La interpretación de los contratos en la República Argentina POR LUIS MOISSET DE ESPANÉS Y BENJAMÍN MOISÁ (*) Sumario: § 1. Introducción. § 2. Estructura del acto jurídico y de los contratos. Elemento interno y externo. § 3. Interpretación de los contratos. § 4. Principios y criterios de interpretación contractual. § 5. Reglas de interpretación contractual en el Derecho Argentino. 5 a) Reglas subjetivas; a-1) intención común de las partes; a-2) interpretación contextual; a-3) interpretación fáctica. 5 b) Reglas objetivas; b-1) interpretación literal; b-2) interpretación conservadora; b-3) interpretación a favor del deudor. § 6. Interpretación de los contratos por adhesión y de consumo. 6-a) Contratos por adhesión; a-1) prevalencia de la cláusula particular; a2)condición más beneficiosa; a-3) condición más importante; a-4) interpretación contra proferentem. 6-b; Ley N° 24.240 de Defensa del Consumidor y del Usuario. § 7. Integración 1.- Introducción El hombre, como ser esencialmente social, necesita vincularse con sus semejantes para poder satisfacer sus más variadas necesidades materiales y espirituales, y lo procura por medio de su voluntad, como potencia del alma que lo mueve a hacer o no hacer algo. Desde un plano intersubjetivo, las personas recurren al acto jurídico para canalizar su voluntad hacia un fin, esto es para establecer relaciones de derecho de toda índole, «crear, modificar, transferir, conservar o aniquilar derechos», como dice el artículo 944 de nuestro Código Civil. (*) Este trabajo ha aparecido anteriormente en Perú y Argentina. Para su publicación en la página de la Academia Nacional de Derecho de Córdoba ha sido revisado y corregido por el Dr. Luis Moisset de Espanés. 2 Pero, ocurre que, al concretarse las relaciones personales en un acto jurídico, es frecuente que se susciten divergencias entre las partes y respecto de terceros acerca de sus alcances, entre la voluntad y su exteriorización, cuestiones que, fracasados los intentos conciliadores de los interesados, en última instancia deben ser zanjadas por un juez. Es imaginable, entonces, la trascendencia fundamental de la labor interpretativa de los distintos operadores jurídicos. Siendo el contrato el caso más importante de acto jurídico bilateral –o plurilateral– y el medio normal para que las personas establezcan entre sí relaciones jurídicas de carácter patrimonial, nos proponemos en el presente trabajo estudiar las reglas y principios que rigen su interpretación, con especial referencia a la normativa vigente en nuestro país. Para ello, como es lógico, necesariamente debemos comenzar analizando la estructura del acto jurídico, del cual el contrato es sólo una especie. 2.- Estructura del acto jurídico y del contrato. Elemento interno y externo El acto jurídico es el instrumento por cuyo intermedio se concreta la voluntad del hombre en el mundo del Derecho, debiendo concurrir para su existencia dos elementos: uno moral o interno, la voluntad psicológica; y otro material o externo, manifestación. Así, como bien lo observa Augusto TEIXEIRA su DE FREITAS: «Sin el elemento material y aunque exista el elemento moral, hay puramente un hecho interior que nadie puede conocer, mientras no se tradujere en signos sensibles. Aparecen estos signos, tenemos el elemento material, pero él solo no basta para caracterizar el acto voluntario, es indispensable el elemento 3 moral»1. Lo que ocurre es que toda la vida consciente del hombre está dominada por la voluntad, pero para el Derecho esto no es suficiente, sino que, además, la voluntad debe ser exteriorizada2. Cabe concluir, entonces, que el acto jurídico, y el contrato como especie del mismo, presenta una estructura compleja conformada por un elemento interno –voluntad– y un elemento externo –exteriorización–, que se manifiestan como pasos sucesivos e inescindibles del proceso volitivo. Como consecuencia de ello, en relación con los demás –plano ético intersubjetivo propio del Derecho–, el acto jurídico debe ser completo, es decir, ejecutado con discernimiento, intención y libertad –elemento interno–, y esa voluntad así integrada, a su vez, debe trascender el ámbito subjetivo –moral– por medio de una manifestación expresa o tácita –elemento externo–. Ahora bien, normalmente voluntad y manifestación deben coincidir, pero, frecuentemente ocurre que no –supuesto patológico– o, cuando menos, existen discrepancias sobre el sentido de la manifestación del acto. Entonces: ¿a qué atender? Anticipamos que, siendo el acto jurídico –como hemos dicho– el instrumento que el Derecho pone a disposición de las personas para que regulen satisfacción de sus sus relaciones más variadas jurídicas con necesidades vista a materiales la y espirituales, debe tratarse por todos los medios de desentrañar la voluntad real, o común intención los contratos. Sólo cuando ello de las partes en el caso de es imposible o cuando la manifestación de la voluntad ha generado razonables y fundadas expectativas en los terceros, por culpa de los manifestantes, deberá estarse a las apariencias del acto según pautas objetivas 1 . Augusto TEIXEIRA DE FREITAS, Código civil [Esboço], t. I, p. 231, A. García Santos y J. Roldán, Buenos Aires, 1909, traducción al español. 2 . Véase Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad y el fenómeno de la predisposición contractual (tesis doctoral), p. 89 y ss., § 21 y ss., Zavalía, Buenos Aires, 2005. 4 de interpretación3. 3.- Interpretación de los contratos a) Nociones generales La interpretación de los contratos no es tarea exclusiva de profesionales del derecho: jueces, mediadores, árbitros y abogados prácticos, sino que corresponde esencialmente a las partes que celebran un convenio y también a todo integrante de la sociedad que pueda verse afectado por las consecuencias de ese contrato. Las partes plasman en el contrato previsiones destinadas a regir la vida de las relaciones que en virtud de ese acto se establecen, y para ello recurren al lenguaje como medio de comunicarse. El lenguaje es un sistema de símbolos que sirve para transmitir las ideas; se utiliza, pues, una especie de "código" de señales, y el que desea conocer el mensaje debe "traducir" esas señales, atribuyéndoles sentido, con lo que ya está efectuando una tarea primaria de "interpretación"4. Ninguna cláusula contractual puede ser comprendida sin esta tarea previa de atribución de sentido por lo que, con razón, se afirma que hasta las cláusulas más "claras" deben ser interpretadas, pues recién cuando se haya captado el significado de los símbolos empleados por las partes podrá tomarse conciencia de la claridad u oscuridad del mensaje. Pero la función del intérprete en materia contractual no se agota con la averiguación del sentido que tiene una cláusula considerada aisladamente, sino que debe también ahondar en los circunstancias 3 generales del contrato, para establecer . Véase Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad..., p. 122 y ss., § 27. 