CARENCIAS ORGÁNICAS Si, en la frase ya clásica de Prosper Weil, la existencia misma del Derecho Administrativo parece un milagro, cuanto más milagroso ha de parecernos a nosotros españoles el artículo 106 de nuestra constitución de 1978. Que a la salida pactada de un régimen autocrático, de Administración que trataba de ocultar con soberbia prepotencia su acrisolada inoperancia, el constituyente optara por formular en la Norma Fundamental que “los Tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de la actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican”, no puede dejar de parecernos hoy un maravilloso prodigio. Pero el miraculum constitucional no dejaba de tener otra cara más prosaica. Habían de ser los Poderes Públicos, aquellos cuya potestad reglamentaria y su actuación administrativa el texto constitucional sometía al control de legalidad por los Tribunales, los que tenían que hacer posible, arbitrando que aquel control fuera posible. Ahora, con la perspectiva de los años transcurridos, puede apreciarse como, no arbitrando aquellos medios, se ha coartado y se ha desvirtuado cuanto de avance en el control democrático del Poder significaba aquel artículo 106.1 de nuestra Constitución. Ciertamente argumentos justificadores de tal inactividad no han faltado. Han sobrado todos estos años corifeos de la “razón de estado” alertando sobre el riesgo de un “gobierno de los jueces”, que en el juego de los artículos 24.1 y 106.1 de la Constitución podía comportar. Han sido años éstos de escuchar, preguntarse a juristas más o menos orgánicos en nombre de que un juez pueda censurar el actuar de quienes detentan la legitimidad democrática y han sido puestos en el ejercicio del poder por sus conciudadanos ante los que tienen la responsabilidad política de sus actos. Se omitía con ello intencionadamente como el juez, en el ejercicio de su función constitucional de control, no hace otra cosa que comprobar la adecuación del actuar de la Administración toda a un ordenamiento jurídico que emana de la voluntad popular. En esta línea no deja de ser explicable la relación originariamente dada al artículo 3 del borrador de anteproyecto de la Ley Reguladora de la jurisdicción contenciosa-administrativa, al precisar que no corresponde a esta Jurisdicción. E igualmente explicable lo es, desde tal perspectiva como, transcurridos casi cuatro lustros de régimen constitucional, los instrumentos orgánicamente previstos para el control jurisdiccional de las Administraciones Públicas vengan a ser los mismos que los existentes en el año 1978. De tal manera que, como el propio Consejo General del Poder Judicial señala, sea hoy el contencioso-administrativo el único orden jurisdiccional pendiente de desarrollo orgánico. Tan sólo el legislador orgánico de 1985 pareció dispuesto a afrontar las exigencias constitucionales. Así fueron previstos y regulados en la Ley Orgánica del Poder Judicial los juzgados de lo Contencioso-administrativo y las salas de lo Contencioso-administrativo de los Tribunales Superiore de Justicia de las Comunidades Autónomas. Más ahí quedo todo. Hoy, cuando finaliza el año 1995 y la Ley Orgánica del Poder Judicial ha cumplido ya su primer decenio y conocido dos reformas “existe – y son palabras del propio C.G.P.J. – un grado jurisdiccional previsto en la Ley Orgánica de 1985, el de los juzgados de lo Contencioso-administrativo, que aún no ha sido objeto del debido desarrollo, acontecimiento que no tiene parangón en las demás jurisdicciones y ello, además de sus nefastas consecuencias, que después analizaremos, en el retaso y acumulación de asuntos pendientes, comporta también la desvirtuación de aquellas Salas de este Orden jurisdiccional previstas y creadas en los Tribunales Superiores de Justicia. Estor órganos han venido a ser, en una devaluación buscada, un mero asunto de las salas correspondientes de las extintas Audiencias Territoriales. Se olvida con ello que la existencia de un único grado jurisdiccional en este orden comporta una quiebra grave de aquellas exigencias que se desprenden, casi literalmente de la Constitución y de los estatutos de autonomía, que parten de la existencia de más de un grado jurisdiccional en el ámbito jurisdiccional en el ámbito territorial de cada Comunidad Autónoma. Las consecuencias prácticas de la descrita situación son pavorosas, “funestas”, dice el Consejo General del Poder Judicial, basta recordar cual ha sido el incremento de asuntos pendientes en los tribunales todos en este Orden jurisdiccional durante el último quinquenio. La Audiencia nacional ha pasado en su sala de lo Contenciosoadministrativo de 16128 asuntos pendientes a 1 de enero de 1991, a 22408 a igual fecha del año 1995. El conjunto de las Salas de lo Contenciosoadministrativo de los Tribunales de Justicia han paso, en igual periodo de tiempo, de 100016 a 157609 asuntos pendientes. Datos todos ellos extraídos de las Memorias del CGPJ y que reflejan unos incrementos claramente superiores al 50%. Incrementos que, por demás, han continuado y continúan en progresión imparable. Basta tener presente que si alo largo del año 1994 el número de asuntos ingresados en la sala de lo Contencioso*-administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña se incrementó sobre la del año anterior entre 1600 asuntos, con un ritmo de incremento de 300 asuntos mensuales, este ritmo de incremento de 300 asuntos mensuales se ha mantenido a lo largo del primer trimestre de 1995, siendo ya a 31 de marzo de 1995 de 20592 el número de asuntos pendientes tan solo en la sala de lo Contencioso-administrativo de este Tribunal Superior. Tan solo la Sala tercera del Tribunal Supremo ha conseguido pasar de los 27909 asuntos pendientes a 1 de enero de 1992 a los 259633 que penden a primeros de enero de 1995. Disminución notoria, secuela de la desaparición de la segunda instancia con la sustitución del recurso de apelación por el de casación, llevada a cabo por la Ley 10/1992, de 30 de abril de medidas urgentes de reforma procesal. Se pone de tal manera claramente de relieve la influencia de las reformas procesales en el quehacer jurisdiccional. Aquel incumplimiento, pues, de las previsiones constitucionales y orgánicas, que ha llevado a tan funestos resultado, ha de llevarnos a sí mismo a la conclusión de cómo, al día de hoy el sistema constitucional, que convertía en clave de bóveda del estado de Derecho –cláusula regia del mismo, se ha dicho- el control de la legalidad del actuar de la Administración por los Tribunales de Justicia, ha pasado a convertirse de milagro en utopía inalcanzable, poniendo de relieve un lacerante y peligroso déficit de límites en el actuar de los Poderes públicos, o lo que es aún más grave, una creciente inmunidad al control de legalidad de su actuar. No de otra manera puede entenderse que el mandato expreso y taxativo de la disposición Adicional primera de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio del Poder Judicial dirigido al Gobierno, remitido a las Cortes Generales en el plazo de un año el proyecto, remitido a las Cortes Generales en el plazo de un año el proyecto o Ley de reforma del proceso Contenciosoadministrativo, tan solo se haya cumplido transcurridas tres legislaciones y cuando la presente de halla en trance de acabar, lo que hace de esta remisión un brindis al sol. E. BERLANGA. COMISION DE DERECHO CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVO