo Morales, Adrián
Paenza, los diputados Bravo, Conca y Vago, Carlos Heller,
Raúl Gamez, el arquitecto Pérez, el secretario de River
Plate, José María Aguilar y algunos periodistas cuyos
apellidos no recuerdo. Estuvimos charlando este tema, se
pusieron a mi disposición y vieron con buenos ojos que desde
un poder del estado se pelee contra estos grupos económicos”
(6) Estas palabras de Das Neves denotaban que, en un primer
momento, su denuncia había tenido cierta receptividad.
El diputado intuía lo que la inmensa mayoría de los
aficionados sospechan: “La gente percibe que en el fútbol hay
curro. Es una sensación: así como cree que en el Senado hubo
coimas, la gente se da cuenta de que en el fútbol hay curro”.
Esta percepción la confirmaría aún más, cuando un día se
presentó en su oficina ubicada en el Anexo del Congreso un
testigo que resultaría clave en la causa 61.484. Se trataba
de Raúl Cortés, un ex suboficial de la Policía Federal y ex
empleado de la productora TyC, que despertó en Das Neves el
siguiente comentario: “Apareció acá, en mi despacho, un lunes
o un martes. Lo hicimos subir y observamos que era una
persona muy correcta; se lo vio muy... policía. No como un
tipo que está buscando fama o plata. Y todo esto lo digo
desde la intuición y el olfato...”
¿De dónde había salido Cortés? ¿Alguien lo colocó en el
camino de Das Neves o su aparición se había dado de manera
espontánea? La irrupción del testigo parece atribuida a la
casualidad. Adujo que se enteró por el diario La Razón de la
denuncia contra Grondona y que, en consecuencia, decidió
primero visitar al diputado peronista y después declarar en
el Juzgado N° 29, el 4 de julio de 2000.
Cortés había ingresado a TyC en septiembre de 1994 como
personal de una agencia de seguridad. Conchabado para ponerlo
a salvo a Carlos Avila de los pedidos de dinero que solían
hacerle algunos barrabravas en sus antiguas oficinas de la
calle Libertad al 500, amenazó al poco tiempo con renunciar.
No estaba de acuerdo con la paga. No obstante, le ofrecieron
un contrato directo con la empresa y un aumento de su
salario, hasta que pasó a integrar la planta permanente en
marzo del ’95.
“Un mes después, Luis Nofal, el socio de Avila, le confió
además la tarea de chofer. Le dieron para manejar el Falcón
color granadero que fue el primer vehículo que compró Avila
para su empresa...” (7) De cumplir esta función, el empleado
pasó a llevar remesas de dinero a la ferretería de Julio
Grondona en Sarandí, la oficina de la Confederación
Sudamericana de Fútbol en el barrio de Retiro u otros sitios.
Cortés trabajó hasta septiembre de 1997 en la empresa de
Avila y el Fondo Hicks. Para Javier Ordoñez, ejecutivo de
TyC,
resultó
despedido
“por
una
serie
de
episodios
desagradables” como “faltante de dinero, faltante de cosas”
(8).
A esta acusación, el ex policía respondió con una querella
por injurias que quedó archivada en el juzgado n° 13 a cargo
de la doctora Ana María Isbael Bulacio Núñez de Rúa y el
relato de algunos episodios a los que el juez Mahdjoubian
habría dado crédito por los posteriores allanamientos que
determinó a las oficinas que Cortés describió en su
declaración. Uno de esos hechos, quizá el más singular de
todos, es imposible soslayarlo. La versión del testigo aludía
a un ardid para hacer pasar por muestras de tela una suma de
dinero que recibió el presidente de la AFA en su tradicional
comercio de Independencia 540, Sarandí.
“Llegamos a la puerta y tocamos timbre. Salió Grondona con un
saco marrón, corbata y los lentes a mitad de la nariz. “Hola
chicos, cómo les va – dijo -, ya me habían dicho que iban a
venir”. “Acá está la muestra de tela que le manda Nolasco
para que usted la vea”. “Listo, muy bien, que les vaya bien.
Eso fue todo”. Así reprodujo el ex empleado de TyC aquel
breve diálogo entre el dirigente, su compañero Oscar Ramírez
Sanabria – paraguayo y pariente lejano de Carlos Avila - y él
mismo. Ignacio Nolasco, al que hace referencia Cortés en la
entrevista que le realizó la revista Noticias, es el
apoderado de la poderosa productora.
Asimismo, el ex chofer y custodio de Torneos y Competencias
mencionó ante el juez a Roberto Tartaglia, tesorero de la
empresa y a Alberto Etchezuri, su jefe de prensa, como
personajes claves en la entrega de dinero a dirigentes.
Cortés, como el diputado denunciante, ha recibido amenazas.
En diciembre de 2000, en una entrevista que le realizó la
revista El Tablón, dijo que lo habían intimidado por teléfono
en un par de oportunidades. Hoy, su testimonio continúa
siendo uno de los elementos de mayor relieve en el
expediente.
Mientras tanto, Das Neves avanzaba tratando de aportar más
pruebas a la causa, aunque con una limitación. Ni él había
podido pasar de denunciante a querellante para imprimirle más
dinámica a la investigación – el diputado no es parte
damnificada -, como tampoco había dado con una persona que
cumpliera los requisitos para hacerlo. Se trataba y, todavía
se trata, de conseguir que algún asociado a un club afiliado
a la AFA, dirigente o ex dirigente, asumiera ese papel ante
la justicia. Pero hasta hoy, en los despachos del magistrado
y de su secretario, el doctor Daniel Horacio Mauro, conviven
con esta dificultad que es atribuible a los riesgos jurídicos
que correría un eventual querellante.
Acaso resulte llamativo, pero durante muchos años, nadie se
atrevió a tanto contra Grondona, la AFA y su socia, Torneos y
Competencias. “Ser querellante en la Argentina significa la
posibilidad de perder todo lo que se posee. Porque meterse
con gente poderosa como Grondona o los grupos económicos que
lo respaldan o con sus socios, tiene un costo...” expresó el
legislador en octubre de 2001.
El obstáculo judicial que significaría la ausencia de un
querellante en el expediente, es apenas una muestra de los
problemas que han afrontado en el juzgado Criminal N° 29 para
avanzar en su ardua pesquisa. La variedad de sociedades
investigadas, la numerosa cantidad de cuentas con que operan
y las personas involucradas han demorado la tarea. Pero
también surgieron complicaciones que exceden la labor del
juez y sus colaboradores.
La más inquietante de todas consistió en la desaparición de
siete computadoras portátiles de la AFIP durante el año
pasado, de las cuales dos, contenían numerosos datos sobre la
causa 61.484. Respecto a esta situación, se formularon cuatro
pedidos de sumario interno para desentrañar los episodios
debido a que, a lo largo de 2001, cuatro fueron las
dependencias de la entidad oficial afectadas por los robos.
Pese a la gravedad de lo sucedido, Horacio Rodríguez Larreta,
el titular de la AFIP durante el gobierno de Fernando de la
Rúa, comunicó en noviembre de ese año que no se había perdido
la información del expediente judicial sobre la AFA ya que,
lo que se guardaba en las notebooks, figuraba en la
denominada “Base Fisco”, un banco de datos donde están
incluidas las personas investigadas por el ente recaudador.
El reconocimiento de este ilícito denunciado ante el Juzgado
Federal N° 4 a cargo del doctor Gabriel Cavallo, indujo a
pensar que se retrocedió un año en la labor judicial. Cinco
de las siete PC fueron hurtadas en el viejo edificio del ex
Banco Hipotecario, ubicado frente a la Plaza de Mayo, una en
la agencia santafesina que la AFIP tiene en Casilda y otra en
el sector denominado AFIP On line. En la casa matriz
desaparecieron tres computadoras en Fiscalización Externa N°
3 y dos en Fiscalización Externa N° 4. Precisamente, dos de
las notebooks que fueron robadas en el primer sitio contenían
los datos sobre Grondona y las demás personas y empresas
investigadas por Mahdjoubian.
De cualquier modo, aunque el juez avanzó a paso lento en su
propósito de desenredar la madeja que tiene en sus manos por
el robo acontecido en la AFIP, hubo más circunstancias que lo
retrasaron. Exhortos diplomáticos no agilizados por la
Cancillería, la falta de entendimiento con la fiscalía N° 34
que entiende en la causa - a cargo del doctor Jorge
Ballestrero-, testigos que sostienen en público lo que no
reafirman bajo juramento y la propia morosidad de la justicia
que, a menudo, no da abasto para resolver los expedientes que
se amontonan sobre los estantes.
Todos estos elementos colocaron la investigación en un punto
muerto hasta que la Sala V de la Cámara del Crimen, le fijó
al magistrado un plazo para resolver la situación de los
imputados. Pese a que Mahdjoubian solicitó más tiempo para
continuar con la pesquisa, su pedido fue rechazado por
“improcedente” y, una vez que resultó indagado Grondona, le
dictó la falta de mérito a mediados de octubre pasado.
El presidente de la AFA quedó entonces al borde del
sobreseimiento definitivo en el juicio que dejó más huellas
en su espíritu desde que es dirigente. Por eso no
sorprendería una futura réplica: días después de difundirse
la - para él - alentadora decisión judicial, deslizó que
arremeterá contra la revista Noticias en un plano no
especificado. ¿Será un nuevo juicio del hombre que detesta
las demandas? ¿Qué habrá querido sugerir Grondona cuando
sostuvo en privado que refutaría, una a una, las sociedades
en que lo involucró el medio periodístico?
En ese contexto, ahora se entiende por qué, nunca se percibió
en la causa una cuestión más que interesante. ¿Hasta dónde se
tornó una hipótesis de trabajo la relación comercial que
existiría entre el titular de la AFA y Emir Yoma, ex cuñado
del ex presidente Carlos Menem, a través de una red de
testaferros comunes? Que esta presunción haya sido omitida
tiene una respuesta. Das Neves no amplió su denuncia original
para referirse a este tipo de sociedad, muy común en los años
‘90.
Nuevamente, sería la revista Noticias la que introdujo el
tema de los negocios inmobiliarios llevados a cabo por ambos
personajes. Con un artículo apoyado en un par de datos
relevantes. Gustavo Miculitzki, empresario que ha integrado
las sociedades Baprisud S.A y Conenar S.A, que controlan los
parientes y dirigentes futbolísticos más cercanos a Grondona,
tiene más de una afinidad con Yoma. Ambos han compartido su
relación con el arquitecto Fernández Prieto, el mismo
escribano - Horacio Manso - y hasta las oficinas.
Conenar, cuando se constituyó, fijó domicilio legal en
Paraguay 577, 8° piso, o sea, donde trabaja el líder del clan
Yoma. Sin embargo, Grondona y Emir intentaron negar esta
afinidad, a pesar de que Miculitzki participa en empresas de
Julito Grondona, Genaro Aversa y Eduardo Deluca, entre otros.
La edificación de ocho torres de departamentos en distintas
zonas de Buenos Aires difundida a mediados de 1999, corrobora
sus operaciones inmobiliarias. El moderno edificio Blue Sky,
situado en avenida Libertador 1052, frente a la plaza donde
antes existía el Ital Park, es un símbolo de la opulencia que
rodea a estos personajes.
Pero, más allá de los negocios y sociedades comerciales que
han tenido una tibia repercusión en la prensa, en el ámbito
del fútbol, en el interior de la propia AFA, hay indicios de
prácticas mercantiles un tanto más módicas, aunque también
sospechadas de irregularidades.
Sin chapa, sin gorra y sin control
“Si yo tuviera que estar sentado en la AFA y pensar que me
debo poner una chapa y una gorra, me voy”.
Cierta vez, con esta frase, Julio Grondona resumió porque no
estaba en su espíritu ni en su voluntad denunciar manejos
poco claros que ocurrían a su alrededor. Sólo así se
comprende por qué, durante los últimos años de su mandato, se
dudó en más de una oportunidad de su conducta y la conducta
de algunos dirigentes y personajes que le resultan afines. La
segunda razón que puede explicar el mutismo del dirigente es
su visceral aversión a los juicios, reconocida hasta por el
propio asesor letrado de la AFA, el doctor Agricol de
Bianchetti, quien se desempeñó en ese cargo entre 1959 y
2001.
En julio de 1999, pocos días después que el seleccionado
nacional terminara una floja participación en la Copa América
jugada en Paraguay – finalizó en el octavo puesto -, Grondona
convocó a una conferencia de prensa en el salón de actos de
la AFA. Ahí se reunían hasta hace poco a deliberar, los
dirigentes de las categorías menores del fútbol argentino y,
también en ese sitio, se desarrollaron las asambleas que
ungieron para sucesivos mandatos al empresario ferretero de
Sarandí desde 1979. En ese auditorio están colgadas las
fotografías de todos los presidentes que tuvo la AFA a lo
largo de su historia.
Aquella tarde, Grondona ingresó al salón seguido por Nicolás
Leoz, el titular de la Confederación Sudamericana, Eduardo
Deluca, su amigo y “canciller” de la asociación desde hace
varios años, el gerente de la AFA, Roberto Lorenzo y los
directivos Roberto Digón, de Boca y Rubén Raposo, de Lanús.
Se aguardaban anuncios trascendentes como, por ejemplo, los
nuevos controles que ejercería el Tribunal de Cuentas sobre
los clubes, alguna reflexión sobre un serio incidente
protagonizado por el técnico del seleccionado, Marcelo
Bielsa, con el delantero Gabriel Calderón durante el regreso
de la Copa disputada en Paraguay y las respuestas de Grondona
a duros ataques que había recibido de Mauricio Macri y Luis
Barrionuevo,
los
presidentes
de
Boca
y
Chacarita,
respectivamente.
Pero había otro tema, quizá tan conflictivo como los
mencionados,
que
guardaba
relación
con
el
empresario
futbolístico Gustavo Mascardi. El mismo que había inducido a
no participar en el torneo sudamericano con la selección, a
algunos de sus más importantes representados (Juan Sebastián
Verón, Hernán Crespo y Claudio López, por ejemplo). Cuando se
le requirió a Grondona una opinión sobre las interferencias
del intermediario en el trabajo del equipo nacional que los
medios habían difundido por doquier, el dirigente respondió
con demasiada cautela: “Yo no hablo de Mascardi. Ni pasa por
mi mente que él haya pedido que sus jugadores no intervengan
en la Copa. Por cuestiones de plata nadie se puede meter en
esta casa y para los que perturban tenemos a mano las
disposiciones de la FIFA”.
La mesura del presidente con el empresario tenía una
explicación.
Mascardi,
por
intermedio
de
su
hermano,
Alejandro Enrique, se había asociado a la AFA para montar un
potencial gran negocio a mediados de 1997: los juegos
telemáticos de fútbol a realizarse por medio de una línea
0600. Este proyecto había derivado en un contrato que
firmaron la asociación y Fútbol Game S.A, la compañía ideada
por los Mascardi, con sede en Gurruchaga 830, Capital
Federal, y en la que era director Gustavo Mario Meller.
Incluso, gozaba de los servicios de lobby del ex guerrilero
devenido en empresario, el fallecido Rodolfo Galimberti.
El convenio de ocho carillas firmado en representación de la
AFA
por
Grondona
y
Rubén
Raposo,
el
secretario
administrativo, estipulaba en su artículo 1° que la
asociación cedía a Futbol Game “en forma exclusiva los
derechos de explotación y uso sobre los resultados y/o
alternativas de los partidos de fútbol de los torneos que
organiza AFA (Primera División A, Torneo Clausura y Apertura,
Primera Nacional B y Primera B) y selecciones nacionales en
la medida que los derechos de explotación y uso puedan ser
cedidos y los que organice en el futuro, cualquiera fuera su
denominación, para que con ellos se implementen los juegos de
apuesta que se formalizarán mediante un servicio telemático”.
Esta cesión violaba el artículo 8° de la Ley del PRODE
(24.199) ya que todo juego que contiene pronósticos
deportivos debe ser regulado por la Loteria Nacional, lo que
motivó un pedido de informes al Poder Ejecutivo del diputado
nacional Normando Alvarez García. Por otra parte, Fútbol Game
se había constituido tres días antes de la firma del contrato
que tenía una extensión de tres años y hubiera comenzado a
regir desde el primer partido del torneo Apertura 1997-98. De
la lectura de las cláusulas se desprende que la empresa
podría haber alcanzado una facturación promedio bruta de 35
millones de pesos anuales, que le habría permitido prolongar
el vínculo comercial por tres años más.
Fútbol Game, asimismo, estaba obligada a garantizarle a la
AFA el pago de 3 millones en concepto de “monto anual mínimo
durante toda la vigencia del contrato”.
Raúl
Gámez,
secretario
de
selecciones
nacionales
por
entonces, dio ciertos detalles de cómo se gestó, para luego
quedar trunco, aquel proyecto de las apuestas telefónicas
durante un diálogo mantenido con el autor: “Quedó demostrado
que Grondona está más cerca de Mascardi que de mí. Yo vi el
contrato, lo tuve en mis manos y poseo una copia. La AFA le
había dado el aval a la línea 0600 que después no se hizo
efectiva por el juicio que determinó que Susana Giménez
tampoco la podía implementar en su programa”.
Así como este negociado no se llevó a cabo, hay otros que
denotan cómo se modernizó el edificio de la AFA a precios más
que abusivos. Un antiguo gerente desplazado desde la calle
Viamonte 1366 al predio ubicado en Ezeiza donde se alojan
habitualmente los seleccionados mayores y juveniles, recibió
ese “castigo” porque descubrió una supuesta maniobra para
sobrefacturar refacciones cometida por un integrante del
Comité Ejecutivo. A su denuncia de que el arreglo tenía un
costo de entre 7 y 11 mil pesos contra los 30 mil
presupuestados, la siguió el envío al complejo deportivo. Una
altísima fuente de la AFA desmintió el episodio y negó que el
empleado jerárquico hubiera cambiado su lugar de trabajo por
aquella razón. “No se había actualizado, no podía adaptarse a
las nuevas tareas que le requería el cargo que ocupaba
antes”.
Durante el período en que Daniel Passarella condujo a la
selección nacional (1994-’98), uno de sus colaboradores
recibió la propuesta de un dirigente para realizar gastos en
material de computación por 700 pesos. El auxiliar del
técnico, tiempo después, le comentó al autor que pagó en
lugar de aquella suma y por el mismo servicio, apenas 150
pesos. Estas corruptelas son difíciles de entender en el
marco de un fútbol espectáculo que mueve cientos de millones
de dólares. Sin embargo, en la AFA aún perdura el eco de
ciertas historias donde la rapiña y la falta de decoro se
combinan en proporciones simétricas.
Allá por 1996, cuando el seleccionado nacional participaba en
los Juegos Olímpicos de Atlanta, en Estados Unidos, ocurrió
un robo en el hotel donde se hospedaba la delegación
argentina. Fueron extraídos de un baúl algunos valores y
joyas que les pertenecían a los futbolistas. Hubo varios
damnificados, pero nadie a quien se pudiera responsabilizar
del ilícito. Tres personas tenían las llaves del cofre. Dos
eran empleados de la AFA y el restante un directivo que
integraba la comitiva. Cuando intervinieron la policía del
estado de Georgia y el FBI, sospecharon que el autor estaba
entre ellos. Enseguida quedaron descartados de la maniobra
los hombres que tenían relación de dependencia con la AFA.
Un ex colaborador de Daniel Passarella y un íntimo amigo del
técnico coincidieron en la misma versión. El Kaiser, como lo
llaman al entrenador, lo insultó al supuesto desvalijador.
Pero la historia no concluiría ahí. De regreso en la
Argentina, el propio Passarella y el ex director de una
conocida publicación que hoy reside en Miami, se trenzaron en
una discusión en el predio de Ezeiza. El motivo fue que el
periodista le habría confesado al conductor del equipo
argentino, que le transmitieron la sugerencia de no publicar
una línea sobre aquel delito condenado al olvido.
Hoy, el directivo al que se le atribuye la responsabilidad
por lo sucedido en EEUU, continúa cumpliendo funciones en
cargos importantes dentro de la propia AFA.
Sólo se entiende este tipo de inmunidad por dos razones: el
contexto favorecido por las permisivas autoridades del fútbol
argentino o una cadena de complicidades que, a juzgar por
hechos más recientes que aquellos ocurridos en 1996, pusieron
en jaque a la economía de la propia asociación nacional.
Después que el 10 de mayo de 2001 se firmó un convenio entre
los clubes y Futbolistas Argentinos Agremiados avalado por la
AFA (expediente 1.041.156/01 del Ministerio de Trabajo) que
permitió concluir transitoriamente una huelga que interrumpía
el normal desarrollo de los torneos, algunos advenedizos
volvieron a hacer de las suyas. Ya no eran hombres tan
cercanos a Grondona, pero sí dirigentes que intentaron
fraguar importes o inventar deudas donde no existían para que
la AFA se hiciera cargo de ellas a través de la toma de
créditos.
“Se adulteraron informes, hay directivos que hicieron cosas
que no corresponden. Julio se hinchó las pelotas y se va a ir
cortando cabezas”, confió un asesor del presidente, quien
ejerce tanto la abogacía como tareas de conducción en una
institución futbolística del Gran Buenos Aires. Pero más
lejos fue Gregorio Ledesma, por entonces presidente del club
Belgrano de Córdoba: “Hay que dejar de robar un poco”,
sentenció, parafraseando a su colega Luis Barrionuevo, quien
ya había dicho algo semejante en los albores del gobierno
menemista.
Tal vez se refería a aquellos dirigentes que les falsificaron
las firmas a varios jugadores que pretendían cobrar viejas
deudas. Lo habían hecho para simular como pagados los sueldos
o premios que no se habían abonado. Y algunos recibos de
haberes apócrifos hasta fueron entregados por los futbolistas
damnificados a su sindicato.
La AFA presentó en su anteúltimo balance cerrado el 30 de
junio del año pasado gastos de auditoría y consultoría de
televisión por 1.580.509,63 pesos (se engloba ahí el control
de la documentación entregada por los clubes para resolver
dos huelgas casi sucesivas).
Demasiado dinero para supervisar semejante descontrol de unos
cuantos. Sobre todo, en un contexto como el de los años ’90,
dominado por las quiebras – en algunos casos aún vigentes de Racing, Newell’s, Talleres, Belgrano, Deportivo Español,
Atlanta, Chaco For Ever y Temperley. La mejor demostración de
que el fútbol vive al borde del colapso por la ineficacia de
quienes conducen y el accionar de algunos forajidos.
Al servicio del presidente
El hombre que escogió Julio Grondona para investigar
irregularidades en las economías de los clubes supera al
propio presidente de la AFA en la cantidad de años que lleva
dentro de la institución. Se trata del contador Juan María
Manganiello, un profesional de larga trayectoria en la
política, la conducción de organismos del estado bonaerense
y, por supuesto, en el fútbol. En 1974 y, durante el mandato
del escribano Fernando Mitjans ingresó a la AFA como titular
de su Tribunal de Cuentas, donde todavía continúa. Por
entonces, el secretario general de la asociación era Carlos
Tacchi, un hombre que trascendió por su furibunda prédica
contra la evasión fiscal y que estuvo al frente de la DGI
durante el gobierno de Carlos Menem. Manganiello siempre
recuerda que aquel funcionario redactó el reglamento interno
del Tribunal de Cuentas que él mismo encabeza desde hace 26
años.
Oriundo de Alberti, en la provincia de Buenos Aires, lleva
casi toda su vida viviendo en La Plata. Desarrolló
íntegramente su carrera política dentro del peronismo, al que
arribó desde el partido laborista en 1945. Entre los cargos
que ocupó se destacan el de contador del Ministerio de
Educación Bonaerense, contador general del estado provincial
y presidente de los bancos Provincia de Buenos Aires y
Municipal de La Plata.
Además, el contador ha ejercido el periodismo, a tal punto
que está al frente del Círculo de Periodistas Bonaerenses.
Hace tiempo que alcanzó la edad para jubilarse pero, sin
embargo, se mantiene matriculado y ejerce su profesión con el
espíritu inquieto de un joven. De perfil bajísimo, han sido
escasas las oportunidades en que concedió reportajes a la
prensa y, sobre todo, en lo que se refiere a cuestiones
vinculadas al fútbol.
Las dos etapas más difíciles en la vida de Manganiello tienen
relación directa con su paso por la función pública. La
primera comenzó el 22 de abril de 1976, cuando quedó detenido
por una orden del Primer Cuerpo de Ejército que estaba bajo
el mando del ex general Carlos Guillermo Suárez Mason, uno de
los mayores criminales de la dictadura que derrocó a Isabel
Martínez de Perón. Como ahora, el presidente del Tribunal de
Cuentas vivía en la ciudad de La Plata y militaba en el
justicialismo. Un comando uniformado lo fue a buscar a su
casa, pero él se encontraba en la Capital Federal. Horas
después se entregó creyendo que sería liberado en un puñado
de días, pero permaneció en prisión por espacio de seis
meses. Lo condujeron a la Unidad N° 9 de La Plata.
Blanqueado casi de inmediato, quedó a disposición del Poder
Ejecutivo al segundo día de su detención. El destino hizo que
compartiera el mismo pabellón con Juan De Stéfano, el ex
presidente de Racing, quien era secretario general de la
gobernación administrada por Victorio Calabró. Durante el
período de encarcelamiento tuvo que mantener una licencia
forzosa en la AFA y cuando salió de prisión, le presentó dos
notas al doctor Alfredo Cantilo, el presidente en aquella
época. En una había escrito la renuncia y en la otra sostenía
que regresaba a su puesto. Le aceptaron esta última, acaso
porque Oscar Venturino, un ex presidente del club Gimnasia y
Esgrima de La Plata – del cual es simpatizante – influyó para
que se contemplara su situación.
Pero Manganiello está persuadido de que no fue aquella, la
oscura etapa de su apresamiento, la que más lo mortificó. Las
consecuencias de un escándalo que lo tuvo como protagonista
en 1999, mientras ocupaba nuevamente un cargo público,
“fueron peores que la detención durante la última dictadura”,
suele recordar. El 8 de junio de ese año, tras haber
presidido el Banco Municipal de La Plata desde 1991,
renunció. No obstante, tiempo después volvió a la misma
entidad como fiscalizador, una función que inventó por
decreto el intendente justicialista Julio Alak.
Ahí comenzaron los peores problemas para el veterano
contador. Una “campaña muy despiadada”, como él la denominó y
que empezó con el informe final realizado por la Comisión
Especial Investigadora del Banco Municipal. Informe que, en
uno de sus párrafos, sostenía allá por septiembre de 1999:
“Tener hoy en el Banco Municipal de La Plata al contador Juan
María Manganiello como fiscalizador de la entidad, significa
lisa y llanamente una afrenta a la sociedad platense, además
de constituir un insensato intento de institucionalizar la
corrupción en el corazón del organismo destinado a proteger
los intereses financieros de la Comuna...” Firmaban este
texto los ediles de la Alianza, Francisco Da Giau, Alejandro
Simonoff, Claudio Frangul y Alberto Darhanpé, quienes lo
elevaron al fiscal general Héctor Vogliolo.
Las críticas al presidente y luego fiscalizador del Banco
también
provenían
desde
su
propio
partido.
Un
ex
vicepresidente de la entidad crediticia, Luis Martínez
Varela, con quien mantenía diferencias, lo acusó ante el
Concejo Deliberante platense de haber “traicionado la causa
justicialista por el resto de sus días”. Las irregularidades
por las que fue denunciado Manganiello motivaron la apertura
de dos causas judiciales que quedaron radicadas en el Juzgado
de Garantías del doctor César Melazzo. Entre otras cosas, el
magistrado lo investigó por préstamos concedidos a una ignota
empresa denominada Construar SA destinados a la fabricación
de viviendas, por un convenio con la filial La Plata de la
Unión Empleados de Justicia de la Nación para el otorgamiento
de créditos a sus afiliados, por la distribución de fondos
para
microempresas
sin
la
autorización
del
Concejo
Deliberante y por un contrato con la compañía de seguros ITT
Hartford.
La situación del contador se tornó tan comprometida que
presentó un escrito ante el juez de Garantías de turno,
Guillermo Atencio, solicitando la eximición de prisión,
debido a lo que calificaba como “falta de garantías
suficientes” en la investigación. Su pedido no hizo falta y
Manganiello hasta se dio el gusto de que le organizaran una
cena de desagravio a la que concurrieron unas 300 personas en
el restorán El Jardín de La Plata. Al día siguiente, el
diario local El Día publicó una fotografía en la que el
presidente del Tribunal de Cuentas de la AFA se mostraba
abrazado y sonriendo con Julio Grondona, quien había viajado
desde la Capital Federal para respaldarlo en tan delicado
momento. La actitud del máximo dirigente del fútbol argentino
era coherente con el trato que le dispensaba a ese hombre, al
que conocía desde 1976, y a quien había definido durante una
conferencia de prensa concedida dos meses antes como “una
verdadera joya, digno de ser amigo de uno”.
Por esta razón, nunca resultó extraño que Manganiello
continuara como presidente del Tribunal de Cuentas de la AFA,
incluso, con sus atribuciones reforzadas después que la
asociación
iniciara
una
declamada
reestructuración
y
modificara el artículo 6° de su estatuto, tendiente a poner
en caja a los clubes con sus economías en rojo. El
experimentado contable ya no tendría que dedicarse únicamente
a verificar los balances anuales de la AFA, sino que, además
de auditar esas cuentas, debería encargarse de controlar los
desaguisados cometidos en las instituciones que participan en
las categorías profesionales del fútbol argentino.
Cuando se enteró de la responsabilidad que le habían
conferido, Manganiello expresó: “Quiero que quede clara una
cosa. No se puede hacer todo de la noche a la mañana. Piense
en lo siguiente: todos los clubes tienen que ir adaptando su
cierre de ejercicio al de la AFA, al 30 de junio. Pero antes
deben modificar sus estatutos por asamblea”.
El contador que le cuida las espaldas a Grondona hace casi un
cuarto de siglo sigue firmando dictámenes cada vez más
preocupantes al cierre de los balances. En septiembre de este
año, en la memoria correspondiente al ejercicio concluido al
30 de junio de 2002, escribió: “La incertidumbre sobre la
real posibilidad de cobrar los créditos que la institución
mantiene contra sus clubes asociados, tal como lo venimos
informando en períodos anteriores, podría ocasionar una
situación financiera comprometida. Sobre el particular hemos
reiterado nuestra preocupación al Sr. Presidente por nota de
fecha 04/07/02”.
Pese a estas tribulaciones, Manganiello se mantiene fiel a su
presidente. Por esa razón, suele evocar que “me quise ir
repetidas veces, pero Grondona me dice: nos vamos juntos. Y
es difícil que él se vaya, porque se queda siempre...”
Remedios inútiles
El 21 de octubre de 1999, una asamblea ordinaria de la AFA
eligió por unanimidad a Julio Grondona para que condujera la
institución por un nuevo período de cuatro años. Durante una
entrevista que le concedió al diario La Voz del Interior de
Córdoba unos días antes, el dirigente adelantó que el
leitmotiv de su mandato – todavía vigente - sería la
economía. “Los clubes tendrán que gastar lo que puedan, no lo
que quieran...”, afirmó.
Sin embargo, dos años después, las instituciones continuaban
incrementando sus deudas con la AFA por préstamos que ésta
les había otorgado sin medir las consecuencias de su posible
recuperación. El dictamen redactado por el Tribunal de
Cuentas el 20 de septiembre de 2001 sostenía que la previsión
por incobrables de esos créditos ascendía a 64.511.569,61
pesos. Hoy la suma es de 102.247.714,68 pesos. Casi se
duplicó. Además, los desembolsos que la asociación les hacía
a sus clubes – el caso de Racing a partir de su quiebra es el
más notorio – las compensaba con dinero obtenido en el
exterior, como sucedió durante el último año con la
Confederación Sudamericana de Fútbol, a la que acudió gracias
a los buenos oficios de Eduardo Deluca. Después que prosperó
esta gestión y otras emprendidas ante distintos bancos, se
agudizó la crisis económica argentina y la AFA no pudo
devolver en tiempo y forma los fondos recibidos, lo que
motivó cierta tirantez entre Grondona y el secretario general
de la CSF, su inseparable compañero de tantos años en el
fútbol.
Un prolongado paro de actividades del sindicato que reúne a
los jugadores terminó por complicar la salud financiera de la
AFA a mediados del 2001. Cuando el 10 de mayo se firmó el
convenio con Agremiados homologado por la cartera de Trabajo
que
conducía
Patricia
Bullrich,
la
asociación
aceptó
transferir una considerable cantidad de dinero a decenas de
cajas de ahorro que habían abierto los futbolistas de Primera
División, “B” Nacional y Primera B en el Banco Credicoop,
administrador del fideicomiso utilizado para canalizar los
pagos adeudados hasta el 30 de abril. El monto global que la
AFA abonó, asciende a alrededor de 43.000.000 de pesos.
En diciembre del año pasado, Grondona se arrepintió de los
plazos que había negociado para saldar aquel compromiso, pero
no del acuerdo. Lo justificó en el hecho de que si se
prolongaba el paro de Agremiados habría afectado al Mundial
Sub 20 que se disputaría días después en la Argentina. Pero
también, el dirigente no estaba dispuesto a tolerar un
papelón durante el Congreso de la FIFA que tendría como sede
a Buenos Aires, en vísperas de aquel campeonato juvenil. “No
hubiese sido muy lindo sufrir una huelga en el medio de todo
eso”, afirmó.
La conducción del fútbol nacional ponía parches allí donde se
notaba un agujero y se alejaba cada vez más de sus años
dorados, aquellos en los que se acuñó una expresión que quedó
incorporada al ideario popular: “AFA rica, clubes pobres”.
Cierta vez, Grondona intentó una explicación sobre el origen
de
ese
slogan:
“Fundamentalmente,
eso
viene
de
las
selecciones nacionales y los Mundiales, pero también de otro
detalle que resultó importante. Algo que fue lamentable para
el país y beneficioso para la AFA: la inflación. Uno recogía
una cantidad de dinero todas las semanas, iba al banco y en
siete días pagaba los sueldos. Tanta fue la abundancia, la de
aquella AFA rica y clubes pobres. Aunque era rica porque
estaba haciendo dinero para dárselo a los clubes”.
El dirigente ya no se vanagloria de ésta y otras cuestiones.
Como, por ejemplo, cuando sostenía que “el fútbol sigue
adelante y es el único sector del país que aumentó la
cantidad de trabajo”. Advertido de que el escenario económico
se le presentaba desfavorable, el presidente de la AFA llegó
a decir a mediados de diciembre pasado que, como estaban las
cosas, no podía empezar ningún campeonato durante este año.
Jaqueado por las justas demandas de los jugadores, los altos
costos de seguridad que tienen los partidos oficiales, la
aplicación del IVA a la venta de entradas, las irresponsables
y sospechadas administraciones de varios clubes a los que se
vio obligado a auxiliar y, encima, las derivaciones de la
prolongada causa que se le siguió por administración
fraudulenta, Grondona vive en permanente zozobra desde hace
tiempo.
En ese contexto, intentó tomar algunos atajos que lo
condujeran a una mejor adaptación a la crisis. Y, pese a lo
que se supone, que es un hombre reacio a modificar el actual
status jurídico de los clubes para convertirlos en sociedades
anónimas o delegar el manejo del fútbol en capitales
privados, el dirigente siempre observó con buenos ojos a las
alternativas de este tipo. Sí demoró su respaldo o pretendió
disimularlo, obedeció a que el fútbol a menudo resultó
refractario a las experiencias donde se percibía el afán de
lucro empresario. Esto es tan antiguo como que los clubes
vieron la luz bajo la figura de asociaciones civiles sin
fines de lucro.
En julio de 1993, la AFA ya se planteaba un camino hacia la
transformación de las instituciones en cotos privados. Así
como a fines de los ’90, Racing y Quilmes se convirtieron en
ejemplos de los cambios en esa dirección, por entonces eran
Deportivo Español, Argentinos Juniors, Huracán y Mandiyú de
Corrientes los clubes que se proponían esa salida. Julio
Grondona no ponía reparos a lo que trazaban en encuentros no
tan reservados, Francisco Ríos Seoane – presidente del
Español – y quien, por entonces, era nada más que un hombre
de negocios lanzado a la búsqueda de oportunidades: Mauricio
Macri. El polémico dirigente gallego describía así una
operación que contaba con la venia de la AFA: “Lo que nos
propusieron es claro: comprarnos el fútbol profesional. Pero
para que esto se haga, el grupo Macri puso una condición
fundamental: ir sí o sí a jugar a Mar del Plata. Además, esta
transacción incluiría el cambio de nombre. Deportivo Español
pasaría a llamarse Mar del Plata Fútbol Club”.
Aquel intento fracasó porque se negaron los asociados a la
entidad
que
conducía
Ríos
Seoane.
Pero
a
otros
emprendimientos similares plasmados sin la creación de un
marco jurídico adecuado, les había ido peor. La ola
privatizadora de la administración menemista arrastró a
Grondona hacia una playa de arenas movedizas donde no quedó
bien parado.
A comienzos de 1998, el dirigente instruyó a uno de sus
asesores letrados para que participara en el ámbito del
Ministerio de Justicia, que conducía el riojano Raúl Granillo
Ocampo, en la discusión de un proyecto sobre Sociedades
Anónimas Deportivas (SAD). Sólo la oposición muy firme de
algunos clubes como Vélez, Lanús y Argentinos Juniors – con
otros dirigentes que ya no eran los del ’93 – disuadió a
Grondona de lo espinoso que resultaría seguir adelante con su
idea.
Su comportamiento siguió por un trayecto sinuoso en el que no
faltó un pronunciamiento contundente contra la privatización
del fútbol elaborado por el Comité Ejecutivo de la AFA el 25
de agosto de 1998. “Los clubes consideran que los proyectos
privatizadores proponen modelos que responden a otras
realidades e identidades que desconocen la historia, las
actividades y funciones que los clubes de nuestro país vienen
brindando a la sociedad desde principio de siglo”, rezaba el
boletín oficial n° 2910 que, en otro párrafo, aportaba la
cantidad de quiebras sufridas por empresas en 1997 (2.447)
como un indicio de que la conversión de las entidades
futbolísticas en sociedades anónimas no implicaba la garantía
de una mejora. Este mensaje contenía mera retórica.
El directivo, sagaz, se había convencido de que aquella no
era la oportunidad para continuar adelante. Pero, al año
siguiente, insistió con una propuesta más afilada que le
había encargado a la consultora española Inmark S.A.
La iniciativa tampoco prosperó.
Sin embargo, en el predio que la AFA posee en Ezeiza, el 20
de julio de 1999 se aprobó un plan de salvataje que consistía
en obtener un crédito por 100 millones de pesos para
transferir a los clubes en problemas. Ese día, Mauricio
Macri, el principal cruzado privatista, había ido a otra
cosa. Pero salió derrotado en el debate por sus colegas de
otras instituciones.
No obstante, el traspié del titular boquense no sería
definitivo. Una mixtura de las diferentes posturas quedó
reflejada en el denominado “Plan de recuperación mediante
inversiones privadas en el fútbol profesional” que redactó
uno de los hombres de confianza de Grondona, el abogado Mario
Schmoisman, quien comenzó a trabajar en el texto por octubre
del ’99. Ese plan, más conocido bajo la figura de
gerenciamiento, se aprobó el 7 de marzo de 2000 con el voto
de 16 de los 27 integrantes del Comité Ejecutivo.
En la práctica, si el autor del trabajo aspiraba a que fuera
utilizado por “las instituciones que están en situaciones más
graves, como Racing”, esto se cumplió a medias. La iniciativa
sostiene en uno de sus puntos que la persona jurídica
decidida a invertir “sólo podrá mantener una única relación
contractual de estas características con un club que
participe en los torneos organizados por la AFA, de la misma
división profesional”. De hecho, la ahora quebrada ISL, una
multinacional de capitales suizos y el grupo Exxel,
merodearon la idea de controlar a más de una entidad a través
del manejo de sus contratos de televisión, publicidad y
merchandising y, de haber llegado a un acuerdo, el fútbol
también. Algo que difícilmente hubiera entorpecido el
proyecto de la AFA, que se divide en un plan de saneamiento,
otro de salvataje (aunque parezcan lo mismo, no lo son) y la
creación de un registro de derechos económicos de los
futbolistas.
Cuando se difundió este texto, la Confederación Argentina de
Deportes hizo una de las críticas más detalladas y serias, a
lo largo de un comunicado de 20 puntos. El octavo merece
transcribirse por la inquietud que establece: “Por qué no se
analizaron las graves consecuencias que ocasionará esta
privatización empresaria de los clubes, que sin duda alguna
abrirá las puertas a muchos capitales espurios, de orígenes
dudosos, listos a ser blanqueados en el deporte, que abrirá
una brecha enorme y aún mayor que la actual entre los clubes
denominados grandes y los chicos, que en efecto dominó
arrastrará al resto de los deportes en no menos de 10 años”.
Las “Veinte razones para las veinte preguntas sobre el
gerenciamiento en el fútbol”, llevan las firmas de Fernando
Aren y el arquitecto Antonio Pérez, presidente y secretario
respectivamente, de la CAD.
Por esos días, el doctor Schmoisman, durante una larga
entrevista en su estudio jurídico de la calle Lavalle, le
confesó al autor: “Si usted me dice si esto es lo mejor, yo
cito una frase que quizá no sea muy entendible. Creo que es
lo menos malo”.
Socios, se buscan
Rogelio
Riganti
distribuyó
productos
de
la
empresa
metalúrgica ACINDAR durante 18 años. Oriundo de Villa
Constitución, Santa Fe, conoció a Julio Grondona en 1979, el
mismo año en que éste último asumió la presidencia de la AFA.
En esa época, el dirigente viajaba a aquella provincia para
adquirir materiales que luego vendía en su ferretería y
corralón de Sarandí. Con el tiempo, ambos irían forjando una
relación que pasó de la negociación por el precio de alambres
tejidos y caños de acero a operaciones más rentables ligadas
al fútbol. “Acostumbrado a vender hierros, de golpe me
encontré con un mundo totalmente distinto. Yo no entendía
nada. Me fue difícil explicárselo a mi familia”(9), recuerda
el ahora empresario.
¿Cómo se había generado semejante evolución comercial?
Riganti conocía a una persona que trabajaba con diferentes
productos futbolísticos desde hacía tiempo. Se trata de
Miguel Milgevic, nacido en Villa Constitución como él y quien
a comienzos de la década del ’90 controlaba el incipiente
merchandising de Boca desde una oficina ubicada en la calle
Venezuela, en el barrio porteño de San Cristóbal. El ex
distribuidor de ACINDAR un día recibió su llamado y la
propuesta para que ambos obtuvieran la licencia de los
artículos del seleccionado nacional que pudieran venderse.
Era obvio que Milgevic buscaba vincularse con la AFA a través
de
Riganti.
Y,
en
1994,
consiguieron
mediante
una
contratación directa quedarse con la comercialización de
productos de la AFA a cambio de 350.000 dólares anuales.
Futdial S.A fue el nombre que le pusieron a aquella empresa.
Si Grondona tenía dudas sobre el negocio del merchandising
que le habían ofrecido, se le disiparon del todo cuando
terció un ingeniero español que también conocía a Riganti de
Villa Constitución. Se trataba de Romeo Cotorruelo Menta,
hombre de la consultora española Inmark, la compañía que, de
la nada, propondría una modificación sustancial a las
estructuras del fútbol argentino. Este personaje desconocido
en el medio local se convertiría en un lobbista de éxito al
que Riganti le sacaría provecho. Gracias a sus buenos
oficios, el ex distribuidor de aceros conseguiría asociarse
con ISL, la multinacional que dominó hasta mediados de 2001
el negocio del fútbol en sociedad con la FIFA.
La revista Noticias, en una nota firmada por su periodista
Juan Alonso, el 19 de septiembre de 1998, sostenía respecto a
Grondona y su próspero amigo de Villa Constitución: “Son
socios de la marca AFA. Riganti es el presidente de ISL
Argentina, la empresa encargada de sponsorear a todas las
selecciones nacionales hasta el 2008. Un negocio millonario
en el que además del empresario de Villa Constitución, que
participa con un 25 %, intervienen el grupo ISL Internacional
(empresarios suizos y españoles ligados a la FIFA) con un 50
% y el grupo Clarín, con un 25 %. ISL le aseguró a la AFA un
ingreso
mínimo
de
30.000.000
de
dólares
por
la
comercialización del merchandising. Pero ellos piensan
facturar el triple...”
El caso de Riganti es paradigmático. Cuando el conglomerado
de ISL fundado por Horst Dassler, hijo de Adolph, el fundador
de Adidas, hizo eclosión debido a su expansión desmesurada
para controlar los derechos televisivos que generan varios
deportes en el mundo, la filial argentina de la compañía
sobrevivió a la debacle. Hacía tiempo que ya era encabezada
por los ex rugbiers Hugo Porta y Gabriel Travaglini, aunque
el primero debió alejarse rápidamente de su cargo debido a
una denuncia que recibió por la supuesta violación a la Ley
de Etica Pública (25.188) por parte del diputado nacional
santafesino, Carlos Iparraguirre.
A Porta se le cuestionaba que no había transcurrido un año
desde su retiro de la función pública. El 10 de diciembre de
1999 abandonaba la Secretaría de Deporte del gobierno
encabezado por Carlos Menem pero, casi tres meses después,
quedaba al frente del área latinoamericana de ISL que, por
entonces, se expandía a ritmo vertiginoso en el continente y,
sobre todo, en Brasil.
Sin embargo, esa etapa de crecimiento se tornó ficticia a
partir de los malos negocios que realizaron los suizos y,
cuando en abril de 2001 el tribunal cantonal de Zug, donde
tenía su sede la empresa, le decretó la quiebra, esa
situación repercutió inmediatamente en la FIFA. Por un
instante, quedó flotando la sensación de que peligraba el
Mundial que se jugó este año en Corea y Japón. En nuestro
país, en cambio, Travaglini no imaginaba el rápido desenlace
del quebranto apenas unos meses antes. En enero describía la
estrategia para captar negocios en la revista oficial de la
AFA: “En Argentina, los planes de la compañía para
desarrollarse dentro del fútbol, además de AFA, son los de
incorporar a su portafolio la representación de dos clubes de
primera división de fútbol, solamente, para ser incorporados
a los ya representados (Flamengo y Gremio de Brasil) con lo
que quedaría cerrado el rubro de fútbol. Una vez consolidado
éste, el objetivo de la empresa es participar en otros
deportes, como lo hace en el plano internacional, en el
basquet o el atletismo, etc”.
El empresario Riganti, mientras tanto, no pareció verse
afectado por las consecuencias que tuvo la caída de ISL. Como
en el caso de otros fieles amigos de Julio Grondona, la parte
que le correspondía en el negocio del fútbol quedó a
resguardo. Los últimos balances de la AFA, en el rubro “Otros
pasivos corrientes” prueban como Futdial S.A, su primera
empresa, continúa percibiendo año tras año sumas en concepto
de “contrato de publicidad”. Al fin de cuentas, el hombre que
cambió la industria metalúrgica por el juego más masivo del
mundo, cuida con bastante rigor los dividendos que arroja esa
máquina de hacer dinero que ha sido el seleccionado en los
años recientes. Por lo menos se conocen dos juicios que les
inició al Banco Río y a Marcelo Tinelli que usaron
indebidamente la camiseta celeste y blanca del equipo
nacional en eventos publicitarios.
La quiebra de ISL, como quedó visto, no arrastró a Riganti,
quien había presidido su filial local apenas se constituyó en
la Argentina. Pero además, dejó un espacio abierto para el
ingreso de otros grupos empresarios. Así fue como el
economista y ex funcionario del primer gobierno menemista,
Martín Redrado, un hábil rastreador de oportunidades,
consiguió
ocupar
en
parte
el
lugar
dejado
por
la
multinacional suiza. Primero pasó a manejar la página que
posee la AFA en Internet, después produjo acuerdos ventajosos
con sponsors – el último fue con la cadena de hipermercados
Carrefour, a cambio de 2.000.000 de pesos – y ahora continúa
estudiando la viabilidad de otras operaciones, mientras se
desempeña en la cancillería como funcionario del gobierno de
Eduardo Duhalde.
Redrado ya tenía cierta experiencia comercial en el fútbol:
Punto Gol, un portal de su propiedad dedicado a este deporte,
funciona en el mercado desde hace tiempo.
La irrupción del economista potenció los negocios del ex
distribuidor de Acindar y proveedor de ferreterías como la de
Grondona. Cuando Rogelio Riganti le llevó al titular de la
AFA la propuesta de administrar el merchandising generado por
el seleccionado, acaso no imaginaba que esa sería la fuente
de su holgado bienestar. Un progreso que, en alguna medida,
es tributario del crecimiento patrimonial conseguido por el
hombre que maneja al fútbol argentino hace 23 años.
Amigos de la FIFA, enemigos de la AFA
El presidente de la AFA ocupa cinco cargos en la FIFA. A
saber, es vicepresidente del Comité Ejecutivo, titular de su
estratégica Comisión de Finanzas, vicepresidente del Consejo
asesor de Marketing y TV y del Comité Organizador de la Copa
2006 y, además, miembro del Comité de emergencia. En esas
funciones ha encontrado refugio y sosiego cada vez que el
fútbol
nacional
le
deparó
disgustos.
Incluso,
ante
situaciones límite, hay quienes imaginaron para él un retiro
decoroso, alejado de los sinsabores locales y rodeado de los
oropeles que otorga una entidad como la que preside el suizo
Blatter, ni más ni menos que su principal socio político en
la actualidad.
Pero Grondona es consciente de una cosa. La alta investidura
que ocupa en la FIFA, en ocasiones, conlleva obligaciones
difíciles de digerir. Que, además, lo sitúan como blanco
propicio al menor paso en falso. En ese sentido, los dos
últimos años fueron complicados para el fogueado dirigente de
Sarandí. En el 2000, perdió la votación que ungió a Alemania
como sede del Mundial en el 2006. Durante la cumbre en que
ese país europeo se adjudicó la victoria en desmedro de
Sudáfrica, las sospechas de que hubo una abstención comprada
– la del representante de Nueva Zelanda, Charles Dempsey –
enturbiaron la decisión.
Grondona, quien se había inclinado por el país perdedor junto
a las restantes naciones americanas y africanas, más el
propio Blatter en su carácter de presidente de la FIFA, bien
sabe cómo se dirimen este tipo de cuestiones. Cuando acudió a
la reunión en la que se determinó adjudicarle la organización
del Mundial 2002 a Corea y Japón, el presidente de la AFA, en
un aparte ante dos testigos – uno de ellos, representante del
cuerpo diplomático argentino – afirmó: “Un voto acá vale
cinco millones de dólares”.
Los periodistas alemanes Thomas Kistner y Jens Weinreich,
autores de un libro que denunció algunos de los enjuagues que
se realizan en la FIFA, le explicaron a Pablo Vignone,
enviado del diario Página 12 a Copenhague a una conferencia
donde se discutieron esos temas en noviembre del 2000 que,
Grondona, “como todo dirigente de la FIFA, responde a la
familia, no a los principios democráticos. Y en las familias,
sea la de la FIFA, la del COI, o la de cualquier otra
organización deportiva de este estilo, imperan otros códigos,
sin democracia ni transparencia. Y Grondona responde a este
concepto. Fíjese el anillo que lleva”.
Hacían referencia a esa joya que lleva en su mano derecha con
la inscripción “Todo pasa”, su frase de cabecera.
El otro grave problema con que debió lidiar el dirigente,
sucedió durante el año pasado. Y tuvo su origen en la quiebra
de la multinacional ISL. Grondona, como presidente de la
Comisión de Finanzas, vivió días agitados ante la caída del
socio comercial de la FIFA. Incluso, participó como miembro
del Comité de Urgencia de la federación en una reunión
crucial sobre el desenlace de la crisis. Si a esta situación
se agregan los tres paros de futbolistas que debió afrontar
en la Argentina y las repercusiones de la conflictiva
decisión que adoptó la AFA de no concurrir a la Copa América
realizada en Colombia, 2001 quizá se convirtió en el año más
extenuante y problemático de su largo mandato.
La posición de Grondona como máxima autoridad del fútbol
nacional se complicó notablemente con el hundimiento de la
Argentina durante 2002, empujada a una devaluación que sumió
a casi la mitad de su población en la pobreza. La situación
económica y financiera de la AFA, próspera durante años de
acuerdo a lo que indican sus balances, se ensombreció de
repente. A ello se sumó en el plano internacional una serie
de graves denuncias presentadas ante la justicia suiza contra
Joseph Blatter, su principal socio político en la FIFA, que
amenazó con arrastrarlo a él también. Sin embargo, la
reelección de aquel por un nuevo período de cuatro años al
frente de la federación internacional, le devolvió el alma al
cuerpo. Fue la última victoria de Grondona y, quizá,
contribuyó a ella más que nadie entre sus pares.
“El fútbol soluciona todo”, dijo en Japón poco antes de
iniciarse el Mundial que ganó Brasil. Pero además, comentó
sobre la ofensiva que había soportado su amigo Blatter que,
si eso mismo le hubiera ocurrido a él en la AFA, “no quedaba
nadie parado”.
De todos modos, ya era tarde para ocultar la basura de la
FIFA debajo de la alfombra.
Habían
sido
algunos
hombres
de
peso
en
la
propia
multinacional del fútbol quienes pusieron en tela de juicio
la honorabilidad de la cúpula que integra el poderoso
dirigente argentino. Y, hasta el propio Blatter, en un
descargo de 32 páginas que difundió el 3 de mayo, había
admitido ciertos deslices monetarios. Uno de ellos fue el
pago de 25.000 dólares para tranquilizar a un árbitro
africano que amenazó con revelar casos de fraude y corrupción
en torneos de su continente organizados por la FIFA.
Hoy, quienes acompañaron a Grondona durante décadas en su
gestión y fueron sus fieles colaboradores, comentan por lo
bajo que está más irascible y que no acepta de buena gana las
sugerencias. Hasta hubo quien le vaticinó que no terminaría
su actual mandato en la AFA.
El dirigente que mantiene una fundación de asistencia social
en su barrio de toda la vida y al mismo tiempo impide que los
maestros se expresen en las canchas reivindicando lo que
significó la Carpa Blanca; el hombre que condujo la etapa más
significativa en títulos del fútbol argentino en toda su
historia, pero que no oculta su mal humor por la denuncia de
administración fraudulenta que pende sobre su cabeza; ése, el
personaje que administró un poder en expansión durante más
tiempo que ninguno de sus pares, perdió la confianza de gente
con la que solía entenderse muy bien en otros tiempos.
Desde su hermano menor, Héctor, quien llegó a amenazarlo con
vehemencia para zanjar sus diferencias, hasta su asesor
letrado durante muchos años, el doctor Agricol de Bianchetti,
quien no temió enfrentarlo en su propio despacho. O Raúl
Gámez, el flamante presidente de Vélez que, indignado, no se
cansa de repetir: “Los clubes son los dueños de la AFA y no
es Grondona”. Y también, Eduardo Deluca, de quien se
distanció hace ya un tiempo por discrepancias en la
administración del fútbol local y el enfoque sobre la no
concurrencia a la última Copa América desarrollada en
Colombia.
Otros hombres que apenas se cruzan con él una vez por semana
en las reuniones del Comité Ejecutivo de la AFA, no se animan
a contradecirlo en público. Se escudan en el anonimato – como
el actual presidente de un club de Primera División - para
afirmar que, si dicen lo que piensan, “al otro día me cobran
14 penales en contra por partido”. Ese es el poder coercitivo
que le atribuyen. Poder que hasta ahora ha sobrellevado el
desgaste del tiempo, las denuncias de corrupción que lo
manchan y las apetencias de unos cuantos que ambicionaron su
cargo. En la actualidad, ni siquiera se avizora el nombre de
un dirigente que se atreva a sucederlo. José Luis Meiszner,
el secretario general de la AFA y uno de los dirigentes más
afines al presidente, niega con contundencia esa posibilidad:
“No trabajo con ese objetivo. Yo no estoy haciendo carrera”,
sostiene.
Julio Grondona, sin embargo, tiene su talón de Aquiles. Suele
detestar el papel que desempeñan los periodistas y no lo
disimula. “No sirven para nada”, le confesó una vez al autor,
durante un diálogo distendido en la pequeña oficina de su
ferretería.
El presidente de la AFA debería saber aquello que sostenía
George Orwell, el polémico escritor inglés: “Si la libertad
significa algo, es el derecho de decir a los demás lo que no
quieren oír”.
Capítulo 3
Atendido por sus dueños
"Uno de los negocios del futuro es la política"
Carlos Avila.
Alguna vez dijo que se propuso soñar una vida. Acaso una vida
que sólo podía imaginarse en la acogedora penumbra del cine o
en una noche de insomnio, mirando hacia algún punto fijo de
la habitación. Nadie está en condiciones de determinar la
dimensión de las fantasías del otro, pero, ¿qué duda cabe de
que Carlos Vicente Avila hoy puede sentirse muy próximo a las
ilusiones que acuñó en su adolescencia? Siempre se procuró el
tiempo necesario para pensar y proyectar, paso a paso, una
existencia decorosa primero, una más desahogada después y,
con el tiempo y por obra de un hallazgo trascendental,
consiguió elevar sus sueños hasta la cima, en un mundo donde
la fortuna lo esperaba con los brazos abiertos.
Su patrimonio se encuentra entre los más importantes del
país, aunque un tanto más complicado resulta determinar su
origen.
Nacido bajo el signo de cáncer – el 19 de julio de 1942 -,
desde su Paraguay natal emigró de pequeño para instalarse en
el barrio de Villa Devoto junto a su madre, Ursula Ramírez.
Pese a que su padre, Aurelio Avila, no lo reconoció y a lo
trabajosa que fue la adaptación a Buenos Aires de un joven
como él, de origen humilde, hijo único y extranjero, se
persuadió de una cosa: era posible un futuro mejor.
Cuando aún no había finalizado sus estudios secundarios en el
colegio Mariano Moreno de Flores, se conchabó como cadete en
una agencia de publicidad que quedaba en la calle Lavalle
2434. Esa primera experiencia laboral resultaría clave para
su desarrollo posterior. Avila se iría abriendo camino en el
mercado con el afán de superación de quien se hizo de abajo.
Y no titubeó en insuflarle aire a sus ilusiones de individuo
emprendedor, incluso a riesgo de equivocarse.
Estudió la carrera de Administración de Empresas en la
Universidad de Belgrano – un episodio que marca el cambio
cualitativo que ya había operado en su vida -, pero la
abandonó para ingresar en la Escuela Panamericana de
Publicidad, de la que egresó como técnico en la especialidad.
Hizo del marketing su medio de vida y comenzó a asimilar
todos sus secretos a medida que pasaba por diferentes
compañías de publicidad. Sólo le restaba iniciar un desafío
comercial propio, al que denominó Poster S.A, la agencia en
la que atendió las cuentas de empresas importantes como
Molinos Río de la Plata, Renault y Nestlé. Para entonces,
Avila ya no era el joven que se desvelaba porque veía
sometida a su madre a una dura fajina
– cuando ambos
llegaron desde el Paraguay trabajaba como ama de llaves – y,
en cambio, podía mantenerla sin contratiempos gracias a su
continuo ascenso en la actividad.
"Un día me di cuenta de que ya no había películas para ver
porque las había visto todas. Entonces jugaba al golf todos
los días e iba al cine. Ahí comencé a pensar qué hacer. Por
eso de que jugaba al golf, me invitaron a hacer un programa
sobre ese deporte que comenzó en setiembre de 1982. Lo
hacíamos en Canal 2 y para diciembre había decidido retirarme
porque me traía más problemas que beneficios. Sin embargo, me
pidieron que continuara hasta marzo. En 1983, inicié un
programa que se llamaba "Torneos y Competencias", pero luego
de que me llamó Pancho Ibañez para producir "El deporte y el
hombre", "Torneos y Competencias" pasó a ser el nombre de mi
empresa". (1)
Ezequiel Fernández Moores, uno de los periodistas deportivos
más respetados del país, efectúa un análisis que pone en duda
la autenticidad del relato que difunde Avila sobre su propio
ascenso económico.
“Me resulta difícil creer esa historia de Aristóteles
Onassis. De lustrabotas a millonario. Confieso que es
trabajoso aceptar la historia personal de Avila, que de hijo
de una mucama paraguaya pasó a convertirse en el personaje
que conocemos hoy. El mismo cuenta que, antes de su ingreso
al fútbol, no sabía qué hacer con la plata que tenía y se iba
a Estados Unidos a jugar al golf o no había películas de cine
que no hubiera visto. Esas son frases de él. Son graciosas
historias personales, interesantes de citar, pero poseen un
costado que no me resulta creíble. Es como que... para mí hay
otros, que Avila manejó capitales que no le eran propios.
Esta es una posibilidad que me parece muy cercana”.
Sea como fuere, el hombre que amasó una considerable riqueza
se
apoyó
en
ventajosos
contratos
firmados
con
la
Municipalidad de Buenos Aires para explotar la publicidad en
la vía pública. “Voy a ser muy sincero: fue en esa época
cuando me cansé de ganar guita. Exactamente desde 1976 hasta
más allá de 1980. Facturaba fortunas, para el tipo de negocio
que era. Calcule: ¡si sólo con Nestlé facturaba 6 o 7
millones de dólares por año! Yo era muy joven. Quiero decir:
demasiado joven para la cantidad de plata que estaba ganando.
Tenía solamente 35 años”, le confesó al periodista Luis Majul
en su libro, “Los nuevos ricos de la Argentina”, editado en
noviembre de 1997 por la editorial Sudamericana.
