'LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA EFREN DE LA MADRE DE DIOS Las relaciones de todo buen cristiano con la Santísima Virgen no son periféricas sino vitales. Ella , como Madre de la Divina Gracia. se infiltra con ésta en el ser del cristiano e interviene en su estructura fundamental . El Concilio Vaticano II ha declarado con sencillez dogmática que «la Bienaventurada Virgen María es Madre de Dios , Madre de Cristo y Madre de los hombres , en especial de los creyentes» (G . S. n . 0 54). Su maternidad está diluida en todos los que nacen a la vida de Dios; pero sólo acusan esta presencia los que se percatan de ella, reconociéndola como venero de la vida sobrenaturaL A los que se percatan de esta aportación de la Santísima Virgen a la vida cristiana los llamamos devotos de la Santísima Virgen, más o menos devotos , según se distinguen en el reconocimiento de su vinculación a la Santísima Virgen . Santa Teresa fue indiscutiblemente gran devota de la Santísima Vir­ gen y no devota de cualquier manera sino con una devoción característica que la distingue notoriamente en sus relaciones hasta conferirle una fisonomía digna de especial consideración: * * Las primeras manifestaciones de esta devoción son comunes, flotantés en la educación cristiana que recibe de sus-padres , nacidas de un vivir más que de un pensar: 187 EFREN DE LA MADRE DE DIOS «Procurava soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el Rosario, de que mi madre era muy devota, y ansí nos hacia serlo» ( Vida, 1 , 6) . Así, como por inercia, por la forma de ser de su madre, doña Beatriz de Ahumada, se aficiona a rezar el Rosario , que allí se reza en familia, y en aquellos rezos comunes va ella recibiendo, casi indeliberadamente , la beneficiosa influencia de ponerse bajo el amparo de la Madre de Dios. Ella no mide quizás su alcance, pero la realidad de aquella invocación va esculpiendo su alma para tomar conciencia, cada vez más clara, de la pro­ tección que dispensa la Virgen Santísima a los que recurren a Ella. Se trata de una presión ambiental que carga sobre toda la familia, sobre sus hermanos y sobre la servidumbre que se asocia también a las costumbres piadosas de aquella familia. La diferencia la va marcando ella por su idiosincrasia. Lo que para otros puede ser mera rutina a ella la hace pensar. La sensibilidad de su al­ ma observadora la hace percatarse del alcance de ciertas manifestaciones rutinarias , no para ella , que necesita conocer las causas y los motivos de todo lo que hace. Aquella devoción, tenue y volante como los vilanos de un cardo acunados por el viento , se posa sobre aquella tierra húmeda y acogedora de su alma y la hace pensar en consonancia con lo que dice , con lo que reza, con lo que hace. «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena . . . Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos santos , comenzó a despertarme , de edad, a mi parecer, de seis u siete años» ( Vida, 1 , 1 ) . No cabe duda. La devoción a la Santísima Virgen , e n l a conciencia de Santa Teresa , iba vinculada al encarecimiento de su madre , particular­ mente devota del Santísimo Rosario. Hay en aquella incipiente devoción una dosis dominante de senti­ miento maternal . Su madre , evidentemente , realzaba con su presencia las devociones de toda la familia y el rezo del Rosario era inherente a aquella madre que con su presencia y el acento cálido de su plegaria metía en el alma de sus hijos lo que significaba para todos el Patrocinio de la Madre de Dios . 188 LA SANTISIMA V�RGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA Por esta asociación de la invocación a la Santísima Virgen y la presen­ cia de su madre, la muerte de ésta, cuando Santa Teresa contaba trece años y medio, desencadenó una convulsión sentimental en ella preten­ diendo que el Patrocinio invocado de la Madre de Dios llenase el hambre de maternidad que la nostalgia de la madre muerta avivaba en su cora­ zón : «Como yo comencé a entender lo que avía perdido, afligida fuíme a una imagen de N. ª Señora, y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas» (Vida, 1,7). Las «muchas lágrimas», que como nube cargada suele empañar la perspectiva visual, son indicio de una descarga emocional desencadenada en pleno subconsciente . En aquella amargura sentimental el alma no calcula ni razona, sólo siente delirantemente en un arrebato que la arrastra toda, de cuajo, para hacerla recapacitar después. Santa Teresa no entendió, de pronto, el alcance de aquella emoción . No la había producido ella con sus razonamientos; ella había sido arrastrada literalmente por una tromba emocional que la arrasaba en lágrimas del más hondo alcance vivencia!. No era el llanto de una niña que implora una caricia; era el alarido de todo el ser que echa en falta la maternidad sin límites y no sólo la pequeña maternidad de la madre muerta, de la que ella, en verdad, había empezado a cansarse, precisa­ mente por su limitación : «Aquella pequeña falta que en ella vi me comenzó a enfriar los deseos y comenzar a faltar en lo demás» (Vida, 2, 1). El recurso a la maternidad de la Santísima Virgen no fue un impulso sentimental a pesar de sus características sino el estallido vital de un ger­ men misterioso que duerme en el fondo del alma cristiana. Era una mis­ teriosa reacción bajo la asistencia de la gracia, que presiona, más que en el sentimiento en la sustancia del alma, rompiendo su cobertura condiciona­ da y trazando un hito nuevo en la existencia. Aquella imagen de la Virgen de la Caridad le era familiar . Incon­ tables veces había pasado por la ermita de San Lázaro cada vez que cruza­ ba el puente romano del Adaja y le había pedido muchas cosas. Pero esta vez pedía algo nuevo, cuyo alcance ni ella podía calcular: «que fuese mi madre», y esto con toda su alma. No había ido a otorgarle un título 189 EFREN DE LA MADRE DE DIOS nuevo para paliar su orfandad sino a establecer, a través de Ella, una influencia nueva y efectiva en su vida adolescente y soñadora. La causa de aquella convulsión no había sido la mera tristeza de su orfandad sino el toque de un instinto, que estalla en una nueva forma de ser y vivir, pro­ duciendo como un arco voltaico entre la vida humana y la gracia ampara­ dora, maternal, de la Madre de la divina Gracia. Más que su orfandad, que no tenía remedio, tenía que proteger la desolación interior del alma que se siente desguarnecida en ciertos momentos culminantes de su exis­ tencia. * * Por ser un toque tan profundo en la sustancia del alma, la propia in­ teresada no se percató de ello sino andando el tiempo, al comprobar que el rumbo de su vida seguía trayectorias imprevistas: «Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha vali­ do; porque conocidamente he hallado a esta Virgen Soberana en cuanto me he encomendado a Ella» ( Vida, 1,7). Esta frase no significa precisamente que la Virgen la escuchaba y