136 V. HISTORIA DE UNA DISIDENCIA. LOS PROTESTANTES DE PRADEJÓN George Borrow, uno de los pioneros de la difusión del protestantismo en España 137 En las siguientes páginas se describe el devenir de la comunidad evangélica de Pradejón, desde sus inicios, en el último tercio del siglo XIX, hasta la actualidad. La presencia de este grupo religioso en una población tan pequeña, y en medio de una zona mayoritariamente católica, constituyó una de las peculiaridades por las que pasó a ser conocida la Villa en época contemporánea: "el pueblo de los protestantes". Una razón suficiente para justificar la conveniencia de un apartado dedicado a este colectivo. Pero hay otra razón aún más importante. A través de la historia de los evangélicos se refleja la historia de la sociedad con la cual convivieron, en particular los grupos dominantes y los antagonistas. Con el transcurso del tiempo las autoridades locales y el clero católico mantuvieron unas relaciones cambiantes respecto a los protestantes, que se correspondieron con las mantenidas por el Gobierno y la jerarquía de la Iglesia Católica, y a un nivel más profundo con los conceptos entonces predominantes en el imaginario colectivo. A lo largo de más de un siglo y cuarto los evangélicos de Pradejón no pretendieron otra cosa que vivir de acuerdo con su fe, y el grado en que encontraron obstáculos para ello dependió de las concepciones sociales y políticas hegemónicas, que atañían a los derechos individuales reconocidos e incluso a ideas tan necesarias para la pervivencia del Estado como la identidad nacional. Hoy tenemos asumido que las creencias religiosas, y su práctica privada, deberían pertencer al ámbito íntimo de los individuos. La historia de los evangélicos de Pradejón es básicamente la historia de la intromisión del Estado en esta esfera privada, del consenso de la mayor parte de la sociedad en que tal interferencia era correcta y del rechazo a esta situación de los grupos opuestos al statu quo, los disidentes. EL APOSTOLADO (1872-1899) El triunfo, en septiembre de 1868, de la Gloriosa Revolución, un pronunciamiento militar de carácter liberal que depuso a la Reina Isabel II, supuso el inicio en España de un periodo de libertades políticas y civiles, entre ellas el reconocimiento de la tolerancia religiosa. Durante los seis años siguientes, conocidos como Sexenio Democrático, los protestantes pudieron desarrollar sus trabajos de evangelización no sólo sin ser perseguidos por el Gobierno, como les había sucedido hasta entonces, sino incluso bajo su amparo frente a las agresiones de los católicos intransigentes: carlistas, neocatólicos (popularmente llamados “neos”), alto y bajo clero y creyentes exaltados. 138 La pluralidad de cultos quedó consagrada en el artículo 21 de la Constitución de 1869: “La Nación se obliga a mantener el culto y los ministros de la religión católica. El ejercicio público o privado de cualquier otro culto queda garantido a todos los extranjeros residentes en España, sin más limitaciones que las reglas universales de la moral y del derecho”. “Si algunos españoles profesaren otra religión que la católica, es aplicable a los mismos todo lo dispuesto en el párrafo anterior.” El Estado pasó así a garantizar la tolerancia en materia de cultos, pero como vemos seguía siendo confesional en la práctica, y siguió consagrando como elemento de identidad nacional la religión católica. Y es que el catolicismo constituyó una de las fuentes a partir de las cuales los conservadores y la Iglesia contribuyeron a crear la idea de España durante el siglo XIX, que cristalizó en la doctrina del nacional catolicismo. Frente a esta concepción dominante, los republicanos mantuvieron otra exclusivamente laica, basada en la soberanía popular, una postura que al final del Sexenio Democrático, durante la efímera I República, quedó reflejada en el proyecto de Constitución Federal de 1873, que no llegó a promulgarse, en el cual se establecía la separación entre el Estado y la Iglesia. Al comienzo del Sexenio Democrático en España no había prácticamente tradición protestante, si exceptuamos algunos núcleos de Andalucía próximos a Gibraltar, por lo que al principio las tareas de proselitismo dependieron en buena medida del apoyo material y espiritual de instituciones evangélicas extranjeras, muchas de las cuáles enviaron sus propios misioneros. La American Board of Commissioners for Foreign Missions (Junta Americana de Comisionados para Misiones Extranjeras), sociedad congregacionalista de los Estados Unidos, se encargó de la evangelización de la zona Norte de la península. Para este trabajo llegaron a España, a principios de 1872, el pastor norteamericano Guillermo Hooker Gulick y su esposa Alicia Winfield, que fijaron su residencia en Santander, y poco después vinieron a ayudarles dos hermanos del primero, Thomas Gulick y Lutero Halsey Gulick. Las iglesias congregacionistas fundadas por esta familia de misioneros a lo largo del valle del Ebro en las dos décadas siguientes quedaron agrupadas bajo una estructura federal en la Unión IberoEvangélica. Zaragoza, uno de los primeros lugares donde arraigó el protestantismo, contaba desde marzo de 1870 con una capilla evangélica, la Iglesia del Espíritu Santo, fruto de la predicación del pastor gaditano José Eximeno Colorado. Esta comunidad se adhirió pronto al congregacionalismo, pasando a depender de la American Board al menos 139 desde mediados de la década, momento en el que Tomás Gulick se estableció en Zaragoza. La comunidad protestante de Pradejón nació vinculada a la iglesia de Zaragoza. Su origen estuvo en la conversión de un vecino, el panadero Julián Moreno Leza, que había acudido en otoño de 1872 a cumplir un voto ante la Virgen del Pilar y escuchó en la ciudad las predicaciones del pastor José Eximeno. A su regreso se dedicó el mismo a evangelizar en la Villa, consiguiendo formar un núcleo protestante estable. A la altura de 1881, nueve