La Reina de los Monstruos Ainara Manrique Díez 1 ©Ainara Manrique Díez, 2013 www.ayrtha.com Portada: ©Ainara Manrique Díez, 2013 Fuentes: www.openfontlibrary.org 1ª edición Edición Gratuita Atención: Esta edición gratuita se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas Si te gusta la novela ¡ayuda a la escritora!: Compra una copia del libro en Fantasía y Aventura: http://www.fantasiayaventura.com Deja un comentario en mi blog: http://www.ayrtha.com/velanima ¡Comparte la novela! 2 A la Familia 3 4 Índice Capítulo 1 Hace diez años........................................................7 Capítulo 2 Atravesando las olas.............................................17 Capítulo 3 Ruinas...................................................................40 Capítulo 4 Máscaras, mentiras y hombres desnudos............69 Capítulo 5 Aparece la bestia...................................................92 Capítulo 6 Esclava................................................................116 Capítulo 7 Una ciudad y otras cosas sorprendentes............142 Capítulo 8 Noches alegres, mañanas tristes........................180 Capítulo 9 Libre....................................................................211 Capítulo 10 Entre errantes...................................................242 Capítulo 11 Hija de la sabiduría...........................................259 Capítulo 12 Traficantes de esclavos.....................................291 Capítulo 13 El regreso..........................................................308 Capítulo 14 El corazón de un daimión.................................344 Capítulo 15 Juntos................................................................370 Capítulo 16 La reina de las bestias.......................................381 Capítulo 17 En el ojo del águila...........................................414 5 Capítulo 18 No se puede llevar nada al otro lado...............440 Capítulo 19 Hace mil años...................................................466 Capítulo 20 Daimiones.........................................................504 Capítulo 21 La Corona de Daia............................................523 Capítulo 22 De vuelta a casa................................................557 Capítulo 23 Un viejo conocido.............................................578 Capítulo 24 Huida................................................................605 Capítulo 25 El retorno de la Corona....................................631 Capítulo 26 Daia...................................................................676 Capítulo 27 Fin…..................................................................679 6 Capítulo 1 Hace diez años Melia tenía sueños. A menudo la realidad le resultaba más extraña que sus misteriosas aventuras nocturnas. Se preguntaba si al resto de la gente le pasaría lo mismo, después de todo había muchos que escribían como ‹‹la vida es un sueño›› y cosas así. También era algo que le preocupaba. En su familia todos tenían pelo negro. Ella, en cambio, tenía un peculiar tono marrón oscuro con abundantes mechones de color rojizo. No era un pelirrojo brillante como el de los anuncios de tinte. Era muy oscuro, pero indiscutiblemente rojo. La única pelirroja anterior en su familia, según le contaron, había sido su tía abuela Dalia. La pobre 7 infeliz Dalia, que comenzó a padecer algún tipo de trastorno con treinta años. Melia la conocía por un par de viejas fotos familiares, el tiempo había hecho que el blanco y negro se transformara en un marrón apagado, sucio y feo. Allí su tía abuela no era más que otra mujer de rostro serio, vestida de negro y con un recogido en la cabeza. Lo único destacable era lo mucho que la gente que la rodeaba en las imágenes parecía no querer acercarse a ella. El vacío era abrumador incluso a través de cincuenta años de viejas fotografías. Nadie sabía muy bien qué enfermedad afectó exactamente a la pobre mujer, la llamaban ‹‹demente››, era la palabra que la familia consideró más oportuna para referirse a ella. No se le llevó a un médico, solo la ocultaron del resto del mundo. Y con cuarenta y tres años, Dalia se lanzó de cabeza al río junto a su casa y murió. Así que Melia, la única pelirrojiza que quedaba viva en la familia, tenía extraños sueños y, a veces, encontraba la realidad desconcertante. 8 Le preocupaba. La mayoría de sus sueños eran cosas intrascendentes y sin sentido, como deberían ser, pero a menudo se distorsionaban y retorcían, la arrastraban hacia alguna parte y terminaba en algún sitio, que sabía que era un sitio en alguna parte, nada más. Siendo muy pequeñita, llegó a un gran bosque. Era verde, verde lima y brillante. Todo en aquel bosque tenía un tamaño espectacular: hojas de los helechos podían soportar su peso cuando se subía sobre ellas, flores anchas como su cabeza y los árboles se alzaban más alto que cualquier edificio que Melia había tenido la oportunidad de ver en su corta vida. El sol entraba a raudales entre las lejanas copas, también tenía era grande, el astro ocupaba un gran espacio en el cielo, pero la temperatura era agradable. Parecía joven y alegre, si los soles podían ser jóvenes y alegres, aquél lo era. Melia creía estar en algún país de las hadas, y que ella tenía que ser una. Así salían en los dibujos de sus cuentos: plantas enormes y seres diminutos. 9 Paseó (y saltó, y trepó, y corrió, incluso intentó volar, aunque no pudo, lamentablemente) por allí un tiempo casi infinito. Podía haber soñado con ese lugar varias veces, o podía ser parte todo de un gran sueño. Una vez volvía al mundo real nunca estaba segura si era una cosa u otra, pero sí sabía que estuvo allí mucho tiempo. Encontró un arroyo, había alguien arrodillado junto al agua. Era un chico joven (un niño como ella, en realidad, pero lo consideraba un chico joven). Estaba bebiendo de rodillas en la orilla, metiendo directamente la boca en el agua. Melia se preguntó por qué no usaría las manos. ―Hola. El chico levantó la cabeza. ―¿Hola? ―¿Qué haces? ―Beber. ―¿Por qué no la recoges con las manos? 10 El chico torció la cabeza con incomprensión. Tenía una cabeza adorable: limpia, redondeada, de mejillas brillantes y con enormes ojos castaño claro y un pelo rubio dorado enmarcándole la expresión. A Melia le recordaba los cuadros de angelotes de su abuela, parecía derramar inocencia a su alrededor, pero cuando alguien es aún una niña como ella, inocencia quería decir ser tonto del bote. Se arrodilló también, hizo un cuenco con las manos y le enseñó a recoger el agua. ―¿Lo ves?―le dijo―. Así no te agachas y no te mojas la cabeza. En vez de copiarla, el niño se puso en pie y empezó a mirarse las manos. Luego se las llevó a la espalda, como si se hubiera olvidado algo. ―¿Qué pasa? El chico sacudió los brazos a los lados, sin contestar. ―¿Te pasa algo? ―No encuentro mis alas. 11 Melia se puso en pie con la boca abierta. ―¡¿Tienes alas?! Lo sabía, era un angelote de esos. A la porra las hadas, ahora eran ángeles. El chico seguía agitando los brazos a los lados, como si pudiera echarse a volar por mera insistencia. ―Creo que se me ha olvidado… Parecía preocupado, pero no mucho. En realidad se comportaba como si su cabeza no estaría del todo allí. ―¿Tienes alas?―repitió Melia―, ¿eres un ángel?, ¿puedes volar de verdad? ―No, no puedo transformarme. ―¿Puedes transformarte?... ¿en qué? ―En… ¿yo? Las cosas se tornaban raras, más de lo habitual. No le gustaba cuando sus sueños hacían eso, normalmente quería decir que era la hora de levantarse. 12 Sin embargo, el sitio seguía allí y el chico seguía siendo tan real como todo lo demás. ―Algún día me transformaré―continuó el niño―, y seré mayor. ―No sabía que los ángeles crecieran. ―¿Qué es un ángel? ―Umm… como unos niños con alas de pájaro detrás. ―No soy un ángel, no soy un niño. Melia empezaba a enfadarse. ―¿Y qué eres? ―…no lo sé… Aquel niño era realmente tonto, eso es lo que era. Decidió marcharse, algo le decía que era hora de salir de aquel sitio. El bosque ya no era tan luminoso, el sol empezaba a desaparecer y las plantas a encoger. Pero el chico se estaba espabilando por momentos. Al ver que se marchaba, abrió los ojos y corrió tras ella. 13 ―Espera, ¿adónde vas? ―Voy a casa, tengo que levantarme. Su compañero se pasó un brazo por la cabeza. Le recordó a un gato lavándose las orejas. Hasta entonces había dado la impresión de ser bastante denso o estar medio dormido, ahora le veía nervioso. ―Pero, ¿está lejos?, ¿vas a volver? ―Um…―se encogió de hombros―. No sé, igual, nunca sé bien por dónde voy. ―Ah… yo estoy aquí, hasta que crezca, puedo esperarte. ―¿Para qué vas a esperarme? ―Me aburro, estoy solo. Se le pasó un poco en enfado y empezó a sentir pena por el pobre querubín. ―Bueno, supongo que podría intentarlo… En ese momento, los ojos del chico brillaron, un detalle que ignoró porque inmediatamente una sombra gigantesca cubrió el bosque, trayendo frío y 14 silencio. Melia miró hacia arriba, pero solo veía sombras. ―¿Qué…? Y aquel mundo desapareció. Como un cofre que se cierra de golpe, con todo el bosque, el sol, los helechos, las flores y el pobre angelito dentro. Era la primera vez que un sueño salía de ella y no al revés. Se quedó flotando en una extraña nada un tiempo, meditando sobre lo que podía haber pasado. Meditaba mucho en sueños, meditaba sobre cosas trascendentales y profundas que harían quedar como idiotas a todos los sabios que habían existido jamás. Aunque al despertar no recordaba nada. Del vacío salió un muñeco, era de una serie de dibujos que le gustaba, hablaba solo, por alguna razón. Luego un coche, venía a buscar al muñeco, había una reunión en alguna parte y se había olvidado su cepillo de dientes de gala, tenía que ir a buscarlo al Tíbet o los marcianos se comerían el pastel. Melia contempló aquel sueño como una espectadora viendo la tele. Cuando las cosas se 15 volvían así de extrañas era la hora de levantarse, ya solo aguardaba al momento en que su madre vendría a despertarla. 16 Capítulo 2 Atravesando las olas Melia observó con cierta sorpresa el sol aún brillando en lo alto. Habitualmente todo estaba oscuro cuando salía de entrenar, pero el verano se acercaba, los días se alargaban y las clases terminarían pronto. El tiempo pasaba muy rápido. En la calle hacía fresco y mucho viento, un contraste agradable con el bochorno y la humedad que había dentro de los vestuarios. Respiró hondo un par de veces en la puerta del polideportivo, disfrutando la sensación. A diferencia de otras ocasiones, su equipo de baloncesto se fue dispersando con lentitud. Aquel había sido su último entrenamiento, algunas compañeras parecían incrédulas, otras tenían ganas 17 de quedarse a hablar. Iban a eliminar a todo el equipo del barrio y el femenino era el primero en caer. El año que viene no tendrían suficientes jugadoras para montar un equipo completo, de cualquier forma. Muchas habían jugado allí desde pequeñas, así que se mostraban un poco afectadas. A Melia le daba igual, sentía cierto desapego por todo aquello. En otoño empezaría la universidad y no tenía intención de seguir jugando. Oyó el soniquete que le avisaba de un mensaje en su móvil. ―¡Uy, lo siento, chicas!, me tengo que ir, nos veremos en la cena de viernes, ¿vale? No le gustaba ponerse mustia recordando viejas batallitas, entendía que algunas quisieran quedarse a hablar, pero a ella solo sentía desinterés. Tampoco es que partirían a la guerra, se verían en el instituto, o por el barrio. Se alejó de allí casi corriendo, cuando perdió el edificio del polideportivo de vista volvió a un paso más tranquilo. Menos mal que había sonado el móvil, 18 no se le había ocurrido ninguna excusa para largarse sin parecer mal educada. El viento soplaba del mar, era fuerte y un poco molesto, pero la tarde era luminosa, con aquella inexplicable alegría que tenían los primeros días realmente cálidos de la primavera, antes que el bochorno de la siguiente estación los volvieran inaguantables. Decidió dar un rodeo hasta y bajó unas escaleras de piedra, rumbo al puerto. Sonrió cuando el olor del océano llegó hasta ella, adoraba el mar. Llegó a un viejo paseo de piedra que se alzaba contra las olas, comenzó a recorrerlo con calma, disfrutando de las sensaciones que traía del puerto y el paisaje marino. Entonces recordó que, en sus prisas por marcharse, no había leído el mensaje del móvil. La sonrisa se esfumó el ver el nombre de su novio en la pantalla. Tenía tres llamadas perdidas y dos mensajes. Dudó dos segundos antes de apagarlo del todo y guardarlo en la bolsa de deporte, pasó de sentirse culpable a una cobarde. 19 Muy bien, era una cobarde, ¿y qué? Dos gaviotas chillonas pasaron a poca distancia sobre su cabeza y Melia sintió algo de irritación hacia Marcos por estropear su plácido paseo junto al mar, aunque, en el fondo, sabía muy bien que la culpa no era de él. Comenzó a jugar al baloncesto de pequeña porque se le daba bien. Había sido una niña grande, fuertota, manazas y no muy lista, ni graciosa. Pero era buena con los deportes y sus padres consideraron que el baloncesto la ayudaría a ser un poco menos torpe con las manos. Y no le fue mal, pero su interés en el mismo se basaba en el puro placer de sentirse alabada e integrada en algo, cuando las otras niñas no querían jugar con ella porque arrancaba de cuajo las cabezas de los muñecos al más mínimo intento de peinarlos… solo le quedó la pelota. De adolescente, el juego se transformó en un asunto de costumbre y de mantenerse activa, no tenía más aficiones. Dejó de ser tan buena jugadora como fue, no porque perdiera habilidad, si no porque no tenía motivación para mejorar, mientras que las otras 20 chicas sí mejoraron, y se hicieron más altas y fuertes, mientras que a ella el crecimiento le dio la espalda en cuanto cumplió los doce. Había jugado toda la vida, pero no le interesaba. Marcos había sido una de las pocas personas en su vida por las que había sentido una atracción honesta y directa, y había conseguido mantenerla interesada en su compañía más de tres meses y, aún así, pasado ese tiempo empezó a aburrirse también de él. Esa era su situación aquella tarde, casi un año después de empezar a salir, le ignoraba activamente. Las dos situaciones la incomodaban, veía en las dos la raíz del mismo mal. No terminaba de comprender, por muchas vueltas que le diera, por qué sentía tanta apatía por todo, por qué su vida le resultaba tan gris y anodina, ¿era una fase normal de la adolescencia o algo más inquietante?, ¿empezaría así su tía abuela antes de terminar lanzándose al río? Apoyó los antebrazos en una de las barandillas que daban al mar, se veía oscuro y encrespado. En aquel momento, un pequeño barco amarraba a puerto a sus pies. No había más que algunas nubes vagas paseando 21 por el cielo azul, pero el agua se sacudía alterada, como en un día de tormenta. Decidió seguir con el paseo, dejando que sus brazos rozaran un poco la vieja barandilla oxidada al pasar. Los adoquines grises del puerto estaban secos, pero vio un minúsculo cangrejo corriendo entre dos grietas en busca del agua. Una fuerte corriente de aire le trajo olor a pescado, y frío. Empezaba a refrescar en serio, tardes como aquella solían traer impredecibles y violentas tormentas desde el mar. Barajeó dar media vuelta y volver a casa, pero allí sería más fácil que la localizara su novio o sus compañeras de equipo, de modo que prefirió aguantar la incomodidad de aquel inquieto clima costero un poco más. Llegó hasta el extremo final del puerto, el paseo trazaba una brusca ‹‹u›› a su izquierda, una pendiente por donde se bajaban las embarcaciones al agua, cerrada con una gruesa y oxidada cadena metálica, para que ni la gente ni los vehículos bajaran por accidente. La oyó chirriar un poco, probablemente meciéndose al compás del fuerte viento, pero no se volvió para mirarla. 22 Aquel extremo del paseo sobresalía hacia el mar. Suspiró mirando melancólicamente el horizonte, se apoyó en la barandilla y se inclinó hacia delante. Meditó con pereza la situación con su futuro exnovio, tenía que sincerarse con Marcos, era un buen chico, un poco pesado a veces, pero cariñoso. Había intentado aguantar con él porque le veía enamorado y creía que ella misma podría cambiar, pero no solo no cambiaba, la simple idea de hablar juntos se semejaba cada vez más a una larga y tediosa tarea para el instituto. No estaba siendo buena con él, lo sabía, lo que desconocía era cómo enfrentarse a alguien así para decir… Una ola descomunal se estrelló contra el muro, salpicándola y sacándola de sus pensamientos. El cielo estaba cubierto completamente, nubes bajas y espesas que amenazaban con devorar la luz débil de las farolas. ¿Qué había pasado?, ¿desde cuándo estaba todo tan oscuro?, apenas había apartado la cabeza del cielo cinco minutos… 23 Sería mejor irse corriendo a casa, no era buena prediciendo el tiempo, pero si no se iba a desatar la tormenta del siglo como mínimo, iba a estar cerca. Al girarse vio a un niño en la pendiente hacia mar. ―¡Oye!―le llamó. El viento soplaba fuerte, las olas rompían con un estruendo demoledor y la gruesa cadena chirriaba. Igual no la había oído. Comenzó a descender hacia allí, en cualquier momento podría venir otra ola gigante y comerse al niño, era peligroso. Miró a su alrededor, no había nadie. ¿Dónde estaban sus padres? La única protección de la bajada era la gruesa cadena, pero podía saltar por encima sin dificultad. ―¡Oye!, ¡chiquitín! Por toda respuesta, el niño se acercó al borde. Melia dejó caer la bolsa de deporte y corrió hacia él. ―¡Eh!, ¡aléjate de ahí!, ¡¿me oyes?! 24 Por un momento, le pareció que el niño iba a tirarse al agitado mar. Con el corazón latiéndole a toda velocidad consiguió sujetarle un brazo, pero el niño seguía cayendo de cualquier forma. Entonces se encontró frente a frente con una gran ola. Al principio solo sintió frío, un frío horrible. Su cuerpo se sacudía por el miedo y la gélida temperatura. Aún tenía sujeto al niño por el brazo, no se movía. Pataleó en el agua oscura, no veía nada, no sabía donde estaba la superficie. El niño seguía sin dar el menor signo de vida. Le fallaba la respiración, algo le decía que no debía tragar agua, pero no podía más. Desesperada, intentó soltar al niño, su brazo no respondía a sus órdenes. Seguían hundiéndose. Sintió dolor en los pulmones, sintió pinchazos en la cabeza y un fuerte pitido en los oídos. Era como si algo los estuviera empujando a las profundidades, arrastrada como un muñeco de tela atado a una roca. 25 Con suavidad, comenzó a hacer calor, el frío se disipaba, pero todo seguía oscuro a su alrededor. Una oscuridad cálida y familiar. Ya no necesitaba respirar. ‹‹Estoy soñando, ¿verdad? Esto es un sueño...››. Poco después, ya no sintió nada. Lo siguiente que pudo recordar es que le dolía un brazo. Un objeto se le estaba clavando en el codo, intentó moverse y, de golpe, se dio cuenta que estaba viva. Por alguna razón, creía que no debía estarlo, era una sensación curiosa. A continuación se percató de que alguien discutía cerca, al principio no entendía nada de lo que decían, poco a poco las palabras se volvieron más comprensibles: ‹‹fuera››, ‹‹volver››, ‹‹seguro››... Notó algo haciéndole cosquillas en los pies y el sonido suave de las olas. Fue entonces cuando se despertó por completo. Se irguió y se dio cuenta que estaba desnuda, y rodeada de gente. Intentó taparse torpemente con las manos. 26 ―¡Oh, está despierta!―oyó que decía una vocecita infantil―. Áncula, dame una manta. Miró asustada hacia la voz. Había un niño a poco más de un metro; moreno y sonriente. No podría jurarlo, pero estaba segura que era el mismo al que intentó salvar en el puerto. Poco después, una persona le entregó una manta de lana marrón y el niño se la puso por los hombros. ―Toma, ahora hace un poco de fresco, pero en seguida entrarás en calor. Melia iba a decir que no era el frío lo que la preocupaba, pero se le debía haber olvidado hablar. Había muchos hombres a su alrededor, llevaban puesto lo que le parecía un vestido blanco de tirantes hasta las rodillas y un cinturón de cuero, cada uno portaba una lanza y un escudo, algunos llevaban espadas también. Era como un pequeño ejercito romano salido de ninguna parte. La pobre luz de las antorchas iluminaba vagamente a su alrededor. No tenía ni la menor idea de dónde estaban, se sentía desorientada. El sonido de las olas llevaba un suave eco y empezó a comprender que 27 debían encontrarse en alguna gruta. La completa falta de visibilidad, y el retumbo constante, formaba en su confundida cabeza la impresión de que se encontraban bajo el agua del mar. Intentando espabilarse, concentró su atención en los detalles y los diferentes rostros que alcanzaba a diferenciar, dio un pequeño grito y un brinco, que casi la puso en pie, al darse cuenta que una de las figuras no era humana. Creyó que llevaba un disfraz y un casco con cuernos, ¡pero era un monstruo!, gigantesco, con cuernos de toro, rostro plano de ojos saltones y enormes espaldas cubiertas de pelo marrón. ―Oh, Oijme, la has asustado, vete al frente y vigila que no venga nadie―ordenó el niño junto a ella. El hocico de la criatura se contrajo y sonó como un gruñido. Su rostro no tenía demasiada expresividad, se dio media vuelta y se fue. Se bamboleaba un poco, pero caminaba como un humano. en Melia sabía que había visto algo así en libros, pero aquel momento estaba demasiado ocupada 28 dándose cuenta que perdía la cordura por momentos para recordar el nombre. ―No te preocupes―continuó hablando el niño―, solo es un bauro, ¿te encuentras bien? ―Sssí..i... ¿qué...? ¿..estamos?... ¿dónde estoy? ―Estás en la Isla de Ethlan, estás bien, siento mucho el viaje, no me di cuenta que llevaba una pasajera, te devolveremos pronto a tu casa, ¿de acuerdo? ―¿Eh? El niño sonreía con cierta simpatía y la cabeza gacha, parecía estar esperando una reacción. Pero ella no sabía cómo reaccionar. ―Lo siento mucho―gesticuló con la boca al hablar, como si la creyera sorda―, estás en una isla, muy, muy... lejos de tu casa, viniste aquí conmigo, yo puedo separar las barreras, así que te colaste sin que me diera cuenta. ―¿A qué te refieres... con lejos? ―Es...―agitó la mano― otro mundo. 29 El niño, manteniendo aquella sonrisa simpática y un poco avergonzada, se movía y hablaba casi como un adulto. ―Otro... ¿como un sueño?, ¿quieres decir que estoy soñando o algo así? El chico abrió mucho los ojos. ―Sí, eso exactamente. ―Bien―Melia asintió con la cabeza―, bien. Sueños. Podía entender los sueños, había tenido sueños raros toda su vida. No sabía si se estaba agarrando estúpidamente a un clavo ardiendo por no perder la cabeza, pero en aquel momento planteárselo como un sueño especialmente difícil le ayudó a serenarse. ―¿Y cómo me despierto? ―Oh, eso va a ser un poco difícil, verás... no podemos usar esta puerta otra vez en un tiempo... y estamos en territorio enemigo, de todas formas... Pero te prometo que será lo primero que haré en cuanto vuelva a casa. 30 La sonrisa del niño se volvió más ancha. Melia no hizo más preguntas, le bastaba con aquello. Era un sueño, todo iba a estar bien, siempre despertaba... La persona que le había dado la manta antes se acercó, primero la confundió con chico joven, pero al comenzar a hablar se dio cuenta que en realidad era una mujer. ―Tenemos que irnos, Príncipe, se hace tarde. ―¿La ropa?, no vamos a sacar a la pobre... eh... ¿tu nombre? ―Melia. ―Oh, encantado, yo soy Gerón. La mujer hizo un gesto de cansancio y le tendió unas telas dobladas y recogidas con hilo. Al deshacerlo apareció uno de aquellos vestidos blancos. Tapándose como buenamente podía con la manta, se puso la ropa; nadie le dio un cinturón, pero Gerón le entregó unas sandalias de cuero con la suela tan fina como el papel. ―No vamos muy cargados, es lo único que tenemos―se disculpó el niño. 31 ―Príncipe, anochece y no podemos permanecer más en este valle, los ejércitos ánforos... ―Ya sé, ya sé...―Gerón hizo un gesto de irritación―. Deberías hablar con más respeto, Áncula, ella es una bicrona también. ―No nació aquí. ―Eso a mí no me importa. No es que Melia entendiera del todo de qué hablaban, pero lo suficiente como para saber que discutían por ella. La mujer era bajita, delgada e informe, hubiera parecido una adolescente desgarbada si no fuera por su rostro: objetivamente podía decirse que era joven, pero había algo viejo y cansado en su expresión. Tenía el pelo oscuro y liso, cortado de forma milimétrica a la altura de las orejas. Sus ojos eran también oscuros, grandes, pero de párpados espesos que caían con desgana sobre sus pupilas mientras éstas miraban a todo el mundo con cierto desprecio. No puede decirse que le causara una buena impresión. 32 Cuando terminó de vestirse intentó entregarle la manta a ella, la miró como si la hubiera escupido. Bastante confusa se volvió al niño, pero antes de que intentara dársela a él, uno de aquellos tipos con lanza y escudo la recogió. ―¡Oh, gracias! El hombre parpadeó sorprendido, pero no dijo nada. ―Ignora a Áncula―dijo Gerón―, a la comandante solo le gusta ella misma. Te acostumbrarás, no le queda más remedio. El chico le dedicó a la mujer una sonrisa de oreja a oreja, ésta se limitó a hacer otro gesto de cansancio y gritar un par de palabras que no comprendió, pero seguramente querían decir algo como ‹‹ponerse en marcha››, porque empezaron a andar. Subieron por escaleras empinadas pegadas a la pared. A su espalda, consiguió distinguir el vaivén brillante de las olas donde había estado tumbada, una playa de grandes rocas; todo era oscuridad más lejos, pero oía el océano por toda la inmensa bóveda. Donde las luces de las antorchas alcanzaban a 33 alumbrar, vio figuras y estatuas talladas en la pared de roca. Algunas eran personas, muchas eran monstruos, y casi todas estaban rotas y cubiertas de liquen. Había algo tétrico en las estatuas, sus sombras bailaban al capricho de unas antorchas, que las deformaban ayudadas por las manchas de muchos años de humedad. Tuvo la fuerte impresión de que aquellas imponentes paredes talladas no fueron grabadas por sus creadores para esconderse allí, olvidadas en la oscuridad. Melia luchaba por mantener el ritmo del grupo mientras seguía observando su entorno con confusión. Subían por las inclinadas escaleras a un ritmo ligero, apresurándose a salir de la caverna. Entonces recordó que la tal Áncula había mencionado enemigos. Se preguntó si debería preocuparse, no le apetecía. La salida surgió por sorpresa, parpadeó a la luz del sol y se tapó con una mano, haciendo visera para poder ver mejor. ¿Era normal que el sol pegara tan fuerte allí? 34 Los soldados (suponía ya que eran soldados), se detuvieron un momento para apagar las antorchas y ponerse en orden antes de continuar. Melia vio un plácido mar extenderse en el horizonte, con olas de espuma tan blanca que resplandecían desde muy lejos. El sol estaba muy caído en el firmamento, pero el cielo seguía siendo azul. ¿No había atardeceres en aquel sueño? Se acordó de su novio. No iba a poder llamarle, no aquella tarde al menos, obviamente. Tampoco podría ir el viernes era la cena con sus compañeras del equipo. La última cena antes del verano, de su última temporada en el baloncesto. Y... Sintió miedo, una súbita opresión en el pecho. ¿Dónde estaba?, ¿qué hacía allí? ¿Qué importaba que fuera un sueño, otro mundo u otro planeta? ¿Estaba atrapada allí?, ¿no podría ver a su familia?, ¿sus amigas?, ¿Marcos? 35 Intentó coger aire un par de veces y no pudo, a la tercera consiguió inspirar y reunir las suficientes fuerzas para llamar al niño. ―¡Chiquitín!... ¡Gerón! ―¿Si?, ¿te pasa algo?, estás pálida, ¿digo a los bauros que se vayan más lejos? Melia ni siquiera se había dado cuenta que había otros dos de aquellos seres a pocos metros, pero no le importó. ―¿Cuándo...?, podré volver, ¿verdad?, ¿cuándo? El chico puso una cara extraña, no supo interpretar qué quería decir, pero pronto volvió a su sonrisa simpática de siempre. ―No te preocupes, estás en buenas manos, no va a pasarte nada. ―Pero... ―Tardaremos dos meses, con suerte, en llegar a mi casa, allí podré ayudarte. ―¡Dos...! 36 ―Oh, se pasarán volando, ya verás... el tiempo aquí es diferente... cuando vuelvas a Geo quizá no haya transcurrido ni un día. Dos meses... Las piernas le fallaron y cayó de rodillas, llorando. Si aquello era algún tipo de broma, que alguien lo parara ya. Si era un sueño, ¿por qué no venía su madre a despertarla? Ya basta. Quería salir de allí. Lloró y lloró, esperando que realmente todo se detuviera de golpe. Gerón le pasaba la mano por la cabeza, intentando consolarla. ―Príncipe, está atardeciendo... ―Déjala, tiene que haberse llevado un buen susto. ―La puede llevar un bauro, este no es un sitio aceptable para detenerse. ―¿Has visto la cara que puso cuando vio a Oijme?, ¿quieres que se le pare el corazón? ―No es seguro estar aquí. 37 ―Creía que la seguridad era asunto suyo, comandante. Melia quiso dejar de llorar, dándose cuenta que estaba siendo una molestia importante. ―Estoy bien, ponerse en pie. estoy bien...―dijo, intentando Aquel lugar no iba a desaparecer por las buenas, de cualquier forma. No llorando como una idiota al menos. Aún así, le seguían temblando las piernas. ―¿Estás segura? Tienes mi permiso para ignorar a Áncula. ―… estoy bien. Se pasó las manos por la cara, intentando hacer desaparecer las lágrimas. Evitó mirar a la mujer. Ésta, de todos modos, se dio la vuelta y volvió a gritar para ponerse en marcha. El grupo se puso en marcha en dirección contraria a la mar, hacia un espeso bosque de un verde profundo y silencioso, lejos del ruido de las olas y las gaviotas. 38 Melia se abrazó y, aún luchando por controlar el llanto, siguió las miles de huellas de sandalias marcadas en el suelo de tierra. 39 Capítulo 3 Ruinas Cuando la oscuridad impedía ver más allá de dos pasos, el grupo se detuvo a pasar la noche. Melia permaneció pegada al niño en todo momento. Los soldados encendieron una hoguera para cocinar y tiraron junto a ella un par de mantas raídas con olor a moho, también le entregaron un cuenco de madera con cierto algo que tenía carne y otro algo que parecía puré de patata, aunque no era puré de patata. Al terminar se hizo un ovillo sobre las mantas. Aquella primera noche la pasó sin pegar ojo, dando millones de vueltas a todo en su cabeza, se agitaba nerviosa, se sentaba y miraba los rescoldos de la hoguera y los soldados que hacían guardia. Luego 40 intentaba dormir, abría los ojos y seguía en el mismo lugar. No entendía nada. Al amanecer de un día sin albor, consiguió cierto descanso, cuando despertó poco después, decidió que ya era hora de dejar de preguntarse qué hacía allí y empezar a organizar su retorno a casa. ―¿Gerón? ―¿Sí? ―¿Qué hacías en el puerto? El chico abrió los ojos muy sorprendido, no parecía esperar aquella pregunta, pero se repuso pronto. ―Oh, me gusta salir de aquí, soy el único que puede atravesar el aionios... las puertas entre un mundo y otro. ―¿Y para viajar traes un ejército? ―Yo no lo traigo, se vienen conmigo. Su aguda voz infantil sonó un poco tensa. ―¿No podemos volver por el mismo sitio? 41 ―No, los aionios tienen... límites, solo pueden cruzarse una vez cada determinado tiempo. Te llevaré a otro más seguro para devolverte a tu casa. ―¿Por qué solo puedes hacerlo tú?, ¿es por eso que hay tanta gente?, ¿y por qué corremos peligro?... El niño empezó a reírse. ―Ah, está bien, voy a intentar explicártelo mejor: esta es la Isla de Ethlan, hace un tiempo formaba también parte de Geo... tu mundo, fue una tierra muy rica y próspera, pero sufrió una... maldición, y se la tragaron las aguas del tiempo y el espacio. No se puede decir que sea otro ‹‹lugar››, porque en realidad no se ha movido, está enterrada bajo las olas. Los únicos que pueden pasar de un lado a otro son los bicronos, y el único con poder para abrir las puertas, soy yo. ―¿Por qué tú? ―Hubo un tiempo que éramos muchos, pero se fueron, no quisieron permanecer en Ethlan cuando se hundió. Los que pudieron irse sencillamente abandonaron la Isla. Yo me quedé porque soy un príncipe y mi pueblo necesita guía. 42 ―Oh... Estaba segura que había oído a Áncula llamarle ‹‹príncipe›› antes, pero no había creído que hablara en serio, no es que la mujer pareciera conocer el sentido de la palabra ‹‹humor››. Aquella información era desconcertante, pero explicaba la presencia de los soldados. Resultaba un niño muy simpático para ser un príncipe, se los imaginaba más malcriados. ―Cuando Ethlan cayó, hubo algunas guerras: la Rebelión de los Graneros, la Guerra de los Días… muchas guerras, en realidad, también se lucha por mantener el control de los aonios―continuó Gerón―, está mi pueblo: los anaxes, pilares de la sabiduría y las buenas costumbres de Ethlan. Luego, los ánforos: salvajes que creen que tomando el control de todas las puertas encontrarán la manera de cruzar a Geo, también he oído que quieren abrir mi cabeza para conseguir mis poderes. Son unos ignorantes, sentiría lástima por su desesperación si no estarían continuamente intentando matarnos. Hay otros pueblos, como los daimiones y los bauros, pero no creo que te interesen… 43 Melia estaba a punto de perder la cuenta de los nombres que oía: los lugares para regresar a casa eran aionios; su mundo, Geo (esta era fácil); aquel sitio, Ethlan; el príncipe, anaxes; los enemigos, ánforos; los que tenían cabeza de toro, bauros; y los daimiones que no sabía aún lo que eran, pero le resultaba un nombre familiar. Gerón debió notar su concentración porque permaneció en silencio mientras ella luchaba por recordarlo todo. ―Y... ¿qué haces exactamente para poder... eh... viajar? ―Goeteia. ―¿Qué? ―Goeteia, lo que hago, se llama goeteia, es una ciencia sagrada, heredada de ilustres ancestros cuando la Isla nació, hace miles de años. ―¿Se puede aprender? ―No, solo los Ánax bicronos la tienen. No le des tantas vueltas―le cogió la mano y sonrió con dulzura―, estás a salvo con nosotros. No te 44 preocupes por nada. En cuanto vuelva a mi ciudad, lo primero que haré será ordenar que preparen nuestro aionios para que cruces. Es un sitio precioso, en medio de un parque con rosas de mil colores, hierbas aromáticas y fuentes de agua cristalina, se encuentra mi palacio, hecho con raro mármol azul y oro. Te gustará. No pudo evitar sonreírle también. Al menos era un niño muy agradable, necesitaba palabras de ánimo como el respirar. Caminaron todo el día por un frondoso y oscuro bosque, entre sendas estrechas y retorcidas, deteniéndose poco tiempo para comer o comprobar la ruta. Melia estaba en forma, pero llegó a encontrarse agotada. Además, las sandalias no servían para mucho, se le llenaron los pies de heridas. Gerón sugirió medio en broma que uno de sus bauros podía llevarla, quitando a Oijme, era para lo que usaban a los otros dos, para cargar bultos. Prefirió declinar la invitación. Según había podido entender de diferentes conversaciones, Oijme era una especie de capitán o 45 sargento; un bauro especial porque era tan inteligente como cualquier humano, aunque no era algo que saltara a la vista mirándole a los ojos. Los otros dos bauros, en cambio, tenían una inteligencia semejante a la de sus parientes de cuatro patas: antes de que pararan para pasar la noche, un soldado tuvo que ir a buscar a un bauro distraído incapaz de volver con ellos por sus propios medios. A Melia le costó adaptarse a las criaturas. Encontraba su extraño aspecto antropomorfo inquietante, sus voces eran lentas y cavernosas y, además, Oijme al hablar sonaba tan cálido y amable como Áncula. Lo evitaba como una plaga. Al hacerse de noche, intentó ayudar a los soldados a levantar el campamento, pero la miraron de forma extraña. ―Déjales, es su trabajo―le dijo Gerón―, ellos se entienden, si los interrumpes y se retrasan, Áncula se enfadará. Melia obedeció y se sentó en su sitio sin hacer nada. Podía entender que fuera su trabajo, lo que no terminaba de comprender es que no le dirigieran la palabra ni una vez. Tampoco Gerón les hablaba, se 46 dio cuenta que el niño ni les miraba la mayor parte del tiempo. Pensó en preguntar a Gerón qué significaba aquello, pero le resultaba incómodo; sospechó que algunas cosas iba a ser más prudente que las aprendiera observando que preguntando al niño. Le gustaba el pequeñín, pero había algo raro en la forma en la que trataba a los demás. El lugar de acampada la segunda noche estaba cubierto de estatuas talladas en roca. En realidad, todo el camino había estado cubierto de viejas ruinas: torres caídas, escaleras de piedra cubiertas de musgo, esquinas de edificios asomando entre los árboles… y estatuas. Le recordaban a las esculturas romanas que había visto en libros, pero no eran tan realistas si no más estilizadas y angulosas, con narices imponentes y muy rectas, y ojos enormes. Unas pocas aún tenían pupilas de roca negra, que la gente debía ser aficionada a robar, porque solo quedaban en las tallas más inaccesibles. Al principio las encontró ridículas, a la luz y el calor del día, pero al fuego de la hoguera aquellas pupilas redondas, grandes y negras se 47 clavaban en su cabeza, como si estuvieran intentando decir algo a través del tiempo. Ver todas las estatuas de ese rincón del bosque en su tiempo de gloria, con todos aquellos grandes ojos negros mirando inertes a ninguna parte, debió haber sido sobrecogedor. Melia tenía la impresión de que aquel mundo se estaba muriendo, había llegado y, en apenas un día, solo encontraba conflictos y decadencia, quería salir de allí antes de que acabara del todo con ella aún en su interior. El viaje continuó al día siguiente, y durante varios días más, de forma idéntica a sus predecesores. Cruzaban áreas de bosque muy frondoso y terreno accidentado, al marchar procuraban mantener siempre silencio, o un tono muy bajo de voz, solo Áncula y Oijme tenían derecho a gritar. La tensa quietud se relajaba un poco al montarse los campamentos, colocados en lugares protegidos entre viejas ruinas cubiertas de verdín, entonces, y solo entonces, podía oír a la gente hablar, reírse y 48 bromear, incluso escuchaban música durante algunos minutos. Melia aprendió a ignorar la indiferencia de los soldados y los soldados atendían a sus deberes. Estudió todo lo que ocurría a su alrededor con curiosidad y ávido interés fruto de la ansiedad por conocer mejor aquel nuevo lugar, en ocasiones le hacía preguntas a Gerón, el chico siempre estaba dispuesto a contestar. Otras muchas veces, sin embargo, prefería limitarse a escuchar lo que otros hablaban entre ellos. No se entendería con los soldados, ni con Áncula, ni con Oijme, pero eso no quería decir que no debiera prestarles atención. Sacó algunas conclusiones algo diferentes a las tranquilas afirmaciones que le había dado el simpático Gerón, sobre todo respecto a que no tenía razón alguna para estar tranquila, aquel viaje por tierras enemigas había sido un suicidio y solo al niño le daba igual. ‹‹Eso pasa por hacer caso a criaturitas. Por muy príncipes que sean no deberían poder mandar tanto›› pensó. 49 Y un día, cuando Melia calculó que llevaba al menos una semana allí, les atacaron. Era casi de noche y la vanguardia levantaba ya el campamento, mientras el resto del grupo les alcanzaba. Melia buscó un sitio donde sentarse y descansar, mientras los demás trabajaban, cuando oyó gritos y algo parecido a bocinas largas y nasales. Eran cuernos. Los soldados del campamento dejaron lo que estaban haciendo y dieron media vuelta, estaban atacando la retaguardia. Melia se puso en pie, asustada. Miró a su alrededor buscando un sitio por donde escapar. No quería terminar atrapada en medio de una batalla. Entonces, alguien le sujetó de la mano. ―No te preocupes―dijo Gerón―, Áncula se encarga. Tranquila. El niño había sido muy amable con ella, pero en aquel momento sintió unos terribles deseos de gritarle y mandarle a hacer puñetas. 50 Para su alivio, no pasó mucho tiempo hasta que los soldados regresaron de nuevo. Llevaban compañeros heridos, o algo peor, los depositaron con cuidado sobre mantas, mientras el resto de los que iban llegando continuaban en las labores de levantar el campamento, como si tal cosa. ―¿Ves?―Gerón hizo un gesto con la mano libre―, todo en orden. Aquel crío la estaba tomando el pelo, ¿verdad? ―¿Y... los heridos? ―Los soldados se encargarán. Volvió a oír un alboroto, pero menos alarmante. Oijme regresaba tirando de un bulto cubierto de polvo y sujeto por una soga. Los soldados le gritaban cosas. ―Oh, un prisionero...―comentó desapasionadamente, soltando su acercándose a observar al detenido. el niño mano y Melia prefirió quedarse en la distancia; estaba segura que aquello no le iba a gustar. 51 Oía perfectamente a Oijme gritando preguntas, el resto del bosque también. A continuación no entendía mucho, pero por los golpes y los ‹‹ungff›› que salían del pobre prisionero, las respuestas no le estaban gustando nada al bauro. Llegó un momento que no pudo aguantar más, se acercó a Gerón, esperando que él la ayudara, pues no se atrevía a dirigirle la palabra a Oijme. ―¿Puedes decirles que paren? Diles que paren, por favor. El niño espectáculo. parecía casi entretenido con el ―¿Qué?, ¿por qué? ―Le están torturando. La miró con incomprensión un momento, entonces se dio cuenta. ―Oh, no te preocupes, no son más que unas bofetadas, pero les diré que paren si quieres... Sonrió, quizá esperando un agradecimiento por su interés, pero Melia solo pudo retorcerse las manos con nerviosismo. 52 Gerón se acercó a Áncula y ésta, tras mirar mal tanto al chico como a ella, le dio algunas órdenes al bauro y se detuvo. El gigantesco hombre-animal se apartó momento y pudo ver mejor al prisionero. un Relativamente. Lo debían haber rebozado bien contra el suelo, pues estaba cubierto de polvo y tierra, tenía una gran melena suelta y completamente caótica, de un color imposible de descifrar por la suciedad, y de la que apenas pudo distinguir asomando una nariz, tan absolutamente delgada, recta y afilada como la de las estatuas. Oijme recogió la soga y volvió a llevarle a rastras hasta un árbol, donde lo dejó amarrado. ―Ya está―dijo Gerón con satisfacción al volver junto a ella―, ahora tengo hambre, ¿cenamos? A lo largo de la velada. Melia volvió varias veces la cabeza hacia el prisionero, tenía la impresión de que la estaba vigilando. ―¿No le vais a dar de comer? 53 ―Creo que Áncula prefiere esperar hasta que diga algo. ―¿Y si no dice nada? ―No come. ―¿Qué tiene que decir? ―Quien es su jefe, pero es un soldado de fortuna, lo más seguro es que no tenga ni idea. ―...así que, si sabéis que no sabe nada... ¿por qué le torturáis? ―Solo le vamos a dejar sin comer un poco, igual se le ocurre algo interesante que decir, a todos se les ocurre. ―¿‹‹A todos››? Empezó a sentirse asqueada por aquella conversación, Gerón se dio cuenta que había dicho algo inapropiado. ―Es lo que me dice Áncula―respondió con cierta preocupación―, ¿está mal? ―Sí, está mal―afirmó Melia categóricamente. A veces, se olvidaba que hablaba con un niño. 54 Pasó la noche dándole vueltas; por la mañana decidió que prefería enfrentarse un poco a la paciencia de Áncula que aguantar la mala conciencia de no haber hecho nada. Desayunó rápido. Era una especie de caldo con semillas, no tenía mucho sabor a nada, pero espabilaba bastante. Cogió otro cuenco con comida y se incorporó con prudencia. Miró a su alrededor, sintiéndose observada. Seis hombres formaban parte del ataque sorpresa , solo aquel había sobrevivido. En el último momento, el miedo la hizo dudar, pero ya se había acercado demasiado para dar la vuelta. El prisionero no parecía estar sufriendo especialmente en aquel instante. Si no fuera por las manos separadas y atadas al tronco del árbol, daría la impresión de que se hubiera sentado a pasar el rato. Tenía una pierna recogida y miraba distraído la copa del árbol. Se sentó junto a él, esperando que se diera cuenta que estaba allí. ―Umm, te he traído algo para... desayunar. 55 El prisionero movió la cabeza con lentitud, a través del pelo enmarañado pudo ver por fin un par de ojos oscuros y afilados como agujas, estaba tenso y Melia decidió que aquello no había sido tan buena idea como creía. ―¿Qué haces aquí? Dio un respingo. ―Tra... traigo algo para comer... El tipo movió la cabeza hacia un lado y quedó en silencio un rato eterno. ―Ya veo... eres una criaturita ridícula... ¿vas a darme de beber o vas a seguir temblando hasta que se derrame todo? Intentó ponerle el cuenco en los labios. Temblaba como una hoja, era milagroso que no se le hubiera caído la mitad. Cuando terminó de beber, el tipo se veía más relajado. ―Te llamas Melia. ―Ss... sí... ¿cómo...? ―Los imbéciles de las falditas hablan ¿sabes? 56 Ignoró el comentario y bajó la vista. El prisionero llevaba pantalones y no se había dado cuenta. Así que, en alguna parte de aquella isla arcaica, alguien había inventado los pantalones. Era la mejor noticia que había recibido en una semana. ―Y...eh, ¿tú cómo te llamas? ―UrsHadiic. ―¿Eh? ―Urrrs... Haaaaaadiic. ―¿Usssadic? ―Casi. ―¿Qué es ese sonido tan horrible? Melia se encogió al oír la voz fría de Áncula. Miró hacia lo alto, no se había dado cuenta que la mujer estaba junto a ellos. ―Es mi nombre―respondió el prisionero con un claro tono de desafío. Por el momento la comandante la ignoraba a ella, solo miraba al prisionero. 57 ―Vamos a ver, si digamos que me apetece cruzar el paso de Dendron, ¿crees que me encontraré con alguna sorpresa? ―¿Aparte de tu propia estupidez? Aquello hizo que el prisionero se ganara un golpe en la cabeza con un largo bastón de punta metálica que la mujer blandía. Asustada, Melia se encogió y fue retrocediendo poco a poco. ―¿Qué tal si te pongo a ti andando el primero?, ¿te apetece que hagamos la prueba? ―Muy bien, ¡hazlo!, con un poco de suerte habré conseguido correr hacia el otro lado antes que esos asnos que llamas soldados pasen. ―¡Te arrancaré las jodidas piernas! ―Entonces, si hay una emboscada, los ánforos se preguntarán por qué la comandante Áncula lleva a un tipo sin piernas con ella y supondrán que has perdido la cabeza del todo y saldrán huyendo. ¡Es un plan brillante! 58 Aquello le ganó directamente una patada en la frente. El sonido de la cabeza al rebotar contra la madera hizo que Melia se estremeciera y saliera corriendo. Se acercó a Gerón y volvió a pedirle que interviniera, pero el niño se encogió de hombros. ―No le van a hacer nada irremediable, creo que quieren usarlo de rehén para no sé qué cosa. Solo van a asustarlo un poco. Además, mira en el exterior del campamento. Melia lo hizo. Había dos cuerpos cubiertos con sábanas y otros tres soldados que no parecían iban a poder moverse mucho, nunca. ―Él y sus compañeros hicieron eso, no me apetece tenerle mucha compasión. ―¿Qué va a pasar con los heridos? ―Se quedarán aquí. ―¿Qué? ―Retrasarían la marcha, Áncula prefiere que se queden. Que los que puedan moverse ayuden a los demás. Siendo un grupo pequeño podrán esconderse en los bosques con más facilidad. 59 ―¿No necesitan un médico? El niño volvió a encogerse de hombros. Melia estaba horrorizada. Tenía la cabeza llena de todas las cosas que le habían enseñado sobre la dignidad, los Derechos Humanos y la compasión. Pero no sabía cómo hacerse entender a aquella gente sin sonarles como una loca, estaba segura que en aquellas circunstancias sus palabras les sonarían huecas. Frustrada, se sentó y se puso a razonar para sí de forma descontrolada lo que no era capaz de decir en voz alta. Quería irse a su casa. Cuando Áncula dio la orden de ponerse en marcha, Melia pudo ver cómo los heridos fueron los primeros en desaparecer de allí, posiblemente esperando que el grupo grande tapara sus huellas un tiempo. Para variar no se había podido acercar a ellos y, de todas formas, el resto de sus compañeros sabían cómo atenderles. El nivel de organización del pequeño ejército era muy alto. 60 El silencio y las precauciones fueron extremadas en los días siguientes, el ataque les había hecho más conscientes de que estaban en un territorio hostil, los soldados se mostraban tensos. Aunque no conocía sus nombres, había empezado a reconocer a algunos por su forma de actuar y comportarse. La mayoría eran hombres mayores, de entre treinta o cuarenta años, pero había descubierto que le costaba mucho darles una edad, nunca había sido buena calculando los años de otra gente y, en aquella isla perdida en particular, parecía ser especialmente indefinible. Aquellos ojos viejos y cansados no eran únicos en Áncula, muchos otros soldados también los tenían. Uno de sus favoritos era un chico muy joven y muy delgado, con un bigote inmenso que tenía la sospecha se dejaba para parecer más adulto, eso no evitaba que fuera el blanco de bastantes bromas por parte de sus compañeros mayores. También era el que tenía que salir corriendo a buscar a los bauros cuando se despistaban. En el grupo había también tres mujeres aparte de Áncula, una parecía ser la responsable de los bauros 61 o, al menos, la que se encargaba de llevar el orden de los bultos que cargaban y descargaban. Otra era más bien gris y poco interesante, estaba convencida que ella y un tipo que llevaba su falda un poco más alta que el resto (mostrando unos muslos increíblemente peludos) eran pareja, pero ninguno hacía nada especialmente llamativo, así que tampoco se fijaba demasiado en ellos (exceptuando los muslos peludos). La última mujer era un poco más joven y bastante guapa, tocaba una flauta curvada, que Melia no había visto nunca y tenía un sonido muy dulce. Antes de ir a dormir, ella y dos tipos que tocaban el tambor y una flauta de madera más sencilla, dedicaban a todo el campamento una bonita serenata. Melia llegó a perder la cuenta de las veces que consiguió conciliar el sueño gracias al sonido de aquella flauta. Precisamente esa noche, mientras tocaban, volvió a darse cuenta que el prisionero parecía estar vigilándola. Se lo comentó a Gerón pero al niño le hizo gracia. ―Esa gente son como perros, les das un poquito de comer y empiezan a perseguirte. No le hagas 62 mucho caso, es un salvaje, aguantará bien sin comer ni beber un tiempo. ―¿Nadie le ha dado de beber?, ¿en todo el día? ―No. La temperatura había sido constantemente calurosa desde que estaba allí, no asfixiante, pero no entendía que se pudiera aguantar sin agua tras aquellas caminatas. Ni un perro hubiera aguantado. Ignorando los comentarios del niño, se acercó con una jarra de agua y un plato con el extraño puré de algo que no eran patatas y dos trocitos de carne. La carne era muy codiciada así que tuvo que esconderla debajo del puré. ―Um... te he traído... algo. Bien atado al árbol, aquel tipo aún la asustaba. No iba a ser tan ingenua como para no creer que podía ser peligroso, pero, por otro lado, tampoco podía no intentar ayudarle. En aquella parte del campamento estaba oscuro, seguía bastante sucio y su pelo, que sospechaba era 63 castaño en gran parte, continuaba hecho un caos, así que no le veía bien la cara. Eso era algo bueno. ―¿Te envía el imbécil de Gerón o su perra guardián? ―No me envía nadie. ―Oh, ¿me estás diciendo que puedes hacer cosas tú solita? Qué sorpresa. ―Muy bien, parece que es verdad que no necesitas beber. Cogió la jarra y el plato y se puso en pie. ―No, no, espera, espera... Era una broma. Siéntate, por favor. ―Oh, ¿sabes decir ‹‹por favor››? Qué sorpresa. Se sentó de nuevo y le puso el agua en los labios. Disimulando el tembleque. El concepto de ‹‹ataque o huída›› tuvo por fin sentido: había estado a punto de salir huyendo o de darle con la jarra en la cabeza. Su entrenador se hubiera sentido orgulloso de ella, le encantaba sacar aquellas ideas en los momentos más inoportunos, 64 recordó que una vez intentó explicar el libro de ‹‹El Arte de la Guerra›› en el baloncesto a un montón de críos de 10 años. El prisionero dejó de beber y ella suspiró. Ya empezaba a echar de menos hasta a su viejo entrenador. Estaba a un paso de la depresión profunda, ¿verdad? ―¿No hay carne? ―¿Eh? El prisionero señalaba el plato de puré con su augusta nariz. ―Sí, pero la racionalizan, la he tenido que traer a escondidas. Apartó el puré con el tenedor de madera y le enseño los minúsculos trozos. No parecía impresionado y Melia estaba tentada de volverse a poner en pie. Aunque solo fuera por jorobar aquella vez. ―¿Llevas preguntó él. mucho tiempo 65 con esta gente?— ¿Cómo sabía…?, o mejor, ¿qué le importaba? Le miró un poco confundida, pero no podía verle los ojos ni imaginarse qué pensaba. ―No... Alrededor de una semana... creo... ―¿Vienes de lejos? Suspiró. ―Muy lejos. Se quedó callado mientras le daba de comer. Estaba segura que intentaría tragarse el tenedor si le dejaba, estaba realmente hambriento. Cuando terminó, recogió las cosas y fue a ponerse en pie, pero el prisionero le hizo un gesto con la cabeza para que esperara. ―¿Recuerdas cómo me llamo? ―Sí, UrssssJadic. ―Cada día lo haces mejor―la sorna era tan fuerte que hubiera podido tumbar un bauro―. Escúchame, si llega a pasar algo, pégate a mí. Olvídate de Gerón y de Áncula, quédate cerca de mí. Melia parpadeó. 66 ―¿Por qué?, ¿es que va a pasar algo? ―Claro que va a pasar algo. ―¿Cuándo? Vio una larga fila de dientes blancos a la luz del fuego. ―¿En serio crees que voy a decírtelo? Melia sintió un escalofrío y se puso en pie. ―No, claro, supongo que no. Se alejó, consternada. ¿Debería hablar de aquello a Áncula? No, posiblemente no importaba. Estaban en territorio enemigo y Áncula ya debía saber que acabaría ocurriendo un ataque tarde o temprano. Lo que la comandante querría saber era el momento y la manera. Al acostarse, cuando todo ya estaba en silencio y en la hoguera solo quedaban ascuas, se dio un momento la vuelta para mirar a UrsHadiic, y dos pares de pupilas, brillantes como las de un gato reflejando la parca luz, le devolvieron la mirada. Se 67 frotó los ojos y se reclinó un poco, las pupilas desaparecieron e imaginó que habría sido una ilusión. 68 Capítulo 4 Máscaras, mentiras y hombres desnudos Algunos días después, llegaron al paso de Dendron que mantenía a Áncula tan preocupada. Todo el mundo estaba nervioso. Gerón le explicó que aquella parte del viaje iba a ser la más peligrosa, el paso era un lugar ideal para una emboscada, y más adelante la situación se complicaba de otras maneras: no había demasiadas fuentes de agua, y la mayoría estaban vigiladas, el enemigo podría esperarles o seguirles como les apeteciera cerca de una de ellas. Melia no entendía el asunto del agua. Todo el lugar estaba cubierto de vegetación verde brillante, notaba la humedad hasta en los huesos, la mayoría de 69 las estatuas estaban cubiertas de verdín. Nada le hacía pensar en escasez de agua. Obligaron a caminar a UrsHadiic en la avanzadilla, con Oijme y algunos hombres a pocos pasos tras él. El prisionero marchaba tranquilo, pero los soldados de su alrededor estaban rígidos como tablas, no apartaban la vista de las abruptas laderas de la montaña ni para ver el camino que pisaban. Cuando llegó su turno ya había cruzado gran parte del grupo, no encontraron señales de peligro. En las laderas unos soldados agitaban las lanzas, indicando que no había rastro de enemigos por ninguna parte. La gente se relajó y, al llegar al otro lado, algunos se dedicaron a gastarse bromas sobre a quién le había temblado más la falda. Melia fue ignorada, para variar, pero al adelantarse un poco a los soldados vio algo que la dejó de piedra: UrsHadiic estaba tirado en el suelo y Oijme se dedicaba a darle patadas. ¿Tras cruzar el paso creían que ya no les hacía falta e iban a matarlo? ¿A patadas? 70 Antes de pensar serenamente lo que hacía, corrió hacia allí. ―¡Espera!, ¡espera!, ¿qué estás haciendo?―le gritó al enorme bauro. Oijme se giró de golpe y Melia retrocedió acobardada ante los ojos rojizos y saltones, pero no se marchó. ―Aparta. Aquella fue la voz de Áncula. La mujer apareció tras ella, con su eterna expresión de desprecio, y se acercó al bauro. ―¿Qué ocurre?―le preguntó. ―Ha dicho que hay agua cerca a uno de los soldados, pero no quiere decirnos más―respondió la voz cavernosa de Oijme. ―Puede ser una trampa. ―Tampoco quiere decirlo. Melia esperó en el sitio, mientras los otros dos la ignoraban. Se le había ocurrido una brillante idea 71 para evitar que no volvieran a golpear a UrsHadiic: gritaría y agitaría los brazos. Lo mejor de su idea es que era tan inútil como cualquier otra, pero más catártica. Miró al prisionero en el suelo. Curiosamente, parecía ser el menos preocupado de todos. Pese a estar de nuevo completamente cubierto de tierra, no mostraba ninguna herida, se preguntó si Oijme tendría cuidado de no hacer nada que pudiera impedirle hablar. Tras el pelo revuelto y la tierra pegada, su cara revelaba cierto hastío, e incluso odio, estaba tenso como un gato antes de saltar, pero no nervioso, ni asustado. Sus miradas se cruzaron un momento; daba la impresión que verla allí le hizo enfadarse aún más. Se reclinó un poco y se volvió hacia sus captores levantando con cierta arrogancia su distinguida nariz al aire. ―Hay una fuente a menos de un día...―todo el mundo se quedó callado, UrsHadiic dejó ver sus lustrosos dientes en algo que podía haber sido una sonrisa―. Sale de la montaña, se hunde en el suelo, es una fosa, pero se puede beber. 72 ―¿Cómo sabemos que no es una trampa? ―Es un sitio muy incómodo para tender una trampa. La zona no es muy grande. ―¿Y por qué tenemos que fiarnos? ―Eh, si os quedáis sin agua, yo también. ―¿Intentas escapar entonces? ―¿Para qué voy a escapar? Voy a divertirme mucho cuando os aplasten, no quiero irme a ninguna parte. La patada de Oijme le hizo rodar diez metros. Melia movió los brazos con exasperación. Era difícil ayudar a alguien que no sabía cuándo cerrar la boca. Más tarde, al detenerse por la noche, no dieron aún con la fuente de agua de la que UrsHadiic hablaba, pero algunos exploradores reconocieron haber visto una fuerte pendiente que desaparecía en una fosa a tres horas de allí. Cuando fue a llevarle la cena, UrsHadiic se negó a decir nada más. Melia había cogido la costumbre de 73 alimentarle, era la única que lo hacía, él y sus secuaces habían matado a compañeros de los soldados y ninguno iba a alimentarle si no se les ordenaba. Posiblemente, tampoco lo desatarían y lo llevarían con ellos por las mañanas si a Áncula se le olvidaba mencionarlo. Melia le preguntó cómo estaba y cómo sabía de la fuente de agua, pero el prisionero se mantuvo mudo. Tuvo la impresión de que le estaba incomodando y decidió dejarle en paz. Era divertido que fuera él el que se sintiera incómodo con ella. ―¿Ocurre algo con el prisionero?―preguntó Gerón cuando regresó a las mantas. El pequeño comía como para tres regimientos, estaba segura que la única razón por la que la carne escaseaba era por él. ―No habla. ―Eso es raro―el niño rió. ―Uh... siempre te veo muy animado, ¿no te preocupa que puedan atacarnos? 74 El crío terminó de masticar lo que estaba comiendo y tragó. Miraba el fuego pensativo. ―A veces... pero estoy seguro de que estaremos bien―se acercó a ella y le pasó un brazo por el hombro―. Yo voy a cuidar de ti, no voy a dejar que te pase nada. Melia sonrió y le cogió la mano. ―Gracias. Sus continuas muestras de aprecio y su seguridad siempre conseguían serenarla, pero no era más que un niño, por muy cariñoso que fuera, ¿qué podía hacer aquella criatura? Al día siguiente no avanzaron mucho, lo que por un lado agradeció, ya que arrastraba varias semanas de cansancio; por otro, estaban en un lugar muy abierto a los elementos y el sol picaba. Como UrsHadiic había dicho, la zona era incómoda, en todos los sentidos. Demasiado abrupta para mover, y menos aún acampar, un grupo de aquel tamaño. 75 Áncula los hizo avanzar hacia otro sitio más protegido mientras enviaba pequeñas patrullas a por el agua. ―Creo que me apetece bañarme...―dijo de pronto Gerón. ―¿Ahora?―Melia se cubría la cabeza con una hoja ancha que había arrancado de un gran arbusto, mientras que con otra hoja se abanicaba. ―Sí, voy a decírselo a Áncula. Tú quédate por aquí, ¿de acuerdo? Bastante sorprendida por lo repentino de aquella idea, le vio alejarse. Se preguntó si no debería darse un baño ella también. Hasta entonces se había lavado con una jarra y un trapo en una esquina muy disimulada del campamento, pero si no iban a tener más agua igual no podría lavarse en una temporada. Tras pensarlo, descartó la idea; la comitiva podía esperar a su Príncipe, dudaba que ella tuviera esa suerte. Miró hacia los arbustos de su alrededor. Tanto pensar en agua le estaban dando ganas de buscar un baño campestre para atender otras necesidades. 76 Se alejó unos metros en la espesura y, al volverse a incorporar al grupo, se encontró frente a frente con Áncula. No pudo evitar encogerse. La mujer tenía poca estatura y sus extremidades eran delgadas y de apariencia frágil, pero tenía aquella forma de mirar, pesada y despreciativa, que hacía sentir a cualquiera como una cucaracha. Una cucaracha silenciosa, que evitaba hacer ruidos para no despertar su ira. Se dio cuenta que llevaba bien sujeto con ella su bastón de punta metálica. ―Tú hablas mucho con el prisionero. ―Nno... no mucho... ―¿Qué te cuenta? ―Nada importante. ―He dicho, ‹‹¿qué cuenta?›› ―Es muy desagradable, tiende a insultar y amenazar a todo el mundo. No es nada im...―se detuvo a tiempo. 77 ―¿Ha mencionado algún lugar?, ¿alguna fecha? ―No. ―¿Nada? ―No. ―¿Me ocultas algo? ―No. ―¿Te gustaría volver a tu casa? Parpadeó sorprendida. ―Ah... sí. ―Entonces no me mientas...―se acercó, alzando amenazadoramente el bastón. Melia miró por todas partes, no había nadie cerca, Gerón estaba en la poza. ―...si se te ocurre mentirme―continuó con voz pausada―, si se te ocurre ocultarme cualquier mísero detalle. Te juro que no saldrás viva de aquí. Gerón puede ser nuestro Príncipe pero tiene que responder ante el Consejo, y tiene muchas cosas por las que responder... No podrá salvarte siempre. Y si me entero que te has callado algo, te desnudaré, te rajaré 78 en canal y te dejaré atada al árbol más grande que encuentre, para que los cuervos y los buitres te devoren viva. La mujer estaba a menos de diez centímetros de su cara. Melia temblaba, completamente muda. Satisfecha por su labor, Áncula sacudió con fuerza el bastón, que restalló como un disparo e hizo saltar hojas de vegetación al aire, dio una brusca media vuelta y se alejó. Poco después, Melia empezó a respirar de nuevo. Bastante alterada, fue en busca de Gerón. No quería decirle lo que había pasado, aún; solo quería que le diera la mano y que le dijera lo bien que iban a salir las cosas. Sentía un miedo horrible. La bajada a la fosa era muy empinada, por culpa de su agitación y el complicado camino, casi se tropezó con dos soldados que llevaban un par de hermosos odres de agua a la espalda. No le dijeron nada, como era su costumbre, y ella tampoco habló, como ya 79 empezaba a acostumbrarse, pero le lanzaron una mirada extraña. La zona baja era húmeda y resbaladiza, andaba con cuidado y mirando el suelo con atención, de forma que no vio al hombre semi-desnudo a pocos metros hasta que lo tuvo de frente. ―¡Oh, Dios, lo siento! Semi-desnudo no era muy exacto. Estaba completamente desnudo excepto por una tela alrededor de su cuello. Melia sacudió los brazos y corrió de vuelta cuesta arriba. Como cogiera a los dos soldados que habían subido antes los iba a estrangular como a pollos. Podían haber hecho algo para avisarla. Claro que igual allí aquellas cosas no importaban tanto. Viendo como vestían los soldados, claramente tenían una visión más saludable de la desnudez que ella. Igual debería empezar a acostumbrarse a ver hombres desnudos por los bosques. ―¡Melia!, ¡Melia! 80 ¿Aquel soldado la estaba llamando? Hizo como que no oía y siguió subiendo como alma que lleva el diablo. ―¡Melia, soy yo! Se giró un poquito para comprobar que llevaba algo de ropa encima, luego se giró un poco más para ver quién se suponía era aquel ‹‹yo››. Era un chico joven, moreno, de ojos claros y cara más bien redonda, pero con unos rasgos bonitos y una expresión bastante agradable que hacía que no resultara feo. No le sonaba de nada. Le ignoró y continuó hacia arriba. El tipo seguía llamándola. ‹‹Vete a hacer puñetas, payaso en pelotas››. Cuando casi había llegado donde el resto del grupo aguardaba, la alcanzó y intentó cogerla del brazo. ―Melia... soy yo, Gerón... Melia abrió mucho los ojos y puso cara de asco. 81 ―¡Qué te jodan, pervertido! ¡Déjame en paz! El chico pareció muy sorprendido momento, luego empezó a reírse. por un ―Lo digo en serio, ¿quieres que llame a Áncula...? ―¡No!—gritó asustada. ―...muy bien, no la llamaré. No te estoy engañando, soy yo. Melia miró hacia abajo, hacia la fuente. No había nadie, ¿dónde estaba el niño y qué tomadura de pelo era aquella? Gerón siguió su mirada. ―No vas a encontrar nada abajo, porque estoy aquí. ―...no entiendo. ―Es goeteia, ¿te acuerdas que te dije que sé usar goeteia? ―...puede. ―Es como ir disfrazado, me disfrazo de niño porque mis enemigos no me reconocerían, pero mi 82 goeteia es débil con mi disfraz, y este es un territorio peligroso, me pareció prudente cambiar. Melia aún le miraba con horror. ―¿Y por qué no me dijiste nada? ―No se me ocurrió, todos en el campamento lo saben y no me di cuenta que podría confundirte. Sonreía con la misma gracia y dulzura que el niño. Eso podía reconocerlo. Pero no era el niño. Gerón era lo único bueno y tranquilizador que había conocido allí, y ahora era... era... ¿quién era aquel tipo? Bajó la cabeza derrotada y continuó caminando en un intento de alejarse de aquel extraño. ―¿Estás bien?, ¿necesitas algo? ―No. ¿A quién le iba a dar la mano ahora? 83 Tras recoger suficiente agua, continuaron avanzando todo lo que la luz les permitió, antes de detenerse de nuevo para pasar la noche. Melia descubrió que era el pitorreo de los soldados, la habían oído gritar y tenían una buena idea de lo que pasó junto a la fosa. Los soldados la ignoraban constantemente, pero eso no era razón para no reírse de ella. Menudo día de mierda que había sido aquél. ¿Por qué no podía todo el mundo ignorarla?, solo quería volver a su casa, nada más. Ni el sonido de la flauta la relajó al caer la noche. Gerón intentó ser aún más simpático que nunca, pero ella seguía sintiendo desconfianza. Al llevarle la cena a UrsHadiic, casi esperaba que dijera alguna de sus lindezas, porque tenía ganas de golpear cosas. ¿Por qué no?, todo el mundo parecía usarle como saco de boxeo. Pero UrsHadiic permaneció callado otra vez, y Melia empezó a sentirse más relajada. Se quedó un poco más de tiempo del habitual junto al prisionero, escuchando música. 84 Antes solía dormir bastante pegada a Gerón, pero ahora sería muy incómodo, no quería volver a sus mantas. Intentó no pensar que un peligroso prisionero era lo que le resultaba más familiar y comprensible de aquel mundo, ya estaba más que confundida. ―Si quieres un consejo...―Melia se inclinó, la voz de UrsHadiic era casi un susurro―. Mientras estés aquí, no te fíes de nada. Nadie está siendo honesto. ―¿Tú tampoco? Vio como asomaba una sonrisa, sus colmillos parecieron especialmente amenazadores. ―Yo soy el menos honesto de todos. Melia suspiró. ―Es bueno saberlo...―dijo, poniéndose en pie y caminando lentamente hacia sus mantas. Las movió discretamente más lejos del joven acurrucado a su izquierda y se tumbó, intentando conciliar el sueño. ―¿Te ha dicho algo? Era Gerón, al que estaba dando la espalda. 85 ―¿Quién? ―El prisionero. ―No mucho, que le caes mal. Oyó una risilla sorda. ―Ya veo. Y todo volvió a quedar en silencio. Caminaron durante varios días más. Melia no tuvo que aguantar mucho tiempo que la gente aún se riera de lo sucedido, en seguida estuvieron demasiado preocupados por mantenerse vivos como para prestarle a ella atención. Aquella zona, para su sorpresa, era aún más frondosa que la que habían dejado atrás. Una auténtica selva amazónica, le parecía. Se alzaban árboles como pisos de cinco plantas, y lianas, y estaba segura que había visto algún mono. Con un grupo tan grande rodeándola era difícil que los animales se mostraran, pero tuvo algunos días especialmente movidos al descubrir una araña gigante 86 (¡del tamaño de su mano!) dando vueltas entre sus mantas, y una serpiente colgando justo sobre la rama que había decido usar para sentarse y descansar. ―No te preocupes―le dijo Gerón, mientras ella se había quedado paralizada mirando la gigantesca araña―, cuanto más grandes son, menos veneno tienen. ―Ah, como Áncula, entonces. ―Áncula no es muy gr... oh... ja ja ja, muy bueno. El chico apartó la araña tranquilamente con la mano. Así que cuanto más grandes son, menos veneno. Estupendo, ahora sí que no iba a poder dormir. La frondosidad de aquella selva ofrecía la impresión de que habían terminado en alguna región abandonada de la civilización, sin embargo, esculturas y figuras de piedra seguían apareciendo por todas partes. A diferencia de las ruinas que habían dejado atrás, no veía tantos restos de lo que hubieran sido edificios, como paredes o escaleras, pero sí estatuas. 