Venerable Coínta Jáuregui Osés. Odn

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Venerable
Coínta Jáuregui Osés.
Odn
La fuerza del
amor y
la verdad
Nace en Falces, Navarra, el 8
de febrero de 1875
Ingresa a la Orden de la
Compañía de María Nuestra
Señora el 18 de octubre de
1893
Muere en San Sebastián el 17
de enero de 1954
Es declarada Venerable por el
Papa Francisco el 22 de enero
de 2015
La fuerza del amor y de la
verdad fueron la clave de su
vida y su acción
evangelizadora, de su
empeño en impulsar una
educación humanista
cristiana, tan necesaria
siempre en nuestro mundo.
Coínta Jáuregui Osés.
Odn. Venerable
“El amor en las pequeñas cosas”
Es para nosotras un motivo de gran alegría hacer llegar a cada una y cada uno de nuestros lectores
el texto en latín y en español del DECRETUM SUPER VIRTUTIBUS, que testimonia el camino de
santidad de nuestra querida hermana Coínta. Con ello nos unimos también al deseo del Papa
Francisco, que nos expresa el Cardenal Angelus Amato: “el Sumo Pontífice ha ordenado que este
decreto se publique y que se incluya en las actas de la Congregación para las Causas de los Santos”.
Tenerlo en nuestras manos nos da la posibilidad de profundizar en la vida de Madre Coínta y sobre
todo de descubrir cómo Dios sigue actuando en cada persona y puede transformarnos si
colaboramos con El en su propuesta de Amor.
Así lo comprendió nuestra hermana a lo largo de su vida. Ella tuvo la gracia de vivirlo en los
pequeños y grandes acontecimientos que entretejieron su historia. Podemos decir que la búsqueda
de la verdad, la práctica de la caridad y el ejercicio de la libertad, que caracterizaron su existencia,
fueron su manera de responder al AMOR inagotable de Dios.
Rememorar a las personas que nos han precedido y que han engrandecido nuestra comunidad
humana, es siempre signo de esperanza. Estas páginas son también una invitación a desentrañar el
mensaje que la vida de Coínta tiene para nuestro tiempo a encontrar o a continuar nuestro propio
camino de respuesta al amor de Dios. Así nos lo dicen de una forma particular cada uno de los
autores de los artículos:
Mª Claustre Solé nos ofrece una reflexión bíblica en torno al amor de Dios que no tiene fronteras,
amor que se hace carne en Jesús de Nazaret.
Mª Angeles Martínez nos expresa la fuerza que tiene hoy la petición que Coínta hacía con
frecuencia al Señor: “infunde en mi las delicadezas de la caridad”.
El P. Alberto Ramírez, que ya descansa en manos del Padre, nos explica el sentido que tiene la
proclamación de la santidad de una persona en la iglesia.
Marcela Bonafede, ha plasmado en un canto el mensaje de Coínta Jáuregui Osés: el amor en las
pequeñas cosas, “en las obras más que en las palabras”. Cantado por otras voces y en otros idiomas,
deseamos que su mensaje llegue al mundo entero.
Beatriz Acosta Mesa odn
Y Equipo General
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Decretum super virtutibus
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Decreto en Español
SAN SEBASTIÁN
Beatificación y Canonización
De la Sierva de Dios
COÍNTA JÁUREGUI OSÉS
Religiosa Profesa de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora
(1875-1954)
DECRETUM SUPER VIRTUTIBUS
«El amor no acaba nunca» (I Cor13,8).
Estas palabras sobre la caridad de la Carta a los Corintios, resonaron en el corazón de
la Sierva de Dios Coínta Jáuregui Osés cuando pedía al Señor que infundiera en ella “las
delicadezas de la caridad”. Su manera de ser y de situarse en la vida, dejaron una honda
huella en quienes la conocieron y por ello proclamaron que era una mujer santa. Coínta
irradiaba paciencia, abnegación y entrega sin reservas, siempre con una humildad que la
hacía muy humana y, al mismo tiempo, poseedora de una sabiduría que sólo tienen quienes
se sienten plenificados por alguien que les trasciende.
