Las Cuatro Edades de la Poesía

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DEFENSA DE LA POESÍA
O Algunas Reflexiones Sugeridas Por Un Ensayo
Titulado "Las Cuatro Edades de la Poesía"
Percy B. Shelley
(1821)
1
2
D
e acuerdo con cierto modo de contemplar esas dos
clases de actividad intelectual que llamamos razón e
imaginación, la primera puede considerarse algo así
como la mente atendiendo las relaciones que un pensamiento
mantiene con otro, sea lo que sea lo que los produzca; y la
segunda, como la mente actuando sobre esos pensamientos a
fin de colorearlos con su propia luz y componer a partir de
ellos, como si de elementos se tratase, otros pensamientos,
cada uno de ellos dotado del principio de su propia integridad.
La una es el τό ποιειν, o el principio de síntesis, y tiene por
objetos esas formas que son comunes a la naturaleza universal
y a la existencia misma. La otra es el τό λογιζειν, o principio de
análisis, y su acción concierne a las relaciones entre las cosas
en cuanto que simples relaciones, tomando los pensamientos
no en su unidad integral, sino como las representaciones
algebraicas que conducen a ciertos resultados generales. La
razón es la enumeración de cantidades ya conocidas; la
imaginación es la percepción del valor de esas cantidades,
tanto separadamente como en su totalidad. La razón
contempla las diferencias; la imaginación las similitudes de las
cosas. La razón es a la Imaginación lo que el instrumento al
3
agente, lo que el cuerpo al espíritu, lo que la sombra a la
substancia.
En un sentido general, la poesía podría definirse como la
expresión de la Imaginación: la poesía surge con el mismo origen
del hombre. El hombre es un instrumento al que llega una
serie de impresiones externas e internas, como el soplo
siempre cambiante del viento sobre un arpa eólica, incitándola
con su movimiento a una siempre cambiante melodía. Pero
hay un principio en el ser humano, y quizás en todos los seres
sensibles, que actúa de modo distinto que en el arpa,
produciendo no sólo melodía sino armonía, por un ajuste
interno de los sonidos o movimientos así excitados a las
impresiones que los excitan. Es como si el arpa pudiese
acomodar sus cuerdas a los movimientos de aquello que las
pulsa de acuerdo con una determinada proporción de sonido,
al igual que el músico puede acomodar su voz al sonido del
arpa. Un niño jugando a solas consigo mismo expresará su
dicha con su voz y movimientos, y cada inflexión de tono y
cada
gesto
mostrarán
una
exacta
relación
con
el
correspondiente contratipo en las impresiones placenteras
que los despertaron, será la imagen reflejada de aquella
impresión. Y así como el arpa tiembla y suena después de
apagarse el viento, el niño, al prolongar en su voz y
movimientos la duración del efecto, trata de prolongar
4
también la consciencia de la causa. Estas expresiones son, a
los objetos que alegran al niño, lo que la poesía es a objetos
superiores. El salvaje (puesto que el salvaje es a las eras lo que
el niño es a los años) expresa de una manera similar las
emociones que le producen los objetos circundantes y el
lenguaje y gesto, junto con la imitación plástica o pictórica, se
convierten en la imagen del efecto combinado de esos objetos
y de su aprehensión de los mismos. A continuación es el
hombre en sociedad, con todas sus pasiones y placeres, el que
se convierte en objeto de las pasiones y placeres del hombre;
una clase adicional de emociones produce un tesoro
incrementado de expresiones; y el lenguaje, el gesto y las artes
imitativas, se convierten al mismo tiempo en representación y
medio, en pincel y cuadro, en cincel y estatua, en la cuerda y la
armonía. Las simpatías sociales, y esas leyes de las cuales (así
como de sus elementos) la sociedad resulta, comienzan a
desarrollarse desde el instante en que dos seres humanos
coexisten. El futuro se halla contenido en el presente tal como
la planta en la semilla; y la igualdad, diversidad, unidad,
contraste, dependencia mutua, se convierten en los únicos
principios capaces de proporcionar los motivos que incitarán
la voluntad de un ser social (en cuanto que social) a la acción;
y dan lugar al placer en la sensación, la virtud en el
sentimiento, la belleza en el arte, la verdad en el
5
razonamiento, el amor en las relaciones entre las personas. De
aquí que los hombres, incluso en la infancia de la sociedad,
observen un cierto orden en sus palabras y acciones distinto
del de los objetos y las impresiones representadas por ellos,
hallándose toda expresión sujeta a las leyes de aquello de lo
que procede.
Pero permítasenos abandonar esas consideraciones más
generales que nos llevarían a una investigación de los
principios de la sociedad misma y restringir nuestro enfoque
al modo en que la imaginación se expresa en sus formas. En la
juventud del mundo, los hombres danzan y cantan e imitan los
objetos naturales, observando en estas acciones, como en
todas las demás, un cierto ritmo u orden. Y aunque todos los
hombres observen un orden similar en los movimientos de la
danza, en la melodía del canto, en las combinaciones del
lenguaje, en la serie de imitaciones de los objetos naturales, no
observan un orden idéntico. Porque existe un cierto orden o
ritmo para cada una de estas clases de representación
mimética del que el oyente o espectador recibe un placer más
intenso y más puro que de cualquier otro: el sentido de
aproximación a este orden ha sido llamado gusto por los
escritores modernos. En la infancia del arte, cada hombre
observa un orden que se aproxima en un grado u otro a ése del
que resulta el mayor goce; pero la diversidad no es lo bastante
6
patente, en el sentido de hacer perceptibles sus gradaciones,
más que en aquellos casos en que el predominio de esta
facultad de aproximación a lo bello (pues ha de permitírsenos
denominar así a la relación entre este placer supremo y su
causa) es muy grande. Los que la poseen en grado sumo son
poetas, en el sentido más universal de la palabra, y el goce que
resulta de la manera en que expresan la influencia que la
sociedad o la naturaleza ejercen sobre sus mentes se comunica
a otros y sufre una suerte de reduplicación a causa de esta
comunidad. Su lenguaje es vitalmente metafórico, esto es,
pone de relieve relaciones entre cosas no percibidas
anteriormente y perpetúa esta percepción, hasta que las
palabras que las representan se convierten, con el tiempo, en
signos de partes o clases de conceptos abstractos en lugar de
imágenes o descripciones de pensamientos integrales. Y
entonces, si no surgieran nuevos poetas para crear de nuevo
las asociaciones que de ese modo se han visto desorganizadas,
el lenguaje moriría para todo lo que respecta a los propósitos
más nobles de las interrelaciones humanas. Estas similitudes
o relaciones han sido sutilmente descritas por lord Bacon
como "las mismas huellas de la naturaleza impresas en los
diversos elementos del mundo",1 y este autor considera la
facultad que las percibe como la mina de axiomas común a
1
Bacon, The Advancement of Learning, libro II, v.3.
7
todo conocimiento. En la infancia de la sociedad, cada autor es
necesariamente un poeta porque el lenguaje mismo es poesía.
Y ser poeta es captar lo verdadero y lo bello; en una palabra, el
bien que existe en la relación y que subsiste, primero, entre
existencia y percepción y, después, entre percepción y
expresión. Cada lengua original próxima a su fuente es en sí
misma el caos de un cíclico poema: la abundancia de
lexicografía y las distinciones gramaticales son obra de una era
posterior; son, meramente, el catálogo y la forma de las
creaciones de la Poesía.
Pero los Poetas, o aquellos que imaginan y expresan este
orden indestructible, no son sólo los autores del lenguaje y de
la música, de la danza y arquitectura, y esculturas y pintura:
son los creadores de las leyes, los fundadores de la sociedad
civil, los inventores de las artes de la vida y los maestros,
capaces de aproximar esa parcial percepción de las fuerzas del
mundo invisible (que llamamos religión) a lo bello y lo
verdadero. De aquí que todas las religiones originales sean
alegóricas y, como Jano, tengan una doble faz, a la vez falsas y
verdaderas. Los Poetas, de acuerdo con las circunstancias de
la era y nación en las que surgieron, fueron llamados en las
épocas tempranas del mundo legisladores o profetas: un
poeta, esencialmente, comprende y une en sí mismo estos dos
caracteres. No sólo capta el presente tal como es y descubre
8
esas leyes por las cuales deben ordenarse las cosas presentes,
sino que contempla el futuro en el presente y sus
pensamientos son las semillas de la flor y el fruto de los
últimos tiempos. No es que yo afirme que los poetas son
profetas en el sentido burdo del término, o que pueden
predecir la forma de las cosas con tanta seguridad como
preconocen el espíritu de los eventos: tal es la pretensión
supersticiosa que haría de la poesía un atributo de la profecía,
más que de esta última un atributo de la primera. Un Poeta
participa de lo eterno, lo infinito, lo uno: en lo que a sus
concepciones se refiere, tiempo y lugar y número es como si
no fueran. Las formas gramaticales que expresan los modos de
tiempo y la diferencia de personas y la distinción de lugar son
perfectamente intercambiables, en lo que a la alta poesía
respecta, sin lesionarla como tal poesía. Y los coros de Esquilo
y el libro de Job y el Paraíso de Dante nos proporcionarían,
más que ningún otro escrito, ejemplos de este hecho, si los
límites de este ensayo no vetasen las citas. Las creaciones de la
escultura, pintura y música lo ilustran más decididamente
aun.