No obstante, a mediados de los años ’80 era todavía un ignoto
entrepreneur que superaría con holgura la expectativa de sus
sueños noveles en poco tiempo. Avila ya poseía un piso en la
calle Cerrito frente a la embajada de Francia, mantenía una
casa en el country Highland y había agregado a su patrimonio
inmobiliario un departamento en Punta del Este de 400 metros
cuadrados.
Gracias a la relación que supo cultivar con José Carlos
Francisco Santoro, un ex gerente del Banco Ciudad de Buenos
Aires, consiguió una entrevista con Julio Grondona en 1985.
El presidente de la AFA lo conocía a aquel desde 1976,
durante su paso por Independiente, club en el que había
ejercido el máximo cargo como dirigente.
Cuando Avila y Grondona se reunieron por primera vez, éste ya
había transitado los pasillos de varios canales de televisión
para tratar de colocar en la pantalla un producto que no
interesaba. Era el fútbol diferido de los domingos. El
fogueado directivo, un tanto desilusionado por sus traspiés,
recordó aquellas visitas a los responsables de la TV durante
un reportaje con el autor el 9 de septiembre de 1999. Ahora
resulta notorio que sus dichos, analizados en perspectiva,
delinean un escenario en el que Avila irrumpió en el momento
preciso.
"Me decían que no podían pasar partidos en diferido, que no
daban raiting. Antes de 1985, todos me repitieron lo mismo.
Yo iba con una carpeta y me acompañaba Eduardo Deluca. Visité
ATC, canal 9, canal 11 y nada. ¿Por qué íbamos? Pensábamos
que en otras partes del mundo el fútbol funcionaba y así
venía de Italia, que veíamos un condensado. Pero no lo
podíamos hacer nosotros. O, mejor dicho, en los canales te
pasaban un show de goles, los mejores momentos de los
partidos y lo mismo sucedía en un cine, mientras que acá no
veíamos un peso. Entonces, ¿cuál fue el motivo por el que
comenzó esta bendita sociedad? Vino una persona del sector
privado, que no era del fútbol y tuvo la virtud de ver el
negocio. Avila me visitó con el señor Santoro, con quien yo
tenía trato. Y empezamos a ver que legalmente los derechos
eran nuestros y que en el mundo también sucedía eso. Así los
resultados llegaron mucho más fácilmente".
Los resultados, traducidos en dinero, serían el punto de
partida para que el publicista iniciara una vertiginosa
marcha hacia el éxito. Cuando Avila y Santoro se retiraron
del despacho de Grondona, los tres sabían cómo continuaría
esa relación embrionaria. Con un contrato por tres meses para
transmitir los partidos de Primera División que se firmó el
28 de junio de 1985, dos días antes que el seleccionado
argentino se clasificara con angustia para el Mundial '86, en
un encuentro jugado contra Perú.
Al empresario que adquirió los derechos del fútbol argentino
le volvió el alma al cuerpo tras aquel gol agónico convertido
por Ricardo Gareca. Aún hoy, recuerda que no habría sabido
qué hacer con el contrato si, el equipo nacional, quedaba
marginado del campeonato que terminó ganando en México al año
siguiente. En este país, mientras Diego Maradona edificaba
con su fútbol colosal las principales jugadas que llevarían a
la selección hacia su segundo título mundial, Avila comenzaba
a insertarse en un medio en el que casi nadie lo conocía.
“¿Quién es usted?”, dijo una vez el empresario que Grondona
le preguntó, cuando se lo cruzó en el Distrito Federal.
“Soy él que le compró los derechos”, respondió quien sería su
socio en un negocio que crecería de un modo descomunal.
Con los años, las fotografías que pueblan su moderno despacho
de la millonaria construcción de 6.000 metros cuadrados que
Torneos y Competencias posee en el barrio de San Telmo
(habría costado 12.000.000 de pesos), probarían que, a Avila,
la fama y el poder lo desbordarían en menos de una década.
Desde el papa Juan Pablo II hasta Ted Turner (el propietario
de la cadena CNN), pasando por los ex presidentes Carlos
Menem y Fernando de la Rúa, y los empresarios Alejandro Romay
y Marcelo Tinelli - entre otros personajes -, sonríen junto a
él enmarcados en sobrios portarretratos. Como si fueran
custodios
de
ese
patrimonio
de
instantáneas,
varias
estatuillas de los premios Martín Fierro completan su
escenografía cotidiana.
Benditos contratos
En la década del ’70, el relator José María Muñoz obtuvo la
concesión para televisar en directo los partidos de Primera
División que se jugaban los viernes por la noche y emitía
Canal 7, cuando el fútbol aún no ocupaba el desmesurado lugar
que mantiene en la sociedad actual. Ese negocio, como se
comprobaría antes y después de la etapa en que lo
comercializó aquel periodista deportivo, no sería demasiado
rentable para los clubes.
Valentín Suárez, mientras fue interventor de la AFA entre
1966 y 1968, firmó un contrato con el canal oficial que
contemplaba la televisación de un encuentro por jornada de la
máxima categoría. El principal medio del estado debía pagar 7
millones de pesos, que se distribuían de la siguiente forma:
4 millones se repartían entre las dos instituciones que
jugaban el partido de los viernes y el resto se destinaba a
financiar el presupuesto de la AFA. Cinco años más tarde,
Armando Ramos Ruiz, quien sucedió en el cargo de interventor
de la asociación al experimentado Suárez, escribía: “Los
clubes participan hoy de la misma retribución de 1967, con un
valor de la moneda que no guarda relación con la época
pasada, y además se cobra cuando el canal puede pagar. Es
idea de la mayoría de los dirigentes que la televisión así
utilizada no ha promocionado al espectáculo en vivo y no
ayuda, sino que por el contrario, ha motivado una actitud de
alejamiento de los aficionados” (2).
Allá por la década del ’60, la televisión por cable que
treinta años después dispararía los valores del fútbol a
niveles
inimaginables,
apenas
era
un
experimento
de
laboratorio en el país. De aquella época datan los primeros
canales con dos señales que se inauguraron en ciudades
patagónicas como Bariloche, Trelew y Zapala, además de la
bonaerense Junín.
El doctor Agricol de Bianchetti, un histórico asesor letrado
de la AFA que en esa función duplicó en años el período que
lleva como presidente Julio Grondona, ha sido testigo
privilegiado de las licitaciones que se desarrollaron en la
casa del fútbol para determinar qué oferentes se hacían cargo
de televisar los partidos oficiales. El abogado especializado
en derecho deportivo suele evocar en rueda de amigos que,
hubo un antes y un después en materia de concurso de precios,
desde que irrumpió en el mundo del fútbol la empresa Torneos
y Competencias. Las aperturas de sobres a las que asistió
junto a directivos, empleados jerárquicos de la AFA y el
propio Grondona fueron alrededor de veinte.
“Cuando apareció Torneos se acabó con este sistema”, recordó
en mayo último durante una cena en un tradicional restaurante
español. Avila, sin embargo, siempre defendió la supuesta
legitimidad de los actos que lo involucraban como empresario
del fútbol y los medios de comunicación. En febrero de 1995
sostuvo: “A pesar de que ahora se dice que no hubo
licitación, le aseguro que existió un concurso de precios. En
1991, participó una empresa española llamada Dorna, del grupo
Banesto, que ahora está en crisis. Y el señor González, de
Space, también intentó algo ahí. Eso fue público y notorio, y
además Grondona desligó en todo su Comité Ejecutivo, en cada
presidente de club, el análisis de estos proyectos. Todo el
mundo lo sabía, se publicó en los diarios, era vox populi”
(3).
El creador de TyC mentía a sabiendas en lo que respecta a la
firma española. Tal licitación no existió. La aparición de
Dorna sólo resultó una estrategia de Carlos Heller, por
entonces vicepresidente de Boca, para que Avila subiera su
oferta de pago a los clubes. Esta actitud del dirigente
motivó que casi se tomaran a golpes, como comentó el
empresario tiempo después al ser entrevistado por el
periodista Luis Majul para uno de sus libros. Finalmente,
Dorna no concretó jamás su propuesta económica y la
productora continuó manejando el negocio.
El ex subsecretario de Deportes durante el primer gobierno
menemista, Víctor Lupo, cree estar seguro de que el contrato
inicial entre la AFA y TyC se firmó en la casa de su
antecesor en el cargo, el radical Osvaldo Otero, un ex
funcionario que además presidió a Racing a mediados de los
años ’90. Ese vínculo original contraído por las partes en
1985, con sucesivas y sustanciales modificaciones, es el que
todavía se conserva hoy y, aún se extiende, hasta el lejano
2014. Las dudas que Avila tenía sobre la viabilidad de aquel
convenio cuando viajó a México para seguir las alternativas
del Mundial ’86, ya se han disipado hace mucho tiempo. Se
puede inferir entonces que, aquellos hombres que conducían la
televisión estatal a mediados de los años ’80, no fueron
visionarios, entretenidos como estaban en otros menesteres.
Y, por esa circunstancia, no percibieron los futuros negocios
que depararía el fútbol por TV en la etapa siguiente.
Corría 1989 y Torneos y Competencias alquilaba dos pisos en
un edificio de la calle Libertad 567, frente a los Tribunales
y a media cuadra del Teatro Colón. La productora televisiva
ni siquiera rentaba aún las recicladas instalaciones de un ex
supermercado del Hogar Obrero ubicadas en Salta 1359 del
barrio de Constitución. Ese, el primer paso en la expansión
edilicia de la firma, obedecería a sus necesidades operativas
y a la vecindad con el canal 13, con el que llegó a un
acuerdo para irradiar a través de su pantalla el fútbol de
Primera División. La emisora ya había sido privatizada por el
gobierno de Carlos Menem y estaba en manos del grupo Clarín.
“Fue un mérito de TyC haber arriesgado, de haber puesto donde
antes no ponía nadie. Aunque sucedió lo que ocurre con todo
riesgo empresarial. Los tipos no dejan ningún asunto sin
atar. Pero el mérito de Torneos y Competencias no puede ser
eterno...”
reflexiona
otra
vez
Fernández
Moores.
El
periodista definió al convenio refrendado por la AFA y la
empresa como “inédito, porque no existe otro contrato así” y
recordó una anécdota que avala su pensamiento.
“A mí me tocó participar de un debate en la Universidad de
Palermo junto a un abogado que se llama José María Gastaldi y
que hizo girar su ponencia en torno al contrato de la AFA y
TyC. Su discurso comenzó más o menos así: mi especialidad son
los contratos atípicos que están sujetos a un acuerdo de
partes y, por lo tanto, resultan viables, perfectamente
legales. El decía que, como especialista en convenios de ese
tipo, había visto una infinidad de ellos, pero jamás uno tan
atípico como el del fútbol”.
La singularidad del contrato le otorga a la AFA condiciones
sumamente ventajosas que, según su asesor letrado, el doctor
Mario Schmoisman, se apoyan en “la condición de socia que
tiene, en el porcentaje de las ganancias que obtiene y en la
seguridad jurídica que impone un contrato tan largo. Cuando
se posee un mejor producto se vende más y mejor. Es como si
hubiera contratado un local por dos años. En ese caso voy a
hacer una inversión para zafar, pero si me lo dan por diez
años, mi inversión va a ser muy buena”.
La compleja arquitectura legal montada por Torneos y
Competencias no es el único argumento de peso que le ha
permitido a la empresa crecer en el mercado de las
comunicaciones. Su diversificado sistema de producción y
distribución de contenidos audiovisuales, sostenido por los
espacios que fue obteniendo en los distintos canales, le
confirieron tal hegemonía, que disuadió cualquier intento de
competencia. Con los derechos de televisión en sus manos, TyC
se convirtió en una compañía exitosa que, en nuestro país,
también significa decir monopólica.
Asimismo, la evolución de Torneos y Competencias estuvo
determinada por el desmesurado lugar que empezó a ocupar el
fútbol en la sociedad desde los años ’90, como sólido símbolo
de identificación entre la población, que lo transformó en el
producto cultural más masivo de la actualidad. Los derechos,
la tecnología, un producto que se vende solo y, por último,
una serie de alianzas estratégicas que le inyectaron avales
financieros, expansión mediática y las características de un
conglomerado
sin
adversarios
comerciales
a
la
vista,
erigieron a TyC en el principal polo de poder dentro del
fútbol.
Avila, consciente de esta posición dominante, la terminó de
consolidar a principios de la década del ’90 cuando coincidió
el crecimiento de su productora polifacética con la explosión
de la TV por cable en la Argentina. De esa simbiosis,
devinieron tiempos de bonanza sostenida, tal como el
empresario advirtió allá por 1990: “Los canales abiertos del
interior no querían pagar por el fútbol de verano. Mi idea
fue vendérselo a la TV por cable que pagaría por la
exclusividad. O sea que esto comenzó con la TV por cable.
Había 1.000 empresas de cable en el país, y todos querían
tener la exclusividad. Luego, le propuse a la AFA transmitir
los días viernes el partido adelantado. Debía pagar los
derechos, tecnología, satélite, transporte... yo no tenía ese
capital. Invité a participar a la agrupación de cables, luego
a Samuel Liberman, que tenía VCC; a Eduardo Eurnekian, en
fin, a todos los que podían entrar en este nuevo negocio. No
lo veían, o lo veían muy riesgoso. Telefé tampoco quiso
arriesgar. Y el grupo Clarín se interesó. Ellos me dieron el
capital necesario, que eran US$ 2 millones. Con la AFA
llegamos a un acuerdo de US$ 100.000 por partido. Era
muchísimo dinero”(4)
Un contrato de esa época – de los tantos que firmaron hasta
hoy TyC y sus socios con la asociación encabezada por Julio
Grondona - data del 20 de septiembre de 1990 y establece en
su artículo segundo: “La CEDENTE (por la AFA) otorga en
exclusividad a la CESIONARIA (Torneos y Competencias), y ésta
acepta, los derechos que a continuación se detallan: 1) la
televisación de un partido por cada jornada en que se jueguen
las respectivas programaciones semanales que integran los
mencionados campeonatos, que la CESIONARIA elegirá “ad
referendum” de la aceptación por parte del Presidente y/o
Tesorero y/o Secretario General de la CEDENTE. 2) Las
grabaciones y filmaciones de los otros partidos que integran
las programaciones similares de los aludidos campeonatos que
la CESIONARIA considere relevantes o interesantes para la
teleaudiencia, incluídos especialmente los goles que se
obtuvieran, para ser comercializados por la CESIONARIA como
“edición resumida” y/o “noticioso comercial”.
Esta pieza jurídica, que es una de las más viejas que se
conocen de la histórica relación comercial entre la AFA y
TyC, refleja aspectos contractuales que delinean con nitidez
cómo se fue forjando ese vínculo. En el artículo cuarto dice:
“Las partes convienen como denominaciones comerciales o
periodísticas para individualizar la denominada “edición
resumida” o el “noticioso comercial” las siguientes: “TODO
GOL”, “HOY FUTBOL DE PRIMERA” y “FUTBOL DE PRIMERA A”, las
que corresponderán en propiedad a LA CEDENTE...” Este último
título – sin la “A” - perduraría en el producto más exitoso
de la empresa conducida por Avila: el programa que aún hoy
conducen los periodistas Enrique Macaya Márquez y Marcelo
Araujo en Canal 13 y que se irradia los domingos a las 22,
con el resumen futbolístico de cada jornada del campeonato de
Primera División.
Por aquel contrato que firmaron en representación de la AFA,
su titular, Julio Grondona y el secretario general, Pablo
Abbatángelo,
le
otorgaban
a
TyC
“cien
credenciales
especiales” por el tiempo en que rigiera el convenio y “los
lugares, facilidades y medios necesarios y normales para que
la misma pueda ejercer los derechos que se ceden por este
contrato”. La vigencia del acuerdo se extendía hasta la
temporada 1992/93, o sea que, en principio, era por tres
años.
El artículo 11° se refiere a los pagos que debía efectuar la
productora, a razón de 500 mil dólares por el período 1990/91
escalonados en ocho cuotas de montos decrecientes, otros 600
mil dólares por la temporada 1991/92 y 700 mil por la
siguiente, en ambos casos con inmejorables condiciones de
financiación.
Sin embargo, no es éste el vínculo clave que haría subir los
dividendos
de
Torneos
y
Competencias
hasta
límites
insospechados. Cuando el fútbol comenzó a ser comercializado
en 1991 mediante la televisión satelital codificada, se
colocó la piedra basal de un negocio con una proyección
inusitada. El 19 de abril de ese año, la AFA, representada
por Grondona, Abbatángelo y el fallecido Julián Pascual y la
empresa Televisión Satelital Codificada S.A (TSC), con Avila
y Julio José Martínez Vivot en su carácter de accionistas
fundadores, suscribieron un contrato mediante el cual, la
primera cedía la explotación comercial de los encuentros
“para su transmisión por el sistema de televisión codificado,
de la Capital Federal, interior del país y del exterior”.
Esta licencia consistía en el otorgamiento de los derechos
para emitir los viernes un partido en directo y otro en
diferido los domingos. La cesión comenzó a regir el 1° de
agosto de 1991 y se extendió hasta el 30 de julio de 1997. En
la cláusula 19° del convenio, la AFA le reconocía a TSC un
derecho de preferencia para extender la relación por los
siguientes cuatro años y, además, se comprometía a tomar en
cuenta las necesidades de programación de la empresa a la
hora de confeccionar el fixture de los campeonatos.
El fútbol, así, se rendía a los pies de su nuevo amo: la TV
por cable. A cambio, recibía el 40 por ciento libre de gastos
“de las sumas que perciba en concepto de abonados al sistema
codificado, a nivel hogareño, e igual porcentaje de los
abonados de cable sin codificación hogareña” la cesionaria. A
la firma del contrato, la AFA cobró 200 mil dólares y tres
días después, TSC se comprometió a completar el adelanto con
1.375.000 dólares más. Esta suma sería restituida a la
compañía durante el segundo semestre de 1992, deduciéndose de
la misma los pagos por cada fecha transmitida de una escala
de 70 mil, 80 mil y 90 mil cada una. La escala abarcaba
períodos semestrales, hasta llegar a 100 mil por jornada en
la segunda mitad de 1993.
En rigor, los plazos temporales fijados no se cumplieron casi
nunca y los sucesivos contratos entre la AFA y TyC o TSC, les
permitieron renegociar a las empresas condiciones cada vez
más ventajosas debido a que los clubes no podían hacer frente
a sus obligaciones en varios rubros. La TV se convirtió así
en la gallina de los huevos de oro para resolver los
problemas coyunturales y, a largo plazo, en un acreedor muy
parecido al Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.
Sucesivas comisiones directivas pueden dar fe de las
condiciones ruinosas en que encontraron a sus clubes, por una
sencilla razón: sus antecesores gastaban a cuenta lo que,
gustosas, pagaban Torneos y Competencias y sus socios a
cambio de extender en el tiempo la vigencia de un contrato
que llegaría hasta 2014.
Una marca para el libro de los récords.
En esa línea, la AFA suscribió un contrato complementario del
que estaba vigente desde abril de 1991, el 10 de octubre de
1992. Esta vez, por TSC, firmó sólo Martínez Vivot. Grondona
y
Abbatángelo
hicieron
lo
propio
por
la
AFA,
como
correspondía a sus cargos de presidente y secretario de la
entidad. La novedad en este convenio fue la cesión de los
derechos para emitir un partido en directo los sábados. Pero
la cláusula fundamental del acuerdo impreso en diez páginas
era la cuarta, un ejemplo contundente de cómo los principales
dirigentes del fútbol nacional claudicaron ante TSC sin
importarles los costos y, mucho menos, el futuro de sus
instituciones.
Pese a su extensión de casi dos carillas, el punto 4° del
contrato merece mencionarse en su primer tramo: “LA CEDENTE
(la AFA) manifiesta en relación al contrato del 19 de abril
de 1991, que por necesidades de sus asociados (los clubes) es
indispensable encontrar una solución con respecto a la
devolución del anticipo de U$S 1.575.000 mencionado en la
cláusula primera in fine del presente, cuyo vencimiento se
inicia a partir del segundo semestre de 1992. A tales efectos
LA CEDENTE ofrece a LA CESIONARIA, quien acepta de
conformidad, en extender el plazo de vigencia originalmente
pactado para el mencionado contrato, que vencía el 30 de
julio de 1997, extendiéndolo por el término de dos años más,
de modo tal que el plazo de vigencia del mismo, se extenderá
hasta el día 30 de julio de 1999. Asimismo, propone también
LA CEDENTE a LA CESIONARIA, quien también acepta de
conformidad en otorgarle a esta última una opción de prórroga
exclusiva a su favor, del mencionado contrato principal, y de
los derechos en ellos involucrados, por el término de cuatro
(4) años más contados a partir del vencimiento de ambos
contratos, o sea desde el 31 de julio de 1999...”
Por este mecanismo de prórrogas automáticas, los clubes
siguieron embolsando plata fresca para maquillar sus enormes
pasivos y sus déficits crónicos, aunque, a su vez,
hipotecaron su porvenir. Este es el vínculo que, con
crecientes y sucesivas modificaciones, Avila reivindicó ante
el Congreso años más tarde, cuando fue invitado a exponer
frente a la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados:
“El contrato con la AFA es hasta el 2014 y estoy muy contento
porque es un muy buen negocio; pero, si pudiera, lo acordaría
hasta el 2040”.
El empresario coincide con Julio Grondona, quien a su manera
esbozó una explicación sobre esta relación a contramano de
las tendencias mundiales que propician acuerdos más breves.
El directivo afirmó el 9 de septiembre de 1999 durante una
entrevista radial: “Es fácil protestar, es fácil prejuzgar,
pero yo entiendo que fuimos afortunados cuando nosotros
hicimos aquellos primeros contratos. Porque hoy, con la
sociedad que tenemos, podemos discutir, ver si los valores
han aumentado y reclamar en consecuencia. Para mí, la
televisión fue un medio que el fútbol no dejó pasar. Se
asoció y se sacaron las ventajas que correspondían. Lo que
hay que buscar es el término medio, que los costos sean
parejos, que las ganancias sean parejas. Yo estoy con mi
conciencia tranquila, porque se ha favorecido a un montón de
gente. Puedo salir a la calle a decirle a ciertas personas:
vos formás parte de algo que yo hice. Si no, ¿quién sabe
dónde estarías?”
Para octubre de 1993, cuando la sociedad entre Avila y el
grupo Clarín ya recaudaba sumas millonarias gracias al
ventajoso y perenne contrato con la AFA, la TV por cable en
la Argentina lejos estaba de convertirse en una moda
pasajera. Este era el país latinoamericano con mayor cantidad
de abonados (algo más de 3 millones) y uno de los principales
del mundo, tenía el 37 por ciento de los televisores de
entonces conectados al sistema, más de mil estaciones – VCC
(nacida en 1982) y Cablevisión (1983) eran las principales en
aquella época – y la facturación del sector ascendía a 1.100
millones de pesos por año.
La parte que le correspondía a TSC de esos ingresos como
proveedora de uno de sus principales contenidos, el fútbol,
quedó por contrato sujeta a la verificación de los
dirigentes. La AFA, si se lo hubiera propuesto, podría haber
registrado toda la documentación empresaria, verificar a los
canales de cable que adquirían los derechos y asistir a las
reuniones
de
directorio
donde
se
definían
cuestiones
vinculadas a los acuerdos. Durante los 17 años de relación
comercial entre TyC y la asociación, poco o nada se dijo de
la utilización de este derecho que le asistía a los
dirigentes.
Es comprensible. Ellos son prisioneros del emporio comercial
que contribuyeron a levantar. Lo prueba el antecedente más
reciente en lo que respecta a la prórroga del infinito
contrato. En julio de este año, el Comité Ejecutivo de la AFA
aprobó la última versión de su vínculo con TSC. Por supuesto,
lo hizo en el contexto de un país devaluado, hundido en las
profundidades de la recesión económica y la devastación
social. De todos modos, el convenio de once páginas ha tenido
un solo beneficiario.
Hay que repasar algunos de sus párrafos para corroborarlo por
enésima
vez:
“las
obligaciones
pactadas
en
dólares
estadounidenses entre AFA y TSC con anterioridad a la entrada
en vigencia de la Ley de Emergencia Económica y del Decreto
214/02 PEN se encuentran transformadas a pesos conforme a las
citadas normas y complementarias” y “desde finales del pasado
año 2001 los operadores de todo nivel vienen renegociando a
la baja los acuerdos con sus proveedores de programación,
incluida TSC”.
Los clubes convinieron un mecanismo de adecuación de los
pagos en función de dos variables, la TNB y la TNP. ¿Qué
significado tienen las dos siglas? Tarifa Nominal Básica y
Tarifa Nominal Premium. La primera es la que paga un abonado
por el servicio básico que vende TSC y la restante incluye al
denominado “Clásico del domingo” y al “Quinto partido”, la
última de las zanahorias que corren los dirigentes.
Así, la empresa se evitó abonarle a la AFA de acuerdo al CER
en el primer semestre del año y fijó un simbólico aumento del
10 por ciento pagadero entre julio y agosto, a razón de un
7,5 y un 2,5 por ciento, respectivamente.
Hasta enero de 2003, TSC desembolsará por casi seis meses de
fútbol televisado, 38.500.000 pesos, incluido el incremento.
Y estas condiciones se volverán a discutir el año próximo.
A lo largo de la extensa relación comercial, hubo un tiempo
en que, a solicitud de la AFA, se contrató a la compañía
Price Waterhouse para auditar las cuentas. Es curioso, pero
TyC se encargó de pagar esa faena. Por si no queda demasiado
claro: la firma que debía ser verificada, corría con los
gastos.
Además, la historia demuestra como la compañía de Avila y sus
socios lograron conchabar a varios dirigentes y contó con la
colaboración supuestamente desinteresada de varios más,
cuando necesitó preservar sus áreas más sensibles en el
negocio del fútbol. Ignacio Nolazco, quien integró la primera
comisión directiva de San Lorenzo en tiempos de Fernando
Miele, es uno de ellos. Hoy revista como apoderado de TyC.
Aunque no es el único caso.
Jorge Antico es un profesional de las ciencias económicas que
llegó a ser vicepresidente de Lanús durante el período en que
gobernó el club Néstor Díaz Pérez, a fines de los años ’80.
Desde ese cargo, este ex directivo pasó a cumplir funciones
en la AFA, donde trabó amistad con Julio Grondona. Con el
tiempo y, pese a que se debía a la institución de la que
provenía,
Antico
terminó
contratado
por
Torneos
y
Competencias a cambio de un sueldo importante.
“A mí me gusta la gente leal, no la que cultiva la
obsecuencia. Porque una cosa es que a Lanús lo puedan
perjudicar Grondona o un dirigente de un club competidor.
Pero otra muy diferente es que la claudicación venga de un ex
vicepresidente como Antico, que defendió más a Torneos y
Competencias que a Lanús en varios asuntos”. Este comentario
le pertenece a quien fuera durante la década del ’90 un
directivo muy importante de la entidad ubicada en el sur del
Gran Buenos Aires. Su percepción es compartida por hombres
que han cumplido diversas funciones en el club. No le
atribuyen a Antico la comisión de supuestos ilícitos, pero sí
le cuestionan haber defendido más la posición empresaria que
la de Lanús, en temas donde esgrimían posiciones diferentes.
En el verano de 2001 y durante el marco de un conflicto
entablado por la participación de algunos clubes en los
torneos que se televisan desde plazas como Mar del Plata,
Córdoba y Mendoza, Antico trataba con los dirigentes que no
podían presentar sus respectivos equipos en los partidos
amistosos. Por entonces, exigía en nombre de TyC que se
cumplieran los compromisos firmados y hasta recordaba que, de
no ser así, las instituciones se exponían a ser multadas.
Esto ya había sucedido con Boca, San Lorenzo y Vélez, por no
incluir la cantidad mínima de profesionales requeridos en
aquellos encuentros.
Antico operaba desde el otro lado del mostrador que había
ocupado cuando era vicepresidente. Y recorrería el camino
inverso al de un hombre que proviene de Los Andes, el club de
Lomas de Zamora. Se trata de Armando Tedesco, quien ha sido
director en áreas muy sensibles de Torneos y Competencias,
incluso antes de que llegara a ser presidente primero y,
ahora vicepresidente, en la institución del Gran Buenos
Aires. Esa doble función le permitió dar el salto desde su
confortable oficina en TyC a la sala de sesiones del Comité
Ejecutivo de la AFA. En el transcurso de la temporada 20012002, otros dirigentes que integran ese órgano de conducción
del fútbol argentino recelaron de Tedesco cuando discutían
intereses que involucraban a la productora televisiva. El
dice ser amigo personal de Carlos Avila, a quien habría
conocido cuando trabajaba en una empresa textil del sur
bonaerense. Esa relación lo llevó a cumplir funciones un
tanto extrañas a su cargo y que prueban hasta dónde, el
vínculo entre la compañía que él integra y la AFA, va más
allá de una estrecha sociedad comercial.
Javier Castrilli, el ex árbitro y ex funcionario del gobierno
de la Provincia de Buenos Aires en el área de seguridad
deportiva, recuerda cómo Tedesco intervino en un episodio
derivado de una decisión que él, como juez, había tomado
durante un partido disputado entre Newell’s y Boca en marzo
de 1998.
“Yo había decidido echar del campo de juego al personal de
Torneos y Competencias porque, uno de sus integrantes, había
invadido el terreno para que se retrasara el inicio del
segundo tiempo. Pude constatar en aquella ocasión como, por
el micrófono, le pasaban la orden a ese empleado para que
permaneciera en la cancha. Cuando mandé a mi asistente Gómez
para que lo hiciera retirar, le respondió que no se iría. Fue
cuando decidí: “Uno no cumple, entonces, se van todos”.
La historia no concluye ahí. Castrilli regresaba en automóvil
desde Rosario hacia la Capital Federal y, de repente, recibió
una llamada. “Volvía por la autopista y sonó mi teléfono
celular. Era Grondona. Me preguntó por qué había echado a
todo el personal de Torneos y Competencias. Le expliqué la
razón y me replicó: Usted no puede hacer eso. Yo le contesté:
No sólo lo voy a hacer cuando sea necesario, sino que voy a
denunciar a quien invada una cancha ante la fiscalía. Tiempo
después, el empleado de TyC recibió una sanción. Pero la
situación no terminó en ese momento. Porque Grondona me
comunicó que el presidente del Colegio de Arbitros, Jorge
Romo, iba a citarme por lo ocurrido. Cuando esa noche me
presenté, oh casualidad, estaba Armando Tedesco en el
Colegio. El vino a disculparse con palabras conciliatorias en
nombre de Grondona”, concluyó el ex referí.
Todo quedaba en familia. El presidente de la AFA es consocio
de Avila, el actual dirigente de Los Andes es colega de Don
Julio y empleado del poderoso empresario y, por último, Romo
es amigo de Grondona, aunque nada tiene que ver con Torneos y
Competencias. Quien sí está vinculado con la productora de TV
es su hijo Matías. Trabaja allí como empleado del área
administrativa desde hace varios años.
Castrilli, cansado de recibir presiones como ésa y persuadido
de que en el organismo arbitral aún encabezado por Romo se
realizan prácticas tramposas, denunció a sus superiores y
renunció a su destacada trayectoria como referí dando un
portazo para siempre. La AFA y, además TyC, se libraron así
de un incómodo personaje que afectaba sus actividades
comerciales. La tanda publicitaria no podía ser condicionada
durante un partido de fútbol porque se le antojara a un
hombre riguroso y apegado a las normas como Castrilli.
La selección por TV, un problema
A principios de 1995, Carlos Avila coproducía su exitoso
Fútbol de Primera con canal 13, mantenía el 50 por ciento de
la señal de cable TyC Sports, realizaba transmisiones de
fútbol en canal 9 (el torneo de la Primera “B” Nacional) y en
América 2 ponía en el aire ciertos programas y algunos
partidos. Era socio de la familia Vigil en South American
Sport (produce los torneos de verano) y tenía acciones en
Radio La Red, además de derechos televisivos en Uruguay,
Chile y Venezuela y otros deportes más allá del fútbol. La
facturación anual de su grupo rondaba los 80.000.000 de
dólares, incluidos los dividendos que le continuaba dando
Wall Street, su empresa de publicidad en la vía pública.
No conforme con ello, el empresario, un insaciable buscador
de negocios, operaba para sí y también lo hacía para terceros
con la misma avidez. Fue entonces como consiguió acercar a
TCI (Tele-Comunications Inc. International) con Cablevisión,
cuya propiedad era aún de Eduardo Eurnekian. En una
transacción que ascendió a unos 750.000.000 de dólares, la
primera adquirió al que por entonces era el principal
operador de cable de la Argentina. Al dueño de TyC, su
cometido le significó quedarse con el 10 por ciento de las
acciones de Cablevisión.
“TCI no sólo evaluó nuestra capacidad de gestión, sino que
entendió que TyC es la posibilidad de ganar mucho dinero...”
comentó Avila durante el verano del ’95. Esa etapa se
convirtió en el Edén de los grandes inversores en medios de
comunicación, incluidos, por supuesto, los extranjeros. El
menemismo había hecho tabla rasa del estado y permitía el
flujo de capitales en cualquier área, sin importarle para
qué. Todo lo relativo a la comunicación resultaba atractivo y
desde el gobierno se brindaron las herramientas necesarias
para que las corporaciones no tuvieran que sortear barreras.
En septiembre de 1994 quedó vigente un protocolo firmado por
la Argentina y Estados Unidos que eliminaba las restricciones
a las empresas foráneas para comprar medios de comunicación.
Desde entonces, Avila, sus socios y competidores, crecieron a
un ritmo descomunal favorecidos por las ventajas que les
otorgó el Plan de Convertibilidad en la primera versión del
ministro Domingo Cavallo. La tasa de rentabilidad del sector
lo convirtió en el bocado más apetecible después de las
privatizaciones de empresas del estado que habían llevado a
cabo Menem y sus principales funcionarios sospechados de
recibir coimas en una suerte de ejercicio ritual.
No obstante, ese negocio en expansión, en lo que hace a la
adquisición de derechos televisivos, se topó con una espina
atravesada en la garganta de los propios inversores.
Los partidos que disputa el seleccionado nacional no entraban
en el mismo paquete de los elásticos contratos refrendados
por la AFA y sus socios TSC, TyC, TRISA (Tele Red Imagen S.A)
o cualquiera de los nuevos conglomerados a punto de formarse.
El equipo de todos, como alguna vez lo denominaron con
aviesos fines políticos durante la última dictadura, lleva
valor
agregado.
Sus
participaciones
en
competiciones
oficiales, tanto en el país como en el exterior, movilizan la
legítima voluntad de la gente para observarlo en vivo y en
directo por TV, como también les permite a funcionarios
advenedizos y candidatos a cargos electivos en problemas
sacar su propia tajada. En esa puja de intereses que motivó
en varias oportunidades la intervención de, al menos, dos
presidentes de la Nación, Menem y De la Rúa, hubo idas y
vueltas durante casi un decenio.
El último conflicto se suscitó en marzo de 2000, antes de que
comenzaran las eliminatorias mundialistas que clasificaban
para el torneo de Japón y Corea del Sur. Ya existía el
antecedente de que el ex mandatario riojano había firmado un
decreto publicado en el Boletín Oficial el 12 de julio de
1996. Esa norma acababa con la posibilidad de que todo el
público, con o sin sistema de cable, accediera a observar por
televisión los encuentros del equipo conducido por Daniel
Passarella primero y Marcelo Bielsa después.
Menem se contradecía a sí mismo. Una vez más.
El decreto 745 había derogado otros anteriores refrendados
por el ex presidente que, en dos casos (decretos 304/94 y
105/95), permitían la emisión de los partidos por la TV
abierta. Sucedía lo siguiente: los tiempos políticos eran muy
distintos. Sin embargo, no era diferente la instancia
deportiva que debía afrontar la selección; las eliminatorias
para un Mundial.
El pendular pensamiento de Menem también se debía a la
contradicción que planteaban el humor popular y los intereses
empresarios vinculados a la televisión. De la Rúa quedó
atrapado en esa telaraña y optó por una salida ambigua.
Acuciado por problemas más delicados que éste, el ex
presidente radical delegó en su ex secretario de Comunicación
y Cultura, Darío Lopérfido, el manejo de una situación que se
le había ido de las manos. El funcionario intentó evitar que
el gobierno quedara asociado a la actividad de dictar
decretos por deporte que había emprendido Menem y, eso fue lo
único que, a duras penas, consiguió. Por lo demás, el poder
del lobby empresario y su contracara, los legisladores que
por principios o reflejos políticos reivindicaban la emisión
en directo de los partidos del seleccionado, ocuparon el
centro de la escena.
Durante la sesión ordinaria de la Cámara Alta del 22 de marzo
de 2000, el único senador del Frepaso, Arturo Di Pietro,
impulsó un proyecto de comunicación que se aprobó sobre
tablas. El legislador, en su breve exposición para justificar
la iniciativa, manifestó: “Por primera vez en la Argentina
para ver los partidos en directo habrá que pagar. Será uno de
los pocos países, junto con Uruguay, que va a tener este
beneficio (SIC), digamos así, en relación a todo el resto de
Latinoamérica, que lo podrá ver en directo. Con respecto a
este tema solicitamos al Poder Ejecutivo que arbitre los
medios necesarios para la televisación en directo de todas
las eliminatorias del mundial, permitiendo así que todos los
argentinos puedan ver los partidos por canales abiertos”.(5)
El diputado justicialista por Salta, Juan Urtubey, llegó más
lejos que Di Pietro: presentó un proyecto de ley que resultó
aprobado el 6 de abril de 2000 en la Cámara Baja. La
normativa obligaba a garantizar la transmisión en directo de
los partidos del seleccionado nacional, aunque no afectó con
carácter retroactivo la lucrativa operación comercial. Sin
embargo, esa iniciativa legislativa, las reiteradas denuncias
de algunos políticos contra la AFA y Torneos y Competencias
por prácticas monopólicas, una decisión judicial adversa tras
la presentación efectuada por una liga de consumidores contra
la emisión de los encuentros en diferido y acaso la
prescindencia que había mostrado el Poder Ejecutivo a través
de Lopérfido, pusieron en jaque al negocio de la selección
argentina y la TV.
Avila, furioso, apeló por entonces a dos palabras para
descalificar la votación de la ley en Diputados. La llamó
“demagogia barata”. Pero lo peor, para él y sus socios, aún
estaba por venir.
El 21 de junio de 2000, en el salón auditorio del Senado, se
reunió la Comisión de Comunicaciones de esa Cámara en
audiencia pública. Al encuentro fueron invitados varios
sectores vinculados a los medios periodísticos, instituciones
que reúnen a los consumidores y organizaciones del deporte
nacional. Avila se excusó de concurrir (“en mérito a un
proceso que iniciara contra un juez”, como ya se verá más
adelante) y la AFA envió una nota en lugar de un
representante.
El debate, que se extendió entre las 10.23 y las 11.57 –
según la versión taquigráfica -, arrojó un saldo esclarecedor
en torno a la operatoria destinada a montar un gran negocio a
expensas del seleccionado nacional, sin reparar en los
ciudadanos (o en los consumidores, categoría devaluada de
aquellos) y sujeto a las condiciones de una cuestionable
legitimidad.
Por lo precisas y contundentes, merecen citarse algunas
intervenciones. El periodista Víctor Hugo Morales realizó la
exposición más extensa y documentada que, casi de entrada,
aludió a los protagonistas del negocio: “Esta operación
comercial tuvo como arquitectos a dos ausentes en esta
instancia: los señores Julio Grondona y Carlos Avila...” y
agregó que “golpea en el bolsillo de los que componen el
pueblo argentino, sometiéndonos a un negocio que para
nosotros entra en el terreno del negociado, construido a
costa de la gente y por cifras multimillonarias, en estos
tiempos de ajuste económico..."
El relator se refería a la cesión de los derechos por la
transmisión de las eliminatorias mundialistas, que se consumó
el 28 de diciembre de 1998 a cambio de 15 millones de
dólares, pagaderos mediante un anticipo de 1.200.000 y 38
cuotas iguales y consecutivas de 363.158. La AFA ha ido
cobrando esa suma con muchas dificultades a medida que
transcurrían los partidos. Y el último vencimiento operó en
abril de este año.
Morales afirmó aquel 21 de junio que “los contratos de
televisión fueron pasando de mano en mano, al estilo de una
cuidadosa jugada de rugby, de la AFA a Torneos, de Torneos a
Enequis SA, de Enequis SA a Dayco Holding Limited, empresa
ésta de nacionalidad norteamericana cuya dirección en el país
del Norte es la de una casilla postal ubicada en Road Town
Tortola, Islas Vírgenes Británicas, mientras que en nuestro
país no posee domicilio comercial, señalando como lugar de
funcionamiento a las oficinas de la señora Patricia Thompson,
representante legal de Dayco Holding, ubicadas en la avenida
Del Libertador 4980, piso 4°, departamento “B”...”
De este testimonio se desprende también el derrotero que
siguió el canal de cable Decoteve, de la provincia de Salta,
que intentó adquirir los derechos sobre las eliminatorias. En
marzo de 2000 le solicitó a la AFA la cotización para
transmitir los partidos del equipo nacional y el tesorero de
la misma, el contador Héctor Domínguez - además presidente de
Gimnasia y Esgrima -, le respondió que debía tratar con TyC.
Una semana después, esta empresa le contestaba a Decoteve que
la firma propietaria de los derechos era Enequis. La carta
documento de Torneos había sido respondida por Ignacio
Nolazco y Eladio Rodríguez. De la comprometida Enequis –
estaba al borde del concurso preventivo por entonces – el
canal de Salta saltó al siguiente eslabón de la cadena:
Dayco, una ignota compañía.
El periodista uruguayo que conduce programas de interés
general, deportes y música clásica sostuvo ante los senadores
que “Dayco sólo comercializa los derechos a empresas
vinculadas a Cablevisión y/o Multicanal, negando la cesión a
empresas competitivas de las mismas en diversas plazas del
país y ofreciéndoselas, en el mejor de los supuestos, a un
valor casi tres veces superior al del mercado, para lograr el
declinamiento del interés ante la imposibilidad fáctica de
recuperar lo invertido y, de esta manera, alcanzar el
objetivo de que las empresas de cable competidoras de
Cablevisión y Multicanal sufran un debilitamiento comercial
basado en la merma de abonados sobre los cuales el fútbol
hace las veces de carnada”.
Víctor Hugo añadió que, además de Decoteve, recibieron un
trato semejante Telecentro, Bahía Visión Color SA y
Teledifusoras SA, entre otras. Y concluyó que tenía una
sospecha. La AFA, junto con las empresas encargadas de
comercializar los derechos de TV, habían incurrido para él en
“una operatoria comercial multimillonaria a costa de la gente
y en clara contraposición a la normativa vigente, al limitar,
restringir y extorsionar la competencia, abusar de la
posición dominante de la AFA y demás empresas adquirentes...”
Durante la audiencia pública en el Senado también expuso
Carlos Heller, el ex vicepresidente de Boca Juniors y actual
presidente de la Asociación de Bancos Públicos y Privados de
la Argentina (ABPPA), que apeló a un artículo difundido por
dos profesionales del derecho, los doctores Germán Bidart
Campos y Andrés Gil Domínguez, para referirse a la
televisación por cable de los encuentros clasificatorios para
el próximo Mundial.
Citó que para ambos abogados, el sistema codificado “viola el
derecho a la información, el derecho a la no discriminación,
el derecho de los consumidores y usuarios y, por último, el
derecho de incidencia colectiva en general, que se adscribe a
la actividad futbolística de la selección argentina como
elemento cultural integrador”.
Asimismo, puso énfasis en que, a partir de las sucesivas
operaciones
entre
empresas,
se
genera
“la
extraterritorialidad”, o sea, “poner fuera del alcance de los
argentinos estas decisiones, amenazarnos con el tema de la
seguridad jurídica, la fuga de capitales y todos esos males
que, nos dicen que nos van a pasar, si es que decidimos que
los partidos de la selección los vean todos los argentinos
por igual y al mismo tiempo”.
Cada una de estas exposiciones, denunció con instrumentos
jurídicos e informaciones comprobables lo que ocurre en otras
latitudes ante situaciones similares y que, el negocio, tal
como está concebido en la Argentina, es un coto de caza de
unos pocos que abusan de su posición dominante en el mercado.
La importancia que cobró este debate en el Congreso también
estuvo dada por la intervención de quienes se presentaron
como críticos del proyecto tendiente a permitir que los
partidos del seleccionado se televisaran en directo. Raúl
Burzaco, en nombre de la Asociación Argentina de Televisión
por Cable (ATVC), repitió varios de los puntos que esa cámara
empresaria ya había difundido mediante una solicitada el 16
de abril de 2000. Este orador citó una columna de opinión
publicada en el diario Clarín por el doctor Juan Carlos
Cassagne el 25 del mismo mes, quien en uno sus párrafos más
salientes, afirmó: “La violación de la Constitución no podría
ser más flagrante y la Argentina haría un ridículo papel,
pues después de haber abierto las puertas a la libre
iniciativa y a las libertades privadas en el campo de la
televisión, sea ésta abierta o por cable, resulta que las
cierra
de
golpe
con
una
medida
a
todas
luces
inconstitucional”.
Por último, el miembro de ATVC describió los supuestos
peligros a los que quedaría expuesto el estado si se
sancionaba la ley, como finalmente ocurrió con el voto de la
Cámara Alta.
“La ley generará la plena responsabilidad del estado, porque
lesiona la garantía de la propiedad de derechos adquiridos en
forma legítima”, y al quedar vigente, se correría un riesgo
sin medir “su proyección política, jurídica y económica”. No
obstante, el Código Civil consagra la garantía de evicción
que implica: cuando el comprador de un objeto o derecho no
pueda usufructuarlo en forma parcial o total por una
contingencia que el vendedor sabía que podía suceder y que no
informara de ese riesgo al momento de concretarse la
operación, deberá reintegrar el dinero percibido.
Para Víctor Hugo Morales eso fue “lo que ocurrió entre la AFA
primero y Torneos después”.
La victoria que obtuvieron durante el debate en el Senado los
sectores que se oponen al negocio del cable con las imágenes
del seleccionado, generó una consecuencia clave. La Cámara
Alta avaló esa postura, aunque el efecto de la ley, al no ser
retroactivo, permitió que las eliminatorias se siguieran
televisando así: los encuentros como visitante del equipo
conducido por Marcelo Bielsa continuaron emitiéndose en
directo por el abono básico y los disputados en condición de
local, ingresaron en la operatoria cuestionada del sistema
codificado. O sea, quien pretendió observar a la selección en
vivo y en directo desde el estadio de River, debió abonar un
plus adicional por las nueve fechas jugadas en Buenos Aires.
La mayoría de la población del país que, no posee acceso a la
TV por cable, tuvo que conformarse con contemplar las
alternativas del juego por la televisión abierta y en
diferido.
A la productora que curiosamente ya había transferido los
derechos a terceros, le interesaba que no se desmoronara el
negocio. ¿Por qué? PSN (Panamerican Sports Network), un canal
de cable que irrumpió con una fuerza inusitada en el mercado
local durante 2000, le había adquirido los derechos a TyC.
Esa señal le pertenecía al fondo estadounidense Hicks, Muse,
Tate & Furst, que, en la actualidad, aún es el principal
accionista de la compañía fundada por Avila. El grupo hizo
negocios con la familia Bush en EE.UU y aquí ha sido
sindicado como una de las coberturas financieras del
menemismo.
La promiscuidad de estas relaciones comerciales lo hacía
posible. O lo que sus beneficiarios habrían denominado
oportunidades de negocios. Sea como fuere, los dueños de la
torta contraatacaron con dureza el mismo día en que eran
cuestionados durante la audiencia pública del Senado. Con los
reflejos dignos de un arquero intuitivo, las autoridades de
TyC enfocaron su mira hacia el juez federal de La Plata,
Ricardo Omar Ferrer. El magistrado le había dado curso a un
expediente tras la presentación de una “acción declarativa”
de la asociación Proconsumer, con sede en Avellaneda, para
que se determinara la emisión en directo y en forma gratuita
de los partidos del representativo nacional correspondientes
a las eliminatorias.
El jueves 22 de junio de 2000, Clarín le otorgó un amplio
despliegue a la noticia titulada: “Podrían someter a juicio
político a un juez por presunta extorsión”. En el texto
principal se informaba: “El juez federal de La Plata, Ricardo
Omar Ferrer podría enfrentar un juicio político a raíz de una
denuncia de extorsión presentada en su contra por Javier
Ordoñez, abogado y director de Torneos y Competencias (TyC)”.
A continuación el matutino sostenía que “la denuncia
presentada por Ordoñez el martes señala que a través de un
enviado, el abogado Luis Faynbloch, el juez le pidió dinero
con la amenaza de sacar resoluciones desfavorables a la
empresa en una causa que tiene en sus manos sobre la
televisación gratuita y en directo de los partidos de la
Selección Nacional de fútbol. El escrito de la denuncia por
extorsión fue acompañado por copias de videos registrados con
el sistema de cámara oculta. En los videos, constatados por
el escribano José Luis Olivero, se grabaron cinco reuniones
mantenidas por Ordoñez con Faynbloch, y una de ellas con el
mismo juez, en las oficinas del intermediario".
El corresponsal en La Plata de Clarín le atribuyó haber dicho
a Ferrer que aquel dispositivo era “un mensaje de los
poderosos para toda la Justicia. De esta manera advierten con
quiénes no debemos meternos”. La denuncia fue radicada en el
juzgado federal N°3, a cargo de Carlos Liporaci, quien hoy ya
no cumple funciones debido a las acusaciones que recibió en
el marco de otras causas, pero sobre todo, de la que
investigaba sobre coimas en el Senado.
El magistrado platense, adelantándose al proceso que se
abriría para investigar su conducta, renunció al cargo el
lunes 26 de junio. “Estoy en el medio de una situación
escandalosa. Me hicieron una cama. Soy inocente, y renuncio
porque no quiero tener inmunidad ya que eso puede entorpecer
la investigación”, explicó Ferrer, quien es nieto de Ricardo
Balbín, el político radical fallecido en septiembre de 1981.
En cambio, su denunciante, el doctor Ordóñez, quien ya no
trabaja más en TyC, relató: “Es la primera vez que soy
víctima de una situación de esta naturaleza. Uno supone que
esta gente existe, pero de ahí a encontrarse con ella es otra
cosa...”
Torneos y Competencias logró hacerse de la filmación
incriminatoria gracias a que contrató los servicios de la
empresa estadounidense Kroll O'G’ara, que vende sus servicios
de inteligencia en la Argentina desde 1999 y fue creada por
ex agentes de la CIA. Los espías le colocaron a Ordoñez una
cámara oculta en la manga del saco mediante la cual se
filmaron sus encuentros con Ferrer y Faynbloch.
La productora de Avila extremaba así los recursos para evitar
que su negocio con la televisación de los partidos del
seleccionado se fuera a pique. Pero una resolución judicial
sospechada a punto de consumarse (“Ferrer fallaría a favor de
TyC y a cambio recibiría 340.000 dólares”)(6) no bastaría
para desmoronar los sólidos argumentos de quienes critican la
operatoria de Torneos y Competencias y sus socios con la
emisión de las eliminatorias mundialistas. Sobre todo, cuando
ante otro juez, el doctor Juan José Mahdjoubian, se presentó
un testigo que declaró con relación a Dayco (la compañía
donde finaliza el circuito de cesión de derechos) lo
siguiente: “que funciona a los fines de adquirir esos
derechos desde el exterior para mantenerlos fuera del marco
regulatorio existente en la Argentina”. En la misma
declaración testimonial, el deponente - gerente de un canal
de cable importante - precisó que, de ese modo, se evitaba
cualquier
regulación
“que
podría
ocurrírsele
a
las
autoridades argentinas”.
Quienes creen tener el derecho adquirido de manejar como un
bien de consumo personal el patrimonio futbolístico de todo
un pueblo, además, amenazan con futuros juicios contra el
estado. Su conducta expresa una auténtica pintura del poder
coercitivo de las corporaciones.
“Todo necio confunde valor y precio”, decía el poeta español
Antonio Machado. Y, al menos en este caso, no cabe duda de
que tenía razón.
Negocios subalternos
La versatilidad de los negocios que encaró Torneos y
Competencias desde su fundación ocurrida el 27 de marzo de
1984, mediante un capital inicial de 100 mil pesos, ha
provocado situaciones un tanto curiosas.
Adrián Paenza es un conocido y experimentado periodista que
trabajó para la empresa en su producto más afamado: Fútbol de
Primera, el programa que se emite todos los domingos por
canal 13. De ese espacio lo despidieron luego de que le
concediera el derecho a réplica a un representante del
plantel de San Lorenzo, tras la difusión de lo que podía
considerarse un agravio.
En efecto, un personaje apodado “Hueso” y cuya voz salía en
off por televisión, había comparado a ese equipo con las
hamburguesas. “¿Por qué?”, le preguntaron los conductores.
“Porque se venden más que los panchos”, contestó el dibujo
animado. A ese comentario siguió la visita al estudio de
Oscar Ruggeri, por entonces, capitán de San Lorenzo, a quien
Paenza le permitió que se explayara sobre el episodio.
Transcurrido un tiempo desde su desvinculación, el periodista
recibió una oferta para volver a TyC. La propuesta consistía
en conducir un nuevo espacio denominado El equipo de Primera.
Paenza se encontraba en Estados Unidos y, desde el otro lado
de la línea, escuchó la voz de Ruggeri. Su respuesta no
demoró.
“Oscar, ¿vos estás loco? Se dio todo vuelta. Vos me llamás a
mí para que yo sea el conductor de un programa en la misma
empresa de la que me echaron...”.
Como era previsible, no aceptó y el ciclo le fue ofrecido a
su colega Fernando Niembro.
El desarrollo de esta historia prueba hasta dónde se
borronearon los límites en la productora de Avila. Límites
que el propio periodista alcanzó a describir durante un
diálogo con el autor en abril del año pasado.
“Me parece que se vulneran cuestiones éticas que deberíamos
discutir a partir de la infraestructura de Torneos y
Competencias.
Porque
no
sólo
posee
los
derechos
de
televisión; además tiene la estática de los estadios,
programas de TV en los que se habla de fútbol, la oportunidad
de decir que sus imágenes no salgan en otros espacios antes
que en el propio, en fin... Además, ha pagado contratos de
jugadores, fue dueño de ellos, tuvo un equipo de fútbol,
abona también los contratos de directores técnicos y de
algunos ex árbitros. Como también, conchaba periodistas que
son los mismos que juzgan algunas de aquellas tareas. Ah,
seguramente me debo haber olvidado de alguna otra cosa. Por
ejemplo, los contratos de exclusividad para los partidos de
la selección argentina. O sea, TyC está demasiado filtrada
por todo lo que tiene que ver con el juego y el negocio”.
A propósito de ciertos proyectos, el más gravoso resultó el
gerenciamiento del fútbol profesional en Argentinos Juniors
durante la temporada 1993-1994. El club de La Paternal
decidió jugar sus partidos como local en la provincia de
Mendoza asociado a la productora. Para ello, se constituyó
una firma denominada Ovación Sociedad Anónima. La institución
que por entonces presidía Luis Veiga, un agente de bolsa,
estaba al borde del descalabro económico y aceptó mudarse
desde su barrio porteño a 1.100 kilómetros de distancia. A
cambio, obtuvo de Torneos y Competencias la cobertura de los
gastos que demandaba el plantel profesional y la contratación
de varios jugadores como refuerzos.
Sin embargo, restaba un detalle imprescindible. Que los
socios del club aprobaran en una asamblea el cambio de
escenario. Había que persuadir de algún modo su sensibilidad
barrial. Y, para lograrlo, se apeló a la barra brava. La
revista El Gráfico, que ahora es propiedad de TyC, publicó el
2 de abril de 1996 una breve referencia a aquel episodio:
“Los miserables no hicieron gratis la tarea de ablandamiento
encomendada por los altos mandos. Se dice que por el
deleznable “trabajito”, los muchachos del tablón cobraron
35.000 dólares. Además, se aseguraron cincuenta pasajes de
ida y vuelta por vía aérea hasta Mendoza para presenciar las
19 presentaciones de Argentinos”.
Cuando ya había transcurrido sin éxito el tiempo de esa
experiencia mendocina, un alto dirigente de Argentinos
Juniors contó que durante una conversación con uno de los
responsables de TyC, éste le confió: “Mirá que mal negocio
hizo Torneos que, debió poner un custodio tras la firma del
contrato con el club, porque los barrabravas iban a pedir
dinero”. Cuando estos personajes requerían de efectivo,
visitaban las oficinas que la productora tenía sobre la calle
Libertad, frente al edificio de Tribunales.
El pésimo resultado con que finalizó la incursión en la
provincia cuyana aleccionó a las autoridades de la empresa. Y
nunca más se repitió una iniciativa similar.
Sí, en cambio, Torneos y Competencias se extendió hacia el
interior, aunque a la búsqueda de otro tipo de oportunidades.
De ese modo, regresó a Mendoza, pero con el objetivo de
organizar torneos de verano asociada a South American Sport,
una subsidiaria de Editorial Atlántida. Ocurrió algunos años
más tarde y a TyC tampoco le fue bien. En los dos primeros
meses de 1999, la compañía perdió alrededor de 630 mil pesos
como consecuencia de un acuerdo comercial con la gobernación
que encabezaba el peronista Arturo Lafalla. La suma se
originó por la combinación de magras recaudaciones en los
partidos y el cachet fijo que se pagaba a los diferentes
planteles. Según Armando Tedesco, “se recaudó apenas el 35
por ciento del presupuesto”.
Al fracasar esta segunda experiencia en Mendoza, la empresa
posó su mirada en Córdoba, una provincia que, a diferencia de
aquella, mantiene un equipo en Primera División, Talleres.
Torneos y Competencias, entonces, organizó allí sus primeros
campeonatos de verano y hasta se interesó en la compra del
estadio que posee el club Atlético Carlos Paz, en la ciudad
homónima. La idea de Avila y su gente consistía en llevar los
partidos a la localidad turística más importante de la
provincia, en lugar de jugarlos en la capital cordobesa. Pero
los vecinos de la villa serrana se opusieron. No quisieron
ver afectada su bucólica tranquilidad por una invasión
futbolística durante el estío.
En los últimos años, las actividades mercantiles de la
productora también requirieron la participación activa de los
protagonistas. Ya no se trataba de contar con ellos por la
función
que
desempeñaran
como
futbolistas,
directores
técnicos o dirigentes, sino como columnistas de una serie de
programas de escaso rating. El ciclo que inició ese camino
fue El equipo de Primera, por donde desfilaron desde
profesionales famosos hasta jugadores de discreta trayectoria
que aceptaban hablar ante las cámaras con mayor o menor
convencimiento. ¿Qué televidente aficionado al fútbol no
sería capaz de recordar la falta de desenvoltura de muchachos
como Diego Capria o José el Turu Flores?
Acaso no importaba demasiado lo que decían o cómo lo decían.
Si no, bastaba con su presencia en un estudio para ganar la
adhesión de los hinchas. Esas participaciones casi siempre
fueron
remuneradas
hasta
que,
la
insostenible
crisis
económica del país y, por añadidura de TyC, motivó que a
partir de 2001 se dejaran de abonar cachets.
Las cifras son elocuentes y el frenesí por obtener el rating
a cualquier costo, también. Daniel Passarella, el ex
entrenador del seleccionado nacional, acordó por una serie de
micros televisivos en vísperas del Mundial de Francia 1998,
la exorbitante suma de 2.000.000 de dólares. Ya en la
concentración de L’Etrat, el plantel que aquel técnico
condujo
durante
el
torneo,
habría
pretendido
cobrar
18.500.000
dólares
para
concederle
una
cantidad
indiscriminada de entrevistas a los periodistas de TyC. La
respuesta negativa de la productora disparó un escándalo de
magnitud con la prensa en general, que impidió casi cualquier
contacto con los jugadores. Las negociaciones frustradas
habían sido piloteadas por Celeste Avila, la hija del
empresario.
Resulta obvio que el intento de instaurar prácticas como
ésta, no resultó una creación de Torneos y Competencias, pero
influyó de tal modo que lesionó el legítimo derecho de los
periodistas a procurar un contacto no retribuido en dinero
con sus fuentes. En ocasión de uno de los tantos títulos
obtenidos por River en la década del ’90, el plantel había
solicitado y cobrado 30.000 pesos por asistir completo al
programa Fútbol de Primera. Cuando los jugadores de Vélez
lograron consagrarse en otro certamen, exigieron una suma
varias veces superior a aquella que no se les abonó.
Resultado: a la productora le habían hecho beber de su propia
medicina.
Un conocido periodista que se desempeña en TyC describió que
“nunca hubo un patrón para pagar las entrevistas” y agregó
que, “así como Maradona recibía casi 40.000 pesos por mes
gracias a su participación en El equipo de Primera, sé que a
Claudio Ubeda, el jugador de Racing, le pagaban 500 pesos por
programa y a José Sanfilippo, 1.000 pesos por participación”.
Otros personajes del fútbol vinculados a fundaciones propias
o de terceros, derivaban el dinero para obras de esas
entidades. El presidente de Boca, Mauricio Macri y el ex
jugador de River, Marcelo Gallardo, se cuentan entre ellos.
Sobre lo que también hay certezas, aunque existen menos
precisiones, es el modo en que la empresa de Avila contribuyó
a costear los contratos de algunos directores técnicos
mientras trabajaban en determinados clubes. Los casos más
notorios habrían sido los de Carlos Bilardo en Boca, Ramón
Díaz en River y Héctor Veira en Lanús. Los tres, vaya
casualidad,
fueron
conchabados
por
TyC
en
distintas
oportunidades. Y el ex conductor del seleccionado nacional
campeón del mundo en 1986 mantenía la relación más estrecha.
