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La interpretación de los contratos en la República
Argentina
POR LUIS MOISSET
DE
ESPANÉS
Y
BENJAMÍN MOISÁ (*)
Sumario: § 1. Introducción. § 2. Estructura del acto jurídico y de los
contratos. Elemento interno y externo. § 3. Interpretación de los
contratos. § 4. Principios y criterios de interpretación contractual.
§ 5. Reglas de interpretación contractual en el Derecho Argentino. 5
a) Reglas subjetivas; a-1) intención común de las partes; a-2)
interpretación contextual; a-3) interpretación fáctica. 5 b) Reglas
objetivas;
b-1)
interpretación
literal;
b-2)
interpretación
conservadora; b-3) interpretación a favor del deudor. § 6.
Interpretación de los contratos por adhesión y de consumo. 6-a)
Contratos por adhesión; a-1) prevalencia de la cláusula particular; a2)condición más beneficiosa; a-3) condición más importante; a-4)
interpretación contra proferentem. 6-b; Ley N° 24.240 de Defensa del
Consumidor y del Usuario. § 7. Integración
1.- Introducción
El
hombre,
como
ser
esencialmente
social,
necesita
vincularse con sus semejantes para poder satisfacer sus más
variadas necesidades materiales y espirituales, y lo procura por
medio de su voluntad, como potencia del alma que lo mueve a hacer
o no hacer algo. Desde un plano intersubjetivo, las personas
recurren al acto jurídico para canalizar su voluntad hacia un
fin, esto es para establecer relaciones de derecho de toda
índole, «crear, modificar, transferir, conservar o aniquilar
derechos», como dice el artículo
944 de nuestro Código Civil.
(*) Este trabajo ha aparecido anteriormente en Perú y Argentina.
Para su publicación en la página de la Academia Nacional de
Derecho de Córdoba ha sido revisado y corregido por el Dr. Luis
Moisset de Espanés.
2
Pero, ocurre que, al concretarse las relaciones personales
en un acto jurídico, es frecuente que se susciten divergencias
entre las partes y respecto de terceros acerca de sus alcances,
entre
la
voluntad
y
su
exteriorización,
cuestiones
que,
fracasados los intentos conciliadores de los interesados, en
última instancia deben ser zanjadas por un juez. Es imaginable,
entonces, la trascendencia fundamental de la labor interpretativa
de los distintos operadores jurídicos.
Siendo el contrato el caso más importante de acto jurídico
bilateral –o plurilateral– y el medio normal para que las
personas establezcan entre sí relaciones jurídicas de carácter
patrimonial, nos proponemos en el presente trabajo estudiar las
reglas y principios que rigen su interpretación, con especial
referencia a la normativa vigente en nuestro país. Para ello,
como es lógico, necesariamente debemos comenzar analizando la
estructura del acto jurídico, del cual el contrato es sólo una
especie.
2.- Estructura del acto jurídico y del contrato. Elemento interno
y externo
El acto jurídico es el instrumento por cuyo intermedio se
concreta la voluntad del hombre en el mundo del Derecho, debiendo
concurrir para su existencia dos elementos: uno moral o interno,
la
voluntad
psicológica;
y
otro
material
o
externo,
manifestación. Así, como bien lo observa Augusto TEIXEIRA
su
DE
FREITAS: «Sin el elemento material y aunque exista el elemento
moral, hay puramente un hecho interior que nadie puede conocer,
mientras no se tradujere en signos sensibles. Aparecen estos
signos, tenemos el elemento material, pero él solo no basta para
caracterizar el acto voluntario, es indispensable el elemento
3
moral»1. Lo que ocurre es que toda la vida consciente del hombre
está dominada por la voluntad, pero para el Derecho esto no es
suficiente,
sino
que,
además,
la
voluntad
debe
ser
exteriorizada2.
Cabe concluir, entonces, que el acto jurídico, y el contrato
como
especie
del
mismo,
presenta
una
estructura
compleja
conformada por un elemento interno –voluntad– y un elemento
externo
–exteriorización–,
que
se
manifiestan
como
pasos
sucesivos e inescindibles del proceso volitivo. Como consecuencia
de ello, en relación con los demás –plano ético intersubjetivo
propio del Derecho–, el acto jurídico debe ser completo, es
decir,
ejecutado
con
discernimiento,
intención
y
libertad
–elemento interno–, y esa voluntad así integrada, a su vez, debe
trascender
el
ámbito
subjetivo
–moral–
por
medio
de
una
manifestación expresa o tácita –elemento externo–.
Ahora bien, normalmente voluntad y manifestación deben
coincidir,
pero,
frecuentemente
ocurre
que
no
–supuesto
patológico– o, cuando menos, existen discrepancias sobre el
sentido de la manifestación del acto. Entonces: ¿a qué atender?
Anticipamos que, siendo el acto jurídico –como hemos dicho– el
instrumento que el Derecho pone a disposición de las personas
para
que
regulen
satisfacción
de
sus
sus
relaciones
más
variadas
jurídicas
con
necesidades
vista
a
materiales
la
y
espirituales, debe tratarse por todos los medios de desentrañar
la voluntad real, o común intención
los
contratos.
Sólo
cuando
ello
de las partes en el caso de
es
imposible
o
cuando
la
manifestación de la voluntad ha generado razonables y fundadas
expectativas en los terceros, por culpa de
los manifestantes,
deberá estarse a las apariencias del acto según pautas objetivas
1
. Augusto TEIXEIRA DE FREITAS, Código civil [Esboço], t. I, p. 231, A.
García Santos y J. Roldán, Buenos Aires, 1909, traducción al español.
2
. Véase Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad y el fenómeno de la
predisposición contractual (tesis doctoral), p. 89 y ss., § 21 y ss., Zavalía,
Buenos Aires, 2005.
4
de interpretación3.
3.- Interpretación de los contratos
a) Nociones generales
La interpretación de los contratos no es tarea exclusiva de
profesionales
del
derecho:
jueces,
mediadores,
árbitros
y
abogados prácticos, sino que corresponde esencialmente a las
partes que celebran un convenio y también a todo integrante de
la sociedad que pueda verse afectado por las consecuencias de ese
contrato.
Las partes plasman en el contrato previsiones destinadas a
regir la vida de las relaciones que en virtud de ese acto se
establecen, y para ello recurren al lenguaje como medio de
comunicarse.
El lenguaje es un sistema de símbolos que sirve para
transmitir las ideas; se utiliza, pues, una especie de "código"
de señales, y el que desea conocer el mensaje debe "traducir"
esas
señales,
atribuyéndoles
sentido,
con
lo
que
ya
está
efectuando una tarea primaria de "interpretación"4.
