Intervención de Jaime Lamo de Espinosa

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“TRANSICIÓN”
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Comentarios a la obra TRANSICIÓN, de Julio Salvatierra Y Alfonso Plou,
representada en el teatro María Guerrero en marzo-abril 2013.
3.4.2013
Palabras de Jaime Lamo de Espinosa
Ex ministro con Adolfo Suárez
1.- LA OBRA
Enhorabuena a sus autores – Julio Salvatierra y Alfonso Plou- y a los
actores por escribir e interpretar esta obra sobre La Transición y Adolfo
Suárez. Muchas son las páginas escritas en libros y revistas pero ninguna
llevada al teatro, a los escenarios. Y la vida y obra de Adolfo bien lo merecen.
Respecto a la pieza teatral se podrá estar de acuerdo con todo o con parte o
en desacuerdo, pero era necesaria. Enhorabuena, pues. Y gracias a la
Fundación Transición Española por invitarme a participar en este acto de
comentario a la vida y obra de Suárez y a la obra teatral que se representa.
La obra
“Transición” se mueve entre la realidad
histórica y
psicológica y la ficción o el delirio, entre la clínica y lo vivido alrededor de su
protagonista Suárez.
Hay una esencial disociación realidad/ficción que es
muy teatral. Pirandello la utilizó en sus Seis personajes… que causa que el
espectador llega a no discernir si lo que sucede es parte de la representación
(fantasía) o ésta ha descarrilado hacia la realidad. Y el tiempo va y viene
como en El tiempo y los Conway… nunca sabemos si estamos en la clínica o
en la memoria o en el delirio de Adolfo … o en el ayer visto por no se sabe
quién… pues como le dice Gutiérrez Mellado a Suárez “en la clínica no se
sabe si se recuerda o se inventa…” (pag.78).
Hay
también
una
constante
doble
personalidad
que
aparece
recurrentemente, por ej, cuando el ordenanza de las Cortes se identifica con
Suárez y hallamos una memoria de los hechos y las personas que, como toda
memoria, es “falsa
memoria”, por eso decía Freud que el analista debe
interpretar el “sueño contado, no el sueño soñado”, pues al evocar el
recuerdo lo contaminamos con el deseo, el afecto, el odio… que cambian su
significado. Por eso las cosas no fueron nunca como las recordamos o como se
describen, ni tan terribles ni tan maravillosamente placenteras. Ni las
personas tan buenas, ni tan malas, como pensábamos.
Y hay varias “patologías del olvido”, como la amnesia disociativa y las
fugas disociativas cuando el sujeto emprende un viaje con amnesia total o
parcial de su pasado y de los acontecimientos traumáticos o vivencias muy
estresantes que le han impulsado a hacerlo…a veces.
En mi opinión, ya expuesta desde hace años, Adolfo sufre de una
pérdida de memoria causada por su fuga sucesiva del dolor de la pérdida del
poder, su incomprensión hacia cómo la ciudadanía le abandona y le censura
en la calle incluso cuando ya no es Presidente, el dolor y muerte de su mujer
y no digamos lo que para su ”yo” significa la muerte de su hija Mariam que
rechaza, no admite. Por eso cuando su hijo Adolfo entra a su cuarto y le dice
a su padre, que es sabedor de la enfermedad de su hija desde hace años,
“Papá, Mariam ha muerto” el padre, Adolfo, responde “¿ Y quién es Mariam
?”. La fuga amnésica ya ha bloqueado su memoria, ya no quiere sufrir más, ha
echado el cierre definitivo a su vida consciente…
Y eso permite al autor hacer que la obra discurra por recuerdos,
sueños, pesadillas, ausencias, delirios, etc. Algunos de los delirios narrados
en la obra son, para los que le conocimos, extraños a su vida, como lo que
ocurre en la escena “ronda de delirios” o el Adolfo cantante de Al vent en “la
ronda de canciones” donde se hace de Suárez un esperpento de sí mismo.
Otros deben quedarse en un “tal vez”… Nunca sabremos de sus pensamientos
una vez que él bloquea su propia mente. Pero sí sabemos de su vida y de su
obra, la Transición. Y a eso me voy a referir seguidamente.