La Sierva de Dios nació en el pueblo navarro de Falces, el 8 de febrero de 1875. Vivió
en la España de finales del siglo XIX y primera mitad del XX, una época marcada por el
contraste entre grandes avances científicos y tecnológicos y enormes retrocesos causados
por dos guerras mundiales y la guerra civil española. En este contexto se fue forjando su ser.
En plena juventud había ido descubriendo a Dios como el amor de su corazón, el
único que podía devolverle al mundo el sentido en medio de la destrucción y la violencia.
Enamorada del Señor dejó todo para seguirle y encontró en la Orden de la Compañía de
María Nuestra Señora y en su misión educativa, el cauce para hacer realidad sus deseos de
servicio y entrega.
Coínta había recibido una educación integral impartida por las religiosas, fundadas
por Santa Juana de Lestonnac, de las que quería ahora formar parte. Deseaba poner todo su
empeño en el compromiso de evangelizar a las jóvenes a través de una educación que
respondiera a los desafíos que la sociedad presentaba en este momento. La Virgen María
era el modelo de mujer que ella quería ser y el que quería mostrar a otras mujeres. El día 18
de octubre de 1893, ingresó en la comunidad de Tudela para comenzar su formación como
religiosa.
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Decreto en Español
A lo largo de su vida desempeñó diferentes servicios: clases a las niñas y jóvenes,
gobierno, administración, formación… y en todos supo conjugar dulzura y firmeza, valentía y
generosidad, humildad y fortaleza. Las muchas generaciones a las que educó la recordarían
siempre por su bondad y por la finura de su trato.
El 17 de noviembre de 1899 fue una de las religiosas que salieron de Tudela camino
de Talavera de la Reina, donde fundaron una nueva casa de la Orden. Fue Superiora de esta
Casa de 1915 a 1921 y de 1925 a 1928. En 1931 fue enviada a Limoges, Francia, para
conocer la experiencia de esta comunidad, que había sobrevivido a la inestabilidad política y
a la persecución religiosa. A su regreso conoció las comunidades de Orduña y San Sebastián.
Dejó en estos lugares el recuerdo de su humildad y de su caridad exquisita. Al llegar a su
destino fue nombrada nuevamente superiora, desempeñó este servicio de 1932 a 1940.
Con la sabiduría que brota de una entrega incondicional, afrontó las dificultades que
se hicieron sentir con fuerza cuando la guerra llegó hasta Talavera de la Reina. Desde el 5 de
septiembre de 1936 hasta el 13 de noviembre de 1939, ella y su comunidad tuvieron que
abandonar el convento, que fue transformado en hospital para atender y acompañar a los
heridos en combate. En ese período se ideó la marcha de algunas religiosas a Badajoz y
Coínta impulsó la apertura de un colegio en esta ciudad.
La Sierva de Dios, con valentía y tesón, había formado parte del grupo -incluso en
algún momento lo lideró- que se oponía a la unión de todas las Casas de la Orden; su
bandera era entonces la fidelidad a los orígenes y a la tradición. Sin embargo, con la misma
valentía y por su amor a la verdad, supo más tarde acoger la luz que Dios le ofrecía para
comprender, a través del conocimiento de otras realidades y en medio de circunstancias
difíciles, que la unión que se seguía buscando en aquellos momentos en la Compañía y en la
Iglesia era el querer del Señor. Sin importarle las críticas e incomprensiones, no dudó
entonces en retractarse y unirse, en junio de 1941, a lo que antes había combatido.
Este hecho, que marcó la última etapa de su vida, le exigió un arduo desarraigo de la
comunidad de Talavera. Fue enviada a la Casa de San Sebastián donde ya se habían
efectuado un tiempo atrás los cambios promovidos, desde 1921 formaba parte de la Unión.
Allí dio grandes pruebas de humildad sirviendo en la medida de sus fuerzas que ya iban
disminuyendo, irradiando siempre bondad, comprensión y paciencia. En pocos años su
santidad fue percibida por quienes estuvieron cerca y por las hermanas que la acompañaron
hasta el final.