Lenguaje, color, forma, incluso los hábitos de acción civil
y religiosa, son todos ellos instrumentos y materiales de la
poesía; de hecho, pueden denominarse poesía por esa figura
del lenguaje que considera el efecto sinónimo de la causa. Pero
9
poesía
expresa,
en
un
sentido
más
restringido,
las
disposiciones del lenguaje, y especialmente del lenguaje
métrico, creadas por esa regia facultad cuyo trono velado
reposa en la invisible naturaleza del hombre. Y esto surge de la
misma naturaleza del lenguaje, que es una representación más
directa de las acciones y pasiones de nuestro ser interior; es
susceptible de combinaciones más variadas y delicadas que el
color, la forma o el movimiento; y es más plástico y obediente
al control de esa facultad de la que depende la creación. Y todo
ello porque el lenguaje es producido de forma arbitraria por la
Imaginación
y guarda relación con los pensamientos
solamente, mientras que todo el resto de materiales,
instrumentos y condiciones del arte están sujetos a relaciones
entre ellos mismos que limitan —y se interponen entre— la
concepción y la expresión. El primero es como un espejo que
refleja, y los últimos como una nube que debilitan, la luz de la
que todos ellos son medios de transmisión. De aquí que la
fama
de
escultores,
pintores
y
músicos,
aunque
las
capacidades intrínsecas de los grandes maestros de estas artes
no desmerezcan en nada de las de aquellos otros que han
empleado el lenguaje como jeroglífico de sus pensamientos,
no haya igualado nunca a la de los poetas en el sentido
restringido de este término... del mismo modo que dos
intérpretes de igual destreza extraerán desiguales efectos de
10
un arpa o una guitarra. Sólo la fama de los legisladores y
fundadores de religiones, mientras sus instituciones perduran,
parece exceder a la de los poetas en sentido estricto. Pero
quizá ni merezca la pena preguntarse si ese plus de fama
existiría en caso de restar, de lo que a aquéllos realmente les
pertenece en su carácter superior de poetas, la celebridad que
a menudo proporciona su adulación de las burdas opiniones
de la masa.
Hemos circunscrito, así pues, el significado de la palabra
Poesía dentro de los límites de ese arte que constituye la
expresión más familiar y más perfecta de la facultad misma.
Es necesario ahora, sin embargo, hacer el círculo más estrecho
aun y determinar la distinción entre lenguaje métrico y no
métrico, pues la división popular entre prosa y verso resulta
inadmisible desde la perspectiva del rigor filosófico.
Los sonidos tanto como los pensamientos guardan
relaciones entre ellos y con eso que representan, y la
percepción del orden de estas relaciones siempre se ha visto
conectada con la percepción del orden de las relaciones entre
los pensamientos. De aquí que la lengua de los poetas haya
mostrado siempre una cierta recurrencia de sonido, uniforme
y armoniosa, sin la cual no sería poesía y que resulta casi tan
indispensable para la comunicación de su influencia como las
palabras mismas, sin referencia a ese orden peculiar. De aquí
11
lo vano de cualquier traducción: tan sabio sería meter una
violeta en un crisol a fin de descubrir el principio formal de su
color y su aroma como intentar transfundir de un lenguaje a
otro las creaciones de un poeta. La planta debe volver a brotar
de su semilla so pena de no dar flores: tal es el peso de la
maldición de Babel.
La observación del modo regular de recurrencia de esta
armonía en la lengua de las mentes poéticas, unida a su
relación con la música, produce el metro, o un cierto sistema
de formas tradicionales de armonía del lenguaje. No es en
absoluto esencial, sin embargo, que un poeta acomode su
lenguaje a esta forma tradicional para mantener la armonía
que constituye su espíritu. Tal práctica es desde luego
conveniente y popular, y resulta preferible sobre todo en esas
composiciones que incluyen mucha forma y acción; pero todo
gran poeta debe inevitablemente innovar, de acuerdo con el
ejemplo de sus predecesores, en lo que atañe a la exacta
estructura de su peculiar versificación. La distinción entre
poetas y prosistas es un vulgar error. A la distinción entre
filósofos y poetas nos hemos referido ya. Platón era
esencialmente
un
poeta:
no
puede
concebirse
mayor
intensidad que la de la verdad y esplendor de sus imágenes y la
melodía de su lenguaje. Rechazó el metro de las formas épicas,
dramáticas y líricas, porque buscaba encender una armonía en
12
los pensamientos despojada de figura y acción; y desestimó
cualquier plan regular del ritmo que incluyese, bajo formas
determinadas, las diversas pausas de su estilo. Cicerón trató
de imitar la cadencia de sus periodos pero con poco éxito.
Lord Bacon era un poeta. Su lenguaje posee un ritmo dulce y
majestuoso que satisface el sentido tanto como la sabiduría
casi sobrehumana de su filosofía colma el intelecto: es una
tensión que distiende, que hace estallar la circunferencia de la
mente del lector para verterse, junto a ella, en el elemento
universal con el que guarda perpetua simpatía. Todos los
autores de opiniones revolucionarias son tan poetas como
inventores, y no en la medida en que sus palabras desvelan la
permanente analogía de las cosas por medio de imágenes que
participan de la vida de la verdad, sino porque sus periodos
son armoniosos y rítmicos y contienen los elementos del
verso, y son el eco de la música eterna. Y del mismo modo,
esos supremos poetas que han puesto las formas tradicionales
del ritmo al servicio de sus temáticas son tan capaces de
percibir y enseñar la verdad de las cosas como aquellos que
han omitido esa forma. Shakespeare, Dante y Milton (para
limitarnos a unos pocos escritores) son filósofos de la más
elevada categoría.
Un poema es la misma imagen de la vida expresada en
los términos de su verdad eterna. La diferencia entre una
13
historia y un poema es que la primera es un catálogo de
hechos separados sin otra conexión que la que resulta de
tiempo, lugar, circunstancia, causa y efecto. El segundo, por
otra parte, es la creación de acciones de acuerdo con las
formas inalterables de la naturaleza humana, tal como existen
en la mente del creador, que es la imagen de todas las otras
mentes. La primera es parcial y se aplica sólo a un definido
periodo de tiempo, así como a una cierta combinación de
eventos que no pueden volver a ocurrir; el otro es universal y
contiene la semilla de la relación con cualesquiera motivos o
acciones que tengan cabida en las posibles variedades de la
naturaleza humana. El tiempo, que destruye la belleza y
utilidad de esa historia de acontecimientos particulares falta
de la poesía que debiera vestirla, aumenta las de la Poesía y no
deja de dar lugar a nuevas y magníficas aplicaciones de la
eterna verdad que aquélla contiene.
De aquí que los epítomes hayan sido llamados las polillas de la
mera historia,2 puesto que devoran la poesía que hubiera en
ella.
2
Bacon, The Advancement ofLearning, libro II, ü.4.: "As for the
corruptions and morhs of history, which are EPITOMES, the use of
them deserveth to be banished". ("En cuanto a esas corrupciones y
polillas de la historia que son los EPÍTOMES, su uso merece ser
vetado.")
14
El relato de hechos particulares es como un espejo que
oscurece y distorsiona lo que debería ser bello; la Poesía es un
espejo que hace bello lo distorsionado.
Las partes de una composición pueden ser poéticas sin
que la composición sea en su conjunto un poema. Una única
frase puede considerarse una totalidad incluso cuando se halla
en una serie de fragmentos no integrados. Hasta una sola
palabra puede ser una chispa de pensamiento inextinguible.
Por ello todos los grandes historiadores, Herodoto, Plutarco,
Livio, fueron poetas y, aunque el proyecto de estos escritores,
especialmente de Livio, les impidió desarrollar esta facultad
hasta su grado máximo, compensan abundantemente su
sujeción llenando todos los intersticios de sus temas con
imágenes vivas.
Tras establecer qué es poesía y quiénes son los poetas,
estimemos ahora sus efectos en la sociedad.
A la poesía la acompaña siempre el placer: todos los
espíritus sobre los que desciende se abren para recibir la
sabiduría que llega mezclada con su goce. En la infancia del
mundo, ni los poetas mismos ni sus oyentes son plenamente
conscientes de la excelencia de la poesía, pues ésta actúa de un
modo divino y subliminal, más allá y por encima de la
consciencia. Y queda para generaciones futuras el contemplar
y calibrar los poderosos causa y efecto en toda la fuerza y el
15
esplendor de su unión. Ni siquiera en los tiempos modernos
alcanzó ningún poeta vivo la cima de su fama: el jurado que ha
de pronunciarse sobre un poeta, perteneciendo éste como
pertenece a todos los tiempos, debe estar formado por sus
pares, constituido por el Tiempo a partir de los más selectos
entre los sabios de muchas generaciones. Un Poeta es un
ruiseñor en la oscuridad que canta para reconfortar su solitud
con sonidos dulces. Sus oyentes son como hombres en trance
por la melodía de un músico oculto: se sienten conmovidos y
serenados pero no saben cómo ni por qué. Los poemas de
Homero y sus contemporáneos fueron el deleite de la joven
Grecia; eran los elementos de ese sistema social que
constituye la columna sobre la que toda civilización triunfante
reposa. Homero encarnaba la ideal perfección de su era en
términos de carácter humano y no podemos dudar de que, en
los que leían sus versos, despertaba la ambición de ser como
Aquiles, Héctor o Ulises: la verdad y la belleza de la amistad,
el patriotismo y la perseverante devoción a un objeto, eran
desveladas en estas creaciones inmortales hasta sus mismas
profundidades. Los sentimientos de quienes las escuchaban
deben de haberse visto refinados y dilatados por la simpatía
con tan grandes y admirables personajes, hasta que de la
admiración pasaron a la imitación y de la imitación, a
identificarse con aquéllos a los que admiraban. Y no se objete
16
que tales personajes están lejos de toda perfección moral y que
de ningún modo pueden considerarse modelos edificantes de
general imitación. Cada época ha deificado, bajo nombres más
o menos engañosos, sus peculiares errores: Venganza es el
ídolo desnudo del culto de una era semibárbara y Autoengaño
es la Imagen velada de un mal desconocido ante el que la
opulencia y la saciedad yacen postradas. Pero un poeta
considera los vicios de sus contemporáneos como el ropaje
temporal que debe vestir a sus creaciones y que cubre, sin
ocultar, las eternas proporciones de su belleza. Se espera que
un personaje épico o dramático se cubra con ellos el alma del
mismo modo que la antigua armadura o el moderno uniforme
visten su cuerpo, por más que sea bien fácil concebir
vestimentas más elegantes que cualquiera de los dos. El ropaje
accidental no puede llegar a ocultar tanto la hermosura de la
naturaleza interna: el espíritu de su forma se comunica al
mismo disfraz e indica la forma que encubre por medio del
modo en que el sayo es portado. Ni el más bárbaro y burdo
vestido impedirá que una forma majestuosa y unos
movimientos elegantes se expresen a sí mismos. Pocos poetas
de la más alta categoría han decidido exhibir la belleza de sus
concepciones en su verdad y esplendor desnudos, y debemos
preguntarnos si tal aleación de indumentaria, hábito, etc. no
17
será necesaria, al fin y al cabo, a fin de temperar esa música
planetaria para oídos humanos.
