(í) I ~~ }') RICARDO'; ELIZONDO ELIZONDO f) ., o 1' r._. / 1 '¡ 1 ,) Relatos de mar, desierto y muerte r 1: Ftpt ~'rii' ~©W ~ EDITORIAL J ficción Universidad Veracruzana Xalapa México, 1980 t,;·' . f~¡ ,r1 J E.· .1 />'l ,O.e;::J_.J; ! --~ L/3~ r l 316;-j88 DONATA Primera edición, 1980· Derechos reservados © conforme a la Ley por: UNIVERSIDAD VERACRUZANA Lomas del Estadio, Xalapa, Ver., Méxim Dirección Editorial Sierra Nevada 319 México 10, D. F. ISBN 968-590-00H Concha era su nombre. Así. Simple. Como el nido del molusco. Dicen que porque nació junto al mar, a su orillita casi. Era vieja, tan vieja como el aire, como las ilusiones. Vieja y requemada como los tabachines de la plaza del puerto pueblo. Fue maestra empírica. Enseñaba a los niños entre bocanadas de calor y con el azul del mar siempre cerca. Ninguno aprendía gran cosa. Lo más sumar y leer. Escribir muy poco, si acaso el nombre y nada más. Mujer grande y prieta, siempre floreada. Tenía la piel brillante y mirada de tortuga. Lagrimosa. Maternal. Poseedora de la dignidad del mar con su giro eterno y su estar ahí desde antes que la tierra fuera, aún desde antes de la luz. Cuando ya no sirvió como mujer se le antojó tener un hijo. De tanto tener los ajenos, nunca pensó en los propios. Era muy tarde. Ya no sentía más el parentesco entre la mujer y el creciente. 9 Ya no sentía más romperse los diques de su ser cuando el mar crecía gordo una vez al mes. Recogió una niña. Hija de no sé quién venida de no sé dónde. La llamó Donata, como el lanchón de su padre, que servía para ir y venir de los barcos al muelle y llevar también los muertos del puerto a la mar profunda. Concha jamás, ni un solo día de su vida dejó de ver el mar. Ya muy anciana, tan acabada que ni fuerza tenía para pelear con sus recuerdos y lo único que comía eran trozos de pescado hervido y machacado y piedritas de azúcar que dejaba diluir en la boca, pedía casi como oración que la dejaran meterse al mar para acabar de una vez, quería respirar el agua y que sus pulmones se llenaran de azul. Donata ya para entonces no le prestaba atención, no la oía, vivía sumergida en su pasión desquiciante. La vieja era para ella un algo que vivía dentro de casa, sin mayor importancia. Desde la pubertad había abandonado el cariño de su madre postiza, quizás porque nunca la quiso. Muy pequeña supo su condición, pero la causa de su desafecto no era esa, la realidad es que Donata estaba impedida por naturaleza para sentir cariño, al menos en la forma que todos entendían. La madre circunstancial trató de enseñar y dar a la pequeña todo su ser. Mas por extraña situación sólo le dio una parte, la porción que adentro tenía de su padre. El padre de Concha, viril marinero de siete mares que llevaba la rosa de los vientos estampada en el paladar, y que por el sabor del aire sabía de las rocas trampa a flor de agua, de la cercanía de la tierra y de la profundidad del mar que se continuaba en el pozo dulce de su mirada obscura. Fresco como brisa de tormenta llegó una tarde al puerto viejo del pueblo de la madre. Venía de lejos, de la costa remota de una tierra que hablaba la misma lengua. Lucidor. Guapo como el faisán de la China. Enorme hebilla de plata abrochaba su cintura. Cuero suave en la bota para el caminar danzarín del hombre acostumbrado al movimiento. A la sombra de su espalda, Concha-niña se cobijaba de la mar picada. El marino conoció a su madre en una callejuela y al calor del mediodía. El barco marinero de las velas .blancas fue vendido a un rubio comerciante. En su lugar apareció Donata -lancha gorda de lento viaje- y la casa de madera fresca verdeazulosa en que aún vivía. Concha siempre lo traía entre ceja y ceja. Concha aún estaba enamorada de su padre. Nunca lo sabría, pero la causa de su soltería era el recuerdo del hombre de la sonrisa blanca como espuma de sal que murió afiebrado cuando ella aún no estrenaba el sostén de los 10 11 Desde entonces subió el cajón mostrenco sobre el tapanco de atrás, junto a las sillas rotas y las tinajas para las fiebres y deposiciones. Para sus recuerdos hubiera dado lo mismo tener el baúl junto a la cama, sabía qué era, sabía qué contenía, pero nunca emparentaba aquello con el afecto. Cuando su madre murió, murió aplastante y definitivamente. No la pensó ya más. No la tomó como punto de referencia para cosa alguna. Al menos eso era en la superficie. Porque profundamente, en el recoveco gelatinoso y masudo, en la abismal obscuridad de su yo desconocido, ahí la tenía, ahí la llevaba. Por eso cuando tenía pesadillas que después olvidaba, en el instante angustioso del despertar ·.violento, cuando detrás de sus ojos estaba la imagen in- controlada del sueño, veía a una gran tarántula, araña peluda con escote blanco y la cara morena de su madre muerta. En ocasiones el olor de un guiso o el recuerdo de los plátanos en tentación revivían obscuramente a su madre-rival, pero Concha entonces se apresuraba a tomar agua fresca o a respirar profundo, porque aquellos sabores le revolvían el estómago, le daban náuseas. Incapaz de discernir culpaba a los guisos del sufrir de sus vísceras, sin imaginar que la madeja de todo estaba en el increíble odio y soberano desprecio que sentía por la esposa de su padre. Pero eso nunca lo sabría, nunca tan siquiera lo pensaría. Desde que murió el padre, Concha tuvo que trabajar. Heredera del prestigio pueblerino de la familia de la madre, que sin figurar nunca, habían sido por generaciones el continuo musical de la melodía del pueblo, no recibió contra para iniciarse y aprender practicando un oficio necesario y respetado. Porque oficio y no profesión era en el puerto-pueblo enseñar a los niños. Más importante era que salieran al mar o encargarlos desde pequeños a las recuas comerciantes que como cordón de hormigas iban hasta la lejana capital, más allá de los manglares y las palmeras, más allá de la montaña, donde para estupor de Concha no se veía, y más aún, no se 12 13 quince años. Al cumplir los diecisiete enterró a su madre. Era curioso, pero muy poco recordaba de ella. Como que su imagen se le confundía en la infancia y aun cuando tenía un baúl de madera olorosa lleno de las pequeñas pertenencias de la mujer de pueblo que fue, desde que las metió ahí un mes después de haber fallecido ella, jamás las había vuelto a ver. Salvo la ocasión en que Donata siendo niña, sin aviso levantó la pesada cubierta y mil cucarachas impresionaron los sueños de la pequeña por meses y meses. conocía el mar. Comenzó enseñando -no sabía ni cómo- bajo una choza abierta a los cuatro vientos. Temerosa siempre, se desmañanaba para enseñar veintiocho letras y dos operaciones aritméticas. El Ayuntamiento le pagaba por aquel fingimiento una pequeña mensualidad. Maestra por accidente, tenía la letra como ropa en tendedero y ni ella misma sabía leer de corrido y sin error. Pero era buena, decente, ejemplo para los niños. Sin sentir le pasaron los años en aquella posición obscura y luminosa. Siempre sin pre- tensiones todos la conocían. Compraba cuatro peces por semana y medio pollo los domingos, una canasta de verduras y un pilón de azúcar prieta. A nadie recibía, a nadie frecuentaba. Su mutismo era proverbial. Hablaba en la escuela y una vez al mes en el Ayuntamiento. Silencio de montaña grande y lejana. Su estar por las tardes floreada y limpia en la vasta mecedora viendo el mar, era para los vecinos símbolo de tranquilidad y permanencia. El día que Concha no vea el mar -decían las gentes- algo malo sucederá. Sola, nadie la vio jamás con varón. Sola también hada su ropa siempre de telas floreadas -y sin amigas se pasaba- fiestas y cumpleaños. Siendo moza varios pretendientes estuvieron buscando la forma de encontrarla, pero algo se des- prendía de Concha que los hacía retirarse. Quizás su mirada esquiva, de lado, o el rictus supremo que siempre nadaba en sus labios. Los hombres no le importaban. Ninguno llegó a rascar su deseo. Era fría como manojo de algas. Sus carnes no destilaban humor alguno, ni tan siquiera sudaba. Parecía una gran ropería. Con todo y eso no faltaron hombres cansados, deseosos de una hembra tranquila de mirar ausente. Iban detrás de una casa ya hecha y con la ilusión de envejecer cuidados por mano de mujer. En Concha no encontraron respuesta. No devolvía su mirada, ni su plática y hubo alguno que varios años, en todos los viajes que lo traían al puerto, iba a ser visto a la choza-escuela,y ya muy tarde, cerca del ocaso,pasabay repasaba frente al balcón donde la maestra sin inmutarse, veía al mar sentada en la mecedora. Así pasaron los años sin pasarle verdaderamente, hasta que un día se sintió vieja y volteando hacia atrás vio el vacío enorme que tenía al frente. Entonces ya no tuvo descanso. No buscó desesperada un hombre, más bien esperaba una señal. Algo que le indicara el principio o el final de todo. No sabía qué podía ser, un rayo en noche de tormenta o una espina de pescado atorada en la garganta daban lo mismo. Nunca sospechóque el cambio lo daría el grito 14 15 pelado de un recién nacido. Aunque no lo admitía, su virginidad ahora le pesaba. Había sido como el arrecife pelón que está donde el flujo y reflujo de la marea se juntan. Ninguna barca había podido tocarlo, ni tan siquiera el mejor nadador. Tan inasequible era, que entre los lugareños mencionar la roca pelada era decir empresa imposible. Así de inútil como el arrecife -inútil e impracticable- había sido su vida de mujer fértil. Si hubiera sabido a tiempo que si en la juventud el corazón está lleno de ambiciones y sentimientos, en la vejez es un músculo doliente cuyo vacío terrible acompaña de día y amarga las noches. Por eso la mañana aquella de sus cincuenta y tres años, cuando en medio de la tormenta matinal, mojada hasta los tuétanos, al llegar a la escuela vio sobre la mesa de su enseñanza un envoltorio inconfundible, muy profundo en su alma también llovió y por primera vez en su vida su ser olió a tierra mojada. Desde ese día y por varios años la criatura que encontró sería como un aire lozano cargado de humedad, de promesa. Al ver aquella pequeña humanidad y sentirla cerca de sí, se dio cuenta que por mucho tiempo había deseadoser madre, mas sus confusas emociones y lo perdida que estaba entre sus kilos de soledad le habían alejado el sentimiento. Ahora se sentía madre, era 16 madre. Aquella criatura le pertenecía. No le importaba ni quería saber de quién era. La había encontrado en su escuela, de su propiedad 'por treinta y seis años, eso era suficiente. No se preocupó de si alguien pudiese reclamarla. Nadie lo hizo. Esa mañana no dio escuela. El envoltorio de enaguas traía dentro una niña. Pequeña y clara criatura de pelo muy negro. Había nacido de una adolescente e inexperta dama de puerto. Vino al mundo después de un parto asombrosamente fácil. La madre, muñeca porteña, sólo esperaba eso para irse lejos y sola. Más por comodidad que por cariño dejó en la escuela su producto. Mucho mejor para la criatura. Seis meses después la linda muchachita de las tetas de limón, querida entre las queridas del burdel de tablas y botellas de ron, por culpa de un alacrán irritable moría en el camastro, siete veces usado aquella noche, de un aislado campo cacaotero. La niña pues, se quedó. Curiosa maternidad la de Concha. Secaslas manos y secoslos pechos. Escondida en la casa fresca se metía la botella de mamar entre los senosy se hada la ilusión de que al fin amamantaba. Sin saber cómo arrullar, tarareaba tonadas de su padre marinero. Tonadillas que guardaba con recelo y que viendo el 17 mar las recordaba. Con voz quedita canturreaba, buscando perlas y caracoles le vi los ojos a una mujer eran tan grandes corno faroles corno faroles. . . y recordando la melodía recordó la seguridad que su padre le daba y Concha con la niña pensaba en él y la niña tomó de Concha