Reina, esclava o mujer Fernanda Melchor Publicado en Letras Libres, octubre 2014. El 7 de abril de 1989 se hizo pública una noticia que tenía como escenario el centro histórico de Veracruz: en el departamento 501 del edificio de la Lotería Nacional, una joven de 24 años dio muerte a sus pequeños hijos. Por sí solo, el hecho hubiera proporcionado material suficiente para meses enteros de chismorreo de café, pero dos detalles del crimen fueron responsables de transformar en leyenda popular lo que en un principio fue solo una nota policíaca: primero, que apenas seis años antes la acusada había sido coronada como reina del carnaval jarocho, cargo que suele ser la máxima aspiración de las muchachitas de “buena familia” del puerto. Y, segundo, que tras el cruento ataque en el que los dos niños perdieron la vida, la rubia Evangelina descuartizó sus cuerpos y los enterró en un macetón con el que luego decoró el balcón de su apartamento. En una ciudad cuyos habitantes desdeñan el archivo y la palabra escrita, es entendible que el crimen de Evangelina Tejera perdure en forma de fábula (“¡Evangelina, ven!”, exclaman las madres neurasténicas) o de chascarrillo (“Es que quería abrir un Jardín de Niños”), y que, como toda leyenda, la de la reina de carnaval asesina está sometida a una memoria colectiva que apela al olvido y a la vaguedad como mecanismo de defensa. Incluso los textos judiciales y periodísticos que se conservan de este caso pueden ser leídos como mediaciones, traducciones e interpretaciones con que las instituciones locales !la prensa, la policía, el sistema jurídico y penal, la psiquiatría! trataron de entender y dar sentido al crimen de Evangelina. Porque sí bien es cierto que estos documentos nos proporcionan datos duros sobre hechos concretos que sirven de asidero a las enmarañadas y frágiles fibras de las murmuraciones, también es cierto que las tramas e imágenes periodísticas pueden ser leídas como ficciones realistas, construcciones del imaginario urbano, 1 verosímiles aunque endebles pues sus grietas permiten contemplar las contradicciones de una sociedad profundamente conservadora que, a la vez, se presenta a sí misma como un enclave del sensualismo tropical: ese “pedacito de patria que sabe sufrir y cantar”. La noticia que consigna el arresto de Evangelina Tejera y el descubrimiento de los cuerpos de Jaime y Juan Miguel, de 3 y 2 años de edad, aparece por primera vez el viernes 7 de abril de 1989. La leyenda popular inicia, en cambio, varios días antes: con un fétido olor que los vecinos del edificio de la Lotería Nacional sufren desde mediados de marzo; un hedor que solo Juan Miguel Tejera, el hermano de Evangelina, de visita en el departamento, se atrevió a asociar con la injustificada desaparición de sus dos sobrinos. En esta primera noticia, la joven que los reporteros describen como pálida y cabizbaja ante el juez Carlos Rodríguez Moreno, niega ser la responsable de la muerte de los niños. “Yo no mate a mis hijos”. “Solo los sepulte al morir”. “Mi madre dejo de ayudarme económicamente, por ello no tenia medios para su sustento”1. Vestida con una playera de hombre y tenis sucios, explicó que su madre la repudió cuando supo de su primer embarazo al enterarse de que el padre era casado y tenía ya otra familia. El niño más pequeño era también hijo del mismo hombre, Mario de la Rosa. Como este se había negado a reconocerlos, Evangelina registró a los niños con sus apellidos de soltera. Ella no los había matado, aseguró: habían muerto de inanición y ella solo se encargó de disponer de sus cuerpos, primero en una pira de papeles que encendió en la sala y, después, cortándoles las piernas para que cupieran en una maceta que su madre le había regalado meses antes. Ya en estas primeras crónicas los reporteros se muestran cautelosos ante la versión de Evangelina, y advierten que habrá que esperar el dictamen forense para determinar la verdad de lo ocurrido a los dos niños. Evangelina es mitómana, informan al público, y se sabe que “con frecuencia intenta historias