atendía cuantas veces recurría a su protección. El significado exacto es más profundo, casi ontológico: «En cuanto me he encomendado a Ella» signi­ fica inmediatez, correspondencia instantánea, como si al latido de su co­ razón respondiese la sacudida del pulso . Entre ella y la Santísima Virgen se había montado una sincronización biológica y esto a oscuras, sin perca­ tarse apenas su vida sentimental, que exteriormente parecía empeorar: «Tomé todo el daño de una parienta que tratava mucho en ca­ sa. Era de tan livianos tratos que mi madre la avía mucho procura­ do desviar que tratase en casa (parece que adevinava el mal que por ella me avía de venir), y era tanta la ocasión que avía para entrar que no avía podido. A ésta que digo, me aficioné a tratar, con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudava a todas las cosas de pasatiempo que yo quería, y aun me ponía en ellas y clava parte de sus conversaciones y vanidades» ( Vida, 2,3-4). Así, mientras la barquita de su vida oscilaba entre Sirtis y Caribdis, cuando parecía que iba a hacerse pedazos contra el acantilado una mano oculta, pero inexorable, agarraba la proa de su barca y la llevaba a pulso a rumbos nunca previstos . 190 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA Era insólito que su padre , don AJlonso de Cepeda, tomase con ella de­ terminaciones bruscas y casi violentas. Era doña Teresa la niñeta de sus ojos y con ella no osaba discutir, pues ella era arrolladora y lo desarmaba a las primeras palabras. El pobre viejo, que se las temía todas, barrenaba en su interior todas las posibilidades y las evasivas de hija tan sagaz. Aquella hija iba tramando por sí un posible casamiento, mientras la hermana mayor, doña María de Cepeda, después de muchas idas y veni­ das acababa de encontrar uno ventajoso con don Martín de Guzmán y Barrientos , en 1531, en Villatoro. Aquella hermana , «de mucha más edad» (Vida, 2, 3), que en opinión de su padre había sido la barrera de todos los desmanes que podían recaer sobre la brillante quinceañera, doña Teresa de Ahumada y que también en opinión de ésta, «honestidad y bondad tenía mucha» (ibid), con su ca­ samiento dejaba las manos libres a la impulsiva hermana y don Alonso tambló. _ «M i padre y hermana sen tían mucho esta amistad , reprendíanmela muchas veces. Como no podían quitar la ocasión de entrar ella en casa, no les aprovecha.van sus diligencias , porque mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha» (Vida, 2, 4). Verse cara a cara con aquella hija sagaz, las manos libres , le aterraba y optó por tomar una decisión drástica, la primera que tomaba contra aquella hija, «la más querida de mi padre» (Vida, 1,4), aunque con tanta discreción que a todos parecía cosa natural : «Me llevaron a un Monesterio que avía en este lugar, adonde se criavan personas semejantes . y ésto con tan gran disimulación que sola yo y algún deudo lo supo; porque aguardaron a coyuntu­ ra que no parecía novedad , porque averse mi hermana casado y quedar sola sin madre , no era bien» (Vida, 2, 6) . . . * * * No se quebraron, ni por un momento, las buenas formas entre el padre y la hija, ya por el amor entrañable del padre , ya por la discreción y disimulo de la hija: «Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la mucha disimulación mía . y ansí no quedó en desgracia conmigo» (Vida, 2, 7). . . 19 1 EFREN DE LA MADRE DE DIOS La verdad era que aquella determinación de su padre había caído en su corazón como un mazazo: «Los primeros ocho días sentí mucho, y más la sospecha que tu­ ve se avía entendido la vanidad mía, que no de estar allí» ( Vida, 2 , 8) . * * * Mirados a distancia aquellos acontecimientos, encontramos coinciden­ cias sorprendentes : La casa adonde metieron a la quinceañera doña Teresa tenía un título evocador : Santa Maña de Gracia. Todo un programa, todo un pronóstico. Aquel encuentro con Santa María, tan sin pensarlo ella, sería decisivo en su vida . Allí encontró dos hitos decisivos en su camino: La vocación religiosa y el sendero de la misma, la oración. La vocación la llevaría a la Orden de Nuestra Señora del Carmen y el sendero de la oración surgió de pronto ante sus oj os como un suceso for­ tuito y natural : «Tenía este modo de oración, que como no podía discurrir con el entendimiento, procurava representar a Cristo dentro de mí, y hallávame mijor, a mi parecer de las partes adonde le vía más solo; parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona necesi­ tada me avía de admitir a mí. . . En especial me hallava muy bien en la oración del Huerto: aHí era mi acompañarle; pensava en aquel sudor y afleción que allí avía tenido; si podía, deseava lim­ piarle aquel tan penoso sudor ... Muchos años, las más noches, an­ tes que me durmiese, cuando para dormir me encomendava a Dios, siempre pensava un poco en este paso de la oración del Huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se gana­ van muchos perdones ... » (Vida, 9, 4). Este ingenuo principio de hacer oración, comenzado a sus 16 años en Nuestra Señora de Gracia, tuvo resonancias gloriosas para toda su vida. Aquella forma de hacer oración no había tenido otro maestro que el am­ biente donde la Virgen la había acogido y era tanto más efectiva cuanto menos calculada; así el mej or elogio de aquella forma de oración era que no sabía que aquello fuese oración: «Tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma; por­ que comencé a tener oración sin saber que era, y ya la costumbre 192 . LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA tan ordinaria me hacía no dejar ésto, como el no dejar de santi­ guarme para dormir» ( Vida, 9, 4). * * * Aquella disposición de coloquio con Jesucristo la llevó de la mano al encuentro de su vocación: «Con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios , ansí leidas como oídas , y la buena compañía, vine a ir entendien­ do la verdad de cuando niña , de que no era todo la nada, y la va­ nidad del mundo y cómo acabava en breve . . . Y aunque no acaba­ va mi voluntad de inclinarse a ser monja, ví era mijor y más siguro estado. Y ansí poco a poco me determiné a forzarme para tomarle» ( Vida, 3 , 5 ) . * * * Aquí ya no fue un golpe arrebatador. Tenía que ser ella la que pu­ siese a tono su natural con razonamientos calculados y sujetando los senti­ mientos que se oponían a lo que , a la vista de su oración , era lo mejor: «En esta batalla estuve tres meses forzándome a mí mesma con esta razón : que los travajos y pena de ser monja no podía ser ma­ yor que. la del purgatorio y que yo avía bien merecido el infierno, que no· era mucho estar lo que viviese como en purgatorio y que después me iría derecha a el cielo, que éste era mi deseo ( Vida, 3 ,6) . * * * En el debate desencadenado en s u interior intervenían factores de dis­ tinta índole , en primer plano los sensibles: «Poníame el demonio que no podría sufrir los travaj os de la re­ lisión , por ser tan regalada. A esto me defendía con los travajos que pasó Cristo (tema primario de su oración ingenua); porque no era mucho yo pasase algunos por El, que El me ayudaría a lle­ varlos , devía pensar» (Vida, 3,6) . 