el carácter del marinero risa de sal y desde entonces se sintió barquito y la permanencia no le gustaba. A cada instante cambiaba de sitio. Lo que en otros niños era energúmeno infantil en Donata era conciencia de no estar amurallada. Necesidad de amplio espacio y mucho aire para sus ojos. Sin ser bonita, la pequeña tenía grandes los ojos y muchos y negros cabellos. Poseía la cadencia suave de las pequeñas olas caracoladas. Sabía abrazar en redondo y por completo, corno si su ser fuera suficiente para contenerlo todo, como si su ser fuera de mar. Era natural, porque viendo los ojos de Concha veía el mar, siguiendo su vista lo encontraba, oyéndola lo oía, sintiéndola lo sentía. Así la niña se volvió de mar y fue corno él, indomable y hechicero, placentero y traidor. También como el mar, cuando Donata creció no quería a las mujeres, mas se llenaba de placer dando confianza a los hombres para después hundirlos, tragarlos. Concha intuyó esto desde que Donata era pequeña. Lo confirmó un atardecer lejano al darse cuenta del poder brujo con que la niña piel de playa disponía de los mocitos de su edad. Donata quería una fortaleza grande sobre la cual sentarse. La vieja Concha sesentona, vestido de verde mango floreado de roca y sol, sentada sobre la arena veía el agua, veía el mar. La niña dale que dale con un cuenco y todo el ardor, amontonaba en una lomita los cimientos de su poder. Era muy poco lo que avanzaba, ella quería un cerro grande donde sentarse. Vio a unos niños cerca muy cerca; con la mano, la piel y una sonrisa, de los chicos pidió su ayuda. Cuadrilla de esclavos niños apasionados. No era explicable, simplemente sucedía. Concha vio cómo la loma creció y vio también cómo Donata, hinchada de satisfacción,extendió sus pequeñas piernas sobre el bastión. Aquella tarde ambas descubrieron cosas.Para Concha, Donata estaba preñada de señales y significados, esa tarde se dio cuenta que signos y promesas ella los había puesto y que no tenían por qué cumplirse. Pero estaba en un error. La niña sí llegaría a ser la Donata-lancha de su padre marinero, la que le daría el sustento y la llevaría al fondo obscuro de la muerte fría. Antes pasarían muchos años, muchas cosas. Concha alcanzaría a ver hilos blancos en la noche selvática de la cabellera de su hijastra. Seguiría junto 18 19 con ella, desde la mecedora grande de las noches de desvelo, los cientos de orgasmos que Donata vivió. Sentiría el navajazo helado de su cariño sin resohancia. Y nunca pudo hacer nada porque el esguince fue permanente. No se daba cuenta que repetía moldes de la odiada y muerta esposa de su padre. Concha era pueblo, tradición y cementerio. Arquetípica conducta de generaciones de gentes inamovibles en su tierra, en su casa, en los sentimientos y costumbres. Amaba el mar porque le recordaba al padre, pero como auténtica mujer de mesa, silla y mecedora, nunca había navegado más allá de donde se ve la tierra. Era fija, patrimonial, aún usaba la misma cara" cola con que de niña se bañó, presumía de tener el mismo cuchillo que usó su padre y hasta el peine de marfil era el mismo que peinó a su abuela. Por eso no pudo hacer nada. No tenía vocabulario para entenderse con su hijastra. Donata hablaba una lengua en eterno cambio. Danzarina en ilusiones, no tenía ambición alguna. Lo único fijo en ella era su pasión por hombres siempre diferentes. Ese ser en movimiento lo llevaba en el arco lindo de su pie, en la gota de oro temblorosa prendida del oído, en la cintura· fina y en el cañón profundo que dividía sus nalgas donde el aire de la playa formaba remolinos. Era abierta, mutante y misteriosa como puerto vía- jero y comerciante. No pensaba en el ·mañana, simplemente recorría con su cuerpo el mar de la pasión. Anclaba por momentos en el hombre que elegía para descargar sus inagotables bodegas de sensualidad,los profundos toneles retacadosde caricias. Porque era el deseo de Donata, frondoso y sin inhibiciones. Brotaba desde muy hondo y como fumarola se desprendía. Le salía por entre los cabellos negros y abundantes. Se hacía nido y nudo en el eje abanico de sus brazos peritos en dar la caricia que amarra la voluntad. Por el deseo sus caderas eran como las olas, fuertes al golpe y suaves al tacto. Poseer aquella hembra -decían los marinos- 'era como ser tragado por la arena movediza.Porque su profunda succión le venía desde el alma. Deseosasiempre de abarcarlo todo, hacía que sus adentros se reacomodaran, tomaran la igual forma del hombre que por minutos contenían. Abrazando a lo largo y a lo ancho estrechaba el cerco en el centro de su universo. Entre la mata de pelo y sus redondos talones el desafortunado compañero se volvía río desaforado, tormentosa corriente electrizada de pasión cavando y cabalgandoen un surco-valle-olaa cada instante más envolvente, más insatisfecho.Mujer de agua salada, artesana del placer intolerable, infinitamente prolongado y por lo tanto doloroso. Como el mar, jalaba mientras el náufrago 20 21 perdido en su naturaleza tuviera fuerza. Para salvarse había que aparentar la muerte. Bajar las velas. Deponer las armas. Sólo así el marino amante podía volver a respirar. Fingirse ahogado para que el océano maldito lo aviente de su ser, lo arroje de su adentro y lo vuelva a la superficie. Después, por días, reponerse de un cansancio medular. Embotados los sentidos. Con la estrella anclada. Y poco a poco sentir la gana de dominar y volver a la empresa y de nuevo volver a simular la muerte. Así hasta que queden fuerzas para aparentar el ahogo, única salvación. Hasta el instante en que ni fingir se puede y entonces sí es cadáver lo que regresa. La antes desquíciante y desgarradora excitación, deseo, ira en .paroxismo de placer, ahora es caricia maternal que acuna a lo sin vida y lo lleva a la playa del puerto último. Hotelucho sórdido. Cuarto de atrás de fonda engañosa. Arena raspante en noche de luna. Donata no tenía un lugar fijo para dar su amor. Ni tampoco un tiempo determinado. Siempre dispuesta, la única limitación era su propio gusto. Jamás lo hizo sin querer o por obligación. Pese a que los hombres le daban todo por una de sus caricias y aún por nada, ni eso la conmovía. Fuera de todo precio resultaba más cara que un cargamento de especias. En la casa de Concha se acumulaban los presentes enviados por mari22 nos desconocidos. Los niños del muelle con algo en las manos, casi a diario subían la loma hasta la casa verdeazulosa. Llevaban desde peces recién atrapados, hasta caracolas iridiscentes de asombroso colorido traídas de más allá de no sé dónde. Cajas y cajitas de maderas claras y pulidas. Piezas de telas finas· se amontonaban en el ropero. Decenas de pulserillas de plata y cobre, de hierro y bronce. Muchas monedas raras que Concha aventaba a un jarro gordo. Donata no se inmutaba. Bien podían traerle una barca con velas de oro, si el hombre que la traía no le gustaba, nada valía. La fama de Donata fue creciendo. Las demás mujeres ya no competían. La que había comenzado como puta clandestina se estaba volviendo un mito. Ella elegía sus machos. Su presencia en los burdeles detenía la música. Entraba en ellos como barca grande, limpia y con olor de brisa fresca. Siempre vestida con la flor del algodón, faldas anchas y escote largo. Cabeza hermosa reventada en mil cabellos acariciables. Pies de sandalia donde la fina pierna se volvía muslo apetitoso y duro. Donata era su cuerpo y el palpitar sudoroso de los marinos ansiosos y vehementes: Su sola mirada a la cintura viril encendía a los machos y los dejaba lujuriosos, jadeantes, con su enhiesta lanza rompiendo las bragas. Reía, y el 23 316583 arco perfecto de su dentadura paralizaba la carne de hombre deseosa de restregar en aquella cueva el hombro, el cuello y el vientre firme y peludo. Antojo de llevar tatuada esa boca justo encima de la ingle. Que sus brazos morenos estuvieran pegados al costado del garrido piernas de acero. La desesperación por tenerla provocaba masacres de represión pestilente. Estando ella nada importaba, ninguna brillaba. Su magia, su carne, su olor y su risa enloquecían. Ningún hombre había resistido jamás el poder animal que destilaba, hasta el día aciago en que llegó el eunuco de su impaciencia. Parido por cándido vientre, fruto de mala leche, con la simiente podrida, envenenado el aliento, hijo de la puta y de las mil putas. . .. entre borracheras y ahogada de alcohol Donata gritaba. Porque aunque se resistió, la risa del macho estéril se le había metido entre sus tetas prietas, pero al muy imbécil le gustaban los muslos de hombre y contra eso nada podía. Ni todo su encanto, ni todo su cuerpo, ni toda su peste de mujer deseosa. Donata estaba perdida. El muelle, el puerto y los siete burdeles callaron broncos por la. desgracia. El marino guapo de allende el mar llegó con luna de mal presagio. Redondas nalgas, fuertes las piernas, ancha la espalda, tiernas las manos, sentó sus reales en una mesa y entre cigarros y tres cervezasle dio la espalda cuando llegó. Esa noche no hubo música, ni canto en la playa, ni enfermo de amor. Donata no vio a nadie. Detrás del mozo y sobre su nuca, los ojos negros de la porteña flameaban llenos·de amor carnal. El joven tibio cintura estrecha pensaba mientras en su ilusión. Para ella fue empantanarse, sumirse en una necesidad más allá de ponderación. No podía ser, no debía ser. Pero fue. El marino de largas pestañas se fue a los tres días sin haber tocado a Donata, Sólo una vez la vio, pero para siempre y hasta el final de sus días, la morena palmas de nácar llevaría dentro la daga del recuerdo de aquel hombre fino entre los finos, bello para su angustia y estéril, seco, maldito, enfermo, loco y todo, todo lo que en el mundo hubiera para calificar,marcar, distinguir al único hombre que pudo haber amado... Donata ya no fue igual, llevaba dentro una pasión malsana sin liquidar que le emponzoñaba el alma. A vuelta de meses todos habían olvidado el incidente, menos ella. Tatuado muy adentro lo llevaba y con su ansia loca por borrarlo, el amor carnal lo hacía más y mejor que nunca. Entonces sí su placer no tuvo límites. Estar con ella era recorrer los cielos en vertiginosovuelo, sumirse hasta donde nace la carcajada y el grito y llegar hasta más allá, a donde deja para 24 25 siempre de fluir el llanto, donde el ojo pierde brillo y se detiene el corazón. Donata mata a los hombres, empezó a murmurarse, pero la seguían probando, al fin puerto de marinos descreídos enfantochadosen su virilidad. Fue entonces cuando murió la Concha y Donata se la llevó al mar profundo. Pasó el tiempo, pasaron los años. En la vieja mecedora de la casa verdeazulosa, Donata cincuentona veía al puerto con sus barcas y marinos, tantos que llegan y todos se van. Estaba sola. Quiso ser madre. Ya era tarde. De tanto usarse, la maternidad se le había atrofiado. Hacía tantas lunas que ya ni recordaba cuándo. Cada día jalaba más la caja grande donde guardaba las cosas simples de Concha la muerta. Una noche de su fortuna alguien le trajo una niña prieta. Chiquilla limpia recién nacida, hija de señorita buena del pueblo viejo. Le dijeron que lloraba junto al mar. La llamó Concha. Así. Simple. Como el nido del molusco... 