HOMILÍA XXV ENCUENTRO NACIONAL DE LA PASTORAL DEL SORDO “FAMILIA, ESCUELA DE SOLIDARIDAD” Mons. Carlos Osoro Sierra Arzobispo de Madrid Queridos hermanos sacerdotes: esta Misa aquí en esta Parroquia personal de Santa María del Silencio, única en España y referencia a nivel nacional e internacional dentro de la Pastoral del Sordo y que lleva 42 años evangelizando a personas con estas discapacidades y a sus familias, realmente es una familia de familias. A ella acuden personas no solamente de la Archidiócesis de Madrid, sino de otros lugares. Su objetivo es que las propias personas sordas sean las evangelizadoras de otras personas, pues en el silencio la capacidad de audición y de escucha es más grande y también engendra creatividad para comunicar lo que se escucha. Esta comunidad cristiana de la parroquia crece y se consolida y se ha convertido en casa de una misma familia, espacio de acogida, escucha, comunicación, convivencia, formación, celebración de la fe y donde se comparte la vida. Este domingo, celebramos la Santa Misa con motivo del próximo encuentro, el XXV encuentro nacional de la Pastoral del sordo, organizado por la CEE desde la --Comisión Episcopal de Pastoral que tendrá lugar en El Escorial del 23 al 27 de julio. Hermanos y hermanos, presentes en este templo y quienes a través de la TV estáis siguiendo esta celebración, no sé lo que vosotros habéis sentido en lo más profundo del corazón, cuando hemos cantado el Salmo 22, pero estoy seguro, que para cualquier ser humano, esté en la condición que fuere, con las discapacidades que tenga, en las situaciones humanas que fuere, oír que lo que el Señor nos dice hoy, nos hace sentir y vivir que su bondad y su misericordia es tan grande, que siempre sentimos su cercanía y su presencia. Dios nunca abandona al hombre, siempre está al lado del hombre. Él se hizo presente en esta historia, quiso decirnos y mostrarnos su amor inmenso. Nadie nos puede decir, lo que Él nos dice: que es nuestro pastor, que junto a Él nada nos falta, que nos busca sitios donde descansar y encontrar sentido a nuestra vida en todas las situaciones, que nos guía, que aunque caminemos por caminos pedregosos, difíciles, oscuros va siempre con nosotros, que aunque no veamos, está a nuestro lado y nunca nos abandona, que nos sienta en su mesa, es decir nos incorpora a su familia, que nos unge y nos da su perfume, tenemos el olor y el sabor de Dios, somos su imagen, que su bondad y su misericordia nos acompañan siempre. ¿Hay alguien que nos pueda decir todo esto en verdad? Solo Dios. La experiencia de los santos nos lo dice. Santa Teresa de Jesús, lo supo decir:“nada te turbe, nada teespante, quienes a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”. Este XXV encuentro nacional, se va a centrar en esta realidad: “La familia, escuela de solidaridad”. Dirigir la mirada a las familias y a las personas en las que existen miembros que tienen una discapacidad, la que irrumpe en la vida y genera desafíos, deseos, expectativas, es un reto. La idea de familia y de todo su ciclo vital resultan profundamente trastocados cuando surge la discapacidad en alguno de sus miembros y sin embargo la familia puede descubrir junto con la comunidad cristiana, que puede ser y convertirse en “escuela de solidaridad”, nuevos gestos y lenguajes, nuevas formas de comprensión y de identidad, nuevas competencias, que se convierten para cada persona y para la comunidad, en ocasiones de crecimiento en la justicia, en el amor y en la defensa del valor de la vida humana, a partir del reconocimiento de un profundo sentido de comunión en la debilidad. Una familia para que sea escuela de solidaridad, tiene que hacer percibir que nadie que esté en ella con necesidades especiales, se sienta sola o descartada, siempre encontrará alivio, y apoyo. De tal manera que la familia vivirá la presencia de