CONCIERTO OSBU DOMINGO 21 DE DICIEMBRE DE 2014 NOTAS AL PROGRAMA Mstislav Rostropovitch, legendario violoncellista, decía de su instrumento: “Cuando comencé a estudiar el violoncello, me enamoré de su sonido… Porque se parecía a la voz, a mi propia voz”. Efectivamente han sido muchos los que han comparado el sonido del cello con la voz humana, por su expresividad y calidez. El origen del instrumento tal y como lo conocemos hoy día se remonta al Barroco. El violoncello de los albores del S. XVIII tenía cuerdas de tripa, no incorporaba pica, y se tocaba con una técnica de arco muy diferente a la actual. El sonido que así se consigue es franco y puro, más íntimo que el de un instrumento moderno. El solista de esta velada, Aldo Mata, tocará con un violoncello italiano del S. XVIII. Si hay algo que caracteriza musicalmente al S. XVIII es el gran esplendor de la música instrumental. Surgen así formas musicales como el concerto o concierto. Normalmente en tres movimientos, se va a convertir en el tipo más importante de la música orquestal barroca, destacando especialmente el concierto para solista, en el que se contrastan las sonoridades de la orquesta, a menudo sólo de cuerdas, frente al solista, que deben concertar o llegar a un acuerdo. Dentro del ambiente de libertad interpretativa tan propio del Barroco, van a surgir las “cadencias”, normalmente al final del primer y del tercer movimientos, para que el intérprete se explaye improvisando según su propia fantasía. Por otra parte, el S. XVIII se caracteriza también por una fuerte dicotomía estilística. Se abre la centuria en pleno Barroco, musicalmente definido por la unidad de afectos (es decir, un mismo “carácter” o sentimiento dentro cada pieza), por el empleo del bajo continuo, y por el frecuente uso del contrapunto, cuya máxima expresión va a ser la fuga, llevada a su apoteosis por Johann Sebastian Bach. El estilo contrapuntístico, que supone la igual importancia de todas las voces, era una manera de componer compleja, frente a la cual empieza a surgir a mediados de siglo un estilo más “sencillo”, amable y natural. Es el style galant, que desecha el contrapunto a favor de una textura homofónica (melodía más acompañamiento). Será una de las corrientes de transición hacia el Clasicismo maduro, estilo predominante en el último tercio del S. XVIII, representado por Mozart y Haydn. Precisamente se abre el programa con una obra de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791); podría parecer cronológicamente extraño empezar con un autor de finales de siglo, pero cobra todo el sentido cuando leemos el título de la obra: Adagio y Fuga. Cuando Mozart llegó a Viena en 1782 tuvo ocasión de consultar la rica biblioteca musical de su amigo y protector, el Barón Von Swieten, que contenía numerosas partituras de los grandes maestros del Barroco: Bach y Haendel. Tras la muerte de Bach en 1750, su obra cae casi inmediatamente en el olvido, y por tanto para Mozart el descubrimiento de esas partituras supone una revelación. En 1783, compone bajo su influencia la Fuga en do menor para dos pianos, K.426. Años más tarde, en 1788, arreglará dicha fuga para orquesta de cuerdas. Aparece preludiada por un breve Adagio inicial, de sombría majestad, que recuerda a las barrocas oberturas “a la francesa”, con sus marcados ritmos de doble puntillo. A continuación, escuchamos la Fuga, a cuatro voces; su austero tema es presentado en primer lugar por los violoncellos. Este tema impresiona por su áspera nobleza de reminiscencias bachianas (recordemos el tema de la “Ofrenda musical”). La obra discurre según las normas del contrapunto más estricto, en todas sus variantes, hasta que la tensión se resuelve en un sintético y rápido final. No podía faltar el más conocido compositor italiano del Barroco: Antonio Vivaldi (1678-1741). Recién ordenado sacerdote, comenzó a trabajar como músico en el Ospedale della Pietá, uno de los orfanatos venecianos. Como maestro de capilla y de coro, se esperaba de él que presentase música nueva a cada ocasión, lo que explica la multitud de obras que escribió. Entre los casi quinientos concerti para solista/s, sólo uno es para dos violoncellos solistas y orquesta: el temprano concierto en sol m (ca. 1715). Vivaldi explota al máximo el registro grave de los cellos solistas, que escucharemos en diferentes combinaciones. Estructurado en los tres movimientos habituales, el dramático