193 EFREN DE LA MADRE DE DIOS Pero la oposición más dura y tenaz emanaba de sus sentimientos hu­ manos , de tener que romper los lazos de la conviviencia familiar y contra esto se defendió con las lecturas incandescentes de San Jerónimo : «Dióme la vida aver quedado ya amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que me animavan de suerte que me determiné a decírselo a mi padre , que casi era como a tomar el hábito; porque era tan honrosa que me parece no tornara atrás por ninguna manera, aviéndolo dicho una vez» (Vtda, 3, 7). Con los ojos asombrados sentía que le quemaban el alma estas pa­ labras de San Jerónimo : «Está atento y verás cómo sospiran tus enemigos por robarte la joya que este Capitán te dio el día que te armó cavallero . Sabes que tanto ha de pesar en tu voluntad la fe que a este Señor prome­ tiste que si vieses , queriendo salir a la batalla, que se te ponen de­ lante padre , madre , hijos, nietos , con ruegos, lágrimas y sospiros por detenerte , tú <leves cerrar los ojos y orejas , y si menester fuere , hollando por encima de todos , volar al pendón d e l a Cruz, donde tugran Capitán te espera . .. ¿Parecerte ha honesta cosa que vea yo a mi enemigo la espada sacada y el brazo alzado para herirme , y que vuelva a mirar las lágrimas de mi madre?. - ¿Y ternásme por cuerdo que pierda de ser cavallero de Jesucristo, por amor de mi padre , que aun si es con dexar a Cristo no devo pararme a enterrallo2» (Epístolas del glorioso doctor Sant Hierónimo, Tr. 3. 0, Del estado eremítico, 1. ª epístola a Heliodoro, versión de Juan de Molina (Valencia, 1526), fol . 68. * * * Ella se declaró a su padre; pero éste no se quiso dar por vencido y ofreció resistencia a ultranza: «Era tanto lo que me quería , que en ninguna manera lo pude acabar con él ni bastaron ruegos de personas que procuré le habla­ sen . Lo que más se pudo acabar con él fue que después de sus días haría lo que quisiese» (Vida, 3,, 7. Cfr Santa Teresa y su tiempo, t . 1 , n . 0 237-244, Salamanca, 1982). 194 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA Por la salvedad de su padre entendió ella en su sagacidad que la causa de oponerse a su vocación no era precisamente por no acatar la voluntad de Dios, sino por no hacerse responsable de la determinación de aquella hija en perjuicio de su salud, que se había mostrado harto deleznable. Y ella tomó entonces la decisión de cargar sobre sí toda la responsabilidad, no sin buscarse un cómplice para cubrirse mejor, como solía: · «Avía persuadido a un hermano mío Ouan de Ahumada) a que se metiese fraile, diciéndole la vanidad del mundo. Y concertamos entrambos de irnos un día, muy de mañana, al monesterio adonde estaba aquella mi amiga, que era al que yo tenía afición» (Vida, 4, 1). Santa Marta de la Encarnación Ahora no la llevan, como antaño, a Santa María de Gracia, sino va ella por su sola determinación. Puesta a escoger lo que mejor le va ha es­ cogido el monasterio de Santa María de la Encarnación de la Orden del Carmen. La presencia de una entrañable amiga en el monasterio de la Encarna­ ción no fue precisamente la causa de su elección sino el medio de una in­ formación segura. «Ya yo estava de suerte que a cualquiera que pensara servir más a Dios, u mi padre quisiera, fuera» (Vida, 4, 1). La ida fue, en efecto, como echarse al Purgatorio, con un desgarro mortal de todos sus sentimientos: «Cuando salí de casa de mi padre, no creo será más el senti­ miento cuando me muera; porque me parece cada hueso se me apartava por sí, que como no avía amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis considera­ ciones para ir adelante» (Vz'd.::¡r, 4, 1). Dos factores están obrando en ella constantemente: sus considera­ ciones cerebrales, insuficientes de sí para aquella determinación sobrehu­ mana y la fuerza oculta que recibía de Dios y que hacía eficaces sus arro­ jos vitales. 195 EFREN DE LA MADRE DE DIOS Aquel contraste de sentimientos le hacía pensar más tarde: «Cuando de ésto me acuerdo, no hay cosa que delante se me pusiese, por grave que fuese, que dudase de acometerla. Porque yo tengo espiriencia en muchas que, si me ayudo al principio a de­ terminarme a hacerlo (que siendo sólo por Dios, hasta en comen­ zarlo quiere... que el alma sienta aquel espanto, y mientras ma­ yor, si sale con ello, mayor premio y más sabroso se hace después) aun en esta vida lo paga Su Majestad por unas vías que sólo quien goza de ello lo entiende» (Vida, 4, 2). Ella misma se quedó sorprendida cuando al verse dentro, se encontró con un gozo insospechado: «A la hora me dio un tan gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura. Dávanme deleite todas las cosas de la relisión, y es verdad que andava algunas veces barriendo en horas que yo solfa ocupar en mi regalo y gala, y acor­ dándoseme que estava libre de aquello me dava un nuevo gozo, que yo me espantava y no podía entender por dónde me venía» (Vida, 4,2). La Orden de nuestra Señora Quizás doña Teresa no tenía idea exacta de lo que era la Orden del Carmen. Se le habían ido los ojos más de una vez tras de aquella indu­ mentaria llamativa, una capa blanca cubriendo un hábito negro que aso­ maba por los cabezones y por el entresijo de la capa y por debajo de ella. En cuanto a la vida de las monjas carmelitas sólo había procurado averi­ guar si vivían con seriedad sus Constituciones y si dominaba en el am­ biente una vida honesta y deseosa de servir a Dios. Para ello se había vali­ do de la amiga Juana Suárez, que le dijo confidencialmente todo cuanto ella necesitaba saber. Lo demás fue una sorpresa, un encuentro insospechado con la Madre de Dios, a la que ella, a sus trece años y medio había pedido que fuese su· Madre «con muchas lágrimas». Nunca imaginó, sin embargo, que fuese tanto. Le llamó la atención, desde luego, que con toda naturalidad decían las monjas con un latín ase196 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA quible: TO TU S MARIANUS ES T CARMELUS, que el Carmelo era todo de María. Eso, ciertamente, lo podía decir cualquiera, pero no con aquel resabio. Los carmelitas se consideraban familiares de la Santísima Virgen y habían venido a Europa desde el Monte Carmelo, con el título de Herma­ nos de Santa María del Monte Carmelo. En una Europa, donde el culto a la Virgen Santísima revestía esplendores triunfalistas y Ella, la gran Seño­ ra, se mantenía a gran distancia, llenando -con su imagen el ábside de las iglesias, r�cibía el homenaje de los fieles como servidores. En este sentido se acababan de fundar los Servitas y las diferentes órdenes dedicaban un culto solemne a la Gran Señora. En aquel ambiente, cuando aparecieron los carmelitas fugitivos del Monte