escolios y simulaciones

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Julio César Goyes Narváez
ESCOLIOS Y SIMULACIONES AL REINO POETICO
DE ÁLVARO MIRANDA
De cómo la poesía de Álvaro Miranda es un ready made histórico, una palabra de audacia
y virtuosismo que causa escozor en el tímpano y en el ojo; claro, todo esto tiene su juego,
su ludus, su maní.
Álvaro Miranda (Santa Martha, Costa Atlántica, 1945) es un escritor colombiano que la
critica ubica en lo que se dio en denominar “la generación sin nombre” (nacidos entre
1940-1950). Poeta y novelista que gravita en el caribe colombiano resonando en el océano
continental. Su escritura neobarroca e imaginativa se asienta en la tradición de la poesía en
lengua española, haciendo un barrido a la historia de la conquista y la colonia, sin perder
de vista la diversa y sensual cultura caribeña. Poeta sin precedentes, original y vital; tan
crítico como creativo; tan denso como lúdico1.
La marginalidad como resistencia cultural
Las publicaciones de circulación nacional inscriben autores que se vuelven conocidos a
fuerza de citar sus nombres entre elogios, por fortuna algunos de esos autores imponen su
palabra con respeto y construyen la tradición de la mejor poesía colombiana. No obstante,
hay casos excepcionales donde no caben ciertos nombres y poéticas, la diferencia los aleja
del consumo mas-mediático. La falta de visión de editores, directores de publicaciones y
académicos es, a mi juicio, imperdonable; no únicamente porque retrasan la expresión de
1
estéticas y propuestas escriturales, sino porque siendo su labor la de difundir, confrontar y
diferenciar las escrituras y las miradas poéticas, prefieren repetir y limitar las líneas de
creación.
Lo anterior completa su sentido, si pensamos en los grados de marginalidad en los que la
cultura colombiana fracciona a sus poetas. Algunos, poseedores de la garantía que les da
su medio han salido del país en una especie de exilio ingrato; otros, sin recursos y con
poca o ninguna probabilidad diplomática, han preferido quedarse construyendo su obra en
silencio, con esmero e ironía; los demás intentan acercarse a los medios de comunicación a
fin de difundir su obra, pero éstos están tan reverberados por su propio ritmo y anonadados
por la world music que apenas atienden. Es decir que hay varias causas por las que un
autor realiza su tarea al borde de la institución literaria “consagrada y consagratoria”. Hay
poetas que se marginan por voluntad propia o singularidad de carácter, o por que su
“identidad velada” y varias de las veces “negada”, se la hace padecer la sociedad y su
privilegiado poder sobre un sector de la cultura.
A estas anomalías poetas y críticos le han llamado “marginalidad”, yo le llamaré sin
polemizar resistencia cultural, acaso disidencia. En 1997, los poetas y críticos Pedro Lastra
y Edgar O’Hara hicieron un balance argumentado de autores y obras que están al margen
del poder de las letras nacionales2. Se refirieron en particular a poetas chilenos y peruanos,
nombrando de soslayo poetas colombianos como Aurelio Arturo; pero, podríamos adivinar
la homología con Colombia. Sin embargo, pienso que esa “marginalidad” no únicamente
es represión, olvido y hasta vituperación, sino que además crea un saber de resistencia que
niega la clasificación y el modelo, desobedeciendo a la consagración oficial siempre
manipuladora. Estas poéticas, cuando son auténticas se mantienen como “identidades
veladas” o voces en cofradías discretas, también emergen en momentos determinados
como otro poder (o contra-poder) en dialogía con las escrituras que sancionan y permiten
las revistas, los periódicos, los programas de televisión, los concursos, los festivales y otra
serie de actos nacionales. Numerosos poetas y obras poéticas se convierten en espacios de
resistencia cultural que, si bien son negados en el panorama de la poesía colombiana, ésta
2
termina incluyéndolos; bien porque es la forma neoliberal de cortarle las guías a los
disidentes (y en algunos casos subversivos) o bien por que al agotarse la estética amiguísta
y escolástica, el golpe de pecho obliga a escuchar otras voces y otros ámbitos, con tal de
reactivar los círculos y las tertulias. Por temor a ser injusto, debo decir que en los últimos
años hay espacios y agentes jóvenes que están proponiendo un diálogo abierto y
multiexpresivo, muy reducido es cierto, pero quizá algún día debiliten el monopolio de los
festivales, las revistas consagratorias y los talleres nacionales de exclusión.