Madre Coínta muere en San Sebastián el 17 de enero de 1954. Conocida la noticia,
comenzaron a llegar numerosas manifestaciones escritas que reflejaban un sentir común
sobre la santidad de su vida. Todos habían comprendido por su testimonio que es el amor lo
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Decreto en Español
que hace a los santos, lo que hace que el mundo descubra en ellos el verdadero rostro del Dios. En lo
cotidiano, en los gestos sencillos de cada día, había sido una religiosa extraordinaria. Muchos
empezaron a encomendarse a ella y a sentirse favorecidos por su intercesión.
Por esto, el 7 de enero de 1982 se introdujo la Causa. Entre 1982-1983, ante la Curia
Episcopal de San Sebastián, se realizó el Proceso Informativo y el 21 de diciembre de 1984 se obtuvo
el decreto sobre la validez del mismo de la Congregación para la Causa de los Santos. La Positio se
preparó, de acuerdo con el modo habitual, para presentar el ejercicio en grado heroico de las
virtudes de la Sierva de Dios. El 8 de octubre de 2013, se realizó con resultado positivo el Congreso
de los Consultores Teólogos. En la Sesión Ordinaria del 20 de enero de 2015, dirigida por mí, Angelus
Card. Amato, los Cardenales y Obispos han reconocido que la Sierva de Dios ha vivido en grado
heroico las virtudes teologales, cardinales y otras anexas a estas.
Finalmente, realizado un informe detallado acerca de todas estas cosas por el infrascrito
Cardenal Prefecto, para el Santo Padre Francisco, Su Santidad, aceptando los votos de la
Congregación para las Causas de los Santos y habiéndolos ratificado, en este día ha declarado: Que
consta la heroicidad de las virtudes teologales fe, esperanza y caridad tanto hacia Dios como hacia el
prójimo y de las virtudes cardinales prudencia, justicia, templanza y fortaleza, y las otras virtudes
anexas a estas, de la Sierva de Dios Coínta Jáuregui Osés, religiosa profesa de la Orden de la
Compañía de María Nuestra Señora, para el caso y a los efectos en cuestión.
El Sumo Pontífice ha ordenado que este decreto se publique y que se incluya en las actas de
la Congregación para las Causas de los Santos.
Dado en Roma, el día 22 del mes de enero del año del Señor 2015.
ANGELUS Card. AMATO, S. D. B.
Praefectus
+ MARCELLUS BARTOLUCCI
Archiep. tit. Mevaniensis
a Secretis
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Dios es Amor
La experiencia nos dice que “amor” y “amar” son las palabras más comunes y más
entrañables del lenguaje, accesibles a todos los hombres y mujeres de todos los lugares, en
todos los tiempos y en las diferentes culturas. En efecto, el ser humano crece, se realiza y
encuentra su felicidad en el amor; el fin de su existencia es amar.
La confianza está en íntima relación con el amor y sólo el amor puede proporcionarnos el
gozo de vivir. En la confianza que nace del amor nuestra vida se unifica, se humaniza, se
plenifica. Así nos lo demuestran las personas que han hecho del amor su programa de vida.
Ya decía San Agustín: Ama y haz lo que quieras o Teresa de Jesús al afirmar que la vida
cristiana no está en pensar mucho, sino en amar mucho. Más recientemente también lo
entendió y vivió así la M. Coínta Jáuregui, que fue capaz de traducirlo en el servicio
cotidiano considerado por ella el amor hecho detalle o detalles del amor.
El tema del amor está presente a diario en nuestro mundo a través de los mass media pero,
a menudo ¡cuántas manipulaciones, condicionamientos y chantajes se dan en este terreno!
¿Por qué es tan difícil para muchas personas satisfacer esta necesidad vital que nos permite
crecer, madurar y, en definitiva, sentirnos realizados y felices? ¿Por qué el amor va a
menudo enlazado con tanto dolor y frustración? Cuando nos falta el amor recurrimos a
sucedáneos y las cosas materiales devienen cada vez más y más importantes. Estamos en
una sociedad en que casi todo tiene un precio, pero, el amor no puede ser comprado ni
vendido, ni robado ni exigido. Con bastante frecuencia vivimos un amor que espera recibir
algo a cambio, que ama porque se siente atraído por el objeto amado y lo ama
precisamente por esto. El verdadero amor sólo puede ser ofrecido y aceptado, regalado y
recibido, en y desde la libertad.