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2.- LA VERDADERA TRANSICIÓN: EL HOMBRE Y SU OBRA.
Pasemos pues del teatro a las musas, vayamos a la otra “Transición”, la
real no soñada. y a quién es y qué papel tuvo Adolfo Suárez en la Transición.
Conocí a Adolfo Suárez cuando era Gobernador de Segovia, luego vino
la amistad y el afecto. Me lo presentó un común y muy querido amigo de
ambos: Fernando Abril. Era Adolfo
un hombre persuasivo, seductor, de
palabra fácil y pensamiento profundo, sereno, reflexivo, en nada impulsivo,
envolvente,
y escuchaba mucho, con una conciencia de España y de su
destino muy alejada del pensamiento oficial de la época y con gran sentido
del Estado. Un hombre, que ponía por encima de todo su lealtad al entonces
joven Príncipe Juan Carlos, poco más tarde Rey de España y que tenía la
necesaria ambición política como para estar dispuesto a afrontar retos y
riesgos sin importarle las consecuencias.
Desde entonces yo he visto siempre en Adolfo Suarez el hombre que ha
tenido que reñir en la vida dos grandes batallas, la política y la humana, y que
siempre las ganó gracias a su inteligencia, su tesón, su encanto, su habilidad,
su nula capacidad de rencor, animadversión o venganza, ...todas ellas
virtudes en él siempre destacadas, pero sobre todo otra, su humanidad.
Aunque en la batalla humana un día huyera de ella hacia el silencio interior…
Ese era el Suárez que conocimos los que estuvimos cerca de él en sus tareas
de Gobierno. Marcelino Oreja destaca de él: “…su intuición certera, su
ausencia de dogmatismo, su seguridad, su audacia, su capacidad de adaptarse
a las demandas de la sociedad de un país que necesitaba cambios que no se
habían producido en los seis meses del primer gobierno de la Monarquía”.
Su enorme atractivo personal, inteligencia y simpatía le llevó a una
muy rápida, profunda y estrecha empatía con el Príncipe en aquellos días de
Segovia – la obra nos habla del acueducto, de la famosa servilleta, etc. - y se
mantuvo incólume muchos años.
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Adolfo Suarez afirma un día en el Congreso que la tarea de reconstruir
el estado de derecho era como rehacer un edificio cambiándolo entero pero
sin que su habitabilidad se alterara un sólo día. Justo la antítesis de aquellos
que defendían la ruptura, la destrucción de todo lo anterior para construir un
edificio nuevo sobre un inmenso solar o frente a quienes, hasta ese momento,
habían mantenido todo el viejo edificio, ya con goteras y algunas vigas
maestras carcomidas por el tiempo y la humedad sin voluntad de cambio
alguno.
Entre ambas opciones Suarez aparece como el restaurador, como
Cánovas del Castillo, el hombre que hace la reforma, síntesis de teoría y
práctica, de ruptura e inmovilismo, como armonizador de los intereses todos,
de una sociedad que anhelaba un sistema nuevo con la práctica y el ejercicio
real de los derechos y deberes de una democracia, pero en paz.
Lo que hace Adolfo y sus gobiernos en en muy poco tiempo es
asombroso cuando se ven los ritmos presentes. En sus cuatro años y medio de
presidencia Suárez despliega una actividad sin igual, movilizando personas,
grupos, aglutinando ideas y partidos, restañando heridas y abriendo puentes
nuevos. Y lo hace además en medio de una crisis económica profundísima,
con altas tasas de paro e inflación y fuera de la CEE y una crisis política de
demanda de libertad sin precedentes.
Suárez recibe de las manos de Carlos Arias Navarro un sistema político
reglado por leyes del régimen anterior, prácticamente intacto. Cuando dimite
España disfruta de una Monarquía parlamentaria; cuenta con una Constitución
moderna; la Corona
se asienta en la legalidad constitucional y en la
legitimidad histórica tras la renuncia de derechos del Conde de Barcelona ;
acudir a las urnas se ha convertido ya en un acto simplemente normal tras la
ley para la reforma política; la amnistía es total, se ha reformado el Código
Penal, no existe ningún preso político en cárceles españolas; las relaciones
con la Santa Sede están normalizadas con un concordato que se mantiene
desde 1979;
se firman los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y
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Políticos de UN de 1966; se restablecen relaciones diplomáticas con
diecinueve países, entre ellos Unión Soviética y México; el sistema de partidos
está consolidado; la libertad de asociación sindical es total; se han saneado
las haciendas locales; el camino hacia la Comunidad Europea está expedito,
los Pactos de la Moncloa han comenzado a surtir sus efectos positivos sobre la
economía... Y todo ello se hace por consenso y en la búsqueda de una España
sin vencedores ni vencidos y sin deslealtades entre partidos, que todos
muestran su lado más generoso.