87 La mayoría no eran humanas, eran animales, algunos que ni siquiera existían en su mundo, auténticos monstruos: criaturas terroríficas con alas y largos cuellos enseñando amenazadores colmillos. Alguien había tenido la mala idea de colocar éstas precisamente en lo alto de los caminos, haciendo que asomaran de golpe sobre sus cabezas en cuanto las espesas hojas y lianas dejaban ver. Algún soldado nervioso ya había dado más de una vez la alarma, para acabar descubriendo que el enemigo no era más que una vieja estatua que salía de entre la espesura a saludarles. ―Antes significaban cosas...―le contaba Gerón―. Los colocaban para que la gente no se perdiera, ni se sintiera sola. Los daimiones, las criaturas con alas, marcaban los lugares protegidos donde refugiarse, nada podía entrar dentro para hacer daño, hasta las panteras se detenían si estaban de caza. ―¿Hay panteras? ―Sí, pero no se acercarán a nosotros siendo tantos. Son muy listas. Las serpientes señalaban una fuente de agua y los peces un río grande. Los jabalíes... que era territorio de jabalíes. Pero de esto 88 hace mucho, mucho tiempo―hizo un gesto cansado con la mano, parecía triste―, en cuanto los ánforos nos atacaron dejamos de mantener esta zona, luego nos la quitaron, los muy ignorantes no tienen ni idea de cómo mover las señales, y el bosque cambia... Ya nada está donde corresponde. Melia asintió con la cabeza. Ahora no eran más que decoración sin significado. Empezaba a acostumbrarse al nuevo Gerón. Aún sentía un extraño gusanillo de incomodidad reconcomiendo su cabeza, pero era el Gerón de siempre, amable, solícito y parecía saber cómo hacerla sentir mejor. Sin embargo, no estaba preparada del todo para volver a confiar en él. Su repentina transformación física la había convencido, más que ninguna otra cosa, que no podía depender de él como única fuente de información, descubriría aspectos importantes de aquel mundo si observaba a la gente. Y sus actitudes hablaban por sí solas más que las palabras… Odiaba a Áncula y Oijme, todo lo que el miedo que sentía le permitía odiarles. Sabía que tampoco era la única, disgustaban a todos, hasta los bauros de carga 89 retrocedían un poco cuando alguno de los oficiales pasaba cerca. Lo que le sorprendía era que Gerón era aún más odiado que aquellos dos. Cada vez que abría la boca para dar una orden los soldados le miraban tensos, calibrando todas y cada una de sus palabras. Melia llegó a tener la impresión de que no era un grupo de fieles protegiendo a su príncipe, si no policías cuidando un criminal peligroso. Sin embargo, Gerón fingía no darse cuenta. Hacía lo que quería, cuando quería y, además, con un sonrisa. Recordó las palabras de Áncula sobre que el joven tenía que responder ante cierto ‹‹Consejo››. Algo definitivamente no marchaba bien, y que el príncipe fuera caprichoso e indolente no podía ser la única razón de tanto nerviosismo a su alrededor. Y era el único capaz de devolverla a su hogar. Sentía angustia al pensarlo. Ella solo quería volver a casa, no le importaban sus riñas internas. Únicamente quería irse a casa. 90 Reconocía con frustración que sus deseos no iban a importarle a nadie. Excepto a Gerón. Y ni siquiera sabía cuán segura se hallaba con él. 91 Capítulo 5 Aparece la bestia Los días a través de la selva pasaron sin apenas contratiempos notables. Abatimiento, cansancio, diversos dolores, heridas y angustia eran habituales, y Melia se acostumbró a la rutina en aquellas extraordinarias circunstancias: levantarse, desayunar, dar el desayuno a UrsHadiic, andar, andar, comer un poco, andar todavía más, sentarse, cenar, dar de cenar a UrsHadiic y dormir. Los peligros no pasaron de las pequeñas alimañas, y dejó de asustarse hasta de las serpientes. De vez en cuando se preguntaba si llegarían algún día a donde fuera que debían dirigirse. Finalmente tuvo respuesta, la espesa selva terminó y se encontraron en un valle estrecho y rocoso, con 92 un río turbulento corriendo a sus pies y altas montañas peladas rodeándoles. No era la civilización, solo un cambio de paisaje, pero era mejor que nada. ―¿Vamos a ir a por agua?―preguntó esperanzada, olía a rayos y apenas tenían para beber. Quería bañarse. Se tiraría de cabeza si hacía falta. ―Um... no por aquí, buscaremos una zona para acceder delante. Ahí abajo hay cocodrilos, de todas formas. Melia se asomó un poco por el borde del camino. Vio formas alargadas y rugosas, que al principio había imaginado serían troncos de árboles, apelotonadas en las orillas, muy quietas. Sí, cocodrilos. Había cocodrilos. Ya tenía un nuevo reptil al que acostumbrarse. Avanzaban por un sendero pegado a la pared de roca. Tanto la pared como el camino estaban descubiertos de vegetación; con rocas caídas en algunas zonas, el suelo resbalaba un poco, pero seguía siendo ancho y cómodo incluso para el pequeño ejército. 93 Un par de exploradores daban vueltas por la zona baja del río. ―¿No se los comerán los cocodrilos?―preguntó. ―No, mientras sepas que están ahí, los cocodrilos no son un problema—respondió Gerón. Era increíble los pocos inconvenientes que podía encontrar aquel chico en la vida, le gustaría poder llegar a pensar como él. Al fondo del sendero vio una pequeña nube de niebla, tras parpadear un par de veces, decidió que en realidad no era niebla. Entonces oyó un retumbo y el curso del río se cortó de golpe. ―¿Una catarata? Le gustaban las cataratas, eran bonitas. Gerón no contestó nada, pasó de largo junto a ella y avanzó hacia el frente. ―¿Gerón? ―Espera aquí...―dijo, deteniéndola con la mano cuando intentó seguirle. Parpadeó. ¿Ocurría algo? 94 El príncipe volvió poco después, algo ceñudo. ―Han desaparecido dos exploradores―dijo. ―Vaya... Notó frío en el estómago. Había oído de un par de exploradores que tuvieron un mal encuentro con un jabalí, otro se cayó en una fosa y tardaron todo un día en sacarlo (y si hubieran tardado más, sus compañeros le hubieran abandonado, porque la comitiva siguió su camino). Que desaparecieran dos por las buenas, en un terreno relativamente abierto, era preocupante El grupo continuó avanzando con más lentitud, no podían quedarse atrapados allí ahora que sabían que podía haber problemas. Melia alcanzó el extremo más alto del camino que seguían, desde donde la ruidosa catarata caía y el sendero descendía a un nuevo bosque. La hilera de soldados a sus pies marchaba casi de uno en uno. Entonces ocurrió algo extraño en la fila: se desdibujó, y empezaron a sonar los cuernos. 95 ―¡Nos atacan! ¡Arriba, arriba! ¡Volved a lo alto! ―oyó gritar a Áncula. Los soldados de la retaguardia avanzaron para hacer frente al enemigo. Ella se quedó donde estaba, confundida. ―¿Gerón? El chico estaba tranquilo, para variar, aunque un poco pensativo, se rascaba la mandíbula. Entonces se escuchó un estruendo terrible, rocas enormes rodaron ladera abajo a su espalda. Los soldados que estaban aún en la retaguardia gritaban, algunos infelices cayeron ni a diez metros de ella, golpeados por las piedras. Retrocedió asustada, pero tras de sí solo aguardaba el río y la poderosa catarata. Cuando aquel caos se calmó, sonó otro atronador rugido y las rocas comenzaron a moverse de nuevo. Una se acercó peligrosamente a ellos, Gerón hizo algo con la mano y salió despedida hacia las aguas. ―¿Cómo han conseguido hacer eso?―se preguntó el joven, mirando hacia arriba. Ya no parecía tan tranquilo. 96 Melia vio cómo su compañero avanzar hacia la pared. ―¿A dónde vas?―le gritó. Gerón se volvió sorprendido, como si hubiera olvidado que ella estaba allí. ―Oh, voy a ver si puedo detener algunas rocas, no te preocupes... espera aquí, ¿de acuerdo? ¿Qué esperara? No sabía qué era lo que temblaba más, si el suelo o sus rodillas. La montaña amenazaba con dividirse y venir a devorarles en cualquier momento, no podía retroceder porque el camino por el que habían llegado estaba atascado por las rocas y los cadáveres, hacia abajo se libraba una batalla desesperada. A su espalda, una impresionante caída de agua. ¿Esperar?, ¿podía ir acaso hacia alguna parte? La montaña volvió a sacudirse, pequeñas rocas cayeron como lluvia sobre ella, otras grandes y 97 amenazantes quedaron a pocos metros. A la próxima no tendría tanta suerte... Miró el río. Igual... si conseguía agarrarse a alguna rama de la orilla, o un tronco, igual no caía al agua. ―¡Eh!―llamó alguien junto a su oído. Gritó por la sorpresa. No se había dado cuenta que se había acercado: era UrsHadiic, aún llevaba las manos atadas a la espalda. ―¿No te dije que si había problemas vinieras a buscarme? Melia abrió la boca, pero no alcanzó a decir nada. El prisionero hizo un gesto con los hombros, extendió los brazos y rompió las ligaduras como si fueran solo hilo de coser. ―Bien, vamos. Le tendió una mano. Melia se la quedó mirando sin hacer nada. ―¿A dónde? UrsHadiic hizo un gesto a su alrededor. 98 ―¿Vas a quedarte aquí? ―Pe... pero... Gerón... ―¡Qué se joda Gerón! Sonaba terriblemente enfadado, en un principio no supo si el siguiente rugido vino de él o de la montaña. Una nueva tromba de rocas empezó a caer. Rocas enormes, rodando, aplastando todo a su paso, destrozando piedras más pequeñas que salían disparadas como proyectiles al romperse en mil pedazos. Entonces sintió que se caía. No, algo la estaba empujando, hacia el río. UrsHadiic la sujetaba del brazo mientras bajaban por la empinada pendiente, no hacía demasiado esfuerzo para arrastrarla, es suelo patinaba y se desmenuzaba bajo sus pies, Melia no hubiera podido detenerse en aquel punto ni aunque lo hubiera intentado. Lo siguiente sucedió a tal velocidad que sus aterrorizados sentidos no podían ponerse de acuerdo sobre lo que ocurría: cayeron al río con un golpe, 99 notó el amargo sabor a tierra húmeda en los labios, el ruido de la cascada la dejó sorda y el agua se le metió en los ojos, apenas podía ver más que manchas brillantes y confusas. Tenía la vaga sensación que había alguien cerca de ella, pero no tenía importancia. Tenía que salir del agua. Pataleó torpemente, la corriente la había arrastrado ya una gran distancia. Sin tiempo para calcular siquiera dónde se encontraba respecto a la cascada, sintió un gran vació en el estómago, un terror indefinible y frío, antes de ser consciente de que estaba cayendo. Y para cuando lo comprendió y quiso gritar, un terrible golpe la sacudió. Por un momento no hizo nada. El agua saltaba sobre ella, retumbaba, la sacudía y hacía difícil moverse. Pero podía moverse. Con las manos patinando en roca y musgo, y aún sin ser capaz de ver por culpa del agua, intentó incorporarse. 100 Había caído encima de algo. ―¿Estás bien? Poco faltó para caerse de lado. Lo que fuera que tenía debajo se movía también. ―¿Estás bien?―repitió la voz. ―Creo... que sí... Notó una piedra estable con el pie y consiguió incorporarse. Bajó de las resbaladizas rocas ayudándose con los brazos, temblaba como una hoja y el suelo patinaba. Cuando pisó tierra firme se dio la vuelta y miró hacia arriba. Había al menos 20 metros de cascada y un suelo cubierto de piedra. ¿Cómo demonios habían conseguido sobrevivir? UrsHadiic salió también de entre la cortina de agua, había caído encima de él, pero parecía ileso. El hombre la echó un vistazo de arriba a abajo. ―Muy bien, no tienes nada ¿verdad? Melia negó con la cabeza. 101 Se acercó a ella y le cogió del hombro, tenía una gran marca roja, posiblemente le saldría un moratón en unos minutos. Melia no tenía ni idea de cómo se la había hecho, pero no la sorprendía. ―Sobrevivirás―dijo UrsHadiic moviendo la cabeza con indiferencia. A continuación, volvió su atención a lo alto. Su expresión era grave y pensativa, no estaba segura qué podía estar pasándole por la cabeza. Después de aquel susto con la catarata, Melia solo quería correr y esconderse hasta que el combate terminara. ―Valientes inútiles...―dijo el joven, antes de volverse de nuevo hacia ella―. Quédate aquí. Quieta. Lo digo en serio. ―¿Y... la batalla? ―Terminará en seguida, tú limítate a esperar aquí sin hacer nada, no querrás que te tomen por una soldado, ¿verdad? ―No... UrsHadiic se alejó en dirección contraria a la de la batalla, hacia una zona despejada entre el río y el bosque. Por un momento, imaginó que huía. 102 Entonces vio algo que fue muy inusual, raro, pero hasta cierto punto, asimilable: la cabeza de UrsHadiic se separó algunos centímetros de sus hombros. Lo siguiente fue absolutamente indescriptible, aún contando todas las cosas extrañas que había visto allí. Su cuerpo se expandió, en tan solo un instante se transformó en una inmensa pared púrpura tan alta como la propia cascada. La pared se extendió, se dividió en dos alas, alas que ocuparon todo el claro al desplegarse y bajo las cuales apareció el cuerpo ambarino de un felino, con una viva melena castaña de la que nacía, no la cabeza de un gato como la lógica le dictaba; si no el largo cuello de una monstruosa serpiente, con afiladas hileras de dientes en su boca y cuernos sobre sus ojos. Los músculos del cuerpo de la criatura se contrajeron y sacudieron como si el escaso espacio la incomodara, a continuación se agazapó y saltó al aire, abriendo completamente sus alas, provocando una violenta sacudida en toda la vegetación a su alrededor. Así alzó el vuelo, con un rugido que 103 silenció la catarata y, tras coger cierta altura, se lanzó con letal decisión sobre la batalla. Melia miró al suelo. Anonadada. Donde antes estaba UrsHadiic no había nada. Tierra revuelta. Plantas quebradas. La mancha de sus ropas. Y un extraño vacío. Aquel chico estaba allí hacía un momento. Estaba allí. Hacía... nada. La criatura volvió a rugir. Melia se tapó los oídos y miró a lo alto. Parecía que alguien la había herido porque se sacudía, pero pronto volvió a remontar el vuelo y caer sobre el combate. ¿Que se quedara allí había dicho? ¡Y una mierda se iba a quedar allí! ¡¿Para que se la comiera después?! Echó a correr hacia el bosque, corrió tan rápido como pudo, dejó de oír la batalla, dejó de oír la cascada. Se adentró en el bosque cuanto sus piernas 104 lo permitían, usando las manos si era necesario para trepar por pequeños obstáculos de tierra y raíces; pero pronto, demasiado pronto, una enorme sombra se cernió sobre ella, adelantándola con facilidad. Los árboles a su frente se quebraron y cayeron por el peso de la bestia. Hojas y ramas salieron volando, tierra y astillas cubrieron el aire y por un momento apenas pudo ver nada. UrsHadiic apareció. ―¿No te dije que no te movieras? Melia intentó girarse bruscamente para salir corriendo hacia otra parte, pero solo consiguió enredarse en las raíces y caer de bruces. ―¿Y ahora qué te pasa...? Oh, claro, tú nunca habías visto un daimión antes, ¿verdad? Se acercaba a ella. Arañó el suelo y consiguió encontrar una rama grande y gruesa. La blandió amenazadoramente. ―Ni te arrimes. Quieto ahí. El daimión inclinó la cabeza y frunció el ceño. 105 ―No soy un perro, Melia. Melia comenzó a ponerse en pie otra vez, al menos la criatura se había detenido; con los brazos cruzados y cara de pocos amigos, pero mantenía la distancia. Miró tras ella, buscando otra salida, vio un montón de gente acercándose pesadamente, gente con lanzas y espadas. Más soldados y no del grupo de Áncula. ―¿Me estás siguiendo los pasos, UrsHadiic? ―gritó uno de los nuevos soldados, adelantándose. ―No, solo tengo más suerte que tú, Dasus. ―Estaba a punto de acabar con ellos. ―Estabas a punto de que Áncula volviera a dejarte en ridículo. ―Creo que exageras. Reconozco que pelear desde la posición inferior no ha sido la mejor de mis ideas, esperaba que los explosivos fueran más eficaces y que la sorpresa haría el resto. Hubiera podido con ellos de cualquier forma. Melia vio hablar a los dos hombres. Eran como dos perros desconocidos que daban vueltas oliéndose el trasero mutuamente y comprobando las intenciones 106 del otro. Solo que por el tono de la conversación, aquellos dos no tenían nada de desconocidos. Sonreían, pero el ambiente estaba cargado de malas intenciones. ―Lo que tú digas, todo el mundo ha visto lo que ha pasado, y sabes que parte de la recompensa por Áncula y Oijme es mía. A Gerón te lo puedes quedar, cuando lo desentierres de entre las rocas, claro. Melia se sobresaltó. ¿Gerón?, ¿qué le había pasado a Gerón? ―Supongo que todo se puede discutir... ¿Quieres que te preste unos pantalones? ―Para empezar. Melia había permanecido más o menos ignorada mientras el bosque se iba llenando de soldados desconocidos, entonces un tipo medio calvo se acercó a ella y la miró de arriba a abajo. ―Eh, me gusta esta, ¿me la puedo quedar? Dio un brinco hacia atrás, sorprendida, y empezó a blandir su rama en los morros del tipo. 107 ―Creo que no quiere irse contigo, Maros―observó entretenido el llamado Dasus. ―Tengo ahorros, dos esclavos y una casa muy limpia, no tendrías que trabajar mucho...―insistió el de la calva, sonriendo hasta que se le vieron los molares. Ella solo pudo poner cara de confusión. ¿De qué demonios hablaba aquel imbécil? ¿Trabajar? ¿Esclavos? ¿Qué? ―No, no... De eso nada. Esta es para mí, tú vete a buscar entre los otros supervivientes, a ver qué encuentras... UrsHadiic, que a lo justo había conseguido ponerse unos nuevos pantalones prestados, volvió corriendo y se colocó delante de su pretendiente, agitando el brazo frente a él como si estuviera intentando espantar una gallina. Maros miró a Dasus, buscando un poco de apoyo contra el daimión. 108 ―Déjale, por lo visto UrsHadiic es el campeón del día hoy, deja que lo aproveche, no le durará mucho. El hombre de frente profunda suspiró y se alejó de ellos. El daimión se dio la vuelta bruscamente para mirarla. ―¿Crees que podré ir a buscar una camisa sin que golpees a alguien? ―¿Qué le ha pasado a Gerón? Melia no estaba de humor para aguantar una inmerecida bronca. Por un momento, UrsHadiic se mostró desconcertado, luego su cara se tensó de nuevo en aquella sonrisa que no llegaba nunca a sonreír. ―Ni idea, pero hay como quinientas toneladas de roca sobre el camino, igual te dejan ir a escarbar, seguro que necesitan manos. ―¿Ha muerto? Le temblaba la boca, le temblaba todo en realidad. La simple rama que llevaba en la mano comenzó a pesar y tuvo que dejarla caer. 109 ―Ha muerto, ¿no? UrsHadiic no contestó. ―Voy a por una camisa, no te muevas de aquí. Ni se te ocurra. Melia vio cómo se alejaba. A su alrededor un montón de desconocidos levantaban un campamento. Ella retrocedió contra un árbol, se sentó hecha un ovillo y comenzó a llorar. ¿Habían matado a Gerón? Estaba sola... completamente sola. ¿Cómo iba a regresar a casa? Solo quería volver a casa. Para cuando UrsHadiic regresó ya habían colocado varias tiendas, preparado una gran fogata y cocinaban algo, pero ella seguía igual que cuando se fue. ―¿Tienes hambre?―le preguntó el joven, dándole un suave toque con la rodilla en el hombro. Negó con la cabeza, sin separarla de los brazos. ―Acércate al fuego al menos, se hará de noche pronto y no se está seguro en los bordes del campamento. 110 De mala gana, Melia tragó saliva y comenzó a ponerse en pie. UrsHadiic no solo había buscado una camisa, también se había lavado y adecentado un poco. Llevaba el pelo recogido en la nuca con moño, no se había dado cuenta que tenía el pelo de dos colores, un brillante castaño oscuro por gran parte de la melena y rubio cobrizo en el área de la coronilla. Arreglado daba la impresión de ser una criatura civilizada y todo. Le siguió hasta el campamento y, en cuanto se detuvieron, volvió a sentarse pesadamente en el suelo. ―Toma. Levantó la vista, le estaba tendiendo algo de tela. ―¿Qué es? ―Pantalones, para ti, creo que querías unos. ―Oh, sí... Se puso en pie con rapidez. En otras circunstancias hubiera saltado de alegría. Esperaba no volver a tener pesadillas con arañas trepándole por las pantorrillas. 111 Al ir a cogerlo vio que llevaba algo más, una especie de tiras de cuero. ―¿Y eso? ―Um, brazaletes, tienes que ponértelos. Cuando lleguemos a la ciudad te compraré unos mejores. ―¿Para qué? ―Solo los pobretones llevaban brazaletes de cuero. ―Tú no llevas. UrsHadiic suspiró. ―Está bien, solo los esclavos pobretones llevan brazaletes de cuero. ―Yo no soy una esclava. ―Sí, ahora sí. ―No. ―Sí. ―No. ―Oye... Es posible que ahora te cueste comprenderlo, pero estar a mi cargo es de lo mejor 112 que te podría pasar. ¿Tienes dinero?, ¿tienes familia?, ¿un trabajo?, ¿alguien que pueda ayudarte?, ¿qué crees que vas a poder hacer ahora mismo tu sola? ―No. ―No... oh... ―se masajeó las sienes con una mano―. Voy a buscar algo de cenar. Supongo que tú no tienes hambre. ―No. ―Muy bien, ¿ves aquella tienda de allí?, es la nuestra, vete a descansar un rato si quieres. Melia le quitó los pantalones de las manos, dejando caer los brazaletes al suelo, y se dirigió con brusquedad a la tienda que había señalado. Era pequeña y rectangular, dentro había únicamente unas cuantas mantas dobladas y velas apagadas. Aún se filtraba luz entre el tejido, por lo que no creyó necesitar las velas. Solo iba a coger un par de mantas, enrollarse en ellas, cerrar los ojos y no pensar en nada. Nada. Pero no fue tan fácil. 113 En cuanto se tumbó empezó a sacudirse como si tuviera espasmos, y todo el dolor, la preocupación y la angustia que intentaba mantener controlada acabó estallando. No podía evitarlo, los sollozos salían de lo más profundo de su garganta, notó el dolor en las cuerdas vocales y la tensión en la sien, pero no importaban. ¿Qué iba a hacer?, ¿qué iba a ser de ella? Gerón estaba muerto. Pobre Gerón, ¿cómo había podido pasar algo así? Gerón ya no estaba, pero ella seguía allí, no sabía cómo. El miedo a ha quedarse sola allí se había hecho real y era casi insoportable. Lloraba incapaz de hacer otra cosa. Estaba sola. Estaba sola en un mundo horrible. La inseguridad, la pérdida y la autocompasión giraban como un terrible huracán en su cabeza, cada una llevando de la mano a la otra, y girando hasta sentir que se ahogaba. Finalmente, la única sensación que le quedó fue la de una infinita miseria. Unas horas después, cayó dormida. Despertó unos segundos y oyó a UrsHadiic moviéndose por la tienda. Estaba tumbada de espaldas a la puerta y solo 114 vislumbró las sombras que una vela proyectaba en la tela. Se quedó completamente inmóvil, esperando ser ignorada. Tras un tiempo que se le hizo eterno, la luz de la vela se apagó, y todo quedó tranquilo y en calma. 115 Capítulo 6 Esclava ―Arriba. Notó que alguien la sacudía del brazo, pero los párpados le pesaban como piedras. ―Nnn... ―Arriba, tienes que desayunar. ¡Victoria! Un párpado se abrió. La cara de UrsHadiic estaba a pocos centímetros de la suya. Los dos ojos se abrieron como platos. ―Apártate―le dijo. ―Yo me aparto, pero tú te levantas. 116 ―Vale... Se peleó para desenroscarse de las mantas. Al ponerse en pie vio que le estaba tendiendo los brazaletes otra vez. ―No quiero ponerme eso. ―Es la ley, esto indica que eres una esclava, los esclavos que van por ahí sin sus señales van a la cárcel, y si su amo no los reclama en dos meses, reciben diez azotes y son revendidos en subasta pública... Me he ganado la vida cazando traficantes, conozco la ley. ―¿Y no puedo no ser una esclava? No soy de aquí. ―Hay un vacío legal en tu caso, pero, que lo sepas, a esta gente no le gustan los bicronos. ―¿Por qué? ―Manías... viejas rencillas... Más de dos mil años de guerras... Melia suspiró. Cogió los brazaletes y se los puso. Qué más daría. ¿Podía ocurrirle algo peor? Aquello le recordó otra cosa. 117 ―No pienso acostarme contigo. ―No es la primera vez que oigo eso. UrsHadiic enrollaba sus mantas y ni siquiera se dio la vuelta para contestar. ―Lo digo en serio. ―Muy bien. ―Si me pones una sola mano encima te arrancaré los ojos. ―¿Por qué clase de imbécil patético me tomas? ―giró la cabeza, estaba enfadado―. La ley tampoco permite los abusos, de todas formas. Melia parpadeó, sintiendo que sus músculos se relajaban un poco. ―¿En serio?... ¿dónde puedo ver esa... ley? ―Vas a hacer que me arrepienta de haberte dicho nada, ¿verdad? ―Solo quiero ‹‹abusos››? saber... ¿Qué entienden por ―...termina de recoger las mantas, enróllalas bien y sujétalas con aquellas tiras. Luego ve a desayunar. 118 UrsHadiic salió de la tienda con cara de pocos amigos, haciendo que un par de soldados que casualmente estaban en frente de la puerta saltaran y dieran media vuelta. Melia se arrodilló y volvió a pelearse con las mantas; eran rígidas, pesadas y bastas. No querían enrollarse. Empezó a moquear y lagrimear por la frustración. Se pasó las manos por la cara, aún más frustrada por no poder contener las lágrimas. Tenía que centrarse. Seguro que en algún sitio había una solución para ella, tendría que haber alguien más que la ayudara. Escucharía y observaría lo que le rodeaba como un águila. Aprendería cómo funcionaba aquel mundo de arriba abajo, así encontraría la manera de volver a casa. O de sobrevivir, al menos. Tenía que centrarse y ser más valiente. Salió fuera, miró a su alrededor y no vio a UrsHadiic por ninguna parte. Un gruñido en el estómago le recordó que tenía hambre y le ayudó a localizar el lugar donde 119 repartían los desayunos. Se acercó con algo de timidez, estaba acostumbrada a que los soldados la ignoraran, ¿ocurriría igual con aquellos? Tampoco estaba segura de cómo se suponía debía comportarse como ‹‹esclava››. Había un hombre que atendía un enorme caldero de algo con una pinta horrible, pero que olía bien, estaba semi-desnudo y sudaba por todas partes. Solo llevaba un pañuelo en las ingles y otro en la cabeza y, aún así, parecía estar cociéndose vivo. ―Hola, guapa―dijo al verla―. ¿Tienes hambre? ―Pss... sí... El sudoroso caballero cogió un cuenco de madera y con un enorme cucharón lo rellenó de la sustancia humeante del caldero. ―Toma, esto te va a dar muchas energías, ya verás. ―Oh, gracias. Al menos el cocinero había sido simpático. El día no empezaba tan mal. 120 Buscó un sitio donde sentarse. Había colocados varios troncos alrededor de las ascuas de la hoguera principal, estaban todos ocupados por soldados hablando. El ambiente era relajado, pero sin demasiada alegría. Cuando encontró un hueco donde comer, no se percató que el tipo que tenía junto a ella era Dasus, quien el día anterior estuvo gruñendo con UrsHadiic, hasta que él mismo la saludó. ―Buenos días, ¿has dormido bien? Estuvo a punto de atragantarse con el líquido pastoso del desayuno. El hombre empezó a reírse. ―Sí, bien, tranquilo todo...―respondió. Dasus era un hombre de mediana edad, de pelo rubio oscuro y con bigote, tenía ya varios mechones blancos sobre la frente y las patillas. En principio su expresión resultaba suave y amistosa, pero Melia ya le vio el día anterior echar rayos por los ojos al hablar con UrsHadiic. ―¿Puedo preguntarle una cosa?―continuó Melia, aprovechando que parecía tan amable―. ¿Quién es UrsHadiic? 121 ―¿Te refieres aparte de un sourio?... Es un buscavidas, como la mayoría de los suyos que asoman sus feas cabezas de sus guaridas, a este aún no sé como no le han cortado el cuello todavía. Si tienes paciencia, seguro que pronto serás una esclava libre... ―¿Y qué ha hecho para que merezca que le corten el cuello? ―...oficialmente nada, por eso sigue vivo. Tiene varios ataques violentos y asesinatos sobre su cabeza, de la mayoría ha conseguido librarse porque los tipos estaban en búsqueda por diferentes crímenes, de todas formas, y del resto... digamos que la gente no sabe distinguir una bestia de otra cuando se transforman, así que no le pueden acusar de nada, pero yo sé que no es trigo limpio. A un compañero suyo le cazaron después de asesinar al alcalde de un gran pueblo en la periferia de Ares, estaban los dos juntos pero, por alguna razón, nadie pudo identificar a UrsHadiic. Solo a su estúpido compañero que no se le ocurrió otra cosa que ir contándolo por ahí. Desde que está solo ha tenido bastante cuidado. No sé si ha sido buena o mala suerte que apareciera ayer por aquí. 122 Melia se rascó la cabeza, un tanto confundida. Había asumido que infiltrar a UrsHadiic como prisionero había sido un plan de ellos. Pero pensándolo bien, no tenía mucho sentido. Fingir ser un inofensivo prisionero hasta que se presentara su oportunidad había sido idea solo del daimión. ―Entonces, ¿tengo que estar preocupada? ―No lo sé, la verdad es que nunca he oído de un sourio errante con esclavos. Como representante de la Junta no debería decir algo así, ni animar a alguien a romper la ley, pero, en tu lugar, yo escaparía de esa bestia en cuanto pudiera. ―¿Un sourio es lo mismo que un daimión? ―Sí, lo mismo… ―No, no lo es―los dos se volvieron de golpe al oír la voz del aludido a sus espaldas―. Un sourio es un lagarto. ―Y un daimión era un dios, tú no eres un dios UrsHadiic. 123 ―Tampoco me arrastro continuamente por el suelo como vosotros. ¿Qué bobadas le estabas diciendo a mi esclava, Dasus? ―Algunas de tus hazañas. ―No conoces ni la mitad, así que no sé qué te estarás inventando. ―No me invento nada, la pobre chica está asustada del monstruo que tiene por amo e intento tranquilizarla. ―Melia no tiene nada de qué preocuparse, ya es demasiado mayor y está rancia. Pero creo recordar que tú tienes un niño pequeño, seguro que su carne aún está tierna... Dasus se levantó y, por un momento, parecía que iban a pelearse. Finalmente el soldado se limitó a alejarse de ellos, no sin lanzar antes una mirada asesina al daimión. Melia se encogió un poco, esperando que UrsHadiic dijera alguna de sus lindezas por haber estado hablando con un hombre con el que se llevaba claramente mal. Sin embargo, el monstruo se limitó a sentarse y a comer su desayuno. 124 Tamborileó un poco el tazón, mientras esperaba algún tipo de comentario, que no llegaba. ―¿Has montado todo ese número para que te dejara libre el sitio? ―Sí, y también porque me encanta cabrearle, algún día se ahogará en su propia bilis y quiero verlo. ―¿Coméis gente? UrsHadiic se volvió, con cara de asco. ―¿Vosotros coméis gusanos? ―No creo que sea lo mismo. ―Ningún daimión estaría exactamente lo mismo. de acuerdo. Sois ―No puedo entender que caigas mal a todo el mundo, diciendo cosas tan bonitas. ―No he empezado yo haciendo estúpidas, ¿por quién me tomas? preguntas ―No lo sé... Tú mismo me dijiste que no me fiara de nada. Curiosamente, se tranquilizó. Seguía pareciendo enfadado (aunque Melia había decidido ponerse a 125 contar con los dedos las veces que no lo estaba), pero continuó comiendo sin decir nada. ―En mi mundo hay gente que sí come gusanos... Y hormigas, lo vi en la tele. Y en mi escuela, un niño se comió una mosca una vez. Dijo que estaba buena. ―... a veces nuestras crías se comen gente que se pierde. ―¿En serio? ―Son crías, se llevan cualquier cosa a la boca, y cuando tienen hambre... Las zonas de cría están protegidas, los humanos no deberían meterse, de cualquier forma. ―¿Tú te has comido a alguien alguna vez? ―No. ―No intentaba ofender… ―Mi familia tiene un buen territorio, nadie entraría en la zona de cría sin darse cuenta, los que lo hacen no llevan buenas intenciones. Y de todas formas solo... ―¿Solo? 126 ―Nunca hemos tenido humanos en nuestros terrenos de cría. ―¿Tienes familia? ―No. ―¿Has dicho ‹‹mi familia››? Le vio reírse, se le hizo raro. ―Los dejé hace tiempo, como si no la tuviera. Fue la mejor decisión de mi vida. ―¿No te llevabas bien con ellos? ―Es un poco complicado de explicar, daimiones tenemos... nuestras particularidades. los ―¿Alguna que pueda interesarme? ―No, no te van a ayudar a volver a casa y, yo personalmente, no tengo intención de hacerte daño. Eso es todo lo que necesitas saber por el momento. Creo que es hora de irse. Los soldados recogían, ellos se alejaron hacia el exterior. UrsHadiic estaba contento, por alguna razón que Melia no alcanzaba a comprender. La felicidad 127 del daimión fue en aumento y se convirtió en una auténtica sonrisa al ver un bonito caballo zaino. ¿Igual los caballos sí que se los comían? ―Muy amable―le dijo al chico que lo traía―, dile a Dasus que le envío mi más cordial agradecimiento. El chico hizo un gesto con las cejas que parecía querer decir que ni atado le iba a llevar mensaje alguno a Dasus de su parte. ―¿Sabes montar?―UrsHadiic se volvió hacia ella, Melia sacudió la cabeza a modo de negativa. Nunca le habían interesado mucho los caballos, aunque creía que eran bonitos. A la mayoría de las niñas les gustaban los caballos, pero las otras niñas no descabezaban rutinariamente sus muñecas, lo único que les hubiera hecho falta a sus padres era perder más dinero para que su hija descabezara ponis. Sencillamente no le importaban, como no le habían importado otros millones de cosas. Aunque ese caballo la hacía sentirse algo intimidada, los animales resultaban más pequeñitos y monos en los cromos. 128 ―¿Crees que al menos podrás sujetarte en la grupa? ―¿Vamos a montar ahí? ―Claro, ¿no tenéis caballos en tu mundo? ―Sí, pero me gustan más los coches. ―¿El qué? ―No importa... ¿tengo que subirme contigo? ―No creo que nadie me de un caballo para un esclavo, aún no soy tan importante... puedes correr detrás de mí si te apetece. Melia lanzó un largo suspiro. Aquel día iba a ser muy largo... Entonces algo captó su atención por el rabillo del ojo. Se giró y vio a varios soldados, soldados de Áncula, moviéndose en fila hacia algún sitio a través de aquel bosque, seguidos de soldados ánforos. Caminó hacia allí para ver mejor, pero había gente vigilándoles a su alrededor y los perdió de vista entre la maleza. Antes de desaparecer estaba casi segura de haber visto al joven del bigote y la chica de la flauta... 129 Jamás había intercambiado dos palabras con aquella gente, pero se sintió ridículamente feliz al verlos vivos. ―¿A dónde los llevan? UrsHadiic se había acercado hasta ella. ―A Glaucos, una ciudad anfórea, nosotros vamos allí también. ―¿Qué pasará con ellos? ―Les interrogarán, quien sea un poco importante posiblemente se quede como prisionero para hacer un trueque o pedir una recompensa; y los que no sean reclamados como parte del botín, se venderán en el mercado y luego se repartirán el dinero entre los soldados. ―¿Los tratarán bien? ―Supongo que depende de donde terminen y cómo se comporten. En cuanto Áncula cayó, tiraron las armas; si son listos, en cincuenta años podrían volver a Ánax libres. 130 Se rascó el brazo, pensado, todo aquello le sonaba muy raro. Al menos, de primeras, no iban a estar peor situación que ella. Al darse la vuelta vio a UrsHadiic preparando el caballo y se percató de un incómodo detalle. ―¿Dónde están los estribos? ―¿El qué? ―Las cosas que se usan para subirse encima. ―Se llaman piernas, no errssdribos. ―No, no, mira, en mi mundo tenemos una especie apoyos, se colocan a los lados del caballo y ayuda a subirse encima. El daimión se quedó pensando un momento. ―Umm, aquí no tenemos eso. ―¿Y cómo monto? ―Una roca, un tronco... te echaré una mano. Su compañero subió de un brinco sin ningún problema, saltaba como un gato. A continuación la llevó hasta un tronco y la ayudó a subir. 131 Nada más estar arriba, Melia supo que no iba a tardar nada en estar de vuelta abajo. La grupa no era tan grande como le había parecido desde el suelo, sospechaba que, pese a su primera impresión, aquellos caballos eran más pequeños que los de los cromos. Primero, empezó el viaje sujetándose a las mantas sobre el lomo. Luego intentó agarrarse a UrsHadiic discretamente. Al final, acabó abrazándose a él igual que un borracho a una farola y, aún así, seguía escurriéndose hacia todos los lados al son del bamboleo de las patas traseras del animal. ―Baja―acabó ordenándole su sufrido conductor, parándose junto a una elevación de tierra. Melia obedeció algo temblorosa. ‹‹Oh, Dios, no puedo cerrar los muslos›› pensó, dándose cuenta que sus piernas no estaban funcionando tan bien como su pudor le pedía. El daimión se movió un poco hacia la grupa y le hizo un gesto para que subiera sobre el lomo, delante de él. 132 ―... creo que me voy a sentir muy incómoda en ese sitio. ―Estoy seguro que no más que en el suelo. Ahí tenía toda la razón. Gruñó mientras intentaba subirse otra vez. El día iba a ser largo, muy largo. UrsHadiic conseguía mantenerla más o menos estable y conducir el caballo al mismo tiempo, a costa de mantenerla sujeta con la piernas y, por supuesto, rígida y tiesa como una tabla. El camino era más bien ancho, tranquilo y no iban muy rápido. La mayoría de soldados tenían que avanzar a pie. Así que, quitando la conmoción inicial, Melia acabó por acostumbrarse a estar sentada allí. De vez en cuando intercambiaban algunas palabras, preguntas sobre todo, que ella hacía intentando orientarse y comprender aquel lugar. Casi toda la Isla era un lugar semi salvaje como aquél, la mayoría de las personas vivían en ciudades que lo gobernaban todo, con pequeños y apartados pueblos aquí y allá. 133 Al llegar la tarde, estaba tan agotada por el viaje y toda la tensión acumulada del día anterior que acabó, sin pensar, cabeceando somnolienta sobre su conductor. ―Hemos llegado. Parpadeó. Los atardeceres por allí eran muy cortos, tan pronto era de día como de noche, aún no se había acostumbrado a calcular bien el tiempo sin relojes. Frente a ella vio un terreno despejado con casas muy bajas, redondas y de color pajizo, rodeadas de bosque espeso. Parecía un lugar agradable, era la primera población estable que veía desde que estaba en Ethlan. ―¿Es Glaucos? ―No, no es más que una aldea, ni siquiera sé como se llama. Glaucos es una ciudad enorme. ―Ah, no sabía... todos parecéis vivir en la Edad de Piedra por aquí. ―¿El qué? ―Nada. 134 Cuando ellos llegaron, otros ya estaban levantando el campamento cerca de las casitas. Melia dejó pronto a UrsHadiic para a dar una vuelta por el pueblo y estudiar más aquel mundo, mientras su compañero se fue a importunar a Dasus. Sintió un poco de sorpresa al ver a la gente y los edificios, ella los consideraría pobres, pero había algunos detalles: como delicadas labores de metalurgia en algunas herramientas, que hubieran sido muy caras en su mundo. Los nativos también se mostraban bien vestidos y bien alimentados, muchos llevaban adornos de bronce y cuentas de cristal de colores. Ellos también la miraban con curiosidad y varios hicieron preguntas sobre lo que hacían los soldados allí, ya habían oído rumores sobre la batalla, pero querían más detalles. ¿Hubo un sourio?, ¿de verdad?, ¿un sourio vivo?, ¿podían verlo? Estaba segura que a UrsHadiic no le iba a gustar nada que lo trataran como a un bicho de circo. 135 Algunas personas le ofrecieron cosas para comprar, pero no tenía nada de dinero encima, y les extrañó que una esclava diera vueltas por allí si no venía buscando víveres. El turismo aún no había entrado en su mundo. No había demasiado que ver en aquella aldea, así que regresó pronto al campamento, aunque con cierta mala gana. Aquella noche apenas pudo cenar. Se había mantenido más o menos serena todo el día, pero a medida que avanzaba la oscuridad, los fantasmas del día anterior reaparecían. Quiso marcharse pronto a su tienda otra vez. UrsHadiic lanzó un comentario arisco sobre lo mucho que corría a desaparecer en cuanto habían tocado suelo que ella ignoró. Al entrar hizo lo mismo que el día anterior, se enrolló en sus mantas e intentó no pensar en nada. Lloró un poco, pero se sorprendió a sí misma más segura. Sentía una gran pena por Gerón, el pobre chico, en algunas partes de su mente aún seguía siendo un niño que le sujetaba la mano y le decía que todo estaría bien. Había sido tan dulce con ella... 136 Continuaba asustada por la batalla, los gritos, las rocas y la cascada, notaba náuseas solo al recordarlo, no podía dejar de darle vueltas. Y, sobre todo, aún se sentía nerviosa por lo que podría pasarle, por cómo iba a conseguir regresar a su casa. Pero aquella noche comenzó a crecer la esperanza de que encontraría la forma de salir de allí, todo acabaría bien. Cuando UrsHadiic apareció aún no se había dormido, miraba huecamente la luz de una velita que había dejado en el suelo, cerró los ojos e intentó hacerse la dormida, esperando que su compañero se echara pronto. Un poco después, el daimión no solo no había apagado la luz, si no que además soltaba extraños gruñidos. Contra su voluntad, Melia entreabrió un ojo, rezando a todo lo que pudiera ser rezable por no encontrar a su compañero de tienda haciendo alguna guarrada. Estaba sentado en el suelo, con un cuenco relleno de algo verde a su lado y parecía intentar untárselo 137 por la espalda. Abrió los dos ojos y se dio cuenta que tenía dos heridas circulares justo bajo el hombro izquierdo, apenas sangraban, pero se veían rojas y abiertas. ¿Qué había pasado? ¿Cuándo se hizo eso? ―¿Te echo una mano? UrsHadiic volvió la cabeza. ―¿No estabas dormida? ―A medias. ―Toma... mira a ver si consigues llegar a la que está más abajo. Melia se acercó, recogió el cuenco que le tendía y lo olió. Hierbas, nada especial, para ella solamente olía a hierba. Introdujo un poco los dedos y lo acercó a la herida, aprovechó que su infeliz paciente estaba de espaldas para poner cara de asco. Podía ver cómo la herida atravesaba el músculo, como un punzón, músculo rojo y abierto. ―¿Cómo... cómo puedes tener unas heridas así? ―Los daimiones somos muy duros... 138 ―¿…en serio? ―El único problema es que si nos hieren las heridas tardan mucho tiempo en curarse, afortunadamente, las aguantamos. ―¿Cuándo te has hecho estas? ―Ayer, Áncula tenía buenos lanceros. ―¿Desde ayer llevas esto así? ―Sí. ―Oh... ―No se cerrarán en dos meses, más o menos, y tardarán alrededor de un año antes de que empiecen a cicatrizar en serio, pero mientras haya ungüento no molestarán mucho. ―Ugh... ¿Crees que es suficiente? ―¿Queda ungüento en el cuenco? ―Sí. ―Ponlo todo. Melia obedeció. Luego colocó unos trozos de tela sobre la herida, para que el ungüento no se moviera 139 ni pringara nada mientras se secaba. Se fijó que tenía varias cicatrices más en la espalda, la mayoría se concentraban en la zona de las paletillas, ente el cuello y los brazos. Encontró una con forma circular y no pudo evitar preguntarse si sería un mordisco de un congénere. También había otra que ni siquiera estaba segura que fuera una cicatriz. Era una gran marca pálida, más clara que la piel de alrededor, corría desde el costado izquierdo hasta el hombro derecho, posiblemente continuara por el pecho, aunque no estaba segura. Por lo demás, la piel no presentaba señal alguna, ni costra, ni diferente textura. Solo cambiaba el color. La tocó un poco por el borde, intrigada. Si tardaban tanto tiempo en cicatrizar, ¿cuántos años tendrían que pasar para que una herida de ese tamaño quedara así?... ¿cuántos años tenía UrsHadiic? Sin darse cuenta, había seguido la marca hasta su cuello, cuando el daimión se volvió de golpe. ―¿Qué haces? ―Oh, nada... tienes una cicatriz... 140 ―No la toques. ―...lo siento. Melia se asustó. Casi se le llega a olvidar el miedo que UrsHadiic podía infundir, era bueno recordarlo. Dejó el cuenco en el suelo y volvió silenciosamente a sus mantas. Se arropó y se quedó quieta esperando que se apagaran las luces. ―¿Melia...? Volvió ligeramente la cabeza. ―¿Si? ―Nada, buenas noches. Y apagó la vela. ―Buenas noches―dijo a un montón de oscuridad. 141 Capítulo 7 Una ciudad y otras cosas sorprendentes Tardaron algunos días más en llegar a Glaucos. En aquel tiempo, Melia consiguió subirse y aguantarse ella solita en el caballo, sin ayuda de nadie. La primera vez que lo intentó se cayó por el otro lado. Afortunadamente, solo tuvo que padecer una vergonzosa culada y un par de jóvenes soldados vinieron a echarla una mano. Eran muy simpáticos con ella los soldados. Por lo visto la tomaban como una especie de víctima sacrificatoria para la bestia que tenía de amo. Resultaba un tanto desconcertante, porque Melia empezaba a tener deseos de defender a UrsHadiic de las cosas que decían sobre él. 142 Igual si no fuera tan antipático y capullo... Además de ser un monstruo y un asesino. Antipático y capullo era lo que más le molestaba en su vida diaria, de todas formas. Se dio cuenta que, exceptuando Gerón, había estado rodeada continuamente de soldados, prácticamente se ganaban la vida matando a otros. ¿Qué hacía que UrsHadiic fuera peor que ellos? Reconocía que la trataba bien, no sabía qué esperar de su situación como esclava, pero tras los primeros días casi lo tenía olvidado. Nunca le ordenaba hacer nada extraordinario y, en general, podía ir y venir a su antojo. Se dio cuenta que, dentro de sus angustias internas y temores, sentía menos inseguridad por su bienestar durante aquel viaje con UrsHadiic y los ánforos que con los soldados de Ánax. No, no echaba para nada de menos a Áncula y Oijme. Llegaron a la ciudad un día a media tarde. Al principio, lo único que Melia vio fue una muralla blanca, algo oscurecida y resquebrajada por el trabajo 143 de las fuerzas de la intemperie; al entrar, más casas blancas, cuadradas, y apelotonadas entre ellas y sobre ellas mismas. Al principio le resultaron simplemente un poco raras, pero al avanzar y desplegarse la ciudad frente a ella, se dio cuenta de todo el increíble caos que formaban. La ciudad parecía extenderse a lo largo y alto de una ladera que no existía, aguantada tan solo por aquel enjambre de casas, muretes y carreteras. La amalgama no resultaba agobiante, las edificaciones eran blancas o de tonos pálidos, abundaban las decoraciones, dibujos y estatuas azules y verde mar. Las calles se abrían anchas, y a su vera grandes puertas y ventanas invitaban a entrar al interior de edificios de apariencia fresca y sombreada. Había zonas con árboles e impresionantes balcones desde donde caían florecillas rojas. El camino que tomaron ascendía en espiral, hacia el centro y lo alto de la ciudad. Cuanto más alto estaban, las casas eran más lujosas y amplias. Empezaron a aparecer también fuentes con agua y plazas en donde brillaban estatuas de metal bien bruñido. 144 UrsHadiic detuvo el caballo en una de aquellas plazas, donde había al menos tres estatuas grandes, y un montón más pequeñas en diversas esquinas, o excavadas en nichos en las paredes. Caminaron hasta las escaleras de un inmenso edificio de columnas rectas y un techo triangular. Le hizo pensar en fotografías del Partenón griego, solo que entero, con colores y dibujos a modo de filigranas en las columnas, que imitaban algún tipo de vegetación, y detalles de oro y plata en una escena gravada en piedra en lo alto. ―Esta es la Casa de Juntas, el centro administrativo de la ciudad―empezó a explicar UrsHadiic―. Probablemente se pasen varias horas pensando el dinero que no me van a dar y luego discutirán conmigo todo lo que me tienen que quitar, antes de dejarnos ir a comer y dormir. Le vio entregar las riendas del caballo a un joven que acudió a recogerlo, y luego se sentó en las escaleras. Melia miró a su alrededor. ―Umm... creo que voy a dar una vuelta. 145 ―No pierdas de vista la Casa de Juntas. ―No... Caminó por toda la plaza, observando las figuras. La gente también llamaba su atención, empezó a sentirse algo desarropada al ver a todo el mundo cubierto de perlas y ropas de colores. La mayoría de las mujeres llevaban amplios y vaporosos bombachos estampados bajo finas camisas atadas a la cintura por un pañuelo; los hombres vestían pantalones más discretos, o no los llevaban, vio varios caminar muy dignamente con algo que no era más que un delantal cosido en capas por delante y la camisa tapándoles la parte de atrás. A veces, no tapaba lo suficiente. Estaba repitiéndose que tendría que acabar acostumbrándose a aquellas cosas, cuando vio una mujer con las tetas completamente al aire. Se quedó mirándola con la boca abierta. La mujer tenía un aspecto impresionante. Llevaba algo similar al delantal de los hombres sobre los bombachos, pero más largo y bordado. Los sujetaba con varios pañuelos apretados en la cintura, como un extraño corsé de colores, mientras un chalequito 146 azul, de bordes gruesos y brillo dorado, enmarcaba su pecho. Tenía una larga melena negra hasta más allá de la cintura, formando ondas sin dirección concreta y sujetas, casi con pereza, por perlas que formaban una intrincada corona alrededor de su cabeza. Lucía, además, adornos de oro en la nariz y las orejas, y los brazos cargados de todo tipo de brazaletes y pulseras. Para rematar, sujetaba en la mano una vara larga y oscura, con los extremos metálicos. Vio como se llevaba la vara a los labios y asomaba un pequeño hilo de humo, era una pipa. La impresionante mujer estaba inclinada lánguidamente, con un brazo apoyado en la figura de un león, el otro sujetando a un lado la pipa, mientras que, con los ojos bajos y cargados de pintura oscura, miraba con cierto desinterés lo que ocurría en la plaza. En un principio la mujer la ignoraba, pero Melia continuaba con la vista fija en ella, a cada minuto encontraba algo nuevo y fascinante en la desconocida. Que, con el tiempo, empezó a enfadarse. 147 Sin ningún tipo de disimulo la mujer se la quedó mirando en una actitud obviamente hostil, quizá esperando que solo la fuerza de su mirada pudiera hacerla salir corriendo. Posiblemente, estaba acostumbrada a que ocurriera así. ―No, no, no, ¿qué haces?, ¿quieres darme problemas cuando no llevamos ni dos horas aquí? UrsHadiic tiró de golpe de ella, arrastrándola de vuelta a las escaleras de la Casa de Juntas. ―Pe... pero... ¿has visto?... esa mujer... las... las... las lleva al aire, quiero decir...¿y cómo se pueden llevar tantas perlas en la cabeza? Tiene que ser muy incómodo... ―¡Pero no la señales!, y deja de mirar. ―¿Qué pasa?, ¿quién es? ―Una princesa, no te metas con las princesas, si no te matan sus pretendientes, te matarán sus madres. ―...¿es ‹‹princesa›› un eufemismo de algo? ―No. 148 ―¿Son las hijas de un rey? ―No, son las hijas del montón de oligarcas cabrones y podridos de dinero que gobiernan estas ciudades... ¡Oh, Dasus! Hablaba de ti. ―¿Estás listo para defender tu parte del botín? ―Eso siempre. ―Vas a ser el centro de atención en las fiestas. ―No puedo esperar a ver cómo te estalla la cabeza por la rabia. ―Sigue, dentro de un año yo permaneceré aquí o, incluso, un poco más arriba. Tú habrás salido corriendo por la puerta de los escombros en menos de un mes. ―Un mes que pienso aprovechar, no te quepa duda. Pasaron de largo junto a él, UrsHadiic aún la sujetaba y tiraba de ella. Con el brazo libre saludó a Dasus, que le devolvió el saludo con mucha amabilidad. ―Hasta más ver, preciosa. Suerte. 149 Cuanto menos les gustaba simpática era la gente con ella. UrsHadiic, más Podía acostumbrarse. El edificio de la Casa de Juntas estaba compuesto casi enteramente por mármol. Había algunas placas de metal con nombres e información en las paredes. Las entradas y las salidas eran todas bastante grandes, por lo que el edificio resultaba fresco e iluminado. UrsHadiic entró en una habitación cerrada y le pidió que se quedara fuera. Melia miró a su alrededor buscando un sitio donde sentarse. Empezaba a estar muy cansada, tenía unas eternas agujetas en el interior de los muslos por culpa del caballo. Pasado un rato, cruzaron frente a ella una pareja de mujeres idéntica a la que la había fascinado en el exterior, tenían diferentes colores y dibujos en la ropa, peinado y abalorios, y una llevaba cerrado el chalequito del pecho; por lo demás, eran igual de recargadas e impresionantes que la otra princesa. 150 Luchó por no quedarse mirándolas, pero una llevaba una gacela, un animalito adorable de patas largas y finas, no más alto que un pero pastor, y grandes ojos negros. Lo llevaba atado con una correa que parecía un hilo de cristales, sujeto a un collar hecho de decenas de perlas. Era todo un esfuerzo mental no quedarse mirando, cuando la puerta tras ella se abrió por fin, suspiró aliviada. ―No las he mirado. ―¿Qué? ―No mucho, es que lleva una gacela y... ¿aquí tenéis gacelas de mascotas? ―Los que pueden pagarlas, ¿de qué hablas? ―Han pasado otras dos princesas. ―Entiendo. ¿Ves ese tipo que ha salido del despacho conmigo y ahora gira por esa esquina de ahí? Nos está guiando a nuestra habitación y no tiene intención de pararse a ver si lo seguimos, si quieres descansar esta noche ya puedes correr tras él. Melia puso cara de sorpresa. 151 ―Haberlo dicho antes. ―No me has dejado. Le ignoró y echó a correr. El tipo aquel parecía tener bastante prisa, ¿qué mosca le picaba a aquella gente? Qué raros eran todos. Le siguió sin tiempo a fijarse por dónde se metía. Dentro de aquel conglomerado de edificios que era la ciudad, ni siquiera fue consciente de cuándo salió de la Casa de Juntas y terminó en otro edificio, tenía la impresión de que todo no era más que un gigantesco y enrevesado avispero. El apresurado caballero se detuvo frente a una gran puerta de madera y la abrió con un par de llaves. ―Aquí se alojarán el tiempo que necesiten. Melia jadeaba. ―Gra...cias... ―Coja las llaves, procure no perderlas, diga a su amo que la habitación debe quedar limpia cuando se vayan. ―Gracias... 152 ―Tenga unas buenas tardes. ―Sí, usted también. Raros, raros todos. Asomó la cabeza dentro y vio que la habitación era inmensa, se preguntó si no se habían confundido. Estaba forrada de piedra de color rosáceo, con algunas alfombras de motivos florales en el suelo. A un lado había una librería y una mesa para media docena de comensales. Al fondo, una cama y un ventanal gigantesco que daba a zonas inferiores de la ciudad y al bosque que se extendía más abajo de la misma. Caminó un poco y se acercó a la librería, pensando si encontraría algo que pudiera ayudarla allí, cuando fue consciente de un detalle que había pasado por alto en su primera inspección: solo había una cama. Se giró de nuevo hasta la gran cama frente al ventanal esperando que pudiera dividirse como las camas de algunos hoteles, pero en aquel mundo igual no había aún esas comodidades. Su compañero apareció entonces, asomando un poco la nariz por la puerta. 153 ―¿Te has perdido? Al verla allí, entró. ―No, imaginaba que estaría por aquí. ―¿Conoces este sitio? ―Más o menos. ―¿Una historia que me puedas contar? ―...igual algún día. No me fío de los espías que pueda haber por aquí. UrsHadiic movía la cabeza de abajo arriba, por todas las esquinas de la habitación, se acercó a una gruesa cortina azul pegada a una de las paredes, asomó la cabeza y la soltó. Luego se dirigió a la zona de la cama y pegó la nariz a los cristales de la ventana. ―¿Por qué te odian tanto? ―La gente nos tiene miedo. ―¿Sin más? ―Les hemos dado buenas razones en dos mil años. La gente se acuerda. 154 UrsHadiic seguía dando vueltas por la habitación, metiendo su afilada nariz por todos lo recovecos que encontraba. ―¿Habéis estado en guerra? ―A veces... No somos como ellos, no son capaces de entendernos, así que procuran mantenernos lejos, y cuando estamos aquí, se ponen nerviosos. ―...tú no pareces muy diferente―el daimión se volvió para mirarla―, quiero decir, dejando la parte en la que te transformas en un bicho enorme. ―Creo que no tienes ni idea de lo que estás hablando. ―...¿por qué no me lo cuentas tú entonces? ―Te acabaría mintiendo, buscar mentiras es mucho trabajo y no me vale la pena. Prefiero no decir nada, no necesitas saberlo. ―¿Por qué? ―Tú limítate a mantener esta habitación ordenada, abrir la puerta cuando traigan comida y mis cosas en orden para cuando tengamos que salir 155 corriendo. No te pido más y tú no necesitas saber más tampoco. Entonces llamaron a la puerta. Melia se tragó el montón de palabrotas que se le habían acumulado en la punta de la lengua. Fue a abrir de mala gana, prácticamente bufó delante de la pobre chica que traía la cena. La pobre chica no se inmuto, de cualquier forma. Tenían una flema inmensa en aquel lugar. ―Su cena―dijo, metiendo un carrito dorado con varios platos cubiertos y jarrones que echaban humo―, si quieren algo especial para los próximos días, el comedor está en el edificio inferior, manden a sus esclavos con lo que les interese y el dinero extra. La chica se dio media vuelta y se fue, sin esperar que le diera las gracias. UrsHadiic se acercó rápidamente al carro y empezó a levantar las cubiertas de los platos. ―¿Dónde está la carne? Oh, aquí. ―Idiota. 156 ―Muy bien... Apenas había llegado a levantar los ojos del plato para mirarla. ―¿Ese es vuestro problema?, ¿sois todos igual de desagradables? ―No, la mayoría no se molesta en serlo. Detrás de la cortina azul hay un cuarto para ti, puedes retirarte a jurar contra mí, si te hace sentir mejor. ―¿Me estás echando? ―No, sueles desaparecer siempre a la hora de cenar, creía que pensabas seguir la costumbre. ―...me llevo mi cena. ―Bien. Melia buscó un plato de algo que pareciera digestible y se fue hasta la cortina. Al menos tenía que estar contenta de tener su propia habitación; no era más que un pequeño habitáculo rectangular, con el espacio justo para la cama de una persona más bien bajita y delgada, y una mesilla. 157 Dejó el plato sobre la misma y se sentó, lanzando hondos suspiros. En el fondo llevaba razón, no tenía que andar preocupándose por él o por el resto de daimiones, tenía que entender cómo volver a casa. Tenía que comprender mejor cómo funcionaba todo aquel mundo para mantenerse a salvo y poder regresar. Suspiró otra vez. Quería irse, no quería seguir allí. Echaba de menos a su familia y a su gente, no se había dado cuenta hasta entonces lo mucho que en realidad le gustaba su vida. Creía que era tediosa, vacía, un sueño sin diversión. Había cambiado de opinión. Quería salir de allí, rápido. Con otro suspiro, se puso a comer algo. Si el jodido UrsHadiic fuera un poquito, solo un poquitín, menos borde... Al día siguiente la despertó la luz del día. 158 No se había dado cuenta que tenía una ventana en su cuarto. Se puso de rodillas sobre la cama y se asomó. Vio las esquinas blancas de un par de casas y, hacia abajo, varios puestos y estructuras con telas de colores. Llegaba ya hasta ella mucho bullicio desde aquella zona inferior pese a ser aún temprano. Continuó mirando alegremente con curiosidad hasta que oyó una voz tras ella. ―Es el mercado. UrsHadiic había levantado la cortina, no estaba contento. ―¿Puedo ir a verlo? ―Te llevaré luego. Se quedó donde estaba, parecía esperar algo. ―¿Qué pasa? ―He tenido que levantarme para abrir la puerta del desayuno. ―Oh, lo siento― no lo sentía. 159 ―Es la primera vez que duermo en una cama con colchón en diez años y he tenido que levantarme porque mi esclava duerme como un tronco. Y ronca. ―No ronco. ―¿En serio vas a discutirme eso? Si mañana no te despiertas a la hora, te quedas sin desayunar. ―De acuerdo. Se levantó y fue derecha al nuevo carrito que aguardaba junto a la mesa grande. No había demasiados dulces, el principal edulcorante que tenían por allí era la miel, por lo visto. No le disgustaba, pero tampoco la entusiasmaba. Probó varias cosas, e intentó recordar las más ricas para el día siguiente. ―¿Hasta cuándo vas a seguir sentada? ―Tsss, estoy comiendo... Si él iba a ser desagradable, ella también. ―La ley me permite cinco golpes de bastón si mi esclavo se muestra perezoso. Le miró fijamente. No sería capaz... 160 ―No tienes bastón. ―Estoy seguro que no me costará encontrar uno. ―Si un esclavo insulta a su amo, ¿cuántos golpes son? ―Depende, máximo 15 si el amo no pide un juicio para exigir más, también pueden usarse latigazos. ―Entonces no te digo lo que se me acaba de ocurrir. Volvió a su cuarto a cambiarse de ropa, rumiando hasta que punto UrsHadiic sería capaz de hacer aquello o no. El día anterior no dijo nada cuando le llamó idiota, de hecho, si hacía memoria, había varias ocasiones en las que había sido muy desagradable con él y UrsHadiic apenas reaccionaba. Era muy antipático y a veces decía cosas que la ofendía, pero era su manera de ser, nunca se había vuelto de forma violenta contra ella por insultarle o desobedecerle, le había perdido el miedo, y era un grave riesgo, que la mayoría de las ocasiones lo que le dijera o hiciera le importara un pimiento, no quería decir que fuera a ser siempre así. Igual su mal carácter era la 161 advertencia, ¿por eso decía que los demás daimiones no se molestaban en ser desagradables? ¿De verdad eran criaturas tan terribles? Al salir por la puerta vio a dos hombres enormes esperándoles, de los que no llevaban pantalones. Por un momento se asustó, pensando que se iban a llevar a UrsHadiic y darle una paliza, o algo así. Pero el daimión les estaba sonriendo. Feliz. Muy feliz. ―¿Nos vamos?―dijo volviéndose hacia ella. Melia le obedeció escurriéndose entre los dos tipos, tenían unos ceños tan fruncidos que podrían sujetar una pelota de ping pong entre sus cejas. ―¿Quiénes son? ―Guardaespaldas. ―¿Necesitas guardaespaldas? ―No, pero tengo derecho a ellos y pienso aprovecharlo. ―No se les ve contentos. ―No lo están. 162 ―¿Te conocen? ―¿Necesitan conocerme para no estar contentos de tener que proteger a un daimión? Se encogió de hombros y miró hacia atrás. La verdad es que tenían aspecto de aprovechar para tirarles por una cloaca (si tenían de aquello allí) en cuanto tuvieran oportunidad. ―¿Vamos al mercado? ―Sí, necesitas brazaletes nuevos, y algo de ropa... La ropa que le habían dado era de soldado y ni siquiera de su talla. Ropa nueva sonaba bien. El mercado resultaba un caos tan imponente como el resto de la ciudad. No había diferencias muy claras de donde empezaba un comercio y donde otro. Dio con puestos de joyas al lado de pescaderías, dentro de una librería las escaleras para subían a una peluquería y una alfarería, y de la alfarería se podía cruzar a la calle de enfrente por una pasarela, donde estaba montado una especie de comedor al aire libre: una mesa de piedra larga, con un hueco por debajo para los fuegos, y agujeros en la parte de arriba, donde se metían cacerolas cilíndricas con la comida. 163 Todo tipo de gente caminaba junta entre los puestos, vio esclavos pobretones como ella, corriendo de aquí para allá, gente más pudiente, que buscaban con tesón los mejores precios. Incluso algunas princesas, con grandes guardaespaldas como los suyos, que apartaban a empujones a cualquier infeliz que no se hubiera dado cuenta de la augusta presencia de la dama. Una era acompañada por un apuesto hombre muy moreno, no llevaba ningún pañuelo en la cintura, y solo un chaleco suelto sobre los hombros, dejando ver unos bien formados pectorales y abdominales. ―¿Ese es un príncipe? ―Probablemente no, es su pretendiente. ―¿No hay príncipes por aquí? ―A veces, pero no es lo mismo que una princesa. Los hijos de oligarcas se dedican al ejército o a administrar las fortunas familiares (que, a veces, es lo mismo), las mujeres se encargan de la política de las ciudades, además, son siempre las principales herederas de sus fortunas. Si las ves pasearse como si 164 toda la ciudad las perteneciera es porque, hasta cierto punto, es así. ―Ooh... suena bien... ―Pero únicamente puedes sentarte en las Juntas y ser un miembro oficial de la oligarquía si estás casado. Así que, las princesas tienen cientos de pretendientes, de todas las clases, esperando ser elegidos y conseguir la oportunidad de oler un asiento en las Juntas, y ellas, poca prisa por asentarse y tener que compartir sus privilegios. ―¿Qué tengo que hacer para ser una princesa? ―Tener mucho dinero. ―Vaya. ¿Es lo mismo en Ánax que aquí? UrsHadiic tosió. ―No digas ese nombre muy alto. ―Lo siento―susurró. ―No, es diferente, completamente, ellos tenían una monarquía. Ahora les gobierna una especie de Consejo de Sabios, aunque de lo último tengo mis dudas. 165 ―Entonces... ¿no hay más monarquía? ―¿Te refieres a Gerón?... no, no hay más como él. ―Ya... Bajó la vista al suelo y suspiró. Echaba de menos a Gerón. ―Ven, ahí hay una tienda de ropa... UrsHadiic le cogió de la mano y la llevó entre la gente a unas pequeñas escaleras que bajaban en caracol hasta una casa subterránea. Aunque no era subterránea en realidad, simplemente estaba a un nivel inferior por el que pasaban ellos. Una mujer también muy morena y de mediana edad salió a recibirles con grandes ojos abiertos que se movían arriba y abajo con espanto al ver su ropa. ―¿Desean algo? ―Necesito ropa nueva para mi esclava, ella les dirá lo que quiere. Melia se volvió. Ella no tenía ni idea de lo que quería. 166 La dependienta asintió y la invitó a seguirla hasta un mostrador, parpadeó al ver entrar a los dos guardaespaldas, mientras le enseñaba unas telas y le decía cómo quedarían mejor con su color de pelo. UrsHadiic había salido de la tienda, pero los guardaespaldas la esperaban allí. La señora fue a intercambiar unas palabras con ellos, mientras Melia se decidía entre un estampado floral de lilas violetas en un lecho carmesí, o un estampado floral de violetas carmesíes en un lecho lila. La dependienta volvió un poco agitada. Melia ignoró su visible estado de ánimo y le indicó lo que prefería. Al cogerle las medidas, la mujer temblaba. ―Cariño... date la vuelta, tu amo... eh... ¿sabes quién es? ―Sí... ¿por qué debería saber quién es? ―¿Sabes que es un sourio? ―Sí... ―...¿no te importa?, levanta los brazos... ―¿Debería? 167 ―Oí que uno despellejó a una pobre anciana en Dis porque no quiso darle comida. La encontraron sin un solo centímetro de piel encima... Melia no pudo evitar poner cara de espanto, pero tampoco era dada a creerse todos los chismes que le contaran. ―Son monstruos―intervino uno de sus guardaespaldas―, no tienen conciencia, ni moral, ni compasión. Cuando andan entre nosotros solo se comportan porque saben que acabaremos con ellos si no. Los otros dos presentes comentario con la cabeza. afirmaron aquel ―¿Cómo sabéis eso?, ¿conocéis a muchos? ―intervino Melia, sintiendo aquella incomprensible necesidad de defender a UrsHadiic. ―Son así―continuó el hombre―, esa es su naturaleza, en otros tiempos se les adoraba, pero Daia cayó y ya no son más que bestias. No tiene más vuelta de hoja. ¿Daia? 168 ―Hace unos años vivían tres en uno de los barrios inferiores, cerca de mi casa―siguió la costurera―. Me daban mucho miedo, un día uno apareció destripado y las autoridades tuvieron que atacarles por sorpresa con doscientos soldados para poder detener a los otros dos. ―¿Cómo sabe que fueron sus compañeros los que lo hicieron? ―Querida, ¿quién si no es capaz de destripar un sourio? Jamás pasé tanto miedo en mi vida. Melia prefirió no decir nada más. El ambiente estaba cargado, había miedo y tensión. Incluso aquellos gigantescos hombres parecían tener ganas de esconderse, como si al hablar de los daimiones estuvieran invocándolos y fueran a presentarse allí para despellejarlos a ellos. Dio las gracias a la señora, llevándose algo de ropa e indicando la dirección a la que podía enviar el resto. Fuera seguía siendo un día soleado. En lo alto de las escaleras, UrsHadiic esperaba sentado, comiendo algo. 169 ―¿Quieres?―le ofreció. ―¿Qué son? ―Caruones... Encontró gracioso que después de la tensa conversación que había ocurrido abajo, UrsHadiic estuviera allí tranquilamente comiendo dulces. Melia cogió uno y lo masticó con cuidado. Estaban calientes, eran como buñuelos, muy ricos. Cogió dos más. ―Puedes quedártelos todos, yo ya he comido bastantes. ―¡Gracias!―recogió la pequeña cestita de mimbre que le tendía. Se encontró que no podía sujetar la ropa y comer al mismo tiempo. ―Oh, déjales los bultos a nuestros amables guardias―dijo el daimión con una gran sonrisa―, seguro que están encantados de ayudarnos. Un poco cohibida, tendió los bultos a sus guardaespaldas. Los ojos de los hombres echaban rayos, sabía que no eran por ella, pero aún así se sintió mal... 170 Compraron algunas sandalias de cuero. Vio zapatos, con un ligero tacón, sin talón y punta triangular, tenían bastantes bordados y piedras semi preciosas cosidas. Eran incómodos y caros, asumió que a ella no le servirían para nada. A mediodía se detuvieron a comer en uno de los servicios al aire libre, desde donde se podía ver gran parte de la extensión de todo el mercado. Le gustaba aquel sitio, era irreal, pero alegre y lleno de cosas interesantes, sentía como si estuviera haciendo turismo en un país extraño en un tiempo aún más extraordinario. Antes de volver a su habitación, compraron sus brazaletes nuevos, de bronce, con un dibujo de rosas y una piedra verde. Eran preciosos y le hubieran gustado más si no dirían ‹‹miradme, soy una esclava››. Una de las cosas que más le llamaron la atención eran la cantidad de joyas hechas con perlas. Había abalorios de perlas para casi cualquier parte del cuerpo, en largas cadenas, o creando formas complejas, en coronas y collares. 171 UrsHadiic le explicó que hacía más de mil años que se terminaron las minas de oro y plata en Ethlan, los metales preciosos tenían un precio ridículo, solo las más grandes fortunas podían permitirse usarlos y porque las heredaban. Para el resto, la base del dinero eran perlas y podían usarse como moneda, junto con las de latón y bronce. Al regresar, Melia descansó un poco. Aquella noche era la primera de una serie de grandes fiestas para ellos, y el resto de soldados, por la victoria contra Áncula. No es que la hiciera muy feliz acudir, no quería recordar aquella batalla y, menos aún, presenciar cómo otros se alegraban de que Gerón estuviera muerto. Pero UrsHadiic estaba decidido a presentarse, iba a usar y abusar todo cuanto pudiera de los homenajes que debían darles. Después de una cabezada en su cuartito, se encontró bastante aburrida y empezó a repasar los libros de la librería, quería encontrar alguno que hablara de leyes, sobre todo de las leyes respecto a los esclavos, ya que su compañero compartía la información según le interesaba, decidió que tendría 172 que investigar por su cuenta. Un rato después abandonó la búsqueda alzando los brazos con frustración, a duras penas entendía lo que había escrito y los únicos textos comprensibles estaban llenos de dibujos eróticos. ―¿Qué es ‹‹daia››?