El sombrero y la mantilla: moda e ideología en el costumbrismo

Anuncio
José Escobar
El sombrero y la mantilla: moda e
ideología en el costumbrismo romántico
español
2003 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales
José Escobar
El sombrero y la mantilla: moda e
ideología en el costumbrismo romántico
español
El propósito de esta comunicación es mostrar cómo la ideología del costumbrismo y las
actitudes conflictivas que dicha ideología implica, se manifiestan en un asunto especifico:
la moda. Los modos de vestir en aquellos años de la década de 1830 plantean todo un
conflicto ideológico entre los tradicionalistas y los renovadores.
La principal novedad de este trabajo consiste en aportar ciertos textos de Larra (hasta ahora
completamente desconocidos) sobre este conflicto.
El costumbrismo romántico queda constituido en los últimos años de la ominosa década, al
final del reinado de Fernando VII, por una nueva generación de jóvenes escritores que
surge por entonces y que va a alcanzar su plena expansión a la muerte del rey absoluto,
uniéndose a la generación anterior de los liberales que vuelven del exilio. Bretón de los
Herreros en el teatro, Estébanez Calderón, Mesonero Romanos y Larra en los periódicos
consagran en aquellos años las tendencias de la literatura costumbrista.
El surgimiento de estos nuevos escritores se sitúa en unas circunstancias históricas, a partir
de 1827, 1828, en que las condiciones económicas y sociales del país obligan al régimen de
la monarquía absoluta a introducir ciertas reformas con que se intenta frenar las presiones
democráticas de los liberales constitucionalistas y dar solución a la crisis económica en que
se encuentra el régimen.
Este programa reformista favorece intereses sociales y económicos dialécticamente
vinculados con la ideología política del moderantismo (la llamada «libertad bien
entendida») que iba a preparar la sucesión de Isabel II frente a las pretensiones inmovilistas
de Don Carlos.
Coincidiendo con este reformismo moderado, surge una literatura de carácter nacionalista
cuyas manifestaciones más patentes son la doctrina del nacional-romanticismo, o el
romanticismo histórico, que propugna Agustín Durán y el costumbrismo que se fragua en
los periódicos de la época. Es una literatura que al mismo tiempo que se declara
renovadora, según las tendencias europeas del momento, preconiza una ideología
nacionalista en contra del liberalismo revolucionario que amenaza disolver el espíritu
nacional sustentado en lo que se considera la auténtica tradición española, es decir, una
literatura españolista, castiza y ortodoxa. Se trata de reivindicar el asado nacional contra la
hegemonía de las modas francesas tanto en política, como en literatura y costumbres.
En el mismo año 1828 aparecen el Discurso de Durán y los primeros artículos de
costumbres de nuevo cuño en el Correo literario y mercantil inaugurando el género que
iban a desarrollar poco después Estébanez Calderón y Mesonero Romanos en las Cartas
Españolas.
Una de las reformas aperturistas del régimen consiste en la autorización para que aparezca
de nuevo en Madrid la prensa periódica hasta entonces absolutamente prohibida. El
encargado de llevar a cabo esta operación es un personaje ambiguo, José María de
Carnerero, que lanza sucesivamente el Correo literario y mercantil, las Cartas españolas y
La Revista Española, siguiendo el viento que sopla en cada momento.
Es en estos periódicos del sistema donde queda constituido el costumbrismo que podríamos
considerar oficial, defensor de los valores tradicionales y del régimen constituido. Como es
sabido, este costumbrismo, sirviéndose de un modelo foráneo, como es Jouy, tiene una
preocupación constante de reivindicar lo español castizo frente a la imagen falseada de
España que ofrecen los libros de viajes de escritores extranjeros, así como frente a la
invasión de usos y costumbres foráneos en unos momentos de cambio social en que lo
nuevo siempre se identifica con lo extranjero, mientras que lo tradicional está en trance de
desaparecer.
Todo ello produce en los costumbristas una crisis de identidad nacional expresada por
Mesonero Romanos cuando, ante el peligro de la desaparición del españolísimo brasero,
objeto al que el autor atribuye nada menos que esencias nacionales cuando lo califica de
«brasero nacional», se lamenta, en función de su nacionalismo.
«El brasero se va, como se fueron las lechuguillas y los gregüescos, y se van las capas y las
mantillas, como se fue la hidalguía de nuestros abuelos, la fe de nuestros padres, y se va
nuestra propia creencia nacional». Tengamos esto en cuenta para lo que luego vamos a
decir: Entre lo que ya se fue y lo que se está yendo, las capas y las mantillas desaparecen
junto con la creencia nacional.
