DOMINGO IV DE CUARESMA (A ) Homilía del P. Joan M. Mayol

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DOMINGO IV DE CUARESMA (A )
Homilía del P. Joan M. Mayol, monje de Montserrat
30 de marzo de 2014
1S 16, 1, 6-7, 10- 13a ; Sl 22 ; Ef 5, 8-14 ; Jn 9, 1-41
Tal como vamos viendo en los domingos de Cuaresma, la liturgia de la palabra nos va haciendo
avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo a fin de que podamos vivirlo en su plenitud. En el
relato de las tentaciones descubríamos el misterio de su fuerza interior ante las dificultades. La
transfiguración del Señor nos mostraba el misterio de su identidad arraigada en Dios en la condición
de Hijo amado. En la narración de la mujer samaritana, del pasado domingo, veíamos el misterio de
su misión personal como don de Dios. Y el próximo domingo, en la resurrección de Lázaro
podremos contemplar la fuerza decisiva de vida de Dios que en Jesús libera nuestra vida del poder
definitivo de la muerte.
El episodio evangélico de este domingo IV de Cuaresma fija su mirada en el misterio de Jesús como
luz que hace luminosa la vida del hombre. La acción de Jesús manifiesta claramente qué significa
ser luz, y en la respuesta del ciego curado podemos ver cuáles son las consecuencias de vivir este
misterio.
La luz que es Jesús, como el agua que dio a la samaritana, tiene en ella el misterio, _el secreto
podríamos decir_ de hacer nacer en el corazón de los creyentes una realidad nueva que aunque
viene de Dios, porque es un don suyo, se convierte auténticamente en algo personal de cada uno,
una luz nueva que tiene el resplandor de Dios. La luz de Cristo, como lo hacemos en cada Vigilia
Pascual, cuando se reparte no merma sino que vive como propia en cada uno de los que la hemos
recibido. La llama de cada uno participa del único fuego que la ha generado. Con esto significamos
no sólo la Luz de Cristo sino nuestra participación en su misterio.
Pero, ¿qué querrá decir ser luz ? ¿No será tal vez vivir haciendo las obras de Dios, que es luz?
Como nos decía el apóstol en la segunda lectura, ser luz es dar frutos de bondad, de justicia y de
verdad, porque mientras estamos en este mundo estamos llamados a ser luz del mundo. La bondad,
la justicia y la verdad no forman parte de un ideario abstracto, son el concreto humano del misterio
del Reino de Dios entre los hombres. La bondad busca siempre el bien del otro procurando su
independencia de toda atadura esclavizadora, y eso es ser luz. Los frutos de la justicia hacen llegar
a todos, justos y culpables, la misericordia a fin de poder hacer renacer una vida auténtica en todos
ellos, y eso también es ser luz. La verdad de Dios siempre cuestiona la autenticidad de la vida, y a la
sabiduría del hombre humilde no le pasa por alto su interpelación. Así lo hemos visto en la triple
discusión en torno a la curación del ciego de nacimiento. El misterio de Jesús, que es luz, curando la
ceguera de aquel mendigo, se ha convertido, en ese hombre que había nacido ciego, en una luz
propia que lo hace descubrirse a sí mismo, de manera irrenunciable, como hombre nuevo.
El don que le ha hecho Jesús le ha revelado su propio misterio de amado del Padre, _eso vale más
que todo_ y cuando se percibe con verdad esta realidad espiritual, la exigencia de autenticidad se
impone por sí misma. Sobrecogido por este amor, el ciego que ha sido curado, vence las invectivas
de los fariseos que quieren que niegue el milagro, y no pudiéndolo conseguir ni de él ni de sus
padres, en un segundo intento, pretenden que acuse a Jesús de pecador por la transgresión del
precepto sabático con la amenaza de exclusión social y religiosa que ello implica si no cede a su
demanda. Él, sin embargo, vence la tentación _como Jesús en el desierto_ gracias a la fuerza que
tiene la Palabra de Dios en él. "Todos sabemos _les respondió_ que Dios no escucha a los
pecadores, sino a quienes son piadosos y cumplen su voluntad ( ... ) si éste no viniera de Dios no
tendría poder para nada".
Este "venir de Dios " que el ciego confiesa ante la evidencia de los hechos a la luz de la fe, no
llegará a un conocimiento más preciso hasta que Jesús mismo no se le revelará como el Hijo del
Hombre. Es entonces que, sin necesariamente comprender en ese momento el alcance de este
título mesiánico, fiado en la autenticidad del don que ha recibido, y confiado en la palabra de aquel
que se lo ha dado, le adora como Señor. Lo entenderá después, cuando Jesús sentencia con razón
la ceguera voluntaria de los fariseos y de todos los que no quieran creer a pesar de la evidencia de
la vida y del mensaje de Jesús que ha llegado a sus vidas. No basta en saber cosas ciertas de
Jesús, no basta ser culturalmente cristiano, el Señor mismo nos pide creer en Él para entrar a formar
parte de su misterio de luz y de vida.
Avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo es sobre todo descubrir en Él nuestra más genuina
identidad en este camino de alegría y de esperanza, de esfuerzo y de sufrimiento que es la vida.
Estamos en ello! Y eso no se vive en solitario sino como comunidad de discípulos suyos, comunidad
que confía en su presencia viva por medio de la palabra y de los sacramentos. Es por ello que, la
comunidad de los discípulos, ni cuando camina por cañadas oscuras no tiene nada que temer
gracias a la luz singular que cada uno de Él lleva.
Que esta luz haga evidente, cada día más, la obra de Dios en nosotros, y haga más luminosa la vida
de todos los que encontramos en nuestro pasar por este mundo, como Jesús, haciendo el bien.
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