Liceo Miguel de Cervantes y Saavedra Departamento de Filosofía 2011 Documento de apoyo unidad Nº 3 Individuo y sexualidad 1. Perspectivas teóricas acerca de la sexualidad. Fuente: Facultad de Ciencias sociales, Escuela de Psicología Universidad de Chile ¿De qué hablamos cuando decimos “sexualidad”? ¿De qué hablamos cuando decimos “sexualidad”? Existen diversas formas de definir y comprender la sexualidad. Una de ellas se expresa en la afirmación frecuentemente escuchada de que los seres humanos nacemos sexuados y somos sexuados. En ella se expresa una manera de sintetizar una concepción histórica específica, un modo particular de definir y comprender la sexualidad, ya sea como fruto de una programación biológica del individuo, como producto de una evolución filogenética de la especie que supone un específico y particular modelo de sexualidad (cúspide evolutiva), o como una evolución de la sociedad humana desde una sexualidad primitiva variada, hasta una heterosexualidad monogámica como su máximo desarrollo. A esta perspectiva de comprensión de la sexualidad se le llama esencialista debido a que considera que la sexualidad es un atributo, una esencia o verdad interna a los sujetos que opera cómo un esquema básico y uniforme, decretado por la naturaleza humana misma (Weeks, 1998). Si bien esta idea de nacer y ser sexuado tiene el valor de introducir una legitimidad a la sexualidad, reconocida como parte de la naturaleza humana y sometida a ser desarrollada como otros aspectos de la vida personal, es problemática por cuanto determina y reduce las posibilidades de comprender las relaciones entre sexualidad y sociedad en las complejas tramas de su organización social y cultural, así como del carácter productor de la última respecto de la primera. Algunas de las críticas más importantes a la visión esencialista son las que detallamos a continuación. En primer lugar, bajo el supuesto de que la condición sexual sería previa al orden social, la tarea que le corresponde a la sociedad es de canalizar o reprimir la expresión del impulso sexual (Parker y Gagnon, 1994). En términos del individuo, la sexualidad sería un atributo biológico y/o psicológico, expresado como cuerpo y como identidad, y la sociedad sería sólo un contexto, un medio para el aprendizaje de formas civilizadas de vivir y convivir en la sexualidad. En segundo lugar, la sexualidad estaría configurada dicotómicamente, como sexualidad femenina y como sexualidad masculina, las cuales se piensan como complementarias entre si, además de universales y comunes; negando, por una parte, la diversidad histórica y cultural de la experiencia sexual, así como reforzando estereotipos de género. En tercer lugar, se otorga a la función reproductiva un lugar fundacional sobre el sentido y las prácticas de la sexualidad, lo cual restringe a la heterosexualidad como única manera legítima y posible de vivir la sexualidad y reduce los modelos identitarios disponibles para construir la feminidad y la masculinidad. Por último, al sostener que seríamos sexuados en todas las dimensiones de la vida, el sexo aparece como un hilo organizador de todas las relaciones humanas, lo cual otorga un carácter natural a relaciones que son de carácter social y cultural, como son las relaciones de género. En contraste con la perspectiva esencialista, a continuación nos introduciremos en la revisión de una perspectiva construccionista de la sexualidad. Construcción social de la sexualidad. En general, la sexualidad se ubica muy centralmente en un debate que relaciona biología y cultura, naturaleza y sociedad. Por ello, su observación y su conceptualización es también una construcción histórica; a medida que la sociedad ha re-conceptualizado dicha relación, también ha sometido a revisión y debate las teorías de la sexualidad, y consecuentemente, las elaboraciones sociales prevalentes. La sexualidad en los seres humanos es al mismo tiempo fruto de posibilidades biológicas, procesos psicológicos y configuraciones sociales, culturales, históricas. Sobre esto sostiene Jeffrey Weeks: “es una construcción histórica, que reúne una multitud de distintas posibilidades biológicas y mentales (…) que no necesariamente deben estar vinculadas, y que en otras culturas no lo han estado. Todos los elementos constitutivos de la sexualidad tienen su origen en el cuerpo o en la mente (…) Pero las capacidades del cuerpo y la psique adquieren significado sólo en las relaciones sociales”. (1998, p.20). En esta perspectiva, la biología actúa para fijar límites potenciales y referencias de respuestas en cada individuo. Estos establecen los parámetros dentro de los cuales la cultura y el entorno pueden ejercer su influencia. Jeffrey Weeks señala que “las posibilidades eróticas del animal humano, su capacidad de ternura, intimidad y placer nunca pueden ser expresadas ‘espontáneamente’, sin transformaciones muy