años después de la conversión de Julián Moreno, el párroco consignó ya como protestantes en el Libro de Estado de Almas a 40 vecinos, incluidas familias completas (marido, esposa e hijos). Hay que indicar que la nueva situación política resultaba para entonces menos favorable a las actividades de los evangélicos, bajo una nueva etapa de monarquía borbónica que supuso el regreso a la confesionalidad del Estado, por lo que la cifra correspondía a una comunidad estable, que ya había superado la fase de expansión y atravesaba otra menos propicia a las predicaciones. Los datos censales de 1881 permiten realizar un somero análisis de la procedencia social de los integrantes de la comunidad evangélica de Pradejón y aventurar algunas hipótesis acerca del proceso de conversión a la nueva fe. En primer lugar, la mayor parte de los miembros de la congregación eran mujeres, adultas o de avanzada edad, entre ellas un grupo de viudas de entre 61 y 62 años, probablemente amigas, y algunas mujeres casadas con maridos no protestantes. Sólo hay un caso inverso, en el que el esposo es evangélico y su mujer no. Ello nos permite una primera conclusión: la conversión se produjo primero entre las mujeres, género ligado por tradición al fervor y observancia religiosos, frente a la actitud masculina de mayor desapego o frialdad hacia tales prácticas. Al parecer la difusión se realizó con éxito entre personas ligadas por vínculos de amistad o de parentesco, y la presencia de varios matrimonios y familias completas permite suponer que una vez convertida la mujer en muchos casos, aunque no todos, le seguían en la adopción de la nueva fe los hijos y el marido. 140 La Comunidad evangélica de Pradejón en 1881 Nombre Edad Estado civil Profesión EZQUERRO MANGADO, Rafael EZQUERRO HERCE, Pedro MANGADO EZQUERRO, María EZQUERRO EZQUERRO, Gila MIRANDA EZQUERRO, María EZQUERRO OÑATE, Ignacia GARCÍA NUEZ, Antonio SANTO TOMÁS (EXPÓSITO), Petra LEZA, Bonifacia HERAS GIL, María Jesús HERCE EZQUERRO, Isabel LAVEGA BENITO, Basilisa PALACIOS (EXPÓSITA), Elisa SAINZ MIGUEL, Francisco GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Juana MORENO LEZA, Julián SAN EMETERIO PASTOR, Teresa EZQUERRO EZQUERRO, María ARAGÓN EZQUERRO, Gerardo LAVEGA MANGADO, Juan MIRANDA PASCUAL, Romana LAVEGA MIRANDA, Cenobia EZQUERRO EZQUERRO, Martiriano GARCÍA EZQUERRO, María EZQUERRO GARCÍA, Agustina EZQUERRO GARCÍA, Agapita EZQUERRO GARCÍA, Juan Cruz EZQUERRO GARCÍA, Lorenzo MANGADO RODERO, Blas HERCE EZQUERRO, María Carmen MANGADO HERCE, Elías MANGADO HERCE, Petra MANGADO HERCE, Práxedes GARCÍA OÑATE, Matea GARCÍA EZQUERRO, León GARCÍA EZQUERRO, Anacleta GARCÍA EZQUERRO, Gregoria EZQUERRO EZQUERRO, Valentín MIRANDA EZQUERRO, María EZQUERRO MIRANDA, Pantaleón 29 18 Soltero Soltero Casada Casada Casada Casada Casado Viuda Viuda Viuda Viuda Viuda labrador labrador Casado Casada Casado Casada Casada jornalero Casado Casada Soltera Casado Casada labrador Casado Casada Soltero labrador labrador Casada Soltero labrador 29 62 48 61 61 62 62 12 41 40 33 32 28 4 51 57 24 44 43 16 11 6 6 52 59 18 14 1 51 17 14 9 36 34 11 Casado Casada hornera labrador tendera panadero labrador labrador Respecto a la extracción social de los varones, la mayor parte eran trabajadores del campo, pequeños propietarios o jornaleros, siendo el único oficio artesanal el del panadero Julián Moreno. Quien evangelizó Pradejón era una persona dotada de recursos económicos y con relativa independencia dentro de la Villa, y, además su oficio le pemitía evangelizar de forma discreta, en el trato diario con los clientes. La mayor parte de las mujeres se dedicaban a las labores domésticas, aunque destaca la presencia de dos 141 mujeres de avanzada edad que regentaban un pequeño establecimiento comercial, elemento también favorable al proselitismo discreto entre las parroquianas. El cuadro socioeconómico general refleja una extensión del protestantismo entre personas con un nivel económico medio o bajo, que trabajaban para sí mismos en oficios manuales, sobre todo en el campo, destacando la ausencia de profesiones intelectuales, pero también la escasa presencia de jornaleros. Parece lógico suponer que la creación de una comunidad protestante en Pradejón debió generar al menos tensiones con el clero local y el sector más intransigente de la población católica. A lo largo y ancho de todo el territorio nacional se dieron durante esta época de implantación numerosos conflictos, empezando por la propia Zaragoza. Resultaban frecuentes las interrupciones durante la predicación pública, que muchas veces incluían el apedreamiento de los oradores, las protestas eclesiásticas contra las actividades de los evangelistas y los asaltos a capillas protestantes. Una situación que se agravó durante la Restauración, cuando se pasó de la libertad de cultos a una tolerancia restringida, contemplada en la Constitución de 1874. El respeto de tales derechos dependió en este periodo de la voluntad de las autoridades. Un aspecto en el que se dejó de cumplir con frecuencia la legislación era el relativo a la construcción de cementerios civiles reservados para el enterramiento de los no católicos. En muchos casos el Ayuntamiento se limitaba a ceder para tal fin un espacio sin cercar, extramuros de tierra consagrada, conocido popularmente como “el gallinero” o “el corralillo”, carente por completo de dotación alguna. Debemos destacar al respecto que en Pradejón el Ayuntamiento destinó en 1885 una sección dentro del nuevo cementerio municipal para el enterramiento de los “disidentes”, parte civil que quedó separada de la católica por un muro. Esta concesión nos revela que al inicio de la Restauración las autoridades locales mantenían relaciones cordiales con la congregación protestante, probablemente reflejo de la ausencia de grandes conflictos con este grupo en la Villa. Pueden explicar esta situación factores como lo discreto y restringido del núcleo protestante, volcado