La Gran Familia III

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La Gran Familia
Nadie los preparó para vivir en libertad, denuncia directora de una IAP
Tras ser rescatados, continúa el vía crucis de víctimas de
Rosa Verduzco
Ignoraban qué es un parque; eso me dio la dimensión del encierro vivido, señala
BLANCHE PETRICH
Periódico La Jornada
Martes 26 de agosto de 2014, p. 5
–¿Qué es un parque?
Las miradas interrogantes voltearon hacia la directora de la
casa hogar Ayuda y Solidaridad para Niñas de la Calle, María Mar
Estrada, cuando ésta invitó a un grupo de adultos rescatados del
albergue La Gran Familia de Zamora, Michoacán, a salir a pasear
al parque.
“Me dejó estupefacta la pregunta –cuenta en entrevista–.Nada
más que eso me dio la dimensión del encierro en el que vivieron
su vida entera.”
Esta casa hogar para niñas en situación de calle en el Distrito
Federal fue la única institución particular, de las más de 3 mil
registradas ante la Junta de Asistencia Privada (JAP), que abrió
sus puertas para acoger a los adultos rescatados de la casa de
Rosa Verduzco que no fueron aceptados en otro lado.
Fueron los últimos en salir del edificio de Zamora después de
su clausura definitiva: 54 mayores de 18 años que nadie reclamó
y no tenían ningún lugar en el mundo adónde ir, y dos menores.
Fueron arropados en un campamento levantado de la nada en el
albergue que dirige María Mar Estrada en esta ciudad: una
señora sin orejas, una madre sordomuda con su hija adolescente
nacida en cautiverio, una joven a la que encontraron encadenada,
que había sufrido abuso y acusaba una condición siquiátrica
aguda, varios jóvenes con retraso mental, discapacidades
diversas, crisis de ansiedad y depresión. Y muchos jóvenes
perfectamente sanos, con una sola limitación: no conocer el
mundo externo.
Para todos ellos, la perenne tentación de traspasar la puerta de
la casa de Rosa Verduzco, en Zamora, se esfumó cuando
finalmente sus portones se abrieron e invitaron a los mayores de
edad que quisieran partir a tomar la calle. Ya nada los retenía y,
sin embargo, casi nadie se fue.
Porque ninguno tenía adónde ir; porque sabían que lanzados
así, a la intemperie, difícilmente iban a sobrevivir. Nadie los
preparó para vivir en libertad.
Ese primer domingo fuera de cautiverio, todos juntos
caminaron dos cuadras hacia el modesto parque de la colonia. En
la esquina descubrieron algo que les era familiar y desconocido al
mismo tiempo. Cuenta María Mar: “Una señora me preguntó:
‘¿esto es una tienda?’ Y luego el parque. No sabría cómo
describir sus caras de sorpresa, la forma en que corrían por todos
lados. Probaban los columpios, los subibajas. Nos fue tan bien
con esa experiencia, que por la tarde conseguí una cuerda y les
dije: agárrense todos, que nos vamos a la Villa de Guadalupe”.
A la vista de todo dios
En entrevista, Estrada señala: No estábamos preparados para lo
que nos encontramos. Una institución de beneficencia no puede
estar organizada para hacer tanto daño. Lo que no me explico es:
¿cómo pudo existir un lugar así, con ese hacinamiento, ese nivel
de irregularidades y ese grado de violencia, cuando las leyes para
albergues públicos y privados son tan estrictas?
Explica: toda institución registrada ante la JAP es sujeta a
inspecciones constantes de la Secretaría de Salud, del DIF, de
las agencias del Ministerio Público, de Protección Civil, incluso de
los patronatos de donantes. Sitios como la IAP para niñas de la
calle deben, por ley, comprobar que cuentan con una ambulancia
disponible 24 horas, guardias de seguridad, personal médico y de
enfermería de planta, todo tipo de equipos para prevenir
desastres, pisos antiderrapantes, cámaras de vigilancia. Sin aviso
previo, llegan agentes de la procuraduría para asegurarse del
bienestar de las menores.
Pensamos que así funcionaba el sistema. Ahora nos damos
cuenta de que existe una gran fractura entre lo que dice la ley, lo
que ordenan las autoridades y lo que sucede en la realidad.
Y plantea la pregunta pendiente: ¿Por qué a lo largo de tantos
años las sucesivas autoridades en turno no vieron lo que pasaba
allí, en una propiedad enorme, en una vialidad importante de
Zamora, en una colonia populosa, contigua a un centro comercial,
a la vista de todo dios?
A María Mar y sus asistentes les quedan grabadas dos
impresiones fuertes de esos días en Zamora: el hedor y el caos.