Ahora bien, me pregunto ¿qué tendrá que ver esto con la discusión centro-periferia? Desde
la alborada del grupo Mito (1955-1962), se tuvo claridad que la provincia (mar, llano y
montaña) le aportaba demasiado a la letras colombianas, hasta tal punto que sus tonos y
voces alcanzaron tímpanos fuera del país; sin embargo, era un provincia medio gamonal y
medio burguesa y, aunque no pudieron integrarla del todo, Mito abrió el camino a la
poesía transicional e hibrida campo-ciudad3. Fue con el Nadaísmo que realmente se
alcanzó presencia regional proletaria y campesina, pero al no consolidarse en una
propuesta poética y crítica de alcances internacionales hasta 20 y 30 años después, fueron
absorbidos por la nueva clase burguesa en ascenso, hoy dueña de los medios masivos de
comunicación y la empresa publicitaria. De esta manera las conquistas del nadaísmo
fueron presencias cada vez más tardías y débiles. Poetas como Mario Rivero y Jaime
Jaramillo Escobar se concentraron en el oficio y en la búsqueda ingrata de vivir en poesía,
logrando configurar unas poéticas que hoy se reconocen no como nadaístas, sino como
interpretaciones profundas, como imágenes irónicas, ritmos coloquiales, silencios
conmovidos, palabras eficaces de la realidad social y de la cultura popular de un país que,
a partir de los años cincuenta, ha hecho de la violencia, la corrupción, el consumo y la
injusticia, una industria rentable que nadie quiere parar y lo que es más, se consume. Los
militares, por ejemplo, se quedarían sin regalías de “orden público”, los noticieros sin
noticias “extras”, el clero sin almas que redimir, los políticos sin programas electoreros
que proponer, los guerrilleros sin la comodidad que autofinancia su clandestinidad, los
paramilitares sin el sueldo por matar y descuartizar, los profesores sin el tema diario que
3
ocupa los corredores de clase y, para no alargar más la cosa, los poetas sin la denuncia
efectista de lo que toca hacer.
¿Qué es eso de la generación sin nombre?
La “generación sin nombre”, “desencantada”, “posnadaísmo” o “generación de Golpe de
Dados”, tuvo que re-valorar la conciencia del trabajo literario vía Álvaro Mutis-Charry
Lara, Cote Lamus-Gaitán Durán- Luis Carlos López-Aurelio Arturo-José Asunción Silva;
empeñarse en una búsqueda escritural sólida y en una lectura atenta y decidida de poetas
extranjeros. Algunos de ellos siguen perteneciendo a las clases favorecidas del país, sin
embargo han asumido su destino de poetas y su ética de artistas comprometidos ante todo
con la Palabra y con el OTRO: diferencia y solidaridad. Esto último no es una marca
ideológica, pero sí constituye una conquista ético-estética en la que finalmente alcanzamos
la contemporaneidad y superamos el subdesarrollo poético de pan y circo.
Para parodiar a Maria Cristina Rincón en su artículo publicado en El Magazín dominical
de El Espectador “¿Desencantados de qué?”4. Esta generación está desencantada del
engaño de la cultura oficial, de la triste y violenta vida rural, de la marginalidad y pobreza
urbana, de la vida degrada por la injusticia, de la inmolación social, de la mediocridad
cultural y el panfletarismo literario, etc., o como dice Antonio Caballero en otro Magazín
Dominical, que no es desencantada sino desengañada, y agrega: “para se más precisos
todavía, miedo al engaño. Si algo sirve de vínculo generacional a este puñado de poetas,
tras la evidencia de las fechas de nacimiento, es el temor a ser engañados; y la sospecha,
casi la convicción –más inteligente que poética, más del saber que del sentir– de que
durante toda su vida han querido engañarlos; y la resignación -a veces- ante ese engaño
sufrido, consentido”5.
No estoy interesado en definir el adjetivo que acompaña la clase de generación que
contextualiza al poeta que me ocupa. No sé hasta donde este tipo de historiografía puede
ser útil, y no sé si a estas alturas, cuando la historia ha refundido su positivismo epocal,
continuista y lineal, proponiendo una historia más eficaz y viva, menos monumental y
4
heroica y más espontánea e intempestiva, todavía tengamos que clasificar y seguir
creyendo que la cultura es un modelo global que se re-produce en cada pueblo y cada
individuo. No niego que la masificación sea un efecto indiscutible de esta última
modernidad, pero también afirmo que la cultura popular no populista tiene su propia
interpretación y su legítima lectura, quizá haciendo resistencia etnocultural, respetando la
multiexpresividad y polifonía, defendiendo la diferencia como dialogía podamos
tolerarnos humana y socialmente. Si hemos de hablar de generación, hablaremos en el
sentido de “ductus”, aire familiar que conecta a los poetas y artistas espacio
temporalmente. Es decir, una generación escéptica que nació en plena “época de la
violencia”, que le tocó ver la re-generación y de-generación del país y, cuyo propósito
poético que “oscila entre el fervor y el desencanto”, como escribe J. G. Cobo Borda
(1980), se sumerge en el lenguaje, sus posibilidades imaginativas y en la conciencia de
saber que es un poema.
Lo poetas de la “generación sin nombre” nacen entre 1940 y 1950, y los unió en la
diversidad de sus expresiones, de su tono personal –como dijo Jaime García Mafla, uno de
sus integrantes– más su empeño literario que el escándalo de creer que se descubría algo
nuevo. Sin duda, la referencia es a los poetas que conformaron el grupo Nadaísta que unos
años antes había protagonizado actos transgresivos contra la tradición poética colombiana.
Entre los poetas de la “generación sin nombre” tenemos a Giovanni Quessep, Jaime García
Mafla, Juan Cobo Borda, Manuel Hernández, Augusto Pinilla, Elkin Restrepo, Darío
Jaramillo Agudelo, Henry Luque Muñoz, José Luis Díaz-Granados y Álvaro Miranda. De
la obra de este último poeta, que a la luz de la historia de la poesía colombiana nos parece
velada y marginal, pues en nada afecta lo que digo el haber sido homenajeado por el 17
Festival Internacional de Poesía de Bogotá; es más, eso demuestra que necesitamos revalorar la escritura ejemplar y que ciertas poéticas comienzan a agotarse.
