Tarahumara: nuestra Somalia (por culpa de las malditas balas)

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Tarahumara: nuestra Somalia (por culpa de las malditas balas)
CRÉDITOS NOTA DE PRENSA
Encabezado : Tarahumara: nuestra Somalia (por culpa de las malditas balas)
Autor : Ignacio Alvarado Álvarez
Fecha : 15/01/2012 12:00:00 a.m.
Fuente : El Universal
Vínculo : http://www.domingoeluniversal.mx/historias/detalle/Tarahumara%3A+nuestra+Somalia+%28por+culpa+de+las+malditas+balas%29-308
En la sierra de Chihuahua lo peor está por llegar: la violencia ha cercado los caminos y la comida no
puede entrar a las comunidades, donde hay decenas de niños agonizando en cuneros, con las venas
saltadas por el hambre
CUAUHTÉMOC, CHIH.
En los cuneros del hospital regional de ginecobstetricia, las enfermeras vigilan la condición de tres
recién nacidos. Son dos varones y una mujer, ninguno tiene nombre de pila. Miden menos de 50
centímetros y no sobrepasan el kilo y medio. El mayor de ellos nació el dos de noviembre. Lleva
cinco semanas interno y comparte el mismo diagnóstico que el más pequeño, nacido la primera
semana de diciembre: síndrome de estrés respiratorio e hipoglucemia. Ambos provienen de
Bocoyna, la región más elevada de la sierra Tarahumara. La madre del primero de ellos es una
indígena de 28 años, a la que se detectó desnutrición severa cuando fue atendida del parto.
“Le está echando muchas ganas —dice la enfermera que lo atiende— pero no hay mucho qué hacer.
Básicamente estamos esperando a que muera”.
La diferencia entre los dos varones es notable. El niño indígena tiene el abdomen inmenso, como si
le fuera a reventar, y su piel parece un cartón envejecido, surcado por venas y arterias. Cada día
pierde peso y las convulsiones le provocaron lesiones irreversibles en el cerebro. El otro niño es hijo
de una mestiza joven. Nació a las 40 semanas de gestación pero está allí porque su madre descuidó
el embarazo. Los médicos predicen que sobrevivirá sin problemas, lo mismo que la bebé, nacida
antes de término, a las 32 semanas, también de madre mestiza.
“Este es un cuadro dramático, que por desgracia es hasta cierto punto común”, dice Alejandra
Valdez Mendoza, la encargada del Departamento de Calidad y Enseñanza del hospital
chihuahuense. “La mortalidad de estos bebés casi siempre es por prematurez extrema; son bebés
que nacen de (pocas) semanas. O por las infecciones nosocomiales, también, y por la asfixia. Esas
son las principales causas de mortalidad perinatal”.
El hospital de ginecobstetricia ocupa un viejo edificio, construido hace sesenta años en lo que antes
fue la orilla de la ciudad. Cuenta con 20 camas, quirófano, laboratorio, dos médicos generales, cuatro
especialistas y 67 enfermeras. Cada mes nacen allí un promedio de 260 infantes, cuyas madres
residen en 25 municipios aledaños.
Alrededor de un 15 por ciento son tarahumaras, y en su gran mayoría, unos 20 casos por mes,
llegan en estado grave, consecuencia de la desnutrición y la falta de cuidados médicos durante el
embarazo. Las madres indígenas suelen ocupar 13 de las 20 camas disponibles y sus hijos
acaparan igualmente el área de cuidados intensivos.
“Como hospital nos sentimos un poco impotentes en ese sentido”, dice la doctora mientras camina
de regreso del área de cuneros. “Somos un hospital de segundo nivel de atención y esto significa
que aquí atendemos a las mujeres prácticamente en el parto. Entonces, cuando nos vienen
pacientes indígenas, éstas suelen llegar a partir de la semana 34, cuando se sienten muy mal o ya
están por aliviarse. La mayoría de estas pacientes llegan en desnutrición. Son pacientes delgadas,
con una pancita muy chiquita a pesar de que ya son embarazos a término. Y sus bebés nacen con
bajo peso y agarran infecciones muy fácilmente. Son bebés que ya por el hecho de venir desnutridos
tienen, no diré que pocas posibilidades de vivir, pero sí están más propensos a adquirir una
enfermedad”.
