El espíritu cortesano y las conexiones ocultas (Primera parte)

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El espíritu cortesano y las conexiones ocultas
(Primera parte)
Simón Bolívar tuvo el genio y la convicción para lograr casi lo
imposible. Se apoyó en el espíritu insumiso de la población de
algunas regiones colombianas que habían heredado el ímpetu y
la inspiración de la Revolución Comunera (1781) y constituyó
el núcleo del ejército libertador de las 5 naciones. Sin embargo,
su obra quedó a mitad de camino porque las castas dominantes
impusieron su “hegemonía cortesana”.
Fernando Dorado
Activista social
El rico le tira al pobre;
al indio que vale menos,
ricos y pobres le tiran
a partirlo medio a medio.
(Romancero popular colombiano del siglo XVIII)
El pensamiento complejo insiste en ver la “totalidad” de la vida. Para lograrlo se
deben identificar las “relaciones” que son las interconexiones que explican la
interdependencia dinámica entre los “componentes” o contenidos del fenómeno
que estudiemos. Intentaremos aplicar esas recomendaciones al caso
colombiano.
La totalidad del fenómeno colombiano
Colombia es un proyecto de país –que se quedó a mitad de camino–, por efecto,
fundamentalmente, de la intervención colonial e imperial de potencias
extranjeras y por la inexistencia de una clase burguesa que en el siglo XIX y XX
tuviera la capacidad de unificar a las regiones y poblaciones dominadas y
divididas por un poder terrateniente atrasado, clerical, reaccionario y antinacional. Colombia es, entonces, un país a medio hacer.
Para entender el momento actual de Colombia se deben identificar las fuerzas
que utilizan la precaria hegemonía social y política de carácter oligárquico que
usa la violencia, el miedo, la discriminación y la falta de democracia para
sostenerse. Por ello, el poder real hoy en nuestro país está en manos del capital
transnacional. Formalmente, en lo interno, encabezan esa dominación grupos
económicos que acumularon las migajas que les cedía el gran capital
estadounidense, y que a partir de los años 70s del siglo XX, logró canalizar los
recursos que irrigaba la economía del narcotráfico (cocaína, amapola y
marihuana). Sin embargo, quien efectivamente manda es el imperio. Es quien
planifica, ordena y comanda. Eso hay que reafirmarlo.
Fueron los estrategas del imperio los que planificaron convertir a Colombia,
desde los años 40s y 50s del siglo pasado, en una inestable y débil colonia
estadounidense. Valoraron sus grandes ventajas estratégicas, ubicación
regional ideal, dos océanos, inmensas riquezas naturales, disgregación regional
histórica, enorme diversidad étnica y cultural heredada desde tiempos precolombinos, y como lo comprobaron con la separación de Panamá, una clase
dominante totalmente frágil, siempre temerosa de insurrecciones populares y
profundamente corrupta y criminal.
Para entender la “totalidad compleja” hay que conocer las “relaciones”. La
principal relación social en Colombia es la cortesanía. Fue una relación social
construida con ciertos sectores indígenas y mestizos, especialmente de origen
muisca y “yanaconas”, traídos del Ecuador y Perú, con los que establecieron los
dos principales ejes de poder colonial. En Bogotá (centro del país) y Popayán
(occidente). No hay que olvidar que la gobernación del Cauca controlaba casi
medio país hasta principios del siglo XX, con un territorio que iba desde Antioquia
hasta la Amazonía pasando por el Chocó, Valle, Cauca y Nariño. Esos pueblos
indígenas, por su estructura social “imperial”, dividida en castas, tenían
predisposición a ese tipo de relacionamiento. Se dio también en México (Nueva
España) y en Lima (Nueva Castilla).