o vive de fantasías”2. Ella misma asegura, en esta primera declaración ante el juez, estar bajo tratamiento del doctor Camerino Vázquez, director de una pequeña clínica psiquiátrica del puerto. Y si bien Camerino Vázquez negará ser el médico de la mujer, lo cierto es que desde hace varios años los familiares y conocidos de Evangelina ventilan rumores de que la mujer padece de problemas mentales cuyos 2 síntomas incluían recurrentes estallidos de rabia y depresiones, asociadas a su complicada situación sentimental, y abuso crónico de cocaína y tranquilizantes. La joven, se decía, solía frecuentar los altos círculos del desmadre porteño conformados por juniors, hijos de agentes aduanales, empresarios hoteleros y altos empleados del gobierno estatal y federal, hasta que a mediados de los ochenta se enamoró de quien sería el padre de sus dos hijos. Abandonó entonces el hogar materno y se mudó al aparatmento de la Lotería Nacional !un sitio de baja categoría para una joven que alguna vez perteneció a una familia pudiente!. En ese domicilio, señalan los chismorreos, se dedicaría a celebrar fiestas en las que vendía drogas a sus adinerados amigos. Cocaína, especialmente; una droga que hasta entonces había sido considerada un vicio de ricos, pero que a partir de los años ochenta se puso de moda entre las clases medias del puerto. El mismo día que se publica la noticia del crimen de Evangelina, el 7 de abril de 1989, El Dictamen anuncia el decomiso de 84 kilos de este alcaloide en un camión proveniente de Guatemala. “Nunca antes en la historia de Veracruz se había decomisado tanta cocaína como la que se ha logrado interceptar a últimas fechas en la región”3, fue la declaración que funcionarios de la Procuraduría General de la República hicieron al diligente reportero. ¿Cómo era posible que aquella muchacha hubiera permitido que sus hijos se murieran de hambre? ¿Cómo había podido mutilarlos de aquella manera y enterrar sus despojos en una maceta? La moral ultrajada de la sociedad, desde la pluma de los reporteros de nota roja, se mostraba escéptica a la versión ofrecida por Evangelina. La mujer mentía, era el calmor generalizado. Mentía sobre la causa de la muerte de los niños para escapar a la justicia y seguir con su vida de perdición. Mentía para no pagar por un crimen fruto del desamor, la venganza contra el hombre que la engañó. “La ex reina del carnaval del puerto, en un tiempo aclamada por los jarochos”4 pasó a ser una filicida que, en el colmo del cinismo, fingía padecer esquizofrenia como una “argucia legal” para “evadir la acción de la justicia”5 y evitar el castigo por el “incalificable”, “aberrante” y “espeluznante crimen”6 jamás antes conocido en la ciudad. Era una pena, señaló el reportero Edgar Urrutia en una crónica fechada el 8 de abril, que la fiscal Nohemí Quirasco demostrara “flaqueza” al interrogar a la acusada durante las diligencias, presionada por el abogado defensor de Evangelina, Pedro García !conocido como “Pedro El Malo”!, e igualmente censurable 3 era la actuación “paternalista” del juez Carlos Rodríguez Moreno, al expresar en plena diligencia la sospecha de que Evangelina sufría trastornos mentales, lo que permitía a la acusada y su defensa “inclinar el caso hacia sus intereses” ante la falta de “rigidez con que la justicia debe actuar”7. La sociedad, o al menos un parte de ella !una parte, por cierto, con recursos para intevenir en el curso del proceso legal! exigía el castigo más severo. Un grupo de abogados, al frente del cual se encontraba el ex presidente municipal Jorge Reyes Peralta, acudió al Ministerio Público el 10 de abril para solicitar facultades legales que les permitieran intervenir en el proceso como fiscales y así evitar que la acusada evadiera la justicia al “fingir demencia”. Reyes Peralta !en la actualidad dueño de uno de los despachos legales más poderosos y caros del puerto de Veracruz! declararía ese día a la prensa que tenía la certeza de que Evangelina había actuado “con inaudita crueldad hasta dar muerte a sus menores