26 LA VISITA El caserío, escondido en un rincón aislado del inmenso desierto, poco a poco se fue despoblando. Primero se fueron los hombres, los de piernas duras y brazos fuertes. Hada tantísimos años salieron alborotados porque iban a pelear por la tierra. Bonita la cosa,si aquí la tierra nadie la pelea, quién quería: lomas secas y pelonas, ensalitradas llanuras quemadas por un sol más fuerte que dolor de muelas. Los pocos que regresaban, se iban de nuevo a la semana con bártulos, mujeres e hijos. Fue la época de la hambruna. Sin espaldas que cargaran la piedra cal y los cristales de alumbre, las carretas que venían lastradas de alimentos desde más allá de la laguna seca y regresaban atoradas de piedras por el mismo camino, dejaron de hacer su viaje. Por aquellos días fue tanta la necesidad, que los ancianos tuvieron que recordar costumbres indias, tan viejas y olvidadas que casi las inventaron. Aprendieron 29 verturas de quiote y albarda para proteger las plantas del sol endemoniado. Ahí nació, no sabía dónde ni cuándo, pero ahí nació. Lo más que recordaba es que fue la séptima de los hermanos y la segunda de las mujeres que a su madre se le logró. Creció fregándose el lomo rompiendo el maíz en el metate. Tenía los hombros duros, como de hombre, se le habían hecho de cargar las tinajas con agua, lo mismo los chamorros y el pie talludo. Era fuerte como caballo, podía caminar horas y horas envuelta la cabeza y cubierta la boca. De las más valientes, si fuera necesario iba sola hasta la 'última loma, tan lejana que no se veía, pero ahí estaba. Desde niña se acostumbró a la muerte y al silencio, había visto secarse muchas vidas, de niños más que de otras. A veces,en el mediodía ardiente, enceguecida por el sol se preguntaba qué habría más allá del espejo maldito de los arenales. También a vecescuestionaba a los carretoneros. Siempre le decían lo mismo, más allá de los arenales siguen mantos de gobernadora y después más arenales. Ellos sólo conocían hasta la estación del tren, pero sabían, Por pláticas, que a muchas horas de camino y de sed, había un lugar donde todo era verde y llovía todos los días. Le costaba creerlo. Un hombre de aquellos le regaló una botella de vidrio verde, el más maravilloso regalo de su infancia. La guardaba envuelta en un trapo limpio y todos los días, con ella a los ojos, se paraba frente a la secazón reverberante para verla toda de verde. Pronto creció, siempre esperando la lluvia, siempre jalando muy duro. A los doce años ya sabía cómo criar a un niño y qué hacer para no ser carga en la familia. !A los catorce se dio cuenta que él existía y a los quince se amancebó. Su hombre era tonto, más tonto que una gallina asoleada, pero lo quería, y lo quería bien. Una mañana de ventolera, poco después del nacimiento de su hijo, recién llegados los carretones empezó el alborotamiento. Los hombres de allende la secazón traían noticias de guerra, cuchillo, grito y caballo. Que había pelea grande, que se estaban juntando los hombres y había pasaje libre en el tren, que el pleito era bueno, había comida y paga seguido, sin contar con el pillaje y las albricias, Porque la verdad sea dicha, 30 31 entonces a comer las gruesas raíces de arbustos que al aire no llegaban a la rodilla, tendieron trampas para serpientes y ratones de covacha, y un día que los trashijados niños tenían la mirada más triste que nunca, las mujeres se juntaron y mataron una mula rejega que andaba suelta por la cañada. A partir de entonces las más precavidas sembraron calabaza ·y frijoles, haciendo co- día los que quedaban. En dos noches el poblado quedó sin maridos y sin hermanos. Habían dicho que pronto volvían, antes que se te acabe el costal de maíz, pero no lo cumplieron. Pasaron las semanas y empezó la angustia. El hambre andaba suelta rondando por el lomerío, la muy traidora se metía por las noches entre las casuchas haciendo que los niños pidieran más y jugaran menos, y hasta en la mirada inquieta de los ancianos y en la cara marchita y atormentada de las mujeres se dibujaba. Resecofantasma torcido raíz de mezquite vete muy lejos. Pero el hambre se reía y rumbera bailaba todo el día su danza de muerte. La única esperanza eran los carretones, que vinieran por el alumbre, que les trajeran alimentos. Las manos válidas se fueron a juntar la níedra mientras los ojos en vano oteaban el horizonte. Continuaron juntando los cristalesrelumbrosos y la piedra blanca hasta que encontraron a la vieja hambrienta, acunada y cantando en el fondo vacío del cesto de frijoles; entonces cambiaron las peñas salitrosaspor los mantos de yerbajos y gobernadora. Vehementes, con un machete y la soledad que les aplanaba el vientre, empezaron a rasguñar todo lo que fuera comible. Probaron de cuanto había, los ancianos primero. Las ratas, nudos de cordelesy secazón, los sustentaron por meses,mientras, raquíticamente, se volvían agricultores. Casi un año después llegó uno de los arrastrados por la revolución, venía estragado, enflaquecido y sin nada bueno. Contó que aquello no había sido lo que esperaban, que los habían subido a un tren y por días viajaron, que una. tarde y sin aviso, muchos hombres de a caballo detuvieron la máquina, que todo fue confusión,que los que pudieron saltaron del tren y se metieron corriendo por entre los magueyes y nopales, ésos se salvaron de las balas, pero quién sabe si del desierto. Muchos nos quedamos calladitos dentro de los carrotes, grandes como tres jacales juntos, fue lo mejor, porque los de a caballo nos preguntaron que si oponíamos resistencia, que con qué general nos movíamos, que por quién peleábamos, y la verdad es que no sabíamosnada, queremos tortillas y frijoles y si se puede algún ahorrito pa' la vieja y los muchachos.Nos pusieron con las patas abiertas entre los rieles y ahí nos .tuvie- 32 33 el que gana la cabra es dueño del cabrito. Con las promesas a los caleros se les iluminó mansamente la mirada, -pa' comprarte una tele bonita, para eso quiero ir, terca y dura como piedra bola la mujer miraba el suelo- después en el aire se juntaron, unos a otros se apoyaron y al día siguiente junto con los carretones partieron los primeros, al atardecer los segundos y al tercer drugada llegamos donde estaban las mujeres y comida caliente... Toda la noche se pasó contando mientras las mujeres y viejos del poblacho de cal y alumbre se lo bebían con los ojos, ansiosos de más noticias. Por acuerdo ninguno interrumpió, mejor no preguntar, a lo mejor el muy endino se equivoca y de un manotazo apaga la linternita esperanzada. Pero el ansia se sorbió los mocos y una viejita escupió muy fuerte y mis tres caballos broncos dónde están. Entonces sí se soltó la tolvanera de preguntas tupidas como tormenta de polvo, al tiempo que la tristeza y el llanto les iba empantanando las orejas de zumbidos. Ella no preguntó, pero de referencia se lo dijeron. Ya lo imaginaba, era tan tonto. Como sombra de pajarote se levantó, con el hijo flaco y dormido entre los brazos se sentó a la puerta de su jacal y sobó los talones, resecosy sonoros cuando su mano los tallaba. Los carretones ya nunca volvieron y muy pocos de sus hombres lo hicieron. Llegaban contando muchas cosas que a ella, desde que supo lo de su hombre, le sonaban a lo mismo. Trabajaba desde antes que saliera al sol, le hizo el agujero más hondo a la noria, su hijo, chiquito, desde arriba, con un mecate trenzado por ellos, sacaba arenisca remojada en una cubeta cascarón de tortuga. Una vez, buscando un panal de moscos, encontró una coneja con su camada. En lugar de matarlos los crió. De puro milagro se lcr graron. Después fue más fácil, con la caca de perros y conejos fertilizó la parcelita cultivable, la rodeo de arbustos espinososy resistentespara protegerla del viento arrastradamente caliente. Ahí sembró maíz, calabazay frijol, y con yerba y nopal sancochadoalimentó a los conejos. A vuelta de años tenía suficiente para regalar o cambiar. Ella quería una gallina, pero el único que las poseía no quería cambiar ninguna y hasta las tenía dentro del jacal para mejor cuidarlas. Al fin, después de mucho insistir, el viejito le cambió un pollito y una pollita por cuatro conejos, dos calabazasy un cesto mediano de frijoles limpios. Le habían. costado tan caros que durante meses descuido la parcela con tal de vigilarlos,mandaba a su hijo a los mantos de gobernadora a buscar gusanos blancos y mariposas grises, y hasta que 34 35 ron mucho rato, hasta que llegó uno más importante en un caballote. Desde que lo vimos de al tirito se nos figuró que era el mero jefe, se nos quedó viendo y de repente le aventó su carabina a uno y el zonzo la agarró por el fierro y el hombrón se soltó riendo y nos gritó que éramos unos anacuas y que ya podíamos cerrar las patas. Ya casi de noche nos subieron al tren y por Ia ma- I! no vio los pollos grandes y vigorosos,les dejó de hervir el agua que tomaban. Mientras vivía sumerja en el trabajo constante, el poblado fue quedándose solo. Al principio no le importaba ni ponía atención. Que vino y mañana se va con\su mujer y los chamacos,que la abuela no quiere irse porque a lo mejor se muere en el camino, que junto se van a ir las hermanas que viven solas. Qué nos importan a nosotros los demás, no tenemos a nadie en ningún lado, mientras estemos fuertes hijo, no faltará comida. Pero se dio cuenta que su hijo tenía una lucecita en la mirada y su misma curiosidad valiente cuando de niña miraba los carretoneros, o cuando aplastaba con una piedra grande la cabeza de una víbora. Tenía miedo, mucho miedo y no tenía religión porque nunca se la enseñaron. Su hijo era silente como el padre, pero no era tonto, no, no era nada tonto. Cómo iba a serlo si a fuerza de puro pensar ideó los canalitos para regar la tierra y gracias a él tenían moscos propios que les daban miel todo el año. Por eso tenía miedo, miedo a que también se alborotara y se fuera, era lo único que tenía, pero no voy a detenerlo, si acaso quiere que vuele lejos, aunque me seque trabajando sola, qué tanto habrá detrás de la última loma seca. Una noche que estaban ella y su hijo senta36 dos en el patio jugando a los escondites imaginarios, oyeron fuertes gritos de mujeres, como de llanto, como de risa. Lo primero que pensaron fue que alguno de los viejos había fallecido, sin mucha prisa buscaron con los oídos la dirección. Gran sorpresa, a la luz del sebo de candelilla, dos pantalones y dos camisas tan bellas y coloridas como jamás las hubieran imaginado. Alrededor de estas ropas a todas luces desconocidas,el pueblo entero revoloteaba, eran tan pocos, que juntos todos cabían en un jacal. Rápido reconoció a los visitantes. Uno era su hermano, nunca tuvieron noticias de él y como nada supieron, lo dieron por muerto. Resulta que los dos que llegaron, antes que terminara la pelea, se fueron muy lejos, decían que para el norte, allá trabajaron con una señora muy blanca con los ojos como tu botella verde. Por los cuerpos les fue muy bien, estaban gruesos y cachetones,no como los que regresaron de la lucha. Tanto le gustó la camisa que te la doy para el muchacho y para tí estos lentes, para que sigas viendo lo amarillo, verde. Traían dos bolsasgrandes con mucha ropa, a todos les dieron algo. Esa noche pues no durmieron, tanto contaron que ella sintió mareos y mejor se fue, mató un conejo, con yerbas de perfume antiguo lo sazonó,y hervido con agua y sal lo puso en su mejor plato, uno despostillado y 37 ·~ • opaco. Lo presentó a los recién ·llegadoscomo lo mejor de ella y todo el poblajo de tierra ensalitrada. Los visitantes estuvieron dos semanas. Si supiera cosasdel mundo les hubiera dado el calificativo que en vano buscaba y rebuscaba en su minúscula colección de adjetivos. Parecían evangelistas,pregonaban de cosasbuenas de tierra lejana y echaban pestes y vociferacionesdel punto maldito en que nacieron. Lo que tanto temía la mujer llegó y llegó como una hoguera sorda que llenaba los ojos de su hijo ahora diferente. Muchas veces,aquellos días, lo pescó mirándola con temor quemante, y aunque sabía lo que .pensaba, lo que él quería, sacaba distracción para no encontrarlo. Una tarde -todo en orden, lo p<>rhacer hecho- en lugar de quedarse como tantas veces en lo fresco de su jacal, se inventó que había que ponerle una hilera más a la cerca de piedra, preferible esto a que él me lo diga. Pero el muchacho estaba decidido, esperó una hora viendo a su madre recortada como visión temblorosa, nadando entre las