LOS PELIGROS DE SER RICO

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LOS PELIGROS DE SER RICO
(Luc. 12:13-21; 1ª Tim. 6:8-10)
INTRODUCCIÓN.
El pasado domingo dimos un vistazo general al tema de los bienes materiales.
Centrándonos principalmente en Génesis, en la Creación, vimos que Dios hizo una
provisión espléndida para el hombre. Le hizo un huerto hermoso –de deleite– donde
no le faltara de nada. En fin, ahondamos sobre todo en ese aspecto creacional,
positivo, de los bienes materiales.
Después comentamos la tendencia humana a adorar lo creado, en lugar de al creador;
lo que es idolatría. También hablamos de la otra tendencia humana, aunque quizá
menos frecuente. Se trata de demonizar lo creado, no reconociendo con ello la
paternidad y gloria de Dios, expresada en lo creado.
Vimos también el daño que hace a los seres humanos estas dos tendencias de idolatrar
o demonizar los bienes materiales.
Frente a la idolatría o demonización apuntamos a un sentido distinto de riquezas, es
decir, a ser ricos en buenas obras, en generosidad, en justicia, en piedad, en fe, en
amor. Por tanto, se trata de un uso de los bienes materiales con una perspectiva
eterna. A los seres humanos nos gustaría que se nos diera una lista con cuanto está
bien tener y cuanto mal. Pero esto hacían los fariseos, y entraron en un legalismo loco
y esclavizador.
De esto hablamos el pasado domingo. Hoy trataremos del peligro de ser ricos. Y vamos
a verlo en dos casos.
I. EL CASO DE UN RICO NECIO.- (Luc. 12:13-21)
Como sabéis, la necedad en la Biblia no tiene tanto el sentido actual de falta de razón o
inteligencia, ni siquiera de ignorancia, sino más bien el que piensa y actúa en todos los
ámbitos de su vida como si no hubiera Dios.
Pues bien, éste debió ser el caso de aquel que pidió a Jesús que interviniera
legalmente en la distribución de una herencia (v.13). Era también, a tenor de la
parábola, un hombre rico (v.16), pero aún quería más. Así que no es que Dios no le
interese la equidad, sino que percibió allí algo más grave, que es la avaricia. Por eso
Jesús pone el dedo en la locura de codiciar más, es decir, en la avaricia. (v.15a)
En primer lugar le dice que la vida del hombre no depende de la abundancia de bienes
que tengamos (v.15b). La seguridad y la paz no nos llegan por ahí.
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Entonces les contó la parábola de los vs. 16-20.
El terreno de un hombre rico le produjo una buena cosecha. (v.16) Era, por tanto, un
hombre rico que ya tenía sus graneros para acumular la cosecha de una año normal.
Pero he aquí que las ganancias de ese año fueron extraordinariamente buenas.
Así que se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer? No tengo donde almacenar mi cosecha”
(v.17) En su pensamiento, está claro, Dios no aparece para nada. Por tanto no hay
gratitud a Dios, no hay generosidad, solo está él y su riqueza. Y ésta no cabe en sus
graneros.
Por fin dijo: “Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más
grandes, donde pueda almacenar todo mi grano y mis bienes. (v.18) Lo que hace es lo
aparentemente lógico, cuando Dios no es tenido en cuenta: más cantidad de bienes,
almacenes más grandes. Y eso hace.
Y diré: alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años.
Descansa, come, bebe y goza de la vida” (v.19) Este es para mí el versículo clave para
entender el pensamiento de este rico.
Este hombre al no depender, confiar y amar a Dios, es decir, al no adorarlo depende,
confía y ama los bienes materiales, creyendo que tienen la capacidad de garantizarle
descanso, tranquilidad y buena vida. Él idolatra los bienes materiales, les da un valor
que no tienen.
Un elemento importante a destacar es la bondad de las cosas que guarda. Porque los
bienes materiales son buenas cosas. Y es justamente esta bondad de lo creado que
hace más fácil idolatrarlo. Y es lo que confunde a la persona porque dice, ¡pero es que
esto es bueno! Si fueran cosas malas a lo mejor no había problema. No conozco a
nadie que idolatre el cáncer. Hay muchas cosas buenas que pueden tener este mismo
efecto idolátrico: una mujer, un hombre, un trabajo, un hijo o hija, el éxito en cualquier
empresa, la ciencia, etc. ¡Oh las cosas buenas, que malas pueden resultar a causa del
corazón humano!
Otros no idolatran la riqueza sino otras cosas más refinadas o mejor vistas. No sé si
recordáis lo que dijo uno de nuestros directores de cine cuando recibió un óscar. Dijo
algo más o menos así: “Yo como no creo en Dios no le puedo dar gracias a Él; pero creo
en Billy Wilder, (ya sabéis, el famoso cineasta americano) y a él le doy las gracias”.