4 si . ver Luis DIEZ PICAZO, "Experiencias jurídicas y teoría del derecho", Ariel, Madrid, 1973, Cap. XII, p. 225 y ss. 5 armonizan con el "supuesto de hecho" contemplado en esa cláusula. A tal fin, como dice BETTI5, hay que efectuar una labor de "diagnosis o calificación jurídica", para ver si la denominación que las partes han dado al contrato que están analizando encaja en el tipo abstracto previsto por la ley. Se trata de una operación compleja, en la que no pueden separarse los hechos del derecho6 y de la que dependerá, en definitiva, la normativa que deberá aplicarse al contrato que se está interpretando. Interpretar en su primera acepción, según la REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, significa: «Explicar o declarar el sentido de algo, y principalmente el de un texto»7. Se trata de una actividad común a todo acto jurídico, sin perjuicio de que presenta matices diferenciales según se trate de un acto unilateral, como el testamento, o de un acto bilateral, como el contrato. El concepto transcripto, predicado respecto de un contrato, implica una operación lógico-intelectual mediante la cual las partes, los terceros o el juez, previa captación de su sentido, explican o declaran –con fuerza imperativa en el último caso– el contenido del acuerdo y el alcance de sus cláusulas. Tomando como paradigmas de acto unilateral y bilateral al testamento y al contrato respectivamente, observamos que mientras en el primer caso existe una sola manifestación de voluntad no recepticia; en el segundo, nos encontramos con un acuerdo sobre una declaración de voluntad común o, lo que es lo mismo, con la aceptación recepticia de una manifestación de voluntad previa –oferta–. Como consecuencia de ello, a diferencia de lo que ocurre con los testamentos, respecto de los cuales la labor interpretativa consiste en determinar exclusivamente la voluntad del testador, en los contratos encontramos una concurrencia de 5 . Ver Emilio BETTI, "Interpretación de la ley y de los actos jurídicos", traducción de J. L. de Los Mozos, Ed. Revista de Derecho Privado, Madrid, 1975, p. 83. 6 . conf. DIEZ PICAZO, obra citada en nota 4, p. 234) 7 . REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de la Lengua, 22ª ed., en www.rae.es. 6 voluntades de la cual debe desentrañarse, en la medida de lo posible, la común intención de las partes, cuidando de que los terceros no se vean perjudicados a raíz de culposas manifestaciones de aquéllas. A tal fin, la Ciencia del Derecho a través del tiempo ha ido elaborando una verdadera teoría de la interpretación, de cuyos principios, criterios y reglas en materia contractual nos ocuparemos a continuación. 4.- Principios y criterios de interpretación contractual En el esquema clásico de contratación, es decir en los contratos con paridad negocial, la interpretación debe tender a develar la intención común de las partes, siendo regida en la consecución de ese objetivo por tres principios rectores8: 1°) búsqueda de la voluntad real9; 2°) buena fe10; y 3°) conservación 8 . A diferencia de algunos autores que la incluyen como un principio clásico de interpretación contractual, pensamos que la «autonomía de la voluntad» es un principio general del derecho, de raigambre constitucional en nuestro ordenamiento positivo, en cuya virtud el hombre tiene la facultad de autodeterrminarse y autorresponsabilizarse dentro de los límites que le son inmanentes, dando lugar al objeto de la interpretación: el acto jurídico (véase el excelente trabajo de María Laura ESTIGARRIBIA BIEBER, Interpretación de los contratos. Evolución de sus principios, Homenaje a Guillermo A. Borda, § 4.1, en prensa, próximamente en Anuario de Derecho Civil de la Universidad Católica de Córdoba, Argentina. Cfr. Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad..., p. 61 y ss., § 13 y ss.). 9 . «No siendo solamente la formación del consentimiento el resultado del encuentro de declaraciones, sino también y sobre todo, de voluntades, frente a un desacuerdo post-contractual, éste debe ser resuelto recurriendo –para aclarar el sentido del contrato– a lo que en realidad las partes tenían en su pensamiento y voluntad, sean cuales fueren las palabras empleadas por ellas, ya que las palabras habrán de corregirse a la luz de la efectiva voluntad común. Y como todos los indicios son buenos para tal fin, corresponde meritar especialmente las circunstancias que han acompañado a la formación del contrato (fase de las negociaciones), la calidad y mentalidad de las partes, la naturaleza y la finalidad del contrato y las circunstancias análogas que pueden ayudar a reconstruir la intención común» (C. Nac. Civ. y Com. Fed., sala 3ª, 6 de febrero de 2003 Junta Nac. de Granos v. Frigorífico La Estrella SA, Expediente: 4811/98, Lexis Nº 1/70009015-7). 10 . «La regla de interpretación de buena fe no sólo sirve para esclarecer el sentido del contrato, sino también para pautar su contenido, es decir, permite precisar cuáles son los alcances en los que el contratante está jurídicamente vinculado» (C. Nac. Com., sala A, 17 de septiembre de004 - Cottiz, Pedro A. y otro v. Banco del Buen Ayre S.A., SJA 9 de febrero de 2005, Lexis Nº 1/73691). Véase, además, Benjamín MOISÁ, La buena fe en los contratos por adhesión, en Marcos M. CÓRDOBA (Director), AA. VV., Tratado de la Buena Fe en el Derecho, t. I, 7 del contrato11. A la luz de tales principios, el intérprete –parte, tercero o juez– en la actividad que le es propia debe recurrir sucesivamente a criterios hermenéuticos subjetivos y objetivos: la interpretación subjetiva le permitirá acercarse a la voluntad real de las partes; la interpretación objetiva, en cambio, le posibilitará eliminar las dudas y ambigüedades de la manifestación, en los casos en que el verdadero querer de los contratantes se presenta como inasequible12. Para conjugar los factores –voluntad y manifestación– e intereses –de las partes y de terceros– en debate, DÍEZ-PICAZO agudamente observa que debe atenderse a los siguientes criterios: «1°) El contrato es siempre tutelado como un cauce de realización espontánea de de intereses, sus autores. en cuanto Por es una consiguiente, obra en libre línea y de principio, nadie debe quedar vinculado u obligado por un contrato si su voluntad no se ha formado y manifestado libre o espontáneamente (principio de la voluntad). 