bocanadasde luz ardiente que venían del desierto, fue la hora más terrible de su desazón y angustia. Ella lo sabía,.sentía una piedra inmensa suspendida en la .boca del estómago, no quería mirar a su jacal, no quería pensar ya más. Como mula enterquecida y azonzada, cargaba de más pedruscos resquebrajados en· el cesto hechizo que colgaba del hombro. En un momento en que llegó a la barda, de espaldas siempre a su jacal, sintió los brazos del hijo que la apretaban fuerte y su llanto limpio sobre la nuca, entonces ya no pudo más y se reveló violenta contra el sentimiento que guardaba, sentimiento de perra podrida, engusanada y egoísta. Sus entrañas se abrieron de nuevo para vaciar los puños de bondad que traían dentro, y en medio del sol desquiciante que era el pacto estúpido de su tierra desolada y estragada,le dio su comprensión de mujer pródiga. Una vez más vio cómo los hombres marchaban rumbo a las vías del tren. Ella le dio un saquito lleno de piedras bonitas del desierto, y no le habló, porque la.sangre entera se le cuajó en la boca. 38 39 Asombradoy tímido se subió al tren. Ademásde lo que traía puesto, todo regalo del tío al, que acompañaba, sólo cargaba un lienzo doblado en forma de botija, dentro: maíz hervido, secoy molido, galletas de frijol con miel, trozos gruesos de sal mineral, pedacitosde biznaga para el dolor y el saquito de piedras bonitas. Como desconocía el movimiento ajeno a sus piernas, dos días ,, vivió un infierno de mareos sin final. Le aconsejaron que mirara lejos, lo más lejos que pudiera, pero sus ojos, acostumbrados a mirar bajo -sólo así el viento y el sol no los ardían- tercos volvían al vértigo de nopaleras y pedruscos que pasaban veloces y le torcían las órbitas y le volvían el estómago. Por fin, el desvencijado movimiento de tablas y fierros formó parte de su carne y el estómago se acostumbró a recibir los alimentos en el temblor constante. Una madrugada sintió que el armatoste rechinaba, poquito atrás poquito adelante, de nuevo atrás de nuevo adelante, asustado porque aquello se detenía despertó al tío. Habían llegado. Cuántas casas,cuánta gente, cuántas cosasque en su mente no tenían nombre. De asombro en asombro ni se percató que no era el final. Cruzaron a pie un puente largo de piedra, madera y fierro, entonces sí fue el acabose. Hacía un rato veía cosasque no conocía ni les sabía el nombre, pero cuando menos entendía algo de lo que las gentes decían, ahora ni eso. Los hombres hablaban como imitando el chocar de cuchillos o de platos. Al temblor de llevar el tren adentro se unió un temblor de miedo y la serpiente de sus intestinos revolviéndose inquieta y un nido de moscoszumbándole del estómagoa la cabeza.J unto a otros parecidos a ellos pasaron a un corralón grande lleno de bancas y de hombres igualmente parecidos. Ahí estuvieron hasta que vinieron los de la contrata, la aplicación decía el tío; no digas mentiras, si te preguntan qué sabes hacer les enseñas las manos, te van a encuerar y después te van a mojar con un aire apestoso,cuando lo hagan, aunque te sientas ardido alégrate, porque sólo a los humeados los dejan pasar; te van a revisar por detrás y también el pedacito de carne, la cabeza, los sobacosy la boca, no tengas miedo, es como si compraran caballos, hay que revisarlos porque si no la venta es engañosa; a lo mejor te quitan el morralito, dame lo que quieras que te cuide, como yo estoy enlistado nomásme echan el humo y ya; no abras la boca ni los ojos porque ese aire es veneno, yo te espero a la salida. Los tuvieron veinticuatro horas en un edificio blanco, a él le lloraba de ardores la piel, igual que si se hubiera revolcado en la cal de su pueblo, nomás mójate la cara y las manos, no te rasques porque te salen grietas calenturientas. Les dieron carne con papas y vasos de leche, ni la conocía. No durmió. Además de la picazón, a media noche la compuerta de sus víscerasestalló en chorros pestilentes, tuvo mareos y calenturas. Estoico, como su madre, no se quejó, al tío lo despertaron diciéndole que el chamaco estaba en el excusado con la cabeza en- 40 41 tre las patas. Lo llevó a la enfermería, le dieron un líquido blanco igual que la leche. pero con sabor a polvareda. Como quiera no durmió. A mediodía de nuevo les dieron carne con papas y un bebedizo de hierbas que sí le gustó. En la tarde los formaron y les repartieron trozos de jabón, nunca había visto tantos chorros de agua; mójate bien y enjabónate tres veces.Aún cuando así lo hizo, una semana después la piel le seguía ardiendo. El camión grande que los levó a la finca ..,..a dos días de camino desde la frontera- era usado comúnmente para transportar marranos. La tra.• bazón de madera que formaba la jaula tenía olor de peste constipada, a él le tocó quedar enmedio del amasijo humano, elástico fue hasta un extremo, junto a una rendija por ahí vio la maravilla de un verdor constante. Sus ojos obscurosaprendieron cosasmientras las manos, ansiosas,esperaban el momento para hundirse, sedientas, en la tierra jugosa. Llegando al rancho estuvo dos mesescosechandopapas, le pagaban por canasto; después un mes en la empacadora. De entre cientos de papas separaba las prietas de las blancas; le pagaban por día. Cuando terminó el trabajo, otro camión los llevó nunca supo a dónde. Ahí subía ligero en una escaleray en cada rama de los arbolitos de durazno, dejaba tres o cinco, depende, los demás los cortaba; le pagaban por árbol. De nuevo acabose el trabajo y en un camión, ahora sentados,los llevaron a una tierra fresca y perfumada llena hasta el infinito de nogales.Los hombres fuertes con una vara larga los apaleaban, él recogía las nueces en cestos,por la tarde y hasta la noche las limpiaba, le pagaban doble; por cesto recogido y por caja limpia. Su tío le regaló un cinturón panza de víbora, lo traía pegado a su piel, dentro guardaba el dinero. Aprendió a contar y supo que diez papeles con un mono equivalían a uno con otro mono y q~e diez de los del mono pelón a uno del mono con lentes. Él prefería los últimos, no hacían tanto bulto y en el cinto cabían más. En la finca nogalera pasaron todo el invierno. Por días y días barrieron hojas, las metían en un molino y después extendían el desmenuzaderoen un campo amplio, cercado en forma de pileta; capa de hojas y capa de tierra, capa de hojas y capa.de tierra, así interminablemente, para desesperación de todos menos para él, porque le.gustaba trabajar. Cuando estaban en pleno frío algo pasó, no entendía absolutamente nada, pero decían que el dinero no vale o que sí vale. Ajeno a la desbandada general seguía madrugando y con el rastrillo en las manos recorría el campo de nogales. El tío le dijo un día que iba a la ciudad, vente conmigo, él tomó la 42 43 ñó, entonces se dio cuenta que el miar no era tirarla sino tomarla. Al final del mingitorio su tió tocó dos veces, una madera corrió y salieron dos vasitos llenos de líquido amarillento, era aguardiente; ten para que vayasaprendiendo, los meros de arriba no quieren que la gente tome, pusieron ley seca, pero si para todo hay modo, conti'más pa' la tomada. Le hubiera gustado no hacerlo, no por nada, nomás porque aquello raspaba, pero el tío insistía y no en balde era su tío. Cuatro veces recorrió en conciencia el camino al excusado,después no me acuerdo nada, señor. Los hombres que hablaban como chocar de cuchillos le hacían preguntas, a ratitos entendía, pero de verdad no me acuerdo nada, señor. Eran gentes del orden, uno que hacía el aseo se lo dijo, también le dijo que habían encerrado a todos los que pescaron, porque muchos corrieron. Quiso saber del tío pero nadie le entendió. Cuando le preguntaron qué traía en el cinto, él les enseñó las manos; y los hombres leyeron en su mirada la honradez y trataron de explicarle que nada malo le pasaría. Lo mandaron a una escuela-taller para corregir descarriados. El trabajo de nuevo se impuso y en un año aprendió el oficio de la madera rústica y la forma de hablar un poco con la lengua arrugada. No perdía la esperanza de ver llegar al tío. Un día le dijeron que ya era útil y le empezaron a buscar trabajo. Lo contrataron por carta, un hombre que vivía muy lejos y que envió el dinero para el pasaje. Dejó un recado para el hermano de su madre. Jamás nadie lo reclamó. Era un aserradero, minúsculo, comparado al enorme boscaje que lo rodeaba. Nada más llegó y sin que nadie se lo pidiera, en lugar de esperar sentado como tantos otros, recogió las virutas y cortezasdesperdigadasen el claro que había frente al taller, después acomodó unos toneles que estaban al fondo, mientras lo hacía, parece que eres bueno, muchacho; nos vamos a entender. Comprendió poco, pero por el tono y la sonrisa supo que era bienvenido. Al mes había desplazadoen la confianza del patrón a tres paisanos. Al año era el mayordomo de los que hablaban su lengua. El patrón lo llevó al banco, le explicó -lo mejor que pudo que ahí le pagaban por tener su dinero, él entendió y frente a los ojos del descreído 44 45 petición por orden. Caminaron hasta llegar a una carretera amplia, siguieron caminando por la orilla, un desconocido compatriota viose en ellos y los subió a su tartana y no paró de hablar hasta que los dejó. El tío lo llevó a una casa llena de mujeres y hombres que fumaban y bailaban. Después de un rato, voy a hechar una miada, ahí espérame. El tío siguió miando cada media hora hasta que yo también tengo ganas y lo acompa- gerente desgarró su cinto retacado de cuatro años de trabajo, bonita cantidad muchacho. El nombre de su madre se estampó como beneficiaria, viviente en un pueblo de cal, alumbre y silencio, más allá del río gordo, en una arruga del desierto yunque de sol, donde hablaban su lengua y ella lo esperaba. Pasaron tres otoños más mientras su cuenta bancaria. seguía creciendo. Un mediodía soleado, los hombres blancos quejábanse del calor, el dueño rubio del aserradero comía elote desgranado, pasta de papas y carne frita; patrón, patrón, se rodaron los troncos en el depósito. Alarma y grito y sonar de triángulo metálico. No pudieron hacer nada. El mayordomo de más allá del río gordo, el que era trabajo, confianza y tranquilidad, .chorreaba despanzurrado su limpia sangre entre los troncos que olían a bueno y a poderoso. Doce veces multiplicó el patrón la cantidad que el chico muerto tenía en el banco. Su nombre y el de su madre fueron inscritos en las tupidas listas que colgaban en las oficinas de las fronteras, al sur. Muchos años ahí estuvieron. Era un hecho que los tales listados nadie los leía. Mediado el siglo el banco cercano al aserradero fue absorbido por una poderosa cadena bancaria. Los auditores que llegaron encontraron el ·depósito de hacía veinte años triplicado. La beneficiaria no había hecho el reclamo, los intereses pagados a la cantidad original a su vez ganaban intereses. Así año tras año. Si la suma fue en un principio respetable, ahora era un considerable capital. Consultaron al viejo maderero, les contó de las pesquisas hechas los primeros años, todas sin resultados, autorizó a pagar con los intereses acumulados una investigación formal para dar con la única dueña del capital. La cadena bancaria contrató los servicios de una oficina de investigación especializadaen localización de bienes y personas. El investigador que llegó al aserradero encontró muy pocos datos, básicamente se concretaban a las líneas escritas hacía veinticuatro años en el contrato de beneficio; fulana de tal de un pueblo calero más allá del río gordo. No había otro camino que estar lo más próximo posible al desierto mencionado, ya desde ahí, en alguna forma, concretizar la pesquisa. Fue contratado por el extranjero para recorrer los pueblos del desierto, no importa el tiempo que te lleves, para buscar a una mujer que quizás ya estaba muerta. Para mí es lo de menos que viva o no, lo que necesito es un testimonio, me pagan lo mismo, cómo quisiera encontrarla, ya ·estoyde polvo hasta el hígado, sólo me falta cagar espumarajos y serpientes. 