―preguntó a su compañero, que aún roía algo de comida mientras leía un libro (que hasta entonces había imaginado sería bastante inocente). ―¿No te lo dijo Gerón? ―...no lo recuerdo, creo que no. El daimión cerró su libro, tenía el ceño fruncido, más en gesto pensativo que por estar enfadado. La diferencia era extremadamente sutil. ―Qué raro, no es que el tipo supiera estar callado. Se levantó de la silla, se acercó hasta la librería y remiró las diferentes portadas. Sacó un grueso tomo con tapas de cuero rojizas, abrió una página y la colocó en la mesa, delante de ella. ―Esto es Ethlan. 173 Melia se inclinó. Al principio no veía más que palabras escritas en todas las direcciones posibles y un montón de rallas. La incomprensión debió de reflejarse en su cara. ―Esta línea es la costa―continuó UrsHadiic señalando una gruesa y marrón―, las finas son divisiones territoriales, no te hace falta entenderlas. Las negras son bosques y montañas, las azules ríos. Las palabras marcan una ciudad, o pueblos, o territorios, o algún monumento que posiblemente ya no exista. Gracias a sus indicaciones consiguió encontrarle algo de sentido al dibujo. La isla era alargada, su contorno formaba una ‹‹z›› estirada, con puntas finas y más gruesa, y casi circular, en el centro. ―Daia es un viejo título, también es otra manera de llamar a la Isla. Era una especie de poderosa reina, o diosa, su nombre no se pronunciaba nunca, así que la mayoría no lo conocemos. Ella creó la Isla o, más bien, puede que sea la Isla, nacieron al mismo tiempo. No tengo ni idea, dependiendo a quien preguntes dirá cosas distintas. Al principio, la Isla vivió años felices en Geo, Daia se encargaba de que las cosas fueran 174 bien, la comida abundaba, el comercio con el exterior fluía y todos contentos. Sin embargo, la gente de fuera intentó conquistar la Isla... Resumiendo: hubo guerra, mucha gente murió por nada, y Daia, que era todo amor y generosidad, o eso dicen, no podía entender que la gente se matara de aquella manera, así que decidió que ella debía morir también, para poder comprender qué tenía la muerte para que los humanos la eligieran con tanta alegría. Así es cómo Ethlan se hundió. Sencillamente, murió con ella. Permanecieron en silencio un momento, Melia intentaba asimilar aquello y compararlo con lo que creía saber. ―Gerón me dijo... que fue una maldición. ―Supongo que será lo que a él le parece. ―Así que luego empezasteis a pelear entre vosotros. ―Sí, más o menos. Los Ánax eran los aristócratas e intelectuales, vivían en la zona interior de la isla―dijo señalando el círculo del centro―, los ánforos eran agricultores y ganaderos, principalmente. Vivían en los grandes campos del 175 exterior. Cuando Daia cayó, la isla... se detuvo, por decirlo así, no solo quedó aislada de cualquier parte, el tiempo empezó a funcionar de manera extraña. Apenas llovía, pero los campos seguían igual, no germinaban, las frutas no maduraban, los animales y la gente dejaron de tener crías... En Ánax se prepararon, cogieron todas las provisiones que pudieron y decidieron guardarlas, los ánforos se enfurecieron y exigieron su parte de la comida. Así empezaron. También luchaban por el dominio de los Lagos, por ellos y por los daimiones, los anaxes salieron del interior de la Isla. ―¿Los Lagos? ―Tú viniste de uno. ―¿Los aionios? ―Sí, exactamente. Son aguas extrañas, bendecidas por Daia, dicen, descubrieron que podían cruzar al otro lado. ―¿Cómo? UrsHadiic sonrió, no parecía una sonrisa muy feliz. ―Seguro que te interesa saberlo. 176 ―¡Claro que me interesa!, quiero volver a casa. ―¿No te lo dijo Gerón? ―Me dijo que solo él podía. ―Sí, bueno... La verdad es que hubo sorpresas desagradables, ya que no todos podían cruzar. Los Lagos hicieron cosas extrañas con la gente no adecuada o... los ‹‹rebotaron››. Melia hizo una mueca. ―¿Qué hacían qué? ―Los enviaban de vuelta a la isla... pero a otra época. Se rascó el brazo. Aquello empezaba a sonar raro, y peligroso. ―Mira―continuó―, esta Isla está perdida en una especie de limbo en ninguna parte, el tiempo no tiene mucho sentido, hay viejos calendarios de los primeros siglos que intentaban poner algún orden, pero los abandonaron. ―Pe... pero, has dicho que los animales y la gente dejaron de tener hijos, pero yo los he visto. 177 ―Sí, nacen, el tiempo no está completamente quieto, solo ralentizado, y caótico. ¿No te parece que hay menos niños que en tu mundo? Intentó recordar. Había vivido en un pueblo tranquilo, no especialmente tradicional, a principios del siglo XXI, por inercia, no se tenían muchos hijos; pero era cierto que en aquel lugar apenas los había visto. Con toda la gente con la que se habían cruzado en el mercado, si se ponía a pensar, no era capaz de recordar un solo niño pequeño. ―Y... eh... ¿sabes dónde puedo informarme más sobre los Lagos? UrsHadiic cerró el libro de golpe, dando por finalizada la clase. ―No, ni idea. Vete a vestirte, es hora de ir a la fiesta. Melia le miró con desconfianza. ―Me estás escondiendo algo… ―Te estoy escondiendo muchas cosas, ninguna que te convenga saber. Levántate y vete a cambiarte, no voy a repetirlo más. 178 Bufó, molesta. No quería ir a una estúpida fiesta, quería quedarse a pensar... Se puso en pie de mala gana y fue hacia su habitáculo, a medio camino se detuvo y se dio la vuelta. ―¿Puedo saber qué pintáis los daimiones en todo eso? ―No. Hay un baño para mujeres al final del pasillo, tienes media hora. 179 Capítulo 8 Noches alegres, mañanas tristes Melia tuvo que esperar después de prepararse, había sido todo lo lenta que se le había ocurrido ser, pero UrsHadiic adivinó sus intenciones y le dijo que marcharían media hora antes de lo que quería en realidad. Le miraba con irritación mientras el daimión seguía con su libro, muy satisfecho consigo mismo. Los pacientes guardaespaldas vinieron a buscarles unos minutos después y marcharon a la fiesta. Llegaron a un salón circular. Había lujo por todas partes, a aquella gente le encantaban las cosas recargadas y brillantes. 180 Caminaba detrás de UrsHadiic, entre él y los guardaespaldas, mirando con curiosidad a un lado y al otro a toda la gente interesante. No había mesas, los esclavos corrían de un lado a otro con grandes y pequeñas fuentes de alimentos, además de jarras y jarrones de varios tipos de líquidos. Los invitados estaban reclinados en largos bancos situados en la periferia, mientras que en el centro de la sala, había músicos y bailarines. Muchos invitados también se paseaban entre los bancos, hablando con vecinos y amigos, o saludándolos. Sentados a sus pies, sus esclavos intentaban recogerse para no entorpecer el paso de la comida y los comensales. Indicaron uno de aquellos bancos para UrsHadiic y Melia pudo ver a Dasus a poca distancia. ―Hola― dijo, saludándolo. El caballero le devolvió el saludo―. Parece que hay gente agradable en esta fiesta. Su compañero se tumbó lánguidamente y suspiró. ―No conseguirás hacerme enfadar. 181 Melia miró a su alrededor. Había una alfombrita rectangular en el suelo a los pies del banco de UrsHadiic. Para ella. ―Pues qué bien... La fiesta fue bastante amena, tuvo que reconocerlo; pero únicamente hasta que pararon la música, entonces unos tipos de voz engolada empezaron a contar batallitas en honor a los homenajeados de la noche. Comenzaron hablando de lo terribles y poderosos que eran Áncula, Oijme y Gerón, de todas las cosas malas que habían hecho a lo largo de milenios, y millones de chismes más. Se sentía realmente incómoda por la manera en la que se referían a ellos, al avanzar la noche se atrevían con bromas de mal gusto, sabiendo que la gente ya estaba lo suficientemente borracha como para reírse de todas y cada una de ellas. Aquella combinación de tragedia y vulgaridad le estaba crispando los nervios. ¿Cuánto había pasado?, ¿una semana?, toda aquella gente muerta y hasta sus compañeros se reían. Sintió náuseas. 182 Dos princesas habían decidido presentarse un momento en frente de UrsHadiic y tuvo que apartarse a una pata del banco. Solo los bombachos ya abultaban más que ella. ―Creía que los bichos como tú no gustaban a nadie por aquí―dijo cuando consiguió recuperar su sitio. ―Son princesas, su mundo es otro, y si quieren conocer a un daimión yo no tengo intención de negarme. El doble sentido de aquella frase terminó por marearla del todo. ―¿Podría volver a la habitación?, no me encuentro bien aquí. El ceño de UrsHadiic tembló un poco, pero tras unos segundos de silencio contestó. ―Vete. Con un suspiro de alivio, Melia se puso en pie y pidió a uno de los guardaespaldas que la ayudara a encontrar su habitación. Aún se sentía completamente perdida allí. 183 Al llegar, el cuarto estaba oscuro y silencioso. La cama de UrsHadiic, frente al ventanal, recibía algo de luz nocturna. Se dirigió allí para coger una vela, esperando no tropezarse con nada por el camino. Luego fue a su habitáculo, entraba una dulce brisa fresca por su pequeña ventana. Se puso una nueva camisola blanca para dormir, se metió en la cama y, con un breve pensamiento a lo silencioso y tranquilo que estaba todo, se quedó dormida tan rápido como no lo había hecho en mucho tiempo. Tuvo un sueño. Uno de sus sueños especiales. Hacía tiempo que no los tenía, en Ethlan no soñaba, o soñaba cosas horribles. Estaba en su casa, en su cuarto. Corrió a la puerta encantada, pensando que podría ver a sus padres. ―¡Mamá!, ¡papá!, ¡estoy aquí! Corrió al salón, le parecía haber oído voces, pero era solo una ventana, estaba abierta y entraba el sonido de la calle. 184 ―¿Papá?, ¿mamá? Recorrió todas las habitaciones, una por una. No había nadie. ¿Qué hora era?, ¿qué día era?, ¿dónde estarían? Se sentó en una silla, pensando que igual no importaba si les esperaba. A veces los sueños podían durar mucho. Vio el teléfono y pensó en llamarles, en llamar a alguien, a cualquiera. Al descolgar, no daba señal. Suspiró y volvió a sentarse. Esperaría, esperaría allí. Notaba que el sueño terminaba, lo notaba. Miró con desesperación a su alrededor, intentando recordar si estaba todo en su sitio. Junto al teléfono, había un bloc de notas y un bolígrafo. Los cogió y pensó qué podía decirles. No sabía... No se le ocurría nada... Dejó que sus manos garabatearan algunas palabras. 185 ‹‹Estoy bien. Os quiero.›› Posiblemente, con eso bastaría. El sueño terminaba. Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Por qué no podía quedarse allí?, no quería marcharse... ¿Por qué...? Dos fuertes golpes la sorprendieron. Se levantó de un salto, venían de su habitación. Caminó hasta allí con el corazón en un puño. Otros dos golpes más retumbaron. ¿Quién...?, ¿qué...? Abrió la puerta con cuidado, pero en el interior no había nadie. Entonces porque... recordó que Su cuarto se desvaneció. 186 tenía que levantarse Estaba de nuevo en un habitáculo minúsculo. La luz entraba de un ventanuco sobre ella. Y alguien llamaba a la puerta de muy mal humor. ―Voy, voy... Se puso en pie, arrastrándose figurativamente hacia allí. La chica de las comidas estaba allí. ―Hemos traído una ración de caruones como pidieron. Metió el carrito del desayuno, sacó el de la comida y se marchó. Melia sonrió encantada y cogió los caruones. Ella no los había pedido, así que imaginó que lo habría hecho su compañero. Se volvió hacia su cama, con la intención de agradecérselo si estaba despierto, pero no había nadie. Tardó un momento en entenderlo. La cama estaba perfectamente hecha, incluso una vela que ella había dejado sin darse cuenta sobre una almohada el día anterior permanecía allí. UrsHadiic no había vuelto aquella noche. 187 Por un momento, se imaginó a los guardaespaldas reduciéndole aprovechando que estaba borracho y arrojándole a un pozo. Luego recordó a las dos princesas que se presentaron junto a ellos la noche anterior y supuso que en realidad estaría en un sitio más entretenido. Se sintió molesta, pero decidió encogerse de hombros y aprovechar que no estaba para desayunar tirada en la cama grande y mirar por el ventanal. Su amo llegó al menos una hora más tarde, con no muy buena cara. ―Melia... toma esta nota y llévala a las cocinas, ayer no me eché ungüento y las heridas me están matando. ―Vale. Le arrancó la nota de entre los dedos, con más mal humor del que creía sentir y, sin intercambiar más palabras, bajó a la zona inferior y buscó la cocina. Volvió un rato después con el ungüento, pero el daimión se había quedado dormido cabeza abajo sobre la cama. 188 Barajó la posibilidad de tirarle el ungüento caliente por la cabeza, pero recordó que aún le quedaba un poco de sentido común. ―UrsHadiic... UrsHadiic... Te traigo tu potingue para la espalda... Se incorporó con cierto esfuerzo, se quitó la camisa y volvió a dejarse caer en la cama. ―Pónmelo―dijo. Melia obedeció de mala gana... descubrió que estaba empezando a sentirse por primera vez como una auténtica sirvienta. Se le encogió un poco el corazón ante la idea. Iba a tener que acostumbrarse a cosas como aquellas, ¿verdad? Las fiestas en honor a la batalla duraron casi una semana, pero en la gran ciudad de Glauco siempre estaban de celebración en algún lugar. UrsHadiic acudía a todas y cada una de las cenas, banquetes y celebraciones que le dejaran entrar. Y aunque una noche no hubiera podido encontrar fiesta alguna, 189 siempre quedaban otros lugares menos distinguidos donde entretenerse hasta altas horas. Pocas veces volvía pronto a la habitación y muchas no volvía hasta por la mañana, gimoteando por su dolor de espalda. Ella intentaba librarse de acudir a las celebraciones tanto como podía, UrsHadiic no era difícil de convencer, en el peor de los casos se exponía a un par de palabras ariscas. Por lo demás, los días pasaban tranquilos para Melia, le sorprendió descubrir que disfrutaba de la vida en la pintoresca ciudad, sobre todo en el mercado. Aunque apenas se atrevía a salir de allí y las amplias avenidas que rodeaban en espiral la urbe, por miedo a perderse, pero aún así tenía más que de sobra para explorar. UrsHadiic no solía ir con ella, los daimiones podían sobrevivir durante mucho tiempo sin comer, ni beber, ni dormir... pero eso no quería decir que evitaran hacerlo, más bien al contrario. Si UrsHadiic era un buen ejemplo del resto de sus congéneres, solo las alfombras podían pasar más tiempo tumbadas que un daimión. 190 Un día Melia llegó lo más lejos que había ido nunca fuera del mercado. Estaba subida al tejado de un edificio, junto a una carretera principal, a sus pies se levantaba una de las puertas de salida de la ciudad, y más allá pudo ver campo abierto y bosque. Sus pulseras la señalaban como esclava, pero aparte de eso no había nada más que la impidiera escaparse de allí. No quería hacerlo, sin embargo, había aún demasiadas cosas que no entendía y estaba contenta con UrsHadiic. No es que no quisiera volver a su hogar, es que no sabía, la incertidumbre la asustaba. Pensó que por el momento no tenía prisa, estaba bien allí, no tenía razón alguna para apurarse, ¿verdad? Sus emociones eran un amasijo retorcido de dudas que la confundían. Decidió que prefería su situación tal como estaba, creía que era lo más prudente. No muchos días después, su compañero vino temprano a dormir y estaba tan despierto a la mañana siguiente que fue a abrir al carrito del desayuno sin protestar. 191 ―¿Ocurre algo?―preguntó Melia muy extrañada, había quedado a medio camino de la puerta y aún no podía creer sus ojos. ―¿A qué te refieres? ―Te noto madrugador. ―Tengo que planear cosas hoy. ―¿Planear? ―Posiblemente nos vayamos mañana. ―Mañana... ¿ha ocurrido algo? ―No, pero no voy a quedarme a esperar que ellos den el primer golpe. ―¿Quiénes son ellos? ―Todos los que no me quieren aquí, conoces a uno. ―¿En serio es tan malo como dices? ―No estaría seguro de cuan malo puede ser hasta que se decidan a actuar. Tengo unas cuantas personas poderosas e influyentes que no me quieren aquí y una gran mayoría a las que no gusto de cualquier forma, y les importará tres pimientos lo que me pase. Lo mires 192 como lo mires, me acabarán echando... o algo peor. Prefiero irme cuando aún tengo todas las puertas abiertas, comida y dinero bien guardado. ―¿Y tus princesas no te echarían de menos? UrsHadiic hizo un extraño gesto con la cabeza. ―No, no te creas... Melia no pudo evitar que se le escapara una risilla malévola. ―Muy bien, ¿qué tengo que hacer? ―Primero iremos al mercado a por provisiones, luego las guardaremos y dejaremos todo preparado para mañana. Terminaron de desayunar y bajaron hasta el alegre bullicio del mercado, que estaba más animado que nunca. Iba a echarlo de menos, esperaba volver a ver más ciudades en el futuro, con más mercados como aquel. Compraron mucha comida, pero UrsHadiic se detuvo varias veces delante de puestos de joyas. 193 ―¿Qué haces?―le preguntó mientras miraba unos adornos para el pelo. ―Gastar dinero... ¿te gusta ese? Era una horquilla con una flor roja de cristal rodeada de finas filigranas de oro a modo de hojas. ―Es muy bonito―reconoció. Llamó al vendedor y le señaló la pieza, el hombre la cogió y se la entregó. ―¿De verdad vas a comprarlo?, dijiste que el oro es muy caro. ―Precisamente, tengo que aprovechar para gastar, no me voy a poder llevar todo lo que quiero... Toma, es para ti. Abrió mucho los ojos. ―¿En serio? ―Sí, póntelo... ―Bien... gracias... ¿Qué tal? ―Igual deberíamos comprar sandalias nuevas, creo que las vamos a necesitar. 194 Melia suspiró. ¿De verdad no podía haber dicho nada bonito? ¿La amabilidad daba urticaria a los daimiones? De vuelta a la habitación intentó mirarse en el espejo de metal de la pared (y que al principio no tenía ni la más remota idea de para qué servía, por lo visto aún no sabían usar el cristal para hacer espejos). Le quedaba bastante bien, de hecho, se encontró bastante guapa en general. Había cogido un bonito color en la cara y su pelo se veía un poco más rojizo y brillante que de costumbre. Aquella noche, UrsHadiic insistió en salir, aunque a ella no le apetecía nada y no entendía que quisiera ir de fiesta cuando al día siguiente iban a marcharse. Consiguió convencerla porque aseguró que el sitio sería diferente, con poca gente, sin chistes guarros y que volverían pronto, de todas formas. Melia se arregló y estudió maneras de colocarse la horquilla. Igual no era tan mala idea un paseo de noche. Al salir fuera de la habitación, se dio cuenta que faltaban los guardaespaldas. 195 ―Me han terminado por aburrir―explicó UrsHadiic con desinterés―, ¿nos vamos? Le estaba tendiendo el brazo, Melia lo miró un poco confundida, pero se acabó sujetando a él. Caminaron entre oscuros pasillos, iluminados solo por dispersas antorchas. Entre los resquicios de los hogares podía ver que era noche cerrada, una noche azul, con una gran Luna Llena en el cielo. El viento era fresco y se colaba, haciendo curiosos sonidos, entre las extrañas callejuelas y puertas de aquella peculiar ciudad. Apenas se cruzaron con nadie, oía nada más que sus pasos y el viento. Resultaba algo inquietante, contando la cantidad de viviendas que había a su alrededor, lo enorme del silencio y la oscuridad. ―¿Seguro que vamos a una fiesta?―tenía la impresión de estar dando vueltas. ―Sí, te llevo al corazón de Glauco. No le respondió nada. No sabía qué decir de todas formas. Encontraba todo aquello inusual, pero no la preocupaba. Se dio cuenta, no demasiado sorprendida, que confiaba en UrsHadiic pese a todo, 196 si él decía que iban al corazón de la ciudad, sería verdad. Significara eso lo que significase. Poco después, comenzó a oír unos tintineos. Intentó localizar su origen, venía de más adelante. Les acompañaron algunas voces. Vio un arco con plantas trepadoras de flores pálidas a la luz de la Luna. Dos niñas estaban paradas bajo los pilares, riendo y mirándose entre sí. Cada vez que alguien entraba, agitaban unas ramas de árbol en las que brillaban pequeños cristales y objetos metálicos, provocando aquel suave tintineo. ―¿No hay que entrar por ahí? ―No, eso es para la gente vulgar... ―Ya veo, no es para ti entonces. ―En absoluto. Llegaron a un patio abierto, donde sonaba música de flauta acompañada a un pequeño instrumento de cuerda. Era una balconada semicircular, con plantas colgando hacia abajo en los bordes. Estaba iluminada principalmente por la luz lunar, aunque flotaba desde 197 el piso inferior el resplandor anaranjado de las antorchas. Alrededor de la balconada, en el suelo, reposaban alfombras extendidas, con pequeñas fuentes de varios pisos de comida sobre ellas. Había personas sentadas allí, charlando y observando con cierto desinterés lo que ocurría en la zona inferior. Melia se dio cuenta que la mayoría eran parejas. Miró a UrsHadiic por el rabillo del ojo. ¿En qué estaba pensando? Se sentaron en una de las alfombras. Desde aquel lugar podían ver parte del piso inferior: pegada a una alta pared de piedra, que se alzaba por encima de sus propias cabezas, había una suerte de piscina circular sin agua, con mosaicos de peces y otras figuras acuáticas que no pudo reconocer. Alrededor de aquella piscina vacía había varias mujeres, la mayoría jóvenes y cubiertas de los hombros hasta los pies con un faldón blanco, sin ningún tipo de adorno. Una de mayor edad estaba subida en un alto, al lado de la pared de roca, en un atril vio que reposaban tablas de madera. Supuso que 198 sería un libro, los había visto parecidos, aunque no tan grandes. La mujer mayor tenía un gran moño y, de vez en cuando, miraba al cielo, al libro y a la pared de roca. ―¿Quiénes son?―dijo señalando a las mujeres de blanco. ―Sacerdotisas de Daia. ―¿Qué hacen? ―Esperan. Cuando Ethlan se hundió, el tiempo atmosférico también cambió, apenas llueve, si te has dado cuenta. Sin embargo, muchos ríos siguieron fluyendo de las montañas. La gente intentó buscar su origen, los conflictos por el control del agua continúan. Nunca encontraron la fuente original, solo saben que la mayoría de los ríos provenían de la Montaña de Etimón... También dieron con rocas como esta. ―¿Qué les pasa? ―Cada tres lunas lloran. Surge agua. ―¿De verdad? 199 Melia miró con atención la pared de piedra. Estaba seca y lisa, desde allí no veía nada extraordinario, no era más que una gran pared gris, de alrededor de 15 metros, opaca y sin brillo. ―Hay gente que cree que esto es una señal de Daia, una manera de mantener a la isla con vida, porque creen que tras descubrir lo que es la muerte, volverá con nosotros más poderosa que nunca, devolverá a Ethlan al Geo y, esta vez, extenderá su generosidad por todo el mundo, para que no vuelva a haber envidias. ‹‹Pues va a tener trabajo›› pensó Melia. ―¿Tú crees eso?―preguntó. UrsHadiic la miró. ―Yo creo que me da igual. ―¿Y por qué me has traído hasta aquí? ―Siempre andas curioseando por todas partes, se me ocurrió que te gustaría verlo. Sonrió, sintiendo que se ruborizaba un poco. 200 Por la noche, los ojos de UrsHadiic podían brillar como los de un gato en cuanto reflejaban un poco de luz, resultaba un tanto lúgubre e inquietante; era imposible saber hacia donde miraban y su expresión resultaba indefinible. Sin embargo, en aquel momento tenía la cabeza inclinada hacia ella, con el pelo proyectando sombras sobre su rostro, por lo que podía ver sin reflejos sus pupilas oscuras y cálidas. Incluso cuando sonreía, y en apariencia estaba feliz, UrsHadiic pasaba la mayor parte del tiempo con la tensión gravada en la cara, como si ya fuera parte de sí mismo. Pero no en aquel momento estaba relajado, y su expresión era casi... dulce. Melia se sonrojó un poco más ante la idea. Las conversaciones a su alrededor bajaron de intensidad, la gente miraba hacia delante con interés. ―¿Ya empieza?―preguntó, rompiendo el extraño silencio entre ellos. Se inclinó hacia delante, pero no había nada diferente en la piedra. La mujer del moño seguía mirando a lo alto, al libro y a la roca, ahora con cierta preocupación. 201 ―Parece que hoy se poco―respondió UrsHadiic. está retrasando un ―¿Es normal? ―No lo sé. Continuaron esperando, las voces volvieron a subir de volumen, la gente se inquietaba. Entonces, casi tímidamente. Se dio cuenta que la roca cambiaba de color, se volvía más oscura; cuando esto quedó claro para toda la gente que aguardaba, empezaron a oírse exclamaciones de alivio. Una zona circular en lo alto de la pared se estaba oscureciendo a mayor velocidad, y en un momento, un rápido reflejo, un parpadeo brillante: el agua empezó a brotar. Cayó desde aquel alto a la piscina en el suelo, haciendo un pequeño remolino que fue creciendo a medida que el agua brotaba con más intensidad. La gente abajo soltaba vítores y se oían tintineos. Melia observaba sorprendida como manaba agua de una roca. Una parte de su cabeza le decía que 202 tenía que haber una explicación, a la otra no le importaba en absoluto. En el momento en que el agua iba a desbordarse, se abrió una compuerta y la piscina se estabilizó. ―¿Hasta cuando va a seguir manando?―preguntó. ―Hasta la próxima Luna. ―¿A dónde va ahora? ―¿Quieres verlo? ―¿Podemos? UrsHadiic sonrió, se puso en pie y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse. Bajaron unas empinadas escaleras y se encontraron en medio de un inesperado bosque en medio de la ciudad. El agua corría entre las piedras de una pequeña cuenca mientras a su alrededor la gente tocaba, cantaba, batía palmas y bailaba. Vio a las niñas de las ramitas corriendo entre los árboles, agitando los cristales brillantes la una a la otra y saltando sobre el arroyo. 203 En un momento se acercaron hasta ellos y comenzaron a dar vueltas a su alrededor, persiguiéndose la una a la otra. ―¡Lluvia viene, lluvia cae, las nubes nos cogen, los gotas nos mojan y brillan las hojas...! ―canturreaban. A Melia la cogieron desprevenida y se arrimó a UrsHadiic para dejarlas sitio. ―No muerden―dijo el daimión, divirtiéndose al ver su cara de sorpresa. ―Eso no lo sé―respondió, intentando mantener un poco la dignidad. Notó como le pasaba un brazo por la cintura y continuaron caminando en cuanto las niñas salieron a correr entre otra gente. Siguieron el curso del agua, parecía atravesar toda la ciudad hasta el pie de la colina. ―¿No la aprovechan? ―No, es agua sagrada. Tienen pozos para la ciudad y un río mayor en el área norte. Esta agua es para las plantas. 204 Melia miró a lo alto a las copas de los árboles. Podía entreverse la Luna pálida y luminosa entre las ramas, estaba segura que era más grande que la que existía en su mundo. Con el brazo que aún tenía suelto, UrsHadiic rodeó por completo su cintura y le dio un beso en un lado de la frente. Melia sintió que se ruborizaba. Le miró a los ojos y sonrió, sorprendida por lo cariñoso y amable que veía a su compañero. Le gustaba. Ella también se inclinó hacia él, buscando sus labios. UrsHadiic se mostró un poco tímido, al principio, incluso hizo amago de soltarla, lo que dejó perpleja a Melia, pero pronto desaparecieron las inquietudes y continuaron besándose. El abrazo del daimión era muy suave, como si estuviera intentando dejar espacio entre ellos o tuviera miedo de que se fuera a romper. Ella le pasó los brazos por el cuello, intentando acercarle más. Se sentía muy feliz en aquel momento, como si hubiera encontrado en UrsHadiic algo que ni siquiera se daba cuenta había estado buscando. Podían haber 205 muchas cosas malas en el daimión, pero en aquel instante no importaban ninguna. Melia hubiera pasado la noche allí, en el bosque con la Luna Llena y abrazada a su compañero, pero éste se apartó un poco. Le miró con incertidumbre, preocupada. ―¿Quieres que volvamos a la habitación?— preguntó él, en un susurro. Sus ojos seguían siendo cálidos e hipnóticos. Aliviada porque el momento aún no había terminado, sonrió. ―Sí, vamos…―respondió. Se cogieron de la mano y, casi corriendo, volvieron a la ciudad. Retornaron por aquellos pasillos vacíos, por donde el viento soplaba y solo unas pocas antorchas iluminaban una noche de cielo azul. Melia sentía un hormigueo en el estómago y esperaba que aquella noche cambiara las cosas con UrsHadiic para mejor, sin embargo, a medida que se aproximaban a su habitación, el daimión comenzó a avanzar más despacio, las marcas tensas de su rostro 206 reaparecieron y, cuando estaban a pocos metros de la puerta, andaba con tal lentitud que Melia le tenía que tirar del brazo. ―¿Ocurre algo? Su compañero no respondió. Sacó las llaves de la puerta de entre su ropa, le temblaba la mano y, cuando iba a abrirla, la cerró de nuevo de golpe. La joven estaba desconcertada. ―¿UrsHadiic... qué...? El daimión tenía la frente apoyada en el marco de la puerta y el gesto de su cara contraído. ―¿Te pasa algo?, ¿te duele la espalda...? Fue a pasarle un brazo por los hombros, pero se apartó de ella de golpe. ―¡No me toques!―siseó. Melia saltó hacia atrás, pálida por la sorpresa. No pudo decir nada. Hacía tiempo que no había visto al daimión así, desde que era prisionero de Áncula, al menos. 207 Entonces se dio la vuelta y se alejó de ella con paso firme. ―¿UrsHadiic?―llamó. No hubo respuesta, ni siquiera caminó más despacio. Abrió la boca para llamarle otra vez, pero se dio cuenta que iba a ser completamente inútil. Si no contestó la primera vez no iba a contestar nunca. Cogió aire y dejó escapar un largo suspiro que acabó en un patético gemido. ¿Qué había pasado?, ¿qué había hecho?, ¿había hecho algo mal? Miró la puerta, la llave seguía en la cerradura, pero no se atrevió a abrir. Volvió a mirar en la dirección por la que UrsHadiic se había marchado, casi esperando que apareciera de nuevo. No lo hacía. Se sentó en el suelo, llorando y aguardando. Quería que volviera, quería que por una vez le explicara lo que le pasaba por la cabeza. Pasó el tiempo, no supo cuanto, sus propios cabeceos al quedarse dormida la despertaron. 208 Se puso en pie, dándose cuenta que el daimión no iba a volver aquella noche. Abrió la puerta de la habitación con lentitud, yendo después derecha a su habitáculo, evitando mirar la cama grande, completamente iluminada por la Luna. Una vez allí se cambió, se metió en la cama y decidió que iba a dormir estupendamente. No iba a pensar más en aquel imbécil. Era una absoluta perdida de tiempo. Por no hablar de una irresponsabilidad, ¿en qué estaría pensando?, acostarse con un cretino como aquel. No podía dejar que su cabeza se enredara en estupideces como aquella, tenía que centrarse en encontrar la manera de volver a su casa. Le aguantaba porque la mantenía mientras ella buscaba una opción mejor a aquella situación, en cuanto se distrajera se fugaría tan rápido que no podría encontrarla ni aunque echara a volar. 209 Era un imbécil y posiblemente peligroso. Seguro que los daimiones no se habían ganado mala fama en toda aquella isla por nada. Había sido una mala idea desde el principio, era un capullo y jamás se había molestado en disimularlo. Mucho mejor así. Que le jodan. Al volver la cabeza en la almohada, sintió que algo se le clavaba. Lo cogió y se dio cuenta que era la horquilla con la flor de cristal rojo. La dejó sobre la mesilla y notó como los ojos volvían a llenársele de lágrimas. Intentó esconderlas entre las sábanas. ‹‹Me quiero ir de aquí... me quiero ir de aquí...›› 210 Capítulo 9 Libre A la mañana siguiente, se juró a sí misma que no iba a dejarle ver lo mucho que su abandono la había afectado. No sabía si mostrarse enfadada o intentar hablar sinceramente con él, preveía que lo último era una pérdida de tiempo y la razón por la que confiar en él había sido una mala idea para empezar. Desayunó y repasó el equipaje varias veces. Tardaba. El día anterior parecía que tenía mucha prisa por desaparecer y aquella mañana decidía retrasarse. Se sentó en la mesa. Abrió el tomo con el dibujo de la isla, intentando estudiarlo, pero era demasiado caótico, no conseguía encontrar nada. Tras mucho buscar, dio con Glauco, un punto minúsculo. Aquello 211 no le dio buenas vibraciones, creía que Glauco sería una ciudad más importante. Era casi medio día cuando UrsHadiic apareció. Entró en silencio y echó una mirada de arriba a abajo a la habitación. ―¿Necesitas la medicina para la espalda?―le preguntó. El daimión continuó mirando a su alrededor, sin contestar. ―¿Has guardado todas las cosas? ―Sí... ―Muy bien, cógelas, nos vamos. Melia frunció el ceño. ―Te he preguntado si necesitas... ―Te he oído y te diré lo que necesite cuando lo necesite. Ahora coge las cosas. Se lo había jurado así misma. Pero que la aspen si no le iba a costar un mundo contenerse. ―UrsHadiic... ¿he hecho algo mal? 212 El daimión apenas volvió la cabeza para mirarla. ―¿Aparte de molestar y hacer preguntas ridículas? Muy bien. Se acabó el intento de dialogar, abandonaba cualquier esperanza de encontrar algo de decencia en aquel tipo. Obedeció y empezó a recoger su equipaje; unas mantas enrolladas con ropa y algunos artefactos más, que llevaba sujetos a la espalda como una mochila, y un zurrón donde guardaba el resto de sus pertenencias. Tomó aire con fuerza, intentando aliviar un poco el horrible escozor que sentía en la garganta. A continuación esperó más órdenes de UrsHadiic. Éste también había terminado de coger sus cosas y se dirigió al ventanal frente a su cama, se paró y le hizo un gesto de impaciencia. ¿Iban a salir por allí? Vio cómo abría la puerta de cristal y saltaba al piso inferior. Apenas había metro y medio, Melia saltó también. A continuación se escurrieron entre un montón de callejuelas. 213 Acabó reuniendo valor para preguntarle qué planes tenía, él contestó que buscaba salir por una zona apartada, para que no les vieran. Habían estado en aquel lugar algo más de un mes, le había parecido más tiempo. De alguna manera, echaría de menos aquella ciudad... Al atardecer consiguieron atravesar los últimos muros de Glauco. Fue el primer atardecer rojizo que presenció en la Isla, oyó a algunas personas a su alrededor comentar con excitación que era posible que lloviera. Aquella luz arrancaba reflejos sonrosados de las casas blancas de la ciudad y esa fue la última imagen que tuvo de ella. ―¿Qué vamos a hacer ahora?―preguntó a su compañero. ―Continuar con mi vida―fue la respuesta, el tono no dejaba lugar a dudas que no iba a decir nada más. Tampoco es que Melia se hubiera atrevido a preguntar. No le gustaba aquel UrsHadiic. 214 Tampoco se atrevía a decirlo. Los primeros días viajaron casi en completo silencio, a lo justo se entendían para llevar los asuntos cotidianos sin muchos tropiezos. Melia caminaba intentando retener todo lo que veía y hacían, convencida ya de que tenía que dejar a su compañero costara lo que costase. Sin embargo, tuvo muchas oportunidades que no aprovechó. Intentaba convencerse que aún tenía que aprender más, reconocer los lugares por dónde se movía, dónde podría esconderse y de qué vivir, una vez huyera. Aunque, en el fondo, temía que lo único que estaba haciendo era depender más de él y acostumbrarse a aquella vida triste y rota. Tal como había dicho, UrsHadiic volvió a su antigua vida, aún llevaba consigo bastante dinero, pero prefirió ponerse a trabajar antes de gastarlo. Descubrió que era, poco más o menos, un matón a sueldo, Melia no estaba segura si llegó a matar realmente a ninguno de sus encargos, pero lo que oía le ponía la carne de gallina. 215 Fuera de la oligarquía de las ciudades, los pequeños pueblos muy dispersos estaban gobernados en su mayoría por retorcidos mafiosos y caciques, tiranos en miniatura que imponían su voluntad a la fuerza si era necesario, sabiendo que los oficiales de las grandes ciudades estaban demasiado ocupados en sus propias batallas para prestarles la menor atención. UrsHadiic se encargaba de hacer de chico de los recados a un módico precio, llevando mensajes a avisperos de criminales que un ser humano con aprecio por su vida no se atrevería a pisar. Amenazando, destruyendo y rompiendo huesos de vez en cuando. Tenía una lista de clientes y víctimas habituales por la que se movía constantemente, el único lado que Melia podía llamar bueno era que nunca se quedaba demasiado en un mismo sitio, pasaban más tiempo viajando que metidos directamente en el ‹‹negocio››. Tenía la impresión de que UrsHadiic intentaba mantener aquellos trapicheos medianamente ocultos de ella. Nunca la llevaba consigo a ver a un cliente o 216 a un trabajo, la dejaba sola en un pueblo cercano y, entre uno y tres días después, regresaba y se ponían de nuevo en marcha. El daimión pocas veces mencionaba lo que ocurría, pero Melia no encontraba demasiados problemas para descubrirlo; se movían entre pueblos pequeños donde los chismes y sucesos eran la principal fuente de distracción, así que si alguien recibía una paliza o se encontraba su casa en llamas, la noticia circulaba más rápido que la pólvora. Guardaba toda aquella información en su cabeza, acumulando rabia y frustración. Varias semanas después de dejar Glaucos, aún no sabía cómo volver a plantarse a su compañero, la asustaba de un modo que era difícil de explicar. Un día, sin embargo, no pudo contenerse. Intentaban hacer un hueco en el bosque para pasar la noche, estaba muy cansada y hacía frío. ―¿Sabes que tenía una niña pequeña? ―¿Quién? ―El infeliz al que has roto un brazo. ―¿Cómo sabes eso? 217 ―Tengo espías, a ti que más te da. ¿Cómo va a cuidar ahora de la niña? ―Me da igual. ―¡Oh, por supuesto! Continuaron en silencio hasta encender una hoguera y poner carne a calentar. Preparaba carne casi todos los días, ella empezaba a estar harta. Prefería comer más puré de no-patatas antes que tener que roer otra vez aquella suela dura que nunca se hacía por dentro. ―Cuando el tipo se quede sin brazos, supongo que se los podrás romper a la niña también. ―La niña no debe dinero que yo sepa, su madre puede abandonar a ese inútil cuando le de la gana, por aquí hay muchos hombres con dinero que estarían encantados de tener hijos, aunque no sean propios. ―Claro, como si fuera tan fácil. ―Yo no veo el problema. ―Porque eres un monstruo. 218 ―Sí, ya lo sé. Buenas noches. UrsHadiic apenas se inmutó al decirlo, pero Melia estaba temblando de rabia. ―¿Por qué haces esto? ―Intento dormir, deja de molestar. ―Te comportas como un crío. ―Duérmete, o te amordazaré y te ataré a un árbol. Melia bufó y se echó sobre las mantas. Estaba enfadada y dolida, y algo preocupada por la amenaza, pero no iba a discutir más, sabía que no iría a ninguna parte. Aquella noche tuvo otro sueño. Era en un bosque, verde, de árboles altos y con mucha luz. Estaba segura que ya lo había visto antes. Se movió despacio entre los helechos y se encontró frente a frente con un niño. ―Hola, chiquitín. 219 El niño era delgado, pálido de piel y pelo moreno. Tenía cejas finas y juntas, y una sonrisa muy pícara, como si acabara de hacer alguna fechoría, o estuviera a punto. Sin decir nada, el niño echó a correr delante de ella. Melia le miró extrañada, el niño se dio la vuelta, esperándola. Comenzó a andar y el niño echó a correr de nuevo. ―Oh, es eso, quieres jugar a coger. Muy bien. Empezó a perseguirle por todo el bosque, el niño era muy rápido, pero le dejaba ventaja para que le alcanzara un poco, antes de seguir corriendo. Vio cómo se metía entre algunos arbustos y, en vez de correr hacia allí, rodeó todo el matorral, sorprendiendo a la criatura que no la esperaba por aquel lado. Fue un sueño divertido. Se sintió muy feliz. Agotada, decidió sentarse un momento junto a un pequeño arroyo. El niño vino a sentarse con ella. ―Mamá casi lo mata. 220 Melia parpadeó, era la primera vez que abría la boca. ―Pero no te preocupes, no dijo nada―continuó, medio guiñándole un ojo (no lo guiñaba bien). ―¿Quién?―preguntó Melia. ―Ju, adivina... Dice que saldrá a buscarte. Viene a llorarme todos los días, como si a mí me importara. Espero que se largue pronto. No entendía de qué hablaba. ¿Conocía a aquel niño de algo? El sueño empezó a desdibujarse. ―Tengo que irme, chiquitín. ―Ah... nos veremos otra vez, ¿no? Intentó sonreír. ―Espero que sí. Calculó que, cuando la dejaba en un pueblo, el margen de tiempo que tenía para poderse escapar era bastante alto, normalmente no aparecía hasta el día siguiente. 221 Lo único que necesitaba era decidirse a hacerlo. ¿De verdad UrsHadiic no se había planteado en ningún momento que intentaría fugarse? ¿Creería que realmente prefería aguantarle antes que salir fuera? ¿...tan terrible podía ser aquel mundo? Al día siguiente volvió a abandonarla para hacer lo que tuviera que hacer aquella tarde. Ni siquiera estaban en un pueblo, era una triste posada junto a un camino. Melia se sentó pesadamente en la cama de la habitación, intentando no pensar en qué consistiría el nuevo trabajo de su compañero. Al menos no había matado a nadie, aún. Tenía un fortísimo dolor de cabeza por la discusión del día anterior, se había jurado no llorar nunca por culpa de aquella bestia, pero sentía que la cabeza le iba a estallar. Vio la bolsa de viaje de UrsHadiic sobre una silla. Siempre la dejaba atrás, así tenía las manos libres, el muy animal. 222 También era donde guardaba gran parte de su dinero. Entonces se dio cuenta... Aquel era un buen momento. Saltó hacia la silla y cogió una gran cantidad, no estaba segura de si debía coger más, siempre le había puesto nerviosa llevar mucho dinero encima, pero aquello era una emergencia, podía necesitarlo si no encontraba una manera de ganarse la vida. También pensó en lo furioso que se iba a poner cuando viera que había desaparecido. El único momento en el que le había conocido feliz fue cuando consiguió aquel botín. Si escapaba, iba a tener que asegurarse bien que no la encontraría nunca. Sabía que ‹‹nunca›› en ese mundo era un término muy flexible, pero no tenía idea de cuánto. Salió de la posada evitando ser vista y comenzó a andar, con decisión, pero con disimulado desinterés. No cogió el camino por el que habían llegado ni por el que se había ido, tomó uno diferente y, en 223 cuanto vio otra bifurcación, eligió la carretera que más creía se alejaba de la posada. Huyó a paso vivo hasta que se hizo de noche y ya no podía ver nada. Como aquel no era un inconveniente para UrsHadiic, decidió esconderse entre unos arbustos y descansar. Fue una noche horrible. Todas las razones por las que aquello había podido ser una mala idea vinieron a rodear, asaltar y hundir su serenidad y sentido común. Estuvo muy cerca de salir de allí y echar a correr de vuelta a la posada, esperando que UrsHadiic no hubiera regresado todavía. Durante lo poco que consiguió dormir no tuvo más que visiones de monstruosos daimiones, enfadados y terroríficos, que hundían su cabeza entre los arbustos, intentando cazarla. La despertó un estrépito de alas y estuvo a punto de darle un infarto. 224 Al pobre gorrión que se posó junto a su cabeza también. Voló a hasta una rama más alta sobre ella, trinando por la desconsideración. Melia intentó volver a respirar con normalidad. No era más que un gorrioncito gordo y enfadado, no pasaba nada. Salió a rastras de su escondrijo y continuó andando. No tenía ni idea de adónde iba, solo andaba. Sin proponérselo se fue internando más hacia el interior norte de la Isla. El norte pertenecía principalmente a los ánforos y el sur a los Ánax, en medio estaba la gran montaña de Entión y era el territorio de los daimiones, según entendía. No tenía intención de viajar hasta Ánax, aún, consideraba que era un viaje peligroso y no sabía lo que se encontraría al llegar. Cuando hallaba algún pueblo en su camino, dejaba caer el nombre de Glauco para ver la reacción de la gente. Menos de dos semanas después de su partida, la mayoría de la gente a lo justo reconocía el nombre, pero no podría situarlo en un mapa. Estaba 225 alejándose a gran velocidad y no había visto ni la sombra de UrsHadiic. Se sentía animada. Pero pasada aquella primera preocupación, no tardó en encontrarse con otras. Había intentado viajar con discreción, pero manteniéndose todo lo segura que consideraba conveniente, lo cual incluía posadas que disminuían muy rápidamente el dinero que llevaba. Tenía problemas para dormir sola al aire libre, le aterrorizaba que pudieran seguirla y asaltarla. Continuó buscando información sobre los aonios y la goeteia con la esperanza de regresar a casa, las gentes de los pueblos se mostraban muy ignorantes respecto a Ethlan, Geo, los Lagos y cualquier otro tema similar. Decidió que lo mejor sería indagar en las ciudades. La primera que encontró no era ni la mitad de grande que Glauco. Poseía una especie de biblioteca y santuario, donde esperaba que pudieran ayudarla, pero no tuvo demasiada suerte; todo lo que le contaban eran cosas que ya sabía. Empezaron a mirarla mal cuando insistió que le explicaran cómo 226 funcionaba la goeteia, para los ánforos, aquello era ciencia tabú del enemigo, sus cuestiones la hacían parecer sospechosa. Salió de allí casi huyendo, decidida a buscar otra ciudad sobre cuya biblioteca había oído interesantes opiniones, pero estaba muy lejos, no supo administrar bien el dinero que le quedaba y el tiempo que le costaría alcanzarla, se estaba quedando sin nada. Dormir al fresco fue una necesidad, comenzó a darse cuenta que su ropa también estaba camino de desintegrarse, pero no más que sus sandalias. Llegó a un pueblo bauro, no había visto criaturas como aquellas desde Oijme. Los ánforos no las usaban para trabajar, había aprendido que, en una especie de maniobra política, decidieron que era inmoral usar seres relativamente inteligentes y sensibles como bestias de carga. La maniobra era más bien propaganda, ya que los bauros eran un lujo superficial cuando podían comprar tres esclavos por el mismo precio, solo querían que los anaxes aparecieran como gentes sin moral por hacerlo. En Ánax no tenían esclavos por razones parecidas. 227 El asentamiento bauro estaba compuesto de casas endebles hechas con maderas y arbustos de la zona. Los bauros se movían por regiones apartadas, eran nómadas. Se acercó con precaución, sin saber qué esperar, las criaturas la miraron un momento y luego la ignoraron. Intentó comunicarse con algunos, quería comida, vio que no reaccionaban ante el dinero, pero sí ante algo de ropa, consiguió fruta seca a cambio de su manta. En Ethlan solo hacía frío por la noche en zonas altas y rara vez llovía, así que decidió que no le hacía falta. Continuó con su camino de destino incierto, aquella fruta fue lo único que pudo comer en mucho tiempo. Se encontró en medio de un área de un vacío absoluto, marcas como heridas abiertas en la tierra suelta y árida señalaban lo que fueron tocones de árboles y los límites de campos de cultivos, pero nada más. En algunas partes asomaban brotes tiernos de alguna especie aún indistinguible de vegetal, brotes tímidos, débiles y que no le servían ni para acallar el hambre. Tardó varios días en cruzar el duro páramo y, más aún, en ver gente. 228 Las primeras personas con las que se encontró vivían en condiciones muy pobres y se mostraron hostiles con ella en cuanto apareció; asustada, se alejó de ellas todo lo rápidamente que pudo. Tenía hambre y tampoco le quedaba agua, no pudo dormir bien, lloró sin razón clara, aparte del insoportable dolor que notaba en su estómago, de lo perdida que estaba y del miedo que se sentía. Si alguien le hubiera presentado la opción de volver con UrsHadiic en aquel momento, la hubiera aceptado sin parpadear. Siguió adelante varios días más, dio con un río, pero no comida, lo siguió sabiendo que debería haber alguna población cerca de sus orillas. Aparte de un poco de dinero, aún guardaba sus brazaletes y la horquilla. Tenía una buena idea de cuánto podían pagarla por ello, pero el miedo de venderlos y que le preguntaran de dónde los había sacado había evitado que lo hiciera hasta entonces. Una mañana, se encontró una joven esclava con un burro cargado de queso y sacos de lo que parecía harina. La detuvo y le pidió que le intercambiara algo 229 de queso y harina a cambio de sus brazaletes. La esclava no parecía muy convencida, aquella mercancía era de sus amos y la llevaba a vender. ―Perfecto entonces―insistió Melia―, puedes vender los brazaletes al mismo tiempo, valen más que todo lo que te pido, tendrás dinero de sobra cuando vuelvas con tus amos. ―¿Son buenos de verdad? ―Completamente. Dejó que tocara uno, la esclava no iba a escaparse con ellos con un burro cargado. La cogería, la molería a palos y encima se quedaría con la comida. Empezaba a sentirse un poco desesperada. ―¿Y por qué no los vendes tú en el pueblo, entonces?―preguntó, inquisitiva. ―No me coge de camino, tengo que estar en... Bis (Bis era un nombre de pueblo ridículamente común), pronto, pero no tengo para comer. ―¿Y de dónde has sacado esos brazaletes si no tienes para comer? 230 ―Eran de mi esclava, tuve que venderla, primero a ella, y luego los brazaletes... ―Ajá...―la lentamente. chica lo estaba pensando muy A Melia le dolía el estómago, casi no podía mantenerse quieta de pie. ―Está bien, trato hecho. Hubiera saltado de la alegría. Metió todo lo que pudo en su zurrón que, por primera vez en mucho tiempo, volvía a estar lleno. El resto se lo cargó a la espalda y, con el ánimo más ligero gracias al nuevo peso, decidió ponerse en marcha. La esclava le llamó: ―Yo que tú me bajaría más las mangas, aún se te ven las marcas. Melia miró sus brazos, no se había dado cuenta, pero era cierto, el dorso de su mano era de diferente color que su muñeca. ―Oh... gracias...―dijo avergonzada. La esclava continuó con su camino y ella con el suyo. 231 Cuando llegó a la ciudad descansó en una posada, se bañó, se compró sandalias, ropa nueva y un impresionante set de agujas que incluía una enorme para el cuero. Salía más barato arreglarse ella misma sus cosas en la marcha que comprarse nuevas, y la gente la miraba mal cuanto peor iba vestida. El problema fue que se quedó definitivamente sin dinero. Bueno, no del todo. Escondida en el hueco entre su camisa y el pañuelo de la cintura, llevaba bien guardada la horquilla con la rosa de cristal rojo. No era capaz de deshacerse de ella, casi se veía antes robando que vendiéndola. Se sentía muy tonta teniendo tanto apego a aquel objeto, pero tenía la impresión que si se deshacía de ella se acabaría todo. Habría dado con el punto final, ya no le quedarían recursos y, consiguiera lo que consiguiera por ella, acabaría pronto en la miseria de nuevo. No, buscaría un trabajo, no pasaría nada por detenerse unos meses y ahorrar algo antes de partir de nuevo, ¿verdad? Buscó por toda la ciudad y en todos los rincones, pero no había nada para ella. No conocía ningún 232 oficio, ni era naturalmente habilidosa, la gente en aquel mundo estancado en el tiempo llevaba décadas dedicándose a su profesión, los que no sabían hacer nada eran rarezas y nadie se ofrecía a entrenarlos gratis. Muchos le sugirieron trabajos interesantes si se vendía como esclava, pero Melia los rechazó. No entendía a aquella gente, probablemente porque no era de allí no alcanzaba a comprender cómo podían ofrecerse voluntariamente a la esclavitud. En teoría se daba cuenta que tenía cierta lógica; cuando alguien pasaba por una mala etapa y quedaba en la ruina, ser un esclavo le daba derecho a comida y refugio, si la persona tenía suerte, era inteligente y contaba con un amo decente, en cincuenta años podría volver a ganarse su libertad. Era un tiempo ridículo si consideraba que muchos habitantes de la Isla habían vivido más de dos mil años. Sin embargo, a Melia los números le daban vértigo. Ella no quería esperar medio siglo, ella quería volver a casa ya. Aprovechó la estancia en la ciudad para recabar información, no le dijeron nada nuevo sobre la 233 goeteia y los Lagos que no supiera, para variar, pero planeó mejor lo que haría a continuación; no quería volver a pasar más días perdida en medio de la nada, sin dormir y llorando por culpa del hambre. Encontró trabajo en el campo. Ayudar en la recolección, la plantación, las desbrozas de terreno... Eso sí lo podía hacer, no pedían ser hábil en nada concreto, solo lo suficientemente espabilado para trabajar rápido y no molestar a los demás. El problema con el que se encontró, bien pronto, era que el sueldo era una tomadura de pelo. A lo justo le daba para viajar con el resto de jornaleros hasta la siguiente esquina que tendrían que trabajar, apenas podía ahorrar. A aquel ritmo, los cincuenta años como esclava sonaban hasta bien. Estaba perdiendo el tiempo miserablemente allí, por no hablar de destrozando su espalda y sus manos. Un día que un encargado idiota estuvo a punto de abrasarla (a ella, y a la mitad de los jornaleros que iban con ella), al quemar unos rastrojos sin prestar ninguna atención a dónde lo hacía y por dónde soplaba el viento, decidió dejarlo. 234 Cogió su zurrón y su manta nueva, y se puso en marcha hacia la siguiente gran ciudad con la que se tropezara con la miseria de dinero que había conseguido. Ya sentía menos miedo de viajar sola. Los que deberían empezar a temblar eran los que pasaban cerca de ella por los caminos. Tenía hambre y una aguja enorme. Cuando se aburría cosía abalorios con bellotas huecas, conchas y cáscaras de frutos secos. En su antiguo hogar había visto gente que vendía cosas como aquellas, podía acabar imponiendo una moda allí. Siempre había sido una niña torpe, y no se le habían dado bien tampoco los abalorios, pero estaba muy aburrida viajando sola. Y tenía hambre. En Ethlan era difícil encontrar comida en los árboles, pero ¿cáscaras vacías? ¡Todas las que quisiera! Puso pequeños puestos en los pueblos, esperando vender algo. Como era de esperar, la mayoría de la gente se burlaba de ella, creía que vendía basura, 235 aunque consiguió resultar lo suficientemente patética como para que un par de personas la dejaran algo de dinero por pura compasión. Con insistencia vendió algunas cosas, a los niños les gustaban sus abalorios, y a los padres les salía más barato comprar joyas de mentira que de verdad. Sin embargo, había muy pocos niños en Ethlan, se encontraba en un mercado sin competencia pero con una franja de interesados claramente escasa. Necesitaba un estudio de mercado más preciso y ampliar y diversificar su oferta. O algo así. Un día colocó su puestito en un pueblo con mucha gente, había un grupo de animadores ambulantes y esperaba que hubiera también niños. En estas se acercó una jovencita muy delgada. Aparentaba ser joven, hubiera calculado que más joven que ella en su mundo (aunque Melia se había mirado hacía poco en un cristal y parecía una vieja). Era calva, o llevaba el pelo completamente rapado, también tenía unos ojos grandes y verdes que miraban todos sus cachivaches con curiosidad. 236 Se arrodilló con gracia y cogió uno, lo agitó al aire y se puso a reír al oír el ruido que hacía. ―¡Qué ingenioso! ¿Cuánto valen? ―Dos latones. ―¡Qué maravilla! ¿Crees que podrás hacer más? ―...sí. ―Estupendo, me llevo estos cuatro de momento―dejó el dinero sobre la manta―, cuando se haga de noche acércate a nuestro campamento, me gustaría hablar contigo. ―Bien, muchas gracias. Melia se guardó rápidamente el dinero. Por el aspecto extraño, había deducido que aquella chica estaba con los animadores ambulantes. Al poco de marcharse ella, se acercaron un par de tipos algo siniestros y se llevaron puestos unos pendientes para niña con flores secas pegadas. Se señalaban entre ellos y reían como colegiales. Empezó a considerar que aquello de los animadores ambulantes podía ser una mina 237 inexplorada... No pudo esperar para recoger e ir a su campamento. El asentamiento estaba en las afueras del pueblo, cerca del único río que cruzaba por allí. Eran cinco carromatos, un grupo bastante grande. Alrededor del mismo se movían algunos perros con aspecto famélico y peligroso, Melia dio varias vueltas intentando evitarlos, hasta que un tipo muy bajito con una gran barba oscura, que cubría prácticamente toda su cara, la cogió de la mano y dijo que no se asustara, que no mordían si uno no salía corriendo. Una valiosa información. Había varias fogatas con gente a su alrededor. No tenía ni idea sobre dónde podía estar la chica de los ojos verdes, le dio su descripción al hombre de la barba, que la había acompañado hasta allí. ―Ah, Culebrilla, sí, suele estar con aquellos―señaló una fogata grande―. Eso cuando no va a visitar a su novio, entonces está con los malabaristas, allá... ―Bien, muchas gracias. 238 Primero fue a la fogata grande, se cruzó con alguna gente curiosa, incluidos los tipos de aspecto siniestro que le habían comprado los pendientes. La saludaron con mucha amabilidad. Junto al fuego había gente intentando tocar música. Paraban cada poco tiempo y se gritaban mutuamente lo inútiles que eran, para luego ponerse a tocar otra vez. La joven Culebrilla se reía y se levantó al verla. ―¡Oh, tú! ¡Qué bien que hayas venido! Acércate, escucha, te contaré lo que me pasa: soy contorsionista, se me había ocurrido un número en el que intento cruzar entre una maraña de hilos, la idea era que estuvieran atados a un montón de campanillas, pero el precio del metal está por las nubes, y al ver tus adornos se me ha ocurrido que podrían servir. Me gustaría ofrecerte un trabajo, si puedes acompañarlos un tiempo... Melia se encogió de hombros. ―Estoy segura que puedo haceros un hueco. ―¿El qué? 239 ―Me parece bien. ―¡Eeeeeeeeh!, ¡haced menos ruido vosotros! ―¡Es música! ―¡No, no lo es!―se volvió de nuevo a ella―. ¿De verdad?, ¿podríamos hacer algo así? Mañana te enseño el armazón que tengo y fijamos un precio, pero por el momento ¿qué te parecen cinco cobres? Levantó una ceja. ―No... veamos... tengo que hacer varios por encargo, dejar mi puesto, recoger el material... diez al menos y eso sin ver cómo es de grande... Culebrilla se rascó la barbilla. Era una barbilla diminuta. Empezaba a recordarle a una extraña duendecilla sin pelo. ―Diez, ¿eh?... Pero no son más que cascarones... ―Bueno, siempre puedes hacerlos tú. La chica se rió. ―Eres una dura regateadora, está bien, diez como mínimo, mañana te enseñaré el aparato. ¿Has cenado? 240 Melia sabía perfectamente que era una regateadora horrible, solo haciendo un par de cálculos se dio cuenta que si sustituía las campanillas por sus adornos, se ahorraba una cantidad bárbara de dinero. Además, la iban a dar de cenar con algo parecido a música ambiental, no podía pedir más. 241 Capítulo 10 Entre errantes El invento de Culebrilla era un armatoste inmenso, Melia se frotó las manos pensando en lo mucho que le iba a cobrar. ―Mira, estas son las cuerdas... pensaba en poner hilo, pero no sé si se ve bien desde lejos, tengo intención de usarlo en un espectáculo muy especial. ¿Conoces la Feria de las Cañadas? ―No. Culebrilla sonreía mucho, tenía una sonrisa contagiosa. ―Es una fiesta muy importante, el alcalde da un premio muy gordo al mejor contorsionista. Sutil siempre me gana, no es mejor que yo pero tiene un 242 número con cuchillos muy espectacular... la gente se fija en eso, pero yo voy a hacer que se den cuenta de lo que es auténtica habilidad con este cacharro. ―¿Cómo funciona exactamente? ―Mira... El armazón era un prisma rectangular con los bordes de madera y, atados a los mismos, una telaraña de cuerdas en diversos ángulos. Culebrilla metió su cuerpo dentro con los brazos extendidos, doblándose como si fuera de goma para poder pasar entre los estrechos huecos que dejaban las cuerdas. ―¿Lo ves?―le dijo de forma casual mientras seguía retorcida como un árbol viejo―. La idea es atravesar todo el aparato sin que suenen los ‹‹chinchines›› tuyos, que pondremos colgando de las cuerdas. ―...entiendo. ¿No sería mejor hacer agujeros para pasar las cuerdas por la madera en vez de hacer nudos? ―Sí, probablemente sea mejor idea, pero puede ser mucho trabajo... 243 ―¿Cómo haces para desmontarlo? ―¿Desmontarlo? No sé, no se me había ocurrido... Lo estoy llevando en el tejado de la carreta, Barbas me cobra bastante por eso... ―No te preocupes, por ochenta cobres yo te la hago desmontable y pongo todos los agujeros que hagan falta. ―¡Ochenta cobres! Eso es una barbaridad... ¡no puedo pagarte tanto! ―Piensa en todo lo que te ahorrarás si consigo hacer que ocupe menos. ―Te doy cuarenta, tengo que pagar tu estancia en la carreta también. ―Dijiste que Barbas te cobraba bastante... y necesitaré comprar algunas herramientas especiales... Setenta al menos. ―Maldición, no tenía que haberte dicho nada de Barbas... ―¿Sabes lo que te costarían únicamente las campanillas de metal para todo esto...? Y sin contar 244 con que hay que montarlas, hacer lo menos un centenar de agujeros y... puf... ―Está bien, sesenta cobres y en paz. Melia sonrió y le dio la mano. Estaba segura que acabarían en cincuenta, empezaba a ser buena negociadora... o Culebrilla era muy mala. ―Por cierto―continuó la contorsionista―, entre los malabaristas hay un tipo que se llama Manos Largas. No recibió ese nombre por ninguna habilidad que tenga que ver con su oficio, si sabes a lo que me refiero, es simpático, pero no dejes que se siente a menos de dos metros de ti. Lo reconocerás porque parece que a sus orejas les esté dando el viento continuamente de espaldas. ―Lo tendré en cuenta. Gracias. Melia comenzó a trabajar de inmediato, serrando por la mitad las maderas verticales antes de que los carros se pusieran en marcha. No es que tuviera ni la más remota idea de carpintería, pero ya sabía lo que quería hacer y no era complicado. Tardó una semana, entre viaje y viaje, en hacer los agujeros y que fuera fácilmente 245 desmontable. Durante las dos semanas siguientes trabajó con Culebrilla en poner los abalorios y ajustar las cuerdas donde la mujer la indicaba para que vibraran bien al roce. Unas campanillas metálicas hubieran sido más efectivas, pero Melia se encargó de buscar cáscaras y semillas que tuvieran un buen sonido, descubrió varias conchas marinas estupendas, con colores muy vivos y bonitos. A continuación, solo quedó pintarlo. Las dos charlaban a menudo y se sentían muy orgullosas del proyecto, lo terminaban de noche, junto a las hogueras, de vez en cuando Hazañón (el del nombre exagerado), novio de Culebrilla, venía a echarlas una mano, pero tenía una escasa capacidad de atención y pronto se aburría y se iba. ―Me encantará ganar el premio―reía Culebrilla―, dejaré esto una temporada y me iré a una casita junto al mar con mi novio. Será estupendo, me gustaría presentarle a mis padres, pero no creo que les guste. ―¿Por qué no? ―Oh, son de Ánax. 246 ―...¿vienes de Ánax? ―¿Eh?, sí, por aquí hay gente de todas partes. La joven movió el brazo, abarcando todo el campamento. ―¿Sabes algo de los Lagos? Culebrilla dejó de pintar, la miró y soltó una enorme carcajada. ―¿Cómo lo sabes? ―¿El qué? ―Me crié en un santuario junto a uno, estuve pensando en hacerme académica y todo, o administradora de la biblioteca, pero lo deje por esto... Fue lo mejor. ―Entonces... ¿sabes hacer goeteia? ―Oh, no, en absoluto. ―¿Conoces a alguien que haya viajado usando el Lago? ―No, para nada, lo prohibieron hace más de mil años, yo no había nacido aún, es muy peligroso tengo entendido, el agua puede hacer cosas raras a quien no 247 sabe usarla, solo se les permitía manejar las fuentes a la nobleza, pero ya no quedan nobles. ―Ajá... Siempre sonaba la misma canción para ella. Los bicronos eran un grupo muy especial de gente, incluso antes de la Caída, eran tratados como si fueran la realeza de la Isla. Imaginaba que por su habilidad con la goeteia. ―De todas formas, he oído que los daimiones sí pueden hacer goeteia, algunos aún pueden enseñar... si no te comen. ―No comen humanos. Um... prefiero no tratar con daimiones. ―También hay reliquias que pueden ayudar, pero es alto secreto, creo que no hay más que una o dos. Sé que los vejestorios del Consejo protegen una, pero nada más... ―¿Ayudar? ¿Cómo? ―A cruzar los Lagos sin explotar o cualquier otra cosa rara. ―¿De verdad? 248 ―Eso oí, ¿te interesa? ―Sí. ―Pues no sé decirte mucho más... los daimiones también tenían reliquias... ah, has dicho que nada de daimiones. Entonces no tengo ni idea, a la gente normal no les suele preocupar esas antiguallas, y menos en territorio ánforo. Siento no poder decirte más. ―Oh, es muy interesante lo que dices, me gusta saber sobre historia antigua. Gracias. Melia meditó sobre lo que acababa de oír, así que había ‹‹reliquias››... Por la manera en la que Culebrilla se había referido a ellas sonaban inaccesibles: protegidas en Ánax por su Consejo de Sabios o por daimiones; pero eran datos nuevos y esperanzadores. Seguía desconociendo demasiados detalles, las piezas aún no llegaban a encajar y había demasiadas lagunas, ¿cómo se relacionaban los anaxes, los Lagos y los daimiones en todo ese contexto...? ¿Qué era la goeteia exactamente?, ¿magia? Gerón había dicho que 249 él solo podía hacerla, pero ¿se podría aprender?, ¿haría falta para manejar las reliquias? ―¿Puedo preguntarte por qué dejaste el santuario para dedicarte a esto? ―Oh, sencillamente es lo que de verdad me apetecía hacer. Siempre he sido muy movida y hábil con la gimnasia, así que medité sobre lo que me hacía sentir más contenta y me decidí por esto. ―¿Es habitual con tu gente? ―No, en absoluto, mis padres tardaron muchísimo en superarlo, espera a que les diga que ahora tengo un novio ánforo...―se carcajeó. ―Yo nunca he tenido muy claro a qué quería dedicarme, creo que todo me daba más o menos igual, así que he ido dando tumbos. ―Lo entiendo, siempre me han dicho que hay que hacer lo que a uno le gusta, pero no es tan fácil, si me hubiera limitado a hacer lo que me gustaba posiblemente me hubiera quedado allí, en el santuario era feliz también. Pero al final siempre hay algo que te llama más… 250 Cuando terminaron el ingenio, Melia se sintió muy orgullosa de su trabajo. Lo bautizaron como La Celda de la Araña. Se inauguró en el siguiente pueblo que visitaron. Después de montarlo con mucho cuidado, Melia se sentó con el público para ver su invento. Empezó a sentir pánico escénico por su aparato, había pasado mucho tiempo trabajando en su bonita celda y, de repente, temía que las cuerdas se doblarían, las conchas no se moverían, o que fallaría toda la estructura y se vendría abajo. Culebrilla apareció, pintada de negro con motas rojas y blancas, como una peligrosa araña. Entró en el laberinto de cuerdas de La Celda con los brazos por delante, posteriormente su pelada cabeza y, al final, las piernas. Por la posición de los hilos, una vez dentro nunca llegaba a tener las dos piernas en el suelo, era toda una proeza de equilibrio, coordinación, fuerza y elasticidad. Melia se había sentado allí para ver las reacciones de la gente, pero, al final, no les hizo caso. Contemplaba a su compañera con el alma en vilo. 251 En el último movimiento, Culebrilla salía del mismo modo que entró: con los brazos. Los bajó al suelo y, apoyándose en ellos, sacó el resto del cuerpo, dando una voltereta triunfal que la dejó de cara al público. Melia aplaudió hasta que dejó de sentir las palmas de las manos. Allá a donde fueran, La Celda de la Araña se convirtió en un éxito. La gente se apelotonaba a verlas en los pueblos y personajes adinerados las invitaban para animar sus fiestas privadas. Culebrilla estaba más que segura que ganaría en el Festival. Cuando la fecha clave se aproximó y fue el momento de acudir, tuvieron que despedirse. La mayoría de las personas, incluida Melia, no iría. Solo quienes creían tener una buena oportunidad de ganar un premio o quienes habían sido invitados se tomaban la molestia, el trayecto era largo y caro desde allí hasta la Cañada, estaba cerca del Paso Este que unía la zona norte y sur de la isla alrededor de la montaña de Entión. Se sintió triste al no poder acompañarla y ver el artilugio con el que había trabajado tanto en toda su gloria. 