Pregón Velá 2010 Buenas noches, zoriteños, zoriteñas y demás personas presentes Como de bien nacidos es ser agradecido, quisiera empezar dando las gracias al Excmo. Sr. Alcalde, a los miembros de la Corporación municipal y de la Comisión de Festejos por haber confiado en mí y ofrecerme la posibilidad de dar la bienvenida a las fiestas patronales de la vela 2010. Agradecimiento que quiero hacer extensivo a quien en su día también fue alcalde de esta localidad, el Sr. D. Francisco Duchel que en su momento, también se acordó de mí para este acto sin que, al final, llegara a concretarse. Como muchos de ustedes no me conocerán, voy a presentarme: me llamo Ana Belén Fernández Arroyo y, aunque nací en Madrid, soy hija, sobrina y nieta de zoriteños. Hace poco más de un mes, recibí una llamada del Sr. Alcalde en la que me comunicaba que habían pensado en mí para dar el pregón de estas fiestas. Lógicamente mi primera reacción fue de desconcierto y la pregunta que le formulé fue la siguiente: "¿qué he hecho yo para merecer esto?" Tras un intercambio amable de palabras y, al percibir cierta reticencia de mi parte, me dijo algo que me animó a realizarlo. Y es que, por la experiencia de pregoneros anteriores, siempre resulta un ejercicio muy interesante echar la vista atrás y dejar que vengan a la memoria aquellos recuerdos que te unen a un sitio y que conforman una parte muy importante de tu vida. Por eso, porque hay que rodearse de vivencias positivas y enriquecedoras, ya que las negativas desgraciadamente vienen solas y sin avisar, me he animado a contarles mis recuerdos en este apreciado pueblo. Me vienen a la memoria muchas imágenes y anécdotas de las que esta tierra ha sido testigo. Como les dije al principio, nací y me crié en Madrid pero eso no ha sido obstáculo para que gran parte de mi vida la haya disfrutado como una zoriteña más. Todavía recuerdo, cuando apenas empecé a tener uso de razón, el momento en que llegaban las vacaciones escolares y me montaba dispuesta en el 124 amarillo que tenían mis padres para pasar unos días alejada del bullicio de la gran ciudad en compañía de mi familia y amigos. Me iba a Mi Pueblo, y así se lo decía a mis amigas del colegio. Nada más salir de Madrid, lo primero que preguntaba impaciente era cuánto faltaba para llegar y cuando mi padre me decía que unos 300 Kilómetros, yo, ilusa de mí, me ponía a contar de uno en uno ¡como si esa fuera la medida de la distancia! y la decepción que sufría cuando terminaba de contar y tenía que volver a hacerlo de nuevo. Si había una razón por la que de niña me gustaba venir al pueblo era porque representaba uno de los bienes más preciados del ser humano: la libertad porque esa era la sensación que tenía en contraste con lo que supone la vida en una gran ciudad. Pasaba de estar recluida en un piso donde sólo podías salir al exterior con la compañía de tus padres, a jugar en la calle con mis amigas sin temor alguno, observar las puertas de las casas abiertas a todo el mundo que quisiera entrar, el saludo a cualquier persona que pasara a nuestro lado, conocidas y desconocidas porque éstas, si no te sacaban por la "pinta", rápidamente descubrían por el "mote", cual era tu familia. En invierno parecía que hacía menos frío y sólo te ponías el abrigo después de la reprimenda de tu madre porque te ibas a resfriar cuando llegaras a Madrid. Y en verano tampoco se sentía tanto el calor, por aquello de que como en el pueblo no hay contaminación y la gente se sienta al fresco en las puertas, no se percibe tanto el sopor. Son muchas las navidades que he pasado en Zorita. Solíamos venir en Nochebuena porque mi padre, de profesión guardia civil, sólo podía permitirse venir una festividad y la otra le tocaba trabajar. En esas fechas invernales, todavía recuerdo el olor a picón de los braseros que se extendía a las calles e impregnaba la ropa con ese aroma tan característico; las cabrillas que te salían en las