complejas…" (1985, p.21). En esta perspectiva, la sexualidad es más bien un producto altamente específico de nuestras relaciones sociales, mucho más que una consecuencia universal de nuestra biología común. Si desde una perspectiva esencialista, la sexualidad es concebida como un principio represivo que canaliza, inhibe o constriñe deseos, pulsiones o instintos para alcanzar formas sexuales socialmente aceptables, aquí funciona más bien como un principio de producción de las prácticas, significaciones y relaciones asociadas a ella. Por ello, el comportamiento sexual constituye un comportamiento social (Bozon, 2002; Gagnon y Simon, 1973). Las ciencias sociales operan con el postulado que los comportamientos humanos no pueden ser analizados como hechos instintivos, programados por la naturaleza (Gagnon y Simon, 1973), lo cual se aplica también a los comportamientos sexuales. Sin embargo, esto no es obvio. En otro tipo de comportamiento humano sucede parecido. La violencia contra las mujeres puede ser concebida como fruto de unos atributos biológicos masculinos –impulsos agresivos- que se activan en determinadas interacciones que implican a las mujeres, o como expresión o efecto de un dominio masculino que encuentra en el ejercicio de la violencia un mecanismo de control sobre éstas. Ambas afirmaciones expresan elaboraciones sociales existentes sobre la violencia. Al mismo tiempo, expresan concepciones teóricas distintas y divergentes. Más focalizadamenté, lo mismo puede decirse de la violencia sexual. Históricamente los violadores han justificado su comportamiento basándose en una elaboración social sobre la sexualidad de los hombres que afirma la existencia de impulsos sexuales débilmente controlables, los que expuestos a ciertas situaciones resultan incontrolables. Como tal, el término sexualidad no designa una esfera constituida propiamente tal, sino una construcción sociocultural e histórica, que estructura una relación entre prácticas físicas, significados y relaciones específicas entre las personas que tienen base en el cuerpo y el sexo. Refiere a una configuración de deseo, sexo y género. Organiza las formas del erotismo y de la reproducción, así como las relaciones y los contextos en que éstos se manifiestan. Se sitúa tanto en el nivel de los individuos como de las relaciones y vínculos entre éstos, y de las relaciones de éstos con las instituciones. Constituye a la vez una experiencia personal e histórica, y su construcción y su transformación se realizan en el proceso mismo en que se construye y se transforma la realidad social. Se ubica en relaciones sociales específicas de poder, entre las cuales las más importantes son las de género, las económicas, las étnicas y las generacionales. A esta aproximación se le denomina “construcción social de la sexualidad” y refiere al hecho de que si bien es cierto el sexo tiene un fundamento biológico, la forma en que se realizan las prácticas, cómo se significa, cómo se elabora y representa socialmente la sexualidad es un hecho cultural y social. La noción de construcción social de la sexualidad alude también a su carácter histórico, es decir, que se transforma junto con las transformaciones que ocurren en la sociedad. 2. La sexualidad en el marco de las relaciones sociales: género, estratificación social y generación. Las prácticas, las relaciones y las significaciones sexuales de las personas constituyen una síntesis de las experiencias en las cuales se construyen como seres sociales. Las formas específicas que asume la experiencia de la sexualidad son el resultado de condiciones y modelamientos diferenciales según el lugar en que se esté situado en la estructura social. Las desigualdades y las asimetrías en las relaciones de poder y la dominación son actuadas en las relaciones sexuales (Bozon, 2002). La sexualidad no constituye una esfera de la vida personal y social que pueda por sí sola producir desigualdades o su anverso, equivalencias entre los sujetos, sino que esta expresa lo que ocurre en general en las relaciones sociales. La sexualidad, como otros aspectos de la vida personal y social, se encuentra configurada socialmente en el marco de relaciones sociales de poder. Del mismo modo, su configuración se encuentra ligada a otras relaciones sociales, conformando un entramado de relaciones de poder en el que se inscribe la sexualidad. De estas relaciones sociales destacamos el género, la clase social y la intergeneracionalidad como ejes estructuradores y organizadores de la experiencia de la sexualidad. Esquemáticamente dicho, el poder refiere a la capacidad de una persona para hacer actuar a otra, para movilizarla. En este sentido, para muchas personas su experiencia social conlleva la participación simultánea en múltiples sistemas de relaciones de poder y, por tanto, en múltiples esquemas de subordinación y coordinación, cada uno de los cuales