mapa perdido de la habana

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MAPA PERDIDO DE LA HABANA
Fernando Dámaso (La Habana, 1938). Cursó estudios en las Escuelas Pías de la Víbora.
Una vez graduado de Perito Mercantil, comenzó a trabajar en una agencia de publicidad,
primero como investigador de mercado y después como productor de comerciales y de
programas de televisión, dando sus primeros pasos en la escritura. En 1959 se incorporó a
las Fuerzas Armadas, cursando estudios militares en Cuba y en la URSS. Cumplió misiones
en Etiopía y Nicaragua. Después de abandonar la vida militar por voluntad propia, se
dedicó a escribir cuentos y relatos, abrió un blog (https://mermeladas.wordpress.com)
donde analiza la situación de su país, e inició la publicación de artículos en Diario de Cuba.
Fernando Dámaso
MAPA PERDIDO DE LA HABANA
De la presente edición, 2016:
© Fernando Dámaso
© Hypermedia Ediciones
Hypermedia Ediciones
www.editorialhypermedia.com
[email protected]
Edición y maquetación: Hypermedia Servicios Editoriales S.L.
Diseño de colección y portada: Hypermedia Ediciones
ISBN: 978-1519740786
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos
legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o
cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los
titulares del copyright.
Para Rebeca, escudera en la vida y en esta aventura por la
historia, la nostalgia y el presente.
Los trabajos que integran este libro fueron originalmente
publicados en Diario de Cuba. Sólo algunos han sido
puntualizados y ampliados brevemente con nuevos datos.
Como es de suponer, la información histórica que ofrecen no
corresponde únicamente al autor, sino que es producto de una
búsqueda exhaustiva entre todo lo escrito y publicado por
cronistas, periodistas, historiadores, escritores, arquitectos,
urbanistas y otros muchos, que se han preocupado y amado
la ciudad de La Habana, desde la época colonial hasta
nuestros días.
La información actual proviene de recorrer varias veces,
desde su comienzo hasta el final, cada una de las calles,
calzadas y avenidas reseñadas, constatando la pérdida o
existencia y estado de las principales edificaciones, así como
las transformaciones a que han sido sometidas y su uso, e
indagando entre quienes las habitan, en busca de los hechos
y personajes que les dieron vida.
LA CALZADA MÁS EXTENSA
La Calzada de Jesús del Monte, hoy más conocida como Calzada de Diez de Octubre, nace en la Esquina de Tejas como una prolongación de la Calzada de Infanta.
Luego se extiende hasta el Entronque de La Palma, donde se bifurca en la Calzada
de Managua y la Calzada de Bejucal, atravesando, enlazando o delimitando en su
trazado las barriadas o repartos del Cerro, Santos Suárez, La Víbora, Luyanó, Lawton, Sevillano, Santa Amalia, Apolo, Víbora Park y Barrio Azul. Inmortalizada por
el poeta Eliseo Diego, continúa siendo la más extensa de las calzadas de la ciudad.
En la década de los 50, transitada por numerosas rutas de ómnibus y con
gran movimiento vehicular, desaparecidos ya los tranvías, así como sus rieles y
tendidos eléctricos, la engalanaban salas de cine, tiendas de todo tipo, panaderías, dulcerías, librerías, bodegones, restaurantes, cafeterías, farmacias, joyerías,
un importante sanatorio (La Purísima Concepción, conocida como la Quinta de
Dependientes), estaciones de policía, y el constante ir y venir por sus portales y
aceras de transeúntes y estudiantes de los múltiples colegios establecidos en sus
cercanías, que visitaban sus librerías en busca de materiales escolares y de los
libros clásicos que editaba la Editorial Thor, que se vendían a bajos precios.
Los cines Florida, Moderno (pared con pared con la Oncena Estación de
Policía), Apolo, Tosca, Gran Cinema y Marta (frente a la Catorce Estación)
satisfacían las necesidades de diferentes generaciones de cinéfilos.
La panadería y dulcería de Toyo y el bodegón del mismo nombre, en los
bajos del Registro Civil, dieron nombre a una de las esquinas más bulliciosas
y activas de La Habana, punto de cruce de los ómnibus que se desviaban hacia la Calzada de Luyanó y de los que continuaban, en una u otra dirección,
por la Calzada de Jesús del Monte.
El constante olor del pan recién horneado aportaba su sello distintivo al
lugar, al igual que los dulces y pasteles de la dulcería anexa y los magníficos
sándwiches del bodegón. En sus portales, el estanquillo de periódicos y revis11
tas donde ocultos tras las publicaciones autorizadas, mostraban parte de sus
portadas, como en un guiño, los pequeños cuadernos de textos y fotografías
eróticas o pornográficas, impresos en papel de baja calidad en editoriales sin
identificación. También se alzaba allí el sillón del limpiabotas.
Unas cuadras antes, cerca de la calle Tamarindo, el tostadero de café
impregnaba con su olor característico todos los alrededores, llegando hasta
la casa de empeños, la farmacia y la pequeña tienda y fábrica de zapatos de
piel en la acera de enfrente, después de la calle Municipio.
A continuación, a derecha e izquierda, la cadena de tiendas hasta llegar a
la loma de la Luz, que todos asociaban con la calzada y la nombraban igual,
por la iglesia parroquial de Jesús del Monte existente en ella, y el alto paredón
que aún la oculta, hasta desembocar en los múltiples comercios establecidos
en el espacio comprendido entre la Loma de Chaple, final de la calle Lacret y
comienzo de la Avenida de Dolores. Cientos de metros más allá, la Avenida
de Santa Catalina, también con bodegones, cafeterías y una panadería donde,
entre otros tipos de panes, ofertaban un pan gallego conocido como "bonete",
así como galletas, palitroques, coscorrones y pasteles de queso, jamón o carne.