Algunas de estas pacientes indígenas provienen de lugares remotos en los que difícilmente alguien
puede atenderlas. El nueve de diciembre, una de ellas alcanzó a llegar viva, tras día y medio de
travesía. Era una adolescente de catorce años, originaria de Guazapares, en los límites con Sinaloa
y Sonora. Tardó 24 horas para llegar a San Juanito, en el municipio de Bocoyna, y desde allí fue
traslada en ambulancia hasta Cuauhtémoc. Tenía 37 semanas de gestación. Los médicos le
diagnosticaron clamsia, que no es otra cosa que convulsiones que anuncian el coma durante el
embarazo. Tras alumbrar fue remitida a terapia intensiva en el hospital de zona del IMSS. Su hijo
sufrió desnutrición in útero y seguramente, dicen los médicos, presentará restricción de crecimiento.
Sin accesos para llevar comida
Cada semana, dice Juan Carlos Trejo, el director del hospital, reciben al menos cuatro casos
similares. Aún así, sólo han registrado en el año la muerte de un recién nacido tarahumara. “Fue un
caso en el que no pudimos hacer nada por el estado de gravedad en que llegó la madre. Pero sí, la
pobreza, la desnutrición y las enfermedades que ello genera, nos brindan un cuadro bastante triste
casi todos los días”, señala.
En su pequeño despacho, Trejo dispone de una pizarra blanca, enorme, cuadriculada con
marcadores de color negro y rojo. Ahí lleva la estadística mensual de atenciones. No especifica si
son indígenas, mestizas o menonitas, pero eso no importa. Su personal sabe bien que los casos más
graves suelen ser de tarahumaras.
Anteriormente, la Secretaría de Salud del estado, a la que pertenece el hospital, solía realizar trabajo
de campo en las comunidades más apartadas de la sierra. Con ello obtenían algo parecido a un
control perinatal que aminoraba el riesgo de parto y las secuelas que dejan en los recién nacidos. Sin
embargo, la violencia e inseguridad de los años recientes volvió imposible continuar con el programa.
“Es una pena, porque por ejemplo el Seguro Popular deja fuera a la comunidad indígena, porque
ellos no cubren el requisito del domicilio fijo o del acta de nacimiento. Entonces, estos trabajos de
campo eran importantísimos. Pero la verdad hay mucha dificultad para trabajar allá”, dice.
La zona referida por Trejo no sólo es ruta de paso de droga, sino asiento histórico de cultivos de
adormidera y mariguana. Hay tala clandestina, minas custodiadas, caciques y gavilleros. Las armas
son habituales entre buena parte de la población y hasta la primera mitad de la década pasada,
algunos de los municipios que la conforman registraban la mayor tasa de homicidios del estado. Sin
embargo, los ataques contra empleados de gobierno, maestros y médicos eran casi inexistentes.
Eso cambió en 2008, después de que las fuerzas federales iniciaron operaciones en el llamado
“Triángulo dorado”, en la conjunción de Chihuahua con Sinaloa y Durango.
En octubre de ese año, dos empleados de la Coordinadora Estatal de la Tarahumara fueron
asesinados con disparos de AK-47 y R-15, mientras conducían de noche por una carretera en
Guadalupe y Calvo. El ataque fue el punto culminante de una secuencia de asaltos a mano armada
que rebasó la media centena entre enero de 2008 y junio de 2009. Los blancos preferidos fueron
camionetas del programa Oportunidades y 70 y Más. Ante ello, la delegación de la Secretaría de
Desarrollo Social dejó de atender comunidades remotas y centró operaciones en poblaciones
relativamente seguras.
La inseguridad ha ido en aumento. Grupos armados han sitiado por horas las principales poblaciones
de la Tarahumara, como Creel y San Juanito, para cometer asesinatos múltiples, y han amenazado
con disolver a tiros concentraciones de brigadas médicas en la cabecera municipal de Carichí, donde
reside la mayor población indígena de la sierra.
“Las cosas están realmente peligrosas. El alcalde me dijo hace unos días que tras una feria de salud,
fueron a colocarle una manta para advertirle que la próxima sería reventada, porque no les gustan
las aglomeraciones”, cuenta Rubén Morales Marín, director de la jurisdicción Cuauhtémoc de la
Secretaría de Salud en el estado.
Eso ocurrió el domingo 11 de diciembre. Y el viernes previo, Morales fue enterado también sobre el
secuestro de seis profesores y el hermano del mismo alcalde. De acuerdo con los testigos de tales
hechos, todos fueron retenidos por grupos de hombres armados que instalan retenes sobre
carreteras y brechas, así sea de día.