Esa cortesanía consistía en una relación de dominación basada en el
establecimiento de una clientela social y cultural basada en el compadrazgo
entre élites europeas y mandos medios indios y mestizos (incluso, en algunas
zonas también con negros), que se convertían en los mayordomos, capataces y
grupos medios de la población que se encargaban de controlar a los indios y
mestizos rebeldes y a los negros cimarrones. Así se formó un campesinado
controlado ideológicamente que servía de colchón de amortiguamiento frente a
los libertos y “vagabundos” que fueron surgiendo y a los pueblos indígenas en
resistencia. Ese “compadrazgo” implicaba el mestizaje entre hombres blancos
europeos y mujeres indias, negras y mestizas.
Ese modelo de dominación tuvo su continuidad durante toda la Colonia. La
Independencia a principios del siglo XIX sólo significó el reemplazo de la élite
ibérica –que ya sólo era la administradora del aparato de Estado virreinal– por
una casta oligárquica criolla que era la que tenía el poder económico efectivo.
Posteriormente, el sistema basado en la cortesanía se aplicó durante el siglo XX
de una forma magistral y planificada, una vez fue apareciendo el campesinado
cafetero en Antioquia, el Eje Cafetero y el centro del país, mediante la creación
de la Federación Nacional de Cafeteros (1927). Fue una forma de control
corporativo, en donde los grandes empresarios del café (a la vez grandes
terratenientes), promovían la producción del café en manos de campesinos
pobres, medios y ricos, pero controlaban y se enriquecían con la compra interna
del grano, la venta de insumos agrícolas y la exportación del café excelso. (Dicho
sistema fue destruido por la política neoliberal en los años 90s).
Era un negocio redondo que le dio a la burguesía colombiana –heredera de los
grandes latifundistas reaccionarios y clericales– un poder inmenso y el control
sobre grandes empresas “seudo-estatales” (Flota Mercante Gran Colombiana,
Avianca, Banco Cafetero y muchas otras) que vendieron y privatizaron en la
década de los años 90s del siglo XX, durante la primera fase neoliberal y de orgía
aperturista, y que fue una verdadera expropiación a los casi 500.000 caficultores
que eran los verdaderos dueños de esa riqueza.
Entonces, el dominio imperial y de esa clase burgués-terrateniente de carácter
atrasado, débil, entreguista, anti-nacional y antipopular, se basaba en una
relación de “dominación concertada” con sus dominados, que contaba con un
soporte ideológico y cultural que llamo el “espíritu cortesano”. Es una especie de
carácter doméstico, arribista, acomplejado, subordinado, sometido, que todavía
perdura en la identidad de una buena parte de la población colombiana. Como
ejemplo de ello se pueden identificar hasta los años 80s del siglo XX, las regiones
dominadas por el partido conservador o por terratenientes “liberales”.
Sólo en áreas históricamente delimitadas podemos encontrar ejes de rebeldía
popular, en las que cíclica y periódicamente explotaban rebeliones entre
pobladores que habían heredado tradiciones de resistencia: la indígena,
especialmente alrededor del Volcán del Huila, La Guajira, la Sierra Nevada de
Santa Marta y el Catatumbo; la del Común, en los Santanderes; y la de la
influencia “realista” en el sur del Cauca y Nariño. Así mismo, de las migraciones
y otros fenómenos surgieron rebeliones en los Llanos Orientales y otras zonas
puntuales. No obstante, los principales ejes productivos estaban controlados por
la hegemonía oligárquica.
Hasta aquí entonces podemos concluir lo siguiente: Colombia desde siempre ha
sido una verdadera colonia estadounidense administrada por una élite
oligárquica reaccionaria y criminal. Se presentaron resistencias y luchas
controladas durante toda su existencia. Las cúpulas dirigentes de las clases
subalternas eran fácilmente cooptadas, predominando el espíritu cortesano
construido durante siglos como herramienta ideológica. La más grande amenaza
que encabezó el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán fue liquidada mediante el
asesinato y utilizada para desencadenar un conflicto armado que el imperio y sus
mandaderos han usado en su favor a lo largo de más de 6 décadas.
