Oficina Soviética DV D ’ S Joris Ivens: Grandes éxitos Joris Ivens, Wereldcineast (o sea, traduciendo, Joris Ivens, Cineasta del mundo) Europese Stichting Joris Ivens, Amsterdam, 2008 DVD 1: El tipi (1912) –Estudios de movimientos en Paris (1928) –El puente (1928) –Lluvia (1929) [en cuatro sonorizaciones distintas] –Philips Radio (1931) –Komsomol (1933) – Nueva tierra (1933) [en dos sonorizaciones distintas]. DVD 2: Borinage (1934) –Tierra de España (1937) [con dos comentarios distintos] –Los Cuatrocientos Millones (1939) –La electrificación y el pueblo (1940). DVD 3: Indonesia os llama (1946) –El Sena ha encontrado París (1957) –...a Valparaíso (1957) –Rotterdam, puerto de Europa (1966 –Para el mistral (1966). DVD 4: El paralelo 17 (1968) –La farmacia número tres, Shangai (1976) y Un historia de un balón (1976) [fragmentos de Cuando Yukong desplazó a las montañas]. DVD 5: Una historia de viento (1988). Bonos: Cine mafia (1980) de Jean Rouge –Testigos: Joris Ivens (1983) de Robert Destanque. (Duración apromimada: quince horas.) O sea, tocada y hundida. El submarino de la Puri pierde agua por todas las costuras. ¿A quien se le ocurre decir que a Joris Ivens no lo va a editar nadie? ¿Que nunca veríamos editada Tierra de España? Pues sí. A mí. ¿Qué pasa? Que ahora va la Fundación Joris Ivens y saca un cofre para que no se diga (¡y me deja a mí en entredicho!). Claro que, después de lo de Kluge, lo llevo bien. Donde dije digo, digo Diego, y quedo como una señora. (Ya me dirás tú, ¡qué remedio!) Dicen que Joris Ivens no está de moda. Por lo tanto, fijo, que allende está de rabiosa actualidad. Por supuesto, no lo está por estos andurriales –apegados a la moda y al diseño–, pero sí lo está en Holanda, Francia y Estados Unidos. En diciembre de 2008, la Fundación Joris 84 / El Viejo Topo 84 / El Viejo Topo Ivens y el Filmmuseum de Amsterdamm editaron un cofre (con cinco DVD subtitulados en holandés y en inglés, y un libro de 544 páginas, muy bonito, pero sólo en holandés), que sale a 61,20 euros, portes incluidos. El canal francés Arte patrocina la edición en dos cofres (73,68 euros, sin libro pero subtitulado en francés, que se agradece). La organización Facets prepara también una edición para Yanquilandia. En otro siglo quizá los traduzcan aquí, pero no lo tengo yo muy seguro. Por lo tanto, y sin que siente precedente, vamos a explayarnos sobre unos vídeos que, fijo, no llevan la eñe en los subtítulos. Rindiendo cuentas La verdad es que, tratándose de Joris Ivens, quince horas de metraje apenas dan para un grandes éxitos, y poco más. En total, son diecinueve películas (o veinte, dado que hay dos episodios de Cómo Yukong desplazó a las montañas que son la friolera de 12 películas). ¿Es mucho, poco o nada en comparación con la obra del señor? Pues ni pajolera idea. Porque no está nada claro cuántas hizo. Empecemos por el final. André Stufkens, el autor del libro que va de regalo con la edición holandesa, afirma tan tranquilo que la filmografía de Ivens es de 79 películas (sin contar las doce, que todos la cuentan como una), aunque sin entretenerse demasiado en contar si son películas perdidas, si son películas encontradas, o si son películas de un día. Hans Schoots, autor de la interesante biografía Joris Ivens, Vivir peligrosamente, no quiere ser menos y da también un total de setenta y pico, pero tampoco dice nada de qué películas son. Bueno, francamente, no me lo esperaba. Yo con la mitad ya pasaba, la verdad. Setenta y tantas me parece una pasada. Suerte que por la red me he encontrado a un tío llamado Ian Mundell, que es la mar de majo, donde (además de decir cosas muy sensatas) da la cifra de 56 (pero con películas totalmente invisibles) y de 47 (sólo con películas constantes y sonantes). Cuarenta y siete es el número que da también la página de IMDB (que, sin embargo, no siempre acierta), aunque, por una vez, tiendo a estar de acuerdo. Mundell descuenta de entrada las películas que nadie ha visto (ni puede ver). Elimina las películas familiares y experimentales inacabadas. Quita los Noticiarios de VVVC (Asociación para la Cultura Popular, de creencias comunistas), que eran películas de un día, para pasar en salas de los sindicatos y demás espacios de mal ver. Entonces sólo quedan 47 que se pueden ver... raramente. (Por