Carmelo, con sus capas barradas, blancas, con siete barras marro­ nes, de reminiscencia oriental, fueron mirados con asombro, con extrañe­ za y más cuando ellos alegaron por título el ser Hermanos (no siervos) de Santa María del Monte Carmelo. El título sonaba, de pronto, a provoca­ ción o falta de respeto a la Gran Señora y según era costumbre llevaron el tema al parlamento de las Universidades. Increíbles y sarcásticos argu­ mentos reconvenían a los extaños carmelitas a poner en claro si su herma­ na era la Gran Señora, Madre de Dios, o más bien Santa María Egipcíaca, la pecadora. Ellos alegaban, fundados en vetustas tradiciones, que su vida estaba calcada en la vida de la Virgen, la vecina de Nazaret y Madre de Cristo y repetían punto por punto que los capítulos de su Regla se habían elabora­ do sobre las líneas fisonómicas de la Madre de Jesús. Y concluían triunfal­ mente: mirad el parecido de nuestras vidas con la que observó la Madre de Dios y no dudaréis de que somos hermanos de verdad. El fragor llegó a los oídos del Sumo Pontífice, Honorio III, el cual, con fecha 30 de enero de 1225, despachó una Bula dirigida a los «queri­ dos hijos Prior y Hermanos ermitaños del Monte Carmelo», reconociendo que su «norma de vida», puesta en regla por el Patriarca de Jerusalén, de buena memoria, fue presentada ante el Concilio General y ellos recibidos como tales: «y en adelante vosotros y vuestros sucesores lo podreis obser­ var para la remisión de los pecados. Dado en Rieti, 30 de enero, año déci­ mo de nuestro Pontificado» (Speculum Ordinis Fratrum Carmelitarum, noviter impressum, Venetiis, 1507, fol. 60 v ) . 197 EFREN DE LA MADRE DE DIOS Las aprobaciones se fueron repitiendo por otros Papas: Inocencio IV, Alejandro IV, Urbano IV, Nicolás IV, Bonifacio VIII, Clemente IV, Gre­ gorio IX, Gregorio X. Pero también se ponía en claro que la aprobación pontificia había sido anterior al concilio de Letrán: «En el año del Señor 1199, Alberto, Patriarca de Jerusalén y le­ gado apostólico en Tierra Santa, a petición de los hermanos del Carmelo les había escrito su Regla, dividida en diez artículos... Después les hizo construir un Monasterio, junto a la Fuente de Elías, y en sus linderos incluir y restaurar la capilla que sus prede­ cesores habían levantado allí en honor de la Madre de Dios, des­ pués de la Ascensión de Cristo y a todos los que moraban allí, en cu�vas y celdas diseminadas por el Monte Carmelo, ordenó el mis­ mo Patriarca Alberto que se unieran en dicho monasterio con la observancia de la vida religiosa, instituida por el Profeta Elías. Y los recluyó allí para que convivieran bajo la Regla por él nueva­ mente redactada. Este Alberto, que había confeccionado la Regla de la Orden de los Carmelitas, fue entronizado el año del Señor 1213; así su entronización fue anterior al concilio de Letrán celebrado por el Papa Inocencio III en el año - del Señor l 2 15, en el mes de no­ viembre, año 18 del pontificado del mismo Inocencio III. Antes de aquel concilio, año y medio, el dicho Alberto moría en Jerusalén a manos �e los sarracenos, en una procesión solemne de la Santa Cruz. De lo cual resulta claro que nuestra Orden tenía Regla e ins­ titución antes de aquel Concilio, como afirma el texto del capítulo Religionum diversitatem» ( Speculum Ordinis, fol. 58 v.). El manto barrado, que seguía siendo demasiado llamativo, fue con­ vertido en manto blanco por indicación del Papa Gregorio X en 1285 y en el capítulo de la Orden en Montpellier, el año 1287, celebrado el día de Santa María Magdalena, se abandonó el manto barrado y se adoptó ofi­ cialmente el manto blanco. Este manto, añadida la capucha del mismo color, se llamó en adelante Capa blanca ( Speculum Ordinis, fol. 59 v.). _ * ,,, * Estas cosas las leyó Santa Teresa en el Espejo de la Orden de los frailes carmelitas, en un manuscrito del siglo XV, que al lado del texto latino le 198 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA ofrecía una versión en castellano primitivo que la invitaba a leer palabra por palabra con ansiedad creciente. (Cfr Sta. Teresa y su tiempo , t. 1 (Sa­ lamanca, 1982), n. 0 274 ss. · El libro recogía todas las tradiciones, las más increíbles, que habían si­ do el vehículo de una devoción mariana que necesitaba recurrir a mitos e historietas para inculcar la más profunda dedicación al servicio de la Madre de Dios. El origen inicial de la fascinación mariana que campaba en todo el libro partía del profeta San Elías, cabeza del monacato en el Antiguo Tes­ tamento, trasvasado, como la cosa más natural, al Nuevo Testamento, incluyendo en el clan de San Elías, no sólo al Precursor de Cristo, San Juan Bautista, sino a toda la familia mariana a partir de de la abuela Me­ renciana, madre de Santa Ana (Fundaciones, 26,6), incluido San. Joaquín, la propia Virgen María, el profeta Agabo, que había pretendido casarse con ella y todos los que de alguna manera estaban emparentados con la Santísima Virgen. La «familia humana de la Virgen María» era un título más que suficiente para vincularla a la gran familia del Monte Car­ melo. La presentación de esta singular familia religiosa, familia que ella lla­ ma casta, se presentaba en el vetusto libro en estos absoletos términos: «El profeta de Dios Helías, príncipe primero de los monjes es­ tuvo, del cual la primera casta institución y principio tomó» (De ­ cem libri, de Institución de los primeros monjes, l. I, c. 2). La sucesión cronológica de profetas y dirigentes de aquella casta, que vadea el paso del Antiguo al Nuveo Testamento encontrándose cara a cara con la Virgen María, que vivía a pocas leguas del Monte Carmelo, en Na­ zaret y que como a parientes conocidos fue a visitarlos repetidas veces y a dialogar con ellos, es nada en comparación del secreto confidencial que habían heredado del propio San Elías. En el libro VI de la Institución de los primeros monjes, leemos que el profeta vio desde el Monte Carmelo que una pequeña nubecílla subía del mar e iba a empapar la tierra, hecha un secarral con tres años y medio de sequía. «El contenido de aquella visión, decía el Espejo de la Orden,. dignóse Elías confiarlo, no a todos abiertamente, sino en secreto a sus secuaces. Por ellos hemos sabido que Dios, bajo la figura de aquella visión, había revelado a Elías cuatro grandes misterios, que 199 EFREN DE LA MADRE DE DIOS por su orden vamos a declarar: El primero, que iba a nacer una ni­ ña limpia de todo pecado desde el vientre de su madre. Segundo, el tiempo en que ésto tendría cumplimiento. Tercero, que esta ni­ ña, a ejemplo de Elías, abrazaría perpetua virginidad. Cuarto, que Dios, juntando su naturaleza divina con la humana, nacería de aquella Virgen hecho hombre. Y en lo que el muchacho de Elfas vio que la pequeña nubecilla subía del mar, entendió Elías que una niña,. es a saber, la Biena­ venturada María, saldría humildemente de la naturaleza humana, como la nube del