La “totalidad colonial” colombiana y el conflicto armado
La pregunta que surge frente al conflicto armado es la siguiente: ¿La insurrección
parcial de campesinos armados y organizados como guerrillas izquierdistas
consiguieron quebrar o siquiera resquebrajar, la “totalidad” del poder imperial y
oligárquico en Colombia? ¿Estuvo realmente en peligro esa hegemonía social,
política, económica y cultural? ¿Las guerrillas y el pueblo estuvieron a punto de
tomar el poder político mediante una insurrección popular armada? ¿Cómo se
explica la permanencia de un conflicto tan largo y a la vez la consolidación
durante ese período de una burguesía transnacionalizada que maneja ahora lo
que se considera la tercera economía de América Latina?
La respuesta lógica es que el conflicto armado en Colombia fue enteramente
manejado, controlado, programado e instrumentalizado por el gran capital
internacional y específicamente por el Departamento de Estado, el Pentágono, y
el Ejército de los EE.UU. A partir de principios de los años 80s del siglo XX,
cuando la guerrilla de las FARC considera que existen condiciones para una
insurrección popular, con base en una evaluación equivocada del paro cívico
nacional de 1977 y del auge político-militar del M19, y que decide expandirse por
todo el territorio nacional acudiendo al secuestro, la extorsión y los impuestos al
narcotráfico para financiar su crecimiento y ofensiva, el imperio aplica sus
mejores conocimientos de “teoría de juegos”, complejidad, guerras de
contención y conflictos de baja intensidad para convertir a Colombia en un
enorme laboratorio de construcción de un “estado fallido” para ampliar su control
geopolítico en la más estratégica región de Sudamérica.
A partir de ese momento (1980), cuando estaban en auge las principales
inversiones que se han realizado en el país en proyectos minero-energéticos
(níquel de Cerromatoso, carbón en El Cerrejón y Jagua de Ibirica-Drummont),
mega-proyectos hidroeléctricos (Chivor, Chingaza, San Carlos, Betania,
Salvajina, y numerosas plantas termoeléctricas en Zipaquirá, Paipa, Cartagena,
Chinú, Barranquilla, Zulia, etc.) durante el gobierno de Turbay Ayala, y que se
iniciaban los proyectos de explotación petrolera en los Llanos Orientales
(Occidental, Cusiana, Caño Limón, etc.), se desencadena la estrategia de la
“guerra” paramilitar-guerrillera que, en realidad, fue un juego de movimientos
para expandir las zonas productoras de cultivos de uso ilícito de norte a sur y de
oriente a occidente, y viceversa, despejando territorios de comunidades
(indígenas, mestizos y negros), desplazando y despojando de sus tierras a
millones de campesinos colombianos hoy arrumados en las ciudades.
Dicha estrategia hacia parte de un plan global de traslado de cultivos de plantas
narcóticas del Sudeste Asiático y de Afganistán donde los EE.UU. habían sido
derrotados, hacia América Latina y otras regiones del mundo. La burguesía
estadounidense siempre ha entendido que las economías ilegales y criminales
son un punto de apoyo para el desarrollo del capitalismo, en donde campesinos
de países periféricos producen la materia prima (coca, pasta de coca y
clorhidrato de cocaína) y las mafias norteamericanas las comercializan en los
centros metropolitanos donde se produce la ganancia que se irriga por múltiples
vasos comunicantes y llega a sus bancos y entidades financieras. La red se
complementa con la producción y tráfico de armas, insumos químicos, trata de
personas, contrabando, juego, etc.
Los intentos del imperio por “balcanizar” a Colombia
De esa forma se mataban dos pájaros de un tiro. Se mantenía y expandían los
cultivos de coca, y a la vez, se despojaba de tierras a las comunidades nativas,
descomponiendo sus economías propias y locales, integrando al modelo
capitalista a millones de personas que iban a ser presas de sus políticas
asistencialistas convirtiéndolas en clientes regulares y dóciles de un régimen
gubernamental totalmente sometido por las prácticas neoliberales. De esa
manera extensas áreas del territorio quedaron a expensas de la nueva fase
neoliberal que está centrada en la compra de tierras y en los agro-negocios de
exportación.