En la acera de enfrente, el cine Tosca, al cual acudíamos los niños de más
de doce años motivados por las películas francesas e italianas donde se mostraban desnudos ligeros, algo insólito en las norteamericanas de entonces,
que proyectaban los cines del Circuito Carrerá. Entonces aparecían las residencias de la clase media, más rica y progresista, de amplios portales con
columnas hasta alcanzar, siempre cuesta arriba, el Paradero de La Víbora,
donde terminaban sus recorridos los tranvías y entraban en la nave de mantenimiento, para iniciar de nuevo sus viajes.
Después, con la desaparición de los tranvías, se convirtió en el Paradero de
los Autobuses Modernos, las denominadas "enfermeras" por sus colores blanco
y azul. En el lugar, propicio para el comercio, de donde partía la Ruta 38 que iba
hasta Batabanó, un conglomerado de restaurantes, fondas, cafeterías, puestos de
fritas y tiendas, con la hermosa casa con la figura del "negrito del farol", de pantalón azul y camisa roja, en el elevado jardín, frente al Tropicream, uno de los primeros en establecerse en la ciudad, y la plazoleta de la Iglesia de los Pasionistas.
Al lado, la calle que conducía a los Institutos de La Víbora y Edison.
Más allá, junto a la línea férrea, donde dejaba y tomaba pasajeros el tren, el mítico Café Colón y, enfrente, la Cremería Santa Beatriz, una moderna planta pasteurizadora de leche. A continuación, viviendas dispersas, algunas ya con patios
traseros, frutales y jardines, como indicando el término de la ciudad abigarrada
de casa contra casa y el comienzo del entorno campestre, el cual se extendía hasta
el Crucero de La Palma, con su famosa fábrica de hielo, y continuaba por las Cal12
zadas de Managua y de Bejucal. En ese tiempo, a partir de la Avenida de Acosta,
la calzada asfaltada era estrecha, con amplios parterres y árboles a ambos lados.
Hoy
Hoy, desgraciadamente, todos los cines han desaparecido, con excepción del
Marta, rebautizado Alegría y convertido en una sala de fiestas, así como las
panaderías, dulcerías, restaurantes, bodegones, fondas, librerías, comercios,
estanquillos, sillones de limpiabotas y muchas tiendas, convertidos sus locales en viviendas, con adaptaciones arquitectónicas horrendas o de bajo costo,
transformando la otrora Calzada de Jesús del Monte en un triste museo de
edificaciones venidas a menos, en total deterioro o colapsadas por derrumbes.
Pueden esgrimirse muchas razones para tratar de explicar lo inexplicable,
inclusive echar mano del manido argumento del "bloqueo" o embargo norteamericano, pero la única causa real de lo sucedido es la incompetencia manifiesta de las autoridades y del sistema impuesto, tanto para proteger lo creado
por generaciones anteriores de cubanos, como para crear algo nuevo y valioso.
La Calzada de Jesús del Monte o de Diez de Octubre, como se le llame,
ha tenido el mismo terrible destino de otras calzadas, avenidas y calles de
la ciudad de La Habana.
Aunque en los últimos meses, con el incremento del trabajo por cuenta propia, en algunos de sus tramos aparecen pequeños comercios particulares, inclusive utilizando locales que un día fueron establecimientos y
después se convirtieron en precarias viviendas, aún la inmensa mayoría de
las instalaciones importantes se encuentran en manos de improductivas
empresas estatales, con incapacidad demostrada para ofrecer servicios de
calidad a los ciudadanos.
Tal vez estas instalaciones, si se rentaran o vendieran a particulares, servirían
de verdadero acicate para el rápido renacimiento de la otrora importante Calzada,
lo cual nunca se logrará con las raquíticas medidas aprobadas hasta ahora, que solo
autorizan hacerlo en unos pocos servicios donde existan menos de cinco empleados. Esto significa, a fin de cuentas, continuar apostando a la actividad comercial
"bonsái" o "a pellizcos", las que realmente resuelven muy poco. De todas formas, la
Calzada de Jesús del Monte, debido a su importancia como vía de comunicación
hacia el sureste de la ciudad, más temprano que tarde, cuando realmente se liberen
las fuerzas productivas y los cubanos puedan desarrollar sus iniciativas, volverá a
ser lo que era, para entonces ya modernizada y acorde con el tiempo.
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ENTRE TOYO Y LA VIRGEN DEL CAMINO
La Esquina de Toyo, en la Calzada de Jesús del Monte, donde nace el ramal
que es la Calzada de Luyanó, se hizo célebre por el bodegón, la panadería
y la dulcería, todos con el mismo nombre y alta calidad en sus ofertas. En
el lugar también existían el cine Moderno, la Oncena Estación de Policía y
algunas pequeñas tiendas, de las llamadas de "polacos".
La Calzada de Luyanó comienza precisamente en Toyo y termina en el
Puente Alcoy. Donde comienza, era estrecha y de dos vías, con el café El
Cuchillo como primer inmueble, en los altos del cual residía el sargento
Fulgencio Batista cuando los sucesos del 4 de septiembre de 1933. También
había otros comercios y los cines Dora y Atlas, hasta llegar a la calle Fábrica, su punto más elevado, donde se ensanchaba y comenzaba a descender
con parterres y árboles a ambos lados, que en los años cincuenta fueron
eliminados, al reconstruirse totalmente y ampliarse a cuatro vías.