El vínculo consistía en una asesoría, la conducción de un
espacio radial nocturno y su participación en varios
programas de TV. Hasta que Bilardo decidió alejarse para
dedicarse de lleno a la política como futuro candidato a
presidente de la Nación, meta de la que desistió en agosto
último, desencantado porque no logró plasmar una política de
alianzas y volvió a desempeñarse en la productora.
Estas contrataciones basadas en una cuestión comercial o de
imagen institucional, empero, no le impidieron a Avila
interesarse en asuntos más vinculados a sus afectos. Se sabe
que el hombre de negocios es simpatizante de River y socio
del club desde febrero de 1990. Esta circunstancia lo impulsó
a suscribir curiosos contratos con la institución de Nuñez y
a intervenir en ciertas gestiones como si se tratara de un
dirigente más. Por ejemplo, en el pasado, el empresario le
propuso a Jorge Valdano ocupar el cargo de director técnico.
Pero su propósito nunca se concretó.
En los casos de futbolistas y entrenadores, TyC pagaba por un
servicio que estribaba en participar durante el transcurso de
sus programas. En cambio, no se sabe bien por qué habría
desembolsado dinero que les permitió a algunos dirigentes
incrementar sus patrimonios de manera notable. Un juez que
participa en la vida política de uno de los clubes más
grandes del fútbol nacional, le dijo al autor: “Sé que un
dirigente muy importante retiraba 30 mil pesos por mes de la
empresa”. Este comentario coincide con otros que rondan en el
ambiente del fútbol y que involucran a presidentes y ex
presidentes de unas cuantas instituciones.
Los supuestos retornos fueron investigados por el juez Juan
José Mahdjoubian, quien se basó en el testimonio de un ex
empleado de la productora, Raúl Cortés, para avanzar en el
tema. ¿Pago de favores? ¿Dinero para fines oscuros? ¿A cambio
de qué, Torneos y Competencias habría entregado las sumas que
denunció Cortés ante el magistrado?
Hasta hoy no ha podido develarse el misterio.
Menem, Moneta y el CEI
En agosto de 1997 se produjo una huelga de futbolistas debido
a la irregular situación en que se encontraba un grupo de
seis jugadores del club Deportivo Español. Según consta en
una denuncia judicial patrocinada por los doctores Marcelo
Parrilli, Antonio Liurgo y Alfredo Montes tres años y medio
después, “en esa oportunidad el propio Francisco Ríos Seoane,
logró el levantamiento de la medida de fuerza cuando ya no
era presidente del club pero lo manejaba desde afuera”. El
escrito firmado por los tres abogados también sostiene que el
vínculo entre el ex directivo y, el por entonces presidente
Carlos
Menem,
ocasionó
que
éste
último
se
ocupara
especialmente del tema y se terminaran consiguiendo los
2.000.000 de pesos necesarios que permitieron la superación
del conflicto.
“El propio Ríos Seoane desde España monitoreaba las
operaciones del gobierno con la AFA y la empresa televisiva
que explota los derechos y el sindicato de jugadores. El
acuerdo llegó gracias al aporte del cuestionado Banco
República SA que depositó en el Concurso Preventivo del Club
Deportivo Español en trámite por ante el Juzgado de Primera
Instancia en lo Comercial N° 2, a cargo del doctor Luis
Garibotto, secretaría N° 3 a cargo de la doctora M.C
Vassallo, la suma de $ 2.000.000”, continúa la denuncia.
Más adelante, los letrados agregaban que, si bien de la
documentación presentada “surgiría que la casa del fútbol y
la empresa privada que lo explota (por TyC), fueron los
aportantes, la presencia del banquero del República y de
Francisco Ríos Seoane hacen necesaria la investigación sobre
el origen y destino de los fondos conseguidos con los oficios
del ex presidente, Carlos Saúl Menem, el múltiple imputado
Francisco Ríos Seoane, el señor Julio Humberto Grondona y el
propio Raúl Moneta”.
Parrilli, Liurgo y Montes están hace tiempo detrás del ex
mandamás de Deportivo Español, un empresario que no tiene
bienes a su nombre y que se maneja a través de sus dos hijos
varones, Alejandro y Fernando, además de utilizar como
testaferro a una persona que revista como su chofer y que se
llama Eduardo Loureiro. Los argumentos que esgrimen los
letrados llevan a concluir que los 2.000.000 de pesos
depositados para terminar con el paro del ’97 podrían
provenir del lavado de dinero.
Moneta, Menem y Grondona parecerían eslabones de una misma
cadena si se analiza el contenido de la denuncia presentada
ante el juzgado federal del doctor Gabriel Cavallo.
Aquel dinero que salió del hoy liquidado República y que
permitió la finalización del paro de futbolistas en 1997,
también significó un mojón en la estrecha relación que
mantendrían desde entonces, el banquero Raúl Moneta y Avila.
Cuando el CEI (Citicorp Equity Investment) irrumpió en la
Argentina con el beneplácito de la administración menemista
para realizar inversiones de todo tipo en telefónicas,
distribuidoras
de
gas
y
electricidad
e
industrias
diversificadas, sólo los especialistas en temas económicos
podían sospechar una cosa: que su expansión llegaría a
convertirlo en uno de los dos grupos más grandes con
intereses en medios de comunicación.
Casualmente, corría 1997 cuando en Estados Unidos se ideó la
constitución de una alianza comercial que derivó en una nueva
y significativa etapa para TyC. La empresa pasaba a ser
propiedad de TCI (Tele-Communications Inc. International) con
un 40 por ciento, el CEI y Telefónica Internacional con el 33
por ciento, Avila retenía para sí el 24 por ciento y su socio
Nofal el 3 por ciento.
En la transformada megaproductora, las autoridades quedaron
conformadas así: Carlos Avila como presidente, Fred Vierra
(TCI) como vicepresidente y Heriberto Ricardo Handley (CEI),
Raúl Moneta (CEI), James Cheek (el ex embajador de EEUU),
Marcial Portela (Telefónica Internacional), Tony Coello
(TCI), Luis Nofal, Diego Avila y Juan Cruz Avila como
directores.
De pronto, el empresario que cuando niño había llegado desde
su Paraguay natal en 1946 sumido en la pobreza y el
desarraigo, se hallaba rodeado de algunos personajes del
establishment nacional y extranjero que él admiraba.
La dimensión de los negocios que Avila estaba en condiciones
de encarar a partir de ahí, superaba con holgura el
arrendamiento de un humilde club de fútbol, los torneos
veraniegos y el afán de obtener más puntos de rating con la
contratación de personajes famosos para sus programas. Pero
así como crecieron sus expectativas comerciales, también
empezaron sus dificultades.
En octubre del ’97, el CEI transfirió a su subsidiaria
Southtel Equity Corporation y a Telefónica Internacional SA
(TISA), los derechos que emanaban del contrato de compra por
el 33,34 por ciento de TyC. Desde ese momento, se iniciaron
diversas operaciones (por ejemplo, en diciembre de 1997, la
productora, a través de Prime Argentina, adquirió el 50 por
ciento de canal 9) que colocarían en una situación complicada
a la empresa que es socia de la AFA hasta 2014.
Con el tiempo, se comprobaría que Southtel fue registrada en
las Islas Cayman el 1° de marzo de 1991, un paraíso fiscal
del Caribe. Y, además, que Moneta, a través de su banco y de
la compañía United Finance Company Ltd. (UFCO) – una sociedad
off shore armada en Bahamas – llegó a ser uno de los
principales accionistas del CEI, que a fines de los años ’90
invirtió 3.000 millones de dólares en medios de comunicación,
con el afán de respaldar el intento de que Menem fuera
elegido por tercera vez presidente de la Nación. TyC, en ese
contexto, era una pieza más de la arquitectura política y
financiera del grupo.
Avila pagaría su ambición desmedida con cierta dosis de
descrédito. En junio de 1999, cuando el juez mendocino Luis
Leiva dictó la prisión preventiva de Moneta por la caída del
República, éste se mantuvo oculto en algún sitio de la
Argentina y a resguardo del pedido de captura que pesaba
sobre su persona. Un año antes, en la última inspección
efectuada al banco del prófugo, se había constatado que entre
los principales deudores de la entidad crediticia estaban
“Torneos y Competencias (empresa del CEI), con u$s 1,9
millones y Theme Bar Management S.A (filial de TyC) con u$s 8
millones” (7).
Por entonces, Moneta hacía interesantes revelaciones en un
reportaje que le efectuaba el diario La Nación: “Puedo decir
que tenemos activos por 15.000 millones de dólares, una
facturación de 6.000 millones de dólares y damos empleo a
25.000 personas en todas las empresas...”
A la pregunta de sí el Citibank se alejaría del CEI, el
cuestionado banquero respondió: “También el República puede
retirarse un día, Handley puede jubilarse y Avila ejercer la
meditación”. Sólo el primero de los vaticinios se aproximaría
a la realidad. Su banco dejaría de funcionar en abril de 1999
por falta de liquidez.
El 27 de febrero del 2000, al ser consultado sobre su
relación con el financista que se había mantenido prófugo,
Avila afirmó: “Yo no entiendo que pasó con Moneta. Para mí
cumplió. Mi relación personal con él siempre fue cordial y
afectuosa...”.
La caída del banquero acusado de lavar dinero contribuyó a
devaluar ese gigante en que se había convertido el CEI. Y una
parte de los sueños acunados por el empresario argentinoparaguayo también se desvanecieron.
“TCI se vendió a AT&T, que modificó varias de sus
estrategias; Ricardo Handley, el arquitecto del CEI, se
retiró; también los Werthein vendieron sus acciones, arribó
el fondo texano Hicks, Muse, Tate & Furst; Raúl Moneta
comenzó su odisea judicial mendocina; y Juan Villalonga hizo
desaparecer a Telefónica Internacional mientras prometía una
nueva empresa global llamada Telefónica Media que puso a las
órdenes de un ex empleado de Gustavo Cisneros, muy amigo de
Clarín. TyC, convertido en un holding con varias divisiones
de negocios que pivotean sobre un eje, el fútbol, no logró
trascender esa actividad temática, aunque deseaba hacerlo”
(8).
Los tiempos de opulencia en que Avila, Moneta y Handley se
frecuentaban fueron dejando paso a otros más semejantes a la
prolongada recesión que afecta al país. El hombre fuerte de
TyC, entonces, volvió su mirada hacia adentro y fundó Avila
Enterprise, una empresa familiar que provee de programación a
las cadenas deportivas ESPN y Fox Sports. A través de esta
última, Torneos y Competencias se expandió primero en América
Latina. Luego siguió con esa misma política en Estados Unidos
y también en Asia, donde desembarcó gracias a un acuerdo con
Editorial Universo, propietaria de las tradicionales revistas
Patoruzú, Patoruzito y Locuras de Isidoro. Esta empresa
mantenía aceitadas relaciones comerciales con China, donde
está asociada en el área del comercio electrónico con Radio
Internacional de ese país, un multimedio estatal. La nueva
filial de TyC en el continente asiático ya debutó allí con la
organización de un torneo juvenil para selecciones menores de
20 años en febrero de 2001. Los partidos de Argentina, que
presentó un equipo alternativo, pudieron seguirse por la
señal de cable TyC Sports, que comparte con el grupo Clarín.
Pero, además, la productora - junto a una firma subsidiaria
del Grupo Pérez Companc y el fondo texano HMT&F – decidió
lanzarse el año pasado con todo al segmento del merchandising
deportivo. Para ingresar a este mercado, los tres socios
relanzaron una compañía y la denominaron Pro Entertainment,
que aquí administra la cadena de bares temáticos “Locos por
el Fútbol”, los locales de indumentaria deportiva “Código
Fútbol” y, nada menos que la comercialización de los derechos
de imagen correspondientes a clubes con arraigo de Primera
División. La empresa también ejerce su influencia en Brasil,
donde por intermedio de Traffic – la socia de TyC en la
televisación de las eliminatorias mundialistas – posee los
derechos de imagen y marketing de las entidades futbolísticas
más importantes de ese país.
La evolución de Pro Entertainment debe ser seguida con
detenimiento. Sus ilimitadas posibilidades para expandirse en
el negocio del fútbol la tornan una corporación de
características
riesgosas
para
la
salud
del
fútbol
sudamericano. Y es que en ella convergen las dos empresas que
monopolizan las transmisiones televisivas en las dos naciones
con más historia, títulos y, por ende, más peso político del
continente.
Traffic en Brasil y TyC en Argentina.
Con semejante poder, quién osaría discutir que, en un futuro
no demasiado lejano, Pro Entertainment pueda a mantener al
fútbol por el tiempo que le plazca en calidad de rehén.
Carlos
Avila,
que
es
un
intrépido
explorador
de
oportunidades, no ha tenido empacho en contar hasta dónde
está dispuesto a ir. El tramo de un reportaje que le
efectuara la periodista Susana Reinoso en el diario La
Nación, el 27 de febrero de 2000, es suficientemente
instructivo.
“...Si uno adquiere un determinado club no hay que pensar en
la renta que va a proporcionar, sino cómo se puede explotar
la alta exposición del fútbol para promocionar otras cosas.
-¿Por ejemplo?
Promocionar ya sea un grupo económico, ya sea la figura y la
proyección política de un individuo...
- Si lo entiendo bien, ¿ése es el negocio que se viene?
- Es el nuevo negocio que vendrá. Es un error pensar quecomprar un equipo de fútbol es negocio. Hay que comprarlo
como promoción. Aquellos grupos que no tengan una vocación de
promoción a través del fútbol se equivocan, porque es un
error comprar un equipo en función de un negocio. Vamos al
caso concreto de Berlusconi, un líder político en Italia. El
creció en la política a través de dos grandes áreas: la
comunicación y el fútbol. La comunicación le permite llegar
al establishment, a través del poder del medio y penetrar en
los hogares. Pero con el fútbol entra en la pasión de los que
votan, del pueblo.
- Con ese criterio, ¿la política es el negocio del futuro?
- Uno de los negocios del futuro es la política...”.
Avila no descubrió la pólvora pero, como se ve, sabe cómo
manejarla para derrumbar las fronteras que se le oponen.
TyC y los periodistas
“Mis periodistas tienen libertad, pero lo único que no deben
hacer es hablar mal de donde comen ni de donde trabajan.
Tampoco yo les voy a pedir que hagan cierto tipo de cosas
para beneficiarme en algún negocio, es decir... consensuamos
la línea... eso sí, no voy a aceptar nunca que un periodista
hable mal de nosotros”.
Las palabras del empresario se asemejan a una amenaza. Una
amenaza que, en ocasiones, Avila ha cumplido con creces. No
importa que se trate de hombres contratados por su empresa o
que trabajen para la simbólica competencia. Así como el
creador de TyC no toleró una vez que Adrián Paenza le
ofreciera el derecho a réplica a Oscar Ruggeri en Fútbol de
Primera cuando era su empleado, tampoco asimiló que el
periodista lo cuestionara años más tarde y ya alejado de su
productora.
Junto a su socio, Luis Nofal, decidieron iniciarle una
demanda por daños y perjuicios en junio de 2001, que
extendieron a sus colegas Víctor Hugo Morales y César Francis
en seis causas diferentes y por un monto global de dinero que
asciende a los 3 millones de pesos. Estos juicios, que se
empantanaron en siete audiencias de mediación, podrían
significar - si prosiguen - un hito más en el meneado e
inconcluso debate sobre la libertad de expresión, ya que, los
tres emplazados, esgrimen su natural derecho a informar y
opinar sobre las actividades de la sociedad que posee los
derechos para televisar el fútbol en la Argentina hasta el
2014. En cambio, ambos empresarios definen a los comentarios
de los periodistas como “una campaña de desprestigio” y, por
ello, recurrieron a la justicia.
Los litigios habrían tenido más de un disparador. Tanto en
“Competencia”, el ciclo deportivo que conduce el relator
uruguayo en Radio Continental, como en el programa “Buscando
la vuelta”, el espacio que Paenza compartía con el periodista
Marcelo Zlotogwiazda en Radio Del Plata y que fue sacado del
aire en julio de 2001, se informó que el juez Juan José
Mahdjoubian estudiaba un posible cambio de carátula en la
causa 61.484 que se inició el 15 de junio de 2000 por una
denuncia del diputado nacional Mario Das Neves. El magistrado
– sostuvieron los demandados – evaluaba pasar de la supuesta
comisión del delito de administración fraudulenta al de
asociación ilícita que se les imputaban a Julio Grondona y
varios dirigentes del fútbol argentino, quienes hoy están a
un paso de ser sobreseídos. El mismo juez dictó la falta de
mérito de los involucrados en octubre de este año.
La cúpula de TyC, entonces, no aguantó más. Porque de las
noticias difundidas por los periodistas se desprendería que,
la otra pata de la organización, tiene su sede en la esquina
de Balcarce y Venezuela, donde se encuentra la productora.
La notificación de los juicios coincidió con la presentación
de una queja de Avila y Nofal en la Cámara del fuero penal,
por supuestas filtraciones periodísticas en la investigación
de Mahdjoubian. El recurso fue elevado por los letrados del
presidente de la AFA y Avila, quienes siempre sospecharon que
este juez o alguno de sus colaboradores les anticipaban datos
de la causa a los demandados. Morales considera que “detrás
de esto hay un acto que intenta ser inhibitorio y me
sorprende que venga de periodistas, porque ellos de alguna
manera lo son, en tanto controlan periodistas”.
Para Víctor Hugo, a quien también enjuició Julio Grondona con
argumentos similares, no existe una campaña contra los
empresarios: “No quiero ni opinar, no participo de ese tipo
de cosas contra nadie, ni siquiera contra ellos. Sí tengo una
opinión crítica sobre muchas cosas del fútbol. Un puntero
derecho podría demandarme porque tres veces seguidas dije que
jugó muy mal. Un dirigente al que no encuentre probo, capaz,
en un medio donde el comportamiento es muchas veces dudoso,
también estaría en condiciones de decir que existe una
campaña en su contra. Todos son disparates”.
Su colega y amigo, Adrián Paenza, no puede entender todavía
por qué le quisieron entablar un juicio los propietarios de
TyC. Se encontraba en el exterior cuando le informaron la
novedad. “No comprendo bien cuál es la razón, no entiendo la
lógica de ellos. Hablar de campaña de desprestigio es
delirante. Y más en un programa como el que hacíamos, en que
los temas deportivos eran tangenciales. No ocupaban más de
tres minutos. Ni siquiera tuve tiempo para una campaña.
Nuestro
espacio
duró
apenas
cinco
meses
porque
lo
levantaron”, comentó el periodista.
Por escrito, Avila y Nofal hicieron conocer en agosto del año
pasado, por qué motivos habían decidido iniciar los procesos
judiciales:
“Porque existe libertad de prensa, todos (no sólo los
periodistas) tienen el derecho de difundir sus ideas por los
medios sin censura previa. Pero también por eso cada uno es
responsable de sus dichos y de los daños que cause con ellos
ya sea con deliberada intención o por imprudencia: no hay
inmunidad para el que causa un perjuicio a otro.
Todos sabemos lo que es una campaña de desprestigio, con el
inmenso poder que da el uso de la noticia como propaganda. Y
propaganda es la reiteración de una afirmación el suficiente
número de veces como para que penetre como dogma. Se
descalifica así a una persona o una entidad acusándolo de
todos los males supuestos o reales del sector.
Naturalmente, el daño que se procura de esta forma
ciertamente beneficia a otros. Poco importa que sea el propio
periodista que se inventa a sí mismo como censor de los
demás, desde el poder de su columna cotidiana, o de otros.
La libertad de prensa que supimos conseguir le permite al
autor de la campaña seguir diciendo lo que le parezca. Esas
son las reglas de juego, pero también lo son el que sea
responsable del perjuicio que causa, y que la víctima pueda
acudir a un juez para que compruebe los perjuicios que son
consecuencia real y directa de esa campaña”.
Morales, quien ni siquiera toma en cuenta este tipo de
manifiestos, continúa emprendiéndola contra TyC y la mayoría
de los periodistas: “Hay dos maneras de laburar, o
sometiéndote a la historia oficial o como un pasante de los
que vomitan las escuelas de periodismo, que se entregan a las
empresas de pies y manos para hacer periodismo amarillo o
preguntas imbéciles”. La consecuente crítica del relator lo
ha colocado en el lugar de un cruzado que quizá algún día
quede fuera de carrera, como él mismo asume: “Si los canso,
no tendrán más remedio que prescindir de mis servicios”, dijo
hace tiempo, con un aire premonitorio.
¿Por qué aventuró esto Víctor Hugo?
Por lo que imaginaba: la rescisión unilateral de su contrato
adoptada por Radio Continental. La emisora que, luego de
recibir durante varios días el repudio de sus oyentes por la
decisión tomada, revisó su postura y reincorporó al
periodista hace un par de meses.
La frenética carrera mediática que vivió la Argentina a
partir de la década del ’90, tuvo a Carlos Avila como uno de
sus principales pilotos. El empresario que ha sido capaz de
pagarle a sus periodistas estrella 70.000 pesos por mes en la
etapa de la convertibilidad. El que flexibilizó a la mayoría
de sus cronistas que casi no tiene ni francos. El que, como
nadie, despierta un temor reverencial entre un amplio sector
de la prensa deportiva. El que sepultó casi 83 años de
historia con el cierre del tradicional semanario deportivo El
Gráfico – hoy convertido en una revista mensual que vende
apenas 15 mil ejemplares - y el despido de 50 trabajadores de
prensa. El que estableció nuevas alianzas comerciales con
viejos conocidos como el grupo Vila y el banquero Moneta para
levantar otro multimedio que tiene a América 2 como
emblema...
“Creo que hay un periodismo deportivo antes y después de TyC.
Que, en general, es el más obsecuente con el poder. Y está el
periodismo que decide informar y hacerlo en serio de modo
comprometido, riesgoso. Informar me explicaron una vez que es
dar forma. Pero dar forma de lo que ocurre en el fútbol
argentino es difícil. Muchos periodistas de TyC dicen: a mí
jamás me obligaron a tal cosa, o me prohibieron algo. Pero es
curioso que cuando se hace el análisis de lo que sucede en el
fútbol argentino, prácticamente jamás se mencione el tema de
la televisión. Como no se investigó nunca que es TyC. Y
resulta evidente por qué no se hizo. Porque nadie se puede
investigar a sí mismo, es un principio básico del poder”.
Las palabras del periodista Fernández Moores definen con
precisión un escenario sobre el que Avila no tiene rivales.
“Soy el gran profesional. El dueño de la idea” (9) afirmó en
una ocasión el hombre que, de no mediar un cataclismo,
seguirá controlando el negocio del fútbol televisado por
otros doce años, junto a sus socios.
Ni
siquiera
su
admirado
Rupert
Murdoch,
el
magnate
australiano,
ha
conseguido
un
contrato
de
semejante
extensión. Tampoco importa que, el matrimonio entre el fútbol
y la TV, ya no sea tan sólido como en la década del ’90 o que
TyC, antes de la devaluación, haya acumulado una deuda de 50
millones de dólares, hoy pesificada.
Avila acaso continúe soñando con un mundo de oportunidades.
Un mundo que, a juzgar por su monopolio, sólo parece
reservado para gente como él.
Capítulo 4
La metáfora de la maceta
"¿Y el atorrante, el sinvergüenza, el chorro siempre fui yo?
¿Cómo? ¿Y él?"
Ricardo Grosso (refiriéndose a otro dirigente de River)
El paralelo resulta curioso. La dimensión que alcanzaron los
índices
macroeconómicos
durante
los
años
‘90
podría
emparentarse con la oleada de títulos conseguidos por River
en el mismo período. El efecto de ambos acontecimientos, no
obstante, resultó insuficiente para esfumar los costos que,
el país y River como representante de la nación futbolística,
comenzarían a pagar a un precio muy alto.
¿Cuál sería la razón de semejante debacle que, en el caso del
club, no se correspondía con su ventura deportiva? El 18 de
agosto de 1999, durante una reunión llevada a cabo por una
agrupación interna riverplatense, uno de sus miembros, juez
especializado en delitos económicos, sugirió un mecanismo
para aproximarse al problema: "Habría que sacarle una foto de
determinada época a cada dirigente y ver cuál es la
diferencia con la fotografía actual" (1).
Durante el período en que River se convirtió en el equipo
hegemónico del fútbol argentino y que, además, le significó
alcanzar transitoriamente el primer lugar en el mundo según
la Federación de Historia y Estadísticas de la FIFA, hubo un
hombre,
desconocido
para
la
inmensa
mayoría
de
los
periodistas deportivos, que no cejaba de enviar ciertas
denuncias a las redacciones de los diarios. A menudo, sus
mensajes firmados al pie y acompañados por el número de
documento, iban a parar al cesto de los papeles.
¿Quién era ese personaje llamado Juan Carlos Olmos que, allá
por el 5 de junio de 1996, sostenía en el último párrafo de
una carta que le enviara al ex presidente Carlos Menem, "en
esta lucha contra esta mafia estoy solo"?
Su trayectoria en el club no había sido demasiado relevante,
aunque pasó por comisiones como la de fútbol infantil y
admisión de socios vitalicios, además de ocupar un cargo en
la AFA entre 1983 y 1989. Presidente del Movimiento de Socios
Riverplatenses fundado el 11 de enero de 1969, con carnet n°
21.248, venía denunciando supuestos ilícitos desde mediados
de 1994 sin que casi nadie le prestara atención. En su
cruzada contra la corrupción, él percibía que no existían
anticuerpos contra el flagelo en la conducción de la
institución
y
manifestaba
que
había
descubierto
"una
estructura delictiva y corrupta de una banda de ciertos
directivos
delincuentes
que
actuaron
con
una
total
impunidad..." (2)
Olmos, quien con esos duros términos describía el accionar de
la comisión liderada por Alfredo Davicce, por entonces
presidente de River, también se había empeñado en llevar a
los principales dirigentes ante la justicia. Para conseguir
ese objetivo y con el patrocinio del doctor Roberto Villamea,
le inició tres querellas criminales al propio Davicce y un
detalle de las mismas lo envío a los principales medios
nacionales.
La causa n° 1555 se originó en la transferencia del jugador
Enzo Francescoli al club Racing Matra de París y se tramitó
en el juzgado en lo Correccional n° 14, a cargo del doctor
Fernando Luis Pigni. La causa n° 14474 involucró la venta del
juvenil Hugo Daniel Rubini al club Viterbese de Italia que,
según Olmos, no figuró en ninguna memoria o movimiento
económico de River. El expediente se siguió en el juzgado en
lo Correccional n° 6, del doctor Eduardo Etcharrán. Y la
causa n° 37090 referida a la auditoría del balance
correspondiente al período 1-9-88 al 31-8-89, quedó radicada
en el juzgado en lo Correccional n° 5, de la doctora Elena
Frillocci.
El denunciante concluía su esquela dirigida a Menem
notificándole que había sido amenazado por teléfono y que
responsabilizaba por el episodio a Davicce y a otro
dirigente, Ricardo Grosso. Ambos, presidente y secretario de
actas de la comisión directiva riverplatense, habían sido
junto al vocal titular César Traversone, quienes ejercieron
una influencia notable sobre las principales decisiones
políticas y económicas que se llevaron a cabo durante cuatro
mandatos: los dos primeros que encabezó Davicce y los dos
últimos que piloteó el doctor David Pintado.
Cuando accedió por primera vez a la presidencia del club, el
9 de diciembre de 1989, el hombre alto, algo echado de
hombros y de pelo prematuramente blanco, llevaba muchos años
fatigando los largos pasillos del estadio Monumental. Había
comenzado a participar en la vida interna de River cuando
éste era gobernado por el escribano William Kent, a mediados
de los años ’60. Sin embargo, su apellido empezó a resultar
familiar durante el prolongado mandato de Rafael Aragón
Cabrera,
un
acaudalado
empresario
hotelero,
estrecho
colaborador del vicealmirante Carlos Alberto Lacoste durante
la última dictadura y que dejó su huella indeleble en la
historia futbolística de la entidad: en su presidencia se
consiguió el título de campeón después de 18 años sin
cosechar uno solo (1957-1975).
"Nube blanca", como lo apodan al doctor Davicce, solía
transitar a paso lento el hall de acceso al sector de plateas
General San Martín - el más acomodado del club -, acompañado
de Hugo Santilli, opositor como él a Aragón Cabrera. El
binomio, en ese entonces inseparable, trataba de hacerse
escuchar ante cualquier periodista que le prestara atención.
Buscaba afanosamente difundir sus ideas contra un poder al
que los éxitos deportivos le habían otorgado un blindaje casi
indestructible. A fines de la década del '70, parecía
imposible que ambos pudiesen llegar a la presidencia de
River. De la mano de Angel Labruna, el club seguía obteniendo
títulos y tanto Lacoste como su hombre de confianza en la
presidencia hacían y deshacían a su antojo. Sin embargo, el
10 de diciembre de 1983, Santilli accedió al máximo cargo
tras derrotar en las elecciones internas a Aragón Cabrera.
Este cuadro histórico del peronismo ortodoxo, había sido
director general de Administración en el Ministerio de
Bienestar Social durante la gestión de José López Rega - con
quien mantuvo diferencias que lo alejaron de su puesto -,
precandidato a Intendente de la ciudad de Buenos Aires por el
PJ a fines de 1988 y titular del Banco Nación durante el
primer gobierno de Carlos Saúl Menem. Al tiempo de asumir la
conducción en la entidad de Nuñez, el doctor Santilli - es
contador, licenciado en Administración y doctor en Ciencias
Económicas - explicó por qué razón lo habían respaldado los
socios: "La gente que me votó quiere que River sea un club
poderoso, que el presidente sea un play boy, que vaya en
Mercedes Benz, que compre los mejores jugadores y que jorobe
a Boca todas las veces que pueda. Como presidente de River
debo apuntar a eso".
Concluía 1988 y después de haber logrado por primera vez en
la historia del club las esquivas Copa Libertadores y Copa
Intercontinental, Santilli fue llamado a otro juego. Su
respaldo a Carlos Menem en la interna peronista le permitió
ocupar un cargo ejecutivo durante su gobierno.
Davicce, mientras tanto, se aprestaba a conducir la
institución que aquel había delegado en su vicepresidente, el
radical Osvaldo "Tití" Di Carlo, durante un breve período.
Algunos de sus compañeros en la lista que lo llevó a la
presidencia de River, recuerdan que Nube Blanca era un
discreto empresario que no acertaba a dar con un rubro
específico a fines de la década del '80. Fracasó con una
concesionaria de automóviles ubicada en la esquina de
Sarmiento y Pueyrredón del barrio del Once, vendió su parte
en la casa de cambio Troitiño que estaba sobre la calle San
Martín, en pleno centro porteño, se dedicó a comercializar
paquetes turísticos en una galería de la calle Florida pero,
con el tiempo, fue extendiendo la base de sus negocios y
logró avanzar hacia un terreno de prosperidad que coincidió
con su consolidación como hombre clave en la institución de
Nuñez.
De aquellos momentos iniciales en el poder, un ex integrante
de la comisión directiva, Horacio Roncagliolo, recuerda que
cuando ganaron las elecciones "Davicce entraba al club con un
Citroen destartalado que era de la hija. El típico 3CV, que
incluso en algún partido lo dejó cerca del barrio de River y
se lo robaron..." A fines de 1989, el ex presidente ya vivía
en un departamento del barrio de Belgrano, situado en Virrey
Loreto y 11 de septiembre. En ese lugar residió durante 25
años. Desde allí se mudó a un piso en la avenida del
Libertador y Jorge Newbery, frente al hipódromo de Palermo y
aquel viejo Citroen dejó paso a otros automóviles hasta
llegar al Volvo importado de color gris que conduce desde
hace un tiempo.
También, sus emprendimientos comerciales se consolidaron.
Granwill SA, Cardway SA, Infor Work SA, una clínica privada
de ojos y Dabell SA lo tuvieron o lo tienen como accionista.
El nombre de esta última firma responde a las sílabas
iniciales de su apellido y el de su socio, Jorge Bellini,
quien, extrañamente, integró una lista opositora a la de
Davicce en el comicio riverplatense realizado en diciembre de
1998. Se trata de una empresa exportadora de vid, con sede en
San Juan, que se instaló allí gracias a un ventajoso sistema
de desgravación impositiva. Por su parte, Infor Work se
dedica a la venta de materiales de computación en Ricardo
Balbín 4211, del barrio de Saavedra y le habría permitido a
Davicce conseguir ventajosos contratos con el Banco Nación en
la época en que Hugo Santilli lo presidía y, además, con el
gremio de la Sanidad que, a nivel nacional, es liderado por
el sindicalista Carlos West Ocampo, un asiduo plateísta de
River.
Pero al ex directivo, más que las sospechas atribuidas al
origen de su expansión comercial, lo descolocó en octubre de
1996 una denuncia difundida por el diputado nacional Alfredo
Bravo, quien dio a conocer que Davicce cobraba una abultada
jubilación de privilegio, obtenida tras su paso por la
Dirección de Administración del Senado. En efecto, percibe
4.049 pesos desde el 30 de abril de 1976, o sea, un mes y
seis días después que la dictadura encabezada por Jorge
Rafael Videla tomara por asalto el gobierno. De ese dato se
desprende que recibió el beneficio a los 46 años y que ya
acumula otros 26 de paga indecorosa gracias a una ley
especial del Congreso que todavía no fue derogada. Todos los
meses, a Davicce se le deposita el dinero en el Banco Ciudad
del barrio de Nuñez. Bravo, desde que formuló su denuncia,
sostiene
que
debería
aprobarse
su
proyecto
sobre
"responsabilidad de los dirigentes deportivos".
De Nube Blanca aún se recuerdan más situaciones embarazosas.
Las versiones que atribuyen su bonanza económica a la
influencia notable que ha tenido en River durante doce años,
quedan reflejadas en ciertos testimonios. Un ex futbolista
del club e ídolo indiscutido del público, manifestó durante
un diálogo telefónico mantenido con el autor que "Davicce
cobraba de Torneos y Competencias, pero lo descubrió otro
dirigente a quien tuvo que darle una plata para que se
callara..." (3) Interrogado el ex jugador sobre si su
concepto nacía de una mera interpretación o se basaba en
información concreta, agregó: "Tengo varios datos y, por
olfato, se me ocurre que las cosas son así". Este testimonio
coincide con el de por lo menos tres fuentes, que ratificaron
lo mismo: el ex vicepresidente – ese fue el último cargo que
ocupó en River – habría recibido una considerable suma de
dinero
mensual
que
salía
de
la
poderosa
productora
televisiva.
Plata dulce
El contador César Traversone se transformó en dirigente
cuando cumplía funciones como empleado en el anexo del Banco
Provincia de Buenos Aires, en el corazón de la city porteña.
Carlos Ferreyra, nieto del socio fundador riverplatense
número
3,
colega
de
aquel
y
actual
presidente
del
Departamento de Hacienda de River, recuerda un episodio
ocurrido a fines de la década del '80: "Un día me vino a
pedir trabajo cuando yo era gerente financiero del grupo
Soldatti".
Traversone es el más joven de los tres directivos que un día
se separaron de manera turbulenta. "Pacha", como lo apodan,
experimentó un crecimiento económico que hizo despertar
tantas envidias como sospechas a su alrededor. Vivía en un
departamento de dos ambientes ubicado en la calle Dolores de
Floresta - cuando aún ganaba un salario de 1.600 pesos en el
banco - y, desde allí, se mudó a otro en avenida Santa Fe
2669, que tenía dos cocheras. A esta vivienda accedió
mediante un crédito que sacó en el mismo banco donde trabajó
hasta 1993. Ese mismo año, el 29 de julio, escrituró un
departamento de 62 metros cuadrados en la avenida Federico
Lacroze 1933 de Belgrano, que le había donado su padre. En
septiembre de 1995, su esposa, Adriana Fernández Fazzalari,
inscribió otro inmueble en avenida Brasil 1546, de la Capital
Federal, por un valor cercano a los 150.000 pesos. Pero su
derrotero como inversor del rubro inmobiliario seguiría con
su joya más preciada, un lujoso piso ubicado en Ramsay 1945,
construido a pocas cuadras del estadio Monumental, en una
torre donde los departamentos se cotizan a partir de los
400.000 pesos.
Hoy, ya alejado de las funciones directivas, Traversone se
dedica al redituable negocio de captar talentos en las
divisiones
inferiores
del
fútbol
argentino.
Quienes
compartieron con él la conducción de River, ahora comprenden
mejor como consolidó su carrera económica ascendente. Lo
atribuyen a las primeras operaciones que emprendió en el
semillero del club donde al mismo tiempo cumplía su papel de
dirigente. En otras palabras y, como sostiene el actual
presidente, José María Aguilar: “No se puede estar de los dos
lados del mostrador, ni pasar por las dos ventanillas”.
El activo contador y ex dependiente del Banco Provincia
ejerció los cargos de tesorero, protesorero, vocal y miembro
del Consejo de Fútbol en River, mientras compartía un lugar
de privilegio dentro del entorno del ex presidente Davicce
con Ricardo Grosso. Este último, por formación y estilo para
comunicarse, no se parece en casi nada a Traversone. Agresivo
y locuaz, nunca mostró el aplomo y la diplomacia que solía
tener su compañero de ruta, un profesional con aspecto de
yuppie emprendedor.
Con
muchos
años
sobre
sus
espaldas
en
la
política
riverplatense, Grosso siempre se dedicó al comercio. Supo
trabajar en Casa Dina, una joyería de la casa Libertad, en el
centro de Buenos Aires. Por cuerda paralela, escalaba
posiciones en el club donde comenzó como socio cadete y
siguió como integrante de subcomisiones, representante de
socios y vocal suplente. Este hombre de contextura gruesa y
altura discreta, de actitudes pendencieras y palabras
filosas, tuvo sus primeros problemas con la justicia cuando
era un joven de 27 años. El 7 de diciembre de 1975 quedó
involucrado en la causa 6361/75 por contrabando que tramitaba
en el juzgado Penal Económico n° 3 a cargo del doctor Domingo
Molina Gatti. Detenido, obtuvo tiempo después la libertad
bajo caución real. Casi seis años más tarde, el 30 de junio
de 1981, su nombre quedó registrado en la causa 2693 por
usurpación y defraudación, a raíz de una denuncia presentada
en la seccional 1° de la Policía Federal y derivada luego al
juzgado de Instrucción n° 23.
El número de prontuario que posee este personaje en
defraudaciones y estafas es el 225.593.
Cuando el ex dirigente Roncagliolo recuerda los primeros
pasos del trinomio conformado por Davicce, Traversone y
Grosso, no puede evitar encenderse.
"Hay dirigentes con los que yo conviví en los años '89, '90,
'91 y '92 en River que no tenían el cómodo pasar económico de
hoy. Tanto el ex presidente, como los otros dos directivos,
eran moderados empresarios de clase media baja. Y, después de
todos estos años, aparecieron públicamente con coches
importados, con pisos en Punta del Este, con cuentas en el
exterior, con locales gastronómicos y, aunque fueron temas
que nunca ocultaron, armaron sociedades entre ellos mismos,
con otros dirigentes, con gente de la AFA y hasta con
directores técnicos. Habría que ver si este crecimiento
desmesurado es realmente justificable o, de pronto, usaron
testaferros. Si a mí alguien me dijera: Roncagliolo es
corrupto, yo a ese tipo lo querello antes de que termine la
palabra. Y si lo hago es porque tengo cómo demostrar cuál ha
sido mi crecimiento y de qué viví estos años. Pero dudo que
muchos puedan demostrarlo..."
Las iniciativas comerciales a las que aludió Roncagliolo son
verificables. Fueron piloteadas por Davicce, Traversone y
Grosso con protagonistas del fútbol y coincidieron con los
momentos de esplendor en River. Los tres dirigentes hallaron
en Daniel Passarella al socio ideal, al hombre que le daría
un empuje vital al emprendimiento, gracias a su trayectoria
deportiva y a los títulos que había empezado a cosechar en el
club como director técnico. Esa promoción no era en vano.
"Davicce fue quien le dijo a Daniel de entrar en el negocio
y, en verdad, influía el profundo afecto que Passarella tenía
por él. En cambio, con Grosso y Traversone nunca fueron
amigos. A Daniel le fue bien con la sociedad, pero cuando
descubrió que había manejos poco claros, decidió vender su
parte", afirma Marcelo Open, abogado y amigo íntimo del
actual entrenador del club Monterrey de México.
Lo que por entonces se mantenía en precaria reserva, se
difundió a viva voz cuando Grosso, durante el programa
Tribuna Caliente emitido por Telefé el 29 de septiembre de
1996, vociferó a través de una comunicación telefónica: "Soy
socio de Passarella, Traversone, Davicce y Scriminacci. Sí,
somos socios y no de una sola confitería, sino también de un
restaurante. Soy empresario y tengo derecho a ser socio de
quien quiera, porque yo no le pido plata a nadie para ser
socio..."
En efecto, los accionistas mencionados por Grosso, más
Américo Gallego y Ricardo Pizzarotti - por entonces, ayudante
de campo y preparador físico del plantel, respectivamente -,
Roberto Pizarro (el yerno de Davicce), Adriana Fernández
Fasalari de Traversone y Etelvina Rubeglio, compartían los
dividendos que arrojaban empresas como Puerto Caruso SA, All
Star SA, Terrazas del Pilar SA y Selecto SA, propietarias de
elegantes comercios en el barrio de Recoleta, donde
Passarella tenía un departamento muy cercano ubicado en la
calle Ricardo Levene que utilizaba como oficina. Si en todas
las sociedades aparecía el nombre de Alfredo Agustín
Scriminacci, era porque se trataba del verdadero especialista
en temas gastronómicos.
Muchas de las reuniones claves que se desarrollaron a
mediados de los años '90 para analizar temas futbolísticos de
River, se efectuaron en Champs Elisses, el refinado local que
hoy sigue instalado en el Buenos Aires Design, un complejo
comercial vecino al cementerio de La Recoleta y a donde el ex
técnico de River solía ir a tomar café por las mañanas,
tratando de pasar inadvertido. Allí, Passarella disfrutaba a
menudo momentos de distensión, Pizarro monitoreaba los
intereses de su suegro y el binomio Traversone- Grosso
llevaba por lo general las cuentas.
Persuadidos de que el éxito en los negocios había llegado
para quedarse, estos dirigentes y Scriminacci crearon la
sociedad anónima All Star, propietaria del "World Sport
Café", ubicado en Junín 1745, un proyecto demasiado oneroso
que surgió de una sociedad con un capital inicial de 12.000
pesos, según el Boletín Oficial del 18 de junio de 1996.
Convertida en un irremediable fracaso, la experiencia
requirió de otros socios con capitales frescos y, entre
ellos,
aparecieron
el
secretario
de
la
Confederación
Sudamericana de Fútbol (CSF), Eduardo Deluca y el empresario
futbolístico
Gustavo
Mascardi.
Pese
a
esta
inyección
financiera, All Star terminó inhabilitada por el Banco
Central por librar cheques sin fondos, sanción que se dispuso
el 20 de noviembre de 2000 y que se prolongará hasta el 2005.
Este entramado de intereses comerciales empezó a desmoronarse
cuando la desconfianza se apoderó de los principales dueños.
Primero se alejó Passarella, después Davicce y, por último,
lo hicieron Traversone y Grosso. Cuentan que el entrenador
casi se toma a golpes con estos últimos cuando habría
constatado algunas diferencias de caja en Terrazas del Pilar
y Selecto. Hoy ya no quedan ni vestigios de aquellas
sociedades que surgieron por conveniencia y, en cambio, en la
justicia de Instrucción se llegó a tramitar un juicio de los
actuales propietarios de la confitería Champs Elisses y el
restaurante Carusso por presuntas irregularidades.
Así terminó una parte de la historia que explica cómo, un
grupo de directivos de discreto pasar económico, dio un salto
cualitativo en sus vidas y permitió que se tejieran toda
clase de habladurías en los pasillos del estadio Monumental,
la caja de resonancia para los secretos mejor guardados en
River, el club que durante la década del '90 ganaba en la
cancha casi todo lo que jugaba.
Corría agosto de 1999 y arreciaban las sospechas de
corrupción sobre los dirigentes más notorios de la entidad.
Por entonces, quien era su secretario general, José María
Aguilar - un joven abogado de filiación radical, dotado de
una inveterada ubicuidad política y un discurso progresista
poco común en el ambiente del fútbol -, razonaba: "Creo que
las generalizaciones de corrupción me parecen una de las
tantas facetas de la cultura fascista que todavía seguimos
viviendo. Puedo asegurar que la enorme mayoría de los tipos
que van a los clubes a ofrecer su tiempo en muchísimas
actividades son absolutamente honorables. Eso lo firmo
cuántas veces haga falta. Ahora, si usted me pregunta: ¿puede
jurarme que en River no hay corruptos? Me estaría pidiendo
que yo sugiera que aquí ha existido un cono de honestidad que
distingue al club del resto de la sociedad. Seguro que hay
corruptos como en todas partes".
Más severo en su juicio, Roncagliolo hoy afirma: "Pienso que
estos dirigentes no se animaron a querellarme porque yo
siempre hablé con los papeles sobre la mesa de comisión
directiva. Y lo que sigo sosteniendo ya se los dije en la
cara a Davicce, Traversone, Grosso y Pintado. Mis votos eran
con pruebas, pero perdía las votaciones 23 a 1 o 24 a 1. Me
reventaban y, esto lo hacía igual, aún en los momentos que
River ganaba todo. Lamentablemente, cuando el equipo empezó a
perder, la basura que estos dirigentes barrieron debajo de la
alfombra en estos últimos diez años, comenzó a salir a la
palestra".
Cuando Passarella abandonó a sus socios en los locales de La
Recoleta, percibió lo que su amigo Davicce comprobaría un
tiempo después. Nube Blanca se lo confesó a un par de
personas: José Ballotta, su ex vicepresidente y José María
Santángelo, un miembro de la agrupación Cuerpo y Alma
Riverplatense.
"Me abrí de ellos porque me pasaban..." sentenció. Y todo el
mundo sabía a quienes se refería.
La AFIP quiere saber de qué se trata
Hay dos versiones sobre cómo nacieron las diferencias entre
el trío de ex consocios en el club y en los negocios. Una,
data de septiembre de 1996 y la otra de febrero del año
siguiente. En ambos casos se estima que el cortocircuito tuvo
su origen en la transferencia de jugadores. Una aproximación
a los problemas que alejaron a Davicce de Traversone y
Grosso, la hizo pública éste último el sábado 13 de febrero
de 1999: “Cuando comíamos mondongo estábamos todos juntos.
Cuando River llegó al estrellato, él se subió a los aviones.
Fue a vender a Ortega a Brasil, cuando lo tendría que haber
vendido en la Argentina. Lo que hizo con la venta de Salas
fue vergonzoso. Estaban jugando River y Boca en Mar del
Plata, y se vino desde Punta del Este para venderlo un sábado
a la medianoche en el Hyatt. ¿Por qué no me llamó a mí? Si a
Salas lo hice comprar yo...? (4)
La síntesis del secretario de Actas se aproxima bastante a la
realidad. El 10 de septiembre de 1996, River adquirió el 90
por ciento del pase del futbolista trasandino Marcelo Salas a
la Universidad de Chile. En el verano siguiente, uno de los
máximos ídolos surgidos del semillero, el jujeño Ariel
Ortega, resultó cedido en forma definitiva al club Valencia
de España. Esa compra y esa venta enrarecieron el clima
interno de la institución y provocaron un grado de exposición
inusual de las desavenencias entre los tres directivos.
Sea como fuere, las operaciones se concretaron y pusieron a
la conducción de River en la mira de la Administración
Federal
de
Ingresos
Públicos
(AFIP)
por
presuntas
irregularidades.
Esto
derivó
en
investigaciones
que
continuaron en la justicia por denuncias de los funcionarios
encargados de cobrar impuestos. La que se refiere al pase de
Ortega, recayó en el juzgado n° 4 del fuero penal económico,
a cargo del doctor Carlos Liporace, un magistrado que, por
curiosa coincidencia, no sólo es hincha de River, sino que
además es vicepresidente de una agrupación interna dentro del
club, Cuerpo y Alma Riverplatense, y vocal de la actual
comisión directiva. Con esa causa hizo su debut en el
ambiente del fútbol la administración del especialista en
impuestos, Carlos Silvani, ex director de la AFIP durante el
gobierno de Carlos Menem.
Resulta que un día de febrero del ’97, la entidad de Nuñez y
el Valencia acordaron negociar la ficha del “Burrito” en
Buenos Aires. Las informaciones periodísticas de entonces
daban cuenta que el delantero se vendía a cambio de
16.000.000 de dólares. La envergadura de la operación y la
calidad de ídolo que tiene Ortega, hicieron que hasta los más
mínimos detalles de la transferencia fueran publicados en
todos los medios. Persuadidos del leading case que tenían en
sus manos, los sabuesos de la ex DGI intentaron concurrir a
la firma del acuerdo. Pero cometieron una ingenuidad. Les
hicieron saber por escrito a los dirigentes de River que
deseaban estar presentes en el acto para asesorarlos sobre
los impuestos que debían tributar las partes y cobrarlos en
el mismo instante, de ser posible. O sea, se referían al
jugador y los intermediarios que habían participado, ya que
el club, en su carácter de asociación civil, no paga
gravámenes.
La gestión tuvo como respuesta una burda maniobra. La reunión
entre españoles y riverplatenses cambió de escenario. Se
produjo en Río de Janeiro, un sitio que colocaba a resguardo
de controles molestos a los negociadores. Pese a ello, la
AFIP consiguió que el jugador abonara los impuestos
correspondientes tras comunicarle al padre que si no lo
hacía, podría ser detenido en Ezeiza a su regreso al país.
Los inspectores, en cambio, no pudieron cumplir su cometido
con el intermediario que llevó la mejor parte en la
operación: el italo-argentino Antonio Caliendo, representante
del propio Ortega. Este – según la pesquisa que llevaron
adelante los funcionarios nacionales – depositó su dinero en
una sociedad off shore con sede en las Islas Vírgenes, un
lugar donde los rastros del dinero se pierden como en otros
paraísos fiscales. En la AFIP estimaron que la suma podría
haber alcanzado a los 4.000.000 de dólares. Mientras tanto,
en River sólo quedó constancia del pago de una comisión por
400.000 dólares al fallecido empresario Enzo Genonni – un ex
jugador del club en los años ’70 -, suma que no se compadecía
con el monto total de la operación.
Caliendo, representante en aquel tiempo y también hoy del
técnico que por entonces dirigía al equipo, el riojano Ramón
Díaz, zafó de los sabuesos, aunque no de la sospecha de una
evasión que habría permitido el pago de coimas a determinados
directivos. Con el tiempo, el director técnico reiteraría una
amenaza verbal cada vez que peligró su continuidad en el
puesto: “Si me echan, yo hablo”, cuentan que dijo el
entrenador como si supiera algo de lo que había ocurrido en
aquel verano de 1997.
El doctor José Andrés Ballotta, quien fuera vicepresidente
durante la primera gestión de Davicce al frente del club, se
alejó de la comisión directiva disconforme con el monto que
la entidad percibió por la transferencia de otro joven valor
surgido del semillero: Hernán Crespo. Durante julio del 2000
y en el marco de un intercambio de cartas con aquel dirigente
que publicó el diario La Nación, se aproximó bastante al caso
de Ortega. Les pidió a las autoridades riverplatenses que
“expliciten qué pasó con la diferencia entre los 16 millones
salidos del club español que adquirió a Ortega y los 9
millones que ingresaron a River, libres de gastos, a través
de un paraíso fiscal”.
“Yo siempre digo una cosa: si a usted se le cae por primera
vez una maceta, es casualidad. Si pasa el segundo día por
debajo del balcón y se le vuelve a caer una maceta es
coincidencia. Pero que si se le cae por tercera vez, debe
empezar a estudiar la maceta. El problema del fútbol
argentino, en realidad, no parece casual, ni siquiera es una
coincidencia que el mal manejo haya sido catastrófico para
todos al mismo tiempo”, afirmó el doctor Liporace - quien hoy
está a cargo de las divisiones inferiores de River -, no sin
antes aclarar la metáfora que empleaba.
Maceta, en italiano, significa retorno.
Mascardi, el gran contribuyente
Carlos Gustavo Mascardi nació el 11 de julio de 1955 en
Caballito. Estudió en el colegio Don Bosco y diez años más
tarde ya jugaba en las divisiones inferiores de Ferrocarril
Oeste. Una delicada lesión – rotura de meniscos y ligamentos
– comenzó a señalarle un prematuro retiro del fútbol. Debutó
en la tercera división del equipo de Caballito en 1973, pero
un par de temporadas después ya había resignado su sueño de
jugar en Primera contra los “grandes” como Boca y River. Pese
a todo, se dio el gusto de ganarle en el estadio Monumental a
la reserva local, una tarde en la que su marcador resultó ser
Daniel Passarella, el hombre con quien volvería a cruzarse
casi veinte años más adelante. En 1975 firmó su primer
contrato
como
futbolista
profesional
con
el
club
Comunicaciones y la temporada siguiente jugó en Argentino de
Quilmes, su último equipo.
A Mascardi lo aguardaba un futuro mejor alejado de las
canchas y enfrascado en un ambiente que ya conocía por la
actividad de su padre: el mercado bursátil. Su progreso en
los negocios y las múltiples operaciones que iría concretando
como agente de bolsa postergaron sus estudios en la carrera
de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires,
donde quedó a muy pocas materias de obtener el diploma de
contador público.
No obstante, ni su desempeño como partícipe activo en el
mercado de capitales ni su perfil de empresario con bajo
perfil le depararían el despegue económico inusitado que
experimentó cuando comenzó a realizar transacciones en el
fútbol, un producto cuya expansión comercial coincidió con su
desembarco como incipiente representante de jugadores e
intermediario.
Mascardi, quien siempre fue hincha de River, veranea desde
hace tiempo en la ciudad uruguaya de Punta del Este. En sus
playas conoció a Hugo Gatti, quien todavía era figura en la
primera de Boca, a mediados de la década del ’80. El ex
arquero aceptó que fuera su manager y, allá por 1989, empezó
a saberse algo más del hombre que, durante los años ’90, se
convertiría en el empresario futbolístico más poderoso de
estas tierras.
Una porción demasiado importante de su imperio la edificó
gracias a las operaciones que hizo con los dirigentes
encabezados por el doctor Davicce, quien accedió a la
presidencia de River en la época en que el próspero agente de
bolsa era todavía un personaje casi desconocido. Por
entonces, Mascardi acertaría – como se comprobará después –
en la compra de un volante zurdo, hábil, de físico desgarbado
y andar cansino que había surgido de las divisiones
inferiores de Boca. Se trataba de Sergio Berti, quien apenas
llevaba jugados unos pocos minutos en la Primera xeneize.
Cuando obtuvo su pase a cambio de unos 200.000 pesos, el
incipiente intermediario lo colocó en River como jugador
libre en julio de 1990. Esa transacción le abrió el camino a
sucesivos y exitosos negocios que lo catapultarían al primer
lugar entre sus pares y, al mismo tiempo, desencadenarían
sobre él una serie de sospechas respecto a la transparencia
de su tarea. “Se lo acusa de ser socio de dirigentes y
técnicos, de monopolizar las transferencias dentro de
determinados clubes, de frustrar los pases de jugadores que
no aceptan su representación... De ser, en definitiva, un
Yabrán futbolero, un monje negro con el que se debe transar,
sí o sí, para entrar en el juego grande”, escribió el
periodista Horacio Convertini en la desaparecida revista
“Mística”.
El modus operandi que ha utilizado hasta el presente es
similar al de un negocio llave en mano. El doctor Daniel
Kiper, dirigente opositor riverplatense e impulsor de un
proyecto para prohibir el desempeño de intermediarios en las
compras y ventas de jugadores que pudiese concretar el club,
describió en una oportunidad que “se trata de operaciones con
el vendedor asegurado, sin riesgo empresarial por parte del
señor Mascardi. Constituyen un mal manejo administrativo,
dirigencial y económico del club. Acá no se trata de que yo
pruebe sí hay corrupción. Nos quieren invertir la carga de la
prueba y que se deba acreditar si en alguna oficina se pagó
una comisión indebida. Eso es imposible”.
Los problemas más serios para el empresario comenzaron en
agosto de 1996. En noviembre de ese año asumió como director
de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP)
Carlos Silvani. Uno de sus colaboradores más cercanos, Pedro
Kondratiuk, sabía perfectamente el impacto que habían tenido
un par de años antes las investigaciones encaradas por el
grupo de inspectores denominado “Los Intocables” y la labor
desarrollada desde la ex DGI por el ex secretario de Ingresos
Públicos, Carlos Tacchi. Ambos habían descubierto grandes
casos de evasión en el fútbol cuando encararon su ofensiva
contra ricos y famosos. En ese marco, entonces, podía
comprenderse por qué Mascardi quedaba expuesto a que
observaran su contabilidad con una lupa. Y, sobre todo, desde
que el 8 de agosto del ‘96, adquirió al club Universidad de
Chile el 100 por ciento de los derechos económicos que
pudiesen obtenerse por la venta de los jugadores Marcelo
Salas y Cristian Traverso.
Los derechos económicos se refrendan en un contrato de índole
privada, que jamás es registrado por una asociación o
federación, ya que la FIFA prohibe que un futbolista le
pertenezca a un empresario o a un grupo de inversores. En
cambio, sí son de las instituciones los derechos federativos
que, cuando se comparan con los derechos económicos, a menudo
no coinciden en el monto de una misma operación.
En aquella doble transferencia, Mascardi adquirió a Salas en
3.000.000 de dólares y a Traverso en 800.000. Al primero lo
colocó en River a cambio de 3.500.000 (recibió 1.200.000 por
la cesión definitiva del delantero Walter Silvani como parte
de pago) y al defensor en Boca por 1.500.000 dólares. Así
desglosados, los principales términos de la compra y venta de
ambos pases le habrían reportado al intermediario una
ganancia de 1.200.000 dólares.
Cuando la AFIP estableció con información que había
gestionado en Santiago de Chile y en Buenos Aires que
existían varios contratos firmados y que no coincidían, por
ejemplo, con los que se habían presentado en la AFA para
homologar las transferencias, empezó un seguimiento más
pormenorizado del empresario. A mediados de 1997, desde la
Dirección de Inteligencia Fiscal comenzaron a cursarse cartas
con pedidos de información y citaciones que, en todos los
casos, apuntaban a determinar sí Mascardi había hecho como
correspondía aquella operación. Las misivas llevaban la firma
del contador Andrés Edgardo Vázquez, jefe interino del
departamento de Inteligencia y Apoyo (5).
“Nosotros, cuando detectábamos algo que nos parecía una
maniobra de evasión, hacíamos primero la determinación de
impuestos de manera directa entre la AFIP y la persona y, si
comprobábamos un hecho fraudulento, hacíamos la denuncia
penal aportando todos los elementos”, confió un funcionario
fiscal de aquella época durante el transcurso de esta
investigación. Con Mascardi ocurrió esto último, porque al no
dar explicaciones satisfactorias, terminó denunciado ante el
juzgado n° 8 a cargo del doctor Jorge Brugo (causa 9303) y,
además, fue colocado en la lista de grandes contribuyentes
individuales, cuando no integraba esa categoría.
¿Cuál era el origen de esta decisión?
El fisco pretendía mantenerlo en esa condición para ejercer
sobre él un control mayor. En términos futbolísticos, la
marca a presión comenzaba a dar resultado. En los artículos
periodísticos de la época en que se inició el pleito, el
intermediario sostenía que no existía ningún fundamento para
denunciarlo y hasta se definía como “un perseguido”.
A pesar de que habían transcurrido casi cuatro años de la
denuncia, el 2 de mayo del 2000, la sala A del Tribunal
Fiscal de la Nación, integrada por los doctores Ernesto
Celdeiro, Ignacio Buitrago y José Bosco, determinó que el
próspero hombre de negocios debía pagarle al fisco una suma
cercana a los 500 mil dólares. En una sentencia de once
carillas,
los
miembros
del
Tribunal
dependiente
del
Ministerio
de
Economía
que
entiende
en
materia
de
infracciones de orden impositivo, habían desechado un recurso
de apelación elevado por Mascardi ante la denuncia presentada
por la AFIP.
Del fallo se desprende que el intermediario recurrió a la
segunda
instancia
para
cuestionar
la
impugnación
que
Inteligencia Fiscal había realizado a sus declaraciones
juradas de impuestos correspondientes al período en que
habían sido adquiridos Salas y Traverso. Pese a ello, no tuvo
éxito en su planteo y la Sala A rechazó la nulidad que
formuló, lo condenó a pagar las costas del proceso y, por
supuesto, confirmó todo lo actuado por la AFIP, de modo que
el empresario debió abonar 420.000 más los respectivos
intereses.
En los considerandos de la sentencia, se afirma que Mascardi
apeló, porque llegó “a la vista del procedimiento sin haber
sido oído ni podido producir prueba, violándose su derecho a
defensa”, porque se definió “en forma inexacta el beneficio
de una comisión” y porque negó haber adquirido el pase
definitivo de los jugadores “pues ello es una situación
siempre transitoria que sólo puede producirse entre clubes”.