La psicología nos dice que no podemos amar a los demás si no empezamos por amarnos a
nosotros mismos y no podemos amarnos a nosotros mismos si antes no nos hemos sentido
amados, queridos entrañablemente. Aquí está la clave. Convertirse al Amor implica
aprender a amar gratuitamente: ser mano que se extiende para dar, sin esperar nada a
cambio.
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Una mirada a la Biblia
K. Barth decía que para entender la Biblia como Palabra de Dios hay que tener el periódico
en una mano y el texto sagrado en la otra. La vida presenta retos, preguntas que nos obligan
a ir a la Biblia; asimismo, la lectura de la Palabra nos remite de nuevo a la vida aunque con
una nueva mirada.
Intentaremos en esta reflexión sobre el amor seguir el consejo de Barth, porque una
cuestión tan fundamental como el amor no puede ser ajena a la Biblia que lo trata en todas
sus dimensiones. Por tratarse de un tema muy amplio daremos, sencillamente, unas breves
pinceladas.
Conviene recordar de entrada que los hombres y mujeres de la Biblia se sentían surgidos de
las manos de Dios, creados a su imagen, y vivían referidos a Dios como su Fuente. Dios era,
por así decirlo, como su hogar y si Dios era amor, también para ellos el amor era el elemento
definidor del ser humano.
Dios es Amor
Dios es amor y el ser humano, creado a su imagen, recibe un destello, una chispa de ese
fuego; su vida llega a buen puerto si esta llama no se apaga; su vida se reaviva, día a día, al
desarrollar su capacidad de amar.
Ya en el Deuteronomio se nos dice que el punto neurálgico de la Ley es amar a Dios con todo
el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas1. Y en el Levítico se complementa este
precepto con: ama al prójimo como a ti mismo2. Esto pone de relieve que los preceptos de
Dios no pretenden ser un yugo sino que Él nos manda precisamente aquello que nos lleva a
la plenitud, lo que puede realizarnos, lo que posibilita nuestra felicidad. Sí, el amor de Dios
es fuente de felicidad: “Tu amor vale más que la vida”3, dice el salmista al experimentarlo en
un momento de oración.
La misma creación es un acto de amor y el ser humano, creado por amor, descubre que es
amando y siendo amado como se siente plenificado. En realidad, tanto la creación como la
historia humana encuentran su razón última en el amor de Dios. Así lo entendía el autor del
libro de la Sabiduría al decir:
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1 Dt
6,5. Mt 22,37.
Lv 19,18.
3 Sl 63,4.
2
8
El mundo entero es ante ti como un gramo sobre la balanza,
como gota de rocío matutino sobre la tierra
pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes,
y pasas por alto los pecados de los hombres para que se conviertan.
Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste,
pues, si algo odiases, no lo habrías creado.
¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?
¿Cómo se conservaría, si no lo hubieras llamado?
Pero tú eres indulgente con todos los seres, porque son tuyos,
Señor, que amas la vida
pues tu aliento incorruptible está en todos ellos. (Sab 11,21-12,1)
Sí, la historia de la humanidad, con sus luces y sombras ─con sus páginas de amor salpicadas
con manchas de violencia─ resulta iluminada por la luz del amor de Dios. San Ignacio de
Loyola, en sus ejercicios espirituales, presenta la Encarnación como la respuesta de la
Santísima Trinidad contemplando una humanidad necesitada de redención. De aquí que la
historia de la Salvación encuentre su explicación plena en el Dios-Amor.
En Jesús, el amor toma un rostro
En el Nuevo Testamento descubrimos que en Jesús de Nazaret el Amor de Dios toma un
rostro, se hace visible, palpable. Por eso, él podrá decir: Quien me ve a mí ve al Padre4. Jesús
vivió en su bautismo la fuerza y la exigencia que conlleva el sentirse hijo amado de Dios. De
ahí arranca con fuerza su misión; Jesús hará patente este amor no sólo en sus enseñanzas
sino en todos y cada uno de sus gestos hasta llegar a dar su vida por amor. Y será el amor la
ley del discípulo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Que como yo
os he amado, así también os améis unos a otros. En esto reconocerán todos que sois mis
discípulos, en que os améis unos a otros. (Jn 13,34ss) Este precepto es nuevo porque nunca
antes de la venida de Cristo se había exigido algo semejante. Jesús exige amar hasta el
punto de dar la vida, don supremo.