ejemplo, las películas de los países del este, sin ir más lejos.) De hecho, le mitad coincide con la etapa Helene van Dongen (que va de 1927 a 1944) que, por la Oficina, consideramos de lejos la mejor. Helene (19092006) era la montadora de sus trabajos y, además, era su amante. Finalmente, en 1944, se casó con ella... para dos días más tarde, fugarse con otra. Os juro que es verdad: sólo dos días. La verdad es que la pobre da algo de penita, ¿verdad?, cuando los que entendían (Paul Rotha, por ejemplo), flipaban viendo sus montajes. Ivens confiesa que era dulce e inteligente, aunque Hans Schoots, el biógrafo, intenta salvarle la cara a Ivens, y dice que Helene tenía mal carácter. El chucho y los hombrecitos de la oficina suspiran y dicen embobados: “no se puede para el Cine tener todo”. ¡Ay! (Y digo esto porque resulta que Helene, de aspecto, estaba lo que se dice muy mona. De ahí el embobamiento de este hatajo de machistas con chucho, ¡como si lo viera!) El origen del cine militante, ¿dónde sino? O séase, en resumiendo, diecinueve títulos (o veinte) es más o menos la mitad. No es una integral, pero no está nada mal, ¿verdad? Eso sí, fijo que la cosa puede venderse como “lo mejor de lo mejor”, porque está lo mejorcito de Ivens. Dejemos de lado la primera, El tipi (1912) –para unos, una simple peliculita familiar; para otros la pionera del Sopa-de-guisantes western (precedente directo del Spaghetti western–, porque el maestro sólo tenía catorce años y no puede ser juzgado. Pero las demás ocupan un lugar en la historia del cine. Están todas las que atestiguan a Joris Ivens como un maestro de la vanguardia –de El puente (1928) a la Nueva Tierra (1933)– y, después de Borinage (1934), están las obras que contribuyeron cinematográficamente a intentar cambiar el mundo. ¡Una cámara recorre el mundo, la cámara de Joris Ivens! Cineasta del mundo no es un mal apelativo, reconozcámoslo. Borinage fue la primera película militante que se conoce. Estaban un grupito en París tomándose unos vinos en la Closerie des Lilas. Buñuel había terminado Tierra sin Pan, y andaban considerando la posibilidad de encontrar otra región donde el capitalismo mostrara su peor jeta. El belga Henri Storck señaló Borinage, feudo del hambre y la miseria contra los mineros. En 1932 hubo una huelga general, fallida, en toda la cuenca. Frente a la debilidad obrera, el capital mostró su morro más mezquino y mordedor. Lo típico, vamos: bastonazos, despidos, desahucios y reducciones de salarios. El partido comunista belga intentaba hacer una película sobre estas salvajadas y quienes las sufrían. Ivens y Storck estuvieron de acuerdo. Por supuesto, tratar con comunistas no era ningún problema. Las malas compañías –esencialmente, su mujer de entonces, Germaine Krull– le habían llevado muy pronto, en 1923, a frecuentar manifestaciones y otros eventos comunistas (se inscribió en el partido comunista en 1935). En realidad, era conocido como “Boris Ivens”. Aunque no hay que alarmarse por ese cambio de nombre. Ni Joris ni Boris: el menganito tiene un libro de familia a nombre de George Henri Anton Ivens (1898-1989). El Club de l’Écran belga, el Socorro Rojo y algunas personas a título individual (entre ellos, abogados, por lo que pudiera pasar) formaron el equipo de producción. Rodar estaba prohibido y la policía estaba caliente y mosqueada, por lo que el plan de rodaje fue, poco más o menos, “rueda el plano y corre”. Los aparatos los llevaba El Viejo Topo / 85 cine de cárcel por un trozo de celuloide que denunciaba el mal social. Poca broma: esos tíos merecen nuestro respeto, se llamen Joris Ivens o Manuel Esteban. Borinage Ivens con Dos Passos y Hemingway. escondidos un perfecto desconocido. El material rodado era trasladado diariamente a Bruselas. Ivens y Storck dormían cada noche en un lugar distinto. Les cogieron varias veces, pero al no encontrar cámara ni película los tuvieron que dejar (de mala gana, eso sí). La manifestación con la imagen de Marx la hicieron al salir el sol y se dispersaron; cuando llegó la policía ya no había nadie y empezaron a dudar de que alguien hubiese podido manifestarse al alba. Cuando tuvieron la película terminada no hubo ninguna distribuidora que quisiera hacerse cargo de ella. El 6 de mayo de 1934 se estrenó en Bruselas y después donde se