Causa hilaridad que haya argumentado esto último, sobre todo
si se observan determinados ítems de los sucesivos contratos
que firmó en 1996 para negociar a Salas y a Traverso. Por
ejemplo, en el convenio que realizó con River y que está
fechado el 10 de septiembre, la cláusula primera dice: “Que
el Sr. Carlos Gustavo Mascardi ha adquirido en forma
definitiva al club Universidad de Santiago de Chile la
totalidad de los derechos federativos que a ese club
pertenecían sobre el pase del jugador profesional de fútbol
José Marcelo Salas, chileno, pasaporte n° 12.927.812-9,
nacido el 24 de diciembre de 1974, con contrato vigente
inscripto en los registros de la Federación Chilena de
Fútbol...” La cláusula segunda de un contrato firmado otra
vez con River, pero el 13 de septiembre (apenas tres días
después), estipulaba que “el Sr. Carlos Gustavo Mascardi cede
y transfiere, en forma definitiva, a River Plate, el diez por
ciento que tiene y le corresponde de la totalidad de los
derechos federativos sobre el pase del jugador José Marcelo
Salas”.
Resulta por demás evidente que Mascardi mintió a sabiendas,
cuando sostenía que no había sido dueño de futbolistas. En un
reportaje que le hizo el diario Clarín el 7 de agosto de
1998, a la pregunta: “¿Sos propietario de jugadores,
intermediario entre dos instituciones, representante o todo
junto?” respondió: “En principio, no soy dueño de ningún
jugador. Asesoro a empresas para que compren. Represento a
unos 60 o 100 jugadores, de los cuales 20 son consagrados. Y
soy intermediario entre clubes”.
El hombre que una vez confesó “en mi actividad hay mucha
corrupción” sabe que hay mercados más permeables a sus
operaciones que otros. En diciembre de 2000 y, cuando la
transferencia parecía que se había concretado, un jugador de
su escudería tuvo serias dificultades para ingresar al fútbol
inglés. Se trataba del delantero de River, Juan Pablo Angel,
cuyo pase pertenecía por partes iguales al empresario y sus
socios, y a la institución de Nuñez. En efecto, el cincuenta
por ciento que le correspondía era de la ignota firma
Deportes Siglo XXI S.A, cuyo presidente es Emilio Mascardi,
padre de Carlos Gustavo y quien lo iniciara en el mercado
bursátil.
Los británicos del club Aston Villa informaron que desistían
de contratar al goleador colombiano cuando comprobaron que
los derechos federativos no eran en su totalidad de la
entidad argentina. Más estrictos que los dirigentes de las
asociaciones donde el empresario se mueve sin que lo
molesten,
los
ingleses
hicieron
cumplir
el
vapuleado
reglamento de la FIFA que le impide a un grupo económico ser
propietario de futbolistas. Sólo cuando se compuso está
situación con la intervención de River, el delantero pudo ser
transferido. En nuestro país, Chile, e incluso en naciones
europeas como Italia, donde le abren sus puertas como si se
tratara de un benefactor, Mascardi casi no ha tenido
tropiezos para expandir su red de negocios. Pero acaso sea
Colombia – donde hizo su primera y exitosa operación, la
compra de Faustino Asprilla – el territorio en que más
facilidades encontró.
Por eso, no extraña que en ocasiones regrese a esa
conflictiva nación de América Latina. Y es que allí se
vinculó a un tal Giancarlo Uda, propietario de una cadena de
pizzerías en la ciudad de Cali y quien cada tanto le sugiere
jugadores
para
comprar.
Asimismo,
el
intermediario
instrumentó un convenio con una conocida escuela de fútbol
llamada Carlos Santiago Lora, de la que surgieron tres
arqueros de la selección colombiana: Oscar Córdoba, Farid
Mondragón y Agustín Calero. Pero si no posee contactos en un
club donde juega un valor que le interesa, apela a quien sí
los tiene, como ocurrió cuando adquirió el pase de Angel en
julio de 1998. De ese modo habría conocido a Uda.
Mascardi puede hacer lo que le plazca en Colombia, a juzgar
por lo que sostiene Gustavo Arana García, quien ha sido
vicepresidente del club Deportivo Cali: “No se le cobra nada,
no paga impuestos. Los que tenemos que justificar la plata
que recibimos y ver cómo son los gastos, somos nosotros”.
El directivo colombiano es una de las personas que elogia al
intermediario: “En mi país tiene una imagen excelente, ciento
por ciento. Es un tipo que cumple todo, absolutamente todo.
El arriesga una plata y se gana un dinero. Pues a nosotros
nos parece que está muy bien”.
River le adquirió al Deportivo Cali en 1.750.000 dólares el
50 por ciento del pase de Mario Alberto Yepes a fines de
julio de 1999, gracias a que el empresario, adelantándose a
todos y ganando el desierto, había comprado el 100 por ciento
de los derechos federativos del defensor colombiano en
1.600.000 y luego le vendió la mitad al club argentino.
Alberto Sutton, un vocal opositor a la comisión que
encabezaban Pintado y Davicce e integrante de la actual
conducción, estuvo dos semanas en Colombia poco antes de que
se concretase esa venta, aunque por un tema muy distinto:
encabezó una delegación del vóley riverplatense. Hoy, todavía
recuerda un episodio que se vincula con aquella operación:
“Cuando yo llegué a Buenos Aires le dije a Mario Israel
(integrante del Consejo de Fútbol): tengo que hablar con vos
porque en Colombia hay jugadores interesantes. Bueno, después
charlamos, vamos a comer un bife, me dijo. Yo no lo llamé, ni
él tampoco. Si la comisión directiva estaba interesada en
Yepes se tendría que haber acordado que yo estuve en Colombia
quince días, no dos...”
Sutton aún conserva en su poder una copia del fax que el
Deportivo Cali le envió el 17 de julio de 1999 al club San
Lorenzo con la cotización del futbolista (1.000.000 de
dólares por el 50 por ciento del pase). Pero tampoco olvida
que a él le pidieron 1.700.000 por la totalidad de la
transferencia y que otro tanto le solicitaron al vocal
titular de River, Norberto Alvarez, durante la Copa América
disputada en Paraguay entre junio y julio del ’99. Sea como
fuere, la comisión directiva encabezada por el doctor Pintado
realizó un cuestionable negocio.
Mascardi, en cambio, había vuelto a acertar un pleno como en
el casino.
En Nuñez afirman con las planillas en la mano que, entre
agosto de 1990 y junio de 1999, el empresario apenas cobró
670.000
pesos
en
comisiones
por
intervenir
en
tres
transacciones: las de Roberto Ayala, Fernando Cáceres y
Sergio Berti, su jugador fetiche. La cantidad denunciada no
se compadece con las verdaderas ganancias que recogió. Sólo
en el caso de la “Bruja” Berti, batió récords de
transferencias. Lo había adquirido a Boca el 20 de marzo de
1990, se lo prestó a River el 1° de julio del mismo año, de
ahí lo llevó al Parma de Italia a la temporada siguiente; dos
años después se lo cedió al club de Nuñez nuevamente, el 9 de
agosto de 1995 volvió a colocar al volante en el Zaragoza de
España que se lo devolvió a River por una temporada y luego
en carácter definitivo.
Este tipo de operaciones optimizan los dividendos que
obtienen los empresarios como Mascardi, aunque también
requieren de esmerados dirigentes. Durante el transcurso de
una nota de investigación sobre los intermediarios que el
autor realizó para la revista El Gráfico en 1997 y que, por
alguna extraña razón su ex director, el periodista Aldo
Proietto, decidió que no saliera publicada, Mario Israel, ex
miembro del Consejo de fútbol riverplatense y actual
secretario general del club, defendió al empresario: “Lo
considero un hombre con capacidad probada, una persona que se
mueve muy bien en el mercado europeo, que tiene llegada a
clubes importantes y consiguió operaciones para River que
fueron absolutamente positivas. No puedo definir que alguna
de esas transferencias haya sufrido anormalidades, al menos
desde que yo integro el Consejo, en enero de 1996”.
Israel, ex vicepresidente de la empresa Hípica Platense, tuvo
un juicio porque se habría quedado de manera indebida con
retenciones a los premios de las carreras. Tras refinanciarle
en forma sucesiva las deudas impagas, el estado bonaerense le
llegó a demandar a esa firma 14.000.000 de pesos.
Con esta clase de dirigentes, Mascardi siempre se llevó a sus
anchas. Pero no ocurría lo mismo con los funcionarios de la
AFIP que desconfiaban de sus fuentes de ingresos y de lo que
él deponía como contribuyente. El 17 de mayo de 1999, en su
declaración
de
impuestos
a
los
bienes
personales
correspondiente al año ‘98, el empresario manifestó que
poseía inmuebles situados en el país por 726.439,82 pesos,
automotores
por
278.450,
acciones
y
participaciones
societarias por 1.730.093,02, créditos por 2.875.417,91,
depósitos en dinero por apenas 25.131,08, 380.000 de dinero
en efectivo, 5.652 en concepto de otros bienes y como enseres
y muebles del hogar, unos 301.059,19 pesos. O sea, un total
de 6.322.243,02 pesos.
Empero, lo que más llamó la atención de los sabuesos, fue su
declaración de bienes en el exterior. El acaudalado hombre de
negocios
sólo
reveló
poseer
créditos
y
obligaciones
negociables por un monto de 301.917,06 dólares, depósitos en
dinero por 236.701,65 y títulos y acciones por 10.639,35.
Unos 549.258,06 dólares. A la incalculable fortuna personal
de Mascardi ni siquiera están en condiciones de evaluarla con
precisión quienes lo conocen desde hace bastante tiempo, como
determinados agentes de bolsa. Hay quien la estima en 150
millones de pesos, otra fuente la redujo a un tercio de
aquella suma, pero, en cualquiera de los casos, el capital
implica una cifra que no baja de los ocho dígitos.
Una de las últimas iniciativas comerciales en que intervino
el intermediario fue la creación de Crimson Media Group, una
empresa con sede en Miami que se dedicó a transmitir eventos
por Internet hacia los Estados Unidos. Esta idea concluyó en
un rotundo fracaso, después de que invirtió un millón de
dólares y dejó algunas cuentas impagas. Inquieto, Mascardi
ahora persigue objetivos más módicos. A Ferrocarril Oeste, el
club donde se inició como futbolista, le aportó jugadores y
hasta el director técnico para disputar el campeonato de la
Primera B. El abona sus sueldos, aunque no está muy claro a
cambio de qué.
La dimensión de las operaciones que ha encarado el empresario
siempre lo dejaron expuesto a un seguimiento pormenorizado.
Una prueba de las investigaciones que se le efectuaron es la
minuta que realizó la AFIP sobre diecinueve transferencias en
las que participó, entre julio de 1995 y febrero de 1997. El
monto que arrojaban llegó a los 44.610.000 pesos. Y entre
ellas, ocho tuvieron que ver con River.
Las tribulaciones del intermediario también se extienden más
allá del océano Atlántico. En Roma, el juez de instancias
preliminares Silverio Piro, sigue de cerca una maniobra
urdida con identidades falsificadas para colocar en Europa
como comunitarios, a futbolistas que no lo son. Este
escándalo de los pasaportes todavía involucra a un jugador
que Mascardi representó durante muchos años y del que se
separó en octubre último: Juan Sebastián Verón. Según un
cable de la Agencia AFP fechado el 3 de julio pasado, sobre
Sergio Cragnotti, el presidente del club Lazio – donde
militaba el argentino – todavía pesa la acusación de haber
presentado documentos irregulares para obtener el pasaporte
italiano del actual volante del Manchester inglés. “Otras
siete personas, entre ellas los dirigentes del Lazio, Felipe
Pulici, Nello Governato; los agentes del jugador Gustavo
Mascardi, Francisco Hidalgo y la traductora María Elena
Tedaldi, también están implicadas en el caso”, revela la
misma información.
Para enfrentar éste y otro tipo de problemas, el más poderoso
de los agentes de la FIFA registrado en la Argentina, está en
condiciones de contar con una dotación de abogados y
contadores que lo asistan. Su ambición desmedida no repara en
la obscenidad de los gestos, ni en el modo de captar la
voluntad de los jugadores valiosos cuyos intereses escapan a
su control.
Javier Saviola, el delantero del Barcelona, es de los pocos
cracks que se ha resistido a caer en sus manos. Su
representante es un abogado catamarqueño, José Alfredo
Cabrera Brizuela, quien además de patrocinar al delantero, se
ocupa de los intereses de otro jugador de River: Ariel Garcé.
El letrado tiene bajo perfil en el ambiente deportivo y
siempre receló de las intenciones del empresario hacia su
representado.
A fines del año 2000, Cabrera Brizuela y Mascardi se
reunieron a instancias de éste último, que tenía interés en
colocar al juvenil en el fútbol europeo antes de que pasara
al club catalán. Durante el diálogo, el agente bursátil e
intermediario, elevó un tanto su antebrazo derecho, se miró
los dedos y soltó una frase que le atribuye su interlocutor:
“De esta mano comieron muchos dirigentes”.
Números en rojo
Tras acceder al gobierno en diciembre de 1989, el oficialismo
que, con matices, ha conducido el club hasta hoy, aumentó el
pasivo
en
ocho
ejercicios
sobre
trece
períodos
contabilizados: 5.914.198 pesos (1990), 4.371.470 (1991),
11.701.599 (1992), 12.146.298 (1993), 20.190.058 (1994),
15.840.853 (1995), 21.463.671 (1996), 15.534.891 (1997),
29.086.671 (1998), 29.983.393 (1999), 48.678.024 (2000),
43.065.000 (2001) y alrededor de 34.000.000 (2002), según el
balance que cerró el 31 de agosto pasado.
Un repaso al rubro más importante en la contabilidad
riverplatense, el fútbol, permite verificar que mientras en
1999 los gastos ascendieron a 32.809.235 pesos, en el año
2000 subieron hasta 37.650.893 y, en cambio, los recursos
bajaron de 32.825.198 pesos a 29.497.528. Los dirigentes
gustan tomar todas las temporadas un remedio de dudosa
eficacia contra la pesada carga de la economía. Tratan de
vender a sus mejores jugadores y esperan que los buenos
resultados acompañen. En River, eso debe leerse como ganar
campeonatos. Pero cuando alguna de esas alternativas no se
da, la deuda se dispara de manera escalofriante, como ocurrió
entre el ’99 y el 2000, en que creció casi 19 millones de
pesos.
El doctor Aguilar, cuando ya se había lanzado a trabajar por
su candidatura a presidente, explicaba cuáles eran las
razones que colocaron al club en el calamitoso estado en que
se encuentra y cuyas consecuencias aún se perciben hoy: “En
cualquier balance se refleja que, salir campeón, siempre es
caro. Y River conquistó muchos títulos en los últimos diez
años. Con el éxito, se pagan premios, se pagan mejores
contratos y, si bien es cierto que la cantidad de ingresos
debería ser superior, esto ocurre en ocasiones. Ese sería un
problema, aunque el más grave es su déficit operativo,
producto de no haber llevado adelante una reformulación
deportiva de la institución. Las dificultades son, desde mi
punto de vista, en el plano financiero, no en el plano
económico. Aunque, sin perjuicio de las groserías que hemos
cometido y que asumo absolutamente, el club – descontado el
pasivo – es mucho más poderoso de lo que era a comienzos de
los años ’90. Con un agregado difícil de cuantificar: aumentó
su marca registrada”.
La visión del ex vocal Roncagliolo resulta mucho más crítica:
“El balance de la gestión Davicce es el título de un libro
que escribió un periodista (Joaquín Morales Solá): Asalto a
la ilusión. Porque ha sido la gestión más sospechosa de
irregularidades técnicas, contables y administrativas; ha
sido la que más ejerció la persecución política. Davicce
asumió con un pasivo de 3.500.000 dólares y River llegó a
deber como 70.000.000, con un déficit operativo mensual de
1.500.000. Tuvimos un club pobre, con dirigentes ricos”.
Podría afirmarse que la dimensión del deterioro aún se
comprende menos, sí una evaluación de la economía de River
toma en cuenta como dato central las transferencias de
futbolistas que realizó el club entre 1990 y 2000. La suma
que ingresó a la tesorería supera con holgura los 100.000.000
de pesos. La temporada récord fue la 1997-’98 en que, sólo un
pase – el de Marcelo Salas al Lazio de Italia -, le permitió
a los dirigentes tomarse un desahogo que no supieron
aprovechar. En ese breve período, fueron vendidos jugadores
por 28.327.500. Por el pase del delantero chileno se
recaudaron 17.600.000 dólares; pero además, River negoció a
Celso Ayala (Betis de España) por 5.000.000, Roberto Trotta
(Sporting Gijón de España) 2.750.000, Juan José Borrelli (San
Lorenzo), 1.500.000, y otros jugadores que completaron
aquella suma cercana a los 30 millones.
En
años
anteriores,
la
institución
había
concretado
operaciones que también le reportaron muy buenos dividendos,
más allá de que alguna – como la del goleador Hernán Crespo
en 4.000.000 al Parma – no resultó toda lo beneficiosa que se
hubiese esperado por la calidad y juventud del jugador. Se
transfirió a Ariel Ortega (Valencia) en 9.000.000, a Matías
Almeyda (Sevilla) en 8.000.000, a Julio Cruz (Feyenoord) en
4.750.000, a Roberto Ayala (Parma) en 3.500.000, a Juan Gómez
(Real Sociedad) en 3.000.000 y a Sergio Berti (Zaragoza) en
2.000.000, entre otras cesiones por montos menores (6).
También, después de la temporada más fructífera en ventas, el
club
continuó
con
su
política
para
desprenderse
de
futbolistas.
En enero de 1999, Santiago Solari siguió su carrera en el
Atlético Madrid a cambio de 3.500.000, Marcelo Gallardo se
fue en junio de ese año al Mónaco francés por 8.000.000,
Diego Placente pasó al Bayern Leverkusen alemán en diciembre
del 2000 por 8.000.000 y Juan Pablo Angel al Aston Villa
inglés por 14.000.000. De esta cifra, sólo alrededor de
4.000.000 le quedaron a River ya que la mitad del pase le
pertenecía a Deportes Siglo XXI del empresario Mascardi y,
además, existía una deuda con el colombiano que se descontó
de su traspaso.
Así se ha escrito la historia reciente de una institución
donde los jugadores se convirtieron en la mercadería en
tránsito más preciada; a menudo negociada en condiciones poco
trasparentes, con intermediarios que hicieron su agosto y
dirigentes que están sospechados de haber sido partícipes
necesarios de un despropósito que, ni siquiera alcanzó a
mitigarse, con los éxitos deportivos en serie de los años
’90.
Matrimonio y algo más
Si hay un club en la Argentina que posee lazos comerciales
más que sólidos con la productora Torneos y Competencias
(TyC), ése es River Plate. Porque además de recibir una de
las dos porciones más considerables de la torta televisiva –
la otra es cobrada por Boca Juniors -, mantiene una alianza
estratégica con la empresa que ejerce el monopolio del fútbol
por TV. La relación, matizada con el interés que como socio e
hincha tiene el hombre que creó el emporio de TyC, Carlos
Avila, siempre ha sido utilizada por los dirigentes
riverplatenses para aventar dificultades, por más minúsculas
que parezcan.
El 25 de marzo de 1994, el club le transfirió a la empresa el
50 por ciento del pase de un delantero surgido de sus
divisiones inferiores: Walter Silvani. El monto acordado fue
de 500.000 dólares que TyC se comprometía a abonar 120 días
más tarde. En un detalle oficial de las ventas, préstamos y
rescisiones de contratos que River realizó entre 1990 y 1999,
figura que la entidad transfirió el 50 por ciento de los
derechos federativos del jugador, aunque no se especifica a
qué comprador. Hasta allí, la operación podía entenderse como
natural, habida cuenta que la productora televisiva venía
incursionando en la compra y venta de profesionales para sí,
o para terceros.
Pero lo más extraño sucedió tres días más tarde, cuando el
club, que acababa de desprenderse de la mitad del pase de
Silvani, recuperó el mismo porcentaje que había negociado por
624.000 dólares. “Los 124.000 dólares de diferencia entre el
valor de venta y de recompra fueron abonados por River en
tres pagos de 70.000, 15.000 y 39.000 dólares. Los dos
primeros pagos fueron efectuados por River el 28 de marzo y
el 6 de junio; es decir que TyC embolsó 85.000 dólares antes
de que se cumpliera el plazo en que la empresa debía abonar
los 500.000 convenidos en la operación del 25 de marzo.
Aunque TyC nunca abonó esta suma, la Memoria y Movimiento
Económico de River correspondiente al ejercicio 93/94 la
registra como una ganancia para la entidad...” (7)
La información también consignaba que el contrato de recompra
del delantero tenía “la firma del vicepresidente José Ballota
y del prosecretario del club, Mario Israel, sin que ellas
estén acompañadas por las de representantes de TyC ni por la
del propio Silvani”. A raíz de una denuncia, el caso derivó a
la Inspección General de Justicia, donde hubo un dictamen que
cuestionó toda la operación y finalmente ésta resultó
anulada, no sin antes aplicarle una multa al club por 3.000
pesos y apercibir a su comisión directiva.
Cuando la productora abandonó el mercado de futbolistas,
acaso porque todo indicaba que su imagen se deterioraba (ya
había fracasado en una experiencia financiando el traslado
del club Argentinos Juniors a Mendoza en la temporada ‘93‘94) durante algunos años no se escuchó hablar demasiado de
las estrechas vinculaciones comerciales con River. Pero la
expansión y diversificación de la empresa no tardaría en
colocar al club de Nuñez en un sitial de discutible
privilegio, que se explica por la esmerada relación que
siempre mantuvieron los dirigentes con el multimedio a cuyo
frente sigue el clan Avila.
TyC primero pasó a controlar la explotación de productos y
servicios vinculados con el merchandising, mediante el cual
la institución percibió en 2001 la suma de 1.400.000 pesos
por regalías, que se incrementará este año a 1.500.000 y a
1.600.000 en 2003, siempre de acuerdo a un contrato firmado
entre las partes que tiene vigencia hasta el 28 de abril del
2005. No obstante, la empresa pretende bajar esos montos.
El 27 de agosto de 1999, los principales directivos habían
apostado a una relación aún más duradera en un rubro casi
inexplotado y de incalculable proyección en el tiempo. Ese
día firmaron un convenio con TyC a cambio de recibir
7.000.000 de dólares en siete cuotas de 1.000.000, pagaderas
cada 30 de junio hasta el 2005. El contrato de once cláusulas
estipula que la productora adquiere “el derecho de usar y
explotar en su exclusivo beneficio, en forma exclusiva e
irrevocable, tanto en el país como en el exterior, hasta el
30 de junio del 2014 o, si fuera posterior, la fecha de
terminación del torneo de fútbol de primera división en curso
a esa fecha, sin más limitaciones que las establecidas
expresamente en el presente, la página, espacio o sitio
oficial del club en la Internet o en cualquier otra red
electrónica o medio de enlace similar que reemplace o
coexista con ella...”
El texto fue firmado por el presidente Pintado, el secretario
Aguilar y los representantes de TyC, José Eladio Rodríguez e
Ignacio
Nolazco.
Hoy
resulta
temerario
establecer
la
envergadura del negocio que emprendió River con su página web
y es porque este rubro, pese a la prolongada crisis del país,
está lejos de haber tocado su techo. Para que el arreglo
fuera posible, el club dio de baja un acuerdo que mantenía
con la firma Intermedia Comunicaciones S.A por mantenimiento
y “hosting” del sitio oficial en Internet. De ese modo, TyC
le sumaba al merchandising y a la televisación de los
partidos por los torneos de verano, la desaparecida Copa
Mercosur y los campeonatos oficiales, una nueva perla a la
colección de contratos que ha refrendado con la institución
de Nuñez. El convenio significó un remedo de aquel que
vincula a la AFA con la empresa de Avila hasta el 2014.
Lo extraño es que éste, se firmó un 27 de agosto, cuatro días
antes de que cerrara el ejercicio 1998-’99. Se arribó a ello
para que los números del balance dieran mejor. Torneos y
Competencias acudió así en auxilio de su socio mayor entre
los clubes del fútbol nacional. Los directivos, presurosos,
refrendaron lo actuado en la reunión del 28 de septiembre, un
mes después de que se suscribió el polémico contrato cuyo
vencimiento opera recién dentro de trece años.
Semejante matrimonio por conveniencia cebaría a los cónyuges
y, a mediados del 2000, fueron por más: intentaron procrear a
su más dilecta criatura: el club cedía la administración de
sus recursos al fondo de inversión texano, Hicks, Muse, Tate
& Furst – propietario del paquete mayoritario de TyC –
mediante un contrato por cinco años, renovables por otro
período idéntico. En un borrador del acuerdo redactado el 23
de mayo del 2000, se establecía en los considerandos lo
siguiente: “A) Que el club es una asociación civil sin fines
de lucro cuyo propósito principal es promover la práctica del
fútbol y otros deportes B) Que la empresa es una afiliada de
Torneos y Competencias S.A y Hicks, Muse, Tate & Furst,
grupos líderes a nivel regional en la explotación de negocios
vinculados con los deportes en general y con el fútbol en
particular C) Que el club y la empresa desean asociarse, en
los términos y condiciones de este acuerdo, para realizar en
forma conjunta y en beneficio mutuo la explotación comercial
de ciertos negocios del club”.
¿A qué tipo de negocios se refería el contrato que el
vicepresidente Davicce - su pregonero - impulsaba con ahínco
dentro de la comisión directiva?
La lista contenía doce rubros, a saber:
1) Explotación de la totalidad de los espacios interiores y
exteriores del estadio Monumental Antonio V. Liberti para
la comercialización de publicidad estática.
2) Explotación de la publicidad en audio y carteles luminosos
dentro del perímetro de la cancha.
3) Cesión de los derechos de patrocinio (sponsorship) de los
equipos del club en todas sus disciplinas, incluyendo la
utilización por parte de los jugadores, integrantes del
cuerpo técnico y médico, ball boys, etc, de manera
exclusiva y permanente, de indumentaria de una marca
determinada.
4) Disputa con carácter oneroso, por parte de los equipos de
fútbol del club de partidos y/o torneos amistosos
producidos, organizados y comercializados por empresas en
su beneficio.
5) Explotación de la publicidad en la camiseta oficial,
mediante la inscripción de marcas distintivas de productos
o servicios.
6) Explotación del nombre y las iniciales del club, sus
colores, y todo emblema, marca, diseño, escudo, mascota o
símbolo que lo identifique actualmente o en el futuro.
7) Cesión del derecho a realizar promociones comerciales
dentro del estadio.
8) Concesiones para la explotación del servicio de bar,
catering, venta ambulante de bebidas durante los partidos
de fútbol y eventos y/o espectáculos de cualquier índole
que se realicen en el Monumental.
9) La cesión de la explotación de la página, espacio o sitio
oficial del club en Internet o en cualquier otra red
electrónica o medio de enlace similar que la reemplace o
coexista con ella.
10) La cesión del derecho a producir, comercializar y
distribuir videos, composiciones musicales, posters y
objetos conmemorativos relacionados con el club.
11) El derecho a explotar comercialmente cualquier base de
datos, archivo gráfico o audiovisual u objetos con valor
museológico que sean actualmente o lleguen a ser en el
futuro propiedad de River.
12) La cesión de derechos exclusivos sobre las imágenes y el
sonido de los encuentros de cualquier tipo que sean
disputados por equipos del club en todas las disciplinas y
cuya comercialización corresponda actualmente o en el
futuro al club (8).
El poderoso fondo texano – y por ende, TyC – pretendía
obtener esta nómina de concesiones y las facultades
necesarias para administrar, renegociar y modificar los
términos de los contratos, procurar otros nuevos y, además,
una curiosa atribución que consistía en “elaborar y
determinar los cursos de acción a seguir por el club frente a
autoridades gubernamentales, clubes o asociaciones deportivas
y entidades que los agrupen directa o indirectamente, en
todos los asuntos que en forma directa o indirecta tengan un
impacto significativo sobre la rentabilidad de cualquier de
los negocios”.
A cambio de todas estas ventajas, River recibiría una suma de
5.000.000 de pesos pagadera al contado y contra la firma del
acuerdo; más 20.000.000 en calidad de préstamo que serían
devueltos por el club en cuatro cuotas anuales, iguales y
consecutivas de 5.000.000 cada una, según consta en la
cláusula duodécima del borrador. El monto que el grupo Hicks
estaba dispuesto a desembolsar, era casi igual al obtenido
por los contratos que el club ya tenía firmados en todas las
actividades comerciales que se pretendían transferir. Unos
23.500.000 dólares que se desglosaban así:
1) Cesión de espacios por publicidad estática: 1.750.000.
2) Uso de indumentaria y calzado deportivo: 3.550.000.
3) Eventos amistosos durante temporadas de verano: 1.200.000.
4) Publicidad en la camiseta del primer equipo: 2.950.000.
5) Publicidad y venta de bebidas en partidos: 1.250.000.
6) Explotación del merchandising: 1.250.000.
7) Televisación
codificada
de
los
partidos
oficiales:
7.500.000.
8) Televisación de los encuentros de la Copa Libertadores
(etapa clasificatoria): 1.600.000.
9) Televisación de la Copa Mercosur (mínimo asegurado):
1.000.000.
10) Explotación del sitio en Internet: 1.000.000.
11) Concesión de comidas y catering en el estadio: 450.000.
El rubro del contrato que se refería a la remuneración de
Hicks
y
TyC
especificaba
que
“como
única
y
total
contraprestación por la totalidad de sus servicios la Empresa
tendrá derecho a percibir como comisión el cincuenta por
ciento (50 %) de los ingresos netos que produzcan los
negocios para el Club, durante el plazo de vigencia de este
acuerdo, por encima del Mínimo Garantizado...”
Este convenio, así como estaba redactado, ni siquiera pasó el
filtro del estudio jurídico encabezado por el doctor Eduardo
Víctor Galeano, un letrado que trabaja para la institución
desde hace muchos años. En el análisis del borrador enviado a
la comisión directiva el 27 de mayo de 2000, el abogado
señaló: “El proyecto que estamos considerando contempla
virtualmente una delegación imperfecta por parte del Club a
favor de la empresa...” Además, agregaba que “en cuanto al
alcance de las facultades que se delegan, son muy amplias y
supuestos como el de rescisión unilateral, transacciones,
compromisos arbitrales, etc, involucran responsabilidades de
las que el club no puede desvincularse”.
Otra consideración especial se refiere a la remuneración que
debían percibir Hicks y TyC: “Debe tenerse en cuenta que el
pago de una comisión por parte del club generará la retención
de un impuesto que no podemos apreciar si gravitará o no en
el neto a distribuir, lo cual implicaría un ingrediente
negativo
para
el
club
que
se
encuentra
exento
de
ganancias...”
Sea como fuere, ni el primer borrador, ni las modificaciones
que se le hicieron, encontraron eco en la comisión directiva,
excepción hecha del vocero de este proyecto, el doctor
Davicce y un reducido grupo de dirigentes con ideas afines.
Dentro del propio oficialismo alzaría la voz el secretario
Aguilar, quien por entonces venía tomando distancia en esta
cuestión del influyente vicepresidente.
“Yo me opuse a la tercerización en manos del grupo Hicks
porque me parecía que no guardaba las formas jurídicas, como
por ejemplo, ignoraba una licitación que se prevé en el
estatuto y, tampoco respetaba mis convicciones ideológicas,
ni siquiera los preceptos fundacionales del club”.
En su condición de socio y simpatizante riverplatense, el
juez Liporace también atacaba la idea de delegarle a una
empresa el manejo de los contratos millonarios que tiene el
club: “¿Digo yo? River, ¿no tiene personas con materia gris
para saber cómo se vende una camiseta o un contrato? ¿Cuál es
el objetivo de una institución? Que los asociados tengan
obras, la búsqueda del bienestar, no el lucro. Y si son
ineptos para lograrlo, lo que deben hacer es renunciar, no
gerenciar. La empresa subió las cifras que ofrecía cada vez
más, eso significa que la primera cantidad ya era negativa
para River. El tema es muy simple: el señor que quería
gerenciar le sacó una foto a los ingresos del club y le
quería entregar esa cantidad. O sea, el negocio para la
entidad era cero. Eso es perverso”.
Como nunca llegó a reunir el apoyo necesario para aprobar su
iniciativa en la comisión directiva, Davicce no insistió más
con el proyecto y, a su defección, le siguió el retiro de la
propuesta por parte de Torneos y Competencias que, durante
las negociaciones con River, había designado a Luis Nofal –
uno de sus accionistas – como operador. El repliegue resultó
tan desordenado que, hasta entre el ex presidente David
Pintado
y
su
vicepresidente,
hubo
cortocircuitos
por
determinar quién se hacía cargo de los costos políticos que
demandaba la operación. “¿Si la oferta me la hicieron a mí?
No. Creo que Pintado va a precipitar la aclaración de este
tema porque acá siempre hay rumores en los que aparezco como
el que decide. Y no es así. A Pintado lo voy a acompañar
hasta las últimas consecuencias, pero que quede claro: yo no
decido”, se esmeró en aclarar Nube Blanca un día que asistió
al estadio Monumental y fue abordado por los periodistas.
De esta manera, fracasó el intento más ambicioso de la
productora televisiva para controlar formalmente un club de
fútbol en el país. Aunque en rigor, sólo perdió una batalla
en un conflicto de intereses que se dirime sobre un
territorio mucho más amplio.
Todas las instituciones afiliadas a la AFA pueden dar fe de
esto último.
Aguilar y las carpas
Desde la época en que el peronista Santilli gobernaba River
en los años ’80, no han cesado las acusaciones, denuncias y
procesos
judiciales
por
corrupción.
Algunos
casos
emblemáticos, como el affaire con el pase de Enzo Francescoli
al Racing Matra de París, prescribieron por la extinción de
una causa en la que nunca hubo demasiado afán de investigar.
Ese hecho, que salpicaba al ex presidente y dirigente
justicialista, se originó en el supuesto desvío de dinero a
dos
cuentas
bancarias,
en
Suiza
y
Luxemburgo,
respectivamente.
Podría afirmarse que, con el transcurso del tiempo, casi nada
cambió. A lo sumo, se modificaron los nombres de los
sospechados. Y, sin embargo, casi ningún dirigente importante
que ha pasado por la conducción del club en los últimos
dieciocho años – desde que Santilli venciera en elecciones a
Rafael Aragón Cabrera – se sintió inhibido de participar en
el comicio de diciembre pasado por cuestiones judiciales, el
mismo que ungió a José María Aguilar como presidente. Ese es
el gran contrasentido que no alcanza a comprenderse del todo.
O sí...
Entre tanto, nunca desaparecieron las versiones sobre un
mercado cautivo en las divisiones inferiores que sería
regulado por el poder adquisitivo del ex vocal César
Traversone, a quien se atribuye la propiedad de por lo menos
veinte futbolistas juveniles. Uno de ellos es un pibe de
grandes condiciones al que apodan “la Gata” Fernández. El
usufructo de los derechos económicos de estos jugadores lo
ejercerían determinados testaferros.
Aguilar, durante una larga entrevista concedida al autor el
30 de julio pasado, sostuvo que ese tema había “dejado de ser
una sospecha, porque es una realidad que advertimos día a
día. Se han desarmado carpas, aunque seguramente se han
generado otras nuevas. El poder del dinero es notable. El
tráfico de influencias a partir de contar con el sostén de
determinado dirigente es una conducta que se repite, que se
vive y no hay que ser exageradamente audaz para observar la
facilidad del trámite”.
El actual presidente, incluso, fue más allá: “Yo no descarto
que pueda haber directivos que se vean tentados de llevar
adelante este tipo de conductas. El tema pasa por tener la
decisión política suficiente como para apartarlos del
camino”.
Si el fútbol amateur se desarrolló como territorio fértil
para las operaciones encubiertas de determinados dirigentes,
qué podría decirse entonces del ámbito profesional y, más
allá, de casos emblemáticos como el del empresario Mascardi.
La relación comercial que ha existido entre el ex protesorero
Juan Federico Della Role y Daniel Lalín, el ex presidente de
Racing y propietario de determinados futbolistas, explicaría
por qué atajó en River hace un tiempo el actual arquero de
Vélez, Gastón Sessa. Ese vínculo sentó raíces cuando aquel
hizo constar ante la AFIP, que le había prestado 5 millones
de pesos al ex titular racinguista para justificar una
declaración de impuestos. Della Role y Lalín tienen algo más
en común. Se dedican al negocio gastronómico.
El mismo día en que se aprobó la continuidad del ex técnico
Américo Gallego por una segunda temporada consecutiva, la
comisión directiva concedió el pago de una extraña comisión a
una tal Patricia Pighini, por 550.000 dólares. La mujer –
según confió un importante dirigente de River – es la
concubina del empresario Antonio Caliendo, quien, de ese
modo, habría cobrado un dinero por el regreso de Ariel Ortega
a mediados del 2000, desde el Parma de Italia. Operación
entre clubes que no requería la intervención de terceros,
como muchas otras en las que se abonaron curiosos honorarios.
Estos hechos ha sido comunes en la vida institucional de
River, que jamás dejó de estar condimentada por su relación
con el gobierno de Carlos Menem. El ex presidente, a veces
mediante métodos desembozados y en otras ocasiones con
mensajes más sutiles, hizo sentir su influencia. Hoy, la
entidad de Nuñez posee un predio en la localidad de Ezeiza
que pertenecía al Instituto Nacional del Agua y que le fue
transferido por 99 años merced a una diligente gestión de la
Secretaría de Deportes en la época en que era conducida por
el ex rugbier y arquitecto Hugo Porta.
Acaso porque éste y otros gestos formaron parte de un
intercambio de favores, determinados personajes cercanos al
político riojano se valieron de su influencia para conseguir
ciertas ventajas. La larga permanencia del director técnico
Ramón Díaz en el club – más allá de sus grandes éxitos y
alternados fracasos – dio pie a múltiples elucubraciones,
aunque casi nada pudo probarse. Sus insinuaciones de que
algún día abriría la boca para acusar a quienes podían
sacarlo del puesto, contribuyeron a acentuar el clima de
desconfianza.
Quizás sea ése, el problema que más afectó a River en estos
últimos años. Lo abonó el descrédito de sus principales
dirigentes y la sospecha de que, si la corrupción avanzó, se
debió a que ciertos personajes se movieron a sus anchas.
Capítulo 5
Negocios son negocios
“Si tenés problemas para llegar a fin de mes, no podés ser
dirigente de fútbol”.
Mauricio Macri.
El ingeniero civil es un hombre tan emprendedor que no tolera
el más mínimo obstáculo. Su impaciente temperamento a veces
lo traiciona, acaso porque olvide lo que en su profesión se
denomina “diagrama de momentos”; la evaluación serena de los
puntos críticos que puede tener una estructura. Mauricio
Macri, un acaudalado personaje del establishment, tiene
varios puntos de contacto con el fallecido Alberto Jacinto
Armando, quien fuera presidente de Boca Juniors como él,
primero entre 1953 y 1955, y después durante un extenso
período que se prolongó de 1960 a 1980. Una de las
características que los identifica es la del carácter
tempestuoso. Cuando aquel dirigente conducía al club de la
ribera y se topaba con alguna voz que se alzaba contra su
gestión, podía llegar hasta la agresión. Una vez, irrumpió en
un estudio de televisión para golpear al periodista Dante
Panzeri.
El actual titular de Boca no ha sido capaz de llegar tan
lejos, pero sí se molesta demasiado con las críticas. Para
responderlas, escoge con detenimiento a sus adversarios y, a
otros, directamente los ignora amparado en su posición de
privilegio. Incluso ha llegado a querellar periodistas por
investigaciones que consideró inoportunas. Desde Diego
Armando Maradona a Raúl Gámez - el presidente de Vélez -, el
ingeniero no ha dejado de reclutar adversarios dentro del
ambiente del fútbol, refractario a su linaje de empresario
poderoso y un tanto omnipotente.
Armando y Macri también han cosechado logros similares en
materia deportiva. Durante sus mandatos, el club alcanzó la
Copa Intercontinental, la Copa Libertadores y varios torneos
locales. Si bien el primero lleva ventaja en la suma de
éxitos, también es cierto que gobernó Boca Juniors durante
mucho más tiempo. Esta relación de simetría además se
prolonga al ámbito de sus actividades privadas. El ex
presidente vendía automóviles Ford; el actual comercializaba
coches de las marcas Fiat y Peugeot. Y aunque el origen y la
formación de ambos fueron disímiles, en el mundo empresarial
condujeron o integraron el directorio de distintas compañías.
Armando, quien llegó a ser considerado el hombre de negocios
más importante de la Argentina en el rubro automotor,
encabezó varios emprendimientos que llevaban su nombre y
apellido (en financieras, concesionarias, importadoras de
vehículos y maquinarias agrícolas), y se diversificó en
sociedades como Editorial Uriel SAIC, el Consorcio Holandés
de Inversiones y Tutora Compañía Sudamericana de Seguros SA.
Macri ha estado a cargo de empresas del holding que fundó su
padre Francisco, como Sideco Americana SA, Servicios Viales
SA, Minera Geometal SA, Manliba SA, Transmetro SA, Mirgor
SACIFIA, Sevel Argentina SA, Itron SA y Grumafra Inversora SA
(hoy SOCMA).
Asimismo, el paralelo entre uno y otro personaje se extiende
a los atentados que sufrieron contra sus vidas. Al
desaparecido Armando le colocaron una bomba en una de sus
agencias de automóviles en 1965 y, en 1973, durante una
asamblea en la cancha de Boca, lo intimidaron a balazos. El
ingeniero jamás olvidará el tremendo momento que atravesó en
agosto de 1991, cuando lo secuestró durante dos semanas una
banda de comisarios que pedía un millonario rescate por su
liberación. Desde entonces, no ha dejado de movilizarse sin
custodia.
Sus simpatías políticas completan la analogía: el ex
presidente se relacionó de manera fluida con los primeros
gobiernos peronistas y hasta fue investigado por la
denominada Revolución Libertadora, que jamás pudo encontrarle
nada. El máximo directivo boquense de la actualidad coqueteó
con el justicialismo de la Capital Federal durante mucho
tiempo, aunque ha decidido lanzarse por su cuenta como
postulante a la jefatura del gobierno porteño.
Armando, como Macri, tuvo un sueño que terminó por
desgastarlo. Quiso erigir el estadio de Boca en la Ciudad
Deportiva de la Costanera Sur – en tierras ganadas al río -,
pero fracasó en el intento. Apenas algunos pilotes quedaron
expuestos para siempre en el sitio donde, el 25 de mayo de
1975, tendría que haberse inaugurado la obra.
El ingeniero, en cambio, nunca cejó en el intento por mudar
la Bombonera del barrio de la Boca. Pese a que la refaccionó
sustancialmente en 1996, no abandonó la idea de levantar otro
estadio más moderno, pero sin la historia ni la mística del
escenario que todavía conserva una resonancia inigualable.
Los primeros momentos en la presidencia que Macri había
asumido el 13 de diciembre de 1995, lo encontraron ocupado en
la remodelación de la cancha. El lunes 8 de enero del ’96, a
las 14, se fijó para abrir los sobres correspondientes a la
licitación de las obras. Sin embargo, este paso jamás se
cumplió. El ingeniero se dio a la faena de levantar un
escenario a su gusto y a tono con la modernidad imperante. El
trabajo recayó en manos de la empresa Riva que fue designada
directamente por la comisión directiva sin someterse a un
concurso de precios, ni de anteproyectos. La premura por
llegar a la inauguración oficial de la nueva Bombonera el 9
de julio de 1996, hizo pasar por alto algunos detalles. Se
tiró abajo la tradicional torre de homenaje, se demolieron
los palcos sin la autorización que se requería de la asamblea
de representantes, se cortó un caño troncal de gas porque no
se habían presentado en término los planos a la Municipalidad
y hasta se angostó el campo de juego en aproximadamente tres
metros para levantar los nuevos palcos VIP y plateas.
Pese a que Macri se salió con la suya, debió soportar el
primer gran sofocón de su mandato (aquel domingo patrio, Boca
perdió con Gimnasia y Esgrima por 6 a 0 en su vuelta al
estadio). El mismo se había encargado de subastar los palcos
VIP oficiando de improvisado rematador, una tarde en la que
adquirieron esas acomodadas ubicaciones desde Maradona –
llegó a pagar 305.000 pesos por el suyo - hasta el empresario
televisivo Carlos Avila y, tanto la revista El Gráfico, como
la yerbatera Rosamonte o la poderosa Telefónica. El
improvisado enajenador de bienes suntuarios se entusiasmó con
la recaudación: 3.842.000 pesos por 32 palcos y algo más de
600.000
por
el
veinte
por
ciento
de
las
plateas
preferenciales. Ese dinero y el monto de un crédito que se
gestionó en el liquidado banco Almafuerte, le permitieron a
Boca costear las obras.
“Clarín, vení, con toda la guita que pusiste para el diario
nuevo que vas a sacar... La Nación, vamos que yo les hice
publicidad con el suplemento nuevo...” gritaba Macri al mismo
tiempo que levantaba un pequeño martillo en aquella subasta
que duró casi tres horas en la confitería de la Bombonera.
Tanta energía acumulada pareció evaporarse con el paso del
tiempo. El ingeniero no le daba descanso a su mente febril.
Transcurrieron un par de años y el adinerado presidente, sin
explicar por qué, un día lanzó la extraña propuesta de
compartir un estadio con River. Esa iniciativa se asemejó a
un golpe de efecto, casi como la que sugería utilizar a
medias el Nuevo Gasómetro de San Lorenzo. Todo resultaba muy
inverosímil. Y eso incluía un deseo inconfesable del
dirigente: que el futuro estadio de Boca se erigiera donde
hoy se encuentra el del club Deportivo Español.
Esta descabellada idea sólo podría entenderse si se prestara
atención a ciertas palabras pronunciadas por Macri cuando
todavía no era directivo boquense. Corría el 20 de julio de
1993 y durante una entrevista que le concedió al periodista
Nelson Castro (1), confesaba que el fútbol “es un negocio de
alto riesgo, debe haber 28 negocios mejores para ganar plata
que meterse en el fútbol, pero más allá de eso pienso que hay
posibilidades”. Se refería a la probabilidad de adquirir
junto a un grupo de amigos al club de la colectividad
española que, en esa época, era conducido por un oscuro
personaje, Francisco Ríos Seoane. El proyecto consistía en
trasladar al equipo para que jugara en la ciudad de Mar del
Plata y el ingeniero lo supeditaba en alguna medida a que se
aprobara la figura jurídica de las sociedades anónimas para
el fútbol. Hablaba como ávido empresario en plan de negocios.
Hasta había firmado un precontrato que quedaba sujeto al
resultado de una asamblea de socios en el Deportivo Español.
El acuerdo se remontaba a una noche en la que el ex
presidente Carlos Menem, Ríos Seoane y Macri se habían
reunido en la quinta de Olivos para conversar del asunto.
Osvaldo Otero, el ex titular de Racing, acompañaba al hombre
de SOCMA en ese proyecto que sería guiado en la cancha por
César Luis Menotti como director técnico.
Al próspero empresario todavía le restaban casi dos años y
medio para acceder a la presidencia de Boca donde no
necesitaría de una nueva legislación para impulsar sus ideas.
Su política de hechos consumados, como sucedió con la
refacción de la Bombonera, le brindaría más frutos que
cualquier receta legal o estatutaria.
Los primeros tropiezos
Mauricio Macri le debe una buena parte del triunfo en el
comicio boquense de diciembre de 1995 a Enrique Nosiglia. El
sigiloso político de la Unión Cívica Radical, un hombre
experimentado en el arte de modelar candidaturas, respaldó la
figura del joven industrial en la elección que a éste le
permitió acceder al cargo que todavía hoy ocupa. El “Coti”,
como lo apodan al ex ministro del Interior durante el
gobierno de Raúl Alfonsín, había hecho otro tanto en 1984,
cuando incidió de manera notable para que el empresario
Antonio Alegre llegara a ser presidente del club. Hasta se
atribuyó en un reportaje, que lo había colocado en el cargo
“cuando no reunía las condiciones, por falta de antigüedad
para ser presidente de Boca. Por eso me molestó la traición
de Alegre y Heller”. (2)
Debido a cuestiones de la política que Nosiglia interpretó
como una deslealtad, la ruptura con su correligionario Alegre
no demoró en concretarse. El encumbrado dirigente radical
sentó las bases de su propia agrupación interna – “Por un
Boca mejor” – y pasó con su tropa a respaldar la postulación
de Macri. La consecuencia de ese cambio de bando influiría en
la elección. El “Coti” se unió con el dirigente tabacalero
Roberto Digón, el juez federal Carlos Santillán, el dirigente
justicialista Alberto Oliva y el veterano gremialista del
SUPE, Juan Carlos Crespi, un hombre con predicamento en el
barrio de la Boca y que en el pasado le había aportado votos
al fallecido Armando.
Sin embargo, el efecto favorable que le deparó esta alquimia
política al nuevo presidente del club pasaría rápidamente. El
empresario de SOCMA iría perdiendo una considerable porción
de sus aliados electorales durante el transcurso de 1996 y
1997, hastiados por el manejo unipersonal que éste les había
impuesto a sus decisiones en el gobierno. Esos, los dos años
iniciales de su gestión, serían muy difíciles para el joven e
inexperimentado dirigente futbolístico.
En el plano deportivo, Macri falló en sus dos primeras
apuestas. La demanda de títulos que siempre perdura en una
institución poderosa como Boca, se devoró a dos de los
directores técnicos más exitosos del medio: primero a Carlos
Salvador Bilardo y luego a Héctor Rodolfo Veira. Como no
ganaron campeonatos, tuvieron que irse.
Por entonces, el ingeniero solía perder los estribos con
cierta facilidad. Desbordado por la sequía futbolística que
sufría el equipo, en una ocasión, cuando lo invitaron al
programa televisivo “Fútbol de Primera” se refirió en tono
despectivo a un juez de línea de apellido Barrientos y pidió
que cesara “la tendencia de cobrar en contra de Boca”. El
periodista Claudio Mauri, en un artículo publicado en el
diario La Nación, escribió que el pedido “llevaba un mensaje
subliminal más preocupante, porque desde la queja exigía un
trato privilegiado – entiéndase favoritismo – para quien le
da de comer al resto. Sin decirlo, dijo: “Muchachos, Boca
debe ser campeón porque es el más poderoso”.
Macri estaba en apuros. Pero se sentía más apremiado porque
crecía la fisura en la base de sustentación de su poder
político, con la deserción de Nosiglia – sobre todo -, de la
histórica agrupación La Bombonera encabezada por el doctor
Pablo Abbatángelo y del sindicalista Digón. En septiembre de
1997, el empresario estuvo a punto de abandonar la
presidencia, jaqueado por varios motivos: las repercusiones
negativas del operativo político-judicial para que Diego
Maradona volviese a jugar, después que un control antidoping
había arrojado resultado positivo en un partido contra
Argentinos Juniors; la amenaza de que podían rechazarle el
balance del ejercicio 1996-’97; el tambaleante derrotero del
fondo de inversión – su criatura más preciada - para comprar
jugadores y cedérselos a Boca; la embestida interna del
“Coti” Nosigilia y hasta la pérdida circunstancial a manos de
River de la televisación de un partido codificado que
equivalía a tener 250.000 pesos menos en su tesorería.
Estas tribulaciones simultáneas, en un puñado de días,
hicieron explotar al novel directivo boquense. Su desazón
había llegado a tal punto que, durante un intervalo en una
reunión del Comité Ejecutivo de la AFA, le había entregado al
mismísimo presidente de River, David Pintado, un borrador con
su renuncia al cargo de secretario general de ese cuerpo.
Pero la intervención de su padre, Franco, quien lo hizo
desistir de su propósito y el súbito respaldo de Julio
Grondona para que continuara a su lado, detuvieron la
impetuosa decisión que había estado a punto de tomar.
A pesar de que recibió esta bocanada de aire fresco, Macri no
pudo evitar un duro traspié el 1° de octubre de 1997. Esa
noche se llevó a cabo una asamblea de representantes de
socios en la sede de Boca, que arrojó como resultado el
rechazo al balance del período 1996-‘97 por 99 votos contra
85. El encuentro terminó con el socio opositor Horacio Rogero
agredido por una patota que, según su testimonio, había
actuado inducida por el vocal oficialista Edgardo Alifraco.
Unos días más tarde, en una columna de opinión publicada en
el diario Clarín y bajo el título “Los números no cierran”,
Roberto Digón se preguntó: “¿Qué objetamos del balance que
nos presentaron? Para ser concretos: hay cinco millones de
dólares en gastos varios y tres y medio en comisiones a
representantes que son injustificados. El Banco Central dice
que la deuda de Boca es de once millones y en el balance se
acusa una cifra menor a ocho. Una llamativa diferencia de más
de 3 millones. ¿Dónde está esa plata? En la auditoría no
aparece...”
Macri se había convertido así en el único presidente de Boca
que sufría la desaprobación de un balance en cuatro décadas.
Ese revés también derivó en la constitución de una comisión
investigadora – por primera vez en la historia del club formada por quince miembros de las diferentes agrupaciones
políticas internas. El 2 de octubre del ’97, este cuerpo se
integró con Pablo Abbatángelo, Antonio Andino, Roberto Ahuad,
Gabriel Castillo, Alfredo Márquez Miranda, Carlos Falchi,
Miguel Gesualdo, Valentín Fernández, Pedro Dufou, Carlos
Desimone, Victorino García, Antonio Silvestre Salierno, Pedro
Orgambide, Luis De Leo y Estela Iribarren. De esta nómina, a
excepción de Dufou y Silvestre Salierno, todos los demás
suscribieron un lapidario informe para la comisión directiva
boquense.
El cuerpo sesionó por espacio de seis meses, durante los que
contó con la colaboración de un estudio contable para el
análisis
de
la
documentación
que
el
oficialismo
le
proporcionó
a
regañadientes.
Esta
comisión
le
tomó
declaración testimonial a todos los directivos de la
institución, con la salvedad de que el ingeniero Macri fue el
único que no accedió a la requisitoria. Las conclusiones del
grupo no fueron alentadoras: “De la investigación realizada
surgen diversos errores de gestión que si bien no afectan
significativamente el resultado del balance, comprometen el
futuro de la institución y, fundamentalmente, transgreden las
normas estatutarias en vigencia”.
Entre las irregularidades mencionadas en el informe se
esgrimían las siguientes:
1) “Se observa que los sectores que más afectan a la
desviación
presupuestaria
fueron
Fútbol
Amateur
$
2.212.484,85, Basquetbol Profesional $ 935.299,76, Gastos
Generales $ 658.088,72 y Financieros S 1.320.702,50”.
2) “Pueden
citarse
erogaciones
importantes
para
el
crecimiento de socios a empresas sin antecedentes (Serafín
Alvarez – Honorarios profesionales por asesoramiento en
Marketing $ 24.000 facturas correlativas 1,2,3,4)...”
3) “Los indicadores denotan un aumento del endeudamiento a
corto plazo, con percepción anticipada de las nuevas
obligaciones futuras de hacer...”
4) “Es relevante la falta de gestión de cobranza de los
saldos
documentados
por
las
transferencias
de
los
jugadores Navarro Montoya y Guerra. Especialmente el (ex
arquero) cuando se refinanció el crédito “corriente” en
“no corriente” con un beneficio adicional de $ 9.000 por
intereses”.
5) “En lo concerniente a la gestión administrativa, se han
observado irregularidades en cuanto a la emisión de la
documentación
que
respalda
algunas
operaciones.
Encontramos recibos de cobros con ausencia de datos o
emitidos a favor de persona distinta a las vinculadas
contractualmente con la institución. (Ej CRM SA – EAGLE
SPORT SRL- publicidad basquetbol)”.
6) “Sólo por su importancia, existe una situación que merece
ser mencionada. El inventario presenta una deuda no
corriente con Coca Cola SA de $ 2.125.000 en concepto de
ingresos percibidos por adelantado, cuando corresponde a
Nike Arg. SA, constituyendo un evidente error de
exposición”.
7) Queda solamente por percibir en ejercicios futuros – que
alcanzan en algunos casos al año 2006 – el 20 por ciento
de los montos originalmente contratados”.
8) “Asimismo se denotó que en las reuniones de Comisión
Directiva se aprobaron, entre otras y como más relevantes,
incorporaciones de jugadores por valores parciales (en
general sin incluir comisiones importantes que se pagaron
a distintos intermediarios), tal es el caso del jugador
Cagna”.
9) “Ningún contrato ha tenido tratamiento en Comisión
Directiva, lo cual surge de la lectura de las Actas
celebradas entre julio de 1996 y junio de 1997, con
excepción del celebrado con la firma IESA. Por otro lado,
el órgano de control natural de la institución, el cual es
la Comisión Fiscalizadora, no hace referencia de estas
anomalías en su informe final”.
10) “Cabe destacar que de la comparación de los ingresos
presupuestados
$
32.136.341
y
los
balanceados
$
44.963.192,07, en valores relativos significa un desvío
presupuestario positivo del 39,91 %”.
Por entonces, la doctora Estela Iribarren, integrante del
cuerpo que investigó el balance, sostuvo que no había
existido dolo por parte de Macri y los directivos que lo
acompañaban, pero sí, un mal manejo de la institución. En una
entrevista que le efectuó el desaparecido diario Perfil a
mediados de 1998, calificó como “irregularidades” a los
desvíos del presupuesto, el exceso en los gastos y el
endeudamiento a corto y largo plazo.
Un dato revelador que consta en el informe sintetiza el modo
de operar que tienen ciertos clubes en el fútbol argentino y,
en especial, los más poderosos como Boca. Allí se hace
constar que el 10 de septiembre de 1996, se aprobó la
adquisición del 80 por ciento de los derechos federativos de
Juan Román Riquelme y Emanuel Ruiz, por 640.000 pesos cada
uno. El 31 del mismo mes, según un recibo con membrete
extendido por Argentinos Juniors, el club de La Paternal de
donde provenían ambos juveniles, desistía de reclamar el 20
por ciento restante. ¿Qué había ocurrido? Boca desembolsó
200.000 pesos más, pero también una comisión a la desconocida
firma Eventos Deportivos de Luis Aguerre y Milton Viera, por
220.000 pesos.
En este tipo de operaciones había resultado un gestor clave
el ex vicepresidente de Argentinos Juniors, Humberto Carlés,
a quien todavía hoy recuerdan en esa institución como uno de
los responsables del vaciamiento que tuvo el semillero más
prolífico que haya dado el fútbol argentino en mucho tiempo.
Carlés, durante el primer gobierno del joven presidente, fue
uno de sus principales hombres de consulta.
Cuando el informe de la comisión investigadora vio la luz el
19 de marzo de 1998, Macri ya había recompuesto su relación
política con dos de los principales pesos pesados que le
habían rechazado el balance. Se trataba de Nosiglia y Digón,
quienes de ese modo, a cambio de respaldar el ejercicio del
período ‘96-’97 en una nueva asamblea, volvieron a recobrar
los espacios perdidos en torno al máximo dirigente boquense.
El ingeniero, quien durante esos meses aciagos que atravesó
en su cargo se había definido como “un tipo bastante mal
perdedor”, lograba así un empate técnico con sus encumbrados
adversarios. En rigor, tenía elementos para pensar que podía
gobernar a su antojo. Su poder no devenía del volátil
respaldo de socios e hinchas, ni de un contubernio entre
agrupaciones,
práctica
corriente
ésta,
en
cualquier
asociación civil de la envergadura de Boca. Su poder se
manifestaba puertas afuera del club, donde el directivo
xeneize dejaba paso al empresario influyente, con llegada
directa a cualquier sector del gobierno. Y, más aún, de un
gobierno como el que encabezaba Carlos Menem, que había
llevado a la práctica un modelo económico tan afín a sus
ideas políticas. Alvaro Alsogaray, el reaccionario ex
candidato del liberalismo que el empresario había votado en
1983 y 1989, al fin de cuentas, había llegado al poder
mimetizado en el triunfo electoral peronista. Durante la
segunda administración del ex presidente (1995-’99), Macri
conseguiría llevar a buen puerto un proyecto que le
arrebataba el sueño. Para lograrlo, contaría con el
inestimable apoyo de un par de ministros justicialistas, y
tan riojanos como Menem.
Palo y a la Bolsa
El 18 de octubre de 1996, una asamblea extraordinaria de
representantes aprobó el Fondo Común Cerrado Boca Juniors. En
su prospecto se presentaba como el primero en su especialidad
de la Argentina que invertía “principalmente en derechos
patrimoniales emergentes de la eventual transferencia de
jugadores profesionales de fútbol adquiridos por el Club
Atlético Boca Juniors y cedidos a este fondo”. Así formulado,
se tornaba una novedad. Unicamente podían encontrarse
antecedentes similares en el exterior, donde distintos
equipos cotizan sus acciones en la Bolsa, como sucede en
Inglaterra o Italia.
La Comisión Nacional de Valores lo autorizó el 5 de diciembre
de 1996 mediante la resolución 11.553, pero desde su misma
puesta en funcionamiento, la iniciativa comercial del
ingeniero Macri recibió críticas e impugnaciones de las más
diversas, desde adentro y desde afuera de la institución.
Pese a todo, el Fondo aguantó las embestidas y siguió
cotizando hasta el comienzo de su liquidación que se fijó
para septiembre de 2001, aunque una asamblea extraordinaria
de cuotapartistas realizada el 12 de julio último, prorrogó
su existencia hasta septiembre de 2003.
Los sucesivos problemas legales y políticos que el empresario
debería enfrentar durante la etapa más fatigosa de sus
mandatos en Boca, lo obligaron a montar una malla de
protección para su emprendimiento dilecto. Quizá, el Fondo
haya sido el que más energía le demandó desde que asumió la
presidencia. Por eso, su estrategia para llevarlo a cabo no
pudo ocultarse durante demasiado tiempo.
El primer indicio de cómo se movería Macri, lo dio el doctor
Elías Jassan, el ex ministro de Justicia menemista.