Frente al costumbrismo de los periódicos del sistema durante la ominosa década, Larra
lanza en El Pobrecito Hablador lo que podríamos llamar un costumbrismo «contestatario».
En realidad se trata de un anticostumbrismo en cuanto se opone a los presupuestos mismos
del costumbrismo nacionalista patrocinado por Carnerero. Si para Mesonero, el mal de la
sociedad que él intenta reflejar en sus artículos consiste, según sus propias palabras, en que
«esta sociedad... reniega de su historia», para Larra el problema está en esa misma historia,
en los obstáculos tradicionales que para el desarrollo social se han acumulado durante los
tres últimos siglos. La sociedad contemporánea que nos presenta en El Pobrecito Hablador
es la «masa, esa inmensa mayoría, que se sentó hace tres siglos».
Desde estas perspectivas valoran los costumbristas románticos la cuestión de las modas que
cambian como cambian las costumbres en general.
Larra, como profesional del periodismo, se ocupa consistentemente del tema de la moda
especialmente durante los años 1833 y 1834. Primero en el semanario Correo de las damas
y luego en la Revista Española.
El Correo de las damas era un semanario redactado por Larra desde su aparición en junio de
1833 hasta diciembre del mismo año. Era una revista dedicada a la mujer con atención
preferente a las novedades de la moda e ilustrada con figurines. En ellos podemos ver
muestras de la gran novedad del momento representada por los vistosos sombreros de
señora, diseñados en París, y que van sustituyendo en el Paseo del Prado a la severa y
castiza mantilla nacional.
Desde su periódico, Larra observa estos cambios con satisfacción, asumiéndolos como un
signo del espíritu renovador de los tiempos. El interés de Larra por las modas hay que
considerarlo dentro de su concepción totalizadora de la literatura costumbrista entendida,
según sus propias palabras, como la consideración del «hombre en combinación, en juego
con las nuevas y especiales formas de la sociedad».
Las costumbres cambian a medida que se transforma la sociedad en el proceso histórico de
un país y expresan la condición moral de esa sociedad.
Por ello, una sociedad libre refleja su libertad en las formas de vida nacional que son las
costumbres: en los paseos, bailes, fondas, diligencias, casas, diversiones, modas, etc., etc.,
en todas las actividades de convivencia.
Creo que Larra hubiera suscrito las palabras de Ortega, cuando en la Rebelión de las masas
dice que «la vida pública no es sólo política, sino intelectual, moral, económica, religiosa; e
incluye el modo de vestir y el modo de gozar».
¿Cómo se visten, cómo se divierten, según Larra, los españoles de su tiempo? Eso
dependerá del «modo de ver y de vivir la verdadera libertad».
En el Duende satírico del día, habla expuesto cómo se divertían los españoles en las
castizas corridas de toros, prueba, según él, de «barbarie y ferocidad».
En cambio, los civilizados jardines públicos que se había intentado introducir en Madrid
varias veces a imitación de los extranjeros no llegaban a prosperar. Las consecuencias
morales que deduce Larra de este hecho es que la sociedad española tradicional se sustenta
en una concepción de la vida que es la negación de la libertad y produce ese «oscuro
carácter» identificado normalmente con la gravedad castellana que le hace preguntarse:
«¿Tan grave y ensimismado es el carácter de este pueblo, que se avergüence de
abandonarse al regocijo cara a cara consigo mismo?»
El remedio consiste en el proceso histórico que haga desaparecer las costumbres de la
España antigua y promueva una concepción de la vida comparable a la de los otros países
europeos más adelantados: «Solamente el tiempo, las instituciones, el olvido completo de
nuestras costumbres antiguas, pueden variar nuestro oscuro carácter».
La sociedad ha de asumir ese proceso de cambio en función de una reivindicación de la
libertad, pues, a pesar de la Constitución, «un pueblo no es verdaderamente libre mientras
queda libertad no está arraigada en sus costumbres e identificada con ellas».
Esta identificación de las costumbres con la libertad, motivada por sus reflexiones sobre los
modos de diversión, se aplica también al modo de vestir, como «modo de ver y vivir la
verdadera libertad».