2°) La buena fe y la efectiva confianza de los destinatarios de una declaración en la validez y regularidad de la misma merecen también una evidente protección. Debe valorarse si el destinatario conoció o no conoció la falta de voluntad del declarante y si actuando diligentemente pudo y debió conocerla. Si conoció o diligentemente pudo y debió conocer la falta de p. 419 y ss., La Ley, Buenos Aires, 2004. 11 . «El enunciado principio de conservación del contrato deriva de su propia fuerza obligatoria e impide en los casos dudosos, interpretar en contra de su validez. Es decir que, si los contratos se hacen para ser cumplidos, en su interpretación no se debe tener en cuenta únicamente lo que ellos contienen explícitamente, sino también deben serlo las circunstancias implícitas en ellos (arts. 1197 y 1198 CCiv.)» (C. Civ. y Com. Mar del Plata, sala 1ª, 30 de diciembre de 1999 - Arce, Daniel O. v. Distribuidora Fer S.R.L., JA 2002-II-síntesis, Lexis Nº 1/55946). 12 . Véase Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad..., p. 226 y ss., § 65. Cfr. Luis ÍEZ-PICAZO, Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, t. I, p. 393 y ss., Civitas, Madrid, 1996; Silvia DÍAZ ALABART, en BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, AA. VV., Comentarios a la ley de condiciones generales de la contratación, p. 198 y ss., § 6 y ss., Aranzadi, Elcano (Navarra), 2000. 8 voluntad, las consecuencias de ésta le alcanzan. En cambio, si diligentemente y de buena fe el destinatario confió en la declaración, su confianza merece ser protegida y el declarante debe quedar vinculado no obstante su falta de voluntad (principio de la buena fe o de la confianza). 3°) Debe declarante y valorarse la igualmente responsabilidad el que a comportamiento él le cabe del en la divergencia entre su declaración y su voluntad. Si el declarante actuando diligentemente pudo y debió desvanecer la confianza que en los terceros suscitaba su declaración y no lo hizo, responde de la eficacia de la declaración y queda vinculado por ella como si efectivamente hubiera existido una real y plena voluntad (principio de la autorresponsabilidad)»13. En suma, como principio general, en la interpretación contractual debe prevalecer la intención común de las partes –cuando es determinable–, siempre que su exteriorización sea el resultado de un obrar diligente y que, por lo tanto, no haya generado razonables expectativas en terceros de buena fe. 5.- Reglas de interpretación contractual en el Derecho Argentino Llamativamente el Código Civil argentino, a diferencia del Código de Napoleón y de los demás inspirados en él, en su redacción originaria no contenía ninguna norma sobre interpretación de los contratos; recién con la sanción de la ley 17.711 escuetamente se dispone que los contratos, además de celebrarse y ejecutarse de buena fe, deben interpretarse de igual modo (art. 1198). Sin embargo, el Código de Comercio14 suplía tal 13 . Luis DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 155 y s. En igual sentido, véase Manuel ALBALADEJO, El negocio jurídico, p. 154 y ss., Bosch, Barcelona, 1958. 14 . «Los legisladores han estimado así, pertinente, en diversos países y en diferentes épocas, incluir en los Códigos de Comercio algunas normas orientadoras en lo referente a la interpretación de los contratos. El Código de Comercio español de 1829 ha servido, en este sentido, de modelo a varios otros, entre los cuales figuran el nuestro y el Uruguayo» (Carlos C. MALAGARRIGA, Tratado elemental de Derecho Comercial, t. II, p. 7, TEA, Buenos Aires, 1963). 9 omisión mediante la consagración de lo que podríamos denominar teoría clásica de la interpretación contractual, la que se remonta a las reglas romanistas magistralmente sistematizadas por POTHIER en su inmortal Tratado de las Obligaciones, fuente indiscutida del Código Civil francés en esta materia. Si se tiene en cuenta que el Código de Comercio regía en la República Argentina con anterioridad a la sanción del Código Civil –Ley N° 340 del 25 de septiembre de 1869, vigente a partir del 1° de enero de 1871–, quizá sea por esta razón –lo que no podemos afirmar de un modo concluyente– que Don Dalmacio VÉLEZ SÁRSFIELD estimó que era innecesario reeditar normas que ya regulaban la vida jurídica de nuestro país. Recuérdese que el Código de Comercio –primero, desde 1859, de la Provincia de Buenos Aires; y luego, a partir de 1862, de la Nación– contenía una serie de principios generales de índole civil que permitían salvar provisoriamente la ausencia de un código sobre la 15 materia , lo cual, obviamente, no permite sortear la crítica técnica y metodológica de la que es pasible el nuevo Código de VÉLEZ –el civil– por su omisión respecto de la problemática interpretativa. Seguramente conscientes de tal circunstancia, los reformadores de 1889, al derogar las disposiciones de derecho común que contenía el Código de Comercio para compatibilizarlo con el flamante ordenamiento civil, dejaron vigentes sus disposiciones sobre interpretación contractual16. 15 «En la nota de presentación del proyecto se había dicho al respecto, a modo de explicación, que ‘en el estado actual de nuestros Códigos Civiles era imposible formar un Código de Comercio’ sin suplir ‘todos los títulos del derecho civil’ que, a juicio de los autores, faltaban para poder componer ese Código. Hemos trabajado por esto –decían– treinta capítulos del derecho común, los cuales van interpolados en el Código en los lugares en que lo exigía ‘la naturaleza de la materia’. Vélez, en carta a Acevedo, durante su común labor, le había sugerido hacer que precedieran al Código esas disposiciones de derecho civil, pues –le decía– de otro modo será ‘como si en un Código Civil se pusiera un título de naufraugios’» (Carlos C. MALAGARRIGA, obra citada, t. I, p. 21). 