252 Tampoco estaba segura de que volviera a ver a Culebrilla, si triunfaba (e iba a triunfar, no tenía dudas), se asentaría un tiempo con su novio. Sintió un poco de envidia, por el bonito futuro que su compañera había conseguido crear. Ella aún seguía dando tumbos. No se quedó sola, sin embargo, en el tiempo que estuvo construyendo la celda, Melia consiguió hacerse un sitio entre los artistas errantes. Barbas, el hombre que la ayudó a cruzar el enjambre de perros la primera vez que llegó, era un empresario que vivía, entre otras cosas, de alquilar y conducir sus dos carromatos a quien quisiera pagarlos. Hizo un trato con él y le dejó viajar a mitad de precio si le echaba una mano todos los días limpiando y poniendo a punto los vehículos. Ella no tenía ninguna destreza extraordinaria, como los demás viajeros, pero conseguía dinero ayudando, haciendo chapuzas y dando ideas. Consiguió una modesta fama como persona ingeniosa y original, Melia sabía que la mayoría de sus ocurrencias las había sacado de su mundo, pero necesitaba ofrecer algo útil. 253 Trabajaba, deambulaba y se mantenía ocupada. Se sentía cómoda, bienvenida y segura, no podía pedir más. Solo algunas noches la nostalgia la aguijoneaba y le hacía recordar que tenía diferentes asuntos que atender, que ella era de otro mundo, que no podía vivir siempre de aquella manera. Durante una conversación casual con Manos Largas y Brazas (una mujer inmensa que se dedicaba a romper cosas con su cabeza) sobre lo mucho que la gente la miraba mal al mencionar la goeteia, los dos asintieron, era algo raro, pero interesante. Ninguno de ellos sabía nada que pudiera ayudarla, pero contaban lo que habían oído en otros tiempos sobre los misteriosos poderes de la goeteia. Entonces, un tipo que estaba sentado de espaldas y al que no conocían mucho se volvió. ―¿Sabéis quién es Sofía la Vieja? Todos le miraron con cierta sorpresa. Era un chico más bien feo, callado, que se dedicaba principalmente a disfrazarse y hacer de monstruo. Viajaba con ellos 254 desde hacía muy poco tiempo, con una especie de circo de rarezas con el que compartían destinos. ―No... ¿Por qué? ―Es una vieja compañera, solía hablar de esas cosas, creemos que andaba un poco mal de la cabeza, hablaba de la Caída, los daimiones, la goeteia... más daimiones. Nos contaba que había llegado a ver más de cien bestias, aunque nadie la creía. También que se había bañado en un Lago. Igual por eso se volvió loca. Melia abrió los ojos con sorpresa. A veces, los datos más interesantes provenían de gentes inesperadas. ―¿Sabes dónde vive ahora esa mujer? ―Regresó a su casa, en Bis. Había miles de pueblos llamados Bis. ―¿Qué Bis? ―...ummm, no sé si me acuerdo... Creo que cerca de la montaña de Ankira. Sí, eso, era por Ankira. 255 Melia había empezado a sentir palpitaciones al saber que alguien había llegado a bañarse en un Lago; pero al oír en nombre de Ankira se le quedó la sonrisa helada en la cara. La montaña de Ankira estaba a un tiro de piedra de Glauco. Sin darse cuenta, se llevó la mano bajo el pecho, donde aún tenía guardada la horquilla. ―Gracias―dijo al chico. A continuación se quedó en silencio. También era mala suerte. Meditó durante un par de noches si debiera ir a visitar a aquella mujer. Podía saber algo, podía no saber nada y podía estar loca... ¿Valía la pena arriesgar lo que había encontrado allí por una pista tan vaga? Miró a las estrellas, eran diferentes a las de su mundo. Se dio cuenta que había pasado muchísimo tiempo en aquel lugar. ‹‹¿Cuánto...?›› 256 Intentó contar, los días se fundían, los meses se juntaban unos con otros. Suspiró. Podía haber pasado como un año desde que estaba en la Isla. En aquellos momentos debería estar haciendo exámenes en alguna universidad, no dudando si debería abandonar un grupo de artistas ambulantes en busca de una anciana, con no demasiada credibilidad, con una remota esperanza de que tuviera la información que necesitaba para devolverla a casa. Tenía que reconocer que era la mejor pista que había recibido en mucho tiempo. Si había una mínima posibilidad de que la mujer supiera la relación entre la goeteia y los Lagos le convendría averiguarlo. Y siempre podía intentar volver a unirse a su familia errante en el futuro. El mundo de ahí fuera ya no la asustaba tanto. Decidió que su mejor opción era marcharse. El mismo día siguiente se despidió con mucha tristeza de Barbas y otras personas que la habían ayudado. La gente viajera abandonaba y se unía constantemente a 257 diferentes grupos, pero ella no estaba acostumbrada de irse voluntariamente de un ‹‹sitio›› donde se había sentido cómoda. Puso rumbo hacia sus espaldas, exactamente a un destino del que había huido y del que había intentado alejarse lo más posible. Quería pensar que haría mucho tiempo que UrsHadiic también habría abandonado los alrededores de Glauco, tenía esperanzas de que no sufriría ningún encontronazo desagradable. Le preocupaba aún más que había quien podía recordarla como una esclava, pero si se mantenía lejos de la ciudad, todo iría bien. 258 Capítulo 11 Hija de la sabiduría Llegó a dos pueblos llamados Bis antes de dar con el que creía correcto. La Montaña Ankira era bastante extensa y estaba cubierta de mucha maleza, le recordaba a la selva que tuvo que atravesar con las tropas de Áncula al poco de llegar a la Isla. ¿Cuánto hacía de aquello? El tercer pueblo de Bis estaba muy apartado, en una zona muy alta y semi salvaje de la montaña. Ethlan era un lugar cálido, pero la ladera de la montaña era brumosa y fría. Preguntó a un hombre con una enorme hacha a la espalda si conocía a alguien llamada ‹‹Sofía la Vieja››. 259 El hombre alzó una ceja. ―Depende de quién lo pregunte, je je, vive en una casa en una esquina de la montaña, pero no sé... debo decirle que la conozco porque la veo a veces cuando sale, pero nada más, no hablo con ella, no quiero meterme en líos. ―Oh, no, no es ningún lío... solo quería hacerle algunas preguntas... ―No la conozco bien, nadie lo hace, es una mujer muy rara. Ahora mismo no creo que se la encuentre aquí, bajó al río Eos. Volverá en un par de días o así... si no la cogen antes... Y el hombre siguió su camino, riéndose por lo bajo. Melia suspiró. No estaba sintiendo ninguna confianza en aquel asunto. Algo contrariada, porque a esas horas ya se estaba imaginando estirando los pies en alguna parte, descansando del viaje. Tuvo que dar media vuelta y buscar un río llamado ‹‹Eos››. 260 A media tarde lo encontró y, un paseíto después, dio con una persona metida hasta las pantorrillas en el agua. Llevaba un plato ancho y cónico en las manos, lo removía mientras cogía y dejaba el agua de la corriente. Era una mujer mayor, con un moño de pelo cano. Sus pantalones estaban subidos hasta no dejar nada de su piernas, pálidas y nudosas, para la imaginación. Miraba con fascinada atención el plato, se preguntó si aquella mujer no estaría algo desequilibrada. Lo que posiblemente quería decir que había encontrado a quien buscaba. Carraspeó, la señora ni se inmutó. ―Disculpe, ¿es usted Sofía? ―¿La Vieja? Miró a su alrededor con cierta sorpresa. ¿Es que había más por allí? ―Sí, Sofía la Vieja, me hablaron de usted en un circo. 261 ―Oh...ja ja... vale. Y con aquello volvió a ignorarla, moviendo el plato. ―Disculpe, vengo de muy lejos, querría hacerle algunas preguntas sobre la goeteia, y los Lagos, me dijeron que usted estuvo en uno... ―Tsssssssss...―respondió la buena señora. ―¿Qué está haciendo? ―Busco oro. Melia levantó los brazos, exasperada. Pero como no tenía nada mejor que hacer, se sentó sobre una raíz y esperó. Ya había encontrado a quien buscaba, al menos descansaría un poco. No se había puesto aún en una postura cómoda cuando vio a la mujer alzando la cabeza bruscamente y saliendo del agua a toda velocidad. ―¿Qué...? ―¡Escóndete, boba, escóndete! Obedeció, optando por esconderse primero por si acaso y preguntar después. Entonces oyó los cascos 262 de un caballo, un jinete se encontraba en el otro lado y no pudo evitar maravillarse del oído de la anciana cuando le interesaba. El jinete gritó algo que no entendió y volvió a marcharse. Melia se rascó la cabeza. ―Muy bien, ¿qué...? ―¡Qué haces ahí tirada!, levántate, levántate... Vamos, rápido, rápido... mujer, ―No tiene licencia para buscar oro en este río, ¿verdad? ―No. Entonces vio una increíble transformación, la señora llevaba una ropa de color azul claro, jugando con los dobleces y dándole la vuelta con rapidez se volvió verde oscuro. Metió el plato que usaba para recoger el oro dentro de un sombrero de paja y se lo puso en la cabeza. Luego le hizo señas para que se acercara a ella. ―Abre un momentito la boca, reina. Aquello le sonó muy mal, pero no la educaron para desobedecer a señoras mayores. Abrió un poco la 263 boca y se encontró de golpe un puñado de tierra metido hasta la campanilla. Estuvo a punto de vomitar. ―¡Ni se te ocurra tragarlo!―le chilló la vieja―. ¡Tiene oro! Te destriparé si lo haces... Melia aún estaba intentando luchar porque no se le saltaran las lágrimas cuando la anciana la cogió del brazo y, con una fuerza prodigiosa, la llevó hasta el camino de vuelta. ―Muy bien, estamos las dos en este brete, si te pillan por aquí van a sospechar de ti hagas lo que hagas, así que obedece, pon cara de buena... más buena... pareces una criminal peligrosa... ¿quién eres, por cierto? ―Grmmmfp―acertó a contestar. ―Muy bien, aquí viene... Efectivamente, al poco ella también pudo escuchar los cascos. Apareció un hombre de bigote noble y puntiagudo, mirándolas con expresión de sorpresa. ―¿Qué hacen aquí, señoras? ―¿Ehh?, ¿qué?... oh, paseo con mi sobrinita... 264 ―¿De dónde son? ―De Bis. ―¿Qué le pasa a su sobrina en la cara? ―Tiene un flemón. Melia intentó sonreír con expresión inocente, por la cara del jinete debió de semejarse más a ‹‹papión sufriendo terrible agonía››. Se estaba tragando el embuste de la anciana, de cualquier forma. ―No habrán visto a un miserable ladrón de oro por aquí, ¿verdad? ―¿El qué?... no hijo, no he visto nada, estoy medio ciega... ¿Hay algún peligro para nosotras, buen mozo? ―No, no... Pueden irse, yo me quedaré vigilando la zona... ―Oh, gracias, que caballero tan gentil, hacía tiempo que no veía uno tan bizarro y gallardo, ¿verdad monita? ―Grrnfffng. 265 ―Pues muchas gracias otra vez, ojalá encuentre al canalla que busca, estos jóvenes de hoy en día no tienen vergüenza... Sofía continuó andando, a paso lento, dándola cariñosos toques en la mano mientras se inclinaba sobre ella igual que una pobre anciana medio inválida se inclinaría sobre una amable sobrina. Hasta más o menos que perdieron de vista al jinete, entonces volvió a remangarse los pantalones y salió corriendo lejos de allí como alma que llevaba el diablo. Melia jamás había visto a nadie tan mayor moverse así, y a pocos jóvenes. ―Vamos, vamos... ¿te pesa el culo?, corre más, quiero llegar a mi casa antes de que se vaya la luz... Encima eso. Melia se dio cuenta que aún llevaba la tierra en la boca, necesitaba escupirla, pero la vieja no hacía más que tirar de ella. Reconoció el camino que había subido aquella misma mañana para ir a Bis. La anciana se desvió y tomó un retorcido y estrecho camino entre los árboles, que parecía rodear el pueblo por otro lado. 266 Un rato después, en el que le faltó poco para abrirse la cabeza contra el suelo por culpa de las gruesas raíces que asomaban por todas partes, entraron a un pequeño claro. El espacio estaba rodeado de árboles con troncos de un desproporcionado tamaño, en comparación con la minúscula casita que descansaba escondida bajo ellos. ―Aaahh... ya estamos... ―dijo Sofía con un suspiro de felicidad―. Ven aquí, mona, escupe... Se quitó el sobrero y se lo tendió. Melia expulsó todo lo que tenía en la boca, sintiéndose enferma al ver el tono verdoso que tenía aquella tierra. ―Toma, reina, enjuágate con esto... ―tenía un cuenco en la mano. Lo cogió y bebió, inmediatamente volvió a escupir. ―Aaarghhh... ¡¿Qué es esto?! ―Agua con sal, caliente, escúpelo todo, escupe, como se te quede algo te enteras. 267 ―Fue idea suya meterme eso en la boca, no me amenace. ―Bebe otra vez y escupe. Obedeció porque quería quitarse aquel sabor de la boca, pero empezaba a estar segura que abandonar a los animadores ambulantes había sido una de sus peores ideas en aquel mundo. Y las había tenido muy malas. Cuando Sofía se dio por satisfecha, Melia fue a beber algo de agua normal. La anciana tenía su propio pozo privado allí. En un sitio donde el agua era tan valiosa, no pudo evitar maravillarse ante el buen saber, o la sencilla cara dura, de la mujer. Sofía echaba más agua al plato con la tierra escupida, y le daba vueltas para separar el oro. Mientras, ella paseaba por el pequeño claro. Vio una estatua, lo que no la sorprendió, estaban por todas partes en Ethlan. Reconoció que era un daimión y se sintió algo extraña. Luego se dio cuenta que había al menos una docena de figuras de daimiones, alrededor de todo el claro, con las cabezas vueltas hacia la casa. 268 Ya estaba completamente segura que había topado con una lunática. ―Uh... le gustan los... daimiones... ―Sí, reina, los he estudiado casi toda mi vida. ―... ¿qué sabe de ellos? ―No voy a decirte nada. ―¿Por qué? ―Es un secreto. ―Me dijeron que en el circo estaba continuamente hablando del tema. ―...vaya unos chivatos, pero a ti no te voy a decir nada, si quieres conocer mi sabiduría, tendrás que esforzarte y ganártela... Estupendo, a saber lo que se le ocurría a la viaja chalada aquella. ―¿Sí?, ¿qué quiere que haga? ―Pon la cena, yo tengo que terminar esto, se está yendo la luz... ¡oh, maldita sea!, no me puedo creer que haya sacado tan poco... 269 ―¿Si pongo la cena me contará lo que sabe? ―Te contaré algo para preparando el fuego y eso... empezar, tú vete Agitó su pesada y arrugada nariz para indicarla donde estaba la hoguera y las cosas de comer. Melia obedeció, puso la cena como le dio la gana y lo que le dio la gana. Sofía la Vieja protestó, por supuesto, pero ella no estaba de humor para tomársela en serio. ―¿Es cierto que se metió en un Lago? ―Algo así... ―¿Conoce la goeteia?, ¿se puede aprender? ―Oh, eso es complicado... ―Pero, ¿se puede? ―A medias, primero tienes que ser una Hija de Ethlan... y luego convencer a los mamones de Ánax que te dejen estudiar en sus templos... Cogió aire, bueno, aquello no empezaba bien. ¿Iba a volver a oír un montón de cosas que ya sabía? 270 ―...los primeros daimiones también saben, pero su caso es algo particular... ―Espere, ¿qué? ―Los daimiones, al menos la primera generación, saben algo de goeteia, es un poder de Ethlan, todos los Hijos de Ethlan pueden... ―Me está confundiendo, ¿qué quiere decir con ‹‹Hijos de Ethlan››? ―Qué generación más estúpida la tuya, reina. No me extraña, a la gente no le gusta que les lleven la contraria, prefieren creer que el mundo siempre es tal y como es ahora, que las cosas cambien les vuelve locos... ―Hijos de Ethlan, ¿qué quiere decir? ―Ethlan, Daia, me da igual, los daimiones fueron hijos suyos, hijos de Ella y de espectros del bosque, los creó para proteger a su Isla Bendita... A la gente no le gusta oírlo, prefieren creer que siempre fueron monstruos. Los Hijos de Ethlan... también dicen bicronos, aunque siempre he odiado ese nombre, es muy feo, Hijos de Ethlan eran cuando yo era joven... 271 ―¿Qué son los bicronos? ―hasta entonces, Melia creía que era gente que sencillamente podía cruzar de un lado a otro entre los mundos. ―Los descendientes de un pueblo nacido de la unión de daimiones y humanos―aclaró Sofía―, son Hijos de Ethlan también, por tanto, pueden tener goeteia... ―Espere, espere, me está diciendo que puedo... que cualquier bicrono puede aprender a usar la goeteia... ―Sí. Se quedó sin palabras. Le quedaba aclarar el pequeño detalle que no podía saber con seguridad si confiar en aquella señora. Gerón le dijo que ella no podría. Pero si era cierto... ―Y dígame... ―¡Oh!, ¡fíjate qué tarde es buenas noches! Y, antes de que Melia hubiera podido hacer nada, la anciana corrió a la casa y se encerró. 272 ―¿Sofía?, Sofía, oiga. Fue a la casa y llamó. ―¡Usa tus mantas!, ¡te permito dormir en la zona alrededor del fuego! ―¿Qué?, ¿qué demonios?, ¡oiga! Aporreó la puerta, pero solo oyó un sonoro y artificial ronquido viniendo de dentro. ¡Maldita vieja! Dio una patada a un leño que había por ahí. Desenredó sus mantas y se echó a dormir. Más le valía a aquella buena mujer estar diciendo la verdad, más le valía... En menos de una tarde había estado a punto de ahogarla, envenenarla, que la detuvieran, que se rompiera la cabeza, la había amenazado varias veces y dado de beber agua con sal. Imaginó retorciendo su arrugado cuello como a un pollo y, con ese feliz pensamiento, se quedó dormida. A la mañana siguiente, algo la golpeó en la nariz. ―¡Ay! 273 ―Despierta, ponme el desayuno... Esta vez quiero huevos cocidos, ¡y bien cocidos!, no como la cosa cruda que pusiste anoche... ―No, espere, no pienso hacer nada, no trabajo para usted, y si va a estar continuamente dando largas con la información tampoco me va a apetecer mucho ayudarla. La mujer puso cara de susto y sorpresa. ―¿Cómo le hablas así a una pobre anciana? No tienes decencia, encima que ayer te salvé del guardabosques... Melia bufó. ¡Sería posible! ―¿Cómo sé que todo lo que me dice es cierto? Podrían ser desvaríos de vieja aburrida, y lo único que intenta dándome órdenes es ganar tiempo para inventarse más cosas mientras tiene cocinera gratis. ―¡Y me llama vieja! ―¡Si usted misma se llama así! Sofía se hizo un ovillo y se acurrucó junto a una de sus figuras de daimiones, lloriqueando. 274 Melia la miró con dureza, estaba segura que solo estaba montando un número... Alrededor de un cuarto de hora después, suspiró y decidió cocinar algo. En cuanto la vio delante del fuego, la anciana dejó su esquina del lamento y se puso a rebuscar entre sus trastos. El claro estaba lleno de cachivaches, con arcones y pequeñas casetas de madera, para protegerlos de los elementos, desperdigadas por doquier. Algunas se habían colocado en medio del claro, molestando al tiempo que se pudrían. La vio sacar tres varas finas y largas. ―Hoy vamos a pescar... ―¿Para que la encuentre el guardabosques otra vez? ―No, vamos a otro río. Y nadie le va a negar a una pobre vieja un par de peces, no me van a detener por eso. ―...así que esa es su coartada. 275 ―Más o menos. ―¿Va a decirme cómo sabe tanto de daimiones, la goeteia y Ethlan? ―Graahh... estos huevos están demasiado cocidos. ―¡Oiga!, le he hecho una pregunta. ―Siendo joven, así como tú, pero más guapa. Vi a dos daimiones, se habían transformado y me parecieron las criaturas más hermosas que había visto...―lanzó un hondo suspiro, digno de una colegiala enamorada―. Aterrorizaron a todo el pueblo, pero no se perdió nada de valor. Desde entonces estuve siguiéndolos y estudiándolos. ―¿Es cierto que ha llegado a ver a cientos? ―Sí. ―¿Y quitando las estatuas? Sofía alzó la cabeza de sus huevos y le dedicó una sonrisa desdentada. ―Algunos menos... Eres una chica espabilada, me recuerdas a mí a tu edad. ¿También te gustan los daimiones? 276 Esquivó la cuestión. ―En realidad, quería preguntarle por la goeteia, los Lagos y cómo podría averiguar la forma de pasar de un Lago a otro. Sofía también. ―Oh, sí, daimiones, criaturas magníficas son. ¿Has terminado?, vámonos. Le entregó las varas, cogió su sombrero con el plato y una canasta de mimbre, y se pusieron en marcha. Tomaron otro extraño atajo para salir, a la anciana no parecía gustarle codearse con sus convecinos. ―La, la, lalala...―Sofía cantaba. Por lo que Melia había podido aprender en el tiempo que llevaba allí. Antes de que Ethlan se hundiera, la Isla había sido un lugar de espectacular belleza, no había nada que se quedara a medias. Las ciudades eran prósperas, reinaba entre sus calles el bullicio alegre de las grandes urbes, Glauco apenas había sido un barrio por entonces. Y en los alrededores de la gran civilización se extendían los campos de labor, planicies verdes donde los animales 277 apacentaban hasta donde la vista llegaba a ver y pastos y cultivos dorados como el Sol. Separando cada zona y región, se alzaban frondosos bosques impenetrables que semejaban selvas, con especies de animales y plantas de espectacular belleza de las que nadie había visto u oído hablar fuera de la Isla. Con las guerras, durante los primeros siglos de la Caída, la mayor parte de las ciudades se destruyeron, cientos de miles de personas murieron. Y los nuevos bosques, menos exuberantes, fueron, poco a poco, ocupando su sitio y el de los campos que quedaron secos y estériles. Pero toda la montaña de Ankira siempre había sido una colosal selva, y por una de sus sendas caminaban ellas dos, minúsculas humanas. ―¿Has visto algún daimión alguna vez? Melia se detuvo cinco segundos para coger aliento y contestar. ―Sí... alguna vez... ―¿Qué te pareció? ―Terrorífico. 278 ―Ja, ja... claro, ahí está la gracia. ―¿Qué gracia? ―Tienen que dar miedo, para eso nacieron, para asustar a los enemigos de Ethlan, el miedo es la primera defensa. Fíjate en los animales, antes de lanzarse los unos contra los otros, intentan intimidarse, y si no lo consiguen, es cuando hay pelea. ¿Qué estaba intentando explicar? ―¿Es lo que ocurrió aquí?—preguntó Melia. ―Sí, más o menos, durante un tiempo los daimiones no tuvieron que hacer nada, la gente de fuera se aterrorizaba al verlos. Pero como todo, acabaron perdiendo el miedo. Los daimiones no eran monstruos, no como ahora, eran hijos directos de Ethlan, tenían su mismo corazón, eran buenos y generosos. Ese fue su problema tras la Caída, estaban muy unidos a su Madre, cuando Ethlan murió, su corazón se fue con Ella, al menos la primera generación, la segunda son otra historia más triste. La primera generación ocupaba toda la costa, pero al hundirse se desplazaron a la zona interior, donde Ella 279 está enterrada. Hubo guerras con los humanos, ya sabes, aunque hoy en día solo se pelean entre sí. Son un grupo confuso y perdido sin su Madre, una vez sintieron cosas, tuvieron emociones, pero ya no... ―¿Quiere decir que no sienten nada? ―No del todo, cosas básicas, como dolor, alegría... pero no pueden amar, ni odiar, curiosamente... Recuerdan, recuerdan que a veces sentían emociones diferentes, pero eso los frustra, algunos lo llevan bien, la mayoría intenta no pensar en ello, y a muchos les vuelve violentos... Melia sintió que se le encogía el estómago. ¿Era aquello lo que le ocurría a UrsHadiic? ―¿Qué quiere decir con lo de las generaciones? ―¿Uh? ¿Qué estáis muy mal educados? Empezaba a odiar a aquella mujer. ―¿Ha mencionado algo de primeras y segundas generaciones? ¿Qué son? ―Ah, la primera generación fueron los daimiones que la propia Ethlan creó. Las segundas no son más que hijos de la primera. Ethlan no los creó, así que no 280 están tan unidos a Ella, podrían tener carácter propio, pero vienen a un mundo muy miserable, no están bien preparados, son criaturas muy sensibles y dulces en el fondo, sus familias y congéneres les destruyen, para cuando son adultos y salen al mundo son aún más monstruosos que la primera generación, porque pueden odiar, de hecho, es casi lo único que hacen. Muy triste. Continuaron andando un tiempo en silencio. Melia se sentía mal. ―...y, dígame, ¿usted dijo que podían usar goeteia?... ―¡Oh, mira! ¡Hemos llegado! Rápido, ven, pon las cañas, hay que aprovechar el día, fíjate, ya es la hora de comer. Muy bien. De lo malo malo, tenía que reconocer que Sofía parecía saber de lo que hablaba. Decidió que ayudaría a la aburrida mujer mientras intentaba sacarle información, llevaba mucho tiempo dando vueltas por aquel mundo, un poco más de espera no iba a 281 destrozarla, y menos si conseguía información trascendental. Clavó las largas cañas en la orilla y se sentó. Sofía bailaba río arriba y río abajo, buscando las mejores zonas, de vez en cuando entraba al agua y removía su plato. ―¿Pican algo?―le gritaba desde algún recodo perdido. ―¡No! ―¡Si no pescas nada, no cenas! ―¡Usted tampoco! ―¡Cómo te atreves a gritarme así! ―¡Está en la otra punta del mundo! ¡¿Cómo quiere que le grite?! ―¡Con cariño y amor! ―¡Eso tiene que merecérselo! ―¡Vas a alertar a los guardias si sigues gritando! ―¡Si es usted la que ha empezado! ―¡Gah! 282 Melia sonrió. Bueno, si no se la tomaba muy en serio, podía ser una señora entretenida. Se hizo tarde, pensaba que volverían aquel mismo día a la casa de Sofía, pero cuando empezó a anochecer la buena anciana aún seguía dando vueltas por el río, aprovechando los últimos rayos de sol. ―Bueno, bueno... ¿dónde está la cena?―dijo cuando estuvo de vuelta, ya casi de noche. Le señaló un par de raquíticos y feos pescados. ―¿Solo eso? Eres una pescadora malísima. ―Nunca lo he hecho antes, claro que lo soy, no sé qué ideas tiene de mí. ―¿Y el fuego?, ¿tampoco sabes hacer fuego? ―¿Y si nos descubren? ―Bobadas, solo soy una pobre vieja que se ha perdido, no esperarán que pase la noche a oscuras en este sitio. Cogió las piedras de su zurrón e hizo una hoguera, luego ensartó los pescados y los puso cerca. Sofía 283 sacó un trozo de queso de su cesta de mimbre y unas tortas redondeadas, e insípidas, que decía eran pan. Empezaba a creer que la mandaba cocinar porque ella misma era una cocinera espantosa. La cena transcurrió en relativo silencio, solo roto por la anciana protestando por lo poco hechos que estaban los pescados. Al finalizar, Melia intentó volver a interrogarla, pero la mujer gemía y decía que la comida le había sentado mal. Al día siguiente tampoco pudo sacarle más información. Transcurrió más o menos como el anterior: Sofía dijo que había encontrado una zona muy buena y se dirigieron hacia allí. Melia puso las cañas y se colocó en un alto, para poder vigilar los alrededores mientras la anciana buscaba su oro. Empezó a sentirse algo preocupada por la mujer, pasaba muchas horas en el agua y estaba fría. Siempre había creído que a la gente mayor no le sentaba bien la humedad y las temperaturas bajas. Por la tarde se ofreció a ayudarla, pero Sofía se negó de mala manera. Decía que iba a robarle su oro. 284 ―Y eres una inútil, esto es un trabajo muy delicado, si hasta eres capaz de quemar un par de pobres pescados no sé qué harás con mi pobre plato y mi oro. ―Me dijo que los pescados estaban crudos. ―¿Ah, sí?... ¿Qué fue lo que quemaste entonces? ―Nada, pero usted me está calentando mucho la cabeza. ―Hoy quiero trucha, venga, vete y consígueme un par. Pues iba lista. Igual quería caviar ruso también. Aquel día tuvo éxito, consiguió tres peces para cenar. Y uno hasta se podía comer y todo. ―¿Alguna vez conoció algún daimión que... uh... fuera bueno? ―No. ―Ya... ―Aunque una vez, estaba viajando por el límite de su territorio, conocí a una joven en la zona de cría, 285 era una daimión, y supongo que era muy joven porque, aunque ya tenía forma humana, seguía cerca de la zona de cría. Los adultos suelen asustarles, así que se esconden allí... Recuerdo que tenía una pequeña enfermería de animales, recogía criaturitas heridas e intentaba curarlas. Era tan adorable... Un día intenté acercarme y hablar con ella, cuando me vio me lanzó una mirada que hubiera detenido un bauro en plena carrera, era fría como no te imaginas, y sin decir nada, se abrazó a algunos de sus animales y se fue. No volví a verla más. No tengo una idea precisa de lo que les hacen a esos pobres chicos, pero no es bueno... En realidad, Melia sí podía imaginarse la mirada de la joven daimión, la había llegado a tener muy cerca, de hecho. A la mañana siguiente se movieron hacia otro lugar, pero no era ni medio día, cuando vio a Sofía acercarse a la carrera hasta ella. ―¿Qué ocurre? ―¡Guardabosques!―la mujer jadeaba― ¡Deprisa! ―No volverá a meterme tierra a la boca. 286 ―¡No hay tiempo!, ¡limítate a correr como una posesa! Melia recogió sus cosas como buenamente pudo y salió corriendo tras la mujer. Dejó las cañas atrás, pero iban a ser una molestia terrible correr con ellas en el bosque, si Sofía se disgustaba, podía ir en persona a buscarlas. Todavía no había visto a sus persecutores, pero pronto oyó cascos de caballos y se dio cuenta que se estaban acercando con rapidez. Tendrían que buscar la manera de despistarlos entre la densa vegetación. Miró a su compañera delante de ella, se preguntó si corría hacia alguna parte. Entonces descubrió un montículo y se le ocurrió que podrían esconderse debajo, la señora se negó. ―¡Sigue!, ¡sígueme!, ¡adelante! Melia continuó tras ella, algo a regañadientes, pero sin el ánimo ni el aliento para discutir. Poco después, la mujer dio un giro brusco y se metió de cabeza por un agujero entre arbustos con espinas. ―¡Venga!, ¡muévete!―la animaba a pasar desde el otro lado. 287 Cogiendo aire y volviendo la vista atrás para comprobar que los caballos aún no eran visibles, se metió en aquel hueco y se arrastró como pudo, intentando evitar los pinchos. Al otro lado le saludaron los dientes de un daimión de piedra. ―¿Qué...? ―¿Ahora te dan miedo las figuritas? Sal de ahí... Al asomar la cabeza de entre los arbustos, se dio cuenta que estaba dentro de algún antiguo edificio de roca, aunque lo de ‹‹dentro›› no era demasiado exacto, estaba derruido y abierto en todas direcciones, pero ofrecía cierta protección. Se acurrucaron bajo la estatua y miraron tras de sí. Los jinetes se detuvieron a pocos metros frente a los arbustos que acababa de cruzar y, por un momento, se asustó. Eran dos, dieron vueltas con los caballos, confundidos. En seguida volvieron a ponerse en marcha. Melia suspiró de alivio al verlos partir. La vieja soltó una risilla aguda y nerviosa. 288 ―Sabía que no se darían cuenta... estoy convencida que estas viejas rocas aún tienen poder dentro de ellas...―dijo acariciando con cierto cariño el lomo del daimión. ―¿‹‹Sabía que no se daría cuenta››?, ¿por eso está temblando? ―Es la vejez, y la carrera, hacerle notar esas cosas a una pobre anciana es de mala educación. Sofía miró a su alrededor, con el labio inferior tembloroso y pensativo. ―Es un fastidio―continuó hablando―, estoy segura que había cosas interesantes en ese río... ahora tendremos que volver a casa, ya vendré otro día... Tras un tiempo prudencial en el que esperaban que sus persecutores se hubiesen alejado, pusieron rumbo de nuevo al claro en el bosque. Sofía protestó, gruñó y gimoteó todo el camino por haber dejado atrás las cañas; iba a morir de desnutrición en dos días sin pescado fresco, era una extraña enfermedad que empezó a sufrir de repente. Melia, sin embargo, no estaba por la labor de dar media vuelta. 289 Alcanzaron el claro siendo noche cerrada, conseguían ver relativamente bien gracias a que había Luna Llena y la anciana daba la impresión de conocerse aquel bosque como la palma de su mano. O igual mejor. La buena señora se fue renqueante hasta su casita, mientras ella mal extendía las mantas en el suelo y se tiraba encima a dormir, completamente agotada. 290 Capítulo 12 Traficantes de esclavos La anciana aquejó lo complicado del viaje y descansaron unos días en el claro, hasta que una mañana le pidió que la acompañara a Bis de Muros, un pueblo interesante. Quería vender el oro que había conseguido reunir aquellos meses, apenas era más que un polvillo que ocupaba parte de la palma de su mano, pero Sofía lo trataba como si fueran los ahorros de su vida. Y quería que fuera con ella porque decía que tenía cara de espantar malhechores. Melia estaba segura que la buena señora no se había mirado en un espejo en mucho tiempo. Llegaron antes del medio día y descubrió que con ‹‹pueblo interesante››, lo que en realidad Sofía quería 291 decir era: ‹‹pueblo que vive de negocios turbios››. Había visto a aquella gente viajando con UrsHadiic, tuvo un mal presentimiento que le acompañó todo el tiempo que estuvieron allí. Como había conseguido el oro con métodos poco honrados, Sofía no podía intercambiarlo o venderlo por monedas en un sitio decente, eso era comprensible. Lo que no esperaba era la gente con peor aspecto la saludaba por la calle, y ella les devolvía el saludo y preguntaba por su familia. Sin embargo, de entre toda aquella variopinta comunidad de personas poco amigas del seguimiento de la ley, los que peor impresión le causaban eran un grupo de aire foráneo que hablaban entre sí en una esquina. Por la manera en que miraban a su alrededor no eran de allí, ni los lugareños les ponían buena cara. El particular grupo llevaba dos bauros de aspecto feroz, aquello era muy llamativo, porque los ánforos no solían emplear bauros para trabajar. Se alegró cuando la señora salió de la casa en la que se había metido, con una bolsa de monedas oculta en su pechera. ―Vámonos, no me gusta esta gente―dijo Melia. 292 ―¿Por qué?, el tipo de dentro me ha pedido un buen precio por ti, yo creo que a él sí le gustas... ―No soy una esclava, no se haga ideas raras. ―Bueno, bueno, era un decir, es un tipo rico aunque no lo parezca, vivirías muy cómoda. Melia lo había visto desde fuera, era todo lo cómoda que quería sentirse con él. La anciana se sentía feliz, tan feliz que incluso volvió a su casa pasando por delante del resto de su pueblo y compró una botellita de licor. Durante la cena, bebió y cantó todo lo que le dio la gana. Melia no hizo nada por detenerla, si le daba un infarto se iba a ir al otro barrio bien contenta. Y no se metió ni una vez con su comida. ―¿Por qué te preocupa la goeteia, cariñín?―le preguntó de pronto, cogiéndola desprevenida. ―Ah, quiero ir a Geo... ―¿Y eso por qué? ―Es mi casa, vine aquí sin querer. La vieja empezó a reírse hasta quedarse sin aire. 293 ―¡Esta sí que es buena!, ¡sin querer!, eso es bastante complicado ricura... ―Bueno, es lo que pasó. ―¿Así que eres una Hija de Ethlan? Oooh... pobre criatura, igual te dejan ir a Ánax de cualquier forma, he oído que se les murió su príncipe, necesitarán otro bicrono que haga magia por ellos... o igual no... Al Consejo de Sabios le gusta mucho hacer lo que quiere... Suerte... ―¿No cree que pueda aprender goeteia? ―Aprender puede, que te dejen... ajajajaja... Melia suspiró, todo parecía tan desalentador… Sin embargo, se daba cuenta que al menos ahora tenía posibilidades a los que agarrarse, hacía apenas un par de meses se veía atrapada allí por siempre. Ir hasta Ánax no le hacía ninguna gracia, siempre lo había evitado, el trayecto era caro y sabía que eran tan hospitalarios con los extraños como allí (nada); pero su problema tenía una solución al menos, siempre lo consideraría como un último recurso. ―¿Es cierto que se metió a un Lago? 294 La mujer dejó de reírse de golpe y se quedó mirando a la nada. ―...cierto, sí... me metí en una de esas fuentes... ―¿Qué ocurrió? ―...oh... ¿sabes?, no tenía ni idea de lo que hacía, era una chica joven y guapa, como tú... ―...¿y? ―Bueno... cuando salí de allí, dejé de serlo... ―¿Dejó de serlo? ―Soy lo que ves ahora... Me convertí en una vieja... ―Lo siento... ―Ya, no importa mucho, la gente sigue viviendo de más aquí, joven o viejo, al final todos esos años siempre son una carga... Sofía lanzó un hondo suspiro y volvió a quedarse mirando fijamente el fuego sin decir nada. ―…al menos puede engañar a todo el mundo con eso de ser una débil ancianita. 295 ―Sí, ahí tienes razón... je je...―dijo antes de volver a echarle un largo trago a la botella de licor―. La vida puede ser muy buena también... Dejó que se acabara la botella y se acurrucara más junto al fuego, con una inmensa cara de satisfacción, antes de hacerle más preguntas. ―...¿sabe... si es posible que pueda...uh... mejorar su actitud? un daimión ―Je je jeeeee...―la última carcajada la alargó hasta parecer un chillido―. Haces muchas preguntas sobre daimiones, ¿creía que querías saber más de goeteia? ―Pero si es usted la que está continuamente hablando de ellos... ―Oh uo... está bien... no lo sé, podrían, supongo que podrían, si fuera una segunda generación... el problema es que quisieran, ¿por qué iban a cambiar? Lo más―bostezó―… lo más cómodo que uno puede hacer es odiar o ignorar a todo el mundo, preocuparse por los demás da demasiado trabajo... ooouugh... 296 Con aquella última expresión, Sofía cayó de medio lado y comenzó a roncar. Melia cogió una de las mantas y la tapó, luego ella misma se echó, pensando, mirando los rescoldos hasta quedarse dormida. Durante una semana no fueron a ninguna parte. Sofía se pasó la mañana tumbada con mala gana. Melia pensó que no era más que una resaca muy larga, pero al día siguiente la vio recogiendo algunas de las cosas tiradas por el claro, cojeaba un poco. ―¿Se ayudar. encuentra bien?―dijo, ofreciéndose a ―Ah... sí, es solo un problemilla de cadera, me viene de cuando en cuando... Toma, rica, guarda esto debajo de la caseta... ―¿Algo más? ―Umm... no, ve poniendo la cena, me apetece algo caliente... algo con consistencia... ¿sabes poner estofados? ―Puedo intentarlo. 297 ―Estupendo, estupendo...―Melia empezaba a preocuparse. Sofía debía estar muy enferma―. Ya tengo planeado un sitio nuevo, fui hace tiempo, no hay guardas, pero tampoco creo que quede mucho oro, aunque si lo hay lo encontraré... ―¿Está segura? No tiene buena cara. ―Tonterías, solo es mi tonta cadera, pronto mejorará... Cuando Sofía decidió que se encontraba bien se pusieron en marcha, aunque todo el viaje de ida lo hizo cojeando. Melia insistió varias veces que pararan, pero la anciana no quería oír hablar del tema. Ella estaba estupendamente. Aquel río estaba lejos, caminaron todo un día, y sospechó que la razón por la que Sofía había elegido un sitio como aquel, sin guardia, era precisamente para no tener que salir huyendo. Por el camino encontraron un pueblo remoto y destartalado, no tenía muchos habitantes y las miraron con cierta desconfianza. ―No ven viajeros por aquí, es un sitio bastante perdido, fuera de esta región solo habitan los 298 bauros―explicó la señora, que no se intimidaba con nada. Bajaron al río, estaba muy abierto en todas direcciones, a lo lejos podían ver los humos de las casas del pueblo. ―Esto era bosque―continuó la mujer―, lo talan cerca de los ríos, venden la leña y esperan cultivar algo. Pero la tierra de los bosques es mala, así que normalmente viven de la madera, de algunos brotes, y cuando al de un par de decenios ya no sale nada, se van. En el nacimiento de este río había una mina de oro, así que espero conseguir algo. Melia levantó el pequeño campamento mientras Sofía inspeccionaba la zona, seguía insistiendo que estaba bien. Pasaron un par de días tranquilos, la gente del pueblo en general las esquivaba. Solo un par de hombres, extremadamente delgados y de espalda retorcida, se pararon un momento para reírse de ellas. ―Oro... aquí... ¡ja, ja! 299 A ella no le importaban mucho sus burlas, ya que no estaba allí buscando oro, y Sofía también los ignoraba. ―Oh, la tierra está más movida que la última vez, es bueno, bueno, bueno... Eso decía la señora, pero al tercer día aún no había encontrado nada. A medio día estaba paseando por una zona que aún no habían terminado de talar, algo alejada del río. A lo lejos veía los tejados del pueblo, se fijó con más atención y se dio cuenta que las chimeneas estaban echando mucho humo. Pasó un rato mirando, extrañada, aquella gente no era de las que quemaban leña de más si podían evitarlo… Entonces se dio cuenta que era un incendio. Se disponía a bajar hacia allí para ver lo que ocurría, cuando oyó gritar a Sofía. ―¡Aaaaaah! ¡Ayuda, socorro, me llevan! ¡Aaaaah! Melia cogió una rama antes de salir corriendo de vuelta al río, vio un hombre intentando sujetar a la 300 anciana y llevarla arrastras. La señora se defendía con furia, completamente dispuesta a complicarle el trabajo. Se acercó por detrás del hombre, levantó la rama y le golpeó con fuerza. El agresor de Sofía se dio la vuelta, confundido y sorprendido. ―¿Qué?... Melia volvió a golpear, varias veces. Acababa de reconocer a aquel tipo, era uno de los que había visto en Bis de Moros y que le habían dado mala espina, estaba segura que no podía estar allí para nada bueno. Consiguió que cayera al suelo cuando algo le arrancó la rama de las manos, al girarse vio un gigantesco bauro con el rostro descompuesto. Se disponía a gritar cuando otra persona le sujetó por detrás. ―¡Cabrones, soltadme! En alguna parte, oía chillar a Sofía. El hombre al que estuvo golpeando se puso en pie, rojo de rabia y con el puño levantado. ―¡No le des en la cara!―oyó que gritaba alguien detrás de ella. 301 El tipo gruñó y sacudió el brazo, golpeando al aire. ―¡Lleváosla con los demás!―ordenó con una voz grave y ronca. Melia gritó y pataleó, pero la arrastraron todo el camino hasta el pueblo. Seguía oyendo gemir a su compañera cerca, no podía verla. Un bauro gigantesco caminaba tras ella, eliminando cualquier idea de escurrirse de los brazos que la sujetaban y escapar. Las llevaron hasta el pueblo, nada más entrar vio edificios carbonizados y algunos cuerpos inmóviles en el suelo. En un pequeño hueco entre las casas se acurrucaban los lugareños, la mayoría mujeres, y un par de niños, todos miraban con terror a su alrededor. Había cerca de media docena de hombres, armados con garrotes, algunos llevaban incluso lanzas, espadas y flechas. Contó también tres bauros más, con la misma expresión desquiciada del que la seguía. La empujaron sobre la gente acurrucada en el suelo. 302 ―Quietecita ahí...―dijo el tipo que la había estado llevando. Detrás llegó Sofía, gimiendo y lloriqueando. ―¿Estás bien?―le preguntó―. ¿Te han hecho daño? La anciana no dijo nada, pero negó con la cabeza. Esperaron un tiempo allí, todos pegados los unos a los otros y mirando a su alrededor con consternación. Los asaltantes daban vueltas, buscando. ―Traficantes de esclavos...―dijo finalmente Sofía, en un susurro. Melia sintió un frío helado en el estómago. Así que era eso... los querían para venderlos como esclavos. Era terrible, no iban a ser siquiera esclavos legales, no tendrían derechos. Nadie que comprara esclavos ilegales lo hacía porque quería hacer cosas legales con ellos. Los lugareños estaban rígidos y pálidos, conocían mejor que ella los destinos en los que podían terminar. Dos horas después, los traficantes les levantaron y les llevaron a los carros que esperaban en las afueras 303 del pueblo. Había tres, tirados por un par de mulas, uno de los carros ya tenía gente, otros habitantes de un pueblo aún más perdido que aquel que habían encontrado por el camino. ―Vamos, arriba―ordenó uno de los traficantes. Las cajas de los carros estaban rodeadas por cañas gruesas y cruzadas entre sí, era una prisión ambulante. Vio algunas cadenas, pero ninguna otra medida de seguridad, por lo visto suponían que los bauros y las armas ya eran más que suficiente para controlarlos. Sofía y ella entraron abrazadas a su carro, las hicieron subir hasta que apenas hubo sitio para que la gente pudiera sentarse encogida en el suelo. La anciana seguía gimiendo y llevándose la mano al costado. ―¿Seguro que te encuentras bien?―insistió Melia. En aquel momento no respondió, súbitamente, parecía muy débil. Antes de que los carros pudieran ponerse en marcha, hicieron un movimiento brusco para 304 arrancar. La gente exclamó sorprendida y empezaron a llorar al ser conscientes de que se los llevaban. Fue un viaje espantoso. Todos estaban aterrorizados y el carro comenzó a apestar. Si se oían demasiadas voces, los traficantes se acercaban a los barrotes y metían sus garrotes entre ellos, golpeando a diestro y siniestro y gritándoles que se callaran. Por la noche montaron un campamento, los hicieron bajar despacio y en pequeños grupos, dispersándolos por toda la zona. Les obligaron a sentarse y pusieron un cuenco con una pasta verdosa en el suelo. Era la comida para toda la gente de su grupo. Para dormir encerraron a varias personas en los carros. El resto quedó fuera, cada pequeño grupo vigilado por al menos un bauro, o dos hombres armados. Al día siguiente, metieron los grupos de vuelta a los carros y continuaron el viaje en las mismas condiciones que el día anterior. Melia observaba con detenimiento lo que ocurría, como era ya su costumbre. 305 Cuidaba de llevar siempre consigo a Sofía, la mujer parecía cada vez más enferma y tenía muchos problemas para andar. Temía que si se daban cuenta pudieran dejarla tirada en una cuneta, Sofía debió darse cuenta también, pues hacía esfuerzos visibles por no quejarse y mantener la compostura. ―¿No deberían alimentarnos mejor?, si van a vendernos digo, ¿no sacarían más dinero? ―Aah... depende, reina, quizá el lugar al que nos lleven está cerca... o quizá para lo que nos necesiten no hacemos falta demasiado sanos. ―¿Qué va a pasar con los niños? ―Nada... estarán bien, los niños son caros, posiblemente los vendan como hijos adoptivos a una familia con dinero. Bueno, eso era un ligero alivio. Observó a los bauros, no acababa de entender por qué tenían aquel aspecto. No eran como los que había conocido, excepto Oijme, todos resultaban bastante inofensivos, los más espabilados y los menos, no había oído en lugar alguno que dieran problemas si 306 no se los molestaba. Sin embargo, aquellos parecían estar completamente fuera de sí. Una noche, los traficantes dejaron que dos de ellos se pegaran frente a las jaulas antes de dejarlos salir. Querían que vieran lo brutales que podían ser aquellas criaturas, que pensaran lo que les podía ocurrir si imaginaban tan solo el intentar fugarse. Melia no se sintió demasiado impresionada, se había dado cuenta que la mayoría de las veces que usaban cadenas eran para los bauros. Hasta sus propios dueños parecían tener problemas para controlaros. Le hizo una observación sobre ello a Sofía, y, por supuesto, la mujer sabía algo. ―Los drogan, o eso oí, creo que usan alcohol, les embota, les vuelve agresivos... Está prohibido vender alcohol a los bauros, pero ya sabemos que a esta gente no le importa mucho eso de obedecer la ley... Qué poca vergüenza... Continuó observando. Estaba imaginando cómo podrían escapar. Iba a ser difícil si lo intentaba solo ella, pero pensaba llevarse a la anciana consigo, no iba a dejarla tirada de ninguna manera. Lo que complicaba todavía más las cosas. 307 Capítulo 13 El regreso En esa misma semana, los traficantes asaltaron otro pueblo, llenando completamente los tres carros. Los conducían por caminos muy poco transitados en áreas apartadas, con bastantes baches que los sacudían y sobresaltaban, especialmente a los niños, que lloraban día sí y día también. En ocasiones se cruzaban con leñadores, o pequeños grupos de jornaleros de paso. Los traficantes se pegaban a los carros y les obligaban a mantener la vista al suelo y permanecer en silencio mientras pasaban de largo. No es que aquella gente con la que se encontraban no tuvieran ninguna idea de lo que ocurría, parecían saberlo, pero se limitaban 308 a mirarlos con expresión triste y, posiblemente, alegrándose de que no fueran ellos o los suyos. Melia estaba convencida que no encontraría ayuda allí. Un día pasaron junto a un hombre encapuchado, en un área completamente yerma. El hombre permanecía quieto a un lado de la carretera mientras avanzaban, parecía esperar a alguien, mientras, mantenía la cabeza gacha y oculta, para protegerse de los tórridos rayos solares que atacaban el desprotegido lugar; pero, cuando su carromato estaba a punto de pasarle de largo, empezó a andar junto a ellos. Uno de los traficantes le hizo un gesto agresivo con su garrote. ―Sepárate más, imbécil. El tipo de la capucha le ignoró. Melia observó con curiosidad como, en un alarde de desprecio a los traficantes y sus garrotes, se acercó aún más al carro y lo cogió de los barrotes, como si intentara frenarlo. Cosa que, para sorpresa de todos, consiguió hacer. 309 ―¿Puede saberse que estás haciendo aquí metida? El corazón de Melia dio un vuelco. ¿UrsHadiic? Se inclinó entre los barrotes, haciéndose sitio entre la gente. Tenía que haber reconocido la nariz, era difícil de ignorar, pero allí estaba. UrsHadiic. Y no se le veía nada contento. Por un momento, sintió alegría, en seguida se le pasó. Se daba cuenta que las la situación iba a experimentar un giro brusco y potencialmente desagradable. ―¿Te he dicho que qué haces aquí? No vas a decirme que estos payasos te dan mejor de comer que yo... ―Nos han capturado...―empezó a explicar. Los payasos salieron entonces de su sorpresa, apuntaron con sus armas al daimión y uno intentó cogerle. 310 Voló contra un bauro. UrsHadiic no estaba nada, nada, contento. ―¡Sal de ahí!―la ordenó. Sofía se había acercado y observaba también entre los barrotes. ―Oh... yo te conozco... El daimión la miró un segundo y procedió a ignorarla. ―No puedo irme así―respondió Melia, sujetando a su compañera―, necesita ayuda. ―¡Tú, mamón! ¡Sepárate inmediatamente de ahí! ¡Si quieres una esclava, paga! ―¡El día que os de dinero a vosotros será el día que me entierren!―les gruñó, parecía más molesto con las interrupciones de los traficantes que con ella― Sabes lo que va a pasar aquí entonces, ¿verdad? Se encogió, agarrándose con más fuerza a Sofía. No quería que ocurriera aquello. Miró a su alrededor, a la gente asustada. No supo qué responder. 311 Y los traficantes fueron más rápidos que ella. UrsHadiic gruñó y Melia vio un par de flechas saliendo de su espalda. Se llevó una mano a la cara, alarmada. A continuación el daimión giró la cabeza hacia sus atacantes, su cuello se había alargado visiblemente y todo el mundo dentro del carro que pudo verlo soltó una exclamación ahogada. Todos menos Sofía, que estaba encantada. ―¡Lo sabía!―dijo con emoción. Los bauros cargaron contra él, pero salieron despedidos al encontrarse con sus garras. Antes de que nadie pudiera recuperarse de la sorpresa. UrsHadiic, convertido en una bestia, se lanzó a por los traficantes. Varios intentaron hacerle frente, sobre todo bauros, que en su estupor alcohólico no tenían ni idea contra qué combatían, pero no aguantaron mucho la embestida de un daimión furioso. Cayeron destrozados, los traficantes que permanecían en pie huyeron. Por un momento, Melia creyó que UrsHadiic iba a perseguirlos, porque hizo amago de alzar el vuelo, 312 pero en el último instante se volvió de nuevo hacia los carros. La gente en su interior chilló aterrorizada al verle venir y empezaron a lanzarse contra los barrotes, intentando abrirlos a la fuerza. La cabeza del monstruo bajó sobre ellos, mordiendo la celda y arrancando aquellos mismos barrotes del armazón del carromato, para luego lanzarlos lejos. Todo el mundo quedó petrificado, hasta que le vieron moverse hasta el siguiente carro y hacer lo mismo. Entonces se dieron cuenta que eran libres. Sin decir ni adiós ni gracias, bajaron y corrieron por la zona. Melia creía que iban a ir directamente de vuelta a sus casas, pero la mayoría se paró a revisar los bolsillos de los traficantes muertos y a quitarles sus armas, sobre todo las de hierro y metal. Algunos se llevaron hasta las mulas. Temblorosa, Melia ayudó a bajar a Sofía del carro. Miró a su alrededor entristecida, no le gustaba nada, no le gustaba ver gente muerta, aunque fuera gente 313 como aquella y, sobre todo, no le gustaba que fuera UrsHadiic el que hubiera hecho algo así. Que fuera algo inevitable no quería decir que se debía sentir complacida por ello. El daimión volvía a tener aspecto humano y buscaba unos pantalones nuevos para ponerse. Se dio cuenta, sintiéndose algo rara, que los daimiones quedaban desnudos al transformarse. Fue incapaz de recordarle desnudo la primera vez que le vio. Claro que entonces estaba hecha un girón de nervios. Mientras Melia se ocupaba de sus pensamientos, Sofía seguía a los suyos, bastante feliz. ―Qué bien, qué bien... un valiente y valeroso daimión ha acudido a salvarme, qué emoción... UrsHadiic la oyó al acercarse a ellas y varió ligeramente su dirección para esquivar a la anciana mientras hablaba con Melia. ―¿Puede saberse qué hacías aquí? ―Nos capturaron, ¡a ti qué te parece!... 314 ―¡Te largaste sin decir nada! ¿Qué te crees que estabas haciendo? ¡No me sorprende que hayas terminado con esa gente! ―Antes de que me cogieran me las conseguí apañar mucho mejor que contigo. ¡Déjame en paz! El daimión cruzó los brazos, enfadado. ―De eso nada, tú te vienes. ―No. ―Compraremos más verdura si quieres, y haré un poco más la carne. ―¡¿Me tomas el pelo?! ¡¿En serio crees que me fui solo por la comida?! Se produjo un pesado silencio. UrsHadiic parecía que iba a explotar de un momento a otro. Melia ayudó a su compañera a echarse un momento y descansar. Curiosamente, no le había preguntado por el dinero robado, siempre había creído que eso sería lo primero que haría si alguna vez se volvían a encontrar. 315 ―Sofía no se encuentra bien y quiero devolverla a su casa, y aunque ella no estuviera aquí, no tengo la menor intención de irme contigo. No soy ninguna esclava y quiero volver a mi mundo. Le vio girarse con brusquedad y le siguió con la mirada, sorprendida. Se había acercado a uno de los carros y empezó a arrancar los restos astillados de los barrotes. Se preguntó qué demonios estaría haciendo. ¿Tomándola con unos indefensos barrotes? ¿No había destrozado suficientes cosas aquel día? Comprobó que la anciana se encontraba cómoda y se acercó al carro. ―¿Qué haces? ―¿Cómo piensas llevarla de vuelta a su casa?, ¿a rastras? ―...te he dicho que no pienso volver contigo. UrsHadiic se detuvo un momento y se quedó mirándola. Luego volvió a romper las cañas con más ahínco. 316 Melia suspiró y examinó los alrededores. El suelo del carro estaba bastante indecente, decidió echar algo de hierba y paja encima para limpiarlo; luego lo quitaría con algunas ramas. Mientras trabajaba, observaba al daimión, que no había vuelto a decir nada, pero seguía dando la impresión que iba a estallar. ―¿Por qué te fuiste? Por un momento se quedó muda. La voz de UrsHadiic había sonado muy baja, si no se hubiera largado todo el mundo ya de allí, no hubiera estado segura de que se hubiera dirigido a ella. ―¿Lo preguntas en serio?, ¿por qué hubiera debido quedarme? ―Conmigo estabas segura. ―Eso lo dices tú, que yo recuerde querías amordazarme para que te dejara de hacer preguntas. ―No hablaba en serio, ¿te he hecho algo alguna vez? ―¿Y yo que sé si hablabas en serio?, dejaste de hablarme, no contestabas a mis preguntas, y si lo 317 hacías era como si yo fuera una molestia, cambias de la noche a la mañana y no entiendo nada, no sabía qué pensar, no sabía qué más hacer, me levantaba por las mañanas y sabía qué podría ocurrir, me asustas... UrsHadiic brincó como si algo le hubiera picado. Melia se mordió el labio, ya había dicho más que de sobra. Terminó de limpiar el suelo de madera, colocó más hierba limpia y saltó para buscar a Sofía. ―Vamos, cogeremos el carro para volver a tu casa. ―Oh, qué bien―exclamó la anciana, poniéndose en pie―, nos han dejado dos mulas y todo. ―Probablemente creerían que UrsHadiic se las iba a comer... ―¿Urs? ―Es el daimión. ―¿Urs?, ¿has dicho Urs? ―Sí, ¿pasa algo? 318 ―Oh, es su nombre familiar, a no ser que se lo haya inventado, es una gran familia, no sabía que se les hubiera escapado uno. En aquel momento, el aludido se acercó a ellas y, con un rápido movimiento, cogió a Sofía en brazos. La anciana soltó un alegre gritito entusiasmado y UrsHadiic estuvo a punto de dejarla caer. ―Iiiihhh... ¡Un guapo daimión me lleva en volandas! ¡Qué emoción, qué emoción! Melia no pudo evitar reírse por lo bajo. Condujeron el carro de vuelta a la montaña. Encontrándose con algunos de los fugados por el camino. Nadie quería quedarse por allí cuando vinieran los soldados a investigar. Melia intentó cuidar que el carro no saltara mucho para no molestar a Sofía, pero en realidad era casi imposible en aquellos caminos. Le preocupaba mucho el estado de la mujer. Lo que le ocurría no tenía nada que ver con simples problemas de cadera, pero la anciana seguía emperrada en fingir que no era nada. Incluso gastaba 319 bromas con UrsHadiic, que intentaba ignorarla manteniendo la atención fija en el camino. Se detuvieron en un claro tranquilo a pasar la noche, habían tomado una dirección que atajaba directamente hasta Bis de Ankira, así que no se encontraron con más fugados. Aquellos también habían arrasado con las provisiones, pero consiguieron recuperar algunas vituallas y hacer algo decente para cenar, después del hambre que habían pasado. Aunque Sofía no tenía muchas ganas de comer. Extendió algunas mantas sobre la tierra y la ayudó a tumbarse encima. Poco después, pareció quedar dormida. ―Se está muriendo... Se volvió al daimión, enfadada. ―¿Cómo lo sabes? ―He visto morir a bastante gente, ella lo sabe también. Permanecieron un tiempo en silencio. 320 Melia sentía que no estaba entendiendo nada. ―¿Qué vas a hacer viniendo con nosotras? No pienso ir contig... ―Ya te he oído. Volvieron a quedarse en silencio. Miró hacia sus mantas, pensando que lo mejor sería irse a dormir, sabía lo inútil que era discutir con él. ―Bien... me rindo... Parpadeó y se giró hacia su compañero. Había vuelto a hablar en voz muy baja y se frotaba la frente con las manos. ―¿Qué? ―Gerón está vivo. Durante un instante, no supo de quién estaba hablando. Al darse cuenta sintió vértigo. ―¿Q... qué?, ¿de qué hablas?... ¿lo encontraron o...? ¿Cómo que está vivo? ―Estoy trabajando para él, la idea del ataque fue suya... a medias, sabía que atacarían, y quería librarse de Áncula y del Consejo, ahora creen que está muerto 321 y lleva casi un año en silencio, esperando. Yo debería ser su ‹‹guardaespaldas›› durante el ataque, y armar follón para que tuviera tiempo de desaparecer sin dejar huella. Al principio creo que quería que fingiera que me lo había comido, lo de las rocas resultó más oportuno... ―No... no... no entiendo... ―Gerón tenía problemas, quería desaparecer, me pagó para que le ayudara y desapareció. Fin. ―¿Desaparecer?, ¿sin más?, ¿y qué pinto yo en todo esto? El daimión se rascó la cabeza. ―No lo sé, un accidente, me dijo... también quiso que cuidara de ti. Lo que me recuerda que me va a deber mucho dinero, te fuiste con parte de mi botín... ―¿Sabes dónde está? ―No, oculto, dentro de unas semanas esperaba recibir noticias suyas, no estaba seguro si podría llegar a la cita, teniendo en cuenta que había perdido parte del trato... ―¿Por qué no me dijiste nada? 322 ―¿Por seguridad? Pasamos más de un mes rodeados de ánforos, si se enteran que está vivo y yo le ayudé, me matan. Luego…no lo sé, creo que Gerón no quería que lo supieras... aunque tampoco dijo nada directamente en contra... ―No te apetecía, básicamente. ―Es posible... Ella también empezó a masajearse las sienes. ¿Qué estaba diciendo?, ¿qué era todo aquello?, no tenía sentido... Pero el tipo que había prometido ayudarla a volver a casa tantas veces estaba vivo. Gerón estaba vivo... Y UrsHadiic estaba protegiéndola porque él se lo había pedido. UrsHadiic cuidaba de ella, porque otro se lo ordenó. Tomó aire, y lo soltó poco a poco... Aquella parte, al menos, ya tenía explicación. ―¿Cuándo se supone que os vais a ver? 323 ―No ha dicho nada de vernos, solo que recibiría noticias. ―¿Podré enterarme yo también de lo que dice? ―Oh... así que ahora sí te interesa venir conmigo... ―Voy a quedarme con Sofía lo que haga falta, os guste a vosotros o no, pero también quiero saber qué está pasando. ―De acuerdo... ya hablaremos cuando la dejemos en su casa... ―¿De acuerdo? ―Sí. ―...¿de verdad te hubiera costado tanto decirme esto entonces? ―No lo sé, pero ya no va a cambiar nada, así que no importa. Le vio estirarse y echarse sobre la hierba. ―Buenas noches. ―Ya... buenas noches... 324 Melia se incorporó, se enrolló en sus mantas y se acurrucó junto a Sofía. Tenía que pensar en muchas cosas. Abandonó a UrsHadiic por miedo, un miedo confuso, como ella. Hacía tiempo se dio cuenta que no huyó por su mal carácter, o porque fuera, literalmente, un monstruo, huyó porque era incapaz de entenderlo. Nunca sabía lo que pensaba, sus cambios de actitud, su desidia hacia todo y sus paradojas. No podía confiar en él cuando era lo que más quería hacer. Aquello la aterrorizaba. ¿Tendría ahora todo un poco más de sentido? Llegaron a la cabaña en pocos días. La anciana apenas pudo moverse hasta entrar en su casita, seguía insistiendo que no pasaba nada, pero ella la veía cada día peor. Insistió en que visitara a un médico, la mujer se negaba a saber nada de ellos, la presionó para que reconociera qué le estaba pasando o llamaría a uno por las buenas o por las malas. 325 ―No hace falta, no digas tonterías, mona, estoy perfectamente, en cualquier minuto me levanto y salgo corriendo... ―Nada me gustaría más, pero no te creo. ―¿Por qué no?, ¿te he mentido yo alguna vez? ―Sí. ―Pero eran mentiras inocentes... ―Dímelo, por favor, si quieres que haga algo por ti lo haré, pero primero quiero saber qué te pasa. Sofía estaba echada en su cama, miraba las paredes a su alrededor mientras movía los dedos de las manos. ―Está bien... Sí, estoy enferma, muy enferma... Fui hace tiempo a un médico, ya ves, no necesito uno, ya fui... Me dijo que no tenía cura, que lo mejor que podía hacer era coger todos mis ahorros, comprarme una casita tranquila en la ciudad y contratar a alguien que cuidara de mí... Le dije que se fuera a hacer gárgaras... Melia asintió con la cabeza, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas. 326 ―Entiendo... ―Está bien, tiene que acabar pasando, más tarde o más temprano, mientras aún pueda moverme pienso dar la lata... ―¡Oh!, y eres muy buena haciendo eso... ―Je, je, je... Quedaron en silencio de nuevo, cavilando. ―Vas... ¿te vas a ir con ese daimión amigo tuyo?, creo que te está esperando... Melia giró la cabeza hacia la puerta. ―No, me quedo aquí, el tiempo que haga falta. ―¿Estás segura?, podría enfadarse. ―Pffff, que se enfade... ―Deberías tener más cuidado con él... ―No, está bien, no me hará nada. ―Ya... te está escondiendo cosas. ―Estuvimos hablando el otro día, todo está claro. 327 ―Ja, ja. No hay nada claro en él, lo noto, oculta algo... ¿Puedes decirle que entre un momento a hablar conmigo? La miró extrañada. ―¿Por qué? ―Quiero saber qué se calla. ―¿En serio crees que podrás sacárselo? ―Lo intentaré al menos. Dile que entre. ―Ajá... ¿seguro que quieres hablar con él?, no estarás pensando en hacer otros asuntos... ―Ji, ji, ji... uy, ¿a mi edad?, ¡qué cosas tienes...! Salió fuera, atardecía. UrsHadiic estaba apoyado en una de las casetas, observando confuso la colección de estatuas de Sofía. ―Quiere hablar contigo. Se señaló con el dedo. ―¿Conmigo?, ¿por qué? Melia se encogió de hombros. 328 ―No lo sé, asegurarse que no eres una mala persona... ―No soy una persona, así que ya va mal... ¿seguro que quiere hablar conmigo? ―Sí. ―Te lo advierto, para que conste, que si me ataca pienso defenderme. ―Es una anciana enferma, ¿qué te va a hacer? ―Supongo que tendré que averiguarlo. Abrió la puerta y entró a la caseta. Melia sonrió, se agachó y se arrastró hasta la ventana, para oír lo que decían. ―...saber ¿qué interés tienes con esa chica? ―Un tipo me encargó que cuidara de ella. ―¿Por qué? ―Eso no lo sé. ―¿No te interesa saberlo? ―¿Debería? ―¿Tú qué crees? 329 ―¿A usted que le parece? ―Esto no va a ninguna parte, ¿qué estás escondiendo?. ―No sé a qué se refiere. ―¿De verdad no sabes nada sobre por qué esa persona quiere a Melia? Nunca me ha hablado de nadie que podría interesarla... pero me ha preguntado por vosotros varias veces. ―¿Nosotros? ―Daimiones, eran preguntas muy especiales, también... ―¿Ah, sí?, ¿como qué? ―No, chico, responde tú primero, ¿para qué quieren a Melia? ―Le he dicho que no tengo ni idea, solo quiere que alguien la cuide, no me ha pedido nada más. ¿Puedo preguntar a usted qué le importa? ―Os conozco, le he cogido cariño a la niña y que me aspen si me voy dejándola en manos de uno de vosotros. 330 ―No tengo intención de hacer nada. ―Ya, una vez oí un refrán sobre a dónde llevaban las buenas intenciones... ―Y usted tiene pinta de ir allí pronto. ―Je, je, je... sí, pero antes te haré sudar un poco, te noto nervioso, niño, no te gusta nada que te esté haciendo estás preguntas ¿verdad? ¿Por qué? ―No sé de qué habla. ―Nervioso, nervioso... Melia se rascó la cabeza, era como oír discutir a un burro y una vaca. ―¿Qué preguntas le hizo Melia? ―¿Uh?, no te preocupa por qué te contratan, pero te preocupa lo que la chica piensa de ti. Eres intrigante, Hadiic... ―No me llame así. ―Ja, ja... ¿por qué no? ―No es mi nombre. 331 ―Seguro que no, seguro que ni siquiera tienes, ¿me equivoco? ―No es asunto suyo. ―¿Qué pasó?, te debiste marchar siendo muy joven... ―No es asunto suyo, no me gusta jugar al gato y el ratón, si de verdad cree que me pongo nervioso créalo, pero yo me largo. ―Espera, espera... ¿sabes qué pregunta me hizo Melia? ―¿Qué? ―Quiso saber si era posible que un daimión pudiera llegar a ser una criatura decente. ―...¿y qué le dijo? ―Que erais todos una pandilla de indeseables sin arreglo. ―Eso está bien, me hubiera preocupado que le hubiera dicho algo bonito. ―Sí, seguro, muy preocupado. 332 Melia intentó arrastrarse de vuelta a la hoguera, dándose cuenta que UrsHadiic salía. Cogió un cuenco y se sentó frente al fuego, intentando disimular. No tenía la más remota idea qué había intentado hacer Sofía, la mitad de las cosas ni siquiera las había entendido. ¿Había alguna especie de lenguaje secreto entre daimiones que aún no conocía? ¿Y por qué le había contado aquello sobre ella? No quería que UrsHadiic se hiciera ideas raras tampoco. El daimión salió y se acercó al fuego, le brillaban los ojos frente a aquella luz, así que no estaba segura de qué podía estar pasándole por la cabeza. El gesto de su cara era bastante neutro para él. ―¿Qué te ha dicho?―preguntó Melia, fingiendo ignorancia. ―Cosas... ―¿Algo interesante? ―No. 333 ―Voy a hacer algo de comer... no tenemos mucha carne. ―No importa. ―Voy a preguntarle a Sofía qué quiere. ―De acuerdo. ―Tienes una cucaracha gigante encima de la cabeza. UrsHadiic dio un respingo. ―¿Ahora resulta que te asustan las cucarachas? ―No me gusta que haya insectos paseando por mi pelo, es desagradable. ―Bueno, al menos has reaccionado. Mientras preparaba la cena, Melia recordó también recoger algunas plantas y las preparó, su compañero no reparó en lo que hacía hasta que le puso el cuenco con el mejunje en los morros. ―¿Qué haces? ―Te hirieron con unas flechas, pensé que te haría falta. 334 El daimión se inclinó hacia atrás, ella se había colocado delante del fuego, de modo que ya no se reflejaba en sus ojos. Se le veía confundido. ―Oh... te acuerdas... está bien, espera... UrsHadiic se quitó la camisa e intentó tocarse las marcas, pero no las alcanzaba. ―Déjame, yo lo hago, te acabarás dislocando un hombro. ―Como si fuera la primera vez... ―¿Te has dislocado el hombro antes? ―¿Te refieres a yo solo, u otra persona? ―¿Ambas? ―No sé... dos docenas de veces o así... Melia hizo un gesto de negación con la cabeza. No entendía cómo se podía vivir así. Comenzó a echar ungüento por la espalda. Las heridas viejas, que le estuvo cuidando la vez anterior, ya estaban cerradas y tenían una fina costra de un rojo intenso. No habría calculado que tendría más de unas semanas y, sin embargo, sabía que llevaba casi 335 un año con ellas. Era una suerte que los daimiones fueran tan resistentes, con la vida que llevaban, y las curaciones tan lentas que sufrían, era milagroso que no se hubieran extinguido. ―Ya está, buscaré algo para cubrirlas... ―Gracias. Parpadeó. ―De nada. El día siguiente transcurrió con bastante calma, Melia cuidó de Sofía e intentó que estuviera cómoda. Mientras, UrsHadiic dio varias vueltas por las proximidades, situándose. Se preguntó si tenía la intención de irse o se quedaría con ellas. La anciana no mencionó su conversación con él, se limitaba a hablar de asuntos cotidianos, como cuánta agua podía sacar del pozo sin que tuviera que esperar a recargarlo, cómo decidió donde colocar las estatuas para que señalaran diferentes caminos (así que no estaban al tuntún), y dónde escondía sus ahorros. 336 Aunque ya había reconocido que padecía una enfermedad grave, que le expusiera de aquella forma los secretos de su vida cotidiana le ayudó a convencerse de que Sofía se estaba muriendo. Se sintió deprimida, había cogido mucho cariño a la mujer. Al anochecer la dejó durmiendo, dormía mucho, prácticamente se desvanecía frente a ella. Salió fuera de la caseta, pensando en ponerse algo caliente para beber e intentar animarse un poco. UrsHadiic le estaba haciendo muecas a una de las estatuas. ―¿Saludando a un pariente? Se volvió para mirarla por encima del hombro. ―¿Puedo preguntar por qué nos hacéis siempre con la boca abierta? ―Igual... para que se os vean los dientes, así dais más miedo. 337 ―Ya, es incómodo, y desagradable... Imagínate que tallan una efigie a tu imagen y semejanza, con la boca completamente abierta... Melia se lo imaginó, y no pudo dejar de reconocer que UrsHadiic tenía algo de razón. Cogió un tazón con semillas machacadas y agua hirviendo. No tenía ni idea de cómo se llamaban las semillas, pero tenían cierto sabor espeso y vigorizante. Era lo más parecido a café que había probado allí, también eran semillas abundantes, crudas tenían mal sabor y la mayoría de la gente se las dejaba a los pájaros. Con un suspiro observó fijamente el fuego y dejó que se cabeza divagara sin rumbo. Si moría, iba a echar de menos a Sofía. Una parte de ella había empezado a reconocer el claro como un hogar. En aquel mundo en el que todo parecía haberse detenido, ella no había conocido aún un lugar estable por más de un mes. Pese a que tenía muchas esperanzas de volver a su mundo, se daba cuenta que le gustaba la idea de tener un sitio familiar y protegido allí, se sentía menos 338 desamparada, pero sin la anciana también se sentiría muy sola. Sin darse cuenta al principio, UrsHadiic se había acercado al fuego y la miraba apoyado en una de las casetas. Tuvo un pequeño sobresalto al levantar la vista y verle allí. Podía ser muy silencioso cuando quería. ―Ah, haz más ruido al moverte, me habías asustado, ¿quieres beber un poco?, aún hay agua caliente. No vio bien su expresión porque el fuego se reflejaba en sus ojos, para variar, pero se inclinó para coger una taza. ―Me iré mañana. Melia movió la cabeza, algo sorprendida. ―¿Mañana? ―No hay mucho que hacer aquí, no quiero que el contacto se vaya sin darme noticias, prefiero ir con tiempo. ―...