14 esteban de gori - Convergencia Revista de Ciencias Sociales

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Notas Sociológicas sobre la Cumbia Villera.
Lectura del Drama Social Urbano
Esteban De Gori
CONICET-UBA
Resumen: En este ensayo sociológico analizamos el fenómeno cultural, discursivo y
simbólico de la cumbia villera en la Argentina, considerándola como uno de los tantos
lenguajes de la dramática realidad social. Específicamente, y ése, su caso singular, es un
lenguaje y una lectura de la devastación y descolectivización social provocada por las políticas
neoliberales sobre los sectores populares. En sus recorridos musicales, de los cuales
pretendemos dar cuenta de los diversos momentos de la cumbia como género musical, los
temas, las preocupaciones, prácticas sociales y posiciones se van modificando en relación con
los trastocamientos políticos y económicos acontecidos en la década de los noventa.
Palabras clave: cumbia villera, género musical, prácticas sociales, identidad villera, drama
social.
Abstract: In this sociological essay i analyse the cultural, simbolic and discourseve
phenomenon of the cumbia villera in Argentine. Considerately that like one of the lot of
languages from the dramatic social reality specifically, in its singular case, it is a language
and a reading of the social devastation and discollectivization that was provoked because of
the neoliberal politics over the popular sectors. In its musical courses, about that i aspire to
demonstrate the diverses moments of the cumbia like a musical kind, the songs, the worries, the
so cial prac tices and po si tions change in re la tion to the pol i tics and eco nom ics
transformations that happened in the ’90 decade.
Key words: cumbia, musical gender, social practice, identity, social drama.
Notas rápidas acerca de la música
proximarse a la cumbia, como obra y género musical, como
música sin más, 1 es considerarla ¾utilizando una
conceptualización de Simmel¾ como una “rítmica de la
expresión, como vibración del sentimiento mas allá de lo fijable por
concepto, como aquella ordenación temporal y dinámica del ofrecer,
mas favorable para nuestra facultad de aprehensión, como directa y
continua transmisión de un estado de animo que con palabras y
A
1
Considerando así como estéril cualquier concepción que no estime a la cumbia como
género u obra musical.
ISSN 1405-1435, UAEM, México, mayo-agosto 2005, núm. 38, pp. 353-372
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conceptos solo podría comunicarse fragmentariamente” (Simmel,
2002: 62). Si se entiende al sentimiento y al ánimo no como atributos
esenciales, sino como construcciones culturales. Ambos mantienen un
lazo con la música, ese eco sonoro que a través del tiempo va
adquiriendo, según Weber, una lógica racional, está asediada por el
desborde de lo subjetivo. Ver a la obra musical sólo como un
compendio de reglas de solfeo, de tiempos calculados entre las
diversas notas y de un discursivo particular es insuficiente; pues se
deben tomar en cuenta los ánimos sociales. Aquello que anima la
música y que reúne a sus músicos y sus públicos. “La música se conecta
con los ánimos más fugaces: la música trae los ánimos a la vida, porque
los ánimos trajeron la música a la vida” (Simmel, 2003: 34). Siguiendo
este planteo podemos esgrimir que esos ánimos sociales dieron lugar, o
se constituyeron como condición de posibilidad de la cumbia como
género musical y relato de la vida urbana. Ánimos sociales sometidos
al peso y a la turbulencia de la historia política argentina, y alimentados
y cincelados por la cultura. Ese “término agrupador” (Thompson,
1995: 10) que condensa en su conjunto “los ritos, las formas
simbólicas, los atributos culturales de la hegemonía, la transmisión
intergeneracional de la costumbre y la evolución de la costumbre
dentro de formas históricamente específicas de relaciones de trabajo y
sociales” (Thompson, 1995: 10). Y que su politicidad se devela como
resumen histórico y político de una lucha inerradicable entre grupos
sociales.
La cumbia argentina, en esa búsqueda ferviente y particular de
aliarse a los ánimos sociales y de subordinarse o resistir a los rasgos
culturales hegemónicos, se recrea como una fórmula expresiva, como
un lenguaje de la realidad nacional; que aunque fragmentado y
parcial, y sin ambicionar la composición de una interpretación total del
mundo social argentino, es un lenguaje más, un lenguaje del territorio.
Ese género musical que en su búsqueda suele vincularse, según las
circunstancias, inmediatamente o mediatamente a los ánimos sociales
pretende intervenir y aportar rasgos propios en la cultura argentina.
Rasgos distintivos que forjen o perduren como una tradición musical.
Por ello también aspiran a constituirse en un lenguaje de y en la nación.
Un lenguaje urbano, de entonación, entrelazado en ritos y discursos
cotidianos, que aportan distinciones entre los grupos sociales y que
otorgan un espacio identitario que integra, mayoritariamente, a las
voluntades juveniles.