Sobre la dificultad de su obra léase y escúchese con atención un
monologo de Adolfo revelador y certero (pag. 80) a mitad de la escena 7.
Y ese proceso político avanza, sorteando infinidad de obstáculos:
violencia terrible de ETA, que multiplica los asesinatos hasta casi 100 al año;
secuestro por el GRAPO del Presidente del Consejo de Estado y Presidente
Consejo Supremo de Justicia Militar; asesinato de Atocha de unos abogados
laboralistas por pistoleros de extrema derecha, etc.
Esa es la
obra, no pequeña, grandiosa, del hombre que el Rey tuvo el
enorme acierto de designar. Y acierto no exento de osadía pues en ese acto el
Rey estaba jugándose su historia y la de España a un tiempo. Pero si la obra es
de colosos, no lo es menos la forma de llevarla a cabo, el talante de su
construcción, los modos en la realización, esa suma de posibilismo, realismo,
consenso y conciliación y planeando por encima de todo ello una enorme
dignidad en el sentido del Estado y en el ejercicio del poder.
Ese es el gran mérito de Adolfo Suarez como ingeniero o arquitecto de
la Transición española. Pero a diferencia de Cánovas no se eterniza sino que
realiza su obra y luego, discretamente, casi en silencio, sale del escenario...
como sale de éste en el última escena. Es el Moisés cuyo protagonismo está
sobre todo, en llevar a su pueblo a la tierra prometida.
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3.- LA DIMISION DE SUÁREZ
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Pero la oposición no podía contemplar cómo aquel Presidente joven,
llegado del Movimiento, ganara limpiamente las elecciones de 1976 y de 1979.
Pronto comienza un acoso de partidos y medios de comunicación de una
intensidad nunca conocida. Se le llega a calificar de tahúr del Mississipi. Y se
le enfrenta a una moción de censura durísima que supera y que, más tarde,
ante las dudas, incluso dentro de su partido, refuerza con una moción de
confianza. Pero en el fondo él sabe que es un final de etapa.
Y si todo esto periodo fue teatralmente grande, pienso que el último
gesto de grandeza de Adolfo Suárez fue su decisión de dimitir.
La mañana que acudió a presentar su dimisión ante el Rey yo fui a verle
a Moncloa a primera hora y traté de convencerle para que no lo hiciera. Me
explicó con todo detalle –y todo lo tengo escrito –sus razones, sus afectos,
sobre todo los perdidos, sus disensiones, sus diferencias, …su último mes…Yo
ya sabía de sus pensamientos anteriores desde sus confidencias primeras en
un viaje con él, en coche, a Jaén catorce meses antes…
Suárez pensó que en aquellas circunstancias lo mejor para España y
para el Rey y para evitar mayores males era su dimisión. Y aunque traté de
explicarle que la consecuencia sería que la UCD, el centrismo, desparecería
en poco tiempo sin él y que el mapa político cambiaría ya para siempre, no
tuvo oídos para mis razones. El tenía las suyas y poderosas. No se equivocaba
en su análisis.
Le acompañé en su coche hasta Zarzuela, entramos juntos en el
despacho de Sabino Fdez. Campos y le dijo “vengo a dimitir ante el Rey y te
lo digo con Jaime como testigo para que luego nadie diga que es el Rey quien
me ha pedido la dimisión”… subió al despacho del Rey… y
más tarde….
dimitió ante las cámaras de TVE. Y recordemos que el 23F se produjo un mes
más tarde…Y en la obra teatral se le escucha decir “mi dimisión no sirvió para
detener el golpe” (pag. 124).
