son congoleños y creen en la elegancia por

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dandis
a pesar
de todo
son congoleños y creen
en la elegancia por
encima de todo. son los
‘sapeurs’, un movimiento
que busca reafirmar
la identidad personal
y colectiva a través de
la ropa. Por inés muñoz
martínez-mora.
Fotografía de daniele tamagni
La imagen nos choca. No la entendemos
al primer golpe de vista. Nos produce sensa­
ción de irrealidad, como si estuviera perdi­
­da en un tiempo y un espacio aún por deter­
minar. ¿Qué hace un congoleño vestido con
un esmoquin rosa? Escenario y protagonis­
­ta se contradicen. Uno es agónico, el otro es
vital. Pero el individuo sigue andando entre
los escombros, ajeno a una mirada, la nues­
tra, que no concibe que dos extremos tan
opuestos se den sentido el uno al otro sin
negarse entre ellos. Pues sí, en el corazón de
la po­­breza hay un grupo de individuos que
rinden culto al lujo: los sapeurs. Ellos son los
miembros de la Sociedad de Ambientado­
res y Personas Elegantes (SAPE), un movi­
miento casi centenario implantado a ambas
orillas del río Congo que recrea el mito de la
elegancia francesa. Lo que en un alarde de
poesía podríamos calificar como “un esta­
llido de color en medio de la oscuridad”.
Porque si el peor de los tiempos también es
el mejor, uno de los clubes más selectos del
mundo puede estar, debe estar, en Congo.
La importancia de ser elegante.
La SAPE tiene un carácter de culto,
de religión. Sus miembros no la
practican, la profesan. Un ‘sapeur’
tiene que comportarse como tal. Y no
solo en el sentido estético. Deben ser
buenos ciudadanos y defender la paz
por encima de todo.
juego de contrastes.
Se asean en una palangana, pero
llevan zapatos que cuestan
180 euros. Los ‘sapeurs’ se mueven
en la contradicción. Pero el paisaje
de cascotes y barro que habitan no
hace sino llamar la atención sobre
ellos. Y a ellos les gusta. Se dejan
hacer. Para los congoleños, son sus
famosos cercanos.
el músico papa
wemba fue el que
le dio visibilidad
internacional
Una realidad algo desconocida (todo lo des­
conocido que puede ser algo en la era glo­
bal) que el fotógrafo italiano Daniele Ta­­
magni se pasó do­­cumentando dos años y
ahora tiene forma de libro: Los caballeros de
Bacongo. “La SAPE es otra puesta en escena
de que en todo vertedero nace una flor”,
cuenta vía telefónica. Lo de Bacongo, con­
tracción entre Congo y la literaria Macondo,
refuerza el carácter mágico de un movi­
miento que tiene los pies en la tierra pero
los suele despegar al caminar.
La SAPE no es una manifestación folcló­
rica ancestral, sino la expresión de una iden­
­tidad contemporánea que lleva producién­
dose en las ciudades de Brazzaville (capital
de la República del Congo) y de Kinshasa
(capital de la República Democrática del
Con­­go) desde 1922. Su fundador fue André
Grenard Matsoua, el primer congoleño en
volver
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Paríssic
trajeado,
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min utat.
Duip dimensiones
exer si
El
retorno
al­­can­­zó
épicas. Se
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tat,recibió
venis dolorper
cual embajador
sum
de un mundo
lejano.
iriure molore
Él aceptó
eugaitesa
nullaor
condición y sublimó
Francia
suscidu isisim
hastavolum
elevarla
digna
a la categoría de Tie­
consenit
rra Prometida,
aliquis exerost.
pero se impuso un reto:
76
EL PAÍS SEMANAL
batirla en su propio terreno (el del refina­
miento). Suyo es el título de grand sapeur. Y
si Matsoua fue el pionero de este dandismo,
el músico Papa Wemba fue quien lo popu­
larizó. A finales de los años sesenta, Wemba
se opuso al regreso a la autenticidad procla­
mada por Mobutu Sese Seko. El primer dic­
tador de Zaire emprendió una huida hacia
delante para desmarcarse de todo lo rela­
cionado con la cultura europea e impuso el
abacost (traje de tres piezas tipo maoísta)
como uniforme. Wemba nunca renunció a
su estilo de sapeur y le dio visibilidad inter­
nacional gracias a su grupo Viva la Música.