mar, y desde su nacimiento quedaría limpia de todo pecado y suciedad, como aquella nube que salía del mar amargo sin sombra de amargura. Porque aunque la nube procedía del mar y era de la misma naturaleza, tenía, sin embargo, distintas propiedades: el mar era pesado y amargo; ella, leve y dulce. De la misma forma aunque en otro hombre cualquiera la naturaleza está cargada de la amargura del pecado, y aplastada por su peso, hasta confesar que 'mis iniquidades se acumularon sobre mi cabeza y cargan sobre mí como un peso muy pesado', con todo, la Biena­ venturada María salió de este mar de fa naturaleza humana de otra manera: en su nacimiento no arrastró la amargura de los delitos, sino, como aquella nubecilla, arrancó levísima por la inmunidad de �odo pecado, y dulce por la multitud de carismas que en su na­ cimiento recibió. Ella fue aquella nube, de la cual en figura había dicho Moisés: 'He aquí que la gloria dd Señor se ha manifestado en la nube » (Speculum Ordinis, fol. 21'). ' , * * * Los maestros de la Orden, cifrando en la Virgen María su ideal de per­ fección, nunca olvidaron la lección del mar amargo de donde había subi­ do la inmaculada Virgen María y en sus lecciones ascéticas aplicaban mi­ nuciosamente la forma de desprenderse de las impurezas del mar amargo, para hacerse, como la Virgen María, leves y dulces, limpios y fecundos. El mejor exponente de esta doctrina lo hallamos en un compañero de Santa Teresa y devoto lector del Speculum Ordinis, el cual, recordando que los pecados deliberados, además del efecto negativo, que es privarnos de la gracia de Dios o dificultarla, según su calidad, cada uno de esos pe200 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA cados lleva consigo cinco daños positivos, «porque los apetitos cansan el alma y la atormentan y la escurecen y la ensucian y la enflaq uecen» («Su­ vida del Monte Carmelo, l. l. 0 , c. 6, n. 0 5 ). «Porque así como un acto de . virtud produce en el alma y cría juntamente suavidad, paz, consuelo, luz , limpieza y fortaleza, así un apetito desordenado causa tormento, fatiga, cansancio, ceguera y flaqueza. Todas las virtudes crecen en el exercicio de una, y todos los vicios crecen en el de uno, y los dejos de ellos en el alma» (Subida del Monte Carmelo, l. l. 0 , c. 1 2 , n. 0 5 ). La purificación del alma tiene que ser tan intensa que no quede en ella más aliciente que ser movida con entera libertad por el soplo del Espíritu Santo. Era el ideal rnrmelitano, el ejemplar de la Virgen María, meta y aspiración del Carmelita, como insinuaba San Juan de la Cruz a propósito de las obras y peticiones de la Santísima Virgen: «Las obras y ruegos de estas almas siempre tienen efecto. Tales eran las de la gloriosísima Virgen Nuestra Señora, la cual, estando desde el principio le­ vantada a este tan alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo» (Subida del Monte Carmelo, l. 3 , c. 2 , 10). * * * Santa Teresa tardaría en conocer al maestro de esta doctrina, San Juan de la Cruz; pero la lectura del Espejo de la Orden era suficiente para in­ tuir un ideal elevadísimo que el Carmelo le ofrecía como Orden de la Santísima Virgen. El camino era arduo y los ardores juveniles de doña Teresa parecían hacerse pedazos más de una vez. Tuvo que salir del convento para ponerse en manos de una curandera de Becedas en 1 5 39 , a sus 24 años. Allí se encontró con un sacerdote de conducta irregular y ella se pro­ puso ganarlo para Dios con la ayuda de la Santísima Virgen. «Nuestra Señora le devía ayudar mucho, que era muy devoto de su Concepción, y en aq�el día hacía gran fiesta» ( Vida, 5 , 6). No tenemos indicios por aquellos días de prácticas particulares en ser­ vicio de Nuestra Señora. Pero sí tenemos un indicio inequívoco de la Pro­ tección de la Santísima Virgen. 201 EFREN DE LA MADRE DE DIOS Con el tratamiento de la curandera de Becedas doña Teresa sucumbió y la creyeron muerta durante tres días. ¡Coincidencia! Ese colapso fue pre­ cisamente el día de la Asunción de 15 39, fecha que a la santa no le pasó desapercibida: «Vino la fiesta de Nuestra Señora de Agosto, que hasta enton­ ces desde abril avía sido el tormento... Dí priesa a confesarme, que siempre era amiga de confesarme a menudo. Pensaron que era miedo de morirme, y por no me dar pena mi padre no me dejó... Dióme aquella noche un parajismo (paroxismo) que me duró estar sin ningún sentido cuatro días, poco menos» ( Vida, 5,9). En aquel desmesurado colapso habían sucedido cosas dignas de aten­ ción, pues al despertar, como dice su biógrafo padre Ribera, «comenzó a decir que para qué la habían llamado, que estaba en el cielo y había visto el infierno, y que su padre y otra monja amiga suya, Juana Suárez, se habían de saJvar por su medio, y que vio también los Monasterios que - había de fundar y lo que había de hacer en su Orden y cuántas almas se . � habían de salvar por ella, y que había de morir santa, y que su cuerpo, antes que la enterrasen, había de estar cubierto con un paño de brocado» ( Vida de Santa Teresa, l. 1 , c. 7). Sería argumento muy socorrido calificar estos delirios como simples delirios, desoyendo el lenguaje del subconsciente, que sin duda se asoma­ ba en estas manifestaciones, que ella cortó en seco apenas echó de ver que las oía su padre. Los sucesos posteriores irían clarificando poco a poco los repliegues de su corazón. La invocación de San José Paralítica e inútil a sus 27 años, en 1 542 recurre a San José para que le alcance la salud. ¿No era esto desentenderse de la Santísima Virgen, a quien recurría como a Madre? Creemos que era más bien una atención que tenía con la Virgen re­ curriendo a su más allegado, San José. La razón de su devoción al Santo Patriarca era sencillamente su vinculación a la Madre de Dios 202 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA «En especial personas de oración siempre le avían de ser afi­ cionadas, que no sé cómo se ¡buede pensar en la Reina de los An­ geles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San Josef por lo bien que les ayudó en ellos» ( Vida, 6,8). Era, pues, una galantería hacia la Virgen, ponerse bajo el amparo fa­ miliar que a Ella la había amparado. El sentido familiar de su devoción mariana así parece exigirlo. En adelante, las mercedes que la Virgen seguiría prodigándole serían acompañadas de San José: Un día de la Asunción de 1561, en el convento de Santo Tomás de Avila, «Vínome un arrobamiento tan grande que casi me sacó de mí... Parecióme, estando ansí, que me vía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no vía quién me la vestía. Después ví a Ntra. Señora. Díjome que la dava mucho con­ tento en servir al glono ' so San ]ose/, que creyese que lo que pretendía de el monesterio se haría y en él se serviría mucho el Se­ ñor y ellos dos» ( Vida, 33, 14). La cohesión de ambas devociones fuele explícitamente inspirada por Dios: «Aviendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad... haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el monesterio y que se serviría mucho en él, y que se llamase de San ]ose/ y que a una puerta nos guardaría él y Nuestra Señora a la otra y que Cristo andaría con nosotras y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor» ( Vida, 32, 1 1). Años adelante entendió de nuevo: «Que tenía mucha obligación de servir a Nuestra Señora y a San Josef; porque muchas veces, yendo perdida del todo, por sus ruegos me tornava Dios a dar salud» (CC.63ª). * * Durante su vida privada, las relaciones con la Santísima Virgen iban tan embebidas en ella, que quizás ni ella se apercibía de aquella presen­ cia, de no ser cuando la intervención de la Virgen sobresalía de la rutina. 