Amalia Iglesias Serna

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Amalia Iglesias Serna
Palabras como pájaros que se agitan en el corazón
En un poema de Gotán, uno de sus primeros libros, escribe Juan Gelman “En
mi corazón se agitan los pájaros que en él sembraste”. Ese agitarse de pájaros
es el movimiento misterioso que anida en la poesía de Gelman. Quién haya sembrado esa agitación no importa tanto como el sonido poético que produce en
nuestros propios corazones. El latido que alienta sus versos no es ensimismado,
sino que depende también de alguien que lo ha sembrado allí. Establece un equilibrio perfecto e inconsciente entre lo tangible y lo intangible, entre la realidad
inmediata y la subjetiva. El poeta mira dentro de sí un agitarse de alas que alguien
ha sembrado, y que evidentemente pasa por el sentir y se expresa a través del pensamiento (“la sangre piensa” escribe en el poema “Tepoztlán”, dedicado a
Antonio Gamoneda). Esos pájaros que cruzan por todos sus poemas, a veces cantan y a veces lloran y a veces callan, pero se siguen reconociendo en la necesidad
de la poesía. El corazón es el lugar donde germina la palabra y “los silencios del
lenguaje”, donde queda tantas veces el aleteo de lo no dicho. El poema consigue
descifrar apenas una parte de lo que en él se agita (“No alcanzo a leer mi corazón escrito”).
Tuve el privilegio de formar parte del jurado que le otorgó el Premio Cervantes
a Juan Gelman. Decidir un único ganador es siempre, en todo premio, una gran
responsabilidad, y mucho más en uno de esta trascendencia. Entre los poetas que
llegaron al final de las votaciones había varios muy apreciados por mí. Y cuando
ya sólo quedaban dos, yo hice una reflexión en voz alta defendiendo a Juan
Gelman: “Llegados a este punto a mí se me plantea un dilema, votar con la cabeza o con el corazón, y en la balanza de la poesía siempre pesa más el corazón.
Por eso, mi corazón me indica que debo votar a Juan Gelman”. No diré quién era
el otro finalista, pero creo que mi corazón estaba valorando una poesía que contiene, en buena medida, el misterio de lo que para mí sea la poesía, al margen de
virtuosismos técnicos, y con ellos; al margen de los grandes temas, y con ellos; al
margen de consideraciones estéticas, y con ellas; al margen de valoraciones éticas, y con ellas ,…su poesía contiene un componente de autenticidad, de verdad,
de vida, que se detecta de inmediato. No me atrevería yo a responder a esa pregunta que atraviesa los siglos sin respuesta: “¿Qué es poesía?” Yo tampoco lo sé.
Pero a lo largo de tantos años de lectora ferviente sí he llegado a detectar que
hay poemas de apariencia perfecta que están muertos, que carecen de alma (“los
poemas escritos en estado de frialdad…/los poemas sin sangre”) y poemas que
“se agitan como pájaros en el corazón” y que son capaces de mantener ese
aliento de vida mucho tiempo después de haber sido pronunciados. Los de
Gelman pertenecen a los segundos. Probablemente porque se nota en ellos, como
en todos los de los grandes poetas que no han sido forzados, sino escritos desde
la necesidad. Una necesidad que a veces, incluso, puede imponerse a la razón:
“quién me manda meterme, endecasílabo/ a contar, quién me manda/ agarrarme el cerebro con las manos,/ el corazón con verbos, la camisa/ a dos puntas y exprimirme” , escribe Gelman en el poema “Oficio”. Pero, por mucho que
se resista, cuando la necesidad se impone, “los versos / del poeta humean recién
sacados del alma”. En esos versos calientes todavía persisten la música y la ternura (“Un pájaro vivía en mí./ Una flor viajaba en mi sangre./ Mi corazón era
un violín” … “y ahora en mi corazón y desde entonces/ transitado de niños y
de risas,/ prisionero en mi música voltea,/ gira el caballo de la calesita”), después de haber “quemado el miedo” y “mirado frente a frente al dolor/ antes
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de merecer esta esperanza”: “miro mi corazón hinchado de desgracias/ tanto
lugar como tendría para las bellas aventuras” y reconstruye el lugar, ensancha
el corazón para dejarle sitio al por-venir: “mi corazón es espléndido como una
palabra// mi corazón se ha vuelto bello como el sol/ que sale vuela canta mi
corazón/ es de temprano un pajarito/ y después es tu nombre”.
Lejos de caer en la banalización del discurso poético, Gelman se ha preocupado por distanciarse del utilitarismo. Es el poeta que se resiste a ser instrumentalizado, encasillado o aireado como bandera de cualquier tribu o tendencia poética. Sin renunciar por ello a expresarse en el registro popular o culto, con la
misma libertad que alentara a otros poetas, desde Góngora, a Antonio
Gamoneda, desde César Vallejo a Paul Celan, desde Federico García Lorca a José
Ángel Valente. Todos ellos autores de una rigurosa exigencia estética, y de una
ejemplar conciencia cívica y moral, que también queda impregnada en sus poemas. En una entrevista posterior a la concesión del Premio Cervantes se refería
Juan Gelman a la poesía social o política de forma clarísima: “Recuerdo una anécdota de Paul Eluard que, cuando estalló la guerra de Corea en 1950, pertenecía
al Partido Comunista Francés. Todos sus compañeros poetas del partido escribieron sobre el tema; Louis Aragón y otros muchos escribieron poemas en los que
protestaban por la intervención de Estados Unidos, pero Paul Eluard no lo hizo.
Cuando le preguntaron por qué no, contestó que él sólo escribía cuando la circunstancia exterior coincidía con la circunstancia del corazón. Creo que esto
puede aplicarse a toda poesía, a toda escritura”. Y aún es más esclarecedor al respecto el poema de Gelman en la muerte el Ché: “Yo estoy escribiendo esto/
porque la Casa de las Américas de Cuba/ institución muy respetable/ ha resuelto publicar un número especial/ de su revista dedicado/ a testimonios sobre el
Ché/ ahora que lo han muerto/ según dicen y Roberto/ Fernández Retamar
íntimo mío/ pero más/ pedazo mío que anda por ahí/ por el Caribe formidable
y/ fosforescente y amatorio y conspicuo/ Roberto, como dije/ ha creído necesario que yo/ escriba algo sobre esto o tal vez algún otro/ creyó que así debía
ser y pidió/ títulos, poemas etcétera a/ colaboradores que/ se sentirán más
miserables todavía/ si eso fuera posible si eso/ fuera posible en realidad// soy
de un país donde te hago caso/ Roberto pero/ decime o dime por favor/ ¿qué
me pedís o pides?/ ¿qué escriba realmente?/ te doy noticias de mi corazón nada
más/ ¿alguno sabe en realidad/ cuáles son las noticias de mi corazón?”
El corazón tiene sus propias noticias, y no pueden ser encerradas en un teletipo. En su libro vanguardista y experimental, donde el lenguaje arriesga hasta el
límite Anunciaciones escribe: “¡mueran los versos objetivos!/ ¡inventen una lengua donde quepa/ todo el furor que falta!”. Y en su último libro Mundar: “¿Qué
se sabe?/ Del poema, nada. Llega, tiembla/ y raspa un fósforo apagado”. Un
fuego de alas y pájaros que se agitan en el corazón: “pájaros/ de ida y vuelta, pensamientos/ que no se quieren acostar”.
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