A partir de los años ochenta, los sapeurs
desaparecieron del paisaje que tres guerras
internas se encargaron de devastar. Hasta
principios de este siglo. Finalizados los
úl­timos conflictos, regresaron al grito de
“De­jemos las armas y vistámonos elegante­
mente”. “Solo hay SAPE si hay paz” es otro
de sus lemas. Así es esta liga constituida por
hombres estilosos. Su código de vestimenta
conlleva un determinado patrón de com­
portamiento. Sus reglas no escritas impo­
nen obligaciones estéticas: no se pueden
combinar más de tres colores en el mismo
dandis a pesar de todo
atuendo, y éticas: los sapeurs son hombres
de una moralidad intachable. La diferencia
entre sus condiciones de vida y su manera
de vestir será abismal, pero porque la SAPE
se corresponde con un modo de pensar y
sentir. De ser. Esta es una comunidad emo­
cional que aleja a sus miembros de la exclu­
sión social. Desde el pacifismo anima a la
autosuperación. Su voluntad es la de digni­
ficar. Actualmente, la SAPE está legitimada
por las instancias políticas. El actual presi­
dente de la República del Congo, Denis Sas­
sou-Nguesso, es considerado un buen sa­­
peur. En honor al modista francés, le llaman
Pierre Cardin (con el matiz que añade el
sobrenombre de “el comunista”).
este es un movimiento de aluvión. Sincré­
tico. Que ha construido su lenguaje a base
de préstamos. En él resuenan ecos de los
Buena Vista Social Club, los paninaros ita­
lianos de los años ochenta y de Tony Mon­
tana. Hasta de Michael Jackson. Y aunque
viva ajeno a la moda internacional, con­­
templa sus propias tendencias. Antes se
llevaban los mocasines de la firma Weston;
ahora, los de Crochet and John’s. Dior ha
duelo de estilos.
Forman una comunidad que protege a sus miembros. Una fraternidad.
Pero tienen lucha de poder, como todos los hermanos. Cuando se
reúnen, la rivalidad por ver quién viste mejor está servida.
el actual presidente de
la república del congo está
considerado un buen ‘sapeur’.
le llaman ‘pierre cardin’
al detalle.
Ser ‘sapeur’ implica buscar la armonía. No se pueden combinar más
de tres colores a la vez. Dan tanta importancia a los complementos
como a la ropa: gafas de sol, bastones y puros o cigarros, que a veces
llevan apagados para que les duren más.
llevan la actitud
pegada al cuerpo y la
tienen que defender
con sus movimientos
grupo dentro del grupo.
La SAPE tiene capacidad para
evolucionar. En 2003 nació el grupo
Picadilly, que mira a Inglaterra, no
a Francia, en busca de referentes.
De ahí que lleven ‘kilt’. Hay pocas
mujeres ‘sapeur’. Normalmente,
la pertenencia les viene dada por
sus maridos.
modifican
su entorno.
son agitadores
sociales
tomado el re­­levo de Cavalli. Y entre los jó­­
venes, cada vez es más popular un sub­­
grupo llamado Picadilly que ha hecho de la
falda escocesa su particularidad. “Llevamos
kilt para rendir homenaje al príncipe Carlos
de Inglaterra, uno de los personajes más
elegantes del planeta, quien, tras casarse
con Camila Parker Bowles, se fue de luna de
miel a Gales vesti­­do con esta falda”, le co­­
mentó uno de sus miem­­bros, Ferol Ngouabi,
a Tamagni. Sin embargo, ninguna de sus
asimilaciones se convierte en un ejercicio
de mímica. Los sapeurs dan nueva vida,
llena de ironía, a todas estas referencias.
Aunque tenga lo gregario implícito, la
SAPE potencia las individualidades. Es la
suma de estas. Cada miembro se pone un
apodo y elige un determinado look. No hay
guardarropa masculino que no exploren.
Hay sapeurs que recuerdan a un presenta­
dor de telediario de la transición española
mientras otros parecen escoltas del cuerpo
diplomático. Pero siempre son ellos los que
llevan la ropa, no la ropa a ellos. Además, su
campo de expresión no lo delimitan las cos­
turas de los trajes. Cada estilo se resuelve en
el propio cuerpo del sapeur. Su condición
va acompañada de una determinada ges­
tualidad: andares elásticos, miradas alta­­
neras… Tienen que ser gallitos y moverse
como tales. Llevar la actitud pegada a la piel
y defenderla. El puro y el bastón, dos de sus
complementos indispensables, les ayudan
a subrayar esa actitud chulesca. Con ellos
alargan sus movimientos, los redondean.
Zapatos blancos. Pantalones salmón.
Corbatas de seda. Tirantes a cuadros. Fula­
res. Bombines. Todo a la vez. Si asumiése­
mos que la frontera entre el buen gusto y el
mal gusto no depende de cada uno, el estilo
de los sapeurs, por histriónico, se merecería
la consideración de ser una luxación del
concepto universal de elegancia. Al fin y al
cabo, solemos asociar la ostentación a los
futbolistas y raperos. Y la voluntad de apa­
rentar se nos antoja una impertinencia. Dar
preferencia a la ropa por encima de otras
necesidades nos parece una indecencia.
Pero esto no es el oro por el oro. Precisamen­
­te, ese balance entre querer un objeto y com­
prarlo, entre el deseo y su cumplimiento, no
hace sino acrecentar el carácter mágico, casi
irracional, de la SAPE. Su dinámica interna
es la esencia misma de la moda.