a actividades internas y sin presencia pública destacada, y el que Pradejón constituyera una población pequeña, donde los lazos comunitarios jugaban aún un importante papel de cohesión. El pastor encargado de la congregación durante sus primeros años fue Agustín Sáenz, predicador que más tarde acabó al frente de la misión de Tauste (Zaragoza). Agustín Sáenz se encargó de gestionar la compra de una casa destinada a alojar la iglesia y escuelas evangélicas, adquirida con fondos de la American Board. Para evitar 142 problemas legales por cuestiones de herencia, la propiedad del inmueble quedó a nombre de la Spanish American Company, o Compañía Española Americana, sociedad radicada en Madrid que administraba el propio Guillermo Hooker Gulick. Esta casa, un edificio de tres pisos y 170 metros cuadrados, ubicado en la Calle Mayor, constituyó a partir de entonces el centro de reunión social de la comunidad evangélica. En 1879 sustituyó a Agustín Sáenz el pastor José Eximeno, quien se encargara años antes de convertir al primer pradejonero, predicador que consiguió formar un núcleo evangelista en Logroño. De todos modos, el foco congregacionista principal siguió radicando en Pradejón, ya que la capital riojana no constituyó nunca un lugar de implantación sólida del evangelismo, experimentando grandes fluctuaciones en el número de congregantes. Unos años más tarde, en 1891, la iglesia evangélica de Logroño sólo tenía 3 miembros, si bien es cierto que se trataba de uno de sus peores momentos. En 1884 llegó a Pradejón para hacerse cargo de la iglesia el pastor Ángel Digón, procedente, como el anterior, de Zaragoza. Digón asistió, en representación de la Villa, a la Décima Asamblea de la Iglesia Cristiana Española, dentro de la delegación enviada por la Unión Ibero-Evangélica, de la que también formó parte el misionero Guillermo Hooker Gulick. En esta importante reunión, celebrada en Madrid en mayo de 1886, se adoptó el acuerdo de unión entre las dos agrupaciones protestantes, constituyéndose la Iglesia Evangélica Española, hegemónica a escala nacional, una estructura asociativa que ha llegado hasta la actualidad. LA TRAVESÍA DEL DESIERTO (1900-1930) En la primera década del siglo XX ocupó un lugar central dentro del panorama político español la “cuestión religiosa”. Republicanos y liberales movilizaron a la opinión pública y a su electorado en torno a la reivindicación de eliminar el control del clero sobre la vida pública, en tanto los conservadores y la propia jerarquía eclesiástica intentaron incrementar la influencia de la Iglesia en la sociedad. El enfrentamiento no quedó sólo en un plano retórico o simbólico, sino que estuvo salpicado de numerosos incidentes y conflictos, con frecuencia violentos, desde las peleas durante el estreno de la anticlerical obra de teatro Electra, de Benito Pérez Galdós, en 1901, hasta la quema de conventos y edificios religiosos en Barcelona durante la Semana Trágica de 1909. Las reivindicaciones anticlericales coincidían con las propias de los protestantes, relegados a una posición marginal debido a la confesionalidad del Estado. En 1910 los 143 pastores evangélicos promovieron su propia campaña por la libertad de cultos, a la que se adhirieron figuras del republicanismo como Benito Pérez Galdós. La campaña acabó con la presentación ante las Cortes de un escrito con más de 100.000 firmas en el que se pedía la vuelta a la legalidad de la Constitución de 1869. Entre los redactores del escrito se encontraba Carlos Araujo, pastor de la iglesia de Zaragoza que en el cambio de siglo tuvo a su cargo la iglesia de Pradejón. Los protestantes consiguieron con su campaña que el Gobierno de Canalejas promulgara un decreto ampliando la tolerancia religiosa, donde, entre otras medidas, otorgaba autorización a las religiones no católicas a que colocaran rótulos y símbolos en el exterior de sus edificios: hasta entonces habían carecido del derecho a esa mínima “propagada”. También se reprodujo en Pradejón, en los albores del nuevo siglo, el enfrentamiento religioso nacional, que deterioró el clima de convivencia pacífica entre confesiones hasta entonces mantenido en el pueblo. El año 1900 la escuela evangelista de Pradejón recibió una nueva maestra, la primera de cuya actividad tenemos constancia, Asunción Benita Miranda, natural de Murillo, a quien se uniría poco después el pastor y maestro Domingo Heras, su futuro marido, natural de Muro de Aguas. El local destinado a escuelas, ubicado en la primera planta del edificio de la calle mayor que albergaba la iglesia y la vivienda del matrimonio, tenía 64,43 metros cuadrados. Allí Asunción daba clase de párvulos e impartía enseñanza elemental de niñas, y su esposo Domingo se ocupaba de la escuela elemental de niños. En 1909 las escuelas evangélicas recibían un alumnado total de 50 niños y 45 niñas, la mayor parte hijos de vecinos no protestantes, ya que la congregación estaba formada en la misma época, al igual que a finales del siglo XIX, por un núcleo estable de en torno a 40 personas. La matrícula de las Escuelas Nacionales era de 100 niños y 94 niñas, y la de la escuela católica de párvulos, de Juana Cordón, de 140 alumnos de ambos sexos. Comparando las cifras podemos apreciar que más de la quinta parte de los pradejoneros confiaba la educación de sus hijos a la escuela evangélica, el único centro donde no se enseñaba “la Doctrina”, es decir, la asignatura de doctrina católica. Frente a lo que pudiera parecer a primera vista, tampoco se adoctrinaba en el protestantismo, como demuestra el escaso crecimiento de la comunidad evangelista, a pesar de la vitalidad de su escuela. Como sucedía en otros muchos lugares de España, en un periodo donde no les estaba permitido el proselitismo a los disidentes religiosos, las escuelas evangélicas de Pradejón funcionaban en realidad como Escuela Laica, denominación con la que de hecho se designará oficialmente a este centro de enseñanza 