El nivel de inseguridad redujo por lo tanto la asistencia médica para los tarahumaras más
vulnerables, dice Isabel Talamantes, la coordinadora de brigadas de los servicios de salud del estado
en esa región.
“Usted al momento que sabe dónde está la delincuencia, simplemente no llega a consulta; no llega
con el diabético, no llega con el hipertenso, no llega con el tratamiento de tuberculosis, no llega con
la influenza. Y aquellos niños se le van a enfermar, aquellos viejitos se le van a morir o van a venir
aquí complicados con neumonía, o cuando los tome ya la brigada van a venir al hospital muy mal.
¡Claro que es un problema muy grave lo que se vive en la sierra de Carichí!”.
Los tarahumaras viven en aldeas distantes unas de otras, algunas hasta dos horas a pie.
Talamantes dice que sus brigadistas en ocasiones caminan por 15 horas para atender enfermos. Se
meten por veredas que, hasta ahora conocían sólo ellos y los propios indígenas. Pero es allí donde
comenzaron a operar los grupos armados. “Eso ocurre a cualquier hora del día”, dice. “Y las
personas que están haciendo esto saben las rutas, saben las veredas. Vigilan sobre todo a los
maestros. Y entonces uno se pregunta: ¿Cómo llegan hasta estas veredas? Sin duda alguien les
está diciendo”.
Del universo de ocho mil tarahumaras en Carichí, la tercera parte ha dejado de recibir atención
médica porque Talamantes y sus jefes decidieron suspender las brigadas en buena parte de la
sierra.
Hambre que no termina
La impunidad con la que operan grupos de la delincuencia organizada es sólo uno de muchos
fenómenos que rodean a la comunidad tarahumara, dice Javier Ávila, el sacerdote jesuita que es el
líder moral de la zona. De manera directa, los indígenas han sido vejados por caciques y
gobernantes, golpeados y encarcelados por policías federales y estatales, y al final el hambre y la
desprotección de todos ellos es algo que tiene origen en tales atropellos.
“El hambre no se ha ausentado de la Tarahumara, yo creo que desde que llegó la otra cultura. Es
gente que invade o que invadimos y que de muchas maneras les vamos quitando derechos”, explica.
“A mí no me gusta manejar lo de la ‘hambruna’. La hambruna, según lo que yo entiendo, la vemos
nosotros en Somalia, por ejemplo. ¿Hay hambre en Tarahumara? Hay mucha hambre. Que hubo
sequía, hubo sequía. Que hubo heladas fuertísimas, hubo heladas fuertísimas. Que no se levantó
cosecha, no se levantó cosecha. Que no hay maíz no hay frijol, no hay maíz y no hay frijol. Pero lo
que a mí me preocupa es que esto es reiterativo y jamás se han atacado las causas y sólo se
atienden los efectos dándoles cobijas y despensas a los tarahumaras”.
Al sacerdote todos lo conocen como El Pato. Lleva metido en la sierra tres décadas y no ha dejado
de encabezar movimientos ciudadanos que luchan por los derechos humanos de la población
indígena. Desde hace diez años representa a organizaciones de la sociedad civil en el Programa
Interinstitucional de Atención al Indígena (PIAI), del que forman parte dependencias de gobierno y
empresarios. Durante el año pasado pidieron al gobernador de Chihuahua, César Duarte, que
declarara en estado de emergencia a la sierra, debido a la sequía, pero el reclamo de la comunidad
fue rechazado por el funcionario. A cambio, el padre Ávila logró que los integrantes del programa
acordaran llevar ayuda sin promover ninguna instancia de gobierno, y que el alimento se ofreciera a
cambio de un trabajo comunitario en lugar de regalarse así nomás.
“Desde luego que no vamos a solucionar el hambre de la Tarahumara ni pretendemos hacerlo”,
reconoce El Pato, “pero sí buscamos incidir en lugares donde menos apoyos se pueden tener y para
tal efecto realizamos un mapeo sobre las zonas más vulnerables. Por desgracia, la tentación
electoral es demasiada: ya acordado todo en la mesa del PIAI (el programa para atender a los
indígenas), para sorpresa mía me entero que de pronto aparece (a comienzos de diciembre pasado)
la Coordinadora General de la Tarahumara, con el gobernador del estado repartiendo costales de
maíz y frijol y barras de salchicha; regalando cobijas. Y claro que el maíz y el frijol viene en un costal
que dice ‘Chihuahua Vive’, y es muy patriota porque trae el verde, blanco y colorado. Así no se
atacan las causas de tanta hambre”.