46 47 No debía ser, pero era. El erial baldío de su espera se le estaba volviendo hediondez, cochambre de amargura pegado en lo más profundo. Al principio no fue así, no sabía ni cómo ni en qué momento su hijo volvería, pero en las mañanas sosegadas, cuando en el silencio de la resolana sofocante sólo traía en el laberinto de su oreja el zumbido de su propia vida, sentía en el fondo del alma brisa de noche de luna y el calorcillo extraño del que espera con esperanza. Fue después, quizá después que enterró al último, entonces las madrugadas empezaron a saberle a hiel y las noches a desolación. El trabajo nunca le faltó, como una maldición tenía que descoyuntarse el lomo rompiendo el campo yermo de su labranza. Tuvo más tierras, todas las abandonadas, iguales de pobres y chamuscadascomo la de ella. Cuando vino su hermano le dijo que quemara los yerbajos y lo más que pudiera de maleza sobre los surcos, porque la ceniza era buena para el cultivo. Varias veces lo hizo hasta que se dio cuenta que servía más para las calabazas, desde entonces sólo en ellas lo usaba. También tuvo más agua, pudo elegir el pozo más dulce. Aparte de saborearlo tanteaba la delgadez del líquido usándolo para hervir frijoles, entre más pronto estuvieran suaves, más buena y mejor era el agua. En la medida en que los vecinos se iban, o se morían, fue convirtiéndose en guardiana de sus bienes. Se hizo de más platos, más cazuelas y más trapos. De los diferentes jacales abandonados fue tomando lo que estuviera mejor, trozos de fierro, troncos, pedazos de lámina, una que otra tabla. Día con día durante años estuvo cargando, arrastrando, girando empeños e ilusiones. A su jacal le agregó un amplio techo tejido de albarda y fibra de maguey, ahí puso la conejera; al lado sur, la parte más fresca, construyó el gallinero, lo techó. De los dos pollitos originales ahora tenía diez gallinas ponedoras y dos gallos, cada tres semanas mataba un pollo y a excepción del tiempo que las aves se llenaron de gorupos, siempre tuvo huevos para comer. Recién se fue su hijo su faena aumentó, terminaba el día agotada, extenuada de sol y viento, la noche fue su refugio; tan afanada estaba que nada más cerraba la obscuridad se dormía, sin pensar en su espera, sin maltratarse el corazón con suposiciones. Sólo habían quedado los viejos, los de rostro de arenisca y cabellos polvosos de cal. Seguros todos que ahí morirían y que nada ni nadie los sacaría del candente perol de cinabrio en que vivían, empezaron, formando una sombría hermandad, a cavar sus propias tumbas. Consunción de sol de tarde y sombras largas de vejetes cha- 48 49 maban el entresuelo de la minúscula parcela en la loma de la muerte. Entre raíces retorcidas y matorrales cenicientos destapaban palmo a palmo el resumidero de sus esperanzas.Pinche tierra pinche que nunca les dio dulzura alguna. Potra salvaje y endemoniada que la caricia pagábala con escupitajos de cardos y espinas lacerantes. Maldita de maldición entera, rotunda, como los mediodías de fuego tatemante que los envolvía día con día. Ninguno conoció jamás el regalo de una fruta fresca, ni la opulencia de tener agua para sumergirse y envolverse entre sus pálidas ondas. Ninguno pensó jamás que esas cosas existieran. Durante dos lustros los agujeros en la tierra amarilla no se usaron, quedáronse así, abiertos al calor. Después las muertes se sucedieron y en un año enterraron a tres; de ahí en adelante, en la oquedad obscura de los jacales del poblucho, los ojos tristes de mirar inconmovible aguardaban la tétrica visita de tiempo atrás esperada. Sólo ella se reveló al designio y destino visible en los gestosde sus vecinos. Cavó su tumba porque todos lo hicieron, pero mientras sacaba pedruscos juró por ella misma y por sus años de soledad que jamás la usaría. Porque tendría fuerza para esperar a su hijo, aunque tuviera que hacer barbaridades, no le importaba con tal de llegar a verlo. De niña le dijeron que los indios viejos alargaban su vida comiéndose,aún caliente, el vientre fecundo de animales hembra, pues hasta eso haré, cuando adivine el pajarote cerca me como el vientre de mis conejas, aunque sienta que me abren en canal, aunque sienta sus animalitos moviéndose en mi boca y llore por dentro, he. de vivir para verlo venir; de por allá por donde pasa el tren, vendrá cargado de chamacosy me llevará con él; porque no quiero morirme sola... La energía estuvo en ella hasta muchísimo después, cuando sólo quedaron dos y el otro la espiaba para ver cuál ya no se levantaba. Afianzada en su convicción y espera, estaba segura que tendría que arrastrar hasta el cerrito al vecino aquel de toda su vida. Así fue. Un anochecer extrañó la lucecita temblorosa que denunciaba la presencia del otro, se percató entonces que toda la tarde había oído alboroto de gallinas hambrientas, de pronto le faltó el aire, sintió el cascabeleode la muerte fría y las piernas clavadas en el centro de su congoja. Lo encontró tieso, con un hilo de sanguasa saliéndole por la boca y una lagartija grande chupándole los ojos. 50 51 muscados, Terminadas las labores del sustento, dos y tres se acompañaban, resueltos en su faena abrían las mil capas calcáreas y duras que for- Hizo una cama india y en la mañana lo arrastró hasta la loma del olvido. Regresó pedregosa, con· los dientes de arena y sus ilusiones casi incineradas. El paso del tiempo se le hizo obsesión, lo medía por el desplume de las gallinas y la floración de las nopaleras. Cada noche se sentaba en el patio con un amasijo de trapos entre los brazos, lo apretaba fuerte y hablaba en voz alta. El sueño era un visitante cada vez más incumplido, aun cuando trabajara mucho, pasaba las noches viendo las estrellas o imaginando a los hijos de su hijo. Desde que venía muy lejos lo vio, un puntito apenas en la monotonía desértica. Estaba sacando agua, las sombras largas comenzaban a lamer el suelo y el aire de horno de la palangana incandescente comenzaba también su diario deambular. Se le abrió el pecho de emoción y sintió el canal de entre sus senos reventársele de palpitaciones. Con temblor de músculo conmovido corrió para recibirlo, sin el trapo en la cabeza, con risa de loca y sorda de agitación. Iba llorando, hirviéndole los ojos, pisando entre pedruscos y sin sentir las mil espinas arañantes; viene mi chamaco, viene mi chamaco; hormiguero asustado eran sus pelos y toda su piel y la insufrible cerrazón de garganta y la pierna abriendo brecha entre el matorral y las caderas sanjando las puntas largas, luminosas, del maguey. Ojos suyos acostumbrados al mirar distante, desde antes que el visitante atrofiado de sol pudiese tan siquiera ver algo distinto en el horizonte de sombras arrastrantes, ella lo precisó en sus recuerdos y un calambre con sabor a fierro la estampó, hierática, contra la lejanía cobalto de por donde empieza la noche. Regresó lo andado lenta, muy lentamente, sacó brasas del hogar y encendió frente a su patio una pira grande de ramazones de candelilla, para que el forastero tuviera guía, para que su ciclo de sed por fin descansara. No me llamo así, ni la conozco; por aquí no queda nadie, años hace que vivo sola con mis conejos y las gallinas; si hubiera alguien se lo diría, pero por aquí no queda nadie ... Asombro y lástima ·enla cara del visitante. Llegó insolado, con las comisuras de los labios blancas, la frente enrojecida y las manos resquebrajadas como tierra de sequía. Conocedora del suplicio de la sed y del martirio de los que por andar bajo aquel sol se lo tragaron entero, de rato en rato le dio bucaritos de agua con sabor a sal, para así apagarle, poco a poco, el fuego de sus adentros. Remojó trozos limpios de trapos viejos y se los colocó en los antebrazos, en la frente y 52 53 en la planta de los pies. No lo dejó hablar m moverse. Le siguió dando agua hasta que el hombre le dijo que ya no podía beber más si antes no tiraba la que traía dentro, lo dejó que fuera diciéndole que ya podía moverse y hablar, porque la hoguera de antes ya era ceniza. Por primera vez en tantísimos años preparó cena caliente, estando sola la comida se le emponzoñaba en la cazuela, se le volvía vinagre y burbujas entre el calor atosigante. El hombre le habló de un trabajador muerto a los veinticuatro años, de una fortuna dejada a la madre, hacía de eso más de veinte años, por eso tenía que encontrarla; si en un tiempo vivió ya no existe, ha de estar muerta y reseca, con los huesos de salitre; por aquí no queda nadie, desde hace mucho todos murieron, por aquí no queda nadie. Después de la cena el hombre se durmió, ella se quedó viéndolo vacía de sus entrañas. Liberó a los conejos, distribuyó las gallinas entre los perfiles cenicientos, derruidos, del abandonado pueblo calero. Hizo un bártulo con maíz cocido y quebrado, galletas de frijol con miel, un barrilito de madera con agua y un puño de sal de la tierra. Cuando el sol temprano iluminaba quedo el hombre se fue, ella le dio el envoltorio con alimentos, unos vetustos lentes de vidrio r obscuro y envuelta cuidadosamente en una tela inmaculada, una antigua botella verde. Con el dolor de los años anudándole cada coyuntura, fue resbalándose hasta quedar sentada. Tantos años de estar ahí, respirando fuego, chupando el agua empinada al suelo, cuidando su tierra yerma... 54 55 Junto a las vías del tren, una esmeralda botella verde fue rota en mil pedazos, y en el piñón maldito de albayalde y cal, escondido en una arruga del desierto, una mujer se dejó morir, de frente al espejo reverberante de los arenales de sol, de frente al calor que le acartonó la piel y le cristalizólos ojos,seca por dentro y por fuera. LA CASA CANARIA Cuando sopla el viento alto rugiendo por todas partes, cuando se mueven las farolas bailoteando por los aires encontrados, la loca se pone peor que nunca, entonces sí es brava. Recorre las calles golpeteando las puertas y gritando desesperada sabe qué tantas cosas,pero sólo cuando sopla el viento. El resto del tiempo anda con el bote colgando del cuello, sin mirar a nadie, como contándose historias... A Sebastián lo trajeron al pueblo cuando tenía dos años, su origen era desconocido y como la mujer con la que vino vivía enfurruñada, nadie le preguntó jamás nada. Se desataron conjeturas y habladurías, pero después de un tiempo a ninguno le preocupó el origen y sólo lo llamaban el entenado de Zoila. Lo cierto era que Sebastián,huérfano de madre, fue encomendado a la mujer por el abuelo 59 cómo nadan pollos, gatos y pajaritos. Ya más grandecito y sin autoridad clara a quién obedecer, Sebastián, brincando las bardas de atrás, se iba a la plaza primero, a los barrancos de junto al río después y ya para cuando tenía doce años, era asiduo concurrente de billares y cantinas. Iba de mirón a ganarse unas monedas haciendo mandados, porque Sebastián era bueno, mandable, muchacho alegre por fuera y niño triste por dentro, necesitado de afecto. De natural inteligencia, aprendió -pegado a la hielera grande rebosada de cervezaso junto a la mesa verde donde acomodaba las bolas brillantes- a tratar a la gente y más que todo, a no ser como otros. Aunque no tenía para qué, cada noche, entre ocho y diez, iba a la casa de Zoila, nada más para ser sentido, con la profunda y cursi esperanza de ser llamado, o mejor aún, necesitado algún día. El muchacho envidiaba la casa de Don Joel, la espiaba, miraba atormentado las idas y venidas de los hijos y los padres. A mediodía pasaba y repasaba por la ventana que daba al comedor y cocina de la casa del boticario; Don Joel, de frente a la ventana, nunca lo notó, tan feliz era cuando comía con los hijos mientras su mujer, silente servidora, levantábase pronta hasta el fogón. No había