16 . «Los autores de nuestro Código de 1859-62, además de establecer en la regla XI de las ‘Reglas generales’ que precedían al Código propiamente dicho, que ‘en las materias en que las convenciones particulares pueden derogar la ley, la naturaleza de los actos autoriza al juez a indagar si es de la esencia del 10 Hecha esta previa aclaración, somos partidarios de distinguir en nuestro derecho positivo las reglas que tienden a determinar la intención común de las partes –interpretación subjetiva– de las que tienden a eliminar dudas y ambigüedades –interpretación objetiva–. Como bien observa FONTANARROSA, al primer grupo pertenecen las reglas contenidas en el artículo 218, incisos. 1°), 2°) y 4°); en tanto que al segundo, corresponden las de los artículos II y V del título preliminar, 217, 219 y 220 del Código de Comercio17. Por lógica, y siguiendo los principios y criterios de interpretación contractual que hemos sostenido más arriba, las reglas subjetivas tienen prioridad sobre las objetivas, es decir, debe investigarse en primer término la llamada intención común de las partes, y sólo recurrirse a los parámetros objetivos cuando no se pueda desentrañar aquélla. 5-a) Reglas subjetivas Siendo el contrato, por definición, un «acuerdo sobre una declaración de voluntad común» (art. 1137, Cód. Civil), es un imperativo de la razón que la labor del intérprete en un primer momento deba encaminarse a escudriñar cuál es esa «voluntad común» que nos llega a través de su «declaración». Evidentemente, sería absurdo aspirar a desnudar el querer íntimo de las partes, pues para ello necesitaríamos introducirnos en la psiquis de los contratantes y tomar contacto directo con sus pensamientos, proeza que la ciencia no ha alcanzado aún. Y todavía, en la hipótesis de que alguien tuviese ese mágico poder, no nos acto referirse a la costumbre, para dar a los contratos y a los hechos el efecto que deben tener, según la voluntad presunta de las partes’, dedicaron el capítulo IV y último del título ‘De los contratos o de las obligaciones comerciales en general’ a dar normas de interpretación de las convenciones’, y los artículos 295, 296, 297 y 298, que integraban el capítulo, fueron mantenidos en 1889» (Carlos C. MALAGARRIGA, obra citada, t. II, p. 8). 17 . Rodolfo O. FONTANARROSA, Derecho Comercial Argentino, t. II, p. 153 y ss., Zavalía, Buenos Aires, 1971. 11 quedaría otra alternativa más que conformarnos con la versión que ese superdotado nos transmitiese. En consecuencia, debemos entender por voluntad común de las partes, no la voluntad real que es inasequible, sino la que el intérprete presume que responde a la intención de las partes según las circunstancias, el contexto de la declaración y las conductas de los contratantes, previas, concomitantes y posteriores a la celebración y ejecución del contrato. a-1) Intención común de las partes (art. 218, inc. 1, Cód. Com.) «Habiendo ambigüedad en las palabras, debe buscarse más bien la intención común de las partes que el sentido literal de los términos», dice el inc. 1) del artículo 218 del Código de Comercio argentino. «Esta es la regla de las reglas (Montaigne), la ley de las leyes modernas, y más bien que una regla de interpretación es el propósito mismo y fin de ésta; pues así como la verdadera inteligencia de una ley es la que se acuerda con la voluntad del legislador, así la interpretación recta de una convención es la que se conforma con la voluntad de los contratantes, que por ser el fiat de la obligación, constituye la ley de los contratos (Cód. Civ. 1197, 1198, 835, 625, 541 y 533)»18. Indudablemente la norma consagra la primera regla de POTHIER para la interpretación de las convenciones19, tomada a su vez del 18 . Lisandro SEGOVIA, Explicación y crítica del nuevo Código de Comercio de la República Argentina, t. I, p. 258, n. 795, Félix Lajouane, Buenos Aires, 1892. 19 . Robert Joseph POTHIER, Tratado de las Obligaciones, p. 60, Heliasta, Buenos Aires, 1993, versión directa del Traité des Obligations, según la edición francesa de 1824, publicada bajo la dirección de M. Dupin, corregida y revisada por M. C. de las Cuevas. 12 Digesto (L, XVI, 219)20. El insigne jurista francés, cuyas reglas interpretativas fueron transcriptas al pie de la letra por el Código de Napoleón, motor del movimiento codificador universal, ilustra la cuestión con este elocuente ejemplo: «Vos me tenéis alquilada una pequeña habitación en una casa de la que yo ocupo la parte restante, y yo os hago el nuevo alquiler en los siguientes términos: Doy en alquiler a un Tal MI CASA por tantos años, por el precio del anterior arriendo. ¿Tendríais motivo para pretender que lo que yo os he alquilado ha sido toda la casa? No; pues bien gramatical, que por esos signifiquen términos, la casa mi casa, entera y en no su sentido una simple habitación, es empero visible que nuestra intención no ha sido otra que la de renovar el arriendo de un cuarto que ya os había alquilado; y esta intención, de la que no se puede dudar, debe prevalecer sobre los términos del arriendo»21. a-2) Interpretación contextual (art. 218, inc. 2, Cód. Com.) El inciso 2) del artículo 218 del Código de Comercio dispone que: «Las cláusulas equívocas o ambiguas deben interpretarse por medio de los términos claros y precisos empleados en otra parte del mismo escrito, cuidando de darles, no tanto el significado que en general les pudiera convenir, cuanto el que corresponda por el contexto general». Coincidentemente, la sexta regla de POTHIER para la interpretación de las convenciones dice: «Se debe interpretar una cláusula por las otras cláusulas contenidas en el acta, ya precedan o sigan a dicha cláusula»22. Esto significa que la interpretación de las cláusulas contractuales no puede ser hecha respecto de cada una de ellas en forma aislada, sino 20 . «In conventionibus contrahentium voluntatem potius, quam verba spectari placuit» («En las convenciones debe atenderse a la voluntad de los contratantes mejor que a las palabras»). 21 . POTHIER, obra y lugar citados últ. 22 . POTHIER, obra citada, p. 62. 