La grave sequía
A unos cuantos metros de las oficinas del sacerdote se encuentra la clínica Santa Teresita, un
complejo asistencial fundado por civiles en Creel para atender a la población tarahumara. Allí se
tiene capacidad para internar a 72 pacientes y se ofrecen unas 500 consultas mensuales. La
ocupación habitual se mantiene sobre 50 por ciento y predominan los pacientes menores de cinco
años y los adultos mayores de 60. El complejo tiene un área de cuidados intensivos que para la
segunda semana de diciembre comienza a llenarse con casos de menores tuberculosos, con
cuadros de neumonía y desnutrición severa. Son los niños que el estado no provee de salud,
alimentación y escuela, y a los que El Pato dice que tratan de mejorarles la vida con despensas y
cobijas.
La sequía de los últimos años ha comenzado a impactar en los registros de pacientes que se llevan
en la clínica de esta zona.
“Hemos visto que a partir de julio ha habido un aumento significativo en este tipo de pacientes con
desnutrición severa. Nos ha llamado la atención que no sólo vienen niños afectados por la falta de
alimentos, sino adultos”, dice René Cuéllar, uno de los médicos a cargo de la clínica.
En seis meses Cuéllar atendió 35 casos de desnutrición severa en menores de cinco años, una cifra
que dobla la estadística del primer semestre. Sólo uno murió. Fue una niña de tres años, procedente
de Urique, que ingresó con edema y lesiones sangrantes e infectadas en la piel. Los tarahumaras,
sean infantes o adultos mayores, comienzan a llegar en mayor proporción desde noviembre, con
tuberculosis y parasitosis.
El hambre es histórica en la Tarahumara, como refirió el sacerdote jesuita. Pero en años recientes, la
sequía ha mermado aún más la capacidad que tienen los indígenas para alimentarse, agrega el
médico. “En el caso de los niños, comen menos de lo requerido por el cuerpo para tener una
actividad normal. Entonces el cuerpo se adapta y con la poquita energía de lo que la gente come,
alcanza para generarse energía suficiente para que el cuerpo funcione, pero no para que crezca, no
para que se desarrolle. Esto significa que los menores crecerán menos de lo habitual para su etnia”,
explica.
En la sala de cuidados intensivos Cuéllar señala a uno de los pacientes que será dado de alta, dos
meses después de que llegó moribundo por la falta de alimento. Tiene nueve años, pero tiene el
peso y la estatura de un niño de cinco. “La sequía está impactando las estadísticas”, dice el médico.
“De por sí, la sierra no es muy fértil y no se dan muchos alimentos, y ahora además está el problema
de la inseguridad, que impide que llegue la ayuda que envían organismos nacionales y extranjeros,
porque no hay quién quiera llevarlos”.
Los cuadros de desnutrición severa y el resto de enfermedades asociadas apenas estallan en Creel
y otros poblados de la Tarahumara. Es una avalancha que no tarda en llegar a Cuauhtémoc, 200
kilómetros al norte, y a la ciudad de Chihuahua. Es cosa de semanas. El reflejo de la hambruna que
agudiza la sequía y la falta de ayuda por cuestiones de seguridad, se verá en toda su magnitud a
partir de febrero, cuando el invierno esté en su apogeo con temperaturas promedio de 17 grados
bajo cero, dice María Dolores Chávez, coordinadora de vigilancia epidemiológica y medicina
preventiva de los Servicios de Salud en Cuauhtémoc.
“Es entonces que esperamos los casos más graves y, por desgracia, también los primeros decesos.
Lo peor está por verse”.
IGNACIO ALVARADO lleva un par de décadas como reportero y ha reseñado más que nada
historias sobre narcotráfico, violencia y otras dolencias sociales.
CITAR ESTA FUENTE ASI:
Comunidad: Unidad de Información y Documentación de los Pueblos Indígenas del Noroeste de México.
Colección: Hemerografía.
Repositorio Institucional de la Biblioteca Gerardo Cornejo Murrieta de El Colegio de Sonora
http://biblioteca.colson.edu.mx:8082/repositorio-digital/jspui/
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