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La cumbia, en todos sus estilos, constituye una lectura y un lenguaje
del vínculo social y de las vidas cotidianas populares. Una lectura
sujeta, por un lado, a la intensidad que tiene sobre el vínculo social la
disputa política y, por otro, por las pretensiones de adaptación,
integración y resistencia que ella misma posee como movimiento
cultural. Porque hasta la propia cumbia villera paradójicamente, que
pretende ser una lectura y un lenguaje de la devastación y
descolectivización profunda del vínculo social y de los ánimos
sociales, es la que más se ha esforzado por provocar una mayor
integración simbólica entre sus seguidores. El bandolerismo urbano
como realidad y metáfora discursiva ha elaborado un compendio de
rasgos identificatorios: ritos, entonaciones, resignificación e
invención de palabras, una vestimenta particular y un destino posible
de las biografías.
Momentos de la cumbia argentina
A fines de los años ochenta hace su aparición masiva la cumbia. Poco a
poco se instala como un género musical que ambiciona ser masivo y
popular.
Aquello que durante años había sucedido subterráneamente en
pequeños clubes y con pocos adeptos, emergía con una renovada e
insólita fuerza y se coloca definitivamente en los primeros años de la
década de los noventa con grupos y personajes conocidos. En ese
proceso, ese público juvenil, sobre todo de los sectores populares que
anteriormente se encontraban vinculados a otros géneros musicales,
comienza a optar por un género que en principio se encuentra más
aliado, en términos discursivos y simbólicos, a sus vidas reales
inmediatas.
Para profundizar dichos argumentos dividimos analíticamente en
tres momentos el despliegue de la cumbia argentina, sabiendo que
dichos momentos convivirán todo el tiempo con intensidades
diferenciales. En estos intentaremos vincular dicho género musical
con algunos rasgos políticos, económicos y culturales del país; porque
“es un error creer que la nación carece de influencia sobre el desarrollo
de la música” (Simmel, 2003: 44).
La Fiesta
Después de la hiperinflación, con sus disciplinamientos y
desplazamientos de riquezas sociales de los sectores populares hacia
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los sectores dominantes, aparece la fiesta. Y la fiesta aparece ligada al
olvido. Ya que mediante el olvido se puede captar el mundo y narrarlo
como fiesta. Sin este acto del olvido que desplace el mal social ¾esa
guerra subterránea sobre los cuerpos populares¾ la fiesta, como
revivificación de la existencia, no podría emerger. Después de este
olvido, el cual parece ser condición para la fiesta, las imágenes del
desastre social y sus metáforas se tornan erosionadas y sin fuerza
sensible.
No sólo surgirá la denominada “fiesta menemista” referida a los
actos de corrupción vinculados a las privatizaciones ejercidos con un
estilo grotesco por parte de la clase política. La alianza entre los
sectores dominantes y el disciplinado menemismo (peronismo) se
festejaba con derroches de empresas regaladas y ampliación del
consumo.
Pero también surgiría otra fiesta, que como lenguaje del vínculo
social instaurado, daba cuenta de esa “estabilidad lograda” y de esa
percepción. Ese lenguaje, según Zizek (1998), logró alcanzar formas
de convivencia despojadas de la conflictividad estructural que
caracterizaba al periodo anterior, a saber: el conflicto entre clases
sociales y el conflicto entre naciones dependientes y naciones
dominantes.
Aquella festividad, desterradora de toda beligerancia social y
política, fue expresada y difundida por la cumbia.
Ese cuerpo popular vapuleado merecía su época de remanso y
fiesta. Ésta será el articulador temático, conceptual, de los primeros
cantantes de cumbia: Alcides, Ricky Maravilla, Pocho “La Pantera”,
Miguel “Conejito” Alejandro, Lía Crucet, “la Tetamanti”, Gladys “La
Bomba Tucumana” y otros.
Lentamente se va constituyendo un público, así como un puñado
significativo de seguidores. Pero dicho género, por primera vez,
comenzaba a trascender los ámbitos lo cales a partir de su
incorporación a un mercado y un circuito nacional. La
mercantilización de la vida cultural, propiciada por el neoliberalismo,
encontraría en la cumbia un producto novedoso, principalmente un
producto que aumentaba su rentabilidad a partir de la vulnerabilidad
simbólica y laboral en que se encontraban los grupos musicales,
cantantes, autores, etc. Rasgo que persistirá con mayor profundidad
hasta nuestros días.
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Ese público, que se va conformando, reafirma su identidad a partir
del vínculo con los cantantes y con las canciones. Las vinchas, todavía
ligadas a las usadas en las peregrinaciones religiosas a la Virgen del
Luján, se transforman en los distintivos de cada cantante. Y las
caminatas a la Basílica de la Virgen de Luján comienzan a plagarse de
vinchas con el nombre de Alcides, Ricky Maravilla y otros; así como
de inmensos grabadores que acompañan la caminata (el trayecto) al
ritmo de la cumbia.
Entre los rasgos identitarios fundamentales lo constituye la
simpleza discursiva y retórica de las canciones, así como la
proveniencia social de los cantantes.
En esa fiebre cumbiera, la cumbia pensó en el poder y el poder no
pudo dejar de soñar con ella. Alcides y Riki Maravilla fueron tentados
por el menemismo. Este último soñó, con la promesa de Menem, de
convertirse en gobernador de Salta y el Alcides con subirse a los
escenarios del brazo de algún político. Esa imaginación de la cumbia
por el poder tenía límites culturales por parte de los mismos valores
culturales hegemónicos. El salto de la escena popular al poder político
estaba vedado para los cantantes de cumbia. Juan Carlos Romero2
sustituyó a Ricky Maravilla en Salta y así concluía el debate político y
cultural. El sueño de caminar por los mismos senderos que Palito
Ortega 3 no funcionaría para aquellos provenientes y aliados
retóricamente con las peyorativas consideraciones hacia el gusto
popular.