Ninguna cláusula contractual puede ser comprendida sin esta
tarea previa de atribución de sentido por lo que, con razón, se
afirma
que
hasta
las
cláusulas
más
"claras"
deben
ser
interpretadas, pues recién cuando se haya captado el significado
de los símbolos empleados por las partes podrá tomarse conciencia
de la claridad u oscuridad del mensaje.
Pero la función del intérprete en materia contractual no se
agota con la averiguación del sentido que tiene una cláusula
considerada aisladamente, sino que debe también ahondar en los
circunstancias
3
generales
del
contrato,
para
establecer
. Véase Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad..., p. 122 y ss., §
27.
4
si
. ver Luis DIEZ PICAZO, "Experiencias jurídicas y teoría del derecho",
Ariel, Madrid, 1973, Cap. XII, p. 225 y ss.
5
armonizan con el "supuesto de hecho" contemplado en esa cláusula.
A tal fin, como dice BETTI5, hay que efectuar una labor de
"diagnosis o calificación jurídica", para ver si la denominación
que las partes han dado al contrato que están analizando encaja
en el tipo abstracto previsto por la ley. Se trata de una
operación compleja, en la que no pueden separarse los hechos del
derecho6 y de la que dependerá, en definitiva, la normativa que
deberá aplicarse al contrato que se está interpretando.
Interpretar en su primera acepción, según la REAL ACADEMIA
ESPAÑOLA, significa: «Explicar o declarar el sentido de algo, y
principalmente el de un texto»7. Se trata de una actividad común
a todo acto jurídico, sin perjuicio de que presenta matices
diferenciales según se trate de un acto unilateral, como el
testamento, o de un acto bilateral, como el contrato.
El concepto transcripto, predicado respecto de un contrato,
implica una operación lógico-intelectual mediante la cual las
partes, los terceros o el juez, previa captación de su sentido,
explican o declaran –con fuerza imperativa en el último caso– el
contenido del acuerdo y el alcance de sus cláusulas.
Tomando como paradigmas de acto unilateral y bilateral al
testamento y al contrato respectivamente, observamos que mientras
en el primer caso existe una sola manifestación de voluntad no
recepticia; en el segundo, nos encontramos con un acuerdo sobre
una declaración de voluntad común o, lo que es lo mismo, con la
aceptación recepticia de una manifestación de voluntad previa
–oferta–. Como consecuencia de ello, a diferencia de lo que
ocurre con los testamentos, respecto de los cuales la labor
interpretativa consiste en determinar exclusivamente la voluntad
del testador, en los contratos encontramos una concurrencia de
5
. Ver Emilio BETTI, "Interpretación de la ley y de los actos jurídicos",
traducción de J. L. de Los Mozos, Ed. Revista de Derecho Privado, Madrid, 1975,
p. 83.
6
. conf. DIEZ PICAZO, obra citada en nota 4, p. 234)
7
. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de la Lengua, 22ª ed., en www.rae.es.
6
voluntades de la cual debe desentrañarse, en la medida de lo
posible, la común intención de las partes, cuidando de que los
terceros
no
se
vean
perjudicados
a
raíz
de
culposas
manifestaciones de aquéllas. A tal fin, la Ciencia del Derecho
a través del tiempo ha ido elaborando una verdadera teoría de la
interpretación,
de
cuyos
principios,
criterios
y
reglas
en
materia contractual nos ocuparemos a continuación.
4.- Principios y criterios de interpretación contractual
En el esquema clásico de contratación, es decir en los
contratos con paridad negocial, la interpretación debe tender a
develar la intención común de las partes, siendo regida en la
consecución de ese objetivo por tres principios rectores8: 1°)
búsqueda de la voluntad real9; 2°) buena fe10; y 3°) conservación
8
. A diferencia de algunos autores que la incluyen como un principio clásico de interpretación contractual, pensamos que la «autonomía de la voluntad»
es un principio general del derecho, de raigambre constitucional en nuestro ordenamiento positivo, en cuya virtud el hombre tiene la facultad de autodeterrminarse y autorresponsabilizarse dentro de los límites que le son inmanentes, dando lugar al objeto de la interpretación: el acto jurídico (véase el excelente
trabajo de María Laura ESTIGARRIBIA BIEBER, Interpretación de los contratos. Evolución de sus principios, Homenaje a Guillermo A. Borda, § 4.1, en prensa, próximamente en Anuario de Derecho Civil de la Universidad Católica de Córdoba, Argentina. Cfr. Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad..., p. 61 y ss., § 13 y
ss.).
9
. «No siendo solamente la formación del consentimiento el resultado del
encuentro de declaraciones, sino también y sobre todo, de voluntades, frente a
un desacuerdo post-contractual, éste debe ser resuelto recurriendo –para aclarar
el sentido del contrato– a lo que en realidad las partes tenían en su pensamiento y voluntad, sean cuales fueren las palabras empleadas por ellas, ya que las
palabras habrán de corregirse a la luz de la efectiva voluntad común. Y como
todos los indicios son buenos para tal fin, corresponde meritar especialmente
las circunstancias que han acompañado a la formación del contrato (fase de las
negociaciones), la calidad y mentalidad de las partes, la naturaleza y la finalidad del contrato y las circunstancias análogas que pueden ayudar a reconstruir
la intención común» (C. Nac. Civ. y Com. Fed., sala 3ª, 6 de febrero de 2003 Junta Nac. de Granos v. Frigorífico La Estrella SA, Expediente: 4811/98, Lexis
Nº 1/70009015-7).
10
. «La regla de interpretación de buena fe no sólo sirve para esclarecer
el sentido del contrato, sino también para pautar su contenido, es decir, permite precisar cuáles son los alcances en los que el contratante está jurídicamente
vinculado» (C. Nac. Com., sala A, 17 de septiembre de004 - Cottiz, Pedro A. y
otro v. Banco del Buen Ayre S.A., SJA 9 de febrero de 2005, Lexis Nº 1/73691).
Véase, además, Benjamín MOISÁ, La buena fe en los contratos por adhesión, en
Marcos M. CÓRDOBA (Director), AA. VV., Tratado de la Buena Fe en el Derecho, t. I,
7
del contrato11.
A la luz de tales principios, el intérprete –parte, tercero
o
juez–
en
la
actividad
que
le
es
propia
debe
recurrir
sucesivamente a criterios hermenéuticos subjetivos y objetivos:
la interpretación subjetiva le permitirá acercarse a la voluntad
real de las partes; la interpretación objetiva, en cambio, le
posibilitará
eliminar
las
dudas
y
ambigüedades
de
la
manifestación, en los casos en que el verdadero querer de los
contratantes se presenta como inasequible12.