En 1975 el poeta Jaime García Mafla hace una balance de su generación, apenas si nombra
a Álvaro Miranda, señalando que escribió sobre el “Tuerto López”; en “tendencias de la
nueva poesía colombiana: una carta de navegación”, Henry Luque Muñoz cita a Álvaro
5
Miranda como un poeta que ha puesto su acento en lo narrativo. En el capítulo
“Generación de Golpe de dados” de La Historia de la Poesía Colombiana, James Alstrum
pone en su lista al poeta samario ubicando su fecha de nacimiento, pero nada más6. Serán
poetas como el Argentino Enrique Molina y los colombianos Álvaro Mutis, Germán
Arciniegas y J. G. Cobo Borda, quienes aisladamente y en documentos breves de
circulación reservada verán la singularidad del universo poético de crónica antigua, su
originalidad vital y expresiva, y la realidad sonora que en dinámica sonido-sentido invade
toda la obra de este poeta juguetón e intensamente imaginativo. Enrique Molina, por
ejemplo, escribió acerca de Los escritos de don Sancho Jimeno:
Tiene un valor de gran originalidad, toma el acento de un español de crónica
antigua. El poeta maneja un idioma paródico, con humor, con fuerza
expresiva y con gran contenido vital, al mismo tiempo, interpola elementos
actuales, lo cual da un sentido especial al libro. Es una expresión, diría, muy
rotunda, muy fuerte, que hace recordar en algo al Arcipreste de Hita. Los
Escritos de don Sancho es ciertamente una especie de ruptura del lenguaje, de
gran originalidad, y la originalidad en la poesía moderna es un valor estético.
En la poesía clásica no era necesaria, no se le exigía al poeta la originalidad
sino la adecuación, la sumisión a las leyes de la retórica fija que la imponía la
forma de escribir, las exigencias formales de la rima, del metro y de las
figuras poéticas, los límites de lo que se puede o no se puede hacer. Miranda
hace un juego de un idioma aparentemente arcaico pero que, no contrasta con
las situaciones que él describe, produce una visión cargada de humor, una
visión distorsionada de la realidad, que está expresando la ruptura y el
desconcierto del hombre contemporáneo ante una realidad llena de
contradicciones, alienante y, por momentos, absolutamente carente de
sentido7.
Para mi gusto, y guardando las distancias en el ritmo sintáctico y el posicionamiento
poético tan irónico como constructivista en su crónica lírica, sólo comparable al gran poeta
peruano Antonio Cisneros, contemporáneo sin duda de Miranda8. Y si se quiere heredero
del desparpajo del Tuerto López, del talento de León de Greiff y el tono avasallador y
fundante de Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis, o de la fuerza expresiva y corporal de
Héctor Rojas Erazo. Bueno, quién no encuentra inspiración en el Canto General de
Neruda; hasta Aurelio Arturo quiso hacer al final de sus días el Canto de América,
sosteniendo el sur en una hoja.
6
La poesía de Álvaro Miranda aparece en dos famosas antologías que abren los linderos
nadaístas e inician la construcción de una nueva generación poética, hoy casi
inencontrables: La primera, “Antología de una generación sin nombre”, Madrid, Ediciones
Rialp, Colección Adonais, 1970. La segunda, también en el mismo año “!Ohhh!”,
Medellín, Ediciones Papel Sobrante, 1970. El samario es autor de una novela “La risa del
cuervo”, galardonada dos veces por prestigiosos concursos, imposible hallarla en librerías,
salvo la edición de 1992, de escasa circulación de Thomas de Quincey Editores Ltda. En el
2007 apareció reeditada “La risa del cuervo” en la Editorial El faro del tiempo, Bogotá,
177 páginas. En su reseña la escritora Consuelo Triviño dice:
Elogiada por la crítica literaria en su país, la novela es para unos "la búsqueda
de una salida a la muerte" (Augusto Pinilla), para otros "queda flotando en un
fondo de locura sobre el cual tenía que dibujarse la epopeya americana" (Ariel
Castillo). Parodia descarnada del romanticismo, La risa del cuervo es, desde mi
punto de vista, una vuelta de tuerca a todo lo que hasta ahora entendíamos por
Romanticismo en cuanto locura de amor, deseo de trascendencia, desafío a las
fuerzas naturales, tenebrosa irrupción en el más allá y sentimiento patrio, tal y
como se vivió en tierras americanas9.
De su temática desarrollada a finales del siglo XVIII, Germán Arciniegas dijo que “es la
mejor novela escrita sobre esta época”. Su libro “Simulación de un Reino”, publicado en
1997, contiene toda la obra poética de Álvaro Miranda escrita hasta el momento (19651995) y recogida de algunos periódicos, revistas y libros colectivos. El libro contiene:
Tropicomaquia, Indiada, Cuatro de Lebrija, Los escritos de don Sancho Jimeno (premio
Universidad de Antioquia, 1982) y Simulación de un Reino, poemario que le da título a
todo el libro antológico10.
El mechón que alumbra en simulacro la memoria
o una nueva estrategia alegórica
“la rebelión barroca es una rebelión a través del juego”
Alfonso Avila
7
Escribir poesía es, como potenciadora lectura, re-escribirla, repetirla intentando todas las
derivas posibles que justifiquen la mirada y actualicen la sensibilidad. Para José Miguel
Oviedo, “al escribir así el gesto individual del poeta se inscribe en el marco de una
tradición y la prolonga, reinterpretándola”11.