presenta su propia especificidad (Bourdieu, 1994). Las personas participan en sistemas diversificados de relaciones de poder, por lo tanto, debemos considerar que hay un componente dinámico, que ubica a las personas en distintas posiciones de poder según los contextos en los que se encuentre, y en consideración al entramado de relaciones sociales en que se inscriba (Montecino y Rebolledo, 1996).1 Este es un concepto central para la comprensión de la sexualidad, y por lo tanto, constituye un eje transversal de este curso. Cada vez que abordamos una temática particular nos interrogamos por las relaciones sociales que atraviesan el campo de actuación de los sujetos involucrados. Género Hemos sostenido antes que no existen conexiones universales, necesarias, naturales, fijas ni esenciales entre la naturaleza y los procesos de aculturación de los individuos. Según el sociólogo británico Jeffrey Weeks “la cultura moderna ha supuesto que existe una conexión íntima entre el hecho de ser biológicamente macho o hembra (es decir, tener los órganos sexuales y la capacidad reproductiva correspondiente) y la forma correcta de comportamiento erótico (por lo general, el coito genital entre hombres y mujeres).” (1998, p. 19). Se han desarrollado dos categorías para comprender esta conexión: las de sexo y género. Originalmente, el último fue definido en contraposición a sexo, en el marco de una lógica binaria. La noción de sexo designó una caracterización biológica que distingue al macho y la hembra de la especie humana; el concepto de género, en tanto, aspiraba a distinguir entre el hecho del dimorfismo sexual de la especie humana y la caracterización de lo masculino y lo femenino que acompañan en las culturas a la presencia de los dos sexos en la naturaleza. Entendemos por género a la construcción social y cultural elaborada a partir de la diferencia anatómica sexual, que define a través de símbolos, normas e instituciones los roles, las funciones y las identidades asociadas a lo femenino y lo masculino, de manera tal, que parecen ser naturales e inmutables. A modo de ejemplo, consideremos el rol de cuidadoras de las mujeres: dada la capacidad biológica de las mujeres para concebir, dar a luz y amamantar, la maternidad se impone como un mandato que se extiende a la crianza de los hijos, así como al cuidado de los enfermos y de los dependientes, de la cual la sociedad como conjunto se hace muy poco cargo. El concepto de género es además relacional, puesto que nos habla de las relaciones (de poder) existentes entre lo masculino y lo femenino, las cuales estuvieron históricamente marcadas por la desigualdad y la subordinación. Las relaciones de género se encuentran actualmente en proceso de reconfiguración. Se tensiona una situación en que las relaciones entre los hombres y las mujeres se organizaban sobre la base de una separación de las esferas pública y privada, tanto en los planos de la política, la economía, la familia, entre otros, sobre la legitimación de la desigualdad, la asimetría, la dependencia femenina y el dominio masculino. Las relaciones de género se reconfiguran o recomponen a partir de la instalación de una tensión que introduce un conjunto de transformaciones producidas en la sociedad, entre éstas, las luchas reivindicatorias o emancipadoras de los movimientos de mujeres en el marco de surgimiento de múltiples movimientos sociales, y que ponen en cuestión la legitimidad de tal organización. Decimos recomposición y reconfiguración para indicar la coexistencia de autonomías y dependencias, de simetrías y asimetrías, de libertades y dominaciones. Por ejemplo, puede decirse que los procesos de divorcio expresan, por una parte, un ejercicio de autonomía por parte de las mujeres al tomar tal decisión; pero, por otra, una sujeción posterior a una división sexual del trabajo post-marital en condiciones de precarización económica (quedan a su cuidado los hijos y disponen de menos dinero en su economía familiar); tienen una creciente autonomía en decisiones reproductivas en ciertas zonas del mundo, sin embargo, la opción más radical de prevención, la esterilización, es realizada en la sociedad chilena fundamentalmente por las mujeres (27% contra 0,1%, en Chile); la violencia de género, uno de los aspectos más duros de la convivencia entre mujeres y hombres, en su inmensa mayoría corresponde a una agresión de los últimos contra las primeras. Puede sugerirse a modo de ejemplo, el siguiente caso: “una mujer de algún país latinoamericano, profesional de clase media, casada, atravesará por distintas posiciones en un mismo día: puede estar en una relación de subordinación con sus esposo; pero de superioridad frente a su empleada doméstica; luego en el 1 trabajo está en una posición superior a la del estafeta y el secretario; en igualdad con sus pares y en subordinación con su jefe, etc.” (Montecino y Rebolledo, 