¿estás diciendo que me dejas aquí? 339 ―Estoy diciendo que te dejo mientras esa vieja sigue viva y yo no tenga nada mejor que hacer, en cuanto reciba noticias volveré a buscarte. O, mejor, si la vieja se muere, creo que deberías venir tú, igual te interesa saber qué dicen... Lo pensó durante un momento. Básicamente, y muy a su manera, UrsHadiic la estaba dejando hacer lo que quisiera, más o menos. ―Está bien―respondió―, si Sofía muere antes de que vuelvas... um, ah, y ¿dónde debería ir a buscarte? ―En Dendron, una pequeña ciudad a tres días de aquí, no tiene pérdida. Melia asintió con la cabeza, estaba segura que había oído hablar de aquel sitio. Se puso en pie, le incomodaba hablar mientras no podía verle bien los ojos, así que rodeo el fuego y se apoyó a su lado en la casita. ―… otra cosa, estamos demasiado cerca de Glauco, deberías tener cuidado. ―¿Por qué? 340 ―Te has quitado los brazaletes, la gente por Glauco te consideran una esclava, y desconfiarán de que te haya dejado libre por las buenas. Además, si no eres una esclava para ellos eres aún un enemigo, eres una bicrona que viajaba con Gerón y Áncula. Ten cuidado, aquella gente no es tan simpática como tú te crees. ―...ya, me lo imaginaba. Aunque había considerado la amenaza de ser descubierta sin los brazaletes, la idea de que al principio UrsHadiic la eligiera como esclava para que no la trataran como a otro enemigo no se le había pasado por la cabeza. Probablemente la hubieran interrogado y luego vendido en cualquier mercado como botín. Si hubieran sabido además que era una bicrona (y ella sola se habría delatado, en el momento exacto que se hubiese preguntado cómo volver a su casa), posiblemente se hubiera ganado un interrogatorio más exhaustivo... Con lo que sabía entonces, empezó a reconocer que se había librado de varias situaciones desagradables gracias al daimión. 341 En ese momento, aquél miraba distraído el fondo de su taza. Se inclinó y le dio un beso en la comisura de los labios. ―¿Y eso? ―Por habernos salvado y por haberme ayudado con Sofía. ―Ah, no es nada, no me has dejado muchas opciones―dijo, con un ligero tono de reproche. Melia suspiró, cogió aire y miró al cielo, plagado de estrellas. No había cielos así en su mundo. UrsHadiic era un confuso amasijo de contradicciones. No tenía un lado bueno y uno malo, tenía alrededor de treinta y ocho, con aristas irregulares, obtusas, sobresalientes y puntiagudas. Y se estaba tropezando con todas y cada una de ellas. Si solo tuviera interés en relucir más a menudo su mejor faceta. Si solo quisiera ser mejor. Estaba segura de que UrsHadiic podría ser un buen daimión si tan solo se esforzara un poco más. 342 O puede que solo se estuviera engañando a sí misma. Se sentía tan bien cuando estaban juntos así... 343 Capítulo 14 El corazón de un daimión Al día siguiente, UrsHadiic se marchó de buena mañana. Melia empezó a arrepentirse de no haberle pedido que se quedara un poco más. Se estaba sintiendo bastante sola e infeliz. Sofía se hundía continuamente en un profundo sopor del que solo salía para masticar algo de comida y preguntar por cómo estaba la casa. Para mantenerse ocupada, decidió hacer una labor intensiva de organización en el claro. Recolocó y organizó las herramientas útiles, tiró otras que se estaban pudriendo y arregló uno de los baúles que tenía un agujero en una esquina. 344 Al tercer día de la marcha del daimión, Sofía se levantó. ―¿Pero qué puñetas ha pasado por aquí?, ¿un huracán? ―¿Qué haces fuera de la cama? ―¡Oh, no! ¡No intentes cambiar de conversación, rica! ¡¿Qué has hecho con mis cosas?! ―¿Ordenarlas?... Deberías descansar. ―El descanso es para los cadáveres, yo estoy estupendamente. La anciana cogió un tazón, lo llenó de la comida que había dejado del desayuno y se sentó junto a la hoguera con decisión. Melia no sabía si alegrarse o preocuparse. ―¿Quieres que te prepare algo? ―Hazme huevos, pon huevos cocidos, pero bien hechos. Corrió a obedecer, la mujer no había comido mucho en todo aquel tiempo. Recuperar energías la vendría bien. 345 ―...Melia. ―¿Sí? ―¿Quieres mucho a ese chico? ―...¿quién? ―El daimión. Comenzó a frotarse los dedos de las manos, como si los tuviera fríos. ―No lo sé, es complicado... ―Aa... sí, lo es... ‹‹Complicado›› es la palabra. Yo tampoco sé que pensar, es una segunda generación, estoy segura, es muy jovencito... También estoy segura que en algún momento de su vida quiso a alguien o se preocupó por alguien, tiene empatía, reconoció lo que te pasaba por la cabeza cuando me cuidabas. No suelen comprender esas cosas si ellos mismos no han querido nunca a nadie, ni se lo han enseñado. El problema es que no sé si aún puede sentir cariño o es solo un recuerdo para él, lo siento. ―Está bien, tampoco me hago muchas ilusiones. Solo quiero volver a mi casa, después de todo. 346 ―Mmmmmm... Sofía inclinó la cabeza como si asintiera, pero la dejó caída unos momentos, parecía que se había vuelto a desvanecer, poco después la volvió a levantar. ―¿Dónde están mis huevos? ―Ya van, ya van... ―¿Sabes que ya le conocía de antes? ―¿A quién?, ¿a UrsHadiic? ―Sí, ¿de quién te crees que estamos hablando? ¿Recuerdas que te dije que dos daimiones atacaron nuestro pueblo? Él era uno de ellos. ―¿En serio? ―Sí, y estoy segura que te va a interesar. Te cuento... pero esto va a ser una gran confidencia, no me he atrevido a decírtela mientras él estaba por aquí, es un favor para alguien especial... ¿de acuerdo? ―No diré nada. ―Muy bien, verás. En mi pueblo natal teníamos un alcalde que era un completo tirano, un pequeño 347 mafioso que se creía el rey de Ethlan y más allá. Se creía tan poderoso que no se le ocurrió otra cosa que jugar con los daimiones. Aún no estoy segura de cómo, pues era un completo ladrillo, descubrió a un daimión fugado, le buscaban porque guardaba un tesoro muy importante para el pueblo de los daimiones. El idiota de nuestro alcalde intentó chantajear al fugado mientras negociaba una recompensa con otra gente. Al final, ocurrió lo que tuvo que ocurrir: el fugado consiguió engañarle y se le escapó, cuando ya había llegado a un acuerdo con alguna gentuza para entregar al daimión... Llamó a un ejército para protegerse, entonces apareció UrsHadiic y otro tipo del que no sé nada y, sin mediar palabra, y seguro de que podría derrotarles porque solo eran dos, los atacó. Imagino que el final te lo sabes. ―Me suena. ―Bien, como ya dije, no se perdió nada de valor. Aquí viene lo importante. Nunca encontraron al fugado, sigue escondido, y bien escondido. Pero yo sé donde está. ¿Quieres que te lo diga? ―¿Debería?, parece peligroso... 348 ―Lo es, lo es... pero igual te conviene conocerle, no está lejos, en este mismo bosque, sabe algo de goeteia y, más importante aún, la reliquia que dicen se llevó puede ayudarte a volver a tu casa. La miró sorprendida, Culebrilla había dicho algo sobre reliquias, así que existían de verdad. No es que dudara de ella, pero le alegró recibir confirmación de su existencia. ―¿Lo dice en serio? ―Sí. No conozco bien los detalles... verás, los daimiones no pueden atravesar los Lagos tampoco, aunque son Hijos de Ethlan, creo que porque Ella no les deja, o están tan apegados a su madre que les es imposible salir de la isla. Pero, podrían cruzarlos con ese objeto, por eso es tan importante. Seguro que tú también podrías usarlo. ―¿Y por qué iba a ayudarme? Es un daimión. ―Dile que vas en mi nombre, le caigo bien. Es una primera generación, a veces se acuerda que fueron concebidos para proteger humanos, no le disgustan los humanos, pero le gusta es que le dejen en paz... No te morderá si te andas con cuidado. 349 ―¿Dónde se encuentra? ―Ja, ja… cerca. Está en lo alto de esta misma montaña, el único camino que llega hasta allí empieza aquí, es el único que no he señalado... mmmm―empezó a cabecear un poco. ―¿Quieres que te ayude a ir a la cama? ―No, estoy bien... te decía, el único camino que no he señalado, se llama Baal... No es difícil de encontrar... pero el camino es largo... y húmedo... lleva chaqueta... ―Venga, levántese, vaya a descansar. ―No, no, no. Aquí estoy bien, junto a fuego... Oye, no le digas a tu amigo nada de lo que te he dicho... no creo que se hayan olvidado de Baal... no se lo digas a nadie... es mi secreto... Tuvo que forcejear un poco con ella, pero consiguió hacer que se levantara y fuera a acostarse. Melia pasó la noche despierta, yendo a ver cómo se encontraba cada poco tiempo. No había vuelto hablar y solo se movía para mirar a su alrededor y volver a dormirse. 350 Para matar el rato había empezado a hacer abalorios de nuevo, tenía un par de ideas, pero lo que en realidad buscaba era tener la cabeza ocupada en otra parte. Al día siguiente, Sofía ya no volvió a despertarse. No supo con seguridad cuando murió. Entraba y salía de la casa con frecuencia, comprobando que estuviera cómoda y no necesitara nada, pero durante un tiempo creyó que estaba dormida, hasta que, al medio día, asustada por su falta de respuesta, la tocó y sintió que estaba fría. Dedicó un tiempo a llorarla junto a su cama, hasta que se dio cuenta que el Sol bajaba. Entonces se puso en pie y bajó al pueblo, donde explicó a un par de vecinos lo que había pasado y pidió que la ayudaran. Aquella noche veló ella sola el cuerpo de la anciana. Un par de mujeres cuidaron de que tuviera comida caliente, pero se marcharon pronto. Al alba, varios vecinos vinieron a buscar a Sofía y la enterraron en el cementerio del pueblo: el espacio de un antiguo edificio rodeado de muros desprendidos y plantas trepadoras. No hubo 351 demasiada ceremonia, dejaron su cuerpo envuelto en tela en un nicho, lo cubrieron, le dedicaron un momento de silencio y se fueron. Melia se quedó un poco más. Se fijó en un pequeño daimión caído en una esquina. Probablemente formó parte de una escultura mayor que ya se había perdido, le faltaban las garras y medio ala estaba rota, pero decidió que serviría. Lo cogió pesadamente con ambas manos y lo colocó sobre la tierra removida. Estaba segura de que a Sofía le hubiera encantado. De vuelta al claro, pensó en prepararse para salir en busca de Baal, pero la tristeza aún le resultaba demasiado pesada y lo dejó para el día siguiente. Se sentó junto al fuego y siguió trabajando en sus abalorios. De vez en cuando se levantaba e iba a comprobar que Sofía se encontraba bien, pero pronto volvía a sentarse, recordando que Sofía no estaba. Había quedado completamente sola en el claro. El amanecer la pilló por sorpresa, dormitando con la cabeza apoyada en un leño que usaban para 352 sentarse junto al fuego. Al incorporarse sintió todos los dolores que se podían sentir cuando uno dormía retorcido en el suelo de un bosque húmedo. Atontada, empezó a ponerse algo caliente para beber, recordando un poco a su pesar que no tendría que poner nada para nadie más. Mientras el agua hervía decidió que se marcharía inmediatamente después del desayuno. Sofía se iba a enfadar con ella si se quedaba remoloneando, y UrsHadiic echaría humo por las orejas si se enteraba que su compañera había muerto y ella estaba desaparecida, otra vez. La Montaña Ankira era bastante fría y húmeda ya allí, y más arriba era peor. No subía mucha gente, no había más que bosque y, muy a menudo, estaba todo tapado por las nubes que se concentraban en las laderas. Eran nubes estáticas, rara vez se separaban de la montaña para hacer llover, sencillamente estaban. Melia se arropó y cogió mantas extras. Preparó bastantes provisiones, no sabiendo si aquel Baal tendría de sobra, y colocó varios de sus abalorios sobre un bastón. 353 En el bosque había animales peligrosos, no habían visto panteras en años, pero quería ir segura. Los animales de la selva suelen esquivar a los humanos cuando pueden, así que haciendo ruido avisaría de su presencia y con suerte evitaría encuentros desagradables. Cargada con todo aquel el equipaje, no pudo evitar sentirse si no como un extraño místico ermitaño de camino a la montaña. El primer día no pasó nada interesante. Solo anduvo y anduvo hacia arriba. Estaba segura que tenía que haber una vista magnífica del horizonte en alguna parte de lo alto de aquella montaña. Pero únicamente vio árboles, árboles, raíces, insectos, árboles y un mono dormido en una rama, demasiado ocupado siendo un mono dormido para prestarla atención. El camino había sido estrecho y poco definido desde el inicio, en ocasiones, lo único que le decía que aquello era el camino es que sencillamente no había más huecos a su alrededor por donde pudiera pasar una persona adulta. A medida que ascendía, los 354 árboles eran mayores y se encontraban más separados entre sí, facilitándole muchísimo las cosas. Por la noche tuvo problemas para encender fuego. Toda la madera por allí estaba húmeda, ni se le había pasado por la cabeza que tendría que llevar leña a un bosque. Tras varios esfuerzos, y después de prender fuego a media manta para poder iniciarlo, pudo cocinar algo caliente. Empezaba a hacer bastante frío también. Al amanecer estaba todo cubierto en una espesa neblina, caminó con una antorcha hasta el mediodía, cuando se despejó lo suficiente para ver. Justo entonces un par de alas gigantescas aparecieron sobrevolando sobre su cabeza. Se acurrucó entre las raíces de un árbol, sorprendida. Al observar se dio cuenta que no era más que un águila, pero debía ser el águila más grande del universo. Se posó en una rama a varios metros sobre su cabeza, el árbol era respetable y sus ramas fuertes y gruesas, pero se balanceó como una espiga cuando el animal se colocó sobre ella. 355 Melia calculó que tendría casi su misma altura. Dudaba que fuera a atacarla, pero estaba segura que no quería cabrear a aquel bicho. Poco a poco, y asegurándose que no hubiera un nido con huevos gigantes cerca de ella, o cualquier otra cosa que pudiera hacer enfadar a la rapaz, siguió andando. Cuando llegó a estar convencida de que había alcanzado el centro de ninguna parte, y que se había perdido y Sofía se pitorreaba de ella en algún sitio del más allá. Encontró un montón de estatuas. Eran las mejores estatuas que había visto fuera de Glauco. La mayoría estaban enteras y relativamente limpias, tenían algunas manchas de verdín, pero lucían en muy buen estado, incluso conservaban aquella piedra negra en sus ojos, lo que les daba un aspecto fantasmagórico entre la niebla. De forma bastante repentina, se levantó un muro frente a ella. Tenía tallado también todo tipo de figuras y motivos, formando ventanas y puertas eternamente selladas, no parecía haber ninguna de verdad, solo roca. 356 Lo siguió un trecho, observándolo de lejos y, por fin, pudo ver una sombra oscura y alargada frente a ella. Era una entrada. Se acercó y se dio cuenta que había alguien allí. Podía haber sido perfectamente otra estatua más. Estaba completamente estático, en medio del estrecho marco, sus ojos apenas se movieron para seguirla. Era un hombre mayor, pero aún se le veía fuerte, tenía el pelo largo y recogido en la nuca, era rubio, pero por zonas se estaba volviendo gris. Sus ojos eran claros y penetrantes. Al principio estuvo demasiado sorprendida para prestarle una atención detallada, pero cuando consiguió sobreponerse se dio cuenta que tenía una gran marca en la cara, le faltaba una oreja y el brazo. Se quedaron un rato en silencio. Melia decidió que debía ser ella la primera en hablar. ―Buenas tardes... soy amiga de Sofía, me dijo que viniera aquí, que usted igual podría ayudarme... ―¿Dónde está Sofía? 357 Inclinó la cabeza. ―Murió. ―¿Cuándo?, ¿por qué? ―Hace un par de días... estaba enferma, yo la cuidé. ¿Es usted Baal? La figura quedó un momento en silencio, mirando a la nada sin contestar. Su rostro estaba tan petrificado como la roca a su alrededor. ―¿Cómo esperas que te ayude?―dijo finalmente. ―¿Sabe algo de goeteia?, vengo de Geo y me gustaría regresar a mi casa. Sofía me dijo que igual podía ayudarme. ―¿Dónde está? ―¿El qué? ―Sofía. ―La enterramos en el cementerio del pueblo. En aquel momento, el tipo dejó de mirar a la nada y posó su vista sobre ella. 358 Melia se estremeció. Sus pupilas eran penetrantes como agujas de hielo, pero aún más vacías que las estatuas. ¿Era un daimión? ¿Así eran los demás daimiones? Baal se volvió. ―Entra―dijo, desapareciendo entre las sombras. Se acercó a la, cuidando donde pisaba, ella no podía ver en aquella oscuridad. La entrada daba a un estrecho pasillo, que continuaba recto durante varios metros, no había ni una sola antorcha en todo el trayecto. Al final, vio luz anaranjada al fondo y llegaron a una habitación. Era una habitación sencilla, contrastando bastante con los elaborados adornos de piedra en el exterior; rectangular, con un nicho donde ardía una hoguera como único adorno en las paredes. Había una mecedora junto al hogar y una mesa con una silla en la esquina opuesta. Nada más. 359 ―Siéntate―ordenó, mientras él se reclinaba en la mecedora y volvía a quedarse estático, mirando a la nada. Melia cogió la silla y se acercó, esperando que el daimión hablara primero, pero no abrió la boca. ―¿Puede ayudarme?―repitió. ―No sabes goeteia. ―No. ―No puedo hacer mucho por ti, no conozco la forma de volver usando la goeteia. ―Ah, está bien. Sofía me dijo que sabía de un objeto que podría ayudarme. ―La Corona de Daia. ―La... ¿eh? ―Todos la están buscando, la Corona de Daia, pero yo no la tengo. ―¿Qué es la Corona de Daia? ―El nombre lo dice. ―Sí, pero ¿para qué sirve? 360 ―Puede servirte para pasar de un lado a otro, de Geo a Ethlan. Es una Joya Sagrada, junto con el Cetro, que tienen los Ánax. Contienen la esencia de Daia, pero nadie sabe qué fue de la Corona desde hace mil años. ―¿Cómo es que no lo saben? ―Se evaporó, oí que cayó al mar... Yo la guardé los mil años anteriores, pero los Urs nos traicionaron, la querían para ellos, y luego los En traicionaron a los Urs. Hubo guerra y acabó en manos de los En, yo me había marchado ya entonces, y poco después desapareció la Corona. Los En dicen que los Urs se le robaron, y los Urs que no saben nada. Me llegó un vago rumor de que hubo una pelea entre dos jóvenes idiotas y se les acabó cayendo al mar sin que se dieran cuenta. ―Vaya... La conversación estaba decepcionándola un poco. Se preguntó si con los ‹‹Urs›› se refería a la familia de UrsHadiic. ―Umm... ¿ha oído hablar de un tal ‹‹UrsHadiic››? Baal ni parpadeó. 361 ―Es un nombre ridículo, ¿conoces a alguien que se llame a sí mismo así? ―...sí, ¿por qué es ridículo? El tipo mostró por fin emoción, se la quedó mirando, obviamente convencido que hablaba con una burra. ―Hadiic es el nombre que se da a los daimiones que acaban de hacerse adultos, significa ‹‹nuevo››, cuando consiguen hacer algo útil para la familia se lo reconocen poniéndole un nombre de verdad. Ningún adulto respetable iría por ahí llamándose ‹‹Hadiic››. Es falso. Melia estuvo a punto de reírse. Miró el hueco por donde había llegado. Aquel sitio la ponía nerviosa, no tenía mucho más que hacer, saber de la Corona era interesante, pero si varios daimiones no habían podido dar con ella en mil años, no había mucho que ella pudiera hacer. Había pasado de tener un problema sin solución, a muchas soluciones que no servían. Aún le quedaba Gerón, de cualquier forma. 362 ―¿Conoces más daimiones? Se volvió, algo sorprendida. Baal a veces mostraba iniciativa y todo. ―Sí, uno, pero no le diré que está aquí. ―...¿sois amigos? Su rostro se tensó. ―Más o menos, es una especie de guardaespaldas, un tipo le ha contratado para que me cuide, pero me ha dejado un tiempo sola. ―¿Te gustaría librarte de él? Parpadeó, preocupada por aquella pregunta. Baal no había interpretado bien el gesto de su cara. ―¿A qué se refiere? El viejo daimión se puso de nuevo en pie y caminó hacia una pared. ―No sé cómo hacer para cruzar los Lagos, pero aún tengo algo de goeteia que podría servirte... Con un movimiento de su único brazo, en la pared se formó otra entrada. 363 Melia le siguió, intrigada. Llegaron a una habitación llena de libros. ―Puedo ayudarte a desaparecer, si quieres―dijo él―. Es lo que mejor se me da. ―¿Desaparecer? ―Sí, es sencillo, hasta alguien sin experiencia podría aprenderlo rápido, aunque tiene algunos inconvenientes. Le enseñó un libro lleno de símbolos que no entendió. ―No mires las letras, no van a decirte nada y no creo que tengas tiempo de aprender eso ahora. Esta forma de goeteia ayuda a hacer que un daimión no te detecte, en realidad, con humanos funciona también. No sirve si el daimión ya sabe que estás ahí, o si tú misma te delatas de alguna forma, haciendo un ruido fuerte, o moviéndote con brusquedad. Abrió mucho los ojos, de nuevo completamente interesada en las palabras del daimión. Aquello sonaba como una bendición. ¿Podría desaparecer a 364 voluntad?, ¿hacerse invisible para otros?, ¿como poderes mágicos y cosas así? ―¿Dice que se puede usar con humanos? ―Sí, supongo, pero ¿a quién le importa? Ya, claro. Humanos. Pfffff. Se sentaron. Baal intentó explicarle cómo hacerlo. Pasaron horas. Al principio, Melia no entendía nada, el daimión le explicaba las cosas como si ya tuviera nociones de goeteia y no había forma de que cambiara su discurso. Realmente, aquello de la ‹‹empatía›› era un concepto que a los daimiones se les escapaba como una anguila. Sintió un renovado aprecio por UrsHadiic. Decidió retorcer su cerebro e intentar pensar como un daimión para comprender qué quería decirle: ‹‹Vamos a ver, soy una criatura aburrida y rancia que se ha olvidado lo que es tener sentimientos y además mi ego no me entra por la puerta...›› 365 En realidad, eso no le ayudó nada. Pero era muy tarde ya y comenzó a entrarle sueño, y, por alguna razón, hizo algo bien. ―Oh, has hecho algo bien. Era bueno saberlo. ―¿El qué? ―Has estado a punto de lograrlo. Hazlo otra vez. ―No sé que he hecho. ―¿Qué? ―En realidad, me está entrando sueño. ―Pues deja que te entre, eres muy torpe. Volvió a intentarlo y se dio cuenta de que tenía razón. Cuando empezó a cabecear sintió algo familiar que al principio había ignorado, del mismo modo que sentía que era arrastrada a alguna parte cuando tenía sus misteriosos sueños. En aquel momento, era como si ella arrastrara el sueño hacia sí. Y aquel gran rompecabezas que preocupado toda su vida, tuvo sentido. la Hacía goeteia en sueños, sin darse cuenta. 366 había Sonrió embelesada a Baal, que no hizo nada. Era una sensación maravillosa, eso quería decir que ahora podría intentar controlar sus sueños. Si aprendía goeteia, aprendería a dominar los sueños. Baal no encontraba diferencia alguna entre el día y la noche y, para cuando consiguió entenderlo, había pasado tiempo suficiente como para hacerse de noche y vuelta de día. Dormir era para los débiles. Por la madrugada, Melia ya tenía medio controlada la habilidad de desaparecer, le faltaba ponerlo en práctica fuera, pero el daimión daba la impresión de estar ya aburrido de verla allí, empezó a despedirla en cuanto estuvo seguro que al menos dominaba la base. Melia salió del cuarto casi disgustada, quería saber más cosas, aquel tipo era la fuente de conocimiento que necesitaba para salir de allí; sin embargo, la paciencia de un daimión era algo que no sería prudente desafiar. Antes de irse, Baal le recomendó aprender lo que decían los símbolos que había visto en los libros. Si quería saber más de goeteia, conociendo los símbolos 367 podría hacer más, mucho más, sin necesitar a los vulgares humanos de Ánax. ―Y otra cosa...―estaba a punto de marcharse, pero esperó, viendo cómo metía su brazo bueno por el cuello de la camisa y sacaba algo. Era una cadena unida a un anillo―. A cambio de lo que te he enseñado, quiero que dejes esto en la tumba de Sofía. Melia lo miró. Era un anillo de oro, con la palabra ‹‹corazón›› grabada. No sabía lo que podía significar. Al levantar de nuevo la cabeza se encontró con una pared de piedra. Baal se había ido. Iba a tener que aprender también cómo se hacía eso. Se marchó de allí lanzando frecuentes miradas atrás. Sintiendo el peso del anillo en su mano. ‹‹Corazón›› ¿Qué quería decir con aquello? Sospechaba que Sofía la Vieja se había ido a su tumba guardándose muchas cosas. Tras el viaje de vuelta, y vigilando que nadie la viera, hizo lo que Baal pidió y enterró el anillo en la 368 tumba, colocando de nuevo la figura del daimión encima. ―Me hubiera gustado que me contaras esta historia... pero supongo que si te la guardaste para ti era por algo, ¿verdad? Se quedó algunos minutos pensando frente al espacio de tierra aún revuelta y sin vegetación, antes de ponerse en marcha. Tenía que buscar a UrsHadiic. 369 Capítulo 15 Juntos Tres días de distancia no era mucho, menos aún cuando los caminos eran buenos. Llegó a Dendron sin ningún tipo de problemas. Un poco cansada, un poco triste y un tanto alegre por volver a ver a UrsHadiic. Entonces se dio cuenta que no tenía ni la más remota idea de dónde buscarle. Dendron no era muy grande, ni se acercaba a las proporciones de Glauco, aún así tenía mucho trabajo por delante. Empezó por algunos hostales baratos y, mientras preguntaba, acabó, sin tener la más remota idea cómo, en una pelea de borrachos. Se agachó detrás de una mesa caída mientras oía a los borrachos juramentar e intentar golpearse 370 mutuamente con botellas rotas, pero les fallaba la puntería. En aquel momento, UrsHadiic entró por la puerta. Ignoró a la pelea y pareció no darse cuenta de que ella estaba allí, iba derecho a las habitaciones. Melia sacó el brazo de su escondite y le llamó. ―¡UrsHadiic, hola! El daimión parpadeó confundido mirando el brazo parlante. En ese momento, una botella se estrelló contra su cabeza. Se produjo un súbito silencio, frío y nervioso. Por allí debían saber quién era. Melia se atrevió a salir de su escondite. El dueño del local había reaparecido con varios soldados, pero se quedaron en la puerta, observando. Con toda la parsimonia del mundo, UrsHadiic se quitó de encima trozos de barro de la botella e intentó limpiarse la cara con la manga. Luego lanzó una mirada asesina a los borrachos, que hizo que al menos dos se mearan encima y el tercero se 371 desmayara. Cogió a los dos que estaban conscientes del cuello y los lanzó fuera del local, mientras los soldados dejaban un espacio prudente. ―¿No vas a matar a nadie hoy?―preguntó Melia, medio en broma. ―No, estoy de buen humor―respondió él, pero podría haber lijado granito con aquel tono de voz―, ¿dónde has estado?, me enteré que la vieja murió hace más de una semana. ―Aah... me perdí un poco. ―¿Sí?, también te has perdido al contacto. ―¿En serio?, ¿qué ha dicho? ―Nos esperan en Oon en un mes. ―¿Está lejos? ―Bastante. ―¿Por eso estás enfadado o porque he llegado tarde? Subían hasta las habitaciones y UrsHadiic se paró en medio de las escaleras. ―Han estrellado una botella contra mi cabeza. 372 ―Ya lo sé, lo he visto, ha sido divertido, pero tengo la impresión de que no estás enfadado solo por eso. ―Vale, estoy enfadado por muchas cosas, ya estaba pensando en salir a buscarte, y alguien estrella una botella en mi cabeza. ¿Cómo estás?, ¿has tenido problemas para llegar? UrsHadiic abrió la puerta de un cuarto y entró. ―Nno, no mucho, solo algunas vueltas de más... ―¿Y sobre la vieja…? ―Bien, estoy bien. ―Estupendo, así no me darás la lata durante el viaje. ―Muy sensible por tu parte. Venga, dime de verdad lo que te pasa. Le vio quitarse la camisa sucia y ponerse otra, ignorándola. O intentando desviar su atención a su abdomen, una de dos. 373 Finalmente, se dejó caer sobre la cama, con aire derrotista. ―Oon está muy cerca de Etimón. ―...¿Etimón?, ¿no es la montaña en mitad de la isla? ―Sí. ―¿No se supone que alrededor están los dai...?, oh, ¿tienes miedo de encontrarte con conocidos? ―No, pero no me gusta la idea de ir hasta allí. ―¿Por qué? ―...cosas. Se sentó junto a él. ―Vamos a tener que viajar juntos de nuevo. ―Lo sé. ―¿Vas a portare bien? ―¿Vas a salir huyendo llevándote todo mi dinero? ―Deberías responder tú primero. ―Se te han pegado cosas de la vieja aquella. 374 ―¿Eso es malo? Le vio reírse y se quedó mirándole. Se hizo un silencio un tanto peculiar. ―Y... eh, ¿qué planes tienes para el viaje? UrsHadiic dio un respingo y se puso en pie. Como si se acabara de recordar algo. Sacó un mapa, discutieron el recorrido y lo que harían; empezando al día siguiente, se pondrían en marcha hacia Oon. Melia no estaba segura sobre qué era lo que más le debía preocupar: si el viaje, o lo que se encontrarían al llegar. No estaba tan contenta ante la idea de volver a ver a Gerón como habría imaginado. Los primeros días de marcha se le hicieron muy agradables, circunstancia que agradeció porque aún se sentía mal por Sofía y no quería más preocupaciones. UrsHadiic se estaba comportando bien y lo mejor era que no se esforzaba por hacerlo, estaba tranquilo y relajado. Lo cual contribuía a que ella se sintiera 375 feliz, lo cual daba la impresión que tranquilizaba aún más al daimión. Era un círculo vicioso que esperaba no se rompiera nunca. ―¿Por qué tenemos que ir andando?, ¿seguro que serías capaz de llevarnos volando en un pis pas? ―¿En un qué? ―Rápidamente. ―No, de eso nada, ¿sabes lo que cuesta cargar con mi propio peso?, gasto menos energías yendo andando hasta allí que volando. Y aterrizar de la nada pegando a la frontera de territorio daimión es un tanto imprudente. ―Vaya... ―¿Pasa algo? ―Pensaba que sería divertido volar un poco. UrsHadiic la miró como si hubiera dicho algo muy tonto. ―¿Crees que soy una mula? ―No, claro. Tú eres aún más difícil de montar―el daimión le lanzó una mirada cargada de suspicacia, 376 pero no respondió nada―. No es más que una idea, si prefieres andar andaremos. A veces sentía deseos de preguntarle directamente por qué no había querido acostarse con ella. Después de que la dejara tirada de aquella mala manera, solo le venían a la cabeza malos recuerdos, por lo que el tema la molestaba. Viajaban muy a gusto y no quería estropearlo, así que se callaba... No podía ser porque fueran incompatibles, ¿verdad? Ella era la prueba viviente de que en algún momento daimiones y humanos habían conseguido llegar a tener hijos. Lo único que le quedaba por asumir es que sencillamente no estaba interesado. O no tanto como para complicar su trabajo durmiendo juntos. Igual UrsHadiic era un profesional serio. Era un tanto deprimente que se decidiera a ser serio así. Le gustaría intimar un poco, puede que no fuera una buena idea, pero a aquellas alturas encontraba la diferencia entre ‹‹buenas›› ideas y ‹‹malas›› ideas muy difusa. Cuando cruzaban alguna región fría y montañosa conseguía al menos acurrucarse junto a él por las noches. Generalmente no ponía inconvenientes, solo 377 en algunas ocasiones que no estaba de buen humor… aquellas en las que no había carne para cenar. ―¿No decías que te daba miedo? ¿Para qué te pegas tanto entonces? ―…no es que me des alergia, no te entiendo, no sé qué esperar de ti y eso me asusta… ¿es difícil de entender? ―No… cuando la gente dice que nos tiene miedo se limita a apartarse de nosotros. ―¿Eso te molesta? ―Las únicas ocasiones en las que las personas se acercan a mí es para proponerme un negocio turbio o porque quieren hacerme daño, así que no, prefiero que guarden las distancias. ―Yo no quiero hacerte daño. ―Eso es lo que dices ahora. Melia le miró muy confundida. ―¿No te fías de mí? 378 UrsHadiic puso su cara de ‹‹ya no me apetece hablar más›› y se mantuvo en silencio unos minutos antes de seguir. ―Es solo… no puedes decir que nunca vas a hacerme daño, es imposible. ―Lo dices como si yo fuera la mala. Mi situación es peor que la tuya y aún así prefiero esperar que todo funcione bien al final, incluido tú. ―Irá bien, no te preocupes. ―Oh, ¿antes no puedo decir lo que voy a hacer y ya hora dices que las cosas irán bien?, una cosa u otra. ―No son incompatibles, tú te largarás con Gerón a casa y a mí seguro que me racanea mi recompensa, o logra que me maten y se libra de pagar. Yo estaré en una mala situación mientras tú tienes lo que querías. Es simple. ―Eres capaz de robarle la alegría a un niño con caramelos. 379 UrsHadiic se rió un poco, Melia le cogió del brazo, triste por aquella conversación. ¿Quién le había hecho tanto daño como para que acabase así? ―Si prefieres que duerma en mi sitio lo haré―le dijo. ―No, no me importa. ―…pero, ¿qué prefieres? ―Prefiero que estés aquí. ―Pues me quedo, entonces. Sonrió con cierto alivio y apoyó la cabeza sobre su hombro. En ocasiones como aquella no le costaba imaginar que UrsHadiic podía sentir algo por ella, solo que nunca iban a más, y al día siguiente las cosas continuaban como si nada hubiera pasado. 380 Capítulo 16 La reina de las bestias No había pasado un mes y se encontraron cerca de Etimón, rondando la primera cordillera que rodeaba la gran montaña. Era pronto para su cita en Oon y ninguno de los dos mostró prisa alguna por llegar. En un pueblo vio un puesto con unas preciosas pulseras doradas. Una imitación de oro, pero eran bonitas y tenían cristales rojos. ―Oh, mira... Hacen juego con mi horquilla...―y la sacó de debajo de su cinturón. ―¿Aún llevas eso? Melia le miró sorprendida un momento. Sí, aún la llevaba, de hecho, no se había separado de ella nunca. Iba a ser interesante explicarle aquello. 381 ―Aah... No se le ocurría nada. ―¿Por qué no te lo pones?, es una tontería llevar las cosas guardadas. ―Igual me lo roban... ―No conmigo por aquí. ―Ya, porque tienes un campo de fuerza especial contra las manos largas. ―¿Un qué? ―Nada, no vas a evitar que me lo puedan robar solo porque tu mera presencia espante un ladrón. No todo el mundo sabe que eres un daimión. ―Ya―gruñó―, pero ¿qué gracia tiene un adorno si se lleva oculto? Melia suspiró. Tenía su gracia, aunque solo tenía sentido para ella. Se lo puso en el pelo y se compró los brazaletes. Aún contaba con dinero ahorrado y de lo que Sofía le había legado, pero, en general, dejaba que UrsHadiic pagara o, más bien, Gerón. 382 Que se jodiera Gerón, tenía que hablar muy seriamente con él cuando se encontraran. Salieron del pueblo en dirección a otro paso de montaña. Había muchas grandes cordilleras en torno a Etimón, la inmensa montaña estaba rodeada de grandes picos, cada vez más altos y juntos. Caminaron varias horas sin encontrarse con nadie. No existían grandes poblaciones en la zona, a la mayoría de los humanos no les gustaba vivir pegados a los daimiones. Entonces encontraron a un chico. No parecía ser más que un adolescente. Andaba de forma extraña, dando tumbos como un borracho. Se apartaron con desconfianza y, cuando pasaron a su lado, vieron que tenía una gran mancha de sangre en su cabeza, cayendo por su camisa hasta su cintura. ―¡Oh, Dios mío! ¡Chico, espera! Melia corrió tras él e intentó cogerle de los brazos. El joven se dio la vuelta sorprendido, no se había dado cuenta que había alguien allí, sus ojos no eran capaces de enfocar y balbuceaba cosas incomprensibles. 383 ―Ven, túmbate... UrsHadiic, ¿tienes algo para su cabeza? El daimión contempló al chico con desinterés. ―Habría que limpiarlo. ―¡Pues ayúdame! Encogiéndose de hombros, el daimión dejó su equipaje y fue a buscar algo de agua. Consiguieron limpiar la herida y vendársela, tenía también un brazo roto y le dolía la pierna. UrsHadiic bajó a un pueblo cercano, avisando que habían encontrado un herido, y un par de personas prometieron que se acercarían después. No se mostraron muy ansiosos de salir de sus casas, por alguna misteriosa razón. ―Pueblo... están... en el pueblo... ―¿Dices algo?, ¿qué pueblo? Poco a poco, el chico recobraba el sentido. ―Mi pueblo, unos hombres, han atacado... la gente se ha escondido, van a matarlos... ayuda, necesitamos ayuda... 384 ―¿Quién va a matarlos? ―No lo sé―se echó a llorar. Melia miró a UrsHadiic. UrsHadiic la ignoró. Melia continuó mirando. UrsHadiic frunció el ceño. ―No. ―Solo acercarnos... ―No. ―Igual hay más como él. ―No. ―¿Y si nos los encontramos nosotros también? ―A veces me pregunto si de verdad te gusta tan poco como dices que ande por ahí matando gente. ―Tampoco me gusta que maten a aldeanos inocentes. Y no tiene que morir nadie, nos acercaremos un poco, podría haber más gente herida que necesite ayuda. ―¿Qué hacemos con este? El chico había abierto mucho los ojos. ―Id, id... ayudadnos, por favor... 385 ―Bueno, los del pueblo de abajo dijeron que se acercarían. Nosotros no podemos hacer más por él. Le dejó unas mantas, una fogata y algo de comer y beber. El pobre infeliz tenía problemas para moverse y muchos dolores, pero estaba más despierto y ansioso de que se fueran. ―Solo acercarnos―insistió UrsHadiic. Continuaron el ascenso con precaución, vigilando los caminos. Todo estaba muy silencioso. Encontraron un corto precipicio y manchas de sangre. ―¿Crees que se caería por aquí? El daimión miró a lo alto, preocupado. Melia le notaba muy tenso. ―… hay algo ahí arriba. Continuaron subiendo. El silencio era tan absoluto que no se dieron cuenta del momento en que entraron en el pueblo. Dieron con una pequeña estructura de madera y, tras una curva, surgieron varias casas. Éstas formaban un irregular semicírculo creaba en su centro una plaza. 386 UrsHadiic se detuvo bruscamente y saltó hacia atrás, prácticamente empujándola, por un segundo creyó que iba a echar a correr. En la plaza había tres hombres. Melia vio cómo se ponía rígido y ligeramente la cabeza. Empezó a asustarse. bajaba Uno de los tres se acercó con desconfianza. ―¿Quién eres? ―Solo estoy de paso―respondió UrsHadiic. ―Tu nombre. ―No tengo. El tipo le miró de arriba a abajo. Luego se fijó en Melia. ―¿Quién es? Melia notó que la agarraba del brazo y la apartaba de un empujón, cayendo al suelo. ―Nadie, me da calor por las noches. Vete de aquí. Confundida, y algo herida, se puso en pie notando escozor en las palmas de las manos. 387 De los dos hombres que quedaban la plaza, uno la ignoraba y el otro sonreía, le había hecho gracia su caída. De una de las casas frente a ella, un brazo asomó por una ventana y le hizo señas para que se acercara. Lanzando una última mirada a su compañero, Melia se dirigió al edificio. Al entrar por la puerta, alguien la sujetó y la empujaron hasta el fondo de aquel cuarto. ―¿Quiénes sois?, ¿traéis más ayuda? No pudo perpleja. responder inmediatamente, estaba En el cuarto no entraba mucha luz. Cuando pudo acostumbrarse a la oscuridad, se encontró con que había muchas personas allí acurrucadas, todas mujeres, menos un niño. ―¿Qué pasa? ¿No hay hombres? ―Los han metido en otra casa. Nos quieren separar, han amenazado con matarnos de uno en uno. ―¿Qué?, ¿por qué? 388 La mujer con la que hablaba, muy mayor, pero fuerte y de gran tamaño, se echó a llorar. ―No lo sé... dicen que buscan a alguien... y que nos irán matando uno a uno si no sale... ―¿A quién buscan? ―Usestar... Usistar... Algo así... No nos suena de nada... ―¿Ellos no saben cómo es esa persona? La mujer negó con la cabeza. Melia miró alrededor suyo. Gran cantidad de rostros aterrorizados observaban desde la oscuridad, se abrazaban las unas a las otras y lloraban preguntándose qué estaría pasando en el otro edificio. Sentada en una silla de perfil, con la vista en la nada, había una mujer que llamó su atención: tenía unos rasgos muy marcados y vestía envuelta casi de los pies a la cabeza en un gran pañuelo negro. Sospechó en el acto que había algo raro en ella, pero no pudo precisar el qué. Se acercó a una de las ventanas y espió con cuidado lo que pasaba fuera. 389 UrsHadiic hablaba con uno de los tipos, la conversación parecía tan tensa como cuando les dejó. ―¿Y por qué no hacemos algo? Solo son tres... Las mujeres abrieron los ojos, encogiéndose aún más. ―Ss... son daimiones...―musitó alguien, como si por el mero acto de pronunciar la palabra fuera a caer muerta. Melia se quedó petrificada. Tres... Tres daimiones... Oh, Dios. UrsHadiic no tenía nada qué hacer, por eso se había asustado. La única forma de salir vivos de sería convenciéndoles de que no les eran útiles. ―Vaya... Se frotó los brazos, confiaba en que UrsHadiic sabía lo que hacía hablando con ellos. ―¿Va a venir ayuda?―repitió otra persona. 390 A Melia se le encogió el estómago. ―Nos... nos encontramos un chico por el camino y vinimos a ver, estaba herido pero lo dejamos consciente... ―¿Cómo se llamaba? ―No lo dijo. ―¿Era muy joven y moreno? ―Sí. Alguien dijo un nombre y una mujer se puso a llorar. ―Avisamos a un pueblo cercano... pero no sé si vendrá más gente... Se produjo un frío tenso y terrible. ―Si conseguís salir de aquí―dijo la primera mujer que habló con ella―, pedid más ayuda, por favor, necesitamos mucha ayuda... ―Sí, lo haremos, en cuanto UrsHadiic les convenza para que nos deje marchar… ―¿Qué has dicho? 391 La voz sonó como un látigo. Todo el mundo enmudeció de golpe. Melia miró hacia el montón de gente, intentando averiguar quién había hablado. Súbitamente, la mujer del gran pañuelo negro se presentó frente a ella. ―¿Qué has dicho?―repitió. ―Que... buscaríamos ayuda... ―No, el nombre... ―¿UrsHadiic? Por un momento, los ojos de la mujer brillaron, con una extraña lentitud la vio asomarse también a la ventana. ―Mmm... Solo dos entonces... Melia vio como se daba la vuelta, dirigiéndose a la puerta con la misma lentitud, pesada pero decidida, con la que se había acercado. Dejó el pañuelo en el suelo y salió a la plaza desnuda. Las mujeres observaban sorprendidas. Los cuatro daimiones de fuera también quedaron completamente mudos. 392 Entonces el cuello de la mujer se extendió. ―Oh… ¡Fuera, todas fuera!―gritó Melia. Cogió a una de las mujeres y la intentó sacar al exterior a rastras, por un instante se mostraron reacias y absolutamente descolocadas. Hasta que un piso superior se vino abajo por el ala de un daimión. Huyeron entre trozos de madera que caían y unos rugidos que helaban la sangre. El suelo temblaba por los golpes y Melia apenas se atrevía siquiera a volverse a mirar qué estaba ocurriendo. A su alrededor no había nada más que gente huyendo, casas que se venían abajo y la sombra gigantesca de unos monstruos. Subieron a lo alto de la montaña, subió todo lo que pudo antes de darse la vuelta, pero, entonces, un daimión apareció de la nada y cayó a pocos metros, aterrorizando a la gente que escapaba por el camino. Melia intentó averiguar si era UrsHadiic, pero la bestia se levantó con rapidez y se mezcló con otro daimión en el caos del combate. 393 Continuó corriendo por una pendiente empinada, hasta quedarse sin aire, y se escudó tras unas peñas antes de detenerse a observar de nuevo. Uno de los daimiones era monstruoso. Volaba sobre el pueblo porque apenas tenía sitio para apoyarse sobre la plataforma en la que se alzaba, dos daimiones intentaban lanzarse a por su cuello y sus alas, pero la gigantesca criatura los rechazaba, consiguió lanzar a uno al suelo, haciendo volar por los aires un gran espacio de bosque, árboles enteros saltaron como si no fueran más que astillas. Antes de que el caído pudiera hacer nada, su descomunal adversario apoyó las garras sobre su pecho y, bajando el largo cuello, le arrancó la cabeza de un mordisco. A Melia se le encogió el estómago. No era UrsHadiic, ¿verdad?, por favor, que no fuera UrsHadiic. Sabía que la melena que lucía alrededor del cuello y sobre el pecho era marrón, algo más rubia en su nacimiento, la del caído era del mismo color pero más apagada y con más rubio. La del daimión gigante era negra. 394 Otra bestia intentó sorprender por la espalda a la de pelo oscuro cuando estaba terminando con su compañero, pero la criatura extendió de golpe las alas y arqueó al lomo, golpeando al atacante que no pudo reaccionar en el aire y cayó de lado. Se incorporó antes de que su inmenso enemigo también pudiera alzar el vuelo, intentó alejarse en el aire para coger mejor distancia, pero su rival no le dejó. Cogiendo impulso se lanzó contra él, usando su mayor tamaño para empotrarlo contra la pared de roca de la montaña, haciendo que esta temblara como si la sacudiera un gran terremoto. La bestia cayó, aún moviéndose, pero muy malherida, rodó montaña abajo, llevándose decenas de árboles a su paso y desplomándose pesadamente sobre el pueblo, entonces dejó de verla. Melia imaginó que se había vuelto humano de nuevo. De los otros dos que quedaban luchando, uno salió huyendo apresuradamente en aquel momento. Él y su rival habían estado muy igualados, ambos llevaban varias heridas encima, el que se quedó tenía la melena castaña. 395 Volvió a bajar corriendo por la montaña, oía a la gente detrás llamándola para que volviera, pero Melia estaba terriblemente preocupada por su compañero. El camino de vuelta era un desastre, había tierra y madera atravesada en varias zonas y tuvo que trepar por ellas para cruzar, y el pueblo no estaba mucho mejor. Tan virulento había sido el combate que aún llovían astillas, serrín y partículas de tierra del cielo cuando llegó. Melia tosió, mirando a todas partes. No había daimiones a la vista ya, excepto el muerto sin cabeza. En el área que había sido plaza del pueblo hasta entonces, encontró a la mujer del pañuelo. La mujer se volvió un segundo para mirarla, pero pronto la ignoró. Estaba completamente desnuda y se acercó a la esquina de una casa derruida, donde descansaba su gran pañuelo negro. Con lentitud y ademanes dignos, se lo colocó alrededor del cuerpo como si fuera una toga. A continuación, se sentó. 396 ―Disculpe... ¿dónde está UrsHadiic? La daimión no dijo nada, solo hizo un gesto con la mano. ―Gracias. Melia se encontró a su compañero medio tirado en la salida del pueblo, luchando por detener las heridas del cuello y la espalda con trozos de su camisa. ―Déjame, yo te ayudo. ―Vamos a acercarnos un poquito... no pasará nada... ―Oye, lo siento... lo siento mucho... Sintió ganas de llorar, se alegraba tanto de que estuviera bien. Nerviosa. Corrió a buscar agua al pozo del pueblo, encendió una hoguera e intentó encontrar aquellas plantas que usaba como ungüento, solían ser plantas bastante comunes, pero no conseguía dar con ellas entre toda la madera y tierra revuelta. Por el momento tuvo que conformarse con limpiar las heridas con agua caliente y vendárselas. 397 Cuando creyó que ya estaba todo, le abrazó con cuidado. ―Lo siento―repitió, dándose cuenta que no podía controlar las lágrimas. ¿Y si le hubieran arrancado la cabeza a él? ¿Qué iba a hacer…? El daimión perdió por completo las ganas de bronca y comenzó a acariciarle la espalda. ―Ya, bueno, seguro que nadie hubiera previsto que pasara esto, no importa... Le dio un beso en la frente abrazándole. UrsHadiic no dijo más. y continuó Como si fuera un fantasma, la mujer de negro apareció lenta y silenciosamente de entre el polvo. ―Sigues vivo... Hadiic. ―¿Te sorprende? ―No mucho, posiblemente lo único que sabes hacer bien es conseguir que no te maten. ―También sé hacer malabarismos con cuchillos. ―¿Has visto lo que ha ocurrido por tu culpa? 398 ―¿Mi culpa?, hace años que no vengo por aquí. ―Me faltan guerreros, yo misma tengo que salir en misiones, gracias a tu irresponsabilidad. ―No, no es ‹‹irresponsabilidad››, es ‹‹dejadme en paz››, y no se te va a romper una uña por hacer el trabajo sucio de vez en cuando. ―Ponte en pie, nos vamos a casa. ―No, tengo otras cosas que hacer. ―No estás en posición de negarte, puedo engancharte en un anzuelo como a un pez y llevarte a rastras. Melia notó que la respiración de su compañero se aceleraba. ¿Qué estaba pasando? ―¿Puedo al menos descansar un poco?, ¿o vamos a irnos andando? ―¿No has descansado suficiente? ―No. ―Eres patético, Hadiic. 399 La mujer de negro se alejó, la vio desaparecer con el mismo silencio con el que se había presentado frente a ellos. ―¿Quién es?―preguntó en un susurro, tenía la impresión de que podía oírla desde la otra punta del pueblo. ―UrsIstar... la matriarca de mi familia... Y mi madre, en general... Melia parpadeó. Ahora que lo pensaba, sabía que había algo familiar en aquella nariz y mandíbula. ―Parece que se alegra de verte. ―Sí, ha brincado de la emoción. ―¿Qué quiere hacer?, ¿a dónde quiere ir? ―A nuestro territorio, supongo. Me ha encontrado y quiere que vaya de vuelta a casa. ―Pero... ―Ya lo sé, ¿crees que ahora mismo puedo hacer algo por impedirlo? ―No... Le abrazó con un poco más de fuerza, preocupada. 400 Así que ella era el daimión gigante, así era una primera generación cuando se transforma. Realmente era un monstruo. La mujer hubiera podido derrotar sola a los otros tres, estaba completamente ilesa después de acabar con dos. Pero habría preferido que mataran a todo un pueblo antes que mostrarse y arriesgarse a quedar herida, también había preferido arriesgar la vida de su hijo. Se le crisparon las manos. ―¿Crees que intentará castigarte por haberte ido? ―No lo sé, pero probablemente piense que es demasiada molestia. Antes del tiempo que Melia encontró razonable como descanso para el daimión, la señora volvió a aparecer. UrsHadiic se puso en pie, aunque aún no podía moverse bien, Melia le ayudó. ―¿Qué va a pasar conmigo? El daimión pareció dudar. 401 ―Te vienes. Ten esto en cuenta: UrsIstar es la Reina, sus hijos directos somos sus súbditos, los fieles y aliados, son sirvientes. Los humanos sois gusanos. Tienes suerte, si lo piensas, no te prestará mucha atención. Melia sonrió. En realidad, lo que la asustaba es que la dejara atrás. Irónicamente, en aquel momento la feroz daimión se la quedó mirando. ―¿Vas a llevártela? Ya tenemos de estas en casa. ―No me arrimaría a las arpías feas y arrugadas que tienes por esclavas ni muerto. ―Si crees que puedes con ella...―dijo, pasando de largo y lanzándose súbitamente por el mismo acantilado en el que unas horas antes encontraron sangre. Reapareció volando, transformada en una bestia. ―Muy bien, Melia, sujétate... ¿no querías volar? ―¿Seguro?, ¿estás bien? ―Sí... cuando me transforme, vete más hacia el lomo, tengo menos heridas y te moverás menos. 402 Espera. Espera. Espera espera. ¿Qué? Antes de que pudiera decir nada más, notó un fuerte golpe de viento que la levantó hacia lo alto, para volver a caer de nuevo en algo duro y áspero. Al abrir los ojos, se encontró el suelo a varios metros de distancia. Renqueante, UrsHadiic tomó más impulso del que tomaría habitualmente para conseguir suficiente aire y volar. Melia sintió de súbito el viento frío en la cara, con tal fuerza que a punto estuvo de hacerla caer hacia atrás. Recordando lo que le había dicho, y dándose cuenta que estaba tumbada cerca de una cicatriz en el cuello, retrocedió a gatas hasta casi el centro del lomo, donde el pelo de su melena se empequeñecía. Se dio cuenta entonces que no era pelo, eran plumas, pero finas y sedosas. Se agarró a ellas, sintiendo que la protegían del viento frío y la ayudaban a equilibrarse. 403 Estaba volando. UrsHadiic. Estaba volando encima de Empezó a reírse algo a su pesar, lo encontraba tontamente divertido. Cuando comenzó a acostumbrarse, se atrevió a incorporarse un poco más, hasta quedar prácticamente sentada, mirando a su alrededor. Vio moverse las grandes alas violetas a los lados, con las plumas sacudiéndose por el viento, bajando y subiendo lentamente en ocasiones, con el aire pasando bajo ellas a gran velocidad. Por encima de sus cabezas, bastante alejada, estaba UrsIstar. Se preguntó si ellos volaban tan bajo porque UrsHadiic se encontraba mal, o para que ella se sintiera más cómoda. En el suelo pudo ver manchas oscuras y verdosas de árboles y bosques, y peñas de piedra sobresaliendo entre ellos. Pasaban las montañas por encima, casi rozando sus picos y, apareciendo por sorpresa entre las nubes, vio una enorme y oscura masa que bloqueaba por completo el horizonte. ―¿Esa es la montaña de Etimón? 404 No esperaba respuesta, nunca había oído hablar a UrsHadiic cuando tenía aquella forma, pero sintió un suave ronroneo bajo ella. ¿Ronroneaba? ¿Ronroneaba como un gatito? Vale, aquello sí era muy divertido. ―¿Eso es un sí?―le preguntó. El ronroneo se repitió. Melia empezó a reírse otra vez. Hubiera podido disfrutar de aquel viaje si dos asuntos no la tuviesen muerta de la preocupación: las heridas de UrsHadiic y la terrible forma oscura que volaba sobre ellos. ¿Para qué querría a su hijo? UrsIstar empezó a hacer círculos y fue descendiendo. Se internaron en un valle alto, rodeado de picos oscuros y afilados. El lugar se encontraba en medio de ninguna parte, hacía tiempo que Melia no había visto un solo pueblo. 405 La matriarca se posó en una amplia extensión de terreno, junto a un pequeño lago. Frente a ella se levantaban unas largas escaleras que daban a un portal tallado en la pared de roca negra. Del interior bajaron un montón de figuras minúsculas, que supuso serían personas o más daimiones, saliendo a recibir a su señora. El aterrizaje de UrsHadiic fue más accidentado. Primero, se cargó la punta de un bonito ciprés y, al llegar a tierra, estuvo a punto de salirse de la pista y caer de cabeza al lago. Cuando consiguió parar, se desplomó. Melia lo interpretó como la señal para bajarse inmediatamente. Su vuelta a forma humana era algo más lenta y menos espectacular, sencillamente empequeñecía, parecía que sus alas se caían y desprendían, mostrando bajo ellas un hombre desnudo y encogido. Y herido, y agotado. Se acercó a él e intentó buscar algo en su zurrón para cubrirle. 406 La gente que había cerca de las escaleras prestaban toda su atención a UrsIstar, que ya se había envuelto en otro largo pañuelo oscuro, subiendo majestuosamente las escaleras con su séquito correteando detrás. Solo vio una figura acercándose a ellos. UrsHadiic se puso en pie y comenzó a andar hacia la gruta. Melia le acompañaba, pasándole un brazo por la cintura para ayudarle a andar. El tipo que se acercaba extendió los brazos, como esperando un abrazo. Era de pelo muy oscuro, pero pálido de piel, y de cejas finas y elevadas. Llevaba aquella toga negra parecida a la de UrsIstar, pero más ancha y larga, parecía una capa. A Melia le recordó a un vampiro. ―¡Hadiic!, ¡cuánto me alegro de verte!, ¡dame un abrazo! ―Qué te jodan. 407 El tipo se quedó con los brazos en alto y sonriendo mientras UrsHadiic pasaba de largo, entonces la miró a ella. ―Oh, una amiguita, tú si me darás un abrazo, ¿verdad? ―Ah... Se le echó encima antes de que pudiera decir nada. UrsHadiic dio media vuelta. ―¿Qué haces? ―La estoy saludando. Es de buena educación saludar a la gente... vaya, si es bonita y todo... ¿nos hemos visto antes? Negó con la cabeza. Aunque una vez, en un bar, conoció a un tipo disfrazado de Conde Drácula que se daba cierto aire... Su compañero la rodeó con los dos brazos y la arrastró lejos de allí, lanzando miradas asesinas al príncipe de las tinieblas. ―Vale, muy bien, es tuya, ya lo has dejado claro, no hace falta ser tan antipático, sabes que no me 408 interesan las hembras. Cuéntame algo interesante, para variar. ―No tengo nada que contar. ―Claro, desapareces 500 años y no te pasa nada. Seguro. ―UrsHadiic está herido, ¿tenéis algo para curarle? ―interrumpió Melia, que empezaba a cansarse de los dos. Drácula la miró de forma extraña, como si se sintiera ligeramente ofendido de que se hubiera atrevido a abrir la boca, luego se encogió de hombros. ―Muy bien, vete a que te curen, pero espero que tengas una buena historia cuando vuelva. Con paso lento y pesado, empezaron a subir las escaleras. ―¿Quién era ese?―preguntó cuando el otro tipo se fue. ―Hadiic Dos, mi hermano pequeño, aunque se ganó un nombre hace tiempo, UrsLeil, o algo así. 409 ―¿Hay alguna razón por la que haya tenido que abrazarme?, ¿debería preocuparme? ―...no sabría decirte, es bastante inofensivo en general, pero a veces le da por hacer bromas de mal gusto. La condujo por una serie de galerías excavadas en la roca, la mayoría eran de gran tamaño, podían haber dejado pasar a un daimión como UrsHadiic. Había antorchas encendidas cada varios metros, pero el lugar seguía siendo bastante oscuro. Llegaron a una zona donde entraba luz solar y aire de fuera gracias a varias ventanas circulares. Había nichos excavados en las paredes y mantas grandes y blancas en el suelo. También reconoció un fuerte olor a hierbas. ―¿Dónde están las malditas viejas? poniéndole la comida a mi madre, seguro... Oh, ―Déjame, ¿te ayudo en algo? ―Debería haber una olla en alguna parte, el fuego está por ahí, ¿puedes poner agua a calentar? ―Voy... 410 Prepararon un ungüento, aquel era más espeso y oscuro, tenía un olor penetrante. Su compañero se tumbó en las mantas y empezó a extenderlo por sus heridas, que estaban por casi toda la espalda y el cuello. No eran grandes ni profundas, pero sí abundantes. Poco después, UrsLeil reapareció. ―Fíjate, qué manitas más monas y pequeñas tienes. ¿Puedes dejármela luego para un masaje? ―Gno―respondió UrsHadiic boca abajo. Melia no dijo nada. En caso de duda, lo mejor sería ser cordial y asentir con la cabeza hasta que la gente peligrosa se fuera. ―Cuéntame algo, hermano, me aburro en este agujero. ―Habla con mamá, es divertida. ―No, me apetece vivir algunos años más. ¿Qué tal?, ¿encontraste a la mujer que buscabas? UrsHadiic dio un respingo. Ella se quedó quieta un momento. 411 ¿Una mujer? De forma nebulosa, recordó que Sofía mencionó que el daimión posiblemente había llegado a sentir cariño por alguien, alguna vez. Y, obviamente, no por su hermano pequeño. ―Oh, oh―dijo él―, no debería haberlo dicho delante de tu amiguita, ¿verdad? ―Desaparece de aquí. ―Vamos, dime, ¿sí o no? Llevo 500 años en ascuas, no me dejes con la intriga. ―No. ―Vaya, ¿lo ves?, una pérdida de tiempo las mujeres. No te ofendas. Sonreír y asentir. Sonreír y asentir. UrsHadiic decidió que ya era suficiente y se incorporó. ―¿Sabes si la señora me quiere para algo en concreto?, ¿o solo por la alegría de tenerme de nuevo en casa? 412 ―Tenemos problemas con los En, otra vez, los tipos que matasteis esta mañana eran fieles suyos, estaban buscando ganarse las buenas gracias de la matriarca. Pobres infelices. No sé si mamá habrá planeado nada en concreto, ¿sabes que tiene un espía? ―No, ni idea. ―Oh, tiene un espía, creía que lo había enviado para averiguar si tenían la Corona o no, pero no ha dicho nada. Igual te manda a ti el siguiente. ―En En saben quién soy, no duraría mucho de espía. ―No durarías mucho de ninguna forma... 413 Capítulo 17 En el ojo del águila El día pasó de forma bastante tranquila. Vio algunas esclavas, la mayoría mujeres muy mayores y ninguna particularmente agraciada, que paseaban por allí como si no tuvieran nada en especial que hacer. UrsHadiic tuvo que llamar a una dos veces para que les trajeran algo de comer. ―Solo mueven el culo por mi madre. ―¿Por qué? ―Porque si ella está contenta, saben que no podemos hacerlas nada. ―¿Hay alguna razón por la que sean todas tan mayores?, ¿o han envejecido aquí? 414 ―Mi madre cree que los humanos son feos, le gusta rodearse de cosas que le dan continuamente la razón. También tiene problemas para distinguiros. La habitación del daimión era tan oscura y tétrica como el resto del lugar. Tuvo que esperar a que su compañero encendiera el fuego y pusiera media docena de antorchas para entrar. No solo estaba oscura, estaba helada. ―¿No hay camas? ―Sí, ¿ves esa losa grande y cuadrada en medio de la habitación? Es una cama. Era de piedra. ―Me tomas el pelo. ―No. ―¿Puedes transformarte un momentito? ―¿Para qué? ―Quiero fabricarme un colchón de pluma. ―No, mis plumas no se tocan. ―Supongo que no hay mucha diferencia con dormir en el suelo. 415 ―Se está más cálido, buscaré mantas... hubo un tiempo que estoy seguro teníamos colchones en alguna parte. Melia se sentó en la gran losa que era la cama y miró a su alrededor con inquietud. ―¿Tendré que quedarme aquí contigo? ―Si quieres seguro que puedes dormir con los esclavos, aunque no creo que quieras... ―¿Por qué? ―No es gente agradable, llevan demasiados años pegados a mi madre como lapas, son fanáticos suyos. UrsHadiic se había tumbado en la cama cabeza abajo para descansar. ―¿Estás incómodo? Tengo una manta en el zurrón. ―Sí, dámela, gracias. La losa era tan grande que podía caminar de pie por ella para coger su bolsa y volver. Luego se quedó a su lado en silencio durante un momento. 416 ―¿Qué vamos a hacer?―dijo finalmente―. ¿Crees que podremos escaparnos a Oon? ―No... no creo que pueda volar muy lejos en una temporada. Si tú quieres, dos veces a la semana los esclavos suelen salir fuera a por provisiones, puedes acompañarles y buscar Oon. ―Prefiero irme contigo―confesó, cogiéndole de la mano. ―Yo también... si no aparecemos juntos Gerón podría usarlo como escusa para no pagarme. Melia suspiró con desgana y retiró la mano. ―¿Hay algo que tengamos que hacer? ―No, cuando se haga de noche cenaremos en el salón grande, mi madre pasa revista a todo lo que se esté haciendo y da nuevas órdenes. Hasta entonces, prefiero dormir. A la hora indicada, fueron al salón a oír qué se esperaba de ellos. Al llegar, varios pares de ojos luminosos se fijaron en UrsHadiic, la habitación era cavernosa y oscura, abarcaba cerca de una veintena de daimiones, dispersos entre sus sombras, y varios 417 de sus respectivos sirvientes. Sintió que los pelos del antebrazo se le encrespaban, pese a que toda aquella atención no iba dirigida a ella. Por primera vez, consideró la idea de que ser un daimión no le confería a UrsHadiic la capacidad de sentir menos miedo que ella en aquella situación, y sintió una enorme compasión por él. Melia pasó aquella reunión con el alma en vilo, temiendo que le mandaran a luchar contra alguien, o que le castigaran, pero todo transcurrió con calma. En general, tras la activamente ignorados. entrada inicial, fueron UrsIstar no era precisamente una madre cariñosa, pero sabía que su hijo sería más útil si podía moverse. Pasaron más de una semana sin recibir órdenes, con UrsHadiic recuperándose poco a poco y ella aburrida como una mona. Comenzó a acostumbrarse a ver daimiones entrando y saliendo. Excepto UrsLeil, los hermanos de UrsHadiic no pasaban mucho por allí, y los fieles, aunque eran muy competitivos entre sí, mantenían ciertas distancias con los hijos de la matriarca. 418 A Melia le acabó gustando salir a pasear por el jardín que tenían fuera. Era precioso y sorprendentemente bien cuidado para el poco caso que se le hacía y lo sobrio del lugar y su señora. Un día vio a UrsLeil pintando por allí. Llevaba una tabla de madera rectangular pegada a la cintura y sujeta a los hombros con correas. Durante todo aquel tiempo, el daimión había sido solo una pequeña molestia, la mayoría de las veces concentraba su punzante ingenio hacia UrsHadiic, así que no encontró razones para temerle. Se preguntó si sería buena idea acercarse a él estando sola. ―Buenos días... ―Sssssh... Quedó callada. El daimión tenía fija su atención en el papel, hizo unos rápidos giros de muñeca con el pincel y luego levantó la cabeza. ―Ya, buenos días. ―¿Puedo ver? 419 Se encogió de hombros. ―Oh, si quieres... Había dibujado una flor. Una flor sencilla, pequeña y bonita. Y a su alrededor una gigantesca sombra. ―Es... curioso―dijo. ―¿Curioso? ―No sé, no entiendo de arte, está bien hecho, la flor es bonita... da la impresión que algo la amenaza, como unos nubarrones negros o algo así. El príncipe de las tinieblas arqueó sus ya arqueadas cejas. ―¿En serio? ―Ah, no sé... ¿Qué tenías intención de dibujar? ―Una flor. ―Ah. ―Nubarrones, ¿eh? Sonreír y asentir. Sonreír y asentir. Y si retrocedía poco a poco hacia la casa sin darle la espalda igual sobrevivía a aquello. 420 ―Ven un momento conmigo. ―¿A dónde? ―A mi salón de dibujo. El daimión recogió sus pinturas, guardó el papel y se puso en pie. Melia le siguió algo inquieta. No estaba segura de que fuera una buena idea ir con él, pero tampoco debía ser buena idea negarse, ¿verdad? Le siguió hasta el interior del edificio, por entre varios pasillos, hasta una sala por la que entraba algo de luz solar a través de un hueco en el techo. ―Hay muchos salones en este lugar. ―Sí, preferiría que hubieran hecho menos habitaciones y más muebles, pero que se le va a hacer. Mira. Melia se volvió, una de las paredes estaba cubierta de dibujos. ―Oh, vaya, qué bonitos. ¿Los has hecho tú todos? UrsLeil se encogió de hombros, la estaba observando con la misma curiosidad con la que ella observaba los cuadros. 421 ―Sí. Cada dibujo era una cosa sencilla y, en general, alegre. Vio varios niños, una chica de espaldas recogiendo algo, un árbol. Y todos tenían aquella oscuridad, aquel aire de peligro inminente. ―¿Cómo los haces? ―No lo sé, los hago, quiero dibujar un objeto, cojo las pinturas y dibujo, sin más. ―¿Son cosas que te gustan? ―...solo son objetos. ―¿Por qué salen tan oscuros? ―No lo sé. Melia estaba un poco perpleja, entonces tuvo la impresión que era UrsLeil el que estaba esperando que fuera ella la que explicara lo que veía en sus cuadros. Él mismo no era consciente de lo que estaba transmitiendo con ellos. ―Umm, son hermosos, pero todos resultan algo tristes... como si esperaran que fuera a ocurrir algo terrible. 422 ―¿Ah, sí? ―Es lo que me parecen. Vio al daimión acercándose a una de las hojas de papel, la de la chica de espaldas. ―Puede ser... nunca me paro a pensar lo que hago... Tristes, ¿eh? ―Ah, te he dicho que no sé mucho de arte, podría confundirme. En mi mundo no era capaz de dibujar ni un círculo con un compás. ―¿Tu mundo? ―...sí, vengo de Geo. UrsLeil hizo un gesto con la cabeza y Melia se arrepintió de haberlo dicho. No se le había ocurrido que podría resultar un problema, pero obviamente, el daimión había cambiado de actitud de golpe. Súbitamente, estaba muy serio. Los dos salieron precipitadamente del cuarto al tiempo que intentaban fingir que no sentían prisa alguna. Melia fue en busca de UrsHadiic, preocupada por haber metido la pata. Se lo encontró paseando por el bosque. 423 ―¿Pasa algo? ¿Qué has hecho? Aún no había abierto la boca, así que le observó un segundo, confundida. ―¿Eh?... nada, bueno... no sé... El daimión frunció el ceño y se cruzó de brazos. ―Estaba hablando con tu hermano... y... ―¿Y? ―Dije una cosa... ―¿El qué? ―Que soy de Geo. UrsHadiic inclinó la cabeza, como si no entendiera de qué estaba hablando. ―¿Ocurre algo malo por eso?―le preguntó. ―No creo―respondió él. ―UrsLeil estaba sorprendido, me dio la impresión de que podía suponer un problema... ―No, no sé qué pue... 424 De golpe notó que se tensaba, durante un momento se la quedó mirando con los ojos abiertos y, con brusquedad, salió corriendo hacia las galerías de piedra. ―¿Qué ocurre?―corrió tras él― ¡UrsHadiic!, ¿qué pasa? Empezó a asustarse, aquello no podía ser bueno. Su compañero despareció en la oscuridad y ella lo buscó, nerviosa, perdida en el laberinto de pasillos, hasta dar con el salón en el que se había metido. Pudo oírle hablando en voz muy alta. Estaba discutiendo con alguien. Con el corazón latiendo a toda velocidad y un nudo en el estómago, intentó escuchar lo que decían. Se acercó con precaución a la puerta entornada, mirando hacia dentro. Pudo ver dos esclavas, a UrsHadiic, a UrsLeil y, sentada semi oculta frente a ellos, su madre, UrsIstar. ―...humana, ¡qué esperas que pueda hacer! Apenas oía las respuestas de la daimión, solo a su hijo. 425 ―...¿y por qué habría de obedecerte?... ¿qué yo… ?, ¿qué?... no. No. Una de las esclavas la descubrió y, avisando a su compañera, se acercaron a ella. Melia retrocedió instintivamente al verlas venir, las dos mujeres sonreían, eran bastante grandes. ―Ven, bonita, pasa, no tengas miedo... ―Sí, entra... Intentó retroceder un poco más, pero, tras las amables invitaciones, una de ellas le pasó un brazo por el hombro y otra la cogió de la cintura. Iban a hacerla entrar en el salón aunque fuera a rastras. Al hacer su aparición, todos los presentes callaron. Se quedó helada. Tres pares de ojos brillantes se clavaron de golpe sobre ella. Ser el centro de atención de varios daimiones era una terrible impresión, de miedo e insignificancia absolutas. Hubiera salido corriendo si las esclavas no la estuvieran sujetando con una fuerza descomunal. 426 ―Acércate más―ordenó la señora. Las esclavas la empujaron hasta quedar frente a frente con UrsIstar. La feroz matriarca inclinó levemente la cabeza hacia ella. ―Repite lo que le has dicho a UrsLeil. Eres de Geo. Cogió aire. ―Ssí. Buscó la mirada de UrsHadiic, esperando apoyo, pero la tenía clavada en el suelo, se le veía derrotado. ―Eres una bicrona entonces, ¿no es cierto? ―Sí. ―¿Sabes goeteia? ―No―mintió. A veces, mentir podía ser increíblemente fácil. UrsIstar frunció un poco el ceño, como si aquello le supusiera algún tipo de molestia. ―Guardadla en una de las cámaras de abajo, mientras pienso en algo―ordenó la matriarca, 427 acompañando las palabras con un gesto de su mano antes de volver su atención de nuevo a alguna parte indefinible frente a ella. Melia notó que la empujaban hacia fuera, miró de nuevo a UrsHadiic, pero éste se giró en otra dirección. ¿Qué hacían?, ¿a dónde la llevaban?, ¿qué estaba pasando? ―¡Dejadme!