y tempestuoso Allegro inicial alterna episodios de los solistas, con rittornellos de la orquesta. En el Largo central, de camerística intimidad, los violoncellos cantan una lírica melodía, discretamente acompañados por el bajo continuo. Llegamos al final con un electrizante Allegro, vehemente y obstinado, caracterizado por las virtuosísticas escalas y notas repetidas. Uno de los grandes violoncellistas del S. XVIII fue Luigi Boccherini. Nacido en la Toscana italiana en 1743, de él se escribió “Fue en su juventud un admirable violoncellista, con un sonido incomparable, y con una musicalidad que daba a sus interpretaciones un gran encanto”. Vivió la mayor parte de su vida en Madrid, desde 1769 hasta su muerte en 1805. El violoncello va a tener un papel central en su obra, y la escritura para este instrumento es acorde con su gran técnica como intérprete. El Concierto en Sol M, ejemplo del style galant, es compuesto probablemente antes de su establecimiento en Madrid. El Allegro inicial se caracteriza por una elegante melodía en el registro agudo del cello solista, y por la presencia de dos temas diferenciados. Es interesante observar que siempre que interviene el cello solista, el acompañamiento de los violoncellos desaparece, recayendo únicamente sobre violines y violas. Quizá se deba a que en origen fuera Boccherini el único cellista de la agrupación, y tuviera por tanto que alternarse en los dos papeles. El Adagio central está en sol menor, y permite al solista recrearse en una rica línea melódica. Finaliza con un Allegro, en compás ternario, virtuosístico y elegante. Ya en pleno Clasicismo, Mozart escribía acerca de Bach: “Él es el padre, nosotros somos los hijos”. Ya hemos hablado de la fascinación de Mozart por Johann Sebastian Bach. Pero en esta carta no se refería a él, sino al segundo de sus hijos, Carl Philipp Emmanuel Bach, más conocido como C.P.E. Bach (1714-1788). Fue de hecho el “Bach” más conocido hasta bien entrado el S. XIX. En su obra encontramos algunos de los mejores ejemplos del empfindsamer stil, o literalmente, estilo sensible. De nuevo transición entre el Barroco y el Clasicismo, este estilo se caracteriza por la inquietud y efervescencia de la música. C.P.E. Bach fue el autor de una gran obra para teclado, pero también de numerosos conciertos. El cello aparece como solista en tres de ellos, compuestos en torno a 1750; curiosamente, se indica en ellos que el papel solista puede ser interpretado por el cello… o bien por flauta, o por clave. Sin embargo, por la escritura de la parte solística parecen originalmente pensados para el violoncello. El Concierto en la m se abre explosivamente con un movimiento Allegro (non troppo), en el que el inquieto movimiento de la orquesta se equilibra con el reposado y profundo canto del solista. El movimiento central, Andante grazioso, está en el relativo mayor, y con el dulce balanceo de su 6/8 nos lleva a un mundo más amable, del que ni siquiera los vehementes motivos con puntillo nos logran sacar. El concierto finaliza con un Allegro vivace de ritmo marcado, en el que logra un perfecto diálogo entre la parte solista y la orquesta. Pero sin duda el siglo de la más libre expresión de sentimientos va a ser el S. XIX, cuando la imaginación del “genio” deriva hacia terrenos inexplorados, en un anhelo de trascendencia plenamente romántico. La música instrumental, libre del “lastre” de las palabras, va a ser el arte romántico ideal. Como decía Liszt: “La música encarna el sentimiento sin forzarlo tal como se lo fuerza […] en el arte de las palabras”. Uno de los grandes amigos y protectores de Chopin en París será el francés Auguste Franchomme (1808-1884). Formado como violoncellista en el Conservatorio de París, fue uno de los renovadores de la técnica de este instrumento en el S. XIX. La Fantasía sobre “Le Chant d´adieux” está escrita para violoncello y quinteto de cuerdas, y es patente la influencia de la ópera italiana en el estilo cantante de la parte solista. Se estructura en dos secciones, funcionando la primera, de carácter nostálgico y anhelante, a modo de introducción. Es en la segunda donde se expone el tema más característico de esta Fantasía, alegre y pegadizo, de reminiscencias schubertianas. A partir de él, surge una serie de variaciones, que dan al cellista la oportunidad de demostrar su virtuosismo y belleza de sonido. Amanda González García Burgos, Diciembre de 2014