203 EFREN DE LA MADRE DE DIOS Mas cuando se hizo cargo de las demás por su oficio de madre, tenien­ do que transmitirles enseñanzas y experiencias, entonces tomó cuerpo la devoción a la Santísima Virgen y adquirió las dimensiones exactas dentro del contexto carmelitano. «Lo que quiero ahora aconsejaros, y aun puedo decir enseña­ ros, porque como madre, con el oficio de priora que tengo, es lícito» (C. 24,2). Y lo primero que hace es declinar su propia maternidad y poner en evidencia la primera, que es la de la Virgen: «No tengo otro remedio sino llegarme a la misericordia de Dios y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, Madre suya, cu­ yo hábito indinamente trayo y traeis vosotras. Alabadlo, hijas mías, que lo sois de esta Señora verdaderamente, y ansí no teneis para qué os afrentar de que sea yo ruín. Pues teneis tan buena Madre, imitadla y considerad qué tal deve ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por Patrona, pues no han bastado mis pecados y ser la que soy para dislustrar en nada esta Sagrada Or­ den» (3 M. 1, 3). * * La bienvenida a su convento, cuando fue a hacerse cargo de las mon jas, fue como la toma de posesión de aquellas relaciones sustanciales con la Madre de Dios: «Fue grandísimo el consuelo para mí el día que venimos. Es­ tando haciendo oración en la iglesia, antes de que entrase en el monesterio, estando casi en arrobamiento, vi a Cristo, que con grande amor me pareció que me recibía y ponía una corona y agra­ deciéndome lo que avía hecho por su Madre, Otra vez, estando todas en el coro en oración después de Completas, ví a nuestra Señora con grandísima gloria, con manto blanco, y debajo de él parecía amparamos a todas. Entendí cuán alto grado de gloria �arfa el Señor a las de esta casa» ( Vida, 36,24). Ella tomó conciencia de aquella compenetración con la Madre de Dios, a través del hábito que llevaba, «el hábito de N. ª Sra.». 204 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA «Plega a el Señor sea todo para gloria y alabanza suya y de la gloriosa Virgen María, cuyo hábito traemos» ( Vida, 36 , 28). Otra vez y día de la Asunción, fue confirmada Santa Teresa en su acti­ tud de sumisión a la Madre de Dios: «Un día de la Asunción de la Reina de los Angeles y Señora nuestra, me quiso el Señor hacer esta merced, que en un arroba. ­ miento se me representó subida al cielo y el alegría y solemnidad con que fue recibida y el lugar adonde está. Fue grandísima la gloria que mi espíritu tuvo de ver tanta glo­ ria. Quedé con grandes efetos y aprovechóme para desear más pa­ sar grandes travajos, y quedóme gran deseo de servir a esta Señora, pues tanto mereció» ( Vida, 39 , 26). Su principal servicio en honor de la Santísima Virgen fue la decisión de restablecer el esplendor primitivo de su Orden. A sus deseos había res­ pondido el Señor: «En tus días verás muy adelantada la Orden de la Virgen» (Cuentas de Conciencia, 1 1. ª ). Cuando fue nombrada, a su pesar, priora del monasterio de la Encar­ nación, con deterioro de sus fundaciones descalzas, recurrió, para hacerse con las monjas rebeldes, al recurso de las 1tradiciones de la Orden, que habían considerado a la Virgen como la Hermana Mayor, Priora o Abade­ sa, la Madre, en fin, del monasterio. Y ant�s de tomar posesión de su car­ go hizo poner sobre el sitial de la Priora la imagen de Nuestra Señora de la Clemencia, con las llaves del convento en su mano y en el sitial de la superiora la imagen de San José, que desde entonces se llamó «el Parlero». Eran inseparables en su conciencia, la Virgen María y el Patriarca San Jo­ sé. Aquella presentación de la «verdadera priora» de aquella casa dejó consternadas a todas las disidentes y se sometieron como un solo corazón a los dictámenes expresados por la madre Teresa. Sólo unos meses más tarde escribía la madre Teresa que la perfección de aquella casa no iba en zaga a la que pudiera haber en SanJosé de Avi­ la. Todo el provecho lo achacaba a la Santísima Virgen: «Mi Priora hace estas maravillas. Para que se entienda que es ésto ansí, ha ordenado Nuestro Señor que yo esté de suerte que no 205 EFREN DE LA MADRE DE DIOS parece vine sino a aborrecer la penitencia y no entender sino en mi regalo» ( Cta., 37,9). La respuesta de la Virgen no se hizo esperar: «La víspera de San Sebastián, el primer año que vine a ser priora en la Encarnación, comenzando la Salve, ví en la silla priora!, adonde está puesta Ntra. Sra., bajar con gran· multitud de Angeles la Madre de Dios y ponerse allí. A mí parecer no ví la imagen (de Nuestra Señora de la Clemencia) entonces, sino esta Señora que digo ... Estuvo ansí toda la Salve, y díjome: Bien acer­ taste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que hi­ cieren a mi Hijo y se las presentaré». . «Después de ésto quedéme yo en la oración que trayo de estar el alma con la SS. Trinidad, y parecíame que la Persona del Padre me llegava a Sí y decía palabras muy agradables. Entre ellas me di­ jo, mostrándome lo que quería: Yo te dí a mi Hi/o y al Espíritu Santo y a esta Virgen: ¿Qué me puedes tú dar a Mí?'» ( CC., 22. ª). El camino de las vivencias La Virgen María no es un temario. Para Santa Teresa es una escuela de vivencias divinas y averigua qué forma de vivencia sentiría ella en cada uno de los pasos de su vida, como si los llevara metidos en el alma. A su amiga, doña Luisa de la Cerda, que andaba por tierras extrañas mirando por la salud de su hijo, escribía: «Téngame V. S ª ánimo para andar por tierras extrañas. Acuér­ dese cómo andava Ntra. Sra. cuando fue a Egipto, y Ntro. Padre San José» ( Cta., 8, 18). Más de una vez se quedaba mirando a la Virgen con su Niño en bra­ zos y qué sentiría: Le dijo Cristo: «No pienses, cuando ves a mi Madre que me tiene en brazos, que gozava de aquellos contentos sin grave tormento. Desde que le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi Madre clara luz para que viese lo que yo avía de padecer» ( CC., 26. ª, 1). 