No significa lo anterior que las FARC se hayan convertido en un “factor
voluntariamente manipulado". No es la idea. Obraron de buena fe creyendo que
al pasar de ser una resistencia campesina armada localizada en un área
permanente (hasta 1963) y de ser una guerrilla móvil pero ligada a bases de
campesinos colonos que se apoyaban mutuamente (hasta 1983), a la de
expandirse por todo el territorio nacional, podrían acumular fuerza para derrotar
al ejército oficial. Sin embargo, al renunciar a principios básicos de una guerrilla
revolucionaria se metieron en la trampa del imperio: cambiaron calidad por
cantidad. Y eso es grave. El imperio ya contaba con la experiencia de Kosovo
que sirvió para acabar de disgregar y dividir la antigua Yugoeslavia y siempre ha
aspirado a “balcanizar” a Colombia como lo viene intentando con Venezuela
usando a la burguesía parasitaria de Zulia y Táchira, o a la Guayaquil en
Ecuador, o la de Santacruz en Bolivia, o usando intereses étnicos que
contribuyan con la desmembración de estas precarias naciones.
Es indudable que dicha estrategia le permitió a las FARC crecer y convertirse en
un verdadero ejército que se alcanzó a ilusionar con la “guerra de movimientos”
encabezada por el Mono Jojoy. Vino el proceso de diálogos del Caguán en donde
banqueros e inversionistas estadounidenses llegaron a los sitios de
conversaciones para plantearle negocios importantes a la guerrilla. Era tal la
debilidad en que los EE.UU. habían postrado al gobierno de Samper, primero, y
de Pastrana, después, que se plantearon fórmulas (secretas) de co-gobierno en
las áreas más importantes de control guerrillero, como las zonas del Caguán y
el Pie de Monte Llanero, en donde existen importantes, extensas y ricas reservas
de petróleo y gas natural.
La guerrilla no había entendido que su poder militar había sido construido como
parte de la estrategia norteamericana y que en realidad esa fuerza militar no se
correspondía con una consistente fuerza política. Amplios sectores de la
población se habían convertido en víctimas de sus erradas acciones, que en gran
medida eran resultado de estrategias de degradación planificadas por el imperio
y realizadas con la complicidad de fuerzas militares del Estado y grupos
paramilitares entrenados y financiados por el gobierno de los EE.UU., a través
de sus agencias como la CIA o la DEA, o por medio de empresas transnacionales
(Drummont, Chiquita Brands, Coca Cola, etc.).
Sin embargo los capitalistas norteamericanos estaban dispuestos a llegar a
acuerdos con las FARC porque ellos los veían –ya desde ese tiempo– como
expresión de una nueva Burguesía Emergente que para ese momento (1998)
empezaba a sacar la cabeza, e incluso los motivaban a constituir un “Estado
campesino paralelo” que pudiera darle mejores garantías al imperio que el
corrupto Estado nacional oligárquico. Las FARC entendieron que políticamente
esa negociación sería un grave error, y decidieron mantener su estrategia militar
para tomarse el poder en toda Colombia. Así, es como los EE.UU. negocian con
el gobierno oficial y financian el Plan Colombia (que se querían ahorrar), no sin
antes obligar al gobierno de Pastrana a pactar una serie de acuerdos
económicos como el del Cerrejón, que como lo afirma el profesor e ingeniero
Oscar Vanegas, está catalogado como el cuarto peor negocio del mundo,
totalmente benéfico para el capital estadounidense. Se pactó en el año 2000 un
precio de 383 millones de dólares por el 50% de participación de la nación en
una mina que hoy tiene un valor superior a los 45.000 millones de dólares
(http://bit.ly/1VoG6g9). Es decir, por derechas y con inmensas ganancias se
cobraron lo que invirtieron en el Plan Colombia.