1996). Estratificación Social La estratificación social refiere a la posición que un individuo o un conjunto de personas ocupan en la sociedad en virtud de las condiciones estructurales que determinan su acceso a los recursos sociales, económicos y culturales, aquello que usualmente se denomina la clase social. Tradicionalmente la relación entre estratificación social y prácticas, significados y relaciones asociadas a la sexualidad ha sido tratada como una diferencia cultural. Más precisamente, como la existencia de “culturas sexuales” asociadas a las clases sociales. Un cierto sentido común clasista elabora la existencia de las clases sociales como ordenamientos evolutivos de los grupos sociales; en este marco de interpretación, tales grupos reproducirían una evolución cultural de las sociedades, portadores de unas sexualidades más primitivas o más evolucionadas. También se ha elaborado la relación entre la sexualidad y la estratificación social al mismo tiempo como causas o consecuencias la una respecto de la otra, o como influencias recíprocas. Por ejemplo, desde cierto sentido común, se tiende a considerar que la pobreza se reproduce a sí misma debido a las mayores tasas de fecundidad de las mujeres de menores recursos. Sin embargo, la evidencia nos señala que en el curso de los últimos cuarenta años, en el país ha habido una reducción diferenciada de la natalidad, mayor en las mujeres de menor nivel socioeconómico -correspondientes a los dos primeros cuartiles- y menor en las mujeres de mayor nivel socioeconómico-correspondientes a los dos últimos cuartiles- (Valenzuela, Tironi y Scully, 2006). Es decir, que se ha reducido la brecha entre unas y otras mujeres en el número de hijos, produciéndose crecientemente una relativa convergencia en el comportamiento reproductivo. Ambos grupos tienen menos hijos en la actualidad, pero las primeras redujeron su fecundidad de forma más intensa, y al hacerlo, devienen más parecidas en sus procesos reproductivos. Del mismo modo, existen comportamientos que son atribuidos a la clase que, sin embargo, corresponden más bien a otras condiciones, que pueden o no coincidir con ésta. Esto puede ser observado en la siguiente situación. Se dice que las mujeres pobres por el hecho de pertenecer a una cierta cultura de la pobreza tendrían un patrón reproductivo específico. Sin embargo, es el proceso de incorporación al mercado del trabajo por parte de las mujeres que se produce en las últimas décadas introduce una brecha en su comportamiento reproductivo. El INE (2006) informa que las mujeres activas tenían un promedio de 1,6 hijos por mujer en 1982 y en 1992; en tanto que en 2002 éste alcanzó a 1,5. A su vez, las mujeres inactivas tuvieron un nivel de fecundidad de 3,3 hijos por mujer en 1982; de 3,1 en 1992 y de 2,5 en el año 2002. Es decir, que el patrón de fecundidad de las mujeres de escasos recursos está más asociado a sus posibilidades de integrarse al mercado laboral que a un rasgo cultural de la pobreza. Como consecuencia de lo anterior, sugerimos la disponibilidad de condiciones sociales, económicas y culturales para la construcción de trayectorias biográficas dotadas de autonomía aparece entonces como una condición para la elaboración reflexiva de la sexualidad. Del mismo modo, la ausencia de dichas condiciones reduce drásticamente las posibilidades y oportunidades para la interpretación y reinterpretación reflexiva de las experiencias sexuales. Edad e Intergeneracionalidad La edad representa una dimensión de tiempo, la cual puede ser observada desde una perspectiva individual, por ejemplo, a través del momento del ciclo vital en que se encuentra un sujeto, como desde una perspectiva grupal, ubicándola en la generación a la cual pertenece, y que lo sitúa en diálogo con otras generaciones, lo que llamamos intergeneracionalidad. La organización contemporánea de las edades ha definido como etapas de la vida la infancia, la adolescencia, la juventud, la adultez (dentro de la adultez se distingue también entre adulto joven), tercera edad o adultez mayor, incluso dado el aumento de la esperanza de vida se habla ya de cuarta edad, para designar a aquellas personas que ya son octogenarias y más. Los significados sociales y políticos atribuidos a cada etapa varían según determinados contextos históricos, los cuales son constantemente desafiados y reestructurados tanto a nivel individual como social. Cada vez se ofrecen distinciones más sutiles, para discernir entre una etapa de la vida y otra, con definiciones, atributos y valoraciones que le son propios (Bozon, 2002). Como señala San Román (citado por Feixa, 1996) “todos los individuos experimentan a lo largo de su vida un desarrollo fisiológico y mental determinado por su naturaleza, y todas las culturas compartimentan el curso de la biografía en períodos a los que atribuyen propiedades, lo que sirve para categorizar a los