LECTURAS DEL FORT-DA Guillermo J. APOLO En su texto “Más allá del principio de placer” (1920) Freud expone tres evidencias que cuestionan el imperio del Principio de placer en el aparato psíquico: -los sueños de las neurosis traumáticas -el juego infantil -la neurosis de transferencia Con respecto al juego infantil, va a tomar “el primer juego autocreado” de un niño de un año y medio, su propio nieto. Cuenta Freud que este niño “... exhibía el hábito de arrojar lejos de sí, a un rincón o debajo de la cama, todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, y al hacerlo profería, con expresión de interés y satisfacción, un fuerte y prolongado “o-o-o-o”, que, según la interpretación de la madre y del propio Freud, significaba “Fort” (se fue) Freud se pregunta por el sentido de esa “acción enigmática y repetida de continuo”, y deduce que se trataba de un juego en el que el niño no hacía otro uso de sus juguetes que el de jugar a que “se iban”. La observación que corrobora esta afirmación la lleva a cabo un día cuando el niño, que tenía un carretel de madera atado con un piolín, arrojaba el carretel detrás de la baranda de su cuna, haciéndolo desaparecer de su vista y pronunciando su “o-o-o-o”. Después tiraba del piolín y volvía a sacar el carretel de la cuna, “saludando ahora su aparición con un amistoso “Da” (acá está)”. Freud ubica en distinto nivel estos dos fonemas (fort y da) destacando que el juego completo consistía en “desaparecer y volver”. Pero, la mayoría de las veces el niño ejecutaba solamente el primer acto, “repetido incansablemente en calidad de juego, aunque el mayor placer –en relación con el principio de placer- correspondía al segundo”. Es decir, lo que se repetía como juego era el Fort. La interpretación que Freud hace de este juego apunta a la “renuncia pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre”. “Se resarcía –de esa ausencia- escenificando por sí mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar”. Pero, a pesar de esta afirmación, el interés de Freud se dirige a otro punto. Es imposible que la partida de la madre le resultara agradable o indiferente. Entonces, ¿cómo se concilia con el principio de placer que repitiese, en calidad de juego, una vivencia que, para el niño era penosa? Se responderá, dice Freud, que jugaba a la partida porque era la condición previa de la gozosa reaparición, la cual contendría el genuino propósito del juego. Pero lo contradice la observación de que el primer acto del juego, el de la partida, era escenificado por sí solo y, en verdad con una frecuencia incomparablemente mayor que el juego íntegro con su final placentero. Esto nos permite arribar a una primera conclusión: Si el fort se repite con insistencia en calidad de juego, y el placer se corresponde con la reaparición del objeto, saludado con un jubiloso Da, entonces juego y placer no se enlazan. Por lo tanto, el primer acto (el fort) estaría más allá del principio de placer, pues “no se concilia con el principio de placer que repitiese en calidad de juego esa vivencia penosa para él”. Con el segundo acto (el Da) cesa el juego y alcanza el placer; placer que, para Freud, tiene que ver con la disminución de la tensión. Pero resulta que, el empuje de la pulsión no cesa y emerge como fuerza constante que causa el juego como modo de trabajo del aparato psíquico. Quiere decir que la renuncia pulsional, de la que habla Freud, tiene algo de paradojal, porque el empuje de la pulsión se desplaza e insiste como Fort en la repetición del primer acto. Ahora bien, ¿qué dice Freud de esto? Señala que hay una repetición que no produce una satisfacción del orden del principio de placer, se trata de un empuje a elaborar psíquicamente una experiencia “impresionante”. Con lo cual Freud encuentra que si el empuje de la pulsión (Drang) repite en el juego una impresión desagradable, ello se debe a que la repetición va conectada a una ganancia de placer de otra índole, que proviene de otra fuente, independiente del principio de placer. Así dirá (capítulos III y IV) que la repetición se le aparece como “(...) más originaria, más elemental, más pulsional que el principio de placer que ella destrona”. Sin embargo Freud, en su análisis del juego del Fort-da, oscila -como él mismo dice- “entre dos concepciones”. De allí su impresión de que el niño convirtió en juego esa vivencia a raíz de otro motivo, diferente del que Freud mismo venía sosteniendo. Dice que cuando el chico sufre una vivencia displacentera, en la que tuvo un rol pasivo, en el juego la repite colocándose en un papel activo. Atribuye esto a una “pulsión de apoderamiento”, en virtud de la cual los niños repiten en el juego lo que les ha causado una gran impresión en la vida, “abreaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan de la situación”, y pone como ejemplo la situación en la que el doctor revisó la garganta del niño o lo sometió a algún tipo de operación, y entonces el chico “trueca la pasividad del vivenciar por la actividad del jugar”, “inflige a un compañero de juegos lo desagradable que a él mismo le ocurrió, y así se venga en la persona de este sosias”. También en el juego de su nieto, el acto de arrojar los objetos y los juguetes era la satisfacción de un impulso a vengarse de la madre por haber partido, o del padre por haberse ido a la guerra (“¡Vete a la gue(r)ra!”) Con esta interpretación que Freud