La aparición del “nacionalismo cortesano paisa”: Álvaro Uribe Vélez
De allí en adelante la tarea era debilitar militarmente a las FARC para obligarlas
a negociar. A los EE.UU. se les atraviesa en dicho objetivo Álvaro Uribe Vélez,
quien en medio de su visión que incluía la venganza contra las FARC y contra la
oligarquía bogotana, alcanzó a avizorar un golpe doble (exterminar la guerrilla y
refundar el Estado creando el “estado comunitario”) con base al poder que logró
construir en cuatro frentes: las fuerzas militares infiltradas de mafias y
completamente corruptas que tenían un gran negocio con la guerra; las fuerzas
paramilitares y mafias narcotraficantes que aspiraban entrar por la vía legal en
las grandes ligas de los negocios y contratos estatales; los políticos corruptos
muy entrelazados con grandes terratenientes que habían despojado a millones
de campesinos; y, las bases campesinas y habitantes de barrios pobres que lo
veían como el gran libertador contrainsurgente y un padre putativo que les
aprobó y entregó los subsidios denominados “familias en acción” y otros
programas sociales, compitiendo de tú a tú con los gobiernos “progresistas” de
la región que también asumieron esa estrategia que tenía como base conceptual
y legal la política neoliberal del Banco Mundial denominada “transferencias
condicionadas a las comunidades en dinero en efectivo”.
El fenómeno “uribista” hace parte de la “totalidad” y se explica en la misma
relación de cortesanía. Al interior de la “nación antioqueña o paisa” se fue
incubando una rebelión contra el espíritu cortesano de la clase dominante
antioqueña que primero se rebeló contra la aristocracia caucana pero que
después se alió desde principios de siglo con la oligarquía bogotana. Esa
“rebelión cortesana” paisa tenía un alto contenido regionalista y se apoyó durante
la década de los años 90s del siglo XX en la exigencia de la descentralización
política. De esa manera apareció en cabeza de Álvaro Uribe Vélez una especie
de “seudo-fascismo tropical” que se manifestaba como un “nacionalismo
cortesano”: rebelde frente a la perfumada oligarquía bogotana y arrodillada ante
el imperio estadounidense. A ese proyecto se sumaron los grandes
terratenientes que tenían en mente el exterminio de la guerrilla.
Acudo a una cita del escrito “Desentrañando el proyecto uribista”: “En 1994 en
una población de Antioquia se reúnen representantes de la elite intelectual,
económica y política “paisa” para diseñar un proyecto político de largo aliento.
Más adelante se integran intelectuales surgidos de un proceso de involución de
un sector de la izquierda “maoísta” radicalmente enemiga de las FARC. Así se
configura la ideología y el programa fundacional del proyecto “uribista”. Los
puntos básicos eran: la identificación de las FARC como enemigo principal de la
sociedad colombiana, la adaptación de las ideas modernizadoras aplicadas en
China por Teng Siao Ping a la realidad colombiana, y la creencia absoluta en el
papel predestinado de la dirigencia antioqueña para salvar y refundar a
Colombia. De allí surgió la tesis del “Estado comunitario”. Esa fue su semilla
ideológica.” (http://bit.ly/1XiD363).
Las limitaciones de las clases subalternas y el papel de la burguesía
emergente
En Colombia nunca se logró consolidar un verdadero movimiento obrero clasista.
Por un lado, la industria nunca logró niveles importantes de desarrollo y el nivel
de organización fue bastante reducido. El auge de su crecimiento fue la fase de
sustitución de importaciones y el surgimiento de la industria del petróleo y la
siderurgia. Sin embargo, las organizaciones sindicales que eran la expresión del
movimiento obrero –a pesar que habían surgido con independencia de clase en
los años 20s del siglo XX–, fue puesta a la cola de la incipiente burguesía
industrial en la década de los años 30s. El Partido Comunista fue la herramienta.
