1 Presentación de Conjunción de pasiones. Trayectoria vital e intelectual de Darío Galaviz Quezada (Guaymas, Sonora, 1951-1993) de Silvestre Hernández Uresti *César Avilés Icedo* Lo primero que se puede decir de esta Conjunción de pasiones, y lo he constatado con otros lectores, es que se lee rapidísimo; si no fuera un libro sobre un personaje tan de dobles sentidos diría que se puede leer de una sola sentada. Silvestre ha sabido tejer una historia amena y entretenida, y eso se agradece. Nadie podrá negar que el libro es el producto de un trabajo muy aplicado, muy esforzado por la variedad de fuentes consultadas (tanto por las personas entrevistadas como por la hemerografía a la que se acudió) y por la coherencia en la articulación de los hechos que se cuentan. Y quizá el abono más importante que puede asentarse sobre este trabajo es la acusiosidad con que rinde testimonio de episodios de la historia cultural del estado y la Universidad de Sonora, que sirven de marco a la historia central. El libro se suma a los estudios de la historia literaria y cultural, de revisiones de las múltiples formas en que ésta se manifiesta, como en periódicos y en libros que se han producido en esta latitud del país. Una advertencia: quien quiera encontrar un panorama totalizante tanto sobre el personaje como del entorno, que busque en otro libro o en otro medio. El trabajo se ha tenido que sujetar a los cortes de perspectiva y a las condiciones pragmáticas que lo encuadran. De tal manera que este retrato hablado de Darío es una versión que intenta conjuntar variadas informaciones, pero que estará marcada siempre por la mirilla desde la que se asoma a la realidad planteada. Además, por debajo de las líneas que uno va leyendo, se desplaza sigilosa pero firme una intención de homenajear a Darío, y eso tendrá sus consecuencias en los resultados finales del trabajo. Cuando nos encontramos ante un libro como éste que tiene como centro de atención a un personaje que fue real (que sigue siendo real, de cierta manera), de inmediato se imponen tres interrogantes: 1) ¿Cuál es la pertinencia de un estudio sobre una persona como Darío Galaviz y su circunstancia? 2) ¿La palabra es fiel a la persona referida?, y 3) ¿El discurso crítico y analítico para acercarse al personaje es el apropiado? Estas tres preguntas dan lugar a otras más: ¿El personaje que asoma tras las palabras no es una construcción de algo a lo que interesadamente, sesgadamente, se desea llegar de antemano? ¿Es decir, no es un personaje de papel y letras (en el mejor de los casos) o de cartón (en el peor)? ¿El basamento teórico es útil para lo que el autor se propone?; ¿hay rigor en la metodología utilizada? Y, en un plano meramente especulativo y mucho menos “riguroso” podemos preguntarnos, ¿cómo tomaría Darío un libro así, dedicado a su persona? Una respuesta rápida a la primera pregunta, tiene una respuesta afirmativa. Las características del personaje y la coyuntura sociocultural que lo envuelven lo hacen un objeto casi emblemático de una condición de ser y de un episodio de la vida social en un espacio y un tiempo determinados. Hay que destacar que Darío reunía una serie de características muy de él y muy elaboradas en el trato con los otros: una evolución vital que marchó desde la timidez y el apocamiento hasta un protagonismo (voluntario y no) que no quería sujetarse a ninguna acotación; una capacidad sin par para provocar un sinnúmero de sentimientos encontrados (su carisma era igualmente proporcional al 2 rechazo que concitaba); una vitalidad que lo habilitaba para alternar una vida profesional intensa y comprometida, con una vida personal de similares exigencias en tiempo y energía; una agilidad mental y verbal puesta al servicio de la provocación multifacética; una capacidad intelectual y cultural fuera de serie para alternar en los más diversos ámbitos de la comunidad, fuera en el escritorio, en el cubículo, en el aula, en la tribuna o la plaza pública, en el retrete privado o en la barra de alguna cantina de la zona de tolerancia o en la del legendario Montecarlo durante la celebración de los carnavales guaymenses. Lo sorprendente es que el reto de tal planteamiento vital era conjuntar todo eso como si los espacios donde aquello tenía lugar fueran intercambiables, donde lo de abajo se acomodaba con lo de arriba –en todos sentidos- en una carnavalización totalmente intencionada, en la alusión