Otro rasgo importante es la significación de los cuerpos femeninos
de este género, que en este primer momento se presentan como meros
objetos, como meras mercancías escenificadas. Allí radica la potencia
de las ventas de entradas y discos. ¿Quién no “reconocía” a Lía Crucet
por sus semidesnudos en los escenarios o las insinuantes minifaldas de
la Gladys “la Bomba Tucumana”? El sueño sensual de la Cicciolina4
era resignificado, no ya para los cuerpos parlamentarios o para una
carrera electoral, sino para un ascenso a los escaños de la cumbia. Esa
sensualidad se mercantilizaba en objeto “cárnico”, visual y grotesco de
2
Actualmente gobernador de la provincia de Salta.
Candidato a gobernador de Tucumán por parte del Partido Justicialista.
4
Actriz porno italiana.
3
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deseo. Contribuyendo a profundizar las figuras y concepciones
machistas y a desplazar a la mujer a los espacios de la mera sensibilidad
y sensualidad.
El drama cotidiano
A mediados de los años noventa con las primeras sensaciones del
resquebrajamiento del lazo social a partir del desempleo, ese aliento
festivo se transforma en un dramatismo cotidiano y pasional. La
cumbia empieza a realizar una lectura atenta del comienzo del drama
social. Drama expresado en las disoluciones cotidianas, en los
sentimientos contrariados, infidelidades, amores furtivos y no
correspondidos. El dramatismo cotidiano y aquel vinculado con el
amor conjuran la mirada festiva. En esas letras se anunciaba, a su
modo, el fin de la fiesta menemista, esa chorreante y torrentosa
imaginación de consumo y bienestar infinito y sobre todo, ese
imaginario superficial que la fiesta le había arrebatado a los actos de
la vida cotidiana.
En este nuevo momento emergen los grupos musicales. Las figuras
de los cantantes comienzan a desplazarse o, a colocarse en tensión con
la emergencia del grupo. Entre ellos: Ráfaga, Sombras, Gilda, La
Nueva Luna, Malagata, Tambó-Tambó, Amar Azul, Los Charros,
Green, Red, Alazán, etcétera.
A diferencia de los cantantes de los primeros momentos, la mayoría
compartía cierta trayectoria musical. Es una cumbia de grupos
musicales porque es una cumbia de músicos. En este momento hay una
búsqueda musical, un intento (y logro) de componer una cumbia
argentina, una fórmula expresiva propia. Dicha búsqueda estará
orientada a dialogar, retomar, fusionar y resignificar los ritmos
latinoamericanos, especialmente colombianos y venezolanos. De ese
dialogo y fusión, y de una larga tradición inaugurada por Los
Wawanco, surgiría una partitura original y territorial.
El drama cotidiano, vivencial y amoroso se constituye en el
articulador de este momento. Pareciera que esa guerra social
subterránea del neoliberalismo se expresaba en la superficie corporal
y sentimental de la cotidianidad popular. La cumbia se presenta como
el lenguaje del primer drama, ese que se extiende rápidamente en el
núcleo anímico y sentimental de las relaciones cotidianas.
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Otro de los rasgos fundamentales de este momento es la
resignificación que realiza Gilda (Myriam Alejandra Bianchi) del
espacio de la mujer en la cumbia. Ella subvierte la idea de la mujer
como mero objeto, como mera carne escenificada a partir del
despliegue de su saber musical y retórico en cada escenario. Es la
compositora o cantante de vidas de mujeres sufrientes o vengativas, de
vidas furtivas, ingeniosas, pero no sometidas a las voluntades
absolutas de una festividad de características machistas e
instrumentales, que desplazaban a la mujer a las zonas de sensiblería y
cursilería. Ella muere en la ruta, trabajando como lo hizo desde
siempre. Sólo esa maestra jardinera que abrazó muchos niños en aulas
y escenarios, que poseía los viejos gestos de un lejano evitismo
escenográfico, pasional y artístico podía convertirse en santa popular.
En su pasión estaba su excepcionalidad (Sarlo, 2003: 25). Por ello su
cuerpo fue santificado por sus seguidores tan dolientes y alegres como
ella.
En este momento no podemos dejar de considerar a Rodrigo
(Rodrigo Bueno), tal vez otro cantante excepcional, sobre todo por su
logrado intento de conciliar los rasgos festivos con aquellos
dramáticos. De su ligazón con el corpus discursivo del cuarteto
cordobés de Carlos “la Mona” Jiménez surge su recuperación de un
dramatismo pasional, social y nacional. Y la festividad, de su lectura de
la heroicidad juvenil y nacional, representada en figuras como
Maradona.