Posteriormente, a partir de la década de los años 60s, numerosos grupos
impulsaron un movimiento obrero clasista, entre sectores de trabajadores de
Medellín, Cali, Bogotá, Barrancabermeja, Cartagena y otras ciudades y áreas,
pero ese proceso no alcanzó a madurar, por un lado, por la enorme dispersión
de esos esfuerzos que fueron divididos por las corrientes comunistas y
socialistas internacionales, por la presencia del “espíritu cortesano” entre las
cúpulas de dirigentes de las centrales obreras, y a partir de finales de los años
70s, por el desmantelamiento de las grandes factorías y la deslocalización de los
procesos productivos que significó el traslado de empresas multinacionales a
otros países, todo ello fruto de la “re-estructuración post-fordista”. El movimiento
obrero y sindical quedó destruido, limitado a los trabajadores del Estado
(Ecopetrol, Acerías Paz del Río, maestros, trabajadores de la salud y los
servicios, etc.). El paro cívico nacional de 1977 fue el último acto masivo de
protesta “dirigido” o motivado por la clase obrera, y a la vez, su acta de defunción.
Ello explica por qué desde esa fecha ese tipo de acción quedó como un mito y
ha sido imposible de emular. Quedó en la memoria histórica como un símbolo de
lucha proletaria y popular.
Las demás clases subalternas nunca lograron constituirse en un sujeto social de
lucha de carácter nacional. Los campesinos tuvieron su acercamiento a esa meta
con la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC (1966-74), pero el
papel de los grupos de izquierda fue un torpedo contra la unidad y contra una
acción efectivamente política. A partir de la constitución de la Unidad Cafetera
(1994), el Movimiento de Salvación Agropecuaria (1997) y ahora, las Dignidades
Agropecuarias, los pequeños y medianos productores agropecuarios han
iniciado un proceso de organización que tiene características nacionales, pero la
dirección política ha estado conducida por la burguesía agraria, tanto en su
expresión de derecha (Uribe) como en su expresión de izquierda (MOIR).
También se aprecia el esfuerzo de los indígenas colombianos por organizarse a
nivel nacional con independencia y autonomía. Los pueblos guambianos y nasas
del Cauca inician ese proceso en los años 80s pero también se dividen por la
influencia malsana de la izquierda. El CRIC logra desarrollar la ONIC, que hoy
representa a la mayoría de los pueblos originarios, y el Cabildo Mayor
Guambiano construye AISO y AICO, que ha terminado siendo una agencia
política de venta de avales electorales. Sin embargo, la dirección política de los
fundadores del CRIC, de unidad estrecha con los campesinos y el resto del
pueblo colombiano, fue desconocida a partir de 1991 y cambiada por una
orientación estrechamente indigenista y autonomista. Los pueblos de origen
afrodescendientes hacen también sus esfuerzos de organización autónoma pero
son limitados por su enorme dispersión e intereses de la burguesía emergente
que se aprovecha de esos intentos para negociar pequeñas canonjías con la
clase dominante.
Ello explica –muy sucintamente– no sólo la enorme dispersión, división y
debilidad del movimiento popular colombiano, sino que dichas clases
subalternas hayan incubado en su seno la aparición de una burguesía emergente
que poco a poco ha sacado la cara. Las economías agrarias, del narcotráfico, la
minería ilegal, el comercio de insumos, y múltiples expresiones económicas han
sido caldo de cultivo para que –como tiene que ser– aparezca esta clase social.
Lo problemático es que ante la ausencia del movimiento obrero y de una
dirección política correspondiente, es la burguesía emergente la que impone su
dirección y sus intereses, conduciendo las luchas populares hacia el fracaso y la
cooptación. En últimas, es otra expresión de la “relación de cortesanía” existente
en nuestra identidad, ahora “reforzada” por los cambios económicos y sociales
que se han presentado.
El Nuevo Proletariado, surgido en el mundo por efecto de los cambios postfordistas y el desarrollo de la tercera revolución tecnológica, todavía no aparece
con fuerza en Colombia. Se ha mostrado políticamente con formas no
autónomas, al lado de la “ola verde” de Antanas Mockus en 2010, en solidaridad
con el paro agrario en agosto de 2013, y este año con la convocatoria de un
“paro nacional” en enero de 2016 por parte de jóvenes citadinos, pero es todavía
un proceso incipiente y débil, pero alentador. Los “profesionales precariados”
inevitablemente van a engrosar las filas proletarias como ha ocurrido en Europa,
Brasil, Turquía y otros países, y la lucha por construir su identidad política de
clase ya es una tarea urgente.