hijos, tan sólo con el propósito de causar grave deterioro moral al padre de estas dos criaturas a las que ella frecuentemente maltraba sin piedad”8. En esos días se publicó también la noticia del funeral de Jaime y Juan Miguel. Los restos de los niños tuvieron que ser reclamados por un grupo de filántropas, pues ningún integrante de la familia paterna o materna se acercó al Instituto de Medicina Forense para hacerse responsable de sus cuerpos. Los reporteros que cubrieron la misa de cuerpo presente organizado por las bienintencionadas señoras de sociedad, se encargaron de subrayar que ningún miembro de la familia de Evangelina fue visto durante la ceremonia, a la que sí asistieron cerca de quinientas mujeres, algunas de las cuales llevaban pancartas que exigían “todo el peso de la ley a la asesina”. Y a pesar de los llamados del sacerdote Gerardo Ortiz a no juzgar a Evangelina, “pues sólo a Dios le corresponde hacerlo”9, un clima de linchamiento moral pareció instalarse en el ánimo público. Pero, ¿quién era aquella mujer a la que apenas seis años atrás habían aclamado como soberana de oropel, y a la que ahora acusaban de un crimen de naturaleza inefable? ¿Cómo era posible que una bella rubia, distinguida con el máximo honor social del puerto, se hubiera convertido en el guiñapo de ojos vacuos que aparecía en las fotos de archivo policial? 4 Las murmuraciones la quieren hija mayor de una familia pudiente, nacida en 1965 de una madre dedicada al hogar !cuyo nombre no aparece en ningún documento consultado ! y de Jaime Tejera Suárez, un padre más bien ausente a causa de su trabajo como agente de ventas y a su afición por el alcohol y las mujeres. La violencia verbal y física es, según la mítica urbana, la norma en el hogar Tejera Bosada, hasta que los padres se divorcian. Presionada por su madre y por una crisis económica que se recrudece al avanzar la década, Evagelina abandona sus estudios sin terminar la secundaria y se emplea como secretaria en un despacho comercial del centro. Al casarse su madre de nuevo, la relación de Evangelina con su padre se estrecha: es él quien la apoya para lanzarse como candidata a reina para el carnaval de 1983, y es él quien, según las crónicas rosas de la época, comtempla “emocionado” la “coronación de su bella hija”10. En Veracruz, la “soberanía” de la reina del carnaval es un asunto más de representación social que de belleza o gracia: la reina es seleccionada de entre un grupo de candidatas en función de la mayor aportación económica, realizada a través de la “compra de votos” al comité organizador del festejo. En el contexto de la crisis de los años ochenta, el que Evangelina alcanzara la corona necesariamente supone que su familia contaba con el apoyo de una red de contactos dispuestos a aportar dinero para los “votos” y para el ajuar de la reina. Pero independientemente de estos hechos vulgares, las crónicas de sociales prefieren alabar “la belleza y el encanto”, y la alegre disposición a la parranda de la “bella rubia” elegida para representar la alegría del pueblo jarocho en “un reinado de fantasía e ilusión”11. La realidad de la violencia que tiene lugar en las calles durante estas fiestas !los asaltos, los manoseos, las venganzas a cuchillo!, así como la fealdad de un puerto invadido por hordas semejantes a “los gitanos harapientos de Melquíades llegando a un Macondo enlodado”12, son minimizados por los medios de comunicación, quienes prefieren exaltar “los hermosos adornos”, “las luces multicolores” y el “júbilo popular” de un pueblo caracterizado por “su estupendo buen humor y su forma burlesca de enjuiciar los acontecimientos, sin que le importe la crisis, ni la baja del precio del petróleo, ni nada que ensombrezca la vida” 13 . El Carnaval, asegura Alfonso Valencia Ríos !uno de los periodistas representantes del oficialismo porteño!, hace al pueblo olvidarse “de la crisis 5 económica que corroe al país, de la ausencia de divisas y de la bárbara inflación que pulveriza los salarios”, al entregarlo “al deleite de un desfile