144 unos años más tarde. Si buena parte de los vecinos de la Villa elegían llevar a sus hijos a las escuelas evangélicas era porque preferían una formación laica para sus hijos. No obstante, las autoridades municipales del momento juzgaron que en las escuelas evangélicas se hacía proselitismo, razón por la cual llegaron a cerrarlas temporalmente. En junio de 1909 la Junta Local de Primera Enseñanza de Pradejón, formada por el alcalde (conservador), dos concejales, el inspector de sanidad, dos padres y dos madres de familia, el cura párroco, el farmacéutico y el Secretario, inspeccionarion todas las escuelas de la Villa. Como resultado de la visita, denunciaron a la escuela evangélica, puesto que Domingo Heras no tenía permiso para dar clase. La sección de enseñanza elemental de niños quedó cerrada, y el pastor tuvo que emprender un largo proceso para conseguir la autorización para reabrirla. El principal obstáculo opuesto por la Junta Municipal de Local de Primera Enseñanza estribaba en el hecho de que Domingo Heras daba clase en la misma sala utilizada para el culto protestante, quedando a la vista de los alumnos, por tanto, las escrituras sagradas y los objetos litúrgicos, algo prohibido por la ley. El pastor procedió a trasladar la capilla a otra sala, pero por dos veces más se le denegó el permiso para reanudar las clases. La reapertura se produjo finalmente en otoño de 1910, con la capilla en la parte trasera del edificio, y tras quedar separadas por un tabique las secciones femenina y masculina de la escuela, otra de las objeciones de la Junta Municipal. El pastor conseguía de este modo el permiso justo unos meses después de que entrara en vigor el decreto del Gobierno Canalejas garantizando la tolerancia religiosa, más arriba mencionado, que se promulgó en junio. En medio del encendido enfrentamiento nacional sobre “la cuestión religosa”, la Escuela Laica de Pradejón volvía a ponerse en marcha. Los datos parroquiales de 1909 arrojan una cifra de 39 protestantes en Pradejón. La congregación en estos momentos constituye una comunidad estable, integrada en su mayor parte por familias completas, y en la que la mitad de los miembros son hijos de matrimonios evangélicos que se encuentran en la juventud o la infancia. En realidad, si la religión se transmitiera con éxito dentro del marco familiar, el mismo crecimiento vegetativo habría hecho aumentar la población evangélica de la Villa. Pero algunos indicios permiten detectar los problemas de expansión, en un contexto de presión social católica fuerte, y reducidos a vivir sus creencias en un círculo íntimo: ya no hay matrimonios mixtos, entre católicos y protestantes, por lo que resulta probable que algunos evangélicos renunciaran a su fe al casarse, e incluso se da el caso de una niña, 145 nacida en el seno de una familia protestante, que adoptó la religión católica (situación que marcamos en la tabla con un asterisco). La Comunidad evangélica de Pradejón en 1909 LAVEGA BENITO, Basilisa GARCÍA SAN EMETERIO, Mª Josefa Juana MORENO SAN EMETERIO, Guillermo FERNÁNDEZ MIRANDA, Juana MORENO LEZA, Florencio SAN EMETERIO PASTOR, Juana MORENO SAN EMETERIO, Teresa GARCÍA EZQUERRO, León ORIO, Elisa GARCÍA ORIO, Moisés GARCÍA ORIO, Camilo GARCÍA ORIO, Manuel * GARCÍA ORIO, Ángeles (Católica) EZQUERRO HERNÁNDEZ, Sinforiano GARCÍA EZQUERRO, Cleta EZQUERRO GARCÍA, Matea EZQUERRO GARCÍA, Mariano EZQUERRO GARCÍA, Antonio EZQUERRO GARCÍA, Julio EZQUERRO GARCÍA, Pilar ARAGÓN PASTOR, Agapito EZQUERRO EZQUERRO, María ARAGÓN EZQUERRO, Sara LAVEGA AYARZA, Sabino SANTO TOMÁS, Oria Elisa LAVEGA SANTO TOMÁS, Sara LAVEGA SANTO TOMÁS, Samuel LAVEGA SANTO TOMÁS, Lidia FERNÁNDEZ EZQUERRO, Francisco MIRANDA EZQUERRO, Josefa FERNÁNDEZ MIRANDA, Eulogia FERNÁNDEZ MIRANDA, Ester FERNÁNDEZ MIRANDA, David EZQUERRO ROMEO, Policarpo MANGADO HERCE, Petra EZQUERRO MANGADO, Esperanza MORENO SAN EMETERIO, Ambrosio FERNÁNDEZ MIRANDA, Aurea MORENO FERNÁNDEZ, David MORENO FERNÁNDEZ, Isabel En la primera década de siglo se reforzaron los vínculos entre la disidencia política, republicana y obrera, de marcado anticlericalismo, y los disidentes religiosos. Un ejemplo de este hecho lo constituye la obra El atraso de España, publicada en 1910 bajo seudónimo por Tomás Giménez Valdivielso. En ella el autor, republicano con fuertes simpatías socialistas, diagnostica como una de las causas del atraso de España, el predominio del fanatismo religioso, impuesto sobre la sociedad por las autoridades y el clero. Y entre sus argumentos invoca, para demostrar la intolerancia de la Iglesia, la persecución de la que ésta hacía objeto a los protestantes, presentes en las grandes ciudades, pero también en pueblos pequeños, entre los cuáles cita a Pradejón: “No niego que los frutos obtenidos son escasos, pero es de admirar la obra de esos misioneros, que no ponen en riesgo su vida, como en los países bárbaros, pero que tienen que sufrir mil vejámenes, mil desprecios, sin encontrar buena acogida en ninguna parte y sufriendo a cada paso disgustos y sinsabores que amargan la vida. La mayor parte de las 146 capillas están instaladas en locales modestísimos, con una pobreza verdaderamente evangélica, y los fieles que las frecuentan pertenecen todos a las clases más modestas. (...) Cada capilla protestante que se abre provoca las iras del clero católico, y llevan el asunto a las Cortes, fustigando a los ministros porque consienten el desarrollo de la impiedad”. Tomás Giménez Valdivielso no oculta su simpatía por los protestantes: “La salvación de España hubiera sido la creación de un fuerte núcleo protestante. Entonces se hubiera asegurado la libertad de cultos y la emancipación de la conciencias”. Muy al contrario, el panorama nacional que describe está en las antípodas, debido a la influencia clerical. El autor llega a la conclución de que en España predomina aún “el espíritu de Torquemada”. No sólo intelectuales distantes utilizaron en su propaganda la