Gracilaso de la Vega El sello dual del Renacimiento español, que consiste en la coexistencia de la continuidad y de la ruptura, se ilustra, entre otras, por la coexistencia de dos corrientes de la poesía: la de estilo popular, recogida en los Cancioneros (como son los de Hernando del Castillo y de Pedro Manuel Urrea) y la italianizante. Se trata de corrientes que se refuerzan mutuamente y que se encontrarán en la poesía de todo el Siglo de Oro. Cervantes, fray Luis de León, Lope – autores de probada pericia en el manejo de las formas italianas – utilizarán a menudo las formas populares en su lírica. Para el surgimiento de la lírica italianizante en España hay una fecha clave: 1526, cuando Juan Boscán se encuentra en Granada con Andrea Navagero, quien le insta a que pruebe “en lengua castellana sonetos y otras artes de trobas usadas por los buenos poetas de Italia”. Dada la política imperial en Italia, las relaciones de España con Italia ya eran fuertes, pero se trata ahora de la fecundación de la cultura italiana, o sea de la difusión de la corriente renacentista, en España. En la poesía nace una “generación” 1 de “italianizantes” con Boscán y Garcilaso, Diego Hurtado de Mendoza, Hernando de Acuña y Gutierre de Cetina, aunque no falten críticos acérrimos de esta tendencia novadora. El máximo representante de la reacción antiitalianizante es Cristóbal de Castillejo, que, a pesar de su educación humanista, delataba la virtual pérdida de prestigio de la lengua española en el momento en que la moda italiana invadía la península Ibérica. Petrarca ya había sido conocido en España, sonetos ya había intentado componer el marqués de Santillana, pero la diferencia radica ahora en la influencia que aúna el temario con la forma. Es por esto la métrica adquiere valor sintomático y las “trobas” italianas representan el signo de la modernización. Con este nuevo estilo poético penetra también el temario renacentista, como el sentimiento de la naturaleza, el afán idealizador surgido de las teorías neoplatónicas, el resurgimiento del bucolismo 2 y de la mitología griega, cuyas figuras más presentes en la época son Hero y Leandro, Dafne y Apolo, Ícaro y Faetón. Juan Boscán (n. Barcelona, entre 1487 y 1492, m. 1542) es un humanista cortesano, gran viajero por Italia y educado en el espíritu del humanismo (entre otras, fue preceptor del duque de Alba). Las influencias principales que recibió fueron las de Petrarca y Ausias March, y entre sus poemas se destaca Epístola a Mendoza, escrita en estilo horaciano, dedicada a la paz hogareña, y sobre todo su traducción de Il Corteggiano de Baltasare Castiglione. No sólo que este libro fue uno de los más influyentes del Renacimiento español, sino que la traducción de Boscán es una de las más logradas, a tal punto que “por este solo libro merece ser contado Boscán entre los grandes artífices innovadores de la prosa castellana en tiempo de Carlos V”. Es sin embargo el amigo de Boscán quien se convertirá en la figura más representativa de este período. Gracilaso, encarnación del ideal de la época, soldado y poeta destacado, nace en Toledo entre 1501 y 1503. En 1520 se halla en la corte de Carlos V, siendo nombrado contino (cargo de la guardia real en que sólo eran admitidos individuos de la más distinguida nobleza). En 1522 participa en la malograda expedición 1 El término lo emplea A. Zamora Vicente, a sabiendas de su carácter un poco forzado, dado que una generación literaria, además de la proximidad de la fecha de nacimiento de sus integrantes, tiene como condición un programa común y unas relaciones más o menos estrechas entre los escritores que la componen. 2 El italiano Sannazaro, autor de Arcadia (1504), es el que reintroduce el temario bucólico, que gozará de muchos seguidores, entre ellos el español Jorge de Montemayor, autor de uno de los libros más leídos e imitados de la época, Diana (1558). organizada por los caballeros de San Juan para defender de los turcos la isla de Rodas, en 1523 tomó parte en la campaña de Navarra contra los franceses, recibiendo por eso el hábito de caballero de Santiago. Entre 1523 y 1529 acompaña a la corte real en sus diversas residencias (Valladolid, Burgos, Toledo), donde se destaca por su cultura, ingenio y belleza física y donde traba una gran amistad con Boscán y Pedro de Toledo (tío del duque de Alba y padrino del poeta a su ingreso en la orden de Santiago). Por estas fechas se le nace