6C EL HERALDO Reportaje DOMINGO BARRANQUILLA, 31 DE OCTUBRE DE 2004 En Memoria de Miguel e Iván Olivares, en el Año Iberoamericano de la Discapacidad U Por MARTA MILENA BARRIOS no de los profesores que tenía en la infancia solía repetir en clase que él aprendía de sus estudiantes mucho más de lo que les enseñaba. De niña, la afirmación sonaba incomprensible. El profesor Ceballos era tan versado en física y matemáticas, que parecía imposible que un puñado de muchachitas inquietas pudiera enseñarle más de lo que él sabía. Pasó mucho tiempo antes de que comprendiera los matices profundos que podría alcanzar esa afirmación. Hace un poco más de seis años, cuando empezaba a enseñar periodismo, se presentó a mi clase un caso poco común, un estudiante en silla de ruedas, que también tenía dificultad para tomar apuntes en el salón y mucho más, para mover los dedos con agilidad en el teclado al redactar noticias frente al computador en la sala de informática. Miguel Olivares Vallejo había nacido con distrofia muscular, una enfermedad genética, degenerativa e incurable, que consiste en el debilitamiento progresivo de los músculos, sin comprometer ni el sistema nervioso ni el cerebral. El desarrollo en sus primeros siete años había sido más o menos el de un niño sano, pero antes de su cumpleaños número once, dependía de una silla de ruedas manual, que poco tiempo después tuvo que cambiar por una eléctrica, pues ya no tenía suficiente fuerza para impulsarse en ella. Sin embargo, la distrofia lejos de apagar su agilidad mental parecía agudizarla, al tiempo que le encendía en el corazón una vocación genuina por la reportería. Al principio la situación en clase no era fácil. Intentaba actuar como si no notara su diferencia y el ligero balanceo permanente de su cuerpo en la silla de ruedas. Procuraba no sobreprotegerlo en la toma de apuntes, aunque era lo que provocaba, pues apenas podía tomar el bolígrafo con las yemas de los dedos índice y anular, como si fuera un pincel; tampoco me parecía saludable dedicarle mucho más tiempo que al resto de los estudiantes en la sala de informática, dentro de la clase. Decidí dejar que hiciera lo que podía y después que se habían ido los demás, me quedaba un rato más ayudándolo a digitar los textos o verificando que tuviera anotados los conceptos claves, cuando me dejaba, porque Miguel siempre se empeñaba en ser autosuficiente. Al poco tiempo, comencé a tratarlo lo mismo que a sus otros compañeros, que hacía rato habían pasado por alto “el pequeño detalle” de la discapacidad y lo veían, simplemente, como uno más del grupo; alguien con suficiente temple y personalidad para construir la vida que desea a pesar de las limitaciones, incluyendo el irse de rumba con el resto de la “tropa” a la discoteca de moda. Como decía, olvidé su discapacidad hasta el punto que un día terminé la clase asignando como tarea que todos fueran al mercado de granos, en Barranquillita, recorrieran el lugar e hicieran una descripción de lo que veían allí. Cuando llegué al salón la siguiente vez a recoger los trabajos y Miguel me entregó el suyo, fue cuando caí en cuenta de mi error. Me sentí tan mal conmigo misma, tan apenada con Miguel por no haberle colocado un trabajo diferente, tan conmovida por su deseo de cumplir, que todavía guardo como recuerdo la croniquita que escribió y que habla por sí misma. “Se necesita una gran dosis de autocontrol para no desesperarse o gritar entre tanta bulla y congestión producida por el tráfico, los gritos de los vendedores y la música a todo volumen (...) Necesité bajarme del carro para que disminuyera un poco la sensación de estrés que produce este ambiente. Andar en silla de ruedas por el mercado es una tarea muy parecida a la que realiza Tarzán, esquivando toda clase de obstáculos en la jungla en sus llanas, pero esta vez era yo quien interpretaba este personaje, circulando con mi silla entre la selva pública de Barranquillita. Durante todo mi recorrido tuve que realizar una labor digna del rey de la selva, haciéndole zig- zag a bultos de toda clase de frutas, chazas, vendedores, transeúntes, charcos y regueros de basura. Para acceder a este maravilloso safari se necesitan menos de $500, una aspirina para el dolor de cabeza y la pericia de un corredor de fórmula uno.” Las cosas en el mercado poco han cambiado desde el safari de Miguel, pero yo ya tenía clara la lección para cuando recibí un par de años más tarde en mi clase a su hermano menor, Iván, afectado por la misma enfermedad. Con el entrenamiento recibido, las cosas fueron más fáciles. Ambos eran maravillosos estudiantes, con una vocación tan clara por el periodismo y una facilidad tan grande por la redacción, que bastaban unas pocas indicaciones de mi parte para que produjeran unos textos sobresalientes. Iván se fue primero, a los 19 años. Antes de su muerte, en Apuntes de una docente agradecida febrero de 2000, pasó recluido cinco meses en su casa. El debilitamiento de los músculos provocado por la distrofia que padecía, incluyó en su etapa terminal el músculo cardíaco, que un día se cansó y no funcionó más. Todos sus sueños quedaron plasmados en un libro de poemas, “Reflexiones en mi soledad”, que sus padres, Hernando y Martha, publicaron en forma póstuma. Miguel tuvo más suerte. Logró cursar su último semestre como estudiante de intercambio en la