Al igual que Gilda, Rodrigo muere en la ruta, trabajando. Aquel que
había cumplido su sueño de jugar al fútbol con Maradona, de corretear
a las modelos de prestigiosas revistas y que había colmado tantos
estadios como ningún político de la época, se transformaría en santo
popular, con santuario, visitantes y rogantes, como Gilda. Como un
revés, parecería que la cumbia en su cercanía con el drama social
padecería de los efectos patentísimos del mismo.
Como vemos hasta el hartazgo, todos estos grupos siguen sometidos
a una lógica laboral excesivamente precarizada que nada se alejaba de
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aquella a la que estaban sometidos los trabajadores.5 En una sola noche
tendrán funciones en cuatro o cinco bailantas (por eso no es casual que
tantos de éstos se accidenten en las rutas argentinas).
En estos años no sólo se profundiza un mercado nacional, entre
otras cosas, alentado por los masivos programas musicales realizados
por algunos canales de televisión, sino que se van constituyendo estilos
y rituales cumbieros. La cumbia se ha instalado como género nacional,
los grupos recorren el país, trazan un sendero musical y territorial en
lugares donde los géneros regionales y tradicionales habían
hegemonizado. La cumbia se torna una expresión que enlaza pueblos y
ciudades. Aquello que el tren estatal había dejado de hacer en términos
culturales, ahora lo realizaría de manera parcial e intermitente la
cumbia. Así los dramas de las grandes urbes se enlazaban con las
existencias sufrientes y alegres de las pequeñas ciudades,
transformándose de alguna manera, la cumbia en una trashumancia
cultural y simbólica.
Aparecen, a modo de rit ual futbolístico, las banderas con
inscripciones de nombres de grupos o provincias, los ositos (ligados a
ese aliento del drama pasional), férreos seguidores “de bailanta en
bailanta”, una marcada forma de baile, etcétera.
Este segundo momento es el más extenso en términos temporales y
artísticos, ya que va desde grupos como La Nueva Luna hasta el estilo
romántico refinado de Leo Mattioli.6
Podríamos decir que tanto el primero como el segundo momento
poseían una misma pretensión: lograr una alianza plural, una
convivencia discursiva con otros géneros, para ser reconocidos “como
música”. Poseen desde un punto de vista, cierto espíritu universalista.
Del extrañamiento inicial, la cumbia logra a partir de un gran esfuerzo
musical un reconocimiento social.
5
Declaración de Daniel Lescano en Muevamueva.com (cantante de Flor de Piedra):
“(...) el productor de Flor de Piedra, nunca nos reconoció nada, aparte nos pagaba muy
poco... éramos menos que empleados... casi nada... entonces era una forma de
demostrarnos que no le importaba nada de nosotros, que no reconocía lo que nosotros
habíamos logrado como grupo”.
6
Leo Mattioli es considerado un cultor de la denominada cumbia erótica o romántica.
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Su intento no está orientado a componer una identidad social, o a
dotar de sentido la constitución de la misma. Sus letras siempre aspiran
a la reconciliación entre personajes de distintas grupos sociales, no
persisten en mantener o, reiteramos, componer una identidad
particular. Apelan a los dramas cotidianamente universales donde las
mediaciones clasistas y económicas no son relevantes en dichos
dramas. No constituyen una lectura crítica de la situación social, sino
una lectura de la superficie lastimosa del drama mismo.
El primero y segundo momento de la cumbia están vinculados con
las transformaciones en la cultura y en el arte planteadas por Jameson
(1989). Teniendo en cuenta: 1) La modificación del lugar del arte en la
totalidad social, y 2) la re-estructuración interna del campo artístico.
En el primer caso, el autor señala que la posición del arte desde la
década de los ochenta deja de definirse por su relación conflictiva con
las otras esferas sociales (economía y la política) y con las otras
prácticas del campo cultural (religión, ética, ciencia), para definirse
por una absoluta autonomización, que lo vuelve ¾paradójicamente¾
indiferente con esas otras esferas y con esas otras prácticas. En el
segundo caso, sostiene que las nuevas prácticas estéticas se
caracterizan por la anulación de las antinomias del arte moderno,
específicamente a partir de la disolución total de los límites que
constituían tales antinomias, aboliendo entonces las distancias entre: la
alta cultura y la cultura popular, lo bello y lo sublime, el tiempo y el
espacio, el campo y la ciudad, etcétera.
Por ello la cumbia de ambos momento no sólo no se limita a
expresar estas transformaciones, sino que al mismo tiempo construye
(inconscientemente) la ilusión ideológica que impide la interpretación
del periodo histórico y de su lugar dentro de dicho periodo, a saber: la
ilusión de la completa autonomización del arte y de la política.
La devastación social
Una lectura cultural de los resultados sociales devastadores de la crisis
social desatada en los últimos años de la década de los noventa y de la
profundización de ésta ¾las crisis políticas y económicas de 2001¾
es la que constituye la denominada cumbia villera. Aquella que
lentamente va a orientarse a descomponer esa mirada de la
autonomización del arte, de la política y la cultura luego de la
inscripción de su discursividad en los territorios específicos de las
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villas y de los destinos de los sectores populares; constituyendo una
retórica de la devastación, de los bajos mundos cuestionando el aliento
optimista de la incorporación al “primer mundo”.