Según el evangelio de Juan, el Padre nos ama con el mismo amor con que ama al Hijo. Si el
Génesis nos decía que Dios había creado el ser humano a su imagen, en el Nuevo
Testamento nos dice que nos ama de tal modo que podemos llegar a ser imagen de su
mismo Hijo, un Hijo que nos ama con el mismo amor con que ama al Padre; nos ama como
a hijos de su Padre y el amor nos convierte en hermano suyos. Por esta vía se nos introduce
en el más íntimo de los misterios: el amor trinitario.
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Jn 14,9.
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Los discípulos, gracias al Espíritu de Jesús, así lo entendieron y sobre todo así lo vivieron. De
ahí que el autor de la primera carta de Juan escribe: “Queridos, amémonos unos a otros,
porque el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no
ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”5. El amor es, por tanto, el elemento
definidor de la persona, un amor que hace posible amar y dar una respuesta en el Amor.
El que ama de veras a Dios vive en profunda comunión con él y no hay fuerza alguna capaz
de arrebatarle el tesoro del amor de Cristo. En la carta a los Romanos Pablo dice: ¿Quién
podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el
hambre?, ¿la desnudez? ¿los peligros? , ¿la espada? (…) Pues estoy seguro de que ni la
muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro ni las
potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor
de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 8,35.38-39).
El amor no tiene fronteras
El amor verdadero no tiene límites. El amor humano sí que es limitado como criaturas que
somos. Sólo cuando nuestro amor nace de la experiencia de Dios podemos intuir la
gratuidad de este amor que no conoce fronteras. El amor auténtico nos proyecta al
Trascendente porque es trascendente.
Dice el refrán que “el amor con amor se paga”. Quien ha hecho experiencia del amor
gratuito de Dios se ve impelido a traducirlo en su amor al prójimo. En la primera carta de
Juan leemos: “Si alguno dice que ama a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. El que no
ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien nove. Este es el mandamiento
que hemos recibido de Él: que el que ama a Dios ame también a su hermano” (1Jn 5,2)
Vale la pena escuchar las palabras del Apóstol: Aunque hable las lenguas de los hombres y
de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque
tenga el don de profecía, y conozca todos los misterios y toda la ciencia; aunque tenga
plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque reparta
todos mis bienes, y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha.
El amor es paciente, es amable; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; no
busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se
alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. Ahora
subsisten la fe, la esperanza y el amor, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es el amor.”
(1Cor 13).
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51Jn
4,7-8
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No creemos se pueda decir más sobre el amor. Pablo enaltece de tal manera el amor que
llega, incluso, a colocarlo por encima de la fe y de la esperanza al afirmar que el amor no
pasará nunca. En la gloria del Reino no se precisará de la fe ni será necesaria la esperanza
porque viviremos plenamente en Dios que es Amor.
Crecemos en la fe cuando esto se hace carne en nuestras vidas; nuestro amor alcanza la
madurez cuando nuestras entrañas se estremecen, como se estremecieron un día las
entrañas de Jesús, al contemplar el dolor de nuestro mundo con una misericordia operativa
que busca la manera de transformar el sufrimiento en dolor de parto, en germen de vida y
no de aborto.
Si vamos por la vida con los ojos abiertos y no nos perdemos en elucubraciones mentales
podremos experimentar cómo este amor de Dios no es algo esporádico sino que se
manifiesta en los pequeños regalos que su providencia nos brinda diariamente y que, a
menudo, nos pueden pasar desapercibidos.
En resumen podríamos decir que todo empieza por abrir caminos al Amor porque sólo en la
medida que acogemos el amor de Dios somos capaces de amar. Nosotros amamos porque Él
nos amó primero6 leemos en la primera carta de Juan y San Juan de la Cruz nos recuerda
que en el atardecer de la vida nos examinarán en el Amor.
