Marcos 9:38-40. "Nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí". En estas palabras Jesús excluye la posibilidad de que alguien realice milagros y, al mismo tiempo, desvíe a los oyentes del camino de la Verdad, que es Cristo. Es decir: si alguien realiza un milagro de sanación en el nombre de Jesús pero habla de él de un modo distinto al que nuestro Maestro y Señor enseña en el evangelio. Tal persona no es de Dios, y por eso tal milagro no pertenece a Cristo ni es para su gloria. Hoy hay individuos fanáticos que se llenan la boca hablando y exorcizando en el nombre de Jesús, y exhiben esos milagros públicamente, haciendo del milagro el centro de atención, y de la sanación un show de televisión. No es esa la manera de sanar que practicó Jesús. Cuando él sanaba a alguien, le decía: "Mira, no lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos" (Mateo 8:4); y también: "No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea" (Marcos 8:26). En esto sabemos que estos espíritus fanáticos y presuntuosos, no curan ni sanan con el poder de nuestro Señor, porque no proceden así como el Señor hizo y dijo, sino que curan y sanan con el fin de obtener su propia gloria y honra, y con el acuerdo y la influencia del príncipe de este mundo, satanás. Si los tales sanaran en el nombre del Señor, obrarían con el mismo espíritu de humildad y de amor que el Señor. Pero lo hacen para su propia fama y gloria, y por eso no son del Señor, ni pertenecen a los que son de los nuestros. Bien es cierto que Jesús, en este pasaje del evangelio, dice: "El que no está contra nosotros, está con nosotros". Pero esta palabra no se cumple en dichos personajes presuntuosos. Antes bien, ellos, como inspirados por satanás, están contra nosotros, esto es, contra la iglesia de Cristo, y seducen con sus payasadas, si fuera posible, inclusive a los creyentes. Es cierto que Dios obra milagros, de eso estamos seguros: la fe, el amor, el espíritu fraterno entre los hermanos, la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Esos son milagros de Dios en medio nuestro frente a un mundo perdido, confundido y corrupto como el nuestro. Y yo mismo sé que arrastro en mi carne estos males del mundo, aunque por gracia de Dios ya no le pertenezca a él, sino al reino de los cielos. En esta semana, piensa en los verdaderos milagros de Jesús, en aquellos que de tan cotidianos y aparentes, pareciera que no se ven. Y por sobre todas las cosas, querido hermano, piensa en Jesús como el gran milagro y el gran don de Dios para ti. Concéntrate en el Señor de los milagros, antes que en los milagros; reconoce su amor y misericordia frente a tu pecado; piensa en que es Él, y nadie más, quien te tuvo y te tendrá en cuenta siempre, y que por eso cargó la cruz por ti. Y dale gracias que, por su resurrección de entre los muertos al tercer día, nos ha abierto la puerta a una vida nueva, reconciliada con Dios. A.C.