comparación con la casa de Zoila, ni los gorriones ni tantas matas servían para nada, ahí no había calor, la solterona no le prestaba atención y mejor no recibir la que le daba su nana. Era inútil cuanto hiciera, la mujer que lo recogió vivía tranquila ordenando que le dieran de comer y regalándole, una vez al año, dos pantalones, dos camisasy dos huaraches. Con tan poca tierra fértil en la casa que lo recogió, a Sebastián le reventaban las semillas de cariño en el alma. Sentía la noche tan sola en los cuartos de atrás, que como no queriendo fue prolongando su desvelo y aumentando su callejear. Un día se quedó dormido en el billar y no la pasó tan mal, total, ahí sí estaba solo y no esperaba nada de nadie. Desde entonces no volvió a dormir a casa de Zoila, pero muy adentro seguía buscando, imaginando. Ansioso, pero evasivo como perro mal 60 61 del pequeño, pretendiente en sus años mozos de Zoila la solterona. Ella lo aceptó más por el recuerdo del antiguo amor que por la piedad que el huérfano le despertaba. Tan pronto lo tuvo en casa ya no supo qué hacer con él, así que lo confió a su sirvienta, quien cumplió en la práctica los oficios de madrastra. Y vaya que si lo cumplió. Violenta, antojadiza y enferma de malas calenturas, nunca tuvo el menor dejo de conducta maternal. El niño pasó su primera infancia en los cuartos de atrás, junto a las higueras, jugando con perros y trozos de tablas y viendo tratado, quería una casa donde su nombre resonara bonito, donde sus manos y sus pies y la salud de su sangre fueran usados por gente cariñosa. Lo encontró. La pobre demente a veces se viste de flores, las enreda entre sus greñas, se las pone en el escote sucio y roto. Con ellas regocijada baila una danza triste y descompasada, canción de cuna olvidada en la última estancia de sus recuerdos ... En las afueras del pueblo, al lado opuesto del cementerio, vivían y ventilaban sonrisas y piernas, las mujeres alegres del uso cotidiano. Un día, un pariente del billar mandó a Sebastián a buscar su fuete negro, olvidado la noche anterior en el negocio de Lupe Pechos. Casas desvencijadas formando calleja tortuosa. No más de quince eran los negocios, de madera reseca, rosas unos, verdes otros, todos con suelo de tierra. El más lujoso tenía gramófono de cuerda y en las paredes cuadros de mujeres encueradas, lechosas y con apariencia de cuinas. Sebas llegó preguntando por la Señora Guadalupe Pechos a una mujer que comía fideos y que estaba sentada frente a un platón de carne frita y una botella grande de refresco rojo. Ancha como ropero de dos lunas era la mujer, de ojos derramados sobre 62 los cachetes y una pequeñísima boca sin proporción. Ella Jo vio bien. en la penumbra del jacalón, jamás nadie había dicho Señora Guadalupe con tanto respeto, le vio los pies en sus huaraches viejos, la camisa desteñida en la que alguna vez cacarearon gallos amarillos, los ojos grandes y el corazón bueno del muchacho. Le preguntó el nombre, dónde vivía y qué hacía y ya no comió porque el refresco se lo dio y la carne sola, sin tortilla, para que te nutra. Se levantó por una bolsa de caramelosy entonces él le vio los inmensos senos como melones de Castilla. Sebastián, reprimido, de la bolsa ofrecida tomó un dulce, ella le llenó las manos, ten el fuete y ven pronto. Así lo hizo, a la hora estaba de regreso y Guadalupe le enseñó el burdel, con naturalidad, como si mostrara las habitaciones de una casa de huéspedes a un amigo de muchos años. Sebastián memorizó todo, el lugar del papel y las pastillas de jabón, el número de licores siempre en exhibición pero nunca más de los que están, las cajas con candado donde guardaba el resto de las bebidas, los paquetes de cigarros y el escondrijo del dinero para comprar a la autoridad y pagar la música, caso de que no haya quién lo haga. Sin pensar ni calcular, en una tarde Sebastián se volvió socio trabajador del negocio de Lupe Pechos. No preguntó cuánto ganaría ni cuáles 63 serían sus obligaciones, simplemente usó la escoba, fue hasta la plaza para ver si había llegado el hielo, lo trajo, acomodó la bebida, prendió las lámparas de gas y con cara de circunstancia y responsabilidad, de pie detrás de la barra, adivinábale el pensamiento a la matrona, feliz de sentirse importante porque de cuando en vez, Guadalupe lo llamaba y muy en intimidad, desatendiéndose del baileque de las mujeres, le comentaba cosas como pidiéndole opinión y hasta le dio el reloj de colguije para que marcara el tiempo que se usaban los cuartos. Pobre Sebastián. Memorizaba todo porque si leía un poco no escribía nada. Guadalupe arregló el asunto al día siguiente poniéndolo a escribir planas del abecedario. Después de algunas semanas le hacía dictado de revistas olvidadas, etiquetas de botellas y hasta de la novena del santo de las vidas amargas. También aprendió las cuatro operaciones y las tablas de multiplicar hasta el veinte. cara, tírase pedrazcos de sonidos ininteligibles que brotan de su garganta desecha de tanto grito y tanto llanto ... Después de dos años, cuando Sebastián tenía quince, había acumulado ya muchas horas de desvelo contando el número de copas de cada cliente -zarrapastrosos pastores y endomingados campe- La loca deambula por entre las casas, las vecinas · le dan de comer. Trozos de pan, una papa cocida, naranjas, higos; todo acepta, de todo come siempre y cuando esté frío. Brama adolorida cuando algo caliente toca sus labios, desesperada y llorosa se retuerce con las manos en la sinos desde el sábado en la tarde-, el contacto con el aire de creolina y las madrugadas amargas de mujeres despaturradas le encurtió los sentimientos, conservándolosajenos a todo salvo a los ojos de Guadalupe, a la que sí quería. Siempre la llamó Señora, jamás la tocó. Ella sabía -al fin madama vieja en faroles, navajazos y colchones perfumados con olor a carne- que por mucho que enredara el cordón alrededor del chico nunca lograría amarrarlo al negocio de su vida, Sebastián traía por dentro la estampa de una familia con niños y mujer de fogón, aguja y cabellos limpios y trenzados. Cómo se le había metido tan adentro, no lo supo ni lo sabría nunca. Lo que sí sabía, cuando despertaba amensada por la luz rosa que llenaba su cuartito, luz de ventana velada por colcha de puta, era que el muchachole había dado sabor a su pan. Tan pronto abría los ojos, lo primero que hacía era recordar 64 65 a 'Sebastián, antes que a nadie; eso la alegraba, luego, chancleteando y moviendo su gelatinoso amasijo de nalgas y chiches, salía presurosa a preparar el almuerzo, porque a Sebas sólo yo, ninguna de las otras, ninguna muela podrida con el gusto por otra boca va a cocinar para él. Los dos vivían bien, Sebastián sin sueldo pero apren- diendo y sintiéndose en casa propia, la Pechos más tranquila y pasando su infancia de vieja con el presente fertilizado. Un sábado de aquellos, día de mucho trabajo, por la tarde -la Pechos lo recordaría siempre, aun después de la desgracia, impedida y gotosa viviendo en un pueblo lejano-, tarde de calosfríos,el sol caliente y la sombra helada. El burdel estaba abarrotado de clientela, porque a instancias de Sebas, que así lo había visto en la cantina del pueblo, ahora ,se servían sazonadosbocados, que en realidad costaban poco pero que hacían que la venta de bebida se doblara, Guadalupe feliz de mesa en mesa, alegrando a los hombres con chistes picantes, en uno de tantos grupos alguien le pidió permiso de rifar una vaquilla; aquí mismo, no· más que se vendan los boletos, el número que usted elija se lo regalo, con tal que me dé el permiso. Sebastián escogió el número, el 26 me gusta, si tu papel sale premiado te quedas con la becerra y yo te doy su valor en efectivo, a. lo 66 1 mejor me resultas ganadero. A la mañana siguiente, Ramiro, el carnicero, fue mandado llamar del negocio de la Pechos; échale números a la becerra prieta que está en el patio, aquí mi Sebas se la sacó, es todita de él. Después que Ramiro dio su parecer en pesosy centavos,Guadalupe se fue decidida hasta su cuarto y al volver le dio a Sebastián, contantes y sonantes, nueve moneditas de oro, el resto te lo debo. Ahora yo te compro la becerra, le dijo Ramiro, pero no la vendo, la vaca es mía y se va a llamar Gloria. Guadalupe sintió en ese momento que Sebastián se le iba lejos, que su suerte estaba echada, para comprobar consultó las barajas mientras veía al muchacho acariciar a la vaca en medio del patio. Caballo de bastos, negocio. As de oros, dinero en abundancia. Reina de copas, mujer propia. Seis de copas, muchos hijos. Y dos cartas más que no quiso leer porque con sus filos le rebanaron el alma. La loca no soporta un techo sobre su cabeza, pasa la noche en descampado. Cuando arrecia el frío se mete entre los borregos, los pastores la dejan estar, al fin no daña a nadie. Nunca se acerca al fuego, a lo lejos se mueve como sombra doliente, después, ya muy noche, su canto 67 quebrado alborota a los perros, le canta a la luna y a las estrellas con voz insana, de lunática ... Con una de las monedas que le dio la Pechos, Sebastián compró pastura, de la mejor. La Gloria creció, diario la vigilaba, le llevaba agua y mucha comida. Un día amaneció con la cabeza venteando el aire, tallándose las ubres y montándose sobre los costales de alimento. Anda buscando macho, le dijo Guadalupe. Sebastián fue a la cantina y preguntó quién tenía el mejor toro, llevó a la Gloria y pagó otra monedita para que el animal grande, encerrado en el corral, se montara en su vaquilla. La Gloria tuvo una becerra y dio mucha leche, toda la vendía, con su producto rentó un terreno para hacerles un corral. Sebastián aún vivía con la Pechos, en apariencia como al principio, pero ambos sabían que su sociedad no iba a ser para siempre. La becerra de la Gloria creció y ambas fueron fecundadas, ambas tuvieron vaquillas. A los cinco años de que se ganó la vaca, Sebastián tenía dos vacas lecheras, dos cargadas y las cuatro a punto de ahijar. Al sexto año a dos becerros los castró, al otro lo vendió y rentó una parcela para sembrar. Tenía cinco vacas y una buena tierra. Como había que cuidar su siembra, poco a poco dejó de ir con la Pechos. Un día Guadalupe se percató que hada dos meses que 68 Sebastián no iba a dormir, se resignó, doliéndole muy adentro la suerte del muchacho. Su primera siembra fue de sorgo. Bonitas hasta lo indecible le parecían las plantitas cuando comenzaron a verdear la negrura pizarra de la parcela. Cuando el zacatón verde le llegó arriba de la rodilla, Sebastián, de pie enmedio de su campo malaquita perfumado, hinchado de satisfacción dejaba que el hormigueo de su piel le llegara a los huesos mismos. Luego, con curiosidad montuna, vio cómo se doblaron los esmeraldinos tallos por el peso de las panojas, opulentas de granos, gordas de agradecimiento. Llegada la cosecha escogió la mejor espiga, la más hermosa, grande como su torso y dorada como muslo de mujer apetitosa. La llevó con la Pechos, sin hablarle, sin decirle nada, se la dio en el centro del destartalado salón de baile. A Guadalupe los pezones se le juntaron en la garganta, lo abrazó llorosa chinita de la emoción. En tiempos de calores la infeliz trastornada se pasa el día en los charcos del río, mojada y remojada. Cuando ve niños jugando algo recuerda que le duele, llora silencito, calladita. Estampada donde la pescó el recuerdo puede estar por ho- 69 nado, compraba con la sonrisa limpia y lo recto de su mirar. Trabajador y afortunado en los negocios, hizo grupo y fama. Dos años más vivió todavía en el campo de labranza, después se mudó a la única casa de huéspedes. Alquiló el mejor cuarto; con baño, tres comidas, lavado y planchado. Osado en las inversiones, cabalgando veloz el dinero, compraba, vendía y se comprometía. El éxito le cantó a la oreja fuerte y melodioso desde que empezó