Para conjugar los factores –voluntad y manifestación– e
intereses –de las partes y de terceros– en debate, DÍEZ-PICAZO
agudamente observa que debe atenderse a los siguientes criterios:
«1°) El contrato es siempre tutelado como un cauce de
realización
espontánea
de
de
intereses,
sus
autores.
en
cuanto
Por
es
una
consiguiente,
obra
en
libre
línea
y
de
principio, nadie debe quedar vinculado u obligado por un contrato
si
su
voluntad
no
se
ha
formado
y
manifestado
libre
o
espontáneamente (principio de la voluntad).
2°) La buena fe y la efectiva confianza de los destinatarios
de una declaración en la validez y regularidad de la misma
merecen también una evidente protección. Debe valorarse si el
destinatario conoció o no conoció la falta de voluntad del
declarante y si actuando diligentemente pudo y debió conocerla.
Si conoció o diligentemente pudo y debió conocer la falta de
p. 419 y ss., La Ley, Buenos Aires, 2004.
11
. «El enunciado principio de conservación del contrato deriva de su propia fuerza obligatoria e impide en los casos dudosos, interpretar en contra de
su validez. Es decir que, si los contratos se hacen para ser cumplidos, en su
interpretación no se debe tener en cuenta únicamente lo que ellos contienen
explícitamente, sino también deben serlo las circunstancias implícitas en ellos
(arts. 1197
y 1198
CCiv.)» (C. Civ. y Com. Mar del Plata, sala 1ª, 30 de
diciembre de 1999 - Arce, Daniel O. v. Distribuidora Fer S.R.L., JA
2002-II-síntesis, Lexis Nº 1/55946).
12
. Véase Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad..., p. 226 y ss., §
65. Cfr. Luis ÍEZ-PICAZO, Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, t. I, p. 393
y ss., Civitas, Madrid, 1996; Silvia DÍAZ ALABART, en BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, AA.
VV., Comentarios a la ley de condiciones generales de la contratación, p. 198 y
ss., § 6 y ss., Aranzadi, Elcano (Navarra), 2000.
8
voluntad, las consecuencias de ésta le alcanzan. En cambio, si
diligentemente y de buena fe el destinatario confió en la
declaración, su confianza merece ser protegida y el declarante
debe quedar vinculado no obstante su falta de voluntad (principio
de la buena fe o de la confianza).
3°)
Debe
declarante
y
valorarse
la
igualmente
responsabilidad
el
que
a
comportamiento
él
le
cabe
del
en
la
divergencia entre su declaración y su voluntad. Si el declarante
actuando diligentemente pudo y debió desvanecer la confianza que
en los terceros suscitaba su declaración y no lo hizo, responde
de la eficacia de la declaración y queda vinculado por ella como
si efectivamente hubiera existido una real y plena voluntad
(principio de la autorresponsabilidad)»13.
En
suma,
como
principio
general,
en
la
interpretación
contractual debe prevalecer la intención común de las partes
–cuando es determinable–, siempre que su exteriorización sea el
resultado de un obrar diligente y que, por lo tanto, no haya
generado razonables expectativas en terceros de buena fe.
5.- Reglas de interpretación contractual en el Derecho Argentino
Llamativamente el Código Civil argentino, a diferencia del
Código de Napoleón y de los demás inspirados en él, en su
redacción
originaria
no
contenía
ninguna
norma
sobre
interpretación de los contratos; recién con la sanción de la ley
17.711 escuetamente se dispone que los contratos, además de
celebrarse y ejecutarse de buena fe, deben interpretarse de igual
modo (art. 1198). Sin embargo, el Código de Comercio14 suplía tal
13
. Luis DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 155 y s. En igual sentido, véase
Manuel ALBALADEJO, El negocio jurídico, p. 154 y ss., Bosch, Barcelona, 1958.
14
. «Los legisladores han estimado así, pertinente, en diversos países y
en diferentes épocas, incluir en los Códigos de Comercio algunas normas orientadoras en lo referente a la interpretación de los contratos.
El Código de Comercio español de 1829 ha servido, en este sentido, de
modelo a varios otros, entre los cuales figuran el nuestro y el Uruguayo»
(Carlos C. MALAGARRIGA, Tratado elemental de Derecho Comercial, t. II, p. 7, TEA,
Buenos Aires, 1963).
9
omisión mediante la consagración de lo que podríamos denominar
teoría clásica de la interpretación contractual, la que se
remonta a las reglas romanistas magistralmente sistematizadas por
POTHIER
en
su
inmortal
Tratado
de
las
Obligaciones,
fuente
indiscutida del Código Civil francés en esta materia.
Si se tiene en cuenta que el Código de Comercio regía en la
República Argentina con anterioridad a la sanción del Código
Civil –Ley N° 340 del 25 de septiembre de 1869, vigente a partir
del 1° de enero de 1871–, quizá sea por esta razón –lo que no
podemos afirmar de un modo concluyente– que Don Dalmacio VÉLEZ
SÁRSFIELD estimó que era innecesario
reeditar normas que ya
regulaban la vida jurídica de nuestro país. Recuérdese que el
Código de Comercio –primero, desde 1859, de la Provincia de
Buenos Aires; y luego, a partir de 1862, de la Nación– contenía
una serie de principios generales de índole civil que permitían
salvar
provisoriamente
la
ausencia
de
un
código
sobre
la
15
materia , lo cual, obviamente, no permite sortear la crítica
técnica y metodológica de la que es pasible el nuevo Código de
VÉLEZ –el civil– por su omisión respecto de la problemática
interpretativa.
Seguramente
conscientes
de
tal
circunstancia,
los
reformadores de 1889, al derogar las disposiciones de derecho
común que contenía el Código de Comercio para compatibilizarlo
con
el
flamante
ordenamiento
civil,
dejaron
vigentes
sus
disposiciones sobre interpretación contractual16.
15
«En la nota de presentación del proyecto se había dicho al respecto, a
modo de explicación, que ‘en el estado actual de nuestros Códigos Civiles era
imposible formar un Código de Comercio’ sin suplir ‘todos los títulos del derecho civil’ que, a juicio de los autores, faltaban para poder componer ese Código. Hemos trabajado por esto –decían– treinta capítulos del derecho común, los
cuales van interpolados en el Código en los lugares en que lo exigía ‘la naturaleza de la materia’. Vélez, en carta a Acevedo, durante su común labor, le había
sugerido hacer que precedieran al Código esas disposiciones de derecho civil,
pues –le decía– de otro modo será ‘como si en un Código Civil se pusiera un
título de naufraugios’» (Carlos C. MALAGARRIGA, obra citada, t. I, p. 21).
16
. «Los autores de nuestro Código de 1859-62, además de establecer en la
regla XI de las ‘Reglas generales’ que precedían al Código propiamente dicho,
que ‘en las materias en que las convenciones particulares pueden derogar la ley,
la naturaleza de los actos autoriza al juez a indagar si es de la esencia del
10
Hecha
esta
previa
aclaración,
somos
partidarios
de
distinguir en nuestro derecho positivo las reglas que tienden a
determinar la intención común de las partes –interpretación
subjetiva– de las que tienden a eliminar dudas y ambigüedades
–interpretación objetiva–.