Me parece que Miranda es un poeta que no sólo arranca de la tradición sino que además le
da el impulso que necesita para ser re-leída, configurada como valiosa y sustancial a
nuestra escritura. El cuento de la tradición es bien interesante es nuestro país, primero,
porque contra ella hay furibundos comentaristas que no alcanzan a desvertebrar la
tradición oficial maniquea del decreto y el reconocimiento político, de la que se ha venido
constituyendo como fuerza viva crítico-creativa de la cultura en cualquier época histórica.
Quede bien claro, entonces, de qué tradición hablamos aquí, la que se consagra por su
esfuerzo, rigor y aporte, no la que aparece firmada en placas. Quizá esta es una de las
razones por las cuales nuestros poetas de los setenta no tienen nombre, el anonimato no es
consagratorio ni académico, pero tarde o temprano conserva y prolonga las influencias de
la gran tradición poética colombiana; este derecho lo legítima la dinámica cultural, nadie
más.
BENKOS BIOHO
Hablo a usted, señor Comendador, en nombre de la demandada. Ella ha torturado tantos
reyes, ha abierto tantas mujeres que su boca se endulza con saliva de serpiente.
Ella, señor Comendador, regresa a la ciudad montada en un ciempiés, sube a los templos
y en los capiteles de vuestros capitolios siembre el cacto que ha de desaguar los ojos.
Ella, señor Comendador, inicia la chamusquina del cordero y perfila el tom tom de los
tambores ante la llegada del verdugo.
–La murciélaga ha decidido arrancar sus alas y continuar su vuelo con nosotros–.
Antaño, señor Comendador, bajos las minas del indio Pichimata, defecábamos en la
pradera y alquilábamos estrellas de verdad para decorar la noche. Ensillados los
caballos, señor Comendador, ensillados los caballos, cubríamos de leche nuestros
cuerpos y los cuerpos de los muertos con ternura.
8
Una noche, señor Comendador, sobre un velero español en la indiana Cartagena, el
viento abrió las dulzainas del mar y el mar, oh señor Comendador y el mar...
Pero yo, ante vuestra belleza y donosura, sólo puedo hablar a nombre de lo feo. Porque
yo, señor Comendador, que selecciono las salamandras por sus ojos, los grillos por sus
colores y las chicharras por su canto, vengo a usted, señor Comendador, en nombre la
Revolución, la demandada (Tropicomaquia, p.22).
El barroco vuelve todo el tiempo, hoy le decimos neobarroco; no obstante su forma resiste
cualquier analogía estricta con el período histórico. Es otro barroco el latinoamericano,
aquel que embriagó a los conquistadores y a sus cronistas; otra economía del retorno
“regulada no ya por la repetición pura –ni siquiera la de la varianza– sino por el desvío,
por el accidente, por la anomalía, por la fugitiva deriva”12. Sin duda, es otro barroco el de
Álvaro Miranda, memoria y acontecer histórico, comunicación e imaginación, pero sin la
extravagancia y tragedia monumental de Góngora y Quevedo, Sor Juan o Domínguez
Camargo. Fugacidad y certidumbre, duda ante todo, insuficiencia de todo saber y todo
decir; simulacro y risa en contención crítica a lo Edgar Alan Poe.
En la risa del curvo, por ejemplo, vemos a Manuelita Sáenz en Paita (Perú) descomponerse
bajo la tierra mientras los gusanos tantean y se reproducen en su inquietante desnudez, la
misma que amó Bolívar con el delirio de un guerrero que sabe que va a morir: erotismo y
violencia. El cuerpo de Ribas cual jinete de leyenda lleva su cabeza bajo el brazo o yace
sobre un canasto a la espera de los ejércitos que quieren emprender batalla, o se fuga
mezclándose con la naturaleza, escuchando los rumores de la multitud y presenciando la
barbarie de la guerra: ambición, ansia de poder y violencia. Cómo explicar que Alejandro
von Humboldt, quien había llegado a Cumaná a finales del siglo XVIII, en la
desembocadura del río Orinoco lee La Risa del Cuervo y se sorprende que en el futuro se
esté hablando de él. Una novela posclásica, sin duda, realidad y ficción contaminadas; es
así como en su poesía el tiempo se subjetiva y obliga al poeta a producir un lenguaje que
pone al lector en un viaje por las eras imaginarias, como quería el viejo Lezama Lima, tan
barroco que aguantó comiendo, leyendo y escribiendo, en vuelo atado los reveses de la
revolución cubana.
9
En esta insuficiencia e incapacidad de nombrar, de fijar el sentido a la economía del verso
–tal y como o hoy quieren los poetas del Haiku criollo y de texto breve–, el lenguaje se
atomiza buscando decirlo todo sin decirlo; más lo que se dice es con la voz del Otro o de
los Otros, por eso la alegoría recuerda el paso del tiempo por el cuerpo, la experiencia de
deshacerse entre la hermosa perversidad de la muerte. Esta estrategia está como certeza de
que el poeta se resiste al vacio construyendo un espacio de lenguaje, porque al decir de
Gianni Vattimo, citando a W. Benjamín en su escrito sobre “el origen del drama barroco
Alemán”, no es tanto “el discurso que expresa una verdad conceptual a través de un
sistema de símbolos dotados de retornos codificados y tendencialmente unívocos, sino,
sobre todo, a aquel discurso que es de verdad conscientemente excéntrico con respecto a lo
que quiere decir, en cuanto no logra decirlo completamente o directamente no logra
“acertar”, dar en el blanco, como (si fuera el suyo) un blanco que (siempre) se
escamotea”13. Y más todavía si a este escamoteo del hacer-saber le sumamos la potencia
rítmica y sonora de la oralidad caribeña, el saber-hacer de la velocidad y su reticencia
aliterativa, repetitiva que va creado atmósferas extrañas pero seductoras: “Úvula” y
“pútula”; resonancia y herida.