frecuentísima a la genitalia del interlocutor varón, (alusión que el gracejo disimulaba mal, porque también así lo quería Darío, por cierto). Un personaje así no puede pasar desapercibido, menos si éste elige una performancia estridente, revelada, por ejemplo, en una vestimenta que retaba las condiciones marcadas por el contexto, acentuada por un amaneramiento gestual y léxico y autocelebrada con una risa y un discurso paródico e irónico, y finalmente resumido en un pulso madreador que controlaba con pericia la lengua y la pluma. De esto habla el libro, y en gran medida se acerca a esa parte que como figura pública tuvo Darío. Pero en esa intención de objetivar el peso de este personaje y ser justos con la realidad, también hay que decir que aunque no hubiera querido tener limitantes, Darío las tuvo: su pereza para aprender otros idiomas o su desdén por cruzar fronteras (porque Darío no conoció ni lo más cercano de los Estados Unidos); su rechazo a lo que aunque en teoría representara un bien, vitalmente le importaba un cacahuate; tampoco publicó una obra abundante y profunda, por más que lo quisiera en sus artículos, columnas, y variadas colaboraciones académicas. Darío, más que un hombre de mucha tinta, fue un hombre de mucha vida y de mucha palabra oral, con una voz cascabelera y lúdica que no se escondía ni en los velorios. Con todo esto, por muy grandes que fueran sus esfuerzos positivos por contribuir a lo que le importaba en términos socioculturales (la literatura, el arte en general, el cultivo y el avance de la inteligencia), sus productos se restringieron a una recepción regional. Por eso Darío es un personaje de la microhistoria regional, no de la historia de este país (lo cual no le resta el gran mérito que ello implica). Y eso es algo que a veces pierde dimensión en este trabajo. En tal sentido, en el panorama regional yo distingo dos grupos de personajes que podrían merecer la misma atención: por un lado estarían, al menos, Fortino León Almada, Gerardo Cornejo, Carlos Moncada o Abelardo Casanova; por otro, tendríamos en cuenta a Abigael Bohórquez, Alonso Vidal y, acaso, Alberto Estrella o Jorge Velarde. Una crónica acuciosa de la trayectoria vital de cada uno de ellos contribuiría a la comprensión del devenir de las últimos cincuenta años de la cultura y la sociedad, de la evolución de los medios y las instituciones en el estado y, si me apuran, de la región Noroeste. Incluso, en el caso de los segundos, tendríamos pistas de cómo se las arreglaron algunos homosexuales para subsistir y hasta destacar en un medio tan constriñente como era (y en cierto sentido sigue siendo) el de la capital de Sonora. Por otro lado, para dar una imagen más cabal del personaje hace falta la asistencia de la Psicología; pues así como está presentado, el personaje pierde complejidad y se desdibuja en trazos muy gruesos y sin tonalidades. Por eso a veces aparece un Darío benefactor y prohombre, casi un prócer que sin ninguna fisura interna, enfrenta un mundo de mediocres que lo lastran o lo critican sin fundamentos. Aunque no se olvida que a Darío le encantaba la interlocución retadora y polémica, esto aparece 3 más cuando se le cita que cuando se le evalúa. A él le satisfacía enormemente que no lo consideraran “buena gente”, sino que le tuvieran respeto por la mirada aguda y poco piadosa para criticar lo que veía y por esgrimir el estilete sin concesiones con quienes discordaba. Por eso los episodios donde el libro relata las querellas que sus escritos despertaron (con Silvia Martínez de Bolado, con Margarita Oropeza, con Jaime Cruz Larios) se sesgan impregnando de adjetivos favorecedores a la valoración de su persona y su escritura, olvidando que a sus oponentes también les asistían razones, e ignorando que la escritura de Darío apelaba a un código estético de factura neobarroca a la que no precisamente se sumaba en coro laudatorio ni una legión alfabetizada por su pluma. Quizá también por ese descuido con que se trata la evolución psicológica del Darío infante, el primer capítulo es débil, pues en la mayor parte de las ocasiones se apela a un solo informante que compartió la educación primaria y sus atisbos a la homosexualidad. No es extraño que el despertar a la condición de homosexual se vea en ese primer capítulo casi como un momento epifánico, cuando, ante la ausencia de alumnas mujeres, la maestra lo elige a él para que represente el papel