maravilloso de carros alegóricos, comparsas y disfraces, que fue el exponente de la gracia, la belleza, el ingenio, el sarcasmo y la creatividad”14. Es en el apogeo de esta fiesta esquizoide !esta bacanal durante la cual la realidad se ignora o se esconde bajo el confeti, el oropel y el consumo de bebidas alcohólicas! donde la mítica porteña ve el inicio de la caída de Evangelina. De baile en baile, en el círculo de los poderosos y los adinerados, Evangelina baila, bebe, fuma y, muy posiblemente, consume drogas para aguantar el ritmo de la fiesta, la que apenas comienza cuando los desfiles terminan y el traje que imita la moda del imperio autro-húngaro es remplazado por blusas y jeans a la moda. En sus escapadas nocturnas a los centros nocturnos, en los desfiles interminables por la costera del puerto, en los eventos sociales donde debe bailar con quien se lo pida, Evangelina resplandece y enamora: al público enardecido por la cerveza y la suculencia de las sambistas importadas de Cuba; a los “hijos de papi” que antes de su coronación la despreciaban; a los hombres maduros que chulean el color de sus ojos; e incluso a los poetas de periódico, que le dedican inspirados versos en los suplementos dominicales: Evangelina Segunda con belleza de Artemisa; Venus te envidia iracunda el candor de tu sonrisa Veracruz se vuelca entera en la algabaría más fina; ante la sonrisa austera de la bella Evangelina15. Al mirar las fotografías de esta Evangelina triunfal !de cabello en alto y collares de fantasía, vestida de blanco y plata, cuajada de plumas y lentejuelas! y al compararlas con 6 las imágenes de una mujer quebrada y cabizbaja que se publicarán seis años más tarde !ya no en los suplementos del corazón sino en la sección policíaca, entre los bandidos y las lacras! es imposible dejar de buscar pistas, de la perturbación que se gestaba tras aquel rostro radiante: ¿un dejo de picardía malévola, quizás, o una sonrisa agotada, quizás demasiado tirante, demasiado mezquina; o esa indiferencia un poco cruel con el que evita mirar la lente? Sentada en su trono de cartón, mirando desde arriba a esos súbditos de pacotilla, ¿habrá tenido Evangelina alguna profecía sobre su vida futura? ¿O qué pensaba mientras “la voz increíble” de Dulce, “la intérprete del momento”16, entonaba en vivo aquella balada que se convertiría !junto con otros éxitos de Rafel Pérez Botija cantados por José José y Rocío Durcal !en el himno de la codependencia y la minusvalía emocional, el Zeitgeist de los ochenta: Seré tu amante o lo que tenga que ser Seré lo que me pidas tú Amor, lo digo muy deveras Haz conmigo lo que quieras Reina, esclava o mujer17 El lunes 10 de abril de 1989, quizás para acallar las demandas de justicia de la sociedad, el juez Rodríguez Moreno ordena un auto de formal prisión de Evangelina. “La mujer que dio muerte a sus hijos por primera vez lloró al conocer su real situación jurídica”18, escribirán los reporteros, regodeándose en el sufrimiento de la mujer, en la agitación y el nerviosismo que sus “fuentes informadas” achacan al síndrome de abstinencia que Evangelina experimenta por la falta de drogas. La decisión del juez, escriben, fue realizada con “un criterio profundo y bien cimentado”19, pues esta haría difícil para la defensa invocar el artículo 418 del entonces vigente Código de Procedimiento Penales de Veracruz que !con un lenguaje que no conocía la corrección del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación! permitía la cancelación de todo proceso penal “tan pronto se sospeche que el inculpado está loco, idiota, imbécil o sufra cualquier otra debilidad, enfermedad o anomalías mentales”20. La opinión pública se debate entre varias conjeturas: la que culpa al abuso de drogas y la disipación moral por el estallido psicótico de Evangelina; la que se 7 rehúsa a creer que la joven pudiera realizar tal acto y sugiere que la muerte de los niños se debió a una venganza; o la que sugiere que Evangelina formaba parte de una secta “narcosatánica”: en el mes de mayo de 1983 la