ENDECHAS DE LOS GALLINAZOS, SEGUIDORES DEL NEGRO -JORGE ELIÉCER- Y
SOBRE SUS PLUMAS LA PULGUERÍA Y SOBRE ELLOS, PÚTULA, LA MIRADA
TUERTA DE UNA ARPIA –LAUREANO–. LUEGO EL DISCURSO Y LA MARCHA DEL
SILENCIO Y ESE SOL, RASTROJO TRAS RASTROJO, A PUNTO DE DORMIRSE EN LA
CRESTA ROSADA DE LA TARDE.
Porque nosotros, siendo tuertos,
seguíamos al Sol,
lo seguíamos, siendo tartamudos
y luego hablábamos y luego lo seguíamos,
rastrojo tras rastrojo, siendo cojos,
lo seguíamos por ahí, por las mazmorras,
lo seguíamos siendo mancos, lo seguíamos
y luego hablábamos, siendo sordos
y luego por ahí, bien cotudos,
lo seguíamos por ahí, bien herniados,
10
lo seguíamos, seguíamos al Sol,
cortándonos los callos,
lo seguíamos, espantados por aquel
minotauro que capaban, lo seguíamos,
por ahí, dolidos con las muelas bien cariadas,
lo seguíamos, legaña tras legaña,
limpios con creolina, lo seguíamos,
con tantos gusanos entre las barbas que brincaban,
lo seguíamos, por ahí, siendo sabios,
lo seguíamos, peándonos la gloria, lo seguíamos,
úvula, pútula, lo seguíamos... (Los escritos de don Sancho Jimeno, p. 125)
El poeta, entonces, está situado al filo volátil de su propia habla, y lo sabe porque tiene
conciencia de su incompletud, por eso recurre a la forma de re-presentación alegórica, en
donde el lenguaje habita sin creencia en un estallido ganoso, en un deseo de hablar y crear
con esa erótica y cincelada oralidad, una atmósfera donde habitar y simular su reino. No
crea inocentemente el lector o el escucha que en esta poesía la oralidad fluye sin amarras,
sin domador, desaforada, no, esta oralidad es lírica, tiene tensión narrativa; en su registro
lingüístico como en sus imágenes habita el poeta como un domador de versos, un hacedor
que pulsa, al comienzo, desde la voz ventral sin sonido ni sentido, pero pronto agarra
como experiencia de lenguaje que burla lo Real de la muerte, del sexo y de la violencia.
Digo burla, pero mejor sería decir disimula o engaña lúdicamente para que habitemos en el
sentido inconsciente y gocemos la experiencia histórica como cotidiana, como hecha con
los sustratos oníricos de todos los días, como ocurre con los títulos del diario de Aquiles
Velho Alvar en el libro Simulación del Reino: “día de la canción de Ihilla sobre el viajero”,
etcétera. No hay que olvidar para nada que este poeta viene del Caribe, que es tanto como
decir de las fuentes orales que resuenan en las conchas marinas; es la oralidad y su rica
imaginación la que tiene lugar en esta polifonía. De esto dan cuenta sus sorpresivos y
originales títulos que parecen como conversaciones cuchicheadas que sobreviven en la
memoria colectiva, o retazos de escrituras perdidas en los anaqueles de la historia.
Algunos son más largos que el poema que nombran, otros son poemas en sí
desconyuntados del texto, como la cabeza separada del cuerpo, y se valen por sí solos;
otros, en cambio, son un reenvío a la crónica perversa de algún delirio donde la voz se
11
desdobla o se cuelan voces, porque para bien o para mal los muertos hablan, como en la
novela La Risa del Cuervo. Tres ejemplos bastarán:
PAISAJE DE UNA MUJER NATURAL DE MOMPOX, DE QUIEN SE DICE FUE
OBLIGADA A PRESENCIAR EL ASAMIENTO DE SU HIJO EN MANOS DEL CRUEL
MORALES, DURANTE EL CERCO QUE DON PABLO MORILLO HICIERA A LA
INDIADA CARTAGENA DE 1816 SEGÚN MALEDICENCIAS DE GENTES VILES,
FERNANDISTAS Y ULTRAMONTANAS, SE LA VIO MORIR DE UNA HINCHAZON
PROGRESIVA EN LAS PIERNAS Y DE OTROS MALES QUE FUERON CONTRAIDOS
POR COMER CARNES Y HARINAS PODRIDAS, BACALAO RANCIO, CABALLOS Y
BURROS EN DESTESTABLE SALMUERA, PERROS, RATAS, MICOS, LOROS Y
CUERVOS (Indiada, p. 50).
