OPINIÓN OCTUBRE 2014 > viernes 17 3 Añoranza por el libro Madeleine Sautié Rodríguez Hoy vuelvo a sentir añoranza por un libro, no por el que se me extravió y sé que no retornará, ni por el que presté a alguien que jamás me lo devolverá, sino por el que no tengo. A pesar de estar rodeada de ellos, de poseer y guardar henchida de orgullo en la casa varios sitios donde se juntan esas joyas de papel, hoy me faltan aquellos que necesito consultar con urgencia, los que tendré que leer, uno por uno, en formato digital, si quiero realmente conseguir este nuevo empeño al que me conduce mi profesión. Una maestría, no la que matriculan los jóvenes graduados, aún sin muchos enredos en su vida, cuando apenas acaban de licenciarse, sino una muy soñada, que han hecho esperar circunstancias y asuntos impostergables, suma ahora a mis incontables deberes, nuevas exigencias para las que no cederán sus espacios las obligaciones de siempre. Bien lo saben quienes no paran de estudiar —sobre todo cuando avanza el curso de la existencia y aumentan las situaciones en las que somos los máximos responsables— que estos periodos de tiempo demandan largos desvelos y dulces sacrificios que no por disfrutados dejan de exigirnos casi impíamente más de lo que creemos poder dar. Pero se asumen. Y en medio de la cotidianidad se entregan trabajos, se piensa en los temas investigativos, se proyecta la ilusión del camino que se desandará. Hoy debo hacer un viaje de compromiso familiar, y aunque madrugué para adelantar tareas y escribir algo antes de salir, el tiempo no me sobra y tendré que inventarlo. “Si tuviera el libro”, pienso. Me lo estaría leyendo durante el viaje, y a la par del fresco de la ventanilla, y mientras avanzo hacia el lugar donde me esperan, mi lectura organizaría la sarta de presentaciones electrónicas, explicaciones y recomendaciones que las largas sesiones de clases nos entregan y es preciso procesar después a solas, en el encuentro personal con la materia. Imagino lo fácil que sería poder marcar los conceptos en mi supuesto libro, destacar las palabras clave, hacer esas anotaciones íntimas que se fijan en nuestra memoria afectiva y visual, cerrarlo momentáneamente cuando los ojos se irritan, pero sintiéndolo tan cerca en nuestras manos con un calor casi humano… Tal vez más tarde abriría el libro para continuar la lectura que ya ha ido acomodando esos conocimientos que, aunque se entienden bien en las conferencias, quedan prendidos con alfileres hasta tanto no leemos, escribimos, subrayamos y los procesamos más tarde a solas. Pero el libro no está. En formato digital tenemos toda esa bibliografía ¡y más! ¡Pero digital! Y siento con dolor esa ausencia. Pienso por momentos que tal vez este padecer se acentúa por pertenecer a una generación que aunque también domina las nuevas tecnologías es esencialmente, por su formación, más analógica, dado el razonamiento en el que se basó su aprendizaje. ¿Los más jovencitos sentirán también, en circunstancias parecidas, esa falta? La respuesta a mis cuestionamientos la tengo con solo alzar la mirada. Mi hija se ha enfrascado en estudiar francés. Las clases de la Alianza son fabulosas pero sin el tiempo de estudio y la ejecución de muchos ejercicios valen poco o nada. —“Necesito el libro”, me dice. —¿Pero no lo tienes en digital?, le contesto. —Sí, sí, ¡pero qué va, no es igual! Afiliarse es no andar a solas Pastor Batista Valdés Las Tunas no está exenta del empeño que sigue poniendo la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) en todo el país para sindicalizar a las personas que se han acogido a modalidades de trabajo por cuenta propia. Aunque opcional, voluntaria y sin camisa de fuerza alguna para el trabajador, esa alternativa merece al menos un breve ejercicio de meditación. Independientemente de que algunas provincias, municipios, sindicatos o sectores puedan mostrar cifras más a tono con los nobles propósitos del proceso, todo indica que aún la afiliación de ese importante segmento laboral no está al ritmo ni al nivel de los deseos y de las potencialidades. Esta provincia, por ejemplo, ha logrado atraer a poco más de 8 500 de los casi 13 000 trabajadores no estatales que el movimiento obrero se ha propuesto incorporar a su seno. Refiere Mailín Mir Corrales, miembro del secretariado provincial de la CTC, que si bien hay quienes por diversas razones no desean afiliarse, también es cierto que no en todos los lugares el sindicato ha llegado como corresponde a ese universo de trabajadores, cuyo peso debe acentuarse en el panorama nacional de la producción y de los servicios. Y es lamentable, porque más allá de las insuficiencias que en su funcionamiento puedan tener las secciones sindicales —responsabilidad por lo general más imputable a quienes las dirigen que a lo establecido— el sindicato sí abre un espacio que todo trabajador no estatal inteligente jamás desperdiciaría, si de verdad desea sentirse representado y defendido. Con frecuencia afloran quejas acerca del “inmerecido acoso” en que supuestamente incurren los inspectores, las “excesivas multas” que suelen aplicar, la ausencia de procedimientos preventivos, la imposibilidad de acceder a un almacén mayorista o espacio donde adquirir las materias primas, recursos y aseguramientos que intervienen o respaldan la actividad autorizada… ¿Pueden ser canalizadas esas y otras preocupaciones con la misma efectividad desde el punto de vista individual o aislado, que bajo un prisma colectivo, colegiado, mejor argumentado? Muchos trabajadores que antes obraban dispersos, hoy notan diferencias luego de haberse concentrado junto a otros, en espacios, áreas o inmuebles más propicios para la actividad y para el intercambio.