nación se enteraría de la muerte de Adolfo de Jesús Constanzo, “El Padrino” y de la detención de su grupo de prosélitos-sicarios que hacían uso de la santería para llevar a cabo sus crímenes. Tras su reclusión ofical el juez Rodríguez Moreno reunirá un consejo médico con la misión de examinar a Evangelina en busca de perturbaciones mentales. Los expertos concluyen que Evangelina muestra signos de “trastorno antisocial de la personalidad”, “cleptomanía” y “brote psicótico agudo”21, y aunque descartan epilepsia del lóbulo frontal, recomiendan al juez que la acusada sea sometida a exámenes psiquiátricos y neurológicos especializados. Los doctores David Reyes y Alberto Miranda son designados para llevar a cabo las primeras pruebas neurológicas, que inician el 18 de mayo y concluyen el 12 de julio, con resultados negativos: los trastornos de conducta de Evangelina no son resultado de trastornos patológicos ni del encéfalo ni del sistema endocrino. No es claro qué sucede después de estos dos diagnósticos: la prensa guarda silencio el resto del año sobre el destino de Evangelina y es necesario acudir a los documentos del proceso penal para conocer lo que sucedió a continuación: casi un años después de la detención de Evangelina !el 7 de marzo de 1990!, el juez Rodríguez Moreno reconoce la incapacidad mental de la acusada y dispone la reclusión de la inculpada en el Psiquiátrico de Orizaba “por todo el tiempo necesario para lograr la recuperación de su salud mental”22. Evangelina permanecerá en este centro médico hasta el 16 de noviembre de 1993, fecha en que el doctor Gregorio Pérez dictamina su rehabilitación mental. A la salida del psiquiátrico, Evangelina es detenida por policías judiciales que llevan consigo una orden de aprehensión para reiniciar el juicio por homicidio calificado de sus dos hijos: la sociedad no había olvidado el pecado de Evangelina, y al parecer, el Ministerio Público y su corte de alegres y adinerados fiscales tampoco. Tres años después de iniciado este nuevo juicio, el juez Samuel Baizabal Maldonado, condena a Evangelina a 28 años de prisión. Evangelina intentará, con ayuda de un defensor de oficio, apelar y ampararse de esta sentencia, pero 8 todos sus intentos fracasan. Para la Justicia de la Unión, el procedimiento bajo el cual se reanudó el proceso legal tan pronto fue dada de alta del psiquiátrico fue perfectamente legal, ya que las pruebas presentadas indican que su enfermedad mental no apareció sino hasta después de cometido el crimen. La sentencia de 28 años de prisión impuesta por Maldonado Baizabal era justa, añadieron los magistrados, pues estaba completamente comprobado que Evangelina, al golpear a sus hijos contra las paredes, descuartizar sus cuerpos, enterrarlos en una maceta, colocar esta en el balcón a la vista de medio Veracruz y pasearse durante días desnuda frente a las ventanas del departamento, procedió en todo momento “bajo plenitud de control de su mecanismo razonador”23. Al paso de los años y con el cambio de siglo, la historia de Evangelina Tejera se desdibujará en el imaginario porteño. Se convierte en una leyenda urbana, uno de esos rumores que se cuentan en voz baja durante la reuniones de señoras; un mito en el que las fechas y los nombres se desvanecen para dar protagonismo a la fatalidad del destino, a una especie de Llorona contemporánea. No volveremos a encontrar a Evangelina en la prensa sino hasta diez años después de su sentencia definitiva, en el año de 2007. Su nombre será asociado al de un hombre a la vez temido y admirado por los cronistas de nota roja: Oscar Sentíes Alfonsín, conocido también como “El Güero Valli”. Originario de Cosamaloapan y detenido por robo calificado, posesión ilegal de armas y delitos contra la salud, Sentíes Alfonsín es considerado un reo peligroso, sospechoso de ser el principal proveedor de droga al interior de las cárceles veracruzanas, supuesto representante del Cártel del Golfo y, según las columnas policíacas24, la nueva pareja de Evangelina Tejera, a quien conociera en el penal