individuos y pautar su comportamiento en cada etapa. Pero las formas en que estos períodos, categorías y pautas se especifican culturalmente son muy variados”. Debemos observar con atención aquellas transformaciones operadas en las relaciones entre las generaciones. Las claras y rígidas jerarquías establecidas en las familias de antaño, por ejemplo, cada día se desvanecen y relajan más, dando paso a relaciones de mayor igualdad entre los miembros de generaciones distintas. Actualmente, la dependencia de los individuos jóvenes respecto de los adultos se tensiona ya que deben negociarse los espacios para el ejercicio de la autonomía de los primeros, incluyendo la autonomía sexual, en un contexto en que la dependencia económica con la familia de origen se dilata cada vez más, si consideramos la extensión de la vida escolar y universitaria, así como las dificultades de inserción laboral, que hacen que los y las jóvenes dejen sus hogares paternos cada vez a edades más tardías. Por último, los significativos cambios en las prácticas y significados atribuidas a la sexualidad así como de las orientaciones normativas que las sostienen, cuyo detalle exploramos en el capítulo siguiente, suponen marcadas diferencias entre las generaciones actuales y las de sus padres, y más aún la de sus abuelos. 3. La sexualidad en contextos de transformación Una característica inherente a las sociedades modernas en la actualidad es que éstas se encuentran sujetas constantemente a procesos de cambio y transformación, y que ello forma parte integral de nuestra experiencia social e individual. En términos muy generales, podemos decir que nuestra sociedad transita desde una visión homogénea de la misma – es decir, en que las estructuras y las instituciones cómo las prácticas y la cultura tendían a ser iguales para todas las personas – a una visión heterogénea – en que la sociedad muestra más una tendencia a la diferenciación y la diversificación de las estructuras y las instituciones sociales, de las prácticas y de las orientaciones culturales. La heterogeneidad creciente de la sociedad abre paso al surgimiento de la diferenciación individual o individualización (que no es lo mismo que individualismo), lo que supone que cada individuo tiene la responsabilidad y la oportunidad de hacerse cargo de sí mismo, de auto-construirse en el curso de sus propias trayectorias biográficas. Ello supone que los sujetos han de desarrollar mayores capacidades para interrogar y reflexionar sobre las condiciones de su existencia, de tomar decisiones cotidianamente, evaluar opciones y cursos de acción posibles, en un contexto marcado por la multiplicidad de oportunidades, riesgos y ambigüedades, donde las normas y las reglas de acción son cada vez más inciertas. La individualización pone en el seno de las relaciones familiares, de género y de generaciones la cuestión de la autonomía de los sujetos. Sin embargo, las posibilidades de construcción autónoma de proyectos biográficos, estará supeditada a las posibilidades y oportunidades, a los recursos disponibles, que le confiera su particular posición en el desigual orden social. El ejercicio reflexivo y autónomo de la sexualidad como parte de la experiencia personal, estará sujeto entonces, al lugar que ocupe una persona en el entramado de relaciones sociales, así como a las condiciones subjetivas, económicas y culturales que disponga para elaborar su proyecto de vida. A continuación destacamos tres ámbitos de las transformaciones socioculturales asociadas a la sexualidad: la automatización de la sexualidad respecto de la reproducción, la diversificación de las trayectorias biográficas y sexuales de las personas, y los cambios surgidos en las orientaciones normativas de la sociedad con respecto a la sexualidad. 1. Autonomización de la sexualidad respecto de la reproducción Uno de los elementos constitutivos de la concepción contemporánea de la sexualidad es su emergencia como una esfera autonomizada respecto de la reproducción una vez desarrollada e introducida la tecnología anticonceptiva médica a mitad del siglo XX. En la actualidad, la concepción puede ser artificialmente inhibida o producida. Las tecnologías reproductivas han logrado producir una ruptura más o menos radical entre sexualidad y reproducción. Primero surgen las tecnologías anticonceptivas, mediante las cuales los actos sexuales se separan de la reproducción. Luego, el surgimiento de las tecnologías reproductivas conceptivas, separa la reproducción respecto de los actos sexuales. El surgimiento de la tecnología reproductiva conlleva una autonomización de un dominio propiamente sexual (Bozon, 2002). Los actos sexuales destinados a la procreación constituyen progresivamente situaciones específicas que interrumpen una sexualidad no reproductiva y una práctica contraceptiva. La fecundidad devino un proyecto personal, cuyo peso en la organización