Entonces, a la derecha se encontraba el bodegón Hijas de Galicia, con
venta de frutas frescas en estantes piramidales de madera en sus portales, y
detrás el gran centro hospitalario mutualista del mismo nombre, entre las
calles Regla y Remedios.
Después, en la curva, la Casa de Socorros, y más allá, en la acera opuesta, el cine Luyanó, con su techo de tejas metálicas curvas, semejando una
gran concha alargada.
Ya en la intersección de Concha y Luyanó, los cuatro bodegones, uno en
cada esquina, y el cine Norma. A continuación venía el crucero del ferrocarril, justo al comienzo de la Avenida de Porvenir, con sus barreras y luces
rojas intermitentes, que detenían el tráfico y obligaban a una larga espera,
mientras pasaban interminables vagones arrastrados por las locomotoras.
Más allá se alzaba la maderera Antonio Pérez, con el intermitente ruido
de sus sierras y su peculiar olor a resina, los talleres del ferrocarril y, en la
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acera opuesta, el bar de alargado mostrador y banquetas tapizadas en vinyl
rojo, la agencia de automóviles y la moderna Fundición Luyanó. Todo terminaba en el Puente Alcoy, ensanchado con estribos y barandas sobre el
puente colonial original.
En esos años, la Calzada de Luyanó se encontraba totalmente iluminada
con luces de mercurio, y la mayoría de sus edificaciones eran de mampostería
con techos de placa fundida. Hoy ya no existe ningún cine: uno desaparecido,
dos convertidos en viviendas múltiples, y el otro, sin techo, en una sala de judo.
Muchas viviendas se han resentido ante el paso del tiempo sin mantenimientos
y, algunas de las que no han desaparecido totalmente, han sufrido adaptaciones improvisadas, para adecuarse al crecimiento familiar. Los bodegones, la
mayoría transformados en verdaderos tugurios gastronómicos estatales, no
son ni la sombra de lo que un día fueron, y la mayoría de las tiendas cerraron
sus puertas, para convertirse también en improvisados alojamientos, así como
desparecieron las fábricas y talleres que la caracterizaban, pues Luyanó era un
barrio mayoritariamente obrero. La Calzada ha compartido el mismo triste
destino de su vecina Calzada de Jesús del Monte, acumulando males y tristezas, pues las causas son idénticas, al igual que sus responsables.
La Virgen del Camino
Más allá del puente Alcoy, la Virgen del Camino, un conjunto de parques, plazoletas y comercios, recibió su nombre de un bodegón español que se encontraba en la esquina de la Calzada de Güines y Noriega, propiedad de un asturiano
que tenía un cuadro con la imagen de la virgen sentada, colocado en lo alto de
la estantería de la barra, donde se servían bebidas y licores. El negocio comprendía restaurante, barra, dulcería y víveres, además de, en sus portales, una
vidriera de productos varios de aseo personal, revelado e impresión de fotografías y venta de billetes de la Lotería Nacional, y un estanquillo de periódicos y
revistas con sillón de limpiabotas, propiedad de un negro grande y afectuoso a
quien todos llamaban Cayuco, por la forma alargada de su calva cabeza.
La escultura que se colocó en el estanque del parque, obra de Rita Longa, es una virgen tropicalizada, ajena a la original, aunque mucho más hermosa y sensual.
En la calle Noriega, frente al bodegón, se encontraba la Ferretería de
Sobrino y, por la Calzada de Güines, a partir del puente, La Estrella, un
comercio que incluía ferretería, restaurante, cafetería y agencia de viajes
interprovinciales por ómnibus, algunas tiendas de "polacos" (en realidad
emigrantes sirios, libaneses y palestinos), otras agencias, el cabaret Las Ca16
tacumbas, con una ambientación y efectos terroríficos que hacían honor a
su nombre, y una panadería antigua que fabricaba un magnífico pan.
Cruzando la calle, a continuación de la Ferretería de Sobrino, el tren
de lavado de los chinos, más agencias (Santiago-Habana, La Ranchuelera,
Ómnibus Menéndez, La Flecha de Oro, etcétera), la farmacia de la Dra.
Socorrito, el garaje y bar de Chely y el Edificio Alvarado, con su taller de
vidrios y espejos en los bajos.
En la acera de enfrente, el colegio público y sus terrenos deportivos en
forma de triángulo, a través de cuyas cercas rotas cruzaba desde su casa
una célebre prostituta, joven y hermosa, para hacer sus faenas diarias, en
viaje de ida y vuelta, en la cabina de alguna de las muchas rastras que transitaban por la Calzada de Güines, camino de la Carretera Central.
Esta era la Virgen del Camino de los años cincuenta. Su importancia
había crecido por ser cruce de caminos hacia Guanabacoa, Regla, San
Francisco de Paula y otros pueblos situados al este de la ciudad, y constituir
su salida hacia la Carretera Central, motivo por el cual en ella convergían
tanto ómnibus locales como municipales e interprovinciales, con su flujo
constante de viajeros saliendo y llegando.
Al instalarse la escultura de la nueva virgen en el centro de un estanque,
los pasantes adoptaron la costumbre de dejar caer unas monedas en el agua
que la rodeaba, con el objetivo de asegurarse su protección. El dinero recogido se utilizaba en el mantenimiento de los parques y plazoletas del lugar
y en el de sus áreas verdes, con espacios sembrados de flores.
Hoy, con excepción de la virgen y el estanque donde se encuentra situada, todo ha cambiado, habiendo desaparecido la mayoría de los comercios
que le daban vida, después de cierres y múltiples y absurdas transformaciones, y perdido el ambiente característico de punto de tránsito de viajeros, al
no existir tampoco ninguna de las agencias que la caracterizaban.