Toda la objeción a la inmoralidad de la poesía, sin embargo,
reposa en una falsa concepción respecto del modo en que
aquélla actúa para producir el perfeccionamiento moral del
hombre. La ciencia ética organiza los elementos que la poesía
ha creado y propone modelos y ejemplos de vida civil y
doméstica: no es por falta de doctrinas admirables, si los
hombres odian y desprecian y censuran y engañan y se
subyugan uno a otro. Pero la poesía actúa de una manera
distinta y divina. Despierta y amplía la mente misma
convirtiéndola
en
el
receptáculo
de
un
millar
de
combinaciones subliminales del pensamiento. La poesía
levanta el velo que cubre la belleza oculta del mundo y hace
aparecer los objetos familiares como si no lo fueran.
Reproduce todo lo que representa, y los personajes vestidos
por su luz elísea se erigen a partir de entonces, en las mentes
de aquellos que una vez los contemplaron, como monumentos
de ese contenido noble y exaltado que se extiende sobre todos
los pensamientos y acciones con los que coexiste. El gran
secreto de la moral es el Amor, o bien un salir de nuestra
propia naturaleza para identificarnos con la belleza que existe
en un pensamiento, acción o persona ajenos. Un hombre, para
18
ser excelso, debe imaginar intensa y comprehensivamente,
debe ponerse a sí mismo en el lugar de otro y de muchos otros,
debe aceptar como propios los placeres y dolores de toda su
especie. El gran instrumento del bien moral es la imaginación
y la poesía administra el efecto actuando sobre la causa. La
poesía
amplía
la
circunferencia
de
la
imaginación
abasteciéndola de pensamientos de un deleite sin cesar
renovado; pensamientos que tienen el poder de atraer y
asimilar a su propia naturaleza todo otro pensamiento, dando
lugar a nuevos intervalos e intersticios cuyo vacío anhela
siempre fresco nutrimento. La poesía fortalece esa facultad
que constituye el órgano de la naturaleza moral del hombre
del mismo modo que el ejercicio fortalece los miembros.
Por ello, un poeta haría mal si encarnase sus propias
concepciones de lo recto y lo erróneo, que normalmente son
las de su tiempo y lugar, en sus creaciones poéticas, que no
participan de ninguno de los dos. Al asumir el inferior
cometido de interpretar el efecto, en lo que quizás podría
llegar al fin y al cabo a obtener algún resultado, aunque
imperfecto, renunciaría a la gloria de la participación en la
causa. Poco peligro había de que Homero o cualquiera de los
poetas eternos llegase a comprender tan mal su función como
para abdicar del trono de su más vasto dominio. Aquéllos cuya
facultad poética, aunque grande, es menos intensa, como
19
Eurípides, Lucano, Tasso, o Spencer, a menudo han albergado
un fin moral y el efecto de su poesía se ha visto disminuido en
exacta proporción al grado en que nos fuerzan a percibir su
propósito.
Homero y los poetas cíclicos fueron seguidos a cierta
distancia por los Poetas dramáticos y líricos de Atenas, que
florecieron como contemporáneos de todo lo más perfecto en
el ámbito de las diversas expresiones de la facultad poética:
arquitectura, pintura, música, danza, escultura, filosofía y
podríamos añadir incluso las formas de la vida civil. Porque,
aunque el proyecto de la sociedad ateniense se hallaba
deformado por muchas imperfecciones que la poesía existente
en la Caballería y la Cristiandad ha eliminado de los hábitos e
instituciones de la Europa moderna, ningún otro periodo ha
llegado a desarrollar tanta energía, belleza y virtud. Nunca la
fuerza ciega y la forma pertinaz han sido disciplinadas y
sometidas hasta tal punto por la voluntad del hombre, o esa
voluntad ha sido menos extraña a los dictados de lo bello y lo
verdadero, como durante el siglo que precedió a la muerte de
Sócrates. De ninguna otra época en la historia de nuestra
especie poseemos recuerdos y fragmentos tan visiblemente
impresos con la imagen de la divinidad en el hombre. Pero es
la Poesía solamente, en la forma, en la acción, o en el lenguaje,
la que ha hecho memorable esa época sobre todas las demás y
20
una mina de ejemplos para el tiempo imperecedero. La poesía
escrita existió en aquella época simultáneamente con todo el
resto de las artes y es ocioso preguntarse cuál proporcionó y
cuál recibió la luz; luz que, como si proviniese de un foco
común, todas ellas han derramado sobre los periodos más
oscuros del tiempo que las siguió. No sabemos de causa y
efecto más que el hecho de que ambas constituyen una
constante conjunción de eventos: la Poesía siempre se halla en
coexistencia con lo que otras artes tributan a la felicidad y
perfección del hombre. Me remito a lo ya establecido para
distinguir entre causa y efecto.
Fue en el periodo aquí señalado cuando el Drama tuvo su
nacimiento. Y aunque un escritor posterior puede haber
igualado o superado esos escasos y grandes ejemplos de
drama ateniense que han llegado hasta nosotros, es un hecho
indisputable el que ese arte en sí mismo nunca se ha
comprendido y practicado, de acuerdo con su verdadera
filosofía, como lo fue en Atenas. Los atenienses se sirvieron
del lenguaje, la acción, la música, la pintura, la danza y las
instituciones religiosas para producir un efecto común en la
representación de los más altos ideales de pasión y poder.
Cada división del arte era llevada a su propia perfección por
artistas de la más consumada destreza y se la sometía después
a una hermosa proporción y unidad con todo el resto. En el
21
escenario moderno se emplean simultáneamente sólo unos
pocos de los elementos capaces de expresar la imagen
concebida por el poeta. Tenemos tragedia sin música ni danza;
música y danza sin los excelsos personajes de los que aquéllas
son el apropiado acompañamiento; y tenemos una y otra cosa
sin religión ni solemnidad. En efecto, la institución religiosa
ha quedado por lo común desterrada del escenario. Nuestro
sistema de despojar el rostro del actor de la máscara, en la que
las muchas expresiones adecuadas al carácter dramático de
aquél quedan convertidas en permanentes e inalterables
rictus, favorece sólo a un efecto parcial e inarmónico: al
monólogo, momento en el que toda la atención puede
concentrarse en algún gran maestro de la imitación ideal. La
costumbre moderna de fundir comedia y tragedia, aunque
susceptible de grandes abusos en la práctica, constituye sin
duda una extensión del círculo dramático, pero la comedia
debería ser como en El Rey Lear, universal, ideal y sublime. Es
quizás la intervención de este principio lo que determina que
la balanza se incline a favor de El Rey Lear y en contra de Edípo
Tirano o Agamenon —o, si se quiere, de las trilogías a las que
éstos pertenecen—, a menos que se considere que el intenso
poder de la poesía coral, especialmente la de la última obra
citada, restablece el equilibrio. El Rey Lear, si es que soporta
esta comparación, puede juzgarse el ejemplo más perfecto de
22
arte dramático existente en el mundo, a pesar de las estrechas
condiciones a las que el poeta se hallaba sometido por la
ignorancia de la filosofía del Drama que ha prevalecido en la
moderna Europa. Calderón, en sus Autos Sacramentales, ha
intentado satisfacer algunas de las altas condiciones de la
representación dramática omitidas por Shakespeare, tales
como relacionar drama y religión, y acomodar ambos a la
música y la danza. Pero, en cambio, no tiene en cuenta
condiciones más importantes aun y, en definitiva, se pierde
más que se gana con la substitución de las vivas encarnaciones
de la verdad de la pasión humana por los ideales rígidos y
repetitivos de una superstición distorsionada.
Pero estamos divagando. El autor de Las Cuatro Edades de
la Poesía ha obviado prudentemente argumentar sobre el
efecto del Drama en la vida y las costumbres. Porque, si se
reconoce al caballero por la divisa de su escudo, sólo tengo que
escribir Philoctetes o Agamenón u Otelo sobre el mío para
poner en fuga los gigantescos sofismas que lo tienen
hechizado: el espejo de una luz intolerable, aunque en el brazo
de uno de los más débiles Paladines, puede cegar y dispersar
ejércitos enteros de paganos y nigromantes. La relación entre
la exhibición escénica y la mejora o la corrupción de las
costumbres
de
los
hombres
ha
sido
reconocida
universalmente: en otras palabras, se admite que la presencia
23
o la ausencia de poesía en su forma más perfecta y universal
está relacionada con el bien y el mal en la conducta y el hábito.
La corrupción que se tiene por efecto del drama comienza
cuando la poesía empleada en su constitución termina: me
remito a la historia de la costumbres para determinar si los
periodos del crecimiento de la una y el declive de la otra no se
corresponden con una exactitud comparable a la de cualquier
otro ejemplo de causa y efecto morales.
