L. Peraita Muchos padres acceden a sus deseos con tal de no oírles llorar y gritar ante sus rabietas. Tener un hijo caprichoso supone una verdadera odisea para los padres. Si no se accede a sus constantes peticiones, «montará un numerito» que acabará en rabieta. Lo peor del caso es que, por tranquilidad de los padres y por no pasar un mal trago delante de personas en el portal de casa, el supermercado o la sala de espera del dentista, suelen ceder ante los gritos y pataletas del pequeño antes de que vayan a más y todo el mundo les mire. Sí, efectivamente, actuando de este modo habrán evitado la rabieta, pero el niño se ha salido con la suya y ha aprendido que la próxima vez que quiera algo le bastará con gritar y tirarse al suelo de nuevo para conseguir sus objetivos. ¿Cómo romper este círculo vicioso? Ocho claves para los padres La mejor de las noticias para los padres, es que el tener hijos caprichosos es algo que puede solucionarse. Hay que corregir la causa y habremos solucionado el problema. Aquí van unas sencillas pautas: 1.— Hay que fijar límites en su educación es una de las bases de la educación de cualquier hijo. En el caso de los caprichosos, es una forma de solucionar, pero también de prevenir. Estableciendo normas claras, en las que el niño participe a la hora de fijarlas, flexibles en cierto grado, acordes a su edad y su capacidad de comprensión, harán del niño conocedor de lo que puede y de lo que no puede exigir a sus padres. 2.— Los padres deben estar coordinados y unidos. Es fundamental que habléis antes de los pormenores de la educación de vuestros hijos, tenerlo todo bien atado, y apoyaros el uno al otro delante de los niños. La coordinación y la comunicación entre vosotros será de lo más importante. 3.— Hay familiares como los abuelos que pueden darles caprichos. De siempre se ha dicho que los abuelos son para dar caprichos a los niños y los padres para educar. Es normal que los abuelos, tíos o amigos puedan concederles algún capricho, tampoco podemos pasar al otro extremo, pero sí debemos hacerles entender que son situaciones excepcionales, y que no pueden exigir lo mismo a los padres, ni tampoco cada vez que vean al abuelo o abuela. 4.— Un hijo es caprichoso porque está reclamando mayor atención de los padres, con lo que si se la damos, se puede solucionar el problema. En ocasiones, los padres no tienen suficiente tiempo, pero si se les da el que se tiene y se les da de calidad, podemos compartir muy buenos momentos con ellos. La infancia de los hijos se pasa volando y el tiempo que paséis con ellos será parte de sus recuerdos para toda su vida. Vale la pena hacer un esfuerzo y dedicarles un rato de juego cada día. Descubriréis la felicidad en esos pequeños ratos. 5.— Hay que educarle para que aprenda a valorar sus juguetes y sus pertenencias. Si le llenamos de juguetes cada vez que llega su cumpleaños o los Reyes Magos, no sabrá apreciarlos, no le dará tiempo a jugar con todos ellos… Hay que enseñarle a valorar sus cosas, a que las cuide, a que no se aburra y rápido la sustituya por una nueva. 6.— Ambos padres deben educar de la misma forma. No podéis hacer uno de «poli bueno» y el otro de «poli malo». Uno no puede ser el que siempre permita y el otro el que siempre regañe. Ya que de esta forma el hijo sabrá siempre a quién debe pedir las cosas. Poneos de acuerdo y establecer también entre vosotros unos límites. 7.— Cuando exija algo, hay que hacerle comprender lo que cuestan las cosas, y no me refiero solo a su valor económico. Ponerle algún reto para que, si lo cumple, obtenga esa recompensa. De esta forma le enseñáis lo que cuesta conseguirlo, premiáis su esfuerzo, y el niño valorará más eso que en un principio había exigido. 8.— Manteneos firmes ante las constantes exigencias. Si os amenaza con montar el espectáculo, coge una rabieta, llora, grita… para conseguir de vosotros algo que consideráis que no debéis darle, manteneos firmes ante la presión. Puede tardar, pero se acabará dando por vencido. No es una cuestión de autoridad, es una cuestión de hacerle entender que no se puede tener todo, es una cuestión de ponerle límites. Muchos padres hoy en día no les ponen límites a sus hijos ni a sus exigencias, y luego esto se convierte en verdaderos problemas de educación que lo pagan otros niños, u otras personas cuando ya son más mayores.