Internet y el alma humana Vicente Durán, S.J Director Toda concepción filosófica del ser humano que quiera ser completa tiene que enfrentarse con una pregunta muy seria y que interroga acerca de si existe algo así como una esencia permanente y duradera del ser humano que, a través de los cambios históricos, sociales y culturales, haya permanecido o haya de permanecer inmutable en todas las culturas y en todos los sistemas sociales. En continuidad con el platonismo y el estoicismo, el cristianismo antiguo creyó ver en el alma humana una especie de substancia, una huella imborrable de la mano divina, creadora de cada ser humano individual, que en medio de los cambios y las transformaciones contingentes en cada persona cumpliría no sólo con la función de dar y garantizar identidad y permanencia a cada persona sino a la especie humana misma. El alma definiría así lo específicamente humano, eso que a través del tiempo no cambiaría ni podría cambiar, no sólo en cada persona individual, sino en la misma especie humana. Ser humano era tener alma y tener alma nos hacía humanos. El alma no muere, es eterna, es inmune a los cambios. Salvarse era salvar el alma, es decir, salvar lo más importante de uno mismo. Eso hoy lo creen muy pocos, y, siendo sinceros, habría que decir que en el inmediato futuro no lo creerá casi nadie. Mientras que hemos logrado saber muchas cosas acerca del mundo y también de nosotros mismos en cuanto que somos parte del mundo, no hemos logrado tener la misma certeza acerca de si, en efecto, la humanidad tiene una especie de alma que le garantice identidad y continuidad a través de los cambios históricos. El mundo moderno multiplicó nuestros conocimientos y nuestro dominio sobre la naturaleza, pero no logró ha- 1 cer lo mismo con respecto a lo más propio del conocimiento humano. Sabemos cuantas cosas buenas estamos en capacidad de hacer, sabemos también cuanto daño podemos producir, pero no sabemos con igual grado de certeza lo que somos. Cada uno piensa lo que quiera sobre sí mismo y sobre sus vecinos, al fin y al cabo vivimos en una democracia. Mientras unos creen en la reencarnación del alma, otros creen que la muerte es el fin final, y otros creemos en la resurrección de la persona. No todos pensamos lo mismo sobre nosotros mismos. La creencia en el alma no nos une, lo que nos une es… ¡Internet! Son muchos los que creen en eso o en algo semejante a eso. Algunos no se atreven a decirlo o lo ignoran, pero de hecho se comportan y se relacionan con sus vecinos como si eso fuera verdad. Lo que nos une como especie humana ya no es una huella de Dios en nosotros sino una red de información y comunicación electrónica creada por nosotros. Así como no estamos muy convencidos de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, sabemos muy bien que Internet sí fue creada a imagen y semejanza nuestra porque satisface la mayor parte de nuestras necesidades y sirve a muchos de nuestros fines, sean estos buenos o malos, comerciales, políticos o espirituales. Incluso algo tan “de la carne” como el sexo encuentra en Internet un lugar para su realización. ¿No será que la red de redes ha comenzado a ejercer con esa función que hasta hace no muchos años era ejercida por la creencia en el alma? ¿Será la red nueva alma de la humanidad? Uno podría leer la historia de la humanidad en los últimos siglos como una serie continua de “atentados” en contra del alma, ese principio de identidad personal que no sólo identifica sino que también dignifica al ser humano. La ciencia moderna fue quizás el primer golpe a esa pureza inmaterial del alma humana. 2 A medida que la razón se iba constituyendo a la vez en instrumento y en objeto de estudio y análisis filosófico, el alma comenzó a perder terreno e importancia. El hombre se descubría a sí mismo como capaz de conocer muchas cosas, prolongaba o acortaba su vista mediante el telescopio y el microscopio, pero no lograba ver, ni siquiera intuir, rastros de su propia identidad substancial. El descubrimiento de la electricidad le permitió al hombre acumular energía para la realización de toda clase de fines, la revolución industrial y la aplicación de la energía de hidrocarburos mostró que la ciencia, la tecnología y la riqueza económica van de la mano con el poder político; el surgimiento y desarrollo de las ciencias sociales, del psicoanálisis y de la economía política nos hicieron perder la inocencia, y últimamente, ante las nuevas tecnologías telemáticas, genéticas y biotecnológicas, como que poco espacio queda para preguntar por cosas tan poco importantes como el alma. Pero no hay que ser tan pesimistas. Si bien es cierto que Internet puede llegar a dominar al hombre, también es cierto que se trata de un producto netamente humano y por tanto puede llegar a ser dominado por el hombre. Es verdad que en el estado actual de su desarrollo técnico y conceptual las nuevas tecnologías informáticas dejan aún muchas preguntas sin respuesta: la ontología de lo virtual (películas como The Matrix no son ni mera ciencia-ficción ni tampoco pan comido), las posibilidades educativas (en las que no siempre la cobertura implica calidad), la ambigüedad moral, etc. Pero ¡gracias a Dios es así! Internet no tiene las respuestas para todo. Al fin y al cabo las nuevas tecnologías no son más que eso: nuevas tecnologías; y como tales, son utilizadas por personas que pueden ser inteligentes o idiotas, libres o esclavas, sensatas o imprudentes. Quien vea en ellas la salvación a todos nuestros males tendrá que estudiar y meditar un poco más acerca de sus propias preguntas y problemas. Los economistas, por 3 ejemplo, tendrían que saber que las posibilidades abiertas por el e-business no salvarán la economía mundial en la misma medida en que el sexo virtual jamás será más atractivo y gratificante que el amor verdadero. En esa misma medida se equivoca el que, en nombre de valores y realidades pretéritas, condene lo virtual por aparente, superficial y espúreo. Igualmente tonto e insensato es creer que el Internet acabará con los libros como creer que una biblioteca no deba adquirir bases electrónicas de datos. En otras palabras: las nuevas tecnologías, de las cuales Internet no es sino un ejemplo, son una maravillosa posibilidad abierta a la imaginación y a la inteligencia humana. Al igual que todo aquello que no es sino tecnología, de ellas puedan resultar cosas buenas y cosas no tan buenas. Suele decirse que el ciberespacio transformará nuestras sociedades. No dudamos que así será –eso mismo se dijo del libro cuando Juan Gutenberg inventó la imprenta. Redefinirá lo que somos cada uno de nosotros y lo que somos como sociedad. Pero lo que es más cierto es que no lo hará más allá de donde se lo permitamos. Y aunque nuestra certeza sobre la inmortalidad del alma es menor que la certeza sobre cómo es que funciona la WWW, podemos confiar en que está en nuestras propias manos evitar que Internet se convierta en un sustituto del alma del mundo, es decir, en un nuevo fetiche. DURÁN, Vicente., S.J,. Internet y el alma humana. En: Revista Javeriana No. 684, tomo 138. Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, Mayo de 2002. 4