“El sindicato no puede dar recursos —insiste Mailín— pero sí puede representar a los trabajadores, defenderlos, escucharlos, tramitar sus inquietudes a cualquier nivel, ayudar a buscar soluciones… Lejos estamos de lo que queremos lograr, pero se avanza. Por ejemplo, a partir de nexos más concretos con los organismos de relación (Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Oficina Nacional de Administración Tributaria, cuerpo de inspectores, especialistas de planificación…) se le ha dado respuesta a preocupaciones lógicas de esos trabajadores”. La vieja frase “vista hace fe” puede operar cada vez más en el transcurso de la afiliación. Basta percatarse —además— de la representatividad que a distintos niveles puede lograrse. Dos trabajadores no estatales tuneros están en el Comité Provincial de la CTC. Un vendedor de alimentos ligeros y un carretonero del territorio asistieron como delegados al XX Congreso de la organización; no pocos en el país integran asambleas del Poder Popular, desde su condición de delegados de base… Afiliarse ahora es no andar a solas hoy o mañana, sino de la mano. Es aprovechar ese espacio de bien común para sentirse y estar representado, es elegir solo a quienes mejor puedan encarnar a los demás, es la posibilidad de funcionar sin cinchas de reunionismo, de burocratismo y de otras verrugas que nada bueno dejan sobre la piel del movimiento obrero, tanto en las estructuras estatales como en las también decisivas y bienvenidas ramificaciones de la actividad no estatal. Este país es mío Edda Diz Garcés Decir “este país” refiriéndose a Cuba es gramaticalmente correcto, y en ocasiones también lo es conceptualmente, pero deja de serlo desde el punto de vista ético cuando implica una crítica mediante un distanciamiento intencionado del hablante ante un problema o dificultad. Se torna entonces una expresión peyorativa, denostosa hacia la tierra donde nació, y no es justo. Lo mismo en una sala de espera de un hospital que en la bodega o la parada de la guagua, usted puede escuchar a personas quejándose de algo —con más o menos razón— y terminar diciendo, con un tono entre despectivo e indignado: esto solo sucede en “este país”. Pudieran tener motivos serios para disgustarse y nadie les niega el derecho a quejarse, pero no para apuntar despectivamente desde un pedestal a su terruño y menos aún singularizar de manera negativa el asunto, como si exclusivamente aquí ocurriera algo semejante. Un ejemplo recurrente: demora en la atención en la consulta del médico de la familia, desesperante para cualquiera. No creo que a nadie le satisfaga perder el tiempo sea cual sea la causa, quizá por exceso de pacientes, por lentitud del servicio, porque se “coló” alguien u otras acciones injustificables. Mas, visto con otro prisma y no precisamente el que utiliza la mayoría de los susodichos indignados, es cierto que esto solo sucede en “este país”: consultorios médicos en todo el territorio nacional —incluidas las zonas montañosas, pantanosas, intrincadas, donde “el diablo dio las tres voces”—, con enfermeras, médicos generales integrales, interconsultas con especialistas y otros servicios, para el ciento por ciento de la población cubana, de manera totalmente gratuita. Sin embargo, la intención o más bien mala intención de quien habla, obvia esas realidades, incorporadas por la sociedad cubana como algo natural, cuando son excepción en muchos otros lares, y solo ve la falta o el problema, lamentablemente presentes en muchos de los valiosos servicios que recibimos. Entonces viene la pregunta del millón que cualquiera puede hacerse: ¿conocerá el crítico a ultranza de “este país” la realidad de otros muchos, aunque sea por referencia? ¿Habrá estado en muchos otros? Sinceramente, les he preguntado y por lo general ni me prestan atención, simulan sordera, o en el mejor de los casos, con un mohín de disgusto, ripostan: no, pero sé que “esto” solo ocurre en “este país”... Los que responden afirmativamente, por supuesto defienden la perfección impoluta de todo cuanto sucede allende las costas de “esta isla”. Malas caras y hasta gritos en un aeropuerto internacional, robo del vuelto en un taxi o un mercado, demoras o insuficiente calidad en la prestación de un servicio, son experiencias vividas por muchos cubanos en otras naciones. Ello no justifica para nada su replicación en Cuba, que es y será siempre “mi país”, con sus virtudes y defectos, que son también nuestros, míos. Y más que criticarlos desde la distancia, sería mucho mejor contribuir a resolverlos. (AIN)