Como bien observa FONTANARROSA, al primer grupo pertenecen las
reglas contenidas en el artículo 218, incisos. 1°), 2°) y 4°);
en tanto que al segundo, corresponden las de los artículos II y
V del título preliminar, 217, 219 y 220 del Código de Comercio17.
Por lógica, y siguiendo los principios y criterios de
interpretación contractual que hemos sostenido más arriba, las
reglas subjetivas tienen prioridad sobre las objetivas, es decir,
debe investigarse en primer término la llamada intención común
de las partes, y sólo recurrirse a los parámetros objetivos
cuando no se pueda desentrañar aquélla.
5-a) Reglas subjetivas
Siendo el contrato, por definición, un «acuerdo sobre una
declaración de voluntad común» (art. 1137, Cód. Civil), es un
imperativo de la razón que la labor del intérprete en un primer
momento deba encaminarse a escudriñar cuál es esa «voluntad
común» que nos llega a través de su «declaración». Evidentemente,
sería absurdo aspirar a desnudar el querer íntimo de las partes,
pues para ello necesitaríamos introducirnos en la psiquis de los
contratantes y tomar contacto directo con sus pensamientos,
proeza que la ciencia no ha alcanzado aún. Y todavía, en la
hipótesis de que alguien tuviese ese mágico poder, no nos
acto referirse a la costumbre, para dar a los contratos y a los hechos el efecto
que deben tener, según la voluntad presunta de las partes’, dedicaron el
capítulo IV y último del título ‘De los contratos o de las obligaciones
comerciales en general’ a dar normas de interpretación de las convenciones’, y
los artículos 295, 296, 297 y 298, que integraban el capítulo, fueron mantenidos
en 1889» (Carlos C. MALAGARRIGA, obra citada, t. II, p. 8).
17
. Rodolfo O. FONTANARROSA, Derecho Comercial Argentino, t. II, p. 153 y
ss., Zavalía, Buenos Aires, 1971.
11
quedaría otra alternativa más que conformarnos con la versión que
ese superdotado nos transmitiese.
En consecuencia, debemos entender por voluntad común de las
partes, no la voluntad real que es inasequible, sino la que el
intérprete presume que responde a la intención de las partes
según las circunstancias, el contexto de la declaración y las
conductas
de
los
contratantes,
previas,
concomitantes
y
posteriores a la celebración y ejecución del contrato.
a-1) Intención común de las partes (art. 218, inc. 1, Cód.
Com.)
«Habiendo ambigüedad en las palabras, debe buscarse más bien
la intención común de las partes que el sentido literal de los
términos», dice el inc. 1) del artículo 218 del Código de
Comercio argentino. «Esta es la regla de las reglas (Montaigne),
la ley de las leyes modernas, y más bien que una regla de
interpretación es el propósito mismo y fin de ésta; pues así como
la verdadera inteligencia de una ley es la que se acuerda con la
voluntad del legislador, así la interpretación recta de una
convención
es
la
que
se
conforma
con
la
voluntad
de
los
contratantes, que por ser el fiat de la obligación, constituye
la ley de los contratos (Cód. Civ. 1197, 1198, 835, 625, 541 y
533)»18.
Indudablemente la norma consagra la primera regla de POTHIER
para la interpretación de las convenciones19, tomada a su vez del
18
. Lisandro SEGOVIA, Explicación y crítica del nuevo Código de Comercio de
la República Argentina, t. I, p. 258, n. 795, Félix Lajouane, Buenos Aires,
1892.
19
. Robert Joseph POTHIER, Tratado de las Obligaciones, p. 60, Heliasta,
Buenos Aires, 1993, versión directa del Traité des Obligations, según la edición
francesa de 1824, publicada bajo la dirección de M. Dupin, corregida y revisada
por M. C. de las Cuevas.
12
Digesto (L, XVI, 219)20. El insigne jurista francés, cuyas reglas
interpretativas fueron transcriptas al pie de la letra por el
Código de Napoleón, motor del movimiento codificador universal,
ilustra la cuestión con este elocuente ejemplo: «Vos me tenéis
alquilada una pequeña habitación en una casa de la que yo ocupo
la parte restante, y yo os hago el nuevo alquiler en los
siguientes términos: Doy en alquiler a un Tal
MI CASA
por tantos
años, por el precio del anterior arriendo. ¿Tendríais motivo para
pretender que lo que yo os he alquilado ha sido toda la casa? No;
pues
bien
gramatical,
que
por
esos
signifiquen
términos,
la
casa
mi
casa,
entera
y
en
no
su
sentido
una
simple
habitación, es empero visible que nuestra intención no ha sido
otra que la de renovar el arriendo de un cuarto que ya os había
alquilado; y esta intención, de la que no se puede dudar, debe
prevalecer sobre los términos del arriendo»21.
a-2) Interpretación contextual (art. 218, inc. 2, Cód. Com.)
El inciso 2) del artículo 218 del Código de Comercio dispone
que: «Las cláusulas equívocas o ambiguas deben interpretarse por
medio de los términos claros y precisos empleados en otra parte
del mismo escrito, cuidando de darles, no tanto el significado
que en general les pudiera convenir, cuanto el que corresponda
por el contexto general». Coincidentemente, la sexta regla de
POTHIER para la interpretación de las convenciones dice: «Se debe
interpretar una cláusula por las otras cláusulas contenidas en
el acta, ya precedan o sigan a dicha cláusula»22. Esto significa
que la interpretación de las cláusulas contractuales no puede ser
hecha respecto de cada una de ellas en forma aislada, sino
20
. «In conventionibus contrahentium voluntatem potius, quam verba
spectari placuit» («En las convenciones debe atenderse a la voluntad de los
contratantes mejor que a las palabras»).
21
. POTHIER, obra y lugar citados últ.
22
. POTHIER, obra citada, p. 62.
13
conjuntamente con su entorno lingüístico, como parte de un todo.
Así, el tratadista ejemplifica nuevamente con el Digesto (L, XVI,
126), expresando: «Conforme a esa ley, se había dicho en un
contrato de venta, por primera cláusula, que la heredad se había
vendido uti optimus maximus, es decir, libre de todas las cargas
reales; por una segunda cláusula se había dicho que el vendedor
no entendía salir garante sino por sus hechos. Esta segunda
cláusula sirve para la interpretación de la primera, y restringe
la generalidad de los términos a este sentido, que el vendedor
por la dicha primera cláusula no ha entendido prometer y asegurar
otra cosa, sino que él no había impuesto carga alguna a su
heredad, y que él era libre de todas aquellas que hubiesen sido
impuestas
por
otros,
y
de
las
que
no
tenía
conocimiento
alguno»23.