La burguesía emergente surgida desde abajo, desde comunidades campesinas,
pequeños y medianos productores, economía del narcotráfico y la minería ilegal,
que tuvo expresión financiera en las captadoras ilegales de dinero (DMG y
DRFE), de origen mestizo, indígena y negra, ha aparecido y juega en todas las
latitudes. No toda es mafiosa y corrupta. No obstante, mantiene y reproduce el
carácter cortesano. No es para nada revolucionaria ni nacionalista. Es arribista,
acomodaticia y oportunista. Se infiltra en todo proyecto político y aspira a
participar de contratos y grandes negocios. En otros países vecinos ha logrado
controlar y poner a su servicio a gobiernos “progresistas”. La gran burguesía
transnacionalizada y el imperio la aceptan, negocian con ella y la controlan. Es
sí, un factor corruptor y debilitante para cualquier tipo de proyecto revolucionario
que se plantee cambios estructurales.
El entorno mundial y la burguesía financiera global
Hoy para poder reorientar las luchas de los trabajadores y de los pueblos
oprimidos, y para volver a retomar las tradiciones verdaderamente proletarias
debemos revisar –así sea someramente– lo que sucede en el marco
internacional. Siguiendo con la mirada “total” de la sociedad global, podemos
plantear que existe una Gran Burguesía Global, completamente interconectada,
interrelacionada, indisoluble, que domina la economía mundial. La contradicción
principal ya no es entre bloques geo-estratégicos (EE.UU., Rusia, China, etc.).
Seguir atado a esa concepción desconociendo el análisis de clase es un grave
error de la izquierda mundial. Se explica por las erradas lecturas de Marx y del
folleto de Lenin sobre el imperialismo. Lenin insiste en ese problema y en la lucha
entre potencias imperialistas porque estaba frente a la guerra imperialista, pero
no descuida su propio análisis de clase. Después, los asesores de Stalin
colocaron en primer lugar la lucha nacionalista de Rusia (el chovinismo gran-ruso
que Lenin siempre tanto denunció) y la lucha internacionalista del proletariado
quedó a un lado, fue traicionada. Desde allí perdimos el norte.
En la actualidad la burguesía transnacionalizada y global, aunque tiene
contradicciones “nacionales” no antagónicas (no son antagónicas porque ellos
no pueden poner en riesgo la “estabilidad” económica mundial), usa esas
contradicciones para poder enfrentar la contradicción principal que es la
creciente consciencia de los pueblos y trabajadores del mundo entero sobre el
poder depredador y dañino de esa burguesía financiera global. Usa sus conflictos
–que en realidad son calculados y controlados– para distraer a sus propios
pueblos con falsos nacionalismos. Necesitan enemigos externos para someter
ideológicamente a sus propios pueblos, como lo hace la oligarquía colombiana
usando antes a Cuba, ahora a Venezuela y Nicaragua. Si no entendemos esa
situación o no la hacemos evidente por no “perder votos”, entramos en la
dinámica nacionalista que nos impide elaborar cualquier tipo de orientación
correcta.
Por ello, reducir nuestros análisis al manejo geo-político, no sólo es hacerle el
juego a esa burguesía globalizada sino lo que es más grave, es negarse a educar
con una visión internacionalista a los millones de jóvenes que hoy esperan una
orientación verdaderamente revolucionaria, proletaria y que oriente la lucha por
un “cambio o salto” de tipo civilizatorio que supere la cultura y economía
crematística que es la base del capitalismo y del actual caos en que vive la
humanidad. Colombia es una ficha menor en ese juego internacional y la endeble
oligarquía colombiana ha sido presa de esos juegos geopolíticos (guerra del
Perú, guerra de Corea, etc.) mientras nuestra izquierda no sólo ha sido
absolutamente cortesana sino que ha caído en la trampa y provocaciones
orquestadas por gobiernos “progresistas” que también juegan con ese discurso
“chovinista” y supuestamente “anti-imperialista”.