a prestar. Todos eran sujetos de crédito, siempre y cuando tuviesen garantía, a veces aun sin eso. El dinero regresaba si no en monedas en especie. Los arrieros jugadores le dejaban mulas, telas y peines de concha y marfil. Tuvo cabras y becerras y partidas hediondas de cuero curtido. Rentó dos cuartos ampliosa una calle de la plaza, los utilizaba como oficina. Sebas, el entenado, fue llamado Don Sebastián. Veintiocho años en su mano franca, simpatía y respeto en las gentes del pueblo, muchachas bonitas que lo miraban abiertas. Sebastián seguía solo y célibe. Más que ninguna otra actividad, Sebastián sentía especial atracción por la ganadería. Le gustaba ver a los animales pastando a media tarde, oir sus mugidos por la noche. Elegía las cruzas, al principio adivinando, por pura intuición, los fracasos que tuvo a lo más que llegaron fue al matadero. Entendió que lo que necesitaba era un fino toro semental, los de la región servían, pero no eran lo mejor. Empezó a guardar dinero con la mira puesta en llegar a poseer el macho más espléndido de leguas a la redonda. Meseslec costó juntar lo suficiente, al final prácticamente sólo tenía cinco vacas escogidas-la Gloria entre ellas- y la suma gruesa que costaba el semental. Dejando las cosas como estaban y sin avisar a nadie, .una mañana salió rumbo a las tierras del norte, cabalgó de pueblo en pueblo sin hablar de sus intenciones, sabía dónde enterarse de .lo que quería sin hacer preguntas. Llegaba a la cantina, fingía· pobreza, pedía de lo más barato, a las dos horas de estar, el cantinero ya le había 70 71 ras, volteada para adentro como :víscera, como estómago que cocina cosas inescrutables, después regurgita energía y con un palo suena puertas y rejas, desorbitados los ojos, moviendo desesperada sus brazos pellejos flacos ... Sebastián cambió, el bozo púber se transformó en vigoroso bigote. La extraña figura de cuando llegó a casa de Guadalupe -huesudas manos huesudos pies, largo de brazos y nariz, parecía zancudo- se volvió recia y viril. Bien proporcio- Sus momentos más tranquilos los vive durante la época de lluvias. El pueblo se dio cuenta que esos días, chiclosas y grises las calles de lodo y agua, mientras la impertinencia de la lluvia empapa bobos entristecía el cielo, la loca se volvía si no cuerda sí accesible. Amanecía con mirada de paloma triste sentada en el quicio de alguna puerta, tres y cuatro de las piadosas la limpiaban, le cortaban los cabellos y las uñas, le revisaban la piel curtida y endurecida, la vestían con telas gruesas y resistentes. Siempre lejos del fuego, nunca con agua caliente; siempre sin que viera niños, nunca en lugar cerrado... El viejo Zacaríasfue dueño del tendajón "Santo Santiago" desde antes de nacer. Su madre y una tía lo instalaron cuando una se quedó viuda y embarazada y la otra arrimada y sin oficio productivo. Con la única esperanza de tener el diario sustento y velar por los días del hijo-sobrino que venía, las dos mujeres empeñaron medallas y cadenas, sortijas y zarcillos. En el cuarto grande que daba a la calle pararon dos toneles con tablones encima, a modo de mostrador, de cordeles colgaron chorizos y longanizas sazonadasy hechos por la embarazada, muy buena en la cocina. También pusieron platotes cubiertos de servilletas pulcras que dejaban escapar perfumado aroma de panadería. Ambas se levantaban oscura la mañana; la tía abría la tienda, la madre, venteando el fogón, preparaba jarros de atole acanelado y tinajas de tamales de dulce y manteca. Antes de media mañana las vasijas enseñaban la boca del fondo vacía, para entonces la madre ya tenía en el perol hirviente los trozos de carne que a mediodía, crujientes y calientes, desaparecían rápido de encima del mostrador. El tendajón consolidó su posición mientras Zacarías corría y crecía entre bultos de maíz y frijol. La madre y la tía envejecieron y murieron, Zacarías casósecon mujer enfermiza que le dio una hija enfermiza también. Para entonces la tienda ya 72 73 contado su vida y la del lugar, al anochecer deci- día si valía la pena quedarse. Fue así como se enteró de la feria de Santo Santiago, donde se juega y apuesta. Por experiencia sabía que el agricultor raras veces es apostador, no así el ganadero, que por su naturaleza asoleada y errabunda hallaba gran placer en acariciar las barajas y sonar los dados. Corrigió el rumbo hacia Santo Santiago, seguro que ahí encontraría su semental. Nunca imaginó que también encontraría la Reina de Copas que las cartas de la Pechos le habían profetizado. era punto de referencia, daba para los gastos, pero por alguna deficiencia del dueño =falta de visión o valentía- nunca fue veta de fortuna. La esposa enfermiza murió y.la hija de Zacarías a los quince, tenía achaques de setentona, no obstante, eso no le impidió enamorarse cuando tenía veintiocho. El hombre aquel la dejó babeando el día que la besó y llorando su desventura cuando a los tres meses, el sujeto ya no volvió y como recuerdo le regaló mareos, desmayos y una rotunda panza que llenó su falda. Zacarías, juiciosamente, tomó el embarazo .de su hija con naturalidad. Nació niña, la llamaron Natalia. Silenciosa desde que nació, heredó el carácter de las fundadoras de la tienda. Al tiempo que la nieta crecía, la hija de Zacarías intensificó sus dolencias; toses, dolores, vahidos, inapetencias, reúmas, palpitaciones y demás. Un buen día ya no se quejó y a la semana murió. Natalia, que nunca se sintió hija y sí esclava de medianoche -hazme un té de verdolaga, Dios mío me estoy muriendo, calienta los trapos que el dolor no me deja, dichosa tú que no estás enferma, no me tuerzas la boca porque se te seca la mano, dame una friega de alcohol, de vinagre, de agua de romero y clavo, traeme el orinal, ponme un emplasto demostaza- la verdad, la verdad, como que descansó. A. Zacarías le dolió la muerte, pero viejo bigotes 74 l \'~ ;··~··1· :i~ \ blancos, taciturno la fue pasando detrás del mostrador. La nieta se hizo cargo de la tienda. Natalia tenía los ojos sombreados y las caderas redondas y generosas..El pelo muy negro lo anudaba encima y no sonreía. Sin sentimientos aparentes vivía, o sobrevivía, la decadencia de su casa. El viejo abuelo desde la muerte de su hija inició el paseo que la sangre de los suyos en algún momento recorría. Las tan nombradas fundadoras lo hicieron casi al mismo tiempo, murieron sin saber que lo hacían, atarantadas en una vaciedad desorbitada. Dicen que la tía, ya vieja, se volvió coqueta y salamera, que con cinabrio del más rojo y blanco albayalde se templaba la cara hasta parecer muñecota de cartón y trapo, que con pasta de comer teñida se hacía largos, quebradizos y multicolores collares, hasta ahí fue aguantable, porque al final de sus días, niña demente, con hilos de saliva y perlas de moco los engarzaba. El largo paseo de su madre sólo ella, que la cuidó, lo supo. Siendo niña Natalia, su madre se empeñó en decir que dentro de la cabeza traía un diamante, brillante como los ojos del mal hombre que fue tu padre, me gustaría enviárselo, un día de éstos con el hacha te lo voy a sacar, no te preocupes, después con clara de huevo te pego los huesos. Infierno nocturno el de Natalia asustada, aprendió a dormir 75 .,.l~i 1 1 con un ojo para vigilar su cabeza con el otro. A partir de entonces tuvo el sueño tan ligero como suspiro de bebito. Le conoció tantas chifladuras a su madre que no se preocupó el día que ya no habló, porque según dijo, como la voz viene de la punta del dedo gordo me alborota los dolores cuando pasa. A los cuantos días murió, chuecos los dientes del esfuerzo que hizo para no despegarlos. Ahora el abuelo tenía de amigos a tres cucarachos, dos ---decíael viejo-son trabajadores y confiables, al otro más vale tenerlo bien porque es un enemigo en potencia. Nada más amanecía, Zacarías, arrastrando los pies iba a decir los buenos días a los tres insectos. Increpaba a Natalia su mala educación por no dar, antes de abrir la tienda, afectuososaludo a sus amigos; pareces arriera, te levantas enjetada, qué culpa tienen los muchachos que no tengas novio, ayer me dijeron que pareces gallina, por eso te tienen miedo, pobre de ti si te los comes, con la tranca de la puerta te rompo el lomo, tú no tienes corazón, ya te tengo bien medida, los respetas porque no me despego un momento, si no ya les hubieras dado un chanclazo.Por eso Natalia no sonreía. Una tarde, un hombre pidió unos cigarros de hoja, Natalia, de espalda al mostrador, acomodaba en un anaquel jabones de espuma suave y brillantinas de olor. 76 ¡ 1 La voz le llegó como badajazo. Cuando lo miro un cuchillo de fuego helado le rasgó las.piernas •.· •..•.· desde su centro hasta los pies. No podía dejar de ·~.·.:l.~ ...•·.\ verlo, la boca se le llenó de agua y después ;l.:~-1 ..•.•... f: .1 de arena y de nuevo de agua, el labio le tem1 • blaba y las manos torpes no encontraban los cigarros, Él la miró despacito, sin parpadear; · · las manos, los senos, el huequito del cuello, cuando la vio a los ojos, Natalia eclipsó con brillo deslumbrante el obscuro tendajón, una gran sonrisadesconocidarebosó su cara, inmensa como su emoción, radiante como relumbre de espejos. Sebastián se quedó alucinado, con el corazón acogotado en el cuello, la piel de los brazos y vientre inflamado, sentían unas ganas inauditas de restregar su nariz por el costado y entre las carnes de Natalia, olerla hasta saciarse, embadurnar todo su cuerpo de hembra joven con el deseo que se le volvía beso y saliva, que la cabellera negra y abundante se anidara entre su cuello y hombro. Enloqueció de deseo y con timbre de trompeta apasionada le preguntó su nombre. Esa noche Natalia salió a verlo, caminaron hasta la plaza, la regaló con helados y confituras, platicaron un poco del futuro y mucho del pasado. De regreso la tomó de los hombros, la abrazó rotunda y le dio un beso que aún recuerda. ' A la semana Natalia era un cascabely Sebas- 77 tián no se acordaba del toro. Se quedó en Santo Santiago tres meses, ella sacó de pronto la fuerza de su carácter y en 4 semanas liquidó la tienda, .