El drama en Atenas, o en cualquier otro lugar en que
haya podido aproximarse a su perfección, coexistió con la
grandeza moral e intelectual de la época. Las tragedias de los
poetas atenienses son como espejos en los que el espectador se
contempla bajo un fino disfraz de circunstancias, despojado de
todo menos de la perfección y energía ideales que cada uno
siente como el modelo interno de todo lo que ama, admira y
quisiera ser. La imaginación se ve acrecentada por la simpatía
con penas y pasiones tan poderosas que dilatan, en el acto de
su misma concepción, la capacidad de aquello que las concibe.
Los buenos afectos son fortalecidos por la piedad, la
indignación, el terror y el infortunio, y en una exaltada calma
se prolonga, hasta el tumulto de la vida familiar, la saciedad
que produce el elevado ejercicio de esos sentimientos. Incluso
el crimen es despojado de la mitad de su horror y de toda
posibilidad de contagio al representarlo como la consecuencia
24
fatal de fuerzas insondables de la naturaleza. El error es
librado de su premeditación y los hombres ya no pueden
estimarlo como resultado de su decisión. En un drama del
orden más alto hay poco pábulo para la censura o el odio;
aquél enseña más bien autoconocimiento y respeto de uno
mismo. Ni el ojo ni la mente pueden verse a sí mismos, si no
es reflejados en eso que se les asemeja. El drama, en tanto en
cuanto expresa poesía, es un espejo prismático y de muchas
facetas que concentra los rayos más brillantes de la naturaleza
humana y los divide y reproduce a partir de la simplicidad de
estas formas elementales, y les infunde majestad y belleza, y
multiplica todo lo que refleja, y lo dota con el poder de
propagar sus imágenes por dondequiera que sea.
Pero en los periodos de decadencia de la vida social, el
drama simpatiza con esa decadencia. La tragedia se convierte
en una fría imitación de la forma de las obras maestras de la
antigüedad, despojada de todo el armónico acompañamiento
de las artes análogas. Y a menudo incluso malinterpreta esa
forma, o no es más que un pálido intento de enseñar ciertas
doctrinas que el autor tiene por verdades morales y que
usualmente no son sino engañosos tributos a un vicio o
debilidad groseros de los que el autor está tan infectado como
su público. De aquí lo que se ha denominado el drama clásico
y doméstico. El Catón de Addison es un ejemplo del primero y
25
ojalá no fuera superfluo citar ejemplos del segundo. A estos
propósitos la Poesía no puede someterse. La Poesía es como
una espada hecha de la materia del relámpago, siempre
desenvainada
porque consume
la
funda
que quisiera
contenerla. Y observamos así que todos los textos dramáticos
de esta naturaleza son poco imaginativos en un grado
singular: afectan sentimiento y pasión, que, despojados de
imaginación, no son sino otros nombres para capricho y
apetito. El periodo en nuestra historia de la mayor
degradación del drama lo constituye el reinado de Carlos II,
cuando todas las formas en las que había llegado a expresarse
la poesía se convirtieron en himnos triunfales al poder real
sobre la libertad y la virtud. Milton se erigió en solitario,
iluminando una era indigna de él. En esos periodos el
principio de cálculo impregna todas las formas de la
exhibición dramática y la poesía deja de expresarse en ellas.
La comedia pierde su ideal universalidad: la agudeza sucede al
humor; reímos de triunfo y autocomplacencia en lugar de
placer. La malignidad, el sarcasmo y el desprecio suceden a la
alegría sana; apenas reímos, pero sonreímos. La obscenidad,
que es siempre una blasfemia contra la divina belleza de la
vida, se torna, gracias al mismo velo que asume, más activa si
bien menos repulsiva: es un monstruo al que la corrupción de
26
la sociedad le arroja siempre nuevo nutrimento, que ella
devora en secreto.
La relación entre la poesía y el bien social es más
perceptible en el drama que en ningún otro género, al ser éste
la forma en la que pueden combinarse el mayor número de
modos de expresión de la poesía. Y resulta indisputable que la
máxima perfección de la sociedad humana ha coincidido
siempre con la más alta excelencia dramática, del mismo
modo que la corrupción o extinción del drama en una nación
en la que previamente había florecido señala la corrupción de
las costumbres y la extinción de las energías que alimentan el
alma de la vida social. Pero, tal como Maquiavelo afirma
respecto de las instituciones políticas, esa vida puede
preservarse y renovarse si los hombres se muestran capaces de
hacer retornar el drama a sus principios. Y esto es verdad en lo
que respecta a la poesía en su sentido más amplio: todo
lenguaje, institución y forma exigen no sólo ser producidos,
sino también mantenidos: la labor y el carácter de un poeta
participan de la naturaleza divina tanto en lo que respecta a la
providencia como a la creación.
La guerra civil, las incursiones de Asia y el fatal
predominio de las armas macedonias primero y romanas
después, fueron símbolos de la extinción o suspensión de la
facultad creativa en Grecia. Los autores bucólicos, que halla
27
ron patronazgo bajo los cultivados tiranos de Sicilia y Egipto,
fueron los últimos representantes del más glorioso reinado del
arte griego. Su poesía es intensamente melodiosa. Mientras la
poesía de la época precedente era como un viento sobre los
prados de Junio que mezcla la fragancia de todas las flores del
campo y añade un aroma propio, estimulante y armonizador,
capaz de conferir a los sentidos el poder de soportar su
extremo deleite, la poesía de estos últimos es como el olor del
nardo, que satura y enferma al espíritu con su exceso de
dulzura. La delicadeza bucólica y erótica en la poesía escrita es
correlativa con esa suavidad en la escultura, música y artes
análogas, e incluso con las costumbres e instituciones, que
distinguen la época a la que ahora nos referimos. Pero no es a
la facultad poética en sí misma, ni a ninguna aplicación
errónea de la misma, a las que debe imputarse esta falta de
armonía. En los escritos de Hornero y Sófocles se halla una
similar receptividad a la influencia de los sentidos y los
afectos: el primero, sobre todo, ha vestido imágenes sensuales
y conmovedoras de irresistibles atractivos. Su superioridad
sobre los escritores subsiguientes consiste en la presencia de
esos pensamientos que pertenecen a las facultades interiores
de nuestra naturaleza, no en la ausencia de aquellos otros que
están conectados con las externas. Su incomparable perfección
consiste en una armoniosa unión de todo ello. La imperfección
28
de los escritores eróticos no está en lo que poseen, sino en lo
que les falta. Si hay que relacionados con la corrupción de su
época, es en tanto que no Poetas y no en tanto que verdaderos
Poetas. Si esa corrupción hubiera logrado extinguir en ellos la
sensibilidad al placer, a la pasión y a los paisajes naturales,
esto es, lo que se les reprocha como una imperfección, se
habría consumado el último triunfo del mal. Puesto que el fin
de la corrupción social es destruir toda sensibilidad al placer;
por ello es corrupción. Comienza tanto en la imaginación y el
intelecto como en el corazón, y se distribuye desde ahí como
un veneno paralizante, a través de los afectos y los mismos
apetitos, hasta que todo se convierte en una masa tórpida en la
que apenas sobrevive el sentido. Al aproximarse un periodo
semejante, la Poesía apela siempre a esas facultades que
resultan las últimas en ser destruidas y, como los pasos de
Astrea, se oye a su voz alejarse de este mundo. La Poesía
comunica siempre todo el placer que los hombres son capaces
de recibir: sigue siendo siempre la luz de la vida, la fuente de
todo lo que de hermoso, o generoso, o verdadero puede tener
cabida en los malos tiempos. No erraríamos al pensar que,
entre los opulentos ciudadanos de Siracusa y Alejandría, los
menos fríos, crueles y sensuales eran los que gozaban con los
poemas de Teócrito. La corrupción debe destruir por completo
la urdimbre de la sociedad humana antes de que la Poesía
29
pueda cesar. Nunca han sido desunidos del todo los sagrados
eslabones de esa' cadena que, a través de las mentes de
muchos hombres, está sujeta a aquellas grandes mentes: de
éstas, como si de un imán se tratase, surge una emanación que
al mismo tiempo conecta, anima y sostiene la vida de todos. Es
la facultad que contiene en sí las semillas de su propia
renovación y de la renovación social. Y no circunscribamos los
efectos de la poesía erótica a los límites de la sensibilidad de
aquellos a quienes estaba dirigida. Puede que éstos
percibieran la belleza de aquellas inmortales composiciones
simplemente como fragmentos y partes aisladas, mientras que
otros mejor organizados o nacidos en una época más
afortunada, podrían reconocerlas como episodios de ese gran
poema que todos los poetas, al igual que los pensamientos
combinados de una gran mente, han ido construyendo desde
el principio del mundo.
Las mismas revoluciones, a una escala más reducida,
tuvieron lugar en la antigua Roma, pero las acciones y las
formas de su vida social no parecen haberse hallado nunca tan
totalmente saturadas por el elemento poético. Da la impresión
de que los romanos consideraron a los griegos los más selectos
depositarios de las más selectas formas de las costumbres y la
naturaleza, y de que se abstuvieron de crear en lenguaje
métrico,
escultura,
música
o
arquitectura,
nada
que
30
mantuviese una particular relación con su propia condición,
en lugar de una relación general con la constitución universal
del mundo. Pero juzgamos desde una evidencia parcial y
juzgamos, quizás, parcialmente. Enio, Varro, Pacuvio y Accio,
grandes poetas todos ellos, se han perdido. Lucrecio es el más
alto y Virgilio es, en un sentido muy elevado, un creador. La
exquisita delicadeza de las expresiones de este último es como
una niebla de luz que nos oculta la intensa y extrema verdad
de sus concepciones de la naturaleza. Livio es un poeta innato.
