EL PODER DE LA PALABRA POR RAQUEL BUZNEGO (PSICOLOGA) A través de las palabras es posible la comunicación, es posible comprender y hacernos comprender; sin embargo el poder de la palabra va mucho más allá que el simple intercambio de ideas: sirve para cautivar y convencer. Las personas de éxito, en su mayoría, saben manejarse perfectamente en el arte de comunicar, de seducir con la palabra. El tono de voz, la inflexión, la pausa, el ejemplo oportuno, son recursos que deben contemplar si desean captar la atención de un auditorio. El lenguaje gestual que acompaña al oral es tremendamente importante y no debe ser obviado; potencia o descalifica el mensaje a transmitir. Pero ¿es el arte de convencer con la palabra algo innato o se puede adquirir? Es obvio que existen personas con cualidades excepcionales que, sin grandes estudios ni arduos aprendizajes, son capaces de sorprendernos cuando se expresan. Sin embargo, en determinadas ocasiones, las demandas van más allá, no se trata solamente de transmitir una idea sino de contagiarla, de hacerla germinar y, para ello, es necesario hacerla asequible y, sobre todo, es necesario que llegue al receptor de forma tan sutil que la reciba e interiorice como propia, ya que si se transmite de forma inadecuada puede encontrar una resistencia infranqueable. Si se quiere convencer hay que conocer a quien se tiene enfrente para intervenir con el discurso apropiado, entendible y sugerente a la vez. Es conveniente, por tanto, tomar el pulso de la situación: quiénes forman el auditorio, cuál puede ser su nivel cultural, qué intereses les mueven y a qué colectivo pertenecen. Esto es sumamente fácil si se tiene en cuenta que la charla es previamente contratada por alguien y ese alguien siempre puede proporcionar información acerca de los objetivos de la misma. Esa información da pistas suficientes si el orador desea considerarlas, le prepara el terreno. Una vez en escena se debe captar, de inmediato, la atención de los presentes. Un recurso infalible es comenzar con algo que no esperan, una anécdota, un chiste conveniente, una breve historia. Otra estrategia magnífica de un orador es la voz. Jamás se debe utilizar el mismo tono, es monótono y los estímulos monótonos aletargan y, por consiguiente, disminuye el nivel de atención. Educar la voz es fundamental, se puede aprender, sólo se requiere tiempo e interés por hacer las cosas bien. La técnica es sencilla, se trata de grabar lo que se va a exponer y escuchar el efecto que produce en nosotros mismos. Seremos nuestros mejores críticos y captaremos, de inmediato, qué se debe modificar. Es cuestión de entrenamiento, luego funciona de forma automática. El uso de la metáfora es otra infalible estrategia para infiltrar la idea deseada. La metáfora está compuesta de una estructura superficial, que es la historia narrada, y de una estructura más profunda que es el mensaje que encierra y que llega a la mente inconsciente de quien escucha. Si la estructura superficial es interesante para todos, o casi todos, la labor está hecha ya que el mensaje prenderá por sí solo. No conviene, sin embargo, abusar del poder de este recurso; una metáfora colocada en un punto estratégico del discurso es suficiente, más podría levantar sospechas. Otra cualidad para seducir con la palabra es la simpatía. No todo orador posee esta cualidad pero carecer de ella es una gran desventaja. No hay ningún tema, por serio que sea, en el que no tenga cabida la simpatía o, en su defecto, la cortesía y amabilidad. J. A. Vallejo-Nájera dice: "Hay dos cosas que el público no perdona: la antipatía y el aburrimiento". La presencia física también es importante, es la gran tarjeta de presentación y conviene cuidarla. Un buen orador no tiene que ser un figurín pero sí presentar una figura atractiva, son cosas distintas. El secreto está en la "cuidada naturalidad". No se debe dar la imagen de que uno se ha vestido, especialmente, para hablar pero es necesario vestir correctamente. La pauta a seguir suele ser presentar un aspecto homogéneo con el grupo mejor del público. Sencillez, naturalidad y elegancia, de vestir y de movimientos. En última instancia con las ideas es preciso mover los sentimientos, se trata de cautivar y convencer, si no se consigue el discurso se habrá producido en vano. Una advertencia para oradores procedente del S. XIII pero, sin duda, válida en nuestro siglo es la siguiente: "Si el auditorio mueve los traseros en los bancos, es que tú no estás moviendo los corazones". Todo, o casi todo, se puede aprender. Es cuestión de voluntad Fuente: http://www.revistafusion.com/queesfusion/quees.htm