Por lo tanto, la cumbia como lectura y lenguaje cultural de las vidas
o biografías populares se conforma, con el cedazo de esta profunda
crisis, en un resumen de lectura dantesco de vidas despojadas
socialmente, arrojadas en un territorio específico. Vidas vapuleadas
por el desgarramiento social.
El adjetivo villera supone una identidad territorial, una identidad
social y espacial. Paradójicamente, este adjetivo, en relación con lo
que comúnmente se supone, torna de una mayor complejidad cultural a
la cumbia.
Antes de proseguir quisiéramos desarrollar algunos rasgos del
neoliberalismo y advertir que, más allá de que este análisis atraviese
los dos primeros momentos de la cumbia argentina, atenderemos con
vital importancia el proceso que se desarrolla a partir de fines de los
años noventa.
El proyecto económico y político elaborado por parte de los grupos
dominantes desde la dictadura militar, y que transita por los gobiernos
democráticos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, posee como propósito
la remodelación radical del proyecto societal planteado por el Estado
de Bienestar. Para ello no sólo se desarticuló el poder de los sindicatos
y partidos mayoritarios, sino que los procesos hiperinflacionarios y de
la convertibilidad modificaron el vínculo de obediencia política, a
través del miedo y de la inseguridad existencial.
En ese proceso, la Argentina fue asumiendo los rasgos culturales,
económicos y políticos de una época regida por políticas
conservadoras que mientras promovían el avance tecnológico se
provocaban radicales transformaciones en la vida laboral;
descomponiendo las referencias laborales y recreando las
inseguridades sociales.
El proyecto neoliberal logró disolver aquella trama institucional
que recreaba el Estado en su intervención pública produciendo no sólo
un cambio económico, sino un profundo cambio cultural expresado en
las diversas dimensiones de la subjetividad.
En la Argentina, esto significó la destrucción del aparato industrial,
una profunda desocupación, el disciplinamiento político de los
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sindicatos y el inicio de un proceso de empobrecimiento inédito. Pero
también se comenzó a elaborar una subjetividad sujeta al asedio de la
inestabilidad y la inseguridad, ya que no se asistía únicamente a la
disolución del lazo constituido con base en la relación laboral, sino de
toda esa trama estatal, religiosa, sindical y clientelar que proveían
referencias sociales y ámbitos de resolución de necesidades.
En términos musicales, el multiculturalismo se reinscribió en
multiplicidad de fusiones rítmicas, integradas por los diversos estilos y
géneros; donde la disonancia o particularidad que asumía cada estilo o
grupo musical era releído por los medios de comunicación y la moda
bajo el influjo de la uniformización. Así todo era plausible de ser
integrado, de ser recreado en una multiplicidad de estilos; por lo tanto,
consiguiendo encontrarse colocado, como género o estilo, en una
suerte de “igualdad jurídica musical”. Pero el destino de la cumbia fue
diverso. El logrado reconocimiento social y su presencia en el
consumo masivo no alcanzó conjurar un juicio estético elitista que
bregaba por su carácter inculto y amusical. Así, sería relegada del
panteón del “sueño multicultral” de las fusiones y del reconocimiento
en términos de igualdad con otros géneros. La cumbia será una
hermana desterrada de la política como ensoñación del poder y del
multiculturalismo hegemónico por su diálogo y gestos penetrantes con
las vidas de los sectores populares. Vengativa, insoportable y sumisa,
con los lenguajes de la fiesta, del drama cotidiano o de la villa siempre
emergerá exigiendo sus fueros musicales.
A mediados de los años noventa una profunda desocupación y una
significativa tendencia hacia la pobreza coincide “con procesos de
‘desinstitucionalización’ masiva de capas enteras de la población,
como para generar una situación cualitativamente diferente”
(Palomino, 2003: 18) a otros momentos históricos.7 En este proceso se
observa que la red clientelar (de los partidos y sindicatos) se halla
fragilizada y que su funcionamiento se ha tornado deficiente para
otorgar respuesta social a esta crisis.
7
Según Palomino, “el cambio de la estructura del empleo es de tal magnitud como para
indicar una nueva época histórica, que no es ajena a los cambios en la estructura
económica y en las regulaciones jurídicas y sociales de la inserción laboral”.
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La crisis del año 2001, en términos macroeconómicos, culmina con
una brutal devaluación y transferencia de recursos hacia los grupos
económicos concentrados. Ella devela la devastación social provocada
por el proyecto económico neoliberal. La pulverización del empleo, las
desgracias sociales y subjetivas, así como la pérdida de derechos
sociales que empujan a los sectores populares a nuevas propuestas de
supervivencia y a profundizar nuevas formas de luchas (cartoneo,
piqueterismo, etcétera).
La cumbia villera, esa nueva cumbia vinculada con la nervadura de
la disolución del lazo social, relata las dramáticas vidas de los sectores
populares, los anonimatos y la fugacidad de las existencias. Nace en la
zona norte del Gran Buenos Aires8 donde la crisis de apropiaciones de
la riqueza social compuso una frontera muy profunda entre los ricos y
los pobres. En dicha región persiste con obscenidad la distribución más
desigual de la riqueza de la provincia de Buenos Aires.