Sin embargo, Horacio, Catulo, Ovidio y en general el resto de
los grandes autores de la era virgiliana, vieron al hombre y a la
naturaleza en el espejo de Grecia. También las instituciones y
la religión romanas fueron menos poéticas que las de Grecia,
al igual que la sombra es menos vívida que la substancia. De
aquí que la poesía en Roma pareciese seguir, más que
acompañar, a la perfección de la sociedad política y doméstica.
La verdadera Poesía de Roma vivió en sus instituciones, pues
todo lo que de bello, verdadero y majestuoso contenían éstas
sólo podía surgir de la facultad que crea el orden en el que
ellas consisten. La vida de Camilo, la muerte de Régulo, la
imagen perfectamente serena y divina de los senadores
ofrecida a la mirada de los galos victoriosos, el rechazo de la
República a firmar la paz con Aníbal tras la batalla de Cannae,
no fueron el resultado de un minucioso cálculo de las posibles
31
ventajas personales que, de este ritmo y orden en los
entresijos de la vida, se derivarían para aquellos que al mismo
tiempo fueron los poetas y actores de semejantes dramas
inmortales. La imaginación que contempla la belleza de este
orden lo creó a partir de sí misma y de acuerdo con su propia
idea: la consecuencia fue el imperio y la recompensa, fama
imperecedera. Tales cosas no dejan de ser poesía quia carent
vate sacro3. Son los episodios del cíclico poema escrito por el
Tiempo en la memoria de los hombres. El Pasado, al igual que
un inspirado rapsoda, colma de su armonía el teatro de las
perdurables generaciones.
Por fin culminó el antiguo sistema de religión y
costumbres el ciclo de sus revoluciones. Y el mundo habría
caído en completa anarquía y tinieblas, si no se hubieran
hallado poetas entre los autores de los sistemas cristiano y
caballeresco de las costumbres y religión, que crearon formas
de opinión y de acción nunca antes concebidas; formas que,
copiadas en las imaginaciones de los hombres, resultaron ser
como
generales
para
las
huestes
perplejas
de
sus
pensamientos. Es ajeno al propósito del presente escrito tratar
del mal producido por estos sistemas, pero sí afirmamos, de
acuerdo con los principios ya establecidos, que ninguna
3
"Porque les falte un poeta sagrado" (Horacio, Odas, IX, 28).
32
porción del mismo puede imputársele a la poesía que aquéllos
contienen.
Es probable que la asombrosa poesía de Moisés, Job, David,
Salomón e Isaías, haya producido un enorme efecto en la
mente de Jesús y sus discípulos. Los fragmentos dispersos
preservados para nosotros por los biógrafos de esta
extraordinaria personalidad están todos ellos nutridos de la
más vívida poesía. Sus doctrinas, no obstante, parecen
haberse distorsionado rápidamente. Tras cierto periodo de
prevalencia de un sistema de opiniones fundado en las
promulgadas por él, las tres formas en las que Platón
distribuyera las facultades de la mente sufrieron una suerte de
apoteosis y se convirtieron en el objeto del culto del mundo
civilizado. Aquí hay que confesar que la "Luz parece espesarse
y que
El cuervo torna el ala hacia el bosque donde habita, Las buenas cosas
del día a decaer empiezan y a dormirse y las negras presencias
nocturnas a sus presas persiguen.4
Pero nótese qué orden tan hermoso ha surgido del polvo y la
sangre de este caos fiero. Como resucitado y planeando con las
4
Shakespeare, Macbeth, III.ii.50-53
33
alas doradas de la esperanza y el conocimiento, el Mundo ha
retornado su vuelo todavía enérgico hacia los Cielos del
tiempo. Escuchad la música, extraña a los oídos externos, que
es como un viento invisible e incesante y nutre su camino
imperecedero de fuerza y rapidez.
La poesía en las doctrinas de Jesucristo y en la mitología
e instituciones de los célticos conquistadores del imperio
roman05 sobrevivió a la oscuridad y convulsiones relacionadas
con el crecimiento y la victoria de estos últimos, y aquéllas se
fundieron dando lugar a un nuevo entramado de opinión y
costumbres. Es un error atribuir la ignorancia de las edades
oscuras a las doctrinas cristianas o al predominio de las
naciones celtas. Sea cual sea el mal que sus influencias
pudieran contener, éste surgía de la extinción del principio
poético, relacionada con el progreso del despotismo y la
superstición. Los hombres, a causa de factores demasiado
intrincados para discutidos aquí, se habían vuelto egoístas e
insensibles; su voluntad se había hecho débil y ellos, por tanto,
esclavos de la voluntad de otros. La concupiscencia, el miedo,
la avaricia, la crueldad y el fraude, caracterizaban a una raza
en la que no había nadie capaz de creación en términos de
5
Parece que Shelley aquí usa 'céltico' en el sentido griego original de tribus
bárbaras nórdicas.
34
forma, institución o lenguaje. Las anomalías morales de
semejante estado de la sociedad no pueden atribuirse sin más
a cualquier clase de eventos directamente relacionada con
aquéllos, y los acontecimientos que más merecen nuestra
aprobación son los que tenían el poder de disolver tal estado
del modo más expeditivo. Resulta desafortunado para los que
no pueden distinguir las palabras de los pensamientos que
muchas de estas anomalías se hayan incorporado a nuestra
religión popular.
Fue en el siglo undécimo cuando los efectos de la poesía
de los sistemas cristiano y caballeresco empezaron a
manifestarse. El principio de igualdad había sido descubierto
y aplicado por Platón en su República, en cuanto que regla
teórica para la distribución entre los seres humanos de los
materiales del placer y el poder producidos por las comunes
habilidades y labor de aquéllos. Según él, las limitaciones a
esta regla debían ser determinadas sólo por la sensibilidad de
cada uno o por la utilidad del resultado para todos. Platón,
siguiendo las doctrinas de Timeo y Pitágoras, enseñó también
una doctrina moral e intelectual que comprendía al mismo
tiempo el pasado, presente y futuro de la condición del
hombre. Jesús divulgó las sagradas y eternas verdades
contenidas en estas teorías y la cristiandad, en su abstracta
pureza, se convirtió en la expresión exotérica de las doctrinas
35
esotéricas de la poesía y la sabiduría de la antigüedad. La
incorporación de las naciones célticas a la exhausta población
del Sur imprimió en esta última la figura de la poesía
contenida en la mitología e instituciones de las primeras. El
resultado fue la suma de la acción y reacción de todas las
causas incluidas en ello, pues puede aceptarse como máxima
que ninguna nación o religión puede substituir a otra sin
incorporar algo, al menos, de aquélla a la que substituye. La
abolición de la esclavitud personal y doméstica y la
emancipación de las mujeres, en lo que a gran parte de las
restricciones que les impusiera la antigüedad se refería, fueron
algunas de las consecuencias de estos eventos.
La abolición de la esclavitud personal constituye la base
de la esperanza política más alta que el hombre pueda
concebir. La libertad de las mujeres produjo la poesía erótica.
El amor se convirtió en religión y los ídolos de su culto, en
presencias constantes. Fue como si las estatuas de Apolo y las
Musas hubiesen cobrado vida y movimiento para caminar
entre sus devotos, de forma que la tierra fuese poblada por los
habitantes de un mundo más divino. La apariencia y proceder
familiares de la vida se hicieron celestiales y milagrosos, y fue
como si surgiese un paraíso de las ruinas del Edén. Y tal como
esta creación era en sí misma poesía, poetas fueron sus
creadores y el lenguaje, el instrumento de su arte: "Galeotto fu
36
illibro, e chi lo scrisse."6 Los trovadores o inventores
provenzales precedieron a Petrarca, cuyos versos son como
sortilegios capaces de liberar las más profundas fuentes
encantadas de la dicha que existe en las penas de Amor. Es
imposible sentidos y no volverse parte de esa belleza que
contemplamos: resultaría superfluo explicar de qué modo la
gentileza y la elevación mental relacionadas con estas sagradas
emociones pueden hacer a los hombres más afables, más
generosos, más sabios, y alzados por encima de los opacos
vapores del pequeño mundo del egoísmo. Dante comprendió
los secretos del amor aun mejor que Petrarca. Su Vita Nuova es
una fuente inagotable de pureza de sentimiento y de lenguaje:
es la historia idealizada del periodo e intervalos de su vida
dedicados al amor. La apoteosis de Beatriz en el Paraíso y los
grados del amor del poeta, así como de los encantos de su
amada -escalones por los que finge ascender hasta el trono de
la Causa Suprema-, constituyen la más gloriosa imaginación
de la poesía moderna. Los críticos más perspicaces han dado
la vuelta apropiadamente al juicio del vulgo y al orden de los
grandes actos de La Divina Comedia, en el sentido de la
admiración que tributan al Infierno, Purgatorio y Paraíso. El
último es un himno perpetuo del amor imperecedero. El amor,
que entre los antiguos halló un poeta digno en Platón
6
"Galahad fue el libro y quien lo escribió" (Dante, lnferno, V.13?).
37
únicamente, ha sido celebrado por todo un coro de los grandes
autores del mundo renovado, y su música ha penetrado las
cavernas de la sociedad y sus ecos ahogan todavía la
disonancia de las armas y la superstición. A intervalos
sucesivos, Ariosto, Tasso, Shakespeare, Spenser, Calderón,
Rousseau y los grandes escritores de nuestra propia era han
celebrado el dominio del amor plantando en la mente
humana, por decido así, trofeos de esa sublime victoria sobre
la sensualidad y la fuerza. La verdadera relación entre los
sexos que caracteriza a la especie humana ha empezado a
comprenderse algo mejor y, si las opiniones e instituciones de
la moderna Europa han llegado a reconocer parcialmente el
error de confundir la diversidad entre los sexos con la
desigualdad de sus capacidades, ello se lo debemos al culto del
que la Caballería fue ley y los poetas, sus profetas.
