estación espacial internacional

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Por el Prof. Alejandro Medeiros.
Docente de Astronomía.
ESTACIÓN ESPACIAL INTERNACIONAL
Si UD Sr. lector levanta sus ojos para mirar el cielo una tarde cualquiera y observa un
brillante punto de luz que se desplaza rápidamente hacia la puesta de sol no se alarme,
no se trata de un meteorito, un bólido o cualquier otro fenómeno astronómico. Usted
estará viendo la estación orbital ISS.
Este complejo de más de 100 m de longitud y un peso de casi medio millar de toneladas
es la obra de ingeniería más grande construida por el hombre en el espacio, y en los
hechos, la única estructura diseñada por nuestra especie fácilmente reconocible desde la
Tierra (de poseer un telescopio de amateur incluso es posible observar la intrincada
serie de módulos, laboratorios y paneles solares que la componen).
Pero semejante logro tecnológico sólo fue posible después de casi 15 años de intensas
negociaciones a nivel gubernamental y un esfuerzo financiero sin precedentes.
UN EMPRENDIMIENTO AMBICIOSO
Después de la última misión Apolo a la luna en 1972, y a excepción del laboratorio
SKYLAB, para los años 80 los Estados Unidos habían relegado la presencia humana en
el espacio a las breves misiones de los transbordadores.
Los soviéticos en cambio pusieron en órbita las Salyut, una serie de estaciones en la que
los tripulantes trabajaban durante meses en condiciones de gravedad cero.
En 1984 el entonces presidente de Estados Unidos Ronald Reagan, alarmado ante este
desfase científico tecnológico (y ante el temor de que su nación quedara a la zaga en la
conquista del espacio), solicitó a la NASA la construcción de la primer estación orbital
permanentemente habitada. Objetivo que se debería alcanzar en un lapso no mayor a
una década.
La viabilidad de este emprendimiento estaba en realidad supeditado a la existencia de
una alianza internacional con los países de occidente y sus fines eran múltiples:
compartir los enormes costos del proyecto, permitir a los países europeos el acceso a
una tecnología que recién comenzaban a probar (pero en la que NASA tenía larga
experiencia), y consolidar a nivel científico una alianza que ya existía en lo político.
A la negociadora de asuntos del espacio del Presidente Reagan, Peggy Finarelli, le llevó
cinco años establecer los acuerdos internacionales indispensables que permitirían
diseñar, desarrollar y financiar lo que sería la obra de ingeniería más grande y compleja
construida por el ser humano en órbita a la Tierra.
LA RECESIÓN ECONÓMICA Y SU IMPACTO EN EL PROYECTO
Si bien la estación orbital surge como un intento por frenar la presencia soviética en el
espacio también es cierto que se convirtió en el proyecto científico-tecnológico más
ambicioso en el terreno civil.
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Si bien la NASA se encargaría del diseño y la puesta en órbita de los componentes de la
estación, Europa, Canadá y Japón se habían comprometido en colaborar
financieramente y aportar conocimientos y personal técnico en la construcción de los
laboratorios del gigantesco complejo.
Sin embargo, para fines de la década de los 80, el proyecto “Freedom”-tal era el nombre
con el que se había bautizado originalmente a la estación- se vio amenazado debido a la
recesión económica a nivel mundial.
Los recortes presupuestarios se sucedieron en forma alarmante y numerosos países
europeos vacilaron a la hora de asumir los compromisos.
A comienzos de los 90, bajo la administración Clinton, el Congreso de los Estados
Unidos manifestó su desacuerdo con el alto costo del proyecto.
El esfuerzo llevado a cabo por Peggy Finarelli durante años de duro trabajo estaba a
punto de colapsar.
El sueño de un enclave permanente en el espacio, la puerta que permitiría la conquista y
colonización de los mundos parecía una vez más ceder ante el conjuro de los demonios
de la economía internacional.
Freedom era en la práctica un fracaso. Los ingenieros de la NASA -en el vacuo intento
por salvar el proyecto mediante la reducción de costos- se abocaron a rediseñar la
estación y replanificar su construcción. Emplearon tiempo y esfuerzo que en definitiva
no condujo a ninguna parte y sólo incrementó innecesariamente los gastos de la agencia.
Y cuando ya todo parecía destinado al olvido llegó la salvación por el lado menos
esperado.
LA PARTICIPACIÓN DE RUSIA
En 1991 la Unión Soviética zozobraba y su programa espacial se veía seriamente
comprometido. Ante esta situación Bill Clinton encuentra la forma de reflotar el viejo
sueño de la estación: Estados Unidos había sido pionero en la conquista del espacio,
había llevado al hombre a la Luna y desarrollado la tecnología Shuttle (una flota de
vehículos reutilizables que podían viajar al espacio como cohete y volver a la Tierra
como planeador), pero siempre se trataba de viajes de corta duración. Los rusos en
cambio tenían la experiencia de las Salyut, estaciones en la que los cosmonautas habían
batido récords de permanencia en el espacio.
Si continuaban trabajando por separado los programas espaciales de ambas naciones se
estancarían.
Mantener seres humanos en condiciones físicas aceptables durante lapsos de tiempo
prolongados en microgravedad implica una serie de desafíos: con el transcurso del
tiempo los huesos se vuelven quebradizos debido a la reabsorción del calcio, los
músculos se atrofian, el corazón se debilita y se pierde progresivamente masa muscular.