AQUÍ SE DICE COMO DON SANCHO TORNO SU IRA EN GOZO y SU TRISTURA EN
CANTICO, CANTIGA Y DULZOR DEL CIELO (Los escritos de don Sancho Jimeno, p.
91).
DECIRES DEL POETA CHIQUINQUIREÑO JULIO FLOREZ CUANDO EN EL
CEMENTERIO DE USIACUIRI LEVANTO LA LOSA QUE CUBRIA A LA DIFUNTA
CARMENCITA JANICA, CUYOS RESTOS MORTALES VINO A CONFUNDIR CON LOS
DE DON RAFAEL NUÑEZ, POETA, PRESIDENTE Y CONSTITUCIONALISTA
EGREGIO (Querencias del Diablo y la Murciélaga, p. 116).
La realidad no únicamente se mueve, sino que toca crearla a cada instante con estrategias
del cuerpo, gestos del lenguaje. Estos procedimientos atraviesan las vanguardias y llegan a
nuestros días en la opulencia de las sociedades de la comunicación, la saturación de las
escenas del discurso, la multiplicación de las estrategias de simulación, el triunfo del
artificio, la cultura del hiperconsumo y la sobreabundancia; en el mismo desvanecimiento
de la temporalidad histórica y en una serie de recursos “posmodernistas” tales como el
juego, la parodia, la intertextualidad, la superposición y el humor. Pero ojo, en Miranda,
esto es más que habilidad y estrategia, es la condición misma para resistir ante un mundo
que se deconstruye constantemente, que se escapa en el vacío televisivo y la charlatanería
de las redes sociales por internet14.
THE AMERICAN CONQUEST
I
12
Me jurabas, en la resurrección de la noche,
no nombrar en la escalera eléctrica de tu castillo,
ni tomar jugos fechos al itálico modo en licuadora.
Qué bello era para entonces caminar en el
vértice del silencio y observar como la llama
se transformaba en reverso de su fuego,
O mirar por dentro un silencio prematuro
O raspar las palabras polvorientas de caminos
O cabalgar entre la sinfónica lluvia del caribe
O comprar después, en un baratillo
de golondrinas becquerianas,
una gota de agua embalsamada
O una luna común y corriente
para que tú la arrullaras entre tus brazos.
Y así, pensando que la noche era
todo nuestro destino, soñabamos en bohemias chaplinescas.
Con el estrépito de nuestros pulsos,
con las miradas etcéteras de los pescadores borrachos,
planeábamos el magnicidio del Arenque Sagrado o la
perpetua consagración de Juan de los Anónimos,
dulce poeta, dulce, de la dulce Constanza.
Azul Azul Azul Azul Azul Azul Azul
era lo bello aunque el verano nos
gritara que una niña lloraba en su vientre una muñeca,
una muñeca de trapo y de maíz,
una muñeca aborigen como tú.
Luego te parabas delante del Padre Sol
e iniciabas la más rechoncha oración
por el eterno descanso del invierno.
Sólo cuando la libélula se ahogaba
en la múcura con agua, como una orquídea
entre un cielo profundamente devorador,
parabas tus ritos y ritualizabas conmigo.
Deleitosísimo era soñar chambonamente.
13
II
Rumbo del éxodo y la nostalgia.
luego llegaron ellos disfrazados como enanos
de circo; con sus pelucas y sus narices
postizas; con sus botas y sus diplomas
podridos por la lluvia y circundaron
de asfixia nuestra isla.
Desde las pulsaciones del Cóndor
oigo llegar tus canciones orquestadas con
el cro-cro-cró de las ranas patizambas de tu castillo.
Ahora, en estas tardes caniculares,
cuando el silencio me codea su extraña jerigonza,
cuando los tediosos astros
sólo me muestran la radiografía de su luz,
observo las iguanas que no hacen más que contar
y recontar las cananas de sus huevos amarillos.
¿Sabes por qué, Altísima mía?
porque los cirqueros suprimieron nuestros colores
para que existiera una sola bandera; porque los cirqueros
suprimieron nuestros sonidos
para que existiera un solo himno.
Te cuento, Altísima mía, que a nuestra
cordillera enruanada, donde las palomas
vuelan víspera de muerte, donde los micos pelan
sus guineos por las tardes, donde los fantasmas
lavan y planchan sus sábanas blancas,
llegó un papagayo de triste monocromía
anunciando tu partida.
Ahora que tu pañuelo de adiós se vuelve mi mortaja,
continuamente se repiten los silencios
en ésta succionante emboscada del éxtasis (Tropicomaquia, p.30).
El poema es así el resultado de un acto estético, es decir experiencia subjetiva fundante,
por el cual se selecciona y rescata textos ajenos, absorbidos y neutralizado por la tradición
o la apropiación mediante una inscripción insólita, la de un lugar común del lenguaje
14
cotidiano, de la publicidad, de la cultura popular, de la historia; o aún la descolocación sin
modificación alguna de un objeto literario o real respecto de su contexto habitual. Son
estos los recursos para una nueva alegoría: dialogía e intertextualidad entre la tradición y la
ruptura; entre lo que fue, sigue siendo y probablemente será, como en la lucidez del gran
Quevedo: “¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!/ ¡Poco antes, nada; y poco después,
humo!/ ¡Y destino ambiciones, y presumo,/ apenas punto al cerco que me cierra!”
(Significase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer salteada de la muerte).
En la poesía de Miranda la alegoría es virulencia como quería Baudelaire, potencia de
deslizamiento y metamorfosis perpetua del discurso y también del mundo.