La poesía de Dante puede considerarse el puente tendido
sobre la corriente del tiempo, uniendo el mundo moderno con
el antiguo. Las distorsionadas nociones de cosas invisibles que
Dante y su rival Milton idealizaron no son más que la capa y la
máscara con las que estos grandes poetas marchan,
disfrazados, embozados, a través de la eternidad. No resulta
fácil determinar hasta qué punto fueron ellos conscientes de la
distinción, que debió de subsistir de algún modo en sus
mentes, entre sus propios credos y los del pueblo. Al menos
38
Dante parece haber querido señalar claramente esa diferencia
colocando a Ripheo, al que Virgilio llama justissimus unus, en el
Paraíso y revelando así un capricho de lo más herético en lo
que a la distribución de recompensas y castigos se refiere. El
poema de Milton, por otra parte, contiene una refutación
filosófica de ese sistema del que, por una extraña y al tiempo
natural antítesis, aquél ha constituido un apoyo popular de
primer orden. Nada puede superar la energía y magnificencia
del personaje de Satán encarnado en el Paraíso Perdido. Es un
error suponedo destinado a la personificación popular del
mal. Odio implacable, paciente astucia y una acechante y
refinada habilidad para la estratagema a fin de infligir la
angustia más extrema al enemigo, son las cosas que definen el
mal. Y aunque veniales en el esclavo, no pueden perdonarse en
el tirano. Y aunque redimidas en el caído por mucho de lo que
ennoblece su derrota, están marcadas por todo lo que
deshonra la conquista del vencedor. Como entidad moral, el
Diablo de Milton es muy superior a su Dios, del mismo modo
que alguien que persevera en un propósito tenido por
excelente a pesar de la adversidad y la tortura lo es a otro que,
en la fría seguridad de un triunfo indubitable, inflige la más
espantosa venganza a su rival; y ello no con el fin desacertado
de hacerle arrepentirse de su enemistad, sino con el objetivo
declarado de exasperado e inducido a merecer nuevos
39
tormentos. Milton ha violado el credo popular (si es que a esto
puede llamársele violación) hasta el punto de haber negado a
su Dios la superioridad moral sobre su Demonio. Y tan
valiente omisión de un propósito moral directo es la prueba
más decisiva de la supremacía del genio de este poeta. Milton
mezcló, por así decido, los elementos de la naturaleza humana
como colores en una misma paleta y los usó para su gran
composición de acuerdo con las leyes de la verdad épica, esto
es, las leyes de ese principio por el que una serie de acciones
del universo externo y de seres inteligentes y éticos es
destinada a provocar la simpatía de sucesivas generaciones de
la humanidad. La Divina Comedia y el Paraíso Perdido han
proporcionado una forma sistemática a la mitología moderna
y, cuando el tiempo y el cambio hayan añadido una
superstición más al número de las que se han alzado y
derrumbado sobre la tierra, los comentadores se dedicarán
eruditamente a dilucidar la religión de la antigua Europa, no
del todo olvidada pues un día fue tocada con la eternidad del
gemo.
Homero fue el primer poeta épico y Dante el segundo, es
decir, el segundo poeta cuyas creaciones guardan una relación
inteligible y definida con el conocimiento, sentimiento,
religión y las condiciones políticas de la época en que vivió y
de las edades siguientes, y se desarrollan en correspondencia
40
con estas últimas. Lucrecio manchó las alas de su ágil espíritu
con los posos del mundo sensible. Virgilio, con una modestia
que mal correspondía a su genio, afectó la pose de un imitador
a pesar de que creaba de nuevo todo aquello que copiaba. Y
aunque dulces fueron las notas de Apolonio de Rodas, Quinto
Calaber de Esmirna, Nonno, Lucano, Estacio o Claudiano,
ninguna de estas aves de repetición trató siquiera de satisfacer
la mínima condición de la verdad épica. Milton fue el tercer
Poeta Épico. Pues si el título épico en su sentido más alto debe
serle negado a la Eneida, menos aun puede concedérseles al
Orlando Furioso, Jerusalén Liberada, Las Lusiadas o La
Reina Hada.7
Tanto Dante como Milton se hallaban profundamente
penetrados por la antigua religión del mundo civilizado y el
espíritu de esta última existe en su poesía, probablemente, en
la misma proporción en que sus formas sobrevivieron en el
culto no reformado de la moderna Europa. El primero
precedió y el segundo siguió la Reforma a intervalos
equivalentes. Dante fue el primer reformador religioso y, si
Lutero lo superó, fue más en rudeza y acrimonia que en la
audacia de sus censuras a la usurpación papal. Dante fue el
primero en despertar a la hipnotizada Europa; creó, a partir
7
Obras, respectivamente, de Ariosto y Tasso en italiano, Luis de Camoens en
portugués y del dramaturgo isabelino Edmund Spenser.
41
de un caos de discordantes barbarismos, una lengua que era
música y persuasión. Fue él quien congregó a los grandes
espíritus que presidieron la resurrección del cultivo del
conocimiento; el Lucifer8 de ese tropel de estrellas que en el
siglo XIII brillaron desde la Italia republicana como desde un
cielo, iluminando las tinieblas de un mundo anonadado. Sus
mismas palabras están impregnadas de espíritu; cada una de
ellas es una chispa de luz, un átomo ardiente de inextinguible
pensamiento, y muchas yacen todavía cubiertas por las cenizas
de su nacimiento, preñadas con un relámpago que no ha
encontrado aún el medio en que fulgurar. Toda alta poesía es
infinita,
es
como
la
primera
bellota,
que
contenía
potencialmente todos los robles. Puede retirársele velo tras
velo sin que la más íntima y hermosa desnudez de su
significado llegue a quedar expuesta. Un gran Poema es un
manantial rebosante para siempre de aguas de dicha y
sabiduría: cuando una persona y una época han agotado toda
su divina emanación, cuyas peculiares relaciones les permiten
compartir, otras y aun otras les suceden desarrollando
siempre
nuevas
relaciones,
fuente
de
imprevisto
e
inconcebible deleite.
La era que siguió directamente a la de Dante, Petrarca y
Bocaccio se caracterizó por un renacer de la pintura, escultura,
8
'Portador de la Luz', estrella de la mañana.
42
música y arquitectura. Chaucer captó la sagrada inspiración y
por ello la superestructura de la literatura inglesa está basada
en los materiales de la invención italiana.
Pero no nos desviemos de la defensa de la Poesía hacia
una historia crítica de la misma y su influencia en la Sociedad.
Baste haber señalado los efectos de los poetas, en el sentido
amplio y verdadero del término, sobre su tiempo y todos los
tiempos sucesivos y haber retomado los ejemplos parciales
citados en Las Cuatro Edades de la Poesía aunque, en este
caso, sea para sustentar la opinión contraria de la establecida
allí.
Ahora bien, se ha pretendido arrebatar la corona cívica
de los poetas para entregársela a razonadores y mecánicos de
acuerdo con otro pretexto. Se admite que el ejercicio de la
imaginación es de lo más delicioso, pero se añade que el de la
razón es más útil. Examinemos, en cuanto que fundamento de
esta distinción, qué se quiere decir con Utilidad. El placer o el
bien en general es lo que busca la consciencia de un ser
sensitivo e inteligente y aquello en lo que, una vez hallado, se
complace. Hay dos tipos de placer: uno perdurable, universal
y permanente, y otro transitorio y particular. La utilidad
puede expresar o bien los medios de producir el primero, o
bien los medios de producir el segundo. En el primer sentido,
todo lo que fortalece y purifica los afectos, amplía la
43
imaginación y añade espíritu al sentir es útil. Pero el
significado que parece haber dado a la palabra utilidad el
autor de Las Cuatro Edades de la Poesía es más estrecho, el que
consiste en eliminar las importunas necesidades de nuestra
naturaleza animal, hacer segura la vida de las gentes,
ahuyentar los más groseros engaños de la superstición y
establecer un grado de tolerancia mutua entre los hombres
compatible con las motivaciones surgidas del deseo de ventaja
personal.
No cabe duda de que quienes propugnan la utilidad en
este sentido limitado tienen su función en la sociedad. Siguen
los pasos de los poetas y copian bosquejos de sus creaciones
en el libro de la vida ordinaria. Crean espacio y proporcionan
tiempo. Sus esfuerzos resultan del más alto valor, siempre y
cuando ciñan su administración de los asuntos de los poderes
inferiores de nuestra naturaleza a su área específica, sin
invadir la de las facultades superiores. Ahora bien, mientras el
escéptico
destruye
groseras
supersticiones,
que
evite
desfigurar, tal como ciertos escritores franceses lo han hecho,
las verdades eternas inscritas en la imaginación de los
hombres. Mientras el mecánico abrevia, resume, y el
economista político crea sus alianzas, ejerce su influencia, que
se
cuiden
de
que
sus
especulaciones,
por
falta
de
correspondencia con esos primeros principios que pertenecen
44
a la imaginación, tiendan a exasperar al mismo tiempo los
extremos del lujo y la necesidad, tal como ha ocurrido en la
Inglaterra moderna. Éstos han ejemplificado el dicho: "Al que
posee, más le será dado; y al que no tiene, lo poco que tiene se
le arrebatará."9 Los ricos se han hecho más ricos y los pobres,
más pobres; y el bajel del estado va a la deriva entre las Escila
y Caribdis de la anarquía y el despotismo. Tales son siempre
los efectos de un exacerbado ejercicio de la facultad
calculadora.