pudiera. Pero pronto empezaron las reacciones furibundas contra la peliculita. Que hacer una cosa así era impropio de un vanguardista, decían. (¡Habrase visto! ¡Películas vanguardistas protagonizadas por muertos de hambre! ¡Qué descaro!) Toda la prensa aburguesada se puso a desgañitarse contra Ivens. Había nacido un tipo muy especial de película, como él mismo señala: el cine militante, que tiene su máximo valor social en lo que se jugaban los implicados en rodarlo y en exhibirlo. A veces, la muerte o años 86 / El Viejo Topo Tierra de todos los demonios Bueno, total, le hicieron el vacio. Pero no así en el país de los yanquis, que recibieron Borinage como un documental agudo y punzante. Estaba allí cuando Franco la lió contra la república de trabajadores. Los intelectuales de izquierdas norteamericanos querían recaudar dinero pero necesitaban una excusa. Una película iría de primera, pero... ¿quién la hace? Porque hacer una película era meterse en un país en guerra, ni más ni menos. Pero como Ivens ya no era un cineasta de vanguardia, dicen, aceptó el desafío. Vino a España, rodó Tierra de España, y la enseñó al exterior, generando solidaridad y apoyo. También hizo algo más: cobró conciencia de lo que hacía. Se ve que andar todo el día bajo las balas despierta a cualquiera. Aceptó su presente y trazó su futuro. Tierra de España era igual que Borinage, pero más claro: rodar una guerra significaba jugarte la piel lo mismo que los que filmabas. Sin más. Rodó la dúplice lucha de los campesinos españoles: por el agua del Tajo para sembrar y contra el fascismo. Conseguir la irrigación de unos campos sirve de contrapuntos a los combates de la Ciudad Universitaria de Madrid, los cadáveres y los bombardeos. A mí, cuando leí por primera vez al holandés errante éste, me llegó al alma algo que decía sobre el después de un ataque. Alguien se disponía a rodar a la gente después de un bombardeo. Ivens lo impidió terminantemente: antes de rodar había que ayudar a las víctimas y, sólo después, rodar. O séase: un plano no vale una vida humana. Esto lo aprendió en España (y yo, modestamente, lo aprendí de él). Claro que ahora, cuando he buscado la cita, no está en la edición italiana de Io-cinema: autobiografia di un cineasta, el libro que le dictó a Jan Leyda. ¡Glubs, tierra trágame! ¿He vivido casi veinte años contando una trola? Bueno, estar, sí está, pero no está literalmente. El recuerdo es sintético: mezcla dos párrafos distintos a lo largo de cuatro páginas. Primero cuenta con todo lujo de detalles un bombardeo sobre la población civil, aunque no aparece ninguna orden de no rodar; y luego, reflexionando sobre el rodaje de películas sobre la guerra real, explica que hay que ser muy consciente de las vidas que se ponen en peligro. Pero va la Puri, lo mezcla todo, y obtiene una frase fetén. ¡Ay, Alexandra Kollontai, en qué líos me meto! De todas maneras, mi memoria está volviéndose harto sospechosa. Le he propuesto al chucho Gógol cambiármela por la suya, pero el condenado ha dicho que no con la cabeza y ha seguido leyendo La obra de los pasajes de Walter Benjamin. ¡Paciencia! cine El peliculero del siglo veinte La primera guerra fría la pasó al otro lado del telón de acero. De este período no hay ni una, ni media, ni nada. Ivens, que no era tonto, empezó a darse cuenta de que allí, cuando veían un descosido entre partido y pueblo, se disolvía éste y se elegía otro más respetuoso con el partido. Y, como quien no quiere la cosa, a la primera de cambio se fue a París y se quedó a vivir allí. Ahora bien, si quería seguir haciendo películas, había que dar la campanada. Vale: la dio. O sea, no era enteramente nueva, pero era cantidad de bonita: El Sena encuentra París (1957) tiene reminiscencias de El puente y Lluvia. Junto a ...a Valparaíso (1962) fue seguramente el Ivens más fácil de ver, más que nada porque era el único en el que no se veían rojos echando tiros contra los imperialistas. El chico parecía tranquilo, pero va y se enamora (por enésima vez) y empieza su último período, que llamaremos “Marceline Loridan” –más que nada, porque era coautora de las películas– y que pasa exclusivamente por el extremo oriente: China Popular, Laos y Vietnam. El chico dice que también se enamoró de China y de los chinos, por lo que les dedicó el corto –por