El 18 de junio de 1997 y durante el contexto de una
entrevista radial que el periodista Nelson Castro le
efectuaba al funcionario de estado a propósito de su
vinculación con el empresario Alfredo Yabrán, se produjo este
tramo del diálogo:
Elías Jassán: “Bueno, fíjese una cosa, por ejemplo. Si a mí
me preguntaban hace unos meses atrás si yo lo conocía a
Macri, yo hubiera dicho: no, no lo conozco, a pesar de que lo
he visto. Pero por ejemplo, ahora yo he empezado a tener
algunas conversaciones con Macri porque está en resolución en
el Ministerio de Justicia un tema del fondo de inversiones
del club Boca Juniors”.
Nelson Castro: ¿Y él lo llama a usted?
Elías Jassán: “El me llama a mí, por supuesto...”
El ingeniero entendía demasiado sobre este tipo de temas. Los
años que llevaba tratando con el estado distintos contratos
de su actividad privada, lo habían fogueado en un hábito muy
común entre los grandes empresarios.
En inglés, se denomina lobby. Traducido al castellano,
significa grupo de presión.
Por entonces, Carlos Alberto Alegre, socio del club n° 3332 e
hijo de Antonio Alegre, el ex presidente boquense, había
comenzado una intensa serie de presentaciones ante la
justicia para impugnar la conformación del Fondo. Su primer
paso fue denunciar por irregular la asamblea del 18 de
octubre del ’96. Se presentó ante la Inspección General de
Justicia (IGJ) el 27 de diciembre de ese año y, casi cuatro
meses más tarde, el 23 de abril de 1997, consiguió un fallo
favorable del Inspector General de Justicia, Carlos Raúl
Ambrosio, quien hizo lugar a la impugnación de la asamblea,
declarándola
“irregular
e
ineficaz
a
los
efectos
administrativos”. Junto a Alegre, habían presentado denuncias
similares el ex presidente boquense Martín Benito Noel –
luego fallecido -, el socio Carmelo Saverio Prudente y la
doctora Estela Iribarren, quien había integrado la comisión
investigadora del balance 1996-’97 y, más adelante, se
pasaría a las filas del oficialismo.
Del expediente incoado en la IGJ que se movió activamente en
los primeros meses del ’97, se desprenden algunos datos más
que interesantes respecto a la vida institucional y deportiva
de una asociación civil como Boca. Por ejemplo, en su
presentación ante la Inspección patrocinada por el estudio
Linares Quintana, Badeni y Gagliardo, el club sostenía que el
Fondo “traerá aparejado transparencia en las contrataciones
de jugadores de fútbol profesionales, permitiendo además la
eliminación de incontrolables y espúreas intermediaciones...”
En varias de las fojas también queda expresada la constante
preocupación del doctor Ambrosio por no quedar sometido a las
respuestas ambiguas que daba la AFA, a propósito del
cumplimiento por parte de Boca de los reglamentos vigentes.
El 6 de marzo del ’97, en una nota que le envió a su club
afiliado, la AFA les señalaba a sus dirigentes que no le
haría observaciones al Fondo “siempre y cuando se cumpla con
las normas estatutarias y reglamentarias vigentes en la
Asociación del Fútbol Argentino, a lo que debe agregarse,
claro está, las de la propia FIFA, de cuyas normas no podemos
apartarnos”.
Perseverante, el Inspector General de Justicia obtuvo
mediante
sucesivos
oficios
la
respuesta
concreta
que
reclamaba y que se le venía negando. Ella llegó a su despacho
el 22 de abril de 1997, con la firma de Julio Humberto
Grondona. El titular de la AFA informaba que “no existen
normas estatutarias y reglamentarias vigentes en la AFA y de
la FIFA que pueda llegar a cumplimentar el club Boca Juniors,
que permitan a la AFA acceder a sus necesidades respecto del
Fondo en cuestión”. Asimismo, el máximo dirigente del fútbol
argentino agregaba: “De ninguno de los textos reglamentarios
mencionados que se adjuntan, se desprende que pueda existir
el vínculo del club con terceros, respecto de la pertenencia
de un jugador”.
La normativa clave a que aludía Grondona es el artículo n°
249 del reglamento general de la AFA, que expresa: “Queda
total y absolutamente prohibido, bajo pena de nulidad, la
cesión de contratos a favor de personas físicas o de empresas
o entidades que no intervengan directamente en la disputa de
torneos oficiales de la AFA”.
Con éste y otros elementos en sus manos, Ambrosio dictó la
resolución 308 que significó un retroceso en la consecución
del proyecto que Macri había elaborado, en alguna forma, bajo
la tutela de la AFA y pese a que se violaban sus propias
disposiciones. Ocurrió que desde la Bolsa de Comercio – la
otra pata de esta historia – se había convocado oportunamente
al doctor Agricol de Bianchetti, el asesor letrado de la
poderosa asociación, para que vertiera su opinión sobre el
Fondo. El experimentado abogado en pleitos civiles cuestionó
el prospecto original y, un par de horas más tarde, recibió
un llamado telefónico del veterano dirigente boquense, Luis
Conde, para recriminarlo.
“Agricol, Mauricio te quiere ver por todas las críticas que
hiciste sobre el Fondo en la Bolsa de Comercio”, escuchó el
abogado desde el otro lado de la línea. Así fue como unos
días después, el letrado de la AFA reformó el proyecto
original y éste pasó el examen indispensable que requerían
las autoridades del Mercado de Valores. Cuentan que, pese a
la aprobación, quien en esa época presidía la Bolsa de
Comercio, Julio Macchi – hoy vicepresidente de River -, nunca
estuvo demasiado de acuerdo con la constitución del invento
bursátil del ingeniero.
Mientras tanto, los problemas que le había ocasionado al
gobierno la comprobación de que Jassan ocultara su relación
con el empresario Yabrán, obligaron a renunciar al ministro
antes de que pudiera darle una mano al ingeniero Macri. Sin
embargo, el sucesor designado por Menem, el doctor Raúl
Granillo Ocampo, llegaría en auxilio del presidente de Boca.
Mediante la resolución número °62 del 23 de julio de 1997,
hizo lugar a un recurso jerárquico de apelación interpuesto
por las autoridades del club. Por segunda vez en su historia,
la cartera de Justicia tomaba una decisión de ese tipo que
revocaba lo actuado por la IGJ.
En uno de los párrafos del extenso recurso presentado por
Boca al ministro, se sostenía que la resolución 308 dictada
por el doctor Ambrosio “restringe el espectro de opciones del
club, limita su efectiva capacidad jurídica, circunscribe
desmedidamente su libertad de acción y le impide el pleno
ejercicio del derecho a administrar y disponer de los bienes
que conforman su patrimonio. La resolución atacada rechaza lo
novedoso sólo por ser tal y no por razones jurídicas
concretas, sin advertir las objetivas bondades del sistema”.
Los efectos de la medida adoptada por Granillo Ocampo se
extendieron por un año y poco más de un mes. El 31 de agosto
de 1998, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala
A, declaró la nulidad de la resolución ministerial tras
haberla cuestionado con severidad. En un fallo de seis
carillas, los jueces sostuvieron que “... la decisión del
Ministerio de Justicia le privó a esta Cámara de la
competencia asignada legalmente como Tribunal de Apelación en
el caso. Y si nuestra Carta Magna atribuye potestad a los
jueces para juzgar todas las causas que versen sobre las
leyes dictadas por el Congreso, esas atribuciones no podrán
ser asumidas por otro poder de la Nación...”. Asimismo, la
Cámara consideró que “en la medida que la resolución dictada
por el Ministro de Justicia lo ha sido fuera del ámbito de su
competencia...
merece
descalificársela,
declarándose
su
nulidad” (3).
Macri, lejos de desistir en su propósito, siguió adelante. Le
restaba una última instancia, la Corte Suprema de Justicia,
que recién el 29 de febrero de 2000 dictaría sentencia. Pero
fue en octubre de 1998 cuando comenzó a remontar la cuesta,
luego de renunciar a la presidencia de La Xeneize, la
sociedad gerente del Fondo. Una nueva asamblea, esta vez con
la mayoría garantizada de 128 representantes, le permitió al
presidente de Boca derrotar a los 34 miembros de ese cuerpo
que seguían oponiéndose a su proyecto. Esa noche, entre
gritos y murmullos de los asistentes, sólo hubo cierta
unanimidad cuando se abrió el acto con la marcha oficial del
club.
“Tu bandera azul y oro en Europa tremoló
como enseña vencedora donde quiera que luchó
electrizan tus colores
viejo Boca vencedor
en los campos de combate
es glorioso tu pendón...”
El ingeniero tuvo que hacer concesiones, aunque salió airoso
de una situación que ya había llegado al límite. A tal punto,
que desde su entorno se escuchó una autocrítica: “El Fondo es
una buena salida para no arriesgar el dinero del club, aunque
no resulte la panacea. Sí debo decir que cometimos un error
cuando recurrimos al Ministerio de Justicia. Acaso por estar
mal asesorados. Uno consulta y le dicen, hágalo. Pero se notó
que esto molestó a la Cámara Civil, cuando lo correcto
hubiera sido apelar ante ella”, confesó por entonces Roberto
Digón.
En aquellos meses de 1997 y 1998, mientras el producto
bursátil del presidente Macri sumaba contratiempos, comenzaba
a instalarse en el ambiente futbolístico una corriente de
pensamiento que reivindicaba la necesidad de convertir a los
clubes en sociedades anónimas. El atribulado empresario, no
alcanzaba a comprender bien por qué sus ideas encontraban
tanta resistencia. Esas mismas ideas que ya había compartido
en noviembre de 1996, durante las jornadas “El deporte
argentino en el siglo XXI”, junto al dirigente de River,
Alfredo Davicce, tan partidario como él del librecambismo.
Macri se había mostrado muy entusiasmado con un proyecto que,
vaya casualidad, tenía su origen en la resolución 412 del
Ministerio de Justicia del 3 de junio del ’98. Esta permitía
la creación de una comisión de juristas con el objetivo de
estudiar y confeccionar un proyecto de ley que invocaba la
figura de las sociedades anónimas deportivas (SAD), similares
a las que ya existían en el fútbol de España.
El ministro, claro está, era el riojano Granillo Ocampo, el
mismo funcionario que en sus ratos libres coincidía con el
titular de Boca en conferencias donde el tema de las
sociedades anónimas para el fútbol se convertía en asunto
excluyente. En el invierno de 1999, ambos fueron panelistas
en un debate que se realizó en la Universidad Argentina de la
Empresa (UADE) y que aprovecharon para extender sus prédicas.
Esta relación y el hecho de que Macri gobierna a la
institución deportiva más popular del país explican, en
parte, dos cosas.
Primero: Por qué el político menemista que llevó a su partido
a la peor derrota electoral de la historia en la Capital
Federal, le ofreció, más de una vez, una candidatura
distrital al hombre de SOCMA.
Segundo: se torna mucho más claro por qué el ex ministro de
Justicia aceptó el recurso jerárquico interpuesto por el
presidente boquense el 23 julio del ‘97.
Sea como fuere, el Fondo Común de Inversión que comenzó con
casi 600 inversores a principios de diciembre del ’96 y que
llegó a colocar 124.308 cuotapartes de las 200.000 que
salieron a la venta, fue una experiencia que no hizo
historia, ni tuvo imitadores en el fútbol argentino. Durante
sus seis años de vigencia, alcanzó una cotización pico de
casi 140 pesos y cuando tendió a la baja llegó a establecerse
en los 70. Al momento en que lo autorizó la Bolsa de
Comercio,
cada
inversor
inicial
había
adquirido
una
cuotaparte a 100 pesos.
Entre
los
principales
interesados
aparecieron
grupos
económicos con intereses en el fútbol, como Clarín y Torneos
y Competencias. La empresa Inversora de Eventos SA (IESA),
una subsidiaria del diario de mayor circulación en el país,
adquirió miles de cuotapartes, al igual que la productora
televisiva que controla el fondo texano Hicks, Muse, Tate &
Furst. También hubo compradores de naciones como Estados
Unidos y Suiza y, por supuesto, cientos de hinchas boquenses
que realizaron una inversión más afectiva que especulativa.
Cada uno de ellos quiso atesorar un simbólico porcentaje del
pase de Martín Palermo o de los hermanos Barros Schelotto.
Hoy, el goleador y el mellizo Gustavo ya no integran la
cartera del Fondo. Fueron transferidos a mediados de enero de
2001 al modesto club Villarreal de España. Tampoco le
pertenecen más los jugadores Nolberto Solano, Mauricio
Pineda, Emanuel Ruiz y Walter Samuel, el futbolista que más
dividendos le permitió recaudar a los cuotapartistas:
3.862.377 pesos.
Cinco integrantes del plantel que conducía Carlos Bianchi tienen comprometidos aún
los derechos económicos de sus pases con el Fondo: Guillermo Barros Schelotto,
Cristian Muñoz, César Lapaglia, Antonio Barijho y Javier Villarreal.
El club tiene plazo hasta septiembre de 2003 para desprenderse de estos jugadores, ya
que de lo contrario está obligado a recomprárselos a los inversores por el 50 por
ciento de su valor. “No sería negocio tener futbolistas más allá de esa fecha”, dijo en
enero último el gerente de la sociedad administradora del Fondo, Ricardo Torres. Eso
es tan cierto como que, aún menos rentable sería para Boca abonar un dinero por
jugadores que quizá no utilice más, como sucedió con Martín Andrizzi y el peruano
José Pereda.
Resulta evidente cómo la comisión directiva de Boca ha subordinado sus decisiones en
materia de transferencias al Comité Asesor de Inversiones del Fondo. Para muestra
basta un botón. El martes 16 de enero de 2001 se reunió el cuerpo que controla la
cartera de jugadores para aprobar las ventas de Martín Palermo y Gustavo Barros
Schelotto. El encuentro, según consta en el acta n° 16 del Comité Asesor, se inició a las
17 y finalizó a las 17.50. La cita del horario no es ociosa. Porque, un par de horas
después, la comisión directiva boquense refrendaba lo actuado por el Fondo.
Según reza el prospecto de La Xeneize SA, el órgano de
asesores debía estar compuesto por “cuatro integrantes de la
conducción
del
club,
seis
personalidades
ampliamente
conocidas por su vasto conocimiento en el mundo del fútbol –
muchas de ellas reconocidos ex jugadores – y cuatro hombres
vinculados al mundo de los negocios y las finanzas”. En
efecto, quienes más entienden del juego – los ex futbolistas
– brillaron a menudo por su ausencia en el Comité Asesor. Ya
no están más Antonio Rattin, Antonio Roma o Roberto Mouzo,
sus integrantes en el pasado. El día en que se transfirió al
goleador estrella de las últimas temporadas, el “Loco”
Palermo, en el lugar de los ex jugadores estaban Osvaldo
Cabano, Edgardo Alifraco, Ricardo Saban, José Costa Pereira,
Pedro Orgambide y Diego De Natale, todos ellos dirigentes de
Boca, en representación de la Sociedad gerente del Fondo. Por
el club asistieron Mauricio Macri, Pedro Pompilio, Luis Buzio
y Orlando Salvestrini, más los representantes de la Sociedad
depositaria, el Banco de Valores SA, sede del encuentro.
Quiere decir que una buena parte de la conducción boquense se
reunió primero para precipitar las ventas de Palermo y el
mellizo Gustavo, salvaguardando así los intereses del Fondo
que
necesitaba
colocarlos
ante
la
proximidad
de
su
liquidación. Sólo después, como si se tratara de un apéndice
de aquel, la comisión directiva dio el segundo paso en otro
escenario, casi con los mismos hombres: ratificó lo que ya se
había votado en el corazón de la city porteña.
Santiago Urdapilleta, el presidente de La Xeneize, la
sociedad gerente del Fondo, expresó a principios de
septiembre pasado que la experiencia “fue muy positiva para
Boca, porque en un momento en que el club no estaba bien
financieramente, se pudieron comprar jugadores que, como los
resultados lo demuestran, cumplieron un ciclo muy exitoso. La
institución se hizo de Palermo, Guillermo Barros Schelotto,
Samuel, Pineda, Solano... sin ningún tipo de riesgo para
ella. Porque si los futbolistas no rendían, el que hubiera
perdido es el fondo”.
Vaya paradoja, porque cierta vez, los dirigentes de Boca
proyectaron cotizar los derechos económicos de varios
futbolistas juveniles para concretar un segundo Fondo
Cerrado. La idea hubiera sido demasiado osada, aunque
sintetiza una postal de cómo funciona el centro de gravedad
del fútbol actual, que se ha corrido de las viejas y
descascaradas sedes de los clubes a los suntuosos salones de
los bancos y la Bolsa de Comercio.
La tentación del libre mercado
Contra lo que podría suponerse, no sólo los afamados
jugadores argentinos y algunos directores técnicos de la
misma nacionalidad han cruzado el océano Atlántico tentados
por atractivos contratos, cuyos montos son imposibles de
igualar en el medio local. Mauricio Macri, adelantándose a
sus pares y previendo la posibilidad de un negocio, observó
el horizonte despejado cuando le propusieron sumarse a un
curioso emprendimiento.
En Badajoz, una provincia del occidente español que linda con
Portugal y cuya capital tiene el mismo nombre, desde 1905
posee su sede un humilde club regional. Por una de esas
casualidades del destino, el equipo extremeño que jamás llegó
a jugar en Primera División, se fundó el mismo año que Boca.
Hasta allí, a orillas del río Guadiana, llegó en 1998 un
grupo de ciudadanos argentinos dispuestos a invertir un
capital considerable. Y escogieron para hacerlo a la pequeña
entidad cuyos colores representativos son el negro y el
blanco. Al frente de esta expedición propia del capitalismo
tardío, estaba un famoso animador de la televisión argentina:
Marcelo Tinelli.
Hincha de San Lorenzo y ex periodista deportivo, al conductor
del exitoso programa VideoMatch siempre se le atribuyó el
proyecto de inversión en el Club Deportivo Badajoz. El, por
otra parte, nunca lo ocultó y hasta realizó varias de sus
emisiones televisivas desde las calles de la ciudad extremeña
e incluso montó un show en cada partido que jugaba el equipo
en su refaccionado estadio: el Nuevo Vivero, con capacidad
para 15.200 personas sentadas.
Aunque Tinelli apareció como el personaje aglutinante en esta
iniciativa, las sospechas de que no estaba solo se
desparramaron desde que desembarcó a la vera del Guadiana.
Por lo pronto, Hugo Issa, un ex defensor de Temperley y
Estudiantes de La Plata, entre otros equipos y, además
intermediario en operaciones con futbolistas, se sumó al
proyecto. Con Juan Simón, otro ex zaguero que pasó por
Newell’s, Boca y la selección nacional y uno de los escasos
agentes argentinos inscriptos en el registro oficial de la
FIFA, asistieron al animador televisivo en su nueva faceta
comercial. Por sugerencia de Issa ocupó un cargo clave en el
Club Deportivo Badajoz Sociedad Anónima Deportiva, su amigo
Fernando Novo, un productor periodístico que había trabajado
en Radio Rivadavia para el programa La Oral Deportiva.
Durante el largo período en que se prolongó la experiencia,
Boca Juniors pudo derivar hacia el Badajoz a varios de sus
futbolistas profesionales e incluso, integrantes del cuerpo
técnico de sus divisiones inferiores. La voluntad de
“mostrar” jugadores, permitir que subieran sus cotizaciones y
luego colocarlos algún peldaño más arriba en el fútbol
español – en un equipo de la Liga de Primera División – no
pudieron desarrollarse con éxito. Por el club extremeño
pasaron
Héctor
Bracamonte,
el
actual
centrodelantero
boquense, Adrián Guillermo, Pedro González, Fernando Ortíz y
hasta el profesor Fabián Bazán, un preparador físico que se
desempeñaba en el fútbol amateur de Boca y que fue enviado a
Badajoz para trabajar con su plantel profesional. Lo curioso
es que, a éste último, la entidad xeneize le siguió abonando
una parte de su sueldo mientras actuó en España.
Debido a esta fluida comunicación deportiva, se extendió con
obstinación la sospecha de que Mauricio Macri tenía intereses
comerciales en la sociedad anónima deportiva de Extremadura.
¿Cómo era posible? Resulta complicado demostrarlo, aunque
varios testimonios coinciden en que el presidente boquense
aportó dinero al proyecto encarado por Tinelli, Issa y
compañía.
Para no dejar señales de su participación en el Badajoz, el
ingeniero habría delegado en un tal Nicolás Caputo - un
empresario que pasó por el rubro autopartista y la
construcción – el control de su inversión en la sociedad que
compartió con el conductor de TV. Más allá del procedimiento
que adoptó el máximo directivo de Boca para participar en
Badajoz, lo cierto es que se puso a resguardo del alcance que
tiene el artículo 47°, inciso “e”, del estatuto con que
gobierna a su propio club: “Para ser integrante de
cualesquiera de los órganos institucionales se requiere: no
tener participación en forma individual o como integrante de
sociedades
que
realicen
transferencias
de
deportistas
profesionales y/o contratación de técnicos de cualquier
deporte”.
El presidente, pese a sus esfuerzos para no quedar vinculado
al experimento comercial encarado en España, jamás pudo
aventar las sospechas de su intervención allí. El arquitecto
Pablo Abbatángelo, uno de sus más enconados adversarios en la
política interna de Boca, se interroga: “De acuerdo a
nuestras fuentes, lo de Tinelli es otra pantalla y quien
habría estado atrás de todo esto sería él, aunque, ¿cómo lo
confirmamos?”. Presidente de una tradicional agrupación
xeneize, “La Bombonera”, es el hijo del doctor Pablo
Abbatángelo, ex vicepresidente del club y nieto de Camilo
Cichero, un ex titular de Boca que en la década del ’40
avaló con su patrimonio la construcción del estadio boquense.
A la pregunta de por qué Macri incursionó en el mercado
español, respondió con una inquietud que ha repetido más de
una vez: “¿vos sabés por qué el escorpión pica? Porque está
en su naturaleza. Por eso, Macri haría esto teniendo dinero,
porque está en su naturaleza...”
Al máximo dirigente boquense se le atribuye también una
participación directa en la adquisición de, al menos, dos
futbolistas que nunca pertenecieron a su club y en la
actualidad integran equipos europeos. El primero es Andrés
Guglielminpietro, un jugador polifuncional cuyo pase era de
Gimnasia y Esgrima La Plata y que durante la presidencia en
esa entidad del comerciante Héctor Delmar, fue adquirido por
un grupo empresario. Esta última definición sirve a menudo
para encubrir a los verdaderos propietarios de los derechos
económicos de un profesional.
El contador Héctor Domínguez, un hombre muy ocupado, titular
de la empresa de transporte de pasajeros Río de la Plata,
tesorero de la AFA y actual presidente de Gimnasia, le
describió durante una conversación reservada a un ex
dirigente del fútbol argentino, que entre Issa, su colega
Gustavo Mascardi y el ingeniero Macri, habrían comprado en su
momento la ficha del “Guly”, como lo llaman en Italia, donde
ha jugado hasta hoy con diferente suceso en la poderosa
escuadra del Milán.
Además, al ingeniero se le asigna una contribución en la
adquisición del pase de Juan Pablo Angel. Este ex delantero
de River transferido a principios de 2001 al club Aston Villa
de Inglaterra, es representado por el empresario Gustavo
Mascardi, quien, asimismo, contaba con el cincuenta por
ciento de sus derechos económicos hasta que lo colocó en la
liga de ese país. La sospecha de que el influyente
intermediario
del
fútbol
argentino
desarrolló
algunas
operaciones con Macri más allá de las fronteras boquenses, se
torna fértil cuando trasciende el testimonio de algún hombre
cercano al presidente.
Lucio Bernasconi, un ex directivo que tuvo a su cargo el
fútbol amateur xeneize y que ahora se dedica a captar
jugadores juveniles a través de una empresa llamada ACE – la
misma que en el último presupuesto del club tuvo asignada una
partida de 180 mil pesos para su funcionamiento - confió en
rueda de amigos durante un asado, servido en un club porteño
al que suele asistir, que el pase de Angel le había
pertenecido a Macri. Sea como fuera, el ingeniero ya había
incursionado en el mercado del fútbol a título personal y
mucho antes de que accediera a la presidencia de Boca. El 8
de agosto de 1988, acaso cuando ni siquiera imaginaba los
títulos ganados y la gloria alcanzada como dirigente entre
1998 y 2001, adquirió el pase de otro goleador colombiano
quien, tiempo después, abandonó la actividad. Por intermedio
de la inversora Towlin S.A, le facilitó al club de sus
desvelos el pase de Walter Oswaldo Perazzo. A tal efecto, la
firma perteneciente al holding familiar radicada en el
Uruguay, desembolsó los 420 mil dólares necesarios para que
Boca se quedara con el delantero.
Ese fue un pésimo negocio para Macri, quien pese a no figurar
en el contrato de cesión (4) – lo firmó Rafael Crespo Martí
en nombre de la empresa – tuvo decisiva participación en la
operación concretada en un banco de la calle Florida, hecho
que, por otra parte, nunca negó. Por entonces, el ingeniero
no podría haber sido alcanzado por la aplicación del estatuto
de la institución, ya que no era dirigente. Pero tampoco
sería posible que se viera afectado ahora. Los negocios que
se realizan en el fútbol no tienen un sólido marco
estatutario y jurídico que sirva como garantía para evitar
desviaciones. Ni la FIFA, ni la propia AFA y, mucho menos los
clubes, están en condiciones de hacer cumplir las normas
vigentes. Y, sobre todo, cuando las pruebas se pierden en un
laberinto donde los testaferros se manejan a sus anchas.
Boca Sociedad Anónima
“Usted imagínese a alguien que diga: gané tres campeonatos,
dos Copas Libertadores y una Intercontinental. Ahora voy a
hacer lo mismo por el país. Suena fuerte, ¿no? En una nación
donde está arraigado un fuerte sentimiento de frustración,
ese mensaje puede prender en cierto sector de la sociedad, el
del empresario exitoso. Pero la Argentina no va a salir de
esta
situación
mientras
siga
pensando
en
hombres
providenciales. Creo que la cosa pasa por la organización,
por el desarrollo de las fuerzas sociales. Macri se ha
definido a sí mismo como un conservador pragmático de centro
derecha y yo diría que en el país, la gente como él, en
general, ha sido exitosa. Así que, ¿por qué no habría de
ambicionar algo parecido? ”
Carlos Heller, ex vicepresidente de Boca en el período
comprendido entre 1986 y 1995, trazó en esa reflexión la
antesala de una situación que terminaría dándose con el
ingeniero Macri; su salto desde el fútbol a la política. En
efecto, el titular boquense solicitó una licencia a partir
del 4 de abril del año pasado, por sesenta días. Argumentó
motivos personales, aunque su objetivo era discutir sobre una
candidatura por el Partido Justicialista porteño que, por
otra parte, un sector de esa agrupación política – el que
responde al menemismo - ya le había ofrecido en varias
oportunidades.
Antes de abandonar la presidencia en forma transitoria, el
ingeniero no descansó hasta ver cómo prosperaban – no sin
dificultades – algunos de sus más caros emprendimientos.
Además del Fondo Común con el que manejó los pases de varios
jugadores a su antojo y de su ambicioso proyecto para las
divisiones inferiores cuyos primeros frutos comenzaron a
recogerse en los últimos dos años, promovió un contrato para
gerenciar el club e impulsó polémicas modificaciones al
estatuto que lo rige.
Macri, un hombre familiarizado con el poder, alguna vez
sostuvo que las fórmulas para delegar la administración de
los recursos en una institución como Boca, no eran
necesarias. Y, asimismo, expresó que una receta a la crisis
como la constitución de los clubes en sociedades anónimas,
podía ser un recurso viable para los demás, pero no para una
entidad de la envergadura que él presidió desde diciembre de
1995. Pese a ello, lo acusaron de mantener “una sociedad
anónima encubierta”, a lo que respondió apoyándose en el aval
de los votos recibidos en su reelección, consumada a fines de
1999. Dijo el 28 de febrero de 2000: “La gente decidió por un
ochenta y cinco por ciento que, sea lo que fuere como se lo
llame a Boca, el estilo que quieren que conduzca sea éste que
está actualmente”.
Con la rapidez de un rayo, el principal dirigente boquense
creyó que los éxitos deportivos le darían el suficiente
impulso
para
explorar
el
camino
del
gerenciamiento,
contradiciendo sus propias palabras. Y, tras la obtención de
la Copa Libertadores ante el Palmeiras en San Pablo, Brasil,
el 21 de junio de 2000, comenzó a circular un anteproyecto de
contrato entre el club y la empresa suiza ISL Worldwide.
Redactado en nueve carillas, el texto era la continuación de
una carta de intención fechada el 5 de junio y le entregaba a
la firma extranjera la explotación de diversos derechos
comerciales, a saber: la publicidad en el estadio, los
contratos con los sponsors y los proveedores oficiales,
objetos de venta masiva como las entradas para los partidos,
películas, posters, revistas, libros, folletos, monedas
alusivas y discos compactos, la posibilidad de utilizar los
nombres e imágenes de los futbolistas del club, el empleo de
cualquiera de las marcas que identifican a Boca en logos,
mascotas o emblemas, la publicidad virtual y el acceso a la
explotación de las bases de datos en poder de la institución;
pero, por sobre todos estos ítems, el verdadero atractivo del
negocio, según consta en el punto 1.1.11: “todos los derechos
sobre los medios de comunicación relacionados con todos los
partidos y otros eventos que tengan lugar en el estadio. Los
derechos de propiedad intelectual (copyright) sobre el audio
o las imágenes visuales de los partidos/eventos serán, en la
mayor medida posible, propiedad de Boca y serán licenciados
en forma exclusiva a ISL para su explotación por medio de los
derechos sobre los medios de comunicación (según se definen
más adelante) mundiales, durante el término de vigencia del
presente acuerdo...”
En contraprestación por estas cesiones, ISL se comprometía a
pagar 12.000.000 de dólares por adelantado - que recuperaría
con el usufructo de los derechos -, a más tardar el 1° de
octubre de 2000 y a firmar un contrato cuya vigencia se
extendería hasta el 31 de diciembre de 2010, con un derecho a
prorrogar el plazo por diez años más. Además, la cláusula 2.7
estipulaba que “cada una de las partes se hará cargo del pago
de impuestos, restricciones de control de moneda, cargas u
otras retenciones que pudieran ser requeridos”. Resultaba
llamativo, porque Boca, como asociación civil sin fines de
lucro, no tributa impuestos. Por último, el anteproyecto
fijaba que el club y la empresa se entenderán de acuerdo “con
las leyes de Argentina”, aunque cualquier disputa que surja
será resuelta, “con exclusión de los tribunales ordinarios,
por un Tribunal de Arbitraje en Londres de conformidad con
las normas internacionales de arbitraje de los tribunales de
Londres”.
En octubre de 2000, la asamblea de representantes boquense
sólo autorizó a la comisión directiva para que siguiera
negociando
mejores
condiciones
con
ISL.
El
contrato
definitivo nunca se firmó y, hasta hoy, no se escuchó más
hablar del tema.
Si la multinacional suiza hubiese rubricado el convenio con
Boca, aún estaría disfrutando los dividendos de un auspicioso
debut como socio del club con más poder de venta en la
Argentina. Y es que el 28 de noviembre de 2000, el equipo
conducido por Carlos Bianchi obtuvo la Copa Intercontinental
en Tokio, cuando derrotó 2 a 1 al Real Madrid. En los días
que siguieron a esa consagración, todo objeto decorado con
los colores azul y amarillo, se vendió mejor que el pan.
Durante el transcurso de 2000, el club facturó 8.550.000 por
derechos de televisión, 5.100.000 por las recaudaciones
obtenidas en los partidos locales, 900.000 por haber ganado
la Copa Toyota en Japón, más todos los ingresos provenientes
de contratos vigentes con empresas como Nike, Quilmes y
Multideporte, que en concepto de merchandising aportó
15.000.000. Una suma que, en total, arañó los 40.000.000 (5).
Hoy se torna más complicado determinar los verdaderos
ingresos de Boca porque sus contratos incluyen cláusulas de
confidencialidad.
El ingeniero, casi dos años antes de la consagración ante el
Real Madrid, había escrito en la revista Viva: “Mi
diagnóstico inicial fue que alrededor de Boca giraban un
montón de negocios de los cuales Boca no participaba.
Entonces, viajé a Europa para ver cómo estaba organizado el
tema merchandising en el fútbol español, en el italiano y en
el inglés. El que más me interesaba era este último porque es
el que más ha evolucionado en la comercialización de
productos extrafutbolísticos. Fui, vi y volví con una idea
firme: detrás del desorden había un gran negocio que estaba
desaprovechado por el club y mal aprovechado por la
“piratería” que vendía – y lamentablemente sigue vendiendo –
productos truchos con los colores de Boca. Una vez que
convencí de esto a los interesados en el tema, pusimos en
marcha la marca Boca, un gran negocio que todavía tiene que
crecer muchísimo...”
En efecto, desde golosinas a preservativos o desde peluches a
pelotas que provienen de China, en los comercios es posible
encontrar muchos objetos fetiche con los cautivantes colores
azul y amarillo. El acaudalado empresario no desconoce esta
realidad. Sin embargo, y pese a los recursos con que ha
contado mientras administró el club, se quejó a menudo de las
dificultades económicas y, sobre todo, de la forma en que
opera el mercado futbolístico. Acaso porque añora otros
tiempos, Macri evocó con cierta nostalgia la época en que
Boca compraba futbolistas “por cinco redes, cuatro pelotas y
a lo sumo un auto” (6). Y hasta se enfrentó con el mejor
jugador del equipo, Juan Román Riquelme, por no acordar la
renovación de su contrato. A nadie escapa que el dirigente y
el ídolo ni siquiera se saludaban, hasta que éste último
abandonó el club para irse al Barcelona de España.
El presidente también ha tropezado con otro tipo de
inconvenientes cuando encaró la modificación del estatuto
boquense para que los dirigentes avalen con su patrimonio las
operaciones que realiza la institución. Aunque a diferencia
de lo que sucedió con el proyecto de gerenciamiento, en este
caso se aproximó mucho más al objetivo de cumplir su
voluntad. Una juez, la doctora Betty Saigg de Piccione, puso
todo su empeño en un pleito que ha tenido un claro vencedor.
El ingeniero reformista obtuvo un fallo favorable de la
magistrada en primera instancia, que resultó confirmado por
la Cámara de Apelaciones en lo Civil integrada por los
doctores Fernando Posse Saguier, Elena Highton de Nolasco y
Ricardo Burnichon. El Tribunal le dio la razón a la juez en
cuanto al fondo de la cuestión, pero consideró excesivo el 20
por ciento de los avales solicitados y lo redujo a un 10 por
ciento del patrimonio neto del club. O sea, unos 2.000.000 de
pesos.
En una de las audiencias citadas para que el oficialismo y la
oposición expusieran sus posturas respecto a los cambios
estatutarios, Saigg de Piccione reprendió con severidad al
doctor Alejandro Drucaroff, letrado de quienes impugnaban las
variantes por considerarlas discriminatorias. Aún hoy, en
este sector recuerdan cómo la emprendió contra el abogado, y
testigos de una reunión de mediación en el juzgado
coincidieron en un punto: entre las preguntas que más le
repitió la juez al doctor Atilio Alterini, apoderado de la
otra parte, hay una que todavía repiquetea en sus oídos:
“¿Doctor, qué le parecerá esto al señor Macri?”
Un dolor de cabeza
El viernes 13 de junio de 1997, la Comisión Nacional de
Valores dio a conocer su resolución 11.788 incoada en el
expediente 711/92, bajo el título “Sevel Argentina S.A
s/antecedentes Licitación de Acciones y Adjudicación de
Ofertas”. El texto, publicado íntegramente en el Boletín
Diario de la Bolsa de Comercio, explicaba por qué se les
había instruido un sumario a la automotriz, sus directores y
otras empresas del grupo Macri por “la manipulación de
precios o volúmenes de Títulos Valores y la Transparencia de
los Mercados”.
En un procedimiento sin naturaleza penal, pero que sí
apuntaba a juzgar una infracción administrativa del holding
familiar, la Comisión sumarió al joven ingeniero y presidente
boquense por entonces, en su condición de director de Sevel
S.A, junto a otros responsables de la compañia como Francisco
Macri, Jorge Blanco Villegas, Paolo Rucci, Luis Da Costa,
Domenico Ferraris, Miguel Pucci, Armando Amasanti y Sergio
Provera, además de los síndicos y otros directores de menor
rango. La medida además alcanzó al Banco Medefin, al BM
International Bank and Trust Company Limited, y a Lawton
International Corporation. La investigación también determinó
que la Inversora Towlin S.A, con sede en el Uruguay – la
misma que adquirió el pase de Walter Perazzo el 8 de agosto
de 1988 -, había cumplido un rol relevante en la manipulación
del precio de las acciones de Sevel.
Como ya se desarrolló en este capítulo, el mismo ente que le
instruyó el sumario a Macri, había autorizado el 5 de
diciembre de 1996, mediante la resolución 11.553, la
constitución del Fondo Común Cerrado Boca Juniors. O sea,
casi seis meses antes.
Hoy resulta evidente que los avatares del poderoso grupo
económico en el mercado de capitales no afectaron un ápice el
normal desarrollo del emprendimiento que, a título personal,
había ideado el presidente de Boca con el afán de incorporar
futbolistas al plantel profesional. Tampoco repararon en la
incómoda situación de Sevel S.A los inversores en el
experimento bursátil y deportivo, habida cuenta que, en
muchos de sus casos, el aporte económico al Fondo era más
emotivo que comercial.
Sin embargo, la dinámica que el holding le viene imponiendo a
sus negocios y que, según la revista Noticias (7) le permitió
facturar en el 2000 por 2.300 millones de pesos, colocó al
ingeniero, una vez más, en el ojo de la tormenta. El lunes 19
de febrero del año pasado, el juez del fuero Penal Económico,
Carlos Liporace, dictó su procesamiento en la causa 4020
caratulada “Marenghi Alfredo y otros sobre averiguación de
contrabando” y le trabó un embargo por 4.900.000 pesos. El
delito tiene una pena de dos a diez años de prisión.
Macri resultó procesado al igual que su padre, Francisco y
otros directivos de Sevel en el marco de una investigación
judicial que se había iniciado en 1993. Según el diario
Ambito Financiero, la causa empezó a tramitarse “debido a una
denuncia que surgió de una declaración indagatoria del
presidente de Renault Argentina, Manuel Antelo, quien ante el
juez federal de Córdoba que lo investigaba por el mismo
delito, reveló que la empresa automotriz de los Macri actuaba
de la misma manera” (8)
En el fallo, Liporace sostuvo que se simularon “exportaciones
definitivas para consumo que no se habrían llevado a
cabo...”, que se generó “un saldo a favor indebido en la
balanza comercial de Sevel Argentina SA, que le permitiría la
realización de importaciones de partes, piezas y vehículos
terminados bajo un régimen con un arancel preferencial del 2%
(tasa menor) provenientes de terceros países” y que no se
procedió “a la devolución de los reintegros percibidos al
momento de haber exportado simuladamente – en forma
definitiva -, cuando en rigor de verdad la mercadería por la
cual se cobraron tales reintegros habría ingresado al país
como
vehículos
ensamblados”.
Además
de
estos
delitos
aduaneros que se le imputaban a Macri, el juez mencionó en su
sentencia que se procedió “a la conformación de un grupo
económico, integrado por Sevel Argentina SA, Sevel Uruguay SA
y Drago SA para facilitar el tipo de maniobra aludida...”
La acusación fue llevada adelante por la fiscal María
Gabriela Ruiz Morales, quien consideró que el procedimiento
le permitió a la automotriz - que ya no pertenece a los Macri
-, cobrar por derechos aduaneros en concepto de exportación
y, asimismo, pagar arancel cero por importación, lo que
habría configurado el aparente delito de defraudación al
fisco y contrabando por varios millones de pesos.
En defensa de los procesados, Jorge Aguado, vicepresidente de
Socma Americana – una empresa del grupo - y ex gobernador
bonaerense de la última dictadura, sostuvo en un comunicado
que “las operaciones cuestionadas en la justicia fueron
realizadas con el conocimiento y la expresa aprobación del
servicio aduanero”.
La resolución del doctor Liporace no pudo ser más inoportuna
para las aspiraciones políticas del titular boquense en uso
de licencia, allá por abril de 2001. Pese a que el mismo juez
había dispuesto la falta de mérito de Macri en dos de los
cuatro delitos que se le imputaban, la noticia de su
procesamiento se conoció un puñado de horas después que
anunciara su futuro desembarco en la política. Desde el
peronismo porteño se alzaron voces apesadumbradas por la
decisión judicial. El entonces diputado nacional Daniel
Scioli salió en su auxilio cuando afirmó: “Tengo un gran
afecto por los Macri y creo en el honor de Mauricio. Esto me
duele pero es sólo una instancia judicial. De todos modos, él
piensa ser candidato en el 2003 y para entonces todo estará
seguramente
aclarado”.
El
país
todavía
no
se
había
derrumbado. Faltaban varios meses para la eclosión de
diciembre y la caída de Fernando de la Rúa. Durante el breve
gobierno de Adolfo Rodríguez Saá, Scioli se convirtió en
secretario de Turismo y Deporte y se alejó políticamente de
Mauricio Macri. Aunque los dos seguirían manteniendo ciertas
coincidencias. Durante este año, las declaraciones que
formularon contra los cartoneros que deambulan por Buenos
Aires en busca de procurarse el sustento, castigaron los
oídos de cualquier ciudadano sensible a la miseria.
El dictamen de Primera Instancia en la causa por supuesto
contrabando había caído como una brasa ardiente en la ya
escaldada epidermis del joven empresario. “Mauricio es
temperamental y está recaliente. Esa es la verdad”, lo
describió un colaborador suyo citado por la revista Noticias
(9), en una de las notas de tapa titulada “La pesadilla de
Mauricio Macri”, publicada en marzo de 2001. Esa pesadilla
finalizó cuando el Tribunal de Casación determinó el
sobreseimiento del ingeniero e incluso precisó que la
maniobra denunciada no constituía delito. Y, pese a un
recurso de queja ante la Corte Suprema que elevó el fiscal
Ricardo Weschler, quedaron disipadas las turbulencias que
generaba esa causa sobre su candidatura.
Es curioso, pero los dos últimos presidentes boquenses han
sido procesados por la justicia. Antonio Alegre, el antecesor
en el cargo del joven millonario, quedó en esa condición el 5
de diciembre de 2000 en la causa n° 4839 caratulada
“Grondona, Julio H. y otros sobre infracción Ley 23.771”. Se
le imputaba “la ardidosa disminución del valor real de la
transferencia del jugador Gabriel Omar Batistuta, del club
Boca Juniors, con el fin de fijar una base imponible menor
para los aportes previsionales correspondientes...”, según
reza en los considerandos del fallo firmado por el juez
Bernardo Vidal Durand.
El caso data del 23 de julio de 1991, cuando el actual
goleador del club Roma de Italia, fue transferido a la
Fiorentina, del mismo país. La maniobra investigada por el
magistrado “se habría concretado al registrar el club Boca
Juniors el convenio de transferencia ante la AFA por un monto
de un millón ochocientos mil dólares estadounidenses,
omitiendo declarar la suma de un millón quinientos mil
dólares que completaría el monto real de la transferencia”
(10). El juez agregó en su sentencia que “se habría
comprobado la evasión, por parte de quienes representaran al
Club Atlético Boca Juniors del pago de las cargas sociales
correspondientes a la transferencia del jugador Gabriel Omar
Batistuta”.
Vidal Durand consiguió cerrar el caso porque pudo comparar la
“scritura privata” que recibió desde Italia, en la que
constaba el verdadero monto del pase, con la documentación
que se presentó ante la AFA por una suma sensiblemente menor.
De ese modo, consideró que el perjuicio fiscal generado
habría ascendido a 172.000 pesos. En la misma causa también
estaba imputado el ex vicepresidente de Boca, Carlos Heller,
quien resultó sobreseído definitivamente. Lo mismo sucedió
con Alegre en otros dos casos investigados en el expediente
(los pases de los volantes Raúl Peralta y Sergio Berti),
aunque no con la venta de Batistuta.
Al ex presidente se lo procesó en calidad de autor sin
prisión preventiva y se le trabó embargo por 450.000 pesos,
decisión que ha sido apelada hace tiempo ante la Cámara de
Casación, que aún no se expidió sobre el tema.
Hacia la jefatura de gobierno
El 20 de julio de 1999 se votó en el predio deportivo que la
AFA posee en Ezeiza el Reglamento de Control Económico y
Financiero que establecería nuevas pautas contables para las
instituciones afiliadas, en el afán de sanear sus tesorerías.
Ese encuentro es recordado porque el ingeniero se trabó en
una polémica con la mayoría de los dirigentes, sobre qué
remedios eran adecuados para combatir el estado de zozobra en
que vivían los clubes. El presidente de Boca propuso cambios
de fondo a los estatutos y se mostró partidario, una vez más,
de las sociedades anónimas para el fútbol o de alguna fórmula
análoga.
Macri, con su proverbial suficiencia, además sugirió: “Aquel
dirigente que sea procesado, no puede ejercer su cargo”. Esta
propuesta, como su ideario en general, resultaron desdeñados.
José María Aguilar, quien por entonces era secretario general
de River, le respondió situado en las antípodas del
pensamiento privatista. La reunión de los principales
dirigentes del fútbol argentino terminó en ese punto con la
determinación de que “ninguna persona condenada en sede penal
por delitos comunes que no sean culposos podrá ocupar cargos
en comisiones directivas de clubes o de la AFA hasta que
hubiesen transcurrido dos años desde su cumplimiento, o desde
que quedare firme la condena si no fuere de cumplimiento
efectivo”.
“El pez por la boca muere” comentó por entonces uno de los
asistentes a aquel cónclave de la AFA, un hombre muy cercano
a Grondona, quien nunca vio con buenos ojos ciertas actitudes
del joven dirigente boquense. Y coincidió con otro asistente
al predio de Ezeiza, en que Macri estaba en contra de que
gobernaran los clubes quienes habían sido procesados por la
justicia.
De no haber sido por el rechazo que generó su iniciativa en
aquella reunión de Ezeiza, el ingeniero habría corrido el
riesgo de perder la presidencia de Boca. En la causa n°
46.267/01 generada por una denuncia de administración
fraudulenta que se tramitó en el juzgado del doctor Juan José
Mahdjoubian – referida a la compra de sistemas de seguridad
para los estadios de fútbol – Macri estuvo procesado por
espacio de casi un mes y se le trabó un embargo por 300.000
pesos. El fallo judicial también alcanzó al ex presidente de
San Lorenzo, Fernando Miele, al titular de la AFA, Julio
Grondona y al empresario español proveedor de los equipos de
audio y video, Romeo Cotorruelo Menta. La Cámara de
Apelaciones integrada por los jueces Guillermo Navarro y
Mario Filosof revocó esos procesamientos dictados a mediados
de octubre en un expeditivo fallo firmado el 21 de noviembre
de 2002.
Como el ingeniero se caracteriza por su tozudez, la derrota
política que le infligieron en aquel difundido encuentro, no
hizo mella en su doctrina librecambista. Él continuó con su
prédica, allí donde se le brindó la oportunidad de exponerla.
A mediados de abril del año pasado y, momentos antes de
disertar en el congreso de Nuevos Líderes realizado en
Córdoba, reivindicó la creación de las sociedades anónimas
deportivas y afirmó que el fútbol “no puede estar conducido
por gente que no gane plata”. Consecuente con sus ideas, dijo
después que ser empresario en el mundo del fútbol “...es
divertido, porque uno compra y vende y nunca pierde, porque
siempre hay algún jugador de uno que gana”. (11) A esta
reflexión le agregó el significado que tiene para él ser
dirigente: “... es la parte más aburrida, porque la gente se
acuerda de ellos únicamente en las malas”.
Macri tiene un temperamento que se caracteriza por la
incontinencia verbal. Sus propios abogados en la causa penal
por contrabando agravado en la que estuvo procesado, le
pidieron que se abstuviera de formular declaraciones después
de que fustigara a los camaristas que terminaron dictando su
sobreseimiento. Pero a menudo, el empresario no repara en el
costo que pueden tener sus palabras.
En 1996, el periodista Daniel Santoro relató en su libro “Los
Intocables”, publicado por Editorial Planeta: “Mientras salía
visiblemente molesto de una reunión en la oficina de Cavallo
en el quinto piso del Palacio de Hacienda donde se habían
analizado las denuncias de la
DGI contra la industria
automotriz, Mauricio Macri, hijo de Francisco y director de
Socma en aquel momento, se sinceró ante un asesor del ex
ministro: “Estos problemas no van a tener solución hasta que
se vaya el loco de Tacchi”.
El ingeniero se refería a Carlos Miguel Tacchi, uno de los
creadores del grupo de inteligencia fiscal de la ex DGI,
famoso por sus diatribas contra los evasores. Un hombre que,
como él, también había trabajado por Boca Juniors.
En ese club, antes y después de los éxitos deportivos que cosechó, Macri se tornó un
personaje mediático de alta exposición pública. Quien simboliza el poder como nadie
entre los empresarios de su generación, salió airoso de denuncias como la de
contrabando de automóviles, pero ha trastabillado judicialmente más de una vez como
presidente de un club de fútbol. Esa institución a la que definió hace poco como “una
isla en la actualidad argentina” y “más rentable que el 90 por ciento de las empresas del
país”.
El ingeniero ya está en plena campaña para acceder a la
jefatura de gobierno de Buenos Aires. Una ciudad que, hasta
la estrepitosa caída de la recaudación, se manejaba con un
presupuesto de 3.200 millones de pesos y que tiene contratos
con algunas empresas de su holding familiar (Intron, Pago
Fácil, Correo Argentino, IECSA, entre otras).
Su trayectoria como presidente de Boca y sus propios
pensamientos transmitidos a la prensa, permiten conjeturar lo
siguiente: no se sabe si Macri presentará su candidatura por
una razón de estado o por una mera cuestión de negocios.
Capítulo 6
El gurú y la coima
"Yo resucité a Atlanta".
Miguel Angel Broda.
Cuesta imaginar al ahora influyente consultor económico de la
City hace 46 años. Corría 1956, la denominada Revolución
Libertadora acababa de derrocar al presidente Juan Domingo
Perón y Miguel Angel Broda era apenas un niño de pantalones
cortos. Su tío, Manuel García, un ex diputado nacional,
estaba detenido como tantos otros ex funcionarios y políticos
justicialistas. Había ingresado a la Cámara Baja como
legislador por la Capital Federal el 29 de abril de 1946,
cuando las mujeres todavía no votaban en la Argentina. Su
mandato se prolongó hasta 1952 y el desempeño que cumplió
como parlamentario del PJ le significó ir a parar a la
cárcel, donde falleció al poco tiempo de que se lanzara el
golpe encabezado por el general Eduardo Lonardi. Además,
García había sido vicepresidente del club Atlanta y era su
representante ante la AFA.
Con ese hombre - el único pariente que adhería al gobierno
depuesto en una familia profundamente antiperonista -, el
joven Broda asumió una especie de compromiso que evocaría
cuarenta años más tarde en el estadio de Villa Crespo,
durante una reunión con socios y simpatizantes de la
institución fundada el 12 de octubre de 1904. En aquel
encuentro realizado debajo de las plateas de la cancha el 19
de junio de 1996, el economista comentó con su proverbial
tono enfático: "Soy fanático de Atlanta, soy socio desde el
año '43, viví diecisiete años afuera y por eso no soy
vitalicio. Mi tío fue Manuel García, el que le robó la tierra
a Chacarita, que fue presidente de la Cámara de Diputados y
que, como toda mi familia es antiperonista, murió en la
cárcel, en el '56, sin que nadie lo fuera a visitar. Un mes
antes de que ocurriera eso, me dijo: Miguel, vos vas a ser un
tipo de éxito. Lo único que te pido es que, sí alguna vez
Atlanta te necesita, no mi familia, lo ayudes al club. Yo
tenía trece años. Por eso, cuando Atlanta se fue a la quiebra
a mí me pareció que debía pagar esa deuda..."
Manuel García acertó el vaticinio sobre el venturoso futuro
que le aguardaba a su sobrino. En cambio, su solicitud
postrera no tendría un desenlace tan feliz.
El club sí, el ministerio no
Broda estudió primero en el colegio Lasalle, se recibió de
licenciado en Economía en la Universidad Católica Argentina
(UCA) y realizó su maestría en la Universidad de Chicago. Con
el tiempo, se convirtió en un consultor influyente, montó su
propio estudio, amplió de modo geométrico su cartera de
clientes - en 1994 contaba con casi cuarenta que pagaban
entre 4.000 y 7.000 pesos mensuales - editó un solicitado
boletín denominado "Carta Económica" y empezó a organizar
seminarios vinculados a su actividad para empresarios. De
todos los proyectos que encaró, acaso haya sido la
constitución de la fundación Gobierno y Sociedad su idea más
estratégica y ambiciosa. A mediados de 1997 se lanzó en el
campus de la Universidad de San Andrés un plan para articular
tres mundos diferentes y que no siempre se vinculan de manera
aceitada: el político, el académico y el empresarial.
En un reportaje que le otorgó el economista al diario El
Cronista Comercial y que salió publicado el 24 de julio del
'97, explicaba su preocupación: "La clase política argentina
no es diferente a la del resto del mundo, pero tiene menos
contacto con los centros de pensamiento que el que tienen los
legisladores de los Estados Unidos, por ejemplo. No sé por
qué ocurre esto, pero también hay una reacción natural del
ambiente académico a no interconectarse con la clase
política". Broda, persuadido de que el enlace entre los tres
ambientes resultaba clave para la actualización permanente de
un establishment formado a imagen y semejanza de su ideario,
se rodeó en
Gobierno y Sociedad de un consejo de
administración que integraban, entre otros, el menemista
Jorge Castro y el liberal Federico Sturzenegger. Hombre
versátil conectado con políticos, académicos y empresarios,
se convirtió así en la bisagra de un proyecto que elevó, aún
más, su perfil de personaje con demasiada influencia en los
mercados. Tampoco debe soslayarse que el consultor "más caro
del país" (1) recibió la propuesta del ex presidente Carlos
Menem para hacerse cargo del Ministerio de Economía cuando
Domingo Cavallo se alejó del gobierno en 1996.
Broda y el ex ministro se habían trenzado en una polémica
pública durante febrero de 1991 que colocó a ambos al filo de
la ley. Resulta que Cavallo lo denunció tardíamente - tres
años después - por haber utilizado información confidencial
que le filtró quien por entonces era secretario de Hacienda,
Saúl Bouer. Lo que en Estados Unidos se conoce como "inside
information", o sea, la utilización de información reservada
para efectuar especulaciones financieras, está penado en esa
nación como aquí. Broda habría obtenido datos por esa vía,
asesoró a sus clientes en base a ellos y se produjo una
corrida cambiaria de unos 300 millones de pesos. Tras la
difusión pública del episodio, la desmentida del consultor
salió editada en todos los medios: " No tiene ningún derecho
a hacer lo que hizo y mucho menos a mentir", le espetó a
Cavallo. El asunto no pasó de una denuncia penal en la
justicia por "fraude en perjuicio de la administración
pública" que presentó el abogado Ricardo Monner Sans.
Esta disputa quedó superada y quizás dejó como principal
enseñanza la ligazón que existe entre el poder político y el
económico o, dicho de otro modo, la forma en que se dirimen
en la Argentina ciertas cuestiones de estado. Cuando se
esfumó el entredicho y luego de que el ministro abandonara el
palacio de Hacienda, Broda, sin embargo, lo reivindicó: "No
hay nadie que defienda el modelo en ninguna parte, se hace
toda la prensa y el pensamiento izquierdoso argentino un
festín. Necesitamos un Cavallo que defienda el modelo" (2).
Esta solicitud ya no requeriría de los servicios prestados
por el desprestigiado líder de Acción por la República. Roque
Fernández, su sucesor, profundizó las reformas sobre un
estado raquítico y el gobierno de la Alianza empeoró la
situación heredada.
Mucho antes de que el país se hundiera, desde un club de
fútbol en dificultades situado en el porteño barrio de Villa
Crespo, surgió la demanda para el personaje que parecía
insustituible debido al poderío económico que transmitía.
De ese modo, Miguel Angel Broda comenzó a saldar el
compromiso que había asumido ante su tío, el ex legislador
peronista Manuel García, 45 años antes. Atlanta, el club que
lo desvelaba desde cuando era un niño, yacía postrado y en
quiebra. El consultor que había desechado conducir el
ministerio de Economía, sí estaba dispuesto a manejar una
deteriorada sociedad civil sin fines de lucro.
¿Qué curioso comportamiento operaba en su decisión? ¿Sólo se
trataba de cumplir la voluntad de un pariente fallecido y de
dejarse llevar por la pasión dispensada a una camiseta? ¿O
pretendía encauzar una férrea voluntad por los negocios en un
medio como el fútbol, que brinda atractivas posibilidades de
inversión a quienes posean un capital considerable?
Broda diría tiempo después: "Tengo noventa neuronas bien y
diez mal, que son las que hacen que me meta a perder plata y
tiempo en Atlanta. Pero hay valores diferentes que los
monetarios" (3).
La historia futbolística de este hombre con vocación de
oráculo estaba a punto de comenzar. La pasión y los intereses
entrarían en contradicción por obra y gracia de su club
favorito. Algo semejante ocurre con su ideario que se antoja
liberal y las medidas violatorias de la propiedad privada que
sugirió en público durante el año que se va. En mayo último,
propuso el canje compulsivo de plazos fijos por bonos, un
freno a los amparos presentados por los ahorristas y hasta
restricciones a las cuentas sueldos, porque dudaba de que
fueran salarios. Una acabada muestra de coherencia en los
principios.
Papá maneja todo
El 25 de septiembre de 1991 se decretó la quiebra de Atlanta.
La primavera de ese año comenzó con la colocación de fajas de
clausura sobre la sede social y el antiguo estadio de madera,
ambos ubicados sobre la calle Humboldt, a escasos metros de
la avenida Corrientes. Esa delicada situación se convirtió en
el punto de inflexión para una entidad que estaba sumida en
el caos político y económico. Muy lejano había quedado el
momento de mayor esplendor, durante la presidencia de León
Kolbowski, un ex presidente que se transformó en el dirigente
más emblemático de su vida institucional y deportiva entre
1957 y 1968. En 1960, durante su mandato, se inauguró la
cancha en un lugar muy bien ubicado de la Capital Federal y,
en los años siguientes, surgieron del semillero bohemio
jugadores como Hugo Orlando Gatti, Luis Artime, Carlos
Timoteo Griguol, Néstor Errea, Alberto González y Norberto
Madurga que le darían al fútbol argentino lo mejor, aunque
después de consagrarse en otros clubes. En la década del '70,
Atlanta produjo uno de sus equipos más recordados que llegó
hasta las últimas instancias del campeonato Nacional en 1973.
Integraban su formación futbolistas que luego continuaron su
carrera en Europa (Rubén Cano y Alejandro Onnis) o en las
denominadas instituciones grandes de la Argentina (Héctor
López en River y Jorge Ribolzi en Boca) e incluso, Osvaldo
Cortés, llegó a vestir la camiseta de la selección nacional.
En el convulsionado país de los años setenta, el club se
convirtió en escenario de actos políticos de cierta
envergadura - Montoneros utilizó la cancha cuando aún era una
organización legal - y también de los tradicionales bailes de
carnaval.
Los sucesivos descensos del equipo comenzarían sobre el final
de aquella década y, aunque hubo un efímero retorno a Primera
División, Atlanta no logró hacer pie firme en la categoría
superior. La institución identificada con la colectividad
judía desde los tiempos de Kolbowski iría perdiendo también
su caudal societario, su patrimonio y un lugar expectante en
el fútbol local que no recuperó nunca más. Las malas
administraciones de sus dirigentes, salvo alguna excepción
como la del ex presidente Hugo Masci (1978-1983), condujeron
a la entidad hacia la situación en que se encuentra hoy.
En ese marco prosperó la llegada de Broda. El economista
pretendía para sí el reconocimiento eterno de los socios y
simpatizantes. Algunos años más tarde afirmaría públicamente:
"Cuando me muera quiero que la gente diga: éste se rompió el
culo por el club".
El periodista Fernando Tebele comenzó un programa radial
llamado "Atlanta Pasión", el 3 de agosto de 1991, casi dos
meses antes de que se declarara la quiebra. Durante siete
años y medio continuó de manera ininterrumpida con esa
emisión, por lo que es un testigo privilegiado de aquel
conflictivo período.
"Lo que sucedió desde entonces, bueno o malo, estuvo ligado
directa o indirectamente a Broda. Se había constituido una
comisión de apoyo que tenía una cabeza visible, el empresario
Ezequiel Kristal, un fabricante de prendas de cuero. De a
poco me fui dando cuenta que, era Broda quien realmente
tomaba las decisiones, aunque él no figuraba en las
comisiones directivas. Durante mi programa yo decía con
ironía que la sede de Atlanta quedaba en su oficina, donde
tiene su consultora económica. Hasta las reuniones de
conducción, en algún momento, se llevaron a cabo ahí. Desde
mediados de 1991 en adelante, todo en el club pasó por sus
manos".