206 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA El día de la Natividad de Nuestra Señora, 8 de septiembre, como su día de cumpleaños; Santa Teresa sentía particular alegría y ganas de ha­ cerle algún obsequio: «El día de Nuestra Señora de la Natividad tengo particular alegría. Cuando este día viene, parecíame sería bien renovar los votos, y queriéndolo hacer se me representó la Virgen Señora Nuestra por visión imaginaria (?) y parecióme los hacía en sus ma­ nos y que le eran agradables. Quedóme esta visión por algunos días cómo estava junto con­ migo hacia el lado izq uierdo» ( c c.' 37. a ) . No se olvide que el «lado derecho» lo tenía reservado Cristo para Sí ( Vida, 27,2). El día de la Resurrección de Cristo se sentía gloriosa con el triunfo del Señor sobre la muerte: pero juntamente se le iba el pensamiento a la so/e-­ dad de Nuestra Señora y Cristo, que intuía todos sus sentimientos, se le adelantó: «Díjome que en resucitando avía visto a Nuestra Señora, por­ que estava ya con gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta y traspasada, que aun no tornava luego en sí para gozar de aquel gozo. . . y que avía estado mucho con ella, porque avía sido menes­ ter, hasta consolarla» ( C. C., 13. ª, 12). Las dimensiones del alma de la Virgen María se ponían en evidencia al pie de la Cruz, cuando Cristo, su Hijo, moría en ella: Ella y la Magdale­ na, desafiando el descaro de los sayones y las burlas del populacho, la asombraban: «¡Qué devía pasar la gloriosa Virgen y esta bendita Santa!, ¡qué de amenazas, qué de malas palabras, y qué de encontrones, y qué descomedidas! Pues, ¡con qué gente lo avían tan cortesana!; sí, lo era del infierno, que eran ministros suyos. Por cierto que devía ser terrible cosa lo que pasaron, sino que con otro dolor ma­ yor no sentirían el suyo» ( Camino, 26,8). El traspasamiento de la Virgen a! pie de la Cruz lo lleva tan al vivo . que cada vez que quiere declarar el suyo se refiere al de la Virgen: «Como es tan intolerable y yo me estava en mis sentidos, hacíame dar gritos grandes sin poderlo escusar. Ahora, como ha 207 EFREN DE LA MADRE DE DIOS crecido, ha llegado a términos de este traspasamiento y entendien­ do más el que Nuestra Señora tuvo, que hasta hoy, como digo, no he entendido qué es traspasamiento» ( C. C., 1 3 .ª , 1 2 ) . «Por aquí entendía esotro mi traspasamiento, bien diferente; más ¡cuál devía ser el de la Virgen!» ( C. C., 1 3 . ª, 1 2 ) . imagen de l a Virgen Dolorosa con el Hijo muerto en su regazo le causaba una impresión hondísima, que ella parecía revivir algunas veces, sintiendo, por merced de Dios que Cristo se dejaba caer en sus brazos, como lo estuvo en los de su Madre: La · «Estando la misma noche en Maitines, por visión intelectual, tan grande que casi parecía imaginaria, se me puso en los brazos a manera como se pinta la quinta angustia» ( C. C., 44 .ª,4). * * * El cántico del Magníficat de Nuestra Señora era un despertador fre­ cuente en sus experiencias íntimas: «Estando un día en oración, sentí �star el alma tan dentro de Dios, que no parecía avía mundo, síno embevida en El. Dióseme aquí a entender aquel verso de la Magníficat: et exultavit spiritus, de manera que no se me puede olvidar» ( C. C., 4 7. ª). . Y sobre aquel levantamiento de espín tu que sentía algunas veces, en­ tendió también: «qué era espíritu y cómo estava el alma entonces y cómo se en­ tienden las palabras de la Magníficat: exultavit spiritus meus; no lo sabré decir; paréceme se me dio a entender que el espíritu era lo superior de la voluntad» ( C. C., 65. ª , 2 ) . E n el Camino de Perfección, donde enseñaba a rezar como e s debido el Padre Nuestro, fue su intención glosar también la oración del Ave María y fue lamentable que lo dejase de hacer, pues habría resumido en ella su ideología mariana: «También pensé deciros algo de cómo aveis de rezar el A ve Maria; mas heme álargado tanto que se quedará, y basta aver en­ tendido cómo se rezará bien el Paternoster para todas las oraciones vocales que uvierdes de rezar» ( C. E., 73 , 2). 208 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA La clave estaba en el interior de la Santísima Virgen, donde ella pretendía penetrar y vislumbres de aquel tesoro escondido los veía en el Cantar de los Cantares, donde el Esposo requiebra a la Esposa, que para el caso es la Virgen María: «Y ansí lo podeis ver, hijas, en el Oficio que rezamos de Nuestra Señora cada semana (el Oficio parvo ), lo mucho que está en ellos en antífonas y lecciones...» ¡Oh, alma amada de Dios! No te fatigues, que cuando Su Majestad te llega aquí y te habla tan regaladamente, como verás en muchas palabras que dice en los Cánticos, que dice tantas y tantas palabras tan tierrnas a la esposa, como «toda eres hermosa, amiga mía, y otras muchas en que muestra el contento que tiene de ella, de creer es que no consenti­ rá que le descontente a tal tiempo, síno que la ayudará a lo que ella no supiere para contentarse de ella más» (Meditaciones sobre los Cantares, c. 6,8-9). - De esta forma, estando dentro de sí misma, barrunta y descubre los pasadizos que la llevan a comprender más de cerca a la Madre de Dios, uniéndose a los sentimientos de Ella. Entrada en el alma de la Santísima Virgen El primer acceso al alma de la Virgen era s2 propia naturaleza de m u1er, que facilitaba en gran parte su compenetración: «Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, las mujeres, antes las favo­ recisteis siempre con mucha piedad y hallásteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estava vuestra Sacratísima Madre, en cuyos méritos merecemos, y por tener su hábito, lo que desmereceríamos por nuestras culpas» ( C. E., 4, 1). Y era cierto que en fe y amor la Virgen estaba muy por encima de los apóstoles: «Conviene, por espirituales que sean, no huir tanto de cosa.S corpóreas que les parezca que aun hace daño la Humanidad Sacratísima. Alegan lo que el Señor dijo a sus discípulos, que convenía que El se fuese. 209 EFREN DE LA MADRE DE DIOS Yo no puedo sufrir ésto. A usadas que no lo dijo a su Madre Santísima, porque estava firme en la fe, que sabía que era Dios y hombre. Y aunque le amava más que ellos, era con tanta perfec­ ción que antes la ayudava» ( 6 Moradas, 7, 14). «No se dijo ésto a la Madre de Dios, aunque lo amava más que todos» ( Vida, 22, l }. Además: «Sé que los Apóstoles tuvieron pecados veniales; sólo Nuestra Señora no los tuvo» ( Cta., 167, 12}. Esa luz inmaculada que la Virgen despedía de sí, la echaba de ver Santa Teresa cuando se sorprendió de que la Virgen, en sus apariciones, irradiase una insospechada juventud : «Era grandísima la hermosura que ví en Nuestra Señora, aun­ que por figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta la hechura de el rostro, vestida de blanco con grandísimo resplan­ dor, no que dislumbra, sino suave . .. Parecíame Nuestra Señora muy niña» ( Vida, 3 3, 14). * * La puerta para entrar en las entrañas de la Santísima Virgen, Señora nuestra, la declara brevemente Santa Teresa con estas palabras: «Plega a Nuestro Señor, hermanas, que nosotras hagamos la vi­ da