de Pacho Viejo, Perote, cuando ambos fueron transferidos: Evangelina de Veracruz, por problemas constantes con la población de presas, y Sentíes Alfonsín, de Villa Aldama, por haber organizado varios motines. Por su mal comportamiento, las autoridades castigan al Gúero Valli con el “carrusel”, la transferencia constante de presidios que evita la gneración de “privilegios”: de Perote a Villa Aldama, de Amatlán a Coatzacoalcos. Evangelina lo sigue, a base de sobornos, en todos estos traslados. En mayo de 2008 forman parte de la “cuerda” con la que se estrena el nuevo penal de Coatzacoalcos: el día de la inauguración, Sentíes 9 Alfonsín se entrevistará con el entonces director de Readaptación Social del Estado, Zeferino Tejeda Uscanga, para “promover” la liberación anticipada de su mujer25. Para entonces, se sabe que los penales están controlados, desde sus mismas entrañas, por el grupo de Los Zetas, recién separados del Cártel del Golfo: son ellos quienes proveen de drogas a los reclusorios, y quienes garantizan la concesión de privilegios, como el que requeriría Evangelina para, una vez liberada, continuar habitando dentro del penal junto a Sentíes. Porque, ¿a dónde iría una mujer que ha cortado todo lazo con el exterior, repudiada tanto por su familia como por la sociedad? ¿Qué hacer con la libertad después de haber pasado casi 20 años recluída en hospitales psiquiátricos y centros penitenciarios? ¿Cómo asegurar su propia seguridad en un Veracruz ya controlado por Los Zetas, si no es permaneciendo en la sombra? En este contexto, la decisión de Evangelina de permanecer en prisión, aún cuando un juez decreta su liberación por buen comportamiento, resulta comprensible. Muy posiblemente, la protagonista de esta historia continuaría presa de no haber resultado muerto Sentíes Alfonsín en octubre de 2008, a manos de otro preso, en una celda de asilamiento. A un cuarto de siglo de distancia del doble homicidio de Evangelina, se desconoce el paradero actual de la rubia. Unas versiones afirman que regresó al puerto de Veracruz y que se ha recluído en un cuartucho miserable, obesa y por completo enloquecida. Otros rumores señalan que trabaja como empleada de sus familiares: atiende una óptica, o un laboratorio de análisis clínicos, o una veterinaria según otras versiones. Hay quienes dicen haberla visto en la Riviera Maya, esbelta y rubia como si los años no hubieran pasado, altiva y enjoyada en compañía de lugartenientes de la última letra; que muerto Sentíes Alfonsín ella habría acudido a esta mafia en busca de protección. “Todo delito debe servir a la sociedad”, nos dice Foucault26; un crimen gratuito, sin movil, es inimaginable, y por ello es necesario hallar la depravación singular que lo produjo, descontextualizarla, satanizarla. No importan las circunstancias que rodean y atraviesan el hecho !la crisis económica, la violencia del machismo, la desintegración social, el fracaso 10 del sistema de seguridad social!, ni la similitud con otros casos en esta misma época. Para la crónica de sociales y para la nota roja todo acontecimiento debe ser presentado de forma singular, única y apoteósica: la ascención de una joven a un estatuto de divinidad; el descenso de la misma a la condición de hiena, de madrastra malvada. Ambos, arquetipos que funcionan como receptáculos de los deseos, los miedos y los atavismos de una sociedad clasista y misógina. Después de años de abandono, y tras un incendio en los años noventa que deterioró sus estructuras y provocó el desalojo de la mayor parte de sus inquilinos, el edificio de la Lotería Nacional tiene poco de haber sido arreglado. Sus dos torres fueron pintadas por primera vez en décadas, y las ventanas y los balcones roídos por el salitre fueron también reconstruidos. Pero se trata de cambios externos: el laberinto de cuartos y apartamentos del interior continúa abandonado. Los pocos inquilinos que aún viven ahí !por caridad de los dueños o gracias a las antiguas leyes de inquilinato! deben robar la luz y el agua de los edificios cercanos. La