13 conjuntamente con su entorno lingüístico, como parte de un todo. Así, el tratadista ejemplifica nuevamente con el Digesto (L, XVI, 126), expresando: «Conforme a esa ley, se había dicho en un contrato de venta, por primera cláusula, que la heredad se había vendido uti optimus maximus, es decir, libre de todas las cargas reales; por una segunda cláusula se había dicho que el vendedor no entendía salir garante sino por sus hechos. Esta segunda cláusula sirve para la interpretación de la primera, y restringe la generalidad de los términos a este sentido, que el vendedor por la dicha primera cláusula no ha entendido prometer y asegurar otra cosa, sino que él no había impuesto carga alguna a su heredad, y que él era libre de todas aquellas que hubiesen sido impuestas por otros, y de las que no tenía conocimiento alguno»23. Por su lado, nuestros tribunales han dicho: «Las cláusulas de un contrato tomadas individualmente pueden adquirir un significado inexacto; sólo de la correlación armónica de su conjunto surge su correcto significado»24. Asimismo, han expresado que: «El art. 218 inc. 2º del Código de Comercio determina que las expresiones usadas por las partes, no deben entenderse aisladamente, sino en función del contexto. Ello significa que las cláusulas ambiguas o equívocas deben interpretarse a través de los términos claros y precisos del contrato, cuidando de darles el sentido que corresponda por el contexto general. Las partes no pueden ampararse en cláusulas que las favorecen y desechar las perjudiciales»25. a-3) Interpretación fáctica (art. 218, inc. 4, Cód. Com.) 23 . POTHIER, obra y lugar citados últ. 24 . C. Nac. Com., sala B, 23 de agosto de 2004 - Asociación Civil Instituto General v. Banco de la Provincia de Buenos Aires, Lexis Nº 1/1002009. 25 . C. Civ. Com. Min. Paz y Trib. Mendoza, Dalvian S.A. v. Montero Cuervo, Rodolfo, Sentencia 123224, 10 de marzo de 1997, SAIJ, Sumario nro. U0001351. 14 La norma que nos ocupa fija quizá la pauta más importante para determinar la común intención de las partes, pues, qué mejor que atender a sus conductas para descifrar lo que verdaderamente han querido al momento del acto. En este sentido, el texto legal dispone: «Los hechos de los contrayentes, subsiguientes al contrato, que tengan relación con lo que se discute, serán la mejor explicación de la intención de las partes al tiempo de celebrar el contrato». Agregamos que, no obstante la limitación textual –a nuestro criterio, no excluyente–, las conductas a valorar no solamente deben ser las «subsiguientes», sino también las anteriores y posteriores a la celebración del acto. En este sentido, se ha dicho: «Si bien toda interpretación debe comenzar por el análisis literal del documento mismo cuando lo hubiere, el objeto de la interpretación no es sólo el instrumento en que se ha materializado el acuerdo, sino el negocio jurídico contractual en su integridad, incluyendo el comportamiento de las partes anterior, simultáneo y posterior a la conclusión del contrato»26. 5 b) Reglas objetivas Cuando los elementos interpretativos son insuficientes para descubrir la intención común de las partes, se hace necesario recurrir a lo que se ha dado en llamar «interpretación objetiva» para determinar la voluntad hipotética de aquéllas, presumiéndose que, ante las circunstancias planteadas, se quiso lo que hubiera sido la voluntad de un hombre de una racionabilidad y prudencia medias27. b-1) Interpretación literal (art. 217, Cód. Com.) 26 . C. Civil y Com. Azul, sala 2ª, 26 de diciembre de 2001, Da Silva, Mabel v. Mussi, Guillermo A. y otro, Lexis Nº 1/5513782. 27 . Cfr. Juan Berchmans VALLET DE GOYTISOLO, Manuales de metodología jurídica, t. III –De la determinación del derecho–, p. 143 y s., Fundación Cultural del Notariado, Madrid, 2004. 15 En la interpretación objetiva, la primera pauta a seguir es la que señala el artículo 217 del Código de Comercio, cuando manda que: «Las palabras de los contratos y convenciones deben entenderse en el sentido que les da el uso general, aunque el obligado pretenda que las ha entendido de otro modo». Esta norma, completada con lo dispuesto en el inciso 6 del artículo 218 del código mercantil28 reproduce la cuarta regla de POTHIER, la que a su vez reconoce su antecedente –como la mayoría de ellas– en el Digesto (L, XVII, 34). Al respecto, expresa el recordado jurisconsulto francés que: «Lo que puede parecer ambiguo en un contrato se interpreta por lo que es de costumbre en el país», y en su quinta regla agrega: «El uso tiene una autoridad tan grande en punto a la interpretación de las convenciones, que en todo contrato se sobreentienden las cláusulas que son de uso, bien que no se hallen expresadas»29. Es que, como bien lo observa JOAQUÍN COSTA –citado por VALLET DE GOYTISOLO–, «en aquello en que las voluntades expresas no alcancen, ‘nada más lógico que suponer que la voluntad de una persona quiere lo que ha querido la mayoría de las personas que viven en condiciones análogas a las suyas’»30. Obsérvese que no se trata ya de la clara «intención común» de las partes, sino del conflicto interpretativo suscitado entre ellas o respecto de un tercero sobre cuestiones cuando menos dudosas. b-2) Interpretación conservadora (art. 218, inc. 3, Cód. Com.) El inciso 3 del artículo 218 del Código de Comercio en su primer párrafo dispone: «Las cláusulas susceptibles de 28 dos . «El uso y práctica generalmente observados en el comercio, en casos de igual naturaleza, y especialmente la costumbre del lugar donde debe ejecutarse el contrato prevalecerán sobre cualquier inteligencia en contrario que se pretenda dar a las palabras». 29 . POTHIER, obra citada, p. 61 y s. 30 . Juan Berchmans VALLET DE GOYTISOLO, obra y lugar citados, p. 144. 16 sentidos, del uno de los cuales resultaría la validez, y del otro la nulidad del acto, deben entenderse en el primero»; y a continuación agrega: «Si ambos dieran igualmente validez al acto, deben tomarse en el sentido que más convenga a la naturaleza de los contratos, y a las reglas de la equidad». La norma, que sintetiza las reglas segunda (Digesto L, I, 80) y tercera de POTHIER31, responde a la indiscutida lógica de que no puede atribuirse un despropósito a las partes y, en consecuencia, si han contratado es porque han buscado producir algún efecto jurídico, el cual merece protección de la ley, debiendo el intérprete dilucidar su sentido y alcances. En la segunda parte del inciso que ocupa nuestra atención, sentado ya que al contratar las partes algo han querido, aun cuando no se sepa precisamente qué, el legislador da dos pautas hermenéuticas de gran importancia: la naturaleza del contrato y la equidad. La primera, de un modo general y abstracto, mediante la determinación de los caracteres esenciales del acuerdo (v. gr.: unilateral o bilateral; gratuito u oneroso; consensual o real; de ejecución instantánea, continuada o diferida; de cambio o asociativo; por negociación o por adhesión; etc.) permitirá deducir las consecuencias que de ellos derivan; en tanto la segunda, en particular y concreto, como la plomada de los arquitectos de Lesbos que se adapta a la forma de la piedra, al decir de ARISTÓTELES32, consecuencias al caso, ajustará teniendo con en mayor cuenta precisión sus tales singulares circunstancias. b-3) Interpretación a favor del deudor (art. 218, inc. 7, Cód. Com.) Finalmente, 31 como cierre de todas las reglas de . POTHIER, obra citada, p. 60 y s. 32 . ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco, lib. V, cap. X, en Obras de Aristóteles, t. I, p. 148, Madrid, 1874, trad. Patricio de Azcárate, en Proyecto Filosofía en español, www.filosofia.org, 2005. 17 interpretación postuladas por el artículo 218 del Código de Comercio, su inciso 7 dice: «En los casos dudosos, que no puedan resolverse según las bases establecidas, las cláusulas ambiguas deben interpretarse siempre en favor del deudor, o sea en el sentido de liberación». Al sentar el principio del favor debitoris, el inciso reproduce la séptima regla de POTHIER33, la cual reconoce su fundamento en la antigua máxima romana 34 interpretatio contra proferentem vel stipulatorem . Por cierto, creemos necesario destacar, que se trata de una norma de carácter subsidiario ante el fracaso de todos los demás preceptos interpretativos. Así, con razón se ha expresado: «El principio favor debitoris (art. 218, inc. 7, del Código de Comercio) sólo impera cuando luego de considerarse todas las reglas hermenéuticas, el sentido de las cláusulas del contrato siga siendo oscuro»35. 6.- Interpretación de los contratos por adhesión y de consumo a) Contratos por adhesión Respecto de los contratos por adhesión, no se puede hablar de una voluntad común de los contratantes, pues como bien se sabe el contenido de los mismos es impuesto al adherente por el predisponente. Entonces, ¿cómo interpretar las condiciones –cláusulas predispuestas, eventualmente abusivas– generales o particulares que los conforman? En este campo debe primar la interpretación objetiva, procurándose buscar el equilibrio de las posiciones contractuales. De ahí el nombre de remedios equilibradores que hemos dado a las reglas de interpretación que 33 . POTHIER, obra citada, p. 62 y s. 34 . Véase infra, § 6, a, 4°). 35 . C. Civ. y Com. San Isidro, sala 2ª, 18 de diciembre de 2003 Sanatorio San Lucas v. Buonanotte de Craia, M. E., Lexis Nº 1/70010028-2. 18 gobiernan en este ámbito36. Sin embargo, esta tarea de reequilibrar el contrato debe realizarse con prudencia, cuidando de no caer en un desequilibrio inverso. En definitiva, se trata de aplicar las reglas generales de interpretación contractual, pero con una orientación predominantemente objetiva y de 37 protección a la parte débil en la contratación . Aunque las reglas hermenéuticas de aplicación específica en el mundo de la predisposición contractual en última instancia no son sino un derivado del antiguo principio interpretatio contra proferentem vel stipulatorem, siguiendo a ALFARO ÁGUILA-REAL38 y a DÍEZ-PICAZO39, podemos distinguir básicamente cuatro especies de ellas: 1°) regla de la prevalencia de la cláusula particular; 2°) regla de la condición más beneficiosa; 3°) regla de la condición más importante; y 4°) regla de la interpretación contra proferentem. a-1) Prevalencia de la cláusula particular Según esta regla, en la interpretación de los contratos por adhesión deben particulares prevalecer sobre las las cláusulas condiciones y generales condiciones en caso de contradicción. No deben confundirse las cláusulas particulares con las condiciones particulares, ya que, mientras las primeras son negociadas libremente por las partes, las segundas son impuestas. El caso de las cláusulas particulares no ofrece mayores dificultades, pues al ser el producto de la libre negociación de los contratantes rige plenamente el principio de la fuerza vinculante de la voluntad (pacta sunt servanda), 36 . Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad..., p. 226 y ss., § 65. 37 . Cfr. Silvia DÍAZ ALABART, obra citada, p. 231 y s., § 61 y ss. 38 . Jesús ALFARO ÁGUILA-REAL, La interpretación de las condiciones generales de los contratos, en RDM, enero-junio, 1987, p. 7 y ss. 39 . Cfr. Luis DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 411 y ss., § 2. 19 incluso cuando fuesen menos favorables para el adherente. Distinto es el supuesto de las condiciones particulares, en el cual la regla de la prevalencia sólo rige en la medida en que ellas sean más favorables que las condiciones generales40. a-2) Condición más beneficiosa La regla de la prevalencia de las cláusulas particulares sobre las condiciones generales no es absoluta. Por excepción, como lo anticipáramos en el apartado anterior, en el supuesto de conflicto entre condiciones generales y condiciones particulares –que no son lo mismo que cláusulas particulares, sino una especie de ellas cuya nota característica es la imposición– deben prevalecer las primeras cuando sean más beneficiosas para el adherente41. Condición más beneficiosa es aquélla que amplía los derechos o que reduce las obligaciones, cargas y deberes del adherente42. a-3) Condición más importante Todavía, aunque se trate de una situación más rara que la contradicción entre cláusulas particulares y condiciones generales, pueden presentarse conflictos de condiciones generales entre sí o de condiciones particulares entre sí. En tales casos, sin descuidar la regla de la condición más beneficiosa para el adherente, deben prevalecer las condiciones más importantes, es decir, las de mayor trascendencia según la economía del contrato 40 . Cfr. Silvia DÍAZ ALABART, obra citada, p. 204 y ss., § 18 y ss. En la nota al pie n° 40 de su trabajo, la autora pone como ejemplo: que «el empresario que suministra a otros minoristas sus productos cobrándolos a los 30 días de su entrega, bien puede modificar esa cláusula de sus condiciones generales para adecuarla a un comerciante que desarrolla su actividad en un lugar de vacaciones, cobrándolos en lugar de a los 30 días de su entrega, al acabar el período vacacional». 41 . Cfr. Díaz Alabart, obra citada, p. 207, § 21. 