quien está discapacitado y podrá ayudar a vivir la discapacidad no únicamente como un límite, sino a reconocer su valor propio y original. Cuando la familia es escuela de solidaridad, hay garantías para defender y valorar las cualidades posibles de toda vida individual y familiar, con sus necesidades, con sus derechos a la igualdad de oportunidades, servicios, cuidados, compañía, afecto, espiritualidad, belleza y plenitud de sentido en todas las fases de la vida, desde la concepción hasta la vejez y muerte natural. ¿Cómo ayudar para que la “Familia”sea “escuela de solidaridad”? La Palabra proclamada hoy nos lo dice con claridad. Nos habla de como: 1) Jesús ve nuestra realidad. Dios nos reúne y nos cuida. Esto es lo que tiene que experimentar cualquier familia. Dios quiere cuidarnos, ser buen pastor, así nos lo revela el Hijo de Dios: Yo os reuniré para que nadie se pierda, suscitaré un rey prudente, que hará justicia y derecho, salvará y lo llamarán: El-Señor-nuestra-justicia (cf. Jer 23, 1-6). ¿Acojo a quien me reúne y me cuida o prefiero vivir por mi cuenta propia? 2) Jesús elimina muros de separación. Dios elimina los muros de separación que a veces hacemos los hombres. La familia es lugar idóneo para tirar muros que nos pueden separar. ¡Qué fuerza tienen las palabras de San Pablo! “Ahora estáis en Cristo Jesús…estáis cerca los que antes estabais lejos…derribando el muro que os separaba…creando en Él un solo hombre nuevo…dando muerte en Él al odio”. Esta es nuestra realidad, tenemos la vida de Cristo, no puede existir odio, ni división en nosotros y si así fuere estamos rechazando el regalo del Señor: “vino y trajo la noticia de la paz, para todos los hombres, para los de lejos y los de cerca”. (cfr. Ef 2, 13-18). ¿Qué muros de separación he de derribar en mi vida? ¿Qué muros hago junto a otros para separarnos por motivos de ideas, de grupos? ¿Estoy dispuesto y disponible para construir esa “casa común”, a ser esa familia que rompe muros y cultura de encuentro? 3) Jesús actúa y obra maravillas en el corazón de los hombres. No tengáis miedo. Acercaos a Jesucristo. Dejemos que entre el Señor en la familia, en la vida y en las tareas de todos los hombres. Es cierto, quien se acerca a Él, y lo deja entrar, su vida cambia, pues pasa de la muerte a la vida. Dios actúa y obra maravillas en el corazón de los hombres. Y tiene una gran preocupación por todos los hombres. ¡Qué fuerza tiene ver a Dios preocupado por los hombres, por mí y por ti! Nos ve andando como ovejas que no tienen pastor. Dejemos que sea Él nuestro pastor, que nos guíe, que nos haga sentir y vivir según los deseos de su corazón, como es hacer y construir un mundo de hermanos en el que nadie quede descartado. La familia es un lugar especial para vivir lo que nos dice el Señor, y viviéndolo se convierte en escuela de solidaridad. Contemplad lo que hizo Jesús. Reúne a los discípulos, conversan, le cuentan lo que hacen y enseñan. ¿Qué hago y qué digo? El Señor nos invita a estar a solas con Él, nuestro descanso es Él. Para que el Señor cambie y haga maravillas en nuestras vidas, hemos de dejar que entre en ella, ¿dejas que entre? ¿Cómo lo haces? Todos los hombres en lo más profundo de su vida buscan y tienen deseos de un pastor tal y cómo Jesús. Por eso aquella multitud lo busca y Él nos enseña. En este lugar tranquilo, hoy, en el silencio de María, el Señor se hace presente realmente en el Misterio de la Eucaristía, acogedlo y escuchad la misión que nos propone, pues los hombres están como ovejas que no tienen pastor, y esto no lo quiere Dios, le da lástima, desea que nosotros seamos y hagamos de nuestra vida presencia de su amor, de su verdad y de su vida. Dejemos que nos de la mano para hacerlo Santa María del Silencio y que como Ella solamente tengamos oídos para hacer lo que María nos pide, “haced lo que Él os diga”. Amén.