de una vida es mucho más leve, de menor efecto biográfico y su ejecución demanda preparación y reflexión (Leridon, 1995, citado en Bozon, 2002). Se introducen sobre la fecundidad las nociones de derecho, elección y decisión; decisiones que suelen orientarse por elecciones habitualmente realizadas en otros dominios de la vida. Por otra parte, liberada por los métodos anticonceptivos y culturalmente separados sexualidad y reproducción, las mujeres pudieron participar activamente en la reinvención del mundo a partir de su actoría social en el espacio de lo público (Stelling, 2000). En la sociedad chilena, el Estado inicia una política promocional del uso de la recientemente desarrollada tecnología anticonceptiva médica desde mediados de la década de 1960. Su introducción hizo factible un notable y progresivo descenso del nivel de fecundidad de las mujeres en la sociedad chilena. Sucesivamente, generación a generación, se ha transitado desde un nivel superior a cinco hijos en la década de 1950 a un nivel de 1,9 hijos por mujer al término del periodo reproductivo en 2003. También se han reconfigurado los contextos en los cuales se realiza la maternidad –y paternidad- de las nuevas generaciones de niños/as: se reducen los nacimientos bajo la forma del matrimonio y se incrementan los nacimientos de hijos/as nacidos de mujeres solteras y co-habitantes. Los calendarios reproductivos de las mujeres se han modificado en el curso de las generaciones: se desplazan y concentran en ciertas edades. En el curso de los últimos cuarenta años, en la sociedad chilena se ha reducido la brecha entre los estratos sociales en el número de hijos, produciéndose crecientemente una relativa convergencia de las mujeres en niveles de fecundidad según estatus socioeconómico. De este modo, la tecnología ha contribuido al surgimiento de condiciones en que la sexualidad puede ubicarse en el dominio de decisiones, elecciones y acciones de cada individuo. Del mismo modo, generan las condiciones que posibilitaron el surgimiento de lo que Giddens (1995) ha denominado “sexualidad plástica”. Expresa una ruptura de su relación ancestral con la reproducción, por la cual una vez autonomizada, la sexualidad adquiere un carácter abierto, susceptible de configuraciones diversas 2. Diversificación de las trayectorias biográficas y sexuales Sugerimos que la sexualidad en una persona puede ser comprendida mejor si se la observa como una trayectoria, como un recorrido, vivida en un contexto social en que otros muchos aspectos de la vida personal y social se transforman constantemente. En un contexto social y cultural de heterogeneidad y diferenciación, las personas cursan cada vez menos etapas, en relación al pasado, que califican como “comunes” a su generación. Los individuos parecen más actores, constructores, malabaristas, directores tanto de sus propias biografías e identidades, como también de sus vínculos y redes sociales (Beck, 2001). Los actores recorren a lo largo de sus vidas un continuo de experiencias que van trazando itinerarios –a veces más previsibles, a veces más aleatorios- que se construyen simultánea y pluralmente en múltiples dimensiones: familiar, social, laboral, política, religiosa, cultural. La trayectoria no supone ninguna secuencia en particular ni determinada velocidad en el proceso del propio tránsito (Blanco, 2001, citado por Tuirán, 1990). Cada sujeto hace la suya, pero ésta se encuentra inscrita en la transformación de las trayectorias de grupos de sujetos en un momento y en una sociedad determinada. Las trayectorias sexuales de las generaciones nacidas en las últimas décadas son cada vez más diferentes a las de las generaciones más adultas. Cursan con largos periodos de sexualidad activa, no conyugal ni reproductiva. Se ha constituido un periodo específico de sexualidad juvenil, producto de la prolongación del periodo educacional –que puede alcanzar hasta el fin de la tercera década de la vida en los programas de doctorado-, la reducción del número de hijos –que llega a sólo dos en el curso de la vida- y el desplazamiento a edades más adultas de la fecundidad –entre 25 y 35 años-, y del retardo de las edades de uniones –el matrimonio se realiza hacia 26 años entre las mujeres y 29 años entre los hombres. Las trayectorias sexuales de las mujeres se hacen más prolongadas. Hoy se observa un retardo en la finalización del periodo de la sexualidad activa, y ello implica un alargamiento de la sexualidad en etapa post-reproductiva. Los procesos de cesación de la sexualidad activa no se organizan en la actualidad en una simple vinculación con los fenómenos corporales de climaterio y envejecimiento, ni tampoco de manera lineal con los cambios en la situación de pareja de las personas. Del mismo modo que los umbrales de entrada a la vida sexual activa se adelantan, los umbrales de salida retroceden. En la actualidad, el