~ ·\ los bienes que tenía, la casa donde vivía junto . con la huerta, y llevó al abuelo con el médico .1 A Sebastián le gustaba el color amarillo, color del centro de la amapola y de las mañanas de sol temprano. El primer regalo que le hizo a Natalia fue una tela de su exacto color, radiante se veía la mujer vestida de luz, capullo de retama la llamaba ahogando los labios en su nuca. Llegaron a vivir a la pensión. Natalia le entregó todo el dinero, huelga decir que el éxito de Sebastián continuó sin ruptura alguna. Como canalito de agua limpia constante, el trabajo y su producto fertilizó campos y animales, el resto lo acumuló en aljibes hasta completar para comprar la casa. En eso estaba cuando el abuelo murió, hada tres semanas que se la pasaba cantando frijolitos pintos claveles morados que trabajos pasan los enamorados. Sebastián, después de comer, dibujaba con el dedo sobre el muslo de su mujer el plano de la casa; el techo no sirve ni tiene rejas en las ventanas, pero es de piedra con muros altos, son cinco 'cuartos seguidos,el primero tiene dos puertas, a la calle y al patio, los otros cuatro sólo tienen ventanas, ya les voy a mandar hacer las rejas, de hierro, con descanso para que pongas macetasy el gancho para el farol, el primer cuarto, el de las puertas, tiene chimenea y un bancón de piedra para que pongas los trastes, aquí en el muro hay un nicho para despensa, ¿te gusta? No pudo decir que sí porque un grito gangoso del abuelo les avisó que los frijoles pintos que traía en la cabeza se le estaban quemando. Natalia se metió el vestido y descalzafue corriendo, Sebas- 78 79 para medir su energía. Se casaron de madrugada, sin fiesta y sin nada. Compraron el ~oroy en una carreta grande, con las cosas más indispensables, amarrado el abuelo entre felpas y cojines, el toro atrás, manso a fuerza de permanganato, Natalia y Sebastián iniciaron el viaje de regreso. La loca es el recuerdo vivo de la desgracia. Ninguno podía olvidar. A los niños se les enseñaba a respetarla y quererla, a no hacer burla de sus danzas, a comprender el dolor de la que en noche de viento ,sin deber ni temer, sin merecerlo ni expiarlo, fue partida por rayo de mala muer" te, le rompieron el alma dentro del pecho, se le hostigó el cuerpo por su destino de vidrios rotos, de oídos perforados por clavos de fuego, de nubarrón de moscosmasticados y vomitantes... \ ....,, . tián la alcanzó sin camisa y abrochándose los pan- mera vez sentíase descansar en el suelo firme y seguro que la mujer madura y amorosa traía en el alma. La quiso sin más, porque sí, porque con ella habló de todo, de sus infinitos temores ya lejanos, de la infancia alucinada, de la soledad en su casa de enfermos, del amor que sentía por Sebastián, y sin tapujos, de lo mucho que gozaba con su cama y sus caricias. Guadalupe, avisando en intimidad a Sebas, la aleccionó, la enseñó a gozar de su apetito con naturalidad, sin vergüenza alguna. La pareja integróse circunferencial y completamente. talones. Encontraron al viejo Zacarías hecho nudo en el suelo, como queriéndose arrancar el corazón. Sebastián lo cargó y lo puso en la cama, descalzo y descamisado fue corriendo a buscar al doctor. Cuando llegaron el viejito ya estaba flácido y casi frío, Natalia le cruzó las manos sobre el pecho y le cerró los ojos. Descontaron del dinero para comprar la casa lo suficiente para un terreno en el panteón. Muchos del pueblo fueron al velorio, en la oficina de Sebastián, a dos cuadras de la plaza. Guadalupe Pechos no abrió el negocio, al anochecer, envuelta en trapos negros, fue a la pensión. Natalia lloró un poco sobre las rotundidades de la Pechos, después se puso el velo y juntas fueron a velas el cuerpo. Se quisieron desde el primer día, Guadalupe traía mucha madre adentro, tan pronto supo que Sebas llegó con mujer, sacó del escondrijo dos gotitas de oro y una medalla grande, se vistió de tierra con pintitos de espuma, llenó una canasta con pan fino y así, ensombrillada y como sultana, se apersonó en la casa de huéspedes. Sebastíán la presentó a su mujer con una sonrisa grande y de nuevo sucedió; Guadalupe, la matrona sapiente en crueldades de existencia, abrió su amplio abrazo para Natalia quien de pronto se sintió querida por ser quien era y que por prí- Las dos semanas que siguieron a la tragedia, con sábanas dobladas tuvieron a la mujer amarrada a una cama. La boca deshecha, inflamada la lengua y tumefactos los labios, era impracticable para recibir alimento. La alimentaron por la nariz con caldo tibio seis veces al día. Para tranquilizar sus músculos de serpiente rabiosa, junto con el caldo hervían manzanas de amapola. Dentro del cuarto quemaron día y noche hojas de menta, lechuga y marihuana, para que respirando los vapores narcóticos adormeciera su congoja. Envuelta en humos y amarras estuvo la loca dos semanas. Consumiéndose en un dolor infinito que no era de la carne. Desmigajando su conciencia. Deshaciéndose deshizo su memoria, su 80 81 contacto con el presente, porque su realidad era más angustiosa y repulsiva que nidada de alacranes. Un día se quedó silente, apelmazada, errática de cuerpo y alma ... Sebastián compró la casa, la techó con vigas y zacatón para hacerla más fresca, le puso sólidas verjas en las ventanas y fuertes postigos de madera olorosa a pino de montaña, por último la pintó de amarillo. Tan limpio era el color y de tan brillante tono, que la casa perfilábase dominante aun a pleno mediodía, cuando por la resolana cegadora lo amarillo confundíase con la reverberación, la arena y el sol. Dos veces al año la repintaban, del mismo color. Fue llamada la Casa Canaria, la teñida con flor de nopal, con hongo de Cuaresma, con nube luminosa de atardecer de verano. Natalia tuvo seis hijos, uno detrás de otro. ·Seis capullos, seis tesoros, seis gritos que rebotaban en los patios. Al nacer el sexto tuvo problemas, Sebastián llorando fue a media noche al negocio de la Pechos. Suspensión de labores. Junta de parteras prostitutas; vete corriendo al Burro Verde que venga rápido la Flaca Ignacia, tú vete por la Turnia dile que la necesito. En un espérame tantito Guadalupe reunió, afuera del 82 destartalado burdel, la flor y crema .de la sapiencia en problemas de mujer. La Flaca Ignacia llegó amarrándose una pañoleta, la Turnia caminando desviado como solía, en el negocio de enfrente Guadalupe llamó a la Borrega y a la Patas de Catre. Juntas todas y comandadas por la Pechos, a ritmo de seis Por ocho, recorrieron las veinte calles que había hasta la Casa Canaria. De una en una, tienen cinco minutos para ver lo que tiene, que comience la Borrega. El doctor se encrespó, atufado se quedó en un rincón; viene de hombros, o la abro o se muere. Carmen la Borrega la miró, la midió, iba a tocarla cuando no la tientes que traes las manos puercas, un aguamanil con alcohol junto a la cama, Ignacia, tú que te entiendes con Don J oel ve a tocarle para que abra la farmacia. No fue necesario porque Don Joel aquí estoy para lo que guste y mande, las vecinas también Doña Guadalupe en lo que Podamos servir, afuera todas, a las bardas, a la calle, ya verán cómo esta recua de mulas va a sacar a Natalia del atolladero. Y lo hicieron. Cómo voltearon al niño sólo ellas. El caso es que cuando desde la cocina el doctor oyó el grito pelado del recién nacido, lo único que dijo fue mis respetos, mis respetos. En lo que sí no pudieron fue en quitarle los dolores a Natalia, no tuvo malas calenturas ni 83 flujos, sólo un dolor distendido, molesto. Guadalupe le prohibió a Sebastián que la tocara; va a ser muy duro muchacho, tienes que respetarla, no hagas caso cuando te llame, cuando te mire de lado, tápate la nariz para que no la huelas, no te olvides que si la cargas, a lo mejor se nos muere. Dividieron el lecho conyugal. Sebastián, para proteger su debilidad, se fue a dormir al último cuarto, rodeado de chamacos. Natalia los primeros meses se quedó en la cama matrimonial del tercer cuarto, después notó que por sobre los dolores, algunas noches no dormía de tanto pensar en su marido. Guadalupe no permitió que la carne defalleciera, le dio bebedizos para enfriarle la sangre, para bajarle las calenturas, después le dijo que se acostara en el suelo de la cocina, junto a la puerta que daba al patio. El niño cumplió tres años y la prohibición seguía. Natalia, para no sentirse durmiente solitaria, rogaba a alguno de sus hijos que la acompañara, pero, tan pronto creían que la madre dormía escapaban al último cuarto porque allá la diversión era en grande. Jugaban luchas, cantaban, Sebastián les inventaba cuentos, imitaba animales, les hacía apuestas y entre gritos y risas caían dormidos, rodeando a su padre bueno. También es cierto que Natalia no insistió mucho, traba- 84 jaba desde el alba -Sebastián desayunaba con el quinqué prendido- además, los remedios de Guadalupe la habían tranquilizado; tómate medio vaso al pardear, antes que se oculte el sol, después te bañas con agua fría. A las dos horas de anochecido los ojos le bizqueaban de sueño, metía a los muchachos,atrancaba la puerta de la calle, abría un postigo de la que daba al patio, tendía un colchón en el suelo, apagaba las velas y lámparas, cepillaba sus cabellos y viendo la noche por el ventanuco abierto se quedaba dormida de una pieza, como saco de papas. Guadalupe, la robusta, la enérgica matrona, se resquebrajó con la desventura. Un hombre de a caballo vino a avisarle cuando sólo ella quedaba en el negocio, estaba contando el dinero de la venta y sacando la cuenta de la comisión de las muchachas.Llegó cuando el silencio de la madrugada podía cortarse con machete. Llanto de mujeres en la calle, tristeza amargosa y sólida en los grupos de hombres, el olor aquel ensortijándose en las tapias y, por sobre todo, impactante en su clamor lastimero, con crujir de dientes y helar de tuétano, la joven mujer hecha un basilisco, maniatada, atenazada por manos y brazos, manos y brazosde caras que lloraban impotentes, desesperaciónhecha gesto, lástima y rebeldía di85 bujada en rictus. Guadalupe recordó las barajas, las dos cartas que no quiso leer porque con sus filos le habían predicho el fatal desenlace. La gruesa madama, oropelada y restregada, se vino abajo. Minada en todo su ser, un pantano cenagoso le ensombreció la frente. Para qué preguntar, para qué saber nada de nada, maldijo el sábado que Sebastián se ganó a la Gloria, maldijo sus nueve moneditas de oro, se insultó a sí misma, a sus huesos y carne de puta irredenta que no merecían vivir y sacando su última par- tida de salud, abrió su brazo al cuerpo enloquecido de Natalia. Temblorosa y sumida en el dolor, organizó las exequias. El negocio de Lupe Pechos jamás se volvió a abrir ... Sucedió una noche de primavera, primavera seca que vino después de un invierno seco también. Fuertes vientos siseaban día y noche arrullando con su ulular el sueño y la vigilia, dentro de las casas el tiro de la chimenea suspiraba currucús ,,, de codorniz.Nunca supieron a ciencia cierta qué lo provocó, sólo lo lamentaron por siempre. Natalia, entre sueños, oyó gritos y clamores, no ,, quiso despertar, seguro eran los gritos de sus hijos anidando en sus orejas. Siguió· dormida hasta que el amarillo aquel perforó sus párpa86 dos y el humo sofocante le picó en la lengua, entonces despertó sobresaltada y se asustó de lo que parecía sueño. Toda su casa iluminada de amarillo, toda su casa prendida en llamas del color del símbolo de su marido. Las vigas lengüeteaban flamazosfuriosas, las paredes blancas restallaban con color de azufre. En ese instante rompieron la puerta y la arrastraron fuera. Su cabezagiró y hasta su oído llegó el tañir de campana que tocaba a desgracia, sonar embravecido que llamaba por calles y casasimplorando ayuda urgentemente. Hombres y mujeres corriendo con tinajas y baldes y mantas y palas. Impotencia histérica de hombres latigando desesperadoslas bestias que jalaban carretas con toneles llenos de agua. Todos a una que la Casa Canaria se está quemando, todos a una con manos y brazos. El viento chisqueante soplaba su furia de burla y carcajada. Grupos de niños lanzaban tinajas a la noria sin descanso, mujeres empuercando sus mejores mantas con tierra y agua y sudor angustioso, cadenas de hombres pasándose sin pensar en fatiga pesadas cargas de agua, picos y palas tratando de arrancar las sólidasrejas y envueltos algunos en las mantas enlodadas, se metían al fuego para rescatar lo que pudieran. Mis hijos gritó Natalia mientras el silbido del viento ardiente levantaba sus enaguas. Mis hijos siguió 87 gritando mientras su casa de inflorecencias de retama continuaba su limpio tono y su amarilla espuma en las plumas danzarinas de incontables llamas incendiarias. El viento rugía espantosamente, las tinajas de agua y la tierra lanzada nada podían, la noche se tiñó del color de Sebastián. Envuelta en colchas de lodos arrastrantes, Natalia se aferró a las rejas del último cuarto, con voz estridente invocó a los santos y a Dios Padre, llamó muy fuerte a todos sus hijos, iracunda pidió clemencia a la Providencia, pidió perdón por sus pecados, se arañó la cara y a punto de enloquecer mordió el fusil calcinado de su hijo de siete años. Cuatro hombres la sujetaron y el llanto vino a sus ojos; y grito y· llanto, dolor y angus- fNDIOE Pág. Donata .................. ' 7 La visita 27 La casa canaria ........................ 57 tia vinieron juntos. Un instante después se desplomaron los techos, las vigas se desgarraron y de los cuartos ya sólo llegó, chillar chispeante de maderas, y pestilencia de muerte tatemante ... 88 . 89