Al igual que la Esquina de Toyo, la Calzada de Luyanó y la Virgen del Camino han visto pasar sus mejores años, principalmente a causa de la desidia
acumulada de las autoridades, capaces en un momento de euforia de apropiarse de todo para después, con el paso del tiempo, dejarlo destruir. Sin embargo,
la tenacidad y la iniciativa de los cubanos, convencidos del fracaso de la gestión
estatal, lentamente se abren paso, a pesar de los inconvenientes, persecuciones,
prohibiciones y absurdos aún vigentes, apostando por la gestión privada en sus
múltiples formas, única manera de devolverlas a la vida.
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LA CALZADA DE INFANTA
Esta calzada, que en la época colonial se llamó Calzada de los Pontones,
por los muchos puentes que la cruzaban, en los años 50 se extendía desde la
Calle 23, en La Rampa, hasta la Esquina de Tejas, donde comienza la Calzada de Jesús del Monte, hoy más conocida como de 10 de Octubre.
Su primer tramo, desde Carlos III hasta la Esquina de Tejas, se terminó
en el año 1843. El segundo, desde Carlos III hasta la Calle 23, ya en el Vedado, es muy posterior.
Recorriéndola a la inversa, a partir de la Esquina de Tejas, desde su tramo menos favorecido hasta el más desarrollado al conectar con La Rampa,
existían un bodegón y el cine Valentino, siendo en ese lugar muy estrecha la
avenida, de una sola vía, lo que a menudo producía congestiones de tránsito.
Después de la fábrica de fósforos y de las calles que conducían a los
fanáticos del béisbol al Estadio del Cerro, se ampliaba a cuatro vías hacia
el parque de la Escuela Normal y la fábrica de la Canada Dry, visible sus
líneas de producción a través de los grandes ventanales de cristal, con la estación de Policía y su escalinata, la maderera Orbay y Cerrato y su terreno
de béisbol y, enfrente, el Brindis Bar, con su lumínico de la rubia desnuda
recostada, a la que hubo que agregarle una trusa roja de dos piezas, ante el
reclamo de los puritanos de entonces.
Más adelante, en su banda izquierda, el edificio de Salubridad, la florería y la funeraria La Nacional, y edificios de viviendas con diferentes comercios en los bajos, hasta llegar al cruce de Carlos III y, en el edificio que
formaba un cuchillo con la Calzada de Ayestarán, el laboratorio y cartel
anunciando "las pinceladas sanativas del Dr. Pérez Fuentes", en sus frascos
con brocha de pluma de ave.
Por la banda derecha, también edificios con comercios, la redacción y
los amplios talleres de las importantes revistas semanales Carteles y Vani19
dades, un cabaret árabe en el primer piso de un inmueble recién construido, con pufs, cojines y mesas a centímetros del piso y, ya en el cruce, el bar
restaurante Las Avenidas.
Cruzando Carlos III, a la izquierda, junto a las verjas de la Quinta de
Los Molinos, la funeraria San José, y más viviendas y comercios hasta el
restaurante chino y el bodegón, al llegar a San Lázaro. A la derecha, otro
bodegón y el cine Manzanares, la Clínica Canina, de madera y techo de
tejas, con alojamiento para mascotas de dueños viajeros, cercana a la calle Zanja y, después, los cines Astral e Infanta, algunas tiendas, la iglesia
de El Carmen y las Lámparas Quesada, con el Caballero de París en sus
portales, de tanda en tanda.
La esquina de San Lázaro e Infanta, famosa por los continuos encontronazos entre los estudiantes universitarios y la policía, dirimidos con
violencia mediante chorros de agua, pedradas, quema de neumáticos y
balazos, también lo era por los múltiples expendios de ostiones existentes
en el lugar y porque, en uno de sus cuadrantes, cada diciembre instalaba
su carpa el Circo Santos y Artigas, el más importante circo cubano.
Continuando el recorrido, aparecía el edificio de Radio Progreso, la
denominada "Onda de la Alegría" y, enfrente, el cabaret Las Vegas, punto
de reunión de músicos y de artistas, la Sociedad de Ajedrecistas de Cuba,
el edificio del Colegio de Arquitectos e Ingenieros de La Habana y, llegando a la calle 23, el gran edificio de la Ambar Motors, con sus salones de
exhibición de autos fabricados por la General Motors y sus talleres en los
sótanos.
A la derecha, el bodegón de Infanta y Hospital, el edificio de piedra de
la Sociedad de Amigos del País y el garaje de 23 entre Infanta y Malecón.
La Calzada, mayoritariamente ancha y bien asfaltada, era recorrida
por numerosas rutas de ómnibus y transitada por cientos de automóviles y otros vehículos, siendo una de las vías más importantes de la
ciudad, pues enlazaba diferentes puntos de la misma. Debido a ello proliferaban, además de viviendas, los establecimientos comerciales más
disímiles.
Hoy Infanta, sin llegar a los extremos de deterioro visibles en otras
arterias urbanas, también ha sufrido la irresponsabilidad y la indolencia de las autoridades, habiendo perdido valiosos inmuebles y lugares
que la caracterizaban (la mayoría de sus bodegones, bares, restaurantes y comercios, algunos edificios, la Escuela Normal, la Canada Dry,
el terreno de béisbol de Orbay y Cerrato, las revistas Carteles y Vanidades, la Clínica Canina, la esquina de San Lázaro e Infanta, etcétera)
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y manteniéndose otros en estado deplorable o situación ruinosa que,
como células cancerosas, la afectan y afean, esperando la llegada de
tiempos mejores.