A partir de ese momento como en La Tempestad de Shakespeare –
volvemos al teatro- Adolfo pudo haberme dicho:
! Hijo te noto compungido! ¡Alégrate, amigo!.
Nuestros juegos han acabado. Estos actores
tal como te dije eran espíritus,
todos se han desvanecido en el aire.
Y yo podría haberle respondido con versos del mismo texto:
Mi alma está triste, amigo,
perdóname esta debilidad. Estoy confuso…”,
Adolfo Suárez sale así de la contingencia política y entra en la historia
y ¡oh paradojas!, entra al tiempo en la cotidianeidad de lo normal; hace en su
propia vida que sea normal lo que en la calle es simplemente normal.
4.- EL 23F- EL VALOR Y EL HONOR
He mencionado el 23F. Adolfo Suarez no esperaba que en una sesión
tranquila, en la monotonía de recitar apellidos para una votación, tuviera que
verse en el brete, con el General Gutierrez Mellado, de tener que elegir entre
la libertad y la vida y ambos deciden seguir el consejo de de Don Quijote
“...por la libertad se puede y se debe aventurar la vida”.
Adolfo Suarez al seguir y proseguir esa ruta quijotil y también socrática
, apoyado por el Rey -un Rey que salvó la cosa pública - aventuró la vida en
defensa de la libertad. Adolfo Suarez contribuye a que los españoles entierren
el hacha de guerra y canten, todavía hoy con nostalgia, aquel Libertad sin ira,
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libertad o Habla pueblo habla... El 23-F el Rey salvó el estado democrático y
Suarez la dignidad de las instituciones políticas.
Y esa actitud, ese concepto del honor, es el mismo que nos había
mostrado unas semanas antes, en su discurso de dimisión ante la TVE y que se
repiten en la obra en su escena 11, cuando un cansado Adolfo recita esos tres
párrafos significativos de su discurso de dimisión muy bien elegidos:
- “Hay momentos en la vida de todo hombre en los que asume un
especial sentido de la responsabilidad. Yo creo haberla sabido asumir
dignamente durante los casi cinco años que he sido Presidente del
Gobierno”...(pag. 121)
- “Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso
demostrar con hechos lo que somos y lo que queremos”…(pag. 123)
- “No quiero que el sistema democrático de convivencia sea un
paréntesis más en la historia de España” (pag. 123).
Adolfo dimitió y creyó enseñar algo. La clase política no aprendió nada.
Nadie ha dimitido desde entonces y hemos visto de todo…
A esta dignidad de sus palabras déjenme que añada la de sus silencios.
Ha marcado desde hace años
su presencia con la sonoridad de sus silencios.
Cuando su mente y su palabra no estaban todavía encadenadas por el olvido
nadie oyó nunca una palabra suya contra sus viejos adversarios, incluso
cuando fue aludido con injusticia o infamia o cuando se le quiso discutir su
`papel impulsor de la Constitución.
A partir de entonces Suarez, el hombre, se transforma en Suarez, el
mito, y será este último el que arrastrará a aquel, el que lo consumirá, el que
lo devorará como Saturno a sus hijos. Adolfo Suarez entra así en las páginas
de la historia.
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Pero su momento estelar como hombre, sin calificativos, lo alcanza en
la difícil, dura y amorosa tarea de esposo y padre que desempeñó en el
ámbito familiar tiempo después, cuando el cáncer “persigue a su familia como
una plaga bíblica”
– como dice él mismo en la obra (pag. 125)-. En ambas
peripecias vitales ha sido siempre su talante humano, su gran capacidad de
amar, de querer, de darse a sí mismo, lo que le ha llevado a las más altas
cimas del afecto de su familia, de sus amigos, de los españoles, que se
identificaron y se identifican con él, y reconocen en él , hoy ya, a un mito de
este final del siglo XX.
5.- SINTESIS ENTRE LO REAL Y LO TEATRAL. LA ESPAÑA DE ENTONCES Y LA
DE AHORA
Esa fue la Transición, aunque en la escena 3 el Rey pregunta a Suárez
“¿Estás seguro que esto que hemos vividos sucedió así?” Y Adolfo fue el autor
principal de aquella Transición… también de la del María Guerrero de hoy,
magníficamente interpretado por Antonio Valero.