un hijo natural, don Lorenzo, fruto de las relaciones con Elvira, moza extremeña, al que el poeta no olvidó en su testamento. En 1525 se casa con doña Elena de Zúñiga, matrimonio que según parece es obra de la intervención del Emperador y de doña Leonor de Austria, pues Elena era dama de esta Infanta. A diferencias del matrimonio de Juan Boscán, que gozó de una gran felicidad hogareña en compañía de Ana Girón y sus tres hijos, el de Garcialaso es no es un matrimonio feliz. En este período escribe los primeros sonetos (XIII, XXIX, XXXI, XXXVIII). En 1526 se traslada de Lisboa la doña Isabel de Freyre, dama de la doña Isabel, la futura emperadora. La belleza de la Freyre, encarnación del ideal renacentista, ya lo había inspirado en Portugal al gran poeta luso Sá Miranda, y en España deslumbrará a Gracilaso. Es posible que al principio la dama haya visto con simpatía sin más al poeta, pero sus amores no fueron correspondidos, a pesar de la ardorosa pasión del poeta, que le escribe: “Yo no nací sino para quereros, / mi alma os ha cortado a su medida; / por hábito del alma misma os quiero; / cuanto tengo confieso yo deberos; / por vos nací, por vos tengo la vida, / por vos he de morir y por vos muero”. En 1529 doña Isabel se casa con el bondadoso D. Antonio Fonseca, apodado “el Gordo” y que, como se burlaban los cortesanos humanistas, “en su vida hizo copla”. La repercusión de este acontecimiento en la poesía de Gracilaso se puede leer en el soneto XXXII y en la canción II, cuyo estribillo reza “!Quién pudiera hartarse / de no esperar remedio y de quejarse!”. Desde julio de 1529 hasta abril de 1530 Garcilaso estuvo en Italia con el séquito de Carlos V cuando éste fue a recibir de las manos del Papa la corona imperial. Hizo su testamento en Barcelona, en julio de 1529 y su nobleza moral se delata en el hecho de que se no olvida a nadie e insta a que se pagasen sus deudas remotas. Los meses que pasó en Italia parecieron serenarlo y hacerlo contemplar la anormalidad de su amor por Isabel de Freyre (Soneto VI), aunque con seguridad no lo curaron por completo (Canción IV). Los consejos de fray Severo, preceptor del duque de Alba, tal vez lo ayudaron en superar sus crisis. A mediados del 1530 marchó a Francia, con un encargo muy importante de parte del Emperador, lo que muestra la confianza que se le tenía. Pero un suceso relacionado con la boda secreta de su sobrino, llamado también Garcilaso de la Vega, con doña Isabel de Cueva, al cual el poeta fue testigo en Ávila le hizo perder la confianza de los emperadores 3 . Su carrera militar sigue su curso, y se va a Ratisbona, para acudir en socorro de Viena amenazada por Solimán el Magnífico. La ira del Emperador lo sigue, y el poeta conoce un corto encarcelamiento en Tolosa, el destierro en la isla de Danubio y el traslado en el destierro en Nápoles. Con todo eso, los años pasados en Nápoles son los de su mayor actividad literaria, pues es en esta época cuando traba importantes amistades con autores italianos, entre ellos Bernardo de Tasso y cuando conoce un nuevo amor, no tan desgarrador, por una dama cantada en los sonetos VII, XXVIII, XXXV, XXXIII, XIX; XXX, XXXI. También en esta época escribe para Violante Sanseverino la canción a la Flor de Gnido y tiene un trato seguido con sus compatriotas Juan de Valdés y Juan Ginés de Sepúlveda. Desde Nápoles envía Garcialaso Il Cortegiano de Castiglione a 3 De hecho, una cédula de 4 de septiembre de 1531 anula este matrimonio. Juan Boscán para que lo traduzca al español, con una carta que figura como prólogo a su traducción publicada en Barcelona en 1534. En 1533 el poeta realiza un corto viaje a España, haciendo alto en Barcelona y Toledo. De regreso a Nápoles escribe la égloga II, homenaje a la casa de Alba y especialmente al Duque D. Fernando, que está representado en el poema por el pastor Albanio, y a la duquesa representada por la pastora Camila. La muerte de doña Isabel de Freyre, ocurrida entre 1533 y 1534 al dar a luz a su tercer hijo inspiró a Garcilaso sus dos composiciones más famosas: la égloga I y el soneto X. En agosto de 1534 viene de nuevo a España, por la última vez, con una carta de recomendación de parte de su amigo el virrey don Pedro, quien pide al emperador que nombre al poeta para la comandancia del castillo de Reggio (Calabria) y traiga allí a su familia. Esta petición fue descartada por el Emperador, todavía enojado, pero con la ocasión de este viaje, Gracilaso visita la sepultura de su dama (soneto XXV) y de regreso a Nápoles compone la epístola en versos a Boscán. En 1535 participó en la expedición de Túnez donde fue herido (soneto XXXII), y de regreso, en Sicilia, escribe la elegía II que muchos ven como la expresión del presentimiento de su propia muerte. La elegía I fue compuesta tal vez bajo la inspiración de la muerte del joven Bernardino de Toledo, hermano joven del Duque de Alba En 1536 se va a Roma para apoyar a las tropas del emperador en contra de los franceses que habían invadido la Saboya y amenazaban caer sobre el ducado de Milán. El emperador da muestras de renovar su simpatía y lo nombra maestre de campo, jefe de 3000 soldados, en cambio esta muestra del favor imperial le que atrae la envidia de muchos compañeros de armas. “Entre las armas del sangriento Marte” escribe la égloga III, probablemente su última composición. El día 19 de septiembre de 1536, en Provenza, unos arcabuceros franceses agredieron a los soldados españoles desde las torres de Muy y una gran piedra alcanzó al poeta cuando escalaba la torre. Llevado a Niza, acabó sus días el 13 o 14 de octubre de 1536. Dos años después su viuda hizo traer sus restos mortales a Toledo, en la iglesia de San Pedro Mártir. Los otros tres poetas de la “generación”: Diego Hurtado de Mendoza (Granada 1503-1575), Hernando de Acuña (1520-1580) y Gutierre de Cetina (1520-1557) son, igual que Garcilaso poetas-soldados (los últimos dos 4 ) o diplomaticos (el primero). Como él estuvieron en Italia y se compenetraron del espíritu renacentista. Mendoza es el más arraigado en la poesía castellana anterior, aunque Acuña y Cetina también escribieron en metros cortos. La obra de Garcilaso es muy escasa y está constituida por 40 sonetos, cinco canciones, dos elegías, una epístola y tres églogas, además de ocho coplas castellanas y unas odas latinas. Las principales influencias son las de Virgilio, Petrarca, Sannazaro, Ariosto, pero el poeta alcanza la originalidad máxima por una tonalidad propia, cuyos tres rasgos predominantes serían “dulzura, tristeza y gravedad”. La obra de Garcilaso fue publicada en 1543 junto con la de Boscán y se independizó en 1569. Sus églogas han sido siempre consideradas la cumbre de su arte, los lectores leyendo en ellas la aceptación de la tristeza de su destino y la conversión del dolor en belleza. Las características más destacadas del estilo de Gracilaso son la elegancia, la distinción, la musicalidad del verso. Su criterio lingüístico expuesto en su epístola a doña Jerónima Palova de Almógavar, recogida por Menéndez Pelayo, consiste en elegir términos “no nuevos ni desusados de la gente”, pero al mismo tiempo “muy cortesanos y 4 Cetina tuvo también una trayectoria americana, muriendo en México en 1557. muy admitidos de los buenos oídos”. En suma, sus grandes virtudes brotan de la naturalidad y de la selección atenta de los vocablos 5 . Rafael Lapesa comenta: “bajo esta simplicidad se oculta una elaboración cuya máxima elegancia consiste en no hacerse notar”. Gracilaso da un nuevo brillo al español, ilustrado por el contacto con el latín, que el poeta humanista conocía a fondo. Prueba de ello son las voces usadas por Gracilaso con su significado latín: animoso (soplador), dañar (reprobar), diverso (vacilante, irresoluto), estudio (afán, interés). La obra de Gracilaso se destaca por su musicalidad y su gran sentido plástico, y puede ser vista como la máxima encarnación de la atmósfera renacentista cuyo foco principal es Italia. Lo que importa no obstante de Italia es precisamente la afición al análisis de los sentimientos subjetivos y el culto a la expresión libre, armónica, natural. Los rasgos principales del Zeitgeist renacentista existen en su obra: el sentimiento de la naturaleza, el manejo de una serie de tópicos mitológicos, que conocía perfectamente como toda la gente cultivada de su época. Gracilaso siente una afinidad especial por el mito de Orfeo, así como por los amores desdichados de Venus y Adonis, Hero y Leandro, Dafne y Apolo. Su cultura humanista, sus genio poético y sus dotes de cortesano y soldado hacen de Gracilaso uno de los máximos representantes del Renacimiento europeo. 5 De hecho, pocas veces sale de esta norma, pero siempre con fines expresivos, como lo pone de relieve el uso del verbo “somorgujó” en la Égloga III, tan bellamente comentado por Dámaso Alonso en Poesía española.