Como en otras arterias urbanas, los ciudadanos que ejercen el trabajo por cuenta propia, bajo disímiles presiones gubernamentales, que
atentan contra su desarrollo normal y consolidación como germen de
la pequeña empresa privada, luchan por rescatarla de la miseria y restablecerla como una importante vía comercial.
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UNA AVENIDA SIN PRESIDENTES
La Avenida de los Presidentes, también conocida como la Calle G, en El Vedado,
se extiende desde la Calle 1ra hasta la Calle Zapata. Es una de las dos grandes
avenidas de El Vedado (la otra es Paseo), que permiten la entrada de la brisa marina, ya que ambas comienzan en el mar, son suficientemente anchas con amplio
bulevar central, parterres en los dos lados y están profusamente arboladas.
La Avenida, en su etapa republicana, solo contó con los monumentos
de dos presidentes: el de Tomás Estrada Palma, el primer presidente, a la
altura de la Calle 5ta, y el del General José Miguel Gómez, el segundo, a la
altura de la Calle 29. Sobre el pedestal en que se erguía la figura del primero, solo quedan sus zapatos, cercenado el resto por algún extremismo vandálico en 1960, uno de los primeros síntomas de la revisión de la historia
que vendría después.
El del segundo no fue afectado, tal vez por su grandiosidad, aunque
no pudo escapar de los numerosos grafitis que lo acompañaron durante
muchos años. Los monumentos a los demás presidentes nunca llegaron a
erigirse, constituyendo aún una asignatura pendiente. El ecuestre del Lugarteniente General del Ejército Libertador General Calixto García en el
Malecón, no forma parte de la Avenida.
Hoy, en la Avenida, sacados de la manga por algún mago frenético, aparecen algunos dedicados a presidentes extranjeros, verdaderos bodrios escultóricos, que en lugar de embellecerla la afean, además de que este no es
el lugar apropiado para ellos, sino el Parque de La Fraternidad Americana,
junto al Capitolio, espacio concebido para tal fin desde los tiempos de la
República, donde se encuentran los bustos de Bolívar, San Martín, Juárez,
Artigas, Morazán y otros.
Estos nuevos esperpentos, erigidos a toda prisa más por conveniencias
políticas coyunturales que por sinceros deseos de rendirles tributo, sin pa23
sar por un tribunal de expertos que exigiera un mínimo de calidad y los
aprobara, en su momento, después de ser reelaborados artísticamente, si
vale la pena, tal vez debieran ser reubicados en otro entorno.
Donde comienza, a un lado, se encuentra el edificio de la Sociedad Colombina Panamericana, que ocuparan también la Asociación Panamericana de
Escritores y la Casa Continental de la Cultura y se efectuara, en 1956, el Diálogo Cívico, presidido por Cosme de la Torriente, al frente de la Sociedad de
Amigos del País, con el objetivo de encontrar una salida política al diferendo
entre la oposición y el Gobierno. Hoy es la sede de la Casa de las Américas.
Enfrente, el ruinoso Parque Deportivo José Martí, con peligro de derrumbes en sus áreas techadas y destruidas muchas de sus instalaciones,
albergue regular de marginales y mendigos, seguido del edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores, más la casa de la Condesa de Loreto, convertida en el Centro Internacional de Prensa.
En la otra acera, el Hotel Presidente, construido en 1927 y, antes de llegar a Línea, el antiguo Hospital Municipal de Maternidad América Arias,
en estado de deterioro galopante, con áreas clausuradas y reparación interminable, y algunas residencias ocupadas por instituciones gubernamentales de diferente designación.
Después de Línea, puede encontrarse la residencia donde falleciera el General Mario García Menocal, el tercer presidente, que gobernó durante dos
períodos consecutivos, un edificio alto donde residió durante años una de las
herederas de la familia Tarafa, integrante de las grandes fortunas de Cuba que,
cuando todos se marcharon, se quedó "para ver cómo era una revolución".
Más adelante, el Colegio Baldor; dos residencias, entre ellas donde vivió el
Dr. Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla,
convertidas en la Escuela de la Alianza Francesa; otras ocupadas por la Embajada de Hungría y la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de
La Habana; la antigua casa de Medina, propietario de terrenos y urbanista de
El Vedado; la Sociedad Balear y, al llegar a la Calle 23, el local de la Casa de las
Infusiones, invento socialista de los años en que desapareció el café.
Después de 23, el restaurante Castillo de Jagua, al que solo le queda
de sus pasadas glorias el nombre, el garaje de G y 25, el edificio Chibás,
instalado desde hace meses en sus bajos el elegante café-restaurante privado Presidente, y el edificio Palace, un hotel de apartamentos de diez pisos
inaugurado en el año 1927, que fue el primero construido de hormigón
armado en Cuba, el cual se encuentra en estado deplorable.
Al frente, un edificio de apartamentos convertido en albergue para
estudiantes de Medicina, donde al transitar por la acera, usted podía ser
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impactado con cualquier objeto dejado caer despreocupadamente desde
los pisos superiores, y las ruinas de lo que fue el hermoso Hospital Pedro
Borrás Astorga, en eterna espera de "una demolición anunciada", a pesar de
las múltiples protestas ciudadanas, por ser uno de los dos únicos ejemplos
de art déco aplicado a instalaciones hospitalarias existentes en el mundo (el
otro se encuentra en la ciudad de Chicago).
Más adelante, el monumento al General José Miguel Gómez, el Hospital Ortopédico Fructuoso Rodríguez y, al final, después de dejar atrás
los farallones horadados de túneles de los tiempos de la Guerra de Todo el
Pueblo en las faldas del Castillo del Príncipe y del Hospital General Calixto
García, las Facultades de Artes y Letras y de Química de la Universidad, ya
a la altura de la Calle Zapata.