que a ellas correspondería en un número musical. Por esa misma carencia de un enfoque psicológico más aplicado, en la conclusiones se afirma que «Su poder y crítica radicaron, justamente, en haber elegido desde temprana edad esa “variante de la naturaleza”» (172), lo cual implica que Darío “eligió” su condición. Hasta donde sé, he visto y he vivido, la concepción de la homosexualidad como elección es algo que no puede asumirse contundente e inobjetablemente. Es cierto que el texto proporciona datos sobre una situación familiar que apuntaría a proporcionar explicaciones que resultan en la conformación de una personalidad homosexual, como la presencia de un padre machista y enérgico, y una madre sobreprotectora, pero faltan testimonios de vecinos y familiares que, hasta negando, completan más cabalmente el cuadro. Quizá para llenar estos huecos, el autor, deja un tono académico para dar lugar a un narrador literario que inserta escenas extrapolando y a veces especulando lo que podía haber ocurrido. En términos aristotélicos, la Historia -que como disciplina cuenta cómo fueron los hechos- desaparece, y en su lugar emerge una suerte de arte novelesca que plantea cómo pudieron haber sido esos hechos. Hacen falta más elementos de juicio teórico y metodológico que aproximen teorías menos rápidas y especulativas sobre la condición de nuestro personaje. En términos metodológicos, este estudio encuentra sus apoyaturas en la microhistoria (se agradece que no haya caído en la tentación del macrochisme), la sociología y la antropología cultural (no se agradece que las herramientas movilizadas dejan rendijas por donde en ocasiones se cuela la personalidad analizada). En términos de lo que el mismo texto propone, yo creo que una segunda edición –si la haymejoraría si se atiende la complejidad en los elementos que integran una personalidad tan jalonada por un conjunto de elementos en tensión. De lo contrario se corre el riego de que, en un afán de favorecer al personaje, se merme la objetividad y a la larga se perjudique la figura de aquél, porque habrá testigos que dirán que las cosas no fueron así como se consignan. Y es aquí donde me atrevo a la especulación: no creo que a Darío le satisficiera más una construcción optimista aunque halagadora, que una reconstrucción más fiel a pesar de que a veces se tenga que tomar con cucharaditas de miel para suavizar lo amargo de su sabor. En compensación, el libro en sí, por las ideas que porta, representa un acto político plausible, porque otorga el micrófono a un personaje cuya voz, con todo y que 4 no se deja seguir mucho por el coro, es portadora de un grupo silenciado frecuentemente. A pesar de que en los últimos años hay una apertura de espacios de difusión a voces como ésta (a menudo distorsionada y como hija de la moda, por lo tanto desvirtuada, hay que decirlo), y mientras sigan existiendo crímenes por homofobia o discriminación y maltrato por misoginia, será necesario que se conceda la atención a estas realidades, pues tales crímenes encuentran su caldo de cultivo en la oscuridad periférica -a donde los centros de poder alejan a los desastrados- y en la ignorancia comodina -que da lugar a que sea menos difícil insultar, patear o acuchillar a un “joto” o a una mujer, que a un varón que la comunidad acepta en sus estándares. En estos términos el libro cumple con una función social que deberían tener la mayoría de los libros: revelar las realidades ocultas y brindar datos que hagan más completas nuestras evaluaciones y nuestros juicios, y con ello hacernos mejores seres humanos. Por otro lado, la vocación literaria de Silvestre que quiere encontrar salida a lo largo de estas 214 páginas, hace pensar que quizá no le vendría nada mal un experimento narrativo desde el cual se hiciera una crónica literaria sobre Darío, porque él, en el sentido más romántico del término, quería su vida como una obra de arte; vivía aludiendo a la posteridad entre burlas y veras, e invocaba a sus biógrafos virtuales entre carcajadas que no ocultaban que en el fondo sí deseaba que los hubiera. Ésa, que se antoja como una historia No/velada, daría lugar a una libertad que se ve que se desea en la mayor parte del libro. La tarea no es fácil, se necesita valentía y puño para acometer la tarea, pero se ve que arrojo y gas no le faltan al autor. *Maestro de la escuela de Letras y Lingüística de la Universidad de Sonora, [email protected]