El abogado penalista Jorge Rubinska, ex presidente de la
institución de Villa Crespo, recuerda que "Broda era el papá
que manejaba todo. O sea, ponía gran parte del dinero, aunque
no era el único..." En efecto, el consultor económico visitó
a ex presidentes, vicepresidentes y tesoreros, mantuvo varias
reuniones con ellos y unas cuantas las realizó en su casa del
barrio de Belgrano, con el propósito de recaudar dinero para
levantar la quiebra. Sin embargo, al principio fracasó en su
intento. "Nadie quiso ayudar a Atlanta, nadie movió un dedo",
se quejó amargamente durante una reunión informativa con los
socios desarrollada varios años después.
Pese a las evasivas que encontró para juntar fondos no se
desanimó y percibió que una salida tan discutible como
difícil de digerir para el asociado, podía permitir zafar del
estado de quebranto. Se trataba de vender la sede social, una
vez conseguido el avenimiento, a comienzos de 1994. Una
empresa denominada Consucon, que tenía como actividad
comercial más difundida el control de la cadena de
supermercados Su, ubicada en la zona oeste del gran Buenos
Aires, negoció el pasivo de 4.000.000 de pesos con los
acreedores de Atlanta y bajó la deuda a 2.500.000. Semejante
gestión le permitió a esa firma quedarse con el edificio de
la calle Humboldt, contiguo al estadio. Esa sede, según
estimaciones obtenidas en el mercado inmobiliario, habría
estado valuada en 2.000.000 de pesos. Primero la tuvo en
venta Migliorisi Propiedades SRL, ubicada en la avenida Angel
Gallardo y luego una inmobiliaria con oficinas en la
localidad
bonaerense
de
Morón,
que
pertenecería
al
propietario de la ex cadena Su.
Según el doctor Rubinska, ese terreno se mantuvo igual desde
que Consucon lo tomó en sus manos: "No hizo nada, acaso
porque el código de edificación nuevo de la ciudad de Buenos
Aires no permite que se construya otra cosa que una sede
social, un parque o un cementerio privado. Hoy está poblado
de ratas y hasta fue a filmarlo gente del gobierno de Aníbal
Ibarra". En rigor, poco se observa desde el exterior, ya que
el lugar se encuentra tapiado. Ahora bien, Consucon
administraba la cadena Su, que a su vez fue adquirida por
supermercados
Disco;
tres
componentes
de
un
mismo
rompecabezas. Las sospechas de que esta firma sería la
propietaria de la sede se contraponen con otras que, dentro
de Atlanta, le atribuyen a Broda el papel de dueño.
Con la enajenación de una parte considerable de su
patrimonio, el club eludió la quiebra, pero perdió casi toda
pretensión de vida social y conexión con el barrio, más allá
del fútbol. Hoy, la comisión directiva encabezada por Carlos
Moreno – un hombre que responde a Jorge Viviani, el
secretario general del sindicato de peones de taxis e hincha
de Atlanta - aspira a que el gobierno porteño le dé a la sede
un trato similar al que recibió el anexo que Racing Club
posee en el barrio de Villa del Parque. Una alternativa sería
que el estado la declare patrimonio histórico, que se
expropie el edificio y se utilice de manera compartida entre
la institución deportiva y la ciudad. Este trámite estaría
avanzando entre los pliegues de la administración conducida
por Aníbal Ibarra.
Sea como fuere, el club, mutilado en una parte considerable
de sus bienes, había quedado en condiciones de iniciar un
nuevo ciclo y sin deudas. Pero a Broda y su gente, el árbol
les impidió ver el bosque.
"Atlanta volvió a endeudarse, no creció en lo social y hay un
caso que merece citarse para definir si Broda quería dejar
obras o no. El club Villa Crespo tenía su sede en la esquina
de las avenidas Corrientes y Juan B. Justo. Recuerdo que una
vez se hizo una reunión entre los representantes de ambas
instituciones y los de Villa Crespo les dijeron a los de
Atlanta que, si ponían 180.000 pesos se quedaban con aquel
lugar, una sede importante, ubicada a dos cuadras del estadio
y sólo había que pagar ¡180.000 pesos! Broda colocó millones
de dólares en el club y no quiso pagar aquella suma porque
dijo que no era un negocio interesante para Atlanta". (4)
Guillermo Sauret, un ex vicepresidente que integró la
conducción bohemia entre mediados de 1994 y junio de 1997 e
hijo de un antiguo dirigente, sostiene que para adquirir
Villa Crespo se debía poner "muchísimo menos" que 180.000
pesos, aunque recuerda que "no aparecieron los fondos
necesarios. Yo creo que hubiese sido una jugada política
maestra. Atlanta habría vuelto a tener sede social, pero
Broda no lo entendió así. Tal vez, no lo vio rentable".
Las cuentas de Broda
La utilización del predio ubicado en la localidad bonaerense
de Villa Madero que el club recibió en forma precaria
mediante un decreto firmado por el primer ministro de
Economía de la última dictadura militar, Alfredo Martínez de
Hoz, dio nacimiento a la denominada fábrica de jugadores.
Atlanta le debe ése, su actual campo de deportes de 6
hectáreas destinadas a las divisiones inferiores, a un ex
vicepresidente, Antonio Carbone. Este dirigente consiguió su
posesión el 8 de mayo de 1981 gracias a que tenía fluidos
contactos en la cartera que conducía el más influyente
funcionario civil del régimen encabezado por las fuerzas
armadas.
Por entonces, Hugo Masci presidía la institución de Villa
Crespo. "Carbone fue el factótum de todo eso", sostiene y
asimismo evoca que "a Broda nunca me lo crucé en el club
durante los seis años que ejercí la presidencia. No me
acuerdo de haber visto su cara, como hay otros personajes a
los que sí recuerdo perfectamente. Pero de él, ni sabía que
existía. Creo que estaba viviendo en el exterior".
Varios años más tarde, el economista imaginó para ese sitio
que fue bautizado "La Bohemia" un porvenir de dicha y
prosperidad. "Nos va a permitir mantenernos en Primera..."
dijo ilusionado el 17 de julio de 1996. En ese momento, el
diversificado empresario Eduardo Eurnekian y el club La
Coruña de España se mostraron interesados en acompañar el
proyecto. Pero la soñada fábrica de futbolistas noveles nunca
se desarrolló como estaba planeado.
La idea del mecenas que gobernaba la institución con perfil
bajo, consistía en que las inversiones realizadas en La
Bohemia se pagarían con la materia prima futbolística
modelada en el semillero. Las obras que Broda financió fueron
dos confortables vestuarios y el acondicionamiento de tres
canchas. Además pagó los sueldos que percibían los empleados
del predio y el cuerpo técnico de las divisiones inferiores.
Pero un buen día, el protector de Atlanta se cansó de poner
dinero e intentó cobrar hasta el último ladrillo colocado. La
estratégica fuente de recursos que él había concebido hacía
agua por todos los costados. Los asociados querían saber qué
ocurría en las divisiones inferiores. Tiempo después,
admitiría durante una concurrida asamblea informativa en el
estadio: "La desgracia de estos pibes de la categoría '75 es
que no tuvieron tratamiento, nutrición, ni médico, ni nada.
Es una lástima, pero no podemos hacer caridad". Se refería a
un grupo de futbolistas que estaban a punto de ser declarados
prescindibles.
Broda continuaba atendiendo las demandas de los socios y
simpatizantes
en
el
club,
en
cabildos
abiertos
que
constituían un saludable modo de informar sin intermediarios.
No obstante, él tomaba las principales decisiones en su
estudio de la calle Ricardo Rojas 401, en el barrio de
Retiro, donde ocupa los pisos 15° y 16°. Quien en ese período
era el tesorero de Atlanta, Alberto Milmustein, sólo
controlaba la caja chica. Un día renunció y dejó el camino
libre para que, un hombre dócil al economista, supervisara
las cuentas a cambio de un salario de 2.500 pesos. De ese
modo, Federico Rizzi se convirtió en el empleado contable que
reportaba al verdadero poder.
Esta situación coincidió con un giro en la política de
aportes que Broda venía realizando y que, con puntillosa
costumbre, él hacía constar en planillas de las que aún
existen copias. Por lo menos entre 1995 y 1997 este método le
permitió no perder ningún detalle de sus contribuciones
dinerarias. En el arte de tabular sus egresos destinados a
sostener el club de Villa Crespo, el economista anotaba:
"Deuda C.A. Atlanta con M.A. Broda (que aporta las
garantías)". Luego enumeraba cada uno de los rubros: los
diferentes porcentajes pagados en la transferencia del
jugador Cristian Castillo, los salarios del personal de
Humboldt y Villa Madero, canjes de documentos, comidas del
plantel profesional en el restaurante Don Arnoldo, un juicio
de la obra social del sindicato de directores técnicos y
erogaciones más curiosas como, por ejemplo, "llevó Pereyra
por pedido de Alberto", "vidrios rotos micro hinchada
campeonato anterior" o "reposición vidrio coche dr. Apaz".
Estos conceptos, entre otros, arrojaban que al 31 de
diciembre de 1995 Broda había desembolsado 292.947 pesos, al
31 de diciembre del año siguiente otros 689.715 y al 31 de
julio de 1997, 154.120, lo que en total alcanzaba la suma de
1.136.782 pesos. Asimismo, las planillas reflejaban los
intereses sobre saldos que él le cobraba a Atlanta, a razón
de un 0,666 por ciento de tasa nominal mensual.
Cuando el consultor determinó que el club debía reintegrarle
las cantidades de dinero aportadas, sabía que estaba por
concretarse la venta más importante en mucho tiempo de un
futbolista surgido de las divisiones inferiores: Cristian
Castillo. El 1° de agosto de 1997 Broda recibió 750.000 pesos
del pase que concluyó con el delantero en Colón de Santa Fe.
Así, aquella deuda que se había acumulado al 31 de julio,
bajó por apenas unas horas a 386.782 pesos. El influyente
asesor de empresas confesaría que "negociar en Atlanta es
dificilísimo y eso que yo hice lo mismo por el FMI en siete
países". En efecto, Broda era a su club lo que el Fondo
Monetario
Internacional
a
los
países
del
mundo
subdesarrollado. Prestaba dinero que luego cobraba en
condiciones ventajosas, sin resignar ni un centavo.
Ese
comportamiento
que,
sólo
en
apariencia
resultaba
dispendioso, le había permitido a la hinchada bohemia
ilusionarse con el ascenso a Primera División a mediados de
1996. El equipo jugaba en el torneo de la Primera "B"
Nacional, la categoría inmediatamente inferior y se había
reforzado en forma adecuada. Martín Herrera, de Boca Juniors,
Gustavo Cuartas, de Universidad Autónoma de Guadalajara,
México, Enrique Cuenca Zaldívar y Raúl López, de Deportivo
Morón y Daniel Delfino, de Banfield, se sumaron al plantel
que disputó una muy buena primera rueda y terminó muy mal la
segunda parte del certamen. Los sueldos de todos ellos eran
importantes, sus pases habían resultado costosos, aunque
parecían detalles sin relevancia.
Bastaba con que Broda pusiera la plata, aunque tampoco le
faltaba desenvoltura para buscar soluciones alternativas.
Ubicado
en
la
cúspide
de
su
prestigio
como
hincha
caracterizado, el economista admirador de Milton Friedman
intentaba echar mano a una fórmula que repitiera la
experiencia de gerenciamiento con la empresa Excellence, del
desaparecido ex dirigente boquense, marino de guerra y
empresario Héctor Martínez Sosa. Mediante un convenio con
dicha firma, Atlanta había logrado ascender desde la tercera
categoría de la AFA a la segunda. Broda creyó que segundas
partes podrían resultar buenas y negoció condiciones para que
determinados grupos utilizaran la "vidriera" del equipo, a
cambio de futuras regalías en los pases de los futbolistas
contratados. Conversó con el profesor Jorge Castelli,
vinculado
a
capitales
radicados
en
Miami,
con
los
intermediarios Settimio Aloisio - representante de Gabriel
Batistuta - y Marcos Franchi, - ex apoderado de Diego
Maradona y en la actualidad de Juan Román Riquelme -, con el
entrenador Jorge Solari, del club Renato Cesarini de Rosario
y hasta con el hijo de Martínez Sosa. Ninguna de las
gestiones encaradas tuvo éxito.
Desechado el mecanismo de la tercerización del fútbol, el
fiador de Atlanta, hombre de múltiples contactos en el
mercado financiero, concibió la creación de un fondo de
inversión que, durante una asamblea informativa del '96,
presentó así: "Yo tengo la idea de defender la plata de este
grupito, porque si pone treinta tiene que ganar sesenta,
porque éste será no sólo el financiamiento de este año, sino
del que viene". Luego agregó: "No nos regalan nada, no hacen
filantropía. Son tipos que quieren comprar jugadores y ver si
Atlanta los promociona".
Broda expresaba una verdad a medias. Reivindicaba el lucro de
los inversores, que era un objetivo cierto (se trataba de que
ganaran plata en el fútbol con colocaciones más que
discretas) e incluso, él mismo se cubría porque había
aportado dinero para conseguir jugadores. Gabriel Guzmán, un
volante que llegó a préstamo al club, costó 40.000 pesos que
el gurú de la City había extraído de su abultada cuenta
personal. Pero cuando hablaba de los cuotapartistas que
integraban el fondo de inversión, silenciaba datos clave.
¿Acaso no eran financistas, entre otros, el propio economista
y su cuidador de caballos, un tal Jorge Pérez?
El flemático discurso con que Broda seducía a su auditorio en
Villa Crespo, estaba a punto de convertirse en una
caricatura. Su mensaje redentor no desechaba la utilización
de un ilícito común a políticos, empresarios, policías y
ciudadanos corrientes: el pago de una coima.
El pez por la boca muere
El personaje calvo, de lentes prominentes y tan gestual para
expresarse con las manos como filoso con sus palabras,
provocó un murmullo en el ambiente deliberativo de la
reunión. No estaba en el corazón de la City porteña, sus
interlocutores no eran banqueros ni empresarios extranjeros,
sino socios e hinchas de Atlanta ávidos de recibir noticias
futbolísticas alentadoras. Su testimonio, amplificado por un
sistema de audio instalado debajo de las plateas del estadio,
se escuchó con claridad: "Herrera se quiere quedar en
Atlanta, está convencido de que le van a dar el pase libre y
nosotros estamos trabajando para poder comprarlo. La verdad,
nos cuesta dos jugadores de séptima y quince lucas en negro
para, para... coimear" (5).
Martín Herrera, nacido el 13 de septiembre de 1970 en Río
Cuarto, provincia de Córdoba, es arquero. Había realizado las
divisiones inferiores en Boca Juniors, tenía aparentemente el
pase en su poder y en el club de Villa Crespo lo esperaban
con las puertas abiertas. El 1° de julio de 1996 firmó un
contrato con Atlanta que lo ligaba por un año a cambio de una
retribución mensual de 740 pesos y 20 pesos por punto ganado
para jugar en el torneo de la "B" Nacional(6).
Aunque ya era titular en el plantel conducido por el director
técnico Salvador Daniele desde mediados de 1996, recién el 12
de noviembre de ese año la institución que lo recibió obtuvo
los denominados "derechos federativos" del futbolista que,
nada tienen que ver con los "derechos económicos" o
comerciales. Estos últimos le pertenecían a un ignoto Jorge
Pérez, domiciliado en la calle Florencio Sánchez 3040 de San
Isidro, provincia de Buenos Aires. Según el contrato de
cuatro carillas suscrito entre el presidente Julio Jablkowski
y el tesorero Roberto Lopatín en representación de Atlanta,
por un lado, y el llamado inversor por el otro, quien
resultaba Pérez, éste quedaba definido en el texto como "una
persona dedicada a la promoción del deporte del fútbol en la
República Argentina y en los distintos países del exterior".
Chantocracia, habría bramado el fallecido periodista Dante
Panzeri.
Pérez no era otro que el cuidador de caballos de Broda y, a
los efectos del contrato, su curioso testaferro. De ese modo,
en un acto de contrición y generosidad, el desconocido
personaje abocado a promocionar el deporte masivo, cedía al
club el 20 por ciento de los derechos económicos de Herrera.
Claro que, previo a esto, en la cláusula cuarta se
especificaba que Atlanta reconocía al inversor la propiedad
del ochenta por ciento (80%), de los derechos económicos
sobre el pase o transferencia nacional e internacional del
jugador mencionado, cuyos derechos federativos se encuentran
a favor del club" (7). Asimismo, en el punto sexto del
escrito, Pérez (y/o Broda) retenía para sí la llave del
negocio más atractivo que encerraba la operación: "Por ello
el club entregará, oportunamente, si fuere necesario, a "El
Inversor" un poder especial irrevocable a los fines que éste
último pueda suscribir toda la documentación que fuere
necesaria para registrar al jugador en la institución que
considere adecuada". Léase, una transferencia al exterior que
se concretaría más adelante en calidad de préstamo, cuando el
arquero recaló por seis meses en el club Cruz Azul mexicano.
Luego regresó a la Argentina para jugar en Ferrocarril Oeste
desde donde pasó al Alavés español, en el que todavía se
encuentra.
No cabe duda que, el consultor económico participó de manera
activa, tanto en el arribo de Herrera a Atlanta, como en su
posterior desvinculación. A los asociados que lo escuchaban
aquel 19 de junio del '96, les confesó que se había pasado de
listo
cuando
Jorge
Bernardo
Griffa,
el
experimentado
conductor de las divisiones inferiores boquenses, tenía que
elegir a los pibes que el club de Villa Crespo cedería como
parte de pago por la venta de Herrera. "Hicimos dos partidos,
me pasé de vivo y a los dos mejores los saqué..." le confió a
un auditorio encantado. Pero Broda fue aún más lejos. Expresó
que Boca era "un antro de corrupción", aunque dejó al margen
la responsabilidad de su presidente, Mauricio Macri. "A él lo
pasan por arriba", agregó.
Algo más de tres años después de estos episodios que se
habían mantenido casi en el anonimato, la revista XXI se
ocupó del economista y su desafortunada confesión en una nota
de tapa que se tituló con aquel alegato de "tenemos que poner
15 lucas en negro para coimear". En el artículo de cuatro
páginas, Broda manifestó: "No recuerdo haber hablado de
coimas. Yo me estaba refiriendo al dinero que teníamos que
pagarle a Herrera por el 15 por ciento que le correspondía
por la transferencia que terminó siendo 22.500 pesos. El
contrato con Boca por el pase fue absolutamente cristalino.
Herrera vino a Atlanta a cambio de dos o tres jugadores de
nuestra novena división que debían ser elegidos por Griffa".
Pese a que Pérez y, no Broda, había firmado el convenio que
le cedía a Atlanta los derechos federativos del arquero, el
consultor sostenía en la misma entrevista: "Tuve que poner 3
mil o 4 mil pesos para poder concretar la operación. Fue
dinero que salió de mi bolsillo para que alguno de la
comisión de Boca incluyera en el orden del día que el pase de
Herrera se hacía en canje por jugadores y para pagar algunos
trámites de inscripción en la AFA". Por último, ratificaba
parte de sus dichos en la asamblea del '96: "Lo que hicimos
fue una avivada. Aprovechamos que Macri todavía era ingenuo y
desconocía los manejos del fútbol y que, además, estaba
empeñado en armar un semillero a las ordenes de Griffa".
Estos hábitos irregulares de los que perduran algunas
huellas, significaron para Broda un dolor de cabeza. Corría
1997 y, durante el casamiento de la hija de Carlos Silvani,
el ex titular de la AFIP que llegó a ese cargo durante el
gobierno de Carlos Menem; el economista se cruzó con un alto
funcionario de aquel organismo.
"Es posible que me estén investigando", le preguntó a su
interlocutor.
Y,
enseguida,
corroboró
lo
que
intuía:
Inteligencia Fiscal le seguía los pasos desde que había
decidido incursionar en el fútbol.
Con Macri volvería a cruzarse en 1999 cuando el protector de
Atlanta quiso seducirlo para que aceptara al club de Villa
Crespo como filial boquense. Hubo un encuentro del que
participaron los dos y el doctor Rubinska, quien evoca cómo
transcurrió el diálogo:
- Broda estaba entusiasmado con ese proyecto. La idea era que
Boca le proveyera jugadores a Atlanta y cubriera un
presupuesto para todo el fútbol a cambio de algún porcentaje
sobre los derechos económicos de determinados futbolistas.
Pero de buenas a primeras, la historia no prosperó.
- ¿En dónde se desarrolló la reunión?
- En Boca y el que habló fue Broda. Pienso que a Macri no le
gustó la manera en que se presentaba Atlanta, con un poder
formal y un poder real del otro lado.
- ¿Usted no se sentía un títere del economista?
- Si yo debía ser títere de alguien para que Atlanta retomara
un sendero históricamente posible, no tenía ningún problema.
Claro, sin que alguien socavara mi dignidad en ciertos
aspectos. Pero, si ése era el precio para que el club
creciera, si tenía que hacer un contrato que beneficiara a
Atlanta, yo iba a ser un títere. Creo que eso habla bien de
mí. Porque no tenía un afán de protagonismo.
Durante la reunión, a Macri también le habría fastidiado que
Broda dijera con cierto desprecio que Griffa era "un
antiguo", cuando conversaron sobre las divisiones inferiores
xeneizes de las que el economista pensaba seguir nutriendo a
su club de savia nueva. Una vez más, al economista le había
jugado una mala pasada su espíritu altanero. "Todo el mundo
es cholulo, quiere hablar conmigo. Yo voy a hablar, hago
cualquier cosa, hombre..." le comentó en una ocasión a un
simpatizante de Atlanta sobre cómo era capaz de conseguir
beneficios para la institución.
El influyente socio y presidente de Broda Domínguez Enconsult
Duff and Phelps Sociedad Calificadora de Riesgo S.A, lo que
prestaba, se lo cobraba con creces. En el club de sus amores
pueden dar fe.
El fiador todavía reclama
El 4 de septiembre de 1997, ante un escribano público, el
club
Atlanta
representado
por
su
presidente,
Gustavo
Perelmuter
y,
el
secretario
general,
Carlos
Alberto
Bulaievsky, suscribió un contrato de once cláusulas con el
consultor económico mediante el cual, éste último, recibió
los derechos, créditos y acciones que le correspondían a la
entidad de una concesión otorgada a la firma Otrok S.A,
firmada el 3 de mayo de 1996.
¿De qué se trataba ese convenio que colocaba a la institución
en calidad de cedente y a Broda en el papel de cesionario? La
empresa Otrok - vinculada a una compañía financieraexplotaba un predio ubicado en la calle Dorrego 457 que le
pertenece a Atlanta y es vecino al estadio. Hoy funciona allí
un complejo de canchas para fútbol reducido. El presidente de
esa firma, José Armando Sutton, se habría vinculado al club
gracias a los buenos oficios del economista (son vecinos en
un country de Los Cardales), quien al momento de decidir la
recuperación del dinero invertido, encontró una salida a su
demanda en los derechos de explotación del llamado Dorrego
Open.
Broda hizo constar en el artículo tercero del contrato que,
con anterioridad, le había entregado a la entidad de Villa
Crespo la suma de 452.933 pesos ("monto por el cuál se
concreta esta operación", rezaba el escrito de septiembre del
'97). De ese modo, había ideado el instrumento legal adecuado
para cobrar viejas deudas. El arrendamiento del predio, a
razón de 6.500 pesos mensuales, se extendía hasta el 30 de
abril de 2004. Eso significó, en las metódicas planillas del
consultor, que se daba por cobrados unos 549.000 pesos (8).
Empero, esta especie de garantía no lo habría dejado
satisfecho del todo. Por eso, en el punto séptimo del
contrato constaba lo siguiente: "En carácter complementario
de la presente se otorga al "cesionario" facultades
suficientes, a fin de que pueda prorrogar la vigencia de la
concesión objeto del contrato que se cede, por el término de
CUATRO (4) AÑOS, computados los mismos desde el vencimiento
del plazo establecido en la cláusula segunda del contrato del
3 de mayo de 1996, por lo que resulta que el mismo se
extenderá hasta el 30 de abril del año 2008".
Una verdadera ganga.
Pero, como si esto fuera poco, en el punto octavo del mismo
convenio, Broda se aseguraba que en el caso de un desalojo
del concesionario (Otrok S.A) por incumplimiento, "el
cesionario tendrá derecho a continuar con la explotación del
predio, hasta el 30 de abril del año 2008, ya sea por si u
otorgando una nueva concesión..."
El leonino contrato quedó anulado en octubre de 2001 y el
Dorrego Open pasó a manos de Atlanta durante el último
verano. El objetivo se cumplió, no sin antes provocar una
escena de violencia. Los ex concesionarios del bar que se
encuentra en el lugar, lo habían alquilado por tres
temporadas
en
febrero
del
año
pasado,
pero
un
día
pretendieron abrir el local y se toparon con que la cerradura
había sido cambiada. “Un barra apodado el Cordobés estaba en
la puerta y nos amenazó. Hicimos la denuncia en la comisaría
29 por usurpación y amenazas...” le contó al diario deportivo
Olé, la madre de uno de los inquilinos.
"Laissez faire, laissez passer" (dejad hacer, dejar pasar),
aquel lema del librecambismo atribuido a J.C de Gournay, un
ministro de comercio francés de mediados del siglo XVIII, le
cabe más a las condiciones en que Broda manejó la institución
de Villa Crespo durante la década del '90, que a sus propias
ideas sobre la economía.
Carlos Rada, quien fuera secretario general de Atlanta hasta
principios de 1999, sintetizó en enero de ese año el
pensamiento de un grupo de socios: "Aquí hay dos opciones:
una es que la variante económica sea Broda, lo que sería un
capitalismo salvaje. La otra, que Broda ocupe el lugar que
tendría que ocupar como un socio importante, con contactos
muy serios. Eso lo va a decir el tiempo" (9).
Para el ex presidente Rubinska, en líneas generales, el paso
del economista por el club resultó positivo: "En un momento
en que Atlanta estaba muy desprotegido, donde la gente se
escapaba, él tomó las riendas e hizo revivir un poco a la
institución en la faz futbolística. Colaboró mucho y quiso
cobrar lo que puso, que me parece válido, aunque hay que ver
en qué condiciones, ¿no?". Distinto es el enfoque del
periodista Tebele: "Ser ordenado en los papeles no significa
ser ordenado en las cuentas. El, por lo que vimos, fue
metódico en llevar la contabilidad de lo que fue aportando en
Atlanta. Pero no fue tan ordenado a la hora de anotar el
dinero que Atlanta le fue pagando". En cambio, el ex
vicepresidente Guillermo Sauret, definía el desempeño de
Broda en abril de 1999 "como un acto de grandeza hasta
diciembre de 1996. Hubo cinco años en los que estuvo dedicado
al club. Por motivos que desconozco, a principios de 1997 se
inició un despropósito de groseros errores".
Pese a que el influyente gestor de negocios nunca cosechó una
adhesión unánime, todavía hoy sigue conservando el cargo de
presidente honorario de Atlanta. "Yo tengo la imagen de que
quien recibió esa distinción debe ser un patriarca del club.
Y no creo que Broda lo sea. A mí me parece que no" dijo el ex
presidente Masci, bajo cuyo mandato el equipo logró su último
ascenso a Primera División.
El personaje que detentó el poder en una sociedad civil sin
fines de lucro y en estado casi terminal, que solía convocar
a asambleas de socios para describir ambiciosos planes y
persuadir a su auditorio sobre la conveniencia de buscar
capitalistas pocas veces llamados por su nombre, siempre se
refirió a los posibles inversores en tercera persona del
plural, cuando lo lógico hubiera sido que utilizara la
primera del singular. Sin embargo, en una ocasión cometió un
desliz por su incontenible locuacidad. Sucedió durante una
reunión efectuada en el estadio el 17 de julio de 1996.
"...La verdad, el fondo de inversión depositó la plata en mi
cuenta y yo lo domino... Yo cuido el dinero como si la plata
fuera mía, mucho más..." le informó Broda a un grupo de
simpatizantes ansiosos. ¿Acaso lo hacía para disimular un
protagonismo que nadie le discutía? ¿Tal vez ponía a
resguardo sus planes de invertir capitales propios en
jugadores de fútbol? ¿Cuál era, en realidad, la faceta del
personaje que se exponía en esas tertulias sin la bohemia de
los hinchas de otras épocas? ¿Su interés estaba subordinado a
la pasión o era al revés?
Un día, ubicado en el corazón del bien más preciado que le
queda a Atlanta - su cancha -, confesó: "Estamos sentados
sobre una mina de oro, algo que puede valer, diez, quince
millones con facilidad". Enseguida aclaró - por si hacía
falta - que era "el único" que no quería vender. Un coro de
voces uniformes le respondió: "Somos varios... están todos
con usted". En rigor, nunca quedó muy clara su postura. Broda
acaso hubiera dispuesto cambiarle el nombre al estadio. "Por
ejemplo, que se llame Atlanta-Esco", propuso una vez,
apelando
a
la
unión
con
esa
sociedad
anónima
de
capitalización y ahorro que ya había incursionado en el
fútbol.
El consultor económico de mayor peso mediático, el personaje
que gustaba visitar a Carlos Menem acompañado por los Premios
Nobel de Economía que venían a la Argentina, el hincha
peculiar que siempre sintió como una patada al hígado la
mención de su nombre en el ambiente del fútbol, el que
comparte la misma pasión por Atlanta con personalidades como
el epistemólogo Enrique Marí o el actor Osvaldo Miranda, ha
sido y es un hombre clave en la vida de un club que él dijo
haber resucitado.
Hoy, la realidad indica que al renacimiento lo sucedió un
prolongado período de oscuridad. El viejo equipo de Villa
Crespo está más cerca de la Primera "C" que de la "B",
acumula un pasivo que ronda los dos millones de pesos, a
junio de este año soportaba 48 juicios y aún aguarda la
construcción de un reservorio debajo del estadio para aliviar
las inundaciones, como un paliativo para sus problemas
económicos. A esa lista de tribulaciones, habría que agregar
un último dato. Su protector todavía le reclama una suma de
dinero tan importante como difícil de verificar, que tiene
seis dígitos y está calculada en dólares.
Capítulo 7
La cancha y la deuda
"El fútbol argentino es una mafia".
Fernando Miele.
La sola mención de su apellido ha tenido un significado
unívoco a lo largo de casi quince años: el poder absoluto
ejercido en un club de fútbol. Asumió como presidente de San
Lorenzo el 14 de diciembre de 1986 y se aferró a ese cargo
para el que lo ungieron en cinco oportunidades consecutivas
hasta el 28 de diciembre de 2001. Francisco Jorge Fernando
Miele odiaba que lo llamaran por el primer nombre cuando era
adolescente. Desde entonces, se convirtió en Fernando Miele,
a secas.
De carácter inestable pero emprendedor, cuando joven ya sabía
que su condición de hombre versátil le permitiría ir subiendo
peldaños en la escala social. Trabajó como repartidor de pan,
ayudante de albañil, aprendiz de mecánico y cadete. Se crió a
pocas cuadras de la antigua cancha de San Lorenzo, en Inclán
y Avenida La Plata y hasta integró durante un par de años los
equipos de sus divisiones inferiores. Gusta contar que llegó
a jugar en la tercera y que era un centrodelantero parecido a
Alberto Acosta, el actual número nueve del club y un goleador
casi infalible. Tenía la personalidad del "Beto" – sobre todo
su carácter irritable -, pero no sus condiciones para el
juego.
Abandonó el fútbol cuando se persuadió de que el trabajo y el
estudio le reportarían un porvenir más venturoso y no se
equivocó. Aprendió entonces todos los secretos de una
actividad que le posibilitó crecer en el negocio de la
importación y la exportación: se convirtió en despachante de
Aduana. Una de las operaciones comerciales que le salió de
parabienes fue la introducción en el país de los televisores
"Sylvania", con los que, en vísperas del Mundial de Fútbol
'78, se podían ver programas en color por primera vez en la
Argentina. De todos modos, el rubro en el que consolidaría su
papel de empresario poco tenía que ver con los aparatos de
TV. Los cursos de navegación internacional que emprendió le
abrieron la puerta al mundo de los fletes marítimos. Con el
tiempo, crearía su propia empresa, PREVEZA, que se dedica a
la construcción de cruceros y posee oficinas en Esmeralda
718, piso 16°, Capital Federal y el astillero en Ayacucho
581, San Fernando.
El éxito le sonreía a Miele en los negocios - vivía más
tiempo en Estados Unidos que en el país -, pero no al club de
toda su vida, que en 1981 descendió a la Primera "B" cuando
ya no podía jugar en su vieja cancha de madera. El antiguo
Gasómetro de la avenida La Plata había sido utilizado por
última vez el 2 de diciembre de 1979, durante un partido en
el que San Lorenzo y Boca igualaron 0 a 0. La Corporación de
Rematadores le bajó el martillo en 1982 y aquel estadio
emblemático donde habían brillado Isidro Lángara, el trío
Farro, Pontoni y Martino, José Sanfilippo, Héctor Veira,
Héctor Scotta y tantas glorias azulgranas, se empezaba a
comercializar
por
parcelas.
La
sociedad
"Almagro
Construcciones" adquirió los primeros 7.760 metros cuadrados
del predio y, vaya paradoja, los compradores dijeron ser
hinchas de Huracán. Tras la subasta, una fatigosa sesión del
desaparecido Concejo Deliberante porteño permitió que, a
mediados de 1985, se modificara el Código de Planeamiento
Urbano para edificar en el lugar de la
cancha un
"supermercado total". La iniciativa se sancionó sólo con el
voto de la bancada radical, ya que los ediles justicialistas
se opusieron y los del Partido Intransigente (PI) y la Unión
de Centro Democrático (Ucedé) no concurrieron al recinto.
El 16 de septiembre de 1986, casi tres meses antes de que
Miele debutara en la presidencia de San Lorenzo, otro
presidente, pero de Carrefour Argentina S.A - un tal Jacques
Badin - inauguraba el tercer hipermercado de esa cadena
francesa en el país. Su auditorio no se componía de hinchas;
había consumidores. Los duendes del fútbol ya no correteaban
sobre el césped; las góndolas y sus cajas registradoras
saturaban el lugar donde antes había picado una pelota. No
quedaban ni vestigios de los tablones de lapacho, las 7.500
butacas subastadas de hierro y madera, las cuatro torres de
iluminación y los alambrados perimetrales. Era el final para
tantos años de historia albergados en un emblemático estadio
del fútbol argentino. Había que volver a empezar...
Miele se acercó a colaborar guiado por su relación con Héctor
Veira, quien cuando era técnico del equipo en la década del
'80
le
comentó
que
necesitaba
un
delantero
de
las
características que tenía un cordobés habilidoso, de los
escasos punteros que quedaban aquí y que brillaba en el club
Racing de su provincia. Se trataba de Luis Antonio
Amuchástegui, alias la Araña (hoy vende quiniela en la
provincia de Córdoba), cuyo pase fue adquirido por quien
todavía no era presidente de San Lorenzo, en tributo a la
amistad que lo unía con el Bambino. Esa operación comercial según el dirigente la primera y la última que realizaría como
empresario futbolístico - provocó que se hablara de él
durante un tiempo, aunque su figura todavía estaba revestida
de cierto misterio.
Muy pocos habían intuido que ese hombre inquieto, que viajaba
los fines de semana desde sus oficinas en Nueva York para ver
a su equipo favorito, podría encabezar la refundación de San
Lorenzo.
Un grupo de amigos lo impulsó a presentar su candidatura a
fines de 1986 y ganó las elecciones por apenas 250 votos. El
club era tierra arrasada. Soportaba centenares de juicios,
decenas de quiebras y deambulaba de una cancha a la otra para
jugar de local. Miele comprendió que su momento había llegado
y se lanzó a sanear su economía pero, por sobre todo, a poner
en marcha un proyecto que para los socios y simpatizantes
tenía una fuerte carga simbólica.
"Fue una necesidad de siempre. Durante la campaña del '82, en
la Primera "B", yo no podía creer que San Lorenzo no
mantuviera su cancha. Después, ya presidente, los hinchas me
pedían una sola cosa: no repetir el drama del descenso. Yo
tomé nota, pero sin abandonar la idea del estadio. Se podía
hacer, y hoy San Lorenzo lo tiene. Antes éramos gitanos,
jugábamos en Huracán, en Atlanta, en Ferro. Y como presidente
de un club no me sentía bien, es como ser escritor y no tener
escritorio..." (1)
Para cumplir su objetivo de poseer una nueva casa, la
institución ya contaba con los terrenos ubicados en el barrio
del Bajo Flores desde el 15 de marzo de 1962. Astori
Estructuras S.A fue la empresa contratada para llevar a cabo
la construcción del estadio Nuevo Gasómetro. La primera etapa
de los trabajos consistió en el levantamiento de una tribuna
de 96 metros de largo por 24 de altura y la obra quedó en
condiciones de inaugurarse el 16 de diciembre de 1993. Miele
abrazaba el cielo con las manos. Esa cancha, con el tiempo,
sería el principal argumento del que emanó en todos estos
años su poder. Costó más de 20 millones de dólares, una suma
conseguida
con
recursos
del
club
y
el
aporte
nada
despreciable de los socios.
Con la misma precisión quirúrgica que el presidente fue
operando sobre la delicada epidermis económica de la
institución,
también
fue
dejando
jirones
entre
los
principales directivos que lo acompañaron en sus cinco
períodos de gobierno. Es curioso como casi todos los
vicepresidentes se distanciaron de él por su excesivo
personalismo. Desde Alfredo Lantarón y Héctor Bonomo, quienes
lo secundaron en la primera fórmula de 1986, hasta Julio
Lopardo y Néstor Dafinotti, sus laderos en las elecciones
donde disfrutó de un triunfo por última vez. A Miele, esto
pareció importarle muy poco. En una ocasión, entrevistado por
el diario deportivo Olé, dijo: "Siempre tuve el apoyo de mi
familia, incluyendo el perro". En efecto, las deserciones
políticas se cubrieron de algún modo. María Catalina
Gasparovic de Miele, conocida en San Lorenzo como "La Evita",
es su inseparable compañera. También lo ha sido en el club,
donde integró la comisión directiva en condición de vocal
titular. A su amparo se levantó una guardería-jardín de
infantes que atiende a chicos carenciados del Bajo Flores.
Pero, además de Mary, su esposa y psicóloga de profesión, el
ex presidente compartió la conducción de la institución con
su hijo mayor, Gustavo, quien también ocupó una vocalía. Y
contrató para que trabaje en el club a su cuñado, un médico
que reestructuró con éxito los servicios de su área
(CLINICASLA) que se brindan tanto a los futbolistas amateurs
como profesionales. Por eso, siempre ha tenido bien cubiertas
sus espaldas.
El 3 de diciembre de 1989, el próspero empresario naviero
tuvo que revalidar su mandato cuando el Nuevo Gasómetro era
apenas una insinuación de encofrados y pilotes. Se impuso con
4.430 votos contra 2.270 del candidato opositor, Juan Carlos
Guglietti. Comenzaba después de esa reelección, una etapa
placentera en el gobierno para un dirigente que no negaba su
perfil absolutista. "Cuando uno es ganador, es autoritario,
es dictador...", confesaría años después en un reportaje que
le realizó el diario Clarín.
Presencias molestas
Fernando
Miele,
durante
su
dilatada
trayectoria
como
dirigente deportivo, ha dejado las huellas de una fobia
inocultable hacia todo aquel que osara cuestionarlo en su
labor. Cuando el ex presidente de San Lorenzo es aguijoneado
por alguna crítica, se enciende, balbucea insultos a medias y
se queja, sobre todo de los periodistas ("lo único que hacen
es romper las pelotas", ha dicho más de una vez) y también de
quienes fueron sus opositores políticos en el club, para los
que supo pedir la destitución de sus cargos. Nunca concibió
cómo podía cundir el desencanto en torno a su figura, acaso
porque creyó que era una especie de patrono incomprendido de
la institución.
"He tenido que sanear el club, hacer un estadio, crear toda
una infraestructura nueva, ¿de qué puede estar disconforme la
gente de San Lorenzo?" se ha preguntado en voz alta en cuánta
ocasión se le presentó. Con sus frases despechadas podría
editarse una especie de pequeño Miele ilustrado. En los
últimos años dijo, entre otras, expresiones como estas:
• "No me gustan los dirigentes del interior del país,
algunos enrarecen al fútbol".
• "Al que hace daño hay que matarlo, no físicamente, pero
tratar de que no siga".
•
"Los jugadores se tendrían que preparar de otra manera.
Ser educados, cortarse el pelo, respetar a todos".
• "Los chicos me saludan, gritan mi nombre. ¿Y quién es
Miele? Yo no hago goles ni los salvo. Yo sólo cuido el
club".
• "Muchos se dieron cuenta que conmigo los negociados no
corrían. Y por eso algunos me hicieron fama de huraño. De
mí podían decir cualquier cosa, menos que andaba en cosas
turbias".
Su incontinencia verbal, matizada a menudo por improperios de
grueso calibre, nunca había ido tan lejos hasta el 21 de
marzo de 1998. Ese día, el primer sábado del otoño, Miele se
desbocó cuando le preguntaron sobre la existencia de la villa
miseria que se encuentra ubicada frente al Nuevo Gasómetro.
Según una denuncia presentada por el abogado Ricardo Monner
Sans ante el Juzgado Correccional número 5, a cargo de la
doctora Elena Frilochi, el dirigente debía ser investigado
por una supuesta violación a la ley antidiscriminatoria (n°
23.592). Se le atribuía haber dicho sobre los habitantes del
barrio precario que se encuentra a escasos metros del club:
"Esta gente no tendría que estar más acá. En la villa habitan
peruanos, bolivianos y paraguayos, gente que a veces le hace
un gran daño a la sociedad. Pero erradicar las villas no es
un problema mío... Podrían mandarlos a Ezeiza... Yo no me
tengo que ocupar de los derechos humanos de nadie...
Cacciatore en el año '81 borró toda la villa, pero después
comenzaron a levantar casas al costado, muchas veces tuvimos
que venir a sacarlas porque iban a ser instaladas en la
Ciudad Deportiva".
Cuando la causa pasó al Juzgado Federal Criminal y
Correccional n° 4, a cargo del doctor Gabriel Cavallo, el ex
presidente de San Lorenzo resultó sobreseído, pese a que se
aportaron como pruebas un casete y la página de un suplemento
deportivo con el contenido de las declaraciones xenófobas
realizadas por el acusado.
La respuesta de los vecinos de esa villa de emergencia
levantada en Flores Sur no comprendió los aspectos legales.
Las paredes perimetrales del Nuevo Gasómetro aparecieron
pintadas con inscripciones que denostaban a Miele. Y es que,
éste, además de mostrar su perfil chauvinista, no sentía
arrepentimiento por sus dichos vertidos en el programa del
periodista Marcelo Araujo.
"No
ofendí
a
nadie.
Me
dirigí
a
los
delincuentes
indocumentados, que según la policía viven en la villa. Por
eso no me arrepiento..." (2)
Miele se convertía así en un propalador de ofensas gratuitas.
Fiel a su estilo de dar y recibir, asimiló la embestida de
sus empobrecidos vecinos con la altanería de quien se
encuentra en una situación de privilegio. Ni siquiera los
repudios que recibió lo hicieron cambiar de opinión.
"Miele cree que está por encima de todos. Un día está contra
los latinoamericanos y otro contra sus jugadores. Sostiene
quien es bueno y quien es malo. En eso se parece al
Presidente de la Nación (por Carlos Menem)", dijo a raíz de
aquel brote xenófobo el doctor Monner Sans. En efecto, el ex
titular de San Lorenzo siguió haciendo de las suyas mientras
se mantuvo en el cargo.
Cuando se fastidiaba por algo, no había sector que quedara a
resguardo. Sus propios futbolistas tuvieron que soportar sus
desubicados comentarios: "Este plantel arruga, se achica",
expresó en mayo de 1999 tras una derrota como local con
Gimnasia de Jujuy. Ni siquiera Julio Grondona, el presidente
de la AFA a quien casi todos sus pares le rinden pleitesía,
se salvó de sus críticas en el pasado: "Que alguien se quede
tantos años en el poder no le hace bien a la AFA ni a nadie"
(3). Y cuando se propuso cuestionar algún arbitraje
supuestamente
desfavorable,
también
resultó
categórico:
"Castrilli no nos va a dirigir nunca más", afirmó en
noviembre de 1996.
Sin embargo, si a Miele un entredicho se le escapa de las
manos, es probable que adopte una estrategia de evasión.
Aborda un avión, elige como destino los Estados Unidos y
regresa cuando la polvareda se disipa.
"El siempre hace una acusación, al día siguiente se va de
viaje y cuando vuelve se olvidó de todo", lo describió el
presidente de la AFA en noviembre de 1993, después de uno de
sus habituales raides dialécticos.
Dueño vende o alquila
El l4 de enero de 1996, San Lorenzo firmó un contrato con una
empresa subsidiaria de Nuevos Clubes Argentinos (NCA), la
firma que se lanzó a arrendar la explotación de servicios en
varias instituciones del fútbol argentino a mediados de los
años '90. Fernando Miele, adelantándose a casi todos sus
pares de Primera División, fue tras la zanahoria de un modelo
que aún no respondía a la definición con que ahora se lo
conoce: gerenciamiento. San Lorenzo 2000, tal la denominación
comercial de la empresa cautiva de NCA, se hizo cargo del
manejo de la Ciudad Deportiva ubicada en el Bajo Flores y de
un anexo, el polideportivo de la avenida La Plata, donde
había estado el viejo Gasómetro. A cambio, aportó alrededor
de 600.000 dólares y adquirió el compromiso de realizar
obras, como las playas de estacionamiento en el nuevo
estadio.
Así como San Lorenzo 2000 era un apéndice de NCA, esta firma
estaba ligada de manera indisoluble al Banco Patricios, que
quebraría a principios de 1998. La entidad financiera era
presidida por Alberto Spolski, padre de Ernesto, quien
figuraba como vicepresidente en el directorio de San Lorenzo
2000. El órgano de conducción de esta empresa se completaba
con Dardo De Marchi como presidente, Pablo Colaresz y
Fernando Kleiman como directores titulares y Fernando Storchi
como director suplente. Todos ellos, aunque en diferentes
cargos, integraban Racing 2000, una fórmula calcada de la que
desembarcaba en el club de Boedo.
El desmantelamiento del Banco Patricios arrastró a NCA que,
en septiembre de 1999, se declaró en convocatoria de
acreedores. No obstante, el empecinamiento de Miele en
repetir la fórmula de la concesión de espacios, llevó a que
San Lorenzo firmara el 22 de diciembre del '99 un nuevo
convenio con la firma Administración Deportiva S.A (ADSA).
Constituida con un capital inicial de 12.000 pesos y
presidida por Rubén Teperman, ADSA mantuvo como asesor a
Ernesto Spolski y, pese a ello, siempre negó cualquier
vinculación con su antecesora, San Lorenzo 2000.
En el acta n° 32 de la comisión directiva azulgrana que se
redactó para modificar el contrato entre el club y los
concesionarios, San Lorenzo retomó la explotación sobre la
Ciudad Deportiva y, a cambio, abonó "por la restitución de
estos derechos la suma de $ 450.000 - que se financian en 20
cuotas (las primeras de $ 25.000 y las últimas de $ 20.000)"
O sea, reconoció lo que había invertido San Lorenzo 2000 y
pagó aquella cantidad de dinero para recuperar el control de
su propio predio.
Además, ADSA pasó a gerenciar y administrar el centro
polideportivo de la avenida La Plata, bajo condición de
cobrar: "A) el 100 % de los ingresos provenientes de los
Socios Promoción que actualmente utilizan la sede; b) Los
ingresos provenientes de los aranceles No Socios. El plazo de
concesión será de diez años. En contrapartida ADSA abonará
mensualmente al club la suma fija de $ 15.000" (4).
Este tipo de acuerdo fue cuestionado por la oposición interna
de entonces que, temía la transferencia de su capital
societario a manos de terceros y, asimismo, que al
vencimiento del contrato nada quedaría para el club. Aludían
a los asociados captados por su afinidad con San Lorenzo, que
acaso no continuarían ligados a la entidad deportiva y sí a
la empresa, ante un posible litigio como el que se presenta
hoy. ADSA, además, regentea una sede en Caballito que, a
diferencia de la que se levanta en Avenida La Plata, le
pertenece.
Para responder a este tipo de conjeturas, Miele contó a
menudo con escribientes. Resultaba común que se entregaran en
el estadio volantes reivindicando sus obras que no tenían
firma o que eran rubricados por un ignoto movimiento de
"socios e hinchas que no pierden la memoria". En uno que
distribuyó este sector el 3 de noviembre de 2000 y, bajo el
título de "El Refundador de San Lorenzo", se leía: "Cuando la
crisis dificultó la continuidad del club, Fernando Miele y su
Comisión Directiva, tuvieron la dura responsabilidad de
cambiar la realidad institucional y deportiva. Con proyectos
grandes, que aparecían llenos de dificultades. Con ganas,
trabajo, esfuerzo, ideas y pasión por los colores azulgrana,
con el apoyo de socios y simpatizantes, lo pudieron
desarrollar. Lucharon, se hicieron fuertes en la adversidad y
cumplieron con el deber asignado. Se ganaron el respeto y el
aplauso de todos, rescataron al club del pozo y se hicieron
acreedores de su Refundación. Ellos lo hicieron posible.
HONOR AL MERITO..."
Miele se atribuye una especie de paternidad sobre la apertura
del fútbol a capitales privados bajo cualquiera de sus
fórmulas. Ya lo sostenía hace ocho años, incluso antes de que
llegara el ingeniero Mauricio Macri a la presidencia de Boca,
un poderoso representante del establishment que pregonó
siempre el traspaso de los clubes a manos empresarias.
El ex presidente de San Lorenzo afirmaba: "Hoy en día la
única solución parece ser la transformación del club en una
sociedad anónima, que los capitales sean puestos por empresas
y que los socios sean partícipes de esas acciones. Si el
asunto no cambia en los próximos tres años, es muy probable
que asistamos a la defunción del fútbol argentino..." (5).
El hombre que gobernó 15 años, ya contaba para llevar a cabo
sus planes con las firmas locales San Lorenzo 2000 y ADSA,
con la inestimable contribución de la consultora Inmark SA y
el respaldo de una línea de créditos de un banco español. Por
último, con la hoy quebrada multinacional suiza ISL,
intentaría ir más allá.
El sueño que este "self made man" había imaginado para el
mundo futbolístico que lo rodeaba, iría tomando color.
Videos demasiado caros
El jueves 27 de febrero de 1998, Fernando Miele vivió un día
muy especial. Esa noche se apoderó del centro de la escena en
la sala de sesiones de la AFA, incluso superando en
protagonismo al dueño de casa, Julio Grondona. Durante una
conferencia de prensa a la que asistieron los diputados
nacionales Enrique Benedetti y Fernando Galmarini, consiguió
presentar como un logro el proyecto denominado SISEF (Sistema
Integrado de Seguridad para Estadios de la AFA) que, con el
tiempo, se convertiría en un fiasco sí se toma en cuenta que
había sido concebido para que lo adoptaran los clubes más
importantes del fútbol nacional. Miele pretendía ubicarse en
un sitio destacado en la lucha contra la violencia en el
fútbol ya que, como la mayoría de los dirigentes, estaba
urgido a obtener ciertos resultados en una actividad acechada
por las barras bravas, a menudo solventadas por esos mismos
dirigentes.
El floreciente empresario naviero había quedado expuesto a la
censura de varios comentarios después que en la tarde del 19
de diciembre de 1997, se cometiera el asesinato de Ulises
Ernesto Fernández, un hincha de Huracán, a escasos metros del
estadio Nuevo Gasómetro en una emboscada planificada por la
barra brava de San Lorenzo que, incluso, había salido desde
el interior de la Ciudad Deportiva. Miele había concurrido a
la AFA aquel verano del '98, con el propósito de convencer a
su
auditorio
de
las
bondades
del
sistema
español,
comercializado por la empresa Inmark S.A, para contrarrestar
la violencia.
A
un
costo
millonario
e
inaccesible
para
varias
instituciones, el convenio firmado con la Sociedad Española
de Fútbol Profesional implicaba el uso de treinta cámaras
móviles y fijas, una central denominada UCO (Unidad de
Control Organizativo) y un circuito de megafonía de última
generación,
entre
otros
elementos
comercializados
por
empresas españolas. San Lorenzo, como era de esperar, sería
el primer club en adoptarlo.
La presencia del legislador Galmarini en el encuentro
efectuado en la AFA obedecía a una razón. Era uno de los
operadores que intentaba conseguir el respaldo del Banco de
la Provincia de Buenos Aires para financiar la adquisición de
los equipos de seguridad. Pero Miele obtendría una reunión
con el entonces gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde, y más
precisiones
para
determinar
de
dónde
provendrían
los
créditos. El origen de esos fondos sería Probanca, un banco
de capitales mixtos entre el Provincia y el Banco Santander
de España.
El club de Boedo terminó emplazando el sistema a cambio de
1.800.000 pesos, el más caro de todos los que se colocaron en
los principales estadios de la Capital Federal y el Gran
Buenos
Aires.
Hubo
directivos
de
otras
entidades
futbolísticas que rechazaron de plano la propuesta española
respaldada por el titular de San Lorenzo y buscaron mejores
alternativas en precio y calidad que, finalmente, les
resultaron más adecuadas.
La empresa STM (Seguridad del Tercer Milenio SRL) evaluó la
instalación
de
su
propio
sistema
en
el
estadio
de
Independiente. Por la venta de dieciséis cámaras, un micro
onda y toda la tecnología necesaria, aunque sin la central de
operaciones (sistema Javelin de EEUU), pedía 296.000 pesos. O
sea, cinco veces menos que lo pagado por San Lorenzo. La
firma Sensormatic de origen estadounidense había presentado
un proyecto de TV por circuito cerrado ante el Comité de
Seguridad Deportiva que oscilaba entre los 150.000 y 200.000
pesos y, hasta Dardo Ferrari, quien en esa época era
vicepresidente de Racing - además de ser un empresario del
medio audiovisual -, había sugerido durante una reunión en la
AFA que se podía conseguir un equipo por 100.000 pesos. "Nos
pedían dos millones de dólares y nosotros conseguimos uno por
350 mil" (6), recordó Raúl Gámez, presidente de Vélez en
aquel período, al evocar una visita al Nuevo Gasómetro donde
se presentó el denominado SISEF español.
El ávido importador de este producto suntuario no se salió
con la suya. Miele sufrió en carne propia el desprecio a su
propuesta, un revés que no digirió en el intento de combinar
la función directiva con los negocios. Y, aún hoy, está
pagando las consecuencias de su aventura.
El 24 de abril del año pasado se presentó una denuncia
anónima en el juzgado del doctor Juan José Mahdjoubian, a la
que se sumaron como querellantes unos meses después, los ex
directivos Jorge Aldrey y Alberto Barilari. En el expediente
se tomaron dieciocho declaraciones testimoniales, hubo clubes
que aportaron documentación relativa a sistemas de audio y
video para estadios de fútbol y hasta pericias de la
Secretaría de Seguridad y la Gendarmería. Esta causa abierta
por el presunto delito de administración fraudulenta terminó
con un fallo de primera instancia a mediados de octubre
último que, en el caso del ex presidente de San Lorenzo,
consiste en lo siguiente: “... por considerarlo “prima facie”
autor penalmente responsable del delito de defraudación por
administración fraudulenta (arts. 45 y 173, inc. 7° del
Código Penal) mandando trabar embargo sobre sus bienes hasta
cubrir la suma de trescientos mil pesos ($ 300.000),
manteniendo la libertad que viene gozando el nombrado,
conforme lo normado por el art. 310 del CPPN”.
En el cuerpo probatorio del expediente judicial, el doctor
Mahdjoubian – quien también procesó en esta causa a Julio
Grondona, Mauricio Macri y un empresario español, Romeo
Cotorruelo Menta – explica que “son claras y contundentes las
conclusiones de la pericia técnica desarrollada en la causa y
que dan cuenta que el club San Lorenzo de Almagro pagó por el
suministro, instalación, puesta en marcha, transferencia de
know how y formación de un sistema integrado de seguridad la
suma de $ 1.782.595,79 que resulta ser superior en un mínimo
de $ 263.189,55 y en un máximo de $ 714.423,26”.
El magistrado agrega que, Raúl Héctor Gamez (Vélez), José
María Aguilar (River) y Carlos Eduardo D’Alessandro (San
Lorenzo), “afirmaron haber notado un desmedido interés de
Miele para que se contratara la ejecución de las obras de
seguridad con el grupo empresarial español...”
Ese afán comercial que el ex presidente mostró, tendría, al
menos, una explicación. El presidente de Inmark Argentina
S.A, el ingeniero español Cotorruelo Menta, no es otro que un
alto consejero del club Murcia, la sociedad anónima deportiva
que les permitió a San Lorenzo y al club Almagro – su efímera
filial – colocar a varios futbolistas en la península ibérica
(Maciel, Tonelotto, Meloño, Figueroa y Acciari jugaron o
juegan allí).
El titular de la compañía, un experto en explotación de
derechos
comerciales
relacionados
con
las
actividades
deportivas, es el mismo personaje que reservó para sí otra
gestión de importancia durante los últimos y atribulados días
de Miele en el gobierno de San Lorenzo, como ya se verá.
La investigación sobre los sistemas de video, empero, sufrió
un duro revés el 21 de noviembre de 2002. La sala V de la
Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional integrada
por los jueces Guillermo Navarro y Mario Filosof revocó en
esa fecha el procesamiento de Miele – al igual que los de
Grondona, Macri y Cotorruelo Menta – porque consideró que “la
prueba producida durante la instrucción del sumario, no ha
permitido corroborar ni siquiera con el grado de probabilidad
exigido en esta etapa, un elemento esencial en la estructura
típica de la administración por administración fraudulenta:
el perjuicio patrimonial”.
Asimismo los camaristas hicieron mención a que San Lorenzo,
por intermedio de sus órganos de conducción, había aprobado
el proyecto de compra. Un párrafo de la sentencia que
pretende echar luz sobre la situación de quienes estuvieron
procesados es de por sí ilustrativo. Los jueces invocan a un
especialista en derecho, Alfredo Molinario, quien sostiene en
su obra Los Delitos: “Si yo, con ánimo de lucro, realizo
actos para perjudicar a la empresa que represento y la
perjudico, pero no violo los deberes a mi cargo, no cometo
delito. Si yo violo los deberes a mi cargo, con ánimo de
lucro, y no realizo la acción de perjudicar, aunque se
produzca un perjuicio, tampoco cometo el delito, porque falta
mi acción”.
Este fallo de segunda instancia que será apelado ante el
Tribunal de Casación se conoció nueve días después de que las
partes presentaron agravios ante la Cámara. La causa, cabe
recordar, tiene cinco cuerpos atestados de pericias.
A juzgar por lo que sostienen quienes se opusieron a la política de Miele, el equipo de
circuito cerrado colocado en el Nuevo Gasómetro le reportó una utilidad que fue más
allá de la función que tenía asignada.
"Creo que él utilizaba el sistema de audio y video que, en
realidad está para detectar irregularidades y hechos de
violencia, para ver qué hacían los opositores dentro del
estadio, antes y después de los partidos. Así investigaba si
nosotros gritábamos los goles, si no los gritábamos, que cara
poníamos cuando hacía un gol el rival, si se distribuían
volantes... El aportó imágenes con la gente que llevó una
bandera que decía "Chau Miele" el día de un partido con
Gimnasia y Esgrima de Jujuy. Usó el sistema de seguridad para
estas cosas, para identificar opositores y, esperaba que
alguna vez cometiéramos un hecho que pudiera ser impugnable y
después utilizarlo políticamente, judicialmente o ambas
cosas", sostiene Alberto Barilari, ex vocal titular por la
minoría e integrante de la agrupación "San Lorenzo para
todos".
Al ex presidente se le eriza la piel cuando le hablan del
comerciante Jorge Aldrey, del periodista Barilari - sus dos
adversarios políticos más inquietos en los últimos años - o
de cualquier otro socio o hincha del club que decida
cuestionarlo. Nunca concibió cómo la oposición le planteaba
obstáculos de manera casi permanente, y tampoco toleró el
disenso.
Ni olvido ni perdón
Desde el 10 de diciembre de 1998, varios actos de gobierno
que antes no se difundían, comenzaron a conocerse más allá de
los límites de San Lorenzo. Habían transcurrido doce años
durante los que se escuchó nada más que una campana. Hasta
ese día, sólo las obras encaradas por Fernando Miele y algún
que otro problema contractual entre el presidente y el
plantel de fútbol profesional engordaban las páginas de los
medios periodísticos. Pero, vaya paradoja, después de aquella
fecha en que la lista encabezada por el empresario ganó las
elecciones con comodidad - con el 77 por ciento de los votos
-, empezó a desmoronarse el amplio consenso que le había
permitido conducir al club con mano de hierro durante tantos
años.
"En San Lorenzo hubo un antes y un después. No porque
nosotros hayamos hecho nada heroico, ni algo distinto de lo
que, a mí me parece, debe hacer la minoría en una
institución. No es lo mismo hoy, que existe una oposición que
controla y en algunos casos denuncia, que antes, cuando se
conocía una sola voz, la voz del presidente. En San Lorenzo
no existía la réplica" (7).
Pese a que los críticos de Miele cuestionaron desde el mismo
momento en que asumieron sus cargos la imposibilidad de
observar contratos, cotejar facturas, controlar gastos e
incluso, extendieron la denuncia de esa situación a que era
sufrida por los miembros de la comisión fiscalizadora por la
minoría, hay temas que consiguieron instalar entre los socios
y ante la prensa. Uno de los más importantes fue la
revelación de irregularidades en la contratación de dos
futbolistas colombianos, Fredy Grisales Alvarez y Manuel
Galarcio Barrios y también en el traspaso del español Javier
Artero López. Cuando eran vocales, Aldrey y Barilari se
presentaron en el Juzgado n° 20 en lo Penal y Criminal de la
Capital Federal, a cargo del doctor Juan Esteban Cicciaro,
para pedirle que investigara los tres casos y aportaron
abundante documentación.