La cumbia villera retoma los bríos actuales de una particular
constitución de identidades: aquellas donde el territorio aparece como
dimensión significativa. La cumbia villera, como los individuos y
familias que habitan en los barrios, intenta relatar la nueva forma de
constitución de las identidades.
La villa aparece como el espacio identitario de reconocimiento y
afirmación de la identidad. Ella integra a cumbieros, cartoneros,
desocupados, bandoleros, trabajadores y piqueteros.
La villa fue resignificada positivamente por esta cumbia, haciendo
de ella una polis de ladrones y héroes anónimos, de personajes
sufrientes y alegres. La cumbia villera que no posee héroes particulares
dotó de heroicidad las vidas anónimas y la periferia de las ciudades
opulentas transformando ese espacio físico ¾que al comienzo de
cualquier mirada parece mínimo y acotado¾ en un compendio de
vínculos sociales que trascienden una mera idea de peligrosidad. Por
eso en la cumbia villera se amplifican las dimensiones, la villa se
multidimensionaliza en temáticas: biografías bandidas, dramas
amorosos y laborales, desolación, fatalismo y fetichismo de la muerte.
8
De ahí son la mayoría de los grupos de cumbia villera: Damas Gratis, Flor de Piedra, La
Base, Supermerk2, Pibes Chorros.
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Ella es el resumen violento de la fuerza devastadora del
neoliberalismo, el crudo relato final del Estado de Bienestar.
La identidad villera se afirma frente a la cultura elitista reeditando,
como diferencia, la lucha entre ricos y pobres: consumo y necesidad,
opulencia y pobreza. Son deseos de posesión en disputa, unos desean
poseer y conservar, y otros tomar aquello que consideran en otras
manos; aquellos objetos que los torna pobres, despreciados y
envilecidos.
Esta identidad ambiciona fundar una cultura, una cultura de los
desposeídos, que esperan la transformación radical de sus vidas.
Podemos encontrar, siguiendo los planteamientos de Hoggart (1990),
elementos comunes que constituyen esta cultura. Rasgos socialmente
identificatorios de una mayoría. Esa comunidad de rasgos culturales,
según Hoggart, definen la oposición entre el “nosotros” y el “ellos”.
Oposición de espacios culturales, de miradas propias y ajenas, de un
“ellos” y un “nosotros”. Pero que a diferencia de dicho autor, este
vínculo se manifiesta, no por oposición, sino conflictivamente.
Proponiéndose una cierta disputa cultural que forma una perspectiva
vital para la elaboración de una cultura.
La cultura villera, siguiendo la idea de Hoggart (1990), no se recrea
al calor de la disputa de proyectos hegemónicos, como núcleo de la
constitución de una cultura, sino que lo realiza sobre los rasgos
comunes de una cultura en su relación de diferencia y oposición con
otra. Pero, como dijimos anteriormente, dicha oposición discursiva (y
material) es inerradicablemente conflictiva. Ahora la cultura no es
autónoma como nos sugeriría el texto de Hoggart de los proyectos
histórico-políticos que se debaten en una sociedad; sino que la cultura o
un momento cultural es forjado al calor de la disputa política
concentrándose en él, como cristalización de costumbres y saberes,
elementos contradictorios, dispersos y hegemónicos.
Esa oposición conflictiva entre un ellos y un nosotros que recorre
las cumbias villeras compone una mirada frente al otro, un lenguaje y
gestos particulares. La disputa social (y política) en la sociedad es
leída y ordenada en tanto campos diversos, beligerantes y opuestos. Se
produce a través de dos grandes cuerpos metafóricos culturales que,
desde la cumbia villera, fundan la contienda: por un lado, los villeros y,
por el otro, el cheto y la policía. Metáforas que conforman un fuerte
lazo de identidad; rearticulando la simbología de la confrontación. El
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cheto simboliza al rico, al que posee, al que desprecia a los villeros; y la
policía, a aquellos que proviniendo del mismo estrato so cial
resguardan, a modo de tradición a su origen,9 las pertenencias de los
ricos.10
El “nosotros” de la cumbia villera
La cumbia villera rompe con los momentos anteriores de la cumbia. Su
ambición ya no es “universalista”, no pretende conformar un pacto
musical e identitario. Sino afirmarse positivamente constituyendo una
identidad y un movimiento cultural opuesto a la riqueza y a la ausencia
de posesión de bienes materiales y culturales.
La identidad villera se compone de rasgos que reivindican desde una
escena territorial concentrada (la villa) el bandolerismo urbano, la
violencia doméstica y el consumo de drogas baratas.11 Allí el vínculo
social se compone a partir de la cohesión misma de los que se
9
El libro de Alarcón Cuando me muera quiero que me toquen cumbia comenta las formas
en que se establecen las relaciones entre policías o trabajadores de empresas de
seguridad con los bandoleros en las villas.
10
Letra de Flor de Piedra:
“No, no lo puedo creer
vos ya no sos el vago
ya no sos el atorrante
al que los pibes lo llamaban el picante
ahora te llaman botón
Ya no estás, con tus amigos
y en la esquina te la dabas
de polenta
de malevo
y de matón
y sólo eras un botón
y sólo eras un botón”.