Pero las transformaciones orgánicas no son por lejos el único problema. Permanecer
aislado durante meses en el espacio requiere el desarrollo de soportes vitales
indispensables, máquinas que permitan regenerar eficazmente agua a partir de fluidos
corporales y desechos como la orina y el sudor, sistemas de limpieza y reciclaje de los
gases atmosféricos, fuentes de energía confiables y autónomas.
Miles de técnicos y especialistas rusos -que quedaban sin trabajo con el fracaso
económico de su país- ya habían resuelto muchos de esos desafíos durante los 20 años
del programa Salyut.
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La administración Clinton se dio cuenta que no tenía sentido desaprovechar la valiosa
experiencia de sus antiguos enemigos.
Después de una serie de acuerdos previos entre comisiones de ambos gobiernos el
Vicepresidente Al Gore firmó con el primer ministro ruso Chernomyrdin un contrato
multimillonario y empezaron a trabajar juntos.
El proyecto de la estación espacial estaba nuevamente en marcha.
Para mediados de los años 90 las dos naciones pioneras en la conquista del espacio
rediseñaban la estación. Las diferencias políticas que antes los distanciaron ahora
estaban al margen; ambos equipos hablaban un lenguaje común: el lenguaje de la
ciencia.
Países miembros de la ESA(Agencia Espacial Europea) reaccionaron favorablemente y
firmaron acuerdos para construir los módulos y laboratorios, la JAXA(Agencia
Japonesa de Exploración Aeroespacial) proporcionaría los componentes micro
electrónicos y Canadá diseñaría los sistemas robóticos de manipulación a distancia.
La Agencia Espacial Federal Rusa y la NASA se encargarían de ensamblar la estación
en órbita, mientras que la comunicación Estación-Tierra estaría asegurada mediante la
flota de transbordadores y las naves Soyuz y Progress.
UN GIGANTE DE LOS CIELOS
La Estación Espacial –rebautizada ISS (International Space Station)- es el primer
emplazamiento humano permanente fuera de nuestro planeta.
El 20 de noviembre de 1998 el cohete ruso Protón colocó en una órbita baja de 350-420
km de altura el primer módulo de la estación, Zarya, que sería el sistema nervioso
encargado de suministrar energía y propulsión. Dos años después el modulo Zvezda
recibia a los primeros astronautas.
Desde entonces la ISS ha ido creciendo en tamaño y en número de tripulantes.
Actualmente seis astronautas de diferentes naciones viven en la estación y cuando se
acopla un transbordador cerca de quince científicos y especialistas trabajan en equipo.
Mediante la asistencia de brazos robóticos y numerosas caminatas espaciales se han
ensamblado en órbita cada una de las secciones.
El espacio es un ambiente hostil y tan sólo un error o descuido puede significar la
diferencia entre la vida y la muerte; por esta razón las caminatas espaciales se preparan
cuidadosamente con años de anticipación.
Los astronautas –especialistas todos ellos en un área técnica- son entrenados en el
Laboratorio de Flotación Neutral del “Johnson Space Center”. En ese lugar una piscina
de 200 m de longitud y 12 m de profundidad contiene réplicas de las naves y de la
Estación Internacional en la que trabajan los futuros astronautas.
Mas grande que una cancha de fútbol profesional la ISS es, por definición, “el gigante
de los cielos”. En sus laboratorios, habitats, y módulos de investigación se está llevando
la capacidad humana a límites insospechados.
La ciencia adquiere allí una nueva dimensión: los más variados experimentos en física,
bioquímica, medicina, farmacología, que son imposibles de realizar en tierra debido a la
gravedad, se están realizando en sus laboratorios y muchas veces arrojan resultados
asombrosos.
La ISS no sólo es un éxito desde el punto de vista de la cooperación internacional y el
desarrollo e implementación de nuevas tecnologías sino que constituye el paso decisivo
en el programa retorno a la luna y la primera misión tripulada al planeta Marte.
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Recuadros:
Cuando el Departamento de Defensa Norteamericano solicitó participar en la Estación
Espacial, Canadá y varios países Europeos amenazaron con retirarse del proyecto.
Desde entonces la Estación esta destinada –por acuerdo internacional- a fines
pacíficos.
Turismo espacial.
Desde que la Estación comenzó a ser operativa la empresa Space Adventure se ha
encargado de promocionar el turismo entre aquellos particulares que desean viajar a
la ISS. Hasta la fecha cinco magnates de consorcios privados han tenido el privilegio
de ver la Tierra desde el espacio. El primero fue Dennis Tito que en abril de 2001 pagó
la modesta suma de 20 millones de dólares por pasar una semana a bordo de la
Estación.
La Estación Espacial Internacional completa un giro en torno a la Tierra cada 90
minutos y por la trayectoria que describe es posible verla como un brillante punto de
luz que se desplaza rápidamente en el cielo. Los lugares más adecuados para verla son
los que se encuentran alejados de las grandes ciudades y el momento más propicio es
antes del amanecer o después del ocaso.
Publicado en “El Observador”, O2, domingo 9 de Agosto de 2009.
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