DECIRES QUE LLEGARON COMO LOS FURTIVOS BESOS, BESOS DE LUZ Y LAS
CRISÁLIDAS, LUEGO SE FUERON, SI, COMO GRÁVIDO SUEÑO PARA QUEDAR
ARCANOS AL PIE DEL ÁNFORA GRIEGA Y LA MEMORIA.
La poesía, sí,
eleva la indolencia,
eleva, sí, inmemorial desgarro,
la poesía, sí, ala bajo la conflagración
de la inclemencia.
La poesía, sí,
luz de agua que late en la eternidad
de los naufragios,
tal el alma en sus desiertos blancos.
La poesía, sí,
vértigo que alucina en su hervidero la colmena,
si, toda la sombra en la indudable fe y los misterios.
La poesía, sí,
evaporado ángel que empuña encantamiento.
Qué gloria, sí, la insinuación a ras del brote.
Qué cielo, sí, la vacilación a tumbos con el viento.
Unánime luz entre los dedos, sí, el decir ingenuo,
sí, mortalidad de la fatiga,
con sus hordas, si con sus hordas de fuego
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aprisionando el sobresalto.
La poesía, sí,
golpe del destino tras la suerte,
absolutamente jamás intento eterno,
mechón que alumbra en simulacro la memoria,
sí, la poesía…(Los escritos de don Sancho Jimeno, p.130).
Pero si en Quevedo la alegoría es concepto en precisión punzante, en Álvaro Miranda la
poesía es deseo de apalabrar, por ello la emoción interminable en la distorsión de la
realidad para crear otra, fundar un reino simulado. Nótese que la mayoría de títulos se
componen con el verbo “decir” en sus combinaciones. Si no es ya representación
simbólica, en el sentido escatológico de que hay algo detrás como un secreto por descubrir;
nos da en cambio, un suspenso para escuchar y ver lo que la palabra dice, nos presenta el
lenguaje aconteciéndose como una voz que se deshace, quizá por ello no se sustrae a las
“Endechas”, cantos fúnebres o de lamento afincados en lo popular, justo allí donde nos
deja sospechar que algo está ocurriendo o dejó de ocurrir; pero sobre todo, es la sensación
de habitar –al menos por un momento– un reino de “hablas de maravilla” como el verso de
Aurelio Arturo. El autor de Simulación de un reino es alguien que juega a las escondidas
con el lenguaje, renombra los silencios y esas zonas deterioradas por la normatividad y
violencia a la que nos somete el mayor tiempo la lengua. La poesía para evitar estar
condenados a la vulgaridad del sentido común. Con la simulación poética se reactiva la
sensibilidad, la soltura verbal controlada por la experiencia poética que medita en el
horizonte de la muerte. Carnavalización, entonces, de eras y reinos, de hombres y dioses,
de maleza, frutos y animales; sentidos en alerta por eso hay erotismo, ofrecimiento
sagrado, transgresión contenida opuesta a la utilidad y a la acumulación lógica. Por ello al
poeta no le interesa la economía lingüística, ni la concisión del verso por moda; justamente
lo que le reclama a la lengua es su derroche, el gasto sagrado y la exacerbación del sentido,
en una época donde el sujeto ya no encuentra centro ni fondo; por lo mismo se resguarda
en la casa de lenguaje, en su irónica familia de fantasmas que le proveen un tono primitivo,
mítico, de alabanza más que de ruego, en todo similar a la fundación imaginaria de
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occidente por los griegos. El poeta Álvaro Miranda es un restaurador de la palabra, un
hombre que muere mientras apalabra con ganas su reino.
DIA DE LA CONVERSACION DEL NUCHE CON LA CONSTELACION DE ORION
No hay nada, nada Ihilla, que amanse la muerte. En nuestro viaje no hay cuerpos que
embalsamar, ni lámparas para alumbrar difuntos: las oscilaciones de los cuerpos que
vienen y van, son tan sólo aleteos que anuncian la llegada de los espíritus que se han
vuelto opulentos con el rumor del río. Toda luz lleva en su alzada el vértigo de su viaje,
toda sombra la bordadura que se teje de invisible olvido. Tal vez, en este paseo, Ihilla,
una estrella corroborará la precisión de los aires de abril. Que nadie espere mucho del
mullido que deja el peso del crótalo sobre la tierra, porque durante siglos caerá sobre su
huella el polvo de estrellas.
Que miren hacia abajo los que esculcan el río cuando arrastra babillas de panza blanca o
halcones albinos que añoran el destino del nuche púber que dialoga con Orión.
¿Qué cantidad de suerte ampara a los hombres que nos acercamos a la nada, si en mucho
nos parecemos al silencio que sobre el légamo habla toda la vida con el viento que
hincha? Sin embargo, Ihilla, algunos han convocado el porvenir sobre la lectura de las
teas aromáticas, pero a la hora del sacrificio olvidan ofrecerle a sus dioses la infusión
más pura de leche de almendra o cazar para ellos la carne más blanca de un lagarto.
Ojalá, diosa, no tengan la veleidad por la carne del tutú, que tanta desolación provoca a
sus devoradores (Simulación de un reino, p. 157).