Por su lado, nuestros tribunales han dicho: «Las cláusulas
de
un
contrato
tomadas
individualmente
pueden
adquirir
un
significado inexacto; sólo de la correlación armónica de su
conjunto
surge
su
correcto
significado»24.
Asimismo,
han
expresado que: «El art. 218 inc. 2º del Código de Comercio
determina que las expresiones usadas por las partes, no deben
entenderse aisladamente, sino en función del contexto. Ello
significa
que
las
cláusulas
ambiguas
o
equívocas
deben
interpretarse a través de los términos claros y precisos del
contrato, cuidando de darles el sentido que corresponda por el
contexto general. Las partes no pueden ampararse en cláusulas que
las favorecen y desechar las perjudiciales»25.
a-3) Interpretación fáctica (art. 218, inc. 4, Cód. Com.)
23
. POTHIER, obra y lugar citados últ.
24
. C. Nac. Com., sala B, 23 de agosto de 2004 - Asociación Civil Instituto
General v. Banco de la Provincia de Buenos Aires, Lexis Nº 1/1002009.
25
. C. Civ. Com. Min. Paz y Trib. Mendoza, Dalvian S.A. v. Montero Cuervo,
Rodolfo, Sentencia 123224, 10 de marzo de 1997, SAIJ, Sumario nro. U0001351.
14
La norma que nos ocupa fija quizá la pauta más importante
para determinar la común intención de las partes, pues, qué mejor
que atender a sus conductas para descifrar lo que verdaderamente
han querido al momento del acto. En este sentido, el texto legal
dispone:
«Los
hechos
de
los
contrayentes,
subsiguientes
al
contrato, que tengan relación con lo que se discute, serán la
mejor explicación de la intención de las partes al tiempo de
celebrar el contrato».
Agregamos que, no obstante la limitación textual –a nuestro
criterio, no excluyente–, las conductas a valorar no solamente
deben ser las «subsiguientes», sino también las anteriores y
posteriores a la celebración del acto. En este sentido, se ha
dicho: «Si bien toda interpretación debe comenzar por el análisis
literal del documento mismo cuando lo hubiere, el objeto de la
interpretación
no
es
sólo
el
instrumento
en
que
se
ha
materializado el acuerdo, sino el negocio jurídico contractual
en su integridad, incluyendo el comportamiento de las partes
anterior, simultáneo y posterior a la conclusión del contrato»26.
5 b) Reglas objetivas
Cuando los elementos interpretativos son insuficientes para
descubrir la intención común de las partes, se hace necesario
recurrir a lo que se ha dado en llamar «interpretación objetiva»
para determinar la voluntad hipotética de aquéllas, presumiéndose
que, ante las circunstancias planteadas, se quiso lo que hubiera
sido la voluntad de un hombre de una racionabilidad y prudencia
medias27.
b-1) Interpretación literal (art. 217, Cód. Com.)
26
. C. Civil y Com. Azul, sala 2ª, 26 de diciembre de 2001, Da Silva,
Mabel v. Mussi, Guillermo A. y otro, Lexis Nº 1/5513782.
27
. Cfr. Juan Berchmans VALLET DE GOYTISOLO, Manuales de metodología jurídica,
t. III –De la determinación del derecho–, p. 143 y s., Fundación Cultural del
Notariado, Madrid, 2004.
15
En la interpretación objetiva, la primera pauta a seguir es
la que señala el artículo 217 del Código de Comercio, cuando
manda que: «Las palabras de los contratos y convenciones deben
entenderse en el sentido que les da el uso general, aunque el
obligado pretenda que las ha entendido de otro modo». Esta norma,
completada con lo dispuesto en el inciso 6 del artículo 218 del
código mercantil28 reproduce la cuarta regla de POTHIER, la que a
su vez reconoce su antecedente –como la mayoría de ellas– en el
Digesto
(L,
XVII,
34).
Al
respecto,
expresa
el
recordado
jurisconsulto francés que: «Lo que puede parecer ambiguo en un
contrato se interpreta por lo que es de costumbre en el país»,
y en su quinta regla agrega: «El uso tiene una autoridad tan
grande en punto a la interpretación de las convenciones, que en
todo contrato se sobreentienden las cláusulas que son de uso,
bien que no se hallen expresadas»29. Es que, como bien lo observa
JOAQUÍN COSTA –citado por VALLET
DE
GOYTISOLO–, «en aquello en que las
voluntades expresas no alcancen, ‘nada más lógico que suponer que
la voluntad de una persona quiere lo que ha querido la mayoría
de las personas que viven en condiciones análogas a las suyas’»30.
Obsérvese que no se trata ya de la clara «intención común»
de las partes, sino del conflicto interpretativo suscitado entre
ellas o respecto de un tercero sobre cuestiones cuando menos
dudosas.
b-2) Interpretación conservadora (art. 218, inc. 3, Cód.
Com.)
El inciso 3 del artículo 218 del Código de Comercio en su
primer
párrafo
dispone:
«Las
cláusulas
susceptibles
de
28
dos
. «El uso y práctica generalmente observados en el comercio, en casos de
igual naturaleza, y especialmente la costumbre del lugar donde debe ejecutarse
el contrato prevalecerán sobre cualquier inteligencia en contrario que se
pretenda dar a las palabras».
29
. POTHIER, obra citada, p. 61 y s.
30
. Juan Berchmans VALLET
DE
GOYTISOLO, obra y lugar citados, p. 144.
16
sentidos, del uno de los cuales resultaría la validez, y del otro
la nulidad del acto, deben entenderse en el primero»; y a
continuación agrega: «Si ambos dieran igualmente validez al acto,
deben tomarse en el sentido que más convenga a la naturaleza de
los contratos, y a las reglas de la equidad».
La norma, que sintetiza las reglas segunda (Digesto L, I,
80) y tercera de POTHIER31, responde a la indiscutida lógica de que
no
puede
atribuirse
un
despropósito
a
las
partes
y,
en
consecuencia, si han contratado es porque han buscado producir
algún efecto jurídico, el cual merece protección de la ley,
debiendo el intérprete dilucidar su sentido y alcances.