Es difícil definir el placer en su más alto sentido, puesto
que semejante definición implica una serie de aparentes
paradojas. Y ello porque, debido a un inexplicable defecto de
armonía en la constitución de la naturaleza humana, el dolor
de las partes inferiores de nuestro ser está frecuentemente
relacionado con los placeres de las superiores. La tristeza, el
terror, la angustia, la misma desesperación son a menudo
escogidas expresiones de una aproximación al bien más
elevado. Nuestra afición a la ficción trágica depende de este
principio: la tragedia deleita porque proporciona una sombra
del placer que existe en el dolor. Éste es el origen también de
la melancolía que acompaña siempre a las melodías más
dulces. El placer que hay en la pena es más dulce que el placer
del placer mismo. Y de ahí el dicho: "Más vale ir a la casa del
9
Mateo, 25:29; Marcos, 4:25; Lucas, 8:18, 19:26.
45
duelo que a la casa del regocijo."10 No es que la especie más
elevada de placer esté necesariamente unida al dolor. La dicha
del amor y la amistad, el éxtasis en la admiración de la
naturaleza, el gozo en la percepción y -más aun- en la creación
de la poesía, a menudo son sentimientos sin ninguna mezcla.
Producir y asegurar el placer en este sentido elevado es
auténtica utilidad. Los que producen y preservan esta forma
de placer son Poetas o filósofos poéticos.
Los esfuerzos de Locke, Hume, Gibbon, Voltaire,
Rousseau, y sus discípulos, a favor de la engañada y oprimida
humanidad, merecen la gratitud de todos nosotros. Sin
embargo, es fácil calcular el grado de desarrollo moral e
intelectual que el mundo habría mostrado de no haber
existido ellos. Algo más de sinsentido se habría discutido
durante un siglo o dos y puede que unos cuantos hombres,
mujeres y niños más hubieran ardido como herejes. Puede,
incluso, que en este momento no estuviéramos felicitándonos
por la abolición de la Inquisición española. Pero excede toda
imaginación lo que hubiera sido la condición moral del mundo
de no haber existido Dante, Petrarca, Bocaccio, Chaucer,
Shakespeare, Calderón, lord Bacon o Milton; si no hubieran
nacido ni Miguel Ángel ni Rafael; si no se hubiera traducido
nunca la poesía hebrea; si el renacimiento del estudio de la
10
Eclesiastés, 7:2.
46
literatura griega no hubiera tenido lugar; si no hubiera llegado
hasta nosotros ningún monumento de la escultura antigua; o
si la poesía de la religión del mundo antiguo se hubiera
extinguido con su credo. Nunca habría podido la mente
humana, excepto por la intervención de estos factores, haber
despertado a la invención de las ciencias ordinarias y a la
aplicación del razonamiento analítico a las aberraciones de la
sociedad... ejercicio que ahora se intenta exaltar por encima de
la expresión directa de la facultad inventiva y creativa misma.
Poseemos más sabiduría moral, política e histórica que la
que somos capaces de poner en práctica; tenemos más
conocimiento científico y económico del que podemos aplicar
a la justa distribución del producto que aquél multiplica. La
poesía en estos sistemas de pensamiento queda oculta por la
acumulación de hechos y de procesos de cálculo. No falta
conocimiento en lo que respecta a la moral, gobierno y
economía política, o al menos en lo que respecta a lo que es
mejor y más sabio de lo que los seres humanos practican y
soportan ahora. Pero dejamos que un "No me atrevo espere al yo
quisiera, como el pobre gato del adagio."11 Queremos que la
facultad creativa imagine eso que conocemos; queremos que el
impulso generoso ponga en práctica eso que imaginamos;
11
Shakespeare, Macbeth, I.vii.44-45. El adagio, citado en los Proverbios de
Heywood, un contemporáneo de Shakesperare, es: Catus amat pisces, sednon vult
tingere plantas (El gato quiere peces y no mojarse los pies).
47
queremos la poesía de la vida: nuestros cálculos han dejado
atrás toda concepción; hemos comido más de lo que podemos
digerir. El cultivo de las ciencias que han ampliado los límites
del imperio del hombre sobre el mundo externo ha reducido,
por falta de la facultad poética, el mundo interior. Y el
hombre, tras haber esclavizado a los elementos, sigue siendo,
él mismo, un esclavo. ¿A qué atribuiremos el abuso de toda
invención destinada a simplificar y concertar el trabajo, para
exacerbación de la desigualdad humana, sino al cultivo de las
artes mecánicas en un grado desproporcionado a la
intervención de la facultad creativa, que es la base de todo
conocimiento? ¿De qué otra causa procede el que los
descubrimientos que debieran haber aliviado la maldición
impuesta a Adán le hayan añadido un peso aun mayor? La
Poesía y el principio del Yo, del que el dinero es la encarnación
visible, son el Dios y el Mammón del mundo.
Las funciones de la facultad poética son dobles: por
medio de unas, crea nuevos materiales de conocimiento,
poder y placer; por medio de otras, genera en la mente el
deseo de reproducidos y organizarlos de acuerdo con ciertos
ritmo y orden que pueden denominarse lo bello y lo bueno.
Nunca resulta tan deseable el cultivo de la poesía como en
periodos en que, debido a un exceso del principio egoísta y
calculador, la acumulación de materiales de la vida externa
48
supera la capacidad de asimilarlos de acuerdo con las leyes
internas de la naturaleza humana. El cuerpo se ha hecho
entonces demasiado inmanejable para aquello que lo anima.
La Poesía es, en efecto, algo divino. Es al mismo tiempo
el centro y la circunferencia del conocimiento; es lo que
comprende toda ciencia y aquello a lo que toda ciencia debe
referirse. Es a un tiempo la raíz y la flor de todos los demás
sistemas de conocimiento: todo brota de ella, y ella todo lo
adorna. Es aquello que, marchito, hace imposible el fruto y la
semilla, y niega al mundo estéril el alimento tanto como la
sucesión de retoños en el árbol de la vida. Es la faz perfecta y
consumada de las cosas, su última floración; es lo que el olor y
el color de la rosa a la textura de los elementos que la
componen, lo que la forma y esplendor de la belleza impollita
a los secretos de la anatomía y la corrupción. ¿Quésería de la
Virtud, Amor, Patriotismo y Amistad, qué de este hermoso
Universo que habitamos, qué consuelos tendríamos a este lado
de la sepultura, y cuáles serían nuestras aspiraciones más allá
de ella, si la Poesía no ascendiera a las alturas para portarnos
luz y fuego de esas regiones eternas a las que la facultad
calculadora, con sus alas de lechuza, no se atreve a
remontarse? La Poesía no es como el razonamiento, un poder
que debe ejercerse de acuerdo con la determinación de la
voluntad. No puede decir un hombre: "Voy a componer
49
poesía." Ni siquiera el más grande de los poetas puede decirlo,
pues la mente en el acto de creación es como un ascua
mortecina que una influencia invisible, al igual que un viento
inconstante, despierta a un transitorio resplandor. Este poder
surge desde dentro, como el color de una flor que se debilita y
cambia a medida que se desarrolla, sin que la parte consciente
de nuestra naturaleza pueda anticipar su arribada o su
partida. Si esta influencia perdurase en su pureza y fuerza
originales, es imposible predecir la grandeza de sus
resultados. Pero, cuando la composición comienza, la
inspiración está ya en su declive y la poesía más gloriosa que
jamás haya sido comunicada al mundo no es, probablemente,
sino una debilitada sombra de la concepción original del
poeta. Apelo a los más grandes Poetas de hoy en día para
determinar si es un error o no el decir que los pasajes más
logrados de la poesía son el resultado de la labor y el estudio.
El esfuerzo y el plazo recomendado por los críticos no significa
nada más que una cuidadosa observación de los momentos
inspirados y una conexión artificial de sus sugestiones
salvando los espacios entre ellas por medio de una urdimbre
de
expresiones
convencionales:
necesidad
impuesta
únicamente por las limitaciones de la misma facultad poética.
Milton concibió el Paraíso Perdido como una totalidad antes
de afrontar sus partes. También nos confirma su autoridad
50
que la Musa le "dictó" su "impremeditado canto"12, y que
responda esto a aquellos que alegan las cincuenta y seis
diversas lecturas del primer verso del Orlando Furioso.
Composiciones así producidas son a la poesía lo que el
mosaico a la pintura. Este instinto e intuición de la facultad
poética resulta aun más perceptible en las artes plásticas y
pictóricas: una gran estatua o cuadro crecen bajo el poder del
artista como un niño en el seno de su madre y la misma mente
que dirige las manos formadoras es incapaz de dar cuenta del
origen, gradaciones o medios del proceso.
La Poesía constituye la crónica de los mejores y más
dichosos momentos de las mentes mejores y más dichosas.
Percibimos evanescentes visitaciones de pensamiento y
sentimiento asociadas a veces con lugares o personas, relativas
otras veces sólo a nuestra propia mente, y siempre llegando
imprevistas para partir a su antojo, pero estimulantes y
deliciosas más allá de toda expresión. Tanto que incluso en el
anhelo y nostalgia que dejan no puede haber más que placer,
participando aquéllos como lo hacen de la naturaleza de su
objeto. Es como si se tratase de la interpenetración de nuestra
naturaleza por otra más divina, pero sus pasos son como los
del viento sobre el mar, que la calma subsiguiente borra y cuyo
recuerdo queda sólo en la arena corrugada que lo pavimenta.