Notas
1
Álvaro Miranda nació en Santa Marta, Colombia, el 6 de abril de 1945. Poeta y novelista. Licenciado en
Filosofía y Letras de la Universidad de la Salle. Fue fundador y codirector de la revista literaria Papagayo de
cristal. Obra poética: Tropicomaquia, 1966; Indiada, 1971; Los escritos de don Sancho Jimeno, Premio
Nacional de poesía, 1982; Simulación de un reino (obra poética 1966-1995), 1996. Su novela La risa del
cuervo, obtuvo en Buenos Aires el Premio en las Artes y las Ciencias, 1983 y en Colombia, con motivo de su
segunda edición, el "Premio Pedro Gómez Valderrama" de Colcultura, 1992. Otras obras: Colombia la senda
dorada del trigo: episodios de molineros, pan y panaderos, 2000; El libro blanco de los muertos, 2003;
León de Greiff en el país de Bolombolo, (biografía), 2004; Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos: un pintor
para mirar el arte colonial, 2005; Andrés de Santamaría en la universal expresión del color, 2006; San
Juan de la Cruz: un cadáver para armar, 2007.
2
Me refiero a las conferencias que el chileno Pedro Lastra y el peruano Edgar O’Hara hicieron en la
Universidad Javeriana en Octubre de 1997. Se refirieron a los poetas marginales, aquellos autores que se han
mantenido en el límite de la tradición literaria de sus respectivos países, y a las nuevas búsquedas de
construcción del “yo” lírico: de la modernidad a la posmodernidad, pasando por las vanguardias.
Centrándose en poetas chilenos como Juan Luis Martínez y Juan Emar, y los Peruanos Luis Hernández
(1941-1977), Javier Heraud (1942-1963), Carlos Anguita, entre otros.
3
Jorge Gaitán Durán, el líder del grupo y quien dirigió la revista Mito, se proclamaba burgués pero no
impedido para pensar y sentir la problemática proletaria, tal vez por eso dejó lucidamente escrito en la
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“revolución invisible” (1959), lo que hoy pareciera una máxima mítica: “detrás de un edificio estético debe
haber un edificio ético”.
4
Cfr. Rincón María Cristina, ¿Desencantados de qué?, Magazín Dominical de El Espectador, No. 165
(Bogotá, mayo, 1986, p. 5-7).
5
Cfr. Caballero Antonio, Una generación desencantada, Magazín Dominical de El Espectador, No. 143
(diciembre 22, de 1985).
6
Cfr. Alstrum James, Generación de golpe de dados, en Historia de la Poesía Colombiana. Bogotá,
Ediciones Casa Silva, 1991, p.514
7
Cfr. Molina Enrique, Dos poemas inéditos y una entrevista, en Gaceta de Colcultura, Bogotá, No. 41, 1983,
p.19
8
Véase los libros de Cisneros: Canto Ceremonial contra un oso Hormiguero (1968), Agua que no has de
beber (1971), El libro del loco amor (1972).
9
Cfr. Triviño Consuelo, La risa del cuervo de Álvaro Miranda, en Ómnibus, Madrid, No. 16, año III, agosto
de 2007. http://www.omni-bus.com/n16/indiceresenas.html (consulta: 12/04/2012). En el 2010 aparece en la
antología mundial Poetas Siglo XXI , edición a cargo de Fernando Sabido Sánchez.
10
Ver: Miranda Álvaro, Simulación de un reino, Obra poética, Thomas de Quincey Editores Ltda., Bogotá,
1996, 197 páginas.
11
Cfr. Oviedo José Miguel, Escritor al margen, Procultura, Bogotá, 1982, p.133
12
Brea José Luis, Nuevas estrategias alegóricas, Técnos, Madrid, 1991, p. 9
13
Cfr. J. L. Brea, Op. Cit., p.10
14
Los poemas de Miranda cumplen una función semejante a los ready made de Duchamp, las cajas de
Cornell o los collages de Max Ernest en el campo del arte: formas de obtener la anomalía y la novedad a
través de la reproducción imaginativa.
Bibliografía
Miranda Álvaro. Simulación de un reino. Obra poética. Bogotá: Thomas de Quincey
Editores Ltda., 1996
Molina Enrique. Dos poemas inéditos y una entrevista, en Gaceta de Colcultura: Bogotá,
núm. 41, págs. 14-20, 1983
Brea José Luis. Nuevas Estrategias Alegóricas. Madrid: Técnos, 1991
Rincón María Cristina. ¿Desencantados de qué? Magazín Dominical de El Espectador,
No. 165 (Bogotá, mayo de 1986, pp. 5-7)
Caballero Antonio. Una generación desencantada. Magazín Dominical de El Espectador,
No. 143 (diciembre 22, de 1985).
Oviedo José Miguel. Escrito al margen. Bogotá: Procultura, Instituto Colombiano de
Cultura, 1982
Triviño Consuelo. Simulación de un reino, en Revista Ómnibus, Madrid, No. 16, año III,
agosto 2007. http://www.omni-bus.com/n16/indiceresenas.html
VV.AA. Antología de una generación sin nombre. Madrid: Ediciones Rialp, Colección
Adonais, 1970
VV.AA. Historia de la Poesía Colombiana. Bogotá: Ediciones Casa Silva, 1991
Infografía
18
http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/es/Revista/ultimas_ediciones/74_75/
miranda.html
http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/es/Revista/ultimas_ediciones/84_85/
miranda.html
http://www.youtube.com/watch?v=jumICnyf7zM
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