En la segunda parte del inciso que ocupa nuestra atención,
sentado ya que al contratar las partes algo han querido, aun
cuando no se sepa precisamente qué, el legislador da dos pautas
hermenéuticas de gran importancia: la naturaleza del contrato y
la equidad. La primera, de un modo general y abstracto, mediante
la determinación de los caracteres esenciales del acuerdo (v.
gr.: unilateral o bilateral; gratuito u oneroso; consensual o
real; de ejecución instantánea, continuada o diferida; de cambio
o asociativo; por negociación o por adhesión; etc.) permitirá
deducir las consecuencias que de ellos derivan; en tanto la
segunda, en particular
y
concreto, como la plomada de los
arquitectos de Lesbos que se adapta a la forma de la piedra, al
decir
de
ARISTÓTELES32,
consecuencias
al
caso,
ajustará
teniendo
con
en
mayor
cuenta
precisión
sus
tales
singulares
circunstancias.
b-3) Interpretación a favor del deudor (art. 218, inc. 7,
Cód. Com.)
Finalmente,
31
como
cierre
de
todas
las
reglas
de
. POTHIER, obra citada, p. 60 y s.
32
. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco, lib. V, cap. X, en Obras de Aristóteles,
t. I, p. 148, Madrid, 1874, trad. Patricio de Azcárate, en Proyecto Filosofía en
español, www.filosofia.org, 2005.
17
interpretación postuladas por el artículo 218 del Código de
Comercio, su inciso 7 dice: «En los casos dudosos, que no puedan
resolverse según las bases establecidas, las cláusulas ambiguas
deben interpretarse siempre en favor del deudor, o sea en el
sentido
de
liberación».
Al
sentar
el
principio
del
favor
debitoris, el inciso reproduce la séptima regla de POTHIER33, la
cual
reconoce
su
fundamento
en
la
antigua
máxima
romana
34
interpretatio contra proferentem vel stipulatorem .
Por cierto, creemos necesario destacar, que se trata de una
norma de carácter subsidiario ante el fracaso de todos los demás
preceptos interpretativos. Así, con razón se ha expresado: «El
principio favor debitoris (art. 218, inc. 7, del Código de
Comercio) sólo impera cuando luego de considerarse todas las
reglas hermenéuticas, el sentido de las cláusulas del contrato
siga siendo oscuro»35.
6.- Interpretación de los contratos por adhesión y de consumo
a) Contratos por adhesión
Respecto de los contratos por adhesión, no se puede hablar
de una voluntad común de los contratantes, pues como bien se sabe
el contenido de los mismos es impuesto al adherente por el
predisponente.
Entonces,
¿cómo
interpretar
las
condiciones
–cláusulas predispuestas, eventualmente abusivas– generales o
particulares que los conforman? En este campo debe primar la
interpretación objetiva, procurándose buscar el equilibrio de las
posiciones
contractuales.
De
ahí
el
nombre
de
remedios
equilibradores que hemos dado a las reglas de interpretación que
33
. POTHIER, obra citada, p. 62 y s.
34
. Véase infra, § 6, a, 4°).
35
. C. Civ. y Com. San Isidro, sala 2ª, 18 de diciembre de 2003 Sanatorio San Lucas v. Buonanotte de Craia, M. E., Lexis Nº 1/70010028-2.
18
gobiernan
en
este
ámbito36.
Sin
embargo,
esta
tarea
de
reequilibrar el contrato debe realizarse con prudencia, cuidando
de no caer en un desequilibrio inverso. En definitiva, se trata
de aplicar las reglas generales de interpretación contractual,
pero
con
una
orientación
predominantemente
objetiva
y
de
37
protección a la parte débil en la contratación .
Aunque las reglas hermenéuticas de aplicación específica en
el mundo de la predisposición contractual en última instancia no
son sino un derivado del antiguo principio interpretatio contra
proferentem vel stipulatorem, siguiendo a ALFARO ÁGUILA-REAL38 y a
DÍEZ-PICAZO39, podemos distinguir básicamente cuatro especies de
ellas: 1°) regla de la prevalencia de la cláusula particular; 2°)
regla de la condición más beneficiosa; 3°) regla de la condición
más
importante;
y
4°)
regla
de
la
interpretación
contra
proferentem.
a-1) Prevalencia de la cláusula particular
Según esta regla, en la interpretación de los contratos por
adhesión
deben
particulares
prevalecer
sobre
las
las
cláusulas
condiciones
y
generales
condiciones
en
caso
de
contradicción. No deben confundirse las cláusulas particulares
con las condiciones particulares, ya que, mientras las primeras
son negociadas libremente por las partes, las segundas son
impuestas. El caso de las cláusulas particulares no ofrece
mayores dificultades, pues al ser el producto de la libre
negociación de los contratantes rige plenamente el principio de
la fuerza vinculante de la voluntad (pacta sunt servanda),
36
. Benjamín MOISÁ, La autonomía de la voluntad..., p. 226 y ss., § 65.
37
. Cfr. Silvia DÍAZ ALABART, obra citada, p. 231 y s., § 61 y ss.
38
. Jesús ALFARO ÁGUILA-REAL, La interpretación de las condiciones generales
de los contratos, en RDM, enero-junio, 1987, p. 7 y ss.
39
. Cfr. Luis DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 411 y ss., § 2.
19
incluso
cuando
fuesen
menos
favorables
para
el
adherente.
Distinto es el supuesto de las condiciones particulares, en el
cual la regla de la prevalencia sólo rige en la medida en que
ellas sean más favorables que las condiciones generales40.
a-2) Condición más beneficiosa
La regla de la prevalencia de las cláusulas particulares
sobre las condiciones generales no es absoluta. Por excepción,
como lo anticipáramos en el apartado anterior, en el supuesto de
conflicto entre condiciones generales y condiciones particulares
–que no son lo mismo que cláusulas particulares, sino una especie
de
ellas
cuya
nota
característica
es
la
imposición–
deben
prevalecer las primeras cuando sean más beneficiosas para el
adherente41.
Condición más beneficiosa es aquélla que amplía los derechos
o que reduce las obligaciones, cargas y deberes del adherente42.
a-3) Condición más importante
Todavía, aunque se trate de una situación más rara que la
contradicción
entre
cláusulas
particulares
y
condiciones
generales, pueden presentarse conflictos de condiciones generales
entre sí o de condiciones particulares entre sí. En tales casos,
sin descuidar la regla de la condición más beneficiosa para el
adherente, deben prevalecer las condiciones más importantes, es
decir, las de mayor trascendencia según la economía del contrato
40
. Cfr. Silvia DÍAZ ALABART, obra citada, p. 204 y ss., § 18 y ss. En la
nota al pie n° 40 de su trabajo, la autora pone como ejemplo: que «el empresario
que suministra a otros minoristas sus productos cobrándolos a los 30 días de su
entrega, bien puede modificar esa cláusula de sus condiciones generales para
adecuarla a un comerciante que desarrolla su actividad en un lugar de vacaciones, cobrándolos en lugar de a los 30 días de su entrega, al acabar el período
vacacional».
41
. Cfr. Díaz Alabart, obra citada, p. 207, § 21.
42
. Cfr. DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 412 y s., § 2, n° 23.