11
Letra de Supermerk2:
“Si tu viejo es zapatero...
zárpale la lata, se se, zárpale la lata
salto la ficha en el barrio
todos los pibes me andan buscando
ya se enteraron que anoche me ratee
de la casa del zapatero
una lata de P.V.C”
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Lectura del Drama Social Urbano
consideran villeros. Los otros son los chetos,12 los policías,13 los
caretas, los buchones.
Es una identidad de bandoleros, no de transas14 (como se les
denomina aquellos que se dedican al comercio de drogas). Es una
identidad que se vincula con una especie de ocupación, de hecho en la
nominación villera, el bandolerismo siempre tiene connotaciones
laborales: hacer el trabajo, lo laburamos, hacer el hecho, etc. Es la
memoria semiótica y discursiva de una falta, de un desgarramiento
social que debe ser suturado mediante palabras que provienen de otros
léxicos, como aquel vinculado a las actividades lícitas. La
denominación pibes chorros proviene de una puesta en escena brutal
de la condición de los denominados villeros, forjada a través de una
figura heroica de aquellos que realizan el laburo o trabajito. Pero dicha
figura heroica encierra la mayor de las tragedias: está condenada al
anonimato. Los villeros, como aquella cumbia que los expresa, están
asediados por la muerte violenta, por un destino fatalista que los
acecha.
El vinculo destinal entre bandas de cumbia y villeros es el mismo,
ambos están amenazados por la metralla policial, la estigmatización y
la discriminación. Ambos se encuentran ligados al bandolerismo y a
12
Letra de Pablo Lescano compositor y voz de Damas Gratis:
Ajá, con que sos un pibito chorro, no?
tus antecedentes no te ayudan
¿Te acordás cuando cantabas en Los Chudas?
Adónde están los fumancheros
levanten la mano
el que no es un cheto
esta noche ahí que festejar
a un cheto vamo’ a matar...
13
Letra de los Pibes Chorros:
“Siempre querés ser más
Bardeás a los vagos no te la aguantas
Crees que tu traje impone respeto
Que podes pegarme si no me quedo quieto
Decís que te llame oficial Juan Pérez
Pero vos a mí me llamas delincuente
Que robo, que mato, que soy asesino
Yo estaba en la esquina chapándome un vino”
14
En su libro, Alarcón trabaja también la relación que se establece entre los pibes chorros
y los vendedores de droga.
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las drogas. Esa distancia necesaria, imaginaria y simbólica entre los
grupos y sus seguidores se disuelve. Y en esto los grupos de cumbia
aparecen como la expresión misma de las vidas de las villas. La cumbia
villera parece expresar en la vida de sus músicos la vida misma de los
barrios arrasados de pobreza. Como expresaba Simmel (2003: 65) el
yo del artista, “su Yo empírico se ha formado a través de la vida en ese
pueblo”; pero de un pueblo no en términos abstractos, sino reales y
concretos. Aquel reinventado como pueblo-villa. Esa dimensión social
y simbólica de un espacio y de un conjunto especifico de tramas
sociales que lo expresa (al pueblo) en su amplia fragmentación y
disolución.
La cumbia villera no sólo aporta a la creación de una identidad sino
a la resignificación (y disputa) de la estigmatización realizada por la
cultura hegemónica. Lo villero es asumido como “sentimiento
villero”. Lo villero se futboliza, se dota a sí mismo de una jerarquía, de
un espacio simbólico e imaginario por defender y promover. Una
cultura emergente y frágil al mismo tiempo.
Diálogos musicales con México
Si la cumbia anterior al estilo villero se nutrió de tradiciones musicales
ligadas a Sudamérica, la cumbia villera posee un diálogo profundo con
la cumbia del norte de México y con el contexto de producción de la
misma. Establece un diálogo con aquella que apareció en Ciudad
Juárez, zona fronteriza con Estados Unidos, donde el culto musical al
bandolerismo, a los muertos por intentar cruzar la frontera y al tráfico
de drogas son las problemáticas recurrentes de todos los grupos
musicales. En ellos: Los Tigres del Norte y Los Jaguares. Grupos que
aparecen como discográfica obligatoria en villas, penales, comisarías e
institutos de menores.
Palabras, grupos y voces
La identidad villera posee por un lado: a) un acervo de palabras
comunes e identificatorias que componen una comunidad de sentido
para los grupos juveniles, y, por otro, b) un conjunto y un lenguaje de
ritos fetichistas que intentan suturar la devastación social y resignificar
su presencia en el mundo social.
a) La fuerza de estas palabras identificatorias ha contribuido a
conformar un lenguaje que pretende y ambiciona, en su intento de
recrear un ámbito de comunicación e identidad colectiva, suturar el
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deshilachado vínculo social. Palabras como gedientos, jalar, hecho,
re piola, tumberos, refugiado, guachin, la gorra, la base no sólo
componen un acervo común y cotidiano, sino que algunas de ellas
tuvieron la fuerza para constituirse en nominación de grupos
musicales: Los Gedientos del Rock, Re-Piola, Guachin, La Base.
El lenguaje villero también posee una pronunciación, una tonalidad
parecida a una cadencia críptica. Un lenguaje tumbero, metáfora de
una tumba social de donde el lenguaje aparece o emerge bajo una
cadencia dura y brutal. Un lenguaje creado y, al mismo tiempo,
corrosionado y erosionado por la devastación social de los últimos
veinte años.