situación de los protestantes en Pradejón. Cuando se creó el primer sindicato de clase en la Villa, una Sociedad de Obreros Agricultores, aunque en realidad abierta a todo tipo de trabajadores, ya que acogió a muchos de los obreros de las obras del Canal de Victoria-Alfonso, la nueva asociación invitó a Domigo Heras para que interviniera como orador en el mitin del Primero de Mayo. No resulta nada extraño. Los protestantes contaban con muchos factores atractivos a ojos de los anticlericales. Por una parte, estaba su condición de grupo civilmente marginado, una prueba palpable de la confesionalidad del Estado y, como hemos visto, de la intolerancia y el predominio ideológico ejercidos por la jerarquía católica. Y en tal sentido las iglesias protestantes habían emprendido, y siguieron manteniendo, reiteradas campañas nacionales en favor de la plena libertad de cultos, a partir de la parcialmente exitosa de 1910. Por otra parte la concepción evangelista del cristianismo les hacía señalar como supersticiones un buen número de prácticas católicas, como la confesión, el culto a la virgen y a los santos (considerado una forma de idolatría), la obediencia debida a la jerarquía eclesiástica (del Papa para abajo), y la compraventa de indulgencias y misas de difuntos. El mitin del Primero de Mayo de 1917 se celebró en el juego de pelota, y tras el discurso del pastor protestante intervino el albañil Ángel Pellejero, quien, de acuerdo con el párroco, que interpuso una denuncia ante las autoridades, “en su dirscurso pronunció frases y expuso ideas ofensivas a los sentimientos religiosos de la mayoría del vecindario y a la Religión del Estado” y “atacó densamente a la religión católica, a las instituciones del Estado, a la propiedad, a la autoridad, etc.” Ante el juez municipal el obrero reconoció “que entusiasmado por la celebración de la fiesta del trabajo y algo trastornado por algunas libaciones de alcohol pudo pronunciar algunas frases ofensivas a la religión [católica]”, se retractó por lo dicho y se mostró conforme en que el cura leyera una copia certificada de su 147 rectificación en el púlpito de la Iglesia, el primer día festivo, “para reparar de lo posible el escándalo producido”. En esta ocasión el poder eclesiástico, desafiado, consiguió reafirmar su dominio sobre la comunidad. Domingo Heras siguió siendo el pastor de Pradejón al menos hasta 1919, año en el que también tuvo que hacerse cargo de la iglesia de Zaragoza. En 1921 le sustituía al frente de la iglesia de Pradejón el maestro evangélico Antonio Díaz, pastor que también acabaría viajando con destino a Zaragoza en 1931. La instauración de la Dictadura de Primo de Rivera, en 1923, supuso un refuerzo de la confesionalidad del Estado, ya que el nuevo régimen buscó, y obtuvo, el apoyo de la Iglesia y los católicos, y proclamó como uno de sus objetivos la regeneración moral y espiritual de la patria. Quizá la escenificación más efectista de los vínculos oficiales entre la Dictadura y catolicismo lo constituyeron las ceremonias de entronización del Sagrado Corazón en los Ayuntamientos. En Pradejón el acto tuvo lugar en septiembre de 1929, con la asistencia, junto a la Corporación, del Obispo, el Gobernador Civil y el Presidente de la Diputación Provincial. Por la mañana se llevó en procesión el Sagrado Corazón a las Escuelas de niños, en procesión con música, lanzamiento de cohetes y volteo de campanas. Posteriormente el Ayuntamiento ofreció un banquete a las autoridades. Entre los discursos pronunciados, el Sr. Maura, concejal del Ayuntamiento de Logroño, expresó su convicción de que “si algo ha de sanear a los pueblos es la regeneración moral que implica la restauración de las ideas católicas”, y el Gobernador Civil afirmó que “la base religiosa es la piedra fundamental de la sociedad”. Por la tarde la ceremonia acabó con la entronización de otra imagen del Sagrado Corazón en el Salón de Plenos del Consistorio, tras volver a recorrer el pueblo en procesión. Las autoridades políticas de la Dictadura impusieron de modo generalizado trabas a las actividades de los protestantes, negando el permiso para la creación de capillas, la apertura de escuelas laicas o la celebración de entierros. Este comportamiento, reverso del trato de favor dispensado a la religión oficial del Estado, acabó plasmándose en el Código Penal de 1928, que contemplaba penas hasta seis años de cárcel por la celebración de ceremonias religiosas no católicas fuera de los templos o los cementerios. Probablemente tuviera lugar en este periodo, en el que se encontraba al frente del Ayuntamiento una Corporación ansiosa de demostrar su celo católico, el episodio referido por uno de los miembros de más edad de la comunidad evangélica de Pradejón. Según le contaron, en una ocasión en que se celebraba el Corpus Christi, se colocó el altar justo delante de la Iglesia protestante, con la intención deliberada de provocar, ya que la procesión se celebraba a las once, hora de culto en la capilla. No conformes con eso, algunos católicos 148 entraron en la iglesia a recriminar a los protestantes el que les molestaban con sus cantos, a lo que el pastor les replicó que los miembros de la congregación estaban en su casa y quienes estaban en la calle eran ellos. A partir de ese momento se hizo todo los años el altar del Corpus delante de la Iglesia protestante, en vez de en el sitio donde había sido costumbre hasta entonces, la plaza donde se encuentra el actual Ayuntamiento. LA CIUDADANÍA PLENA (1931-1936) La proclamación de la Segunda República, en 1931, inauguró en España un periodo de auténtica libertad de cultos. Tal y como se recogía en el artículo 27 de la nueva Constitución: “La libertad de conciencia y el derecho de profesar y practicar libremente cualquier religión quedan garantizados en el territorio español, salvo el respeto debido a las exigencias de la moral pública.” Por primera vez el Estado dejaba de mantener una religión