20
o las que establecen el núcleo central de sus prestaciones43.
a-4) Interpretación contra proferentem
La regla interpretatio contra proferentem vel stipulatorem
es de antigua data, remontándose sus antecedentes al Derecho
Romano,
siendo
consagrada
en
el
Digesto
en
los
siguientes
términos: «Cuando en las estipulaciones se duda qué es lo que se
haya hecho, las palabras han de ser interpretadas en contra del
estipulante»44.
También
aplicaciones
en
otros
dos
específicas
de
textos
la
del
regla
Digesto
con
encontramos
relación
a
la
compraventa y al arrendamiento. Así: «Parece bien a los antiguos,
que un pacto oscuro o ambiguo perjudique al vendedor, y al que
arrendó, en cuya potestad estuvo consignar más claramente la ley
del contrato»45; y: «En la contratación de una venta el pacto
ambiguo ha de ser interpretado contra el vendedor»46.
43
. Luis DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 413, § 2, n° 24.
44
. «In stipulationibus quum quaeritur, quid actum sit, verba contra
stipulatorem interpretanda sunt». ULPIANO, Digesto, XLV, I, 38, § 18. En igual
sentido, el § 99 de la misma Ley 38 dice: «Todo lo que tiene por objeto
restringir la obligación se ha de considerar que se omitió, si no se expresa
claramente con las palabras; y de ordinario lo interpretamos a favor del que
promete, porque el estipulante fue libre para emplear con latitud las palabras.
Y a su vez tampoco se le ha de tolerar al que promete, si a él le interesara
acaso que se haya tratado más bien de ciertos vasos, o esclavos» («Quidquid
adstringendae obligationis est, id, nisi palam verbis exprimitur, omissum
intelligendum est; ac fere secundum promissorem interpretamur, quia stipulatori
liberum fuit verba late concipere. Nec rursum promissor ferendus est, si eius
intererit, de certis potius vasis forte, aut hominibus actum»). Y en la Ley 12
del mismo libro y título se leen los siguientes ejemplos: «Si yo hubiere
estipulado así: “¿prometes que se darán diez o cinco?” se deben los cinco; y si
de este modo: “¿prometes que se darán en las Calendas de Enero, o en las de
Febrero?” es lo mismo que si yo hubiera estipulado para las calendas de Febrero»
(«Si ita stipulatus fuero: “decem aut quinque dari spondes?” quinque debentur;
et si ita: “kalendis Ianuariis, vel Februariis dari spondes?” perinde est, quasi
quasi kalendis Februariis stipulatus sim»).
45
. «Veteribus placet, pactionem obscuram vel ambiguam venditori, et qui
locavit, nocere; in quorum fuit potestate legem apertius conscribere». PAPINIANO,
Digesto, II, XIV, 39.
46
. «In contrahenda venditione ambiguum pactum contra venditorem interpretandum est». PAULO, Digesto, L, XVII, 172, párr. inicial.
21
Más tarde, el criterio es recogido por las Partidas, en las
que se lee que el juzgador «deue interpretar la dubda contra
aquel que dixo la palabra, o el pleyto escuramente a daño del,
e a pro de la otra parte»47.
Por último, la regla es enunciada por POTHIER en su Tratado
de las obligaciones48, de donde es tomada al pie de la letra por
el Código de Napoleón49 y transpuesta a la mayoría de las
legislaciones que se inspiraron en él.
La regla interpretatio contra proferentem vel stipulatorem
reconoce su fundamento en el deber de buena fe y de hablar claro
(clare loqui) que pesa sobre el predisponente, de ordinario el
acreedor.
En
este
sentido
bien
observa
DÍEZ-PICAZO
que
«una
consecuencia muy importante del principio de buena fe en materia
de interpretación es la regla llamada de la interpretatio contra
stipulatorem que se encuentra contenida en el artículo 1288 del
Código civil español: ‘La interpretación de las cláusulas oscuras
de un contrato no debe favorecer a la parte que ha ocasionado la
oscuridad’. Así enunciada la regla parece ante todo una sanción.
La sanción consiste en no ser favorecido con la interpretación.
Pero si bien se mira, hay, además, un fin de protección de
intereses impuesto por la buena fe: no favorecer al causante de
la oscuridad quiere decir favorecer a su adversario»50.
En nuestro derecho, haciéndose cargo de la cuestión, la
Corte Suprema de Justicia de la Nación se ha pronunciado en los
siguientes términos: «En los casos de contratos con cláusulas
47
. Partida VII, XXXIII, 2.
48
. En su regla séptima para la interpretación de las convenciones, POTHIER
dice: «En caso de duda, una cláusula debe interpretarse contra aquel que ha
estipulado alguna cosa y en descarga del que ha contraído la obligación… Al
acreedor debe imputarse el no haberse expresado mejor» (Pothier, obra citada, p.
62).
49
. Artículo 1162. «En la duda, la convención se interpreta contra aquél
que la ha estipulado y a favor de aquél que ha contraído la obligación».
Article 1162. «Dans le doute, la convention s'interprète contre celui qui
a stipulé et en faveur de celui qui a contracté l'obligation».
50
. DÍEZ-PICAZO, obra citada, t. I, p. 399.
22
predispuestas cuyo sentido es equívoco y ofrece dificultades para
precisar
el
alcance
de
las
obligaciones
asumidas
por
el
predisponente, en caso de duda debe prevalecer la interpretación
que favorezca a quien contrató con aquél o contra el autor de las
cláusulas uniformes. Esta regla hermenéutica se impone en razón
de expresas disposiciones legales (art. 1198 del Código Civil,
art. 218, inc. 3, del Código de Comercio, art. 3 de la ley
24.240)»51.
6-b) Ley N° 24.240 de Defensa del Consumidor y del Usuario (LDCU)
En cuanto a las normas de interpretación tendientes a
equilibrar la relación de las partes en los contratos de consumo,
el
artículo
37
de
la
LDCU
consagra
las
reglas
de
la
interpretación más favorable al consumidor (interpretatio contra
proferentem
vel
stipulatorem)
y
de
la
prevalencia
de
la
obligación menos gravosa, entremezcladas con otras cuestiones que
nada tienen que ver con la hermenéutica contractual. En tal
sentido, con absoluta falta de técnica, método y desordenadamente
–en
los
artículos
adhesión.