María Claustre Solé odn
Religiosa de la Compañía de María.
Doctora en Teología, especialidad en Sagrada Escritura,
Profesora en la Facultad de Teología de Catalunya
y del Instituto de Ciencias Religiosas de Barcelona.
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6
1Jn 4,19.
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Venerable Coínta Jáuregui:
“Siempre Y En Todo Buena”
Los santos son expresión sacramental del ideal de la santidad que está llamada a realizar
toda la comunidad de los seguidores del Señor.
La Compañía de María recibió con profunda alegría la noticia publicada por la Santa Sede el
23 de enero del presente año sobre el decreto de reconocimiento de la “heroicidad” de las
virtudes de la Madre Coínta Jáuregui Osés, religiosa española de la Compañía de María que
vivió entre los años 1875 y 1954, decreto promulgado por el Papa Francisco el 22 del mismo
mes, luego de recibir el informe positivo sobre el resultado de los procesos llevados a cabo
en la Congregación para las Causas de los Santos que le presentó el prefecto de dicha
Congregación, el cardenal Angelo Amato. Por medio de dicho decreto que declara Venerable
a la Sierva de Dios, Madre Coínta, se despeja el camino hacia su beatificación y su
canonización que tienen lugar, normalmente, como fruto del reconocimiento de un milagro
comprobado en cada uno de estos momentos.
El sentido que tiene la proclamación solemne de la santidad de alguien en la Iglesia se
comprende bien si se tiene en cuenta lo que ha sido esta práctica a través de su historia. En
los primeros siglos del cristianismo esta práctica constituía un acto por el cual se aprobaba
en las Iglesias particulares el culto rendido a quienes el pueblo reconocía como santos. Se
trataba originalmente de los mártires. La aprobación del culto que se les rendía era
competencia de los obispos. Sólo con el tiempo, en la edad media, se constata que esta
práctica ya no se limitaba a la aprobación del culto de los mártires sino que se extendía a la
a quienes la comunidad cristiana reconocía como intercesores ante Dios en virtud de sus
méritos y como modelos de la vida cristiana por haber practicado las virtudes en grado
heroico. Con el correr del tiempo este reconocimiento se convirtió en competencia del
ministerio del Papa. Sin embargo habrá que esperar hasta el siglo XVII, bajo el pontificado
del Papa Urbano VIII, para que esta prerrogativa le sea plenamente reconocida. Los criterios
que para la proclamación de los santos se fueron dando en el trascurso de la historia de la
Iglesia fueron pues varios: en principio el del martirio, luego la heroicidad de las virtudes (y
la ortodoxia de los escritos en algunos casos), y finalmente la realización de milagros, en
particular de milagros de curaciones de enfermos, un criterio del que ciertamente puede
dispensar el Papa, como lo demostró el Papa Francisco recientemente con ocasión de la
canonización del Papa Juan XXIII.
12
Es evidente que en la Iglesia se da una gran importancia a la práctica del reconocimiento
oficial, por parte de su Magisterio, de la santidad de sus miembros. No solamente en la
Iglesia católica sino también en el Oriente. Al hacerlo, la Iglesia no desconoce ciertamente
que la santidad es una realidad que no se da en ella simplemente porque se la reconoce
oficialmente por un acto como el de las canonizaciones, sino sobre todo porque acontece en
la vida concreta de sus miembros que con frecuencia, de manera oculta y silenciosa, viven
de tal manera la vida que su santidad pasa desapercibida a los ojos de los hombres, pero no
ciertamente a los ojos de Dios. En la práctica hablamos por eso de la santidad de personas
“del común y corriente” a quienes nos encontramos en la vida de todos los días. Esto no
significa evidentemente que la proclamación de los santos que realiza oficialmente el
Magisterio de la Iglesia no constituya un acto eclesial de gran valor y que debemos valorar
mucho: es muy importante ciertamente el reconocimiento de la realización de lo que tiene
que ser la finalidad de la vida de toda la Iglesia. Los santos son, en este sentido, la expresión
sacramental del ideal de la santidad que está llamada a realizar toda la comunidad de los
seguidores del Señor. Es lo que nos ha querido recordar el Concilio Vaticano II en el capítulo
quinto de la Constitución Lumen Gentium (“La vocación universal a la santidad”) por medio
del cual se quiso contextualizar la dimensión de la Iglesia en cuanto acontece
sacramentalmente en la vida consagrada (capítulo sexto de la Constitución sobre “La vida
religiosa”). Y es esto lo que quiere expresar la Iglesia al proclamar a los santos. El
fundamento de esta mirada eclesiológica del fenómeno de la santidad es el criterio
propiamente dicho para comprender lo que significa en profundidad la existencia cristiana:
el seguimiento del Señor, la práctica de los consejos evangélicos, la entrega de la vida en el
compromiso por la realización del Reino de Dios en la vida humana.