En lo que atañe a Grisales, los denunciantes argumentan que
se esfumaron 400.000 dólares en la compra del 50 por ciento
de su pase al club Nacional de Medellín y en el caso de su
compatriota Galarcio unos 800.000 por la totalidad de los
derechos federativos adquiridos a la Corporación Popular
Deportiva Junior. Sobre el español Artero López afirman que
el 9 de marzo del 2000 se dispuso cederlo a préstamo y sin
cargo al club Dundee United de Escocia, aunque en un acta
posterior de la comisión directiva apareció transferido en
forma definitiva.
Respecto a estas operaciones, el fiscal de la causa emitió un
dictamen en el que manifiesta la imposibilidad de avanzar en
la investigación, entre otras razones, porque desde Colombia
no se había enviado la información necesaria sobre los pases
de Grisales y Galarcio.
En la primera parte de la denuncia presentada el 18 de julio
de 2000, Aldrey y Barilari, agregaban la descripción de una
situación que también comprometía al ex presidente de San
Lorenzo y a otros directivos que lo acompañaron. Se trata de
la apertura de una caja de ahorros a nombre de cinco ex
dirigentes: el propio Miele, Eduardo Jorge Ignoto, Alberto
Aldo Carrasco, Carlos Alberto Segura y Tomás Nicolás
Saavedra.
El
objeto
de
esa
operación
bancaria
era
"administrar los fondos que por cualquier concepto ingresaran
a la institución" (8).
Segura justificó el movimiento en la reunión de comisión
directiva efectuada el 12 de enero de 1999 ya que, el club,
estaba por recibir el pago por las transferencias al fútbol
español de los jugadores Federico Lussenhoff y Federico
Basavilbaso. El objetivo que supuestamente se perseguía con
la utilización de una caja de ahorro en la Banca Nazionale
del Laboro, sucursal Catalinas, era evitar que se concretara
un embargo judicial contra las cuentas con que operaba
normalmente la institución. Y, en particular, a raíz de una
demanda entablada por la Obra Social de la Asociación de
Técnicos (AAT). No era la primera vez que Miele abría una
cuenta a su nombre para salvaguardar los fondos del club. El
2 de julio de 1997 había hecho ese trámite en el desaparecido
Banco Patricios, donde se le extendió el número de caja de
ahorro 33147/2.
En el verano de 1999, arreciaron las denuncias periodísticas
contra el mandamás azulgrana. La revista XXI, bajo el título
"El presidente de San Lorenzo involucrado en depósitos
irregulares" publicó un artículo que decía: "El problema para
Miele es que no tiene cómo explicar la aparición de 800 mil
dólares en una cuenta que figuraba a su nombre. XXI tiene en
su poder documentación que prueba que, en 1997, Miele
depositó en el Banco Patricios, a su nombre, 800 mil pesos.
Ese dinero no figuraba en sus declaraciones de impuestos. En
una reunión entre dirigentes, alguien le preguntó por esa
plata. Y Miele respondió: "Es guita del club. Pero no figura
en los balances para protegerla de un embargo" Si la DGI
mirara por ese lado encontraría que, o declaró ese dinero, o
bien intentó vaciar el club para evitar que un embargo
afectara todos sus bienes..."
El mecanismo escogido por Miele y sus hombres más fieles para
poner
supuestamente
a
resguardo
los
ingresos
de
la
institución, vulneraba, entre otras disposiciones legales,
las siguientes: leyes de orden público debido a que San
Lorenzo es una asociación sin fines de lucro que tiene como
propósito proteger los bienes de sus socios y normas
estatutarias del club, ya que el depósito de dinero a nombre
de personas físicas viola el mandato concedido por los
asociados.
Empecinado,
al
personalista
de
Miele
la
discutida
contratación del colombiano Grisales no sólo le ocasionó una
causa judicial en contra. También habría sido el origen de un
encontronazo a golpes con el conocido periodista Ernesto
Cherquis Bialo el viernes 29 de septiembre de 2000, durante
el casamiento de Diego Avila, uno de los hijos del empresario
Carlos Avila. Pero hubo un emprendimiento por el que este
dirigente luchó tanto, como cuando construyó el Nuevo
Gasómetro. Un asunto tan espinoso que provocaría su punto más
bajo de popularidad en los 15 años que ejerció de mandato
ininterrumpido en San Lorenzo.
Se trataba de un contrato con la empresa ISL Worldwide para
explotar los diferentes derechos comerciales que poseía el
club por 10 años.
Con la lógica de un fundamentalista del mercado, el ex
dirigente sostuvo desde un principio que el acuerdo con la
firma suiza (la misma que mantenía una sociedad estratégica
con la FIFA a escala planetaria y luego quebró) era "la única
salida" para la delicada situación económica de su club en la
que, por otra parte, él tenía la mayor porción de
responsabilidad. Cuesta precisar cuándo se iniciaron los
contactos con ISL, aunque es posible que hayan comenzado en
España y que prosiguieran en Buenos Aires, ya con los suizos
instalados en el país y representados primero por el ex
secretario de Deporte del gobierno menemista, Hugo Porta, y
luego por otro ex rugbier, Alejandro Travaglini, quien
también tuvo a cargo la filial argentina.
En aquellos días, desempeñó otro papel importante Cotorruelo
Menta, el presidente de Inmark. Cuando el club de Boedo iba a
tratar la cesión de sus derechos televisivos, publicitarios y
de marketing a la compañía suiza, se sentó por un instante en
el sillón presidencial para convencer a un auditorio bastante
dócil.
Miele acaso pensó que, con el respaldo solapado de la AFA y
fluidos contactos en la política nacional, llevaría el barco
de ISL a buen puerto. Pero quizás no reparó en una cosa: la
resistencia de los socios e hinchas que, con dos marchas
hacia la sede del club y otras tantas hacia la AFA, pasearían
su descontento por Buenos Aires, sobre todo en los últimos
tres meses del 2000. Sólo la oposición de la gente hizo
demorar la firma de la carta convenio con ISL.
Los simpatizantes hostigaron al ex presidente durante los
partidos oficiales en el Nuevo Gasómetro. Volantes con
inscripciones como "No al gerenciamiento, no a la mala venta
de jugadores, no a una deuda de 26 millones, no al
vaciamiento de San Lorenzo, ¡Basta Miele!" y cantitos
agraviantes para él, durante más de una tarde de fútbol,
complicaron la decisión crucial que pensaba tomar.
Obstinado, confiado en su estrella, el hombre de las
definiciones tajantes y las actitudes dictatoriales, llevó su
proyecto hasta el Congreso de la Nación. Quiso explicárselo a
los diputados de la Comisión de Deportes, donde sus aliados
de otros tiempos le volvieron la cara, como por ejemplo, el
ex motonauta Daniel Scioli. Ese bendito contrato por el que
Miele tanto bregó, se hubiera extendido hasta el 31 de
diciembre del 2010 y centralizaba el manejo de recursos
vitales para el club que antes estaban desperdigados en
varias manos (recuérdese el caso de NCA y San Lorenzo 2000).
En el punto 1, el texto marcaba la primera claudicación.
Decía que la entidad de Boedo se comprometía a otorgar "toda
la publicidad, colocación del producto, patrocinio y otras
oportunidades comerciales en o en relación con cualquiera y
todas las publicaciones (ya sea en forma impresa, electrónica
u otra) en relación con San Lorenzo, los derechos o los
sitios, incluyendo partido y/u programas de evento, boletos
de partido, carteles oficiales, guías, revistas, mapas,
folletos, libros, boletines, publicación electrónica, discos
compactos "CD" y discos compactos "CD-ROM"..." En otro ítem,
el acuerdo especificaba la cesión del derecho "para usar
cualquiera y todas las marcas que identifican a San Lorenzo,
incluyendo cualquiera y todos los logotipos, mascotas,
emblemas, designaciones, palabras o sonidos que identifican a
San Lorenzo, sin limitación..."
No todo terminaba allí. En el punto 2.7 se hacía constar un
dato clave: "Todos los pagos a San Lorenzo incluirán todo
impuesto, restricciones de la moneda corriente, cargos u
otras retenciones que ISL requiriese hacer, tal que ISL tenga
derecho a deducir semejantes impuestos etc. Y pagarle el
saldo a San Lorenzo". Y en el 2.8 se agregaba con total
desfachatez: "Las partes trabajarán juntas en buena fe para
mantener el estado legal exento de impuestos de San Lorenzo.
Si tal estado legal exento de impuestos es eliminado,
entonces las partes discutirán de buena fe caminos para
minimizar los efectos del impuesto en los pagos conforme a la
presente".
Esto significaba que ISL pretendía seguir gozando - con la
venia del club - del actual marco jurídico de las
asociaciones civiles sin fines de lucro que no tributan
ganancias en el país. Era la frutilla del postre para la
quebrada empresa suiza en el caso de que surgiera un
conflicto de intereses entre las partes. En la cláusula 5.2
se disponía que "esta carta convenio será regida por e
interpretada de acuerdo con el derecho suizo y estará sujeta
a la jurisdicción de las cortes suizas. Cualquier litigio
respecto a esta carta convenio se resolverá con exclusión de
las cortes ordinarias por un Tribunal Arbitral de tres
personas constituido de acuerdo con las Reglas de Arbitraje
Internacionales de la Cámara de Comercio de Zurich".
Néstor Dafinotti, ex aliado de Miele durante un lapso
prolongado de su mandato y actual vicepresidente 2°,
sintetizó el pensamiento general de quienes se movilizaron
contra el gerenciamiento: "Estoy disgustado con Miele: esto
es entregar el gobierno". Un grupo representativo de hinchas,
por su parte, pensaba que "ISL nos va a pagar con nuestra
misma plata, la va a recaudar de lo mismo que hoy nos paga la
TV, el estacionamiento, la estática, la camiseta, etc". Esos
mismos simpatizantes les preguntaban a los demás, durante sus
movilizaciones, sobre la ciudad deportiva del Bajo Flores y
la AFA: "Usted piensa que ISL está preocupado por vender
muñequitos con la imagen de San Lorenzo o está preocupado por
la concesión del estacionamiento del estadio, o a cuánto se
van a vender los choripanes en la cancha... Detrás de este
aparente contrato de asociación de imagen, se están
entregando las nuevas formas televisivas".
A Miele ni siquiera lo respaldaba Marcelo Tinelli, el
conductor televisivo y seguidor más famoso de San Lorenzo
que, en el pasado, había sido periodista deportivo. El
dirigente, percatado de su oposición al convenio, le
respondió por los medios: "En vez de haber comprado al
Badajoz hubiera ayudado a San Lorenzo. Era fácil, nos
compraba dos o tres jugadores para reforzar el equipo..."
Hasta un especialista en temas fiscales como el doctor Pedro
Kondratiuk, hombre clave en la AFIP durante la administración
de Carlos Silvani - en el último gobierno de Carlos Menem -,
se manifestó preocupado en su condición de hincha de San
Lorenzo porque, según él, el acuerdo iba a traer “un problema
fiscal, porque el gerenciamiento significa una actividad
gravada de impuestos que ahora no existe. Entonces, los
ingresos que se produzcan o que se lleve la empresa van a
estar gravados con IVA. O sea, una de dos: o renuncia a sus
ingresos el beneficiario de la concesión o, en el caso
contrario, se los reducen de lo que recibirá el club. Se dice
que a San Lorenzo van a entrar 13 millones de dólares. Sí,
menos la comisión que le da ISL. El IVA saldrá de ahí. Aunque
ése no es el único problema".
Miele, como quedó comprobado, dilapidó buena parte de su
capital político en una sola jugada. El 1° de diciembre del
año 2000 consiguió aprobar el acuerdo con ISL a un costo
elevado. Varios centenares de socios e hinchas pretendieron
ingresar al club mientras la asamblea de representantes
votaba. La policía los reprimió con balas de goma, hubo
heridos y se registraron detenciones. Quienes respaldaban la
postura del presidente tuvieron que ocultarse en el lugar
destinado a la concentración del plantel profesional desde el
día anterior, para evitar el clima hostil. La reunión
decisiva finalizó en un bochorno, le siguió una presentación
del vocal Barilari ante la Inspección General de Justicia y
un rechazo contundente al domingo siguiente durante un
partido clave contra Boca en la Bombonera.
En la tribuna más alta del sector visitante, una bandera
rezaba: "Miele, ni olvido, ni perdón".
Hasta el improductivo convenio con el club Almagro a
instancias de la amistad y los negocios que el ex presidente
ha realizado con Dardo De Marchi – alto directivo de aquella
entidad que juega en la Primera B Nacional -, parecen papeles
inofensivos; igual que los contratos con San Lorenzo 2000 y
ADSA.
Ese gran sueño hecho realidad un 1°de agosto de 1908 por el
sacerdote Lorenzo Massa, esa institución que tuvo que ser
refundada a principios de la década del '80, ese club que vio
sepultado el césped de su viejo estadio por un orgulloso
hipermercado, estuvo muy cerca de convertirse en una especie
de factoría futbolística. El primer experimento grande de
esas características que impulsó un controvertido alquimista:
Fernando Miele.
El mismo que dejó una deuda de 43.751.757 pesos y otro monto
considerable a rendir en dólares, el que incrementó el pasivo
durante su último año y medio de mandato en 20.823.952,79
pesos. Aquel durante cuya administración, se pagó con cheques
sin fondos el sepelio de Rinaldo Martino, uno de los máximos
ídolos de San Lorenzo. El dirigente al que la gloria se le
marchitó hace tiempo y del que sólo perdura su omnipotencia y
una herencia que, su sucesor Alberto Guil, definió así, hace
unos meses: “Tenemos un estadio, pero debemos tres”.
Capítulo 8
Quiebra pero no cierra
“Racing está extinguido.
civil”.
Liliana Ripoll.
Dejó
de
existir
como
asociación
Aquella noche del 4 de marzo de 1999, al hombre calvo y de
modales afectados lo mandaron con la música a otra parte. Se
había subido a un escritorio para hacerse ver e intentar
explicar lo que parecía inexplicable. “Tranquilícense chicos.
Hablemos democráticamente, nosotros venimos a escucharlos.
Racing todavía no cerró. Acá estamos para dar la cara, como
siempre”, arrancó con bríos su improvisado discurso hasta que
los cristales de sus anteojos volaron pulverizados como
astillas y la sangre comenzó a rodarle por la cara desde su
entrecejo. Un redoblante había viajado sin escalas hasta la
periferia de su ojo izquierdo e impactado sobre sus lentes. A
las diez y media de la noche, Daniel Lalín concluía así una
de las arengas más breves que se recuerde de la oratoria
deportiva.
Quien por entonces ocupaba el cargo de presidente residual de
Racing, con el rostro surcado por un grueso hilo de sangre,
tomó un pañuelo y atinó a posarlo sobre la herida que le
habían provocado con el instrumento de percusión. No pudo
hablar más. No hacía falta que continuara semejante acto de
osadía. La imagen del dirigente agredido recorrería el mundo
al día siguiente y pasaría a nutrir los archivos televisivos
como una postal más de nuestro fútbol violento.
La antigua sede social del club ubicada sobre la avenida
Mitre al 900, en pleno corazón de Avellaneda, estaba
clausurada y custodiada por policías bonaerenses. Aquella
calurosa tarde de marzo, cientos de hinchas se habían
autoconvocado a sus puertas con el afán de evitar el cierre
de la institución y la liquidación de sus bienes. Esas
medidas constaban en la resolución de la sala II de la Cámara
de Apelaciones platense que llevaba las firmas de las jueces
Patricia Ferrer y Nelly Suárez. El Tribunal acababa de
determinar la ejecución de la quiebra por un reclamo del ex
síndico y acreedor del club, Francisco Pérez Díaz, quien
había demandado el pago de 315.000 pesos.
En ese ambiente caldeado por las derivaciones del fallo,
Lalín, otra vez, desafiaba sus propios límites. De nada le
había servido que barrabravas afines exploraran el terreno
para medir las pulsaciones de los hinchas racinguistas. La
gente, además de exteriorizar su sentimiento contra el cese
de todas las actividades y la amenaza de que el club
desapareciera, quería hacer tronar el escarmiento contra sus
directivos.
Para ello se había comenzado a reunir en la puerta de la sede
apenas pasado el mediodía. Un centenar de fieles se instaló
allí iniciando la peregrinación sin distinción de sexo, edad
y condición social. Mujeres, socios vitalicios, adolescentes
de clase media y habitantes de la tribuna un tanto más
organizados – los grupos denominados La Guardia Imperial, los
Racing Stones y la 95 – llegaron a ser más de mil personas
cuando arribó Lalín. La caída de la noche no había atemperado
los ánimos, que fermentaban desde hacia varias horas por la
explosiva combinación de bronca y altas temperaturas en ese
típico verano porteño.
Esa semana, la del jueves 4 de marzo, quedaría especialmente
marcada por la violencia en el fútbol o controvertidas
situaciones que derivaban de ella. La barra brava de Boca
había atacado con palos y púas a hinchas de Chacarita en el
estadio la Bombonera mientras se jugaba un partido amistoso,
un comisario definía a la típica emboscada como “producto de
la pasión que genera el fútbol”, un dirigente boquense
responsabilizaba a las víctimas por portar banderas de
Chacarita y hasta un fallo de la justicia (1) eximía a la AFA
de toda responsabilidad en los partidos que organiza. En ese
marco, el redoblante que había sacudido a Lalín en pleno
discurso, era la demostración culminante del paroxismo.
Sin embargo, hasta el propio agredido entendió a los hinchas.
“Lamento el sufrimiento de la gente cuando se enteraron de
esta noticia, pero es normal que reaccionen como lo
hicieron”, dijo el ex presidente. Aludía a la noticia que ya
había dado la síndico que entendía en la quiebra.
“Racing ha dejado de existir como club”, informó Liliana
Ripoll, la contadora platense que administró la entidad desde
el mismo momento en que el doctor Enrique Gorostegui, del
Juzgado en lo Civil y Comercial N° 16 de La Plata, había
decretado la quiebra de la institución: el 15 de julio de
1998 ya era un hito en la historia de la Academia.
Pero, ni el fallo del magistrado, ni la escueta definición
sobre el cierre de Ripoll, ni los vaticinios más agoreros
sobre el futuro de Racing, surtieron efecto sobre el
acendrado sentimiento de sus hinchas y una gloriosa tradición
deportiva. La movilización de aquellos y la dimensión popular
de un club casi centenario – el 25 de marzo de 2003 cumplirá
cien años – resultaron tan o más contundentes que los
remedios de dudosa eficacia sugeridos o adoptados por
políticos, jueces, economistas y salvadores providenciales
identificados con los colores blanquicelestes.
El triángulo de las Bermudas
Daniel Héctor Lalín es el último presidente que gobernó el
club y el de mayor exposición mediática en los años ’90.
Nació el 10 de agosto de 1948 en Villa Industriales, Lanús
Oeste y a los 24 años se mudó a la avenida Mitre al 1800, a
nueve cuadras de la sede de Racing. En diciembre de 1972
egresó de la Universidad de La Plata con el título de
contador
público.
Este
empresario
que
incursionó
en
diferentes actividades, desde la industria del cuero y la
construcción, hasta la gastronomía y la seguridad privada, se
definió alguna vez como “un tipo que ha tenido suerte”. De
elaborado aspecto posmoderno y ávido fumador de cigarros,
decidió involucrarse en la interna racinguista cuando el 6 de
octubre de 1994 encontró tirado en una calle de Avellaneda un
panfleto que lo agraviaba. Nadie podía impedírselo. Era el
socio n° 83.846 desde el 5 de abril de 1966. Y, para
entonces, ya había edificado una fortuna a ritmo tan
sostenido como las vicisitudes que atravesó el club durante
las tres últimas décadas.
El hombre que alcanzó la fama usando la cabeza rapada y un
arito en el lóbulo de su oreja izquierda, además, siempre fue
un personaje versátil de la política. De filiación peronista,
en los violentos años ’70 tuvo ciertas afinidades con la
“Tendencia Montonera”, en los ’80 dirigió la revista
justicialista “Los Argentinos” en la que escribían Italo
Luder y Oscar Sbarra Mitre y en los ’90 llegó a
autoproclamarse como “la única izquierda posible”.
Aunque la única ocasión en que cumplió una función ejecutiva
para un gobierno peronista, fue durante la administración de
Carlos Grosso en la Municipalidad de la Ciudad de Buenos
Aires. Allí ocupó el cargo de contador general entre el 1 de
abril de 1990 y el 6 de mayo de 1991, lugar al que llegó
bendecido políticamente por el ex concejal Jorge José
Castells.
Cuando Lalín comenzó a influir en la vida institucional y
deportiva de Racing, ya era un personaje omnipresente pese a
que no ocupaba ningún puesto formal en la comisión directiva
que gobernaría a partir de junio del ’95 y que encabezaba el
doctor Osvaldo Otero. Desde ese momento, dos asuntos clave
para el desarrollo del club quedaron en sus manos. La llamada
Sociedad de Inversión mediante la cual consiguió recaudar
fondos para adquirir futbolistas (entre los aportantes
estaban el director de cine y teatro Sergio Renán y el
periodista Bernardo Neustadt) y la investigación sobre los
hechos de corrupción que le atribuía a la conducción que lo
había antecedido en la entidad, liderada por Juan De Stéfano.
Para cumplir el primer cometido, Lalín ya había incursionado
en el mercado de jugadores. El 10 de abril de 1995 firmó un
contrato con Almirante Brown para obtener el pase de Ricardo
Luis Echazú, a cambio de 100.000 pesos. El escrito estipulaba
que “el único y exclusivo titular de los derechos que existen
sobre el jugador, y sobre su actividad profesional y
deportiva, y de imagen publicitaria, es el comprador”.
El empresario, con el tiempo, podría haber formado dos
equipos propios si se contabilizan los profesionales que
pasaron por sus manos. Entre los más conocidos figuran Rubén
Capria, Diego Latorre y Gastón Sessa, aunque el más curioso
de los pases que le pertenecieron fue el del joven arquero
Daniel Islas, que hoy ataja en el club Los Andes. Cuando
Lalín se desempeñaba en Racing, este futbolista integraba el
plantel de Independiente, el clásico rival de la Academia.
Sea como fuere, el discutido hombre de negocios tuvo que
asumir su primer fracaso antes de cumplir un año de gestión.
La aspiración de que la Sociedad de Inversión recaudara los
6.000.000 de pesos que él tenía previstos, se esfumó cuando
apenas pudo juntar algo más de 2.500.000 pesos.
Respecto a su segundo objetivo, la pesquisa sobre la
administración encabezada por De Stéfano en Racing, también
falló. Lalín había llegado a decir de éste último: “Queremos
que lo procesen por robo” y hasta amenazó con que si tenía
condenas anteriores “podría ir preso por las denuncias que
vamos a realizar”.
Su vaticinio no se cumplió en ese momento. Demoraría nada
menos
que
tres
años
y
medio
después
de
aquellas
declaraciones. Ahora bien, ¿a qué denuncias se refería el ex
contador de Carlos Grosso cuando advertía que el ex dirigente
podía ir a prisión?
El 7 de noviembre de 1995, el Tribunal de Conducta de Racing
integrado por Raúl López, Ricardo Culler, Carlos Yeregui
(representantes por la mayoría que había ganado las
elecciones en junio del ’95), Andrés Cruz y Roberto Mezzera
(hombres del oficialismo que había encabezado De Stéfano)
determinó la expulsión del ex presidente, un hecho poco común
en el ambiente del fútbol. En el artículo 1° de su dictamen,
el órgano interno del club resolvía “separar definitivamente,
como socios de la institución, a los señores Juan De Stéfano,
Adrián Fabio De Stéfano y Daniel Alberto Sánchez, en virtud
de los graves hechos cometidos por los mismos...” En los
fundamentos de la resolución, al ex presidente, su hijo y el
cuñado de éste se les imputaron cargos que “están todos
probados y debidamente documentados en las constancias de la
contabilidad del club y volcados en los balances de la
institución”.
A De Stéfano padre (socio n° 13.035) se lo sancionó por “no
poder explicar la acreditación en su cuenta de Préstamos de
Asociados, un crédito a su favor por la suma de $
426.200...”; por no justificar en “la cuenta “gastos varios”
la cantidad de $ 274.513,43, sin existir comprobantes ni
establecer concepto alguno”; por “aparecer en los balances
que la cuenta AFA tiene el mismo saldo por el importe de $
322.663,43, el 31/10/94 y el 31/5/95” a lo que, en esta
última imputación, el ex dirigente respondió que no tenía
“ninguna explicación y que seguramente la persona encargada
de
registrar
dicha
cuenta
hacia
caso
omiso
a
mis
indicaciones(sic)...” (2)
A De Stéfano (h)(socio n° 20.824) se le imputó, por ejemplo,
que “en el partido de fecha 29 de octubre de 1994, contra
River Plate, retira $ 8.000, en calidad de devolución de
préstamo. No hay concepto y se desconoce el destino del
dinero” y en el encuentro “de fecha 27 de marzo de 1994,
contra San Lorenzo, falta comprobante de $ 5.076, que aparece
retirado por el Sr. Adrián Fabio De Stéfano, desconociéndose
su destino”. Además, se lo responsabilizó de haber tomado de
la caja $ 7.384,10 para pagar los gastos de alojamiento del
plantel, que no utilizó para ese fin ya que emitió “un cheque
número 21.863.875 de su cuenta personal en el Banco Roberts,
por $ 7.385, a favor del Hotel Panorama, que es devuelto por
falta de fondos”.
Pero el más osado del trío resultó el ex secretario de
Hacienda de Racing, Daniel Sánchez (socio n° 27.586) a quien
se le atribuyó hacer aparecer en la contabilidad “una deuda
con Marcela Bradich, por la suma de $ 1.120.900, con
vencimiento el 30 de noviembre de 1994, la que es renovada
con el documento de vencimiento 30 de mayo de 1995. En ningún
lugar aparece el interés convenido ni firma de autorización.
Sin embargo existe un pago de $ 235.389 (orden de pago 13.344
del 20 de diciembre de 1994) a favor de Marcela Bradich de
Sánchez en concepto de intereses, que representa un interés
del 42 por ciento anual. No hay documentación que avale el
préstamo ni los elevados intereses abonados”.
La esposa de Sánchez figuraba como acreedora del club por
aquella suma millonaria que había servido para adquirir el
pase del futbolista Fernando “Tete” Quiroz a Huracán, aunque
ni el más ingenuo de los hinchas y los socios podía imaginar
que esa mujer hiciera semejante aporte pecuniario a la causa
racinguista.
Con el tiempo, el propio Juan De Stéfano recuperó los
derechos societarios que le habían quitado y divulgaría una
versión inquietante respecto al verdadero mecenas que
permitió la compra del volante. El dinero le pertenecía al
empresario Alfredo Yabrán, quien se suicidó en Entre Ríos el
20 de mayo de 1998, luego de ser acusado de instigar el
asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas. La
relación entre el ex directivo y el poderoso hombre de
negocios era estrecha desde que, éste último, le había dado
trabajo en su holding. Cuentan que, por gratitud con De
Stéfano, quien le habría conseguido a Melina, la hija de
Yabrán, un video con un mensaje de su jugador favorito – el
italiano Paolo Maldini – y una camiseta autografiada para la
fiesta de sus 15 años, el empresario pagó la incorporación de
Quiroz.
Cuando allá por marzo de 1996, Lalín soñaba con ver tras las
rejas al ex presidente y empleado de Yabrán debido a las
pruebas acumuladas por el Tribunal de Honor, lejos estaba él
de imaginar que le ocurriría lo mismo. En efecto, De Stéfano
fue a parar a la cárcel en octubre de 1999 por una causa aún
abierta, caratulada “Administración fraudulenta en concurso
real con quiebra fraudulenta” y estuvo detenido un par de
semanas en la comisaría 1° de Lanús. Pero en una celda
contigua y por estar involucrado en la misma investigación de
la Unidad Funcional de Instrucción N° 3 del Departamento
Judicial de Lomas de Zamora, también terminó en esa seccional
policial el famoso calvete. Ambos saldrían en libertad tras
pagar sus respectivas fianzas.
El destino hizo que los dos ex presidentes quedaran sometidos
a idénticas tribulaciones. Aunque faltaba un protagonista más
en esta zaga judicial: Osvaldo Otero, el tercer hombre que
gobernó a la institución en la oprobiosa década del ’90.
A diferencia de sus pares, este abogado y ex subsecretario de
Deportes durante el gobierno de Raúl Alfonsín, evitó la
cárcel porque se habría mantenido prófugo durante casi 50
días en la República Checa o en Noruega, según las versiones
que circulaban a fines de 1999. Sin embargo, el jueves 17 de
noviembre apareció en el puerto de Tigre, proveniente de la
localidad uruguaya de Carmelo, en una embarcación de la
empresa Turismo Cacciola. Había ganado tiempo y en el muelle
lo esperaba su esposa con un escrito en el que constaba su
eximición de prisión concedida por la justicia. Los agentes
de Interpol que lo identificaron, por ende, no le impidieron
seguir en libertad.
Otero había ganado las elecciones el 6 de mayo de 1995
respaldado por Enrique Nosiglia, ex ministro del Interior
durante el último tramo del gobierno alfonsinista (1987-’89)
y uno de los referentes de la Junta Coordinadora de la UCR.
El peronista Víctor Lupo, un dirigente que lo acompañó
durante su gestión presidencial, recuerda que el “Coti”
“operó durante una reunión con Héctor Magnetto (hombre fuerte
del grupo Clarín) para solucionar un problema que teníamos en
Racing con Multicanal. Hubo una renegociación del acuerdo de
dinero que esta empresa había hecho con la comisión directiva
anterior y que resultaba realmente irrisorio”.
La relación entre Otero y De Stéfano siempre fue conflictiva
y de una violencia dialéctica notable. A éste último, el
letrado radical no lo había podido derrotar en el comicio de
diciembre de 1991, salpicado de denuncias por fraude.
Incluso, ambos habían llegado a dirimir sus diferencias a
golpes cuando un día coincidieron en el tradicional
restaurante “Félix”, ubicado en Avellaneda, y esto era
consecuencia de las diatribas que se cruzaban mutuamente. De
Stéfano alentaba fantasmas del pasado cuando lo llamaba
“montonero” y “buchón” y Otero le respondía con acusaciones
de “patotero”. Mientras tanto, la decadencia del primero y la
imagen opaca que tenía su contrincante, elevaban a Lalín – ya
convertido en el hombre fuerte del club – a niveles muy altos
de exposición.
En la cúspide del enfrentamiento y luego de que consiguiera
un fallo favorable de Personas Jurídicas de La Plata respecto
a su expulsión como asociado de Racing, De Stéfano replicó
con su proverbial crudeza: “En el club gobierna una mafia.
Sus integrantes son Lalín, Basílico, De María y Buschner.
Otero es una figura decorativa que cobra un sueldo de 10 mil
dólares por presidir la institución y vive como un bacán. Mi
pelea contra estos chorros es a muerte”(3).
Desde ese momento, por conveniencia mutua o porque las
circunstancias así lo determinaban, las relaciones entre los
tres presidentes que jalonaron la vida de Racing en la década
del ’90, comenzaron a sufrir modificaciones que resultarían
impensadas para el común de la gente, pero no para la clase
política. Otero y De Stéfano, quienes habían llevado sus
discordias ante los tribunales de Lomas de Zamora que ahora
los investigan por otras razones, se unieron ante una crucial
circunstancia. En cambio, Lalín siguió su disputa con el ex
presidente justicialista, con quien estuvo a punto de tomarse
a golpes en un programa de televisión.
El 6 de mayo de 1997 estaba convocada la Asamblea de
Representantes del club para tratar el denominado “Convenio
de Préstamo, Financiamiento y Comercialización” con la
empresa
“Nuevos
Clubes
Argentinos”(NCA)
que
pretendía
controlar Racing, a cambio de inyectarle a su resquebrajada
economía la suma de 20.000.000 de pesos que sanearían sus
finanzas. NCA – una firma subsidiaria del desmantelado Banco
Patricios - proyectaba manejar las cuotas de los socios, la
televisación de los partidos de fútbol, la publicidad
estática en el estadio y la venta de jugadores por un período
de cinco años, extensibles por otro igual.
Aquella asamblea se truncó cuando se produjo una bochornosa
situación en el segundo piso de la sede social. Barrabravas
que respondían a Lalín les impidieron sesionar a los sesenta
asambleístas que habían reunido Otero y De Stéfano y a los
gritos acusaron a los nuevos aliados de “ladrones”. De ese
modo concluía el primer intento de delegarle a una empresa
privada el manejo de los principales recursos del club
mediante un preconvenio de 19 cláusulas que debían firmar el
presidente, el secretario general y el de Hacienda. Pero que,
además, debía autorizar no sólo la asamblea, sino el juez
Gorostegui, a cargo por entonces del Concurso Preventivo de
Racing.
Quienes acabaron con la iniciativa de Otero, seguramente no
imaginaban que NCA, con el tiempo, sería denunciada en el
preinforme de la Comisión Especial Investigadora sobre lavado
de dinero que encabezó la diputada nacional Elisa Carrió,
máxima referente de la agrupación política ARI. En el
apartado “Vaciamiento y Liquidación de Bancos. Círculo
clandestino de dinero: Patrones comunes”, cuando se refiere a
los fondos entregados por el Banco Patricios a Nuevos Clubes
Argentinos la investigación parlamentaria sostiene que ésta
empresa “al 31 de agosto de 1997 registraba una deuda de $
8.818.000 y al 28 de febrero de 1998 $ 11.616.000 sin
garantía. Posteriormente se le otorgó un préstamo de
1.042.000 cuando ya el Banco atravesaba una etapa de crisis
de iliquidez gravísima. El préstamo a NCA S.A es considerado
irrecuperable. El destino final de esta enorme cantidad de
dinero no ha sido establecido, lo cual sustenta la
posibilidad de haberse generado un circuito clandestino de
fondos a través del cual se derivaban recursos genuinos del
Banco...”
NCA y Otero, por fortuna para Racing, no se salieron con la
suya.
A juicio oral
A principios de octubre de 1999, el juez de Garantías de
Lomas de Zamora, Tomás Bravo, libró órdenes de detención
contra 29 acusados por administración y quiebra fraudulenta
de las últimas tres comisiones directivas que habían
gobernado Racing entre 1987 y 1998. Así daba el magistrado el
primer paso procesal importante de una causa (n° 2189) que
avanza, no sin contratiempos, hacia el juicio oral, estimado
para noviembre del año próximo.
Los abogados Rodolfo César Molina y Oscar Ricardo Cribari
habían presentado una denuncia el 15 de mayo del ‘99 ante la
Unidad Funcional de Instrucción (UFI) número 3, a cargo del
fiscal Manuel Barreiro. Ambos pertenecen a una agrupación
interna del club denominada “4 de Noviembre” y que está
vinculada al sector de la hinchada llamado “Racing Stones”.
Los denunciantes no confiaban en el juez Enrique Gorostegui,
quien desde antes de instalarse en su despacho de La Plata,
ya tenía sobre su escritorio la primera convocatoria de
acreedores de la Academia, que se había presentado en mayo de
1984 durante la presidencia de Enrique Taddeo. Por eso,
Molina y Cribari eligieron otro sitio para hacer su pedido de
investigación ya que, como quedó comprobado a lo largo de
todos estos años, el desempeño de Gorostegui resultó
ineficaz, al menos en un punto clave: no pudo impedir que la
deuda del club, como mínimo, se triplicara durante las
presidencias de De Stéfano, Otero y Lalín. El magistrado
asumió su actual cargo en el fuero civil y comercial cuando
finalizaba 1987 y antes había sido secretario de gobierno
radical durante la intendencia platense de Juan Carlos
Alberti en 1983.
Con la nueva causa radicada en Lomas de Zamora, la situación
del trío que gobernó Racing con total irresponsabilidad se
complicó bastante. A De Stéfano, por ejemplo, lo comprometió
seriamente una auditoría realizada por la contadora Irma
Bossoni, quien al final de su mandato concluyó que se habrían
retirado de la caja 1.500.000 pesos, suma que nunca fue
devuelta, ni respaldada por medio de comprobantes. El trabajo
desarrollado por la profesional quedó en manos del fiscal
Barreiro durante un allanamiento efectuado a la sede de la
avenida Mitre.
Se pudo determinar también que el ex síndico Francisco Pérez
Díaz – el mismo que disparó la ejecución de la quiebra cuando
reclamó el pago de honorarios – agravó la situación de Otero.
Cuando le tocó declarar en la UFI, a una pregunta sobre si el
ex presidente podría ser deudor de la institución, respondió:
“Sí. Ello en virtud del manejo personal y discrecional antes
informado y que puede ser por importes no rendidos”. Según
consta en el expediente de la causa, Pérez Díaz se refería a
590.000 pesos retirados por el ex subsecretario de Deportes
radical. Así consta en el libro Copiador Inventario N° 2, en
el folio 292, de la lista general de deudores.
En lo que hace a Lalín, se lo responsabiliza de hechos más
generales, pero no menos graves como los que se expresan en
el expediente judicial: “...Se tiene “prima facie” por
legalmente acreditada la continuidad de la administración
fraudulenta de tres comisiones directivas que dieron origen a
una quiebra fraudulenta, de la que se puede efectuar una
clasificación de conductas reprochables referidas al activo y
al pasivo”(4).
Acaso el episodio que arroja más luz sobre el descontrol que
imperó en Racing durante todos estos años, es que pidió un
segundo concurso preventivo cuando no había terminado de
pagar el primero. O sea, como consta en el hecho n° 8
investigado por el fiscal, al 16 de agosto de 1993 “estaba
pendiente de culminación el concurso anterior, lo que me
lleva sin más trámite a aseverar que nos encontramos frente
al concurso de un concurso...”
Esta circunstancia permitió acreditar en la causa que “en
forma fraudulenta y en perjuicio de acreedores del anterior
concurso y del concurso devenido en quiebra se otorgó
indebidamente privilegio y preferencia en el pago a
determinados acreedores en perjuicio de otros y no sólo ello,
sino que se cancelaron dichas obligaciones por el total...”
Más adelante, en el expediente se sostiene que todo se
originó en el “manejo personal, discrecional e infiel de las
distintas administraciones a favor de Jorge Pedro Marchetta,
Juan José López, Rubén Pedernera, Héctor Daniel Lalín, primas
a jugadores profesionales y pago de transferencias que
componían el pasivo al 25 de septiembre de 1995 y al 13 de
julio de 1998...”
Estos hechos se le narraron con detalle el 7 de octubre de
1999 a uno de los indagados que luego quedó desvinculado de
la causa. Hoy, cuando varios de aquellos 29 ex dirigentes
deben esperar la instancia del juicio oral, queda más claro
que, en los tribunales de Lomas de Zamora, se incuba una
causa que podría marcar un hito en la historia del fútbol
argentino. Por la dimensión del club que se trata, porque
involucra a tres ex presidentes y porque el poder político se
interesó demasiado por Racing en la convicción de que, jamás
deberá cerrar sus puertas.
Carlos Ruckauf, el actual canciller, cuando ejercía la
vicepresidencia de la Nación, pidió que el club fuera
declarado de “interés histórico”. Y Carlos Menem, si bien no
es hincha de la Academia como su ex compañero de fórmula,
cuando estaba al frente del país también comprendió la
repercusión que otorga ocuparse de un fenómeno popular y
abogó por “un gran esfuerzo de conjunto para poner en marcha
alguna tarea de salvataje”. Si hasta el ex guerrillero
montonero Mario Firmenich envió una carta al diario La Nación
como “ciudadano damnificado”.
Racing, ese sentimiento combinado de frustración y fe ciega,
logró sobrevivir al efecto dañino de sus últimas tres
presidencias y a
astronómicas.
Todo indica que,
infinita.
cientos
por
de
eso,
males
tiene
inoculados
garantizada
en
dosis
una
vida
Acreedores acorralados
En abril de 1999 se difundió una nómina de los 277 acreedores
que consiguieron demostrar su condición de tales ante la
sindicatura que ejercía la contadora Liliana Ripoll. Por
entonces, la mujer que ocupaba el centro del escenario en un
Racing desquiciado, sostenía: “Hubo pedidos verificatorios
por 60 millones de pesos y sólo quedaron firmes 21 millones,
a lo que hay que sumarle 13 millones del concurso anterior.
Pero aquí llegó gente sin documentación, no podían respaldar
el monto de la deuda que pretendían; por eso muchos pedidos
se rechazaron”(5).
La suma exacta que se justificaba con comprobantes ascendía a
fines de 1998 a 34.225.141 pesos. Entre los acreedores había
de todo. Ex dirigentes, futbolistas, empresas de servicios,
la AFIP, la AFA, grupos como Clarín, intermediarios, glorias
del club como Juan Carlos Cárdenas – el jugador que le dio el
título mundial a la Academia en 1967 -, la comisaría 1° de
Avellaneda, otras instituciones y hasta la legendaria
Margarita Mattiussi, más conocida como Tita, quien habitaba
en el estadio y no pudo recibir en vida los 9.220 pesos que
reclamaba por su trabajo en el club al que se dedicó por
entero.
Daniel Lalín, por sí o a través de un par de empresas
controladas, se convirtió en el principal acreedor, lo que
generó especulaciones sobre el propósito que lo había
impulsado a pedir la quiebra. No resultaba descabellado
suponer que el ex presidente planeara quedarse con el manejo
de la institución por la vía del gerenciamiento. De hecho, a
comienzos de 2000, el empresario abogó para que Racing
concesionara el fútbol profesional a imagen y semejanza de lo
que estaba empezando a ocurrir en Brasil. Incluso, hasta fue
más lejos. Confió que pensaba “en una empresa grande, como
Hicks, que maneja al Corinthians”. Su idea no prosperó, como
tampoco surtió efecto el exorcismo que mandó hacerle al
estadio de Avellaneda en febrero de 1998 para terminar con la
prolongada sequía de campeonatos sin títulos.
Los diez principales acreedores del club - con el respectivo
monto reclamado –, a fines del ’98 eran los siguientes: 1)
Otros no identificados (5.588.789 pesos), 2) Racing S.A –
empresa ligada a Lalín – (4.249.690), 3) AFA (3.626.933), 4)
Daniel Lalín (1.427.915), 5) Tekeris S.A – relacionada
también con el ex presidente – (1.100.874), 6) Multideporte
S.A – de Clarín – (1.010.477), 7) Marcela Alejandra Bradich
(980.000), 8) Inversora de Eventos S.A – de Clarín –
(930.050), 9) Mondial Calcio S.A – del intermediario Settimio
Aloisio – (900.100) y 10) OSPEDYC (886.000).
Además habían verificado créditos superiores al medio millón
de pesos, la AFIP (591.624), el ex director técnico Alfio
Basile (589.856) y OSTF (578.571). En la lista continuaban
decenas de jugadores que habían pasado por el club en la
década del ’90, ex empleados y pequeños acreeedores.
Componían la mayoría silenciosa de los damnificados por
administraciones que habían hecho trizas una de las entidades
señeras del fútbol nacional. Una breve cronología de los
hechos que sucedieron al cierre y casi inmediata reapertura
de Racing demuestra que no sólo se afectó a la mayoría de los
acreedores. Cuando el juez Gorostegui designó al Colegio de
Martilleros de La Plata como liquidador de los bienes, el
primer inmueble hacia el que se apuntó fue la sede social de
Villa del Parque. Pero en agosto del ’99, la inminente
subasta resultó detenida por un grupo de hinchas y socios.
Doce heridos y seis detenidos quedaron como saldo del día
fijado para el remate.
Es curioso. Pero hoy, poco más de tres años después de
aquellos incidentes que permitieron salvar el anexo, éste ha
crecido de manera pujante y es la única parte del club que no
se concedió a manos privadas y tampoco provocaría pérdidas.
El edificio de Avellaneda es controlado por una empresa y el
fútbol, la principal actividad de Racing, se ha gerenciado.
En septiembre de 1999, el plantel profesional tuvo que viajar
a Santiago de Chile para disputar un partido amistoso,
recaudar unos 20.000 pesos y comprar con ese dinero la
caldera del estadio que se había roto. Se aproximaba el
inicio de la investigación encarada por el juez Tomás Bravo y
una serie de acontecimientos desconcertantes. El primero de
todos, la recuperada relación entre Julio Grondona y Daniel
Lalín, quienes convinieron un proyecto para levantar la
quiebra por medio de avenimientos con los acreedores. Casi un
año antes, el titular de la AFA había exigido que el último
presidente de Racing debía renunciar ante la inminente
desaparición del club.
En marzo de 2000, la amenaza de una intervención se tornaba
más tangible que los difundidos avenimientos. Un grupo de
socios se adelantaba a denunciarla. Miguel D’Aquila, Daniel
García, César Crome, Juan Quintana y Osvaldo Estévez abogaban
porque primero se levantara la quiebra y sugerían hacerlo con
la subasta del crédito que el club tiene por los derechos de
televisión. Además, cuestionaban el papel de Grondona y
sostenían en una carta que le habían enviado el 13 de marzo:
“Durante los meses de diciembre, enero y febrero de 1999 y
2000 respectivamente, la convocatoria realizada a los
acreedores resultó un nuevo fracaso concluyendo en un secreto
su resultado, pues no se conocen ni las cifras, ni las
personas que firmaron los avenimientos, que al principio se
iban diciendo día por día en los medios, no obstante ello el
fracaso se lo carga a Racing tratando así de evadir sus
propias culpas”.
¿En qué consistía la propuesta de la AFA ideada por su asesor
letrado, el doctor Agricol de Bianchetti?
Luego de lograrse el avenimiento, el trabajo de nueve
carillas que había redactado el abogado el 12 de febrero del
’99 apuntaba a que “con los recursos genuinos provenientes de
las fuentes normales de la entidad, constituir un fondo común
de inversión para generar nuevos recursos, principalmente
durante el plazo de gracia, que asegurará el cumplimiento
efectivo del compromiso contraído con aquella masa pasiva de
acreedores”(6).
De ese modo, se pensaba entregar certificados nominativos y
endosables, emitidos por el Juzgado y sometidos a un
reglamento de administración y gestión. Sin embargo, ni la
propuesta de los asociados encabezados por D’Aquila, ni el
plan de la AFA prosperaron. Y, en abril de 2000, Personas
Jurídicas de La Plata nombró a Héctor García Cuerva como
interventor. Su objetivo sería reorganizar el club y levantar
la quiebra mediante la concesión de las áreas rentables.
Ergo, el fútbol profesional. Detrás de esta designación
aparecía la mano del poder político, encarnado en dos pesos
pesado que tenían declamadas simpatías racinguistas: el ex
vicepresidente de la Nación, Carlos “Chacho” Alvarez y el por
entonces gobernador bonaerense, Carlos Ruckauf.
García Cuerva venía antecedido de una vasta trayectoria en la
función
pública,
donde
se
desempeñó
como
asesor
de
ministerios y bancos del estado como el Hipotecario y Nación.
En la década del ’80, además, había trabajado como
administrador judicial del diario La Razón, cargo al que
llegó por orden de un cuestionado juez comercial de aquella
época, Héctor Foiguel López.
Férreo partidario de que las entidades futbolísticas sean
entregadas a manos privadas, García Cuerva nunca ocultó sus
pensamientos al respecto: “ El último recurso para la
continuación de un club es que alguien ponga dinero. Y si
alguien lo hace es porque se queda con una parte del club”. A
principios de 2002, el ex interventor de Racing fue convocado
por Daniel Scioli, el actual secretario de Deporte y Turismo
de la Nación, para auditar las cuentas de las instituciones
del fútbol argentino. Desde entonces, no se escuchó más
hablar de él.
Una vez que la Cámara de Diputados provincial declaró por
unanimidad patrimonio cultural de Buenos Aires a la sede de
avenida Mitre 934, que unos tres mil hinchas marcharan hacia
el Congreso de la Nación bajo el lema “No hay remate, ni
cierre, sin culpables” y que en julio se aprobara la ley
25.284 de Fideicomiso o régimen especial de administración de
las entidades deportivas con dificultades económicas, la
primera batalla para librar a Racing de sus acreedores – la
política – estaba a un paso de ganarse.
En noviembre de 2000 y como preámbulo de una decisión
acuciante que daría un vuelco de 180 grados a la situación
futbolística del club, el juez Gorostegui eligió por sorteo a
su triunvirato administrador integrado por Néstor Jorge
Bugallo, Eduardo Horacio Gilberto y Carlos Ves Losada y
asimismo designó como su asesor al doctor Luis Antonio
Cambra. Estos profesionales de la economía y de las leyes
ajenos a la vida deportiva de una asociación civil sin fines
de lucro como Racing, acaso no serán registrados jamás por la
inmensa mayoría de los hinchas. Pero hay hombres con otro
perfil y, en este caso, hinchas confesos con mayor exposición
mediática, que ocupan una tribuna donde ejercen la oratoria
con relativo éxito.
Son los sofistas de la privatización.
Aquellos que han ganado espacio en los medios dando recetas
basadas en el culto al libre mercado. El libre mercado que
necesita de instituciones exhaustas como Racing para generar
nuevos negocios.
¿Capitalismo popular?
Carlos Melconian es un economista que combina la pasión de su
fe racinguista con los análisis y las variables sobre su
actividad a un ritmo que impresiona. Habla en lenguaje llano,
que se deja entender. Pero asimismo, le cuesta separar sus
conocimientos técnicos de las definiciones ideológicas que
enuncia. Durante una entrevista en su estudio de la avenida
Leandro N. Alem, esto último quedó en evidencia: “Si hablamos
de una asociación civil sin fines de lucro, me jode que, como
en el sector público cuando se habla de economía y estado, se
juegue con la plata del otro. Si fuera por esto, sería
fundamentalista privatista de derecha, porque cuando vos
perdés con tu plata, obrás de una manera diferente a cuando
lo haces con la ajena. Esto sí me embroma, aunque no quiero
caer en la tentación de correrme al extremo privatista a
ultranza”.
Si por él fuera, instauraría en el fútbol lo que dio en
llamar el “capitalismo popular”. Sostiene que “es un negocio
bárbaro” y se pregunta al mismo tiempo: “¿Por qué no le damos
chance a la gente que con 1.000, 5.000 o 10.000 haga parte de
la masa crítica de lo que sería la inversión de capital? Si
hay que juntar 15 millones para invertir y viene un socio
mayoritario y pone dinero, ¿por qué no hacemos el capitalismo
popular como en las privatizaciones públicas cuando se le dio
a los trabajadores la posibilidad de ser socios de un
proyecto? Los asociados de Racing, Boca o quien fuere, si ven
que éste es un negocio fenómeno y les conviene, pueden tener
una cuota parte. Que vengan y se jueguen. Que ganen plata
además de tener un sentimiento”.
En esa línea, Melconian acercó al club la primera propuesta
que tendía a otorgarle al capital privado la administración
de sus bienes y derechos de diverso origen. Para lograrlo,
impulsó lo que se denominó el Fideicomiso Racing Vive que
propendía a la recolección de fondos, “los que serán
aplicados fundamentalmente a la formación de capital de
trabajo sólo luego del levantamiento de la quiebra...” (7).
El proyecto aspiraba a que “en un plazo de 90 días se alcance
una recaudación significativa, a partir del encausamiento
formal de la situación por medio de un programa para el
resurgimiento del club, basado en un sólido esquema
administrativo e institucional que cuente con el acuerdo,
apoyo
y
activa
participación
de
todas
las
partes
involucradas”. El dinero se juntaría por medio de una línea
0800, el sistema Unipago del Bank Boston, la página
www.racingvive.com.ar en Internet y la realización de eventos
especiales: recitales en la cancha, partidos amistosos, cenas
y las reuniones con racinguistas adinerados para persuadirlos
de que aportaran. Pero eso no era todo.
Una vez logrado el avenimiento con los acreedores mediante el
pago de certificados del Fideicomiso, el club debía
transferir a éste último “la administración de todos sus
activos susceptibles de producir ingresos, cualquiera fuera
la fuente que los origine...”
Entre ellos se enunciaban los derechos económicos actuales o
futuros relacionados con la participación del equipo de
fútbol u otras disciplinas en torneos oficiales o no; como
por ejemplo, la venta de entradas, la TV, publicidad, ropa
deportiva, merchandising y, además, la explotación integral
de las instalaciones del club, desde el estadio a las
cocheras. Racing Vive aspiraba también a controlar los
ingresos por cuotas sociales, los pases de los futbolistas y
hasta los derechos económicos por inventarse en el futuro,
como producto de los avances tecnológicos.
El economista liberal, hoy mencionado como posible ministro
de Economía en un eventual tercer gobierno de Carlos Menem,
cree haber sembrado la semilla que desembocó en el
gerenciamiento de la Academia y reivindica que durante una
reunión en la AFA efectuada entre conocidos racinguistas,
haya sido elogiado el proyecto de casi 100 páginas que él
impulsaba. Para corroborarlo cita una anécdota: “Un señor con
mayúsculas, el escribano Vinagre, dijo que era lo más
importante que vio después del estadio. Y agregó: No nos
mandemos la misma macana que cuando nos ofrecieron hacer la
cancha en donde hoy está el Sheraton”.
Lo que quizá no había calculado Melconian era que el banco
depositario de los fondos, el Mercobank S.A (MBK) cerraría en
septiembre de 2000 con 80.000.000 de pesos en pérdidas, casi
un año y medio después de que se constituyera el fideicomiso.
La entidad había nacido el 15 de mayo de 1998 en base a los
activos y pasivos del ex Banco de Crédito Provincial que
pertenecía al grupo Trusso. El MBK iba a disponer de cuarenta
sucursales distribuidas en Capital Federal y Gran Buenos
Aires para recaudar los aportes de dinero. La entidad era
presidida en el momento del acuerdo por Horacio Tomás Liendo
y contaba entre los miembros de su directorio a Adolfo
Sturzenegger y Ricardo Gutiérrez, tres economistas del
establishment financiero cercanos a Domingo Cavallo.
Miguel D’Aquila, quien junto a otros hombres de Racing
asistía a las reuniones que se desarrollaban en la AFA para
buscarle una salida a la grave situación del club, sostenía
respecto a la iniciativa de Melconian: “Las propuestas deben
ser
sanas
y
no
aceptaremos
ninguna
cosa
rara
como
fideicomisos privatizados. Esa propuesta implicaba que nos
quedáramos sin nada. Era la venta total de la institución por
veinte años”. Pero el economista liberal le restó importancia
al papel que hubiera desempeñado el MBK en el proyecto:
“Mercobank era una anécdota que hacia de depositario del
fideicomiso como podría haber sido cualquier banco. Liendo es
hincha de Racing y trabajó en la parte jurídica del proyecto.
Pero
de
ahí
a
que
el
Mercobank
tuviera
cualquier
participación en términos patrimoniales, hay una gran
distancia”.
Sea como fuere, la propuesta de D’aquila que consistía en
ejecutar el contrato de televisión para levantar de inmediato
la quiebra, la constitución de un Fondo Común de Inversión
como planteaba Agricol de Bianchetti o el fideicomiso ideado
por Melconian, quedaron a mitad de camino. La AFA, uno de los
principales acreedores del club, tenía otros remedios en el
vademécum para los males de Racing. Y seguía inyectándole
dinero. Una suma cercana al millón de pesos que hizo pasar
como una donación cuando, en rigor, era un préstamo, evitó en
una oportunidad la clausura de las instalaciones. D’Aquila y
Vinagre se prestaron a ser los portadores del capital que no
tenían, según consta en un expediente guardado en un juzgado
del 5° piso de Tribunales.
A medida que se iban esfumando cada una de aquellas
alternativas,
se
vislumbraba
la
posibilidad
de
un
gerenciamiento controlado por alguno de los grupos económicos
más fuertes con presencia en el mercado futbolístico. Hubo
dos que merodearon el expediente judicial de la quiebra,
analizaron presentar una oferta y hasta habrían establecido
una estrategia conjunta. El fondo texano Hicks Muse Tate &
Furst, que según una fuente cercana a la causa judicial
“trató de quedarse con Racing por una miseria” y el Exxel
Group, que por entonces había contratado para intervenir en
Quilmes y en el club de Avellaneda, a uno de los más
importantes estudios de abogados (Marval, O’Farrell, Mairal y
Asociados).
Sin embargo, las empresas que arribarían a fines de diciembre
de 2000 con chances de gerenciar la institución administrada
por el juez Gorostegui serían tres y ninguna de ellas
representaba a capitales extranjeros, al menos en apariencia.
Se trataba de la unión entre Racing 2000 y Clavesol S.A,
ambas vinculadas a Nuevos Clubes Argentinos, La Academia S.A
relacionada con D’Aquila y la que finalmente resultaría
adjudicataria.
Nace Blanquiceleste
El 8 de agosto del año 2000, la sociedad por acciones
denominada Blanquiceleste se inscribió en la Inspección
General de Justicia bajo el número 11616. Un puñado de días
antes, el 20 de julio, sus tres socios, Fernando Alfredo
Marín, Carlos Honorio Mocorrea y Fernando Enrique Carlos De
Tomaso, se habían presentado ante el escribano Marcelo Roque
Cleris para testimoniar su voluntad de celebrar las
siguientes
actividades:
“...dirección,
organización,
conducción, planificación y gerenciamiento de instituciones
deportivas, culturales, sean estas con o sin fines de lucro y
de
empresas
en
general;
producción,
coproduccción,
realización, dirección y comercialización de espectáculos
deportivos
y/o
artísticos.
Promoción,
organización,
producción, coordinación e intermediación en la realización
de
congresos,
espectáculos,
campeonatos,
exhibiciones,
convenciones,
campañas
publicitarias,
exposiciones,
excursiones. Fabricación, compra, venta y comercialización en
todas sus formas de productos de promoción, publicitarios,
videos y películas de largo y corto metraje e importación y
exportación de bienes y servicios. El ejercicio de todo tipo
de representaciones de artistas y deportistas. A tales fines
la sociedad tendrá plena capacidad jurídica para adquirir
derechos, contraer obligaciones y ejercer todos los actos que
no sean prohibidos por las leyes o por este contrato...”
Finalmente, entre todos estos propósitos, la empresa se
involucraría en uno. Y el 29 de diciembre de 2000 logró que
se le otorgara la administración provisoria de Racing por
espacio de diez años. Con ese acto, el juez Enrique
Gorostegui legitimaba una situación que se vislumbraba desde
hacía demasiado tiempo.
En el artículo 4° de su estatuto, Blanquiceleste S.A señala
que posee un capital social de 12.000 pesos, de los cuales
4.080 fueron aportados por Marín, el presidente del
directorio. Si bien este monto puede resultar irrelevante
(por lo escaso y hasta por su significado para la
constitución de la sociedad), no deja de tener un fuerte peso
simbólico. Y es que el gerenciador de Racing no está en
condiciones, por sí solo, de afrontar el pasivo del club. Ese
es un concepto que se ha extendido en el ambiente del fútbol.
En cambio, de sus socios De Tomaso y Mocorrea no se han
difundido demasiadas referencias. Apenas, que ambos pasaron
por la banca privada extranjera en cargos de segundo orden.
Por lo pronto, el ex propietario de Radio El Mundo y FM
Horizonte arrancó con un desliz en el respeto a ciertas
formas. En un artículo publicado en enero de 2001 por la
revista
“Urgente”
y
que
lleva
su
firma,
dijo
que
Blanquiceleste “nació en 1998 o sea que no iniciamos ayer
este ambicioso proyecto”. Cabe repasar entonces el acta de
constitución de la sociedad: “En la ciudad de Buenos Aires,
Capital de la República Argentina, a veinte de julio del año
dos mil...”
Marín, más allá de esta llamativa falta de coincidencia entre
las fechas, establecía en aquel artículo su decálogo de
principios: “No soy el dueño ni el salvador de Racing. Sí me
encuentro convencido de que hay que trabajar con ética y con
responsabilidad porque el fútbol profesional, además de una
pasión, es un negocio del que dependen miles de familias”.
¿Acaso el empresario había llegado a la conclusión de que
debía capitalizar sus antiguas experiencias? Tal vez, las
mismas experiencias que aún continúan despertando la sospecha
de su presunto vínculo con un poderoso holding y de que, no
es él quien realizó una inversión genuina en el club de
Avellaneda, sino sus ex patrones, Franco y Mauricio Macri.
En diciembre de 1991, la Unión Transitoria de Empresas (UTE)
encabezada por Fernando Marín Producciones se hizo cargo de
Expo América ’92, la muestra que se levantó en Puerto Madero
para conmemorar los 500 años del descubrimiento del
continente. La propuesta de esa exposición se la acercó el
propio empresario al ex intendente porteño, el justicialista
Carlos Grosso y, luego de una licitación a la que no tuvo
acceso el ex Concejo Deliberante, el ahora titular de
Blanquiceleste se impuso a la firma Coasín SACIF.
Marín integraba en esa época el directorio de SOCMA, que
reúne a varias de las empresas del grupo Macri. Había dado en
el clavo con la incorporación al holding, ya que de ese modo
consiguió organizar un evento que se suponía iba a ser
visitado por tres millones de personas, una cantidad que en
definitiva ni siquiera alcanzó la tercera parte. La cifra
tuvo su efecto correlativo en las pérdidas, que se
repartieron entre los inversores privados y la Municipalidad
de Buenos Aires. Saúl Bouer, el intendente justicialista que
gobernaba la ciudad cuando concluyó Expo América, estimó que
el estado había derrochado 4.000.000 de pesos, aunque hubo
concejales que calcularon un despilfarro mayor.