Condiciones para superar el “espíritu cortesano”
Simón Bolívar tuvo el genio y la convicción para lograr casi lo imposible. Se
apoyó en el espíritu insumiso de la población de algunas regiones colombianas
que habían heredado el ímpetu y la inspiración de la Revolución Comunera
(1781) y constituyó el núcleo del ejército libertador de las 5 naciones. Sin
embargo, su obra quedó a mitad de camino porque las castas dominantes
impusieron su “hegemonía cortesana”. Las oligarquías terratenientes regionales
se apoderaron del proyecto y se postraron ante el imperio inglés. Los recientes
intentos independentistas de Hugo Rafael Chávez Frías, hoy se encuentran
bloqueados por los intereses de las burguesías latinoamericanas que “más le
temen al pueblo que al imperio” 1.
Esa experiencia histórica latinoamericana –sumada a los esfuerzos proletarios
de principios de siglo XX realizados en Rusia– nos demuestran, una vez más,
que la lucha por la emancipación social deben ir mucho más allá de la simple
revolución política, del derrocamiento (pacífico o violento) de las clases
dominantes, y que se requiere una estrategia y una acción de más largo aliento.
Que para lograrlo deben contemplarse todos los factores que influyen en la
situación de los trabajadores y pueblos oprimidos del mundo, deben identificarse
todos los vasos comunicantes que sostienen el poder del capital financiero
global, y deben visualizarse también las fuerzas económicas, sociales, políticas
y culturales que de una u otra manera luchan contra ese poder depredador y
destructivo.
Para superar el espíritu cortesano y avanzar hacia metas superiores se requieren
tres condiciones que empiezan a manifestarse en Colombia, fruto de los saltos
cualitativos que ocasionalmente da la vida:
Urbanización creciente de la población, rompimiento
gradual de las relaciones sociales que sostenían la cortesanía,
crisis del Estado colonial-capitalista, crisis de todos los partidos
políticos, superación del conflicto armado que impedía la
aparición plena de las expresiones nítidamente populares, y la
aparición de un sector de clase en crecimiento (los profesionales
precariados) que está engrosando las filas proletarias.
La aparición de una dirigencia joven en las ciudades con
espíritu revolucionario, con sentido social, cansada de los
esquemas caudillistas y “estatistas” de la izquierda y el
“progresismo”, con visión globalizada del mundo, que ya ha tenido
experiencias políticas con la derecha uribista (marchas contra las
FARC) y con el “centro” (“ola verde” de Antanas Mockus, pero que
gira rápidamente hacia “lo social”. Esa dirigencia representa a un
sector del Nuevo Proletariado en formación (profesionales
precariados) pero busca intensamente ligarse a las demás clases
subalternas.
Ser consciente de que lo que está fracasando en América
Latina es la estrategia –explícita o no, reconocida o no– de
entregar la dirección política de la lucha independentista y
nacionalista a la burguesía. En Brasil, Argentina y Uruguay se le
entregó la dirección a la burguesía tradicional; y en Venezuela,
Ecuador y Bolivia a la burguesía “emergente”, lo que se ha
constituido en una traición para los sectores sociales y
movimientos populares que fueron el sostén de los “procesos de
cambio” y en la causa principal de los recientes fracasos políticos
1
Frase célebre de Francisco Mosquera, fundador del MOIR.
(que se manifiestan por ahora en derrotas electorales). Sólo una
dirección proletaria en manos de los trabajadores y de los
sectores populares es garantía de triunfo y continuidad hacia
tareas anti y post-capitalistas.
E-mail: [email protected] / Twitter: @ferdorado
Edición 497 – Semana del 3 al 9 de Junio de 2016
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