como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos nuestra profe­ sión» (F., 16, 7}. El programa de vida de una hija de la Virgen está anunciado en la vo­ cación misma del Carmelo: «Todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y contemplación; porque este fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos santos padres nuestros del Monte Carmelo que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscavan este tesoro, esta preciosa margarita»· (5 Moradas, l, 3). Esta preciosa margarita hay que buscarla cavando en la humildad y en la fe viva: 2 10 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA «Parezcámonos, hijas mías , en algo a la gran humildad de la Virgen Sacratísima, cuyo hábito traemos, que es confusión nombrarnos monjas suyas; que por mucho que nos parezca nos humillamos, quedamos cortas para ser hijas de tal Madre y esposas de tal Esposo» ( Camino, 1 3 , 3) . En el centro de la Santísima Virgen La coincidencia con la Virgen se cifra en aquello que determinó la grandeza soberana de la Madre de Dios. La invitación a la humildad, que pudiera limitarse al ejercicio común de esta virtud, no resolvería nada si no se exigiese una humildad radical, óntica, la cual sólo se da en la vida total de fe y Santa Teresa descubre esta palanca todopoderosa en el en­ cuentro .de la Virgen con el arcángel San Gabriel en el momento de la Anunciación: «Aquí viene bien el acordarnos cómo lo hizo con la Virgen Nuestra Señora con toda la sabiduría que tuvo, y como preguntó al Angel cómo sería ésto, en diciéndole: El Espíritu Santo sobre­ vendrá en tí y la virtud del Muy Alto te hará sombra, no curó de más disputas. Como quien tenía tan gran fe y sabiduría, entendió luego que, entreviniendo estas dos cosas, no avía más que saber ni dudar» (Med. sobre los Cantares, 6, 7). En este vértice Santa Teresa se ha encontrado, en coincidencia perfec­ ta, con San Juan de la Cruz, cuando señalaba la meta del contemplativo en el dechado colosal de la Santísima Virgen. Santa Teresa encontró por sí, por el camino de la contemplación del Carmelo y al amparo «del hábi­ to de Nuestra Señora», que las obras de pura fe, movidas por el Espíritu Santo, configuran a la Santísima-Virgen y a cuantos como Ella hallan en el Espíritu Santo el resorte de todas sus vivencias: «Tales eran las de la gloriosísima Virgen Ntra. Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este tan alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura ni por ella se movió, síno siempre su moción fue por el Espíritu Santo» (Subida del Monte Carmelo, l. 3 , c. 2 , 1 0) . Santa Teresa, afilando más la punta, zahiere a ciertos letrados que in­ terfieren noticias cerebrales con deslustre de estas mociones sobrenatura­ les: 21 1 . EFREN DE LA MADRE DE DIOS «No como algunos letrados, que no les lleva el Señor por este modo de oración ni tienen principio de espíritu, que quieren lle­ var las cosas por tanta razón y tan medidas por sus entendimien­ tos, que no parece, sino que han ellos, con sus letras, de compren­ der todas las grandezas de Dios. ¡ Sí deprenqiesen algo de la hu­ mildad de la Virgen Sacratísima!» (Med. sobre los Cantares, 6, 7). Epílogo Santa Teresa ha encontrado dentro de sí, con el Espíritu Santo, la compenetración perfecta con la Santísima Virgen Madre de Dios. Allí se ha conformado plenamente con Ella por la misma virtud del Espíritu San­ to que la hizo Madre de Dios. Ha sido el camino más directo y más eficiente. La devoción de Santa Teresa a la Madre de Dios no es aislacionista; más que en el contorno sen­ timental de su figura se ha metido en su alma, más aún, en el alma de su alma y allí se ha abrazado con Ella. Los carmelitas descalzos que elabora­ ron su doctrina espiritual, como el padre Baltasar de Santa Catalina, co­ mentador de Las Moradas de Santa Teresa, asigna un curioso grado de vinculación a la Santísima Virgen, el Desposorio Espiritual con la Santísima Madre de Dios. Algunos quisieran que Santa Teresa hubiese alcanzado fama de ma­ riana por el camino periférico de una devoción gesticulante. Recordamos a ciertos devotos que a lo largo del concilio Vaticano 11 temieron que el concilio se cargase aquella vieja devoción. Y lo que hizo el concilio fue destacar su grandeza asignándle el puesto que le correspondía en el con­ junto de la Iglesia de Dios. Santa Teresa, como el concilio, ha engrandecido a la Santísima Virgen desde Dios y en la Iglesia. La Virgen es para ella ante todo la Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Todo lo que tiene le viene de Dios y todo lo que hace redunda en la Iglesia. Cuando Santa Teresa distingue a las Tres Personas de la Santísima Trinidad, la Segunda es el Hijo de la Virgen. Y cuando la invoca como Patrona de la Orden o de la Iglesia, expresa su sentido familiar y vinculándola al glorioso San José. Ellos formaron fami­ lia para dar lugar al Hijo de Dios en la tierra. Y ellos obran conjuntamen­ te cuando tratan de amparar a la familia de Dios, que es la Iglesia. 212 LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA Santa Teresa es genial y su intuición es asombrosa . Ganándose fama de muy devota de la Virgen , sin consideración a la estructura de su propia grandeza, le hubiera dado , quizás , popularidad a ella , pero habría apor­ tado bien poco a la dignificación de la Madre de Dios y Madre de la Igle­ sia. Sus expresiones , sin embargo , llevan una carga tremenda de ternura mariana y se le escapan como exhalaciones que arrastran todo el aroma de su ser. A las descalzas de Sevilla dice : «Muchas bendiciones les he echado . La de la Virgen Señora nuestra les caya, y de toda la SS. Trinidad» ( Cta. , 277 , 2 3 ) . Al padre Gracián le dice : «Quédese con Dios , y pues sirve a tal dama como la Virgen , que ruega por él , no tenga pena de nada» ( Cta. , 24 1 , 8). A la duquesa de Alba le recomienda : «Mire V. Excelencia que este negocio toca a la Virgen Nuestra Señora que ha menester ser ahora amparadora de personas seme­ jantes» ( Cta., 262 ,4). El 1 5 de agosto, repleto de recuerdos marianos , le sugiere una entra­ ñable memoria de ia Madre de Dios : «En fin , en sus días vienen los trabajos y descansos , como cosa propia ( Cta. , 243 , 1 7). Las alusiones al Espíritu Santo para penetrar en el interior de la Santísima Virgen están apuntadas por el mismo Concilio Vaticano : «A la SS. Virgen la Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo , honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima» (L. G . , 5 3) . El caso e s que Santa Teresa h a penetrado como pocos en el alma d e la Santísima Virgen y ésta ha penetrado de tal forma en su vida que la pode­ mos clasificar, sin duda, como una de las más eximias devotas de la Madre de Dios . Su devoción , recia y profunda , como toda su doctrina mística, es el aval más imponente de una devoción sin resquicios , fundada en sólida Teología y en la vivenciá indudable de su espiritualidad . 2 13