Volvamos, de nuevo, al texto. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te van a
reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?” (v.20) Aquí cobra
sentido la palabra necio. Esta noche mueres. ¿Has sido realmente sabio, sensato,
razonable, al actuar como lo has hecho? Lo que has guardado se lo fundirán otros, que
seguramente valorarán otras cosas, como por ejemplo la diversión o el disfrute.
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Lo que Jesús quiere resaltar aquí es la necedad de la codicia, del deseo de almacenar
cosas y de confiar en ellas para la vida. Porque a veces no se mueren las personas,
pero desaparecen los bienes, que viene a ser lo mismo. En una situación de crisis como
la actual, al parado, al que no le pagan lo que le deben, o al que tiene muy poco
trabajo, le es fácil entender que es una gran torpeza esperar de los bienes, descanso,
paz y goce de la vida, como lo esperaba el hombre de la parábola.
La conclusión de la parábola la vemos en el v.21: Así le sucede al que acumula riquezas
para sí mismo, en vez de ser rico delante de Dios. Es decir, si este hombre hubiera
conocido a Dios y andado con Él, su verdadera riqueza no habría desaparecido, aunque
tal vez sí el grano y ciertos bienes. Pero su descanso, paz y goce de la vida seguiría
asegurado. Porque estos le vendrían de su confianza en Dios y su obra en Cristo.
Veamos ahora nuestro segundo caso. Este es el caso de quien tiene lo suficiente para
vivir con sencillez, pero quiere más, quiere enriquecerse.
II. EL CASO DE UNO QUE QUIERE ENRIQUECERSE.- (1ª Tim. 6:8-10)
Desde luego es legítimo desear lo que necesitamos para vivir con sencillez, pero el
asunto aquí, al hablar de enriquecerse, es querer más de lo necesario.
Aquí vendría bien recordar a Agur, aquel profeta en Prov. 30:7-9, que pidió a Dios dos
cosas fundamentales para su vida. La primera no viene al caso aquí, aunque es muy
interesante. La segunda si viene al caso y fue lo siguiente: “No me des pobreza ni
riquezas sino solo el pan necesario. Porque teniendo mucho, podría desconocerte y
decir: “¿Y quién es el Señor? Y teniendo poco podría llegar a robar y deshonrar así el
nombre de mi Dios.” Sin duda hay una gran sabiduría en esta petición de Agur.
Si este es nuestro deseo, nuestra petición, no hay problema. Pero en Timoteo vemos
otra cosa. Es alguien que no está contento con lo necesario y quiere más (v.8) Es una
cuestión del corazón, de los deseos profundos, no de lo que se dice, sino de lo que se
desea realmente.
Sería normal que nos surja la pregunta, sí, ¿pero qué es lo necesario? Hay dos palabras
en v.8 que se traducen por sustento y abrigo con las que Pablo trata de definir lo
mínimo necesario.
`Diatrophe´ es la palabra que se traduce como sustento. Según el diccionario implica lo
necesario para criar, alimentar, nutrir, o sea, sustentar. Es una palabra con un sentido
amplio, pero referido a lo necesario para vivir adecuadamente el día. Es decir, tener el
suministro suficiente diariamente.
La palabra que se traduce por abrigo (Skepasma) significa una cubierta, y más
específicamente un tejado, o cualquier lugar donde uno puede vivir teniendo refugio y
abrigo de las inclemencias.
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Desde luego es arriesgado, aplicar lo que esto significa hoy en la vida actual, y por lo
mismo tampoco pretendo ser infalible. Pero me parece que significaría tener lo
suficiente para criar, alimentar y nutrir en el amplio sentido del término, a nosotros y a
los que están a nuestro cargo (es decir, hijos, familia, trabajadores y cualquier persona
a nuestro cuidado). Así mismo un lugar, una casa (no un palacio), donde vivir, nosotros
y quienes estén a nuestro cuidado. Esto me parece que es el mínimo con lo que ya
deberíamos sentirnos contentos, en lo referente a bienes materiales.
En cualquier caso, la idea que sobresale en estos versículos, es que cuando falta ese
contentamiento del corazón buscamos más de lo necesario, lo que nos acarrea graves
problemas. Veamos los vs. 9 y 10.
Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus deseos.
Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción.
(v.9) Son términos como para pensarse dos veces el querer enriquecerse.
Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se
han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores (v.10) Así que el mal
no es el dinero propiamente dicho, sino el amor, a éste. Es decir la codicia del dinero
por falta de contentamiento. El fruto de tal codicia es el desvío de la fe. Lo cual nos
indica que les puede pasar también a los que tienen fe. Así mismo esa búsqueda del
dinero, o de los bienes que con él se consigue, nos suele causar muchísimos
sinsabores. (Problemas de todo tipo; y la experiencia así nos lo confirma también)
Como he dicho antes, es para pensarse perseguir la acumulación de bienes. Porque en
vez del descanso, paz y goce de la vida que imaginábamos, nos termina dando,
mayormente, problemas.
Lo contrario a esta situación es el contentamiento y la gratitud a Dios, que nos lleve a
vivir con sencillez. De esto hablaremos la próxima vez.
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