De la Madre Coínta han escrito cosas muy importantes sus biógrafos a quienes debemos
leer con ocasión del reconocimiento de la heroicidad de sus virtudes: el Padre Antonio
Garmendia de Otaola SJ. (Estrella y estela: Vida de la Rvda. Madre Coínta Jáuregui Osés de la
Orden de la Compañía de María Nuestra Señora, Grijelmo, 1956); Madres Silvia Vallejo y
María Mercedes Aizpuru (Así nos trabaja Dios. Orden de la Compañía de María Nuestra
Señora. Ed. Lestonnac, ODN IV Centenario, No. 4), entre otros. Hay sobre todo tal vez una
expresión hermosa que puede resumir todo lo que podamos conocer acerca de la Madre
Cointa: la expresión de personas que quisieron dar así testimonio de lo que fue su vida, una
expresión que define admirablemente lo que ella fue y la manera como realizó el ideal de la
santidad: “siempre y en todo buena”.
Para una comunidad de vida consagrada como la Compañía de María tiene que ser un
motivo de profunda alegría el reconocimiento oficial por parte de la Iglesia de la santidad de
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una de sus religiosas. Es la manera de constatar de manera concreta que se ha hecho
realidad en ella lo que tiene que ser, en último término, su ideal y el de toda comunidad.
Toda comunidad religiosa debe ser un semillero de santidad, la demostración de que es
posible realizar el ideal de la vida consagrada como sacramento de santidad. Y, aunque tiene
una significación tan importante el reconocimiento oficial de la santidad que se da en la
Iglesia por la canonización de los santos, no debemos dejar de pensar que lo más
importante en la vida real es aquello de lo que somos testigos en el día a día: la realidad
admirable de la vida de tantas personas que de manera humilde y silenciosa realizan el ideal
de la perfección. En último término eso es lo que realizó la Venerable Madre Coínta. Por eso
nuestra alegría con ocasión del reconocimiento de la “heroicidad” de sus virtudes, alegría
también que compartimos de manera especial por el hecho de que este reconocimiento
tiene lugar en el año de la vida consagrada convocado por el Papa Francisco.
Alberto Ramírez Zuluaga.
Sacerdote de la Arquidiócesis de Medellín. Capellán de la Compañía de María
Doctor en Teología. Profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana y del Celam
+ 31 de marzo de 2015
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Madre Coínta Jáuregui, Odn
un Testimonio Personal
“Dios mío, infunde en mi alma
las delicadezas de la caridad”
C.J.
Quiero testimoniar algo personal sobre Madre Coínta, ya que en este último tiempo, he
tomado más conciencia de ello. La jaculatoria “Dios mío infunde en mi alma las delicadezas
de la caridad”, comprendo que fue hecha vida por la Madre Cointa por tantos detalles de
caridad, con la calidad del amor que es la ternura, el mandamiento nuevo de Jesús (Jn 13,
34-35). Por donde ella pasó, y que yo recuerde, Talavera de la Reina, Badajoz y San
Sebastián, me llamaron la atención en lecturas y comentarios entre las religiosas, el
testimonio explícito de ellas, especialmente en San Sebastián. La Madre Cointa muere en
esa ciudad el año 1954 y yo entro en el Noviciado de San Bartolomé, San Sebastián en 1956.
Recojo de su vida virtudes sólidas, carisma para el gobierno, educadora con relación
apostólica con alumnas, exalumnos, es decir hoy, con los laicos, apertura a los signos de los
tiempos.