llamarlo de algún modo– de Cómo Yukong desplazó a las montañas. Pero la historia prefirió otras cintas: las que recorrieron el mundo entero apoyando la heroica lucha del pueblo vietnamita por su liberación. Es decir, El paralelo 17. Era Tierra de España ambientada en Vietnam. La lucha por la vida y contra el imperialismo. Nada más, pero nada menos: un pueblo viviendo en subterráneos contra el agresor americano (amo del cielo y de los bombarderos). Ya se sabe. Tú propones, y la historia dispone: así es la vida. Fin de fiesta: La internacional, y a casa Las beatas de Douro, faina fluvial (1931) de Manoel de Olivera dicen que se nota la influencia de Walther Ruttman, pero en la oficina soviética, después de mirarla mucho, lo único que vemos es la sombra de Dziga Vertov y Joris Ivens. La verdad es que Komsomol (o La canción de los héroes, 1933) de Ivens se parece a Sinfonía del Donbass (1932) de Dziga Vertov. Parece, pero no es, claro. A Dziga Vertov le importa un pimiento la dramaturgia de la película. Cada cambio de plano es igualmente importante. Los últimos igual que los primeros o los de en medio. El holandés no. Su película estará acabada cuando tenga un final. En este sentido, los finales de Ivens son de escrupulete: los camiones de Komsomol, la detención del piloto norteamericano en El paralelo 17, etcétera. A veces, el final está dado en el principio: El puente y Lluvia. Todo lo más, un par de juegos de montaje con el tiempo, como homenaje al país de los bolcheviques, en el que rodaba Komsomol. Aunque, de propio, Ivens evitaba hablar de la profesión. Más bien hablaba de amigos; eso sí, amigos que estaban repartidos por el todo el mundo (y que, mira tú por dónde, eran primeras figuras en esto de hacer cine, pintura, música y literatura). Cuando largaba, había dos temas estrella, uno al comienzo y otro hacia el final de su andadura como corredor de fondo en eso de rodar y salir pitando. Los bonos del paquete van llenos de ese tipo de declaraciones. El tema habitual era cómo hacer cine. Cine documental, claro. Le gustaba explayarse sobre esto, la verdad. Que todo era cuestión de escoger el encuadre: ni más para arriba, ni más para abajo; ni un poco a la derecha ni demasiado a la izquierda. El encuadre y, claro, el momento justo para rodar. Ni antes ni después: entonces. Aunque, me perdonaréis, a mí me falta la duración del plano y su engarce con el que le precede y el que le sigue. Aunque, en eso, él estaría de acuerdo: el encuadre, el momento... y Helene van Dongen en la sala de montaje. Entonces sí: sólo esa imagen y ninguna otra, fijo. El segundo tema era histórico, por así decirlo. Se trataba de explicar –pero no justificar, ¿justificar, de qué?– por qué era comunista. Él que, a pesar de su amor por los chinos (o precisamente por esto), su última acción política fue tomar partido, en 1989, por los estudiantes chinos de la plaza Tienanmen y contra el gobierno que ordenaba su represión, siguió empero manteniendo sus creencias socialistas y comunistas. De los países del este, tuvo bastante claro que una cosa era el pueblo y otra muy distinta su gobierno. Cuando pueblo y gobierno divergían la cosa era bastante más dolorosa (por no decir letal, idealmente hablando) que las mordeduras de los perros de presa del capital. Sabía también que los críos de las democracias accidentales (u occidentales) no compartían su ideario (o no lo comprendían). Entonces, el padre de familia del cine militante se vestía sus mejores galas y contaba cómo eran los años veinte y treinta del pasado siglo, y cómo en casi todo el mundo se produjo el matrimonio entre vanguardia artística y militancia comunista. No se puede decir que no fuera claro, la verdad. A unos les hará pensar (y actuar). A otros, pues no. Peor para ellos: volverán a encontrarse en el mismo sumidero moral del capitalismo, bañándose en las pútridas aguas del cálculo egoísta. O algo peor. Bueno. Dicen que la crisis económica no afecta al consumo cultural, sólo cambia su forma. ¿Será que se van a poner de moda las integrales (como las de Eisenstein, Vigo, Angelopoulos o Kluge) o los grandes éxitos (como Ivens)? O será... ¡No es posible! ¿...será que finalmente el lector hará caso de los consejos que da la oficina, o sea, yo? Bueno, no sé. No creo. ¿O sí? La Puri El Viejo Topo / 87