divorcio ha implicado una reorganización de la vida pos marital en términos de las relaciones de pareja y de la sexualidad. Ha surgido una sexualidad pos marital entre los hombres y las mujeres, especialmente importante respecto de las últimas, ya que hasta hace algunas décadas un ordenamiento normativo tradicional prescribía la abstinencia de las mujeres separadas, divorciadas o viudas. Entre las mujeres divorciadas que viven solas o con niños, tener una vida sexual no inscrita en el marco de una pareja se vuelve crecientemente frecuente y aceptado. Retomando la idea de una sociedad que transita de la homogeneidad hacia la heterogeneidad, cobra sentido que los individuos realicen unas trayectorias socio-sexuales y socio-afectivas diversificadas. En este sentido, las trayectorias vividas por las últimas generaciones se diferencian cada vez más de las trayectorias de generaciones anteriores. Comparten una edad, pero no sus etapas ni sus cursos biográficos. Algunos han realizado tareas de unas etapas en otros momentos que los previstos, otros no han logrado cumplir con las metas de ciertas etapas. Por ejemplo, a la luz de lo esperado para la generación de sus abuelos y sus padres, un joven que hoy no se ha casado y no ha terminado sus estudios, o no ha encontrado un oficio a los 29 años sería clasificado de inmaduro. 3. Transformaciones normativas de la sexualidad Es manifiesta la existencia de un proceso en curso de transformaciones en las orientaciones normativas respecto de la sexualidad. Dichas transformaciones no se limitan a la sociedad chilena sino que son parte de cambios más globales, que involucran a la política, a la cultura, a la escolaridad, a las comunicaciones, a la generalización del uso cotidiano de tecnologías de punta y, no menos influyente, a la generalización del mercado en los intercambios entre individuos. Por cierto, se trata de cambios que no son homogéneos, ni generalizados como tampoco presentan orientaciones únicas (el sentido mismo del cambio es debatible). A propósito de esto, examinamos a continuación el estudio sobre educación sexual (“Estudio Educación en Sexualidad”), realizado por el MINEDUC en 2004, que pregunta a padres, profesores y estudiantes por las edades más adecuadas para iniciar las relaciones sexuales, para casarse y para tener un primer hijo. Respecto de la edad de iniciación sexual de las mujeres y hombres, profesores y padres la sitúan en torno a los 19 años y las edades del matrimonio y del inicio de la paternidad y maternidad se sitúan con algunas diferencias en torno a 25-27 y 26-28 años, respectivamente. El desfase entre lo que padres y profesores consideran la edad más adecuada para la edad de iniciación sexual y la edad del matrimonio es notable, pues supone que no se espera que las mujeres experimenten la primera en el marco del último, y además que esperan que exista un periodo de sexualidad juvenil previo al matrimonio. La generación de profesores y padres ha cambiado su orientación normativa respecto de la virginidad femenina; ha perdido su valor del pasado. Transformación del sistema de soporte de la norma. El sistema mismo de la institucionalidad que propone o que sostiene la norma se ha modificado; esto es, la presencia simultánea de múltiples instituciones dotadas de legitimidades particulares (religiosas, médicas, legales, demográficas, políticas, culturales, nacionales e internacionales), pone en cuestión el reconocimiento de alguna de ellas como institución exclusiva con capacidad normativa, es decir, con capacidad para proponer la norma y demandar su realización. En general, la homogeneidad estructural, institucional y normativa da paso a la heterogeneidad. Existe una proliferación de normas y de instituciones y agentes con capacidad para operar en el ámbito de los discursos públicos, sin embargo, con más dificultad para legitimar y mantener sistemas de controles públicos y privados. Las instituciones y agencias clásicas de la socialización, familias, escuelas e iglesias constituyen más bien fuentes productoras de discursos normativos que de sistemas de control. Las familias en la medida que transforman las relaciones de género en su interior, ejercen con menos fuerza que en el pasado la vigilancia de la reputación de las hijas y hermanas; las escuelas encuentran límites a sus sanciones institucionales respecto de los estudiantes homosexuales en virtud de su derecho a la no discriminación; incluso uno de los sistemas más clásicos de la institucionalidad católica, la confesión, ha reducido su capacidad de control sobre sus fieles. En otras palabras, el sistema institucional y normativo de la sexualidad se ha diversificado y se ha vuelto heterogéneo y en muchos sentidos contradictorio. La formulación normativa de una institución enfrenta una alta probabilidad de colisionar con las formulaciones normativas propuestas por otras instituciones. Con