42 . Cfr. DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 412 y s., § 2, n° 23. 20 o las que establecen el núcleo central de sus prestaciones43. a-4) Interpretación contra proferentem La regla interpretatio contra proferentem vel stipulatorem es de antigua data, remontándose sus antecedentes al Derecho Romano, siendo consagrada en el Digesto en los siguientes términos: «Cuando en las estipulaciones se duda qué es lo que se haya hecho, las palabras han de ser interpretadas en contra del estipulante»44. También aplicaciones en otros dos específicas de textos la del regla Digesto con encontramos relación a la compraventa y al arrendamiento. Así: «Parece bien a los antiguos, que un pacto oscuro o ambiguo perjudique al vendedor, y al que arrendó, en cuya potestad estuvo consignar más claramente la ley del contrato»45; y: «En la contratación de una venta el pacto ambiguo ha de ser interpretado contra el vendedor»46. 43 . Luis DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 413, § 2, n° 24. 44 . «In stipulationibus quum quaeritur, quid actum sit, verba contra stipulatorem interpretanda sunt». ULPIANO, Digesto, XLV, I, 38, § 18. En igual sentido, el § 99 de la misma Ley 38 dice: «Todo lo que tiene por objeto restringir la obligación se ha de considerar que se omitió, si no se expresa claramente con las palabras; y de ordinario lo interpretamos a favor del que promete, porque el estipulante fue libre para emplear con latitud las palabras. Y a su vez tampoco se le ha de tolerar al que promete, si a él le interesara acaso que se haya tratado más bien de ciertos vasos, o esclavos» («Quidquid adstringendae obligationis est, id, nisi palam verbis exprimitur, omissum intelligendum est; ac fere secundum promissorem interpretamur, quia stipulatori liberum fuit verba late concipere. Nec rursum promissor ferendus est, si eius intererit, de certis potius vasis forte, aut hominibus actum»). Y en la Ley 12 del mismo libro y título se leen los siguientes ejemplos: «Si yo hubiere estipulado así: “¿prometes que se darán diez o cinco?” se deben los cinco; y si de este modo: “¿prometes que se darán en las Calendas de Enero, o en las de Febrero?” es lo mismo que si yo hubiera estipulado para las calendas de Febrero» («Si ita stipulatus fuero: “decem aut quinque dari spondes?” quinque debentur; et si ita: “kalendis Ianuariis, vel Februariis dari spondes?” perinde est, quasi quasi kalendis Februariis stipulatus sim»). 45 . «Veteribus placet, pactionem obscuram vel ambiguam venditori, et qui locavit, nocere; in quorum fuit potestate legem apertius conscribere». PAPINIANO, Digesto, II, XIV, 39. 46 . «In contrahenda venditione ambiguum pactum contra venditorem interpretandum est». PAULO, Digesto, L, XVII, 172, párr. inicial. 21 Más tarde, el criterio es recogido por las Partidas, en las que se lee que el juzgador «deue interpretar la dubda contra aquel que dixo la palabra, o el pleyto escuramente a daño del, e a pro de la otra parte»47. Por último, la regla es enunciada por POTHIER en su Tratado de las obligaciones48, de donde es tomada al pie de la letra por el Código de Napoleón49 y transpuesta a la mayoría de las legislaciones que se inspiraron en él. La regla interpretatio contra proferentem vel stipulatorem reconoce su fundamento en el deber de buena fe y de hablar claro (clare loqui) que pesa sobre el predisponente, de ordinario el acreedor. En este sentido bien observa DÍEZ-PICAZO que «una consecuencia muy importante del principio de buena fe en materia de interpretación es la regla llamada de la interpretatio contra stipulatorem que se encuentra contenida en el artículo 1288 del Código civil español: ‘La interpretación de las cláusulas oscuras de un contrato no debe favorecer a la parte que ha ocasionado la oscuridad’. Así enunciada la regla parece ante todo una sanción. La sanción consiste en no ser favorecido con la interpretación. Pero si bien se mira, hay, además, un fin de protección de intereses impuesto por la buena fe: no favorecer al causante de la oscuridad quiere decir favorecer a su adversario»50. En nuestro derecho, haciéndose cargo de la cuestión, la Corte Suprema de Justicia de la Nación se ha pronunciado en los siguientes términos: «En los casos de contratos con cláusulas 47 . Partida VII, XXXIII, 2. 48 . En su regla séptima para la interpretación de las convenciones, POTHIER dice: «En caso de duda, una cláusula debe interpretarse contra aquel que ha estipulado alguna cosa y en descarga del que ha contraído la obligación… Al acreedor debe imputarse el no haberse expresado mejor» (Pothier, obra citada, p. 62). 49 . Artículo 1162. «En la duda, la convención se interpreta contra aquél que la ha estipulado y a favor de aquél que ha contraído la obligación». Article 1162. «Dans le doute, la convention s'interprète contre celui qui a stipulé et en faveur de celui qui a contracté l'obligation». 50 . DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 399. 22 predispuestas cuyo sentido es equívoco y ofrece dificultades para precisar el alcance de las obligaciones asumidas por el predisponente, en caso de duda debe prevalecer la interpretación que favorezca a quien contrató con aquél o contra el autor de las cláusulas uniformes. Esta regla hermenéutica se impone en razón de expresas disposiciones legales (art. 1198 del Código Civil, art. 218, inc. 3, del Código de Comercio, art. 3 de la ley 24.240)»51. 6-b) Ley N° 24.240 de Defensa del Consumidor y del Usuario (LDCU) En cuanto a las normas de interpretación tendientes a equilibrar la relación de las partes en los contratos de consumo, el artículo 37 de la LDCU consagra las reglas de la interpretación más favorable al consumidor (interpretatio contra proferentem vel stipulatorem) y de la prevalencia de la obligación menos gravosa, entremezcladas con otras cuestiones que nada tienen que ver con la hermenéutica contractual. En tal sentido, con absoluta falta de técnica, método y desordenadamente –en los artículos adhesión. 