piernas de pasar largos ratos sentados en la mesa camilla; cómo nos juntábamos todos los niños para ir de casa en casa pidiendo el aguinaldo; la lluvia corriendo por los canalones de las casas hasta llegar a las alcantarillas y mi padre enfadado porque tanta agua no era buena para la matanza. ¡Ay, las matanzas, qué divertidas eran! Me levantaba temprano al escuchar sobresaltada el berrido del animal que nos iba a servir de alimento casi todo un año; esas migas con café a primerísima hora de la mañana... ¡qué bien sentaban después del madrugón! Y el arroz con liebre que gustosamente preparaban todas las personas que venían a echar una mano lavando tripas, preparando los chorizos y la morcilla que tanto me encandilaban, algo que me viene de familia ya que mis abuelos paternos, Rodrigo y Flora, habían regentado una carnicería. Con la llegada de la primavera, aprovechaba mis estancias en Zorita por Semana Santa para acompañar a mis abuelos, Ana y Alonso, a la cerca y ver si había nacido algún ternerillo, algo que me resultaba entrañable por aquello de poder dar el biberón al animalito recién nacido. Qué ratos tan agradables pasé aprendiendo a ordeñar vacas que, por más que apretaba las tetillas, me costaba seguir el juego de manos de mis abuelos para que la leche no se saliera del cubo o los coletazos que me daba la vaca cuando espantaba las moscas y que me dejaban dolorida durante un rato. La Semana Santa también era tiempo de procesiones, de encuentros entre todos aquellos que veníamos de fuera y que, por ser fiesta en todas las comunidades, podíamos juntarnos y rememorar las batallitas de veranos pasados. Era también el día de la GIRA, con la Virgen de Fuentesanta engalanada para la ocasión y multitud de peñas que desde mi primera hora de la mañana buscaban un hueco para colocar la comida que cada uno traía de sus casas. De qué forma se hermana el pueblo ese día, lo mío era tuyo y lo tuyo era de todos. Compartíamos el bocadillo de tortilla de patatas, los barquillos de los puestos ambulantes y hasta los dulces típicos (empanadillas, roscas de muégado, brazos de gitano...) que por esas fiestas nuestras madres y abuelas con tanto entusiasmo preparaban. Y llegaba el verano, primero con los preparativos de la fiesta, la recogida en la ermita de nuestra patrona la Virgen de Fuentesanta, los campeonatos de fútbol de 24 horas, ¡a discoteca de verano, este parque con su piscina municipal lleno a rebosar de pandillas de jóvenes y no tan jóvenes venidos de Barcelona, País Vasco e incluso Alemania y numerosas actividades culturales y de ocio que nos avisaban del inicio de las fiestas. Cuántos zoriteños y forasteros se ponían sus mejores galas para celebrar estos días de vela. Todo el pueblo sale a la calle a sentarse en las terrazas de la carretera, los más pequeños a montarse en las atracciones, los jóvenes a bailar en la discoteca de verano y los mayores con la orquesta de este parque en el que ahora nos encontramos vestido de fiesta. ¡Cuántas luces y colores repartidos por las calles! Qué nostalgia nos entraba a todos cuando sonaban los fuegos artificiales, se acababa la VELA, y a partir de ese día, eran los recuerdos de los momentos vividos los que nos ayudaban a soportar mejor la espera hasta el año siguiente. Estos son sólo algunos de los momentos que tengo de mi infancia y juventud pasados en mi pueblo, Zorita. Cuando concluí mis estudios universitarios de Derecho, decidí enfrascarme en una dura oposición, judicatura y durante tres años mis estancias en Zorita eran una prolongación de mi vida en Madrid. Una habitación muy parecida, con el brasero encendido en invierno y el ventilador en verano y todas las atenciones posibles de mis padres que hacían más llevadero tanto sacrificio. En este punto, me gustaría detenerme para dar las gracias públicamente a los verdaderos protagonistas y artífices de que hoy haya tenido la posibilidad de dar este pregón, a mis PADRES, porque