Pareciera ser que una metáfora carcelaria vinculada con la
metáfora subterránea de la tumba expresan una microfísica de la
libertad, donde las palabras pueden ser reinventadas, rearticuladas bajo
un tono duro, tal vez, sufriente. El arrasamiento social fundó sus
palabras, y provocó otras para explicar dichos sucesos o sus
consecuencias operantes en la actualidad.
b) La muerte y los caídos bajo la metralla policial son los fetiches
que articulan los ritos villeros. Y la cumbia parece destinada a narrar
y elaborar en exceso de sentido dichos fetiches. Aparece, para los
bandoleros, como un lazo narrativo que funda la posibilidad de
contar una biografía “caída”, aunque sea en los términos más
anónimos e impersonales. Por ello, la cumbia villera es un lenguaje
del arrasamiento social y de los intentos simbólicos e identitarios
por suturarlo y, no un lenguaje que promocione y que empuje a los
jóvenes a la delincuencia como explicaba “científicamente” la
Policía Bonaerense.
El culto a una muerte imprevista y violenta, así como a los chorros y
al preso rearman una figura heroica, una figura que se desvanece en el
anonimato. Dejando, tan sólo, el peso mismo de una muerte, una estela
de vida que permanece sin diferenciarse colectivamente y que
únicamente se concretiza en la rememoración entre las amistades.
Por ello los ritos ante la tumba de los compañeros asesinados por la
policía, las ofrendas y plegarias al muerto y a las estampitas de San La
Muerte, el Gauchito Gil o San Cayetano, para no ser atrapado por la
bala estatal.
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Y quizás, eso es la cumbia villera, un lenguaje de vidas y antihéroes
anónimos y rápidos que persisten en condiciones indignas en
comisarías, cárceles y barrios del conurbano. Así como en las
memorias.
Por ultimo, considerar toda identidad también supone pensar las
vestimentas que ayudan a su recreación. Esa distinción de la
vestimenta es la que introducen en la ciudad que, más allá de ser una
distinción de clase está vinculada con cierto estilo irónico, con la
realización simbólica del tributo a un robo. No es ropa haraposa sino
una ropa que parece confiscada como trofeo (aunque solamente sea
comprada) a cierta opulencia juvenil.
Palabras sobre los acontecimientos políticos
La cumbia villera rompe con aquellos estilos de cumbia anteriores.
Profundiza su palabra sobre el drama social y político.
No sólo retoma la tradición de los dramas cotidianos sino que
pretende elaborar una posición acerca de la realidad política.15
Retomando así una tradición musical que se encuentra vinculada con la
expresión y manifestación de una crítica hacia una trama societal
injusta. Retoman las críticas comunes y moralistas realizadas a la clase
política, rasgo significativo de las impugnaciones comunes a la
denominada clase política, y también incorporan la devastación social
15
Letra de Damas Gratis.
“Que risa que me da
Te van a matar
Si la plata no está
Vendistes a la Argentina
Sos capás de vender a tu mamá...
Patacones, Quebracho, Lecop
La puta que te parió
Devolvé la plata
Que te llevaste al exterior
Al exterior...
Hay Caballo / Fernando
Que rata que sos
Políticos, de porquería
Se robaron
Lo poco que quedaba en la Argentina”
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Lectura del Drama Social Urbano
de la pobreza y el repudio al ejercicio del gatillo fácil16 por parte de las
fuerzas de seguridad. Pareciera que la cumbia villera no es la herencia
cultural del peronismo, como advirtió el periodista Hadad17 en un
programa de televisión, sino el lenguaje y una lectura de aquello que
provocó un peronismo menemizado aliado a sectores económicos y
políticos que depredaron social, cultural y económicamente el país.
Si el neoliberalismo es una narración estética de un consumismo
desenfrenado y de una fractura social significativa que prometía
solucionarse mediante el derrame económico, la cumbia villera es su
revés de trama, su relato a contrapelo. Una narración, contradictoria, a
veces vacilante y otras veces brutal, de la devastación provocada por
las políticas neoliberales.
[email protected]
Esteban De Gori. Licenciado y Profesor en Sociologia. Docente de
Filosofia de la Carrera de Sociología (Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires). Becario de Investigación Doctoral
(Consejo Nacional de Investigaciones Cientifícas y Técnicas).
Inscripto en el Doctorado en Ciencias Sociales (Universidad de
Buenos Aires).
Recepción: 03 de mayo de 2005
Aprobación: 20 de mayo de 2005
Bibliografía
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Norma.
Castells, Manuel (1997), La Era de la Información. Economía, Sociedad y Cultura, vol. 1: “La
sociedad red”, Madrid: Alianza.
16
Ver discografía de Pibes Chorros, Damas Gratis, Supermerk2. Su primer disco Flor de
Piedra escribirá un tema denominado “Gatillo Fácil” ligado a los asesinatos y
fusilamientos que la policía bonaerense practica sobre los bandoleros provenientes de
barrios arrasados sociablemente.
17
Programa Hora Clave, 15/11/1998.
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