frecuencia, las propuestas normativas de una institución son contestadas por las propuestas de otras instituciones, construidas en referencia a otras fuentes de legitimación y autoridad: la religión, la ética, las ciencias biomédicas, las ciencias sociales, los movimientos y colectivos sociales. Puede recordarse aquí el debate sobre la introducción de la anticoncepción de emergencia en el país. La medicina y la Iglesia católica ofrecieron ambas argumentaciones al mismo tiempo científicas y éticas. Relaciones entre instituciones normativas. Si la norma está confrontada a persuadir a los individuos, las instituciones normativas están confrontadas a incrementar su eficacia en la sociedad, de modo de poder efectivamente influir sobre ella; en la sociedad contemporánea, ninguna de ellas, de manera aislada, aparece provista de la capacidad para hacerlo, salvo de manera limitada. Se reconfiguran, entonces, las relaciones entre instituciones; éstas buscan influirse mutuamente, de modo de lograr que sus propuestas normativas sean adoptadas o representadas por las otras. El campo en que ello se realiza es el de la relación con el Estado, es decir, el poder para transformar la norma en ley (la norma puede transgredirse sin que necesariamente tenga costos, la ley no). Por ello, tanto las instituciones religiosas como las instituciones médicas, científicas, culturales o sociales se dirigen activamente al Estado, procurando que sus orientaciones normativas sean reconocidas en la legislación, operando prescriptiva o proscriptivamente (por ejemplo, la disputa legal por la “píldora del día después”). Reconfiguración de la relación entre las personas y las instituciones normativas. Finalmente, se han reconfigurado las relaciones entre el sujeto y las instituciones normativas; más que con un carácter prescriptivo o proscriptivo, la institución tiende a reducir su capacidad de control y tiende a un carácter más bien indicativo, es decir, la norma tiene que explicarse o justificarse a sí misma frente a los individuos, tiene que convencerlos, seducirlos, parecer racional, ser biográficamente productiva. Su valor radica en que sea inteligible, viable y útil para el individuo; éste requiere hacer sentido de la norma, interpretarla, adaptarla a sus requerimientos biográficos, vivirla socialmente en la relación con el mundo. En este sentido, en general, el individuo cobra autonomía respecto de las instituciones normativas, está confrontado a discernir reflexivamente la norma en la diversidad de situaciones que le toca vivir cotidianamente, hacerse cargo de sus decisiones. Incluso los sentidos que tiene un mismo concepto normativo, el de la responsabilidad sexual, usado extendidamente por las instituciones, puede ser (y lo es) reinterpretado y significado constantemente por los individuos, y en direcciones divergentes respecto de las instituciones. En tal sentido, puede sugerirse que cuando una mujer usa una tecnología preventiva (por ejemplo la píldora), al hacerlo puede contravenir una norma religiosa de la iglesia a la que pertenece (que indicaría el uso de un método natural), y sigue la norma médica (que indica el uso de formas eficientes y que reduzcan riesgos para la salud), sin embargo, ella construye una coherencia interna sobre la base de una alta responsabilidad personal respecto de la maternidad o la salud, etc., que le permite continuar sintiéndose miembro de su iglesia. Bibliografía Bauman, Z. (2003). Modernidad Líquida. Buenos Aires: FCE. Bauman, Z. (2004). Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos amorosos. México: FCE. 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Sexuality and its discontents: Meaning, Myths and Modern Society. London: Routledge. Weeks, J. (1998). Sexualidad. México D.F.: Paidós, PUEG, UNAM. CUESTIONARIO A RESOLVER 1. ¿En qué mediada la autonomización de la sexualidad entra en contradicción con la mirada esencialista? 2. ¿Cómo afecta la sexualidad de los jóvenes de hoy en día, la Intergeneracionalidad? 3. ¿Por qué se dice que de la homogeneidad estructural institucional se da hoy paso a la heterogeneidad respecto de la norma? Refuerce lo anterior con un ejemplo 4. ¿Cuáles son los fundamentos de la construcción social de la sexualidad? 5. Establezca la relación entre estratificación social y sexualidad 6. Establecer la diferencia entre sexo y género 7. ¿Cuáles son las principales críticas que se le hacen a la mirada esencialista de la sexualidad? 8. ¿Cómo se construye la identidad sexual? 9. Mediante un par de ejemplos, ponga en evidencia las Transformaciones normativas de la sexualidad 10. ¿Porque debemos afirmar que la sexualidad se presenta en contextos de transformación? 11. Establezca la relación entre estratificación social y sexualidad 12. ¿Cómo funciona la reconfiguración de la relación entre las personas y las instituciones normativas en el caso de la sexualidad?