―gritó a las esclavas en cuanto salieron del salón, intentando sacudírselas de encima―. Sé andar sola. ―Pues anda―le respondieron, con una gran sonrisa aún. En aquel momento, UrsLeil se acercó a ella. ―Siento el chivatazo, no me guardarás rencor ¿verdad?, es que era una noticia demasiado buena para callarla. Melia le ignoró, estaba asustada y enfadada, pero, sobre todo, asustada. El daimión continuó andando junto a ella. 428 ―No te preocupes, únicamente estarás en las cámaras mientras a mamá se le ocurre una idea, a no ser que hagas alguna tontería. Solo es por mantenerte controlada. ―¿Qué es lo que queréis de mí? ―Creo que quiere que vayas a buscar la Corona de Daia... ¿sabes lo que es? ―Me parece que lo he oído antes, ¿no está desaparecida desde hace tiempo? El daimión sonrió, era una sonrisa oscura y tenebrosa. ―Sí, por eso vas a ir tú, precisamente. Melia parpadeó, sin entender nada. Atravesaron varios pasillos y, al fondo, bajando unas escaleras, abrieron la puerta de una habitación; pequeña, fría y sin luz. La miró espantada, no se percató que cerraban la puerta tras ella hasta que oyó el golpe. ―¡Esperad, esperad!―gritó, sintiendo auténtico pánico. 429 ―¿Quieres algo?―dijo UrsLeil al otro lado de la puerta. ―Tu... tu hermano... ¿puedes pedirle a UrsHadiic que venga a verme? ―Claro, enseguida. Oyó cómo se alejaban. Sintió un escalofrío. Con una mano se abrazó a sí misma, con la otra tanteó a su alrededor, intentando recordar dónde estaban las paredes. Barajó la posibilidad de poner a prueba lo que Baal le había enseñado. Aunque metida en una habitación cerrada no iba a servir de mucho, ya sabían que ella estaba allí. Un rato después, la puerta volvió a abrirse y apareció UrsHadiic. Soltó un suspiro de alivio, pero el daimión no dijo nada. Colocó una antorcha en una pared y la envolvió en una manta. 430 ―¿Qué está pasando?―le preguntó―. ¿Cuándo voy a salir de aquí? ―Estoy hablando con la señora, saldrás pronto, probablemente esta noche. ―¿Qué pasa? ―No es nada, no te preocupes. ―¿Qué no me preocupe? Dime lo que pasa. ―...pronto lo sabremos. ¿Tienes hambre? ―No. Le vio dirigirse hacia la puerta y sintió un nuevo ataque de pánico. ―...¿puedes quedarte conmigo? El daimión se volvió, no tenía una expresión clara en el rostro, solo parecía enfadado y confuso. ―Tengo que hablar con mi madre, esta noche saldrás fuera. La puerta se cerró pesadamente tras él. Melia cayó en cuclillas y se encogió en su manta. 431 UrsHadiic no iba a enfrentarse a su madre por ella. Si la perdía, perdía únicamente un trabajo, estaba segura que UrsIstar podría hacerle algo mucho peor a su hijo si se le ocurría contradecirla. Ella solo era un trabajo. Podía entenderlo, de alguna manera... Se cubrió la cara con las manos y empezó a llorar. Algunas horas después la puerta se abrió de nuevo. UrsHadiic y dos esclavas estaban allí. La expresión de daimión parecía más tranquila, pero se dio cuenta que le rehuía la mirada. ―Vamos al salón principal, la señora UrsIstar te dirá lo que quiere―dijo una de las mujeres. Melia las siguió, cabizbaja. permaneció en silencio. Su compañero En el salón de la cena había al menos una veintena de seres, la mayoría daimiones al servicio de la matriarca. Intentó no mirarlos, sabía que solo se pondría más nerviosa. 432 Siguió a las esclavas hasta la cabeza de la mesa, donde UrsIstar controlaba a toda la congregación con aire indiferente. La hicieron sentarse y le pusieron un plato con comida delante. Creía que le iba a dar órdenes en el acto, pero, por lo visto, no era tan importante. La señora estaba demasiado ocupada mirando a su alrededor y oyendo lo que algunos daimiones le decían sobre los movimientos de una u otra familia. ―Haz que venga Hadiic―le ordenó a un esclavo al cabo de un rato―, le interesa oír esto. Las manos de Melia se encresparon y cerró los puños. Sabía que había llegado su turno. UrsHadiic apareció, seguía rehuyéndole la mirada. Su madre le ignoró y se volvió hacia ella. ―Tienes que ir a buscar un objeto para nosotros. Es la Corona de Daia, hace mil años que nadie sabe donde esta―aquí hizo un extraño parón―, así que en vez de perder el tiempo otros mil, voy a ir al origen. Dentro de nuestras tierras existe un Lago, una puerta... ¿cómo lo llamaban en Ánax?, un aionon. Te 433 enviaremos a su través hasta el tiempo justo antes de que se perdiera. Melia frunció el ceño, luego miró a UrsHadiic que se mostraba extrañamente tranquilo. No estaba segura de comprender lo qué quería decir. Había oído que los Lagos podían hacer aquellas cosas... pero no esperaba que realmente se hicieran. Lo que más la trastocaba en realidad, era la idea de que tendría que atravesar de nuevo una de aquellas puertas. La última vez su vida se había vuelto patas arriba. ¿Tenía que cruzarla?, ¿otra vez? ―Nno, no creo que pueda hacer eso... no se pueden traer cosas de un lado a otro de la puerta. ―No, claro que no―espetó UrsIstar, como si la creyera estúpida―, no te he dicho que traigas nada. Solo busca la Corona, infíltrate entre los En, descubre quién la tenía y quién la escondió. Luego vuelve. Siguió buscando frenéticamente dentro de su cabeza excusas por las que evitar que la enviaran otra vez por uno de aquellos sitios. 434 ―No creo que sea capaz... ―Yo me encargaré de preparar las puertas. Mañana te indicaré donde están. Eres una humana, diles que tienes hambre y te vendes como esclava. Luego encuentra la corona. Cuando pase una Luna exactamente abriré la puerta, si no vuelves entonces, la abriré una última vez la Luna siguiente. Si vuelves con noticias, tendrás mi más profundo agradecimiento y favor. ―¿Y si no lo consigo? ―Dependerá si es por algo irremediable o no. Si es remediable siempre puedo enviarte más veces. ¿Y si no? Posiblemente acabaría muerta. Lo cual apenas sería una molestia. ―¿Para qué quieren ese objeto? ―No te interesa saberlo. Claro que no, no es como si pudiera usarlo para regresar a su casa... Podría quedarse la Corona para sí, podría aprovechar aquel viaje para terminar de una vez con toda aquella aventura. 435 La idea era muy peligrosa, y casi le daba miedo pensar en ella y que su expresión la delatara. Sabía que no debía jugar con los daimiones, y ni siquiera tenía una buena idea de cómo usar la Corona para volver a casa, pero ya que estaban tan decididos a enviarla, no perdería mucho por intentarlo. UrsHadiic en aquel momento la estaba mirando por el rabillo del ojo, con la cabeza gacha y la nariz apuntando al suelo. Si él le hubiera pedido que se quedara en Ethlan para siempre, era muy posible que lo hubiera hecho, pero no iba a ocurrir nunca. Era estúpido considerarle si quiera en sus planes. ―¿Tengo que hacer algo más? ―Nada. Infiltrarte, descubrir qué pasó con la Corona de Daia y volver. Dentro de dos días te enviaremos. Podrás moverte por donde quieras mientras, pero estarás vigilada. ―No me voy a escapar. ―No, claro que no―la daimión se volvió hacia hijo―. Ya está, ya sabes lo que tienes que hacer. 436 UrsHadiic no dijo nada, se acercó a ella y le hizo un gesto para que le siguiera fuera. Melia miró a la señora, que ya no le prestaba atención, y luego salió del salón. ―¿Qué es lo que se supone ‹‹sabes que tienes que hacer››?―preguntó cuando estaba segura que UrsIstar no podía oírles. ―Nada... vigilarte. ―Oh. Qué novedad. Le vio detenerse frente a ella, con una larga mirada suspicaz. ―No estarás pensando en intentar escapar o algo así. ―¿Por qué?, ¿me dejarías? Hubo un largo silencio, más largo del que Melia esperaba. ―No, no te dejaría. Tras aquello, continuaron sin volver a abrir la boca. 437 Melia meditaba sobre aquella extraña oportunidad y las ventajas que disponía. Tenía los trucos de Baal para hacerse invisible, no solo podría infiltrarse entre los En. Lo haría sin ser vista. No tenía tanta confianza en su goeteia para meterse de cabeza en un nido de daimiones así de buenas, pero podía intentarlo, tenía casi un mes para practicar más. Después de colarse dentro, salir con la Corona iba a presentar otros problemas. ¿Hasta qué punto serviría su invisibilidad si tenía que cargar con un objeto importante y que posiblemente llamaría la atención? Investigaría antes de ir cómo se organizaban los En, y dónde estaban. Cómo se podía acceder al lugar y volver. Cómo de pesada sería la Corona. Cómo se alimentaría una vez allí. Lo que le recordaba... ¿cómo iba a vestirse si no podía llevar nada? Tenía muchas cuestiones para resolver y contaría únicamente con un día entero para responderlas. Repasó mentalmente las más apremiantes y que 438 necesitaría antes de llegar allí, y dejó el resto de ideas y planes para cuando estuviera en el otro lado. ¿Quién sabe? Quizá la razón por la que la Corona llevaba mil años desaparecida era porque ella se la llevó a su casa. Sonrió malévolamente para sí. El único gran defecto de aquel plan sería no ver la cara de sorpresa de UrsIstar al ser engañada. 439 Capítulo 18 No se puede llevar nada al otro lado Intentó planificar y organizar sus ideas con detalle hasta bien entrada la madrugada. Apenas había vuelto a intercambiar dos palabras con UrsHadiic, se sentía triste y enfadada con él. Le dolía muchísimo la indiferencia tan aparente que había comenzado a mostrar con ella desde que supieron que se marchaba. La gran piedra que hacía de ‹‹cama›› era lo suficiente grande como para que pudiera girar dos veces sobre sí misma y no llegar ni a rozar el lado opuesto. Y el daimión dormía arrinconado en la punta contraria, dándole la espalda. ¿Tanto le hubiera costado al menos fingir que estaba enfadado con su madre delante de ella? En 440 otras ocasiones no le había costado nada hablar mal de todo cuanto le rodeaba por tonterías. Daba igual, qué importaba. Si su plan tendría éxito volvería a casa. Si no, estaba muerta. Lo demás era intrascendente. Intentó aprovechar lo más posible aquel día de gracia para aprender sobre cualquier cosa que pudiera serle útil. La señora en persona mostró la abrumadora deferencia de llevarla hasta el Lago en persona. No era el que estaba en las afueras del palacio de piedra, como ella se temía. Había que descender más por la montaña, internándose en el valle, lleno de altos árboles y grandes helechos. Melia tuvo la impresión de que había estado allí antes. Finalmente, rodeado por dos de sus lados por largas y perpendiculares paredes de roca, apreció una laguna. Había varias figuras y formas talladas en roca negra a su alrededor, en el centro se adivinaba una 441 estructura sumergida de la que solo podía verse asomando un tímido techo. ―Bajo este Lago hay un arco, has de pasar por debajo de él cuando el momento sea adecuado. Es lo único que tendrás que hacer. ¿Sabes nadar? ―Sí. ―No hay problemas entonces. Esas fueron las instrucciones definitivas que recibió de ella. Le alegraba que el Lago no estuviera demasiado cerca de la gruta que la daimión llamaba hogar, no tenía la más mínima intención de dejarse ver allí. Después, UrsLeil la acompañó volando hasta lo alto de una cumbre en el límite del territorio, donde le señaló la frontera de tierras de los En con el resto. El hermano menor de UrsHadiic era el encargado de organizar y vigilar que los límites del territorio de la familia estuvieran tranquilos, por eso pasaba mucho tiempo cerca de la cueva. Desde los altísimos picos escarpados se podía ver a cualquier daimión que intentase cruzar de un valle a otro, o que se acercara desde el exterior. Tan solo la 442 inmensa montaña de Etimón a sus espaldas era un punto ciego. Melia observó asombrada desde las alturas que estaban a un paso del mar. No se había dado cuenta antes y nadie lo había mencionado, pero a apenas unas horas de allí podía ver un limpio horizonte azul, gaviotas blancas y oscuros acantilados. Hacía tiempo que no veía el mar. La última vez que lo había estado mirando fue... cuando llegó a aquella Isla. Y ahora iba a marcharse de nuevo. Un estremecimiento la sacudió. Había mantenido una actitud templada y serena todo el día, pero la visión del mar atravesó algo en su interior. Intentó repetirse que no viajaría a un lugar tan diferente como la última ocasión, era el mismo sitio y tendría algunas ventajas. No iba a ser como la última vez… Pero su ansiedad no disminuía. Dejaría a UrsHadiic. No volvería a verlo nunca, no importaba 443 las veces que se repitiera que no había allí futuro alguno con él, la idea dolía… Siempre podía cambiar de opinión, siempre podía hacer lo que UrsIstar le ordenó y volver allí. De qué iba a servir, sin embargo, de qué serviría volver. No iba a significar nada para el daimión si ella se iba o si volvía, una recompensa quizá, por su trabajo, nada más. Se sentía tan tonta por dejar que algo tan absolutamente ajeno a su control la afectara con tanta fuerza... Después de la reunión de la cena, en la que recitó a la señora de memoria todo lo que tenía que hacer y los detalles de lo que había aprendido; intentó salir fuera y escaparse un momento del daimión, para poder pensar mejor pero no tuvo demasiado éxito. ―No deberías dar vueltas a estas horas―la reprendió―, tienes que levantarte de madrugada. ―Argh, solo voy a tomar el aire, ¿no puedes dejarme un segundo? ―Es tarde. 444 ―¡Y a ti que te importa! ―Melia... ―¡Déjame en paz! No me voy a ninguna parte, solo quiero alejarme un momento de vosotros, estoy harta de estar rodeada de monstruos. ¡Qué te importa lo que haga ahora! Con que esté aquí de madrugada ya has hecho tu trabajo, ¿verdad? UrsHadiic no respondió, permaneció donde estaba, quieto y silencioso. Melia dio media vuelta y siguió andando hasta la salida, notaba al daimión caminando a cierta distancia tras ella. Se sentó sobre un tronco en el borde del bosque y suspiró. Quería relajarse y aclarar mejor sus ideas mientras aún tuviera tiempo, pero seguía sintiendo a UrsHadiic tras ella con la misma claridad como si lo estuviera mirando de frente. Se volvió, de nuevo muy irritada. ―¡Eres peor que una lapa! ¿Qué es lo que tengo que hacer para que me dejes un momento a solas? Sabes muy bien que no puedo irme a ninguna parte 445 de noche. Eres inaguantable y me alegraré cuando no tenga que volverte a ver. Bufó frustrada, intentando creerse todas las palabras que había dicho, esperando que así la despedida doliera menos. Inmediatamente se sintió pero de lo que se sentía. UrsHadiic se encontraba medio escondido detrás de un árbol, intentando pasar todo lo desapercibido sin perderla de vista. Siempre le había resultado extraño que con la cantidad de necedades por las que el daimión llegaba a irritarse, cuando ella le insultaba nunca reaccionaba. Había asumido que no le importaba, ¿por qué iba a preocuparse una bestia monstruosa como aquella de lo que dijera una patética humana?, pero en aquel instante reconoció que podía existir otra causa peor. UrsHadiic no reaccionaba porque creía que era cierto. UrsHadiic tenía una espantosa idea de sí mismo. En el tiempo que habían estado allí recordó la cantidad de veces que su madre o sus hermanos le habían tratado de inútil... y aún más, estando fuera la gente reaccionaba mal en cuanto descubrían lo que 446 era, le despreciaban, le miraban como a un monstruo... Notó que su cara enrojecía y le asaltaba un profundo sentimiento de vergüenza y desagrado hacia sí misma. Se estaba comportando igual que toda aquella gente que le trataba mal. No sabía cómo iba a dejarle, pero de aquella forma seguro que no. Se puso en pie y se acercó a él. ―Lo siento... ―UrsHadiic no dijo nada, pero inclinó la cabeza con curiosidad―. Siento mucho lo que te he dicho, solo quería hacerte daño y que me dejaras un poco en paz, pero no lo pienso en serio. No creo que seas un monstruo, ni que seas inaguantable. El daimión movió la cabeza hacia el lado contrario, por su reacción, podía estar hablándole en otro idioma. ―¿Te encuentras bien? ―Te estoy pidiendo perdón. ―Bien… te perdono, no importa. 447 ―¿No te importa lo que piense?, ¿de verdad? El daimión parpadeó, una reacción, era mejor que nada. ―No me gusta que pienses mal de mí, pero no tengo demasiadas opciones de ser como soy, solo intento sobrevivir. Aquí o fuera, donde los humanos viven, ¿crees que me llueven las oportunidades para tener la vida que me gustaría?, ¿crees que puedo permitirme estar continuamente preocupado por lo que soy o lo que piensan de mí? Melia empezó a sentir congoja, recordó los graves problemas que ella misma tuvo para ganarse la vida. Le pasó los brazos por la cintura y apoyó la cabeza en su hombro. ―Ya lo sé… ―Pero… ―continuó el daimión, perdiendo tensión en la voz a medida que continuaba hablando―podía haberme comportado mejor contigo, la verdad es que no he sabido tratar contigo, muchas veces ni siquiera entiendo lo que hago mal, solo que no me siento orgulloso… 448 Levantó la cabeza mara mirarle. ―¿Y por qué no me preguntas?, ¿por qué no quieres hablar conmigo? ―Porque creía que no valía la pena, y ahora te vas, así que no importa, aunque me alegro que no pienses del todo mal de mí. ―No pienso mal de ti. Melia continuó mirándole sin entender demasiado bien lo que acababa de decir. ¿‹‹Y ahora te vas››?, ¿a qué se refería con aquello?, ¿sospechaba lo que tenía intención de hacer en su viaje? Sus brazos continuaban sujetándole por la cintura, mientras UrsHadiic mantenía los suyos a los costados. En aquel momento, levantó una mano y le apartó algunos mechones de pelo de la cara. Melia se estremeció. Le había abrazado varias veces con anterioridad, pero desde Glauco no recordaba que UrsHadiic hiciera gesto alguno de proximidad hacia ella. Sonrió, emocionada y cohibida al mismo tiempo. 449 ―Ah... te... ¿te gustaría que nos acostáramos juntos esta noche? La mano del daimión quedó quieta en el aire. ―¿Lo dices en serio? ―Sí, ¿por qué no?, ¿te molesta? Solo esta noche. ―Solo esta noche―su entonación sonó extraña, a medio camino entre una afirmación y una pregunta. ―¿No quieres? ―¿Quieres tú? ―¿Por qué preguntado? demonios crees que te lo he ―¿En serio no te importa? ―Si no dejas de cuestionar lo que digo, va a empezar a importarme. Le pasó los brazos por los hombros con cuidado, aún tenía heridas, y se inclinó para besarle, segura de que así dejaría de hacer preguntas inoportunas. UrsHadiic la cogió de la cintura y la levantó al aire con facilidad, a continuación se agachó y los dos se 450 pusieron de rodillas en el suelo mientras se besaban apasionadamente. Entonces Melia se acordó de algo y se apartó. ―Espera, espera... aquí no, vamos dentro. ―¿Por qué? ―Porque hay raíces, y bichos, y... cosas. Que se hubiera acostumbrado a vivir al aire libre no quería decir que quisiera hacerlo todo fuera. Aún tenía algunas manías. UrsHadiic empezó a reírse y ella también, sintiéndose algo tonta. Era tan raro oírle reír. ―Muy bien, vamos dentro. Fueron hacia la habitación sin apenas intercambiar más palabras. Al comenzar a desnudarse, la horquilla con la flor roja cayó al suelo de entre sus ropas. Melia la recogió y colocó sobre el montoncito que había hecho con sus cosas, no podía llevársela, nada pasaba al otro lado. 451 Sorprendiéndose a sí misma, se derrumbó y se echó a llorar, quedaba tan poco para el día siguiente... UrsHadiic le pasó un brazo por los hombros y la acercó a sí. ―Eh, ¿estás bien? No te preocupes por mañana, eres muy valiente y estarás bien, ya verás. Melia se pasó la cara por las manos, ¿cómo iba a decirle que aquello no era por lo que lloraba? ―¿Has cambiado de idea?―continuó daimión―. ¿Prefieres descansar? el ―No... no, estoy bien, no me pasa nada. Terminó de quitarse las manos de la cara y volvió a abrazarle. La noche pasó demasiado rápido. Melia apenas comenzó a quedarse dormida, bien abrazada a su compañero, cuando éste le susurró al oído que tenía que prepararse. ―No... ―Vendrán a buscarte pronto. 452 ―Mmm, no. Cerró los ojos con fuerza, negándose a mirarle. ―No van a esperar a que te decidas a levantarte. ―No quiero irme, quiero quedarme contigo―dijo, escondiendo la cabeza entre su pelo y el pecho de él. Aquello pareció dejar aún más confundido a UrsHadiic, por un momento no dijo nada, y cuando empezó a hacerlo, sufrieron una desagradable interrupción. ―Melia, ¿tú...? La puerta se abrió sin llamar. ―¡Argh, malditos sean!―exclamó obligándose de mala gana a incorporarse. furiosa, Un ejército de siniestras y sonrientes esclavas la esperaban. UrsLeil iba con ellas, hizo una broma que no entendió y fingió apartarse pudorosamente a un lado mientras ella se vestía. Miró a UrsHadiic, pensando que podría ser la última vez. 453 El daimión seguía en la cama, con la vista fija en la nada. Con un dolor insoportable en el pecho. Melia se dio la vuelta para salir, notando los dedos arrugados y huesudos de las esclavas en sus brazos. Según avanzaban, un brillo rojizo llamó su atención por el rabillo del ojo. La horquilla seguía sobre el bulto que habían sido todas sus cosas. Empujó a las mujeres que la sujetaban y fue hacia el adorno. Lo recogió antes de que las esclavas tuvieran demasiado tiempo a reaccionar, luego se acercó a UrsHadiic. ―Te lo devuelvo―dijo. El daimión enfocó los ojos, frunció el ceño y gruñó algo, haciendo un gesto despectivo. Melia insistió. Le sujetó la muñeca y puso la horquilla entre sus dedos. ―Quiero que lo guardes tú, por favor. Apretó el objeto entre sus manos, esperando que él las cerrara. 454 Tardó un momento, UrsHadiic bajó la vista hacia ella con confusión, pero finalmente lo cogió. ―De acuerdo. Se inclinó para besarle una última vez antes de que las viejas se hicieran con ella. ―¡Voy!, ¡voy!, ¡dejad de empujarme, maldita sea! Intentó girarse una última vez antes de salir. UrsHadiic estaba de espaldas. Fuera aún era de noche. Hacía bastante frío a aquellas horas en la montaña. UrsLeil iba en cabeza, alumbrando mientras caminaban entre la vegetación. Tras ella, las esclavas la seguían a poca distancia. UrsHadiic no la acompañaría hasta allí, ya lo sabía, su madre había ordenado que no era necesario. UrsLeil lanzaba frecuentes miradas atrás y sonreía misteriosamente. Melia intentó ignorarle, pero se acabó hartando. Cuando descendía ya hacia el lago, iluminado por esclavos puestos en varias zonas, y con la gran 455 matriarca esperando impaciente en la orilla, le preguntó: ―¿Ocurre algo? El daimión volvió a sonreír, la hizo bajar unas escaleras de piedra delante de él y le susurró al cruzarse: ―Ya sé de qué me suena tu cara. Mi hermano es un gran mentiroso, ¿verdad? Quiso volver a atrás y encararse con él, quería saber a qué se refería, pero otro grupo de esclavos vino a por ella, empujándola lo que quedaba de camino hasta colocarla frente a su señora. Melia cogió aire. UrsIstar aguardaba, poderosa e inamovible. La matriarca miró con sus ojos oscuros, como si no fuera más que un ratón. No dijo nada. En alguna parte al este, el Sol comenzaba a salir, el cielo se volvía más azul, pero aquel valle continuaba frío y oscuro. El fuego de las antorchas lanzaba extraños destellos de los ojos punzantes de la daimión. 456 Con un movimiento lento y digno, la daimión apartó la vista de ella y la posó en el Lago. El agua comenzó a iluminarse. ―Nada rápido, la puerta solo aguanta unos minutos. Todo estaba suspendido en un tenso silencio. No solo el aire era frío, comparado con el calor que traía consigo del interior de la montaña, la voz de la gran daimión helaba el corazón. Melia se quitó la ropa para nadar mejor y comenzó a avanzar por la orilla. El agua que tocaba sus tobillos estaba cálida, era una sensación agradable. Había bajo la superficie unas escaleras de roca negra que avanzaban a más profundidad de la que podía llegar a hacer pie, las siguió hasta que su pecho empezó a hundirse y, mirando de donde provenía el resplandor y el arco una última vez, se zambulló de cabeza al agua. Sabía nadar, aprendió con sus compañeras del equipo de baloncesto, hacía años que no las veía. Cerró los ojos bajo el agua y se impulsó con los pies hacia donde creía estaba la puerta. 457 En un momento, no sintió nada, poco a poco se estaba quedando sin aire y no era capaz de sumergirse tanto como le gustaría. Entonces notó la oscuridad y la corriente, los conocía, la habían acompañado toda su vida. Aquello que la empujaba en sueños hacia alguna parte. Cuando sintió que se ahogaba luchó por salir de nuevo a la superficie. Dio brazadas y pataleó con todas sus fuerzas. No distinguía donde estaba la superficie y donde el fondo. Luchando por abrir los ojos, consiguió atisbar un fulgor amarillo y alegre sobre su cabeza. Fue hacia allí con todas las energías que tenía y asomó fuera por fin, tomando un vigoroso aliento. ¿Había pasado?, ¿lo había conseguido? Miró a su alrededor. Era de día. No había nadie. Eso debería ser una buena señal, ¿verdad? 458 Al principio no estaba segura de donde estaba, no reconocía el sitio. Entonces se dio cuenta que miraba el valle en la zona por la que se había sumergido, al cruzar la puerta había dado media vuelta y, en vez de salir por el otro lado de la puerta hundida, emergía por el mismo que entró. Dio lentas brazadas hacia la orilla, observando atentamente su entorno. Siempre tenía la impresión de que había visto aquel bosque antes, varias veces. Posiblemente en sueños. ¿Por qué aquel bosque? Notó las escaleras de piedra bajo sus pies. Aún mirando hacia lo alto, distraída, comenzó a salir. Entonces algo se agitó en la maleza a su izquierda. Se sobresaltó, había alguien allí. Un chico se había puesto en pie y la observaba, con la boca abierta. Melia intentó taparse con las manos, sin mucho éxito. 459 El chico seguía mirando como un imbécil Calculó que sería un adolescente de no más de dieciocho años. El pelo, corto a la altura de los hombros, se echaba hacia delante y le cubría media cara, dejando ver apenas una ya importante nariz, pese a parecer tan joven. Vaya. Se acercó con cuidado, midiendo las distancias con precaución. Estaba algo cambiado, pero acabó por no tener demasiadas dudas sobre quién era. ―¿UrsHadiic? El joven saltó hacia atrás como si le hubieran dado una patada en la cabeza. ―¡Daia!―exclamó. Melia hizo una mueca. ―Eeh... no. No estaba segura de qué pensar de aquel UrsHadiic. Era UrsHadiic, eso era seguro. Pero no estaba segura de qué pensar. Por el momento, no se sentía muy impresionada. 460 Le vio acercarse un poco, con los ojos abiertos aún como platos. Extendió un brazo para tocarla, como si quisiera comprobar que fuera de verdad. Melia saltó hacia atrás. ―¡Qué haces!, no me toques. Retiró el brazo a toda velocidad. ―Lo siento. Los ojos se hicieron aún más grandes, si eso era posible, y la miró como si esperase que le saliera fuego por la boca. ―Disculpa... esto es un poco incómodo para mí... ¿te importaría dejarme tu camisa para cubrirme un poco? ―Sí, claro. Se la quitó tan rápido que estuvo a punto de rasgarla, y se la entregó con una gran sonrisa. ―¿Quién eres?, ¿cómo sabes mi nombre? ―Uh... solo una pobre humana que se ha caído al Lago... ―¿Vienes del otro lado? 461 ―Vengo de otro lado, sí. ―¿Y sabes mi nombre? ―Digamos que te he conocido en el otro lado. ―Ooh... UrsHadiic de joven espabilado, ¿verdad? no era especialmente No estaba segura de cómo enfrentarse a aquello. No se había esperado algo así. Se daba cuenta que en realidad no conocía a aquel chico, pero por su cabeza cruzaban un millón de emociones contradictorias. ―¿De verdad eres humana? ―Estoy bastante segura de ello. ―Sí, pero eres preciosa, parecías Daia resucitada saliendo del Lago. Nunca había visto una humana tan hermosa... Le lanzó una larga mirada de medio lado. ―Tienes que salir de casa de tu madre. Suspiró, replanteando lo que tendría que hacer. 462 Esperaba encontrar un hueco donde esconderse en las montañas, desde donde pudiera moverse a otros sitios a investigar mientras trazaba un plan más definido. Pero ahora se había encontrado con un UrsHadiic idiotizado y tenía que pensar en cómo librarse de él. ―¿Vas a algún sitio?, ¿puedo acompañarte? ―Eh... bueno... verás, voy a buscar un refugio, he perdido una cosa que tengo que encontrar y puedo tardar algunas semanas. ―Puedes venir a casa de mi madre. ―No, gracias. ―¿Conoces a mi madre en el otro lado? ―Sí. ―Oh, entiendo. Le vio dejar la mirada en blanco y hundirse de hombros. Sintió algo de pena. ―No quería ofenderte, pero preferiría evitar encontrarme con más gente, sobre todo daimiones. 463 ―¿Por qué? Parecía herido, y ella empezó a sentirse muy tonta también. ―... me dais un poco de miedo, solo soy una humana. ―Ya, entiendo... hay un sitio en el que te puedes esconder. No está demasiado lejos. Señaló al otro lado de la laguna. ―Umm, ¿tú crees? ―No suele venir nadie por aquí, aparte de mí. ―¿Por qué vienes? ―...me... agobia nuestra casa. Su cara se había tensado y, por un momento, pudo ver al UrsHadiic que conocía. ―Está bien, enséñame donde está. La tensión despareció y el chico le dedicó una enorme sonrisa. Melia creía que se le iba a romper el corazón. 464 Comenzaron a andar aún más al interior del valle, rodearon las estructuras de piedra que enmarcaban el lago y siguieron bajando. UrsHadiic iba delante. Le veía muy delgado, se le notaban varios huesos, el que ella conocía tenía un aspecto más fuerte. Aunque, por el lado bueno, aquel chico apenas tenía cicatrices. Durante el descenso tuvo que contener las lágrimas varias veces al observar aquella espalda limpia y de piel fina. Resultaba... tan frágil. ¿Qué le habría pasado? ¿Qué habían hecho con él? 465 Capítulo 19 Hace mil años ―Aquí es. Hadiic señaló un trozo de pared oscura, asomaba entre varios arbustos, helechos y el musgo pegado a la piedra. Al acercarse, vio una rotura en la roca, una caverna. ―Venía aquí de pequeño, cuando llovía... no es que llueva mucho, de cualquier forma, pero puedes estar resguardada y nadie te verá. ―Gracias... ¿de pequeño dices? ―Sí, este es territorio de cría. ―Ah...―tuvo una extraña premoción―, oye... y no habrá crías ahora, ¿verdad? 466 ―Sí, Dos. ―¿Dos? ―Ah, no, solo es uno, Hadiic Dos, mi hermano pequeño. ―Um, ¿es seguro que esté aquí?, ¿y si aparece e intenta comerme? El joven daimión se rió. ―No es más que un bebé, está bien alimentado, yo le traigo la carne, es mi trabajo. ―Ya...―miró con recelo la cueva, era un sitio bastante bueno, el único inconveniente era que UrsLeil de bebé podría confundirla con el almuerzo―. Está bien, es un sitio muy bonito, muchas gracias. Se quedaron un momento en silencio. Ella sonreía con tensa amabilidad, él sonreía, a secas. Aquello empezaba a ser muy incómodo. ―¿No... no te echarán de menos en tu casa? Hadiic alzó las cejas. 467 ―Ah, claro, ya me voy... te dejo, espero que estés cómoda... ¿no te importa que me pase por aquí alguna vez? ―No, no, aunque no estaré siempre, saldré a buscar lo que perdí, así que... ―Muy bien... hasta luego... no me has dicho tu nombre... ―Melia. ―Yo soy Hadiic... ah, espera, ya lo sabías... pues hasta luego entonces. Le vio agitar el brazo al marcharse. Pero qué mono y pánfilo era. Se sentó y se puso a cavilar en lo que debía hacer a continuación. Intentó apartar al joven Hadiic de su cabeza, ya tenía bastantes problemas con el adulto dando vueltas. Sus necesidades más inmediatas iban a ser la ropa, la comida y el fuego. Ya tenía un refugio discreto, 468 agua podía conseguir en el lago (y le importaba tres cominos si era agua bendita). Supuso que, temporalmente, podría aguantar con la camisa de Hadiic, era más corta que la ropa que le pusieron la primera vez que llegó allí, pero bastaría por un tiempo. De la comida había investigado y sabía que algunos árboles daban bayas comestibles en los alrededores. Los daimiones no eran muy dados a la fruta, así que nadie los recolectaba. Cuando preguntó, antes de partir, de qué otra forma podría encontrar comida, UrsLeil le respondió que cazara. Por supuesto, cazar, cómo no se le había ocurrido antes. En cuanto aprendiera a tallar sílex se fabricaría un conjunto de lanzas para cazar rinocerontes. Iba a tener que conformarse con las bayas. El fuego sería más complicado. No había aprendido a hacerlo aún con madera, aunque en todo el tiempo que había estado en Ethlan había visto a varias personas haciéndolo y lo había intentado. Sin ningún éxito. 469 Tendría que buscar piedras. Las noches eran bastante frías allí. Razonó que alrededor del lago la zona estaba desnuda y cubierta de guijarros, la roca negra de los alrededores no era muy buena, pero podría buscar entre los cantos de la orilla, era un lugar más despejado que el suelo del bosque. Decidió marchar ya a por piedras y bayas, cuando vio aparecer de nuevo a UrsHadiic. Solo habían pasado algunas horas desde que se fuera, era medio día. ¿Ocurría algo? Llevaba un bulto enorme a la espada. A medida que se acercaba pudo observar con consternación que semejaba un cadáver. ―Hola otra vez―dijo el joven daimión como si no ocurriera nada―, te he traído comida, se me ocurrió que tendrías hambre. Había unas pezuñas marrones asomando del paquete. ¿Era un cerdo? 470 ¿Le había traído un cerdo? No consideraba a aquel UrsHadiic muy espabilado en cuestiones de humanos, pero aquello era un disparate. Le vio echarse las manos a la espalda y dejar un paquete en el suelo, con un sonido metálico. Se inclinó con curiosidad y al destaparlo apareció una bandeja con pescado cocido y grandes trozos de carne a la brasa. Suspiró. ―Muchas gracias. ―Iba a darle de comer a mi hermano, pensé que no te importaría que pasara por aquí un momento. ―No, no, muchas gracias de verdad. ―¿Necesitas algo más?, puedo traerlo... ―..nnno... ―¿Ropa?, tenemos bastante en casa, nuestras esclavas están haciendo cosas constantemente. ―Bueno, pantalones. igual ropa 471 estaría bien... unos ―De acuerdo. ―Y..., si no es mucha molestia, ¿tenéis piedras para hacer fuego? ―¡Claro!, voy a llevarle esto a Dos, a la noche volveré con tus cosas y comprobaré que estés bien. ―Oh, gracias. Hadiic se alejó, otra vez, con el cerdo muerto a la espalda. Había esperado que la ignorara, pero empezaba a ser el obvio que el chico no quería ser ignorado. Maldito UrsHadiic, hasta cuando era útil le complicaba la existencia. De todas formas no pudo evitar quedarse sonriendo como una boba mientras comía y pensaba en él. Era bastante mono. Dejó de comer y se quedó mirando fijamente el suelo. Le echaba de menos, no había pasado un día y ya le echaba tanto de menos. 472 ¿Cómo iba a volver a casa si en menos de un día ya se sentía así? Incluso contando con su versión rejuvenecida dando brincos por allí, le seguía doliendo el pecho al pensar en él. Quería a su UrsHadiic. Podía imaginarse que uno o dos meses conseguiría olvidarle un poco, ¿verdad? Aunque fuera más complicado con el nuevo cerca. Como prometiera, por la noche el joven daimión volvió. Llevaba otro bulto bastante grande y Melia se preguntó cuánto podía comer una cría de daimión. Al llegar, dejó el bulto en el suelo y lo fue desenrollando. Había ropa. Mucha ropa. Y más comida. Y mantas. Y un colchón de plumas. 473 ―Ah, sí―y metiéndose la mano en un bolsillo, sacó un par de piedras. No estaba segura si reír o llorar. ―¿Habéis desollado a algún familiar para hacer el colchón? Hadiic se echó a reír. ―No, no creo al menos. Estas rocas son muy duras, supuse que te haría falta, también he traído mantas. Melia empezó a hacer fuego inmediatamente, no veía bien y quería contemplar todo aquel mercadillo en su gloria. ―¿Has traído más carne? Aún me queda... ―¿No te gusta la carne? Parecía un poco preocupado. ―Ah, sí, pero no necesito comer tanta, y también me gustan otras cosas. ―¿Cómo qué? Se rascó el brazo. 474 Quería ser agradecida, pero le estaba crispando un poco los nervios. Por un lado sentía que la trataba como si fuera un cachorrito que intentaba criar en el garaje a escondidas sin que sus padres se enteraran, por otro, la sensibilidad que mostraba a todas sus palabras la preocupaba. Tenía la impresión de que estaba caminando en medio de un nido de serpientes. Un paso en falso y algo la mordería. O le mordería a él. Su UrsHadiic no era así, la estaba poniendo nerviosa porque a cada momento se daba más cuenta que no conocía bien a aquel daimión, y no sabía hasta que punto podría confiar en él. ―Me gusta... umm, algo de verdura de vez en cuando, y fruta... y los caruones, me encantan los caruones. ―¿De verdad?... ¿fruta?―puso cara de asco. ―Sí, pero ahora estoy llena y no necesito comer mucho, de todas formas. Te agradezco todo lo que has hecho por mí, pero no hace falta que me traigas nada más en un tiempo. 475 ―Oh, ya, entiendo―parecía pensar―, solo es que... no estaba seguro... ¿puedo quedarme a cenar contigo si no vas a querer más? ―Claro, por supuesto. El chico sonrió, se acercó a una de las bandejas y se puso a comer con ganas. ―¿De qué lado vienes? Quedó un momento sorprendida, no había imaginado que podía encontrarse con algo así, no había planeado ninguna excusa. ―De... aquí, en otro tiempo. ―¿Y me conoces en otro tiempo?, ¿cómo soy? ―...más serio. ―¿Sabes si me ponen nombre? ―No... ―¿De qué tiempo es ese? ―...¿quinientos años? Mintió porque no quería herirle, pero falló miserablemente porque le vio quedarse pálido de 476 todas formas. Vagamente tuvo también la impresión de que aquel dato podría dar a confusiones en el futuro, pero no pensó mucho en ello. La cara de angustia del chico la preocupaba más. ―...¿tanto?, ¿en quinientos años aún no tendré nombre? ―... no importa, estarás bien, eres un daimión fuerte y valiente, no importa lo que tu madre crea que hagas, si tú estás contento con lo que haces es lo que cuenta. Estaba segura que había leído aquella frase alguna vez en una revista de moda. Sorprendentemente, a Hadiic pareció animarle. No había muchas revistas de moda en aquel sitio. ―¿De verdad seré fuerte y valiente? ―Sí. ―...eso está bien, mis hermanos siempre dicen que soy una birria. Sonrió, volviendo a sentir un gran conflicto de emociones encima. 477 Si no recordaba mal, el territorio de los En se encontraba más allá de la montaña bajo la que se estaba ocultando. Era una interesante ventaja de su escondite, si conseguía dar con un camino cerca que la atravesara, llegar hasta allí no debería suponerle más problemas. Tendría que marcharse de su caverna si no daba cerca con la forma de cruzar la montaña, y buscar por otra zona. Así pasó los primeros días, dando vueltas intentando localizar un camino a través. Hadiic venía a verla prácticamente a diario, algunos, hasta dos veces. Si no la encontraba dejaba algo dentro de la cueva, normalmente comida. Era un perrito en un garaje. Al principio, achacó su comportamiento a que (como siempre había sabido, por supuesto) en el fondo era un buen daimión al que su familia aún no había destrozado lo suficiente y, en general, a ser un adolescente hiperactivo emocionado con la novedad. Luego empezó a preocuparse. 478 Iba a tener problemas para realizar sus planes si no dejaba de rondar por allí. Y, esperaba que no, cabía ser posible, que fuera el caso, de algún modo, que estuviera colgado por ella. Sacudía las manos sobre su cabeza, intentando apartar aquel pensamiento. Tenía más problemas que dedos para contarlos. Preocuparse de no romperle el corazón a un daimión adolescente era demasiado ya. Debía seguir buscando un paso discreto para el territorio de los En. Oculto entre grandes helechos; y tan empinado y quebradizo que decidió ignorarlo hasta que fuera su último recurso, encontró un sendero. Consiguió subir hasta una zona donde la montaña se suavizaba y podía cruzar al otro lado con comodidad, cuando estuvo segura que no era un callejón sin salida y podría alcanzar el territorio de los En, decidió regresar. Temblando como una hoja. 479 Valía la pena perder un par de días más para hacer el camino más transitable. Abrirse la cabeza entre las peñas no estaba en sus planes. Trabajó duramente llevando piedras, madera y tierra con la que rellenar huecos y estabilizarlo. El par de días se convirtió en dos semanas. A la tarde del último día fue a recoger algunas bayas. Eran dulces y quería darse un premio por el trabajo. Masticaba distraída y no se sintió demasiado sobresaltada al oír unas ramas quebrarse tras ella, tenía entendido que era una región segura. Criaban daimiones allí, ¿quién se iba a atrever a pasar? Al darse la vuelta, vio un daimión bebé. Más grande que un caballo. Se quedó quieta en el sitio. Intentando recordar si el procedimiento era no moverse, correr en zig zag, hacerse un ovillo o ponerse de rodillas y rezar. La cría no se movió de donde estaba, pero alargó la cabeza y abrió la boca, dejando escapar un ‹‹Aaah›› extrañamente humano. 480 Melia le vio los dientes. Muchos dientes. ¡Eso no podía ser un bebé! Retrocedió hasta un árbol cercano, intentando no quitarle la vista de encima y se puso a trepar. El monstruito se acercó con un galope alegre, estiró su largo cuelo hacia arriba y volvió a decir ‹‹Aaah››. Ella seguía trepando, esperando llegar lo suficientemente alto para que no pudiera alcanzarla. Nunca había subido a un árbol. O era muy buena, o era cierto que el terror daba alas. El pequeño UrsLeil se puso a dos patas, dejando su cabeza a pocos centímetros de Melia. Sacó la lengua y empezó chuparle los pies. ―Quita, bicho, son míos, déjalos en paz. Vio como agachaba un poco la cabeza y soltaba algo parecido a un gruñido. Luego volvió a ponerse a cuatro patas, corrió alrededor del árbol un par de veces, se sentó y dijo: ‹‹Aaah››. ―¿Eso es que no vas a comerme? 481 ―Aaah. ―¿No se supone que para decir sí es un ronroneo? ―Brrrrrrrurrrrurrrrrurrrrr... ―Espera, ¿puedes entenderme? ―Aaah. ―Muy bien, voy a bajar, y cuando baje, ni se te ocurra comerme, ni morderme, ni chuparme, ¿de acuerdo? ―Aaah. Y se puso a ronronear otra vez. Melia descendió poco a poco (no era tan fácil como la subida). Al llegar abajo, UrsLeil seguía sentado donde estaba. ―Muy bien, eres un daimión muy bue... Entonces se lanzó rápidamente hacia delante, le dio un golpe con la cabeza, media vuelta y salió huyendo gritando ‹‹Aaaaaaah››. Tras el terrorífico susto inicial, se dio cuenta de que estaba jugando. 482 ―Vivir para ver... Fue tras él sin demasiado entusiasmo, no le apetecía nada jugar después del susto y tras un día bastante largo de trabajo. Pero tampoco quería enfurecer a un bicho con tantos dientes. Media hora después, se le pasó el miedo y hasta consiguió convencer a la criaturita para que le llevara a su caverna a cuestas. ―Creo que me sobra algo de carne, tu hermano siempre trae de más, no importa cómo se lo diga... Cuando lleguemos te daré un poco, ¿qué te parece? ―Aah. ―Ese ‹‹Aah›› no suena muy entusiasmado. ¿Estás cansado? El daimión se puso a trotar y Melia se echó a reír. Cuando volviera a casa, escribiría un guión de cine con aquella historia: ‹‹Melia. La Reina de los Daimiones››. 483 De vuelta a su cueva, estaba dándole de comer algo de carne asada, cuando apareció Hadiic, no parecía muy contento de ver a su hermano pequeño allí. ―Hola. ―¿Qué hace éste aquí? ―Nos hemos encontrado en el bosque, me ha traído al refugio y le doy un poco de carne en agradecimiento. ―Fuera―dijo al chiquitín, haciéndole gestos con las manos. UrsLeil tenía sus propias ideas. Se pegó a Melia y gruñó al intruso. ―¡Será posible! Hadiic le agarró la cabeza e intentó llevárselo arrastras mientras el pequeño lanzaba un sonido semejante a un mugido triste. ―¡Basta! Hadiic, déjale, le haces daño. ―No se va a romper. ―¿No me dijiste que era un bebé? Déjale, no pasa nada porque esté aquí. 484 ―Sí, molesta. ―No, no molesta, a mí no. Ven chiquitín. El daimión mayor había dejado de agarrar al pequeño, Melia comenzó a acariciarle el cuello y le llevó de vuelta a la cueva. Hadiic parecía muy muy confundido. ―¿De verdad no te importa que esté aquí? ―No, ¿debería importarme?, ¿por qué no quieres que esté? ―...no sé. Las crías deberían quedarse lejos, para que aprendan a buscarse la vida solas y crecer más rápido. ‹‹Así os va››. ―Estoy segura que Ur... Dos crecerá cuando le parezca más oportuno. Deberíais ser un poco más cariñosos entre vosotros, tú has sido cría hasta hace poco ¿verdad? ¿No recuerdas cómo era? Vio cómo el joven daimión se lo pensaba. Aún con una expresión irritada hacia su hermano, se acercó a 485 ella e intentó sentarse a su lado, pero la cría puso la cabeza en medio. ―Serás desgraciado... ―Tsssss, Dos, bonito, ven aquí, no cabrees a tu hermano. Intentó apartarle para dejar sitio a Hadiic. Dos empezó a hacer ruiditos como ‹‹Aaah grrah ah grrr aaah››, todos dirigidos con manifiestas malas intenciones a su hermano mayor. A Melia le hacía gracia. ―Creo que planea tu muerte cuando seas mayor... El daimión grande bufó. ―No si lo mato antes yo. Dio un respingo y se volvió hacia él, no le gustaba el tono en que lo había dicho. ―Era una broma... no irás a matar a tu hermano ¿verdad? Por segunda vez en el día, Hadiic quedó completamente callado y confundido. 486 Después de la pequeña reyerta con su hermano mayor, el pequeño UrsLeil se alejó por voluntad propia, posiblemente buscando cosas para jugar. Melia podía verle investigando entre los helechos en una zona más baja del valle. ―Deberías portarte mejor con él, o cuando crezca te amargará la existencia con bromas pesadas. ―Mientras se conforme con eso... Ella no estaba segura de querer profundizar sobre qué le hacían a él sus hermanos mayores, así que prefirió no continuar con el tema. ―Mañana me iré durante unos días, ¿recuerdas que te dije que había perdido una cosa?, voy a ver si la encuentro... ―Mmm, ¿vas a salir del valle? ―Puede, ¿por qué? ―Eso está fuera de nuestro territorio. ―¿Y?... ¿podría tener problemas? El daimión pensó. 487 ―No... Supongo que a ti no te pasaría nada... pero puedes cruzarte con los En. Son malos y peligrosos, he oído que la matriarca obliga a luchar a muerte a sus hijos contra sus siervos cada año, para quedarse solo con los guerreros más fuertes... ―Eso es terrible... pero tú has amenazado a tu hermano hace nada, ¿por qué son peores que vosotros? Hadiic brincó, la miró con expresión completamente ofendida y la boca abierta. Melia esperaba que el chico dijera algo, pero no lo hizo, poco después la volvió a cerrar y centró su atención en algún sitio a sus pies. ―Te vas mañana entonces. ―Sí, por unos días, dos o tres. ―Ajá...―se puso en pie―. Voy a volver a casa ahora. Si te marchas, te recomiendo que guardes las cosas y las cubras con piedras o algo, o el bicho ese de ahí abajo las hará trocitos. ―¿Te refieres a Dos? ―Sí, ése. Buenas noches, descansa bien. 488 ―Buenas noches, igualmente. Los daimiones podían pensar de los humanos como poco más que gusanos. En general, no eran una amenaza, no eran de su interés y estaba realmente segura que no habría diferencias entre los En y los Urs en ese aspecto, si no hacía nada sospechoso, probablemente sería ignorada. Eso no quería decir que se sintiera completamente segura del buen final de su misión. Los gusanos podían ser aplastados sin querer, incluso con sádica malicia o por ser un estorbo. Y tenía la intención de hacer muchas cosas sospechosas. Cuando comenzó a acercarse a su territorio, usó la goeteia que Baal le había enseñado. Había practicado, pero no sabía si tendría algún límite de tiempo. Caminó por una zona boscosa, no muy diferente a la que dejaba atrás, con menos helechos y oscuras coníferas. Había multitud de pequeñas y afiladas hojas en el suelo, que crujían bajo sus pies más de lo que encontraba seguro. 489 La madriguera de los En era tan discreta como la de los Urs. Dio con ella cuando terminaba el día, apenas quedaba luz y vislumbró a lo lejos las antorchas de algunos esclavos que controlaban que los alrededores estuvieran en orden antes de volver dentro para pasar la noche. Con todo el silencio que podía les siguió en la oscuridad. Había también un gran claro abierto, justo a la entrada. No encontró ningún lago visible, ni escaleras; pero una importante cortina de agua se deslizaba por la ladera, justo a su lado se abría un gran hueco en la montaña, parecía salir de debajo de la tierra como una grotesca boca abierta. Melia se preguntó cuánto se atrevería acercarse, no veía bien en la oscuridad y podría encontrarse con algo desagradable que estuviera oculto en las sombras. Pensó en dar la vuelta, pero cambió de opinión tras razonarlo un poco más: aquella oportunidad era tan buena como cualquier otra, por la noche estaría todo más tranquilo. Los daimiones no necesitaban dormir mucho, pero les encantaba hacer el vago cuanto 490 podían, así que por las noches eran bastante inactivos. Los esclavos probablemente estarían dormidos también. Era el mejor momento para entrar sin que la vieran. Caminó con precaución hasta la entrada, miró hacia el interior con curiosidad. La construcción se hundía en la tierra, vio largas escaleras bajando hacia la oscuridad del fondo. Abajo no parecía existir más que una gran nada, pero, entonces, salió a un esclavo de entre las sombras. Melia esperó, manteniéndose todo lo quieta que podía. El esclavo fue al exterior y volvió un rato después con una silla de madera. Sin dar ni una sola muestra de haberla visto. Sonrió encantada y observó de nuevo la inmensa garganta oscura a sus pies. Las escaleras descendían durante varios metros. En algunas partes se levantaban figuras de animales 491 portando antorchas, encendidas. pero no todas estaban Al llegar abajo comenzó a moverse siguiendo los ruidos de movimiento y conversaciones. En el interior todo era parecido al palacio de UrsIstar, por donde ya había adquirido cierta costumbre de moverse en penumbras. Fue siguiendo cada voz, internándose más en la elaborada madriguera. Al cabo de un par de horas, temió que se estaría perdiendo, consideró dar media vuelta y buscar la salida antes de que se hiciera tarde. Volvía ya, cuando una conversación en voz muy alta, que había pasado de largo porque creía que no era más que una riña personal, consiguió llamar su atención. ―¡...turno!, ¡eres una jodida tramposa, EnBeker! ¡Madre me hubiera enviado a mí a cuidar la Corona! ―¿Por qué no lo discutes con ella entonces? ―¡Sabes que nunca cambia de opinión! 492 ―Que te jodan entonces, Hadiic, otro día tendrás más suerte. ―¡Otro día volverás a pasar por encima de mí! Melia oyó un golpe brutal y retrocedió dos pasos. Luego avanzó de nuevo, su invisibilidad funcionaba, pero no quería tentar a la suerte. Ocultándose detrás de una pared, atisbó el interior de aquella habitación. Parecía un simple cuarto, con dos esclavos cargando con varios bultos arrinconados contra una esquina del mismo, observando nerviosos la escena frente a ellos. Una daimión con los ojos brillantes reía, en el suelo había tirado otro daimión joven, con una gran mancha de sangre roja cubriéndole media cara. ―Si paso por encima de ti es porque no eres más que un mierda y madre lo sabe, confiaría antes la Corona a sus esclavos que a una basura como tú. ―Es mi turno―dijo el chico poniéndose en pie, desafiante. ―Si tanto te apetece tener un nombre, vete a matar un Urs o algo así. Imbécil. 493 La joven hizo un gesto a los esclavos, que se pusieron en movimiento, salieron corriendo por la puerta con notable alivio. Posiblemente no la hubieran visto a ella aún sin la goeteia. Poco después iba a salir la daimión, pero cayó de bruces justo a sus pies, con un furioso adolescente encima. ―¡Te mataré, mentirosa! ¡Cabrona! La joven se incorporó de golpe y, sujetando los tobillos del chico, se lanzó hacia atrás, estrellándolo contra el marco de roca de la puerta. Melia ya había retrocedido, pero retrocedió un poco más. Aquí es donde podían aplastar a los gusanos sin querer. Con cierta controlada lentitud, la daimión se puso en pie, vigilando al chico caído a sus pies. El Hadiic de los En gimió y empezó a moverse con torpeza. ―Tú... tú... 494 Se cayó al suelo. Melia los observaba a los dos. Sintió algo de pena por el chico en el suelo, pero no podía hacer nada por él; y si no había entendido mal la conversación, la mujer iba a ir a vigilar la Corona. La daimión se arregló la ropa y, con una última mirada de disgusto al que posiblemente era su hermano, se puso en marcha, detrás de sus esclavos. Aquel EnHadiic consiguió levantarse, siguió a la chica con ojos brillantes a la escasa luz de las antorchas y, mientras murmuraba las veinte formas en que iba a matarla, intentaba quitarse la sangre de la cara. Melia decidió alejarse de allí, algo le decía que aquel joven daimión estaba más allá de cualquier ayuda. Siguió a la joven, pensaba que saldrían fuera, pero EnBeker se adentró más aún en aquel laberinto. Se detuvieron en un salón aparentemente vacío, vio cómo levantaban una gruesa puerta de roca del suelo entre los dos esclavos. De abajo llegaron voces. 495 ―Ya era hora. ―El inútil de Hadiic me ha retrasado. Otro daimión salió de la puerta en el suelo. ―Estaba harto de esperar, si no salgo a que me de el aire pronto te juro que empezaré a derribar paredes. ―Pues lárgate y llévate tus cosas. ―Dile a los esclavos que las recojan. ―Son mis esclavos, llama tú a los tuyos. ―No me da la gana de llamar a mis esclavos a estas horas. ―Y a mí no me da la gana entrar ahí con tu ropa sucia, llama a tus esclavos o recoge toda esa mierda tú. ¿Iban a pelearse otra vez? Sintió un nuevo aprecio por UrsHadiic y UrsLeil, nunca les había visto intentar matarse por tonterías. El daimión varón soltó un gruñido, musitó algo sobre que dentro de un momento vendrían a por sus cosas y se largó del salón. 496 Mientras, EnBeker se quedó de brazos cruzados, haciendo un gesto a sus esclavos para que no se movieran de donde estaban. Melia observó la puerta abierta con interés. Aquel era un buen momento para entrar, casi se lo habían puesto en bandeja. Eso si atrevía a cruzarse a plena vista con aquella daimión y sus dos esclavos. Sintió que se le aceleraba la respiración, aunque aún no había dado un paso. ¿Podría hacerlo?, ¿podría llegar hasta la puerta? No, era muy arriesgado. Pero la Corona podría estar allí, justo delante de ella. ¿Y si había algo protegiendo la entrada?, ¿como un campo de fuerza anti-goeteia? Se mordió los labios, había visto muchas películas. Según lo que Sofía había dicho, los daimiones jóvenes no solían aprender nada de goeteia, solo la conocían los mayores y, aún así, no la empleaban 497 mucho. Si querían algo se liaban a mordiscos con todo lo que se les cruzara por delante para conseguirlo, la goeteia había caído en cierto desuso. Pero, ¿podía estar segura que no estaría protegida? Era la Corona de Daia, al fin de cuentas, no dudaba que harían lo imposible por defenderla. Cogió aire lentamente una última vez. Si iba a intentar alguna acción, tendría que iniciarla rápidamente, antes de que vinieran los otros esclavos. Avanzó por el salón, en silencio, vigilando todo lo que había a sus pies. La habitación estaba vacía, pero una simple irregularidad en el suelo, un pequeño traspiés, y quedaría completamente a la vista de los afilados ojos de la daimión. Se acercaba a la puerta, ya podía ver el interior. Vigiló a EnBeker, se había colocado de costado a ella, como si eso pudiera evitar que se diera cuenta que estaba allí si algo fallaba. Cuando estuvo convencida que ni ella ni sus esclavos eran ni remotamente conscientes su presencia, se inclinó sobre la abertura en el suelo y se asomó. 498 Adivinó, más que vio, algunas escaleras. Estaba completamente oscuro allá abajo. ―En cuanto saquen sus cosas metéis lo mío y traéis un poco de agua de rosas... Levantó la vista, notando que el corazón le iba a dar un vuelco. No era más que la daimión dando instrucciones, pero hubiera podido caer muerta de la misma del susto. Con pies temblorosos comenzó a bajar por el hueco en el suelo. La luz que llegaba de arriba era muy escasa, pero en cuanto se acostumbró un poco más, pudo ver el borde de algunas formas. No parecía ser más que una simple habitación, no encontraba nada relevante. Y EnBeker tenía razón. Algo olía fatal allí. Oyó pasos apresurados a su espalda y una súbita luz. Se apartó de las escaleras y se pegó a una de las paredes. Los esclavos venían a por las pertenencias de su señor. 499 Vio cómo dejaban una antorcha y se ponían a recoger bultos apresuradamente. En cuanto se llevaron un gran colchón el olor pareció marcharse también. Menos mal. Calculó que sería buena idea salir antes que la daimión que debía hacer guarda bajara y la dejara encerrada. Pero, ¿dónde estaba la Corona? En la oscuridad no había visto nada, a la luz de las antorchas descubrió un nicho en una de las paredes, alrededor del nicho había varias figuras talladas: trece daimiones entrecruzados entre sí. Dentro del mismo, un arcón de madera tallado en extrañas y complejas formas. Melia reconoció los símbolos que se usaban en la goeteia. Bueno, era posible que el cofre sí estuviera protegido. Y era casi seguro que aquel cofre tendría la Corona. 500 Observó la puerta abierta y los esclavos corriendo arriba y abajo por las escaleras. No, no podría llevárselo ahora. Lo miró, tomando nota mental del cierre y tamaño. Podría cargarlo si no pesaba mucho, aunque necesitara ambas manos. Podría con ello, si encontraba otra oportunidad para cogerlo, esperaba que el tamaño no fuera un problema. Oía a los daimiones discutir en lo alto, los esclavos dejaron de bajar. Decidió hacer una prueba. Colocó una mano sobre la madera e inmediatamente notó un golpe. Como si alguien le hubiera atizado en la frente. Sintió frío y se miró las manos. La goeteia se había ido, el cofre estaba protegido entonces. Así que si quería llevarse la corona, antes tendría que sacarla del cofre. Las voces disminuyeron y oyó otra vez pasos en las escaleras. 501 Asustada, volvió a hacerse invisible. Sería mejor marcharse mientras pudiera. Los esclavos de EnBeker bajaron con las cosas de su señora y comenzaron a colocarlas. Su señora vino tras ellos, dando órdenes de cómo quería todo en orden. Moviéndose siempre con cuidado, cruzó tras la daimión y, todo lo rápido que creía prudente moverse, subió las escaleras. En lo alto no había nadie e inspiró profundamente varias veces. Allí abajo se le había olvidado que necesitaba respirar para vivir. Muy bien. La misión estaba siendo un éxito por el momento. Sabía dónde estaba la Corona, sabía cómo conseguirla y aún le quedaban una semana hasta que UrsIstar abriera por primera vez la puerta. Tenía tiempo de sobra para planear algo. Solo tenía que descubrir la frecuencia de los cambios y volver para el siguiente turno, o el siguiente. Se dirigió hacia la salida, sintiéndose débil y mareada. Dio varias vueltas hasta encontrarla y, una vez fuera, solo tuvo ganas de adentrarse unos metros 502 en el bosque, acurrucarse bajo una piedra escondida y dormir. 503 Capítulo 20 Daimiones Despertó en el suelo con agujas clavadas por todas partes, pero con un agradable olor a pino a su alrededor. Barajó la posibilidad de volver a su cueva, pasada la sensación de éxito de la primera misión, empezó a preocuparse por el tiempo que tenía realmente. ¿Y si los cambios de turno ocurrían cada Luna? No disfrutaría de demasiadas oportunidades. Optó por volver a la guarida de los En y descubrir cuándo la puerta de piedra se abría de nuevo antes de dar aquel viaje por acabado. 504 La goeteia la dejaba agotada y mareada, pero tras descansar hizo otro esfuerzo y esperó noticias en la puerta de la guarida. El daimión que había custodiado la Corona hasta la noche anterior salió de buena mañana de la gruta, se transformó y voló fuera. Posiblemente a tomar aquel aire fresco que quería. Esperaba que no significara que pasaban mucho tiempo allí dentro y que en un mes no volvían a salir, o algo así. Aguardó con paciencia, observando con curiosidad a los esclavos trabajando, manteniendo el jardín y la pista de aterrizaje presentable; o sacando y metiendo bultos. En el territorio de Urs traían muchas cosas de los pueblos más cercanos, los pocos humanos que se atrevían a vivir en sus fronteras lo hacían precisamente por el comercio con ellos. Los daimiones tenían oro guardado en el interior de sus cavernosos palacios de piedra. A medio día tuvo que alejarse para buscar comida, se terminaba la que tenía, y descansar. La goeteia no tenía más límite de tiempo que ella misma y su resistencia. 505 Estaba frustrada por la falta de noticias y pensaba que quizá debería usar una aproximación diferente al problema, sin usar goeteia, acercarse y preguntar directamente a algún esclavo. Si no, sospechaba que volvería a pasar otra noche allí. A media tarde, un daimión volvió, aterrizando aparatosamente en el claro frente a la cueva. Reconoció otra vez al daimión que terminó la noche anterior la guardia. EnHadiic salió entonces a recibirle e, impulsada por un presentimiento, decidió seguirle. Oyó su conversación, el más joven parecía enfadado, tenía una gruesa línea roja en la frente, donde la noche anterior le golpearon. El mayor se reía de él. ―...no podrás en una semana... ―¡Pues la próxima! ―Sí, sí... si consigues el nombre en una semana te juro que te doy mi turno y mi habitación si te apetece. 506 EnHadiic soltó un gruñido bajo, que solo consiguió arrancar una sonrisa mordaz al mayor. Melia hizo una mueca. ¿Una semana?, ¿una semana qué?, ¿en una semana cambiarían los turnos?, ¿eso era cada siete noches?, ¿o en una semana tenía que buscarse un nombre? ―La próxima semana será mi turno, EnCiric, yo custodiaré la Corona igual que vosotros dos. Mamá me prometió un nombre pronto. ―Mamá no te ha prometido nada, deja de soñar, idiota. No sirves ni para fregar el suelo con saliva. El daimión más joven se encrespó e hizo ademán de atacar, pero antes de lograrlo el mayor le sujetó de la muñeca y, con un violento empujón, le tiró al suelo mientras sujetaba el brazo retorcido en un ángulo imposible. EnHadiic chilló mientras el adulto se reía. Melia tuvo que apartar la vista y taparse los oídos. Aquellos gritos iban a resonar en sus pesadillas. 507 Finalmente, el mayor se alejó, frotándose la mano con la ropa, como si hubiera tocado algo desagradable y pegajoso. Con los ojos rojos por las lágrimas, EnHadiic se alejó cabizbajo en dirección al bosque. Se estaba haciendo de noche y Melia decidió que era hora de regresar y pensar un plan. Había tentado mucho a su suerte, empezaba a sentir náuseas por abusar de la goeteia. Cuando estuvo a una distancia prudencial echó una cabezada, pero no pudo dormir bien. Poco antes del amanecer se puso de nuevo en marcha. Caminaba ya cerca del límite del territorio cuando oyó una voz. Quedó clavada donde estaba. ―Sal de dónde estés... no llegarás muy lejos... ¿Le hablaban a ella? Uso de nuevo la goeteia, por si acaso, y siguió avanzando. 508 ―Sí, huye como un perro, si te descubro te mataré... Se detuvo, había alguien cruzando entre algunos troncos caídos, mirando detrás de ellos con atención. Reconoció a EnHadiic. ¿La estaba buscando a ella? No, no podía ser. Estaba segura que no la habían visto. Miró a su alrededor. Si no era ella, entonces, ¿quién? El frustrado daimión siguió avanzando, controlando cada rincón de bosque según avanzaba. Un poco más arriba vio asomar una cabeza medio rubia, medio castaña. Hadiic. Vigilando al joven de los En, se acercó a su amigo. Podía verla. ―¿Qué haces aquí?―susurró. 509 ―Yo... te he estado siguiendo... quería ver que estabas bien. ―¿Y te cuelas en territorio enemigo? Intentó localizar de nuevo a su perseguidor, pero no conseguía encontrarle. Preocupada, le hizo un gesto para que la siguiera. Ella podía avanzar delante sin que la vieran. Vigilaba continuamente los alrededores, solo se volvía para comprobar si su Hadiic la seguía. Era muy silencioso, pero estaba bastante asustado. No tenía una idea clara de cómo funcionaban las edades de los daimiones. De lo que había visto y había podido entender, una vez adultos su aspecto humano cambiaba muy poco, sus rasgos se volvían más duros, les salían heridas, les crecía el pelo, pero ninguno podría decirse que tuvieran más de veinticinco años, a excepción de las primeras generaciones, que eran más antiguas. Pero sabía que como bestias, el tema era muy diferente. Las fuerzas entre un daimión mayor y uno más joven podían ser grandes. Y aunque aquellos dos 510 eran ‹‹Hadiic››, tenía la impresión de que el de En era de mayor edad y, por tanto, mucho más fuerte. O eso, o su Hadiic era un cobarde sin remedio. Estaban ya acercándose a lo alto de la montaña, prácticamente de vuelta en el territorio Urs, donde más abajo hallarían el paso a través de la montaña que ella había reconstruido. Se sintió más tranquila al ver que faltaba tan poco, pero entonces una gran sombra se perfiló en el cielo. Un daimión volando se acercaba a ellos. Hadiic lo había visto también, se quedó petrificado. Melia se acercó a él y le hizo quedarse quieto. Cuando ella quedaba invisible, su ropa también, así que imaginaba que de alguna forma la goeteia podría afectar a su compañero si le tocaba. Le pasó los brazos por los hombros y cerró los ojos, intentando concentrarse. El daimión volaba a poca altura, podía oír el roce de sus patas contra las copas de los árboles y el batir de sus alas. 511 Notó una ráfaga helada cuando su sombra cruzó justo por encima de ellos. Continuó concentrada en mantener la goeteia todo lo fuerte que podía. No tenía ni idea si funcionaría, pero solo podían intentarlo. En aquel bosque, las coníferas daban una protección muy pobre. La gran sombra cruzó de nuevo en dirección contraria y se alejó. Pasados unos minutos, se atrevió a abrir los ojos. Su perseguidor no estaba por ninguna parte. Se separó de Hadiic y se alejó con cuidado, el paso de la montaña estaba cerca, pero les dejaría muy expuestos ante un daimión en el aire. Volvió con su compañero. ―Esperaremos un poco más aquí―dijo. El joven asintió con la cabeza, había pasado de muy asustado a confundido, la miraba casi con recelo. Tras una paciente espera en la que no volvieron a ver a nadie más, se acercó de nuevo ella sola al paso y 512 observó a la distancia, vigilando el vuelo de cualquier ave del cielo. No había ni rastro de su perseguidor. Hizo un gesto a Hadiic para que se acercara y atravesaron a la carrera aquel trayecto de vuelta a casa. No pudo respirar tranquila hasta que no llegó a su acogedora caverna. Oh, bueno. Lo había logrado, con algunos pequeños contratiempos pero había conseguido lo que se proponía con aquel viaje. Ahora lo que tenía que hacer... ―¿Qué estabas haciendo? Miró a Hadiic algo incómoda, no tenía ni idea de cómo explicárselo, no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar. No confiaba en aquel Hadiic, de hecho, no hubiera confiado lo que iba a hacer ni a su UrsHadiic. ―Buscando un objeto. ―¡¿En el agujero de los En?! Te vi entrar. Se estaba enfadando. 513 ―No es asunto tuyo. ¿Qué haces siguiéndome para empezar? ―Estaba preocupado. ―Lo siento mucho, pero esto no tiene nada que ver contigo, has sido muy amable, pero preferiría que dejaras de hacer preguntas. No te incumbe. El joven daimión se encogió de hombros. Se le veía claramente dolido. Melia rememoró súbitamente una conversación similar, con los papeles de ambos invertidos. Aquello era una especie de venganza del universo, ¿verdad? ¿Contra cuál de los dos?, no estaba segura. ―De acuerdo―dijo Hadiic con gravedad y, volviéndose bruscamente, salió de la cueva. Melia suspiró, sintiendo una gran congoja en el pecho. Había hecho bien no diciéndoselo, ¿verdad? Había hecho bien intentando alejarle de allí, no quería hacerle más daño. 514 Los días siguientes los ocupó planeando su vuelta al hogar de los En, e imaginando las mejores formas de entrar y salir y qué hacer a continuación. Había pensado volver en una semana. Si para entonces no ocurría el cambio... mala suerte, aún le quedaba otro mes, esperaba que el tiempo no fuera un problema, había visto suficientes películas en su vida para saber que el tiempo siempre llegaba al límite en situaciones como aquella, así que prefería no arriesgarse. Lo que debería hacer una vez consiguiera la Corona... era algo que no tenía claro. Durante aquellos días no volvió a ver a Hadiic. Por una parte se alegraba, por otra... le echaba de menos, la mayoría de las ocasiones su compañía agradable y le ayudaba a añorar un poco menos a su UrsHadiic. Se daba cuenta de lo paradójico que era, pero no podía evitarlo. Los dos eran el mismo y los dos eran diferentes. No tardó mucho en preparar lo que quería llevar, sin nada que hacer su cabeza no dejaba de dar vueltas. A menudo los pensamientos que la asaltaban 515 no eran los más agradables del mundo, así que buscó cómo distraerse. El pequeño Dos solía acercarse a jugar cuando estaba aburrido como ella, pero aparte de entretenerla un rato, poco más podía hacer. Un día decidió que iría a ver el mar, estaba segura que no tardaría más de unas horas, podría ir por la mañana y regresar por la noche, mientras, recogería frutas. Hadiic ya no le traía comida, y se terminaba la que podía guardar, así que tenía que buscarla. El viaje a través del bosque fue largo, tuvo que dar un rodeo para evitar un camino que llevaba hasta el palacio de los Urs, pero mereció la pena. No había playas cerca, solo grandes acantilados perpendiculares de piedra oscura donde anidaban cientos de miles de aves. El agua tenía un tono azul intenso y profundo, como el que solo existe mar adentro y, en el horizonte, se alzaba una tenue y pálida bruma. Según lo que le habían dicho allí, los barcos que intentaron escapar de Ethlan a la desesperada cuando se hundió, desaparecieron en aquella bruma, no salieron de ella, nadie volvió para traer noticias. 