De día, la Avenida, ocupados sus laterales por instituciones gubernamentales, embajadas, centros de estudio, algunas pocas casas particulares
y edificios de apartamentos, es transitada mayoritariamente por vehículos
y transeúntes apurados, más quienes viven en los alrededores y disfrutan
de sus bancos y arbolado.
De noche, transformada en "la Calle G", es ocupada por las denominadas tribus urbanas, constituidas por jóvenes emo, vampiros, raperos, rockeros, reparteros y otros, al principio perseguidos y expulsados del lugar y hoy, aunque nunca
aceptados, tolerados por las autoridades. Todos ellos se visten y adornan como
les da la gana, lucen sus pelados originales, conversan, intercambian vivencias
y experiencias, escuchan sus canciones preferidas, bailan y, de vez en cuando,
hasta consumen algo de alcohol y, tal vez, alguna que otra droga, aunque ambos
productos se encuentran bastante alejados de las posibilidades de sus bolsillos.
Estos jóvenes la han convertido, con su presencia regular nocturna, en
un espacio donde reina alguna libertad, la cual rompe con la gris monotonía cotidiana generalizada.
En un futuro no muy lejano, la Avenida debiera contar con las figuras
de cada uno de sus presidentes, donde estén los buenos, los regulares y
hasta los malos, sin ausencias dictadas por la política. Entonces, la Avenida de los Presidentes sí que le haría honor a su nombre, demostrando que
los cubanos habríamos dejado atrás el infantilismo, los oportunismos, los
dogmatismos y los extremismos de todo tipo, que tanto daño han hecho, y
adquirido adultez ciudadana.
Hoy, por desgracia, en la Avenida de los Presidentes "no están todos los
que son ni son todos los que están".
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DE PASEO POR PASEO
Paseo comienza en la calle 1ra de El Vedado, donde estuvo el demolido en
la década de los años cincuenta Palacio de los Deportes, con una extraña
fuente denominada "de la Juventud", que solo echó agua por sus surtidores
cuando fue inaugurada y hasta unos pocos meses después.
Caracterizada por un diseño plano en forma de flor, solo observable
desde los pisos altos de los edificios que la circundan o desde un helicóptero (servicio de transporte que aquí no existe), y no así por los transeúntes,
la plaza no cuenta con arbolado en su entorno ni con lugares donde descansar, constituyendo un proyecto fallido, cuyo resultado ha sido un espacio
urbano árido.
A un lado, el hermoso hotel Havana Riviera inaugurado en los años
50, hoy venido a menos y bastante deteriorado, con áreas clausuradas y
escaleras en peligro de derrumbe y filtraciones y, en su exterior, las blancas
esculturas de Gelabert clamando por el agua de sus estanques.
Al otro lado, el garaje que fue de la Texaco y, cruzando la calle 1ra, las
moles de cristal del hotel Meliá Cohiba y de Galerías Paseo, según algunos
arquitectos "edificados para resaltar aún más la belleza del Havana Riviera".
Después, algunas viviendas y edificios de apartamentos, las ruinas de la
popular cafetería La Cocinita, el club Los Violines y, llegando a Calzada, lo
poco que queda del histórico Hotel Trotcha, donde se alojó temporalmente
el general Máximo Gómez al entrar en La Habana, y cuyos maravillosos
jardines fueron descritos en una crónica por el poeta Julián del Casal, convertida hoy toda el área, incluyendo donde existió el viejo cine Vedado, en
un raquítico remedo de parque.
Más adelante, el monumento al mayor general Alejandro Rodríguez, el
primer alcalde que tuvo la ciudad (por cierto, el único monumento existente en esta avenida) y, ya en Línea, el edificio Naroca, donde Mirta de
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Perales tenía su famoso salón de belleza y desde donde desarrolló su línea
de cosméticos, hoy utilizado el local como oficina de correos.
Al cruzar Línea, en los bajos del edificio que hace esquina, el otrora
famoso restaurante francés Potin, el cual perdió todo lo que tenía de francés, desaparecidos el restaurante, la repostería, la tienda de exquisiteces y
especialidades francesas y hasta su expendio de libros y revistas extranjeros, transformado durante años en un pobre establecimiento gastronómico con ofertas mínimas, abundantes moscas y aburridos dependientes y,
desde hace algún tiempo, después de remozado, tratando de atraer clientes.
Subiendo Paseo, las grandes residencias como Villa Litta, donde hoy se
encuentra el Museo Servando Cabrera Moreno, y la casa de Pablo González
de Mendoza, utilizada actualmente para diplomáticos, con su piscina romana bajo techo y sus hermosos jardines, la embajada de Corea del Norte
(ni popular ni democrática), el Centro Cardiovascular —una edificación
de nueva construcción—, un policlínico y la casa de Juan Pedro Baró y
Catalina Lasa en Paseo y 17, verdadera joya arquitectónica, nacida del amor
entre dos seres singulares para su época, convertida primero en Casa de la
Amistad Cuba-URSS y, cuando esta declinó, simplemente en Casa de la
Amistad, hoy establecimiento gastronómico con jardines alquilados para
fiestas, entre mármoles blancos de Carrara, rojos del Languedoc y amarillos de Siena y Port-Oro, arena roja del río Nilo, cristales de Lalique y otros
tesoros, que deberían estar mejor protegidos por constituir un valioso patrimonio de la nación.