da, se desliza a un tipo de identificación, que conocemos como imaginaria, donde el juego del Fort-da queda homologado al juego del doctor. Pero esta es una explicación reducida, que no corresponde al sentido del texto ni a lo que Freud viene desarrollando en “Más allá del principio del placer”. Por algo que dice unos párrafos antes, en el mismo texto, y teniendo en cuenta la lectura que Lacan hace del Fort-da a lo largo de su enseñanza, podemos conceptualizar esto de otra manera. En el juego del carretel se trata de una repetición que no es “satisfacción” del principio de placer, por lo que el juego del Fort-da y el juego del doctor se diferencian, precisamente porque en esa repetición está en juego el empuje de procesar psíquicamente “algo impresionante” para el sujeto. Pero ¿cuál es esa experiencia impresionante? El niño no se centra en la partida de la madre ni en vigilar su vuelta para verla de nuevo allí. Entonces, ¿de qué se trata? Una observación, que Freud refiere al pie de la página 15 de “Más allá del principio de placer”, nos abre otra perspectiva. Un día en que la madre había estado ausente muchas horas, fue saludada a su regreso, con esta exclamación: “¡Bebé o-o-o-o!” Durante su prolongada soledad, el niño había encontrado un medio para hacerse desaparecer a sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestuario, y luego sustrajo el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo “se fue”. O sea que el niño mismo había desaparecido, en un arrojarse fuera, con la producción del mismo representante: “fort”, presente en “¡Bebé o-o-o-o!”. Encontramos aquí un elemento claramente simbólico, que determina el juego del niño: la ausencia de la madre, que abre una hiancia, un espacio vacío, en donde el niño construye su juego. La falta que introduce la partida de la madre es ese algo impresionante donde el propio niño se arroja fuera, quitándole su cuerpo al espejo de manera tal que la imagen “se va”. Vale como ese carretel que arroja y que, al mismo tiempo, sostiene por el piolín. Es como una parte del niño que se suelta, pero sin dejar de pertenecerle porque continúa reteniéndolo. La frase “¡Bebé o-o-o-o!”, sanciona que el niño algo perdió, emerge como testimonio del arrojarse fuera, del desaparecer y vale como fort. Se trata de un único fonema que está a la espera del otro fonema: Da. Podríamos decir entonces que, el niño, luego de ese momento inaugural, se constituye como sujeto dividido: el Fort ahora lo representa. Se trata de la primera marca o inscripción del sujeto, para la cual fue necesaria una pérdida. La pérdida del objeto, que pone en juego el intento, fallido, de recobrarlo, opera como causa de la repetición y se sostiene en los fonemas en los cuales dicha repetición insiste. El juego se acompaña de esa oposición fonemática: una de las primeras en ser pronunciada, y el carretel al que se refiere dicha oposición sin nombrarlo, designa al niño. El juego simboliza la repetición de la partida de la madre como causa de la división del sujeto, que se acompaña y se supera por la intervención del significante en la alternancia fort-Da. La dimensión significante es la que aparece sosteniendo la posibilidad del juego, y es el significante aquello que el niño invoca. El niño juega bajo el dominio de esta oposición fonemática: “o-a”, y en la alternancia de esos dos fonemas, repite una diferencia estructural, sincrónica, que, además, va desplegando temporalmente en su juego, marcando un tiempo de retroacción que permite que el primer Fort al que va a seguir un da, recién en un tercer tiempo sea el Fort de un da. Lacan dice que el fort-da instituye la presencia sobre el fondo de la ausencia, para eso se requiere un tiempo de retroacción donde el da sea un da de un fort, ya que se necesitan al menos dos significantes para que advenga un sentido. Desde entonces “o” y “a”, sustituidos luego en la cadena por múltiples significantes, marcan el inicio del imposible retorno y la pérdida radical del objeto, sin la cual ningún sujeto podría constituirse. Si, como afirma Lacan, es necesario que la Cosa se pierda para ser representada, el Fort-da se inscribe del lado de la muerte de la Cosa en el lenguaje. El juego del Fort-da, a diferencia de los otros juegos que menciona Freud, es un camino que nos va a llevar a la fundación de un sujeto como sujeto dividido. En el sueño traumático y en el Fort-da, el elemento que funciona como soporte es algo que opera como exigencia de trabajo al aparato psíquico, y que encuentra dos formas de respuesta diferentes; una muestra un intento de ligadura, y en la otra la ligadura fracasa. El Fort-da, como vimos, liga la excitación de las pulsiones a través de la sustitución y la articulación significante. La repetición como ligazón amortigua algo del displacer que opera en el Fort-da mismo, por eso se diferencia de la compulsión de repetición en los sueños de las neurosis traumáticas, donde el displacer y la exigencia pulsional irrumpen, no pudiendo ser ligados. BIBLIOGRAFÍA: Freud, S. Más allá del principio de placer, O.C. T.XVIII, Amorrortu. Lacan, J. El seminario, libro 1, Los Escritos Técnicos de Freud, Piados, Bs As. Lacan, J. El seminario, libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Paidos, Bs. As. Cosentino J.C. y Rabinovich, D. Compiladores. Puntuaciones freudianas de Lacan: Acerca de Más allá del principio de placer. Manantial, Bs. As.