En el teatro –escenas 1, 6 y 12-
una aguda y joven periodista –
Inés…Elvira Cuadrupani- va tratando de indagar y a veces culpar, a la
Transición y a su autor de lo que hoy ocurre: crisis económico, partitocracia,
déficit ético, especulación, corrupción,
aeropuertos vacíos, sobres,
desánimo, etc. etc. Pero … ese no es, no fue, el tiempo de Adolfo que fue de
ilusión colectiva, honradez intachable y limpieza ética. Cuando el PSOE llegó
y se levantaron las alfombras nada se encontró bajo ellas.
Por eso Adolfo le pregunta airado a Inés cuando le pide “aquellos
grandes pactos” y trata de reprocharle el presente: “Pero ¿qué culpa tiene la
Transición? ¿Qué culpa tengo yo?” (pag.130)
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E Inés insiste: “¿Admite que la Transición no está cerrada del
todo?...pregunta, y Adolfo responde “La mía sí, Inés. Y dudo que vuestra
llave la halléis en el pasado”. (pag. 132)
Adolfo dice a Inés (escena 6): “Los de tu edad han llegado tarde a la
guerra, la dictadura, la transición… ¡es triste pero que le vamos a hacer!”.
(pag. 76).
No, yo creo, al revés, que esa es su suerte, haber llegado cuando ya la
Transición había comenzado a rendir sus frutos. Su desgracia es que en ese
frutal hayan comenzado a abundar demasiadas malas hierbas y demasiadas
plagas que viven a expensas de
la fruta de todos, demasiadas… pero son
otros, son los jóvenes que Inés representa, los que tendrán que extirparlas.
Pues digámoslo claro, lo que nos ocurre hoy no es la consecuencia de
la Transición, ni de las autonomías, ni de la Constitución. La Transición fue un
éxito reconocido mundialmente, hasta ser considerada como un modelo
global, y así lo expresa un documento reciente del Real Instituto Elcano sobre
la “marca España”. Lo que nos ocurre ahora es consecuencia de cómo se han
gestionado ciertos temas durante las últimas décadas, no de la propia
Transición.
Y si hay defectos a corregir en la Constitución o en los abusos
autonómicos, corríjanse.
Y volvamos al esfuerzo político común como lo
fueron los Pactos de la Moncloa o la elaboración de la Constitución.
A Adolfo Suárez seguramente no le habría gustado ésta España de hoy,
la de la calle, la real, porque ésta es otra representación, son otros los
actores y muy otros los autores. Y
si lo que representan no nos gusta es
porque, tal vez, querríamos ver algo del espíritu y los valores de aquella
Transición.
Leeré sólo un párrafo más de su discurso de dimisión escrito hace 32 años
que ilustra bien los valores que hoy – creo- le gustaría ver en nuestra clase
política:
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“creo que tengo la fuerza moral para pedir que, en el futuro, no se
recurra
al…
ataque
irracionalmente
sistemático,
la
permanente
descalificación de las personas y de cualquier tipo de solución con que se
trata de enfocar los problemas del país, no son un arma legítima …”.
La obra termina con Suárez y el Rey cogidos por el hombro alejándose
de la vista del espectador. Es la famosa foto de hace años tomada por su hijo
Adolfo. ¿Qué vemos en ella? ¿Tal vez que la Transición, el Rey y Suárez
desaparecen de nuestras vidas… ? ¿Qué todo y todos se nos va haciendo
lejano…? ¿Qué somos nosotros los que nos vamos alejando …?
No lo sé…
pero no me gustaría que los mejores treinta años de
monarquía parlamentaria, democracia y libertades en la historia de España de
sus últimos tres siglos, fuera un paréntesis o un final de esa historia.
Y acabo con una pregunta: ¿ Le hubiera gustado la obra a Suárez? Lo
ignoro. En todo caso en la misma obra Adolfo dice: “No, a los políticos no nos
gusta el teatro, nos recuerda demasiado nuestra profesión”. Sí, pero el salió
del escenario, de su escenario, en medio del aplauso y reconocimiento
general de la sociedad y ese aplauso a su persona se va haciendo mayor según
pasa el tiempo.
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