En un artículo de modas no coleccionado, aparecido en la Revista pocas semanas antes que
el citado sobre los jardines públicos escribe:
«A los que no ven solamente la corteza de las cosas, excusado es decirles que hasta en los
trajes se trasluce el espíritu dominante del siglo: la moda dominante de los gustos y
opiniones es la misma en punto a trajes que en punto a política y a literatura: su carácter
particular es la libertad».
En otro artículo de modas, de septiembre del mismo año nuestro autor expone con toda
claridad su concepción renovadora de las costumbres en general y de los modos de vestir en
particular. Me limitaré a leerles a ustedes algunos de los párrafos más significativos de este
importante artículo de Larra que confirma las ideas que hemos expuesto.
El cambio de las costumbres que provoca los lamentos nostálgicos y resignados de los
escritores casticistas, provoca en Larra una esperanzadora visión de la realidad nacional
proyectada hacia el futuro: «Nuestras costumbres varían diariamente, y no se necesita ser
grande observador para echar de ver que tanto en política como en literatura, semejante a
un barco que rompe rápidamente las ondas, vamos dejando atrás y perdiendo de vista la
España antigua para lanzarnos en la joven España». Esta proyección hacia el futuro es una
proyección de libertad.
Larra insiste en lo que habla expresado en su artículo sobre los jardines públicos a cerca de
los modos de ver y vivir en libertad, de su arraigo e identificación con las costumbres:
«Felizmente no son las reformas legales las que hacen marchar a un pueblo con más
seguridad y rapidez; las reformas que se hacen insensiblemente en las costumbres son las
más sólidas, indestructibles, las que preparan el terreno de las otras, y esas son felizmente
las que ningún ministro puede impedir».
«Tiemblan los tiranos ante una conspiración ¡Insensatos! Más debieran de temblar a la vista
de una diligencia, de un camino de «hierro, de una aplicación del vapor, de una fonda
nueva y de una elegante capota. Una conspiración se extingue en las gradas de un patíbulo:
la moda, empero, la reforma que en los usos y costumbres establecen los adelantos
mecánicos de la ciencias y de las artes, ni se arrastran ni se ahorcan».
Con respecto a la reforma de las costumbres españolas, Larra atribuye una gran importancia
a las emigraciones políticas, especialmente a la última, a la de los exiliados de la ominosa
década, recién llegados de nuevo al país en aquel año de 1834. Después de haber observado
los otros países europeos más adelantados, venían a «ejercer sobre su suelo una influencia
civilizadora». Según Larra, «donde más se hacen sentir los efectos de la emigración es en
los trajes».
El cambio se nota en el Paseo del Prado donde se manifiesta la vida pública del Madrid
romántico. El Prado se convierte para los costumbristas en el símbolo de la evolución social
«El Prado -dice Larra- comienza a presentar el aspecto de un pueblo libre». Y se pregunta:
«¿No hay cierta relación entre la Inquisición y aquella monotonía de la basquiña y la
mantilla, traje oscuro, negro, opresor y pobre de nuestras madres?
La mantilla y la basquiña estrecha de la señoras, y la capa encubridora y sucia de los
hombres ¿no presentaba el aspecto de un pueblo enlutado, oscuro y desconfiado?
Véanse, por el contrario, esos elegantes sombreros que hacen ondear sus plumas al aire con
noble desembarazo y libertad; esas ropas amplias e independientes, sin traba ni sujeción,
imagen de las ideas y marcha de un pueblo en la posesión de sus derechos: esa variedad
infinita de hechuras y colores, espejo de la tolerancia de los usos y opiniones. Esos gayos y
contrapuestos matices ¿no parecen un intérprete de la general alegría?
El Prado de ahora y de veinte años atrás -concluye Larra- son dos pueblos distintos, y
parecen, separadamente considerados, dos naciones distintas entre sí».
En el Prado ve una España diferente de sí misma Dos Españas distintas en su manera de
concebir la vida. La España antigua, es la España castiza, la España de la Contrarreforma,
de la Inquisición, que ha creado una mentalidad austera, sombría, monótona y triste. Frente
a esta España, Larra nos presenta una España joven, europeizada, alegre, tolerante, en
definitiva, libre.
Y de acuerdo con su concepción de las costumbres contrapone las dos Españas mediante el
simbolismo de la moda: por un lado la españolísima mantilla castiza y por el otro, el
moderno sombrero que llega de Francia.
La contraposición no podía ser más provocadora para los costumbristas castizos y los
románticos nacionalistas, desencadenando una reacción en defensa de la mantilla nacional
contra el extranjerizante sombrero.