516 Algunos infelices creyeron que en realidad habían llegado al otro lado y no podían volver y, durante varios siglos, continuaron lanzándose hacia allí, hasta que solo quedó en Ethlan quienes creían firmemente que aquella neblina era la muerte segura. Con un Sol brillante a su espalda, los chillidos y el alboroto de las aves marinas, la bruma no resultaba amenazante, no más que la oscuridad del mar, pero Melia estaba con los que preferían no tentar al destino. Aquella bruma parecía conducir a la nada. Cuando se dio cuenta que el disco solar se inclinaba mucho hacia Etimón, decidió que era hora de regresar. Al darse la vuelta, encontró una figura encogida entre las rocas. Era Hadiic. Se acercó a él, con sentimientos encontrados. ―¿Has estado siguiéndome otra vez? El chico tragó saliva. ―No... no del todo, no quería bajar al valle, así que vengo aquí... cuando te vi no supe qué hacer y me senté entre las rocas... ¿te molesta? 517 ―No, las rocas no son mías, puedes hacer lo que quieras. Al joven daimión no pareció gustarle la respuesta. Permanecieron un momento en silencio, cada uno metido en sus propios pensamientos. ―¿Te enfadaste porque te seguía... o porque te preguntara qué estabas buscando? Melia lanzó un largo suspiro. ―Las dos cosas... ―Solo quiero ayudarte... Se le veía triste y confundido. ―Ya lo sé, es complicado... Me hace feliz que quieras ayudarme, pero podrías buscarte problemas muy graves con tu gente si te inmiscuyes, y soy capaz de hacerlo yo sola, de verdad. Hadiic extendió una mano hacia ella, se quedó quieta por la sorpresa, le acarició el pelo y le rozó el hombro antes de retirarla, súbitamente avergonzado. ―Lo siento. 518 Melia parpadeó confundida. y se alejó un poco, muy ―Bueno, estaba pensando en regresar porque se va hacer de noche y yo no veo en la oscuridad. ¿Te apetece acompañarme? Hadiic la miraba con los ojos muy abiertos, como si no hubiera esperado una respuesta tan afable, pero se recuperó en seguida y sonrió. ―Sí, claro. En el camino de vuelta no hablaron mucho, y sobre tonterías básicamente, el joven daimión estaba contento. Cuando llegaron cerca del camino que llevaba de vuelta a la casa de los Urs, ya era casi de noche y se ofreció a acompañarla un poco más para señalarle el camino. Melia aceptó agradecida, no le gustaba demasiado andar de sola a aquellas horas. Cuando llegaron de vuelta a la cueva, se encontraron con UrsLeil metido de cabeza y el colchón desplumado sobre su espalda. ―Oh, vaya. 519 ―Te lo dije, es un desastre. ―No importa, solo es un niño, también tiene derecho a refugiarse de cuando en cuando, ¿verdad? Estaba siendo muy diplomática delante de Hadiic. Por la mañana el renacuajo le iba a oír. Aquel colchón se había convertido en su vida. Se acercó para buscar algunas mantas donde poder tumbarse, la cría parecía dormir profundamente. ―Bueno, muchas gracias por acompañarme... Le miró. Hadiic estaba muy serio. ―¿Ocurre algo? ―Buscas la Corona de Daia, ¿verdad? Melia siguió mirándole fijamente, sin saber qué responder. ―No importa―continuó el joven―, no se lo diré a nadie, solo quería estar seguro. ―¿Cómo... cómo lo has sabido? ―Je, es lo único interesante que tienen... ¿Piensas volver pronto? 520 ―...puede. ―Mi familia intentará otro ataque, en uno o dos días, te recomiendo no acercarte por allí hasta que se pase. Dudo que consigan la Corona, quizá muera algún daimión y luego volveremos a casa otra vez. Su voz se había vuelto lúgubre, daba la impresión de que esperaba que él iba a ser uno de los muertos. ―¿Tú irás también? ―Sí, todos los adultos lucharán. ―... estoy segura que lo harás bien. ―Eso espero... Sintió deseos de abrazarle y darle ánimos, pero antes de que extendiera los brazos se dio cuenta de que podía entender mal la caricia y no se atrevió. ―Vuelve a verme cuando termine la batalla, me quedaré más tranquila si sé que estás bien. Aquello pareció animarlo. ―Claro, volveré. Oh, es tarde, tengo que irme o creerán que soy un desertor. Buenas noches, que duermas bien... si puedes. 521 ―Ya, al menos no pasaré frío. Buenas noches. Le vio alejarse con el corazón en un puño. Hadiic y UrsHadiic. Los dos iguales: un dolor de muelas. Se metió en su cueva y se acurrucó junto al pequeño UrsLeil. Al menos a aquel le faltaban aún algunos decenios para empezar a hablar y convertirse también en otro problema. 522 Capítulo 21 La Corona de Daia Obedeció a Hadiic y se quedó en su rincón del valle aquellos dos días. Era justo cuando creía que iba a producirse el cambio y UrsIstar abriría las puertas por primera vez, así que estaba un tanto disgustada, pero seguía creyendo que tendría tiempo. Le quedaba otra Luna. Si lo pensaba, con conseguir la Corona ya tendría lo que quería, pero tener éxito antes de que el Lago se iluminara por última vez ofrecía cierta calma a una incómoda inquietud que nunca la abandonaba. ¿De verdad sería capaz de marcharse? Esperó aquellos días con ansiedad, preguntándose si no debería acercarse a la cueva de los Urs a mirar, 523 solo para comprobar que las cosas estuviesen en orden. Pero había visto luchar ya a aquellas bestias varias veces, el caos que podían sembrar a su alrededor era inmenso y combatirían dos familias enteras entre sí, dudaba que hubiera sitio seguro en las cercanías. Estaba ya esperando el momento en que Hadiic regresara cuando su hermano pequeño vino a verla, moviéndose nervioso, la golpeaba con el hocico y la empujaba al interior de la cueva. ―¿Te ocurre algo?, ¿qué pasa? En ese momento, ella también lo oyó. Un rugido lejano, que retumbó por todo el valle como un trueno; poco después, le siguió otro. Los daimiones luchaban. La cría soltó uno de sus tristes mugidos y se metió de cabeza en la gruta. Melia le siguió. ―Pobrecito, ¿estás asustado? Le acarició el cuello. 524 ―Aquí estás seguro, no te va a pasar nada―se preguntó si su hermano mayor también se escondería allí para ocultarse de los combates―. Ya verás, de mayor serás también un daimión bueno y valiente, y te pondrán un nombre precioso. La cría la miraba, con ojos redondos y oscuros, siempre daba la impresión de comprender lo que decía, aunque fuera tan joven. Melia esperó con el pequeño. Era tranquilizadora la seguridad de que Hadiic saldría vivo de allí. Menos tranquilizador era pensar el cómo y lo muy asustado que debía estar. Era un daimión muy joven, los demás deberían ser monstruos a su lado, ¿lucharían también las matriarcas? Se estremecía solo de recordar el tamaño y la fuerza de UrsIstar, aquella daimión podía echar abajo montañas si quería. Al finalizar el día, UrsLeil salió de la cueva y fue a buscar conejos que perseguir antes de irse a dormir. Interpretó aquello como que el combate había terminado, la cría se olvidaba con rapidez de los problemas. Esperó hasta bien entrada la noche que Hadiic volviera, pero no apareció. 525 A la mañana siguiente no empezó a preocuparse hasta el mediodía. ¿No estaba tardando?, ¿lo habrían herido? Subió al lago a por agua y se lo encontró allí. Suspiró aliviada al verle caminar sin problemas y corrió a darle un abrazo. ―¿Estás bien?, ¿qué ha ocurrido? El joven daimión sonrió y Melia reconoció muy bien esa sonrisa que no era del todo una. ―Oh, nada, tengo un corte en el brazo. Al empezar un En me empujó contra unas rocas y, cuando intentó rematarme, mi hermano mayor lo cogió de sorpresa y le rompió el cuello. Todos están muy felices con mi actuación, dicen que hice un buen papel como cebo. Es posible que ese sea mi nombre: UrsCebo. El chico estaba canalizando su versión más adulta en aquel momento. ―Pero estás bien, tendrás otras oportunidades de ganarte un nombre... ¿Ganasteis? 526 ―No, matamos a uno de sus hijos, pero ellos mataron a dos de nuestros sirvientes... Quedamos algo empatados. Se sentaron en el suelo de roca frente a la caverna. UrsLeil no se había ido muy lejos y se acercó a curiosear. Comenzó a darle golpecitos en el hombro a su hermano mayor. ―¿Qué te pasa ahora? ―Igual quiere que juegues con él. ―¿Jugar? Estoy cansado, hemos tenido un gran combate hace poco, por si no te has enterado... La cría gruñó, pasó de largo a su hermano y se tumbó con ella. ―¿Melia? ―¿Sí? ―¿Qué planeas hacer con la Corona? ―No estoy segura... ―¿Vas a marcharte? ―Es posible. 527 Hadiic se quedó serio, mirando al frente. Melia decidió prepararía el fuego para calentarse un poco y poner la comida. ―Puedes quedarte conmigo... Levantó la cabeza como si se hubiera quemado. ―No, no creo que pueda, lo siento. ―Me gustas. ―Lo siento. La expresión del joven daimión era difícil de mirar, estaba claramente dolido y daba la impresión de estar haciendo grandes esfuerzos para comprender algo que se le escapaba. ―Tú... no... ¿No te gusto? A ver cómo explicaba eso. ―Me gustas mucho, Hadiic, pero... es un poco complicado... ―¿Qué es complicado?, ¿te gusto o no?―había cierta demanda en su tono de voz. ―No me hables así, sé que cuesta entender, pero no tengo respuestas fáciles. Compréndelo. Me gustas 528 Hadiic, pero hay asuntos que debo resolver y hay otra persona a la que quiero también. El daimión intentaba comprender, pero no como a ella le gustaría. Su rostro se volvió tenso y sombrío, acababa de ser consciente, a su manera, de lo que Melia intentaba decirle. ―Tú no me quieres... Se sobresaltó, no le gustaba el matiz que tomaba aquella conversación. El pequeño UrsLeil, aún echado, empezó a gruñir también, su melena se encrespó. Hadiic se puso bruscamente en pie y dio una patada en la barbilla al pequeño. ―¡Cállate!―le gritó, enfurecido. Melia saltó hacia atrás por lo súbito del ataque. La cría encogió el cuello como para protegerse, pero rápidamente volvió a lanzarlo hacia delante, con la boca abierta. Hadiic lo esquivó con facilidad y saltó sobre su cuello, sujetando con fuerza la cabeza contra el suelo. 529 ―¡Para!―ordenó Melia―. ¡Le estás haciendo daño! ¡Hadiic! ¡Déjale! Se acercó corriendo a los dos daimiones para separarlos, pero al intentar sujetarle del brazo, Hadiic se volvió y de un solo golpe la lanzó a varios metros de distancia, rodando. Levantó los brazos para protegerse la cabeza, pero el choque contra el suelo fue bastante violento. Se quedó completamente quieta un momento, al principio no sentía nada, luego comenzó un dolor punzante en la boca y el brazo que había quedado bajo ella. ―Melia... Melia... Oía a Hadiic llamándola, pero le ignoró. Estaba muy enfadada. Sintió sangre en la boca, se había mordido el labio. ―Melia... ¿Estás bien? El joven daimión se arrodilló frente a ella, estaba pálido como un cadáver. Le lanzó una mirada furibunda y el chico se echó a llorar. ―... lo siento... 530 Y antes de que ella pudiera contestar nada, Hadiic se puso de nuevo en pie y salió corriendo tan rápido que patinó varias veces. Melia suspiró. Ya no estaba enfada, solo triste. En su brazo no tenía más que un golpe, se pondría algo morado y en un par de semanas desaparecería. Escupió algo de sangre al suelo, se le estaba acumulando y era desagradable, pero tampoco era para preocuparse. UrsLeil se acercó, dándole golpecitos en la cabeza con el hocico. ―Eh... ¿Estás bien?, ¿te ha hecho daño ese bruto? ―Aaah... ―Me alegro... Sacó la lengua y le lamió una oreja. ―Eeegh... espera, qué dijimos de lamer a la gente. Estoy bien, no pasa nada. Se abrazó a su cuello y apoyó la cabeza en su frente. 531 ―Parece que ninguno tiene arreglo, ¿verdad? Debería volver a mi mundo... La cría mugió. ―No, no puedo quedarme, ya lo has oído. Tengo que irme. Cerró los ojos, intentando contener las lágrimas. ¿Cuándo?, ¿cuándo podría irse? Aún tenía casi otra semana para lo que calculaba sería la siguiente guardia, aquello la dejaba a menos de tres semanas antes de que UrsIstar volviera a abrir el Lago. Quería conseguirlo antes, por si las cosas se torcían, definitivamente no quería terminar atrapada allí. Esperaba que las familias no peleasen otra vez, pero no tuvo suerte. Por lo visto, los En buscaron su revancha y atacaron a los pocos días. Fue una escaramuza en la que ninguno murió, pero tan cerca que pudo oír sus rugidos con nitidez por todo el valle. 532 No había vuelto a ver a Hadiic desde la pelea anterior. Aunque le dejaba pequeños regalos cerca de la caverna, o del Lago, imaginó que era su forma de pedir disculpas. Melia hubiera querido que diera la cara y hablara con ella, pero prefería esconderse, para variar. Cuando llegó el día del cambio de turno, no había vuelto a aparecer. Preparó a conciencia el viaje, llevando en un nuevo zurrón algunos cachivaches que igual podían serle útiles. Cogería solo la Corona, dejando el cofre en el lugar calculó que ganaría algo de tiempo antes de que descubrieran el robo. Salió de mañana temprano para estar bien preparada por la noche, no quería que realizaran el cambio de turno antes de que estuviera allí. Concentrada, y cada vez más segura de su habilidad, llegó a la cavernosa boca que era el hogar de los En. Había algunos árboles caídos recientemente, supuso que por los combates, los esclavos aún no habían tenido tiempo de limpiar toda la zona. 533 Se internó en la oscuridad, sin mirar a ninguna parte que no fuera frente a ella, y avanzó hasta el salón donde estaba el escondite de la Corona. El lugar estaba completamente a oscuras, decidió que se acuclillaría en una esquina y esperaría. Llevaba allí unos minutos cuando empezó a oír un sonido vago... una respiración. Por un momento miró a su alrededor extrañada, ¿había alguien más allí? Prestó atención. Sí, había alguien, y si era un daimión podría verla en aquella oscuridad y ella no. Mantuvo la goeteia encima, no había pensado deshacerse de ella, por si acaso, pero entonces se mantuvo aún más concentrada. Oyó un chirrido y la puerta que guardaba la entrada al escondite de la Corona se abrió. Continuó quieta, esperando, no venía ninguna luz de su interior. ―¿Dónde están mis esclavos?―reconoció la voz de la mujer de la vez anterior―. ¿Por qué nadie ha venido a relevarme antes? 534 ―Es mi turno...―respondió permanecido oculto en las sombras. quien había ―¿Qué haces tú aquí, Hadiic? ¿Les ha salido pelo a las ranas? ―Han matado a EnCiric, es mi turno. ―¿Muerto?, ¿cuándo? ―Hemos tenido unas escaramuzas con los Urs. ―Valiente inútil, pero no me creo que tú seas su sustituto... En aquel momento aparecieron varias luces, llegaron algunos esclavos y miraron a los dos daimiones algo confusos y esperando órdenes. ―¡Ya era hora!―dijo EnBeker, saliendo del escondite―. Recoged mis cosas... Entonces, el daimión más joven se coló en el interior y cerró la puerta. ―¡Maldito seas, Hadiic! ¡Abre inmediatamente! La daimión tiró de la puerta, pero no se movía. Debía poder cerrarse desde dentro. 535 En aquel momento aparecieron más luces, más esclavos y otro daimión. ―¿Qué ocurre? ―¡Hadiic se ha encerrado ahí dentro! Al nuevo daimión le entró la risa. ―¿Y no puedes echarlo? ―¡Inténtalo tú! Si la situación no fuera tan precaria para ella, Melia se hubiera llevado las manos a la cabeza ante tanta estupidez. Los dos daimiones adultos empezaron a tirar de la puerta. Y la arrancaron. Bueno, igual su estupidez le iba a ser útil. Entre los dos sacaron al joven daimión de su escondite, mientras el pobre infeliz se debatía como una anguila. Los esclavos con antorchas aguardaban en una esquina, contemplando la pelea con los ojos muy abiertos. Nadie prestaba atención a absolutamente nada más. Aquel era su turno. 536 No podía correr, podría tropezarse o hacer más ruido del debido, pero le hubiera encantado. Nadie imaginaría siquiera que ella estaría allí, gracias al alboroto, pero al mismo tiempo los golpes y gritos le estaban crispando los nervios. Bajó al escondite, la luz era escasa, encontró el arcón tanteando con los dedos. De fuera seguía llegando ruido, sin que diera la impresión de que se fuera a detener pronto. Tocó la cerradura, sintió de nuevo el golpe y el frío... era visible. Miró hacia lo alto. Si a alguien se le ocurría bajar entonces... Con dedos temblorosos luchó por levantar la tapa lo más rápidamente posible. No tenía cerradura, solo permanecía cerrada mediante un gancho. Probablemente aquellas criaturas de fuerza descomunal encontraban cerrar cajas de madera con llave una pérdida de tiempo. Podían romper la madera y el hierro de un golpe, ¿para qué molestarse en otra protección? 537 Al abrirla, las bisagras soltaron un suave chirrido y, por un momento, contuvo la respiración. Después dio gracias a que EnHadiic chillara como un cerdo en un matadero, por desagradable que le resultara. El interior del cofre estaba forrado de terciopelo negro y, acomodada como entre almohadones, descansaba una pequeña corona de oro y rubíes que emitía un tenue resplandor. Melia se sintió impresionada y decepcionada al mismo tiempo. El oro era brillante, elaborado en finas y elegantes filigranas abstractas, con las piedras preciosas en forma de lágrima. Era una de las cosas más hermosas que había visto en su vida. Por el otro lado, no era mayor que su puño, parecía un brazalete, más que una corona. Fue cogerla, notando inicialmente cierto calor que ignoró, pero al sostenerla unos segundos antes de guardarla en su bolsa, sintió que los dedos le ardían. Se mordió con fuerza el labio para no soltar un quejido y la dejó de nuevo con cuidado sobre el terciopelo. 538 ¡Maldita sea! ¡Ni se le había ocurrido que pudiera ocurrir algo así! ¿Qué podía hacer?, ¿qué podía hacer? Tenía que darse prisa... Los gritos y el ruido de fuera no la dejaban pensar bien, aunque podía sentirse moderadamente segura mientras continuaran, tenía que actuar rápido. Arrancó con decisión parte del terciopelo pegado al arcón, guardando la corona en el centro. Si la tela había podido contenerla hasta entonces, aguantaría algo más. Al rasgarse hizo un ruido bastante alto, los daimiones tenían una vista y un oído ligeramente más agudos que los humanos convencionales, pero tampoco tanto como para darse cuenta de aquello, afortunadamente. Desde arriba le llegaba lo voz de EnBeker ordenando de nuevo a sus esclavos que recogieran sus cosas. Rápido, rápido. Envolvió la corona con precaución. Estaba caliente aún a través de la tela. 539 Vio luces en las escaleras. Rápido. Sacó la corona con una sola mano, sintiendo que empezaba a quemarse. Con la otra bajó a tapa del arcón y cerró. Se hizo de nuevo invisible, alejándose poco a poco del cofre. La corona quemaba. Apoyada contra una pared, vio moverse a los esclavos. Con cuidado, abrió su zurrón y guardó el preciado paquete entre los pliegues de una manta de lana que creyó que podría serle útil, aunque no se imaginó que sería para eso. Respiró hondo varias veces. La tenía, ya la tenía. Tenía la Corona de Daia... Los esclavos continuaron recogiendo, ajenos a ella. Ahora solo le quedaba salir de allí. Esperó hasta sentirse más tranquila, no podría escaparse bien si le temblaban las piernas. 540 Entraron nuevos esclavos con las cosas del siguiente ocupante del escondite, empezaba a estar muy lleno aquello, si se tropezaban con ella podía despedirse de su cabeza. Subió con cuidado las escaleras, aún oía voces en lo alto. Antes de salir al exterior observó el piso, los dos daimiones mayores habían acorralado al joven en una esquina y le insultaban, mientras le empujaban con los pies para que se mantuviera quieto en el suelo. Muy bien, aquella era su oportunidad. Se dirigió con rapidez a la salida del salón, pero cuando ya se sentía de nuevo envuelta en la oscuridad de la caverna, se encontró un par de ojos fríos y brillantes clavados en ella. Retrocedió, paso a paso... ¿La había visto? ¿La había visto? ¿Qué iba...? Continuó retrocediendo, girando lentamente, hasta pegar la espalda a la pared. 541 No necesitó ninguna señal, ni ninguna presentación, para saber que aquellos ojos eran de la matriarca de los En. Fríos y duros como el hielo. La daimión pasó de largo. No la había visto. No se parecía demasiado a UrsIstar. Era bajita, de aspecto fuerte y basto, con una corta melena pelirroja y rizada y una cicatriz atravesándole la cara de una ceja al labio inferior. Estaba a punto de suspirar aliviada cuando la oyó hablar. ―Noto algo extraño aquí... siento calor... Se llevó una mano al zurrón, la tela estaba templada. EnHadiic se levantó entonces y corrió hacia su madre, cortando sus palabras. ―Señora EnMot... ellos no me permiten... La matriarca golpeó al joven daimión según se acercaba, dejándolo tirado a sus pies. 542 ―¿Qué le ha pasado a la puerta?―preguntó al alcanzar el salón. Sus otros dos hijos mayores palidecieron y se miraron el uno al otro. Mientras, EnHadiic aprovechó para ponerse en pie, casi contento, y se alejó rápidamente por los pasillos. Melia decidió que era el momento de que ella hiciera lo mismo, era la hora de salir de allí. Avanzó por los oscuros pasillos, notando la calidez de su zurrón en la pierna. ¿Cómo se suponía que iba a poderse poner aquello si quemaba? ¿Debería sumergirlo antes en el Lago? Cuando estuvo fuera se detuvo a aspirar un momento el aire fresco de la noche, le llegaba un agradable olor a pinos y enebro. Lo había conseguido. Dejó libre una sonrisa triunfal. Aún estaba demasiado cerca de la boca del lobo para hacer nada más, cuando regresara a la calidez de 543 su cueva daría brincos. Por el momento, se contentaba con sonreír. ¡Tomad esa, daimiones! Se alejó de la caverna con andares decididos y pasó el resto de la noche en el mismo escondite que la vez anterior. Por la mañana emprendió el camino de regreso a su refugio. A mediodía, tuvo un pequeño sobresalto cuando vio a un daimión volando por encima de ella. Reconoció a EnHadiic por el tamaño y se preguntó qué haría allí. Hadiic no habría vuelto a seguirla, ¿verdad? Continuó avanzando con más precaución y un mal presentimiento. ¿Por qué aquel En se acercaba tanto al territorio de los Urs si no había nadie más por allí? Volvió a su cueva por el camino de siempre, pensando en qué tendría que hacer a continuación, cuando oyó un mugido cargado de alarma. 544 Era UrsLeil. Bajó por el estrecho sendero con algo de precipitación y se encontró de pronto a la cría de daimión, agazapada en el suelo, lanzando largos mugidos aterrorizados. ―...saber que existía este atajo, pero ahora puedo pasar a su territorio cuando me de la gana sin que se den cuenta, los idiotas de los Urs deberían guardar mejor a sus crías... Creo que te mataré en nombre de EnCiric y llevaré tu cabeza conmigo... Melia quedó petrificada al ver a EnHadiic. Cuando se dio cuenta de que había alguien más allí, el daimión levantó un momento la cabeza. ―...oh, humana... ¿te encargas tú de criar al mocoso?, voy a dejarte sin trabajo entonces... Se agachó para recoger piedras del camino. ―¡Aléjate de él! El daimión se rió. Lanzó un piedra, luego otra. Hizo que llovieran rocas sobre él y cuando terminó las que tenía en las manos se agachó a por más. 545 ―¡Eh, asquerosa! ¡Esta mierda duele! EnHadiic se apartó de la cría y se lanzó a por ella. UrsLeil se levantó y salió corriendo mientras gruñía y mugía al mismo tiempo, dando pequeños saltos, como si luchara por volar. Al ver al daimión acercarse, quedó helada en el sitio. En el último segundo, intentó lanzar una piedra, pero el joven la sujetó el brazo antes de que pudiera hacer nada y la lanzó contra el suelo. Melia sintió un agudo dolor en la cabeza. ―Te voy a quitar las ganar de arrojar cosas... creo que te arrancaré los brazos... Sus pulmones se quedaron sin aire. ¿Que iba a hacer qué? Sin embargo, el daimión se había detenido, mirando a alguna parte sobre su cabeza. Ella intentó volverse, vio su zurrón abierto, con su contenido desperdigado camino abajo, la manta fuera, y una tira de terciopelo negro extendida... 546 ―¿Qué...?, ¿qué...? Sintió cómo la mano que la sujetaba cedía, el daimión la soltaba. Consiguió erguirse y arrastrarse un poco lejos de él. ―Es... es la Corona de Daia... ¿cómo...?, ¿cómo tienes tú...? EnHadiic fue a cogerla, pero al tocarla saltó una fuerte luz amarillenta y un zumbido. El daimión aulló de dolor. ¿Aquello ocurría si un daimión intentaba tocarla? El joven se volvió furioso. ―¡¿Qué haces tú con algo así?! ¡La has robado!, ¡nos la has robado! ¡Me llevaré tu cabeza y la corona de vuelta!, ¡me haré famoso y dejaré en ridículo a los jodidos imbéciles de mis hermanos...! No supo más de su elaborado plan. Saltando detrás de él, Hadiic apareció, ciñendo al otro daimión con un brazo mientras con el otro codo parecía intentar romperle el cuello. 547 El sorprendido EnHadiic se debatió con furia, consiguió librar uno de sus brazos y golpeó a su atacante en la cara. Hadiic aflojó la fuerza de su nudo, su contrincante aprovechó para soltarse del todo y abalanzarse contra él. Rodaron un momento por el suelo, intentando inmovilizarse el uno al otro. Melia se puso en pie, su Hadiic parecía llevar las de perder, pero, en un momento, consiguió quitarse de encima a su adversario. Sus miradas se cruzaron y Melia sintió una corriente helada corriendo por su espalda. ¿Qué iba a hacer?, ¿en qué estaba pensando? El joven daimión echó a correr, su rival le persiguió, en plena carrera se trasformaron, echando abajo los árboles en su camino. Se alejaban de allí. Fue a correr tras ellos, tras un momento de duda, recordó la Corona y torpemente volvió a recogerla y guardarla en el zurrón, que dejó escondido tras 548 algunos arbustos, antes de perseguir los rugidos que oía en lo alto. Pasó de largo el Lago y siguió corriendo. Cuando podía se subía a una peña, o cualquier alto. Los dos daimiones chocaban y se lanzaban dentelladas en el aire, subían y se dejaban caer en picado, esperando sorprender al rival. El rival le esquivaba e intentaba atacar antes que el otro se recuperara del picado. Volaron por todo el valle y más allá, hasta los picos de las montañas y hacia el mar. Melia continuaba siguiéndoles, luchando contra el cansancio después de varias horas de carreras. ¿No se daban cuenta de lo que ocurría?, ¿en todo el valle?, ¿no acudían en su ayuda? No, claro que no, solo eran dos Hadiic. Dos nadies. Debían matarse el uno al otro sin tener que molestar a los demás. Les vio luchar hasta que comenzó a declinar el día, luchaban sobre el mar, aprovechando el espacio en el aire sin molestas montañas de por medio, pero a 549 medida que caía la tarde, estaban más y más agotados. Ya ninguno intentaba hacer picados, solo se mordían y arañaban, entrelazados en un feroz abrazo, cayendo al vacío hasta que sentían cerca las olas y reemprendían de nuevo el vuelo cada uno por cada lado, reiniciándose la lucha otra vez. Melia observaba desde los altos acantilados, con el corazón en un puño. Su Hadiic era algo más pequeño, pero se defendía con ganas, el otro no era más que un montón de furia caótica, que empezaba a apagarse a medida que se cansaba más. El Sol se ponía, una línea naranja se levantó en el horizonte, jugando con el fulgor de la fría bruma fantasma a lo lejos. Las dos bestias cayeron al agua entrelazadas. Esperó, angustiada. Había olvidado que se suponía que Hadiic tenía que salir vivo de aquel combate. Aún tenían que reencontrarse en el futuro, ¿verdad? 550 Uno salió, impulsándose desde las profundidades, cogió altura y volvió a caer hasta que sus garras rozaron las olas. Se dirigía a la orilla, moviendo las alas pesadamente... no había ni rastro de la otra bestia. Era Hadiic. Apenas tocó tierra, adoptó de nuevo forma humana, dejándose caer a plomo. Melia corrió hacia él. Estaba tumbado boca abajo, apenas se movía. Se detuvo espantada al ver una gran herida sangrante cruzando su espalda, de una cadera al hombro contrario. Miró a su alrededor... Necesitaba agua, fuego, un caldero... y las hierbas, tenía que haber hierbas por allí... ―¿Melia...? Apoyándose en un tembloroso brazo, el joven daimión intentaba incorporarse. 551 ―Quieto, no te muevas... tengo que buscar algo para curarte... Empezó a deshacer el pañuelo en su cintura, que usaba como cinturón, e intentó cubrirle la herida. ―Melia... Consiguió levantarse un poco, apoyándose en un codo. ―Quieto, vas a empeorar las cosas. ―Eso... va a ser difícil... ¿vas a marcharte? Cerró los ojos. ¿Tenía que preguntarle aquello ahora? Su mano libre se posó en su mandíbula y tocando su labio inferior con un dedo. Aún lo tenía hinchado. ―...lo siento. Quédate conmigo, Melia, puedo ser mejor, sé que puedo, nunca te haría daño a propósito... ―Déjalo. Tú no me harías daño a propósito a mí, pero harías daño a tu hermano, o a cualquier otro y, a la larga, acabarías haciéndome daño a mí... 552 ―... pero tengo que luchar... soy un daimión... ―Ya lo sé. ―¿Por eso me dejas? ―No, no es por eso... ―Aprenderé a contenerme, aprenderé a tener cuidado, no atacaré a Dos, seré el mejor, seré mejor con todos... ―Sé que lo harás si quisieras, pero no puedo quedarme aquí... ―¿Es por el otro? ―Más o menos. ―¿Si no existiera te quedarías conmigo? ―No lo sé, podría, no es un momento para ponerse a suponer... ―¿Volveremos a vernos? ―Sí. ―Lo prometes. ―Claro. 553 ―Vete. ―¿Qué? ―Has dicho que te irías. ―Sí, pero... ―Hazlo ahora, enviarán a alguien a ver qué ha pasado, voy a decirles que se nos cayó la Corona al mar, no sería buena idea que te vieran por aquí, vete. Dudó. Hadiic le sujetó la mano con fuerza un momento, antes de aflojarla, el malherido daimión había comenzado a llorar. Melia se inclinó para darle un suave beso en los labios. ―Todo estará bien. Volveremos a vernos... Hadiic no respondió. Soltó su mano del todo, con cuidado, se puso de pie y, lanzando frecuentes miradas atrás, se alejó de allí. Estaría bien. Sabía que saldría de esa. 554 Todo iba a estar bien. Sentía que su corazón iba rompiéndose en pequeños trocitos cuánto más se alejaba. De verdad, ¿estaba bien? ¿Era lo correcto? Vio unas antorchas a cierta distancia. Usó goeteia para pasar desapercibida. Si descubrían a Hadiic mintiendo acabarían en problemas los dos. Le encontrarían pronto, estaba segura. Curarían sus heridas. Deambuló por el valle toda la noche, sin fijarse de por dónde caminaba, y sin importarle. Al amanecer, comenzó a llover. Debería ser la primera vez que veía llover estando en la Isla. Se quedó quieta donde estaba, dejándose empapar por el agua. ¿Qué iba a hacer ahora? Fue a recoger su zurrón de entre los arbustos donde lo había escondido, el arbusto había quedado seco. 555 Lo llevó hasta la cueva, casi arrastrándolo. Una vez allí, se dejó caer entre las mantas y miró indefinidamente la pared de la cueva durante horas. Se sentía mal. Se sentía terriblemente mal. ¿Qué había hecho? No podía volver a su casa, era ridículo, no podía volver así. No iba a mentirse más. No quería marcharse. Tenía que hablar con UrsHadiic, tenía que hablar con él de nuevo, una última vez al menos, tenía que decirle muchas cosas. No podía dejarle así. 556 Capítulo 22 De vuelta a casa Faltaban varios días para la siguiente Luna Llena, esperó en la caverna, sabía que Hadiic no podría moverse en bastante tiempo así que tenía pocas esperanzas de volver a verle antes de irse. Meditó sobre qué podría hacer con la Corona, decidió esconderla en lo más profundo de la caverna, la metió, boca abajo, en un pequeño caldero, regalo de Hadiic, y lo cubrió todo con piedras, las de mayor tamaño en lo más alto. ¿Aguantaría aquello mil años? Posiblemente. Sonrió tristemente para sí. La Corona que todos los daimiones buscaban estaba ahora escondida en un agujero cubierto de piedras. Era casi divertido. 557 En la noche de Luna Llena esperó sentada junto al Lago. UrsLeil la había acompañado, con la cabeza gacha, posiblemente no sabía lo que iba a ocurrir, pero sí sabía que ella se iba. Sintió una ráfaga de aire frío... y la superficie del Lago comenzó a iluminarse. Aquella era la señal. ―Aaah. ―Pórtate bien, y no hagas enfadar tanto a tu hermano, intenta ser bueno. La cría agachó más la cabeza y empezó a ronronear. Melia se adentró en el Lago como la última vez, avanzando por las escaleras hasta que no pudo tocarlas y, entonces, se hundió en el agua. Se hundió con decisión, manteniendo los ojos ligeramente abiertos, siguiendo la luz. Volvía con UrsHadiic. Cuando sacó la cabeza del agua, seguía siendo de noche. 558 Había gente con antorchas a los lados del Lago y, por un momento, tuvo la impresión de que allí no había pasado el tiempo. UrsIstar esperaba en la orilla, tan digna y temible como siempre. Salió del agua, hacía frío, comenzó a tiritar. No había dado dos pasos en tierra firme cuando la matriarca de los Urs la asaltó. ―¿Qué fue de la Corona? ―Cayó al mar... no pude hacer nada... ―Mientes. La daimión la agarró del cuello, apretando sus dedos como tenazas. Era aún más dura y fría que las rocas que la rodeaban. Sintió un momento de terror, dándose cuenta que UrsIstar sabía algo. UrsHadiic había hablado. ¿La había traicionado? ―No... Cayó al mar... eran daimiones... no pude hacer nada... Siguió apretando. 559 La había traicionado. No importaba, le había dejado tirado… desangrándose... no había hecho nunca mucho por él... Cuando sintió que su cabeza se iba hacia atrás, a punto de perder la consciencia, súbitamente la soltó y Melia cayó al suelo medio desvanecida. Alguien le puso una manta sobre los hombros. ¿Seguía viva? Algo mareada, vio como la gran señora se alejaba, con varios esclavos tras de ella. ―Vaya, estás helada como un témpano... Era UrsLeil. ―¿Qué ha pasado? ―Umm... ¿qué versión quieres? Según la que me acaba de contar, mamá ya sabía que la Corona se había caído al mar, pero creía que Hadiic le mentía, no sé por qué... debe estar muy cabreada. ¿De verdad cayó al mar?, no recuerdo muy bien aquella época... ―Sí, al mar... con el otro infeliz... Hadiic ganó la pelea. 560 ―Vaya, eso tampoco lo sabía. La ayudó a levantarse y a andar, se sentía débil. Caminaron por el bosque, de vuelta al palacio de piedra. Aquella vez solo había un par de esclavos con antorchas siguiéndoles. Melia miraba a todas partes, al acercarse a las escaleras de la entrada, se paró un segundo. No estaba allí. Subieron las escaleras y entraron en las galerías, nada parecía haber cambiado desde que se fuera, casi podía creer que era la misma noche... quizá estaba aún en su habitación... dentro de la cama... Cuando abrió la puerta del cuarto, lo encontró a oscuras y silencioso. ―Oh, vaya, creo que se olvidaron que venías, qué esclavas más cafres... llamaré para que te pongan unas antorchas o algo. ―...dic. ―¿Qué? ―UrsHadiic... ¿dónde está? 561 ―En una misión, vigilando los movimientos de los Isi, mi madre sospecha que van a intentar traicionarnos. Igual consigue un nombre si vuelve vivo de esta... Una misión, claro. Se abrazó. Quería verle... quería tanto poder verle. Pasaron varios días, completamente ignorada. en los que fue casi Una mañana, caminó hacia el mar, estaba más cerca del hogar de los Urs que de su vieja guarida. Aún no se atrevía a ir a ésta última, no tenía ni idea de qué hacer una vez en ella. Caminó durante algunas horas, entonces vio dos grandes daimiones volando sobre ella, hacia mar adentro. Estaban volando en círculos. Pegada tan cerca del borde del precipicio que podría caer al agua solo con un suspiro, se levantaba la figura oscura de UrsIstar a varios metros de distancia. 562 La miró furiosa. Ella le había alejado de UrsHadiic, ella le había atormentado y ella lo había complicado todo. De lo único que se podía reír era que la Corona de Daia aún estaba escondida. Reuniendo valor gracias a la ira y la indignación, se acercó a la daimión. ―¿Qué hacen? La matriarca no se volvió a mirarla. ―Buscan la Corona, y buscarán durante mil años más si hace falta. ―¿Por qué no la hizo esto antes? ―No creí a Hadiic, los daimiones no podemos tocarla sin protección especial. ―¿No estaba en una caja? La señora giró levemente la cabeza hacia ella. ―Es posible, pero los En juraron que aún la tenían... también es posible que mintieran. ―Así que creyó antes a los En que a su hijo... o a mí antes que a él. ―Tú solo has servido para confirmarlo. 563 UrsIstar se volvió de nuevo hacia el mar. ―Hadiic ha sido siempre un hijo patético, nunca he podido confiar en él, esa fue una de las pocas luchas que ganó y perdió la Corona. Es un inútil y un cobarde. La odiaba. La odiaba a muerte. ¿Qué pasaría si la empujaba desde allí? ¿Tendría tiempo a transformarse y alzar el vuelo? ¿Se estrellaría? Aquella caída tenía que ser terrorífica hasta para una gran daimión. ―Es curioso...―continuó hablando, haciendo que Melia saliera de sus felices pensamientos―. Desde que ha vuelto parece un poco más dispuesto a colaborar, quiere que estés cuidada y segura, te habría matado en el Lago si no le hubiera jurado que estarías bien―se giró, mirándola de nuevo con sus ojos negros, fríos y penetrantes―. Así que mientras una simple humana se encuentre bien, mi hijo obedecerá... es realmente un joven patético... La iba a empujar. Estaba a medio centímetro de empujarla a las rocas. 564 En lugar de ello, dejó escapar una sonrisa tensa, se dio media vuelta y se alejó. Con que aquellas teníamos, ¿verdad? Muy bien. Y una mierda se iba a quedar ella allí a merced de aquella monstruo. No era una muñeca de cuerda bailando al son de sus caprichos. Iba a largarse de allí. Empezó a planear inmediatamente la huida. Sabía que los esclavos iban y venían por un camino de las montañas hasta los pueblos a sus pies. Podía escaparse por allí, nadie la vigilaba muy de cerca, se haría invisible y se marcharía. Simple. Aunque le preocupaba no tener una buena idea de su situación, contaba con suficientes experiencias desagradables por no preparar bien sus viajes como para tener pesadillas toda una vida. Según lo que había entendido, UrsHadiic no volvería en dos meses. Se le hacía demasiado tiempo para esperar y planear la huida juntos, no estaba 565 segura de lo que podría ocurrir en aquellos meses. Cuanto antes desapareciera de allí, mejor. Se encontró a UrsLeil en el jardín mientras cavilaba. El daimión estaba pintando a un chico muy guapo. Les observó un momento. ―¿Un nuevo esclavo? ―Sí, si Hadiic puede tener una bonita humana, yo también. El chico sonreía como hace alguien feliz de estar vivo aunque sin estar muy seguro de por qué. Melia conocía aquella sensación. ―Espero que lo trates bien. ―Por supuesto, ¿sabes lo que me costaría encontrar otro así? Se rascó la cabeza, no era aquello lo que había querido decir. ―Intento hacer dibujos más alegres, ¿te gusta? ―Sí, es bonito... ―¿Solo bonito? 566 ―Parece que se va a salir del papel, es un trabajo precioso. ―Gracias... ¿sabes lo que hay al fondo del valle? Melia frunció el ceño, sorprendida por el giro de la conversación. ―El Lago... ―No, más al fondo. ―La zona de cría. ―Más... ―Ni idea. El daimión suspiró. ―Existe un cañón, largo y seco, un antiguo río según tengo entendido, corta el valle a través, al otro lado empiezan las tierras de los humanos. Hay una ciudad llamada Dromos a unos tres días de allí. ¿Por qué le decía aquello? ―¿Sabes si queda cerca de Oon? ―Ni idea, Dromos es la ciudad más importante de la región, allí lo sabrán. 567 ¿Era una trampa? ―El cañón es bastante largo y no hay nada de agua, pero en la zona este del valle hay un pequeño arroyo justo antes de llegar. ―Ya... ―Si te largas, será mejor que no vuelvas. Nunca. ―¿Lo dices en serio? ―¿Me ves con pinta de tener algo mejor que hacer? Además, mi memoria es mala, pero no tanto... ―Gracias. ―...y no aguanto a Hadiic por aquí, de repente él parece llevarse las misiones interesantes y yo me quedo aquí muerto del asco. Qué se largue también. Sonrió. Aquello sonaba más creíble. A Dromos entonces. Hacía tiempo que había pasado la fecha en que deberían haberse encontrado con Gerón, pero ya no la preocupaba. Su prioridad ahora era poner la mayor cantidad tierra posible entre ella y UrsIstar. 568 Al día siguiente ya tenía todo preparado, lo había ido colocando discretamente fuera, cerca del Lago, para que nadie la descubriera cargando su zurrón de golpe. Solo echaba de menos su horquilla, UrsHadiic se la había llevado. Tenía que presentarse todas las noches en la cena de la señora, aunque nunca se dignaba a hablar con ella, después nadie la prestaría atención hasta la siguiente cena. No podía caminar mucho de noche, pero calculó que no tendría demasiados problemas en llegar a su vieja gruta, al menos. Dormiría allí y en cuanto se iluminara un poco el cielo, saldría de nuevo. Tampoco quería abusar de la goeteia, si tenía que caminar invisible hasta el cañón posiblemente caería agotada antes de llegar y aún quedaría atravesarlo, no tenía ni idea de cómo era. Necesitaba salir con ventaja. En cuanto terminó la cena, se puso en marcha. Salió con cuidado de la guarida de los Urs, procurando que nadie la viera. Apenas había nada que iluminara el camino aquella noche, pero Melia lo 569 conocía y, poco a poco, consiguió llegar hasta el Lago y, unas horas más tarde, alcanzó la caverna. Exceptuando el hecho de que no estaban las cosas que había dejado atrás, nada parecía haber cambiado mucho. Se internó hasta la parte más profunda, tanteando las paredes con las manos, reconoció las grandes rocas bajo las que había escondido el pequeño caldero y la Corona. Empezó a quitarlas una por una, casi no se podía creer que nadie hubiera estado allí en mil años, solo UrsLeil y UrsHadiic, no había oído que hubieran tenido más crías después de ellos, y ninguno era especialmente inquisidor. Apartó las piedras pequeñas a bulto, intentando dar con el metal entre ellas, preocupada porque no lo encontraba, entonces oyó un chirrido y suspiró aliviada. Tocó la superficie metálica del caldero y sintió un agradable calor. Allí estaba aún. Levantó la cubierta y la tenebrosa caverna se iluminó con suavidad al resplandor de la Corona. Era aún más preciosa que lo que recordaba. 570 Extendió las mantas y se tendió a su lado, como si fuera una pequeña y dulce hoguera. Por la mañana la recogería y se la llevaría con ella. Traía consigo una caja de madera forrada precisamente para ello, iba a esconderla lejos de aquellos daimiones. Al día siguiente se puso en marcha con paso vivo. Atravesó el valle y llegó al cañón, buscó la fuente de agua de la que UrsLeil le había hablado y rellenó su cantimplora. Luego siguió andando hasta bien entrada la noche. El cañón era una ancha herida en la tierra, tenía las montañas y bosques frondosos del territorio daimión a un lado, al otro podía distinguir algunas llanuras y campos de cultivo. En el centro solo existía una profunda depresión oscura. Se escondió en un pequeño agujero a un lado del camino de descenso, era todo lo que pudo avanzar aquel día. La noche era fría, pero la Corona le proporcionaba cierto calor. Por la mañana empezó a sentirse nerviosa. UrsIstar ya debería haberse dado cuenta que no estaba y era muy posible que la buscarían, el enorme espacio de terreno abierto frente a ella no ofrecía protección 571 alguna. Posiblemente no podría atravesar todo el camino hasta el otro lado solo con la goeteia, decidió esperar y confiar en que nadie bajara por allí. A no ser que UrsLeil la hubiera traicionado, aquel recorrido no era común. Comenzó a andar a paso ligero por el camino de polvo y rocas trituradas. El cañón era realmente interminable, para cuando la luz del sol llegó al fondo, ella aún no había terminado de bajar, estaba a pocos metros. También se dio cuenta de lo mucho que iba a necesitar el agua. El aire del suelo comenzó a animarse en cuanto el sol le tocó, cientos de minúsculas partículas de aquella roca áspera empezaron a levantarse y a abalanzarse contra ella. El calor no era excesivo, pero notaba cómo se le pegaban a la piel y la irritaba, también en su nariz y su boca, las sentía secas. Aguantó cuanto pudo sin beber, aún tenía que llegar al otro lado y subir. Al caer la noche, aún no había cruzado. 572 Se sentó en el suelo uniforme y se cubrió con una manta. Estaba completamente al descubierto. Entonces, vio al daimión. Se hizo invisible inmediatamente, pero no estaba segura de si la habría detectado. Con aquella luz no distinguía quién podía ser, pero sabía que aquello no era un problema para la bestia. Voló desde lo alto del valle y, con un elegante giro, subió y se posó en un peñasco de roca en una cumbre, vigilando todo el territorio. Quieto así, no hubiera podido distinguirlo del resto de rocas en la noche. Melia tragó saliva, inquieta. Estaba agotada, quería dormir, pero sabía que el daimión estaba allí, vigilando. Aguantó, aguantó toda la noche, por la mañana le vio alzar el vuelo de nuevo, saltó de la peña y abrió las alas, casi rozando el suelo voló hacia el cañón. Definitivamente, buscaba algo. Se posó en el otro lado, esperó unos minutos, mirando a su alrededor y, a continuación, dio media vuelta y se alejó valle arriba. 573 Esperó un poco, pero no le vio regresar. Melia comenzó a andar de nuevo, sintiendo que las piernas se le doblaban. Tenía que llegar al otro lado pronto. No vio más rastro del daimión aquel día, esperaba que hubieran dado aquella zona por controlada y que no volvieran. Por la noche, se dejó caer en otro agujero del camino de ascenso y durmió como un tronco. Ya no le molestaban ni el frío ni las rocas. Llegó sin excesivos problemas a Dromos un par de días después, allí pudo intercambiar algunas cosas, que robó de la casa Urs, por dinero y elegir la dirección a la que iba a ir. Sería un viaje largo, pero no estaba preocupada. Sintió algo de vergüenza al recordar la primera vez que se había embarcado en un viaje sola y lo que había hecho mal, pero también orgullo, al darse cuenta de todo lo que había aprendido. Consiguió hacer que el dinero aguantara más, siguió a artistas ambulantes buscando refugio y 574 cuando no, sabía de buenos sitios donde pasar la noche sin molestias. El viaje transcurrió sin demasiados incidentes y, algunas semanas después de salir de las laderas de la gran montaña de Entión, llegó a las de Ankira. UrsHadiic conocía la casa de Sofía, era el mejor sitio que se le había ocurrido para esconderse, si volvía a buscarla, estaba segura que recordaría el lugar. ‹‹Si vuelve a buscarme…›› Y si no, podría apañárselas una larga temporada con lo que había por allí. Era lo más parecido a un hogar que tenía en aquella Isla. Llegó al claro por uno de los atajos, no quería atravesar el pueblo, igual se estaba volviendo tan huraña como la vieja Sofía. Al llegar todo estaba más o menos igual. Algunos arcones se encontraban más rotos, se habían caído hojas y tierra sobre el pequeño pozo y lo habían dejado medio atascado, tardaría toda una mañana para limpiarlo y que estuviera de nuevo aprovechable. 575 Por lo demás, estaba exactamente como lo recordaba. Suspiró al entrar en la casa, nadie la había usado desde que murió Sofía... pero sabía que la mujer se iba a enfadar si dejaba la madera pudrirse sin ser aprovechada, así que se puso a limpiar y a adecentarlo todo, para trasladarse allí y dormir bajo techo aquella noche. Antes de que se hiciera completamente oscuro, bajó hasta el cementerio a presentar sus respetos a la antigua señora del lugar. Habían empezado a salir tímidos brotes verdes de entre la tierra y alguien había limpiado la estatua del daimión. ¿Serían los aldeanos? A la mañana siguiente, siguió con la limpieza y buscó una de aquellas estatuas de terribles daimiones de boca abierta que pudiera mover un poco. Luego empezó a excavar bajo ella y metió dentro la caja con la Corona de Daia. Volvió a cubrirlo con tierra y dejó caer (la estaba sujetando en alto con cuerdas) la estatua en su sitio. Allí estaría bien. 576 ¿Quién iba a sospechar de aquel lugar? Pensó en Baal, probablemente aún viviendo en lo alto de la montaña. No creyó oportuno decirle nada, no se fiaba de cuál podía ser su reacción, pero pensó en subir algún día a saludarle y llevarle comida, darle las gracias por lo útil que habían sido sus enseñanzas y, con un poco de suerte, igual le contaba qué había pasado entre Sofía y él. 577 Capítulo 23 Un viejo conocido Pasaron varias semanas, las semanas transformaron en un mes, luego en otro. se Empezó a impacientarse. Un día, apareció un desconocido. Venía del camino principal, diciendo ‹‹hola, hola›› constantemente, como si quisiera hacer ver que no subía con malas intenciones. Melia sospechó, sin embargo, sonaba forzado. ―Hola, ¿eres Melia? Le miró de arriba abajo: era joven, moreno, no muy alto, parecía simpático. 578 ―¿Quién eres? ―Me llamo Calos, me envía Gerón para buscarte. ―Oh, ¿de verdad?, qué bien. Ven, siéntate, te prepararé algo caliente, seguro que has pasado frío en la montaña. ―Oh, gracias, estoy bien... El joven se sentó, puso agua a hervir y preparó una infusión. ―¿Cómo sabe Gerón que estoy aquí? ―Umm, preguntando, averiguó que te escapaste otra vez y ha estado buscándote, los del pueblo dijeron que habías vuelto aquí. ―Qué bien... toma, que no se te enfríe. ―Gracias. Entró en la casa y salió con un cuchillo, se lo colocó delicadamente al chico en el cuello. ―¿Y cómo saben los del pueblo que estoy aquí? No he bajado hasta allí ni una sola vez desde que regresé. Calos se quedó quieto. 579 ―E... ¿es un cuchillo?... no voy a hacer nada, en serio, me envía Gerón... ―Pues dime cómo sabéis que estoy aquí y que me he escapado varias veces. ―Nn... no lo sé, el daimión mencionó algo, pero el señor Gerón lo sabe, sabe muchas cosas... Solo me envió a buscarte. ―¿Dónde está el daimión?, ¿y por qué no ha venido Gerón en persona? ―Ah... no estoy seguro, tenía algunas cosas que hacer, también estaba buscando al daimión, creo que lo encontró, pero... no sé más... Le apartó el cuchillo, estaba bastante asustado y sonaba convincente. ―¿Y por qué no me has dicho eso desde el principio? ―El señor Gerón me dijo que no mencionara a la bestia... igual intentabas escapar de nuevo... Melia estaba a punto de reírse. ¿Creía que intentaba esconderse de UrsHadiic? Gerón no sabía tantas cosas entonces. 580 ―Muy bien―dijo más tranquila―, si el señor Gerón lo pide, iré con él. El joven sonrió, aliviado. ―¿De verdad?, oh, gracias. ―Pero no vuelvas a ocultarme cosas... eh, Calos, si es ese tu nombre. ―Sí, lo es. ―Muy bien, ¿cuándo partiremos entonces? ―Cuando esté preparada. ―Mañana al amanecer, puedes dormir en cualquier esquina, pero no te acerques a las estatuas, a veces se despiertan y muerden. Calos hizo como si quisiera reír y luego lanzó una mirada nerviosa alrededor suyo. La gente no se acostumbraba al claro a la primera. ―¿Y qué es de Gerón?, ¿por qué fingió estar muerto? ―Umm, no conozco los detalles, el Consejo quería quitarle poderes... bueno, ya se los ha quitado de todas formas, y el señor Gerón está planeando una 581 forma de restaurar su poder, no estoy seguro cómo, nunca dice más que lo que necesita ser dicho, es un hombre inteligente. ―¿Trabajas para él? ―Más o menos, me paga, pero soy fiel suyo, aún creo en la monarquía, ellos podrán sacarnos de esta. ―¿...de esta? ―Ethlan puede volver a ser grande con una buena organización y sin esos avariciosos ánforos destruyéndolo todo. El señor Gerón puede hacerlo. ―Ajá... Gerón ya tenía una llamativa luz roja sobre su cabeza. No se fiaba demasiado de él desde que supo que no había muerto y que muchas de las cosas que le había dicho eran mentira, pero, en ese momento, decidió no fiarse absolutamente de nada. Lo más prudente era pensar en él como un enemigo. Sin embargo, seguiría al chico, si buscaban también a UrsHadiic podría reunirse con él. Y tenía cierta malsana curiosidad por saber qué estaba planeando el Príncipe de Ánax. 582 Al día siguiente partieron, con un Calos cansado y cabizbajo, probablemente por una mala noche al aire libre. Sorprendentemente, Gerón y su grupo no estaba demasiado lejos de allí. Tuvieron problemas con ‹‹algo›› (nada que ella pudiera saber, por supuesto) y tampoco había llegado a Oon como habían planeado, aunque más aliados esperaban allí sus órdenes. Ahora buscaban a UrsHadiic, que hasta hacía unas semanas no había vuelto a dar señales de vida... Calos interrumpía a veces sus explicaciones para añadir lo irritantes que eran los daimiones y las carreteras tan ruinosas que tenían los inútiles de los ánforos. Ahora Gerón quería dirigirse de nuevo a la montaña de Etimón, tenía algo muy importante que hacer allí. Melia intentó descubrir varias veces sin éxito a qué zona de Etimón se refería, no quería arrimarse al territorio de los Urs; pero el chico realmente no tenía ni la más remota idea. 583 En un par de días llegaron a un pueblo medio abandonado, no encontraron mucha gente local y todos tenían el aspecto pobre y desconfiado de aquellos asentamientos perdidos. Gran parte del movimiento de la zona venía del pequeño grupo de Gerón, que intentaba pasar desapercibido en territorio enemigo y todos se referían a él como Arcadios. Se acercaron a una casa que había sido alguna vez de color blanco, parte de su techo estaba hundido y amenazaba con venirse abajo en cualquier momento. Fuera, un tipo sentado en la puerta vigilaba, como si estuviera descansando, con una capucha echada sobre su cabeza, pero Melia se dio cuenta que no les quitó la vista de encima desde el momento que entraron en el pueblo. ―Soy Calos―dijo su acompañante. ―¿Es la chica? ―Sí. ―¿Te han seguido? ―No, no he tenido ningún problema. 584 Melia asomó un poco la cabeza por una de las ventanas. Había cuatro hombres reunidos alrededor de una mesa, completamente serios y hablando en susurros. Reconoció a Gerón, con el rostro grave como nunca recordaba haberle visto. ―Pasad, os esperábamos para irnos. Calos abrió la puerta y la dejó pasar primero amablemente. Al entrar, la cara de Gerón se iluminó de golpe. ―¡Melia!, ¡me alegro de verte!, ¿cómo estas? ―Oh, muy bien. Le dio un abrazo y se quedó sujetándola por los hombros y mirando de arriba a abajo. Se sintió muy incómoda. ―Sí, parece que estás bien, no has cambiado mucho, sigues igual de guapa... te ha crecido un poco el pelo. ―Sí, un poco. 585 ―Estarás cansada, siéntate, te ofrecería algo para comer, pero no tenemos mucho aquí, cuando lleguemos al siguiente pueblo nos reabasteceremos. ―No importa, traigo mi comida. ―Oh, estupendo... De verdad me alegro de verte, intentaré resolver tu problema pronto. Siento mucho lo que ha ocurrido, te lo debería haber dicho antes, pero a veces hasta las cosas que esperas te cogen con la guarida baja. ―Oh, sí, sé lo que es eso. ―No te preocupes, estarás a salvo con nosotros, solo tengo que encargarme de un asunto y te enviaré de vuelta a casa. ―Está bien, muchas gracias. Estaba siendo tan agradable y simpático como recordaba. El muy perro le ocultaba algo, seguro. ―Ponte cómoda, tengo que discutir algunas tonterías sobre el viaje con mi gente. 586 Se sentó en una silla comida por las polillas y fingió entretenerse mirando hacia fuera, pero su oreja estaba puesta continuamente en la discusión. Solo hablaban de regiones, caminos y pueblos, pero Melia quería estar atenta. Prepararon una frugal cena y, cuando la conversación empezó a menguar, decidió que era el momento de hacer algunas preguntas. ―¿Qué va a ser del daimión? ―Umm, mi grupo en Oon le encontró hace un par de semanas y han conseguido retenerlo en la ciudad un tiempo, pero dicen que está muy nervioso y que ha estado a punto de marcharse varias veces, mandaré un mensaje para que salgan a recibirnos antes de que se me escape otra vez. ―¿Y por qué no contratas a otro? Gerón se rió. ―¿No te gusta? ―Es un animal, deberías haberle pagado con carne cruda. 587 ―Sí, es posible, pero la mayoría son así y necesito a este. ―¿Por qué? ―Oh, una tontería. ―Oh. Iba a quedarse callada, si Gerón era tan listo no iba a decirle nada si no quería, y si quería decírselo, se lo diría. Si quería engañarle a conciencia lo haría mejor fingiendo desinterés. ―Estoy buscando un objeto y, según lo que me han dicho mis fuentes, ese daimión es el último que consiguió verlo―continuó el príncipe, por lo visto, iba a hablar. Melia masticaba su cena con cuidado, si no lo hubiera hecho, posiblemente se habría atragantado en aquel momento. ―¿Y no puedes preguntarle directamente y ya está? ―Umm, creo que me mentiría... ¿tú nunca se lo habrás oído mencionar?, ¿algo sobre una corona? 588 Negó con la cabeza. ‹‹Mastica, mastica, mastica despacio››. ―¿Ha hablado alguna vez de cuándo estaba con su familia? ―No, que se alegraba de no estar ya... por lo que le entendí, su madre era una mujer terrible. ―Sí, posiblemente, las primeras generaciones son algo atravesadas... ¿No sabes nada entonces? Le miró inocentemente, bajando la cabeza e inclinándola hacia un lado. ―No... ¿Debería? Gerón suspiró. ―No, no importa, ya encontraré la manera de que me lo diga... ¿carne cruda dices? ―La quema por fuera y por dentro completamente cruda, es muy desagradable. ―¿Crees que podría sobornarle con eso? ―Posiblemente. 589 está Poco después se retiraron a dormir, Melia le dio vueltas frenéticamente a para qué podía querer Gerón la Corona de Daia. Repasó varias veces todas las conversaciones que recordaba y todas sus pequeñas mentiras y omisiones, intentó encontrar un nexo común, un punto que arrojara alguna luz sobre lo que se proponía; lo único que sacó en claro, es que los Lagos tenían algo que ver. Salieron temprano del pueblo y caminaron de nuevo rumbo a Etimón, a un lugar del que todavía no sabía nada, pero que, afortunadamente, no quedaba cerca de los Urs. Deberían encontrarse con otro grupo que salía de Oon a medio camino, a un par de semanas de allí. El viaje fue lento, estaban en territorio enemigo y procuraban pasar lo más desapercibidos posibles. Su muerte había sido muy convincente, pero, tras no encontrar ni rastro de su cadáver por ninguna parte, no fueron pocos los que empezaron a olerse a chamusquina. Gerón tenía una gran fama de escurridizo entre sus enemigos y éstos no solo se encontraban entre los ánforos, muchos de su pueblo 590 querían que desapareciera de verdad y estaban dispuestos a aliarse con sus rivales para conseguirlo. Melia fue interpretando aquello de varias conversaciones que cazaba al vuelo, porque en principito insistía en que todo marchaba bien, que únicamente eran algunos descontentos los que querían cogerlo. Se preguntó hasta qué punto creía que era tonta. Cuando apenas se hallaban a unos días del lugar del encuentro con el grupo de Oon, se dio cuenta que alguien les seguía. Vio un grupo de artistas ambulantes y Melia fue a saludarles inocentemente, esperando que le dieran noticias de algunos viejos compañeros, pero los artistas no conocían a ninguno de sus amigos. Lo dejó estar, creyendo que quizá por aquella zona habría grupos diferentes que no se cruzaban nunca, aunque lo encontraba raro. En un pueblo cercano, volvieron a encontrarse con la misma gente y, definitivamente, supo que algo marchaba mal con ellos. Había más artistas en aquel momento en la zona y sus perseguidores debieron 591 creerse bien camuflados allí, pero apenas se hablaban y saludaban con el resto, lo que para Melia era un cartel que ponía ‹‹sospechosos›› sobre su cabeza. Decidió decírselo a Gerón porque, aunque no se fiaba de él, si le cogían era muy posible que ella también acabara mal. Colaboraría por el momento. El joven se mostró poco sorprendido inicialmente, y volvió a repetirle que no se preocupara, sin embargo, cuando abandonaron el pueblo y se dieron cuenta que aquel grupo precisamente se venía con ellos, empezó a mostrarse más inquieto. Los supuestos artistas ambulantes no eran más que tres, pero si les habían reconocido no tardarían en juntarse más. Decidieron buscar un paso, o pueblo perdido, donde pudieran emboscarles y quitárselos de encima antes de que llegaran los refuerzos. Después intentarían desaparecer lo más rápidamente posible de la zona, Gerón no quería descubrir al grupo que venía de Oon bajo ninguna circunstancia. Tras algunas indagaciones encontraron un pueblo abandonado que les vendría bien, pero al dirigirse 592 hacia allí comprendieron que sus perseguidores también planeaban algo, porque solo podían ver a dos. En el pueblo se dividieron en dos grupos y se ocultaron entre las ruinas de las casas abandonadas. ―No te preocupes, Melia, tú vendrás conmigo. Estarás a salvo. ―Quiero un puñal. Se produjo un silencio tenso que a Melia no le gustó nada. ―Va a haber un combate, ¿no?, y no me vais a dejar las espadas, así que quiero un puñal al menos, tengo derecho a defenderme. El silencio continuó. En aquel momento solo empezó a sospecharlo, pero más tarde supo que después de haberse fugado (dos veces) de un daimión y el cuento que les había contado Calos, la consideraban una mujer ‹‹incooperante››. Gerón sonrió por fin. 593 ―Dale un puñal―ordenó a uno de sus hombres―, así estará más tranquila. Pero ya verás como no te hace falta. ‹‹Sí›› pensó ella ‹‹, ya lo veremos...›› Su equipo de emboscada consistía únicamente de Gerón, otro hombre y ella. No estaba segura de porqué eran tan pocos, sospechaba que el principito tenía algo que ver. Se escondieron en una vieja casa con tres pisos, en algún momento debió haber sido una posada. Esperaron junto a la ventana que daba a la calle principal. De vez en cuando, el otro tipo que les acompañaba se paseaba por las habitaciones, comprobando que no vinieran por ninguna dirección diferente. Pasaron varias horas y todo permaneció en perfecta calma. Entonces oyeron el sonido de pies sobre el camino de piedra. Melia se encogió en su esquina. No tenía la menor intención de pelear si no era absolutamente necesario, y tampoco le iba a apetecer ver la lucha. 594 Los seguidores de Gerón se hicieron señas de un lado al otro de la calle. ―¿Solo uno?―susurró el príncipe de Ánax a su compañero. ¿Solo un perseguidor?, ¿qué quería decir aquello?, ¿primero desaparecía uno y luego el otro? Entonces se oyó una voz. ―¡Gerón!, ¡imbécil de los cojones!, ¡sal de donde estés! Melia brincó hacia la ventana. Reconocía muy bien aquella voz. ¡UrsHadiic! Todos salieron despacio de mirando arriba y abajo de la calle. sus escondites, Solo estaba el daimión. ―Oh, UrsHadiic, me alegro de ver... En cuanto Gerón apareció el daimión se lanzó a por él, sujetándolo del cuello de la camisa, lo estrelló contra una de las paredes de los edificios. Sus seguidores se llevaron las manos a las espadas, 595 alarmados, pero su líder les hizo un gesto para que las bajaran. ―¿Te crees que soy como estos monos que tienes de comparsas?, no vuelvas a engañarme, ni a ordenarme nada a través de terceros, si descubro que intentas liarme en uno de tus trucos te arrancaré la jodida cabeza. ―Te veo de mal humor. ―Hay lo menos un centenar de hombres rodeando el pueblo en este momento, imbécil. Eres tan discreto como un bauro con cascabeles. ―Oh... entiendo... Te has adelantado avisarnos, muy amable por tu parte. para ―No, me he adelantado para que no te rajen en canal antes de que me pagues lo que me debes. Le soltó por fin, los hombres a su alrededor respiraron aliviados. Gerón se colocó bien la camisa, como si aquel ataque no hubiera tenido importancia, y, escuchadas las novedades, se acercó a sus hombres para planear una nueva estrategia. 596 Melia se había quedado en el marco de la casa, nerviosa e indecisa. En aquel momento, UrsHadiic se dio cuenta que estaba allí, sus miradas se cruzaron un segundo, el daimión palideció e, inmediatamente, intentó unirse a la discusión con los demás, pero a las primeras preguntas que le hicieron solo respondió con monosílabos. ―Muy bien―decía Gerón―, entonces creo que lo más prudente será escabullirse de aquí mientras se pueda. Parece que hay un camino por el este que asciende hasta un bosque, será más difícil que nos sigan allí. Repasaban un viejo mapa con atención. ―Eso si no han conseguido rodear esa zona también. ―¿Qué dices, UrsHadiic? ¿Has podido verlos? El daimión se rascó la cabeza. ―Les he visto prepararse, ascendían desde el otro pueblo... al sur. Es posible que esta parte aún no esté vigilada. 597 ―¿Al sur? Muy bien, vamos a confundirles un poco... Vosotros dos y UrsHadiic os quedáis por aquí y prendéis fuego a las casas de la zona inferior, que es por donde deberían venir, darán un rodeo, y el humo podrá ocultarnos... ¿que os parece? ―Tendrá que ser rápido. ―¿Y qué ocurrirá con los que nos quedamos en el pueblo?―observó el daimión, algo escéptico. ―Umm.... nos reuniremos en esta peña marcada de verde, si para el amanecer no estáis allí nos iremos sin vosotros. ―Muy bonito. ―¿Qué son cien hombres para un daimión, UrsHadiic? ―Más de lo que puedes pagar, Gerón. ―Llámame Arcadios, estoy intentando pasar desapercibido. ―Prendiendo fuego a un pueblo... tienes un estilo muy particular de pasar desapercibido. ―¿Algún inconveniente más? 598 ―Que me pagues. ―Pues entonces nos pondremos en marcha. Vamos, Melia. Estaremos más seguros en los bosques. Melia fue tras ellos, volviendo frecuentemente la cabeza atrás. UrsHadiic respondió con una mirada inquieta, pero fue con los otros dos seguidores de Gerón a encargarse de su trabajo. Maldijo por lo bajo. Necesitaba hablar con él. Urgentemente. Todo aquel circo que Gerón tenía montado le importaba tres pimientos, solo quería hablar con UrsHadiic. Comenzaron el ascenso cuando varias columnas de humo empezaban ya a elevarse por el aire. Entre ellas, a lo lejos, pudieron ver movimiento en los caminos. ―Están a buena distancia, podremos adelantarles antes de que se den cuenta que nos vamos. ―¿Y los demás?―preguntó Melia. ―Encontrarán por donde huir, además, el daimión irá con ellos. Ya, claro, porque cien soldados eran pan comido. 599 ¿Por qué no se quedaba él a luchar entonces? Avanzaron el resto del día, huyendo por el bosque y observando a lo lejos siempre que podían asomar la cabeza entre la maleza. Cuando llegaron a la peña ya no alcanzaban a ver el pueblo, aunque en el cielo aún se percibía la humareda en el sur. ―¿Qué haremos ahora?, si saben que estamos aquí nos buscarán de todas formas―observó Melia. ―No te preocupes, queremos ir a Etimón, una vez lleguemos a los límites de la montaña no se atreverán a entrar en territorio de daimiones. Si volvía a decir que no se preocupara le iba a clavar su aguja de abalorios en un ojo. ―¿Vamos a estar huyendo hasta entonces? ―Sí, más o menos. ―¿Y si reúnen a más personas?, si han adivinado a dónde intentas huir podrían cortarte el paso. Gerón alzó las cejas. ―Sí, lo sé, íbamos a discutirlo ahora, pero no tienes que preocuparte―‹‹Grrargh››―, no tengo 600 suficiente personal ahora mismo para pelear, solo nos queda huir. Se sentó algo frustrada, empezaba a estar muy harta de Gerón, estaba hasta el moño de aquella misión que no le interesaba y que ni siquiera entendía; y, para colmo de males, había visto a UrsHadiic y no había podido hablar con él. Qué demonios. Posiblemente no podría hablar con él hasta que salieran del bosque, o llegaran a Etimón... Gerón estaba convencido que ella y el daimión se llevaban muy mal y prefería seguir manteniéndole engañado. Si él se guardaba cosas, ella también. Por la noche se medio acostaron sin encender ninguna hoguera, había dos hombres haciendo guardia, pero Melia se mantenía con un ojo y las dos orejas abiertas. Era de madrugada cuando oyeron pasos entre la maleza. ―¿Quién está ahí?―preguntó uno de los hombres, reconoció a Calos. 601 ―Tú madre―respondió uno de los recién llegados, reconoció a UrsHadiic. Comenzaron a incorporarse y a hacer preguntas al grupo que llegaba. La misión había tenido éxito, no les seguían, los soldados habían tenido que detenerse y dar la vuelta por el fuego. Posiblemente, a aquellas alturas aún debían estar rascándose la cabeza, preguntándose qué había pasado. Solo había un problema: eran más de cien. Según intentaban huir, vieron más soldados acercándose alertados por el fuego desde el norte. Muchos soldados. ―¿Y con muchos queréis decir...? ―Queremos decir que podrían rodear este bosque si quisieran y no dejar salir un mosquito sin su permiso. ―Ummm... dejad que piense un momento. Todo el mundo miraba expectante a Gerón, excepto Melia y UrsHadiic, ninguno de los dos se 602 mostraba muy impresionado con él, aunque tenía que reconocer que sabía planear las cosas. A su manera. Melia estaba segura que ‹‹su manera›› no tenía porqué incluir necesariamente que todos salieran vivos de allí. Esperaron al amanecer para consultar el mapa. Sin saber por dónde podrían atacar o, incluso, si realmente rodearían todo el bosque, la decisión de qué camino seguirían para huir se basó en encontrar el lugar más alejado por el que había menos posibilidades de ser atrapados. ―Tendremos que ir a Etimón rápido, quiero que uno de vosotros se escabulla y vaya lo más velozmente posible hasta donde está el grupo de Oon y le digáis que continúen sin nosotros y sin mirar atrás. Tienen que salir de aquí antes que los descubran también. Nosotros seguiremos por el camino que rodea este valle. ¿De acuerdo? Nadie dijo nada. Eligieron a Calos para el trabajo de enviar el mensaje, ya que era el más joven y rápido, y sabía confundirse muy bien entre la gente. Los soldados ánforos iban a tener que estar muy despiertos para cogerle. 603 Melia empezó a preocuparse por el interés que tenía Gerón de que no descubrieran al otro grupo. ¿Qué estaría guardando? Al ponerse todo el mundo en marcha, quiso acercarse a UrsHadiic, pero el principito quería tenerla cerca ‹‹por su seguridad››. Y al daimión lo envió en cabeza. 