Mi impresión es que la intervención de la fuerza pública se hizo
sin planificación, sin un proyecto estratégico que tuviera listo el
destino para esos más de 500 niños y adultos, muchos de ellos
con discapacidades diversas. Las acciones de la alcaldía o el DIF
michoacano en los días posteriores fueron absurdas: bañar a los
niños, ponerles ropa limpia y llevar chefs para que les sirvieran
pollo a la jardinera... Eso no resuelve lo esencial; eran puestas en
escena para la foto. ¿Quién pensó en todo lo que implica el
tránsito de los niños y adultos encerrados de una manera que no
fuera traumática?
María Mar Estrada, directora de la casa hogar Ayuda y Solidaridad para Niñas de la Calle, en la cual se dio refugio a
un grupo de adultos rescatados del albergue de ZamoraFoto María Meléndrez Parada
El caso de El Mozart es para ella ejemplo de lo anterior: Lo
encontramos aterrado, en cuclillas, gimiendo durante días. No se
le podía ni tocar. Es un joven de 22 años, un poco encorvado y
sin algunos dientes. Tiene una edad mental de ocho años y nadie
sabe su procedencia. Está registrado, como cientos de los
albergados, con el apellido Verduzco Verduzco.
¿Dónde hay una institución para acoger dignamente a alguien
como él? No la hay. Desde la ventana de la oficina de María Mar
vemos a El Mozart treparse a la resbaladilla, correteando detrás
del balón. Luego le da por cantar. Pero su obsesión es limpiar:
lava baños, barre todo el tiempo, sonríe. Nada más.
Del grupo de 54 adultos, cinco fueron canalizados a
instituciones siquiátricas.
Ni blanco ni negro
El juicio de Estrada sobre las condiciones de vida en La Gran
Familia no son blanco y negro. “Apreciamos que dentro del
albergue no había drogas, que los que hacían música tenían sus
instrumentos y que muchos cursaron, certificada incluso, hasta la
preparatoria. Pero todas las demás historias de golpizas, de
abusos sexuales tremendos, hacinamiento y suciedad, el sistema
carcelario y el aislamiento en el famoso Pinocho son también
ciertas. Y no se justifican de ninguna manera”.
Con lo que le toca lidiar ahora es con la canalización de los
mayores de 18 años, que saben trabajar pero no saben cómo
funciona el mundo exterior. Son seres domados, que no saben
tomar decisiones.
Cuando el albergue de Michoacán se fue vaciando, los adultos
más vulnerables quedaron atrás. “Me acosaban a preguntas con
una carga de angustia impresionante: ‘¿qué van a hacer de mí?’
Así empecé a hacer mi lista”.
De regreso al DF habló con las niñas mayores de la casa
hogar. Les expliqué que íbamos a romper las reglas porque esas
personas necesitaban nuestra ayuda. Su respuesta fue
maravillosa. En dos días lavaron bolsas para dormir y
colchonetas, acondicionaron tres salones, dibujaron carteles de
bienvenida, dejaron todo listo y se pusieron a esperarlos con el
corazón abierto. Estamos muy orgullosas de ellas.
Los esperaban para una tarde de miércoles y llegaron después
de medianoche. Traían chinches y piojos, su ropa estaba
impregnada. Hongos, sarna. Y un equipaje de ansiedades de todo
tipo. Esa noche uno intentó suicidarse, varios escaparon, sólo
para regresar a los pocos minutos. Tres tuvieron que ser
internados de urgencia en instituciones siquiátricas.
“Las instituciones privadas no respondieron al llamado. Pero la
sociedad civil sí lo hizo. En pocos días la casa se llenó de
voluntarios, ropa nueva, comida, enfermeras, maestros, sicólogos
y el apoyo del Servicio de Atención Siquiátrica. Así logramos
establecer cierto orden e integrar sus fichas médico-sociales.
“Pero canalizarlos fue otro cantar. Me pasé horas, días,
haciendo llamadas telefónicas y la respuesta siempre fue: no.
Cuatro días después la JAP me mandó una lista de instituciones
que pude haber sacado de Internet. Y punto. Eso fue todo lo que
hizo.”
Su conclusión: No hay suficientes espacios para menores y
mujeres abandonados, pero para los varones mayores de 18
años y hasta 50 el vacío es absoluto. No hay lugar para ellos.
A más de un mes de la intervención policiaca, en el DF fueron
canalizados 47 a distintas instituciones. Diez se han escapado de
los centros asignados y regresaron a la casa de las niñas.
–¿Por qué se escapan?
–Porque los vuelven a encerrar.
El reto con ellos es, en opinión de María Mar, lograr que estos
adultos, preparados para un oficio pero domados a golpes,
puedan construir su futuro integrados a una vida productiva.
Conseguirlo es el único paso que los separa de una vida en la
calle y en la criminalidad. Eso no es otra cosa que prevenir el
delito.
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