El primero que sale en defensa de la mantilla es Antonio María de Segovia, El Estudiante,
precisamente en la revista Correo de las damas en que Larra habla mantenido su actitud
anticasticista con respecto de las modas.
Después de unos meses de interrupción, el Correo vuelve a aparecer en enero de 1835
redactado por Segovia.
En el primer número de la nueva época, el nuevo hace una profesión de fe en que declara
que si bien el periódico seguirá informando de la moda de París, tratará de «levantar en los
Pirineos una muralla de bronce» para proteger el espíritu nacional. Movido por este espíritu
nacional, lanza una campaña en defensa de la mantilla durante varios meses de 1835. Según
Segovia, los sombreros de señora «abundan tanto en el Prado que a penas podría creerse
que la mitad de las damas que componen la concurrencia no fuesen francesas».
Apenado por este espectáculo, el costumbrista pone el siguiente comentario en boca de un
«elegante francés», satisfecho por la conquista del paseo madrileño:
«He aquí otra nueva revolución. Pero a lo menos no costará lágrimas, ni dejará tras de sí
dolorosos recuerdos, si no es que se lamente de ella alguna que otra viuda. Véase si no ese
paseo del Prado, continuaba nuestro amable francés... véase cómo desaparece la sombría
mantilla bajo los colores vivos y elegantes de las capotas y sombreros, que han venido a
realzar la belleza de las graciosas españolas».
¿No es esto una alusión a lo que Larra había dicho en la Revista Española? En todo caso, lo
parece: Segovia atribuye al «elegante francés» las mismas ideas que habla expresado Fígaro
en el artículo antes referido: la revolución pacífica, la sombría mantilla dejando el paso a
los alegres sombreros.
Frente a esto, Segovia insiste en que ya es hora «de que los españoles, particularmente los
que componen la alta clase social, se desprendan de ese apego a todo lo que es extranjero,
que tan poco favorece a su ilustración y patriotismo».
Las apelaciones al patriotismo en favor de la mantilla y en contra del sombrero se repiten
entre los costumbristas y románticos. En apoyo del Correo de las Damas sale El Artista, la
revista que representa precisamente el romanticismo nacionalista y patriótico. Eugenio de
Ochoa felicita al Correo de las Damas por haber sido el primero entre los periódicos en
haber elevado la voz contra «el antipatriótico uso de los sombreros mujeriles».
En un largo artículo Ochoa expresa «la amarga humillación» y el«dolor» de ver «un uso
extranjero triunfar de un uso español». Finalmente, mencionemos la intervención de
Mesonero Romanos pocas semanas después con su artículo «El sombrerito y la mantilla».
Empieza diciendo que «los autores extranjeros que han hablado tanto y tan
desinteresadamente de nuestras costumbres, al describir el aspecto de nuestros paseos y
concurrencias, han repetido que la capa oscura en los hombres y el vestido negro y la
mantilla en las mujeres, presta en España a las reuniones públicas un aspecto sombrío y
monótono, insoportable a la vista, acostumbrada a mayor variedad y colorido». Esto es
precisamente lo que había dicho Larra en el artículo antes citado. ¿Incluía Mesonero a su
colega en costumbrismo entre aquellos «autores extranjeros»? El Curioso Parlante coincidía
con los demás observadores en reconocer que el Prado de su tiempo no se parecía en nada
al de hacía veinte años, ni siquiera al de hacía tres.
Coincide con Larra en que en ello se percibe «el espíritu innovador del siglo», pero
mientras para Larra este espíritu renovador estaba representado por la LIBERTAD, para
Mesonero no era más que la expresión del CAPRICHO. Las caprichosas novedades de las
modas «han sustituido a la inveterada capa masculina, a la antigua basquiña femenil, y en
variedad hemos ganado cuanto perdido en nacionalidad o españolismo».
Como hemos visto, el sombrero y la mantilla representan en el costumbrismo dos actitudes
contrapuestas: el nacionalismo conservador y el cosmopolitismo progresista. Dos
ideologías que han estado en conflicto durante la historia de la España moderna, desde el
siglo XVIII. De lo que se trata en definitiva es de la transformación social que significa el
paso de la España feudal del antiguo régimen a la España burguesa y liberal.
______________________________________
Facilitado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Súmese como voluntario o donante , para promover el crecimiento y la difusión de la
Biblioteca Virtual Universal.
Si se advierte algún tipo de error, o desea realizar alguna sugerencia le solicitamos visite el
siguiente enlace.
Descargar