oficial. La nueva legislación supuso sin duda un gran progreso para los protestantes, que al fin obtenían la igualdad de derechos con los católicos. Pero al mismo tiempo quedaron sometidos a las mismas restricciones gubernativas. Las autoridades republicanas, con el objetivo de aminorar la influencia social de la Iglesia católica, ligada de forma tradicional a la ideología conservadora, pretendieron secularizar por completo la vida civil, relegando las actividades religiosas a la esfera privada. A partir de entonces, las manifestaciones públicas de culto quedaron sometidas, como las de cualquier otro tipo, a la autorización del Gobierno. Y en la práctica su celebración dependió de la actitud, a favor o en contra, de los alcaldes y de los Gobernadores Civiles. Por otra parte, el aspecto más polémico del plan secularizador republicano consistió en su intención de eliminar las escuelas privadas de carácter religioso, lo cual ponía en peligro también a las escuelas evangelicas. No obstante, este proyecto no llegó a ponerse en práctica, ya que el Gobierno de centro derecha lo paralizó antes de que se cumpliera el plazo de ejecución, y el Gobierno del Frente Popular no tuvo tiempo para llevarlo a efecto. Durante los cinco años que duró la Segunda República, el Ayuntamiento de Pradejón estuvo integrado al completo por concejales del Partido Republicano Radical Socialista (PRRS), entre ellos el protestante Perfecto Miranda Medrano, Segundo Teniente alcalde, quien llegó a ocupar la Alcaldía durante dos años, de 1934 a 1936. Los vínculos existentes en Pradejón entre disidentes religiosos y disidentes políticos, unidos por un talante liberal y por la lucha contra las prerrogativas católicas, y de los que constituyen indicios durante el periodo anterior la elevada matrícula de la Escuela Laica y el polémico mitin del Primero de 149 Mayo de 1917, quedaron patentes durante la Segunda República. El pastor protestante durante estos años, Simón Vicente, fue un miembro influyente dentro de la agrupación republicana local, el mencionado PRRS, luego fusionado en el Partido de Izquierda Republicana (IR). No formó parte de la directiva ni ejerció cargos políticos, aunque sí ocupó el puesto de Secretario del Juzgado Municipal mientras estuvo al frente como Juez el albañil Simón San José, uno de los dirigente del PRRS. Debe destacarse también el que en las primeras elecciones municipales, las de abril de 1931, se presentó como candidato republicano al menos otro protestante, Nicomedes Miranda Medrano, hermano del concejal electo Perfecto Miranda. Las relaciones entre el Ayuntamiento republicano y la comunidad evangélica resultaron cordiales, y como hemos visto algunos de los protestantes apoyaron con entusiasmo el nuevo régimen, que suponía el fin de la marginación civil y del acoso promovido o consentido por las autoridades. Un nuevo status de ciudadanía que los “disidentes” de Pradejón, tanto los religiosos como los políticos, vieron escenificado, al igual que en otras muchas partes de España, en la secularización del cementerio y el derribo de la tapia que hasta entonces les había separado de la parte católica: una barrera no sólo simbólica. Religion in the Republic of Spain, libro publicado por la editorial protestante internacional World Dominion Press donde se analizaba la situación de los protestantes bajo la Segunda República, suministra datos estadísticos de todos los núcleos evangélicos españoles. En La Rioja seguían reduciéndose a dos, con una clara preeminencia de Pradejón sobre Logroño, a pesar de la enorme diferencia de población. En 1933 la comunidad evangélica de la Villa constaba de 36 miembros, lo cual confirma las consideraciones más arriba expresadas acerca del estancamiento de la congregación, dentro de la estabilidad. Otro dato resulta más desfavorable, la reducción de alumnos de las escuelas evangélicas a un total de 50, la mitad que a principios de siglo, que podría deberse al carácter laico de la educación pública, tal vez acompañado, ante la nueva situación de libertad de expresión en materia religiosa, de la introducción de la enseñanza doctrinal en el centro protestante. En estos momentos mantenían también abierta una escuela dominical, dedicada al fomento de la lectura de la Biblia y dirigida a adultos, que recibía la asistencia de 23 personas. 150 Comunidades evangélicas en La Rioja en 1933 Asistencia a las Miembros de la Escuelas Evangélicas Maestros congregación (Educ. Primaria) Valor del Asistencia a la patrimonio Escuela Dominical (Ptas) Pradejón 36 50 3 23 3.000 Logroño 31 0 0 30 0 La presencia de dos comunidades religiosas, y las buenas relaciones existentes entre los republicanos y una de ellas, la de los evangélicos, añadieron en el caso de Pradejón un factor de complejidad a las ya de por sí complicadas relaciones entre los poderes públicos y la Iglesia Católica durante la Segunda República. En principio, la actuación del Ayuntamiento estuvo presidida por la preservación del laicismo consagrado por la Constitución y la consideración de los cultos como algo correspondiente a la iniciativa particular y privada de los individuos. En este sentido se inscribe el temprano acuerdo de dejar de costear con dinero municipal los actos religiosos durante las fiestas patronales de San Ponciano y San Antonio de Pádua, y de asistir a los mismos, así como el de retirar el Sagrado Corazón del Salón de Plenos, entronizado con tanto fasto dos años antes. En otras cuestiones, prevaleció el respeto a las costumbres de la mayoría católica, y la Corporación republicana otorgó su consentimiento para la realización de las procesiones tradicionales, denegadas de modo sistemático en otros pueblos de La Rioja. No obstante, el Ayuntamiento pasó a una postura de mayor hostilidad respecto a la Iglesia Católica tras la formación a escala nacional del Gobierno de centro derecha, o radical-cedista. Este comportamiento, a primera vista parádojico, constituyó