Continúan las suntuosas residencias hasta llegar a la calle 23, donde se
encuentra el edificio de ladrillos rojos a vista del antiguo Colegio del Apostolado y, cruzando, el convento y colegio, del cual solo queda en manos de
las católicas el primero, ya que el segundo fue intervenido cuando la nacionalización de la enseñanza.
En 25, el edificio de un viejo hotel de apartamentos parecido al de G
y 25, con el original puente peatonal ya inexistente y, llegando a la calle
Zapata, el que fuera restaurante-bar Paseo Club, en cuyo portal por Zapata se instaló el primer puesto de fritas de La Habana, que hizo famoso
a su dueño, un gallego nombrado Sebastián Carro, que después prosperó
abriendo las cafeterías Boulevar 23 y La Cocinita. Hasta aquí la Avenida
Paseo original.
En la década de los 50 se prolongó, como una gran explanada sin bulevar central, extendiéndose hasta la calle Ayestarán, atravesando la denominada Plaza Cívica en construcción. A su derecha surgió una interesante
edificación para la venta de automóviles, con una única columna central
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de hormigón, donde se apoyaban dos grandes alas también de hormigón,
sostenidas por dos cables de acero. Después de 1959, alguien con iniciativa
y poder, cerró el espacio abierto de las alas con paredes de bloques, convirtiéndola en un adefesio arquitectónico.
Mejor suerte no tuvo esta prolongación de Paseo, que se transformó en
una gran pista para desfiles civiles y militares y concentraciones, al mejor
estilo totalitario, bordeada por el Teatro Nacional, el Monumento a José
Martí con su obelisco de 141,95 metros de altura, la Biblioteca Nacional y
los edificios de la Alcaldía de La Habana y de la Lotería Nacional, convertidos después en del MINFAR y de la JUCEPLAN.
De haberse respetado el proyecto original premiado, el centro de la
Plaza hubiera sido una gran área con paseos peatonales, fuentes, jardines,
césped, arbolado, bancos, glorietas y otras instalaciones para el disfrute de
los ciudadanos, en definitiva un espacio concebido para oxigenar la ciudad y no el árido desierto de asfalto y cemento actual. Tal vez en un futuro, cuando las concentraciones y los desfiles dejen de ser instrumentos de
propaganda política, se conviertan en cosas del pasado y se restablezcan
las formas y métodos democráticos, se retome, actualice y materialice el
proyecto original del centro de la Plaza, y hasta Paseo pueda contar con
bulevar desde el inicio hasta el final.
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UNA AVENIDA CON MUCHOS NOMBRES
El conocido Malecón habanero fue construido durante los años de la intervención norteamericana, con el objetivo de eliminar la insalubridad y
mejorar el ornato público en el tramo comprendido entre el Castillo de
la Punta y la Calzada de Belascoaín. En un principio, se le denominó oficialmente Avenida del Golfo, pero los ciudadanos comenzaron a llamarla
simplemente Malecón.
En 1921 se prolongó hasta la entrada de El Vedado, donde se levantó el
monumento a las víctimas del Maine en 1925 y, en 1930, se extendió hasta
la Avenida de los Presidentes. Ya en 1950 llegó a su término natural en las
inmediaciones del Castillo de la Chorrera y, posteriormente, se conectó al
túnel que se construyó bajo el río Almendares.
Igual que avanzó hacia el oeste, lo hizo hacia el este a partir de 1927 con
el nombre de Avenida del Puerto, incluyendo el parque y monumento a
José de la Luz Caballero, erigido en 1913 con arbolado y estatuas, y el Anfiteatro Municipal al aire libre de estilo griego, llegando hasta el comienzo
de los muelles.
Más tarde se decidió darle nuevos nombres: así, desde la vieja Capitanía del Puerto hasta el Castillo de la Punta se denominó Avenida Carlos
Manuel de Céspedes; desde ahí hasta la Calzada de Belascoaín, Avenida
Maceo, porque terminaba en el parque Maceo, donde se encuentra el monumento al héroe de la gesta independentista inaugurado en 1916; al tramo
siguiente, hasta el monumento a las víctimas del Maine, Avenida Washington; desde allí hasta la Avenida de los Presidentes, Avenida de Pi y Margall
y, al último tramo, que terminaba en el río, Avenida Aguilera.
Sin embargo, ninguno de estos nombres prevaleció, y hoy se denomina Malecón desde el Castillo de la Punta hasta el túnel, y Avenida del
Puerto desde el Castillo de la Punta hacia los muelles y más allá, hasta
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la ensenada de Atarés, después de su posterior ampliación a finales de
los años 40 y principios de los 50.
La Avenida del Puerto, mucho más vinculada a La Habana Vieja, ha
sido objeto de atención especial con miras al turismo. Debido a ello, se
ha restaurado el Castillo de La Punta, colocando en su explanada una
estatua del prócer venezolano Francisco Miranda mirando hacia el mar,
tal vez por alguien deseoso de congratular a los "nuevos hermanos", olvidando que este fue traicionado, arrestado y entregado a los españoles por
Simón Bolívar.
También se restauró el monumento al generalísimo Máximo Gómez,
levantado en 1925, el de los estudiantes de Medicina, inaugurado en 1921,
el Castillo de la Real Fuerza, la alameda e iglesia de Paula, los parques y
otros monumentos, como la estatua de Neptuno, al fin reubicada en su
sitio original, y el dedicado a Pepe Antonio, quien simboliza la resistencia
cubana cuando la toma de La Habana por los ingleses.