37 Contratos de («Interpretación»), formularios») y 38 («Contrato de 39 («Modificación contratos tipos»)–, la ley pretende legislar todo lo relativo a la predisposición contractual en las relaciones de consumo. En el primero de estos artículos, intitulado «Interpretación», poniendo todo en la misma bolsa y excediendo lo que sugiere el rótulo, además de establecerse algunas reglas de interpretación, se legisla sobre la problemática de las cláusulas abusivas, la nulidad parcial y la integración del contrato. En los dos últimos, no obstante lo prometido en sus títulos, sólo se hace referencia a los contratos por adhesión y similares para establecer a cargo de la autoridad de aplicación el control de no inclusión de cláusulas abusivas, y la modificación por la 51 . CSJN, 9 de abril de 2002, Peña de Marqués de Iraola, Jacoba María c/ Asociación Civil Hospital Alemán s/ recurso de hecho, SAIJ, Sumario nro. A0058321. 23 autoridad nacional o provincial de los contratos tipos (que requieran autorización) a pedido de la autoridad de aplicación; sin embargo, ninguna de las dos normas (arts. 38 y 39) regula mínimamente la problemática de los contratos por adhesión a cláusulas predispuestas52. Compartiendo la doble crítica de LARROUMET a la Directiva 93/13/CEE del Consejo, de 5 de abril de 1993, observamos que nuestra Ley N° 24.240 adolece de los mismos defectos que la normativa comunitaria en el sentido de que subjetivamente peca por defecto y objetivamente por exceso. Así, como acertadamente lo destaca el distinguido jurista francés, la protección contra cláusulas abusivas no debe limitarse a los «consumidores», sino extenderse a todas las personas independientemente de su condición; por otra parte, desde el punto de vista objetivo, la protección debe limitarse al caso de los «contratos por adhesión» y dejar que las partes regulen libremente sus relaciones en los contratos por negociación. En otras palabras, el nuevo sistema procedente de la directiva europea de 1993, al igual que la ley argentina, si bien refuerza la protección contra cláusulas abusivas, es doblemente criticable: «primero, porque limita la protección a los consumidores; segundo, porque no la limita a los contratos de adhesión»53. No obstante lo expuesto, axiológicamente, debemos reconocer que nuestra LDCU tiene el mérito de constituir un primer paso en la búsqueda de una regulación adecuada para el fenómeno de la predisposición contractual, aunque por ahora la solución se limite a las relaciones de consumo. 7.- Integración 52 . Cfr. Carlos A. GHERSI, Contrato de adhesión (En los proyectos de reforma de los Códigos Civil y Comercial y la ley del consumidor), La Ley, 1994E, 863. 53 . Cfr. Christian LARROUMET, La protección contra las cláusulas abusivas en el derecho francés, Jurisprudencia Argentina, 1996-I, 728. 24 La falta de previsiones expresas de las partes y la ineficacia –nulidad, inoponibilidad, etc.– de algunas cláusulas contractuales hacen que el contrato deba ser integrado, cuidando siempre de mantener el equilibrio en las prestaciones. Puede ocurrir que la ausencia –por falta de previsión– o supresión –por ineficacia– economía de del tales cláusulas contrato, sea supuesto en intrascendente que no hará para la falta su integración, pero, en otros casos, será ineludible cubrir la laguna generada, planteándosenos entonces la cuestión de: ¿cómo integrar el contrato? Se advertirá que si bien interpretación e integración no son lo mismo, se trata de actividades afines y complementarias, lo que justifica su tratamiento como cierre del presente trabajo. Así, mientras la primera tiene por objeto determinar el sentido y alcance de lo previsto, a la segunda corresponde suplir los vacíos de lo no previsto y lo ineficaz. Volviendo al interrogante propuesto, ante todo hay que distinguir si se trata de un contrato nominado –típico– o innominado –atípico– (art. 1143, Código Civil). En el primer caso, habrá que recurrir al derecho dispositivo (supletorio) contemplado por legislador como derecho ideal en defecto de la voluntad de las partes y, en caso de silencio de la ley, a los usos y costumbres (arg. arts. 16 y 17, Cód. Civ.); en el segundo, deberán tenerse en cuenta la naturaleza del contrato, los principios generales en materia de contratos y obligaciones, los principios que rigen contratos análogos, y los usos y costumbres. Las posiciones doctrinarias sobre la cuestión pueden ser resumidas en tres: a) teoría de la absorción, según la cual en los contratos innominados siempre es posible hallar un elemento prevaleciente, propio de algún contrato nominado, que absorbe los elementos secundarios; b) teoría de la combinación, según la cual hay que diseccionar al contrato innominado y aplicar a cada una de sus partes la normativa del contrato nominado correspondiente; y c) teoría de la emancipación, según la cual los diversos elementos de un contrato innominado dan lugar a una nueva figura contractual distinta e independiente de aquéllas de las que se 25 toman sus componentes. Compartimos la opinión de FARINA en el sentido de que las tres teorías presentan aciertos y desaciertos, por lo que no es posible aplicarlas en forma aislada sino conjuntamente, de acuerdo a las circunstancias de cada caso54. A tal efecto y sin perjuicio de lo dicho, nos parece lógica la postura de GASTALDI, quien postula observar, en un orden jerárquico no estricto, las siguientes pautas concretas: a) la voluntad expresa de las partes; b) los principios generales de los contratos, de los hechos y actos jurídicos, y de las obligaciones; c) los usos y costumbres, sobre todo en contratos con tipicidad social; d) la analogía con figuras contractuales o elementos de ellas 55 semejantes; y e) los principios generales del derecho . Por su parte, la jurisprudencia ha resuelto que: «Cuando el juzgamiento de una cuestión impone la necesidad de analizar situaciones de otra índole, sus efectos deberán regirse o bien por las propias estipulaciones o, en caso de insuficiencia o ausencia de éstas, por las reglas del contrato al que más se asemeje»56. Concluimos afirmando que en todos los casos la interpretación debe efectuarse bajo la guía y dirección de la buena fe objetiva57. 54 . cfr. Juan M. FARINA, Contratos comerciales modernos, p. 316 y ss. y n. 39, Astrea, Buenos Aires, 1999. 55 . José María GASTALDI, La autonomía de la voluntad..., en ED, 133-124). 56 . C. Nac. Civ., sala A, 13 de marzo de 2003 - Ascensores Ibel S.R.L. v. Consorcio Castelli 190 y otro, Lexis Nº 1/5509879. 57 . Cfr. Miguel PASQUAU LIAÑO, en Rodrigo BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO (Coordinador), AA. VV., Comentarios a la ley de condiciones generales de la contratación, p. 306 y ss., § 31 y ss. y p. 785 y ss., § 11 y ss., Aranzadi, Elcano (Navarra), 2000.