una reacción a la previsible paralización de las leyes secularizadoras promulgadas por el anterior Gobierno de coalición republicano-socialista. Se pretendía contrarrestar el apoyo gubernamental que la Iglesia iba presumiblemente a recibir en la nueva situación. En noviembre de 1933 las autoridades locales de Pradejón acordaron imponer un arbitrio municipal sobre los enterramientos realizados por el rito católico, y otro sobre el toque de campanas entre las 8 de la tarde y las 7 de la mañana. En el caso de la primera medida, se establecía de hecho un agravio comparativo respecto a los evangélicos, tal y como puso de manifiesto el párroco ante al Obispado: “En Pradejón se crean nuevas clases sociales por razón de las creencias religiosas, dando a unos la condición de privilegiados y a otros la de parias. Esto es anticonstitucional y altamente censurable. (...) Mientras en este pueblo se impone gravamen (...) a los entierros católicos, los entierros protestantes (ha de tenerse en cuenta que en esta 151 vecindad existe Iglesia protestante con su Pastor correspondiente, que realiza sus cultos), al igual que los laicos, quedan libres de todo gravamen, haciéndose a su favor una distinción no sólo odiosa, sino además injuriosa a los sentimientos de la mayoría de los vecinos, que profesan la Religión Católica, que es únicamente contra quien se imponen los gravámenes.” Por el tono de la carta, podemos ver que las ordenanzas promulgadas por el Ayuntamiento republicano sobre las pompas fúnebres y sobre el toque de campanas fueron percibidas por la comunidad católica como un ataque contra sus derechos y una marginación frente a lo que consideraban un trato de favor dispensado a los evangelistas. El párroco recurrió ambas iniciativas. Sólo prosperó el recurso contra la restricción del toque de campanas, revocado por Tribunal Provincial de lo Contencioso-Administrativo, aunque volvió a ser impuesto con éxito en 1936, tras el triunfo en las elecciones generales del Frente Popular. A pesar del tono victimista del cura de Pradejón, todo parece indicar que la mayor parte de los protestantes, en tanto que grupo, carecieron de actividad pública destacable, y la congregación evangélica se centró, como venía haciendo desde hacía décadas, en la vida espiritual interna de la propia comunidad. Y de hecho su presencia social experimentó un retroceso, tras la pérdida del apoyo económico estadounidense. A principios de 1934 el pastor Simón Vicente se trasladó a Calahorra, probablemente para ejercer allí la enseñanza tras dejar de recibir los envíos de dinero de la American Board, problema que afectó a muchas de las iglesias congregacionistas en el Norte de España, algunas de las cuáles pasaron a depender de la Misión Francesa del Alto Aragón. Debido a la marcha del maestro, en marzo de ese año se cerraron las escuelas evangélicas de Pradejón, y sus alumnos pasaron a las Escuelas Nacionales o a la Escuela de párvulos de Juana Cordón. Desde la vecina ciudad de Calahorra, Simón Vicente siguió atendiendo espiritualmente a la congregación, realizando visitas con regularidad. En este etapa final de la Segunda República su situación era similar a la del pastor protestante que Patricio Escobal conoció en la cárcel habilitada del Frontón Beti Jai, al inicio de la Guerra Civil, siendo ambos presos políticos. En Las Sacas, memorias de su cautivero, Escobal se refirió al pastor con el nombre de Ángel, sin dar apellidos, pero las circunstancias vitales de este hombre de fe presentan las suficientes coincidencias con las de Simón Vicente como para poder identificarle como el pastor de Pradejón, también represaliado político. Ésta es la descripción del pastor protestante contenida en su libro: “Tendría unos cuarenta años y una cara cetrina de barba hirsuta, con ojos muy negros. Su íntimo amigo allí era el anarquista 152 Marcelino Bello. Ambos vegetarianos y de modales suaves parecían en cierto modo tener almas gemelas. (...) Ejercía el pastor su apostolado en un pequeño pueblo de la provincia. La capilla y su casa fueron saqueadas y quemadas por las turbas del pueblo, alentadas en tan bella obra por las autoridades locales. Poseía Ángel unas parcelas de terreno que labraba él mismo, con su producto y dando clases a niños vivía en extrema pobreza, casi rayana en el ascetismo. No había sacado de la catástrofe más que su Biblia, a la cual miraba continuamente para sacar de ella en la conversación cientos de citas.” Escobal dedicó un capítulo de Las Sacas a la peculiar amistad entre el anarquista y el religioso. En el retrato que nos dejó del pastor protestante destacan la firmeza de sus creencias, su esperanza en la transformación del espíritu de la humanidad a través de la religión y su absoluto rechazo a la violencia, algo incomprensible para unos compañeros de encierro dedicaban el tiempo a apasionadas controversias sobre la marcha de la guerra. REPRESIÓN Y CONTROL (1936-1977) Después de la etapa de mayor libertad experimentada por la comunidad evangélica, la democracia republicana, que como hemos visto coincidió también en su última parte con un periodo de apuros económicos, el triunfo de la sublevación militar de julio de 1936 en La Rioja inauguró para los protestantes una larga etapa de represalias y marginación. En los primeros días de la Guerra Civil los sublevados asaltaron la capilla y le prendieron fuego, y en los meses siguientes, dentro del proceso de represión política que pusieron en marcha, las nuevas autoridades militares asesinaron a los protestantes que más habían destacado por su militancia de izquierda o por su apoyo al régimen republicano, entre ellos el pastor Simón Vicente, cuyo fusilamiento obedeció sin duda al deseo de disgregar la comunidad protestante. Posteriormente las milicias de Falange se incautaron del edificio que había alojado la iglesia evangélica, reclamado sin éxito por la Compañía Española Americana de la American Board. Todos estos atropellos infligidos sobre la congregación se abordan con detalle en el capítulo siguiente, dedicado a la Guerra Civil. 