12
Milton, Paraíso Perdido, IX.21-24
51
Éstas
y
otras
condiciones
correspondientes
son
experimentadas, sobre todo, por aquellos que poseen la
sensibilidad más delicada y la imaginación más vasta, y el
estado mental producido por ellas es incompatible con
cualquier deseo abyecto. El entusiasmo de la virtud, el amor,
el patriotismo y la amistad está esencialmente vinculado a
estas emociones y, mientras duran, el yo aparece como lo que
es, un mero átomo en comparación con el Universo. Los
poetas no sólo son receptivos a estas experiencias en cuanto
que espíritus de la más refinada organización, sino que
pueden colorear todo aquello que combinan con las
tonalidades evanescentes de este mundo etérico. Una palabra,
un rasgo en la representación de una escena o de una pasión,
tocará esa ¡fibra encantada y reanimará, en aquellos que
alguna vez han experimentado estas emociones, la dormida,
fría, sepultada imagen pasado. La poesía hace inmortal así
todo lo mejor y más bello de este mundo. Detiene las
vanecientes apariciones que pueblan los interlunios de la vida
y, cubriéndolas de un velo de palabras o de forma, las envía
entre la humanidad portando dulces nuevas de análoga dicha
a aquéllos con los que sus hermanas moran -moran, porque
no hallan un portal de expresión entre las cavernas del
espíritu que habitan y el universo de las cosas externas. La
52
poesía salva de su declinar a las visitaciones de la divinidad en
el hombre.
La poesía vuelve todas las cosas amables. Exalta la
belleza de lo bello y añade hermosura a lo más deforme.
Marida exultación y horror, dolor y placer, eternidad y
cambio; fuerza a la unión, bajo su yugo liviano, a todo lo
irreconciliable. Transmuta todo lo que toca y cada forma bajo
el fulgor de su presencia es transformada, por medio de una
extraordinaria simpatía, en una encarnación del espíritu que
aquélla respira. Su secreta alquimia torna en oro potable las
aguas ponzoñosas que desde la muerte fluyen a través de la
vida. Arranca al mundo su velo de familiaridad y pone al
descubierto la desnuda y dormida belleza que constituye el
espíritu de sus formas.
Todas las cosas existen en cuanto que percibidas, al
menos en relación al perceptor. "La mente es su propio
espacio y puede hacer del infierno un cielo, del cielo un
infierno." Pero la poesía anula la maldición que nos encadena
al accidente de las impresiones circundantes. Y ya despliegue
su historiado cortinaje o retire de la escena de las cosas el velo
oscuro de la vida, crea para nosotros un ser dentro de nuestro
ser. Nos hace habitantes de un mundo para el que el mundo
familiar es un caos. Reproduce el universo común del que
nosotros somos partes y perceptores purgando nuestra visión
53
interior de la telilla de familiaridad que nos vela el milagro de
nuestro ser. Nos obliga a sentir lo que percibimos y a imaginar
lo que conocemos. Crea de nuevo el universo tras haber sido
éste aniquilado en nuestras mentes por la recurrencia de
impresiones embotadas de pura iteración. Y justifica a Tasso
cuando valiente y justamente dice: "Non merita no me di
creatore, se non Iddio ed il Poeta. "13
Un Poeta, en cuanto que autor para otros de la sabiduría,
placer, virtud y gloria más altos, debería ser en su persona el
más feliz, más sabio, más ilustre y mejor de los hombres. Por
lo que respecta a su gloria, que el Tiempo declare si la fama de
cualquier institutor de la vida humana es comparable a la de
un poeta. Que es el más sabio, feliz y el mejor, en cuanto que
poeta, resulta igualmente incontrovertible: los grandes poetas
han sido hombres de la más impecable virtud, de la prudencia
más
consumada
y,
si
pudiésemos
contemplar
las
interioridades de sus vidas, han sido también los más
afortunados de los hombres. Las excepciones, en lo que
respecta a aquellos que poseen la facultad poética en un grado
elevado pero algo inferior, confirman más que anulan esta
regla, si se las considera en su justa medida. Pongámonos por
un momento a la altura del juicio popular y, usurpando y
uniendo en nuestra persona los incompatibles aspectos del
13
“No merece el nombre de Creador sino Dios y el Poeta".
54
acusador, testigo, juez y ejecutor, decidamos sin juicio,
testimonio o formalidad que ciertos rasgos de aquellos que
"ocupan lugares allí donde nosotros no nos atrevemos a
remontarnos"14 son reprensibles. Asumamos que Homero
fuese un borracho, Virgilio un adulador, Horacio un cobarde,
Tasso un demente, lord Bacon un especulador, Rafael un
libertino, y Spenser un poeta laureado. Sería inconsistente
aquí para nosotros citar a poetas vivos, pero la Posteridad ha
hecho amplia justicia a los grandes nombres referidos. Sus
errores han sido sopesados y considerados nada más que
polvo en la balanza; si sus pecados "eran escarlata, son blancos
ahora como la nieve",15 han sido lavados en la sangre del
Tiempo mediador y redentor. Observad en qué caos absurdo
se han mezclado las imputaciones de crimen real o ficticio con
las calumnias contemporáneas contra la poesía y los poetas;
pensad qué pocas cosas son lo que parecen o parecen lo que
son; fijaos en vuestras propias razones y no juzguéis a fin de
no ser juzgados.
Tal como se ha dicho, la poesía difiere de la lógica en que
no está sujeta al control de los poderes activos de la mente y
en
que
su
surgimiento
o
recurrencia
no
guarda
necesariamente relación con la consciencia o voluntad.
14
15
Milton, Paraiso Perdido, IV.829.
Isaias 1, 1:18. 43 Mateo, 7: 1.
55
Resulta presuntuoso creer que éstas son las condiciones
necesarias de toda causación mental, cuando se experimentan
efectos mentales que no son susceptibles de atribuirse a ellas.
La recurrencia frecuente del poder poético, puede muy bien
suponerse, producirá en la mente un hábito de orden y
armonía correlativo a su propia naturaleza y a sus efectos en
otras mentes. Pero en los intervalos de la inspiración, y éstos
pueden ser frecuentes sin ser duraderos, el poeta se vuelve un
hombre y queda abandonado al brusco reflujo de las
influencias bajo las que los demás viven normalmente. Ahora
bien, puesto que está organizado de una manera más delicada
que otros hombres y es más sensible al dolor y al placer,
propios y ajenos, hasta un grado desconocido para el resto,
evitará el primero y perseguirá al segundo con un ardor
proporcional a su diferente naturaleza. Y se hace detestable y
objeto de calumnia cuando ignora aquellos casos en los que
estos objetos de universal búsqueda y evitación se han
disfrazado el uno del otro.
Pero no hay nada necesariamente maligno en este error;
y así se observa que ni la crueldad, ni la envidia, ni la
venganza, ni la avaricia, ni las pasiones puramente maléficas
se han contado entre las imputaciones populares formuladas
contra las vidas de los poetas.
56
He creído importante para la causa de la verdad dar
constancia de estas reflexiones a medida y en el orden en que
acudían a mi mente al ponerme a considerar este tema, en
lugar de seguir el del tratado que me ha inducido a hacedlas
públicas. Así, aunque exentas de la formalidad de una réplica
polémica, si la opinión que contienen es acertada, constituirán
una refutación de Las Cuatro Edades de la Poesía, o cuando
menos de todo lo que respecta a la primera parte de su
exposición. No me cuesta imaginar qué ha concitado la bilis
del cultivado e inteligente autor del texto y me confieso, como
él, reacio a dejarme asombrar por las Teseidas de los roncos
Codros de nuestra época. Bavio y Maevio fueron sin duda
personas insufribles. Pero compete al crítico filosófico
distinguir más que confundir.
La primera parte de estas reflexiones trata de los
elementos y principios de la Poesía y se ha mostrado, en la
medida en que los estrechos límites asumidos en ella lo han
permitido, que lo que se llama poesía en sentido restringido
tiene un origen común con todo el resto de formas de orden y
belleza que sirven para organizar los materiales de la vida
humana y que constituye la poesía en su sentido universal.
La segunda parte tendrá por objeto la aplicación de estos
principios al estado presente del cultivo de la Poesía, así como
una defensa del intento de idealizar las formas modernas de
57
las costumbres y opinión, forzándola a subordinarse a la
imaginación y a la facultad creativa. Y ello porque la literatura
de Inglaterra, de la que siempre una enérgica floración ha
precedido o acompañado a cualquier desarrollo grande y libre
de la voluntad nacional, se ha alzado como de un nuevo
nacimiento. A pesar de la rastrera envidia que pretende
minusvalorar el mérito contemporáneo, la nuestra será una
época memorable en logros intelectuales. Vivimos entre
filósofos y poetas que están más allá de toda comparación con
cualquier otro surgido desde la última contienda nacional por
las libertades civiles y religiosas. El heraldo, el camarada, el
seguidor más indefectible del despertar de un gran pueblo,
quien puede dar lugar a un cambio más beneficioso en opinión
o institución, es la Poesía. En tales periodos aumenta el poder
de comunicar y recibir concepciones intensas y apasionadas
sobre el hombre y la naturaleza. Las personas en las que este
poder reside a menudo parecen mostrar, en ciertos aspectos
de su naturaleza, poca correspondencia con el espíritu del bien
del que son ministros. Pero incluso cuando niegan y abjuran
del Poder que ocupa el trono de sus propias almas, se ven
obligadas a servido. Es imposible leer las composiciones de los
escritores del presente sin que la vida eléctrica que arde en sus
palabras
nos
conmocione.
Tales
figuras
miden
la
circunferencia y sondan las profundidades de la naturaleza
58
humana con espíritu comprehensivo y penetrante, y son ellos,
quizás,
los
más
sinceramente
asombrados
por
sus
manifestaciones, pues en definitiva no se trata tanto de su
propio espíritu como del espíritu de la época. Los poetas son
los hierofantes de una inalcanzada inspiración, los espejos de
las sombras gigantescas que el futuro arroja sobre el presente,
las palabras que expresan lo que ellos mismos no entienden;
son las trompetas que saludan la batalla sin sentir ellas
mismas lo que inspiran, la influencia que mueve sin ser
movida por nada. Los poetas son los legisladores no
reconocidos del Mundo.
59
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