Cuando un sapeur sale a la calle, quiere
que le miren. Esta es su película. Son hom­
bres respetados. Aclamados por el pueblo.
Los invitados de honor en cualquier cele­
bración. La gente los para por la calle. Los
niños quieren ser como ellos. Las mujeres,
estar con ellos. De hecho, esto es cosa de
hombres. Ellas son sapeurs en tanto en
cuanto sus maridos lo son. Como Ghislée,
que con su corte de pelo en tres picos, su
traje y bolso de Gucci, siempre va a juego
con su pareja Michel. Ellos son lo más pare­
cido a un star system que hay en Congo;
famosos locales que con su presencia modi­
fican el entorno. Organizan la vida colectiva.
Cuando ellos llegan, pasan cosas. Algo así
como el “¡que viene el circo!” de antes. Son
agentes provocadores. Agitadores sociales
con un halo de misioneros. Los catalizado­
res de un mensaje de paz. Ahora que los
quince minutos de fama warholianos están
de oferta, ese golpe de efecto que buscan
los sapeurs parece más auténtico que nunca.
Lo suyo es el vivo y el directo.
Su horizonte mítico sigue siendo París.
En el decálogo de la SAPE figura como nor­
­ a peregrinar a la meca de la elegancia al
m
menos una vez en la vida. Hay que seguir
dando forma al mito. Alimentarlo con expe­
riencias personales y, por tanto, exageradas.
Las miserias que pasaron en París se que­
dan en París. La verdad no puede estropear
su gran historia. La suya es una emigración
cultural, no económica. Si van es para re­­
gresar. Esto es un sueño con billete de
retorno. Una expedición en busca de sí mis­
mos. Cuando el sapeur vuelve a Congo, rea­
liza una bajada triunfal –la descente se
llama–. Tienen que dar una imagen de éxito
completamente diferente a la que, cons­
truida en base a subjetividades, les confina
a un marco de miseria.
Actualmente, la SAPE se ha desparrama­
­do fuera de sus fronteras. En Bruselas y Lon­
dres hay comunidades de sapeurs. Y en
Internet, el mito vuela libre. En un tiempo
en el que todo corre el riesgo de convertirse
en fenómeno (hasta vaciar de significado
este término), la SAPE se considera uno.
Diseñadores de moda como Paul Smith se
inspiran en ella a la hora de confeccionar
sus colecciones, y los comisarios de arte la
convierten en museizable: la Ciudadela de
Pamplona les dedicó una exposición den­
tro de sus jornadas África imprescindible; al
sur del Sáhara.
El sentido del estilo de estos congoleños,
como el de cualquier pueblo, está ligado a
su propia historia. Sin embargo, aquí se ha
resuelto en una dirección inesperada. Están
reconciliados con su pasado colonial y es
ahí donde encuentran el código genético
que exhiben. Son un depósito de la memo­
ria. Algo contradictorio, porque al coloni­
dandis a pesar de todo
zado se le supone el interés por retomar su
propia historia para no quedar reducidos a
un capítulo dentro de la del colonizador.
Los sapeurs no han matado al padre. El pro­
ceso contrario al que hizo Gandhi, que con­
virtió el taparrabos y la rueca en símbolo
nacional. El rico que se vistió de pobre. Los
sapeurs adoptan como modelo el del inva­
sor. Padecen algo así como una especie de
síndrome de Estocolmo estético. Sin em­­
bargo, esta victoria del colonialismo, pírrica
y póstuma, se queda en eso. La superación
de la miseria por parte de los sapeurs, aun­
que simbólica, no está vacía. Llevan implí­
cito un mensaje de rebeldía. Desde su naci­
miento, la SAPE ha querido subvertir los
códigos impuestos por las fuerzas políticas
que surgieron en ambos Congos.
La contradicción. Esa es la esencia de
este movimiento. Que, sin embargo, tiene
todo su sentido. Los sapeurs asumen la hos­
tilidad que les rodea, pero al mismo tiempo
evidencian el carácter impermeable de las
buenas maneras y el vestir bien. La elegan­
cia se revela como un analgésico. La única
arma que tienen para defenderse de su aza­
roso destino es su atuendo. En él, todo está
codificado. No puedes controlar lo que te
rodea, pero sí a ti mismo. Es una llamada al
orden en medio del caos. Vivirán en condi­
ciones precarias, pero llevan los zapatos
relucientes. Hacen de la necesidad una vir­
tud y convierten el defecto en exceso.
“Cuando salen a la calle así vestidos se olvi­
dan de todos sus problemas. Son instantes
de gloria en los que se sienten verdadera­
mente felices”, concluye Tamagni. Los sa­­
peurs se consideran artistas. Y lo son. Artis­
tas del escapismo. Han creado un pa­­raíso
artificial. Como todos los paraísos. P
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