mayor parte de ellos son ancianos que no tienen a dónde ir y, para beneplácito de los herederos, cada año quedan menos. El edificio de la Lotería Nacional es escenario de muchas historias de fantasmas. En los tiempos de la ciudad colonial amurallada, se levantaba en sus terrenos la puerta de la Merced, sitio en el que rondaban los espectros del Monje Decapitado y de las mujeres violadas hasta la muerte por las huestes del pirata Lorencillo. Historias más recientes hablan de ruidos extraños: canicas que rebotan sobre los pisos de apartamentos clausurados; risas de niños en el hueco de las escaleras. Hay incluso quienes han visto a Jaime y a Juan Miguel jugando en los pasillos: dos pequeñas apariciones rubias, con rostros congelados en una eterna expresión de espanto. O quienes afirman soñar con el edificio, visitar el departamento 501 en sus pesadillas, a pesar de tener muchos años de no residir en el puerto; a pesar de que solo conocen la historia de Evangelina de oídas. También hay quienes no pueden evitar, al llegar al inicio de la avenida Independencia, alzar la mirada y buscar el balcón de Evangelina, la maceta con el horror plantado. Quizás la multitud de transeúntes que atesta siempre esta avenida le impedirá contemplarlo por 11 mucho tiempo, pero, con un poco de suerte, el curioso podrá notar el foco amarillo que !en ciertas noches, por algunas horas! se enciende en el interior del apartamento, y una terrible intuición atravesará su mente: que al igual que sus hijos, la antigua reina de carnaval condenada por homicidio, Evangelina Tejera, ha sido obligada a convertirse en un espectro. 1 Urrutia Hernández, E. ¡Al juez la infanticida! (1989, 7 de abril). El Dictamen, p. 6 Ídem. 3 Urrutia Hernández, E. Decomisan más cocaína (1989, 7 de abril). El Dictamen, p. 6 4 La ex reina de Carnaval, confinada en una celda de seguridad, afirman. (1989, 8 de abril). Diario de Xalapa, p. 20. 5 De León, J.P. Coadyuvarán al MP en el caso de Evangelina (1989, 10 de abril). El Dictamen, p. 7. 6 Ramón López, H. Detuvieron a la mujer que dio muerte a sus hijos (1989, 7 de abril). Diario de Xalapa, p. 20. 7 Urrutia Hernández, E. Examinarán la salud mental de Evangelina (1989, 8 de abril). El Dictamen, p. 7. 8 Coadyuvarán al MP…, íbidem. 9 Reyes, O.P. Sepultaron ayer los restos de los menores muertos por su madre (1983, 12 de abril) Diario de Xalapa, p. 21. 10 Presente Domecq en el Baile de Coronación de S.G.M. Evangelina II y su corte (1983, 13 de febrero). El Dictamen, Sociales, p. 12. 11 Valencia Ríos, A. Esplendorosa Coronación de Evangelina II (1983, 12 de febrero). El Dictamen, p. 1-2. 12 García, I. Carnaval en el Puerto (1983, 3 de febrero). El Dictamen, p. 4. 13 Valencia Ríos, A. Comienza hoy la Alegría del carnaval del Cambio con la Quema del Mal Humor (1983, 8 de febrero). El Dictamen, p. 1. 14 Valencia Ríos, A. El Pueblo Veracruzano se olvidó de la Crisis económica del país (1983, 14 de febrero). El Dictamen, p. 1. 15 Galaxia social (1983, 13 de febrero). Magazine dominical (suplemento dominical de El Dictamen), p. 8. 16 (Anuncio publicitario) Gran velada de coronación de S.G.M. Evangelina II. (1983, 6 de febrero). El Dictamen, p. 9. 17 Dulce, Déjame volver contigo, del álbum “Heridas”, 1983 18 Formal prisión a la ex reina que dio muerte a sus hijos. (1989, 10 de abril). Diario de Xalapa, p. 20. 19 De León, J.P. Auto de formal prisión a Evangelina (1989, 11 de abril). El Dictamen, p. 6. 20 Ídem. 21 Causa Penal 168/989, Juzgado Primero de Primera Instancia, Veracruz. 22 Ídem. 23 Ídem. 24 López, L. Columna Comentario Reservado (2007, 31 de mayo) Diario de Xalapa, s.p.; López, L. Columna Comentario Reservado (2007, 27 de agosto) Diario de Xalapa, s.p.; Vázquez Chagoya, C.A. Sálvenle la vida a El Loco Ochoa (2006, 26 de enero), disponible en: http://enlace.vazquezchagoya.com/?m=20060124 25 López Velasco, Miguel Ángel (“Milo Vela”), Columna Va de nuez (2008, 8 de diciembre). Notiver, p. 2. 26 Foucault, M. Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano. Tusquets. 2 12