604 Capítulo 24 Huida Acabaría matando ella misma a Gerón y entregándoselo a las autoridades. Podría vivir muy bien durante muchos años con la recompensa por su cabeza. La mayor parte de su cerebro no se tomaba aquellas consideraciones en serio, pero había una muy pequeñita que empezaba a perder la paciencia de verdad. Siguieron aquel camino durante dos días, avanzaban con lentitud pues no estaba muy transitado, era malo y tenían que detenerse a menudo para vigilar que no caían en alguna trampa. Se cruzaron con casas perdidas cuyos propietarios les 605 lanzaron miradas asesinas y no ofrecieron excesiva hospitalidad precisamente. Cuando comenzó a adivinarse el final del bosque, se cruzaron con una patrulla. Estaban tan sorprendidos de encontrarlos allí como ellos y, aunque eran cerca de una treintena de soldados, no se mostraron muy animados a luchar. El grupo de Gerón intentó esconderse de nuevo en la maleza mientras los soldados se organizaban. ―Parecen nerviosos, quizá podamos librarnos de ellos sin combatir, ¿qué dices UrsHadiic? Estoy seguro que con un pequeño susto saldrán corriendo como conejos. ―No lo creo, y es la única ropa que tengo y me gusta. ―¿Prefieres que muera alguien? ―Prefiero que muevas tú el culo para variar, ¿de verdad vas a pagarme todo lo que me debes o estás esperando que me maten? ―Te pagaré, no te preocupes... Está bien, vamos a asustarles un poco. Vosotros, acompañadme. Melia, 606 quédate en la retaguardia con UrsHadiic. Solo será un momentito. ―Oh... bueno, si es solo un momentito... Gerón y sus seguidores avanzaron hasta los soldados. Melia fue tras ellos unos metros para asegurarse de que se iban, mientras lanzaba miradas al daimión, preguntándose si sería un buen momento para hablar; posiblemente no, pero era lo más cerca que habían estado de quedarse juntos en mucho tiempo. UrsHadiic se acercó a ella, le rozó el brazo y sintió como sus dedos la buscaban, se sujetaron las manos durante un momento. ―¿Qué haces susurrando. aquí?―preguntó el daimión, Fue a responder cómo Gerón la había encontrado, pero antes de decir nada se dio cuenta que no era aquello lo que interesaba al daimión, si no por qué no había regresado a su casa, fuera de Ethlan, y no encontró las palabras. ―No importa, me alegro de verte―continuó. 607 Melia sonrió, sintiéndose enrojecer. Entonces comenzó la batalla. Los fieles de Gerón gritaron y corrieron hacia los soldados, que se lanzaron al ataque con confusión al ver avanzar al enemigo siendo tan poco numerosos. De pronto, los fieles detuvieron su carrera y se colocaron a la defensiva, recibiendo a los primeros soldados con sus espadas. Una fuerte luz iluminó entonces la batalla, como un rayo de tormenta surgiendo de la tierra. Varios soldados cayeron del golpe y el resto retrocedió sorprendido. Quienes luchaban también intentaron echarse atrás, un segundo haz de luz hizo que varios árboles se agitaran y cayeran, atrapando a muchos y haciendo que los que aún dudaban huyeran. ―¿Eso alucinada. ha sido Gerón?―preguntó Melia, ―Sí, es un maestro de la goeteia y un cabronazo integral. 608 Por lo que a ella respectaba, no lo iba a poner en duda. Apenas había visto moverse al príncipe de los Ánax y él solito había conseguido que una treintena de soldados cayeran o salieran huyendo presas del pánico. ¿Y ella hubiera podido aprender a hacer aquello? Se maldijo por no haber hecho caso a Baal y no haber intentado estudiar los símbolos de la goeteia. Pocas horas después, descubrieron que un grupo aún mayor les seguía y tuvieron que poner pies en polvorosa hasta bien entrada la noche, mientras UrsHadiic intentaba guiarles por nuevos bosques y caminos. Todo el trayecto hasta Etimón fue una carrera continua plagada de incidentes. Apenas tenían tiempo para descansar escondidos entre la maleza, en cuevas o bajo grandes peñas. Tuvo la oportunidad de ver un nutrido repertorio de lo que Gerón podía hacer, con tan pocos hombres, y UrsHadiic no muy colaborador a la hora de pelear, hasta el principito tenía que tomarse la molestia de hacer algo: con un vago movimiento de brazo del 609 líder Ánax vio filas de soldados que caían como si les hubiera empujado un huracán, rayos que brotaban del suelo y mataban a pobres infelices en el acto, temblores de tierra y árboles y piedras que se abalanzaban sobre sus perseguidores. Ya no le sorprendía que la gente de ambos bandos quisiera cazarle a cualquier coste. Tanto poder en un hombre egoísta e imprevisible era una bomba de relojería. Y había otra cosa que comenzaba a molestar a Melia y acabó ocupando gran parte de sus pensamientos: ¿Por qué estaba ella allí? Súbitamente, se dio cuenta que ya no se creía que su llegada a Ethlan había sido un accidente. Era otra mentira, estaba segura. Observando el escaso interés que Gerón parecía sentir por la vida de los demás, se preguntaba por qué la llevaba como si fuera un preciado tesoro. ¿Qué querría de ella? 610 Aquello no le gustaba nada y empezó a perder interés por lo que Gerón planeaba, tenía la apremiante sensación de que debía alejarse de él, pronto. Llegaron por fin al límite de la tierra de los daimiones, más adelante se alzaba, oscura y gigantesca, Etimón, rodeada de abruptos valles y montañas. Melia vio el cañón que le resultaba familiar y consideró con inquietud si no estarían demasiado cerca del territorio de los Urs. Fingiendo algo de inocencia, inquirió sobre el asunto a Gerón. ―Es la Tierra de Nadie, o la Herida de Ethlan, apareció cuando la Isla se hundió―dijo, refiriéndose a la Caída―. Al principio dicen que un río de fuego corría por el fondo. Recorre prácticamente todo el perímetro de la cordillera. Al otro lado empiezan las tierras de los daimiones y es donde nos espera nuestro grupo. ¿Estás cansada? ―No, estoy bien. 611 ―Me alegro, la subida por la montaña va a ser agotadora. ―¿Qué hay arriba? ―Oh... un templo, vamos a dejar algunas cosas guardadas allí. ―Muy bien. En lo alto de la montaña era donde, según las historias, Daia estaba enterrada, era su templo. ¿Qué asuntos podía tener Gerón allí? Cruzaron el cañón con rapidez, el aire seguía tan seco y desagradable como recordaba y el agua fue un problema hasta el otro lado. Hasta Gerón se mostraba más hosco de lo habitual. El otro grupo les esperaba en una honda llanura, con un pequeño lago en su centro. Al verles les saludaron con alegría, aunque no tanta como con la que recibieron el agua del lago. Melia contó más de una treintena de seguidores más, había hombres y mujeres, y un crío que rondaría los catorce años (o su equivalente allí). Todos fieles a Gerón. 612 Sintió cierta lástima por ellos. Mientras la gente se entretenía saludándose, descubrió una caja de madera rectangular y semi cubierta por telas. Se acercó a curiosear qué podría ser, pero, sin haberse dado cuenta de que estuviera ni remotamente cerca de ella, Gerón la cogió del brazo antes de que hubiera podido inclinarse siquiera. ―No, deja eso. Estaba sonriendo, pero se le veía algo tenso. ―¿Qué es?―preguntó poniendo una de sus caras de absoluta inocencia que había conseguido perfeccionar. ―Nada, un objeto muy importante. ―¿Es la corona esa que decías? ―No, pero casi, es igual de importante a su manera. ―¿Hace algo? ―Puede ser un arma, pero solo son capaces de usarla los que poseen goeteia, para los demás es peligroso, así que no te acerques mucho. 613 ―Oh, vaya, lo siento, gracias por decírmelo. La estaba mintiendo, para variar. Ahora tenía que imaginar qué era aquello y lo que hacía realmente. Solo por precaución, de momento observaría de lejos. Se tomaron el resto del día de descanso y Melia intentó ignorar el paquete, para que Gerón se apartara un poco de ella. Le agobiaba tenerlo constantemente encima, y cuando él estaba cerca, UrsHadiic ni siquiera se molestaba en acercarse. Al día siguiente, en cuanto se iluminó el cielo, se pusieron en marcha hacia lo alto; donde una oscura montaña cuyo pico atravesaba las nubes los estaba esperando. Con un grupo tan grande, la comida empezó a flojear en menos de una semana. Tuvieron que detenerse y buscar alimentos en la zona. Melia hizo un repaso a sus cosas, contando las pocas provisiones que llevaba encima. Gerón se había sentado a pocos metros, él no tenía provisiones que contar porque para empezar ni siquiera se molestaba llevar nada. Otros eran los elegidos a portar su regio equipaje. 614 Vio cómo UrsHadiic se acercó hasta él. ―Necesito ayuda―le dijo a Gerón. ―¿Por qué? ―No pienso alimentarme de vuestras asquerosas plantas, quiero carne, voy a cazar algo, pero necesito a alguien que me ayude. Melia sonrió. ―Yo podría, no sé qué hacer...―dijo mirando al príncipe, que, obviamente, no se iba a ofrecer voluntario. ―Mmm... ¿Estás segura? ―Mientras no la cocine él... ―Está bien, a ver si encontráis algo. Melia se puso en pie y siguió a UrsHadiic hacia la maleza. Volvió la cabeza a menudo para comprobar que Gerón se mantenía en su asiento, si sospechaba de ellos no quería que se hiciera invisible y los sorprendiera, pero se mostraba absolutamente indiferente. Lo último que le vio hacer fue coger un cuenco con agua que el joven adolescente le ofrecía. 615 ―¿Qué has hecho con la Corona?―preguntó de pronto el daimión. ―Está escondida, Gerón la busca. ―Ya lo sé, por eso te lo pregunto, creía que te habrías ido de vuelta a tu hogar, pero volviste y luego te evaporaste otra vez. UrsLeil me dijo que te escapaste al norte, imagino que sería Oon y cuando voy allí me dicen que estás con Gerón... ―Fui a casa de Sofía. Allí me encontró un mensajero de Gerón y me dijo que estabas con ellos y les seguí... no podía irme a casa, tenía que hablar contigo. ―¿Hablar conmigo? Dudó un momento, mirándole a los ojos. Tenía muchas cosas que decirle, pero todas le resultaban complicadas de explicar. ―...lo siento. ―¿Por qué? ―Te dejé tirado. ―¿Cuándo? 616 ―Cuando me fui, hace mil años, estabas muy mal y lo único que hice fue dejarte allí y salir huyendo. El daimión inclinó la cabeza a un lado y la sacudió. ―Eso fue hace mucho, no importa. ―Para mí no hace tanto. ―Estoy bien, he pasado cosas peores. Si no recuerdo mal, yo te pedí que te fueras. Estamos en paz. ¿Era eso?, ¿es lo único que te preocupa? ―...no. Cogió aire, preguntándose si de verdad valía la pena. ―¿Ocurre algo? ―Es solo... que entonces no podía decirlo, porque no era del todo cierto, pero ahora... probablemente sea muy tarde... ―¿El qué?, dilo... ―Es una tontería... ―Dilo. ―No creo que te importe ya. 617 ―Has preferido volver aquí a hablar conmigo a irte a casa, y ¿ahora no dices nada? Volvió a coger aire. Muy bien, allá iba. ―Es que no quiero irme, quiero quedarme aquí, contigo... Te quiero. Soltó aire. No había sido tan terrible, ¿no? La expresión de UrsHadiic se tornó de confusa a ausente, le hizo recordar a su versión más joven y más idiota. El leve fruncimiento de ceño le dijo que estaba regresando. ―¿Es… una broma? Sintió como si algo la golpeara en el pecho. ―...no es una broma. ¿Crees que bromearía con algo así? ―No, no, perdona, pero tú… ―le vio llevarse una mano a la cabeza y masajearse las sienes― ¿Soy yo el tipo del que hablabas?, cuando me dijiste que había otro... ¿era yo? 618 Melia asintió con la cabeza. ―No sé cómo explicar... ―No, no me interesa ahora. Se inclinó sobre ella y la abrazó. Melia sintió que iba a ponerse a llorar. ―¿UrsHadiic...? ―¿De verdad te quedarás conmigo? ―Sí. Sintió que él temblaba, ¿lloraba también?, ¿UrsHadiic aún la quería?, ¿cómo era posible?, ¿de verdad estaba ocurriendo aquello? Cuando sintió que su respiración se tranquilizaba un poco se separó de él, mirándole a los ojos. ―Pero...tengo una condición. El daimión frunció el ceño, preocupado. ―¿Cuál? ―Tienes que pedírmelo tú. ―¿El qué?, ¿que te quedes? 619 ―Sí. Le colocó una mano en la cara y se inclinó hacia ella hasta que sus frentes se encontraron. ―Te quiero. Quédate, por favor. Sonrió, mientras notaba que las lágrimas volvían a asomar, y le besó. Era feliz. Era tan feliz. Notó que UrsHadiic le pasaba la mano por la cabeza y que algo le tiraba, al tocar sintió la horquilla de piedra roja en el pelo. ―Es tuya, la estaba guardando... por si volvías... ―¿De verdad creías que volvería? ―No, pero era feliz imaginando que sí. ―¿No se te pasó por la cabeza que me refería a ti cuando dije que quería a otra persona? ―No soy otra persona, era yo. ¿Cómo esperas que me imagine eso? Sonrió con tristeza, sin saber qué responderle. Le acusaba de ocultarle cosas y ella misma terminaba 620 cometiendo terribles errores por no pensar en lo que él podía haber sentido. No tenían mucho tiempo para quedarse juntos, aunque estaban solos, había gente buscando comida a su alrededor y podrían tener un encuentro incómodo en cualquier momento. Se separaron con desgana y comenzaron a pasear erráticamente por el bosque, sin ser capaces realmente de despegarse mucho el uno del otro. Melia confesó todo lo que le inquietaba aquella situación y la desazón que tenía respecto a Gerón. UrsHadiic no dijo nada, solo asintió con la cabeza. ―Déjame tu cuchillo un momento. ―¿Para qué? ―Bueno, vamos a cazar algo. ―¿Lo dijiste en serio? ―Claro, tengo hambre. ―Pensaba que era una excusa para hablar conmigo. ―También, puedo hacer las dos cosas, ¿no? 621 No pudo evitar reírse. El daimión cogió una rama de un árbol, más o menos recta, la afiló con el cuchillo y miró a su alrededor. ―¿Ves aquellos arbustos? ―Sí. ―Acércate por detrás y sacúdelos, a ver qué sale. ―Muy bien. Consiguieron volver al campamento con dos conejos, una perdiz y un bicho grande y feo que parecía una rata gigante, pero que le dijeron estaba en realidad emparentado con los cerdos. No era mucho para aquel grupo, pero serviría para ir tirando. Al volver tuvo que aguantar de nuevo la asfixiante proximidad de Gerón, le hizo varias preguntas respecto a la salida de caza, algunas le resultaron incómodas, pero estaba segura de que no sospechaba nada. 622 De nuevo en marcha, intentaba buscar a UrsHadiic con la mirada más veces de las que podía controlar, esperando descubrirle haciendo lo mismo. Por la noche acamparon en un lugar estrecho entre algunas peñas. Tenían siempre un par de vigías controlando, aunque no esperaban encuentros desagradables allí, no sabían hasta qué punto podían estar siguiéndolos aún, incluso en territorio daimión. Los enemigos de Gerón estaban muy determinados a darle caza. Melia se acostó con un montón de pensamientos felices, recordando la conversación con UrsHadiic y recreándose en todas y cada una de sus palabras y expresiones. El mundo era súbitamente tan hermoso. UrsHadiic la quería de verdad, no se había equivocado al volver con él. Estaba completamente dormida cuando sintió que alguien le tapaba la boca. Se despertó sobresaltada y se encontró los ojos brillantes del daimión. Le hizo un gesto para que mantuviera el silencio y mirara hacia arriba. 623 Incorporándose poco a poco, Melia observó a su alrededor, sin entender lo que UrsHadiic quería decirle. Lo que sí vio era que él llevaba su bolsa encima. Volvió a mirar y entonces comprendió: los vigilantes no estaban. El daimión hizo un gesto con la cabeza: ‹‹Ven››. Con cuidado, Melia recogió su manta y su bolsa y le siguió. Su compañero le dio la mano, aunque podía ver relativamente bien. Caminaron con cuidado hasta el extremo del campamento, donde se encontró uno de los vigías en el suelo. Miró interrogativamente a su compañero y éste hizo un gesto poniendo una mano junto a su cara. ‹‹Duerme››. Prefería no saber lo que había hecho para conseguirlo. Descendieron por un camino de bosque iluminado por la Luna Llena. Al principio caminaron despacio, intentando no hacer ruido, pero, a medida que se alejaban, aumentaron la velocidad hasta que acabaron corriendo sin razón alguna. 624 Llegaron jadeantes a una gran roca negra que sobresalía de la montaña. Melia podía ver a sus pies los valles y montañas por los que acaban de subir e, incluso si se esforzaba, muy a lo lejos, estaba la Tierra de Nadie. Era una visión magnífica, pero no había salida por allí. ―¿A dónde vamos? ―¿No decías que no te fiabas de Gerón?, ¿no prefieres que nos marchemos? Sonrió. ¿Se estaban fugando? ―Sí, pero ¿a dónde vamos? ―Ah, no sé, ya lo hablaremos, un lugar perdido de momento. ¿Te parece bien? ―Me parece perfecto, ¿...qué haces? Se estaba desnudando. ―Desnudarme. ―No, eso ya lo veo. ―Podemos salir de aquí corriendo y tropezando con todos los árboles del mundo, o podemos desaparecer en el aire. 625 ―¿Estás seguro?, ¿no será peligroso que te vean?, ¿no es este territorio de daimiones? ―Nah, nos vamos de aquí, no me perseguirán si me marcho. Nadie me reconocerá en este territorio. Guarda mis cosas, por favor, es lo único que voy a tener para vestirme una temporada. Continuó sonriendo como una boba mientras guardaba sus pertenencias en la bolsa. ―Ahora sujétate a mi espalda, ¿recuerdas lo que te dije la última vez? ―Sí. ―Muy bien, pues agárrate fuerte. No había espacio suficiente en la roca para transformarse, ni para coger impulso, pero no se dio cuenta del detalle hasta que UrsHadiic saltó al vacío con ella detrás. Lo que en un principio fue una terrorífica caída, con el viento frío clavándose hasta sus huesos, se detuvo súbitamente, sintiendo cómo su cuerpo se comprimía un momento contra algo cálido. 626 Cuando se atrevió a abrir de nuevo los ojos, estaban volando. Retrocedió hasta la zona más segura de la espalda, rodeada de aquellas plumas suaves y acogedoras. Se abrazó a ellas, protegiéndose del frío de la noche. Con el viento silbante pasando raudo bajo sus alas, se alejaron de la ominosa montaña, cruzando varios campos, hasta que alcanzaron el mar. Sobre su cabeza ya no había nada más que la Luna Llena y la infinita multitud de estrellas que nunca había visto en su mundo. Todo era tan grande y cercano que estaba segura podrían alcanzarlas si se elevaban un poco más. Sentía como si no existiera nada más en el mundo que las estrellas y ellos. Miró hacia el frente, el mar negro lanzaba rápidos destellos según pasaban. Se acercó de nuevo al cuello y oyó como UrsHadiic ronroneaba. ―Estoy bien, solo voy a asomarme un poco―le dijo. 627 Su vuelo era mucho más estable que la última vez, estaba segura que podría andar desde su cabeza hasta el nacimiento de la cola sin problemas, pero prefirió no intentarlo. Se conformó con asomarse a contemplar el mar. A lo lejos, la niebla que contenía aquel mundo se mostraba fría y fantasmagórica como siempre, había algo inquietantemente silencioso en ella, como si solo al mirarla sus sentidos quedaran taponados, le daba escalofríos. Volvió su atención a las olas. UrsHadiic debió notar su interés y descendió, hasta que sus garras casi rozaban la superficie. El agua era oscura, las olas se elevaban y balanceaban a su propio ritmo, hacia la Isla, sus playas y acantilados, donde iban a romper. Vio hogueras y humo, y un pequeño pueblo de pescadores. Estaban ya lejos de la tierra de los daimiones. Estaban muy lejos de todo. 628 Un estremecimiento la sacudió y se abrazó de nuevo a las plumas, sintiendo el calor que daban. ―Te quiero―dijo, acariciando su espalda. Entonces oyó un sonido profundo y dulce, le recordó a la flauta curvada que tocaban en la Isla. Venía de UrsHadiic. ―¿Haces tú ese sonido? Es bonito. Lo repitió. Los daimiones podían cantar cuando estaban contentos, pero era algo que nadie había oído en milenios. Solo ella. Volvieron a tierra, volaron sobre más campos y frente a ellos se levantó una montaña en forma de aguja, al acercarse más, vio varios edificios de gran tamaño en ruinas. UrsHadiic se posó en lo alto de uno de ellos. Al bajarse, Melia comprobó que a su alrededor todo estaba desierto. En el horizonte solo se distinguía los redondeados perfiles de un gran bosque y el mar. ―¿Dónde estamos? 629 ―Un antiguo templo, el hogar de una primera generación, cuando la Isla estaba aún en Geo. Nadie viene jamás por aquí desde que su propietario se fue con sus cosas y los locales saquearon lo demás. ―¿Cómo conocías este sitio? ―Una vez tuve una misión que incluía cruzar a territorio Ánax sin ser visto, volé por los límites de la costa y vi este pico. Pensé que sería un buen escondite si un día me hacía falta. ―Así que aquí solo estamos nosotros, ¿no?—dijo sujetándole de la cintura. ―Sí, solo nosotros… 630 Capítulo 25 El retorno de la Corona UrsHadiic no dijo de qué conocía aquel lugar o cuántas veces había estado antes, pero durante muchas semanas fue el escondite perfecto. El viejo templo crecía sobre un alto y abrupto pico pegado al mar, en el sur, una línea de vegetación costera y arena blanca nacía desde donde el talud de la montaña se suavizaba hasta donde llegaban las olas a romper. Melia eligió para dormir una habitación en los últimos pisos del templo, allí aún podía oler la sal en el aire y oír el graznido de las gaviotas. Le gustaban las vistas al mar, aunque la tétrica franja de niebla blanca que separaba la Isla de toda demás existencia en ocasiones la incomodaba. 631 El terreno en el resto de direcciones consistía de un espeso bosque poco transitado, ocasionalmente subían algunos leñadores a sus lindes, pero, por lo demás, sus únicos vecinos eran pequeñas gacelas, jabalíes, liebres, zorros y una pantera que consiguió robarle a UrsHadiic una liebre en una ocasión en la que el daimión estaba distraído. UrsHadiic se enfadó mucho y rezongó durante días, hasta que Melia tuvo que pedirle de forma brusca que se callara de una vez. Por toda respuesta, el daimión se enfadó más y decidió largarse para cazar a la pantera, desapareció varios días, a la vuelta no trajo pantera, y una Melia furiosa le recibió. ―¿Te crees que puedes largarte así?, ¡¿solo por una pantera?! ―Me quitó la liebre, podría darnos problemas. ¿Y si te ataca a ti? ―No digas que fuiste a buscarla por mí, dejarme sola varios días sin saber cuándo volverás no me hace sentir más segura así que encima ni se te ocurra decir que lo hiciste por mí. 632 ―¡Bien!, pues lo hice por mí, ¿de acuerdo? Me apetecía matar una pantera. ―¿Y para eso tienes que largarte sin decir prácticamente nada? ―¿Qué quieres que te dijera? Me dijiste que me callara. ―Te dije que te callaras porque estabas continuamente refunfuñando como un crío, me estabas hartando. ―Pues mejor que me fuera, ¿no?, así no tienes que aguantarme. La discusión se alargó absurdamente hasta que a ninguno se le ocurrió qué responderle al otro, terminaron en silencio, ambos enfadados y ambos absolutamente insatisfechos con la situación, pero viéndose incapaces de solucionarla. Sin embargo, Melia aceptó la riña con relativa tranquilidad, una situación poco agradable, pero no inesperada conociendo al daimión y el carácter de ambos. Al día siguiente se encontró sola de nuevo, se llevó una mano a la cara, frustrada, y se preguntó de qué forma podría convencer a UrsHadiic de que 633 abandonara el asunto de la puñetera pantera y dejara de largarse sin avisar. Poco después apareció su compañero. La expresión de su cara se había suavizado, lo que solía ser una buena noticia, Melia esperó a que diera alguna explicación, porque daba la impresión de que algo había cambiado respecto a su estado de ánimo del día anterior. Tardó un poco, pero ,finalmente, se decidió a hablar. ―¿Quieres marcharte? ―¿A dónde me voy a marchar?—preguntó, perpleja, sin comprender la pregunta. ―A tu casa, a tu mundo. Aquello dejó aún más perpleja a la humana. ―No… claro marcharme? que no… ¿por qué ―No lo sé, igual ya no quieres estar aquí. 634 querría Melia frunció el ceño, haciendo un esfuerzo por entender qué podía estar pasándole por la cabeza a UrsHadiic. ―No me voy a ir por una estúpida pelea, ¿lo dices en serio? El daimión no respondió. Se acercó a él y le dio un abrazo. ―No me voy a ir porque refunfuñes un poco. ―¿Y si refunfuño mucho? ―Preferiría que no lo hicieras. ―Entiendo. Las riñas no eran habituales, pero ocurrían. UrsHadiic seguía irritándose con relativa facilidad por asuntos que Melia encontraba absurdos y ella perdía la paciencia de vez en cuando. La humana lo asumía como parte de su convivencia, pero el daimión parecía esperar que todo tendría que marchar siempre bien, si no se ponía aún más nervioso y hacía aquellas tonterías como marcharse sin decir nada. 635 Melia sospechaba que UrsHadiic aún temía que fuera a dejarle, no importaba las veces que había intentado tranquilizarle al respecto. La idea de verse abandonado de nuevo agitaba al daimión como nada más lo hacía, cada riña temía que se convirtiera en la última y ella se veía frustrada a la hora de convencerle de que no iba a ser así, esperaba que fuera algo que el tiempo curara. De cualquier manera, estar a solas durante aquellas semanas estaba ayudando mucho a mejorar la actitud del daimión: no recibía insultos, ni miradas de medio lado, no tenía que preocuparse por estar alerta. Aprendió a bajar la guardia y a hablar de cosas que nunca se hubiera atrevido a mencionar antes. Era un alivio ver a UrsHadiic sincerándose con ella, pese a que le mostraba toda la tensión y el miedo con la que había convivido todos aquellos largos años. ―¿Puedo saber qué tengo ahora que no tuviera hace mil años? Melia sonrió por la pregunta, sabía que había estado inquietando a su compañero y no se había atrevido a hacerla hasta entonces. 636 ―Eres… más listo—dijo. ―Oh... muy bien, ya lo entiendo. Se sintió un poco sorprendida, por su tranquilidad, había respondido medio en broma. ―¿Aún te molesta que me fuera? ―No, ahora no, hiciste bien, era un crío imbécil, tardé 500 años en creerme lo suficientemente fuerte y reunir bastante valor como para abandonar a mi familia. Si te hubieras quedado posiblemente nos hubiera buscado la ruina a los dos. Lo que me preguntaba es si de verdad era tan distinto. ―...sí, y no... Es difícil de explicar, había momentos que era como estar contigo, y otros que no... Fue raro. ―Mmm, ya, creo que me hago a la idea. ―¿En serio? ―Sí, verás, cuando te conocí hace mil años creía que eras la criatura más hermosa que había visto, y eras valiente, te metiste de cabeza al territorio de los En, protegiste a Dos, y a mí, robaste la corona... Eras absolutamente increíble, y durante mil años es la 637 imagen que retuve en mi cabeza, adornándola un poco más en el tiempo y todo... ¿Y sabes qué?, reapareces y descubro que eres una humana bastante vulgar y cobardica que corretea constantemente tras las faldas de Gerón. ―Yo no correteaba. ―Sí, sí lo hacías. ―No. ―Sí. ―Estaba un tanto asustada, ¿vale? ―Te creo. Pero fue un tanto decepcionante, por aquel entonces estaba bastante frustrado con mi vida, y ya no creía que volviera a verte, y cuando apareces, casi preferí que no lo hubieras hecho. Me acabé dando cuenta que me seguías importando mucho, de todas formas. ―¿De todas formas? ―Eh, han sido mil años soñando con cosas que no existen, tuve problemas para asumir la realidad. ―Ummm... 638 ―No me mires así, ¿sabes lo que significan mil años aquí? Parece que pasa rápido, igual por ser la Isla que es, igual por ser un daimión, pero las ideas se arrastran todo ese tiempo, no las puedes abandonar, no las puedes olvidar. No te dejan. Puedes ver pasar un número infinito de noches y en todas tienes las mismas pesadillas. Luché por ser un daimión diferente, por hacer lo correcto, por sentirme orgulloso de quien era. Y fracasé. Al principio lo asumí creyendo que nunca estaría a tu altura, luego acepté que era sencillamente un desastre. Si la ‹‹gente decente›› te trata continuamente como un monstruo o un indeseable, lo terminas por creer; pero tampoco quería ser otro daimión miserable más, si dejé a mi familia fue porque quería dejar aquella vida atrás. Y cuando volviste a aparecer, estaba cansado de luchar, no tenía nada que ofrecerte, y creía que tú tampoco. Melia suspiró, conmovida por la sinceridad de su compañero. UrsHadiic no era dado a mentir, pero hablaba poco de cómo había vivido durante todo aquel tiempo y de lo que sentía. Podía ver, cualquiera podría, que no había sido feliz, solo le quedaba saber el por qué y, poco a poco, el daimión se lo contaba. 639 Pasaron muchos meses. Cuando necesitaban buscar ropa y otras comodidades, bajaban a los pueblos más cercanos, Melia descubrió que se encontraban en el lado Ánax de la Isla, aunque las diferencias no eran muy aparentes entre la gente humilde. Al principio les atendían con suspicacia, pero, mientras tuvieran dinero, les atendían bien. El dinero en sí mismo comenzaba a agotarse, no era una situación alarmante: tenían pocas necesidades y podían vender caza y moluscos del mar si lo necesitaban; el amplio bosque era generoso para dos únicas criaturas jóvenes y sanas como ellas. En caso extremo, podían abandonar el templo y buscar un trabajo durante un tiempo, UrsHadiic tenía sus recursos, y algunos no implicaban necesariamente maltratar a nadie. De todas formas, el dinero no preocupaba a Melia, pero sí había otra incertidumbre que comenzó a ensombrecer su feliz existencia. A veces veía pequeños barcos de pesca navegando perezosamente en la lejanía, si ella los veía sospechaba que también podrían ver el humo del fuego que usaban para cocinar y calentarse las noches que hacía frío. Hasta el aleteo de las aves en 640 las ventanas del templo comenzó a sonar como algo inquietante. Pensó en lo que había dejado atrás, mientras continuaban con su vida juntos, ajenos a todo, alguien los estaría buscando, o si no a ellos, a la Corona, ella era la única que sabía donde estaba y muchos sospechaban del papel de UrsHadiic en su desaparición. Después de, al menos, dos años (¿tres, cuatro?) en la Isla, comenzaba a comprender mejor lo variable del tiempo, estaba segura que tarde o temprano les encontrarían. UrsHadiic tenía razón cuando decía que el tiempo pasaba rápido, pero la sensación de que poco cambiaba era muy engañosa. La inquietud le reconcomía la cabeza, al principio pudo ignorarla, pero, se fue volviendo más persistente cada vez. Empezó a plantearse la idea de que prefería atar aquel cabo suelto, y librarse definitivamente de sus perseguidores, antes de que fueran ellos los que les encontraran. Iba a ser interesante decírselo a UrsHadiic. El daimión parecía tener aún menos interés que ella en salir fuera y, con aquel constante miedo con el que 641 vivía de que le abandonaría de nuevo, temía que se hiciera ideas equivocadas. Sin embargo, UrsHadiic reaccionó mejor de lo que esperaba: solo se negó a hablar del tema dos veces. ―¿Y a quién piensas dárselo? ¿A Gerón o a mi madre?―preguntó a la tercera. ―Bueno...tu madre ahora mismo no nos busca, y si somos hábiles igual no descubre que tuvimos algo que ver... ―Y yo de Gerón no me fío. ―¿Te fías de tu madre? ―No, pero es más predecible que Gerón, si no le gusta lo que le digamos nos matará, y ya está. ―Le diremos a Gerón que le entregamos la Corona si nos deja en paz. Es un buen trato, en mi opinión. ―Sabes que no podrás volver nunca a tu casa si se la entregas. ―Creía que eso ya lo habíamos hablado. ―Comprobando que estuvieras segura... 642 Le pasó un brazo por la cintura, ¿cómo se le iba a ocurrir irse de allí? ―...y aún así―continuó él―, no tenemos ni idea de si cumplirá su parte. Es muy… retorcido. ―Entonces, ¿nos quedamos esperando hasta que nos encuentre?, ¿o que tu madre empiece a oír rumores, atar cabos y decida buscarnos también? El daimión se rascó la cabeza y gruñó con frustración. ―Esta es una de esas cosas que la gente dice es mejor quitarse de encima antes que después, ¿verdad? ―Puede. ―Pues yo creo que preferiría hacerlo después. ―Tampoco tengo prisa, lo dejaremos si quieres. ―Déjame pensarlo... ―De acuerdo. Como si una vez sacado el tema, empezara a molestarle igual que a ella, a los pocos días estaba haciendo comentarios sobre cómo tendrían que 643 hacerse con la Corona, cómo hablar con Gerón y qué propuestas iba a aceptar en las negociaciones y cuáles no. Finalmente, reconoció que no tendrían paz juntos si no sentenciaban aquel conflicto. Eligieron un día para partir algunas semanas después, de noche. Melia apagó con tristeza el fuego del hogar y colocaron con cuidado las pocas pertenencias que habían acumulado y no se iban a llevar. Volaron durante horas, no había Luna y se veía poco, pero para el daimión la oscuridad no era un problema. Melia no se dio cuenta de cuándo exactamente volvieron a sobrevolar tierra. Atravesaron aquella parte del recorrido poco antes de que el cielo comenzara a clarear, avisando de la salida del Sol, y aterrizaron en un lugar discreto en los alrededores de Ankira. El plan, a continuación, era continuar a pie hasta el hogar de Sofía. UrsHadiic se mostró sorprendido cuando le reveló dónde había escondido la Corona, ni se le había pasado por la cabeza que la guardaría allí, había preferido no indagar sobre el tema hasta entonces. 644 Pero Melia recordó cómo Calos la encontró en la casa de Sofía ―¿Tú le hablaste a Gerón de aquel lugar? ―No, yo no. ―¿Y cómo supo dónde encontrarme? ―Alguno de sus hombres te seguiría, o nos seguiría, en algún momento... Sintió frío en el estómago al pensar en las veces que pudo haber sido seguida o espiada por Gerón o sus lacayos. Era una buena razón más para librarse de aquella carga de una vez por todas. El pequeño claro de Sofía no cambiaba nunca, hasta las hojas que atascaban a menudo la fuente de agua parecían las mismas. Sin embargo, la puerta de la pequeña casa de madera estaba abierta, Melia no la había dejado así, alguien había estado allí. Sintió rabia, por un momento quiso creer que había sido Baal bajando a visitar el hogar de su vieja conocida, pero algo le decía que el taciturno daimión 645 eran de los que se aseguraban de no dejar rastro alguno de su presencia. Había sido Gerón, o alguno de sus siervos, indagando, buscando. Lo sintió como si fuera un sacrilegio, una afrenta contra ella y Sofía. No veía ya el día de librarse del Príncipe de Ánax. Calcularon que enviarle un mensaje y recibir respuesta les llevaría tiempo. Sin embargo, no habían pasado dos semanas desde su llegada, cuando recibieron una imprevista visita. Era Calos. Los espías maravillosamente eficaces. de Gerón eran ―¿Qué haces aquí?―preguntó Melia al verle, sorprendida. UrsHadiic se acercó y le observó con atención, pero no dijo nada. ―Oh, me alegro de encontraros, el señor Gerón estaba muy preocupado, nos ha enviado a buscaros a todos los sitios donde os refugiáis. ―Preocupado, sí, no me vengas con tonterías, ¿cómo sabe que estábamos aquí? 646 ―Pues... ya lo he dicho, estamos bus... En aquel momento, UrsHadiic le sujetó del cuello y lo empujó contra un árbol. ―¡UrsHadiic!―gritó Melia, algo preocupada. El daimión hizo que el joven levantara la cabeza. ―Seguro que nos buscabais, y seguro que tenéis también algunos pequeños chivatos... hay muchos fieles tuyos dispersos por ahí, ¿verdad Gerón? ―Yo no... soy... ―Ya, tú no, pero nos está oyendo de todas formas, ¿me equivoco? Calos parpadeó. Melia se acercó. ―¿De qué hablas? ―Un truco de los viejos bicronos, compraban fieles como este infeliz de aquí, les vendían su alma… o algo así, podían ver con sus ojos, oír con sus oídos y hablar con su boca si les apetecía... Contempló fijamente a Calos, ya no parecía tan simpático, pero que te sujetaran contra un árbol por 647 el cuello podía tener esas cosas. Por lo demás, no le encontraba nada raro. ―¿Cómo lo sabes? ―¿Se te ocurre alguna idea mejor que explique cómo Gerón sabe dónde estamos la mayoría de las veces?, tendrá más de un ‹‹fiel›› cerca de Glauco que nos habrá estado siguiendo. Y no me gusta como mueve los ojos, hay algo raro en él... ―Muy bien, me has cogido, ahora haz el favor de soltarle. La voz de Gerón les cogió de sorpresa a todos. UrsHadiic incluso obedeció y dejó libre a Calos. O quien fuera entonces. ―¿Qué quieres?―le preguntaron. ―No, no, decidme primero qué queréis vosotros, ¿os habéis ido por alguna razón en particular? Melia vio que el daimión se apresuraba a decir algo, pero le cogió del brazo, intentando contenerle. Si estaban hablando con el principito de verdad, sería mejor tener cuidado. ―¿Tú que crees?―le dijo. 648 El Calos poseído sonrió. ―La verdad es que me tenéis muy confundido... sobre todo tú, Melia. El daimión es más simple que la calavera hueca de un bauro, así que imagino que lo estás manipulando por algo. Tuvo ganas de poner los ojos en blanco. ―¿Y por qué habría de manipularle? ―La Corona, la Corona de Daia. No sé cómo has descubierto para qué sirve, pero es lo único que te podría interesar y que ese tipo sabe dónde está, ¿no es cierto? ―Puede... ―Entonces, ¿la tenéis? ―Puede... dinos para qué la quieres. Calos calló y quedó un rato mirando el suelo, como si su huésped se hubiera desligado de él pero no tanto como para dejarle actuar por su cuenta. Gerón estaba pensando y aquello no podía ser bueno. 649 ―Intento sacar a Ethlan de la ruina en la que está―respondió finalmente, alzando la cabeza de Calos de nuevo. ―Eso no nos dice nada―gruñó UrsHadiic. ―Los simplificaré para ti, despertar a la Señora... a Daia. daimión, quiero ―¿Me tomas el pelo? ―En absoluto, y sabes que puedo. Melia miró a su compañero, inquieta. Empezaba a entender lo que quería hacer, pero no conocía los detalles y parecía que el daimión tampoco, aunque no lo mostraba. ―¿La Corona sirve para despertarla?―preguntó. ―Sí, entre otras cosas... ―¿Qué cosas? ―Eso depende... puedo llevarte de vuelta a tu casa sin la Corona, pero la necesito para el ritual, pide lo que queráis a cambio. ―Para empezar, lo que le debes a UrsHadiic. 650 ―Ah, bien, claro, puedo cubriros de oro si queréis, sé donde los viejos idiotas que intentaron gobernar esto antes que yo escondieron sus porquerías para que no las encontrara el enemigo. ―También queremos que nos dejes en paz. ―¿Qué os deje...? ―Te entregamos la Corona y no volvemos a saber de ti el resto de nuestras vidas. Hubo otro momento de silencio, seguido de una sonrisa perturbadora. ―Oh, ya veo... está bien, puedo hacerlo si me entregáis la Corona, voy a decir la verdad: pensaba usar a Melia en el ritual, una tontería, básicamente si no hay dos bicronos presentes la goeteia pierde fuerza, pero si tengo la Corona no me hace falta. Dádmela y no recordaré ni vuestras caras. Se volvió a UrsHadiic, que se limitaba a mirarlo fijamente, sin dejar traslucir ninguna idea. ―Tendremos que pensarlo, déjanos―le pidió Melia, con un ademán. 651 ―De acuerdo, decidle a Calos que se vaya a dar un paseo, volveré mañana. Acto seguido, el chico parpadeó repetidamente y se puso pálido al verles de nuevo. Las miradas que le estaban lanzando debían de aterrorizarle. ―Ah... ¿ha ordenado algo?... ―Que vuelvas mañana. ―Claro, mañana, está bien... Le vieron ponerse en marcha, de vuelta al camino, pero se volvió un segundo. ―Una cosa, ¿podéis darme un sorbo de agua?, todo eso me deja la garganta seca... Melia suspiró. ―Sí, espera un segundo. Después de la marcha del sirviente de Gerón. Pasaron el resto del día y de la noche pensando la respuesta que le darían al Príncipe de Ánax, sabían lo que querían, pero se daban cuenta que habían demasiados detalles no del todo claros. 652 ―¿Sabes si de verdad puede despertar a Daia?, he oído que se intentó varias veces tras la Caída, pero todos fracasaron―le preguntó a UrsHadiic. ―Supongo que si él dice que puede... Ha tenido dos mil años para prepararlo y creo que lo tiene todo. Necesita la Corona de Daia, que llevaba desaparecida mil años y le podemos entregar nosotros, su Cetro, que han tenido bien custodiado en Ánax, y estoy seguro era ese cajón que llevaba con tanto misterio y... una especie de ritual, del que no conozco los detalles, pero con toda seguridad él sí. Es el único Gran Maestro de goeteia que queda. ―¿Nada más? ―Lo dices como si fuera algo sencillo... ―Bueno, visto así lo parece. ¿No pudieron ponerse de acuerdo los Ánax y los daimiones para despertar a Daia si era tan sencillo? ―Yo aún no había nacido entonces, pero creo que el templo estuvo sellado quinientos años tras el hundimiento, y hubo guerras, luchas por el control de enclaves importantes, y todo eso. Si las cosas eran 653 parecidas a como son ahora, estudiarían como sacarse mutuamente los ojos antes que colaborar. Cuando Calos volvió, su respuesta estaba bien estudiada, sabían que la de Gerón también. ―Venid los dos a Entión, a lo alto de la montaña, tengo una pequeña colonia de compatriotas míos allí, estoy seguro que a UrsHadiic no le supondrá demasiado problema alcanzarnos... o huir si no se fía de mí, es un pico pelado, podréis ver desde lejos si escondo algo. ―¿Y el dinero? Melia no estaba tan preocupada por el dinero en realidad (aunque les vendría bastante bien), quería tantearle y evitar que descubriera que lo más importante era poder estar juntos. Si él creía que estaba manipulando a UrsHadiic, que lo creyera. ―En un viejo templo en el norte de Ánax, y cerca de un pueblo llamado Cuarto, está escondido el tesoro de un primo mío que se largó para no volver. Os daré más detalles cuando vengáis. ¿Tenéis la corona? 654 ―Te la enseñaremos allí. Calos-Gerón sonrió. ―Muy bien. Es todo un dolor de muelas negociar contigo, Melia, y creía que el daimión era malo... ―Ella no va a romperte los dientes si dices algo que no me guste, Gerón―intervino el aludido. ―No, pero tampoco me los romperías a mí, en todo caso. Solo al pobre Calos... no es que crea que tienes demasiados escrúpulos para hacerlo, de cualquier forma. ―Espera que nos veamos en la montaña y lo comprobamos. A veces ni Melia estaba segura si la actitud de gorila de UrsHadiic iba en serio o intentaba seguir en el papel que Gerón tenía de él. Sospechaba que un poco de cada cosa. ―¿Eso quiere decir que hay trato? Os espero entonces... ¿vais a darme una fecha? ―De aquí a un mes, no te puedo decir más y no queremos a ninguno de tus espías cerca. Ya ves que UrsHadiic sabe cómo cazarlos y cómo tratarles. 655 La sonrisa de Calos se hizo aún más grande. ―Se te pegan cosas de ese monstruo, Melia. Bien, os esperaré. No habrá problemas, permaneced tranquilos y todos conseguiremos lo que queremos. ―Más te vale. Vieron al pobre chico parpadeando, Gerón se había ido. ―¿Tienes sed?―le preguntó Melia. ―Ah, sí... gracias... No necesitaban un mes para coger la corona e ir allí, pero no querían dar ideas de dónde la habían guardado. Melia apreciaba la casa de Sofía y no quería que Gerón, o alguno de sus esbirros, sospechara algo y la destruyera. Por no hablar que podría poner a descubierto a Baal. ―Ayúdame a levantar la estatua― pidió cuando se aseguraron de que Calos ya estaba lejos. UrsHadiic se acercó y obedeció, mientras Melia cavaba. 656 ―¿A dónde lleva ese camino?―preguntó el daimión señalando el escondido sendero que subía a la montaña. No pudo evitar abrir mucho los ojos y su compañero se dio cuenta. ―Ahh... ninguna parte... ―¿Seguro? ―... es un secreto. ―Vale, mientras no tengas escondido a un hombre. ―Ah... UrsHadiic levantó una ceja. ―¿Tienes escondido un hombre, Melia? ―No... yo no... ―¿La vieja tenía escondido un hombre? ―Algo así. ―De acuerdo. No quiero saber más detalles, ¿seguro que la enterraste aquí? ―Sí, aquí está, noto la madera. 657 La sacó sintiendo de nuevo el calor que desprendía, quitó la tierra alrededor de la caja y la abrió. Era una joya realmente preciosa. UrsHadiic seguía de pie a algunos pasos, sin ningún interés en acercarse. ―¿No quieres verla? ―Ya veo cómo es desde aquí. ―¿Ocurre algo? ―Tengo un mal presentimiento. Melia volvió a cerrar la caja con la Corona dentro y sonrió a su compañero, para darle ánimos. ―Deberíamos prepararnos, no quiero quedarme más tiempo aquí... ¿estás bien? ―No es nada, de repente no creo que sea buena idea ir. ―...¿y qué hacemos con la Corona, entonces? ―No he dicho que no vayamos a ir, solo que de repente hay algo que no me gusta nada. 658 Le pasó los brazos alrededor de la cintura y se apretó contra él. ―Estaremos juntos, ¿de acuerdo?, todo estará bien si estamos juntos. UrsHadiic no respondió. Abandonaron el claro al día siguiente, caminando entre senderos ocultos del bosque, esquivando cualquier posibilidad de que los espías de Gerón les encontraran. Cuando llegaron cerca del optaron por volar, UrsHadiic decidió aquel recorrido porque llamaba menos la atención que por tierra, reduciendo las posibilidades de ser avistados y que reconocieran su origen y destino. Aunque también hacía el viaje más agotador para él. Una vez en las montañas tomaron diferentes precauciones. No fueron directamente hacia lo alto de Etimón. Volaban por encima de algunas peñas de difícil acceso, paraban y caminaban durante varios días, en parte para aclimatarse y en parte para no llamar la atención de los daimiones que podrían vivir por allí. 659 Cuando llegaron más alto de lo que los daimiones acostumbraban a vivir, allí donde la Etimón rompía las nubes, descubrieron un extraño cúmulo de ellas: oscuras y amenazantes, daban vueltas sobre la cumbre, con ráfagas de rayos como chispazos, azules y violetas, saltando de una nube a otra. UrsHadiic decidió ascender primero en solitario y comprobar que no había nada más preocupante que aquello. Melia esperó, observando las nubes. La hacían sentirse algo mareada. Gerón era el culpable de provocar aquel fenómeno, estaba segura, el ritual para despertar al espíritu de la Isla había comenzado. Cuando el daimión volvió, anunció no haber encontrado nada sospechoso en la cumbre, había un campamento y unos tipos apostados en la entrada del templo. Nada que debiera incomodar a alguien como él. Melia abrazó un momento la corona antes de ascender. Tenía una sensación desagradable en el estómago y, al mismo tiempo, un fuerte impulso por terminar de hacer lo que estaba haciendo. Las dos emociones se debatieron un momento, pero solo pudo 660 reconocer que era bastante tarde para dar marcha atrás y volver a perderse entre los bosques con UrsHadiic. Al llegar arriba aterrizaron cerca del campamento. Mientras el daimión volvía a cambiarse, esperaron que alguien saliera a recibirles, pero nadie apareció. ―Muy raro―observó él. Le cogió del brazo y se movieron entre las tiendas, estaban vacías. Todo estaba guardado y en orden, así que el campamento no se había abandonado precipitadamente, pero a Melia le daba escalofríos. ¿A dónde había ido todo el mundo? Continuaron avanzando hasta la puerta del templo, que asomaba de la pendiente de la montaña, ésta ascendía aún más arriba, formando un pico perfectamente cónico: era la boca de un descomunal volcán. Los dos hombres que custodiaban la entrada ni siquiera portaban armas y, al verles, se levantaron con cordialidad. 661 ―Gerón está ocupado, por eso no ha podido salir a recibiros. Esperad aquí, solo será un segundo―dijo uno. ―¿Dónde está el resto de la gente? ―Dentro, hace menos frío y querían ver el Renacimiento. Ninguno de ellos daba la impresión de estar mintiendo. Entonces se oyó un murmullo desde el interior y los guardas les invitaron a entrar, abriendo ellos el camino. Melia cruzó el umbral mirando con inquietud a su alrededor. La entrada y los corredores eran amplios, y los habían dejado bien iluminados, había multitud de estatuas en los pasillos, la mayoría en buen estado, aunque encontró algunas caídas y rotas aquí y allá. En general, aquel interior le recordaba a los palacios de los daimiones, excavados en la roca negra, pero con más luz y los adornos, figuras y dibujos que decoraban las paredes, eran más abundantes y elaborados. 662 Avanzó hacia el interior siguiendo a los vigilantes, ocasionalmente pasaban de largo puertas y corredores oscuros, pero no había nada a simple vista que la intimidara o pusiera en alerta. Empezaba a sentirse hasta cómoda allí. Al volverse hacia su compañero, cambió de opinión. UrsHadiic estaba pálido, y se movía de forma lenta y desacompasada. ―¿Estás bien?―le preguntó. ―Sí... no... Hay algo raro... ―¿Gerón ha hecho algo raro? ―No, yo no he hecho nada. La voz llegó desde el otro lado de la habitación que había frente a ellos: una sala circular con una escalera abierta de caracol en el centro. Gerón les aguardaba, tenía un aspecto horrible y cansado. Melia retrocedió, sin decidirse a entrar. ―¿Qué le pasa a UrsHadiic? 663 ―Es el templo, hace cosas raras a los daimiones, por eso no viven tan arriba en la montaña. ―¿Tú lo sabías? ―Oh, claro, ¿esperabas que os lo dijera? Los dos guardas que les habían seguido se lanzaron entonces sobre el daimión, sujetándole de los brazos y haciéndole caer de rodillas. ―¿Qué hacéis? ¡Dejadlo! Melia empujó a uno de ellos, pero vio como el otro sacaba un puñal escondido en su cinturón y lo acercaba al impotente daimión acuclillado. Gerón sonreía. ―No es nada, no quiero que embrolle este asunto, simplemente. Cuando todo acabe podréis hacer lo que queráis. ―¿‹‹Cuándo todo acabe››? ―Acércate, Melia. ―No, suéltale. El príncipe suspiró. 664 ―Lo digo en serio, puedo quitarte la Corona y arrastrarte hasta aquí, intento ser dialogante. ―Eres un imbécil, es lo único que consigues ser. ¡Suéltale! ―Insisto, Melia, has pasado demasiado tiempo con esa bestia. Acércate, cuánto antes terminemos mejor para todos. Se volvió para mirar a UrsHadiic. Su compañero se movía sin fuerzas, el firme amarre de su captor era puramente superficial cuando el infeliz daimión apenas tenía el vigor suficiente para levantar la cabeza y hablar. Se le encogió el corazón y sintió una gran congoja por verle así. Iba a matar a Gerón por aquello. Al entrar al salón y aproximarse al Príncipe de los Ánax, se dio cuenta que había más gente a su alrededor... desmayados en el suelo junto a la pared. ―¿Qué es esto?, ¿qué les pasa? ―Duermen... ven, sube las escaleras. 665 ―¿Los has matado? Gerón estaba perdiendo su habitual paciencia. Su rostro se contrajo y enrojeció, súbitamente parecía más viejo y terrible. ―No, solo duermen―respondió con irritación, pero en se guida su voz comenzó a serenarse de nuevo―. Imagino que no tienes un buen concepto de mí, pero esta es mi gente, me preocupo por ellos, estoy haciendo esto por ellos, y ellos lo saben y se han ofrecido voluntarios. ―¿Voluntarios?, ¿para qué? Uno de los guardas le dio un pequeño empujón, obligándola a seguir andando hacia las empinadas escaleras de caracol. Mirando repetidamente atrás, Melia empezó a subir detrás de Gerón. Intentó ver una última vez a UrsHadiic antes de que el suelo del piso superior le tapara. El vigilante que la seguía quedó haciendo guardia a los pies de las escaleras. 666 Al llegar a lo alto, sintió un fuerte viento golpeándola en la cara. Sobre su cabeza las nubes giraban formando un oscuro vórtice. Estaba en la cima del volcán, abierta completamente a los cielos. El cúmulo envolvía el cono como un abrazo, girando rápido sobre ellos, lanzando aquellas pequeñas descargas eléctricas. Las paredes del interior de aquella sala debieron estar decoradas con magníficos adornos que ahora no eran más que fragmentos de roca diseminados por todo el suelo de la estancia, haciendo complicando el caminar. En la estancia solo permanecía en pie, inamovible, un trono tallado directamente sobre la roca negra. ―La Corona... Gerón le hizo un gesto para que se la entregara. Melia dudó un instante antes de tenderle la caja donde la guardaba. Cuando la tuvo en sus manos, el príncipe la abrió un momento para mirar y luego, con una amplia sonrisa triunfal, se giró y se acercó al trono. 667 En cuanto le dio la espalda, Melia se agachó, cogió una piedra del suelo y escondió el brazo a su espalda. ―¿Ya está entonces?, ¿nos podemos ir?―el viento hacía que su voz sonase lejana―. No necesitas nada más. Gerón sacó la Corona de la caja con aire servicial y la colocó en lo alto del trono. Hizo lentos movimientos con la mano, que Melia reconoció como goeteia, aunque desconocía su función. Entonces el hombre se acercó a la caja que ya había visto antes y sacó otra joya. Un báculo de oro, alargado y terminado en una brillante piedra roja. El viento se agitó aún más, aullando con ferocidad a su alrededor. ―No, no podéis iros aún, no es tan sencillo. Verás, Daia murió, es difícil de explicar, pero no se puede resucitar a los muertos. ―¿Qué intentas entonces? Tenía que gritar para hacerse oír, sobre ella, el vórtice se había hecho visiblemente mayor. Sintió una desagradable sensación en la boca del estómago, el 668 impulso de salir huyendo de allí, sin embargo, continuó acercándose, poco a poco, a Gerón. ―Um... Daia en sí, es Ethlan, en el fondo no puede morir mientras la Isla exista, pero para ‹‹vivir››, para despertarla de nuevo para nosotros, necesita un lugar donde alojar su consciencia. Gerón se había vuelto con una sonrisa, y Melia le lanzó una mirada asesina. ―Ni se te ocurra. ―No será doloroso, será un honor, serás una gran reina, seguirás manteniendo parte de tu persona. ―¡Y una mierda! ―Mira el vórtice, está creciendo, aunque intentes escapar ahora no podrás, y menos con el daimión como está―el Príncipe de Ánax colocó también el Cetro sobre el trono, y continuó haciendo signos sobre el mismo―. No se puede usar un simple humano para despertar a la Señora, no aguantaría todo el poder de Daia, es necesario el poder de la goeteia para contenerla, y los daimiones tampoco sirven, sus espíritus están subordina... 669 Melia se había acercado hasta ponerse a su lado, Gerón se dio cuenta que estaba allí y fue a girarse aún con la palabra en la boca, pero antes de darle tiempo a que hiciera nada levantó el trozo de roca caído y golpeó con furia sobre su cabeza. El hombre se inclinó y trastabilló, mareado, pero aún podía moverse; hasta que ella volvió a golpearle, con todas las fuerzas que era capaz de reunir. Gerón cayó al suelo inconsciente. Le tocó con una pierna para comprobar que no se movía y dio algunos pasos hacia atrás para alejarse. Miró a lo alto. Tenía razón, el vórtice crecía, desde que había colocado la Corona sobre el trono, había crecido como una boca abierta acercándose para devorarles. Y, en medio de las siniestras nubes, Melia podía ver una insoportable oscuridad. Se mordió un labio, asustada. Corrió de nuevo a las escaleras. Todo el mundo en el salón se había desmayado, hasta los guardas. 670 ―¡UrsHadiic!, ¡UrsHadiic!―llamó―. Tenemos que irnos, rápido, por favor. Se arrodilló junto a él, le cogió de los hombros e intentó comprobar que se encontraba bien. El daimión parpadeó un momento, débil. ―¿Qué... qué ocurre? ―Tenemos que irnos. Parecía medio dormido, intentó moverse, pero a lo justo alcanzó a ponerse de rodillas. Melia lo abrazaba, no iba a marcharse sin él. ―¿Qué ha ocurrido? ―Se acerca el vórtice... viene a por nosotros... En ese momento las luces de la sala se apagaron y solo se oyó el rumor del viento, que crecía, crecía hasta envolverlo todo. ―¡No te veo!―gritó consternada. ―Yo sí... Los brazos de él la rodeaban también, con las pocas fuerzas que tenía. 671 Sintió calor. Era agradable, una sensación confortable, que, al principio, no supo reconocer. Entonces sintió que los brazos de su compañero se aflojaban. ―¿UrsHadiic? ―Ya... no te veo tampoco. ―¡UrsHadiic! No la estaba soltando, estaba desapareciendo. La oscuridad la había alcanzado. Empezó a llorar. ―UrsHadiic... no me sueltes... UrsHadiic... ―...Melia... Su voz sonaba lejana, dejó de notar sus brazos. Siguió gritando a las sombras, desesperada por una respuesta. Los gritos no le permitieron darse cuenta que el viento se había detenido. Flotaba en la oscuridad. 672 La oscuridad por la que había viajado en sus sueños. Familiar y cálida, y horrible. ―¿UrsHadiic? ¿Qué había sido de él?, ¿dónde estaba?, quería volver, necesitaba volver... Algo susurró tras ella, pero al darse la vuelta, solo había más oscuridad. El susurro se oyó de nuevo. ―¿Qué ocurre? ―Te están llamando... ―¿Quién es? ―Te llaman, te necesitan. ―¿Qué está pasando?, ¿quién eres?, ¿Gerón? Le había parecido la voz del príncipe Ánax, pero era diferente, más suave y femenina. ―Te llaman, ve a verles... enséñanos el camino de vuelta... ―¿Y UrsHadiic?, ¿dónde está? 673 ―Guíanos... guíanos de vuelta a casa... Vio una luz a lo lejos. Crecía. ¿Volver a casa?, ¿eso estaba haciendo? ―Ve... guíanos... ―¿UrsHadiic…? ―Todos iremos, guíanos… Se acercó a la luz. Era amarillenta y débil... como una bombilla antigua... Extendió lentamente una mano, tocándola con la punta de los dedos. La luz creció, la luz creció y la envolvió. Sintió que, por un momento, se quedaba sin aire y, al instante siguiente, un fuerte dolor por todo el cuerpo, y voces, y pitidos, y caos. Durante varios minutos fue lo único que sintió, su cuerpo pesado y dolorido y un gran alboroto a su alrededor. Su cabeza tardó un segundo en ordenar las cosas y su cuerpo un poco más en relajarse. En cierto momento se dio cuenta, de forma sorprendente, de que tenía los ojos cerrados. ¿Por qué tenía los ojos cerrados? 674 ―Esperan a que salgan...―oyó que alguien decía cerca. ―Al menos no encuentran nada... ―...tonces, ¿por qué...? ¿Por qué? Empezó a abrir los ojos, pesaban, era difícil. Vio luz, blanca y fría. Había gente cerca de ella, la miraban. Tuvo que abrirlos y cerrarlos varias veces, no parecían estar funcionando bien. Tardó un poco, pero reconoció aquellas caras. ―¿Mamá?, ¿papá? Sus padres se echaron a llorar y, solo por aquel momento, se sintió completamente feliz de estar de vuelta en casa. 675 Capítulo 26 Daia El daimión hubiera llorado, si tuviera fuerzas. Le rodeaba la oscuridad, algo a lo que no estaba acostumbrado. Para los ojos adaptados a la noche de los daimiones, la penumbra absoluta solo aparecía en sueños. Melia se había ido, se había ido de entre sus propios brazos. Se había quedado solo. Otra vez. El dolor en el pecho era terrible, pero no podía llorar, apenas sentía su cuerpo, no podía hacer que llorara. 676 La había perdido. La tenía en sus brazos hace unos segundos... ¿Por qué no podía llorar, al menos? Entonces con una agradable lentitud, todo volvió a iluminarse. Seguía en el suelo, de rodillas, en la habitación circular del templo de Daia, con un montón de gente dormida a su alrededor. De lo alto de las escaleras caía, con la suavidad de una cortina de seda, una luz dorada. Vio que alguien bajaba. Una figura alta y extraña. Estaba vestida con un largo traje negro, que parecía hecho de la oscuridad que los rodeaba, llevaba un centro en un brazo, acunado como a un niño, y una gran corona de oro en la cabeza. No la había visto nunca, pero la reconoció. Daia. La Gran Reina le resultaba familiar, reconoció parte de sus rasgos de Gerón y otra parte, no lo eran. Se alzaba más alta que ningún humano y su forma se 677 desdibujaba entre las luces y sombras de su alrededor. ―Hola, mi niño. ¿Qué te ocurre? No contestó, aunque hubiera podido, no quería decir nada, solo que le dejaran llorar de verdad. ―Ooh... ya veo―la Reina se inclinó sobre él y le dio un beso en la frente―. Has perdido un mundo, ¿verdad? Daia le miraba, el dolor se mitigó. ―Yo también... perdí un mundo porque no pude entenderlo... Pero ya pasó. ¿Quieres recuperarlo?, ¿quieres ayudarme a recuperar nuestro mundo? UrsHadiic se agitó, intentando moverse. ―...Melia...―pudo susurrar. ―¿Quieres ser mi heraldo? Dame tus alas y recuperaremos nuestro mundo y, esta vez, lo haremos bien. UrsHadiic agachó la cabeza. ¿Dar sus alas...? Si eso podría devolverle a Melia, lo que fuera, podía coger lo que quisiera de él... 678 Capítulo 27 Fin… Despertar en una cama de hospital fue un retorno a la realidad muy desagradable, aunque su recuperación física fue rápida y sorprendió a quienes la rodeaban. Mientras estuvo ingresada, pudo oír las historias más increíbles sobre ella y lo que había pasado la tarde que desapareció. Solo había estado ausente nueve días en aquel mundo, o, más bien, tres, es lo que tardaron en encontrarla después de que su cuerpo cayera al mar. Y fue increíble para todo el mundo encontrarla con vida, aunque inconsciente. Su historia había salido por la tele. Sus compañeras del equipo de baloncesto le prometieron que le traerían un portátil con el vídeo. 679 Nadie consiguió explicarse lo que había ocurrido, y ella no se sentía por la labor de contestar. Recibió varias veces la visita de una psicóloga que no dejaba de hacer preguntas incómodas. Melia solo quería que la dejaran en paz y asumir, poco a poco, que estaba de vuelta en casa. Nadie se iba a creer de todas formas por lo que había pasado, no quería que le diagnosticaran algo que no tenía. No habló a nadie del niño Gerón... ni de nada de lo que pasó después, solo que había sido un accidente. Por eso la maldita psicóloga trituraba sus nervios, no dejaba de preguntarle cómo se sentía. ¿Qué le iba a decir? No podía... Nadie podría saberlo nunca... Nadie sabría de la Isla, ni de Glauco, ni de Culebrilla, ni Sofía... Nadie iba a saber nunca de UrsHadiic. 680 Volvió a casa después de un mes de vigilancia y pruebas. No se podían creer que una persona que cayera el mar en una tormenta y reapareciera tres días después estuviera en tan buen estado. Tenía varios dolores musculares y había empezado a desarrollar algo de sordera en un oído, todo lo demás, funcionaba perfectamente. Bueno, menos su cabeza. Aún fuera del hospital tenía que visitar con regularidad a un especialista para comprobar que las cosas marcharan como debería. La sombra del suicidio volaba sobre las cabezas de la familia y su comportamiento no les aliviaba, se había vuelto huraña y cuando se forzaba a fingir normalidad solo empeoraba las cosas. Melia se sentía muy infeliz y confusa en su vuelta, y le era muy difícil disimularlo. Tenía 17 años otra vez, conocidos a los que no reconocía y preocuparse por los estudios y qué carrera iba a elegir, cuando prácticamente los había olvidado. Y si la frustración por su futuro, y la añoranza por todo lo que había dejado atrás, no la mantenía 681 continuamente hundida, eran sus sentidos los que la alteraban: ya no funcionaba al mismo ritmo que el resto del mundo, todo iba muy deprisa, podía ver pasar el tiempo como las ruedas de una maquina girando a gran velocidad, sentía vértigo y náuseas. No podía acercarse a la televisión, ni salir a la calle y ver cómo se hacía de noche. Durante sus primeras semanas de vuelta en casa, se pasaba días enteros en la cama, o sentada en una esquina de su habitación, con las persianas bajadas, intentando ignorar el mundo de fuera. Afortunadamente, fue mejorando con el tiempo, aquel era originariamente su mundo, había nacido allí, tendría que acostumbrarse de nuevo. Cuando se sentía agobiada se sentaba en una esquina y se ponía a entretejer abalorios. Eso la calmaba. Familiares y conocidos quedaron bastante perplejos por su nueva afición y su habilidad, ya que la última vez que la habían visto aún se liaba con los nudos de los cordones. Había sido así de manazas. Durante más de un año estuvo completamente absorbida en su mundo, negándose a mirar hacia el 682 exterior más de lo necesario. Perdió aquel curso, pero estudió y consiguió acceder a la escuela de Bellas Artes el año siguiente. De esta forma, no supo hasta mucho más tarde que un gigantesco volcán había hecho erupción en el Océano Atlántico, la mayor explosión registrada en la historia. Al principio la noticia solo interesó a algunos geólogos y especialistas que la recogieron en sus aparatos, ya que estaba prácticamente en medio de ninguna parte bajo las aguas y no afectó a nadie. Apenas era una curiosidad. Pero, con el pasar de los meses, las cosas cambiaron. El volcán crecía a gran velocidad, las costas del norte de África y sur de Europa recibieron varias mareas altas que sembraron el caos en algunos lugares. Y el oscuro anillo de una cima humeante asomó de entre las profundidades marinas, arrojando gigantescas nubes que se extendieron hacia el oeste y, desde allí, a todas las partes del globo. Ocurrieron graves problemas con el transporte marítimo y aéreo en la zona. Se previeron alteraciones de los ciclos biológicos en todo el globo, 683 descensos en las temperaturas a escala mundial, conflictos con las cosechas, hambrunas y tormentas. Todos los medios pasaron el verano siguiente a su vuelta preocupándose por aquellos cambios radicales y discutiendo cómo aminorar sus consecuencias, mientras, el gigantesco volcán en medio del océano seguía creciendo. Para cuando fue el momento de empezar sus clases en otoño, había un extraño clima apocalíptico a su alrededor. El único cambio que Melia había llegado a sentir era más frío que de costumbre, y no podría decir con seguridad que el volcán tuviera algo que ver, así que continuó ignorando la noticia más tiempo. No la impactó de ninguna manera, seguía absorta en sus propios problemas... Un día, a finales de invierno, vagabundeaba por una tienda de revistas, buscando fotografías interesantes para realizar un collage para la universidad, cuando observó en la portada de un periódico una imagen por satélite del misterioso volcán. 684 Ella conocía la forma oscura que empezaba a adivinarse sobresaliendo del lecho marino. La había visto, en un mapa, en un libro de tapas rojas. Era Ethlan. Gritó y dio un salto atrás, mirando consternada a su alrededor, pero solo se encontró las miradas vacías o sorprendidas de los clientes de la tienda. Con el corazón latiendo apresuradamente, salió corriendo del local, en dirección al puerto. Había nieve en la calle, el suelo era traicionero, pero no le importó. Pasó entre algunos valientes caminantes del paseo y bajó hasta el muelle. Habían recibido un par de aquellas mareas altas hacía varios meses, y acumularon por diferentes zonas del puerto sacos de arena en previsión a que vinieran más, los barcos también amarraban en una zona diferente. Pero el paseo de piedra, aquel por el que se cayó hacía tanto tiempo, seguía igual. 685 Soplaba el viento con fuerza, como siempre. El mar rugía, agitado, con algunos copos blancos y perezosos balanceándose en el aire, siguiendo las corrientes del viento. Melia no sabía qué esperar al correr hacia allí, no sabía qué esperar de nada. Sintió deseos de gritar y lo hizo. Aterrorizando a dos gaviotas que escaparon del paseo y alzaron su vuelo al cielo gris plomizo. ―Oh... vas a hacer que te tomen por una loca... ―dijo alguien tras ella. Melia se volvió, gruñendo. Sabía de quién era esa voz. ―¿Qué haces tú aquí, Gerón? ―¿A ti qué te parece? Estamos preparando el terreno. ―¿Preparando? ―Te consideraba más inteligente. Ethlan se alza de nuevo, Ethlan vuelve a casa... Pero no va a ocurrir de un día para otro. 686 ―¿Qué va a pasar?, ¿va a aparecer todo el mundo de allí aquí como caído del cielo? ―Más o menos, cuando esté preparado, las puertas se abrirán de nuevo y la gente pasará. ―¿Cuánto tardará eso? Gerón se acercó a la helada barandilla y, desafiando el hielo, se subió a ella, apoyando un pie en lo alto y otro en la barra inferior. ―Algunos siglos. Melia cogió una bocanada de aire helado. Unos siglos, muy bien... El dolor no se iba. ―Pero eso no te interesa, ¿verdad?―inquirió Gerón―. No, quieres saber si podrás volver a ver al daimión. ―...¿y a ti que te importa? ―Me importa, me importa todo el mundo, ¿no te has dado cuenta?, Daia es parte de mí, tú perdiste la ocasión, ahora el honor es mío y es algo magnífico. 687 Le vio levantar los brazos, desafiando aún más a los elementos. ―Vas a caerte. ―¿Intentarías cogerme? ―No, ahógate. Le oyó reír. ―Destruiremos un poco, habrá caos algunos años, pero todo acabará bien. A veces hay que destruir cosas, para permitir que crezcan otras nuevas. Por eso la gente muere. ―Morir no es agradable. ―No, pero buscaremos el equilibro, después de estos años de oscuridad, Ethlan se levantará con todas sus fuerzas, los humanos tendrán una nueva Edad de Oro y, esta vez, todos la disfrutaremos. ―Bonito, muy bonito. Díselo a los chalados que lanzan sermones sobre el Apocalipsis en la plaza. ―Ja, ja, ja... es difícil impresionarte. 688 ―Muertos, años difíciles y cientos de ellos antes de que ocurra nada. Qué bien, no estaré viva para verlo. ―Eso no lo sabes, sigues siendo una bicrona, has estado en Ethlan, has conocido la goeteia, eres una persona con poder, te asombrarías lo que podrías hacer si quisieras. Se quedó en silencio, aquello no le importaba nada. Gerón bajó de un salto y se plantó frente a ella. ―Está aquí. ―¿Qué?―preguntó, parpadeando confundida. ―Está aquí... es nuestro heraldo. Ha perdido sus alas... una parte del ritual que se me olvidó comentarte también, disculpa. No podrá transformarse nunca más, pero está aquí. ―¿Dónde? ―Buscándote, posiblemente, ha sido un poco difícil hacer que se centre en su trabajo, pero no nos importa. Quizá deberíamos decirle directamente donde encontrarte... 689 ―¿UrsHadiic?, ¿hablas de UrsHadiic?―había empezado a llorar, le oía incrédula, con miedo de creer en lo que decía. ―Sí, ¿qué otro? Un dolor de muelas, hasta Daia lo cree. ―¿Dónde está? ―No muy lejos, le di algunas pistas, pero es un tanto espeso el chico. ―Dímelo, por favor... ―No tan deprisa, las cosas buenas requieren paciencia y tiempo para prepararse. ―¡Gerón!, ¡Daia!, lo que seas, habla o te tiro al agua. ―Oh, infeliz, ¿qué crees que nos hará eso?, aparte de mojarnos. Ven por el puerto de vez en cuando, quizá algún día te encuentres una sorpresa. Gerón-Daia dio media vuelta y comenzó a alejarse sin añadir nada más. Melia decidió seguirle, pero apenas había caminado unos pocos metros cuando se esfumó en el aire. 690 Quedó en medio del muelle, sola a excepción de los pequeños barcos de pesca atracados balanceándose a sus pies y los gritos de las gaviotas sobre su cabeza. No tenía razón alguna para confiar en Gerón, sus palabras la habían dejado al mismo tiempo impaciente y descorazonada. Sin embargo, sabría que a partir de entonces hasta que hiciera falta, volvería al puerto, todos los días. *** Edición Gratuita Atención: Esta edición gratuita se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 691 Si te gusta la novela ¡ayuda a la escritora!: Compra una copia del libro en Fantasía y Aventura: http://www.fantasiayaventura.com Deja un comentario en mi blog: http://www.ayrtha.com/velanima ¡Comparte la novela! 692