153 El cónsul de los EE.UU. se dirige al alcalde de Pradejón, en 1938, interesándose por los bienes incautados a los protestantes. Las demandas continuarán durante años. Aunque el asesinato y las penas de cárcel se reservaron para aquellos protestantes que tuvieron un papel destacado en política, sí que se aplicaron de modo generalizado a la comunidad evangélica otras represalias, algunas de forma duradera. Las nuevas autoridades quisieron dejar claro que mientras siguieran manteniendo su fe como protestantes, serían hostigados y marginados. Al inicio de la Guerra Civil se sometió a los evangélicos a humillaciones públicas, como la administración periódica de aceite de ricino y el rapado del pelo a los miembros del sexo femenino. Y a lo largo de los primeros años del franquismo se obligó a las mujeres protestantes a reunirse con frecuencia en casa del cura, donde éste les intentaba convencer para que se convirtieran al catolicismo. Las mujeres seguían siendo la pieza clave del mantenimiento de la fe dentro de la comunidad evangélica, al igual que en el periodo de fundacional, cuando el panadero Julián Moreno convirtió a las primeras 154 pradejoneras. Para resquebrajar su fe, considerada un desafío al nuevo periodo de nacional catolicismo, los poderes fácticos, civiles y eclesiásticos, no dudaron en emplear la coacción y la recompensa, el palo y la promesa. Los hijos de las familias protestantes eran obligados a recibir el bautismo, y en la escuela los profesores, religiosos, les ofrecían oportunidades para estudiar una carrera si se hacían católicos. A los protestantes adultos se les impedía contraer matrimonio civil. Y durante las dos primeras décadas los evangélicos carecieron por completo de asistencia espiritual y de celebraciones comunitarias, quedando relegada su profesión de fe a la intimidad individual. Unas condiciones muy duras, que no obstante no consiguieron sino afianzar a los protestantes en sus creencias. El franquismo viró hacia una relativa tolerancia respecto a los protestantes a principios de la década de 1950, por motivos de imagen exterior. Las denuncias de los grupos de presión protestantes europeos y norteamericanos habían jugado un papel destacado en el asilamiento internacional del régimen de Franco, estigmatizado por sus persistentes violaciones de los derechos humanos. En el contexto de la Guerra Fría, el cambio de actitud de Estados Unidos, que pasó a considerar a España un potencial aliado y firmó con el Gobierno en 1953 un acuerdo para establecer bases militares en suelo español, ofreció al franquismo una tabla de salvación. Pero si la Dictadura quería aprovechar la oportunidad de rehabilitar su reputación internacional, debía al menos guardar las apariencias de un mínimo Estado de Derecho. En el marco de mayor tolerancia existente, tuvo lugar en este periodo la reanudación del culto protestante en Pradejón, en domicilio particulares. Primero en la casa de Teresa, la esposa del represaliado Nicomedes Miranda, y luego en la de Sara Ezquerro, esposa de Eladio García, voluntario forzoso del Tercio Sanjurjo desaparecido en el frente en circunstancias poco claras. El pastor que asistía las reuniones de la comunidad se desplazaba desde Zaragoza, careciendo de uno resididente en la Villa. A pesar de la mejora, continuó el hostigamiento por parte de las autoridades municipales, que durante años mantuvieron la práctica de irrumpir en las celebraciones protestantes con la Guardia Civil, para detener a los hombres o para contar el número de los asistentes, que no debía sobrepasar de 20. La progresiva apertura de la Dictadura y de la de la jerarquía católica, tras el Concilio Vaticano II, permitieron al final del franquismo la celebración del culto privado con relativa tranquilidad, llegando a congregarse en las reuniones de Pradejón unos 30 protestantes. 155 LA RESTAURACIÓN DE LA CONVIVENCIA DEMOCRÁTICA La promulgación de la Constitución inauguró el periodo democrático más estable en la historia de España. Lo cual significó de hecho el fin de la discriminación por motivos religiosos, la desaparición de la confesionalidad y la libertad de cultos. Una situación de convivencia, en la que se reconocía por fin el pluralismo de la sociedad civil y el derecho a la diferencia, aunque siguiera conservando una relación privilegiada, a la hora de establecer acuerdos con el Estado, la Iglesia Católica. Tal y como se recoge en el artículo 16 de la Carta Magna: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.” Durante la transición los evangelistas de la Villa volvieron a abrir su propia capilla, y reanudar allí los cultos con normalidad. Paradójicamente, bajo la democracia, ya sin trabas para la reunión y la libertad de expresión, y sin sufrir la persecución oficial de las autoridades, el número de protestantes de Pradejón, mantenido estable durante un siglo, descendió. La preeminencia de los valores laicos en la sociedad, y el declive de fervor generalizado, afectaron a los evangélicos, a los que afectaba el obstáculo adicional de contar con una menor presencia pública que los católicos, quienes, aprovechando su carácter de grupo de presión, han seguido hasta la fecha impartiendo educación religiosa en los colegios del Estado. En la actualidad la mayor parte de los evangelistas que quedan en Pradejón son de edad avanzada, y se reúnen por comodidad en una casa particular, adonde sigue acudiendo el pastor de Zaragoza para celebrar la Eucaristía. El símbolo de esta nueva época es, sin duda, el derribo de la tapia que habían vuelto a levantar en el Franquismo para separar el cementerio católico del protestante, lo que llevó a cabo la primera corporación democrática, presidida por el socialista y católico Félix Cordón Ezquerro. 156 Carta desde el exilio de la viuda del pastor protestante, asesinado en 1936