37
Contratos
de
(«Interpretación»),
formularios»)
y
38
(«Contrato
de
39
(«Modificación
contratos tipos»)–, la ley pretende legislar todo lo relativo a
la predisposición contractual en las relaciones de consumo. En
el
primero de estos artículos, intitulado «Interpretación»,
poniendo todo en la misma bolsa y excediendo lo que sugiere el
rótulo, además de establecerse algunas reglas de interpretación,
se legisla sobre la problemática de las cláusulas abusivas, la
nulidad parcial y la integración del contrato. En los dos
últimos, no obstante lo prometido en sus títulos, sólo se hace
referencia
a
los
contratos
por
adhesión
y
similares
para
establecer a cargo de la autoridad de aplicación el control de
no inclusión de cláusulas abusivas, y la modificación por la
51
. CSJN, 9 de abril de 2002, Peña de Marqués de Iraola, Jacoba María c/
Asociación Civil Hospital Alemán s/ recurso de hecho, SAIJ, Sumario nro.
A0058321.
23
autoridad nacional o provincial de los contratos tipos (que
requieran autorización) a pedido de la autoridad de aplicación;
sin embargo, ninguna de las dos normas (arts. 38 y 39) regula
mínimamente la problemática de los contratos por adhesión a
cláusulas predispuestas52.
Compartiendo la doble crítica de LARROUMET a la Directiva
93/13/CEE del Consejo, de 5 de abril de 1993, observamos que
nuestra Ley N° 24.240 adolece de los mismos defectos que la
normativa comunitaria en el sentido de que subjetivamente peca
por defecto y objetivamente por exceso. Así, como acertadamente
lo destaca el distinguido jurista francés, la protección contra
cláusulas abusivas no debe limitarse a los «consumidores», sino
extenderse
a
todas
las
personas
independientemente
de
su
condición; por otra parte, desde el punto de vista objetivo, la
protección debe limitarse al caso de los «contratos por adhesión»
y dejar que las partes regulen libremente sus relaciones en los
contratos por negociación. En otras palabras, el nuevo sistema
procedente de la directiva europea de 1993, al igual que la ley
argentina,
si
bien
refuerza
la
protección
contra
cláusulas
abusivas, es doblemente criticable: «primero, porque limita la
protección a los consumidores; segundo, porque no la limita a los
contratos de adhesión»53.
No obstante lo expuesto, axiológicamente, debemos reconocer
que nuestra LDCU tiene el mérito de constituir un primer paso en
la búsqueda de una regulación adecuada para el fenómeno de la
predisposición contractual, aunque por ahora la solución se
limite a las relaciones de consumo.
7.- Integración
52
. Cfr. Carlos A. GHERSI, Contrato de adhesión (En los proyectos de
reforma de los Códigos Civil y Comercial y la ley del consumidor), La Ley, 1994E, 863.
53
. Cfr. Christian LARROUMET, La protección contra las cláusulas abusivas en
el derecho francés, Jurisprudencia Argentina, 1996-I, 728.
24
La
falta
de
previsiones
expresas
de
las
partes
y
la
ineficacia –nulidad, inoponibilidad, etc.– de algunas cláusulas
contractuales hacen que el contrato deba ser integrado, cuidando
siempre de mantener el equilibrio en las prestaciones. Puede
ocurrir que la ausencia –por falta de previsión– o supresión –por
ineficacia–
economía
de
del
tales
cláusulas
contrato,
sea
supuesto
en
intrascendente
que
no
hará
para
la
falta
su
integración, pero, en otros casos, será ineludible cubrir la
laguna generada, planteándosenos entonces la cuestión de: ¿cómo
integrar el contrato? Se advertirá que si bien interpretación e
integración no son lo mismo, se trata de actividades afines y
complementarias, lo que justifica su tratamiento como cierre del
presente trabajo. Así, mientras la primera tiene por objeto
determinar el sentido y alcance de lo previsto, a la segunda
corresponde suplir los vacíos de lo no previsto y lo ineficaz.
Volviendo al interrogante propuesto, ante todo hay que
distinguir si
se
trata de un contrato nominado –típico– o
innominado –atípico– (art. 1143, Código Civil). En el primer
caso, habrá que recurrir al derecho dispositivo (supletorio)
contemplado por legislador como derecho ideal en defecto de la
voluntad de las partes y, en caso de silencio de la ley, a los
usos y costumbres (arg. arts. 16 y 17, Cód. Civ.); en el segundo,
deberán
tenerse
en
cuenta
la
naturaleza
del
contrato,
los
principios generales en materia de contratos y obligaciones, los
principios que rigen contratos análogos, y los usos y costumbres.
Las posiciones doctrinarias sobre la cuestión pueden ser
resumidas en tres: a) teoría de la absorción, según la cual en
los contratos innominados siempre es posible hallar un elemento
prevaleciente, propio de algún contrato nominado, que absorbe los
elementos secundarios; b) teoría de la combinación, según la cual
hay que diseccionar al contrato innominado y aplicar a cada una
de sus partes la normativa del contrato nominado correspondiente;
y c) teoría de la emancipación, según la cual los diversos
elementos de un contrato innominado dan lugar a una nueva figura
contractual distinta e independiente de aquéllas de las que se
25
toman sus componentes.
Compartimos la opinión de FARINA en el sentido de que las
tres teorías presentan aciertos y desaciertos, por lo que no es
posible
aplicarlas
en
forma
aislada
sino
conjuntamente,
de
acuerdo a las circunstancias de cada caso54. A tal efecto y sin
perjuicio de lo dicho, nos parece lógica la postura de GASTALDI,
quien postula observar, en un orden jerárquico no estricto, las
siguientes pautas concretas: a) la voluntad expresa de las
partes; b) los principios generales de los contratos, de los
hechos y actos jurídicos, y de las obligaciones; c) los usos y
costumbres, sobre todo en contratos con tipicidad social; d) la
analogía
con
figuras
contractuales
o
elementos
de
ellas
55
semejantes; y e) los principios generales del derecho .
Por su parte, la jurisprudencia ha resuelto que: «Cuando el
juzgamiento de una cuestión impone la necesidad de analizar
situaciones de otra índole, sus efectos deberán regirse o bien
por las propias estipulaciones o, en caso de insuficiencia o
ausencia de éstas, por las reglas del contrato al que más se
asemeje»56.
Concluimos
afirmando
que
en
todos
los
casos
la
interpretación debe efectuarse bajo la guía y dirección de la
buena fe objetiva57.
54
. cfr. Juan M. FARINA, Contratos comerciales modernos, p. 316 y ss. y n.
39, Astrea, Buenos Aires, 1999.
55
. José María GASTALDI, La autonomía de la voluntad..., en ED, 133-124).
56
. C. Nac. Civ., sala A, 13 de marzo de 2003 - Ascensores Ibel S.R.L. v.
Consorcio Castelli 190 y otro, Lexis Nº 1/5509879.
57
. Cfr. Miguel PASQUAU LIAÑO, en Rodrigo BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO (Coordinador),
AA. VV., Comentarios a la ley de condiciones generales de la contratación, p.
306 y ss., § 31 y ss. y p. 785 y ss., § 11 y ss., Aranzadi, Elcano (Navarra),
2000.
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