Antes de comenzar la exposición, Fernando Marín S.A había
distribuido una gacetilla en la que se informaba de una
inversión superior a los 18.000.000 de pesos, aunque una vez
que terminó, el empresario sostuvo en los medios que su firma
había desembolsado alrededor de 30.000.000. El dato es tan
curioso como la falta de coincidencia entre las fechas en que
se constituyó Blanquiceleste.
En un reportaje que le realizó la revista Gente el 7 de enero
de 1993, el actual gerenciador de Racing expresaba: “Lo que
gana o pierde un grupo empresario, no tiene por qué
trascender. No me voy a poner a dramatizar. Soy consciente de
que hicimos algo inédito, que pusimos lo mejor de nuestra
parte, y si me equivoqué, que me juzguen mis pares y el
público”.
¿Diría lo mismo si en el futuro no le fuera bien con su
aventura futbolística? ¿Cómo lo juzgarían los socios e
hinchas si repitiera las mismas palabras?
Así como el sector privado no dio a conocer el resultado
económico de la muestra, desde la comuna se encargó una
auditoría al estudio Torrent que arrojó una sobrefacturación
del 490 por ciento en los costos, o sea, casi cinco veces más
de lo que debería haberse pagado. Sevel (por entonces del
grupo Macri) presentó un sobreprecio del 592 por ciento en el
stand que tenía. Pese a estos números y más allá de los seis
pedidos de informes que efectuaron distintos legisladores, la
intendencia municipal no hizo ninguna denuncia ante la
justicia. Marín, por todo descargo, dijo días después de su
naufragio comercial: “Me molesta que se hable de mi supuesto
fracaso, cuando tuve muchos éxitos en mi carrera. En la vida
del hombre vale el promedio de sus obras”.
Es esa pasada relación entre el grupo Macri y el presidente
de Blanquiceleste S.A la que estimula conjeturas sobre el
vínculo que se habría recreado nuevamente en Racing. Juan De
Stéfano, su ex presidente, afirmó en enero de 2001: “Marín no
tiene ni una moneda. El juez le regaló el club porque está
acorralado. Para mí, Franco Macri está detrás de todo esto.
Vio al hijo en Boca y, como le fue bien, se metió ahora en el
fútbol”. También está quien supone que, no es Franco, sino su
hijo Mauricio, el empresario que aportaría el dinero o
determinados avales.
De cualquier modo, hay elementos adicionales que resultan
sugestivos. Cuando se concretó la transferencia de Martín
Palermo desde Boca Juniors al Villarreal de España, este club
fijó en el contrato que abonaba una parte del pase con la
ficha de Bruno Marioni, quien comentó por una emisora local
que inmediatamente y sin consultárselo, había sido cedido a
Racing. Pero su traspaso se truncó porque el ex jugador de
Independiente no quiso llegar a la Academia por su
identificación con la primera institución, su tradicional
rival de Avellaneda. En cambio, quien aceptó incorporarse a
Racing desde el Villarreal fue Gustavo Barros Schelotto. Su
arribo se concretó a mediados de 2001, apenas seis meses
después de haber sido vendido por Boca al club español. O,
dicho otro modo, luego de que abandonó el Fondo Común de
Inversión ideado por el acaudalado ingeniero y presidente
xeneize. Hoy, el mellizo integra el plantel de Rosario
Central. Pero Julio Marchant llegó de Boca a la Academia para
reemplazarlo a mediados de este año.
Grosso, Macri y Marín han sido en el pasado los eslabones de
una misma cadena. Esos apellidos apenas explican una parte de
esta historia en la que, al empresario que encabeza
Blanquiceleste, se le atribuye el opaco papel de testaferro.
En un rol semejante lo ubica la hipótesis que deviene de la
sociedad que mantenía con Rogelio Riganti, presidente de ISL
Argentina, la compañía que administra los contratos de la AFA
junto a una empresa liderada por el economista Martín
Redrado. Riganti, un viejo amigo de Julio Grondona - a quien
conoció cuando era distribuidor de materiales de acero en
Villa Constitución, de donde es oriundo - estuvo asociado a
Marín en Legalité, que controla el marketing y el sponsorship
de la Asociación Argentina de Tenis. Es más, compartieron las
mismas oficinas ubicadas en Avenida del Libertador 602, hasta
que Blanquiceleste se mudó al piso 16 de San Martín 140.
Dicho vínculo permite entender ahora ciertas cosas. Marín
accedió a cancelar el crédito verificado de la AFA en la
quiebra por 2.343.923,30 pesos, que le posibilita pagar esa
deuda en diez cuotas. Recién el 1° de diciembre del 2001, el
hombre de negocios debía desembolsar la primera. La entidad
presidida
por
Julio
Grondona
reclamaba
inicialmente
8.106.256,80 pesos que se redujeron a aquella cifra.
El oxígeno que recibió Blanquiceleste para abonarle a uno de
los principales acreedores de Racing, se compadece con la
relación comercial que existió entre Marín y Riganti y, por
añadidura, entre éste último y el presidente de la AFA. Sin
embargo, más allá de estas dos hipótesis que señalan al
empresario como administrador de capitales ajenos, una
tercera reconoce la posibilidad de que su inversión en el
fútbol haya sido genuina.
El titular de Blanquiceleste visitó varios bancos con el afán
de conseguir financiamiento para su sociedad anónima durante
el verano de 2001. Lo que no se sabe es si lo consiguió, o si
los fondos salieron de la tesorería de la AFA. En aquellos
días, los primeros al frente de su nuevo emprendimiento,
Marín logró que Swiss Medical Group, una de las empresas
prepagas más fuertes del mercado, les diera cobertura médica
a todos los jugadores, incluidos los juveniles.
Para las divisiones inferiores del club, también entregadas a
Blanquiceleste apenas desembarcó, se reservó una dependencia
militar en la ciudad de Mar del Plata durante los trabajos
precompetitivos. “No hay lujos, pero estamos bien. Los
muchachos duermen en la cuadra del regimiento”, dijo por
entonces uno de los nueve integrantes del cuerpo técnico que
conduce la cantera racinguista. Ocho de ellos habían llegado
desde Lanús a cambio de un contrato por dos años – con opción
a dos más - y el único que quedó de la etapa anterior fue
aquel centrodelantero que jugara en la Academia, Boca y
Argentinos Juniors, Carlos “Bartolo” Alvarez, quien pasó a
entrenar la novena y prenovena, aunque duró apenas un puñado
de meses. Los demás, exceptuado Humberto Maschio, quien
resultó reincorporado, le habrían iniciado juicio a la
empresa de Marín, Mocorrea y De Tomaso. Uno de los
despedidos, Juan Barbas – campeón mundial juvenil en 1979
surgido del semillero -, dijo apenas recibió el telegrama:
“...no entiendo bien esta historia. Aquí vino gente que no
sabe nada de fútbol, que casi ni nos conoce y de un día para
el otro nos dejaron afuera. No sé, me parece que si alguien
nuevo se hace cargo de la institución, lo más lógico hubiera
sido interiorizarse de la gente que trabaja y después sí,
decidir qué hacer. Pero ni siquiera lo hicieron”(8).
Distinto resultó el destino de Miguel Angel Micó, el
coordinador general del fútbol amateur que asumió su cargo
cuando despuntaba 2001. El entrenador habría abandonado Lanús
para ganar un suculento contrato en el club de Avellaneda que
Blanquiceleste le pagó en término durante estos dos últimos
años.
Comienza el show
La noche del viernes 9 de febrero del año 2001, Racing
estrenó a su nuevo dueño en la cancha y por los puntos. Al
equipo y a Blanquiceleste no les fue bien en el debut –
Talleres de Córdoba ganó 1 a 0 como visitante -, pero Marín y
su gente no desaprovecharon la oportunidad para maquillar el
estadio, ahí dónde había que hacerlo primero: la sala de
prensa, el hall central, los baños y vestuarios. Los sitios
donde es más probable que transiten periodistas, aquellos
encargados de transmitir lo que ven en ese gran escenario
que, nobleza obliga, ya tenía un muy buen aspecto desde hacía
tiempo, como si nunca hubiera formado parte del inventario de
la quiebra.
La bienvenida al “Cilindro” de Avellaneda consistió en una
atención delicada y esmerada, tanto que hasta los controles
de la empresa “Show Seguro” garantizaban que el ingreso al
estadio se cumpliera, más allá de inconvenientes surgidos con
la anticipada acreditación de credenciales.
A esta situación la siguió un acabado ejemplo del marketing:
glamorosas señoritas ataviadas de blanco y celeste, cotillón
del más variado como bonitas lapiceras y hasta una gorrita
con la inscripción Racing Club- La Academia, un fino cuaderno
que oficiaba como carta de presentación de Blanquiceleste y,
por supuesto, la disposición necesaria para subsanar la
desorganización inicial de principiantes en el espectáculo
del fútbol. Todo eso se observó fuera del campo de juego,
pero restaba el segundo acto a desarrollarse sobre el césped.
Hubo suelta de globos, porristas con el inconfundible estilo
estadounidense, una bandera gigante extendida prolijamente
sobre el terreno y potentes altavoces desde los que se dejaba
escuchar aquel estribillo que cantaba el portorriqueño
Chayanne: “Pum, pum, pon a gozar tu cuerpo...”
La escenografía estaba en armonía con la idea de los
gerenciadores, pero no el resultado deportivo. Talleres
ganaba y les amargaba la noche a quienes inauguraban un nuevo
negocio, pero, sobre todo, a miles de hinchas. Como
testimonio gráfico de esa presentación en sociedad, quedó la
declaración
redactada
por
la
empresa
a
los
medios
informativos:
“Racing inició un nuevo camino. Y Blanquiceleste tomó la
responsabilidad de guiarlo en procura de su resurgimiento y
de llevarlo nuevamente a ocupar el sitial de privilegio que
por su historia le corresponde...” sostenía el texto en su
primer párrafo. Luego, y antes de enumerar una por una las
bondades de su propuesta de inversión y liquidación del
pasivo, establecía que “la actividad futbolística de Racing
Club exige cuadros empresarios y profesionales de alto nivel
y con dedicación exclusiva. Por ello, el gerenciamiento
(creativa adaptación de la palabra inglesa management) de
todo lo concerniente al fútbol del club por una empresa
obligada a realizar esas inversiones e integrada por equipos
de primer nivel, es la única posibilidad de salida de la
institución y no contradice, sino antes bien garantiza, la
finalidad de la Ley de Fideicomiso”.
El cuaderno de Blanquiceleste completado con las fotografías
de los futbolistas, el fixture del torneo Clausura 2001 y la
nómina de entrenadores y representantes de la compañía,
seguramente llevaba la impronta de Fernando Marín, el
empresario que en 1999 escribió un libro de 267 páginas en el
que cuenta su vida y cuyo destino no fueron las librerías ni
la crítica literaria, sino la visión más condescendiente de
sus amigos o de quienes lo rodean en su actividad
profesional. Inclusive, los propios futbolistas de Racing.
Ese libro se llama “La máquina de mirar”, como aquella cámara
indiscreta
que
él
introdujo
en
su
ciclo
televisivo
“Videoshow”, conducido por Jorge Fontana en canal 11, allá
por 1977.
El nombre con que definió a ese recurso tecnológico que
“transformó definitivamente los criterios de producción
televisivos”, según el realizador Luis María Hermida, se
convirtió en la musa inspiradora de sus sueños. De ahí que,
con Blanquiceleste, se haya propuesto crear lo que denominó
“La máquina de ganar”.
El primer paso lo dio con un título local que el club esperó
con angustia durante 35 años. Esa meta, alcanzada el 27 de
diciembre de 2001, acabó con la sequía futbolística. Pero
ahora, tras el desahogo deportivo, a Marín comenzó a
acecharlo otro desafío ineludible. Blanquiceleste debe ir
haciendo frente a la quiebra de Racing. Durante diciembre
vence una de las cuotas que asciende a 4.000.000 de pesos, lo
que representa el 18,75 por ciento de la deuda global
verificada. El empresario sostiene que, hasta hoy, él y sus
socios han desembolsado unos 16.000.000.
Una marca sensual
Marín, desde su amplia oficina ubicada en el piso 16, puede
otear el horizonte más allá de las aguas color ocre del Río
de la Plata. Allí recibió al autor el pasado 29 de octubre.
En
su
empresa,
Blanquiceleste,
se
percibe
un
ritmo
hiperactivo durante las horas de trabajo. Gentiles señoritas
reciben al visitante hasta que, el presidente de la compañía,
invita a pasar a su despacho. No hay detalle que quede
librado al azar. Para cada interrogante, él tiene una
respuesta. Y pide que el entrevistador se despoje de un halo
de dramatismo que intuye en sus preguntas. Porque se define
optimista, simplemente por eso.
“Racing tiene una marca fenomenal, tiene un imán casi único
en el fútbol argentino, que no se puede comparar ni con Boca
ni con River. Es como un sentimiento más definido, no tanto
en lo pasional, sino en la piel. Es como cuando uno baila un
bolero y roza la cara con su pareja, es una sensación
distinta al acto sexual. Tiene una sensibilidad distinta, es
sensual”, describe el empresario, como quien habla de una
mujer atractiva.
Pero Marín se enciende cuando a Blanquiceleste se le atribuye
una situación económica calamitosa. Durante la disputa del
último campeonato, hubo un hecho que disparó conjeturas sobre
ciertas dificultades que atravesaría la compañía. Lanús había
intentado de manera infructuosa cobrarle a la gerenciadora
una suma cercana a los 5.800 pesos, producto de una mala
liquidación de entradas en un partido que disputaron ambos
clubes en Avellaneda a fines de 2001. Ese encuentro se jugó
en vísperas de que la Academia obtuviera el ansiado título
que acabó con 35 años de malaria futbolística.
Lanús se cobró la cuenta el pasado 6 de octubre cuando
recibió a Racing en su cancha y le ganó 2 a 1. Ese día retuvo
el porcentaje de la recaudación que le correspondía a
Blanquiceleste. “Manden la plata, que nosotros se la
cambiamos por dos cheques. No tenemos ni para pagar la luz”,
suplicó un gerente de la empresa, según un alto directivo de
Lanús.
A propósito de ese episodio, que Marín no desmiente, al
gerenciador se le ocurrió expresar durante el transcurso de
la entrevista: “Ojalá hubiera inversores para el fútbol. Sí
esta es una sociedad anónima que tiene accionistas. Si
hubiera
gente
que
quisiera
comprar
acciones
de
Blanquiceleste, sería bueno. Aunque no creo que hoy venga
alguien a interesarse...”
Donde el empresario no concede un ápice, es en los
comentarios que le atribuyen ser el testaferro del grupo
Macri o de otros intereses. “Los inversores que tiene Racing
son muchísimo más poderosos que Macri. Los socios que están
en Europa poseen cien veces más plata que Fernando Marín.
Acá, en la Argentina, somos dos personas que pusimos un
dinero importante. Fernando De Tomaso y quien le habla. Yo
tengo todo al día. Soy socio y presidente de Blanquiceleste.
Pero hay otros que mantienen el 48 por ciento. Y no son un
fondo de inversión, ni un club, ni los representa Osvaldo
Ardiles... son personas físicas, extranjeros. Sus nombres no
dicen nada, son hombres de negocios, sin identidad pública. A
ellos les resultó atractivo el negocio y su tasa de retorno.
Es gente que testeó algún tipo de inversión de riesgo en la
Argentina dentro del show business”.
De eso se trata, del show business. Fernando Marín hace
tiempo que conoce demasiado de conjugar placer y negocios.
Capítulo 9
Políticos en camiseta
"Pido que alguna vez en el sillón de Rivadavia se siente
alguien que haya pateado bien en su vida una pelota de
fútbol..."
Valentín Suárez.
Acaso haya sido el menemismo, con su inveterada costumbre de
combinar asados y partidos amistosos, el sector político que
más contribuyó a convertir al fútbol en una especie de
farándula proclive a convivir con el poder. Los "picados"
organizados en tiempos de campaña electoral, con público en
las tribunas y candidatos que intentan pegarle con dificultad
a una pelota sobre el césped, durante la década del ‘90
cedieron paso a encuentros más selectos, en escenarios como
la quinta de Eduardo Duhalde, en San Vicente, o la estancia
La Celia, de Alejandro Granados, en Ezeiza.
El efecto buscado se percibiría muy pronto. Aspirantes a
presidente o gobernador, actores y futbolistas, comenzaron a
jugar sin espectadores a la vista. El 8 de diciembre de 1992
se disputó un partido de esas características en la quinta
"Los Caudillos", de la localidad de Canning, propiedad del
por entonces ministro de Obras Públicas bonaerense, Hugo
Toledo. Ese día estaba acordado que, la selección nacional –
lució para la ocasión
inusuales camisetas rojas - y el
denominado conjunto de "Los hombres de Olivos", se medirían
luego de que arribara al lugar a bordo de un helicóptero, un
esperado refuerzo para el plantel que conducía el director
técnico Alfio Basile.
Carlos Menem, el hombre que en pantalones cortos lucía con
orgullo su condición de volante central, completó el
mediocampo y se dio el gusto de patear para el mismo lado que
profesionales como Néstor Gorosito, Alberto Acosta, Jorge
Borelli, Néstor Craviotto y Claudio "El Turco" García, con
quien comparte el apodo. El político riojano, persuadido de
qué lado estaba el seguro ganador, se alistó con los
futbolistas del seleccionado que vencieron a su habitual
elenco presidencial por 9 a 4. Reinaldo Carlos Merlo, el
entonces ayudante de campo de Basile y ex entrenador de
Racing, ofició de árbitro.
Un cable informativo de la agencia oficial Télam resaltó el
desempeño del ex presidente en la concreción de un tanto:
"Durante el trámite del cotejo, Menem ayudó a convertir un
gol tras un muy buen centro ejecutado desde el lateral
derecho, que fue capitalizado por un delantero, quien
convirtió con un furibundo cabezazo". Una pieza brillante y
ecuánime que quedará entre las más destacadas de la crónica
deportiva.
Cuando
finalizó
el
juego,
funcionarios,
jugadores
y
periodistas compartieron un chivito asado a las brasas, carne
vacuna y ensaladas varias, a los que siguieron frutillas con
crema y pan dulce. Tampoco faltó la bebida emblemática del
decenio menemista: champaña de una de las mejores marcas. La
sobremesa culminó con una ronda de cuentos que tuvo en el
jefe de estado a su principal intérprete.
En ese marco de convivencia deportiva, incentivados por los
estrechos vínculos que se irían modelando entre la política y
el fútbol con el visto bueno del ex presidente, harían su
agosto determinados personajes o, simplemente, conseguirían
conchabarse en los pliegues del poder. Esta situación, si
bien fue alentada durante la década del '90 por los
principales dirigentes peronistas como Menem y Duhalde,
también tuvo en la Unión Cívica Radical - el otro partido
político tradicional -, a un hombre convencido de que el
ambiente del fútbol podía generar ciertos dividendos.
Enrique "Coti" Nosiglia, un personaje habituado a cincelar
candidaturas tras las que siempre supo mantenerse a distancia
sin perder su voz de mando, posee una quinta en la localidad
de Pilar. Por allí y, gracias a los buenos oficios de un ex
barra brava llamado Juan Carlos Ibañez, alias "Tatino", han
desfilado decenas de futbolistas para jugar más de un partido
amistoso. Claudio Morresi, Silvio Rudman y Oscar Acosta,
entre otros, pueden dar fe. De todos modos, la principal
conquista futbolística del ex ministro del Interior de Raúl
Alfonsín, ha sido la llegada a la presidencia del club Boca
Juniors de Mauricio Macri en diciembre de 1995.
Este tipo de vínculos entre la política y el fútbol es tan
antiguo como la vida institucional de la AFA y sus clubes
afiliados. Atravesó distintas etapas, desde los viejos
yrigoyenistas que se refugiaban en las entidades deportivas
cuando les impedían participar en los comités o el parlamento
durante la dictadura de José Félix Uriburu, hasta los dos
primeros gobiernos peronistas, forjados entre 1945 y 1955.
Más próximo en el tiempo, el régimen militar que asoló a la
Argentina entre 1976 y 1983, como era de esperarse, le prestó
suma atención al fútbol con la designación de uniformados en
cargos clave. Pero recién cuando explotó el negocio a escala
planetaria durante los dos gobiernos de Menem en los años
'90, se produjo una avalancha de ávidos buscadores de
oportunidades entre quienes, los políticos, se ubicarían en
primera fila.
No en vano, funcionarios y ex funcionarios, legisladores y
economistas, sindicalistas y empresarios, se lanzaron en un
frenesí incontenible a proponer leyes, traficar influencias e
imponer estrategias, asesorar a inversores del país y del
exterior y, por qué no, a copar clubes y adquirir futbolistas
a porcentaje.
Guiados más por el afán de lucro que, por el amor a una
camiseta,
estos
encumbrados
personajes
llegarían
para
quedarse. El fútbol, por ellos, ya se había convertido en un
sainete.
Mercaderes criollos
Culminaba
1994
cuando,
Joao
Havelange,
por
entonces
presidente de la FIFA, dejó boquiabierto a un auditorio
conformado por personajes habituados a hacer negocios en
Estados Unidos. "El movimiento financiero del fútbol alcanza,
anualmente, la suma de 225 mil millones de dólares", informó
el brasileño. Seis años después, en ocasión de una
conferencia organizada por el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) durante la que se habló de fútbol, Pelé,
acompañado
por
el
ex
canciller
estadounidense,
Henry
Kissinger, describió al deporte que lo lanzó a la fama "como
un instrumento importante para el desarrollo y la integración
regional". Léase, también, un campo de oportunidades propicio
para hacer colocaciones financieras y obtener tentadores
ingresos. Se puede deducir que ambos mensajes sonaron como un
dulce canto de sirena a los oídos de los potenciales
inversores y, vaya casualidad, tanto Havelange como Pelé
escogieron el lugar preciso para decir aquellas palabras:
EEUU.
Más módicos que los grandes capitalistas de afuera pero,
semejantes como emprendedores, nuestros mercaderes criollos
trazaron planes ambiciosos para apoderarse de la materia
prima; los jugadores profesionales y los juveniles amateurs.
Mientras tanto, analizaban las complejas fórmulas jurídicas
que los llevarían, por un camino más lento, a entremezclarse
con las corporaciones de afuera en la otra esfera del
negocio: el manejo de clubes con historias centenarias y un
rico patrimonio edilicio.
Durante el verano del año 2000, en una de las carpas que
alquilaba en Pinamar un grupo de ex funcionarios menemistas
recién
alejados
del
gobierno,
nació
la
voluntad
de
profundizar las inversiones en el fútbol. No serían los
únicos. Aquellos hombres que detuvieron su mirada en el
filón, sabían lo que hacían. El juego más cautivante puede
ser un salvoconducto hacia la prosperidad casi inmediata.
Asimismo, el pandemónium en que se ha convertido el mercado
de la pelota, sin reglas claras ni registros confiables de
las operaciones que se concretan, contribuye a lo que, una
vez, Juan José Sebreli escribió con su acidez acostumbrada:
"En este círculo que gira cada vez más vertiginosamente, el
fútbol corre peligro de sucumbir. La burocracia argentina del
deporte es, en ese sentido, el reflejo de la burguesía
argentina en general: a la acumulación del capital - que en
el caso del negocio deportivo sería la conservación de los
buenos
jugadores
para
formar
escuela
prefiere
la
especulación que da ganancias inmediatas, la venta de los
buenos jugadores" (1).
Instrumento de ese sector oportunista de la economía
nacional, Carlos Menem - mientras ocupó la Casa Rosada - no
se quedó atrás a la hora de invertir unos pesos en el fútbol.
Durante una entrevista con el autor efectuada a mediados de
1999, Raúl Gámez, el actual presidente de Vélez Sarsfield,
afirmó que el político riojano quiso adquirir el pase de Omar
"El Turquito" Asad, un centrodelantero goleador que, tras una
seria lesión, nunca volvió a ser el mismo de antes. Esta
debilidad
por
los
negocios,
el
actual
precandidato
justicialista la comparte con uno de sus aliados históricos,
el dirigente gastronómico y presidente del club Chacarita
Juniors, Luis Barrionuevo, quien, sin embargo, hoy ya no
respalda su voluntad de regresar a la Casa Rosada.
Allá por 1998 circulaba una versión en el partido bonaerense
de San Martín. Decía que tres futbolistas del equipo
tricolor, José Garay, Miguel Prado y Daniel Fernández, habían
sido adquiridos en sociedad por Menem y el gremialista. Esta
información
que
se
recibió
en
varias
redacciones
periodísticas nunca pudo confirmarse, pero sí que el volante
Edgardo Parisi, cuando regresó del fútbol belga a Chacarita,
lo hizo gracias al dinero del sindicalista. Ya resultaba
común que, desde su llegada a la institución, Barrionuevo
generara recursos económicos por sí mismo o a través de
terceros. Una sola empresa, la constructora EMCOVIL, colocaba
3.000 pesos por mes en una cuenta especial del Banco
Provincia, sucursal San Martín, con el fin de darle aire a
las empobrecidas arcas del club.
Alejandro Granados, otra de las fieles espadas menemistas
durante los años '90, es intendente del distrito de Ezeiza
desde el 10 de diciembre de 1995. Propietario de La Celia y
el restaurante El Nuevo Mangrullo, ha sido presidente del
club Tristán Suárez - juega en el torneo de la Primera "B"
Metropolitana - que ahora es conducido por uno de sus tres
hijos, llamado también Alejandro. El equipo tiene el curioso
antecedente de haber realizado una extensa concentración en
la localidad riojana de Anillaco, de donde es oriundo Menem.
Sucedió en la temporada 1993-94, los futbolistas se
hospedaron en la tradicional hostería "Los Amigos", viajaron
en un colectivo de la empresa de transportes Esteban
Echeverría y llevaron 40 cajones de pollo Cresta Roja, la
firma alimenticia de un tal Mirko Rasik, otro miembro del
círculo áulico menemista.
En Tristán Suárez, el bigotudo Granados ha sabido cosechar
adhesiones. Del club han surgido varios de sus más fieles
seguidores, que luego incursionaron en la política local:
Ernesto "Mono" Mena, ex arquero y concejal; Rubén Moreno, ex
entrenador del equipo y director de Turismo y Deportes de la
comuna
de
Esteban
Echeverría;
Edgardo
Amarilla,
ex
vicepresidente del club y concejal; Mario "Pocho" Landriel,
ex directivo y tesorero de la Municipalidad y Ciragoz Nakis,
ex dirigente de la entidad y funcionario comunal.
Granados, quien cuando disfrutó el éxito futbolístico con su
club nunca olvidó en sus dedicatorias a "Carlos Menem y
Eduardo Duhalde, que tanto me ayudaron" también es hincha
fanático de River. Como socio número 117.424, presentó su
candidatura a vicepresidente segundo por la lista Frente de
la Victoria, que en las elecciones del 4 de diciembre de 1993
perdió con el sector que lideraba Alfredo Davicce. El
intendente de Ezeiza acompañó a Osvaldo Di Carlo en la
fórmula (se completaba con el juez Roberto Borserini), que
terminó con el 30 por ciento de los votos, superado por casi
el 62 por ciento que cosechó la lista ganadora. En el club de
Nuñez, el político de Ezeiza desembarcó junto al sector
interno que lideraba Mariano José Mera, el hijo del fallecido
Julio Mera Figueroa, ex ministro del Interior durante la
primera presidencia del riojano.
Granados, quien pasó del radicalismo al menemismo sin
escalas, no se priva de nada. Concurrió al Mundial de Francia
en 1998 como ya lo había hecho en los cuatro torneos
anteriores y se jacta de una cosa: "Siempre llevé la carne
para los grandes asados que se hicieron en los mundiales de
fútbol", suele decir.
A un puñado de kilómetros de Ezeiza, en el partido de Lomas
de Zamora, hay dos clubes que son tradicionales rivales de
toda la vida: Banfield y Los Andes. Con el primero se
identifica Eduardo Duhalde, sobre quien a menudo se tejen
habladurías de cómo operan sus hombres en ciertos negocios
futbolísticos que nunca aparecen en la superficie. Las
sospechas de que el presidente de la Nación ha controlado
Banfield por mucho tiempo, no son de ahora, como tampoco que,
en más de una ocasión, aportó dinero para adquirir
futbolistas.
Hernán López Echagüe, en su libro “El Otro”, publicado en
marzo de 1996, sostiene: “...Asimismo, y en sociedad con
Chicho Pardo, el gobernador (por Duhalde) ha comprado algunos
jugadores para el club, como Javier Zanetti y Angel David
Comizzo. Las ceremonias de firmas de los contratos se
efectúan generalmente en las oficinas que Pardo tiene en el
banco Mariva en la calle San Martín. Guido Alvarenga fue el
último jugador cuyo pase adquirieron Pardo-Duhalde”.
Carlos Tempone, quien revistó como tesorero y presidente de
la institución, ha sido secretario privado del ex gobernador
bonaerense y hasta trabajó en la inmobiliaria que reabrió el
matrimonio Duhalde después del fracaso electoral de octubre
de 1999. Del mismo modo, César Grigera, un ex vicepresidente
del club, es primo del senador que en la actualidad ejerce la
presidencia de la Nación por mandato legislativo. Los lazos
son tan evidentes que, cuando Duhalde intentó minimizarlos,
resultó poco creíble. "Todo lo que se dice es parte de la
mitología del fútbol. Yo no tengo un acercamiento especial al
club. A Banfield vengo a verlo desde los 8 años como un
simple simpatizante" (2).
Cuando cumplía su mandato como gobernador de la provincia de
Buenos Aires, el hincha banfileño más famoso solía aterrizar
en helicóptero sobre el césped del estadio ubicado en las
calles Peña y Arenales que, por otra parte, mostraba carteles
de
publicidad
de
empresas
vinculadas
con
el
estado
bonaerense:
Andreani,
Bingo
de
la
Avenida,
Gualtieri
Construcciones, entre otras.
En el club Los Andes siempre ha desarrollado una vida activa
un estrecho colaborador del ex intendente y ex ministro
duhaldista, Hugo Toledo. Se trata de Héctor "Puqui" Defino,
quien pagó - junto con otros caracterizados simpatizantes los 120 mil pesos que valía el pase de Daniel "Miliki"
Jiménez para que el actual goleador de Peñarol de Montevideo,
integrara en su momento el equipo de sus amores. Al igual que
Toledo, otros políticos afines a Duhalde como Osvaldo Mercuri
y Jorge Rossi, simpatizan con los mismos colores. Este último
era dirigente de la institución y al mismo tiempo controlaba
la lotería bonaerense. Se sabe que tenía en su poder los
derechos económicos de varios futbolistas. Uno de ellos,
Milton Pardal, atajó en la primera de Los Andes.
Superada la etapa de los inofensivos "picados" en su quinta
de Pilar o de sus sigilosas operaciones políticas para
impulsar candidaturas en el fútbol, Enrique Nosiglia se
encaminó hacia una fase superior de su participación en el
mercado. Sus encuentros con dirigentes dejaron de ser
esporádicos hace tiempo, de modo que un estrecho colaborador
del presidente de la AFA lo definió así: "Influye en todo.
Influyó en la elección de Macri, está influyendo en River a
través de José María Aguilar y tuvo o tiene problemas con
Grondona. No debemos olvidar que el ex juez Branca, el mismo
que procesó a Julio por la causa del doping, fue puesto por
él".
Durante septiembre de 1999 y en vísperas del comicio que le
permitió a Fernando de la Rúa acceder a la presidencia de la
Nación, el Coti organizó una reunión en la confitería The
Horse, ubicada en el barrio de Palermo, en la que hizo
coincidir al candidato de la Alianza con directivos y ex
directivos como Oscar Giménez (Argentinos Juniors), Marcelo
Martín (Unión de Santa Fe), Osvaldo Di Carlo (River), Raúl
Gámez (Vélez), Pedro Benvenutto (Boca Juniors) y Jorge
Cassini (Huracán).
Más allá de este tipo de prácticas políticas atribuidas a
Nosiglia, su aparente interés en los propios futbolistas ha
sido menos difundido.
Darío Sala, ex arquero de River e Independiente, refirió la
siguiente anécdota ocurrida durante el invierno del 2000
mientras se entrenaba junto al plantel de Los Andes, otro
club por el que pasó.
"Se me acercó una persona y me dijo que tenía interés en mi
pase. Cuando le pregunté quién era o si venía de parte de
alguien, me contestó que había gente de la política, que
trabajaba para un grupo en el que estaba Enrique Nosiglia".
Sea como fuere, el sigiloso político misionero consolidó su
ascendiente en el ambiente del fútbol, es un interlocutor
escuchado por los dirigentes y hasta hay extraños personajes
que se atribuyen representarlo en negociaciones con jugadores
profesionales.
Un exponente de la misma generación que el dirigente radical
y similar proyección en los años '80, es José Luis Manzano,
un pionero entre los políticos que observaron con interés el
mercado del fútbol. Para comprender ciertas transacciones
comerciales que prosperaron en la provincia de Mendoza, de
donde aquel es oriundo, hay que remitirse a cuatro
componentes: la productora televisiva Torneos y Competencias
(TyC), el grupo Vila, el cuestionado banquero Raúl Moneta y
el ex diputado nacional peronista. Luego del fracaso que
significó en la temporada 1993-'94 el trasplante deportivo de
Argentinos Juniors impulsado por TyC, desde su barrio porteño
de La Paternal a territorio cuyano, Daniel Vila (propietario
del diario Uno de Mendoza y otros medios) y el renovado
gestor de negocios Manzano, se asociaron para gerenciar el
fútbol del club Godoy Cruz con el respaldo financiero de
Moneta. Ya sin TyC en esta aventura, contrataron a Humberto
Grondona (hijo de Julio, el presidente de la AFA), como
director técnico y reforzaron el plantel mendocino, aunque
los resultados deportivos no los acompañaron. Al no cumplir
el objetivo - el ascenso de categoría -, los socios
comerciales dejaron tierra arrasada a sus espaldas: una
entidad devastada y sin los jugadores que habían conchabado.
Además de las incursiones en el fútbol concretadas por
personajes que aún mantienen una cuota de poder político como
Menem, Duhalde, Barrionuevo y Nosiglia, entre otros, hay
casos menos difundidos de hombres que pasaron por la función
pública y, guiados por el afán de lucro, exploraron el
terreno deportivo para intentar recoger utilidades.
Daniel Marx, ex secretario de Finanzas del Ministerio de
Economía de la Alianza, mientras ejercía su cargo de director
ejecutivo del Merchant Bankers Asociados (MBA) conoció al
empresario Carlos Aloisio - sobrino del ítalo argentino y más
famoso Settimio Aloisio - hace aproximadamente cuatro años.
Durante un encuentro que mantuvieron ambos, el funcionario
que también negoció en varias oportunidades la deuda externa
argentina durante la administración menemista, se interiorizó
de cómo podía invertir en el mercado futbolístico.
Carlos Aloisio confirmó aquella reunión con el ex secretario
de estado: "Fue una charla que no tuvo una decisión final,
aunque durante casi dos años, me reuní con gente del MBA.
Marx intervino en la primera conversación y, si no avanzamos
entonces, fue porque todavía no existía respaldo legal para
realizar determinadas operaciones en el fútbol".
Muy pocos recuerdan en el club Lanús cómo se realizó la venta
del delantero Claudio Enría, quien actualmente juega en
Gimnasia y Esgrima La Plata. La operación, que en apariencia
resultó muy ventajosa para una institución que necesitaba
fondos frescos, consistió en la cesión del futbolista a un
grupo empresario del exterior. Estos inversores primero le
prestaron el pase a Belgrano de Córdoba, después a Colón de
Santa Fe y por último al club platense. Con el tiempo, se
supo que la firma Olimpia S.A - con intereses comerciales en
los Estados Unidos - había adquirido a Enría y que el
economista Martín Redrado era su representante en la
Argentina. El ex presidente de la Comisión Nacional de
Valores durante la administración de Carlos Menem y actual
vicecanciller de Eduardo Duhalde sólo es recordado en Lanús
por los dirigentes que intervinieron en la negociación. Uno
de ellos confió que, el joven formado laboralmente en Wall
Street, y que además es concesionario de productos bajo
licencia de la AFA a través de la empresa Punto Gol,
supervisó la transferencia del jugador Enría.
Otro ex funcionario del gobierno menemista, Guillermo Seita,
también se ha dedicado a la compra y venta de futbolistas,
asociado al empresario del rubro, Ricardo Rodríguez. Entre su
actividad privada en Mar del Plata y algún que otro viaje a
España, cuentan que trabó relación con los integrantes del
denominado grupo Bahía, que controla medios de comunicación y
desarrolla operaciones en el fútbol, como la incorporación al
mercado español del exitoso técnico argentino Héctor Cúper.
Seita fue militante de la JP Lealtad en la década del '70,
pasó por Guardia de Hierro y luego devino en hombre de
confianza para el ex ministro de Economía, Domingo Cavallo.
Esa relación le permitió acceder al cargo de secretario de
Medios de Comunicación, hasta que renunció el 1° de noviembre
de 1995 y lo sucedió el periodista Raúl Delgado.
Quizá por una rara coincidencia o porque priva una lógica
comercial entre los ex funcionarios menemistas, Delgado
siguió el mismo camino que Seita. Después que abandonó su
cargo en el estado el 10 de diciembre de 1999 se dedicó al
asesoramiento en temas de comunicación y publicidad para
empresas como Torneos y Competencias, el grupo Exxel y Sky
Televisión. Pero tampoco pudo sustraerse de la tentación que
significaba invertir en el fútbol. “Lo hago para divertirme
un rato”, le comentó al autor a mediados de 2001.
Ex periodista deportivo, Delgado conoce el paño. Tal vez, por
eso, no titubeó cuando encontró la posibilidad de invertir en
el club Brown, de la ciudad de Arrecifes, antes de que
empezara la temporada futbolística 2001-2002. Por entonces,
describía a su iniciativa como “un aporte mensual para
sostener al plantel profesional. El dinero que pago son 8.500
pesos por mes y me facturan a nombre de mi empresa, Accesos.
Es como si yo le aportara a Brown una pauta de publicidad”.
¿A cambio de qué, Delgado, se había convertido en socio
capitalista de un club con escasa convocatoria? Se quedaría
con los porcentajes de futuras transferencias que pudiera
concretar Brown. “Esto es un negocio y un entretenimiento
ocasional a la vez. Surgió porque conozco a una persona que
es de ahí, el gordo De Lorenzi, que es contador y maneja los
papeles”, explicó. Sin embargo, las sospechas de que Delgado
no era el único que lideraba el emprendimiento, jamás
pudieron disiparse. Y aunque hizo referencia al obeso De
Lorenzi como uno de sus colaboradores, otro gordo habría sido
el que lo acompañó en esta empresa.
Armando
Gostanian,
aquel
bufonesco
cortesano
del
ex
presidente Menem, sería el socio en cuestión. “Acá no hay
nada con nadie. El Gordo no tiene nada que ver. Y, de meterse
en un club, supongo que lo haría en Armenio...” respondió
Delgado. Al ex titular de la Casa de la Moneda durante la
administración del riojano se le atribuye la propiedad de
Prodep (Propuesta deportiva), una firma que Atilio Malegari,
el presidente de Brown, reconoció por entonces que manejaba
el fútbol del club. En cambio, el dirigente futbolístico no
aceptó difundir quiénes eran sus dueños. “No puedo darle esa
información, no estoy autorizado”, afirmó cortante.
Carlos Quieto, un intermediario con más de 30 años de
actividad en el mercado futbolístico y a quien se lo
vinculaba con la sociedad atribuida a Gostanian, negó conocer
a Prodep por una atendible razón: “Los políticos son
demasiado vivos para poner plata. Conozco a muchos que la
sacan, pero que la ponen, no”.
Juan José Alvarez, un discípulo político del presidente
Duhalde, gobernó el municipio de Hurlingham, uno de los
partidos más nuevos del Gran Buenos Aires, antes de llegar al
Ministerio de Justicia y Seguridad donde todavía trabaja.
Abogado de profesión, Juanjo - como lo llaman -, ha sido
socio del doctor Néstor Sívori, ex vocal titular de la
comisión directiva de River e hijo de aquel recordado jugador
que brilló en el seleccionado nacional y en el fútbol de
Italia. Ambos compartieron sus estudios universitarios y
luego
se
dedicaron
a
comprar,
vender
y
representar
futbolistas. Dos juveniles riverplatenses, Gabriel Pereyra y
Pablo Rodríguez, pasaron por sus manos.
Esta
proliferación
de
funcionarios
y
ex
funcionarios
políticos convertidos en hombres de negocios por obra y
gracia del fútbol, no se detiene en las fronteras de los dos
partidos mayoritarios. En la tan desprestigiada Cámara Alta
del Congreso hay un senador que, cuentan, es propietario de
un delantero uruguayo, goleador y ex integrante del
seleccionado de su país. Zurdo y veloz, jugó primero en
Mandiyú, un equipo de la provincia donde nació el legislador,
y más tarde en Newell’s, Belgrano de Córdoba y Banfield,
entre otros clubes.
El jugador se llama Josemir Lujambio y el dueño de los
derechos económicos de su pase es José Antonio Romero Feris,
del Partido Autonomista de Corrientes. Uno de sus hombres más
cercanos, el vocero de prensa Carlos Moratorio, desmintió la
información y, en cambio, sugirió que el propietario "quizás
sea el hijo del senador, Juan Alberto, que además es un
importante empresario correntino que tiene campos y líneas de
colectivos".
Entre los políticos, Romero Feris es un amante del fútbol con
perfil alto. Presidió el club Huracán de su provincia y la
Liga Correntina; su corazón también se inclina por San
Lorenzo de Almagro. Este abogado que se desempeñó como
gobernador, embajador y convencional constituyente, es
senador nacional desde el 10 de diciembre de 1987 e integra
la Comisión de Deportes de la Cámara.
A mediados del 2000, sonó el teléfono en su despacho y desde
el otro lado de la línea lo llamaba Alejandro Barrionuevo, el
hijo del sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo. El
contacto obedecía al interés que tenía el entrenador Daniel
Córdoba - por entonces técnico de Chacarita - en contratar a
Lujambio. La operación no pudo materializarse porque apareció
un intermediario atribuyéndose una gestión que no estaba en
condiciones de realizar. Así se frustró una transferencia
que, como tantas otras, se volatilizan durante el período en
que se prolonga la apertura del libro de pases.
Al senador quizás no le haya importado demasiado. Es un
hombre de fortuna al que no le hace falta vivir de las rentas
que depara el fútbol.
Una aventura correntina
A Corrientes, la tierra de los Romero Feris, arribó una vez
un bribón surgido de los arrabales del menemismo, con el
mismo desparpajo que caracterizaba a ese sector político
situado en la cúspide del poder. Roberto Cruz, un funcionario
de segundo orden en el gobierno justicialista - había sido
uno de los directores del Mercado Central y titular del
CEAMSE -, apareció de un día para el otro como dueño absoluto
del club Mandiyú, que jugaba en la Primera División.
Este peronista cuyo pago chico es La Matanza y que coqueteó
con Antonio Cafiero, luego con Alberto Pierri y, por último,
con Carlos Menem, primero hizo pie en la política - la piedra
angular de múltiples y turbios negocios -, y más tarde recaló
en el espectáculo deportivo por excelencia. Su único
antecedente futbolístico era el control que había ejercido
sobre el Deportivo Laferrere, una entidad que en la década
del '90 descendió dos categorías y que acaba de retornar a la
Primera “B”. Por otra parte, siempre simpatizó con San
Lorenzo de Almagro.
En el verano de 1995, la crónica deportiva reflejó que,
gracias a una iniciativa comercial encabezada por Cruz,
Mandiyú acumulaba "conflictos que amenazan desatar una
tormenta de imprevisibles consecuencias. Su cuerpo técnico no
cobró un peso desde que llegó al club e incluso paga los
gastos de comida. A un par de jugadores casi los desalojan de
sus respectivos departamentos por no abonar el alquiler.
Sergio Goycochea encabeza la lista de acreedores entre los
integrantes del plantel..." (3)
Aún hoy, se desconoce cómo consiguió el efímero ex diputado
nacional (Cruz accedió a una banca por pocos meses tras ser
suplente en la lista del PJ bonaerense) la suculenta suma de
dinero que invirtió para adquirirle Mandiyú, al ex presidente
del club correntino, Eduardo Seferian. Persuadido de que
había llegado al fútbol para hacer "ruido", el empresariodirigente contrató los servicios como director técnico de
Diego Armando Maradona, quien, de ese modo, debutó como
conductor de un equipo después de haber sido sancionado en el
Mundial '94 por doping.
Pero no satisfecho con su experiencia en Mandiyú, entidad que
descendió de categoría y en donde dejó un tendal de
damnificados entre jugadores, técnicos y particulares a
quienes no les pagó los sueldos, el alquiler de departamentos
y otros servicios; este atrevido personaje se lanzó a
organizar torneos internacionales de fútbol. Un cuadrangular
que se desarrolló en Buenos Aires con la participación de dos
clubes italianos, San Lorenzo y Vélez Sarsfield, tuvo como
gestor a Cruz, quien no cumplió con el compromiso de abonar
el cachet correspondiente a esos partidos.
Sergio Goycochea, Oscar Ruggeri y Angel Bernuncio, entre
otros ex jugadores, sufrieron las consecuencias de este
depredador que, en sus comienzos dentro de la política, había
llegado a ser chofer de Antonio Cafiero.
La fuerte e histórica presencia peronista en casi todas las
manifestaciones deportivas y, en especial el fútbol, se tornó
una caricatura durante el apogeo de Carlos Menem. Quienes
durante su gestión gozaron de cargos y favores políticos,
además de sostenerse en sus puestos pese a las causas que se
habían iniciado en su contra, se mimetizaron en el fútbol.
Estos últimos años participaron de negocios de dudosa
procedencia
o
condujeron
instituciones
que
presentan
economías calamitosas. Vaya a saber sí, por una curiosa
predisposición a la caridad o por la pasión que les despierta
el juego. O ninguna de las dos cosas.
El matarife del Deportivo Morón
José Alberto Samid accedió a la presidencia del club
Deportivo Morón el 28 de mayo de 2000, luego de titubear
durante varios días si encabezaba o no una lista única. El
segundo lugar de la fórmula quedó reservado para Jorge Ruiz,
alias el "Zurdo", quien gobernaba la entidad futbolística del
oeste cuando lo sucedió el matarife y, además, hasta bien
entrada la década del '90 había sido uno de los referentes de
la barra brava del Gallo.
En el distrito de Morón siempre existió la sospecha de que el
"Turco" Samid aceptó el convite para tener una coartada que
le permitiera regresar al ruedo político. Tal vez porque
añoraba la extendida práctica de combinar los negocios con la
actividad partidaria que había iniciado durante la última
dictadura militar, en procura de una candidatura presidencial
para el ex almirante Emilio Eduardo Massera. Así, de la mano
del sindicalista de la Carne Luis Rubeo, quien contactaba
empresarios para que respaldaran al marino, el matarife dio
sus primeros pasos en la actividad. Pero, ¿cuál era el papel
que desempeñaba?
"Al estilo de los viejos políticos, la militancia de los
masseristas se limitó a organizar cientos de asados por todo
el interior del país. Al final de cada asado, Massera tomaba
la palabra y se la pasaba hablando de la necesidad de volver
a la democracia". (4) Samid proveía la carne para las
comilonas que un grupo de peronistas realizaban en la ciudad
de Mar del Plata. Allí conoció, entre otros, a Carlos Cañon,
Humberto Toledo, Mario Caserta, Luis Santos Casale, Alberto
Pierri y Juan Carlos Rousselot. Todos ellos constituirían
tiempo después y, una vez defenestrado el militar en su
intento por llegar a la Casa Rosada, un grupo de fieles
adherentes a la precandidatura presidencial de Carlos Menem.
Ese apoyo al riojano que, también incluyó su tarea en el
comité de campaña bonaerense durante la interna justicialista
de 1988 en la que Menem derrotó a Antonio Cafiero, le valió
un cargo como asesor presidencial al año siguiente. En rigor,
Samid ya había ingresado de modo formal a la política cuando
en 1987 resultó electo como diputado provincial en Buenos
Aires, cargo que le ocasionó más de un dolor de cabeza. Dos
pedidos de desafuero - en un caso por parte del juez en lo
correccional José Daniel Ruiz, debido al hurto de un
automotor - lo colocaron en una situación incómoda ante la
justicia que se repetiría más de una vez.
Felipe Solá, el actual gobernador de la provincia de Buenos
Aires, lo enfrentó desde la administración menemista en que
ambos ocupaban cargos. El entonces secretario de Agricultura,
Ganadería y Pesca de la Nación lo acusaba de evadir con sus
frigoríficos sumas millonarias al fisco.
"Si me seguís jodiendo, te voy a tirar por esa ventana" (5)
le advirtió el matarife al funcionario quien, tras una nueva
amenaza de muerte en su domicilio, denunció la situación ante
el propio Presidente. Pero fue la exportación de carnes a
Irak que, Samid concretó en septiembre de 1990 cuando el país
adhería al embargo económico y militar por la invasión iraquí
de Kuwait, lo que determinó su alejamiento del gobierno.
Desde entonces, el cuestionado empresario de la carne empezó
a ser jaqueado por la justicia y acumuló una denuncia tras
otra, primero de la DGI y luego de su continuadora, la AFIP.
"Alberto Samid es el jefe de una poderosa asociación ilícita
que desarrolla tantos planes criminales como fuera necesario
para superar el escollo del contralor estatal, obteniendo
ilícitamente un incremento de su patrimonio". El párrafo es
un extracto de la presentación judicial que en 1996 hizo el
máximo responsable de la DGI, Carlos Sánchez. El inicio de
esa demanda coincidió con una pomposa conferencia de prensa
desarrollada en el salón blanco de la Casa de Gobierno y a la
que asistieron, además de aquel funcionario, Elías Jassán, el
ministro de Justicia y Sóla. De ese acto al procesamiento por
evasión y asociación ilícita del paisano de Menem hubo un
solo paso.
Samid aún espera un juicio oral en la justicia penal
económica que puede terminar con su cuerpo en la cárcel. Ha
sido denunciado por la AFIP de defraudar al estado en más de
80 millones de pesos mediante un aceitado sistema de
testaferros en diferentes frigoríficos. También, el organismo
fiscal solicitó en más de quince oportunidades la detención
del matarife. No obstante y, pese a que está involucrado en
otras causas tramitadas en jurisdicciones diferentes, el
proveedor de reses que reside en el barrio de Ramos Mejía ha
logrado esquivar siempre su arresto y, de ese modo, pudo
arribar a la presidencia del Deportivo Morón, un populoso
club de su zona de influencia.
Este peronista de frondoso prontuario no es del todo un
improvisado en cuestiones futbolísticas. Se cuenta que jugó
en las categorías infantiles del Gallo y que pasó por las
divisiones inferiores de su tradicional rival, Nueva Chicago,
emblema del barrio de Mataderos, un sitio que Samid conoce
bastante bien. Cuando asumió el gobierno del Deportivo, el
equipo andaba a los tumbos, luego de sufrir el descenso de
categoría en la temporada anterior. En la institución había
socios que dudaban de esa aventura, aunque una encuesta
realizada por una emisora local arrojó que el 70 por ciento
de los consultados aprobaba su candidatura, aún antes de que
quedara confirmada en una asamblea.
Pero quienes más se frotaban las manos de satisfacción por el
nuevo papel que desempeñaría, fueron otros personajes: sus
viejos socios políticos. "El Diario" de Morón, en su número
correspondiente a mayo de 2000, citó el testimonio de un
miembro del entorno de Juan Carlos Rousselot, hombre muy afín
al empresario evasor: "Si el turco, como presidente del club
logra el ascenso del gallito, no nos para nadie".
La frase no era una ocurrencia casual. La entidad deportiva
siempre ha sido un bocado tentador para el desprestigiado
rousselotismo. El ex locutor-intendente, un hombre no muy
apegado al fútbol, llegó a integrar su comisión directiva
como revisor de cuentas.
Al frente del Deportivo, Samid supo que, en buena medida, su
futuro como dirigente dependería de los resultados que
obtuviese el equipo conducido por el director técnico Miguel
Angel Lemme. Duró poco. Pero, por las dudas, se había
generado otro espacio de participación en el que intentó
volcar su ideario. Por un tiempo se mostró por televisión en
un programa que denominó "Propuestas para el nuevo milenio" y
que comenzó a conducir todos los sábados durante una hora y
media. Su extraña escenografía contenía una vaca de tamaño
real que es el símbolo de la fortuna que amasó a partir de
turbias operaciones.
Hasta allí, en el estudio de Cablevisión Oeste, se acercó el
29 de abril de 2000 un antiguo amigo suyo, el traficante de
armas, Monser Al Kassar. Esa entrevista exclusiva que le
realizó el matarife no discurrió sobre la posibilidad de
tentar al sirio para que invirtiera en el Deportivo Morón,
aunque no hubiera resultado del todo inverosímil.
Metido en el ambiente del fútbol, Samid acaso creyó que
estaría en mejores condiciones para recuperar el terreno
perdido en la actividad partidaria. Mientras tanto, el
personaje que en 1990 le declaró a la revista Gente "soy
millonario, tengo plata. Por eso cuento con respaldo para ser
político", despunta el gusto por la práctica del fútbol en
las instalaciones del club Estudiantil Porteño. Como en una
metáfora futbolera, su cintura de centrodelantero, tan
rellena como las reses que faenaba por miles en su época de
esplendor, le ha permitido esquivar hasta ahora una incómoda
celda.
"Yo soy el chivo expiatorio" ha sabido decir. También, que él
y su familia han "recibido la persecución más grande de la
historia argentina". Samid, pese a todo, fue presidente del
Deportivo Morón y no se vio obligado a abandonar su cargo
porque el artículo 6° del estatuto de la AFA, inciso B, le
posibilitaba mantenerse al frente del club mientras estuvo
procesado. En el ambiente del fútbol nunca pareció importar
demasiado que, sobre él, pesara la acusación de ser
integrante de "una asociación ilícita".
Operación Córdoba
Otro hombre que tuvo responsabilidades políticas durante el
gobierno de Carlos Menem y que hoy está procesado en la
justicia federal por los delitos de cohecho y administración
fraudulenta es el contador cordobés Hugo Gaggero. En su
carácter de vicepresidente del Banco Nación resultó acusado
ante la justicia por el caso IBM. Como Samid, condujo un club
de fútbol, aunque lo hizo en Belgrano de su provincia natal
entre 1986 y 1987. Por entonces, ejercía la presidencia que
ahora ya no resulta un cargo indispensable para controlar una
institución deportiva. Y es que el ex director de la DGI, una función que desempeñó gracias a la influencia de su
mentor político Domingo Cavallo-, llegó a manejar hasta hace
un año al club San Lorenzo del barrio Las Flores, en la
capital mediterránea, y cuyos equipos compiten en los torneos
organizados por la Asociación Cordobesa de Fútbol (ACF).
Gaggero firmó a título personal un contrato por cuatro
temporadas con las autoridades de la entidad que, en su
provincia natal, tiene determinados vínculos con la comunidad
sirio libanesa. Se trató de un adelantado. Porque en el marco
de las reformas que impulsó la AFA para gerenciar clubes de
fútbol, desembolsó un dinero estimado en alrededor de 10.000
pesos mensuales a cambio de obtener el 75 por ciento del
valor correspondiente a cualquier transferencia efectuada por
San Lorenzo, una entidad sin la fama ni el poder de su
homónima, nacida en el porteño barrio de Boedo.
Durante una entrevista telefónica, el empresario sostuvo
apenas se lanzó a la aventura: "Mi negocio nació con este
club, pero evidentemente va a tener otra proyección. Seguiré
investigando la realidad futbolística de Córdoba y donde
aparezca una figura para terminar de formarla, estaré
presente. Cuando algunos de estos chicos sean profesionales
voy a ganar plata. Entonces, mi experiencia va a trascender
San Lorenzo. Estoy haciendo una gran tarea por el fútbol
amateur".
En la institución que le dio cabida para hacer negocios,
Gaggero conchabó a ex futbolistas famosos de la docta como
directores técnicos. Sebastián Viberti como coordinador
general, José Omar Reinaldi, Miguel "La Wanora" Romero,
Miguel "Hacha" Ludueña y Miguel Laciar trabajaron en San
Lorenzo, a cuyo frente está formalmente un ex subjefe de la
Policía Cordobesa, Miguel Angel Brochero.
El ex funcionario se denomina a sí mismo "un futbolero",
antes que un técnico que pasó por la función pública o un
político. Durante quince años ocupó diferentes cargos en la
comisión directiva de Belgrano, hasta que en 1986 abrazó la
presidencia del club donde aún se considera "un referente muy
importante". Quienes compartieron con él sus experiencias
como dirigente, lo recuerdan como un hombre emprendedor, pero
también poco afecto a meter la mano en sus bolsillos para
colaborar con la institución. Con Gaggero, el equipo del
barrio Alberdi acarició el ascenso a Primera División, que se
frustró en una emocionante final disputada con Banfield el 13
de junio de 1987. Desde entonces, demoró demasiado en volver
al club del cual es hincha, aunque hace un par de años se
mencionó su renovado interés por participar en la vida
interna de Belgrano que, en la actualidad, se encuentra
afectado por una quiebra.
El avance del ex funcionario en el mercado - lento pero
sostenido -, rindió ciertos frutos. Dos de los futbolistas
juveniles
surgidos
del
semillero
cordobés
que
él
administraba, pasaron a San Lorenzo de Almagro, a cambio del
porcentaje más alto en una futura transferencia de todos los
que, este club, abona a los empresarios con quienes trata. No
resulta descabellado pensar que otro ferviente nostálgico de
los tiempos menemistas, el ex presidente Fernando Miele, le
haya dado una mano. Y es que el empresario que en 1996 llegó
a monitorear los intereses económicos del otrora poderoso
Emir Yoma, está en problemas. El propio Gaggero no lo oculta:
"El costo que pagué ha sido muy alto. Yo siempre traté de
tener un perfil bajo, pero la historia dice que participé de
un directorio que hizo un contrato con IBM y terminó en lo
que se conoce públicamente. Este asunto se llevó hasta la
estratosfera, aunque la política es así. Lo atacaban a
Cavallo por donde podían atacarlo y los que estábamos en el
camino quedamos en un grave problema" (6).
Su historia como funcionario comenzó en 1991, cuando el ex
ministro de Economía de Carlos Menem y Fernando de la Rúa lo
convocó a trabajar junto a él en un cargo clave dentro del
Banco Nación. Allí estuvo hasta el 14 de marzo de 1996,
período durante el que se concibió el denominado Proyecto
Centenario - un contrato entre la entidad crediticia oficial
y la firma estadounidense IBM -, operación que al estado
argentino le demandó una inversión de 249 millones de pesos
para dotar de un sistema informático a 525 sucursales. Para
el contador cordobés que ahora forma y vende futbolistas, esa
transacción derivó en un extenso proceso judicial que aún lo
mantiene bajo sospecha.
La primera denuncia por coimas y administración fraudulenta
quedó radicada en el juzgado del doctor Adolfo Bagnasco,
quien lo procesó inicialmente el 2 de abril de 1996. Luego,
la Cámara Federal dictó su falta de mérito, pero un fiscal,
Carlos Cearrás, pidió la revisión de su situación procesal
porque suponía que había cobrado parte de un retorno estimado
en 21 millones de pesos. De ahí a su segundo procesamiento
restó un solo paso. El 6 de mayo de 1999, el ex funcionario
quedó en esa situación junto a quienes eran hombres de
confianza del ex ministro Cavallo: se trataba de Aldo Dadone,
Genaro Contartese y Juan Carlos Cattáneo, quien fundó la
empresa CCR que habría percibido parte de las coimas. Ante el
doctor Bagnasco, un apesadumbrado Gaggero declaró haber
depositado 480 mil dólares en la cuenta 127511 Ewad del City
Bank de Zurich, Suiza - perteneciente a su amigo Walter De
Fortuna, otro ex cavallista - en una operación que, según
declaró, fue ordenada "a través de una tercera persona" (7),
argumento que el magistrado no le creyó.
Procesado entonces por fraude y cohecho y, embargado por un
millón de pesos, quien también administrara al desaparecido
Banco Hipotecario y Edificador de Córdoba entre 1978 y 1983 cuyo presidente era el padre de su amigo De Fortuna - aún
espera un juicio oral para, como él sostiene, "decir mi
verdad".
Sin embargo, la delicada situación judicial que atraviesa no
lo inhibe de continuar con sus negocios en el fútbol. Además
de que hizo pie en San Lorenzo de Córdoba para transferir
valores muy jóvenes y, aunque se alejó antes del plazo que se
había fijado, es propietario de jugadores: los pases de los
arqueros Darío Sala y Juan Carlos Olave le pertenecen en un
porcentaje considerable. "Mi objetivo es comprar futbolistas
amateurs y hacerlos profesionales. Ese es mi negocio", avisa
Gaggero a quien esté interesado en utilizar sus servicios.
En un medio como el argentino, donde el deporte con mayor
poder de convocatoria mueve todavía cifras importantes pese a
la calamitosa situación económica que atraviesan sus clubes,
la cuota parte que invirtió el procesado empresario cordobés
puede resultar ínfima. Pero esa iniciativa comercial, como
otras
encaradas
por
hombres
que
integraron
gobiernos
nacionales o provinciales en alguna etapa, no debe ser
soslayada.
Porque si la política es la continuación de la guerra por
otros medios, como decía el general prusiano Von Clausewitz,
el fútbol es una inmejorable oportunidad de prolongar,
también por otros medios, ciertos negocios de la política.
Gustavo Veiga
Periodista
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