Se restauraron parte de los muelles, dedicándolos a otros fines —venta
de artesanías y cervecería—, y se han abierto cafeterías al aire libre, bares
y restaurantes como El Templete, uno de los más caros de la ciudad, así
como una iglesia griega con cementerio adosado detrás del Convento de
San Francisco, y hasta una catedral rusa frente al viejo Muelle de Luz, restallantes al sol tropical sus cúpulas doradas en forma de cebolla, junto al
histórico bar Dos Hermanos. Ambas, consideradas por la mayoría de los
habaneros edificaciones anacrónicas al entorno, forman parte de los "excesos de la escenografía socialista".
El Malecón, menos beneficiado
El Malecón, como tal, ha sido menos beneficiado, aunque se han reparado secciones del muro y ha sido dotado de nuevo alumbrado público
imitando al antiguo. Sin embargo, el estado de deterioro de muchas de
sus edificaciones, principalmente las que se encuentran entre el Paseo del
Prado y la Calzada de Belascoaín, convertidas en verdaderas ciudadelas,
deja mucho que desear.
Quienes sobreviven en ellas, hacinados en sótanos y pisos superiores
desvencijados, se ven obligados a buscar aire fresco en las noches calurosas, ocupando el muro que separa la avenida del mar, y a abandonarlas en
época de inundaciones.
El terreno donde el Malecón comienza, se mantiene subutilizado, convertido en un precario parque temporal. El valioso triángulo de terreno
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que a principios del siglo XX ocupó el Hotel Miramar, visitado por Rubén
Darío en 1910, está a la espera de algún valiente inversionista extranjero
que asuma la ejecución de un interesante proyecto de hotel existente.
Más adelante se encuentra la conocida Casa de las Cariátides, que fuera Centro Cultural Español con libre acceso a libros, películas, documentales, conexiones de red, exposiciones y conciertos no controlados por el
Gobierno, clausurada e intervenida en un momento de tensión política
con el Gobierno español, cuando hasta se ordenó levantar un monumento — bastante tardío, por cierto— a las víctimas de la reconcentración
dictada por Valeriano Weyler —por suerte nunca ejecutado, al asumir el
gobierno el PSOE.
Hoy la Casa de las Cariátides languidece, convertida en una institución
estatal denominada Centro Hispanoamericano de Cultura. Viene después
el restaurante Castropol, perteneciente a la Federación de Sociedades Asturianas; un extraño edificio, que llama la atención por sus balcones en forma
de sarcófagos; el gran parque Maceo, ahora con cerca perimetral; el torreón
de San Lázaro; la cascada, casi siempre seca, del Hotel Nacional; el monumento a las víctimas del Maine, despojado del águila imperial en espera
de la paloma de Picasso que nunca llegó, ahora en restauración y, más allá,
la obra cumbre del "kitsch monumental socialista": la Tribuna Antiimperialista José Martí, adefesio arquitectónico de hormigón y arcos de acero,
conocida popularmente como "El Tontódromo", donde se ofrecen actos y
conciertos de corte político, con una ridícula estatua de Martí cargando en
brazos un niño y señalando hacia el edificio de la Embajada de los Estados
Unidos de América, la conocida Sección de Intereses.
Algunos irrespetuosos aseguran que Martí le esta diciendo al niño: "Ahí
es dónde dan las visas". Luego, formando parte del árido entorno, aparece
el denominado Monte de las Banderas, pocas veces cubanas y casi siempre
negras, semejando una extraña convención de piratas del Caribe, tratando
de ocultar infructuosamente el edificio de cristales de la instalación diplomática, rodeada de agentes de seguridad y siempre concurrida por su entrada de la calle Calzada, por cientos de cubanos en trámites migratorios.
Más allá, en mármol y granito negros, el monumento al lugarteniente
general del Ejército Libertador Calixto García; lo que queda del otrora hermoso parque deportivo José Martí; la fuente que no echa agua; el deteriorado Hotel Habana Riviera; el Castillo de la Chorrera, convertido en mesón
español; y el restaurante 1830, instalado en la casa que fuera de Carlos Miguel de Céspedes. Aquí termina el Malecón y, después del túnel, comienza
la 5ta Avenida de Miramar.
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El Malecón actual no tiene nada que ver con el de la década de los años
cincuenta, iluminadas sus noches por las luces de colores de los grandes
anuncios lumínicos y, en época de carnaval, por los paseos y desfiles que,
partiendo desde El Vedado, llegaban por el Paseo del Prado hasta el Capitolio, dando la vuelta en la Fuente de la India, regresando por el mismo itinerario hasta su punto de partida, repartiendo música, bailes, serpentinas
y confetis a los miles de espectadores, que ocupaban asientos a su paso en
portales y aceras.
Tampoco tiene nada que ver con la explosión de protesta ciudadana de
los años noventa, conocida como "el maleconazo". Hoy, de día, es transitado mayoritariamente por vehículos y turistas en busca de la brisa marina y
del sol tropical que les tueste la piel, del cual se protegen los cubanos, más
dados a "cazar olas" cuando rompen contra el muro en temporada de huracanes o en nuestro corto invierno.
En las noches se puebla de jóvenes y adultos en busca de aire fresco
y del olor a salitre y, principalmente en el tramo comprendido entre la
Calle 23 y el monumento a las víctimas del Maine, cobra vida con la presencia bulliciosa de gays, lesbianas, trasvestis y otros ciudadanos hasta
hace poco considerados oficialmente antisociales, objetos de represión y
persecución, ahora tolerados por las autoridades, bajo el influjo del respeto a la diversidad sexual tan de moda, algo muy justo, pero que debiera
extenderse también a otras diversidades.
Pero sea cual sea su destino actual, el Malecón continúa siendo la gran
avenida de los habaneros, que bordea la ciudad en sus límites con el mar y
contribuye a darle a esta su carácter marinero.
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