sin ellos no habría llegado a alcanzar mis sueños. Ahora pienso en el esfuerzo que han tenido que hacer para darme la mejor educación posible, para que sólo tuviera que preocuparme de estudiar y no me faltara de nada. Me doy cuenta de que siendo especialmente dura la oposición que elegí, siempre que levantaba la cabeza de los libros por el cansancio o el desánimo, allí estaban ellos para darme el consuelo y la confianza que en cada momento necesitaba. GRACIAS A LOS DOS POR TODO LO QUE ME HABÉIS DADO. Por otro lado, me gustaría llamar la atención de todos los jóvenes que me estén escuchando, para hacerles ver que nada es imposible si te lo propones de verdad, sólo hay que confiar en uno mismo y alimentar cada día el tesón necesario para conseguir tus sueños. Ser joven no siempre resulta fácil, más aún en los tiempos que vivimos en los que la cultura de lo inmediato, de conseguir las cosas rápida y fácilmente, suponen una barrera más que hay que superar, dejando a un lado el sacrificio y el esfuerzo personal necesarios para alcanzar las metas de tu vida. Se tiende a pensar que esa juventud te asegura todo el tiempo del mundo pero el tiempo pasa y, sin embargo, os puedo asegurar que hay momentos para todo, para divertirse y para esforzarse por lo que uno quiere, porque no hay mayor satisfacción que ver que ese tiempo y esfuerzo invertidos han tenido su recompensa. Mi sueño se hizo realidad hace 9 años, cuando aprobé las oposiciones. Y como soy de las que piensan que el destino está escrito, tras un largo periplo por Barcelona, Madrid y Andalucía, este ha querido que en la actualidad haya vuelto a mis orígenes, Extremadura, y, curiosamente, muy cerca de Zorita, en Don Benito. Esto me ha permitido seguir viniendo a este pueblo, a visitar a mi familia, a pasear por sus calles con la añoranza de tiempos pasados y con la esperanza de que siempre el futuro sea mejor. He podido comprobar su evolución, la de sus gentes, los avances que se han hecho para asegurar la calidad de vida de nuestros mayores y para garantizar la pervivencia de los jóvenes. Por ello, mi más sincero homenaje a todos aquellos que con su gestión han contribuido a la convivencia, al diálogo, a la cultura, la gastronomía y la economía de este pueblo y de sus gentes, haciendo que a los que vivimos fuera nos resulte atractivo y cómodo volver a pasear por sus calles. Pero, sobre todo, a pesar de los cambios y transformaciones que se han producido en los últimos años, la Virgen de Fuentesanta continúa siendo la protagonista principal del pueblo, en cuyo honor se hacen estas fiestas y a la que todos en algún momento nos hemos dirigido para pedirle ayuda cuando la hemos necesitado o para agradecérsela cuando creemos que nos la ha dado. En fin, espero no haberles aburrido en exceso, pero antes de concluir este pregón y dar inicio a las fiestas de la vela, me van a permitir que me acuerde de todas aquellas personas que esta noche no pueden acompañarnos, bien por circunstancias laborales, personales o porque, desgraciadamente, ya no se encuentran entre nosotros. Y, en especial, de mí tía María Fe, María para nosotros, tristemente fallecida hace cuatro meses; una zoriteña orgullosa de su pueblo del que presumía allá donde iba y que tantas velas ha compartido sentada en este mismo parque. Seguro que desde el cielo nos estará viendo porque no hay día que pase que no nos acordemos de ella. El día de su despedida, pude comprobar el cariño y afecto que el pueblo le tenía, todo el mundo acudió a decirle adiós y eso, aparte de enorgullecer a toda mi familia, dijo mucho de la calidad humana de las personas de mi pueblo de adopción. Gente sencilla, honrada, trabajadora que con su forma de ser dignifican al pueblo de Zorita y hacen que quienes no hemos nacido aquí, nos sintamos zoriteños. Sin nada más que añadir, muchas gracias a todos por su atención, que sean felices y disfruten de las fiestas de la VELA DE ZORITA 2010.