Caigo en la cuenta que en mi vida, la jaculatoria propia de la Madre Cointa, ha sido como
“un mantra” que he repetido muchas veces, especialmente en momentos de perdón, de
reconciliación, de querer amar como Jesús amó. Creo que me ha acompañado la Madre
Cointa en mi deseo de comulgar con todos, con todas las hermanas, también en esos
momentos críticos de la vida en los que se hace más difícil la relación fraterna. Es lo que en
nuestra tradición, llamamos vivir “la unión de corazones”.
Llegó a mis manos un día la tarjeta con esa frase “Dios mío, infunde en mi alma las
delicadezas de la caridad” y desde que la tengo, la suelo fotocopiar y entregar. Lo más
significativo de estos últimos años es que dando retiros y Ejercicios Espirituales a laicos,
sacerdotes, religiosas, descubro que siempre que me toca hablar de la fraternidad, la vida
comunitaria, hacer referencia en la meditación del lavatorio de los pies ( Jn 13, 12-15 ) al
mandamiento del amor (Jn 13, 34-35 ; 1 Jn 4, 7-9) , al himno a la caridad de San Pablo (1
Cor 13, 1-13 ), casi siempre me surge decir la frase de la Madre Cointa. Y es curioso, porque
al citarla, recojo, que alguno me dice ¿podría repetirla? … Noto que las personas la escriben
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con atención y todavía más, algunos, algunas, al darme “cuenta de sí” en el
acompañamiento, descubro interpelación para la vida cotidiana, para momentos críticos de
reconciliación familiar y de vida consagrada. Descubro de modo “carismático” que toca el
deseo de vivir más coherentemente el mandamiento nuevo de Jesús, como gracia al pedir:
“infunde en mi alma”, y deseo de calidad en el amor: “las delicadezas de la caridad”Esa vivencia de la Madre Cointa, hecha jaculatoria, es central, gracia carismática.
Experimento que fue el centro de su vida cristina, de una vida de virtudes sólidas al estilo de
Juana de Lestonnac. Una vida dispuesta al cambio con discernimiento maduro, que la llevó a
dejar su querido convento de Talavera y pasar a la Compañía en fidelidad al proyecto
educativo de la Santa Madre, y apertura a los signos de los tiempos. Su relación directa y
epistolar con tantos laicos, exalumnas, me habla también de una apertura apostólica más
allá de la propia comunidad religiosa.
También descubro que en algunos textos que escribo, la he incluido sabiendo que “toca”,
interpela, se acoge el mensaje y hace bien.
María Angeles Martínez, odn
Religiosa de la Compañía de María. Española,
misionera en Chile durante 45 años
Especialista en Mariología y Teología Pastoral
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El Amor en las Obras
Oración
El amor en las obras
Más que en las palabras (2)
Señor, Dios nuestro que has querido
Adornar de tantas virtudes y gracias
a la Venerable Madre Coínta,
concédenos, por su intercesión,
la gracia de un amoroso abandono
a las disposiciones de tu Voluntad
y la de un amor ardiente
a Jesucristo y a su Madre.
Otórganos, además,
las gracias que nos son necesarias
para tu mayor honra y gloria
y para la glorificación de tu sierva. Amén.
Lo que importa en la vida
son los gestos pequeños
cómo nos dedicamos a los demás,
los detalles cotidianos,
la fuerza de la oración.
Infunde en nosotros
las delicadezas de la caridad
y el amor en las obras más
que en las palabras (2)
El Señor nos trabaja
como al barro el alfarero,
nos confía su misterio
en la simplicidad.
Nos hace portadores
de su creatividad.
(Padrenuestro, Ave María y Gloria)
Infunde en nosotros…
El amor, Cointa sabe,
es servir a los hermanos,
escuchar al que está frágil,
al que quedó atrás.
Es ser fiel a las raíces
abriéndose a la unidad.
Infunde en nosotros…
Letra, Música y Voz: Marcela Bonafede odn
Areglos: Luis Fernando Guarin
Para comunicación de favores recibidos y
donativos dirigirse a:
Hna. Montserrat Martí, odn.
C. Aragó, 284 trip-08009 Barcelona
e-mail: [email protected]
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