Universidad Internacional de la Florida, FIU y culminar con éxito su carrera de Comunicación Social en la Universidad del Norte, donde, como requisito de grado, escribió la tesis “Televisión y Discapacidad: Imaginarios en la Ciudad de Barranquilla”. Algunas de las conclusiones de su estudio reflejan la contundencia de sus hallazgos frente a la forma como los medios de comunicación perciben y representan a las personas discapacitadas, especialmente la televisión. “Resulta desalentador descubrir –escribía Miguel- que la televisión colombiana aun persiste en su intento de ´invisibilizar´ a este significativo sector de la población cuando rehúsa incluir su representación social en la mayor parte de su programación, tal como lo reclama la audiencia consultada en esta investigación. La discapacidad, la mayoría de las veces, simplemente no existe para el glamoroso mundo de la televisión. De otro lado, encontramos que este medio parece seguir apegado a viejos prejuicios y erróneas concepciones frente a la discapacidad, como expresión de su poco conocimiento sobre ese inexplorado y fascinante mundo. La lástima, la curiosidad y la visión heroica de la superación personal, son las concepciones predominantes, las cuales constituyen una especie de ‘maldita trinidad’ que aun ronda en las cabezas de los creadores de medios.” Después de la partida de Iván y el grado de Miguel, la familia empezó a tratar de seguir los sueños de este último y se radicaron en Estados Unidos. Aunque los padres tenían buenos cargos en Colombia, decidieron “seguirle la cuerda” a Miguel. Ya habían probado que Estados Unidos ofrecía mayores ventajas para las personas discapacitadas. A Miguel se le facilitaban los desplazamientos en forma autónoma, había conseguido un programa de computador que le permitía la escritura y su excelente desempeño académico le había asegurado una beca para cursar la Maestría de Comunicación Social en la F.I.U. Además de eso, Miguel no descansaba de luchar para alcanzar sus sueños. Trabajó dos meses como estudiante en práctica para CNN en Atlanta en el campo deportivo y había conseguido un puesto como periodista free- lance en el Diario The Sun Sentinel de Fort Lauderdale, ciudad cercana a Miami. Este último cargo lo desempeñaba al tiempo que cursaba sus estudios de Maestría. “Yo arribé a Miami en enero de 2001, escribía Miguel en una columna para The Sun, con el sueño de hacerme periodista y tener una vida independiente como discapacitado (...) En mi país, mientras la mayoría de los recién graduados no obtienen buenos trabajos, la situación para las personas con discapacidad es aún peor. Los pocos que logran emplearse, deben enfrentar la falta de rampas y ascensores, así como un transporte público inaccesible y oficinas inadecuadas”. La firmeza de su decisión fue interrumpida por el cansancio de los músculos de los pulmones, que el primer día de clases de su tercer semestre de Maestría, el 28 de agosto de 2002, decidieron no funcionar más. Hace menos de un mes encontré entre mis papeles, el texto de Miguel, que por un susurro de inspiración divina, logré asociar con las decenas de mensajes que han llegado este año a mi e-mail de la Asociación Dissnet, que agrupa a las personas con discapacidad. Este, el Año Iberoamericano de la Dispacidad, han trabajado muy duro para tratar de superar la indiferencia social y la invisibilidad en los medios masivos que describe Miguel en su tesis. Entonces decidí contactar a sus padres en Estados Unidos. Luego de una larga charla telefónica, Hernando tuvo la bondad de entregarme el regalo de recordar las anécdotas de sus hijos en mis clases. Ellos se acuerdan – y tienen guardados- muchos más escritos, que se habían escapado de mi memoria, porque la mayoría de las veces tuvieron que ser sus compañeros de aventura en las tareas. Para mi sorpresa, recordaba en forma vívida la visita al mercado como una de las situaciones más estimulantes para Miguel. “Llegó agotado, pero feliz”, señaló Hernando. Tanto él como Martha tienen ahora una vida más estable como inmigrantes y gracias a las peripecias de su hijo en The Sun Sentinel, Hernando logró establecer relaciones con los editores y después de la muerte de Miguel, le ofrecieron el cargo de crítico de cine del periódico y encargado de cubrir la actividad cultural y artística, un área en la que ya había incursionado aquí en Colombia. Martha trabaja como gerente de una clínica de terapia física en la “pequeña Habana”. Sin duda, un regalo de la vida para devolverle a esta pareja, tantos desvelos y tanto amor. La F.I.U. les entregó el grado de Magister en Comunicación Social de Miguel, en forma póstuma. En diálogo con esta periodista, Martha dice que todavía siente nostalgia cuando escucha noticias deportivas, pero está bien de ánimo. Afirma que recibió la oportunidad maravillosa de haber disfrutado en forma intensa cada segundo de vida de sus hijos. No puedo caer en la tentación de calificar a Hernando, Martha, Miguel e Iván Olivares con algún adjetivo que refleje admiración o heroísmo, a riesgo de provocar el disgusto de los muchachos desde la eternidad. Sólo queda entonces la alternativa de exaltar con el corazón su ejemplo y asegurar, que su testimonio de amor por la vida, de coraje y de fe, quedará escrito con tinta indeleble en los apuntes de esta docente agradecida. [email protected]